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Fecha: 19/12/2023
1. Acuérdate de mí
Lord Byron
Mi abuelo materno nació con una sonrisa tatuada. No era una carcajada, sino una
sonrisa de niño jugando en ese rostro anciano.
Los antiguos siempre buscaban un nombre apropiado al nacer, tengo la convicción que
a él lo llamaron Ayiwün. A los veinte años fue arreado al servicio militar, allí su
nombre fue cambiado por Juan, nunca fue de su gusto un nombre de santo y jamás
habló de su nombre antiguo.
Mi abuela María, su mujer, por el contrario, la conocí amarga como natre. Mis once
años me decían que cada surco en su rostro era una profunda huella de discriminación
escrita en su cara.
Mis abuelos maternos eran williche; vivían en la montaña de Alerce, en medio de los
árboles milenarios y tierras vírgenes, donde no era extraño ver pasar al puma en el
rescate de su gato. Ese año, la naturaleza me regaló un verano inolvidable, que el
germen de la memoria, después de tantos años, hace brotar.
Salimos de la ciudad de Osorno al amanecer en tren, mi abuela y yo. Tiene que haber
sido medio día, porque el sol jugaba a trepar directamente por los escalones de mis
trenzas, cuando nos encontrábamos en Alerce. Alerce era el pueblo más cercano a la
casa de mis abuelos. Desde allí tendríamos que viajar el medio día restante. Mi curiosa
niñez se empinó para mirar el pueblo, no tenía iglesia ni plaza. Ese día vi la figura
amenazante de un cura y un alcalde paseándose, como un "Cuco", por la línea del
horizonte. Su calle principal, la única donde solo espíritus de Machi, Lonko y guerreros
de antaño salían a caminar. Los imaginé bailando bajo el sonido de sus rukas
derrumbándose.
Pensé que el olor también le había hecho efecto a ella. Tenía entendido que los caminos
nunca terminaban, porque uno los va abriendo. Analizaba el estado de mi abuela
cuando el pioneta abrió la puerta de la carrocería.
Di un salto de la realidad a la magia, del infierno al paraíso: era la selva. Nítidos
aparecen los árboles milenarios ante mis ojos y mi abuelo sentado en sus raíces, como
un duende al acecho con su eterna sonrisa al final de ese camino.
Un cielo verde se balanceaba sobre mi cabeza, traté de ver el sol, pero solo vi sus rayos
que atravesaban las hojas que caían por las rendijas del cielo, formando una mágica
cascada de lanzas doradas, donde miles de insectos se bañaban dando un colorido que
el hombre aún no ha podido mezclar. Una sola persona no pudo haber logrado tanta
pureza, y como niña williche que era, pensé en los cuatro puntos cardinales, solo ellos
con su fuerza pulieron tanta belleza.
Mi padre me había enseñado a pedir permiso al río y al mar para bañarme. Cuando
chica, él me enseñó a conversar con el mar, hizo que colocara mis dos manos sobre las
olas y le hablara como si fuese mi padre, con respeto y cariño. Así, las aguas y sus
habitantes serían generosos conmigo al tropezar con algún problema dentro de su casa.
En esa época, mi padre me contó la historia oral de nuestro "Taita Wentriao", espíritu
bueno que vive en la costa de mi tierra williche. Sus palabras no eran nuevas, habían
sido escritas en su memoria por los abuelos de sus abuelos, por eso los williche no
olvidan al "Taita Wentriao".
Ahora, un verde mar alzaba sus olas de musgos y enredaderas ante mi mirada. Traté de
elaborar un puente de oraciones, no sabiendo qué decir, cerré los ojos y levanté los
brazos agradeciendo a todas las fuerzas de la tierra, por permitirme entrar a una casa tan
SAGRADA como el río o el mar. Agradecí a la naturaleza porque tenía guardado ese
paisaje como un tesoro, ahora se lo regalaba a mi corazón. Tan llena de vida me sentía,
que muy despacio abrí mis ojos para comprobar que no estaba soñando.
Allí estaba mi abuelo... Y me largué a reír. Me reí casi hasta tener dolor de guata. Mi
abuelo tenía una carreta sin ruedas. La curiosa risa empezó a buscar por los alrededores
las ruedas. Una tremenda duda me vino a la mente, recordé los cuentos de mi madre, de
brujos y duendes, volando sobre el campo... Esperé a que los bueyes se pusieran en
movimiento...
-Viloche se llama esta carreta. Vilo significa culebra; che, significa gente- dijo mi
abuelo, al descubrir mi intrigada sonrisa.
