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UNIDAD EDUCATIVA PRIVADA “JULIO GARMENDIA”

MARIGÜITAR – ESTADO SUCRE

LITERATURA JUVENIL

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INDICE
Una travesía
mágica……………………………………………………………………….

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UNA TRAVESÍA TRÁGICA
Autor: Jesneiler Rondón
Una adolescente llamada María, de pelo lacio, ojos claros y piel blanca, que todos
al llamarla, le decían: Mariíta y ella, siempre sonriente, respondía amablemente.
Vivía en la costa y había iniciado, reciente mente, los estudios universitarios.
Mientras se preparaba académicamente, le tocaba viajar constantemente desde
su pueblo hasta la ciudad y desde ésta, hasta su pueblo; por lo cual, tenía que
atravesar el mar en un bote que la llevaba hasta el lugar donde tomaba un carro,
para llegar a su sitio de estudios.
Algunos días le tocaba en las mañanas y, otros, en las tardes, incluso, hasta de
noche, debía regresar muy tarde, a su hogar. Muchas veces llegaba cansada
porque el viaje era demasiado fuerte, debido a que los botes se estremecían
mucho por el impacto de las altas olas. Mariíta siempre sentía mucho miedo y,
hasta llegaba a pensar que, algún día se podían voltear y, como ella no sabía
nadar, se podía ahogar.
Al paso del tiempo, poco a poco los botes se fueron deteriorando debido a que los
pescadores no obtenían los recursos necesarios para mantener, en buen estado,
su único medio de transporte; lo que ocasionó cierto descontrol e inquietud en los
pobladores de la costa, gracias al perjuicio que esto les ocasionaba al momento
de viajar, de un lado a otro del mar. María, viendo esta situación, hacía lo
necesario para salir temprano de clases y estar a tiempo en el embarcadero.
En cierta ocasión, cuando regresó al muelle, se percató que muchas personas aún
se encontraban en el lugar, esperando para ir a sus hogares y, como había pocos
botes para trasladarlos a todos, se sentía la angustia en muchos de ellos. Al ver
cómo pasaba el tiempo, más se desesperaban y no les quedó otra alternativa que
acomodarse en el último peñero disponible. “Moncho”, que así le decían al piloto
del bote, viendo el exceso de peso, se negaba a zarpar, pero, por mucho que les
pidió a algunos para que se bajaran, estos no accedieron, para no quedarse allí
hasta el amanecer.
Fue tanto el empeño de no bajarse del bote, que no quedó más que emprender la
travesía; algunos persignándose y otros encomendándose a Dios para que los
llevara, sanos y salvos, a su lugar de destino. El mar estaba de lo más tranquilo,
pero la noche estaba muy oscura. María se sentía muy nerviosa, algo asustada y
no paraba de rezar.
Pasaron los minutos y, cuando iban a media travesía, sienten que el bote se
mueve de un lado para otro, bamboleándose más fuerte, cada segundo que
pasaba; las olas, al chocar contra la borda del peñero, mojaban a los pasajeros y

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entraban por la proa, provocando nerviosismo y descontrol en algunos de ellos,
que gritaban y lloraban descontrolados.
“Moncho” les pedía que se calmaran, que mantuvieran la cordura, que pronto
estarían en tierra firme. Eran tan fuertes las olas que, él no pudo maniobrar y el
peñero se volteó, quedando a la deriva, en medio de la noche.
Mariíta y los demás pasajeros empezaron a rezar y a pedir a Dios por sus vidas;
algunos de ellos no sabían nadar, pero se mantenían a flote, gracias a los
salvavidas que llevaban puestos. Era tanta la fe que tenían, que ocurrió lo
imprevisto, de pronto el mar se calmó y poco a poco, pudieron llegar hasta la orilla,
después de varias horas nadando.
El llanto que se escuchaba por doquier ya no era de miedo, sino de felicidad.
Todos lograron salvarse de aquella horrible experiencia, la cual sirvió para que la
comunidad, en general, tomara conciencia de lo ocurrido y, más aun, se diera
cuenta que, con el mar, no se juega.
María logró abrir los corazones a los gobernantes de turno cuando les narró lo
sucedido, logrando que les donaran peñeros más grandes que permitieran el
traslado de mayor cantidad de personas y así, evitar la travesía de noche. Ella, por
su parte, y a pesar de la amarga experiencia vivida, no desmayó en su
preparación académica y logró convertirse en licenciada, orgullo de la población
que la vio nacer y con los años, se hizo dueña de un bote al que bautizó: “Mar de
plata”, en el cual recorrían la costa, aquellas personas que llegaban al pueblo,
queriendo conocer sus bellezas naturales.
Al pasar el tiempo, aquel naufragio en donde ella estuvo presente, pasó a formar
parte de la historia local.

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UNA AVENTURA EN “LAGUNA CHICA”
Autor: Denismar Cortez
Rosa Isabel, hija de un gran empresario, vivía con su familia en un conjunto
residencial, cerca del mar y, gracias a las travesuras que siempre hacia con sus
amigos, la tenían muy vigilada.
Cierto día, planeó un paseo por el mar para liberarse un poco, de la presión que
sentía por esta constante vigilancia. Siempre se preguntaba, por qué sus padres
asumían esa actitud con ella y, con sus hermanos, no.
Se dirigió a sus padres que estaban sentados en la sala, tomándose un café:
- Padre, quiero hacer un paseo por el mar, en compañía de mis amigos.
Préstame tu yate y le dices a Nicolás que nos lleve, por favor.
El padre, sin mucho reparo, le contesta:
- Como no, hija. Con gusto, pero… ¿Me prometes que no harás travesuras
con tus amigos? Le voy a decir a tus hermanos para que los acompañen.
- Está bien, papá. Lo que tú digas.
Rosa Isabel se retiró a su habitación, después de la conversación con su padre,
algo apesadumbrada. Por mucho que trató, no encontró la alegría, que deseaba
para sí.
- Voy a emprender un viaje por el mar, quiero sentir en mi rostro su brisa
fresca y apartar mi tristeza, viendo los peces saltar sobre el agua.
Llegó el día esperado, era un día resplandeciente y caluroso, bueno para ir de
paseo al mar. Rosa Isabel había invitado a un joven llamado Rodrigo, que a ella le
gustaba mucho. Todos llegaron puntuales al muelle, conformando tres parejas,
más el piloto del yate; quien le dice:
- Niña, cuando quieran, podemos salir. Los llevaré a una pequeña isla
llamada “Laguna Chica”, está cerca de aquí y es muy bonita y acogedora.
Pasaran un día fabuloso.
- Ok. Nicolás, ya vamos a salir.

Falta

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EN EL PASEO DE LA VIRGEN
(anécdota)
Autor: Daniángeles Patiño
Hace mucho tiempo, en un día soleado, específicamente un 10 de septiembre, en
el acostumbrado paseo marítimo en honor a “Nuestra Señora del Valle”, patrona
de la comunidad de Golindano; ocurrió un acontecimiento significativo, que cambió
mi vida.
Ese día, todos los botes destinados a llevar a los devotos a dicho recorrido,
estaban listos y preparados para emprender el viaje por las costas del Golfo de
Cariaco. Los feligreses comenzaron a subirse a sus respectivos botes, a mí me
correspondió, justamente, aquel donde se encontraba la imagen de la virgen.
Hasta ese momento, todo transcurría con entera normalidad, era un día
resplandeciente, el mar estaba tranquilo, en calma total.
Durante el recorrido, las personas cantaban, aplaudían y oraban; compartían
experiencias de hermandad en la fe. Nada presagiaba una tempestad. De repente,
el cielo comenzó a ponerse negro, el mar se tornó embravecido, se picó, como se
diría coloquialmente. Desde ese instante, la angustia y el miedo invadió a todos
los que estábamos en las distintas embarcaciones; la lluvia se hizo presente de
manera inesperada, las gotas eran tan grandes, que golpeaban muy fuerte,
nuestros rostros. El bote comenzó a balancearse de un lado para otro, tan fuerte,
que pensábamos que iba a zozobrar, no había control alguno de la embarcación;
en medio de gritos y desesperación, el capitán del bote intentó, poco a poco,
acercarse a la orilla, logrando que todos pudiéramos bajar y guarecernos debajo
de una churuata que había en el lugar donde llegamos; esperando, que la lluvia
cesara.
Mientras duró ese episodio, pasaron por mi mente tantas imágenes: pensé que no
volvería a ver a mi familia; esa sensación amarga invadió mi corazón, me llené de
mucho miedo, pero, gracias a Dios y a Nuestra Madre del Cielo, pudimos salir
sanos de esa situación.
Al pasar los minutos, el tiempo se fue aclarando, la lluvia cesó, el mar volvió a su
estado de tranquilidad y el sol brilló con mucha más intensidad; después, pudimos
seguir el recorrido, regresando a casa, sanos y salvos.

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VIAJE A SANTA ANA
(anécdota)
Autor: Félix Antonio Rivas
¡Nunca antes había vivido una experiencia como ésta!
En una conversación que tenían mi papá, mi tío Raúl y mi profesor de Desarrollo
Endógeno: Orangel León, donde hablaban de un viaje, sentí mucha curiosidad
acerca de lo que hablaban, sin intervenir en la misma, hasta que escuché:
- Félix. ¿Quieres ir con nosotros?
De manera inmediata y con mucha emoción, contesté:
- ¡sí!
Esa noche preparé mis cosas para el viaje: un morral, agua y comida, entre otras
cosas que me preparó mi mamá. Era tanta la emoción que sentía, que casi no
dormí, pensando en el viaje.
A las cinco de la mañana, mi papá se levantó, pasó por mi cuarto y me llamó; nos
preparamos y salimos para pasar buscando al profesor Orangel y después a mi tío
Raúl, quienes ya estaban listos, esperándonos.
A las seis de la mañana emprendimos el viaje. Luego de casi una hora de caminar
y haber cruzado varios “pasos” del río Marigüitar, nos encontramos en un paraje
donde nos detuvimos y mi papá me dice:
- Esta es la escuela de Santa Cruz
- O sea. ¿Qué ya estamos en la población de Santa Cruz?
Respondí con una pregunta, sin saber del trecho recorrido y, observando hacia el
sitio a donde señalaba mi papá, pude ver que, en el techo de la escuela,
sobresalían unos aparatos de forma rectangular que resplandecían con la luz del
sol; por lo que volví a preguntar:
- ¿Qué son esos aparatos que tiene ahí, la escuela?
- Son unos paneles solares porque aquí, la electricidad tiene muchas fallas,
por lo lejos de la población. Me contestó, a modo de explicación.
Continuamos caminando, no sé por cuanto tiempo y luego nos detuvimos a un
lado del río, para desayunar. En ese momento pasaron unos señores, arreando a
dos burros, cargados de productos de los conucos cercanos; nos saludaron sin
detenerse y prosiguieron su marcha. Después de desayunar, seguimos nosotros,
río arriba.
Durante el recorrido, vi muchos pájaros de diferentes tamaños y colores y escuché
distintos trinos de aves y ruidos de animales que nunca había escuchado,

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tampoco había visto juntas, tantas plantas de maíz, yuca y ocumo; parecía no
alcanzarme la vista para abarcar el espacio. ¡Era impresionante!
Luego de subir y bajar varias lomas y montañas, incluyendo la más famosa de
todas: “Saca lengua”, finalmente, y después de cuatro horas y media de camino y
teniendo mis pies cansados, mi tío Raúl y el profesor Orangel exclamaron:
- ¡Llegamos a Santa Ana!
Con mucha emoción y deseos, bajamos y nos encontramos con unos señores
amigos de papá, mi tío Raúl y el profesor Orangel.
Cuando me encontraba sentado bajo una mata de mango, descansando mis pies,
llegó un señor a regalarme, unos trozos de caña de azúcar que, al morderlos,
sentí revivir las energías en mi cuerpo y, poco a poco, fue cediendo el cansancio.
Luego visitamos a una señora que, era la mamá del dueño de la casa, donde
habíamos llegado y allá nos invitaron a comer una sopa que tenía una carne muy
sabrosa, que nunca había comido. Mi papá me indicó:
- Es carne de lapa
Allí estuvimos un buen rato, conversando, para después regresarnos a la casa del
señor, quien nos trató con mucha hospitalidad y humildad.
Un par de horas después, el señor de la casa nos invitó a comer cachapas con
pescado frito y me pregunté:
- ¿Por qué aquí comen tanto?
Luego observé que allí se trabaja bastante y gastan mucha energía, cuando se
está cultivando.
Cuando decidimos regresar, eran las tres y media de la tarde. Nuestros morrales
estaban llenos de cosas que nos regalaron: papelón, cachapas, casabe y arepas
de maíz. Nos despedimos con mucho cariño y tomamos el camino de regreso.
En el trayecto de vuelta, la caminata era más rápida y mis pies estaban más
cansados, tanto así, que ya no quería caminar más. Todos caminábamos en
silencio, me imaginaba que era por el cansancio.
Nos sorprendió la noche antes de llegar a un sitio llamado: “El tercer dique”; allí
comenzó mi miedo, debido a que también, en ese lugar, nos agarró la lluvia; no
veíamos por dónde caminábamos ni qué pisábamos.
Ya en el “Segundo dique”, el profesor Orangel se detuvo y dice:
- ¡Un momento! ¡Vamos a buscar la linterna que tengo en el morral! Para
poder seguir avanzando, porque ya no veo nada.
Estábamos todos mojados de pies a cabeza y con mucho cansancio.

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Finalmente, a las siete de la noche, llegamos a la casa de mi tío Raúl, donde se
encontraba mi abuelo, esperándonos, con mucha preocupación; sin embargo, nos
preguntó, con una sonrisa en su rostro:
- ¿Cómo les fue en el viaje a Santa Ana?
Nuestra respuesta fue:
- ¡Eso es muy lejos! Y nos reímos todos, al unísono.
Al cabo de unos días, me di cuenta que había perdido las uñas de los pies, debido
al viaje; aun así, me gustó tanto esta experiencia que, si me vuelven a invitar, la
respuesta sería:
- ¡Sí! Porque la gente de Santa Ana, es muy amable y cariñosa.

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AMIGOS EN EL MAR
Autor: Jeannybeth Rondón
Érase una vez una niña llamada Emilia, que vivió un poco alejada del mar, pero
que, a pesar de la distancia, todos los días, muy de mañanita, le pedía permiso a
su mamá para ir hasta la playa para jugar con la arena, con las olas y disfrutar del
sol; el estar ahí, la hacía sentirse libre.
Esta niña tenía una imaginación tan grande que, al estar cerca del mar, pensaba
en cómo sería convertirse en sirena y poder convivir con los delfines, ballenas,
caballitos de mar, tortugas marinas y, construir, junto con ellos, un hermoso sitio
debajo del agua, donde sólo reinara, el amor y la amistad.
Un día, Emilia estaba sentada en la orilla del mar cuando, de repente, se le
apareció una bella tortuga marina; ella, muy asombrada, la tomó en sus brazos y
empezó a saltar de felicidad. Como su imaginación siempre la acompañaba, sintió
que la tortuga estaba indefensa y le preguntó:
- ¿Por qué estás triste, tortuguita? Si vives en un lugar maravilloso, donde
cualquiera quisiera estar.
La tortuga le responde:
- Estoy triste porque allá en el fondo del mar, donde piensas que todo es
maravilloso, no tengo amigos porque dicen que soy muy lenta y por eso me
juzgan.
Emilia le contestó, entonces:
- ¡Tranquila, amiga! Desde este momento te prometo que seré tu mejor
amiga.
Dicho esto, decidió llamarla “Tina”. La tortuga se sintió feliz y aceptó ser la amiga
de Emilia y se regresó, nuevamente, a su mundo marino.
Emilia, después de haber vivido esa experiencia maravillosa y sabiendo que, al
contarlo, nadie le creería, decidió callar y guardar el secreto como un tesoro,
volviendo alegre y sonriente, a su casa.
A la mañana siguiente, con la esperanza de volver a encontrar a su nueva amiga
“Tina”, Emilia se dispuso para ir a la playa y, una vez allí, comenzó a llamarla.
“Tina”, al escuchar la voz de Emilia, llamándola, salió a su encuentro y la invitó a
recorrer las profundidades del mar. En ese momento, Emilia sentía que su sueño
más deseado se estaba haciendo realidad, no, tal como lo había soñado siempre,
pero si, al saber que había en el mundo en donde era amada y donde podía
compartir con su mejor amiga. Emilia gritó fuerte:
- ¡Esto es maravilloso! ¡Siento tanta felicidad!

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Después del paseo con “Tina”, Emilia salió del mar y regresó a su casa, encantada
con esa hermosa aventura que había tenido, con su mejor amiga.
A partir de entonces, Emilia acudía todos los días a la playa, para encontrarse con
“Tina” y disfrutar, juntas, del mar, del susurro de las olas y, por supuesto, de su
maravillosa amistad.

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LA ESPERANZA
Autor: Bárbara Brito

Érase una vez en un bosque muy alejado de la ciudad, que dio comienzo a gran
parte de este relato. Una chica pelirroja se encontraba dormida debajo de un gran
árbol que, en muchos cuentos e historias, es un mito. Dicho árbol podía curar
cualquier enfermedad conocida por el hombre, pero, el fruto del mismo, para ella,
era inalcanzable, ya que, al ser éste, demasiado alto, no podía trepar y agarrar
uno por temor a caer desde esa gran altura.
Isabella, que así se llamaba la chica, quería curar a su madre de una enfermedad
que acabaría con ella al cabo de cinco meses, si no encontraban la cura a tiempo
y, a raíz de esto, ahora ella se encontraba en este bosque que, al ser tan
misterioso, nadie se atrevía a entrar en él.
Antes de emprender su viaje, se despidió de sus seres queridos, planteándoles la
idea de curar a su madre con una fruta que, en leyendas e historias de antaño, era
un mito o, de alguna manera, algo imaginario y, aunque muchas personas trataron
de disuadirla de su empresa diciéndole que, las cosas pasaban por alguna razón y
que, la muerte, era algo imposible de impedir, no lo lograron.
Sin restar importancia a lo que muchos le dijeron, ella quería salvar la vida de su
madre; mucho más, al recordar que su padre había fallecido dos años antes y,
perderla también a ella, le haría demasiado infeliz.
Isabella se armó de valor y, en un bolso, metió lo necesario para sobrevivir, como
mínimo, dos semanas: enlatados, linterna, cuchillo, una sábana para el frío y, por
supuesto, en su corazón, mucha fe puesta en Dios y la esperanza de que
encontraría lo necesario para salvar a su madre. De camino al bosque, iba tan
pensativa, que no se dio cuenta cuando estuvo en él, hasta que tropezó con una
roca y rodó un trecho por un cerro, perdiendo la conciencia durante cierto tiempo.
Al despertar, el sol la segó y al recuperar totalmente la conciencia, se encontró
con aquella maravilla que tenía delante de ella: flores de diversos colores,
pequeños animales silvestres que se acercaban a ella para observar su llamativo
cabello rojo y, también, un agradable olor que llegó a su nariz.
Avanzó ´por un sendero que la llevó a una hermosa casa en medio del bosque,
ésta tenía la puerta abierta de par en par, por lo cual pudo entrar sin ningún
inconveniente. Dentro se encontraba una mujer, con un gran pastel de fresa sobre
una mesa, la cual le dijo al verla:
- Yo sé qué buscas en este bosque.

