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La Guerra Civil supuso una ruptura total con la literatura anterior y fue un hecho determinante
en la vida cultural posterior. Las consecuencias políticas, económicas, sociales e ideológicas
van a influir en la labor literaria del momento y condicionarán la creación novelesca.
El más conocido y de mayor producción es Ramón J. Sender, cuyas obras podemos encuadrar
dentro de una tendencia realista y social. El tema de España y el de la Guerra Civil
ocuparán buena parte de su producción novelesca, en la que destacan Réquiem por un
campesino español y la serie autobiográfica Crónica del alba.
Rosa Chacel, sus obras se caracterizan por un gran cuidado estético, influida por las ideas de
Ortega. Entre sus novelas destaca Memorias de Leticia Valle.
Max Aub, el tema principal es el ser humano como ser social, político y moral. Sus relatos en
ocasiones, tiene un corte tradicional como La calle de Valverde. En El laberinto mágico, relata
con una perspectiva histórica y épica la guerra desde su origen hasta su fin.
Francisco Ayala, su visión pesimista de la realidad se refleja en las novelas moralistas, donde se
analizan los vicios del ser humano contemporáneo y se critican aspectos políticos y sociales
desde una perspectiva humorística. Obras suyas son: Muertes de perro y El fondo del vaso.
Durante los primeros años de la posguerra se produce un estancamiento del género narrativo.
Se publican novelas triunfalistas que relatan la guerra desde el punto de vista de los
vencedores o novelas de evasión, con asuntos sentimentales, muy alejados de la desolación y
la miseria del momento. Una de las mejores obras en la novela de los vencedores es Los
cipreses creen en Dios de José Mª Gironella.
Pero surgen en la década de los cuarenta tres novelas con una visión crítica de la realidad: La
familia de Pascual Duarte (1942) de Camilo José Cela, Nada (1945) de Carmen Laforet y La
sombra del ciprés es alargada (1947) de Miguel Delibes. Su importancia reside en lo que
suponen de ruptura con la literatura oficial y de testimonio de una existencia desoladora y
conflictiva. Cela, con su agria visión de la realidad inauguró una corriente que se llamó
tremendismo y que consistía en una selección de los aspectos más duros de la vida. En cuanto
a Carmen Laforet, recogía en la obra una parcela irrespirable de la realidad cotidiana del
momento, recogida con un estilo desnudo y un tono desesperadamente triste. De tristezas y
de frustración hablaba también Delibes en su obra aunque con el contrapeso de una honda
religiosidad.
El reflejo amargo de la vida cotidiana es la una nota frecuente en la novela existencial de los
años cuarenta. Su enfoque se realiza desde lo existencial. De ahí que los grandes temas sean la
soledad, la inadaptación, la frustración, la muerte... Abundancia de personajes marginales y
desarraigados, o desorientados y angustiados. Todo ello revela el malestar del momento.
Malestar que en último término es social y que se transmite en esas pinturas grises y sombrías.
Pero la censura hace imposible cualquier intento de denuncia y limita los alcances del
testimonio. Por eso, en conjunto, aún no puede hablarse de una novela ‘social’. Más que los
testimonios de la España de la época, lo que resulta característico es la trasposición del
malestar social a la esfera de lo personal, de lo existencial.
El primer impulso lo proporciona otra vez Camilo José Cela con La colmena (1951), su obra
más sobresaliente, que se convertirá en referencia de la novela neorrealista. Su estructura y
perspectiva narrativa adelantan algunas innovaciones como son la presencia de un
protagonista colectivo, la ausencia de un final preciso, que le convierte en una novela abierta,
el alcance existencial y social de la obra, el desorden cronológico de los capítulos divididos en
secuencias y por último el objetivismo conductista en la perspectiva narrativa, aunque las
intervenciones del autor sean frecuentes.
También influye Miguel Delibes, quien publica en 1950 El camino, en la que emplea un estilo
sobrio y sencillo para retratar el mundo rural castellano. Esa misma sencillez se encuentra en
Mi idolatrado hijo Sisí (1953), La hoja roja (1959) o Las ratas (1962), surgidas de la observación
de la realidad, de los tipos que configuran el campo castellano y las clases medias urbanas.
Rafael Sánchez Ferlosio escribe en 1955 El Jarama, novela realista, la más importante de las
narradas con técnica objetivista.
• La vida en el campo con su duro trabajo y su miseria es el tema de Los bravos (1954) de
Jesús Fernández Santos. Las labores de pesca atrajeron a Ignacio Aldecoa en Gran Sol (1957)
• El éxodo rural, la vida en los suburbios y el desarraigo están en La resaca (1958) de Juan
Goytisolo.
Con respecto a la técnica narrativa y al estilo cabe destacar cómo el autor adquiere un
compromiso ético ante la realidad. Para centrar la historia se redujo el argumento y se
limitaron el tiempo y el espacio, hay varias obras que ocurren en un día o en menos y en un
espacio bastante reducido. La narración, por lo general, suele ser lineal. Se utiliza el
objetivismo, que pretende la desaparición del narrador, quien se limita a registrar los actos y
las palabras de los personajes, sin analizar su psicología. Las descripciones son escasas y tienen
como función la presentación de ambientes. El diálogo, muy abundante, recoge las
características del habla coloquial. El protagonista es colectivo, generalmente un grupo social.
El estilo se presenta bajo una aparente sencillez pero se hace un considerable esfuerzo por
recoger todos los registros lingüísticos de la cantidad de personajes que aparecen.
El diálogo se convierte en factor fundamental en las novelas sociales, diálogos que pretenden
recoger el habla viva, ya sea de campesinos, de obreros o de señoritos burgueses.
