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1. Este mó dulo introductorio apunta a exponer los orígenes y desarrollos de los diversos modelos
psicoterapéuticos a partir del surgimiento de la clínica como campo de intervención ante el sufrimiento
psíquico.
Texto Roji y Saul (2012)
2. La prá ctica de la psicoterapia constituye un dispositivo cultural, basado en la influencia
interpersonal, cuya funció n consiste en equilibrar las relaciones entre el individuo y el
grupo. Se lleva a cabo en una sociedad concreta y depende de las particularidades de dicha
cultura, se concibe como un tipo de prá ctica sociocultural, orientada a mejorar lo que
actualmente consideramos salud mental y calidad de vida, es un tipo de actividad
profesional y cada tratamiento psicoló gico se inserta de una manera específica en la red de
creencias, actitudes y valores propios de la cultura en que tiene lugar.
3. Los tratamientos psicoló gicos constituyen tanto productos, como procesos culturales, que
tienen entre sus funciones reforzar dogmas culturales particulares, constituyéndose en
agentes de socializació n promoviendo mejoras individuales y grupales.
4. Cada tipo de tratamiento psicoló gico se inserta de una manera específica en la red de
creencias, actitudes y valores propios de la cultura que tiene lugar, por eso, un criterio de
objetivació n y evaluació n crítica de la psicoterapia consiste en analizar el conjunto de
presuposiciones culturales que mantiene vigente sus teorías y procedimientos.
5. Para la caracterizació n de los tratamientos psicoló gicos existen dos tipos de
presuposiciones culturales relevantes: ● Las presuposiciones de cará cter axioló gico
(relacionada con los valores) y doxá stico (relacionada con las opiniones). ● Las
presuposiciones de caracteres epistemoló gicos, relacionadas con las concepciones de la
naturaleza del conocimiento humano. Ambas clases de presuposiciones se han cruzado de
manera específica en cada periodo histó rico concreto, y si bien es cierto que han sufrido una
clara evolució n, también lo es que han tendido a preservar el nú cleo fundamental de
creencias actitudes y valores que la caracteriza.
6. Evolució n histó rica de las presuposiciones culturales que sustentan los tratamientos
psicodiná micos: Se distinguen dos etapas, premodernidad y modernidad ( primera
modernidad y segunda modernidad). Importate variable tiempo como condicionante.
7. Si consideramos como un todo de la actividad clínica de los psicoterapeutas podemos decir
que está caracterizada por: ● La existencia de varias concepciones de la intervenció n
terapéutica, que mantienen entre sí diferencias notables en tres niveles de aná lisis distintos:
el epistemoló gico, el teó rico y el técnico. ● Una cierta tendencia a la integració n de algunos
de estos presupuestos. ● La existencia de un acuerdo creciente entre los profesionales
respecto a la relevancia de ciertos aspectos del proceso de cambio terapéutico, sobre todo
en lo relativo a las condiciones de la alianza y la relació n terapéutica.
8. La psicoterapia consiste siempre en un proceso de influencia interpersonal, y una manera de fomentarla
es que no llegue a convertirse en ejercicio arbitrario del poder, debe de pasar por el conocimiento y el
reconocimiento, por parte de los terapeutas, del conjunto de presuposició n es que subyacen los distintos
tipos de tratamientos psicoló gicos, ademá s de conocer y reconocer có mo se relaciona el paciente consigo
mismo, los demá s y el mundo.
Línea de tiempo.
Premodernidad importante: Cuando la cultura carecía de escritura la visió n del mundo solía articularse a
las creencias má gicas, por lo tanto la medicina, la psicoterapia y lo religioso solía constituir una prá ctica
indiferenciada, donde la influencia de fuerzas no observables tenían un poder sobrenatural. Posteriormente,
cuando se conoció la escritura, comenzaron a establecerse formas de intervenció n que respondían a criterios
netamente racionales, así las prácticas médicas se dedicaron a una combinació n de prescripciones con
rituales, con normas higiénicas y recomendaciones naturalistas. Todos estos pensamientos fueron
moldeados a lo largo de la historia, desde los Griegos con su medicina, siguiendo luego por los Romanos con
sus leyes, pero, se puede denotar que a partir de la caída del imperio romano, se da lugar a la Iglesia como la
encargada de establecer los ó rdenes sociales, sus funciones, sus roles, sus leyes, los tratamientos para los
enfermos, entre otros. Se da en este momento una diná mica de orientació n represora caracterizada por el
hecho de que, junto a ciertos enfermos mentales, se consideraban poseídos por el diablo y propagadores de
sus males a todos aquellos que de una u otra forma alimentaban ideas subversivas contra el estado contra los
valores morales consagrados como verdades inamovibles. Luego, en el decaimiento de la iglesia al final de la
edad media, se da paso las reformas protestantes, a la ilustració n, y luego a la contrarreforma eclesiá stica,
pero esta nueva época ya implicaba un cambio de paradigma, ya el foco no se pone en Dios, sino en las
ciencias, y esto evolucionó hasta las transformaciones económicas, culturales y políticas que
surgieron en Europa en los siglos XV y XVI para así llegar a lo que hoy en día conocemos por
Modernidad.
