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La insurrección de Númenor y el nacimiento de Feanolwë

02 de Febrero de 2005, a las 20:40 - Alan González


Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías
Nuestro amigo Alan González nos envia un relato de final abierto inspirado en la
Akkalabeth.

Introducción

Con la derrota del señor oscuro Melkor y sus huestes de orcos, trolls, balrogs y
dragones a merced de los señores del occidente y el ejército de Valinor;
portadores de la luz sagrada de la tierra de Aman, se dio por concluida la primera
edad de este mundo. Tras ello, sobrevino un largo período de relativa paz en la
tierra y los señores del occidente, o Valar; autoridades del mundo, acordaron
llevar consigo a los primeros nacidos; elfos, a las tierras imperecederas pues a
éstos Ilúvatar; dios supremo y fuente única de todo poder, sabiduría y vida había
concedido el don de la inmortalidad, más los Valar no supieron que hacer con los
segundos nacidos; hombres, pues su destino mortal les privaba de contemplar la
beatitud de Aman, pero tampoco estaban dispuestos a abandonarlos en una tierra
que había sido largamente corrompida por la malicia de Melkor, así, Manwe, el
más poderoso de los Valar, consultó, desde lo alto de su torre a Ilúvatar, e
Ilúvatar escuchó su llamada y atendió su petición. Y he aquí que de entre el ancho
mar que separaba las costas de Aman de la tierra media Ilúvatar, haciendo gala de
su poder sobre el mundo, hizo aparecer una especie de isla, que, con el trabajo de
Aule, el dios de la tierra y su esposa Yavanna, dadora de frutos contribuyeron a la
fundación de la tierra de Númenor, reino de los hombres, dando comienzo a la
segunda edad.

Capítulo primero – Elros y la gloria de Númenor

Elros, hijo de Earendil, fue designado por los Valar como primer rey de Númenor.
Un hombre alto, fuerte y orgulloso, y tan noble como justo, de alta estirpe de
entre aquellos que sobrevivieron a las guerras de la primera edad.

Una vez compuesto el primer gobierno de Númenor, los elfos ayudaron a los
hombres a elevarse en las artes terrenales y espirituales; les enseñaron el cultivo
de la tierra, así como la forja y manipulación del oro, la plata y multitud de
minerales naturales. También, transcurridas ciertas décadas los elfos decidieron
que antes de partir de regreso al oeste sería conveniente iluminar los corazones de
los hombres libres con la luz sagrada de la tierra de los dioses para que jamás
olvidasen su procedencia.

Pasados ya alrededor de 300 años los elfos concretaron que había llegado la hora
de la marcha final, habiendo contemplado a lo largo del mandato de Elros como los
Númenóreanos alcanzaban toda su gloria y esplendor, tanto física como mental y
como la ciudad y el reino de Númenor quedaba por fin terminada. De entre todas
las construcciones que elfos y hombres llevaron a cabo la que mas refulgía era el
castillo que había sido levantado en el centro mismo de la ciudad a partir de la
plata viva para que el rey y su descendencia moraran en el, un castillo de unos
500 metros cuadrados de superficie y 150 pies de alto, que centelleaba a la luz del
día, de altos ventanales que servían como cúspide para los arqueros de la guardia
real, con grandes y portentosas balconadas que a menudo utilizaba el rey para
dirigirse a su pueblo o viceversa, pues el monarca Elros jamás dudó un instante de
que en su mano estaba atender cual fuere las peticiones de los Númenóreanos, y
por último en la cima de la torre se encontraban las almenas que a la puesta de
sol resplandecían de un color rojo-carmesí, en definitiva, un castillo cual gran
belleza solo era comparable con una impresionante demostración de poderío que
dejaba entrever. Pero por cierto que no solo eran las estancias reales las que
gozaban de alto renombre en la isla, hasta el último de los hombres de Númenor
había sido curtido en el arte de levantar grandes aposentos y sus hogares no eran
simples caseríos de personas menores e ignorantes, si algo habían heredado de la
sabiduría de los elfos de Valinor era la construcción de viviendas altas y solemnes
a partir de los diversos minerales de los que Ilúvatar había dotado al terreno y que
Elros el sabio había, en todos sus años de gobierno gestionado y repartido entre
las diferentes ramas en que, a causa de la explosión demográfica, había quedado
dividido el pueblo, cada clan con su consulado dependiente del gobierno central.