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Esto sorprendió mucho a Isabella, ya que ella no le había comentado a nadie, cuál
sería el motivo ni el lugar de su viaje; por eso preguntó:
- ¿Quién es usted? y ¿Cómo sabe a lo que he venido a este bosque?
- Mi nombre es Clara – Respondió la aludida – Y si buscas algo para
beneficio propio, nunca lo encontrarás, pero, si es para otra persona, aquí
lo tendrás.
Después de haber dicho esto, y sabiendo cuál era el motivo que había llevado a
Isabella hasta allí, preguntó con decisión:
- ¿Quieres ver el árbol que lo cura todo?
- A eso he venido hasta este lugar desconocido para mí.
- Entonces, camina por el sendero que ves al frente y lo encontrarás. No debes
desviarte hacia otro lado.
Al escuchar las indicaciones de la desconocida, casi corriendo, se encaminó por el
sendero señalado por la extraña mujer, no sin antes agradecer por las
indicaciones recibidas. al llegar al final del recorrido, se deslumbró con el
gigantesco árbol que encontró en su camino, éste tenía grandes raíces y un tallo
muy alto para sus propósitos, ya que los frutos multicolores de aquella singular
especie, se encontraban demasiado lejos de su alcance, lo que la hizo sentirse
frustrada y se sentó a llorar al pie del enorme árbol; quedándose dormida.
Al despertar y ya repuesta del cansancio el ajetreo de la caminata, sintió hambre y
se dirigió de vuelta a casa de Clara, quien, al verla, la invitó a sentarse a la mesa,
sirviéndole un plato con pastel y un vaso de jugo.
Después de esto, Clara le dijo:
- Ya que no te has dado por vencida, te daré un regalo – Y sacando del
bolsillo de su vestido, un frasco que brillaba en tonos de diferentes colores,
lo extendió a Isabella – Con este líquido podrás devolver la salud a tu
madre.
Apresuradamente saca del morral las cosas que había llevado y las coloca sobre
la mesa, toma lo ofrecido con mucho cuidado y lo coloca en el fondo del morral,
teniendo cuidado que fuera a romperse en el trayecto. Con gestos de
agradecimiento se despide de Clara y emprende el camino de regreso, llevando
consigo la esperanza para curar a su querida madre.
Ya en casa, le da a la madre la pócima ofrecida por Clara y, el resultado fue
inmediato, como por obra de Dios, la señora empezó a mostrar síntomas de
mejoría hasta recuperarse completamente.
Isabella dio gracias por haber encontrado, en aquel paraje solitario, a una persona
que, sin siquiera conocerla, le ayudó a recuperar la salud de su amada madre,

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evitándole una muerte temprana y dándole, al mismo tiempo, la posibilidad de
disfrutar de su amor, compañía y comprensión por muchos años.
EL NÁUFRAGO AVENTURERO
Autor: Johan Barrios

Una mañana del inicio de un fin de semana, el supervisor de un varadero llama a


su jefe y le pide prestada su lancha de pesca, que allí guardaba. El jefe le da
permiso de tomarla, ya que siempre había demostrado ser un hombre responsable
y de confianza; sin embargo, le pide tener mucha precaución y cuidado con la
lancha, además de querer saber a dónde pensaba ir. El supervisor, después de
agradecer por la confianza y el préstamo de la lancha, responde que tenía
pensado hacer un paseo y pescar.
Esa mañana había invitado a pasear a una hermosa chica, con la cual llevaba una
aventura amorosa y ella, muy gustosa, aceptó la invitación. Se prepararon para
salir, el día estaba soleado y el mar en calma; y así, muy entusiasmados, salieron
a navegar.
Después de, aproximadamente, dos o tres horas de navegar, el día cambió de
soleado a nublado y, repentinamente, comenzó a llover y a soplar un fuerte viento.
Los tripulantes, con la poca experiencia de navegación, se asustaron por la
escasa visibilidad y el fuerte oleaje que, poco a poco, llenaba la lancha de agua
hasta que, una enorme ola, la volteó. Ambos cayeron al mar, logrando agarrarse
de unos envases de plástico que flotaban cerca de ellos. Así se mantuvieron por
algunas horas, aguantando el frio y sufriendo el temor de que los arrastrara la
corriente más allá de donde se encontraban.
Ya muy cansados y sufriendo de hipotermia, casi a media noche, un bote, con dos
pescadores, lograron verlos y los ayudaron, llevándolos hasta la orilla. Estando en
tierra firme, contaron lo que había sucedido y se les avisó a los familiares que
habían aparecido y que estaban bien.
Los pescadores que los rescataron, le comunicaron al dueño de la lancha que ésta
se hallaba flotando en alta mar y que ellos, lo llevarían al lugar del suceso.
Al amanecer, salió un personal del varadero, guiado por los pescadores, para
localizar la lancha y regresarla a tierra.
El supervisor y su acompañante, después de haber recuperado completamente su
condición física, agradecieron enormemente a aquellos dos pescadores por
haberlos salvado de una muerte segura…

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CORAZÓN MARINERO
Autor: Renata Boada
Desde niña, siempre me ha gustado el mar, no sé si es por el hecho de haber
vivido siempre, muy cerca de la playa o por la sensación de calma que me
transmite. Soy Katherine Smith, una simple chica que quiere terminar la
secundaria y poder navegar libremente. Desde que tengo memoria, mi sueño
siempre ha sido navegar y conocer los profundos mares, saber qué hay después
de las montañas que suelo ver a diario.
Me levanto cada mañana, lista para iniciar otro día: ducharme, vestirme,
desayunar y partir a mi colegio. Desgraciadamente, en esta ocasión, mi día no ha
empezado de buena manera, nada más abrir los ojos, me doy cuenta que se me
olvidó programar mi despertador, así que, como un rayo, salgo directo a la ducha.
Luego de vestirme apresuradamente, corro hacia las escaleras. ¡Mala idea!
¡Tremendo chichón que me aparecerá por el fuerte golpe en la frente! Estoy
segura, pero no tengo tiempo para pensar en eso. Así como puedo, me las arreglo
para llegar a la cocina y coger una manzana para comer en el camino.
Nada mas pisar el primer escalón del instituto, el guardia de vigilancia me hace un
interrogatorio del porqué de mi tardanza, entonces me veo obligada a inventar una
excusa para quitármelo de encima; consigo llegar al pasillo que da con mi salón y,
en mi mente, otra excusa para poder ingresar.
Al entrar, todos me quedan viendo. ¡Normal!¡Acabo de llegar tarde! Decido abrir mi
boca para decir lo que había pensado, pero el profesor no me deja emitir ninguna
palabra, pues, me manda de inmediato a la Dirección, por mis retrasos.
¡Genial!¡Mi día no ha podido empezar mejor! La Directora, tan amable, ha decidido
darme una semana de suspensión. ¡¿No es genial?! En fin, felizmente voy
cantando una de mis canciones favoritas, por el camino que lleva de regreso a mi
casa; al entrar, mi mamá me da tremendo sermón por mi falta de compromiso con
el instituto.
Harta de todo, decido largarme a la playa; encontrándome la agradable sorpresa
de que, el botecito de mi vecino, se encuentra junto a la orilla, así que, con mucho
cuidado, le quito las cuerdas atadas a él, luego me subo y empiezo a remar
rápido, sin que se den cuenta de mi presencia.
Al ver que me encuentro lo suficientemente lejos, dejo de remar y me concentro en
observar alrededor y me pongo a pensar en lo que me dijo mi mamá:
- ¿Cómo quiero navegar y saber todo sobre el mar sin siquiera haber
terminado la preparatoria?

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Porque estoy más que segura, que quiero hacer eso toda mi vida, pero, para
cumplir ese sueño, es necesario terminar con mis estudios, primero.
Mi corazón se encuentra en el mar y es ahí, donde pertenece; por eso, haré todo
lo posible para hacer mi sueño realidad.

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LAS MIL Y UN ALMAS
Autor: Isaac Saud
Esta es mi historia, la historia del doctor que, no sólo sana a personas, sino que
también, sanas almas; pues verán, mi nombre es Sam, nací con un don muy
particular; puedo ver la verdadera forma de las personas, eso quiere decir que,
veo su alma, sus verdaderos “yo”.
¡Sé lo que están pensando! ¿Un doctor que sana almas? Esa sería una manera
de verlo, pero, no es exactamente mi trabajo, tuve una muy mala infancia y, por
“mala”, me refiero a difícil.
Todos me creían un fenómeno, así que empecé a pensar en mi futuro, en busca
de olvidar mi pasado, por eso me volví doctor, fui muy bien recibido en el Hospital
de San Luis, no es la gran cosa, pero, queda cerca de donde vivo; pienso que mi
trabajo es más bien: “Conoce el interior y conocerás el exterior”, he ahí el dilema,
si conozco su verdadera forma, conoceré más a la persona.
Llevo trabajando aquí, más de un año y se imaginarán la cantidad de almas que
he conocido, buenas y malas, todas muy parecidas, algunas son carismáticas,
dulces, simpáticas, alegres y, en algunas ocasiones, son obscuras, vacías, tristes,
y puedes ver cómo las personas viven siendo infelices.
Pero, como todo lo bueno también trae algo de malo ¿O no? Sucede que: ¡He sido
bendecido con este don! Ver almas humanas, su verdadera forma, pero, también
he sido maldecido…Yo no tengo alma, estoy vacío y no se siente nada bien.
Recuerdo muy bien el día en que conocí el alma más pura y blanca como la nieve.
¡Dios! ¡Era hermosa! Sí que lo era. El 13 de septiembre recibimos una llamada de
emergencia, una niña de 8 años, con trauma en la cabeza, al parecer se cayó y
sufrió un golpe muy fuerte. Recuerdo verla entrar, estaba inconsciente, parecía un
ángel; así que actuamos rápido para hacerle un control o una revisión de su
estado: presión arterial, ritmo cardiaco. ¡Ese tipo de cosas rutinarias en estos
casos! Tras un profundo análisis a la situación, al golpe y a las funciones
generales, la llevamos a hacerle una tomografía para verificar que no hubiera
daños internos. Por suerte, no los tenía, a pesar del golpe recibido, tuvo suerte,
pero…no despertaba, quedó en coma a causa de la lesión.
Decidí hacerme cargo de ella mientras se recuperaba, sus padres estaban muy
angustiados; hablé con ellos, les dije que cuidaría muy bien de su hija. Su nombre
era Sara. ¡Lindo nombre! ¿No les parece?

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Ahí empezaron los mejores 30 días de mi vida, el día en que conocí el alma de
Sara. Podía ver un destello blanco emergiendo de su cuerpo, era todo blanco
como la nieve. ¡De pronto se presentó!
- Hola…Oh… ¡¿Es usted un doctor?! ¿Cuida de mí?
Sólo pensé: ¡Dios mío!¡Es hermosa! Con los ojos llenos de lágrimas, le respondí:
- Sí, así es…yo cuidaré de ti hasta que mejores
Sara contestó:
- Agradezco la atención, doc. Jijiji… Rió con cierta inocencia
- Llámame Sam, sólo Sam. Le dije
Desde entonces, día tras día, nos vimos y nos saludamos hasta aquel, cuando me
dijo:
- ¿Puedo hacerle una pregunta, Sam?
- ¡Claro! ¿Sobre qué? Respondí
- Es que todos aquí tienen un alma, pero…usted no tiene una ¿Por qué?
- Oh!!!...Verás Sara, puedo ver almas humanas, he sido bendecido con ese
don, pero, al mismo tiempo, maldecido al no poder tener una. Acoté, entre
sorprendido e incrédulo.
- Me parece injusto, doc. Creo que todos, sean buenos o malos, deberían
tener un alma. ¿Sabe qué? De ahora en adelante, lo seguiré a todos lados.
Seré su alma temporal. Aseguró con mucha firmeza.
Sólo lloré, no tuve otra reacción. Desde ese momento, ella cumplió su palabra y
me siguió día tras día, era hermoso no sentirse solo…por unos días.

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LA LUCHA POR ENTERDERME
Autor: Jeisyree Gutiérrez
Cuando los españoles trataron de apoderarse de nuestras tierras, mi aldea, al
igual que las demás, crearon pequeños grupos de guerreros para que las
defendieran, escogieron a los jóvenes más valientes y fuertes para formar parte de
ellos; seguramente yo les daba esa impresión, por lo cual me habían escogido
también, pero, para ser sincero, yo no me sentía así, siempre me veía diferente a
los otros varones, nunca me gustaba hacer lo que los demás hacían y, por eso,
prefería quedarme con las mujeres, a esperar que llegaran de la guerra; aun así,
debía ir por todo lo que pensarían las demás personas y no quería decepcionar a
mi familia, ni que pensaran que no era hombre, aunque no me sintiera como tal.
Alisté mis cosas y me despedí de mis padres; mi madre lloraba
desconsoladamente, con miedo de que algo malo pudiera sucederme y, mi padre,
se sentía muy orgulloso, nunca olvidaré su cara de felicidad:
- Éste es el muchacho que yo formé, todo un hombre – dijo mi papá. Cuídate,
por tu madre, recuerda que estamos orgullosos de quien eres.
Esas palabras me daban cierto aliento y, al mismo tiempo, me desconsolaban,
pensaba que, sí estaba haciendo lo correcto, pero, si lo fuera o no, ya no podía
dar marcha atrás, debía seguir adelante, sin importar las consecuencias.
Pasamos doce días caminando. En ese recorrido nos íbamos preparando para
todo lo que pudiera ocurrir, sin embargo, no lograba estar al mismo nivel de mis
compañeros, ellos tenían una fuerza y resistencia que yo no poseía; pero, nunca
dejaba de esforzarme, aunque estuviera cansado de la caminata, los
entrenamientos o el no poder dormir en ese suelo tan duro.
Lo más difícil de todo, era no poder contarle a los demás, cómo me sentía, todos
se burlarían y me rechazarían por no tener suficiente hombría, eso sería
decepcionante para mi padre.
Tras unos días, Mathias, quien era uno de mis compañeros, se dio cuenta de lo
que estaba viviendo y, así descubrí, que nos encontrábamos en la misma
situación; él me ayudó a comprender que, lo que estaba haciendo, lo hacía por mi
aldea y mi familia, que no importaba si me sentía hombre o no, que todo lo que
pasaba por mi mente era parte de mi transformación, que sentirse y ser diferente
no es malo, todo lo contrario, es normal.

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MI VIAJE A SANTA CRUZ
Autor: Jesús Millán
Santa Cruz es una población rural ubicada al sur de Marigüitar, enclavada en un
pequeño valle cobijado por las sombras de la cordillera de la costa, a orillas del río
que lleva el nombre de la capital del municipio. A esta comunidad, agrícola por
excelencia, se puede llegar a través del sendero que se inicia en la vía nacional y
se interna, río arriba, algunas veces formando parte del lecho seco o cruzándolo
de lado a lado y, otras tantas, bordeándolo entre laderas y montañas.
En cierta ocasión en que tío Juan y mis primos Pedro y Miguel, preparaban una
visita a Santa Cruz, les pedí que me permitieran acompañarlos, ya que no conocía
esa zona montañosa, a pesar de haber vivido siempre en el pueblo; para lo cual,
tenían previsto salir con el clarear del día y así, adelantar camino antes de que
calentara el sol.
Después de haber caminado por espacio de una hora, tío Juan se detiene para
descansar un rato y nos dice:
- ¡Muchachos! Beban un poco de agua que todavía nos espera un largo
trecho por recorrer.
- Yo traje mi botella de agua para el viaje – dijo mi primo Pedro.
Cada uno sacó su cantimplora del morral y mitigó su sed, para luego continuar el
largo camino.
A medida que avanzábamos, nos íbamos encontrando con personas que bajaban
con sus cargas de productos para la venta; con esa afabilidad del hombre de
campo y su humildad consuetudinaria, saludaban amigablemente, aun sin
conocernos.
En un momento de la caminata nos tropezamos con un señor a quien tío Juan, le
dirigió la palabra:
- Buenos días, mi don. Usted me parece conocido.
- ¡Claro señor Juan! ¡Nos conocimos en Marigüitar! – Le contestó el aludido.
- ¡Ah, sí! ¡Tienes razón, ya me acuerdo!
Después de un rato de conversación, nos despedimos y continuamos, cada quien,
su largo recorrido. Luego de haber andado un largo trecho y comenzando a subir
una loma empinada, uno de mis primos pregunta:
- ¿Falta mucho todavía?

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En el momento en que tío Juan quiso voltear para responder, tropezó con una
piedra y resbaló hacia la orilla del río, mientras nosotros corríamos de regreso,
buscando la manera de llegar hasta donde había caído, para auxiliarlo. Al llegar al
lugar donde se hallaba, comprobamos que no podía levantarse y la angustia se
apoderó de nosotros al no saber cómo actuar en ese momento y, cuando tratamos
de levantarlo, los gritos de dolor eran intensos, lo que nos hizo suponer que había
sufrido alguna fractura.
Algunas personas que pasaban en esos momentos se acercaron para tratar de
ayudar y al ver lo grave de la situación, cortaron dos largos palos y nos pidieron
que nos quitáramos las camisas, las cuales ensartaron en dichos palos y las
abotonaron a manera de camilla.
Uno de mis primos, con la angustia del caso, preguntó si eso aguantaría el peso
de su papá, a lo que le contestaron que no se preocupara, que eso soportaría sin
romperse.
Con el mayor de los cuidados, logramos colocarlo sobre aquella rústica parihuela y
cuatro de los más jóvenes y fuertes de los que nos ayudaron, siendo expertos en
andar por esos senderos, levantaron la improvisada camilla, emprendiendo el
camino de regreso, mientras nosotros tratábamos de mantener el paso que ellos
llevaban.
Después de dos horas y media de camino llegamos al ambulatorio, en donde se le
hicieron los exámenes respectivos corroborando lo que ya suponíamos, por lo cual
tuvo que ser trasladado a un centro asistencial con mayor capacidad para que le
hicieran las curas y estabilización respectiva.
Algunos meses después de haber estado prácticamente inmovilizado y de haber
cumplido con la terapia respectiva, pudo tío Juan retomar, poco a poco, algunas
de las actividades que había desempeñado hasta el momento del accidente.
En vista de que no podía realizar un viaje tan difícil para su estado, como el de ir
río arriba, camino de Santa Cruz, les pidió a sus hijos que se llegaran hasta allá e
invitaran a las personas que lo habían ayudado para que asistieran a una reunión
que había propuesto como agradecimiento por el favor que le hicieron, en el
momento oportuno.
En esta ocasión hicimos el recorrido nosotros solos, tomando en cuenta que
habíamos andado un largo trecho la vez anterior; al llegar preguntamos por las
personas que íbamos buscando y les pusimos al tanto de la petición de tío Juan,
lo que aceptaron con mucho entusiasmo; además de que, entre ellos, acordaron
preparar una bestia para que el enfermo pudiera visitarlos y regresarse en el
momento que lo creyera oportuno.
Gracias a la buena voluntad de estos señores pudimos, esta vez, disfrutar de una
estadía placentera en Santa Cruz.

