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Alejandra Pizarnik

Poemas

A LA ESPERA DE LA OSCURIDAD

Ese instante que no se olvida


Tan vacío devuelto por las sombras
Tan vacío rechazado por los relojes
Ese pobre instante adoptado por mi ternura
Desnudo desnudo de sangre de alas
Sin ojos para recordar angustias de antaño
Sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.

Ampáralo niña ciega de alma


Ponle tus cabellos escarchados por el fuego
Abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies
A tus pies donde mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro
Dile que los suspiros del mar
Humedecen las únicas palabras
Por las que vale vivir.

Pero ese instante sudoroso de nada


Acurrucado en la cueva del destino
Sin manos para decir nunca
Sin manos para regalar mariposas
A los niños muertos

LA JAULA 

Afuera hay sol. 


No es más que un sol 
pero los hombres lo miran 
y después cantan. 

Yo no sé del sol. 
Yo sé la melodía del ángel 
y el sermón caliente 

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del último viento. 
Sé gritar hasta el alba 
cuando la muerte se posa desnuda 
en mi sombra. 

Yo lloro debajo de mi nombre. 


Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de realidad 
bailan conmigo. 
Yo oculto clavos 
para escarnecer a mis sueños enfermos. 

Afuera hay sol. 


Yo me visto de cenizas. 

LA ÚLTIMA INOCENCIA 

Partir 
en cuerpo y alma 
partir. 

Partir 
deshacerse de las miradas 
piedras opresoras 
que duermen en la garganta. 

He de partir 
no más inercia bajo el sol 
no más sangre anonadada 
no más fila para morir. 

He de partir 

Pero arremete ¡viajera! 

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Felicidad clandestina

Clarice Lispector

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto
enorme, mientras que todas nosotras todavía éramos chatas. Como si no fuese suficiente, por
encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a
cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.

No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un
librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era
un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.

Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".

Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella
era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente
monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi
ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole
prestados los libros que a ella no le interesaban.

Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me
informó que tenía Las travesuras de Naricita, de Monteiro Lobato.

Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir
con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la
casa de ella me lo prestaría.

Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba
lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.

Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino
en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a
otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco
rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a
saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me
guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera,
me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.

Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno
y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón
palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que
volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del
"día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.

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Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella
decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta
mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se
ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.

Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa,
humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana
de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión
silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más
extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y
con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías
leerlo!

Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado
descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija
desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue
entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena, le ordenó a su hija:

-Vas a prestar ahora mismo ese libro.

Y a mí:

-Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido?

Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que
una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.

¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que
no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio.
Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa
también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.

Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el
sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui
a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber
dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos
más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser
clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí
orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.

A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo,
en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.

