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Ética y Valores

del Servidor
Público
Tercer
Momento
Ética Aplicada a la
Función Pública
Sistema Nacional de Certificación

ÍNDICE

¿Qué es la Ética Pública?....................................................... 5

Códigos de Conducta ............................................................ 9

Los siete principios o valores básicos .............................. 10

Normas Éticas del Organismo Ejecutivo ........................ 12

Carta Iberoaméricana ............................................................. 13

4 Administración Pública: Pensamiento y Acción Nivel Básico. Versión 10


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¿Qué es la Ética Pública?

Cuando la ética se aplica y se pone en práctica en el servicio público


se denomina Ética Pública, también llamada ética para la política y la
Administración Pública. Es decir, la Ética Pública señala principios y valores
deseables para ser aplicados en la conducta del hombre que desempeña
una función pública (Naessens).
Como vimos en el capítulo 2, la función pública está constituida por el
conjunto de arreglos institucionales mediante los cuales se articulan
y gestionan el empleo público y las personas que integran éste, en una
realidad determinada (definición de la Carta Iberoamericana sobre
la Función Pública). Dichos arreglos comprenden normas escritas o
informales, estructuras, pautas culturales, políticas explícitas o implícitas,
procesos, prácticas y actividades cuya finalidad es garantizar un manejo
adecuado de los recursos humanos, en el marco de una Administración
Pública profesional y eficaz, al servicio del interés general (VILLORIA, M.
2007a: 131).

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La Ética Pública, sin perjuicio de «hundir sus raíces» en una ética individual
o personal, «será eminentemente una ética social, o sea una ética que
atiende, ante todo, a lo que se ha dado en llamar el individuo en relación,
es decir, una ética que atiende al individuo “situado” dentro de una
“comunidad” e incluso dentro de varias comunidades a un mismo tiempo»
(MUQUERZA, V. 2007a: 510-511).
Por tanto, nuestro horizonte se amplía bastante al considerar que la Ética
Pública, se entiende como las consideraciones orientadas a la vida pública
en su conjunto. Es en este ámbito, en el que las personas se relacionan
entre sí, se asocian, conforman organizaciones, coordinan acciones que
tienen consecuencias en la vida de otras personas y eventualmente,
responden por tales acciones ante otros.
En este sentido, la Ética Pública no se restringe únicamente a la esfera
política y/o estatal ni se centra exclusivamente en el ámbito de quienes
ejercen funciones públicas en el Estado, sino que considera a la persona
en cuanto ciudadano en el ámbito público.
Adela Cortina, profesora española de Ética, agrega otra dimensión
de la Ética Pública al decir que ésta puede considerarse desde tres
perspectivas:
La primera es que se trata de una herramienta de gestión. De nada
sirven las leyes, los recursos materiales y las personas llamadas a ejercer
la función pública si no existen pautas de comportamiento personal y
colectivo. El primer fruto de la práctica de la Ética Pública, por tanto, es
que genera confianza entre gobernantes y gobernados, como también

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confianza entre quienes están al servicio del Estado. Sin confianza


mutua no solamente es improductiva la gestión sino que además hace
prácticamente imposible el trabajo en equipo.
La segunda es que la Ética Pública es una medida de prudencia. Cuando
tratamos de la gestión pública estamos hablando de relaciones de
poder como vimos en el capítulo 5 de este curso. Es decir, que si los
servidores públicos ostentan el poder político y administrativo, tienen
que ser restringidos en el uso de ese poder. Las leyes que controlan
la conducta de los administradores se encargan de imponer sanciones
pero no alcanzan a las actitudes ni a la calidad de las decisiones. A estos
aspectos se orienta la Ética Pública.
La tercera nos llama a considerar a la Ética Pública como una exigencia
de justicia. Una institución que no busque la justicia
carece de legitimidad. Puede ser que cumpla todos los
requisitos legales y eso la hace legal pero si carece
de un sentido de justicia en el sentido de perseguir
el respeto y la vigencia de los derechos humanos
es ilegítima. La Ética Pública ofrece a la conducta
administrativa un propósito de equidad y justicia.
Para que los miembros de una sociedad puedan
construir sus vidas en conjunto tiene que poseer
una visión común de lo que es la justicia. Ha
sido probado que los hombres no son seres
totalmente egoístas, cuya conducta obedezca
ciegamente a buscar el beneficio personal, como
también es cierto que la competencia no es ni el
único ni el más ético de los incentivos. Es en el campo
de la Ética Pública donde florecen los valores del servicio
público no como una actividad caritativa sino como el cumplimiento
de derechos de los ciudadanos a ser acogidos y protegidos por el bien
común, que es el fin último del Estado.

La naturaleza ética de las prácticas administrativas.