La montaña me enviaba mensajes que no logré entender. Pájaros que nunca antes había
escuchado cantar. Mi abuelo, con su entendimiento recogido en la naturaleza, me iba
enseñando un nuevo alfabeto, que no es tan distinto al de mi tierra, solo hay que saber
interpretar el lenguaje de los pájaros. Posteriormente, cuando llegué a mi casa, le dije a
mi padre que era bilingüe, porque había aprendido el lenguaje de los habitantes de la
sagrada montaña del sur.
Yo no me subí a la carreta. Sentí miedo, podía volcarse, la vi como un trineo gigante.
Luego de andar unos kilómetros y ver a mi abuela que no se le movía ni un pelo, más
parecía una estatua sobre ella, decidí embarcarme.
Ayiwün Sonriente.
Natre Árbol medicinal autóctono, sus hojas y ramas son muy amargas.
Wiliche Gente del Sur. Willi: Sur che: gente.
Machi Principal guía espiritual del pueblo Mapuche.
Lonko Jefe de una comunidad mapuche. En mapudungun lonko= Cabeza.
Taita WentriaoPropio de la religiosidad williche.
C) Un machi williche que hacía brujería y que habitaba en la costa de la tierra del sur.
3. El dedo.
Feng Meng-lung.
A) Su riqueza.
B) Su ambición.
C) Su generosidad.
D) Su prodigiosidad.
B) Porque creía que con ese dedo podría convertir cosas en oro.
D) Porque creía que los regalos que el amigo le dio eran poca cosa.
A) La madre de la protagonista.
B) La abuela de la protagonista.
Según el texto, luego que se derrumbara el muro que la separaba del mundo de los
adultos, ¿de qué se dio cuenta la protagonista?
B) Del valor de las experiencias que vivía por primera vez en el internado.
C) La dificultad que la protagonista había tenido las primeras semanas del semestre.
Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes
puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su
protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío!
Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos
después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros
gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta
sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que
muere para que se repita una escena.
ESCENA QUINTA
Harpagón, Elisa y Cleanto, que hablan bajo y permanecen en el fondo del escenario.
CLEANTO: No.
ELISA: Perdonadme.
HARPAGÓN: Bien veo que habéis oído algunas palabras. Es que hablaba conmigo mismo
de lo difícil que es hoy por hoy encontrar dinero, y me decía que es bien feliz quien puede
tener diez mil escudos encima.
HARPAGÓN: Me alegro de deciros esto, a fin de que no vayáis a tomar las cosas al revés y
a imaginaros que digo que soy yo quien tengo diez mil escudos.
A) "Escena quinta".
C) "¿Habéis oído...?".
D) "Creyéndose solo".
D) Teme que sus hijos sepan que posee una suma importante de dinero.
8. ¿Qué relación tiene Harpagón con Elisa y Cleanto?
A) Es su padre.
B) Es su vecino.
C) Es un hermano.
D) Es un desconocido.
ANTÍGONA (Fragmento)
La escena frente, al palacio real de Tebas con escalinata. Al fondo la montaña. Cruza la
escena Antígona, para entrar en palacio. Al cabo de unos instantes, vuelve a salir,
llevando del brazo a su hermana Ismene, a la que hace bajar las escaleras y aparta de
palacio.
ANTÍGONA: Hermana mía, Ismene querida, tú, que conoces las desgracias de la casa de
Edipo, ¿sabes si Zeus no ha cumplido alguna de sus desgracias, después de nacer nosotras?
No, no hay vergüenza ni ofensa, no hay cosa insufrible que se aparte del mal destino; y
hoy, encima, ¿qué sabes de la ley que dicen que Creonte acaba de imponer a todos los
ciudadanos? ¿Te has enterado ya o no sabes los males que tramaron enemigos contra
nuestros seres queridos?
ANTÍGONA: No me cabía duda y por esto te traje aquí, para que me escucharas tú sola.
ANTÍGONA: Y ¿cómo no, pues? ¿No ha juzgado Creonte, digno de honores, a uno de
nuestros hermanos muertos, y en cambio, al otro tiene deshonrado? Eso dicen: le ha
parecido justo honrar a Etéocles y le ha hecho enterrar de forma honorable bajo tierra. El
pobre cadáver de Polinices, en cambio... dicen que dictó una ley a los ciudadanos,
prohibiendo que alguien le dé sepultura, que alguien le llore, incluso. Y esto es, dicen, lo
que el buen Creonte tiene decretado también para ti y para mí; y que viene para anunciarlo
con claridad a los que no lo saben todavía, que no es asunto de poca monta, ni puede así
considerarse, sino que el que transgreda alguna de estas órdenes será reo de muerte,
públicamente lapidado en la ciudad. Ya no te queda sino mostrar si haces honor a tu linaje
o si eres indigna de tus ilustres antepasados.