FIN

Lo secreto María Luisa Bombal

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.......... Sé muchas cosas que nadie sabe.
.......... Conozco del mar, de la tierra y del cielo infinidad de secretos pequeños y mágicos.
.......... Esta vez, sin embargo, no contaré sino del mar.
.......... Aguas abajo, más abajo de la honda y densa zona de tinieblas, el océano vuelve a iluminarse. Una luz
dorada brota de gigantescas esponjas, refulgentes y amarillas como soles.
.......... Toda clase de plantas y de seres helados viven allí sumidos en esa luz de estío glacial, eterno...
........... Actinias verdes y rojas se aprietan en anchos prados a los que se entrelazan las transparentes
medusas que no rompieran aún sus amarras para emprender por los mares su destino errabundo.
........... Duros corrales blancos se enmarañan en matorrales estáticos por donde se escurren peces de un
terciopelo sombrío que se abren y cierran blandamente, como flores.
.......... .Veo hipocampos. Es decir, diminutos corceles de mar, cuyas crines de algas se esparcen en lenta
aureola alrededor de ellos cuando galopan silenciosos.
........... Y sé que si se llegaran a levantar ciertas caracolas grises de forma anodina puede encontrarse
debajo a una sirenita llorando.
........... Y ahora recuerdo, recuerdo cuando de niños, saltando de roca en roca, refrenábamos nuestro
impulso al borde imprevisto de un estrecho desfiladero. Desfiladero dentro del cual las olas al retirarse
dejaran atrás un largo manto real hecho de espuma, de una espuma irisada, recalcitrante en morir y que
susurraba, susurraba... algo así como un mensaje.
........... ¿Entendieron ustedes entonces el sentido de aquel mensaje?
............No lo sé.
............Por mi parte debo confesar que lo entendí.
........... Entendí que era el secreto de su noble origen que aquella clase de moribundas espumas trataban de
suspirarnos al oído...
........... -Lejos, lejos y profundo -nos confiaban- existe un volcán submarino en constante erupción. Noche y
día su cráter hierve incansable y soplando espesas burbujas de lava plateada hacia la superficie de las
aguas...
............ Pero el principal objetivo de estas breves líneas es contarles de un extraño, ignorado suceso,
acaecido igualmente allá en lo bajo.
............Es la historia de un barco pirata que siglos atrás rodara absorbido por la escalera de un remolino, y
que siguiera viajando mar abajo entre ignotas corrientes y arrecifes sumergidos.
............Furiosos pulpos abrazábanse mansamente a sus mástiles, como para guiarlo, mientras las esquivas
estrellas de mar anidaban palpitantes y confiadas en sus bodegas.
............Volviendo al fin de su largo desmayo, el Capitán Pirata, de un solo rugido, despertó a su gente.
Ordenó levar ancla.
............Y en tanto, saliendo de su estupor, todos corrieron afanados, el Capitán en su torre, no bien paseara
una segunda mirada sobre el paisaje, empezó a maldecir.
............El barco había encallado en las arenas de una playa interminable, que un tranquilo claro de luna,
color verde-umbrío, bañaba por parejo.
............Sin embargo había aún peor: 
............Por doquiera revolviese el larga vista alrededor del buque no encontraba mar.
............-Condenado Mar -vociferó-. Malditas mareas que maneja el mismo Diablo. Mal rayo las parta.
Dejarnos tirados costa adentro... para volver a recogernos quién sabe a qué siniestra malvenida hora...
............Airado, volcó frente y televista hacia arriba, buscando cielo, estrellas y el cuartel de servicio en que
velara esa luna de nefando resplandor.
...........Pero no encontró cielo, ni estrellas, ni visible cuartel.
...........Por Satanás. Si aquello arriba parecía algo ciego, sordo y mudo... Si era exactamente el reflejo
invertido de aquel demoníaco, arenoso desierto en que habían encallado.
...........Y ahora, para colmo, esta última extravagancia. Inmóviles, silenciosas, las frondosas velas negras,
orgullo de su barco, henchidas allá en los mástiles cuan ancho eran... y eso que no corría el menor soplo de
viento.
............-A tierra. A tierra la gente -se le oye tronar por el barco entero-. Cargar puñales, salvavidas. Y a
reconocer la costa.
............La plancha prestamente echada, una tripulación medio sonámbula desembarca dócilmente; su
Capitán último en fila, arma de fuego en mano.
............La arena que hollaran, hundiéndose casi al tobillo, era fina, sedosa, y muy fría.