Para reforzar la dimensión ética en la gestión pública, debe emprenderse
una reflexión específica sobre lo que significa el servicio público en el
mundo moderno y el rol del administrador como un agente ético.

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Es innegable que los directivos y los administradores públicos están


inmersos en un contexto complejo de relaciones burocráticas y
jerárquicas, juegos de poder, variedad de demandas y cuestionamientos
de los medios, incluso considerándose a los administradores
responsables por sus opciones éticas, no corresponde a ellos el control
del contexto en el cual se toman las decisiones.
Las decisiones y acciones públicas envuelven una colectividad de
funcionarios y de organizaciones públicas que se influyen mutuamente.
El proceso decisorio acontece en una complejidad de reglas, culturas,
tradiciones, prácticas interactivas, jerarquías y lealtades personales
capaces de restringir y ocultar las concepciones morales y éticas de
las personas.
En la práctica cotidiana, los dirigentes y funcionarios sufren presiones
e influencias explícitas e implícitas para adoptar ciertas decisiones
y conductas. Pueden enfrentar dilemas éticos e incluso cambiar sus
propias consideraciones morales, para simplemente valorizar resultados
y, además, tienen capacidad de usar sus recursos de poder para resistir
a directrices políticas procedentes de niveles superiores y cambiarlas.
Las prácticas administrativas refieren a las acciones y comportamientos
de los gestores en el cotidiano de su trabajo. Se pretende, por medio de
los estilos y formas de administrar, una mayor eficacia de las respuestas
éticas a las variadas demandas de la sociedad.
Por lo tanto, para fortalecer la práctica de valores en las organizaciones
gubernamentales son necesarios instrumentos administrativos y nuevas
prácticas gerenciales que sean facilitadores de las acciones éticas. Sin
olvidar que los propios servidores públicos tienen capacidad de usar sus
recursos de poder para resistir a directrices políticas
procedentes de niveles superiores y cambiarlas.
Así, se hace imperativo construir y practicar
acciones administrativas conducentes a la
moral y la ética. Se presume, por lo tanto,
la inutilidad relativa de tener solamente
servidores públicos íntegros, leyes y códigos
de conducta si las prácticas administrativas no
contribuyen a la vigencia de los valores y, por el
contrario, traicionan la vigencia de esos valores.

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Códigos de Conducta
En el campo de la Administración Pública los Códigos de Conducta,
llamados también Códigos de Ética o simplemente Códigos Éticos,
son construcciones sociales como “sistemas de ideación” para guiar
acciones correctas, apropiadas y honestas en el desempeño de
actividades administrativas. En otras palabras, son documentos que
buscan conceder a los dirigentes y gestores una guía conductual que
incorpora principios, valores e ideas en el ejercicio de la función pública.
El propósito principal de un código de conducta es garantizar la ética
de las acciones administrativas, informando a los gestores la mejor
manera de comportarse en su trabajo.
Desde otra perspectiva, los
códigos son formas de agregar
y compartir principios morales y
éticos que se constituyen en un
conjunto de valores que deben
regir todos los comportamientos
administrativos.
Los códigos tienen antecedentes
que se remontan por más de
treinta años.
La primera experiencia se
concretizó e 17 de diciembre
de 1979, cuando la Asamblea
General de las Naciones Unidas
adoptó la Resolución 34/169
que lleva el título de “Código de
Conducta para Funcionarios Encargados de Hacer Cumplir la Ley “. El
propio título destaca el propósito de la resolución: es una guía para
la conducta de la policía y otros funcionarios encargados de hacer
cumplir la ley.
Este código se basa en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, los Pactos Internacionales sobre Derechos Humanos y la
Declaración sobre la Protección de Todas las Personas Contra la Tortura.

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Dicho código destaca el hecho de que las normas de conducta son de


trascendental importancia para la policía, por las “posibilidades de abuso”
que entraña el ejercicio del poder para hacer cumplir la ley. Resalta que la
aplicación de la ley “en defensa del orden público”
tiene una repercusión directa en la calidad de vida
de los individuos y de la sociedad en su conjunto.
Es importante mencionar que el código subraya
que el mantenimiento de normas éticas por los
oficiales de policía depende de la existencia de
un “sistema de leyes bien concebido, aceptado
popularmente y humanitario”. Finalmente, insiste
en que los organismos de ejecución de la ley no
solo deben auto disciplinarse, sino ser fiscalizados
por funcionarios civiles y públicos tales como
juntas examinadoras, comités de ciudadanos,
fiscalías u otros mecanismos externos.