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CAMILA: LA PERRA HEROÍNA
Autor: Wilson Henríquez
Había una vez, un niño llamado Luis que vivía bajo el seno de una familia muy
humilde, pero, unida y consolidada, con muy buenos valores.
Luis tenía una perrita que le había puesto por nombre: “Camila”. Él, siempre la
llevaba a correr por la playa, jugar con las olas, sacar cosas enterradas en la
arena; eran muy unidos y les gustaba estar juntos.
Un día salieron de pesca y, por supuesto, no podía faltar “Camila” en ese viaje, ya
que, al mismo tiempo que se distraía viendo el vuelo de los alcatraces, gaviotas y
otras aves; mantenía alerta a los tripulantes por los constantes ladridos que
profería y, a veces, se lanzaba al agua siguiendo alguna rama que pasara por el
lugar.
En esa ocasión era tiempo de pesca abundante, se veían los cardúmenes de
sardinas en el mar y a los peces depredadores, dándose festín con ellos. La
cantidad de botes que se hallaban en el lugar para aprovechar aquella ocasión,
era bien significativa.
Muchos de los presentes, por no conocer las habilidades de “Camila” se
asombraban al ver la reacción del animal al observar que se acercaba algún
pescado, arrastrado hasta la borda, por el nailon de alguno de los tripulantes.
En medio de la faena de pesca ocurrió un hecho que asombró mucho más a los
presentes, además del susto que les produjo ver, rozando la borda de los botes, la
aleta de un gran animal que ellos identificaron como tiburón ballena o tintorera, la
cual se encontraba, al igual que los pescadores, aprovechando el tiempo de
abundante pesca.
Sin dar tiempo a que la detuvieran, “Camila” se lanzó del bote encima de la
ballena y comenzó a morder la gran aleta que asomaba del mar, tal vez, queriendo
así, ahuyentar al gigante animal. En vista de que la ballena no se alejaba, la fiel
“Camila” empezó a alejarse de ellos y la ballena a seguirla hasta cierta distancia,
mientras que Luis, desesperado y angustiado, temiendo por la vida de su noble
compañera, gritaba y lloraba llamándola insistentemente, pero ella no le obedecía.

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Mientras esto ocurría, alguno de los tripulantes pudo tomar evidencia de lo
acontecido, lo que llegó a convertirse en primicia, no sólo local y regional, sino
también, nacional; catalogando a “Camila” como “la perra heroína”.

LA OLA DE CALOR
Autor: Henry Quintero
Hace muchos años, en un pueblo de la costa del estado Falcón, una embarcación
se disponía a zarpar a su faena de pesca, con once tripulantes a bordo. Era una
noche tranquila, hacía buen tiempo y había que aprovechar la abundante pesca
que se presentó por aquellos días; nada presagiaba lo que vivirían al estar
navegando mar adentro, ya que, por mucha calma que haya, nunca el calor se
hace tan insoportable como en aquella ocasión.
A medida que navegaban y se alejaban de la costa, los pescadores iban sintiendo
un sofocante calor como nunca lo habían sentido antes, nadie en el barco se
explicaba tal acontecimiento y, para calmar el sopor que producía la inquietante
falta de brisa, se desvistieron para calmar el sudor corporal, mientras se
mantenían alertas y preparados para actuar rápidamente, en caso de hallar el
cardumen, pero, llegó un momento en que todos empezaron a sentir que se
ahogaban y decidieron dar marcha atrás.
La noche era tan oscura que ni siquiera las estrellas se veían brillar en el
firmamento y la angustia de no encontrar el rumbo correcto, les invadió, el temor
de perderse les hacía dudar si realmente llevaban la dirección correcta y todo
parecía indicar que sucumbirían antes de llegar a la costa; todos, a su manera,
invocaban a Dios para que les permitiera regresar con bien. En medio de la
oscuridad y de la duda, se orientaron y pusieron rumbo al pueblo, esperando
encontrar alivio en el resguardo del hogar, pero, al llegar, encontraron que todos
allí estaban tan angustiados como ellos mismos, ya que tampoco encontraban la
forma de mitigar tanto calor.
Los más pequeños lloraban y los mayores se desesperaban por no saber cómo
calmar el clamor de sus hijos y de los más ancianos. En medio de tanta angustia,
los hombres se organizaron y emprendieron la marcha en busca de agua, ya que,
la poca que tenían, era insuficiente para paliar la situación. Todos marchaban en
silencio, parecía una reata de bestias detrás de su amo, tratando de hablar lo
menos posible para evitar el mayor desgaste físico y regresar, antes de la salida
del sol, para evadir el sofocante sol, en plena caminata.

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Además del tiempo de sequía que estaban pasando, ahora se sumaba este calor
tan intenso que resecaba aún más la tierra y ponía en peligro sus vidas. El cura
permanecía en oración solicitando la piedad y clemencia divina, las mujeres más
ancianas se mantenían al pie del altar implorando por la salvación y bienestar de
sus familiares y conocidos, mientras que, el gobernador hacia lo posible por
solventar, de alguna manera, aquella tragedia que estaba viviendo la población.
El calor que se sentía era tan atroz que la poca agua que existía, no daba abasto
para satisfacer las necesidades corporales, por lo que, los mayores optaron por
morder trozos de cardón y dejar las reservas para los más débiles, evitando, en lo
posible, exponerse a los rayos del sol.
Los hombres que habían salido en busca de agua procuraban, por todos los
medios, no sufrir deshidratación severa y andaban, lo más aprisa posible, de lo
que les permitían sus resecos y agrietados pies y para no consumir el agua que
cargaban, cortaban trozos de tuna y cardón que les servían, al mismo tiempo, para
mitigar en algo la sed y como protector del cuerpo, mientras lograban llegar al
pueblo.
Así permanecieron durante dos largos y angustiosos días, casi sin comer para no
consumir la poca agua en la preparación de los alimentos y no exponerse al calor
del fogón.
Al amanecer del tercer día de aquel suplicio, ya sin esperanzas de que llegara
ayuda alguna, casi desfallecidos por la deshidratación sufrida, observaron
pequeños nubarrones que se iban formando en el horizonte y mucho más crecían
las ansias por ver caer la lluvia que les ahuyentara aquel sopor tan intenso; con
las súplicas a flor de labios y el llanto en los ojos, se preguntaban qué tanto
habían ofendido a Dios para merecer tanto suplicio y, a media mañana, el cielo
abrió su caudal de agua inundando todo a su paso.
Las lágrimas de los jóvenes y ancianos, de hombres y mujeres, se confundían con
la lluvia que caía a cántaros; muchos de ellos de rodillas en plena calle, en la
iglesia o dentro de sus casas; algunos de manera solitaria y otros en compañía del
familiar o conocido más cercano, tomados de la mano o abrazados por la emoción
del momento, dedicaban oraciones de agradecimiento al Altísimo porque, a pesar
de tanta angustia y desesperación, no los había abandonado.

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STEVEN MOONS
Autor: Hesson Viera
Todo comienza en un pueblo pesquero en donde, la mayoría de sus pobladores,
dependían directamente de la producción del mar, aunque también había
personas dedicadas a otras actividades, distintas a las relacionadas con el trabajo
de los pescadores a pesar de haber nacido en el lugar, como era el caso del
biólogo marino: Steven Moons.
Después de haber obtenido su título universitario, se dedicó al estudio y
conservación de aquello que más le apasionaba: el mar y para ello, contaba con la
ayuda incondicional de su amada esposa, quien, regularmente lo acompañaba en
las expediciones o jornadas de buceo que siempre realizaba.
Un día, como tantos otros en los que no estaba metido en el mar, salió a
contemplar el amanecer y mientras observaba el reflejo de los primeros rayos del
sol en aquella extensión de agua salada, se sintió más enamorado de su terruño,
al mismo tiempo que recordaba las tantas veces que salía a pescar para ocupar
su tiempo de ocio.
Estaba tan abstraído en sus pensamientos, que le pareció estar viviendo aquel día
cuando había salido a pescar y, mientras buscaba un sitio donde hacerlo, observó
una ballena que se encontraba en los alrededores. Cuando estuvo cerca del
cetáceo, éste se hundió dejando un gran remolino, lo cual no le preocupó en lo
absoluto, sabiendo de la condición natural de estos animales por alejarse de las
embarcaciones sin causar daño, sin embargo, después de cierto tiempo, y de
manera intempestiva, observa cómo la ballena se dirigía hacia el bote a gran
velocidad, lo que le dio tiempo para actuar.
Gracias a la reacción que tuvo al ver la actitud agresiva del animal, saltó al agua
logrando alejarse, antes de que éste embistiera contra el bote, destrozándolo
completamente y dejándolo a él, a merced de su accionar, sin embargo, después
de esto, la ballena se tranquilizó y Moons pudo nada hasta la orilla.

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Luego de haberse recuperado, le cuenta a su esposa lo sucedido ya que ella, al
ver que pasaba mucho tiempo y él no regresaba, se angustió de tal manera que,
tuvo que acudir a otras personas para que salieran a buscarlo, encontrándolo en
aquella playa solitaria y regresándolo al pueblo.
Intrigado por lo que había sucedido, Moons decide investigar qué había provocado
aquella reacción de ataque en la ballena y decide salir a indagar. Al principio no
encontraba nada que le indicara cómo explicar el acontecimiento, a pesar de
haber estudiado detenidamente toda la teoría referida a esos animales y
preguntado a los más viejos de la comarca, así que, se propuso indagar debajo
del agua.
Un mes después de lo ocurrido con la ballena, preparó lo necesario para hacer
una jornada de buceo y se llegó hasta el lugar donde había ocurrido el incidente,
se colocó su equipo y se lanzó al agua para observar el comportamiento de la
fauna marina en ese sitio.
Ya dentro del agua, se da cuenta que existía allí gran variedad de peces y otros
animales marinos por la cantidad de ellos que se arremolinaban en los
alrededores, sin embargo, no encontró ningún comportamiento extraño; así que,
decidió buscar un poco más lejos, hasta dar con un sitio en donde la actividad
marina era distinta a la anterior, logrando identificar gran cantidad de huevos en el
lecho marino y alguno que otro pez, tratando de alejar a los intrusos que se
acercaban al nido; lo que le hizo saber, de inmediato, que se encontraba en el
lugar exacto utilizado por diferentes especies, para el desove y reproducción.
Al igual que las demás especies, también las ballenas utilizaban esa zona para
parir a sus crías, lo que había provocado la reacción violenta contra el bote de
Moons, tal vez, como método de defensa al ver invadido su espacio, lo cual podía
significar que fuera una hembra embarazada, que buscaba proteger el lugar.
En vista de esa situación, se alejó de allí para evitar un nuevo ataque; notificando
después a las autoridades respectivas acerca del hallazgo realizado y solicitando,
a su vez, se declarara ese lugar como reservorio y zona de protección marina.
Gracias al ataque sufrido en aquella ocasión y a su pasión por el mar, Steven
Moons logró dar a conocer su descubrimiento, contribuyendo, de manera decisiva,
en la conservación de aquel hermoso lugar que lo había visto nacer. Con el
tiempo, y después de haber realizado los estudios pertinentes, se declaró aquel
lugar como: Parque Nacional.

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“KAMILA”
Autor: Sandra Patiño
Érase un buen día, con un sol brillante, un viejo pescador, junto con su nieto y su
perra “Kamila” decidieron ir a pescar cerca de la costa del Golfo de Cariaco, un
lugarcito apartado, muy acogedor, con bellas playas entornadas por el azul que
brotaba del vaivén de las olas.
El anciano había dedicado su vida a conocer el mar que ahora le rodeaba, y a
pescar todas las mañanas cerca de la costa porque los peces abundaban y esto le
permitía regresar muy satisfecho a casa. Todos los días sus nietos lo
acompañaban y él les enseñaba los oficios de la pesca artesanal, ya que debían
cuidar el mar y respetar todas las especies que allí vivían; sólo debían tomar los
peces necesarios para su alimentación.
Pero ese día quiso pescar en aquel lugar, azul como el cielo. El anciano apresuró
su salida junto a su pequeño nieto y a su fiel amiga “Kamila”. Listos para zarpar,
recogieron los implementos que sostenían al viejo y desgastado bote. Habiendo
soltado amarras, remaron lo más aprisa posible con dirección hacia donde nace el
sol.
Después de algún tiempo, el viejo dejó de remar para orientarse, había encontrado
el sitio ideal para iniciar la pesca. Pasaban los minutos y no habían logrado pescar
nada, los peces no picaban el anzuelo. ¡De pronto! El bote empezó a moverse,
como impulsado por una gran fuerza, lo cual los asustó a todos, pero, mucho más,
al niño y a la perra, que comenzó a ladrar frenéticamente:
- Guao, guao, guao…
Cuando el anciano logró ver debajo del bote, observó una enorme cola que se
sumergía, provocando mayor fuerza de las olas al chocar contra la pequeña
embarcación. Admirado, asombrado y temeroso al mismo tiempo ante el tamaño
de aquel extraordinario animal, logró identificar la especie, era un tiburón ballena o

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“tintorera” que, de acuerdo con sus conocimientos, todavía era muy joven y se
hallaba lejos de su hogar porque, no es usual, ver especies tan grandes, en el
golfo.
Cuando “Kamila” vio al enorme cetáceo, se lanzó al agua y comenzó a nadar
detrás de él, ladrando con mucha más fuerza, mientras el anciano y su nieto
gritaban desesperados para que regresar al bote, temiendo por su vida. El noble
animal no los escuchaba, sólo perseguía al tiburón tratando de morderle la cola.
Cada segundo que pasaba, la perra se alejaba más y más del bote, en su empeño
por agredir o tal vez, en ahuyentar al agresor.
El niño, angustiado al ver que su amiga se alejaba mucho, gritaba con para tratar
de que regresara:
- “Kamila”, eres mi perra y mi amiga. ¡Regresa!
El abuelo, viendo la desesperación y angustia del niño, le dijo:
- “Kamila” va a regresar, vamos a esperarla.
De pronto ven a “Kamila” regresar hacia ellos, pero… ¡Montada sobre el lomo del
tiburón! Se habían convertido en buenos amigos.
El anciano y su nieto, observaban, entre incrédulos y admirados, la extraña
relación que acababa de nacer entre estos dos animales, aunque, al mismo
tiempo, felices de que “Kamila” hubiese regresado, sana y salva.
De repente, como guiado por la mano de Dios, el enorme animal comenzó a nadar
en círculos alrededor del bote, amontonando los peces para que el abuelo pudiera
pescarlos, con mayor facilidad.
La osadía de “Kamila” fue conocida en el pueblo y, desde ese momento, la perrita
se hizo famosa, tanto, que aun después de su muerte, todavía se sigue hablando
de la travesura de ella al lanzarse al agua, para agredir a un tiburón ballena.

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EL SUEÑO DE PITER
Autor: Erika Castro
Esta es la historia de un joven de 23 años de edad que vivía en California, ya
graduado en la carrera de Diseño Gráfico, su gran sueño era poder trabajar en la
empresa de caricaturas más grande del mundo: Pixar, pero, nunca le habían
aceptado sus bocetos porque, según los productores, carecían de emoción y eran
simples y aburridas; así le decían en todas las entrevistas a las cuales había
asistido. Sin esperanza alguna de lograr su más anhelado sueño y llevado por la
necesidad de trabajar para no depender de su madre, decide trabajar en una
pizzería.
Su nombre era Piter y allí en la pizzería, conoce a Marilim, la cajera; ella tenía 19
años y se mostraba muy interesada por él, aun cuando se habían conocido
recientemente. A pesar de la atracción surgida entre los dos y de lo hermosa,
tierna y agradable que era, Piter evitó invitarla a salir por temor al rechazo.
Él siempre había vivido temeroso a ser rechazado y, en ocasiones, prefería no
intentar nada nuevo; por lo que, todas las noches cuando llegaba a su
apartamento, que por lo general se encontraba solo, Piter repetía su rutina diaria:
tomar una ducha, preparar algo para cenar y, al terminar, sacaba una botella de
vino y después de servirse un trago, comenzaba a practicar sus dibujos e
historietas. Al amanecer, se daba un baño y se preparaba para salir al trabajo. Al
terminar la semana, siempre mandaba sus nuevos proyectos a la empresa de sus
sueños, pero sin recibir respuesta alguna.
Cierto día, como de costumbre, fue a entregar los encargos cuando, de repente,
algo extraño atrajo su atención, una mariposa que irradiaba una luz azul cruzó por
su frente, distrayéndolo un instante del recorrido que llevaba; pero, fue tan rápida
la visión que, inmediatamente, vuelve la vista para evitar un accidente.

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Casi de inmediato se da cuenta que una tragedia está a punto de ocurrir, un
camión que tiene al frente, empieza a salirse de control, ignorando una señal de
alto y arrollando a tres niños que iban pasando. Piter queda paralizado al ver lo
ocurrido y pierde el control de la moto, cayendo en medio de la calle, sin embargo,
pudo seguir observando cómo el camión acababa con todo a su paso y termina
estrellándose contra una gran pared que le detiene, pero, inmediatamente explota,
matando a cuatro personas más que se hallaban cerca.
Pendiente de lo que tiene al frente, no se da cuenta que un automóvil se acerca
hasta donde él se encuentra y, sin tiempo para reaccionar, es atropellado en el
sitio donde había caído. Segundos antes de ser arrollado, extrañamente vuelve al
momento cuando había visto la mariposa, pero, en lugar de continuar, se detiene a
un lado de la vía, sin saber qué sucede, y se queda sentado sobre la moto,
observando los acontecimientos.
Se da cuenta que esto ya lo había vivido, con la diferencia que ahora no se
encuentra tirado en la calle y, sabiéndose fuera de los hechos, decide irse, pero,
nuevamente, vuelve al instante de ver la mariposa, dándose cuenta de lo que se
aproxima y decide, esta vez, actuar de manera diferente, acercándose al
conductor para indicarle que se detenga, solo que al hacerlo, se da cuenta que el
chofer se encuentra inconsciente y, sin medir el peligro, salta a la puerta del
camión para tratar de detenerlo.
Al comprobar el estado del conductor, decide impactar el camión contra un árbol,
lo que provocó que fuera lanzado contra el pavimento, sufriendo fractura de los
brazos y algunas costillas, además de haber quedado sin sentido.
Días después despierta en el hospital, llevándose la grata sorpresa de encontrarse
en compañía de Marilim, que había ido a visitarlo. Tienen una larga conversación
con respecto al estado anímico y de salud, sin embargo, él trató, por todos los
medios, no mencionar la visión de la mariposa por temor a que su acompañante lo
considerara loco. Minutos después de haber estado conversando, entra el doctor
diciéndole que había llamado a su mamá para que procediera a llevarlo a casa, en
vista de su imposibilidad para hacerlo por sus propios medios.
Piter espera con mucha incertidumbre la llegada de Marta, su madre, debido a que
la relación entre ellos, nunca fue la más cordial. Luego de salir del hospital, pasan
por el supermercado para abastecerse de algunos insumos, tanto médicos como
comestibles. Mientras su madre entra al abasto, él se queda sentado en el carro
repasando mentalmente todo lo que había vivido hasta entonces, tratando de darle
alguna explicación a la visión de aquella mariposa, si realmente había vuelto a
vivir el mismo acontecimiento con distintos desenlaces y el porqué de aquel
impulso que tuvo para evitar la tragedia que, segundos antes de que ocurriera,
había visto pasar ante sus ojos.