ISMENE: No seas atrevida: Si las cosas están así, ate yo o desate en ellas, ¿qué podría
ganarse?
ISMENE: Pero, ¿es que piensas darle sepultura, sabiendo que se ha públicamente
prohibido?
ISMENE: Ay, reflexiona hermana, piensa: nuestro padre, cómo murió, aborrecido,
deshonrado, después de cegarse él mismo, sus dos ojos enfrentado a faltas que él mismo
tuvo que descubrir. Y después, su madre y esposa, pone ella fin a su vida en infame,
entrelazada soga. Más tarde, nuestros dos hermanos, en un solo
día consuman, desgraciados, su destino, el uno por mano del otro asesinados. Y ahora, que
solas nosotras dos quedamos, piensa que deshonroso fin tendremos si violamos lo prescrito
y trasgredimos la voluntad o el poder de los que mandan. Yo, con todo, pido, sí, a los que
yacen bajo tierra, su perdón, pues que obro forzada, pero pienso obedecer a las autoridades:
esforzarse en no obrar como todos carece de sentido, totalmente.
ANTÍGONA: ¡Ay, no, no: grítalo! Mucho más te aborreceré si callas, si no lo pregonas a
todo el mundo.
ANTÍGONA: Si continúas hablando en ese tono, tendrás mi odio y el odio también del
muerto, con justicia.
ISMENE: Ve, pues, si es lo que crees; quiero decirte que, con ir demuestras que estás sin
juicio, pero también que amiga eres, sin reproche, para tus amigos. (Sale Ismene hacia el
palacio; desaparece Antígona en dirección a la montaña. Hasta la entrada del coro, queda la
escena vacía unos instantes.)
CORO: Rayo de sol, luz, la más bella -más bella, sí, que cualquiera de las que hasta hoy
brillaron en Tebas- ya has aparecido, párpado de la dorada mañana. Con rápidas riendas has
hecho correr ante ti, fugitivo, al hombre venido de Argos, de blanco escudo, con su arnés
completo, Polinices, que se levantó contra nuestra patria llevado por dudosas querellas, con
agudísimo estruendo, como águila que se cierne sobre su víctima; por sobre los techos de
nuestras casas volaba abriendo sus fauces, lanzas sedientas de sangre, pero hoy se ha ido,
antes de haber podido saciar en nuestra sangre sus mandíbulas y antes de haber prendido
pinosa madera ardiendo en las torres de la muralla.
ANTÍGONA (Sófocles)
10. ¿Cuál de las siguientes alternativas representa el comienzo del diálogo de Antígona
e Ismene?
(Fragmento)
ACTO I. ESCENA CUARTA
Una calle. (Entran Romeo, Mercucio y Benvolio, con cinco o seis enmascarados
portadores de antorchas y otros, se disponen a entrar a la Fiesta de máscaras de los
Capuleto, familia rival de los Montesco a la cual Romeo pertenece)
BENVOLIO: Ya pasó el tiempo de esas ceremonias, con el compás que quieran que
nos midan ¡Bailemos un compás y nos marchamos!
Salón en la casa de Capuleto. Romeo y sus compañeros ya han entrado a la fiesta de los
Capuleto, en este instante, Romeo observa por vez primera la belleza de Julieta.
ROMEO (A un Sirviente): ¿Quién es esa señora, que enriquece con su preciosa mano a
aquel galán? (Se supone que el galán es Paris, prometido de Julieta).
ROMEO: ¡Oh! ¡Su belleza me deslumbra! ¡Después del baile observaré su sitio y con
mi mano rozaré su mano! ¿Amó mi corazón hasta este instante? ¡Que lo nieguen mis
ojos! ¡Hasta ahora nunca vi la belleza verdadera!
Mientras Romeo conversa a sus amigos, Tybaldo, primo de Julieta, le oye y reconoce.
TYBALDO: ¡Me parece un Montesco, por la voz! (Oye con atención). ¡Niño, trae mi
espada! ¿Que este infame se atreviera a venir enmascarado a deshonrar nuestra solemne
fiesta? ¡Por el nombre y honor de mi familia no pecaré si aquí lo dejo muerto!
(Mientras tanto, Romeo, sin percatarse de que está siendo observado, se acerca a
Julieta).
ROMEO (A Julieta): Si yo profano con mi mano indigna este santuario, (tomando la
mano de Julieta) mi castigo es éste: ¡mis labios peregrinos se disponen a borrar el
contacto con un beso!