En los años sesenta se conjugan varios factores que determinan un cambio de rumbo de la
novela. Por un lado, la sociedad española experimenta una transformación importante con la
industrialización, el turismo y la flexibilización de la censura. Se produce el agotamiento de la
novela social y la irrupción de nuevos modelos narrativos. Tres obras muestran con
claridad los nuevos rumbos de la narrativa española: Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín
Santos, Señas de identidad de Juan Goytisolo y Cinco horas con Mario (1966) de Miguel
Delibes. Si bien los contenidos de estas narraciones mantienen la línea de las historias sociales,
la preocupación por la forma adquiere mayor dimensión y obliga al lector a una lectura más
activa.
Los autores de los sesenta introdujeron novedades en el discurso narrativo retomando los
hallazgos de la novela europea y americana de principios de siglo. Proust, Joyce, Kafka,
Hemingway y autores hispanoamericanos como Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Julio
Cortázar, Juan Rulfo o Borges se convirtieron en influencias fundamentales para la creación de
la novela de estas décadas.
Técnicas narrativas más sobresalientes son entre otras un narrador que interviene y denuncia,
recurriendo, en ocasiones a la sátira y a la parodia. Se incluyen también distintos puntos de
vista sobre un mismo hecho, lo cual confiere perspectivismo a la narración, el cambio de
perspectivas narrativas es frecuente. En una misma novela, puede pasarse de la narración en
tercera persona a la narración en primera. Se concede gran importancia al monólogo interior,
con esta técnica se nos permite conocer el mundo interior de los personajes. La ruptura de las
secuencias cronológicas es muy empleada, los acontecimientos no se desarrollan de modo
lineal, sino que se producen elipsis y saltos en el tiempo: analepsis y prolepsis. División del
relato, se abandonan los capítulos tradicionales para sustituirlos por secuencias separadas por
espacios. El argumento deja de tener importancia, lo importante es el enfoque de los
acontecimientos.
Los personajes son seres en conflicto con su entorno y con su propia personalidad.
Cela participa en esta experimentación en obras como San Camilo, 1936, (1969), Miguel
Delibes, escritor de técnica tradicional, sorprendió con su novela Cinco horas con Mario
(1966), en la que introduce innovaciones narrativas: monólogo interior, lenguaje coloquial,
reiteraciones y Gonzalo Torrente Ballester, pasa de la trilogía de carácter realista Los gozos y
las sombras a la confusión entre realidad y fantasía en La saga/fuga de J.B. (1972), novela de
gran imaginación y complejidad.
5. Años 70.
Tiene una producción muy extensa y va experimentando a lo largo de los años distintos tipos
de obras. Impregna sus obras de pesimismo, de un tono cruel y amargo, pero que encierra una
gran ternura y comprensión hacia sus personajes. Escribió poesía, cuentos, libros de viajes
(Viaje a la Alcarria), memorias, teatro… Pero es su novelística la que le ha proporcionado una
mayor fama. Su fórmula narrativa se basa en una mezcla de realismo descarnado, humor
negro, ternura, horror, lirismo y un vocabulario riquísimo. Creía que la novela es un género
libre, abierto a la experimentación. Ejemplos de esa variedad son: La familia de Pascual
Duarte, obra con la que inaugura el “Tremendismo” y una de las novelas existenciales más
importantes; Pabellón de reposo, formada por los monólogos de los enfermos de un hospital;
Mrs Caldwell habla con su hijo, cartas imaginarias de una mujer loca a su hijo; San Camilo,
1936, monólogo interior una semana antes de la guerra; Mazurca para dos muertos, y un
larguísimo etc. Pero es La colmena (1951) la novela más importante de las suyas; el tema
central es la incertidumbre acerca del destino de las personas; otros son el hambre, el sexo, la
hipocresía, el miedo y el recuerdo de la guerra; recoge dos días y medio en la vida de varios
personajes, en Madrid: Martín Marco es el personaje hilo de la acción, aunque la ciudad es la
verdadera protagonista: ambientes, cafés, burdeles, la clase media, el proletariado, el hambre,
la generosidad...el vivir colectivo del Madrid de los años 40; este personaje colectivo se
presenta gracias a una estructura en secuencias, que permite al lector adentrarse en sus vidas
como si observara las celdillas de una colmena; fiel reflejo de la vida, el argumento es múltiple,
con un final abierto; el lenguaje literario es mezcla de retoricismo y sencillez, esperpento y
lirismo, lenguaje crudo y soez con el más delicado, lírico y burlón.
Su obra refleja los distintos caminos de la novela española desde mediados del XX: la novela
existencial con La sombra del ciprés es alargada, el realismo crítico de El camino, que nos
cuenta los recuerdos de un niño de 11 años que parte al día siguiente a estudiar, y Las ratas. La
experimentación formal de Cinco horas con Mario, soliloquio que Carmen dirige a su marido la
noche de su velatorio, y Los santos inocentes, donde narra el dominio de los caciques sobre sus
criados. La novela histórica en El hereje y lo autobiográfico con Señora de rojo sobre fondo gris.
En todas, Delibes nos cuenta una historia, pues sus novelas ofrecen mundos bien
cohesionados, donde los temas principales son el amor a la naturaleza, la defensa de los
débiles, la crítica a los opresores, la defensa de la inocencia, la tolerancia. Su lengua literaria
busca la sencillez y la claridad en un relato bien contado, con un vocabulario muy rico, en el
que aparece el léxico rural, los distintos registros de los personajes, culto, coloquial, vulgar y el
fragmentario de los analfabetos.