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Ya en el supermercado, Marta escogía los productos que necesitaba cuando le
llama la atención un hombre que mantenía una actitud extraña, llevaba a un niño
tomado de la mano, pero, se le notaba ansioso e inquieto; llega un momento en
que se cruzan sus miradas y ella siente incomodidad ante aquellos ojos que la
miraban con tanta insistencia; justo en el momento en que Piter vuelve a ver la
mariposa que había visto en días pasados.
Se inquieta por su madre y sin poder abrir la puerta, busca desesperado en todas
direcciones tratando de hallar a alguien que lo ayudara, pero, no encuentra a
nadie. Poco tiempo después regresa su madre y al verle la expresión de angustia
en el rostro, le pregunta la causa de su actitud y Piter evita una respuesta directa
con respecto a todo lo que ha vivido hasta el momento y voltea hacia otro lado,
cuando, al fijar la vista nuevamente, alcanza ver a un niño que parecía perdido en
aquel sitio y la impotencia lo invade al no poder ayudarlo.
Mientras Marta le está comentando de lo que había sucedido dentro del
supermercado, Piter le pide que se acerque a donde se encuentra el niño, lo que
la sorprende enormemente, ya que, al acercarse hasta donde éste se encuentra,
ella se da cuenta que es el mismo que había visto de la mano del extraño, dentro
del supermercado.
Tratan de saber la causa de su estadía en el lugar y el niño, muy asustado, le
cuenta que un señor le había ofrecido regalarle un helado y que después lo
regresaría a sus padres, pero no sucedió así, dejándolo en aquel lugar. Marta
llama a las autoridades y éstas localizan a los padres del niño, pudiendo, de esta
manera, evitar una tragedia en esa familia.
Posteriormente continúan camino al apartamento de Piter. Mientras éste observa
detenidamente el trayecto, Marta conduce en completo silencio, pensando en el
hombre que se había cruzado en el negocio. De repente, vuelve a revivir el
accidente, mira a su madre con cierta incertidumbre en sus ojos y, queriendo
saber por el estado de salud del chofer del camión le pide que le diga cómo se
encuentra y ella le responde que éste había sufrido un infarto segundo antes del
accidente y que, había fallecido al instante. No volvieron a hablar en el trayecto
hasta el apartamento.
Después de haberse bañado, ayudado por la madre, ésta le prepara la cena, lo
que también le frustra, de algún modo le molesta por no poder valerse por sí
mismo, mucho más, cuando ella empezó a llevarle la comida a la boca; sin
embargo, trata de no demostrarlo.
Aprovechando un momento de silencio, Marta le comenta a Piter que a ella le
parecía haber visto antes a aquel personaje del supermercado e, inmediatamente,
le pregunta si él recordaba lo que le había sucedido a Celeste, su antigua
compañera de colegio, a lo que él le contestó que no quería recordar ese hecho
tan desagradable y que tratara de no hacerlo en lo adelante.

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Al día siguiente reciben la visita de Marilim, le agradecen por estar pendiente de
Piter y por su gran amistad hacia él, conversan animadamente y comparten hasta
la hora de irse, ya entrada la tarde. Piter se ofrece para acompañarla hasta la
salida del edificio, ella le dice que no hace falta, que debía guardar reposo cosa
que él agradece mucho, tanto por sus consideraciones como por la visita; pero,
aun así, le pide el favor a su madre de llevarla hasta su casa, a lo que ésta no
pone reparo.
Después de haber dejado a Marilim y ya de regreso en el edificio, Marta recibe
una llamada algo extraña, donde alguien le comunicaba acerca del misterioso
hombre del supermercado, lo que le confirma sus sospechas y luego de colgar y
guardar el teléfono, se dice para sí: “Ya sé quién es el desconocido”.
De camino al apartamento, en el pasillo presiente que alguien la sigue, pero, al no
ver a nadie, camina confiada, sin percatarse del peligro que la acecha y, antes de
abrir la puerta, siente que le clavan algo en la espalda y profiriendo un grito
desgarrador, cae al piso pidiendo ayuda y desangrándose. El agresor se da a la
fuga mientras algunos curiosos salen a ver lo que pasa, encontrándose con el
cuerpo de Marta y los gritos desesperados que salen del apartamento de Piter,
quien, al conocer la voz de su madre y sin poder abrir la puerta como hubiera
deseado, se desespera de tal manera que rompe a llorar, pidiendo a gritos que le
abrieran la puerta.
Cuando logran ayudarlo a abrir la puerta, observa a su madre bañada en sangre

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LA ODISEA DE PEDRO Y TOMÁS
Autor: Helieskar Giménez
En cierta ocasión, dos amigos que se apreciaban mucho y generalmente se
acompañaban a realizar cualquier trabajo juntos, se pusieron de acuerdo para salir
de pesca al día siguiente, muy temprano en la mañana.
En esta oportunidad, Pedro y Tomás, que así se llamaban, prepararon lo
necesario para aprovechar, antes de la salida del sol, llegar al “placer” y tratar de
regresar lo antes posible, ya que, a partir del mediodía, la brisa soplaba fuerte y el
bote donde estaban era bastante pequeño, tanto, que apenas cabían ellos dos.
Llegaron con buen tiempo al sitio que ya conocían, pero, a poco de estar
fondeados, notaron que la brisa empezó a soplar mucho antes de lo previsto, lo
que motivó a que las olas tomaran una magnitud mayor a lo que ellos esperaban,
creando cierta inquietud en los tripulantes.
En vista de esa situación y presagiando que el botecito no iba a soportar el ímpetu
de las olas, Pedro insta a Tomás a regresarse, a pesar de tener poco tiempo de
haber llegado:
- Compadre, yo creo que debiéramos regresa´nos ‘orita porque la mar ‘tá
muy picá.
- ¡Compadre! ¡No sea tan miedoso, señor! ¿Uste cré que el bote no aguanta
esa brisa?
- No compadre. Yo ‘toy viendo esa brisa muy fuerte y ‘tamos lejo de la costa.
- No chico. Vamo’ a esperá un ratico y si no calma, nos vamo’.
Después de estas palabras, continuaron por un rato más en su faena de pesca
cuando, de improviso, una ola los volteó. Al considerar la gravedad de la situación,
optaron por deshacerse de la ropa y sostenerse de la pequeña embarcación

34
mientras decidían si echarse a nadar o esperar que calmara completamente el
oleaje y alguien saliera en su búsqueda.
Pasaron mucho tiempo dentro del agua y la hipotermia empezó a hacer efecto en
ellos, ya se sentían desfallecer, cuando, por obra y gracia de Dios, vieron un bote
a motor que iba algo distante de ellos, sin embargo, hicieron un esfuerzo
sobrehumano y lograron que los vieran.
Los sacaron del agua, les prestaron ropa seca para que cogieran algo de calor,
levaron el “rezón”, amarraron el botecito de remolque y los regresaron a la playa,
en donde los familiares se encontraban muy preocupados, ya que nunca
acostumbraban demorar tantas horas en el mar.
A pesar de haber pasado esta terrible experiencia, Pedro y Tomás no perdieron la
costumbre de salir a pescar siempre que tenían ocasión.

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COMO EL OCÉANO Y LA SELVA
Autor: Francelys Zerpa
Todos conocemos a alguien “peculiar” a lo largo de nuestra existencia, ya sea por
sus pensamientos, su manera de vestir, de hablar o, simplemente, por su aspecto
físico; lo cual permite que ese alguien, sea visto de forma diferente, a los demás.
Es cierto que la sociedad ha avanzado en los últimos tiempos, sin embargo, los
prejuicios siguen presentes en ella.
En una sociedad liderada por las grandes potencias y sumergida en el mundo de
la cibernética y la supuesta “popularidad” en las redes sociales, es mucho más
fácil, ahora, discriminar a las minorías.
Francia tenía 15 años, cabello corto color canela y de estatura mediana, siempre
fue señalada por tener un ojo de color azul y otro de color verde; una condición
genética muy extraña. Debido a esto, la chica siempre se peinaba, de tal manera,
que un fleco de pelo, cubría alguno de sus ojos.
En el colegio la llamaban “fenómeno” o “mutante”, siempre era víctima de bromas
pesadas y de tener pocos amigos, lo cual, a ella no parecía importarle; sin
embargo, su rostro siempre reflejaba un sentimiento de tristeza.
Sus padres siempre fueron un pilar para ella, la apoyaban y le daban confianza
para que no se deprimiera y llevara una vida normal, a pesar de lo difícil que era
para ella, el sentirse rechazada por su extraña cualidad, gracias a la falta de
amistades, Francia pasaba sus ratos de ocio, frente a la computadora, en redes
sociales, las cuales mantenía con un seudónimo para no ser reconocida por
ninguna persona cercana hasta que, una noche, luego de mucho pensarlo, decidió
publicar una foto suya, donde dejaba ver sus hermosos ojos bicolores.
Al principio, todos reaccionaron asombrados ante su hermosa y rara peculiaridad;
recibió muchos halagos y, rápidamente, fue tendencia en las redes sociales: “la
chica de ojos como el océano y la selva”; todos quedaron cautivados por su

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belleza, lo que, por supuesto, enfureció al grupo de chicas que siempre la
molestaban. No les agradaba la atención que “la fenómeno” estaba recibiendo, así
que decidieron, una vez más, jugarle una broma de mal gusto, escribiendo en su
casillero del colegio, con pintura de color rojo: “mutante”.
Francia, al ver el escrito, quedó sorprendida pero no se extrañó en lo más mínimo,
ya que ella sabía porqué lo hacían. Desde ese momento, las bromas fueron más
frecuentes y su popularidad aumentaba.
Gracias a la fama adquirida a través de las redes sociales, entró a una academia
de modelaje, muy prestigiosa.
Con el pasar de los años se convirtió en una de las modelos más importantes del
país, ganando muchos concursos de belleza y siendo la modelo más solicitada
para las portadas de revistas y portales web; por otro lado, las personas que
fueron malas con ella, se sintieron muy avergonzadas, dándose cuenta del error
cometido y pidiendo disculpas por el daño que le habían causado.
A pesar de toda la maldad y señalamientos recibidos a lo largo de todo ese
tiempo, Francia no acumulaba resentimientos en su corazón, por ello, pudo
perdonar todas las agresiones recibidas, superar la barrera de los prejuicios y
demostrar que, con esfuerzo y sacrificio, se pueden lograr las metas propuestas.
“Ser distinto no es malo, pues, vivimos en un mundo lleno de personas de distintas
razas, todos somos seres únicos y, cualquier “peculiaridad”, nos hace diferentes
unos de otros, lo que debe hacernos sentir orgullosos de nosotros mismos; nadie
nos puede hacer sentir mal, por ser como somos”

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HAROLD E ISAAC
Autor: Heydimar Viera
Muy lejos de la ciudad de Atlanta, había un pueblo llamado Wilson, donde todos
sus habitantes eran muy tradicionalistas. Allí vivía Catalina Aponte, reconocida en
su pueblo por ser la única odontóloga que existía en el lugar, esposa del comisario
Christian Moncada. Esta familia llevaba alrededor de dos años de matrimonio y
aún no habían podido concebir un hijo. Ella, constantemente, asistía a sus
controles médicos, en busca de su deseado embarazo.
Un día, su esposo tuvo que trasladarse a otra ciudad a resolver un caso muy
importante que, sólo él podía atender. Varias semanas después, Catalina acude a
la cita médica, donde se lleva la gran sorpresa de que tenía dos meses de
gestación; ella decide mantenerlo en secreto para sorprender a su amado esposo,
al regreso de su largo viaje. Al transcurrir unos días, Christian le comunica que se
iba a tardar, más tiempo, de lo previsto.
Ya para el sexto mes de gestación, el médico le informa que el bebé tendría una
condición congénita, pero, aun así, decide realizar otros estudios donde se
confirma lo que se había dicho.
Catalina regresa a su casa, llena de temores, incertidumbres e interrogantes que
no sabe cómo responderse: si informar o no a su esposo, de la situación por la
que estaba pasando. Al final, decide no hacerlo, ya que su esposo era un hombre
muy intransigente e intolerante y, ella no sabía cuál podría ser la reacción de él,
ante la noticia.
Al momento de dar a luz, le pide al médico y a su ama de llaves: Margare, que
preparen la casa para hacerlo, en sumo secreto. Al nacer el bebé, al ver sus
rasgos físicos, se dan cuenta que es un niño especial por lo que, ella le suplica a
Margare que oculte al recién nacido, que se lo lleve a su casa, al lado del
cementerio del pueblo; garantizándole una ayuda económica para su manutención

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y que procure mantener el secreto, para que su esposo no se entere, que ella
había tenido un hijo.
Margare cumple con la petición de Catalina y se lleva al bebé a su casa,
cuidándolo y criándolo como si fuera suyo, y dejándole saber, a medida que
crecía, que no debía salir de la casa, por la condición genética que tenía.
Durante ese tiempo, Catalina lo visitaba de vez en cuando, siempre que podía
escaparse del esposo, para así, no perder el lazo maternal con su hijo, a quien
bautizaron con el nombre de Harold.
Un día, cuando Margare sale a cumplir con sus obligaciones en casa de Catalina,
deja al niño dormido, pero este es despertado por un ruido que provenía de la
calle. Harold se levanta muy asustado y empieza a revisar la casa para saber la
procedencia del ruido y, al ver a través de una ventana, observa que estaban
enterrando a alguien. Escuchó a unas señoras decir que era el señor Tomasso,
quien había fallecido a causa de un paro cardíaco. Se alejó de la ventana y fue en
busca de su desayuno, sobre la mesa encontró una nota que decía: “Hijo te dejé
comida tapada en la cocina. Sabes que te quiero” – Con los rudimentos de lectura
que le había enseñado Margare, podía saber lo que le escribía, al salir de casa.
Harold se regresó a observar por la ventana y se da cuenta que, afuera, había un
niño viendo hacia donde él se encontraba; él se asusta y le grita:
- Largo de aquí o llamaré a mi mamá.
- ¿Quién eres? – Preguntó el desconocido
- ¡Soy hijo de Margare! – Contestó, seguidamente, Harold
- Margare no tiene hijos – Replicó el niño, desde afuera.
- ¡Claro que sí! Soy yo, su único hijo – Contestó nuevamente, Harold
- No sabía que Margare tuviera hijos. ¿Puedes salir? – Pregunta intrigado, el
desconocido.
- No. Tengo estrictamente prohibido, salir de casa – Se disculpa.
- Pero Margare no se dará cuenta - Insiste el niño.
- Noooo. No voy a desobedecer a mi mamá – responde tajantemente.
- ¡Cómo quieras! – Se da por vencido el chico, desde afuera, y se marcha.
Harold se queda mirando por un rato más y preguntándose ¿Cómo sería estar
afuera? Pasadas dos horas, después de la conversación con el desconocido, llegó
Margare. Él la recibe con un beso y un abrazo.
- Te extrañé mucho, mamá.
- Yo también, mi amor – Le dice Margare.
- Mamá. ¿Cuándo podré salir de casa? – Pregunta ansioso.
- Hijo, ya hemos hablado de eso. Sabes que no puedes salir, los niños afuera
son muy malos se van a burlar de ti.
- Mamá, pero, …

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- Ya. Cerremos el tema.
- Está bien, mamá.
Pasaron varios días y el desconocido no volvió; hasta que una mañana, Harold
estaba sentado en la mesa, tratando de armar un rompecabezas, cuando escuchó
un ruido en el techo. Se paró y empezó a recorrer la casa en busca del lugar de
donde provenía el ruido, al mirar por la ventana, observa que era el niño
desconocido que lanzaba piedras al techo. Se molesta y empieza a gritarle para
que deje de lanzar piedras, trata de abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave,
vuelve a la ventana y se da cuenta que está sin seguro, como puede, la abre y
sale a la calle en busca del desconocido. Cuando logra localizarlo, lo ve correr
hacia el cementerio, saltando sobre las tumbas y va a esconderse detrás de unos
árboles.
- ¿Por qué lanzabas piedras al techo de mi casa? – Pregunta Harold, muy
molesto.
- Sólo quería que salieras – Contesta el niño
- ¿Para qué? Vuelve a preguntar.
- Quiero ser tu amigo. Dice amablemente.
- Los niños como tú, sólo se burlan de mi – Le dice evadiendo la invitación.
- Pero yo no lo haré. Te prometo que no me burlaré de ti – Asegura el
desconocido.
- ¿De verdad quieres ser mi amigo? – Pregunta, aun dudando de la
sinceridad del niño.
- Sí. Mucho gusto, mi nombre es Isaac – Se presenta.
- El mío es Harold – Le dice, extendiendo el brazo.
Después de charlar y jugar por un tiempo, se van del cementerio, de regreso a la
casa de Harold, para ver, de qué manera, podían hacer para que éste pudiera
entrar por la ventana. Isaac lo ayudó manteniendo la ventana abierta, mientras
Harold se deslizaba adentro.
- Vendré mañana a las 12 – Le dice Isaac, a modo de despedida.
- ¿Lo prometes? – Pregunta con ansias.
- Lo prometo – Y da media vuelta, saludando con la mano.
Harold queda muy triste al verse solo nuevamente, pero, alegre al mismo tiempo,
porque ya tenía su primer amigo.
Al día siguiente, Harold se levanta muy temprano para despedir a su mamá, antes
de irse al trabajo. Antes de salir, Margare va a la ventana para cerciorarse de que
estuviera sin seguro y, efectivamente, lo estaba; mientras, él se sienta en el
mueble para ver la televisión y esperar que regrese su nuevo y único amigo.
Se hicieron las 12. 30 del mediodía y no había señales de Isaac. Esto lo pone
triste y decide ir a su cuarto en busca de sus juguetes cuando escucha un ruido en

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el techo, lo que le indicaba que su amigo, había llegado. Corriendo se dirigió a la
ventana y lo vió ahí, enfrente de su casa, como el día anterior; la abre y se impulsa
para alcanzar la calle. Ya fuera de la casa, se establece un ameno y extenso
dialogo entre los dos:
- Pensé que ya no venías.
- Se me hizo tarde en la escuela.
- ¿La escuela?
- Sí, la escuela.
- Nunca me han hablado de eso.
- Allá vamos a aprender.
- Mi mamá me ha enseñado algunas cosas. No conozco la escuela.
- Pero la escuela es necesaria. Bueno, como eres un niño especial, sin
ofender. Vas a otra escuela.
- ¡No ofendes! Pero ¿Cómo es la escuela?
- Es grande, tiene varios salones, te dan comida, te enseñan, etc.
- Me gustaría aprender más.
- MI mamá es maestra, si quieres, por las tardes vamos para que te enseñe.
- Me gustaría mucho, pero ¿Cómo salgo de mi casa?
- Pero tu mamá no lo sabrá. ¿A qué hora llega?
- Todos los días a las 7 pm
- ¡Listo! Vamos a las 2 y regresamos a las 5 de la tarde. ¿Te parece?
- ¿Tú crees?
- No lo creo, estoy seguro.
Harold entra a la casa a buscar su bolso, su cuaderno y lápiz; sale nuevamente
por la ventana y se van a la casa de Isaac. Cuando llegan, su mamá estaba en la
mesa llenando unos boletines; la saluda y le dice.
- Hola mamá, ya llegué.
Elisa, que así se llamaba su mamá, le pregunta:
- ¿Dónde estabas, hijo?
- En casa de mi nuevo amigo. Por cierto, te lo presento, se llama Harold.
- Hola Harold, mi nombre es Elisa.
- Hola señora Elisa. Mucho gusto
En ese momento, Isaac interrumpe el dialoga para decir:
- Mamá, te quería preguntar si Harold puede ver clases contigo, en las
tardes.
- Claro hijo, pero, su mamá debe pasar por aquí.
- Es que su mamá es muy ocupada.
- Pero cuando pueda, que pase por aquí. Por cierto ¿Quién es tu mamá? –
Pregunta, dirigiéndose a Harold, que responde:

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- Se llama Margare Pérez. Contesta muy seguro de lo que dice.
- ¿Margare tiene hijos? - Vuelve a preguntar, sorprendida de la respuesta del
niño.
- Sí, soy su único hijo.
- ¿Qué edad tienes?
- Ocho años.
- La misma edad de Isaac. Bueno, vamos a comenzar con las tareas. ¿Qué
hiciste hoy en clases?
Al escuchar esto, Harold se pone muy triste y le dice:
- No voy a la escuela, señora Elisa, mi mamá me enseña desde casa, ella
trabaja con la señora Catalina, la odontóloga y, cuando tiene tiempo, me
enseña algo. Sé escribir y leer, pero, por mi condición, no voy a la escuela.
- Pero debes ir a una escuela especial y allá te enseñan. ¡Qué raro que
Margare no te ha llevado!
- Ella trabaja mucho ¿Pero usted puede ayudarme?
- Claro que sí, con mucho gusto.
- Muchas gracias, señora Elisa.
- Estamos para ayudar.
Así fue pasando el tiempo y, Harold, cada día, esperaba con ansias, la hora de ir a
la casa de Isaac. Todas las noches, antes de acostarse, se encargaba de dejar la
ventana sin seguro, para así, escaparse por las tardes.
Un día, cuando Margare llega a su casa, apareció la señora Elisa, entablando una
conversación en estos términos:
- Hola Margare ¿Cómo estás?
- ¡Elisa! ¡Qué sorpresa! Estoy bien y ¿Cómo estás?
- Estoy muy bien. Mi hijo ¡Hermoso!
- Me alegro mucho.
Sin dar tiempo a más, Elisa le pregunta de forma directa:
- ¿Cuándo ibas a decirme que tienes un hijo?
- ¿Un hijo? – Responde Margare, muy sorprendida.
- Sí, un hijo. Prima, dime la verdad. Tenemos tiempo alejadas, pero me
parece mal que lo dejes solo, es un niño encantador, inteligente y, sobre
todo, necesita de mucho cariño. Su condición no ha sido impedimento para
querer ser feliz. Me parece injusto que lo dejes solo mientras tu trabajas y,
aparte de eso, encerrado porque, según tú, se iban a burlar de él. Mi hijo
es su amigo y lo quiere mucho, si no fuera por Isaac, seguiría encerrado y
triste. Mi hijo lo sacó de tu casa y me lo llevó para que le diera clases
porque tú, no lo llevas a la escuela.