JULIETA: No olvides que los santos tienen manos y que se tocan una mano y otra y
palma a palma en el sagrado beso de los romeros en la romería.
ROMEO: ¡Entonces, dulce santa, que los labios hagan también lo que las manos hacen!
¡Ellos ruegan, concédeles la gracia y así no desesperen de su fe!
ROMEO: ¡Entonces no te muevas, que mis ruegos van a obtener la gracia que
esperaban! ¡Ahora, por la gracia de tus labios, quedan mis labios libres de pecado! (La
besa).
ROMEO: ¿Pecado de mis labios? ¡Qué culpa deliciosa me reprochas! ¡Tienes que
devolverme mi pecado! (Entra el Ama).
ROMEO: ¿Es una Capuleto? ¡Oh, qué alto precio pago! ¡Desde ahora soy deudor de mi
vida a una enemiga!
JULIETA: ¡Ha nacido lo único que amo de lo único que odio! ¡Demasiado temprano te
encontré sin conocerte y demasiado tarde te conozco!
(Julieta aparece en una ventana, arriba, sin darse cuenta de la presencia de Romeo).
ROMEO: ¡Silencio! ¿Qué ilumina desde aquella ventana las tinieblas? ¡Es Julieta, es el
sol en el oriente!
JULIETA: Oh, Romeo, ¿por qué eres tú Romeo? ¡Reniega de tu padre y de tu nombre!
Si no quieres hacerlo, pero, en cambio, tú me juras tu amor, eso me basta, dejaré de
llamarme Capuleto.
ROMEO: Te tomo la palabra. Desde ahora llámame sólo Amor. Que me bauticen otra
vez, dejo de ser Romeo.
PARIS: ¡Muchacho, vete y déjame la antorcha! ¡Mas bien apágala, que no me vean!
Recuéstate debajo de esos pinos, pon tu oído en el suelo removido para que nadie pise
el cementerio sin que lo escuches. Si alguien se aproxima, dame un silbido! ¡Ándate
ahora y haz lo que te mando!
PAJE: (Aparte): ¡Pobre de mí! ¡Tiritando de miedo y tener que quedarme entre las
tumbas! (Sale).
PARIS: ¡Oh, dulce flor! ¡Voy a cubrir con flores este lecho nupcial en donde yaces!
¡Todas las noches regaré estas flores, con agua dulce o con el llanto mío! (Se escucha
un silbido del Paje). ¡Me avisa el paje que alguien se aproxima! ¿Qué pies malditos
llegan esta noche a interrumpir el rito del amor? ¿Y qué? ¿Con una antorcha? ¡Con tu
manto, oh noche, escóndeme por un momento! (Sale). (Entran Romeo y Baltazar con
una antorcha, un azadón y una palanca de fierro).
BALTAZAR: ¡Me voy, señor, no te molestaré! (Aparte). Voy a esconderme por aquí.
Sus ojos me dan miedo. ¿Qué se proponen hacer? (Sale)
ROMEO: ¡Me dices la verdad! ¡Debo morir! ¡Para eso he venido, buen muchacho! ¡No
desafíes a un desesperado! ¡Sé bueno, huye de aquí! ¡No agregues otra culpa a mis
pecados desesperándome y enfureciéndome! ¡No te quedes, camina! ¡Vive y cuenta que
un loco permitió que te escaparas!
PAJE: ¡Voy a buscar los guardias! ¡Se pelean! (Sale. Cae Paris).
PARIS: ¡Me muero! ¡Por piedad, abre la tumba y colócame al lado de Julieta! (Muere).
ROMEO: ¡Lo haré! ¡Te juro! ¡Voy a ver de cerca tu cara! ¡Es el pariente de Mercucio!
¡El noble conde Paris! ¡Algo decía mi sirviente en el viaje, cabalgando, que mi alma
confundida no escuchaba! ¿Creo que me decía que Julieta debía desposar al conde
Paris? ¿No es esto lo que dijo? ¡Yo te daré un sepulcro victorioso! ¿Un sepulcro? ¡No,
un faro, joven muerto! ¡Porque donde Julieta está enterrada convertirá el sepulcro su
belleza en un salón de fiesta luminoso! (Lo coloca en la tumba).
¡Amor mío, mi esposa, ya la muerte secó la miel de tu respiración, pero aún no domina
tu belleza! ¡El estandarte de la belleza muestra su escarlata aún en tus mejillas y en tus
labios! No ha llegado a tu rostro todavía, la pálida bandera de la muerte. Ah Julieta,
¿por qué sigues tan bella? Me quedaré contigo todavía, por miedo de esto, y ya no
saldré más de este palacio de la noche oscura. ¡Aquí me quedaré con los gusanos, que
son tus servidores! ¡Fijaré aquí la eternidad de mí descanso y libraré a mi pobre cuerpo
hastiado del maligno poder de las estrellas!