Los Siete Principios o Valores Básicos del


Servicio Público de la Comisión Nolan
(Gran Bretaña)
Otro antecedente importante de los modernos códigos de conducta
lo encontramos a mediados de la década de los años noventa en Gran
Bretaña.
En esos años, el gobierno británico se vio sacudido por varios escándalos
de corrupción en los círculos gubernamentales. La sociedad reaccionó
con estupor y exigió de la Administración Pública acciones concretas.
Fue así como a petición del primer ministro británico, a finales de 1995
se constituyó un Comité de Expertos para proponer unas Normas de
Conducta en la Vida Pública, referida a la actividad parlamentaria y
administrativa. Dicho Comité, presidido por el Juez Nolan, emitió en mayo
de 1996, un informe y siete principios de conducta que fueron difundidos
y aplicados en los códigos de conducta del mundo entero. Se citan en
este curso por la incidencia que tuvieron a nivel mundial y que continúan
teniendo, sirviendo de inspiración y base a los códigos de conducta de las
Administraciones Públicas de todos los países.

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Los principios o valores son los siguientes:

1. Vocación de servicio (selflessness): Los funcionarios públicos


deben adoptar sus decisiones basándose exclusivamente en el
interés público y no para obtener beneficios financieros o materiales
para sí mismos o para sus familiares o amigos.
2. Integridad (integrity): Los funcionarios públicos deben evitar
contraer obligaciones financieras o de otro tipo con individuos
u organizaciones externas que puedan ejercer alguna influencia
sobre ellos en el desempeño de sus funciones oficiales.
3. Objetividad (objectivity): En el desarrollo de las gestiones
públicas, incluyendo nombramientos, selección de contratistas
o recomendación de individuos para promociones o beneficios,
los funcionarios públicos deben sustentar sus selecciones
exclusivamente en el mérito.
4. Responsabilidad (accountability):
Los funcionarios públicos deben
rendir cuentas ante la sociedad de
sus decisiones y acciones, y deben
someterse a las modalidades de
escrutinio apropiadas para su nivel.
5. Apertura (openness): Los funcionarios
públicos deben ejercer la mayor
apertura posible con relación a sus
decisiones y acciones, y explicar sus
fundamentos. Sólo pueden restringir
información en los casos en que
claramente lo demande el interés
público.
6. Honestidad (honesty): Los funcionarios públicos deben declarar
cualquier interés privado relacionado con sus funciones públicas
y adoptar las medidas para resolver todo eventual conflicto de
interés, protegiendo el interés público.
7. Liderazgo (leadership): Los funcionarios públicos deben promover
y sustentar los referidos principios a través del liderazgo y del
ejemplo.

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En Guatemala fue hasta el año 2004 en que se introdujo en el Organismo


Ejecutivo un Código de Ética fundamentado en los principios
mencionados anteriormente de la Comisión Nolan.

Las Normas Éticas del Organismo Ejecutivo


de Guatemala
Con fecha 13 de julio del 2004, el Presidente Oscar Berger, estableció
por Acuerdo Gubernativo 197-2004 un Código de Conducta, llamado
“Normas Éticas” para los funcionarios, empleados y asesores del
Organismo Ejecutivo.
Este importante documento establece en el
quinto considerando veinticinco principios:
“Que los funcionarios y empleados del
Organismo Ejecutivo son el eje de la
Administración Pública y que su función
debe atender a principios de probidad,
responsabilidad, honestidad, lealtad,
solidaridad, transparencia, integridad,
discreción, rectitud, imparcialidad, veracidad,
austeridad, accesibilidad, disponibilidad,
descentralización, celeridad, diligencia,
disciplina, eficiencia, eficacia, calidad, respeto,
prudencia, decoro y honradez…”
Asimismo, además de los principios
enunciados, el Artículo 5º se dedica a describir
la integridad y la transparencia y el Artículo
6º la secretividad en el ejercicio de la función
pública.
El citado Acuerdo no establece ningún plan de acción para difundir las
normas éticas en el Organismo Ejecutivo y, menos aún, para sancionar la
transgresión de dichas normas. Sin embargo, tiene el indudable mérito
de haber sido la primera expresión moderna de ética pública por parte
del Gobierno de Guatemala.

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Carta Iberoamericana de la Ética e Integridad