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- Tú no sabes lo que yo hago, así que, no me juzgues. Pasa a mi casa para
hablar.
- ¡Bien! – Contesta Elisa aceptando la invitación.
Harold se sorprende cuando ve a la señora Elisa, en su casa.
- Hola mamá – Saluda, temeroso de la reacción de Margare.
- Hola hijo ¿Puedes dejarme a solas con la señora?
- Sí mamá - Y se va a otro sitio de la casa.
- Siéntate Elisa, este es un cuento muy largo y, te pido que me disculpes si
fui grosera contigo; pero, nunca esperé ver a alguien por aquí, preguntando
por Harold – Invitó Margare a Elisa.
Margare le cuenta a Elisa, con lujo de detalles, todo lo relacionado con la
existencia de Harold y la manera cómo se las arregló para mantenerlo oculto por
tanto tiempo. Al día siguiente, cuando se encuentra con Catalina, la pone al tanto
de todo lo que había pasado con Harold y su asistencia a la casa de la maestra
Elisa. Catalina rompe a llorar desconsoladamente y se dirige a su habitación para
despertar al comisario y contarle todo lo que había pasado mientras él se
encontraba lejos de casa y, además, de la existencia de un hijo de los dos.
Christian se despierta entre sobresaltado y sorprendido, al ver a Catalina llorando:
- Amor ¿Qué está pasando?
- Tengo que confesarte algo que debí haber hecho hace mucho tiempo –
Dice Catalina, limpiándose la cara.
- Me estás asustando, cariño.
- Hace ocho años, cuando tú estabas resolviendo el caso del niño
desaparecido; el médico, Armando, me dijo que yo estaba embarazada.
Cuando te fuiste, ya tenía dos meses de gestación, estaba feliz,
emocionada por nuestro primer bebé. Decidí no decirle nada a nadie para
que fueras tú, el primero en saberlo, esperaba con ansias tu regreso, pero,
todo se te complicó y no regresaste en el tiempo previsto. Pasaron los
meses y, cuando llegué al sexto mes de embarazo, Armando me dijo que
nuestro bebé venía con problemas. Me hicieron los exámenes respectivos
y, efectivamente, nuestro bebé venía con el Síndrome de Down. No sabía
qué hacer, así que le pedí a Margare que se hiciera cargo de él, mientras
encontraba la forma de decírtelo, pero, cada vez, se me hacía imposible
decirte, no encontraba las palabras adecuadas para hacerlo.
- ¡Cállate! No lo puedo creer, Catalina Aponte. No puedo creer lo que me
estás diciendo.
El comisario salió de su casa muy enojado, sin saber a dónde ir. Pasaron algunas
horas y regresó más calmado, pidiendo, tanto a Catalina como a Margare, por el
paradero de su hijo. Se dirigen a casa de Elisa, ya que, ella sabía, que ahí pasaba
las tardes en compañía de Isaac. Los encontraron jugando en la carretera.

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- ¿Cuál de los dos es mi hijo? – Preguntó Christian
- El de camisa blanca – Contestó Catalina
Harold voltea y ve a Margare junto a un señor desconocido para él, y sin importar
la presencia de éste, la abraza con mucho cariño:
- Mamá, estás aquí tan temprano.
Margare, con lágrimas en los ojos, le dice:
-Hijo, vamos a casa, necesitamos hablar contigo.
Llegan a casa de Margare y se sientan todos a la mesa. Harold Pregunta:
- Mami, no he hecho nada malo ¿Verdad?
- No hijo. Quiero que sepas que, pase lo que pase, siempre te querré mucho.
Y eres lo más hermoso que pudo haber pasado en mi vida.
- ¿Por qué me dices esas cosas?
En ese instante, Catalina, con lágrimas en los ojos, le dice:
- Harold. Yo soy tu verdadera madre.
La sorpresa de Harold fue muy grande al enterarse de quién era su verdadera
madre, sin embargo, poco a poco pudo asimilar aquel cambio drástico que dio su
vida y, con ayuda profesional, toda la familia se pudo reconciliar debidamente. Por
otro lado, el comisario entendió que, de no haber sido por su comportamiento
machista y soberbio, nada de eso, hubiese ocurrido.

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EL BAILE ES MI VIDA
Autor: Deinelys Carias
En un pueblo muy lejano se encontraba una niña que vivía con su abuela llamada
Josefa; tenían un conejito que, para ellas, era su adoración. La niña, un día se
levanta muy contenta y, su abuelita, al verla tan alegre, le pregunta:
- Mi niña ¿Por qué estás tan contenta?
- ¡Ay, abuelita! ¡Estoy contenta porque he decidido que quiero bailar! ¡Me
encanta el baile, abuelita! - Contesta la niña, emocionada.
La abuela, contagiada por la alegría de su nieta, le dice:
- Hijita. ¡Qué bueno que te encante el baile! ¿Sabes? Yo también, desde
pequeña, sentí ese amor por el baile, pero, pasaron tantas cosas en mi
vida, que no pude cumplir ese sueño. Yo conozco una academia, podemos
ir y así puedes ver y conocer más, acerca del baile.
La niña le responde, muy entusiasmada:
- Está bien, abuela. Es una buena idea.
Más tarde se fueron a la academia de baile y, la niña, sorprendida con la facilidad
con la que se desplazaban, se elevaban y hacían figuras, tanto mujeres como
hombres, se siente contagiada y comenta:

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- Así mismo quisiera estar yo, como ellos, haciendo esas lindas piruetas.
- Hija, te tengo una noticia. - Le contesta la abuela, mirándola fijamente.
- ¿Sí, abuela? ¡Qué emoción!
Al ver la alegría reflejada en la cara de su nieta, Josefa baja la mirada y le dice:
- Siento mucho el no poder ayudarte a cumplir tu sueño de ser bailarina.
- ¿Por qué no voy a poder cumplir mi sueño, abuela?
- Hijita, el costo es demasiado alto, nuestros ahorros no alcanzarán para
cubrir esos gastos. ¡Lo siento!
Con los ojos llenos de lágrimas, la niña toma a su abuelita de la mano y se
regresan a casa, sintiendo una gran desazón en su corazón. Al día siguiente, la
niña se levanta con una gran decisión en su mente: No me voy a rendir – piensa
para sí - Porque voy a hacer lo posible para cumplir mi sueño.
Sin decirle a la abuela, se dirige a la academia para hablar con la Directora de la
institución:
- Señora Directora, yo quiero bailar. Es mi gran sueño.
- Pero hija, es muy costoso. No creo que tu abuelita pueda pagar ese gasto.
Pero, voy a hacer una excepción contigo, te voy a dar la oportunidad y si
logras pasar la prueba, te quedas en la academia. ¿De acuerdo?
- Está bien. - Contesta entusiasmada y, después de esto, regresa a casa de
la abuela, entusiasmada por las palabras de la directora de la academia.
- ¡Abuelita, abuelita! ¡Lo logré!
- ¡¿Qué mi niña?! Pregunta la abuela, extrañada por el entusiasmo de la
nieta.
- ¡Voy a cumplir mi sueño de ser bailarina!
- ¿Sí mi niña? Y ¿Cómo piensas hacer eso?
- La señora directora me dará la oportunidad de hacer la prueba y, si la paso,
podré asistir gratis a sus clases.
Josefa no tiene más que elevar una oración de agradecimiento por la oportunidad
que se le estaba presentando a su nieta. Al día siguiente, muy temprano en la
mañana:
- Levántate hijita. Hoy es el día. Tienes que ir a presentar la prueba de baile.
- ¡Sí, abuela! – Contesta emocionada.
La niña se alistó y salieron con dirección a la academia de baile. Al llegar, le dice
la directora:
- ¿Estás lista?
- Sí, señora Directora. - Contestó, muy decidida.

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Empezó a bailar y los presentes quedan sorprendidos por la facilidad con la que
se desplazaba sobre el escenario. Todos aplauden su actuación y, al terminar la
actuación, se dirige a la directora:
- ¿Qué tal, Profe?
- ¡Bienvenida a la academia! ¡Estupendo baile!
Llena de emoción, Josefa la abraza y la estrecha fuertemente entre sus brazos.
- ¡Lo logré, abuelita! ¡Lo logré!
- ¡Sí, hija! ¡Lo lograste!
Pasado el tiempo, esta niña llegó a ser la mejor bailarina del elenco.
MORALEJA
No te rindas y verás que todo se puede lograr. No te rindas, persigue tus sueños y
podrás alcanzarlos.

EL SUEÑO DE FRANCISCO
Autor: José Ángel Díaz
Un joven llamado Francisco quería estudiar para ser médico algún día y, a veces,
caminaba por la plaza del pueblo, observando a quienes deambulaban de un lado
para otro, resolviendo las situaciones del momento.
Un día, llega al pueblo un gran médico que había sido llamado para atender a los
enfermos, ya que había surgido cierta epidemia entre los pobladores y no se sabía
cuál era la causa.
A pesar de la cantidad de personas que se hallaban privadas de salud, la alegría
en el pueblo no se opacaba, lo cual fue un excelente síntoma, de acuerdo con las
apreciaciones del recién llegado.
Más tarde, Francisco llega a su casa, para contarle a su mamá María, acerca del
nuevo médico que había llegado al pueblo y aprovecha la oportunidad para saber,
si podía ir a conversar con él, ya que su aspiración era llegar a ser un gran médico
para ayudar a los habitantes de su pueblo. María, conociendo de las inquietudes
de Francisco y, creyendo que no haría lo que estaba solicitando, le dice que sí,
que le daba permiso para hablar con el nuevo residente de la población.

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Francisco sale todo entusiasmado y encuentra al médico en la plaza, conociendo
a sus nuevos vecinos, ocasión que aprovecha para presentarse y hablarle de sus
aspiraciones futuras. Después de haber dado detalles de lo que quería, le
pregunta a Julián, que era el nombre del médico, si podía ser su asistente para
aprender de sus conocimientos.
Julián aceptó la propuesta y, juntos, fueron hasta el ambulatorio. Allí le explicaba
con todo detalle, lo relacionado con la medicina y los diferentes tipos de
enfermedades que se conocían hasta ese momento, además de la manera cómo
atender a los pacientes.
Francisco tomaba nota de todas las explicaciones del médico y, con el paso del
tiempo, aprendió tanto, que ya no requería de la ayuda que le habían prestado
anteriormente, llegando a convertirse en un prestigioso médico, como lo había
soñado.
Todos sus familiares y amigos lo felicitaron por haber logrado convertir su sueño,
en una hermosa realidad.

EL ANILLO DORADO
Autor: Cherlin Mendoza
Cerca del cementerio de un pequeño pueblo, había un bosque que, en su interior,
se encontraba un pozo al que la gente del pueblo, no le gustaba acercarse porque
decían, que era un lugar en donde ocurrían cosas paranormales. Pero que, a su
vez, era un lugar donde los niños iban a menudo para demostrar, quién era el más
valiente.
Un día, un niño llamado Juan, cuyo padre había muerto en un accidente hacía
años, se encontraba revisando unas cajas viejas y, en una de ellas, encontró un
anillo dorado, liso, sin ninguna marca de identificación. Al preguntarle a su madre
acerca del anillo, ella le dice, que pertenecía a su difunto padre, así que, no habría
problemas si lo usaba. Ese día, como todos los demás, Juan salió a jugar con sus
amigos y, de pronto, en medio de la charla, salió el tema de ir al pozo; a pesar de
que algunos tenían miedo, todos se dirigieron al lugar. A medida que se iban
adentrando en el bosque y acercándose al pozo, sentían más miedo, sin embargo,
siguieron avanzando.
Cuando llegaron al sitio, todos tenían mucho miedo. Juan, buscando la forma de
calmarse un poco, pensó en el anillo de su padre, pero, al colocárselo en el dedo,

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tuvo el efecto contrario a lo que buscaba, ya que el anillo le permitió ver muchas
almas vagando cerca del pozo. Tanto fue el miedo que le produjo ver todas esas
almas que, salió corriendo a su casa, asustado, quitándose el anillo.
Al día siguiente, le preguntó a su madre si sabía cómo su papá había conseguido
ese anillo, a lo que su madre respondió, que lo había heredado de su padre (el
abuelo paterno de Juan) pero que no sabía nada más. Juan no pudo averiguar
más acerca del anillo, y no sabía a quién preguntarle, así que fue de regreso al
pozo, pero esta vez, se quedó mirando desde lejos.
Al colocarse el anillo, pudo ver un rostro que le parecía familiar ¡Era su padre! Al
darse cuenta que su padre estaba ahí, corrió hacia él ignorando a todas las demás
almas y olvidando el miedo que sentía. Su padre, al verlo, le dijo:
- Puedes verme, así que, estas usando el anillo.
Luego de esto, el padre le explicó para qué servía el anillo y qué debía hacer.
La única persona que puede ayudar a las almas de los que han muerto, es aquel
que tiene el anillo, ya que las puede ver. Ahora, como portador del anillo, tienes la
tarea de hacer que todas estas almas puedan descansar en paz, haciéndoles
saber que su tiempo en la tierra ya ha acabado y que deben ir a un lugar de
descanso eterno.

FUERA DE CASA
Autor: Esteban Rodríguez
¡Nunca he salido de casa! Mamá y papá dicen que no es seguro estar fuera de
ella, que estamos bien aquí, mis amigos piensan, que no es buena idea. En todo
caso, jamás he puesto un pie, fuera de mi hogar.
¡Claro, mi casa no está tan mal! Están: la sala de estar y las habitaciones, que es
donde vivimos y, el resto de la casa, es mucho más grande. Hay una cocina y un
gran comedor, un gimnasio y muchas más habitaciones para la gente que vive
aquí. Algunos de ellos, son amigos míos.
Por lo general, cuando salgo de mi habitación a buscar a mis amigos, a la primera
que encuentro es a Ruth. Ella trabaja aquí como jefa de no sé qué, pero siempre
tiene tiempo para divertirse. Nunca me ha dicho la edad, pero creo que es
bastante joven, después solemos recorrer la zona residencial, reclutando a las
más pequeñas de todas las familias que viven por aquí.
De ahí, vamos a una de las zonas abiertas, donde suelen estar Marco, Chris y
Judy; siempre entrenando y, cada día, más musculosos. Aunque hoy, el día fue un
poco distinto; Joe, otro de mis amigos, fue a visitarnos cerca de la hora de la cena.
Me hizo señas para que me acercara, así que dejé lo que estaba haciendo y fui

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con él. Aproveché la ocasión y me abalancé a agarrar una de sus piernas. Él
sonrió ausentemente y me reprochó ligeramente.
- Carlos, ya eres un niño grande, no deberías andar atacando así a los
amigos – su tono era más simpático que otra cosa.
Él decidió ignorar mis malos modales para concentrarse en cosas más
importantes, algo típico de Joe.
- Escucha, necesito que me hagas un favor. Ha llegado una nueva familia,
pero nos tienen algo de miedo. ¿Crees que tus padres te dejen salir a
ayudarnos?
Me quedé boquiabierto:
- ¿Yo? ¿Salir?
- Por supuesto, estoy seguro que no van a molestarse.
Si Joe vio la sorpresa en mis ojos, no dijo nada. Se limitó a darme la mano y a
guiarme por la conocida zona residencial y, luego, por zonas menos conocidas. En
el camino vi a mucha gente, algunas eran familias y otras eran muy parecidas
entre sí, y usaban uniformes como Ruth.
En un momento llegamos a una habitación muy grande, con un montón de autos y
maquinas adentro y una gigantesca pared de metal. Joe me indicó que subiera a
uno de los autos, donde había más personas con uniforme. Uno de ellos me miró
de arriba abajo, y luego se dirigió a Joe.
- ¿Estás seguro que es buena idea llevar a uno de los…pequeños, jefe?
Joe sacudió su mano frente a su cara, como si hubiera un olor desagradable.
- No hay problema, cabo. Es un amiguito. Puede que la familia confíe más en
él, que en nosotros.
“Cabo” no dijo más e hizo unas maniobras con varias palancas que pusieron el
auto en movimiento. Frente a mis ojos asombrados, la pared de metal se movió y
se separó del piso, dejando suficiente espacio como para que pasáramos, pero, lo
que más me interesó, fue el exterior.
Señalaba una y mil cosas a Joe, quien estaba bastante ocupado tratando de que
no me cayera por la ventana. Hice que me hablara del pasto, los árboles, la tierra
y las nubes; pregunté por todos los ruidos que llegaba a escuchar y Joe me
respondía con paciencia, mientras que “cabo”, no paraba de resoplar. una vez que
el auto se detuvo, me quedé boquiabierto. ¡Era mi casa! ¡O mi primera casa, al
menos!
Me reí y salí corriendo a abrir la puerta. Mientras corría, me di cuenta que, en un
costado, había un par de personas, como si estuvieran considerando cómo tocar

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para ver si alguien respondía. Cuando llegué, les hice una seña que Ruth me
había enseñado, la cual significaba: “esperen”, y toqué la puerta, con la otra mano.
Inmediatamente se escuchó un ¡Click! Y la puerta se abrió para revelar a alguien
muy parecido a mí, extendí mi mano con seis largos apéndices y otra mano, igual
a la mía, la tomó. Le sonreí con una de mis tres bocas y, mi otro yo, pestañeó con
uno de sus cuatro ojos; luego, Joe nos guio de vuelta al lugar que ya era conocido
para mí y desconocido para mi nuevo amigo.

