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La luz no es para los mortales

Por Meldon Astaldo


14 de febrero de 2013, a las 20:23

Abro con lentitud los ojos, tratando de acostumbrar mi vista a un sol que empieza a
bajar hacia la tarde, lo primero que distingo es el ancho Belegaer, el mar que baña las
costas de la tierra de Beleriand. Me encuentro maniatado, y en el suelo veo una venda
que debí llevar puesta durante el trayecto, pero que ahora ya no necesita cegarme. Estoy
preso en un barco, un barco blanco como el nácar, que luce en su proa un cisne tallado a
la manera de los elfos, y es que son elfos mis captores.
La historia del por qué me hallo aquí cautivo entre altos soldados de tez pálida es
lo que quiero contar.
Me hallaba faenando, como era mi costumbre, en las aguas cercanas al Cabo de
Balar. Nunca pusieron hacia su vista aquellos elfos de los que había oído hablar en las
historias de mi pueblo, y que de rara vez veía a los lejos a alguno de ellos, pero aquel
día... aquel día vi algo que no puedo describir con palabras, sin embargo, lo intentaré.
Mientras levantaba las redes vi aparecer por el horizonte un hermoso barco
blanco, pero no fue el barco lo que me enmudeció, de pie en cubierta, se encontraba una
elfa; jamás habían visto mis ojos belleza más pura, sobre su regazo caían ríos de cabellos
oscuros como la noche sin estrellas, con la piel más blanca que cualquier mujer que haya
visto, sus labios carmesíes posados sobre su fino rostro, y su cuerpo, grácil como las
ramas de un sauce. Ante semejante visión no tuve más que dar aparejo y volver a tierra,
con los ojos tan cansados por tan bella y solemne visión.
Noche tras noche, día tras día esperaba que aquel navío volviera a aparecer por el
horizonte. Hasta que un día, encaramado a las rocas volví a ver aquel barco, y en su
cubierta aquella elfa. No sé si fue insensato, tal vez así fue, pero eché a correr como un
poseso siguiendo la estela del navío que costeaba la Bahía de Balar. Corrí y corrí
incesantemente, cruzando los bosques de abedules de la tierra de Arvernien, vadeando
las bocas de Sirion hasta que llegué a un desembarcadero cercano al bosque de Taur-Im-
Duinath, pero no había nadie, ni barcos, ni elfos, ni ella.
Solo y desamparado me eché a llorar allí donde estaba; me sentía ridículo, un
hombre, un pescador, tras una elfa.
Pero algo se iluminó dentro de mí, sentí que ella estaba cerca, sentí esa aura
mágica que rodea a los elfos. Eché a andar hacia dentro del bosque, impulsado por un
aliento inesperado que me dio esperanza para seguir. Continué adentrándome en el
bosque, los árboles eran viejos y nudosas raíces, sus troncos eran anchos y poblados de
musgo. Me sentía solo, muy solo, hasta que en un claro vi a una mujer, era bella, y su
postura infundía respeto, como un sabio a punto de explicar algún tema, o tal vez más
aún, pero no tengo una manera de explicarlo mejor.
Sentada sobre una roca, laúd en mano, recitaba versos de tiempos lejanos, una
descendiente de bardos diría yo que era. Me quedé prendado de las notas que salían de
aquel laúd, los dedos ágiles, rasgaban las cuerdas con armonía mientras la hermosa voz
recitaba palabras de valor, de amor, de libertad. Me acerqué a ella y, como llevado por un
encantamiento, me senté a su lado a oír aquellas historias del pasado.
Las horas murieron y olvidé aquello que perseguía con tanto afán, pero aquellas
canciones me hacían sentir que estaba ya cerca de ella. Las notas cesaron y la mujer me
habló, ya que hasta ese momento no le había prestado gran atención a mi presencia.
- ¿Qué haces aquí? -Preguntó.
-Creo que… puedo contarte, persigo una ilusión, quizá sólo un sueño, y éste tiene la
apariencia de una elfa - le dije como llevado por un deseo de contarle mis afanes.
-Camino peligroso que es ese, los elfos son recelosos y más aún las elfas- me respondió
mientras levantaba una ceja, como subrayando la advertencia.