en la Función Pública
Durante los días 26 y 27 de julio del 2018 en la ciudad de Antigua
Guatemala, el Centro Latinoamericano de Administración para el
Desarrollo (CLAD) junto al Instituto Nacional de Administración
Pública de Guatemala (INAP) y la Secretaría General Iberoamericana
(SEGIB), organizó la XVIII Conferencia Iberoamericana de Ministros
y Ministras de Administración Pública y Reforma del Estado, donde
Representantes de los Gobiernos que conforman
el CLAD debatieron este documento que fue
aprobado por unanimidad.
Luego de un intenso debate donde
participaron los Representantes de los
distintos Gobiernos que conforman al
CLAD y discutir cada uno de los temas que
contiene el documento, los Estados llegaron a la
conclusión de aprobar la Carta Iberoamericana
de Ética e Integridad en la Función Pública.
La Carta se fundamenta en ejemplos de buenas prácticas de los
distintos Estados y pretende fomentar el aprendizaje e intercambio
permanente de buenas prácticas entre los países firmantes de la
misma, no sólo para prevenir y luchar contra la corrupción, sino para ir
más allá y consolidar un sistema de integridad sólido que asegure que
lo normal es el comportamiento honesto y, lo extraño y patológico, el
actuar inmoral en nuestras Administraciones.
El CLAD no podía permanecer ajeno a este contexto y, por ello, ha
querido hacer de la redacción e implementación de la Carta uno de
sus ejes estratégicos para los próximos años. Con ello, la organización
prosigue una tradición ya larga de preocupación por la integridad en la
actividad pública, con hitos como el Código Iberoamericano de Buen
Gobierno. Esta Carta conecta también con las prioridades de numerosos
organismos internacionales que están dedicando grandes cantidades de
recursos económicos, cognitivos y actitudinales para intentar prevenir y
combatir la corrupción.

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Reflexiones finales
En conclusión, podemos afirmar que como una forma de ideación
administrativa, los códigos, cartas y declaraciones ayudan a reactivar
el optimismo, la esperanza y las preocupaciones morales, así como las
posibilidades de encantamiento con la contribución social, por medio
del trabajo cotidiano. Los ideales agregan un nuevo sentido al destino
de las acciones públicas y a la realización de las personas.
Estos documentos inspiran armonía y forman la base consensual para
la creación de una nueva visión administrativa. Cuanto mayor sea el
compromiso con valores compartidos, mayor será la posibilidad de que
los gestores se dediquen a nuevos desafíos y a la atención ética en las
acciones y decisiones administrativas.
Ahora bien, la conducta no es sino el resultado de múltiples decisiones.
En todas las etapas de la decisión ocurren juicios sobre medios y fines,
es decir, sobre lo mejor y lo peor, lo correcto y lo erróneo, lo bueno y
lo malo. En el caso de las decisiones administrativas, la conciencia y
las aspiraciones individuales sobre ética y moral están presentes en los
análisis, con la misma fuerza que lo están las opciones sobre eficiencia
y calidad.
Los códigos ayudan a las personas, aparte de sus diferencias personales,
a desarrollar una cultura común para inspirar su acción. Los valores
incluidos en un código se convierten en una propiedad institucional
para la cual se espera la adhesión de todos los funcionarios.

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Por lo que diseminados e incorporados a los valores de los


administradores, los códigos pueden convertirse en una referencia
para las relaciones internas y externas, revelando las
preocupaciones institucionales con
la moral y la ética.
Recordemos que los valores
son bienes sociales deseables,
se expresan por juicios y
hacen reconocer la integridad
de las personas. En un mundo
socialmente fragmentado y en
organizaciones centradas en procesos
de trabajo, los valores se convierten en una
referencia adicional, pues proporcionan un
sentido de inserción social.
Tal como lo menciona Rosanvallon (1995) es imposible separar la
dimensión ética del acto administrativo al declarar que:
“Del desarrollo del ser humano con valores, principios morales y éticos
dependerá en gran medida la eficacia en los servicios y una mayor
fortaleza y madurez de la sociedad, la cual demanda permanentemente
entrar a una ética en la que los valores, y principios morales sean el
norte rector de la administración” (p.117).
Desde esta perspectiva, los principios son para los funcionarios públicos
los referentes centrales de acción que definen su conducta en la
cotidianidad laboral, de allí, la importancia de su práctica y prevalencia.
Un principio en la gestión pública es, por ejemplo, la prevalencia del
interés general sobre el interés particular; de allí se derivan, precisamente,
los valores de la transparencia y de la honestidad.

Valores negativos o antivalores


Es importante señalar que de igual manera que existen los valores
positivos como los antes mencionados, también existen valores
negativos o antivalores, los cuales en su concepción más general se
refieren a la antítesis u opuesto al valor. Por su parte Bautista (2009)
afirma que “Los antivalores son aquellos que hacen referencia al grupo

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de valores o actitudes que pueden ser consideradas peligrosas o dañinas


para el conjunto de la comunidad en la que tienen lugar” (p.46).
Los antivalores son lo opuesto de los valores tradicionalmente
considerados como apropiados para la vida en sociedad, aquellos
que se dan naturalmente en el ser humano y cuya presencia asegura
la convivencia de unos con otros. En general, estos contravalores se
oponen al desarrollo pleno de las personas y por ende de la comunidad.
Al respecto Ardila (2006) señala “En el mundo, los antivalores se han
expandido de manera indiscriminada y han invadido ámbitos sociales,
económicos, culturales, deportivos, laborales, políticos. Al ser esto así,
han invadido también la esfera de lo público al desarrollarse como virus
al interior de las instituciones públicas a las cuales les han hecho mucho
daño” (p. 6).

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