Modernidad Importante:
En esta nueva etapa denominada modernidad podemos ver que el desarrollo cultural de occidente va a tener
una nueva visió n del mundo: ● Se produce la secularizació n de la visió n del mundo, es decir, se da una
desmitificació n con respecto a las ideas má gicas y también a las creencias doctrinarias de la iglesia, se da una
especie de descristianizació n del mundo. ● Se da una decadencia progresiva de las prá cticas religiosas como
dispositivo de equilibració n en las relaciones entre el individuo y grupo, a su vez, por un lado, se desplazan
las expectativas de equilibració n hacia la filosofía y el arte, pero por otro lado, al mismo tiempo hay un
fracaso de ambas para elegirse en dispositivos dominantes de equilibració n. Por esto mismo se da el
surgimiento de los actuales tratamientos psicoló gicos como prá cticas culturales vinculadas simultá neamente
a la pluralidad ideoló gica, el conocimiento positivo y el control empírico de su eficacia. ● Hay una
transformació n de las sociedades agrícolas en sociedades industrializadas, con la consiguiente
transformació n de las estructuras sociales. ● La acumulació n de informació n sancionada socialmente se
reconoce como un conocimiento fiable ya no será un conocimiento otorgado por Dios sino por los hombres
mismos.
Dentro de la modernidad, conviene hacer la diferenciació n entre primera modernidad (1500 - 1850) y
segunda modernidad (1850 - 1970). Durante este periodo de primera modernidad el reconocimiento de la
dignidad del enfermo mental será mucho má s teó rico que prá ctico. En el comienzo de esta primera etapa, se
produjo una recuperació n progresiva de las antiguas tradiciones médicoracionalistas y con eso una
recuperació n de la orientació n empírica, pero también, por otro lado se retornó al tratamiento de ciertos
trastornos psicoló gicos a base de dietas, eméticos y sangrías, por lo tanto todavía se veían aspectos de
actitudes represoras. Con las influencias de la reforma, la contrarreforma y el renacimiento, podemos ver que
de a poco se adoptó una postura, cultural mas enfocada en el individuo, en la introspecció n, en la
autoobservacion, pero no así para los tratamientos psicoterapéuticos, los cuales siguieron implementá ndose
bajo una ló gica empírico-racional, dá ndose asi la hegemonía de la razó n y el individualismo.
La locura será conceptualizada como una oposició n a la razó n, no explicable ni abordable por ella, sera una
persona que debe de aislarse de la sociedad, en instituciones o en los campos, y esto, no solo incluía a lo que
hoy conocemos como personas padecientes de trastornos mentales, sino que todo aquel que sea incó modo
socialmente, como criminales, vagabundos, rebeldes políticos, prostitutas, etc. En estos lugares, se los
obligaba a estar haciendo trabajos forzosos, a veces con ningú n justificativo, la idea era que hagan algo para
no desperdiciar su tiempo, vivían en condiciones de aislamiento deplorables, con poca higiene, poca luz y con
afinamiento, los tratamientos que se les aplicaban van a estar llenos de violencia y abuso físico, para así
“controlar” de forma represora. Se da un cambio considerable de estas condiciones con Pinel y Tuke con sus
tratamientos morales, donde se le devuelve un poco de dignidad y respeto por el enfermo, Pinel consideraba
que no era necesario el castigo físico ni la violencia física, pero aun asi, su tratamiento moral, incluía cierta
violencia psicoló gica, ya que se le aplicaban castigos o reprendas a través de juicios verbales o el ignorar
completamente. Por otro lado, Tuke consideraba que los enfermos mentales necesitaban una especie de
retiro espiritual, el cual constituía en que el enfermo debía de enfrentarse a sus pasiones, estos solían ser
tratados como niñ os ya que eran vigilados férreamente y veían reforzada su autoestima a través de
la realizació n de pequeñ os trabajos físicos.