Yo me quedé callado, por en ese momento no le tome tanta seriedad a su consejo,
y solo pensaba en cómo encontrar a aquella hija de los Eldar.
-Pero nada es imposible, guerrero...
-No soy un guerrero, soy un pescador -le respondí apresurado, nunca me había gustado
que me traten como a alguien que no soy.
-No todas las batallas se libran con espadas y lanzas, guerrero, yo creo que la mayoría se
libran con el corazón- esa frase me hizo pensar y me dio aún más esperanzas para
continuar mi camino.
-Gracias, pero dime, cuál es tu nombre-le dije a la mujer.
-Me llamo Nacilë -me respondió.
Con un simple asentimiento me di media vuelta, no dije nada, pues sentía que la
prisa me alcanzaba, me despedí con ademanes tratando de ser lo más solemne y amable
con aquella mujer tan agradable.
Seguí mi camino, caminé y caminé, hasta que al fin encontré un enorme árbol
rodeado por cientos de pequeñas plataformas iluminadas por candiles de luz azul tenue.
No sé si fue el destino o un simple azar lo que hizo que en ese momento nadie vigilara el
lugar, así que empecé a ascender. Llegué al piso superior y allí estaba ella, la visión más
hermosa que creo yo, hombre alguno vería hasta la llegada de la Dagor Dagorath.
Me arrodillé ante ella, que inquieta, pero a un tiempo calmada, me preguntó:
- ¿Quién sois?
-Soy Meldon Eärendur, humilde pescador de Arvernien y vengo en busca de vuestro amor
- le dije con toda la seguridad que ninguna vez tuve-
- ¿Con qué motivo y derecho venís a reclamar mi amor si tan siquiera me conocéis? – su
tono fue muy severo, tanto que creí que desmayaría y caería hasta los pies de aquel
árbol.
-Con el motivo y derecho de aquel al que ha sido mostrada la más pura belleza que jamás
vería en vida, como aquel que rehúsa a solo contener tu imagen en sus ojos y no en sus
brazos, como aquel que desconsolado por el mundo y con lágrimas angustiosas por un
mundo vacío se le muestra en vida lo bello que hay de tras de la muerte, sin tocar aún la
tumba, y sencillamente, con el motivo sin promesa, pero con la convicción de amarte y
buscar siempre tu felicidad.
De repente, dos soldados elfos se abalanzaron sobre mí, como si ya estuvieran
cerca desde que llegue. Me ataron y vendaron mis ojos. Maldigo al destino, pues fue la
última vez que la vi. Los elfos me llevaron al desembarcadero, podía oír el oleaje y me
subieron a bordo, sentía el vaivén del del barco bajo mis pies.
-Por el amor de Bëor, ¿A dónde me lleváis? - pregunté asustado.
-No puede haber otro castigo por reclamar el amor de la dama elfa de Taur-Im-Duinath
más que la muerte.
Todo se volvió oscuro. Y aquí estoy, camino a mi ejecución en un islote entre las
bocas de Sirion y la Isla de Balar, que es a donde escuche entre la plática de mis captores
donde me llevarían y acabarían con mi desdichado momento.
Todo se siente gris por momentos, yo desamparado, como una brizna de hierba
entre las nevadas cumbres. Legamos al islote y ascendemos a un risco donde una piedra
espera por mi cabeza. Dos elfos me desatan los nudos de las cuerdas que limitaban mis
manos y cuello, tal vez como último favor; no puedo dejar de pensar en ella y su imagen
es lo último que quiero que recuerde mi mente.
Con el sol a mi espalada, veo en el suelo la sombra de un hacha elevándose en el
aire, una sombra que buscaba quitarme la imagen de ella de mí mente, pero la retengo
mientras inhalo aire salino, mis pulmones se llenan; sé que es mi última bocanada de
vida.
- ¡Tye-mélanë! - digo en la lengua de los elfos, con una voz firme y resonante, y con todo
el amor que en toda mi vida hubiera podido darle, inspirado repentinamente por un poder
mayor que mi existencia, y con la imagen de la dama de Taur-Im-Duinath, traduzco esa
frase elfica en mi mente…Te amo.
Lo último que veo es una lágrima brillar sobra la piedra y en la lágrima su rostro.
FIN

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