Así era la inmensa gloria y esplendor de la ciudad trescientos años después de su


fundación, un gran castillo en el centro del reino, rodeado de espectaculares
ciudadelas en las que habitaban los Númenóreanos en grandes casas construidas a
partir del hierro o la roca, cercadas éstas a su vez por largas praderas, fructíferas
sin rival y con inmensas campiñas verdes que en tiempo estival se tendían ante
fugaces amaneceres dorados mientras que tras las precipitaciones otoñales no
muy caudalosas que llegaban de los mares de occidente, unos vapores de color
violeta cual volutas de humo se elevaban en forma de espiral de entre los prados
acompañados de una suave y embriagadora sensación ambiental a lavanda. Antes
de la despedida, los elfos dejaron en el reino una serie de presentes para
enriquecer, mas aun si cabía, la grandeza de este pueblo, éstos llegaron desde el
occidente y de entre ellos destacaba un vástago del que otrora fuese una de las
maravillas de la ciudad sagrada de Valinor, el árbol Telperion, alto y vigoroso, de
color blanco nacarado y cuyas hojas bañadas por las aguas primaverales de la
tierra bendecida dejaban caer un rocío plateado envuelto en una maravillosa
fragancia que liberaba de toda pesadumbre a las mentes agotadas.

Los elfos partieron, Númenor era ahora grande, cerca de diez millones de
hombres, mujeres y niños poblaban esta tierra fértil y exuberante, y así, en el
apogeo del mundo de los hombres libres la vida del primer rey de Númenor llegó a
su fin, la corte real acordó instalar su tumba en el ala occidental del patio del
castillo, en recuerdo de su labor en compañía de los elfos para con el pueblo
Númenóreano. Su voluntad, que antes de morir había conferido a su hijo Deldénor,
quien iba a  sucederle en el trono, fue la de marchar hacia el este en ayuda del
resto de hombres que, habiéndose negado a luchar en las guerras contra Morgoth,
fueron olvidados a su suerte en la tierra media. Pero no fue así, Deldénor fue leal a
su padre, mas antes de partir hacia el este y habiendo llegado la primavera lo
primero que hizo fue plantar el retoño del Telperion que continuaba bajo custodia
real, y lo plantó en una pequeña parcela de césped, de unos 15 metros cuadrados
que se encontraba a apenas diez pasos de donde se colocará la tumba de su
padre. Allí, él en ese momento rey de Númenor acompañado de la nueva corte y
de una multitud de habitantes de la ciudad contempló asombrado un milagro sin
parangón, en pocos segundos la semilla brotó y de ella germinó una especie de
fresno de tronco plateado, de largos ramales dorados que culminaban en hojas
que enrojecían al alba y cuyo resplandor, al igual que el de todo el reino solo
conseguía apagar la oscuridad. No era muy grande por cierto el árbol, apenas
levantaba 6 pies del suelo pero era lo suficientemente fuerte como para que los
rayos solares provenientes del este se reflejasen en el, cuales a su vez iluminaban
de colores plata y oro la tumba del rey caído. Un milagro que fue doble: físico;
nacimiento del árbol y abstracto, otro nacimiento que ningún ser viviente del reino
pudo apreciar, jamás nadie supo que el mismísimo Ilúvatar había consagrado el
retoño que entregaran los elfos a los hombres tiempo atrás, poniendo parte de su
alma en él. Así, a la primera puesta de sol tras el nacimiento del árbol ocurrió que
la parte de Ilúvatar se reflejó en la tumba de Elros y como si de fusión entre
cuerpo y alma se tratase nació Feanolwë; alma y espíritu de sabiduría, protector y
guardián del reino de Númenor, poderoso e inmortal.
Capítulo segundo – La tierra media

