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CAPÍTULO 4

Esclerosis múltiple

Desde que la ciencia médica identificó por primera vez la


esclerosis múltiple (EM), esta dolencia ha ido acompañada siempre
de una grave confusión. Demasiadas personas reciben, cada año,
un diagnóstico de EM equivocado.
En los años cincuenta, sesenta y setenta aumentó enormemente
entre las mujeres la prevalencia de unos síntomas neurológicos
misteriosos que los médicos interpretaban como menopausia,
desequilibrio hormonal o, sencillamente, psicosis. Para las mujeres
resultaba prácticamente imposible encontrar un profesional médico
que confirmara que el dolor, los temblores, la fatiga, el vértigo y
demás eran síntomas reales de un problema físico. Las únicas que
conseguían que los médicos las tomaran en serio eran, o muy ricas,
o de edad avanzada.
No fue hasta que una cantidad significativa de hombres empezó a
presentar los mismos síntomas, allá por los años sesenta y setenta,
cuando la profesión médica comenzó a tomarse en serio aquellos
síntomas neurológicos misteriosos. Como sucede con muchas otras
enfermedades, la palabra de un hombre prevalece sobre la de una
mujer.
Los médicos estaban abrumados por la responsabilidad de
establecer un diagnóstico y recurrieron a la etiqueta de EM.
La esclerosis múltiple es especialmente conocida por inflamar y
dañar la cubierta protectora del sistema nervioso central que actúa
como transmisora de los mensajes neurológicos y que recibe el
nombre de vaina de mielina. Los nervios transportan una serie de
señales eléctricas que son las que dirigen las distintas partes del
cuerpo; cuando una porción de la vaina de mielina resulta dañada,
los mensajes de los nervios que se encuentran debajo de ella
pueden trastocarse y provocar un caos importante (dependiendo de
las zonas en las que se haya inflamado el sistema nervioso).
La EM puede provocar dolor muscular y espasmos, debilidad y
fatiga, trastornos mentales, problemas de visión o de oído, mareos,
depresión, trastornos digestivos y disfunciones de la vejiga e
intestinales. Puede también paralizar las piernas parcial o totalmente
y obligar al paciente a utilizar bastón, muletas o incluso silla de
ruedas.
Alrededor de 150.000 estadounidenses —de los cuales, el 85 por
ciento son mujeres— resultan afectados por la esclerosis múltiple
cada año.
Y a aproximadamente otros 150.000 al año se les diagnostica
erróneamente EM cuando, en realidad, su dolencia es otra (en
seguida hablaremos más de esto).
Recibir un diagnóstico de EM puede suponer un vuelco total para
la vida de una persona... y resulta especialmente devastador cuando
el diagnóstico está equivocado.
Este capítulo revela la verdad acerca de la EM... y te muestra
cómo puedes superarla y recuperar tu vida.

Cómo identificar la esclerosis múltiple

Si padeces esclerosis múltiple, es probable que los daños de la


vaina de mielina del sistema nervioso central —y la consecuente
inflamación y fibrosis de los nervios— provoquen la mayoría de los
síntomas siguientes. De todas formas, ten en cuenta que puedes
mostrar muchos de estos síntomas pero no tener esclerosis múltiple.
Solo si los padeces en su forma más grave es posible que tu
dolencia sea realmente EM.

Con anterioridad, problemas oculares como visión borrosa,


visión doble, disminución de la percepción del color, dolor de
ojos o pérdida completa de visión, normalmente de un ojo cada
vez.
Debilidad y fatiga crónicas.
Dolor crónico, especialmente en los músculos de todo el
cuerpo.
Temblores.
Entumecimiento en los brazos o en las piernas, primero en un
lado del cuerpo y luego en el otro.
Debilidad o parálisis en las piernas que provoca dificultades
para caminar o, en los casos más graves, verse recluido en
una silla de ruedas.
Confusión mental, que se muestra como dificultad para
concentrarse.
Trastornos de la memoria.
Problemas de dicción.