Se consideraba imposible la curació n de sus pacientes, pero, a medida que fue avanzando el siglo, los avances
de la neurología dieron pie a las creencias de que las enfermedades mentales eran causadas por lesiones
orgá nicas, patologías del cerebro y del sistema nervioso. Ademá s, con algunos casos de éxito, se instaló la
creencia de que cuanto antes se administraban los tratamientos, má s efectivos eran para la curació n, se
cambió la perspectiva, ahora se podía tratar y recuperar al sujeto. Esta pujanza entre neurología y
psiquiatría, y la aparició n de esta tanto en el ámbito médico como social, dieron al origen de las nuevas
creencias sobre los locos, ahora se los consideraría como uno má s entre todos, como una criatura sensible, al
calor, al frío, al dolor, a las presiones emocionales y ambientales a las que se los sometían, así a mitad de
siglo, comenzaron movilizaciones de la conciencia social a favor de los cuidados que necesitan los enfermos
psicoló gicos.
Ya para llegar a la segunda modernidad, la cual es de nuestro conocimiento ya que los autores má s
importantes de la psicología se ubican en este tiempo, pero, es importante recalcar los aspectos que quizá s
fueron má s influyentes en la Psicología. Franz Anton Mesmer puso los antecedentes al nombrar una curació n
a través de un supuesto fluido magnético de naturaleza física que vincule a todos los elementos de la
naturaleza, las ideas no prosperaron, pero, uno de sus alumnos Puysèguer descubrió de manera accidental lo
que hoy llamamos hipnosis, entonces así, se produjo el primer eslabó n de una cadena de acontecimientos
que van a jalonar la historia entera de los tratamientos psicoló gicos. Ya que la ideas de este autor, fueron la
base de las teorías hipnó ticas de Berheim, de Liêbault, y luego de Charcot quien luego, con sus técnica s atrajo
a un médico de Viena llamado Sigmund Freud. En cualquier caso, a lo largo de todo el siglo XX, y de manera
especial a largo de la segunda mitad, la profesió n del psicoterapeuta fue recibiendo un reconocimiento social
creciente, ya que, la sociedad occidental fue depositando en su psicoterapeutas
un conjunto creciente de demandas que a su vez fueron asumidas por estos como retos a afrontar.
A consecuencia del mutuo ajuste entre demandas sociales y actividad terapéutica, el poder social de quienes
ejercen la psicoterapia se ha incrementado durante el ú ltimo siglo en la misma medida en que su actividad
profesional se ha ido haciendo indispensable para la sociedad en la que viven, ya que funcionan como
dispositivos de equilibració n social y cultural.
El concepto de alianza terapéutica ha sido incorporado por la mayoría de las escuelas psicoterapéuticas, pero
distanciados de la lectura transferencial proporcionada por el contexto psicoanalítico.
Desde el movimiento humanista se prestó una especial atenció n al papel de la alianza terapéutica en el
proceso psicoterapéutico. Ser empá tico, congruente y aceptar incondicionalmente al cliente eran las tres
características fundamentales que debía tener el terapeuta segú n Rogers para establecer una relació n
terapéutica efectiva con el cliente. Desde la modificació n de conducta clá sica se planteaba la terapia como
un proceso en el que el paciente aprende o modifica ciertas conductas o há bitos, por lo que se postulaba
que la calidad técnica de las intervenciones del terapeuta era el elemento esencial.
La orientación cognitiva (y má s concretamente las perspectivas constructivistas) han llegado a
considerar la alianza terapéutica como un aspecto central del proceso terapéutico.
Podemos afirmar que la alianza terapéutica es el componente de la relación terapéutica cuya importancia
recibe más consenso en cuanto a la formación de la relación terapéutica.
En ese sentido, probablemente dos de los autores má s influyentes en la concepció n actual de la alianza
terapéutica sean Bordin y Luborsky.