Ahora sí, Deldénor ordenó que gran parte del ejército de Númenor, entre los que
se contaban alrededor de cien mil hombres embarcasen en una gran flota de
galeras de remos dorados y velas que se izaban dejando a la vista el estandarte de
la ciudad, el gran castillo real plateado sobre un fondo de color violeta, que había
sido construida por los trabajadores de los astilleros, en la costa oriental del reino
y ahora navegaba rumbo al este en busca de las tierras olvidadas. Dos semanas
llevo al ejército de plata desembarcar en las playas occidentales de la tierra media,
y ciertamente les causó gran impresión encontrarse con semejante extensión
yerma, oscura y muerta, donde nada crecía salvo unas cuantas gramíneas que
parecían haber sido envenenadas de raíz como por obra de algún arte negro. El
ejército del oeste comandado por el mariscal Elénion se desplegó en 3 divisiones,
la primera, contando con cincuenta-mil hombres partió hacia el este mientras que
las otras dos, ambas con veinticinco-mil integrantes siguieron rutas noreste y
sureste en busca de cualquier atisbo de vida, pero no fue hasta transcurridas
cuatro jornadas de marcha cuando la partida de guerreros que iba en dirección
noreste se encontró con un pequeño campamento de hombres que mas bien
daban la sensación de vivir como en exilio, hombres de vestimentas desgarradas,
si es que éstas no suponían lo único que su nula riqueza terrestre podía
entregarles. Si el asombro del ejército Númenóreano fue grande, no lo fue menos
el de aquellos hombres perdidos, al encontrarse con seres que veían como
semejantes pero que al mismo tiempo escrutaban no se sabe si con temeridad o
esperanza, pues contemplaban en ellos una gran luz que las artes oscuras de
quien se había autoproclamado señor de la tierra no podía rechazar.

Fue éste el primer asunto que ambos contingentes trataron, la situación del mundo
en aquel momento, y no fue poca ni vana la información que por cierto recibieron
de los en verdad hombres exiliados. De lo que primero hablaron los exiliados fue
de cómo tras la derrota de Morgoth y la marcha de los hombres de alto linaje el
más cruel y despiadado servidor de Melkor en la pasada edad pasó del anonimato
a ocupar el trono de su antiguo señor. Decían que había levantado su fortaleza al
este de la tierra media y que a lo largo de incontables años se fue procurando un
ejército con los restos de orcos y trolls desperdigados que sobrevivieron a la cólera
de los señores del occidente, así, con el tiempo, no quedó resistencia en toda la
tierra media capaz de hacer frente a este nuevo mal que emergió desde la tierra
de Mordor, tal y como su señor la llamaba. No era una nueva tan
desesperanzadora la que los Númenóreanos esperaran hallar en su regreso a la
tierra media, pero por cierto que no perdieron un segundo y tras recibir toda la
información, la división dejó una escolta de unos cinco mil hombres para que
ayudaran a los exiliados y buscaran, de norte a sur, a todo hombre, mujer o niño
libre que no hubiese caído aun bajo el largo y sombrío brazo de la amenaza de
Mordor, y así lo hicieron, ésta pequeña escolta, con ayuda de exploradores
exiliados consiguieron encontrar con vida a mas personas de las que esperaban,
pues aun transcurridos mas de trescientos años, el señor de Mordor no había
logrado hacerse lo suficientemente poderoso como para esclavizar a toda la tierra.

Mientras tanto, los veinte-mil hombres restantes se apresuraron a partir hacia el