Aparte de la comprobación de esta lista de síntomas, no existen


pruebas que indiquen con claridad la existencia de EM. Esta es, en
parte, la razón de que se produzcan tantos diagnósticos
equivocados de esta enfermedad.
Si padeces al menos seis de los síntomas más importantes de la
lista anterior de una forma grave y pronunciada —y si tu médico ha
descartado otras posibles causas que pudieran provocarlos—,
puedes intentar confirmar que padeces EM pidiendo al neurólogo
que te haga una resonancia magnética para ver si existen lesiones
(es decir, fibrosis o cualquier otro daño) en la vaina de mielina del
cerebro y de la médula espinal. Si se encuentran dos o más
lesiones, se podría confirmar que tus síntomas son el resultado de
una esclerosis múltiple.
Dicho esto, las lesiones resultan muy difíciles de percibir incluso
con los actuales aparatos médicos de imágenes en 3-D (y no es
probable que la situación mejore hasta el año 2030, más o menos).
Por tanto, si tu neurólogo no consigue encontrar ninguna lesión, eso
no significa que no existan.
Otra cosa que debes tener en cuenta es si has padecido
infecciones de oído o de garganta, sinusitis o, en el caso de las
mujeres, infecciones vaginales. Todas ellas suelen producirse en la
infancia o al principio de la edad adulta, antes de que se desarrolle
la esclerosis múltiple.
Otra forma de hacerte una idea del mal que padeces es
comprender mejor lo que realmente significa la EM.

Qué es realmente la esclerosis múltiple

Las comunidades médicas creen que la esclerosis múltiple es una


enfermedad autoinmune provocada por el propio sistema
inmunitario, que confunde algunas zonas de la vaina de mielina de
los nervios con organismos invasores y las ataca.
Como digo en otros capítulos, este es un planteamiento que va a
retrasar varias décadas el hallazgo de la verdad en la investigación
médica. El cuerpo humano no se ataca a sí mismo. Los culpables
son los patógenos.
Las comunidades médicas creen también que la EM no tiene
solución. Y también en este caso están equivocados. Lo cierto es
que la esclerosis múltiple puede curarse... y que puede ser una
versión del virus de Epstein-Barr.
Como ya expliqué en el capítulo 3, el VEB es un virus que provoca
una inflamación crónica de los nervios. La mayoría de las cepas son
leves y poco agresivas, pero sus variedades de esclerosis múltiple
se comen la vaina de mielina y eso es lo que provoca el conjunto
específico de síntomas que se asocian con esta enfermedad (por lo
que respecta al sistema inmunitario, no solo es inocente de
cualquier acción malvada, sino que es tu defensa principal contra la
EM. Cuando recibe lo que necesita, la curación es posible y está a
tu alcance).

Hay otro punto que distingue a la EM de otras formas del VEB y es


que, en esta dolencia, va acompañado por una combinación única
de bacterias, hongos y metales pesados. Concretamente, si
padeces EM tendrás los siguientes cofactores del VEB en tu
organismo:

Estreptococos A y B
Bacterias H. pylori (o, cuando menos, un caso previo de H.
pylori)
Cándidas
Citomegalovirus
Metales pesados, como cobre, mercurio y aluminio; estos
metales debilitan la capacidad del sistema inmunitario para
proteger al cuerpo de las lesiones nerviosas provocadas por el
virus.

Si bien estos cofactores favorecen las características particulares


de la EM, la raíz de la esclerosis múltiple no es sino una forma de
VEB. Ser conscientes de esto nos permite disipar toda la oscuridad
y el misterio que rodean esta enfermedad. El VEB puede resultar
peligroso en algunos casos, y en el capítulo 3 encontrarás una
explicación detallada de todo lo que necesitas saber acerca de él,
incluidos los pasos que puedes dar para poner fin a los daños que
provoca y para eliminar casi por completo tanto el virus como sus
cofactores.