POBRES RICOS
Autor: Fabiola Rincones
Hace muchísimos años se fue a la gran ciudad la familia Tomson, una pareja de
hacendados que vivían en el campo con sus dos pequeños hijos: José, de 7 años,
y Jimena, de 5; con el fin de darles una mejor educación y mayor calidad de vida.
El día de la partida fue muy triste porque, a José y Jimena, les tocó despedirse de
sus mejores amigos: Juan y Anita, a quien por cariño le decían “chachi”, hijos del
capataz de la hacienda y, entre lágrimas y abrazos, prometieron una amistad
eterna y a reencontrarse, en algún momento de sus vidas.
José y Jimena asistieron a los mejores colegios, donde sólo iban los más
pudientes de la ciudad. Su padre se volvió un hombre de negocios, por lo cual,
tenía que viajar continuamente y, la madre, como toda señora de sociedad, se la
pasaba en reuniones y encuentros con sus “amigas”; razón por la cual, los dulces
niños crecieron sin la atención y el amor de sus padres, a quienes sólo les
preocupó, que no les faltara lo material, sin darse cuenta, que sus hijos crecían,
frívolos y malcriados.

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Mientras en el campo, en un ambiente lleno de amor y armonía familiar, crecían
Juan y Anita; niños responsables, con grandes valores y un espíritu humanista que
los llevaba a tener muchísimos amigos y gente que los apreciaba, sinceramente.
Sin embargo, 10 años después, la familia Tomson decide regresar al pueblo
porque aquella fortuna que los mantenía en la opulencia, se había desvanecido en
el juego y el derroche. José y Jimena se regresaban, pero, sin ningún tipo de
entusiasmo, lo hacían sólo por ser menores de edad.
Cuando Juan y Anita se enteraron del regreso de sus amigos, organizaron una
sencilla y hermosa recepción para darles una grata sorpresa de bienvenida;
ambos se pusieron sus mejores trajes para la ocasión y, cuando la familia llegó,
corrieron a abrazarlos, pero, qué gran tristeza y decepción se llevaron ambos al
recibir, sólo desprecios y rechazo, de quienes ellos creían, eran sus verdaderos
amigos, y una voz petulante preguntando:
- ¿Quiénes son estos pobres diablos?
Anita, ignorando lo que había escuchado, llena de alegría expresó:
- ¡Soy yo, “chachi”, tu mejor amiga!
Aun así, José y Jimena dieron la espalda y, sin decir más, se fueron a sus
respectivas alcobas, pues, se encontraban cansados del largo viaje. A Anita y
Juan no les quedó de otra, sino, atender a los recién llegados, agradeciéndoles
por su presencia.
Al día siguiente, cuando los hijos del capataz trabajaban en las caballerizas, se
percataron de que Jimena trataba de montar en un caballo que la desconocía por
lo que éste, estaba enfurecido; trataron de alertarla para que no lo hiciera, pero
ella hizo caso omiso a la advertencia. Viendo el peligro que corría, Juan y la
“chachi”, expertos jinetes, la siguieron en sus respectivas monturas, hasta
alcanzarla y tranquilizar a la bestia.
Jimena, con lágrimas en los ojos y llena de miedo, los abrazó y les dijo:
- Discúlpenme, muchachos. Gracias por salvarme la vida.
José, llorando, le dice:
- Esa fue una promesa que hicimos, no hay nada que agradecer.
Por su parte, la “chachi”, todavía asustada:
- Exacto. Eres nuestra mejor amiga.
Jimena, todavía llorando y temblando por el susto pasado, exclamó:
- ¡Esto si es amistad verdadera!

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Con esta acción, Jimena aprendió lo valioso que es el amor familiar y el valor de la
amistad, entendiendo que hay que ser humildes y sencillos, que aun cuando se
tenga dinero, no será posible tener el aprecio y el cariño de las personas que nos
rodean si no les damos el trato que se merecen, sin importar la condición social
que tengan.
“De qué vale tener todo lo material si no se puede tener el cariño y la amistad
verdadera y vivir en un mundo de apariencia y frivolidad”

DESPUÉS DE LAS TORMENTAS


Autor: Alba Vásquez
En un pequeño pueblo donde el sol casi siempre es brillante, luminoso y lleno de
vida; existe una vieja creencia de que, en las noches más oscuras, después de
una tormenta, se escuchan lamentos extraños y algunos pobladores afirman haber
visto seres de ultratumba, rondar por las zonas menos transitadas.
Sin embargo, para un chico de tan sólo 16 años, todo eran puras patrañas. El
chico no creía nada de lo que se rumoraba, siempre decía que para creer algo así,
tendría que verlo primero, pero, para su vecina, era todo lo contrario; ella creía en
todos los rumores que se esparcían por el pueblo.
Un día, común y corriente, después de clases, en el cielo se notaba que se
acercaba una tormenta; los chicos que estudiaban juntos y, gracias a que eran
vecinos, casi siempre se regresaban en grupo a sus casas. En esta ocasión, al ir
caminando de regreso, una de las chicas comenta, con algo de temor:
- ¡Odio las tormentas! Todos en el pueblo dicen que después de ellas, se ven
muertos y también que se escuchan sus lamentos.
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- ¿También crees en eso? – Pregunta un poco fastidiado, uno de los
compañeros.
- ¿Por supuesto que sí! ¿No escuchaste que hace unos meses en el viejo
cementerio, donde está el difunto médico y celador, se levantaron los
muertos?
- Sí lo escuché. Es como aquel rumor de la maestra que era agredida por su
hermano el borracho que, después que murió, perseguía a todos los
borrachos que pasaban cerca del cementerio.
- ¡No lo exageres!
- Bueno. La cuestión es que, si no lo veo, no lo creo.
- ¡Ja! – Expresa la chica de forma sarcástica – Yo, la verdad prefiero no
verlo, pero seguir creyendo. No vaya a ser que salga peor de lo que estaba.
- Te propongo algo – Dice el chico, con una enorme sonrisa en el rostro.
- ¿Sobre qué? – Pregunta ella insegura
- ¿Qué tal si después de la tormenta que se avecina, caminamos un poco por
el pueblo?
- ¡¿Después de la tormenta?¡ - a la chica se le notaba el pánico en la cara,
de solo pensar en caminar por el pueblo, después de una tormenta.
- ¡claro! Verás que los rumores son sólo eso. Si salimos después de esta que
se avecina, comprobaríamos si los rumores que se dicen en el pueblo, son
ciertos.
- Si vemos o escuchamos algo extraño, tú y todo el pueblo tendrán la razón,
pero si no, la razón la tendré yo.
- Y ¿si me niego? – Preguntó a la defensiva.
- Jamás sabremos lo que pasa en el pueblo – Contesta él, con simpleza, en
su tono de voz.
- ¡Está bien! ¡Lo haré! – Argumenta ella, con firmeza; pero ante esta
respuesta, todavía él duda de la resolución tomada por la chica, y le dice:
- Si de verdad no quieres ir, no tienes que…
- ¡Que sí voy! Me buscas una hora después que pase la tormenta.
Después de esa conversación, cada uno llegó a su hogar. Mientras pasaba la
tormenta, que duro poco tiempo, cada uno hacia sus quehaceres. A un cuarto para
las siete de la noche terminó la tormenta, los chicos comenzaron a alistarse para
partir y, mientras terminaban, el reloj marcaba las ocho en punto. El joven parte
hacia la casa de la amiga que, ahora, sería su compañera de aventuras.
Al llegar allí, tocó la puerta y, en menos de un minuto, ella estaba saliendo toda
abrigada, al igual que él, para estar bajo una noche tan fría como aquella y
comenzaron a caminar sin rumbo fijo.
- ¿A dónde vamos? - Preguntó ella con curiosidad.
- A donde nos lleve el camino – Contesta él, tomando un callejón bastante
oscuro – Creo que, si tomamos este callejón, nos pueden asustar, que es lo
que queremos ¿No?
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- Te contradices al decir: “A donde nos lleve el camino” y luego decidir ir por
un callejón que no estaba en la ruta – El chico no responde.
La chica sentía una cierta admiración por su acompañante por su valentía y
osadía, ya que ella pensaba que, si los asustaban, no iba a ser muy bonito, pero,
de todas formas, él seguía caminando delante de ella, señalando el camino.
Llegaron a una zona bastante alejada de donde vivían, muy cercana al viejo
cementerio, pero, obviamente, no se dirigían directamente a él, por petición de la
chica; así que siguieron su camino para dirigirse a un parque que se encontraba
cerca de allí. Al llegar, el lugar estaba completamente desolado ya que, gracias a
los rumores, nadie saldría después de la tormenta.
Los chicos se sentaron en uno de los bancos, esperando, como dijera el chico:
“Que alguien o algo los asustara” para confirmar lo que se decía en el pueblo.
Pasaron los minutos sin que sucediera nada extraño, el chico comenzó a
aburrirse, afirmando su teoría de que en el pueblo no ocurría nada sobrenatural;
se levantó de golpe haciendo que la joven reaccionara sobresaltada por los
nervios que le atacaban.
- ¿Ya viste? No ha pasado nada fuera de lo normal – dice el chico
empezando a caminar para iniciar el regreso a casa, provocando que ella
también se levante de golpe y eche a andar detrás de él, pero, antes que
pudieran salir del parque, escuchan algo a la izquierda de ambos, lo que los
deja paralizados. Se quedan por un rato esperando a oír de nuevo el raro
sonido, pero, ahora lo escuchan a sus espaldas, lo que los hace voltear
bruscamente para tratar de identificar la causa del mismo.
- ¿Qué fue eso? – pregunta ella, asustada.
- ¡No lo sé! – Contesta él, algo sobresaltado.
- ¿Serán los muertos de los rumores? – pregunta ella, sorprendida al ver que
su acompañante se dirige a unos arbustos para escudriñar en la oscuridad -
¿Qué haces? ¿A dónde vas?
- Voy a averiguar detrás de los arbustos.
- ¡¿Estás loco?¡
- A eso fue a lo que vinimos ¿O no?
Antes de que ella pudiera pronunciar otra palabra y él se acercara más a los
arbustos, escuchan un sonido más grave que los anteriores, que más bien parecía
un lamento. Entre sorprendidos y aterrados al mismo tiempo, emprenden veloz
carrera sin ver atrás, logrando salir definitivamente de aquel lugar y se detienen
muy cerca del cementerio para tomar un poco de aire y reponerse un poco del
cansancio.
Después de algunos segundos de estar allí, el terror los paraliza mucho más,
cuando, al escuchar voces que salían de dentro del cementerio.

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- Pero usted presenta síntomas…síntomas alarmantes…inequívocos…En
una palabra, síntomas de vida - Se escucha decir detrás de las gruesas
paredes.
Ambos se miran con sorprendidos y mucho más aterrados, pero, aun así, él,
llenándose de valentía, trepó por la pared del cementerio para observar de qué se
trataba la conversación que escuchaban desde afuera.
- ¿Qué ves? – Pregunta ella, con el corazón latiendo como loco.
- Veee…veeeo a unos muertos haaaa…blando – Le contesta con evidente
temblor en la voz.
- ¡¿Quéeeeeeee?! – Insiste ella.
- ¡Están hablaaando como siiiii estuvieeeran viiivos! ¡Peeeero tieeeeeenen la
roooopa raaaasgada! Y a aaaaalgunos leeees faaaaltan paaaartes deeel
cuuuuerpo.
Después de balbucear estas palabras, se lanza al piso, toma a la chica de la mano
y emprenden veloz carrera como si no hubiera mañana. Corrieron tan aprisa que
no se percataron que ya estaban en la zona donde vivían.
- ¿Y ahora? ¿Qué haremos? ¿Le contaremos a todos lo que nos ha
sucedido?
- No. No se lo contaremos a nadie – responde él, muy decidido.
- Pero… ¿por qué? – Insiste ella
- Porque no nos creerían y porque, después de todo, ellos merecen
descansar en paz.
- ¿Y los rumores, entonces?
- Ya lo decidí y nada me hará cambiar de opinión; ya comprobé que los
rumores son ciertos, pero, ellos merecen descansar, sin que nadie les
moleste.
Y con esas palabras, se despidieron y fueron a sus casas. Así, los chicos, en
breves palabras, acordaron no decir nada y no volver a tocar el tema. Él, por su
parte, ahora sí creía en la existencia de los espantos que circulaban en el pueblo,
mientras que, ella, se sentía más segura; gracias a la forma valiente y decidida de
actuar, de su compañero.

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LA LUZ
Autor: Aarón Zapata
Cuenta una vieja leyenda que, existía en Marigüitar, una casa embrujada. El
dueño de la misma, había ofrecido una recompensa a quien fuera capaz, de pasar
allí, una noche. Todos los que intentaron hacerlo, huyeron despavoridos al oír una
voz que provenía de la biblioteca, diciendo:
- ¡Por favor, ilumíname!
Una noche de lluvia y viento llegaron al pueblo, una mujer y su hijo. Temiendo no
poder sobrevivir a una noche así, le pidieron al dueño de la casa, que los dejara
dormir allí. Él se los permitió y les entregó, además de las llaves, una bolsa con
víveres.
Cuando la mujer y su hijo estaban cenando, oyeron una voz suplicante que decía:
- ¡Por favor, ilumíname!
La voz procedía de un cuarto, al fondo de la casa. El valiente joven entró en el
oscuro cuarto en donde se encontraba la biblioteca y, con la ayuda de la luz de

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una vela, pudo ver a un anciano sentado en un sillón, con un grueso libro en las
manos.
- ¿Ha pedido usted luz, señor? – Preguntó el muchacho, con mucha cortesía.
- Sí, por favor. Acércate e ilumíname con tu vela, para que pueda leer este
libro.
El joven se sentó junto al anciano y le iluminó, mientras este leía sin descanso. Así
pasaron varias horas hasta que, por fin, el anciano lanzó un suspiro de alivio y
cerró el libro. Dirigiéndose luego, al muchacho, le dijo:
- ¡Gracias! Con tu ayuda he podido cumplir con mi mayor deseo: terminar de
leer este interesante libro, hace mucho que quería hacerlo, pero, sólo lo
podría hacer, si alguien de buena voluntad, me brindaba luz y, tú, lo has
hecho. Por eso, te daré mi mayor tesoro: todos los libros que tiene esta
biblioteca.
El joven se volteó a ver, a la luz de la vela, los estantes de la biblioteca con una
gran cantidad de libros, con los más variados y bellos títulos y, al querer dar las
gracias al humilde anciano, por el regalo recibido, éste había desaparecido en la
oscuridad.
Llamó a su madre y, muy contentos, fueron abriendo y leyendo maravillosas
historias. Así pasaron muchos días y, el joven aprendió tanto, que adquirió
muchos conocimientos y obtuvo mucho prestigio porque, se convirtió en una
persona de una amplia y fructífera cultura.
De esta manera encontró un buen trabajo y pudo darle a su madre, las
comodidades y la vida que se merecía y, también, de esta manera, se pudo
acabar con la tenebrosa leyenda de aquella casa embrujada.

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SI ALGUNA VEZ DIJÉRAMOS ADIOS
Autor: Claudia Barrios
¿Cómo me definiría? No lo sé. Quizás alegre, muy feliz, ordenado, amoroso,
amigable, sociable. ¡Soy todas esas cosas! ¡Siempre he pensado que, hay que ser
buenos, porque, si alguna vez dijéramos adiós, sería eterno!
Mi madre dice que, las personas son eternas; no por el tiempo que viven, sino por
la huella que dejan. Un ejemplo de eso, era mi profesora de historia, ella era un
sol, era alegre, amorosa, paciente, etc., aunque jamás tuvimos una amistad muy
profunda, eso era lo que emanaba de ella.
Era un 14 de septiembre, estaba en el colegio esperando mi próxima clase de
historia, con la profesora Anna Helena. Iba caminando y todos voltearon a
saludarme, me dirigí a mi taquilla, la 596, y en la 594, mi mejor amigo: Axel Brown.
- Hola – Me acerqué a él.
- Hola Ian – Me devolvió el saludo.
- ¿Qué hay de tu vida? No he sabido nada de ti en estos dos días – Dije.
- Estudiando para el examen de hoy – Contestó.

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En eso suena la campana y ambos nos dirigimos al salón. Una vez allí, la
profesora empezó a hacer el examen. El día pasó muy rápido y, al igual que este,
los meses.
Ya estábamos en vacaciones de diciembre. Hoy, exactamente, es 31. Salí al
porche de mi casa y me senté a pensar que este año, era mi último, en el colegio -
¿Y qué voy a estudiar después? – Me pregunté a mi mismo.
Pasé en eso, unos largos minutos, hasta que llegué a la conclusión que estudiaría
psiquiatría porque hay tantas personas que padecen enfermedades mentales y,
estas, no son juego, son enfermedades muy serias.
Después de un tiempo pensando y cavilando, se habían hecho las 11.56 pm;
faltaban 4 minutos para la medianoche. El 31 de diciembre terminó muy bien,
abriéndole paso a enero.
Hoy, 10 de enero, se reiniciaban las actividades escolares y, la primera clase…era
historia, con la profesora Anna Helena. Ella es muy buena docente, sus temas son
muy interesantes y, personalmente, es muy bonita.
Al llegar al salón, todos me saludaron, llegué a mi asiento y, Axel, me esperaba:
- Hola Ian – Saludó
- Hola Ax – Correspondí.
- La profesora debe llegar en unos minutos _ dijo con entusiasmo.
- Sí, ella jamás falta – dije, restándole importancia - Oye, mi papá me dio el
permiso para ir… - no terminé la frase porque el Director Oliver, entró al
salón:
- Buenos días – dijo él, sin ánimo.
- Buenos días – dijimos todos, en coro.
- Apreciados estudiantes, la profesora Anna Helena, acaba de morir esta
mañana – dijo – A las 4 pm de mañana, será el entierro, por favor, no falten
– continuó, en forma de despedida.
Axel y yo nos quedamos dentro del aula, pensando:
- Y ¿Sí alguna vez dijéramos adiós? – pregunté.
- Ningún adiós es para siempre – respondió.
- Y si, ¿sí? – volví a preguntar.
- Entonces, no creas en nada y estás perdido – contestó – Nos vemos
mañana en el entierro – dijo, y asentí con la cabeza, a modo de despedida.
Esa noche, volví a casa con el pensamiento de la muerte en la cabeza y, el adiós,
un adiós para siempre.

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LA PRINCESA ROSA
Autor: Bárbara Hernández
Érase una vez, en un reino muy lejano, una hermosa princesa.
Su belleza era única porque tenía el cabello largo y rojo y le gustaban tanto las
rosas, que todos la llamaban: Princesa Rosa.
Todos en el reino, la adoraban. Algunos niños le llevaban ramos de rosas. Unos
ramos eran de rosas rojas, otros de rosas blancas y, otros, de rosas amarillas:
- Princesa Rosa. ¿Qué rosa le gusta más?
- - Oh, me gustan todas las rosas del mundo, pequeños.
Los abrazaba y les hacía cosquillas. Los niños estallaban en carcajadas.
Todas las noches, tras el atardecer, la Princesa Rosa salía al balcón y daba una
palmada:
- ¡Oh, ven querido pájaro!