este con la idea de alertar a la división que capitaneaba Elénion de que un terror
negro se alzaba en las tierras de Mordor, pero no llegaron a tiempo, mas no fue
esta una mala nueva, Elénion llegó con su ejército a Mordor y observo cuan
resultaba por entonces las fuerzas con que contaba el enemigo; unos cuantos
millares de orcos, que no eran si no una versión esclavizada, corrupta y torturada
de antiguos elfos capturados por Melkor, algunos trolls cuya inteligencia quedaba a
años luz de desarrollo en comparación con cualquier otro ser y  balrogs, muy
peligrosos por cierto, que habían escapado de la ira de los Valar, pero a quienes el
señor de Mordor no controlaba pues ambos eran del mismo linaje en la visión del
mundo que creo Ilúvatar y no los superaba en fuerza. Así, los batidores orcos que
el señor oscuro tenía repartidos de norte a sur en la frontera occidental de su
tierra huían aterrorizados de los nuevos señores del occidente, los guerreros de
Númenor. Los orcos de un modo temeroso y apurado informaron a su señor de la
nueva llegada de capitanes del oeste, por entonces, las tres divisiones de
Númenóreanos ya se habían rehecho en un nuevo frente común de noventa y
cinco-mil hombres que tenían sitiada Mordor.

Los hombres de Númenor de hecho habían partido hacia la tierra media no con la
pretensión de declararle la guerra a ningún poder oscuro, así pues, penetraron en
las tierras cubiertas de sombra portando, altos y orgullosos, grandes estandartes
de su reino, con una luz plateada que iluminaba sus caminos e iba liberando de
oscuridad todo sendero antes cubierto por la malicia del señor de Mordor. Y
Elénion llegó a las puertas de la gran torre negra que se erguía en medio de la
tierra tenebrosa, y a la vista de arqueros orcos apostados en torres contiguas que
no se atrevían ni a desafiar la mirada de los hombres de Númenor, habló en tono
imperativo diciendo; -Yo, Elénion, mariscal de los ejércitos de Númenor y con la
debida autoridad conferida por los mismos señores de la tierra de Aman, reclamo
la presencia del señor que injustamente se ha proclamado amo de este mundo-. El
capitán oscuro no le negó la petición, habiendo presenciado desde lo alto de su
torre cómo un gran ejercito que no imaginaba donde ni cuando había sido
preparado no tendría rival. Pero no era un simple hombre que se hubiera curtido
en las artes del mal de la mano de Melkor tiempo atrás con quien Elénion trataba,
era uno de los Ainur, del linaje de los Valar pero de menor rango, era un Maia, un
ángel de Ilúvatar, ahora demonio que se había labrado gran renombre entre los
ejércitos oscuros de la primera edad y a quién Melkor tuvo como lugarteniente. El
señor oscuro se despojó de su atuendo tenebroso y amenazante y acudió a la
llamada del mariscal con blancas vestimentas y en señal de paz, los orcos
inmundos asombrados contemplaron como lo que antaño conocieran con la forma
de una enorme nube sombría, de terrible poder se plantaba delante de Elénion con
forma de hombre, de apariencia noble que parecía hablar de un modo sabio y
disuasorio. Así se presentó el gran señor de Mordor ante Elénion, queriendo
parecer a la vista de los hombres de Númenor un ser que por largo tiempo había
sido maldecido de modo injusto por los hombres salvajes que antaño dejaran los
Valar atrás en un mundo sin orden. Y le habló a Elénion y le dijo; -Éste es mi
territorio, Mordor, que yo he trabajado a lo largo de muchos años, detrás de mí
está la torre en la que habitó, Barad-Dur, y mi nombre es Sauron. Te presentas
aquí, en mi casa, exigiéndome que responda ante ti por falsas acusaciones en las
que participan hombres que fueron olvidados a su suerte en este mundo por los
mismos a quienes vos adoráis. Pensadlo bien, tal vez veáis una tierra desnuda y
yerma rodeada de orcos, pero, ¿acaso son mejores que yo los señores a quién vos
servís tan solo por que yo quiera dar un refugio a los que fueron olvidados por
ellos? Realmente no es ése mi modo de ver las cosas-. De este modo le dio la
réplica Sauron, señor de Mordor, a Elénion, comandante y alto mariscal de los
ejércitos occidentales.

Así, la trampa que Sauron había urdido antes de presentarse ante Elénion, hizo
efecto, no todo el que pretendía, pues el mariscal le dijo que tal vez los señores de
Aman no mostraran antaño una gran compasión por aquellos a quienes olvidaron
en esa tierra, mas los mismos hombres se buscaron su destino cuando no
acudieron a la llamada de Manwe para luchar contra Morgoth, pero si le rondó por
la cabeza la idea de que tal vez los exiliados le hubieran mentido con respecto a
Sauron, y esto se le ocurrió por que aún no había transcurrido el tiempo suficiente
como para que Sauron hubiese podido mostrar en realidad cuan alto era su poder
y lo que hubiera hecho con la tierra media de no existir una intervención
preventiva.