Cómo curar la esclerosis múltiple

Los médicos suelen tratar la esclerosis múltiple utilizando


fármacos inmunosupresores y esteroides, en la creencia errónea de
que el problema es el sistema inmunitario. Sin embargo, lo cierto es
que no es el sistema inmunitario el que te está atacando, sino un
virus. La única posibilidad de matar al VEB es contar con un sistema
inmunitario fuerte y activo..., y estas medicaciones están diseñadas
para debilitarlo. Por tanto, no solo no consiguen ayudarte a derrotar
al VEB, sino que están marcadamente ayudándole a hacerte daño.
Lo mejor que puedes hacer es leer el capítulo 3 para comprender
bien el VEB. Como las cepas del VEB que provocan la esclerosis
múltiple tienen una agresividad especial hacia la vaina de mielina,
los siguientes suplementos están específicamente recomendados
para combatir esta enfermedad. Ayudan a reducir el dolor y
protegen la vaina de mielina mientras estás luchando contra el VEB:

EPA y DHA (ácido eicosapentaenoico y ácido


docosahexaenoico): ácidos grasos omega-3 que protegen y
fortalecen la vaina de mielina de los nervios. Cuando los
compres, asegúrate de que son de procedencia vegetal (no de
pescado).
L-glutamina: aminoácido que elimina toxinas —como el
glutamato monosódico— del cerebro y protege las neuronas.
Melena de león: hongo medicinal que protege la vaina de
mielina y favorece la función neuronal.
ALA (ácido alfa-lipoico): ayuda a reparar las neuronas y los
neurotransmisores que han resultado dañados. Además,
repara la vaina de mielina de los nervios.
Monolaurina: ácido graso que mata las células víricas, las
bacterias y otros microbios perjudiciales (como los mohos) del
cerebro.
Curcumina: componente de la cúrcuma que reduce la
inflamación del sistema nervioso central y alivia el dolor.
Extracto en polvo de zumo de cebada: contiene
micronutrientes que alimentan el sistema nervioso central.
Además, alimenta los tejidos cerebrales, las neuronas y la
vaina de mielina de los nervios.

Debes ser consciente de que la EM no supone una condena de


por vida. Si un médico te ha hecho un diagnóstico preciso, no hay
razón para temerla (y, si te han dicho que tienes EM, lo más
probable es que seas uno de los muchos que han recibido un
diagnóstico equivocado. El auténtico culpable de tus síntomas
puede ser el VEB; eso sí, una cepa que provoque lesiones en la
vaina de mielina de los nervios).
Si cumples las recomendaciones de esta sección y, en especial,
sigues todos los consejos del capítulo 3 y de la cuarta parte del libro
para recuperar el sistema nervioso central y el sistema inmunitario,
lo más normal es que, al cabo de entre tres y dieciocho meses
(dependiendo de varios factores, como tu estado actual de salud), te
veas libre de casi todos los virus que están inflamando tus nervios y
recuperes una vida normal y sin síntomas de enfermedad.