El primero (Bordin, 1976) definió la alianza como el encaje y colaboración entre el cliente y el
terapeuta e identificó tres componentes que la configuran: (a) acuerdo en las tareas, (b) vínculo
positivo y (c) acuerdo en los objetivos. Las tareas se refieren a las acciones y pensamientos que forman
parte del trabajo en el proceso terapéutico, de modo que la percepció n de estas acciones o tareas como
relevantes para la mejoría es una parte importante del establecimiento de la alianza. También el acuerdo
entre terapeuta y paciente respecto a cuáles son los objetivos a alcanzar con la psicoterapia, así como
compartir mutuamente confianza y aceptació n son elementos esenciales para una buena alianza. A pesar de
la importancia atribuida a la alianza terapéutica, Bordin afirmó que una alianza positiva no es curativa por sí
misma, sino que es un ingrediente que hace posible la aceptació n y el seguimiento del trabajo terapéutico.
También Luborsky desarrolló una conceptualizació n de la alianza má s cercana a la visió n psicodinámica
original sugiriendo que es una entidad diná mica que evoluciona con los cambios de las demandas de las
diferentes fases de la terapia. Describió dos tipos de alianza en función de la fase o etapa de la terapia
de la que se trate: ● La alianza de tipo 1 se da sobre todo en el inicio de la terapia y se caracteriza por
la sensación que experimenta el paciente “sobre el apoyo y la ayuda que proporciona el terapeuta
como contenedor”. ● La alianza de tipo 2 se da en fases posteriores del proceso terapéutico y consiste
en la sensación de trabajo conjunto hacia la superación de los impedimentos y el malestar del
paciente.
De este modo se considera que la alianza terapéutica es una construcción conjunta entre paciente y
terapeuta, de modo que las expectativas, las opiniones, las construcciones que ambos van
desarrollando respecto al trabajo que están realizando, la relación establecida y la visión del otro
resultan relevantes para el establecimiento de la alianza terapéutica, así como la alianza modula la
relación.
La alianza es una cualidad intrínseca de la relación que contribuye al éxito de la terapia por encima de las
ganancias terapéuticas alcanzadas en el momento; por lo tanto, la alianza no es un reflejo de los resultados
beneficiosos ya que, el desarrollo y la resolución de problemas en el establecimiento de la alianza terapéutica no
es el prerrequisito del cambio, pero sí que se trata de una parte esencial del proceso de cambio.
Una de las investigaciones del proceso de cambio sugiere que la negociació n entre dos subjetividades
distintas como son las del terapeuta y del paciente es el nú cleo del mecanismo del cambio.
Las primeras sesiones son especialmente importantes para el establecimiento de una buena relació n con
el paciente o de lo contrario el paciente abandona prematuramente la terapia La valoració n de la alianza
terapéutica varía, en parte, segú n quién la evalú e.
La valoració n del cliente tiene má s peso para la predicció n del resultado final de la psicoterapia.
Ante el reto de conseguir una buena alianza con el paciente, la metacomunicació n es uno de los recursos
imprescindibles. La importancia de la relació n terapéutica genera la necesidad de usar la inspiració n y la
creatividad para facilitar el establecimiento de la alianza terapéutica en las primeras sesiones y
mantenerla a lo largo del proceso terapéutico.
La relació n terapéutica es producto del encuentro entre el terapeuta y el cliente, y está influida por las
características y la historia personal de cada uno de ellos.
En relació n al terapeuta:
La empatía y la calidez del terapeuta son dos de las cualidades que la mayoría de investigadores
coinciden en considerar relevantes (pero no suficientes) para establecer una buena alianza terapéutica
El nivel de experiencia del psicoterapeuta ha sido otra de las variables evaluadas e investigadas; los
resultados constatan que la relació n entre la experiencia del terapeuta y la alianza no es significativa, sin
embargo, otros autores encontraron que el aumento de la formació n de los terapeutas influía
positivamente en el establecimiento de la alianza terapéutica cuando esta era evaluada por los
terapeutas, pero no cuando la alianza era evaluaba por el paciente
Las representaciones internas de las relaciones pasadas del terapeuta tenían un fuerte impacto en la
calidad de la alianza terapéutica con algunos paciente, se favorecía a la alianza terapéutica cuando el
terapeuta tenía la capacidad de aceptar parte de la responsabilidad por sus rupturas relacionales en
terapia y cuando se metacomunicaba con el paciente en relació n a posibles malentendido
En relació n al paciente:
Variables interpersonales como el índice de eventos estresantes, las relaciones sociales y familiares del
cliente y las variables intrapersonales como la calidad de las relaciones de objeto, la motivació n,
expectativas y las actitudes, entre otras, tienen efectos significativos en la alianza.