Finalmente Elénion, decidió que como muestra de buena voluntad les acompañará
a la tierra de Númenor para permanecer allí un tiempo mientras una parte de la
población del reino navegaría hasta la tierra media para reparar todos los males
por los que se había visto maculada. Sauron aceptó, sus orcos fueron aniquilados y
la tierra quedó relativamente limpia por entonces.
Capítulo tercero – Sauron vs. Feanolwë

Todos estos hechos ocurrieron en los primeros años de mandato de Deldénor, la


llegada del ejército con Sauron a Númenor y la posterior marcha de numerosas
familias hacia la tierra media para que dieran vida a aquél terreno dañado.

Las décadas se sucedían una tras otra y Sauron, quién podía mostrarse a los ojos
de los hombres como alto señor digno de admiración iba ganándose el favor de
muchas altas familias que se codeaban con la realeza. Feanolwë, que no se había
dejado ver por ningún hombre hasta el momento, permanecía impasible
atendiendo con inquietud todo lo que acontecía en su reino, mas sabía que Sauron
no era un hombre, si no un Maia, poderoso como pocos y cuyo oscuro corazón
jamás se vería libre de la antigua corruptela de Melkor, pero sin embargo no era
capaz de leer en su mente cuales eran los planes que tenía para con el reino de los
hombres, con su reino, en definitiva, con él mismo, pues Feanolwë era Númenor,
nacido de la misma tierra consagrada por Ilúvatar y sus destinos iban enlazados,
por ello, aunque de espíritu omnipresente siempre sintió especial preocupación por
todo lo que sucedía en torno a Sauron. Pero aún no era el momento de mostrarse
ante el rey por cierto, pues Sauron ya se había ganado un alto cargo en la corte
Númenóreana y podía ser peligroso buscar un enfrentamiento o crear duda o
incertidumbre entre los hombres libres, pero de ello ya Sauron se estaba
encargando. Los millares de hombres, mujeres y niños que muchos años atrás el
ejército de Elénion transportara desde la tierra media al reino libre guardaban un
pequeño rencor hacia los hombres de Númenor, pues no dejaba de atacarles la
conciencia el pensamiento de porque los dioses y los elfos habían “seleccionado” o
dado preferencia a determinadas familias tras el derrocamiento de Morgoth y a
ellos se los abandonó en aquellas tierras muertas, pensamiento que se vio
agravado mas aún cuando contemplaron lo sumamente bella que era la ciudad de
Númenor, esto lo supo leer Sauron en los corazones de los exiliados y supo que
había llegado su hora, la hora de enfrentar a los hombres de Númenor, una idea
que aún estaba muy poco madurada y tampoco era su intención precipitarse, de
modo que continuó ganándose el favor de los exiliados, quienes ahora formaban la
prole dentro del reino, unos plebeyos que en ningún momento estuvieron
desestimados ni desfavorecidos pues el rey Deldénor si algo había heredado de su
padre era el cariño por su pueblo, todo su pueblo, sea cual fuere su condición y a
no hacer distinciones a la hora de entregar nuevas tierras para ser trabajadas,
claro que no todos lo veían así, cierto es que a los exiliados se les había concedido
tierras al norte del reino, tierras que aún estaban desnudas, mientras se
asombraban de cómo vivía el resto del pueblo, sin darse cuenta por supuesto de
que aquel pueblo había sido levantado por el trabajo de los mismos hombres y
mujeres a quienes ellos envidiaban en secreto.

Siguieron pasando los años, Sauron era ya muy querido entre los plebeyos y
gozaba de altísimo rango dentro del gobierno, era uno de los consejeros reales y
su ambición dejaba entrever que muy pronto sería el único.