CASO REAL
La verdad le permite recuperar la salud

Rebecca era una enfermera de cuarenta y un años que trabajaba


en las urgencias de un hospital. Una tarde, al final de un turno muy
largo, una de las enfermeras que debía relevarla no acudió al
trabajo y Rebecca tuvo que seguir trabajando doce horas más,
hasta bien entrada la noche.
Mientras conducía hacia su casa, donde su madre había estado
cuidando de Nicholas, su hijo de diez años, notó cómo se le
entumecía el lado derecho de la cara. En seguida, el
entumecimiento empezó a bajar también por el brazo. Rebecca
jamás había experimentado nada parecido anteriormente, pero lo
había visto en muchos pacientes a lo largo de sus años de
profesión. Intentó ignorarlo achacándolo al exceso de trabajo y se
acostó al llegar a casa con la esperanza de que, a la mañana
siguiente, hubiera desaparecido.
Cuando se despertó, pudo comprobar que no era así. Tenía
entumecidos el lado derecho de la cara, la nariz, parte de la boca, el
brazo y la mano. Preocupada porque pudiera ser un ictus, pidió a su
madre que la llevara al hospital. Una médica conocida suya la
examinó inmediatamente y le hizo una serie de pruebas que
incluyeron una resonancia magnética con contraste y un ECG. Las
pruebas no mostraron nada extraño y la médica dedujo que no era
un ictus. Sospechó que el culpable podría ser un ataque de
ansiedad.
—Vamos a darle tiempo y veremos si ceden los síntomas —dijo, y
le recetó benzodiacepina.
Durante las semanas siguientes, Rebecca experimentó muy pocos
cambios. Intentó seguir adelante con su entumecimiento misterioso,
pero pronto comprobó que la situación estaba empeorando. El brazo
derecho empezó a debilitarse y llegó un momento en que fue
incapaz de realizar sus tareas normales en el trabajo, que incluían
mover a los pacientes de las camillas y levantar diversos aparatos
médicos. Decidió coger un permiso y pidió cita con el jefe de
neurología del hospital.
Tras someterla a una serie muy completa de pruebas, el médico le
informó de que se trataba de un inicio de esclerosis múltiple...,
aunque la resonancia magnética y el escáner cerebral no habían
mostrado evidencia alguna de la enfermedad. El neurólogo le dijo
que debería hacerse resonancias de forma regular. Llegaría un
momento en que, a medida que la esclerosis múltiple fuera
avanzando, empezaría a aparecer en las imágenes. Hasta que
llegara ese momento, le recetó la medicación utilizada para tratar la
EM (fármacos inmunosupresores y esteroides). A duras penas
consiguió Rebecca contener las lágrimas cuando se acercó a su
madre en la sala de espera. ¿Cómo iba a poder atender a Nicholas?
Durante los seis meses siguientes, los síntomas fueron
avanzando. El entumecimiento empezó a ir acompañado de mareos,
fatiga y, tras la última resonancia con contraste, de confusión
mental. Un día, una enfermera con la que Rebecca había trabajado
anteriormente, que era clienta mía, le recomendó que me llamara y
pidiera una cita.
Lo primero que me dijo el Espíritu fue que Rebecca tenía una
enfermedad vírica, una cepa específica de VEB.
—Pero si me han hecho pruebas para detectar el virus de Epstein-
Barr —dijo Rebecca—. Revelaron que, en la actualidad, no tengo
ninguna infección en la sangre, solo señales de una infección que
contraje hace muchos años. Eso no puede ser lo que está
provocando los problemas actuales.
Le expliqué que los anticuerpos del VEB en la sangre no son
necesariamente señal de que el virus haya abandonado el
organismo de una persona..., sino que indican, más bien, que el
virus se ha adentrado más en el cuerpo. En el caso de Rebecca, el
virus estaba muy vivo y afectando a su sistema nervioso central. Le
aseguré que no tenía esclerosis múltiple.
—Daría cualquier cosa por poder creerlo —me dijo.
—Es la verdad —le respondí, y le describí cómo, además del
sistema nervioso central, el VEB estaba inflamándole también los
nervios frénico y trigémino, y que eso era lo que le estaba
provocando el entumecimiento. Además, el virus estaba segregando
una neurotoxina que era la causante de los mareos, la fatiga y la
confusión mental.
Al final, conseguí convencerla.
—Es como si me hubieses quitado un peso enorme de encima.
Siguiendo los protocolos que explico en este capítulo y en la
cuarta parte, a los seis meses Rebecca estaba totalmente
recuperada. No tenía que tomar medicación y pudo volver a ocupar
su puesto en el hospital. Ha dejado de hacer horas extra, porque
considera que el estrés que le provocaban la agotaba y permitía al
VEB aprovecharse de la situación.
El simple hecho de entender cómo actuaba su dolencia —y de
descubrir que no era una condena para toda la vida— fue lo que
marcó la diferencia en la curación de Rebecca. Me dijo que, de no
haberse enterado de lo que se escondía realmente tras su
enfermedad misteriosa, estaba segura de que habría seguido
arrastrando un diagnóstico equivocado durante el resto de su vida.

***

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