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............Dos bandos. Uno marcha al Este. El otro, al Oeste. Ambos en busca del Mar. Ha ordenado el Capitán.
Pero...
............-Alto -vocifera deteniendo el trote desparramado de su gente-. El Chico acá de guardarrelevo. Y los
otros proseguir. Adelante.
............Y El Chico, un muchachito hijo de honestos pescadores, que frenético de aventuras y fechorías se
había escapado para embarcarse en "El Terrible" (que era el nombre del barco pirata, así como el nombre de
su capitán ), acatando órdenes, vuelve sobre sus pasos, la frente baja y como observando y contando cada
uno de ellos.
............-Vaya el lerdo... el patizambo... el tortuga -reta el Pirata una vez al muchacho frente a él; tan pequeño
a pesar de sus quince años, que apenas si llega a las hebillas de oro macizo de su cinturón salpicado de
sangre.
............"Niños a bordo" -piensa de pronto, acometido por un desagradable, indefinible malestar.
............-Mi Capitán -dice en aquel momento El Chico, la voz muy queda-, ¿no se ha fijado usted que en esta
arena los pies no dejan huella?
............¿Ni que las velas de mi barco echan sombra? -replica éste, seco y brutal.
............Luego su cólera parece apaciguarse de a poco ante la mirada ingenua, interrogante con que El Chico
se obstina en buscar la suya.
............-Vamos, hijo -masculla, apoyando su ruda mano sobre el hombro del muchacho-. El mar no ha de
tardar...
............-Sí, señor -murmura el niño, como quien dice: Gracias.
............Gracias. La palabra prohibida. Antes quemarse los labios. Ley de Pirata.
............"¿Dije Gracias?" -se pregunta El Chico, sobresaltado.
........... "¡Lo llamé: hijo!" -piensa estupefacto el Capitán.
........... -Mi Capitán -habla de nuevo El Chico-, en el momento del naufragio...
............Aquí el Pirata parpadea y se endereza brusco.
............-...del accidente, quise decir, yo me hallaba en las bodegas. Cuando me recobro, ¿qué cree usted?
Me las encuentro repletas de los bichos más asquerosos que he visto...
............-¿Qué clase de bichos?
............-Bueno, de estrellas de mar... pero vivas. Dan un asco. Si laten como vísceras de humano recién
destripado... Y se movían de un lado para otro buscándose, amontonándose y hasta tratando de
atracárseme...
............-Ja. Y tú asustado, ¿eh?
........... Yo, más rápido que anguila, me lancé a abrir puertas, escotillas y todo; y a patadas y escobazos
empecé a barrerlas fuera. ¡Cómo corrían torcido escurriéndose por la arena! Sin embargo, mi Capitán, tengo
que decirle algo... y es que noté... que ellas sí dejaban huellas...
............El Terrible no contesta.
............Y lado a lado ambos permanecen erguidos bajo esa mortecina verde luz que no sabe titilar, ante un
silencio tan sin eco, tan completo, que de repente empiezan a oír.
............A oír y sentir dentro de ellos mismos el surgir y ascender de una marea desconocida. La marea de un
sentimiento del que no atinan a encontrar el nombre. Un sentimiento cien veces más destructivo que la ira, el
odio o el pavor. Un sentimiento ordenado, nocturno, roedor. Y el corazón a él entregado, paciente y
resignado.
............-Tristeza -murmura al fin El Chico, sin saberlo. Palabra soplada a su oído.
............Y entonces, enérgico, tratando de sacudirse aquella pesadilla, el Capitán vuelve a aferrarse del grito y
del mal humor.
............-Chico, basta. Y hablemos claro, Tú, con nosotros, aprendiste a asaltar, apuñalar, robar e incendiar...
sin embargo, nunca te oí blasfemar.
............Pausa breve; luego bajando la voz, el Pirata pregunta con sencillez.
............-Chico, dime, tú has de saber... ¿En dónde crees tú que estamos?
............-Ahí donde usted piensa, mi Capitán -contesta respetuosamente el muchacho...
............-Pues a mil millones de pies bajo el mar, caray -estalla el viejo Pirata en una de esas sus famosas,
estrepitosas carcajadas, que corta súbito, casi de raíz.
............Porque aquello que quiso ser carcajada resonó tremendo gemido, clamor de aflicción de alguien que,
dentro de su propio pecho, estuviera usurpando su risa y su sentir; de alguien desesperado y ardiendo en
deseo de algo que sabe irremisiblemente perdido. 

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