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Un pájaro dorado llegaba volando de, no se sabe dónde, y se le posaba en el
hombro.
De repente, el pelo de la princesa empezaba a brillar, se iluminaba con una luz
roja brillante:
- ¡Qué pajarito tan travieso! ¿Te gusta jugar con mi cabello?
Enseguida, el pájaro empezaba a trinar, una melodía cautivadora. La Princesa
Rosa se unía a la canción, todo el reino quedaba dormido y tenía dulces sueños,
hasta el amanecer.
- ¡Oh!¡Qué voz tan dulce!
- Buenas noches, queridos. ¡Dulces sueños!
Así pasaron los años; todas las noches, la princesa, junto con el pájaro dorado,
cantaban una preciosa canción para que la gente se quedase dormida, y tuviese
dulces sueños, hasta el amanecer.
Pero un día, ocurrió algo terrible, una malvada bruja supo de la Princesa Rosa.
Cuando la princesa volvió a cantar, la bruja se tapó los oídos.
- ¡No me gusta! ¡Es demasiado buena, demasiado amable! - La malvada
bruja decidió echarle un maleficio - ¡Abracadabra, sin salá!¡Que el color de
la rosa, se vuelva oscuridad!
Y al punto, el pelo de la princesa, se volvió tan negro como el carbón.
- ¡Oh, vaya! ¿Qué le ha pasado a mi cabello? Así no puedo cantarle a mi
pueblo para que tenga dulces sueños.
Esa noche, la Princesa Rosa salió al balcón y batió las palmas como hacía
siempre, pero, cuando apareció el pájaro dorado, el cabello lo tenía negro, en
lugar de rojo; aun así, el pájaro trinó su cautivadora melodía y la princesa cantó su
nana. Todos en el reino se durmieron, pero, esa noche, sólo tuvieron malos
sueños y pesadillas.
- ¡Oh, Dios mío!¡Qué aterrador! Sólo vi oscuridad – se quejaba algún súbdito.
- ¡Yo vi serpientes por todas partes! Vi que me ahogaba en el océano, ahora
me da miedo, quedarme dormido – contestaba otro vecino.
Al día siguiente, la princesa, muy triste, llamó al pájaro, le contó sus
preocupaciones y le pidió una solución.
- ¡Oh! Dime pájaro dorado. ¿Qué puedo hacer para que mi pueblo tenga
dulces sueños hasta el amanecer? – dice la princesa, muy preocupada.
- Pelo negro en agua de rosa – le responde el pájaro.
- ¿Pelo negro en agua de rosa, me ayudará? ¡Qué extraño!

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A la princesa le sorprendió aquel consejo, pero, sin embargo, lo acató. Llenó una
pila con agua y esparció unos pétalos de rosa en la superficie. Después sumergió
el pelo en el agua rosa e, instantáneamente, se volvió rojo.
- ¡Oh, es otra vez, rojo! ¡Gracias, pajarito!
Esa tarde, cuando el pájaro se posó sobre su hombro, el rojo brillante de su
cabello, iluminó el oscuro cielo, una vez más.
La princesa cantó su nana, todo su reino se quedó dormido y nuevamente, tuvo
dulces sueños hasta el amanecer.
- ¡¿Qué? ¿Ha vuelto?! – La malvada bruja estaba tan enfadada de que su
maleficio se hubiera roto, que decidió volver a realizar su hechizo –ja ja ja.
Ahora le enseñaré mi poder - ¡Abracadabra, sin salá!¡Que el color de la
rosa, se vuelva oscuridad!
Nuevamente, el pelo de la princesa, se volvió más oscuro que el carbón.
- ¡Oh, no! ¡Otra vez no! ¿Qué me está pasando?
Esta vez, la malvada bruja se llevó todas las rosas del reino, veía a la princesa
llorando y se alegró mucho:
- Ja ja ja. Veamos si ahora puede romper mi hechizo.
Una vez más la princesa, triste, le pregunta al pájaro:
- Dime pájaro dorado. ¿Qué puedo hacer para que mi pueblo tenga dulces
sueños hasta el amanecer?
Y el pájaro respondió, igual que la vez anterior:
- Pelo negro en agua de rosa.
- Pero si no queda ni una simple rosa, en todo el reino – dice la princesa.
- Pelo negro en agua de rosa – el pájaro trinó, y salió volando.
- ¡Oh, por favor, no te vayas! ¡Dame otra solución, por favor! – Suplicó con
vehemencia.
La princesa no sabía qué hacer. Era tan grande su angustia, que se le llenaron los
ojos de lágrimas, una cayó y, en ese momento, un joven y guapo príncipe que se
había detenido bajo el balcón de la princesa, abrió una pequeña caja y sacó un
cabello.
Se arrodilló y colocó el cabello sobre la lágrima de la princesa y, entonces sucedió
un milagro; el pelo se convirtió en una rosa roja.
- ¡Ah, con esto lo conseguirá! – dijo el príncipe. Éste cogió la rosa y se la
llevó a la princesa – ¡Para ti, hermosa princesa!
- ¡Oh, una rosa! ¿Cómo lo has conseguido? – preguntó la princesa.

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- Con tu lágrima y uno de tus cabellos rojos – Respondió el príncipe
Emocionada, cogió la rosa, se secó las lágrimas e, inmediatamente, lanzó los
pétalos al agua de la pila; después, metió su larga cabellera en ella y rompió la
maldición. Todo el mundo suspiró asombrado.
- ¡Oh, es mágico! Joven. ¿Dónde has encontrado ese pelo rojo? – preguntó
el rey.
- Querido Rey: cuando la princesa y yo, éramos niños, le arranqué un pelo de
su cabellera como señal de mi lealtad hacia ella y, ella, hizo lo mismo
conmigo – Respondió el príncipe.
- ¡Es verdad, padre! – Confirmó la princesa y sacó una pequeña caja, la abrió
y, dentro de ella, había un cabello del príncipe.
Todos en el reino estaban alegres con la noticia. El príncipe y la Princesa Rosa se
casaron ese mismo día.
Cuando la malvada bruja se enteró que su maleficio había sido roto una vez más,
se encolerizó tanto, que explotó en diminutos pedazos.
Al final, las rosas florecieron en todos los jardines del reino, una vez más, y así,
cada tarde, la Princesa Rosa cantaba su preciosa nana para que su pueblo
durmiera en paz y tuviera dulces sueños, hasta el amanecer.

MIS LAZOS CON “LA CASCADA”


Autor: Alieska Mendoza
Ya habían pasado casi nueve años desde que la pequeña Isabel, partiera del
pueblito “La Cascada” a la gran ciudad de “Casillar”; de grandes edificios, ruido de
autos, trabajo, colegio, en fin; convivir en un mundo distinto al que había conocido
hasta entonces.
Ahora regresaba a ese pequeño pueblo, su pueblo natal; donde convivió con sus
padres, los primeros años de su vida y del que tuvo que salir, a pocos meses del
accidente fatal en el que perdió la vida, su padre y, que llevó a su madre, a tomar
esa decisión por considerar, en aquel momento, que era lo mejor para ambas:
empezar una nueva vida, lejos de aquel lugar.

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Isabel regresa, ya convertida en toda una señorita, a sus 16 años, acompañada de
su madre: Doris y su tío Antonio; las figuras que la ayudaron a crecer en la ciudad.
Sentada al lado de su madre, algo nerviosa; con largo cabello castaño, una tez
blanca, mejillas sonrojadas, ojos color miel, muy parecidos a los de su padre;
según comentaba, muchos de los que lo conocieron.
Mientras transcurría el viaje, Isabel sólo pensaba en lo difícil que sería adaptarse
de nuevo a aquel lugar, desconocido para ella. Para sus adentros, pensaba y
rogaba, al mismo tiempo:
- Dios, ayúdame a adaptarme rápido. ¡Sólo quiero que estemos bien, por
favor!
Al acercarse a la entrada del pueblo, pequeños destellos fueron apareciendo en la
memoria de aquella joven; primero al pasar cerca del pequeño preescolar, luego,
aquella plaza, cerca de la iglesia; esas calles que daban a la casa que, cada vez,
recordaba con mayor intensidad. Llena de emociones encontradas, fue tomando la
mano de Doris al ver, parada en la entrada de la casa, a una señora que le era
familiar y que las esperaba con ansias, sentada afuera de aquella casa blanca,
rodeada de muchas flores. ¡Era la casa donde creció! De repente, escuchó esa
tierna voz que tantas veces escuchó ´por teléfono. Era la voz de su abuela Doña
Flor la que escuchó al detenerse el carro de su tío Antonio.
- ¡Hola mi pequeña! ¡Qué grande y hermosa estás!
La abrazó muy fuerte, luego a sus hijos: Doris y Antonio y, entre abrazos y llantos
de alegría, todos entraron a aquella casa, llena de amor maternal. Poco a poco,
recuerdos al lado de su padre y la familia, empezaron a llegar con claridad al mirar
fotos con imágenes de escenas que tanto compartieron y le dijo a su madre:
- ¡Madre! De verdad pensé que no podría vivir aquí, pero, quiero que sepas,
que entiendo tu decisión y, ayudaré, en lo que haga falta.
Al pasar los días, fueron adaptándose nuevamente, a la vida de aquel pequeño
pero lindo pueblo. Disfrutaban en familia los fines de semana, en el río que les
quedaba cerca y aquella pequeña cascada de aguas cristalinas que, parecía una
cortina, que cubría las rocas del lugar. ¡Era un pequeño paraíso!
Tiempo después, se encontraba en funcionamiento la librería “Letras Doradas”, la
cual era una pequeña sucursal de la que su tío Antonio, tenía en la ciudad, bajo la
responsabilidad de su madre. Todo marchaba de manera excelente, compartía, de
vez en cuando, con sus primos y con una joven llamada Carla, a quien veía,
ocasionalmente, cuando estaba en la librería acompañando a su mamá.
Al irse acercando el final de las vacaciones escolares, sus nervios se alteraron al
enterarse que había sido inscrita en el colegio del pueblo y que pronto,

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comenzarían las clases. Esto la mantenía pensando en cómo sería la aceptación
entre los estudiantes, ya que para ellos sería, “la nueva”.
Luego de dos semanas, llegó el tan esperado lunes. Vestida con su nuevo
uniforme y acompañada de su mamá, llegaron a aquel colegio desconocido para
Isabel y, cuando se despedían, una voz gritó el nombre de Doris, con cierta alegría
y confianza familiar.
- ¡Doris, mi amiga! ¿Cómo estás?
Su madre, al ver a aquella señora, casi corre de alegría hacia ella, diciendo:
- ¡Raquel! ¡Cuánto tiempo! Pensé que ya no vivías aquí.
Ambas mujeres se fundieron en un largo abrazo y lloraron de alegría; Doris
presenta a Isabel y luego, entre lágrimas y sollozos, le cuentan que, de niñas,
fueron inseparables amigas. De pronto, una jovencita se acerca al grupo y se
dirige a Raquel:
- Bueno mami, creo que debes irte, ya tengo que entrar.
Antes de despedirse, Raquel mira a la joven y le dice:
- Celeste: ella es Isabel. Isabel: ella es Celeste. Tal vez no lo recuerdan,
pero, ustedes fueron juntas al kínder y pasaban mucho tiempo jugando.
Celesta le dice:
- Debe ser verdad, tengo muchos dibujos que tienen tu nombre; así que,
cuéntame. ¿En qué salón te toca ver clases?
- Estoy en cuarto, sección “U” – responde Isabel
- ¡Uy, qué emoción! ¡Yo también! Vamos para presentarte a tus nuevos
compañeros. Siempre he estudiado en este pueblo, así que, los conozco a
todos – argumenta Celeste.
Se despiden de sus respectivas madres y entran a la escuela. Se encuentran con
una alegre y contagiosa joven llamada Carla que, de inmediato, hizo amistad con
Isabel. En el transcurso de la mañana, Celeste y Carla fueron presentando a
Isabel al grupo de compañeros; lo que ayudó, a que la adaptación al nuevo
colegio, fuera menos traumática de lo previsto.
Así continuaron los días, tranquilos y emocionantes para Isabel y su madre.
Muchas veces compartiendo con la familia y otras, con las nuevas y viejas
amistades, reforzando el sentimiento de cariño que habían dejado hace un tiempo
atrás; algunas veces, disfrutando de ese pequeño paraíso que se encontraba
detrás de aquella cortina de agua que tan gratos recuerdos le traía. En una de
esas ocasiones, mirando las aguas cristalinas deslizarse por el lecho del río,
Isabel le comenta a su mamá:

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- Mami, es muy cierta la frase que dice: “las aguas vuelven a su cauce”, tal
como nosotras hemos vuelto ahora.
Abrazadas, madre e hija entendieron que ese pueblo era su hogar, allí, aun
brillaba el amor familiar, el más fuerte, el que todo lo puede y ambas pronunciaron
una frase que habían aprendido en el seno de la familia:
- “No hay hogar como tu hogar”.

EL CASTIGO DE ANDREAS
Autor: Marcia Viera
Estaban enfrentándose dos hermanos: Andreas y Iroh. Era un duelo impuesto por
su propia familia, conformada esta por hechiceros, cuya condición era que, cuando
se concibieran gemelos en la familia, estos tendrían que luchar a muerte, al
cumplir los dieciocho años.
La pelea era reñida, lo hacían con gran ímpetu y fuerza, ya que cada uno de ellos
buscaba acabar con el otro y, al mismo tiempo, luchaban por sobrevivir.
En un movimiento rápido, el ágil Andreas derribó a su hermano con un ataque que
terminó con su vida, al impactarle un rayo mágico en el corazón; era un hechizo

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muy potente. Se sintió eufórico al ver el cuerpo de su hermano Iroh, en el piso, sin
vida, con su color ya perdido. Al volver a la realidad, los ojos de Andreas se
inundaron de lágrimas amargas y su corazón, de odio; de odio por su familia y
hacia sí mismo.
Cuando tuvo conciencia de sí, escuchó los vítores de su familia, mezclados con el
llanto inconsolable de su madre. No, no eran su familia, eran seres que le
obligaron a matar a su hermano y…su progenitora…ella…ella no hizo nada por
evitarlo, era igual de culpable.
- ¡silencio!!! – Gritó el joven hechicero – Vean en lo que nos hemos
convertido. Partiré de Igneus. Me voy y no pienso regresar, véanme como
un traidor o un desertor sil les place. Me voy a recuperar a mi8 hermano,
cueste lo que cueste.
El joven tomó sus pertenencias y se marchó ese mismo día, vagando sin rumbo
fijo, sin saber a dónde ir. Cierta tarde, mientras ojeaba uno de sus libros de
hechicería, encontró la receta para un brebaje que le permitiría ver a un ser
querido, muerto. En su corazón surgió una esperanza y prestó mayor atención a la
lectura, captando, con mayor detenimiento, cada paso que debía realizar.
Primero, debía visitar la ciudad de Mistrall; allí encontraría una flor llamada
“laurifolium”, que le permitiría crear los cimientos para establecer el puente entre el
mundo terrenal y el espiritual.
Andreas, ahora mucho más lleno de esperanza y vida, partió rumbo a Mistrall, en
donde buscaría el templo de los monjes que custodiaban un extenso cultivo de
“luaurifoliums”. Desde que puso un pie en el lugar, no hubo ser que se interpusiera
en su camino y saliera con vida. Andreas estaba lleno de una gran determinación
y nada podría pararlo. Lanzó un último hechizo mientras tomaba una “laurifolium” y
la guardaba, sonriendo a la vez.
- Si piensas hacer con esa flor lo que creo, te deseo mucha suerte,
muchacho…pagarás un enorme precio – dijo un monje moribundo al que
Andreas había hechizado para apropiarse de la flor. Esas fueron sus
últimas palabras.
Aun así, Andreas no escatimó esfuerzos y siguió adelante con su empeño. Su
siguiente parada sería la ciudadela de Letifer. Allí encontraría una hierba especial
que se cultivaba en el castillo de la familia Pollux, llamada “polianthes”.
Una vez llegado a la ciudadela, se infiltró en el castillo y, por la noche, se dirigió al
invernadero, tomando de la “polianthes”, tres hojas, tal como lo indicaba la receta
mágica.

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Habiendo guardado lo adquirido en un frasco, fue sorprendido por una
exclamación femenina, quien no pudo decir ni hacer nada más, al ser atravesada
en el abdomen, por la daga de perlas, del infiltrado.
- Creo que fue mi culpa – balbuceó la joven, tosiendo sangre – Yo no puedo
rogarte que no me mates…pero…no acabes contigo – suplicó, sabiendo lo
que el intruso, haría con la planta robada.
La princesa murió y, el ahora bandido Andreas, se marchó, con una mirada
sombría en su rostro. Su siguiente y final destino sería Roscalig; allí encontraría la
“ignismer”, el último elemento de su receta.
Roscalig era una ciudad fantasma. Sería fácil conseguir la “ignismer”, sólo tenía
que llegar al borde de la ciudad, allí crecían de forma silvestre, justo, al borde de
un acantilado. El joven recogió la flor que era de un color borgoña, era un color
púrpura muy oscuro, era la belleza de la muerte, cada pétalo la retrataba en su
superficie. La colocó en un cuenco junto a las tres hojas de “polianthes” y la
“laurifolium”, tan celeste que podía ser el cielo; tomó la daga con la que había
dado muerte a la princesa de Letifer y se hizo un corte en la palma de la mano,
dejó caer la sangre en el cuenco y, cuando creyó que era suficiente, se vendó la
herida y comenzó a machacar y revolver los ingredientes, envueltos en su sangre.
Tras revolverlo todo y haber hecho un jugo espeso, tomó de él y, después de
tragar, cayó de rodillas, a consecuencia de un desagradable mareo. Cerró sus
ojos unos minutos y, cuando los abrió, se encontró con su hermano Iroh, frente a
él.
Andreas quiso correr a abrazarlo, pero, al instante, y debido al mareo sufrido, cayó
de bruces, sucumbiendo una vez más, al efecto del brebaje ingerido.
- No mereces verme. Ni ahora ni después. No es porque tú me hayas quitado
la vida, sino por todo lo que hiciste, antes de llegar aquí. Eres una terrible
persona - decía Iroh, con el ceño fruncido y la voz cargada de decepción,
mirando, desaprobatoriamente, a Andreas, que lo miraba con
desesperación, queriendo decirle algo, pero, sin las palabras o la voluntad
para pronunciarlas – Eres, incluso, peor que nuestra familia. No mereces
verme, Andreas, pero ahora te llevarás contigo, las vidas inocentes que
arrebataste.
Andreas, una vez más intentó levantarse, pero, entre la desesperación y el mareo,
no se dio cuenta que se había parado, justo al borde del risco, perdiendo el
equilibrio y cayendo, para perderse en la oscuridad del abismo.
Todo hechicero o guerrero que ose usar este brebaje, con la intención de volver a
ver a un ser querido, ya fallecido, debe saber que es imposible devolver a la vida,
a un alma que ya partió de este mundo. El brebaje sólo permite ver la silueta del

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ser amado, es sólo una ilusión y, con ella se van todas las esperanzas, de
regresarlo a la vida.
Andreas, antes de morir, mientras caía hacia el fondo del precipicio, se dio cuenta
de ello y, por eso, aun sabiendo que podía salvarse, no lo hizo; aceptó su destino,
ese era su castigo.