Mientras tanto, no cesaba el trabajo en la tierra media, campesinos y herradores


Númenóeranos continuaban navegando hacia el este, la tierra media estaba
creciendo, dos fueron los principados que se habían fundado ya, el primero, al
noroeste, llamado Arnor, rodeado por impresionantes atalayas que dominaban ya
la mayor parte del norte de la tierra media, y otro al sureste, que limitaba con la
aún existente pero limpia tierra de Mordor, llamado Gondor, cuya capital, Minas
Tirith, estaba compuesta por la mas impresionante obra arquitectónica construida
por los mas grandes mineros y artesanos de Númenor, cincuenta años les había
llevado levantar esta ciudad excavada en una gran montaña rocosa, la ciudad se
dividía en siete niveles uno encima de otro con una base de alrededor de 1
kilómetro cuadrado y que se elevaba en forma de espiral unos 350 pies sobre el
nivel del suelo para culminar en una gran torre real brillante como una aguja de
nácar y plata; la ciudad blanca se la llamó en adelante por el modo en que
centelleaba a la luz del sol, solo comparable a la maravilla del castillo real de
Númenor, en la cual estaba sin embargo inspirada. Deldénor vivió lo suficiente
como para contemplar su belleza pero ya sus días se apagaban y Sauron
comenzaba a mover sobre el tablero, vigilado en todo momento sin saberlo por
Feanolwë, quién temía el desarrollo de los acontecimientos posteriores a la muerte
del rey. A lo largo de sus diez últimos años el rey estuvo en todo momento
acompañado por Sauron, quién sabía que ganándose el favor final del rey antes de
su muerte se ganaría al pueblo de Númenor. Y así sucedió, en su benevolencia
antes de su muerte y en parte cediendo ante el poder de disuasión de un Maia,
Deldénor quiso que ya que Sauron había convivido anteriormente con los exiliados
de la tierra media y que éstos a su vez, debido en parte a su ignorancia y en parte
a la envidia que tenían por las tierras del sur le veneraban, firmó un acta real en el
que declaraba que el reino de Númenor quedaba dividido, al norte, donde vivían
ahora los exiliados, gobernado por Sauron y al sur, donde habitaban los auténticos
hijos del reino, gobernado por su hijo mayor Elendil.

Deldénor murió cuando contaba doscientos cincuenta años y su tumba fue


instalada frente a la de su padre, en esta ocasión, en el ala oriental del patio,
como recuerdo de su trabajo en favor de la tierra media.

Ya el tablero estaba dispuesto, los años de la gloria de Númenor tocarían pronto a


su fin. Tanto Sauron como Feanolwë comenzaron a mover a sus peones. Al norte,
el primer mandato de Sauron fue la construcción por parte de sus súbditos de un
gran muro que dividiera sus tierras de las de Elendil, la labor comenzó y al sur la
noticia llegó arrastrando nubes de lágrimas innumerables entre la población de
Númenor, pues ya en sus corazones crecía el presentimiento de que el reino no
perduraría por mucho tiempo, lo que no impidió que se continuara con la
construcción del muro, pues Elendil no deseaba una confrontación entre hombres,
menos aún tomando como campo de batalla unas tierras largamente trabajadas
por sus ascendentes y a las que tenía gran cariño.