¡Ojos, dadle la última mirada! ¡Brazos, míos llegó el último abrazo! ¡Labios, sellad con
este beso puro un pacto eterno con la muerte ansiosa! ¡Amor mío salud! (Bebe). Buen
boticario, es rápido el veneno y mi agonía termina con la muerte y con un
beso. (Muere).
FRAY LORENZO (Avanzando): ¡Romeo! ¿Y estas manchas de sangre que han teñido
los umbrales de piedra de la cripta? ¿Y estas armas caídas y sangrientas, qué hacen en
este reino de la paz? (Entra a la tumba). ¿Es Romeo, y qué pálido, y el otro? ¡Paris
también! ¡Y están ensangrentados! ¿Qué hora espantosa trajo esta desgracia? ¡Julieta se
ha movido! (Julieta se despierta).
JULIETA: Padre de los consuelos, dime ¿dónde está mi esposo? Yo recuerdo bien la
cita. ¡Y aquí estoy! ¿Y mi Romeo? (Ruido adentro).
JULIETA: ¡Vete de aquí! ¡Yo no me moveré! (Sale Fray Lorenzo). ¿Qué es esto? ¡Es
una copa aún apretada en la mano ya fría de mi amor! ¡Ah, fue veneno el que causó su
muerte! ¿Por qué te lo bebiste todo, ingrato, sin dejar una gota para mí? ¡Voy a besarte
para que tus labios, si han guardado una gota de veneno, me maten con el beso que te
doy! (Lo besa). ¡Están tibios tus labios, todavía!
JULIETA: ¡Oigo un ruido! ¡Me queda poco tiempo! ¡Oh, querido puñal! (Toma la
daga de Romeo). ¡Esta es tu vaina! ¡Aquí te quedarás! ¡Dame la muerte! (Se
hiere). (Cae sobre el cuerpo de Romeo y muere). (Entra la ronda y el Paje de Paris).
No me resulta difícil recordar los inviernos de mi niñez. La casa no era muy grande, por lo
que calefaccionarla con la estufa a parafina tomaba poco tiempo.
Mi madre tejía mientras yo y mis dos hermanos inventábamos juegos por montones para
pasar las tardes de lluvia. La televisión encendida, el olor a eucaliptos del tarro puesto
sobre la estufa para un mejor aroma, las sopaipillas; siempre tardes apacibles.
Dos veces por semana esa tranquilidad se veía algo alborotada por la llegada del carrito
manicero: "Salado, tostado, confitado el maní", gritaba, como podía, un anciano de edad
indescifrable, que ofrecía sus productos recién preparados a las familias de la población.
Antes de aparecer en forma física por el lugar, era característico escuchar el sonido emitido
por una especie de chimenea de mediana estructura, que aparte de emanar vapor por
cantidades industriales, anunciaba su llegada con un estruendoso sonido agudo difícil de
olvidar.
De tanto tocar y tocar el silbato ya casi no escuchaba. La edad hizo lo suyo y su caminar ya
era lento y melancólico. Sumado al frío penetrante de las tardes de invierno de
la capital ,que le han producido una tos bastante preocupante, y a un problema al colon que
lo tiene a muy mal traer, el humor del hombre del carro manicero no era el mejor del
mundo.
Todos salían a su encuentro, los niños y adultos de la población lo recibían con entusiasmo,
hasta los perros vagos salían a su encuentro, más de algún mordisco o ladrido molesto se
llevó, en tantos y tantos años de caminar por las calles de mi ciudad.
Hoy, con bastantes años más en el cuerpo, salgo de mi departamento frío y oscuro del
centro y camino a mi trabajo; en la esquina hay un carro manicero, ahora con nombre
gringo sin silbato y sin forma de barquito. El olor que emana es dulcemente penetrante y
atrayente, el maní es más grande y crujiente, todo impecable.
Si bien, sabía que no era el lugar ni el carro que recordaba de mi infancia, pedí un paquete
de maní confitado. Cerré los ojos y por un momento me transporté a la calle fría y húmeda
donde viví en mi niñez, evoqué el sonido agudo y los gritos de aquel abuelo, fue entonces
que pude oler y sentir ese gusto dulce y áspero del maní confitado. A pesar de todo ese
tiempo, el sabor seguía siendo el mismo.
A) Alegría.
B) Nostalgia.
C) Desilusión.
D) Desesperanza.