EL MUNDO DE LOS MUERTOS


Autor: Sophia Heredia
En un pueblo llamado “Villa Paradium”, en el año 2027, con una población de 300
personas, entre las que se encontraba Pitter, un joven de 19 años, cabello rubio y
ojos verdes, alto y flaco, a quien le gustaba tocar guitarra desde que era un niño.

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Era integrante de una banda local llamada BG-4, no muy reconocida porque aún
estaban nuevos, pero, aun así, habían grabado su primer CD, aunque no les fue
muy bien; todavía les faltaba mucho camino por recorrer para alcanzar la fama.
A Pitter, eso no le importaba mucho, a él no le interesaba la fama, sólo disfrutaba
tocando la guitarra, amaba la música. Una noche, tras dar un concierto en un club
nocturno, muy feliz por el gran concierto que habían realizado, les dice, a los
demás integrantes: Alex, Aiden y Jack; para celebrar con unos tragos el éxito
logrado y, ellos, muy gustosos, aceptan entusiasmados.
Se la pasaron genial, rieron, bromearon, bailaron y hablaron muchísimo. Pitter los
quería mucho, desde pequeños eran amigos, luego decidieron formar la banda
que bautizaron como BG-4, tomando en cuenta el número de integrantes y, las
letras, le daban un toque de originalidad. ¡Eso pensaron al momento de crearla!
Esa noche, pasadas las 3.00 am, los chicos deciden irse, cada uno por su lado.
Pitter, al regresar a casa, solo en su auto, sufre un accidente, chocando contra un
camión, muriendo instantáneamente.
Al recobrar la lucidez, se percata que se encuentra en un sitio desconocido para
él, confundido, pregunta a las pocas personas que ve a su alrededor:
- ¿Dónde estoy?
- En el mundo de los muertos – contesta uno de los presentes.
Pitter estaba sorprendido, pero también curioso, ya que, a su alrededor, veía
pocas personas o muertos…
- ¿Por qué hay tan pocas personas en este lugar?
- Porque hoy es 9 del mes 9, por lo tanto, todos los muertos salen a asustar a
los vivos; al menos, la mayoría lo hace – contestó la misma voz anterior –
Como podrás saber, mi nombre es Harry. ¿Cuál es tu nombre?
- Soy Pitter – responde él, sorprendido de sí mismo.
- ¡Mucho gusto Pitter! – contesta Harry.
- ¿Por qué no salieron ustedes a asustar? – pregunta de repente, Pitter;
mirando a su interlocutor.
- No me gusta asustar a los vivos, ellos no me han hecho nada malo.
Los otros muertos asienten, dando a entender que a ellos tampoco les gusta salir
a asustar a los vivos, sin embargo, Harry pregunta:
- Pitter. ¿Te gustaría salir a asustar a los vivos?
- No. No iré a asustar a los vivos, tuve una vida corta pero muy feliz. Tuve
una hermosa familia a la que extrañaré muchísimo, una increíble banda
donde amaba tocar la guitarra y momentos maravillosos que nunca
olvidaré. La verdad, creo que nunca me faltó nada, por lo tanto, no saldré
los 9 de cada septiembre, a asustar a los vivos.

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EL ARREPENTIMIENTO DE UNA MADRE
Autor: Victoria Mudarra
Algo que caracterizaba a Nobara Russell era la tristeza en cada uno de sus
gestos; su forma tan parsimoniosa de caminar, comer, escribir y, hasta de hablar;

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podía causarle tristeza a cualquiera. Su mirada estaba escasa de brillo, ya no
había vida en aquellos ojos grises.
La razón de la tristeza de Nobara era la muerte de su esposo, ocurrida tres años
atrás. Ella no continuó con su vida, se quedó estancada en la cuarta fase del
duelo. Olvidó que tenía dos hijos, una casa que cuidar y una familia a la que
brindar amor.
El mayor de sus hijos se llamaba Edward y, el menor, Michael. Ambos, al igual
que su madre, se deprimieron por la pérdida de su padre, pero, aun con el dolor
del duelo, decidieron seguir adelante.
Edward trabajaba como ayudante de un prestigioso doctor, mientras que Michael,
era repartidor de periódicos. Sus ganancias no eran las mejores, pero alcanzaban
para que los tres tuvieran: desayuno, almuerzo y cena, tres días seguidos.
Los hermanos Russell cuidaban a su madre con mucho esmero y cariño, pero, a
veces, Michael no podía evitar hablarle con algo de rudeza, cuando esta tomaba
una actitud más melancólica que de costumbre; Edward lo reñía por eso, aunque a
veces, también se agotaba.
Así pasaron los años y los hermanos Russell se volvieron muy conocidos en la
ciudad, los logros de cada uno de ellos, hicieron que se ganaran el cariño y
consideración de la gente. Edward se volvió un honorable estudiante de medicina,
sus esfuerzos fueron de gran ayuda para combatir una epidemia que arrasó con la
quinta parte de la población.
Por su parte, Michael tampoco se quedó atrás a pesar de tener dieciséis años, su
habilidad en la redacción era sorprendente y logró ascender, de repartidor de
periódicos, a redactor del diario. Pero lo bueno, no duró mucho.
Un año después que los hermanos Russell se volvieron los predilectos en sus
respectivos puestos de trabajo; iban camino a visitar a su madre, a quien habían
dejado bajo el cuidado de la vecina, luego que ellos se mudaran a la ciudad.
Ambos se llevaron una amarga sorpresa al encontrar a su madre muerta, había
ingerido un frasco de pastillas y dejado un sobre, encima de la mesa de noche.
Edward, con pasos temblorosos, se acercó a ella para verificar su defunción,
mientras Michael, por su lado, rompió en llanto cuando su hermano confirmó la
triste realidad. Nobara Russell, se había quitado la vida aquella tarde, en la
oscuridad de su habitación.
El funeral fue muy concurrido, colocaron las flores preferidas de Nobara, al igual
que velas aromáticas, con sus olores preferidos. Asistieron muchas personas, la
mayoría, conocidas de los hermanos, pero, ninguna de ellas sabía, cuál había sido
la razón de la muerte de la señora Russell, Edward y Michael, decidieron dejarlo
en secreto.

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Aunque ambos sentían cierto remordimiento por su madre por haberse apartado
de su lado durante su infancia, no pudieron dejar de sentirse culpables por lo
ocurrido.
El funeral ya había terminado, sólo quedaron ellos dos, frente a la tumba donde
ahora reposaban los restos de sus difuntos padres.
- Ed. ¿Si nos hubiéramos quedado juntos? ¿Si la hubiéramos atendido más,
el resultado sería distinto?
No tuvo valor para responder aquella interrogante del hermano menor y le
contestó con una pregunta:
- ¿Crees que será feliz?
- Sí, estoy seguro que será muy feliz – contestó Michael y le extendió aquel
sobre que había encontrado encima de la mesita de noche y que su
hermano no había visto – Dejó una carta, al menos, estoy más tranquilo con
ello.
Edward tomó el sobre y, al abrirlo, se encontró con la pulcra y hermosa letra de su
madre, sus últimas palabras plasmadas en un papel:

QUERIDOS ED Y MICKEY:
No les puedo exigir que me perdonen todo lo que les he hecho pasar, los
sacrificios que ambos hicieron por mantener esta familia, son muy admirables.
De seguro están muy enfadados conmigo, también por haberles negado, todos
estos años, el amor que se merecían. Provoqué que se esforzaran más de lo
necesario y, aun así, ambos me cuidaban y mimaban como si hubiese sido una
niña. Me merezco tus palabras de reproche, Mickey, no estoy molesta por ello; sé
que solía estresarlos y, por mi culpa, maduraron demasiado pronto.
También sé que no es excusa, pero, yo amaba mucho a su padre. Nos
conocíamos desde niños y me fue muy difícil desacostumbrarme a su presencia,
él siempre estuvo ahí para mí y me dio dos hijos maravillosos.
Perdónenme, ya no puedo avanzar más, no puedo aceptar que él ya no está con
nosotros, que no debía esperarlo para cenar juntos y que no tendría sus charlas
filosóficas con ustedes, que ya no me abrazaría, me besaría ni me diría “te
quiero”. No me siento con fuerzas para pasar otro aniversario sin él, no puedo
soportar más el dolor que se instaló en mi pecho, por tantos años.
Perdónenme, sé que no lo merezco, pero, aun así, se los ruego…

Atte

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Mamá
Edward terminó de leer la carta y miró a Michael, ambos estaban llorando; lo
menos que pudieron hacer, fue darse un fuerte abrazo. Sólo se tenían
mutuamente.

- Te amo, mamá – susurró Michael, mirando la tumba.


- Yo, igual – dijo Edward – Te amamos, pero, ahora sabemos que eres feliz.

Ambos se quedaron abrazados, de rodillas, frente a la tumba de sus padres. Una


brisa sopló, trayendo consigo muchas hojas y lo que parecía el susurro de dos
voces que conocían muy bien:
- Los amamos – dijeron al mismo tiempo, mirando al cielo.

EL CABALLO VIEJO
Autor: Gabriel Romero

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Había una vez un anciano llamado Juan, que ayudaba a su hijo a cuidar una
granja. Allí había muchos caballos, pero, para Juan, existía uno muy apreciado por
él; ese caballo se llamaba: “Relámpago”. Este se estaba haciendo grande y, el
dueño de la hacienda ya no lo quería, así que le dijo al hijo de Juan:
- A ese caballo lo tendremos que sacrificar.
Cuando Juan oyó las instrucciones que daba el dueño de la granja, fue al establo
de “Relámpago”, lo abrazó con mucho cariño y luego empezó a llorar:
- “Relámpago”, te quieren sacrificar, pero, no lo voy a permitir. No dejaré que
te sacrifiquen, primero muerto, antes de dejar que te hagan daño.
Juan andaba pensando en cómo iba a hacer para evitar que sacrificaran al noble
animal y se le ocurrió una idea; sacó a “Relámpago” con una cuerda y se subió a
él para dar un paseo. Cuando estuvieron lejos de la granja, Juan le dijo:
- “Relámpago”, vete con tu familia a la libertad, allí estarás mejor.
El caballo lo miró como si entendiera lo que le decía Juan, después, éste le quitó
la cuerda y lo dejó libre. “Relámpago” partió al trote y juan se sentía mal, pero, era
peor que lo hubieran sacrificado.
Al día siguiente, cuando descubrieron la desaparición del caballo, el dueño quedó
profundamente asombrado:
- No lo entiendo – decía - ¿Quién pudo haberlo soltado?
El hijo de Juan sabía perfectamente quién había dejado en libertad a
“Relámpago”; sólo pudo haber sido su padre Juan; un hombre bueno y noble, que
amaba a los animales.

EL SUEÑO DE LUCI
Autor: Mariángeles Leonice

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- ¡Mi sueño es ser bailarina! - Dijo Luci, con una sonrisa pintada en su rostro.
- Pero hija, es complicado, tu padre y yo trabajamos. Las calles están muy
peligrosas, no puedes andar sola, por ahí.
- Mamá, por favor. Me gusta mucho bailar, nada malo me pasará. Estoy libre
en la escuela, practicar danza puede ser mi pasatiempo, en estos días.
Después de tanto insistir, los padres de Luci, aceptaron su propuesta:
- Gracias, gracias. Les prometo que los haré sentir, muy orgullosos de mí.
Al día siguiente, Luci, muy emocionada, se preparó para ir a su clase de baile.
Cuando llegó a la escuela, los nervios se apoderaron de ella y, no pensó en otra
cosa, sino, salir de ahí, pero, antes de que lo hiciera, se le acerca una dulce mujer,
quien le dice:
- Hola hija. ¿Eres nueva?
- Sí – Responde Luci, bajando la cara.
- No tengas pena, yo seré tu profesora de danza. ¡Bienvenida!
La maestra la tomó de la mano y entraron al salón, la presentó con el grupo de
niñas y luego les pidió que se colocaran en forma de ajedrez para realizar
ejercicios de calentamiento. Al finalizar la rutina, se centraron en los pasos de
danza; para Luci, algunos eran muy complicados, mucho más cuando estaba
empezando.
Sus compañeras se reían de ella y hacían comentarios desagradables: “tiene dos
pies izquierdos”, “no sabe bailar”, entre otros. La maestra les llamó la atención,
pero, aun así, no dejaron de reírse y siguieron burlándose.
Cuando culminó la clase, luci salió llorando de la academia y, al llegar a casa, su
mamá, al verla así, se preocupó y le preguntó:
- ¿Qué te pasa? ¿Qué te hicieron? ¿Por qué lloras?
todavía llorando, le cuenta a su mamá lo que había ocurrido:
- Tal vez no soy buena en esto. No hice bien algunos pasos que me indicó la
profesora. No me gustó que se burlaran de mí.
- Para todo hay una primera vez, hijita, no nacimos aprendidas. Eres una
excelente bailarina, sólo tienes que mejorar algunos pasos y, para eso,
tienes que seguir practicando y practicando, asistiendo todos los días a
clases. No le prestes atención a las otras niñas, debes confiar en ti – Le dijo
la madre, limpiándole las lágrimas y dándole un beso en la frente.
- gracias, mamá – Agradeció ella, por el apoyo de la madre.
al transcurrir los días, Luci seguía asistiendo a sus clases y, cada vez, mejoraba
sus desplazamientos, las niñas ya no se burlaban de ella, al contrario, la
felicitaban e, incluso, la escuela le dio un reconocimiento por ser la bailarina más

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destacada. Los padres, familiares y amigos cercanos estaban muy orgullosos por
todo lo que había avanzado.
Una tarde, después de sus clases de danza, mientras caminaba hacia su casa, se
le acercó un hombre desconocido para ella. Luci se asustó mucho, ya que las
calles se encontraban algo desoladas, trató de caminar más deprisa, pero, el
desconocido la alcanzó y la empujó hacia una casa abandonada.
Desesperadamente pedía auxilio, pero, nadie escuchaba sus gritos. Mientras
forcejeaba con el intruso, recibió un golpe en la cabeza que la dejó inconsciente, lo
que aprovechó el desconocido para abusar de ella y luego huir del lugar.
Pasaron 5 horas desde el incidente, ya caía la noche y nadie daba razón del
paradero de Luci. Los padres pusieron la denuncia, pero, les dijeron que debían
esperar 48 horas para reportarla como desaparecida. La desesperación de los
padres y allegados, les llevó a iniciar la búsqueda por cuenta propia. Después de 2
horas de angustiosa búsqueda, la encontraron en el lugar de los hechos, aun
inconsciente y la llevaron al médico. Cuando reaccionó, no habló, su mirada
estaba fija, sin ver a nadie.
Al paso de los días, los padres buscaron ayuda profesional que, por suerte, le
sirvió mucho, a Luci. Ella intentaba volver a su vida normal, ponía mucho empeño
en ello y con el apoyo de todos, especialmente del psicólogo, pudo salir de ese
trance.
Después de ese triste y desgarrador acontecimiento, le dijeron una buena noticia,
era algo que dese muy pequeña, siempre había deseado; participar en un festival
de danza; lo que la incentivó a prepararse mucho mejor para brillar en el
escenario. Luego de duros días de ensayo llegó el momento tan esperado, la
emoción y la angustia la embargaban al mismo tiempo, pero, gracias a la
confianza y al apoyo de sus padres y amistades, se llena de optimismo para
realizar su evento; sin embargo, a pocas horas para presentarse en la tarima,
caminando hacia el camerino, Luci tropezó contra un muro, lo que le causó una
lesión en un pie.
La profesora, al darse cuenta de lo ocurrido, le prestó la ayuda requerida y llamó al
médico quien, la revisó minuciosamente y, aunque dijo no observar ninguna
gravedad, recomendó guardar reposo y no realizar el baile. Luci estaba muy
desolada y, a pesar de que su pie le dolía, las ganas de cumplir con su gran
anhelo eran mucho mayores que el dolor que sentía.
- Esto es lo que siempre he deseado, lo que siempre había soñado y no voy
a perder esta oportunidad. Saldré y haré mi baile, soy una niña muy fuerte,
estoy segura de poder lograrlo – Dijo Luci, con una firme determinación en
su cara.

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Entre los padres y la profesora trataron de impedírselo, pero ya la decisión estaba
tomada y, resueltamente, subió al escenario para realizar una impecable
coreografía; se inspiró tanto, que el dolor no formó parte de su ser en ese
momento, sólo escuchaba la música y realizaba los pasos con tanta elegancia
que, al culminar la ejecución; el público y el jurado la ovacionaron de pie. Luci lloró
de felicidad, estaba muy orgullosa de lo que había logrado.
A pesar de sus contratiempos, logró cumplir con su sueño.

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EL AMOR DE UNA FAMILIA
autor: Jhoselyn Rodríguez
Sara era una joven de 18 años que vivía con sus padres: Luna y Juan, de 49 y 51
años, respectivamente y, sus cuatro hermanos: Luis de 12, Lucía de 13, María de
14 y Raquel de 15 años de edad, cada uno.
A Luna le diagnosticaron una enfermedad terminal, por lo que le quedaba poco
tiempo de vida. Sabiendo de su condición, pensó en aprovechar los últimos días
de su existencia para dedicárselos a sus hijos; lamentablemente, no pudo cumplir
con sus últimos deseos.
Sara y su padre se hicieron cargo de los más pequeños, a pesar de que no existía
buena relación entre ellos y, después de la muerte de la madre, el mal carácter
salió a relucir en cada uno de ellos; pues, todos estaban muy tristes y dolidos por
haber perdido a su progenitora y no saber cómo afrontarlo.
después de un largo tiempo, asistieron todos a un evento especial en la escuela,
donde había música, juegos y muchos premios. Todos los jóvenes se divertían,
menos Sara y sus hermanos; ellos sólo discutían y peleaban entre sí.
Una compañera de clases, al darse cuenta de la situación, muy preocupada, se lo
cuenta a su mamá, quien trabajaba en una clínica.
Aida, que así se llamaba la señora, al conocer de la situación por la que estaba
pasando la familia, los invitó a tomar una merienda en su casa; lo cual aceptaron
de buen grado, a pesar de no tener confianza con la anfitriona. Después de
haberse conocido mejor y de charlar por largo rato; Aida les dice que quería
ayudarlos a superar lo que estaban viviendo para salir del dolor y la frustración
que los estaba ahogando; por lo cual les concertó una cita con la psicóloga de la
clínica donde trabajaba, así, toda la familia debía asistir a la consulta.
Después de varias sesiones, no sólo empezaron a sentirse mejor, sino que el
amor filial empezó a florecer entre ellos. Mediante esta terapia, pudieron entender
y aprender que nadie tiene la culpa de la muerte de un ser querido, que esto nos
ocurre a todos y que, deberíamos estar preparados para afrontar esta situación en
cualquier momento, pero, lamentablemente, no es así.
Gracias a la ayuda y el cariño de la psicóloga y a la comprensión de los hermanos,
hasta su padre era más cariñoso y compartía mucho con ellos. Todos pudieron
hacer su vida de manera organizada y seguir adelante, estudiando y trabajando,
pero, sobre todo, unidos y en armonía.
A pesar de lo sucedido, esta familia no decayó y pudieron entender que, unidos y
con amor, pueden lograrse las cosas de manera más fácil y salir de las
dificultades, para bien de todos.

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