Ya todos notaban como a Sauron se le caía la falsa máscara de hombre de paz, ya


todos sentían como parte del reino se veía oscurecido, traicionados, engañados en
su propio hogar. Mientras tanto en el sur, Feanolwë se hizo corpóreo, y se
presentó ante Elendil, por un momento Elendil tuvo que rechazar su mirada pues
ésta estaba inflamada con parte del fuego espiritual del creador de todas las cosas,
su cuerpo parecía emitir destellos de luz que cambiaban de color según fuera su
ánimo, pasados unos segundos se estabilizó y Elendil pudo soportar su vista.
Ahora, Feanolwë caminaba por el salón del rey con forma de hombre, alto y fuerte,
pero de rostro y cabello peculiares pues no tenía unos rasgos definidos ni su pelo
era de un mismo color a todo momento, pero en esa ocasión utilizó el rostro de
Elros para que Elendil no se asustara, sin embargo no controlaba el color de su
pelo, por momentos era de color violeta como los atardeceres de Númenor, o
dorados como sus albas estivales y plateados también como el rocío primaveral. A
Feanolwë le costó comenzar a hablar con Elendil, pues era la primera vez que se
veía a si mismo dentro de un cuerpo humano y no le resultaba sencillo
desenvolverse, giró sobre si mismo y se encaminó rápidamente hacia Elendil,
quién perplejo la única palabra que consiguió articular fue; -¿Elros?-. A lo que
Feanolwë respondió; -¿Elros, yo? No, yo no tengo nombre, realmente aun no se
que o quién soy-. Tras esto, el asombro de Elendil fue mucho mayor cuando notó
como el rostro de Feanolwë se desfiguraba mientras hablaba con el como si no
pudiera controlarlo, finalmente Feanolwë adquirió unas facciones propias y ya ante
la mas absoluta y atónita mirada del rey dijo; -Tú eres Elendil, rey de Númenor, y
Númenor es mi madre, pues yo soy hijo de esta tierra y también su alto guardián
y protector, y es mi labor advertirte, rey, que en el norte se está levantando un
poder  que en estos momentos ni tu ni tu pueblo podéis llegar a imaginar pero que
yo he augurado, pues supone una amenaza tanto para esta tierra como para mi.
Lo que ahora te pido es que salgas un momento a la balconada de tu gran castillo
y eches una mirada hacia las tierras que habéis proporcionado a Sauron-. Así lo
hizo, Elendil se asomó al balcón y mezclándose con el asombroso encuentro ante
Feanolwë lo que observó ahora casi le hizo perder el juicio. El norte de Númenor
estaba totalmente oscurecido, unas enormes y terribles nubes negras que
estallaban en relámpagos habían tomado el cielo de la tierra de los exiliados, y
desde su balcón el rey contemplaba cómo su pueblo se amilanaba ante aquella
horrible visión. Elendil se volvió hacia Feanolwë y le dijo; -Dices que eres guardián
y alto protector de este reino, mas hasta el momento nada te he visto hacer contra
este frente antinatural que nos llega del norte-. Feanolwë le respondió dejando
entrever en su rostro una suave pero autoritaria sonrisa; -Es cierto, yo soy
Númenor y mi labor es la de salvaguardar su integridad y la de sus habitantes,
pero no fui yo por cierto quién se dejo agasajar por las huecas palabras de un
conjurador, ni fui yo quién le otorgó poder sobre este reino, pero no te preocupes,
yo me encargaré de Sauron, quién como Maia es inmortal pero no por ello
invencible, lo que a ti te pido es que alertes a tu pueblo lo mas pronto posible de
que la guerra esta próxima, Sauron ya se ha despojado de sus vestiduras de bufón
y ha volcado la ira que tiene en vuestra contra a los corazones de los exiliados y
creado armas, escudos, yelmos y todo tipo de material de guerra con los minerales
de esta tierra, pues desde un primer momento fue esa su estrategia y no os
reprocho que no lo vierais venir, Sauron es un gran manipulador de mentes y
puede hacer que las personas de rango menor al suyo le vean según sean sus
designios pero ahora ya no, vosotros me tenéis a mi y yo me ocuparé de que
Sauron pierda esa capacidad, pero contra sus lacayos nada haré, no se me permite
arrebatar vidas humanas, vidas que en extraña sensación noto como parte de mi
mismo-. Elendil continuó; -Imagino que mi trabajo en este momento es el de dar
aliento a mi pueblo, no dejar que les amedrente la oscuridad del norte y
prepararlos para la batalla contra los Númenóreanos oscuros, ¿me equivoco?-. .-
No, no te equivocas, mas antes de la batalla de otro asunto he de ocuparme, tus
hijos, Isildur y Anárion, vendrán conmigo hoy mismo, los llevaré a la tierra media
y se encargarán de los principados que allí fueron construidos pues presiento que
cuanta mas sangre de Númenor llegue a aquella tierra mayor será su esperanza.

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