Las expectativas del cliente de encontrar y establecer una relació n igualitaria con el terapeuta aumentan
la probabilidad de establecer una buena alianza terapéutica
Los pacientes con apego ansioso puntuaban una menor alianza mientras que los pacientes con apego
confiado se asociaron con puntuaciones altas en la evaluació n de la alianza
La severidad de los síntomas del paciente tiene poco impacto en el desarrollo del establecimiento de la
alianza terapéutica, sin embargo, se encontró que la sintomatología del paciente contribuía
negativamente a la alianza.
La defensividad, la desgana, la hostilidad y la dominancia del cliente se han relacionado con la dificultad
del paciente para crear una buena relació n de trabajo terapéutico
El perfeccionismo del paciente se ha relacionado negativamente con los resultados de la terapia.
Etchegoyen, R. H. (2012).
1. Delimitació n del concepto de psicoterapia: El psicoaná lisis es una forma especial de psicoterapia, y la
psicoterapia empieza a ser científica en la Francia del siglo xix, cuando se desarrollan dos grandes
escuelas sobre la sugestió n, en Nancy con Liébeault y Bemheim y en la Salpetriére con Jean-Martin
Charcot. Por lo que acabo de decir, y sin á nimo de reseñ ar su historia, he ubicado el nacimiento de la
psicoterapia a partir del hipnotismo del siglo XIX. Se afirma con frecuencia y con razó n que la
psicoterapia es un viejo arte y una ciencia nueva; y es esta, la nueva ciencia de la psicoterapia, la que yo
ubico en la segunda mitad del siglo pasado.
2. El arte de la psicoterapia, en cambio, tiene antecedentes ilustres y antiquísimos desde Hipó crates al
Renacimiento. Tienen que pasar todavía cerca de tres siglos para que a estos renovadores los continú en
otros hombres que, ellos sí, pueden ubicarse en los albores de la psicoterapia. Son los grandes psiquiatras
que nacen con y de la Revolució n Francesa. El mayor de ellos es Pinel y a su lado, aunque en otra
categoría, vamos a ubicar a Messmer: son precursores, aunque no todavía psicoterapeutas. En los ú ltimos
añ os del siglo xviu, cuando implanta su heroica reforma hospitalaria, Pinel (1745- 1826) introduce un
enfoque humano, digno y racional, de gran valor terapéutico en el trato con el enfermo. Má s adelante, su
brillante discípulo Esquirol (1772-1840) crea un tratamiento re-guiar y sistemá tico en que confluyen
diversos factores ambientales y psíquicos, que se conoce desde entonces como tratamiento moral. Este,
por su cará cter anó nimo e impersonal, no alcanza a ser psicoterapia, es decir, pertenece a otra clase de
instrumentos. Las audaces concepciones de Messmer (1734-1815) fueron extendiéndose rá pidamente,
sobre todo desde los trabajos de James -Braid (1795-1860) hacia 1840. Cuando Liébeault (1823-1904)
conviene su humilde consultorio rural en el má s importante centro de investigació n del hipnotismo en
todo el mundo, la nueva técnica, que veinte añ os antes habla recibido de Braid, un cirujano inglés,
nombre y respaldo, se aplica al par como instrumento de investigació n y de asistencia; Liébeault la usa
para mostrar «la influencia de la moral sobre el cuerpo» y curar al enfermo; y es tal la importancia de sus
trabajos que la ya citada obra de Zilboorg y Henry no vacila en ubicar en Nancy el comienzo de la
psicoterapia. Aceptaremos con un reparo esta afirmació n. El tratamiento hipnó tico que inaugura
Liébeault es personal y directo, se dirige al enfermo; pero le falta todavía algo para ser psicoterapia; el
enfermo recibe la influencia curativa del médico en actitud totalmente pasiva. Desde este punto de vista
má s exigente, el tratamiento de Liébeault es, pues, personal, pero no interpersonal. Cuando Hyppolyte
Bemheim (1837-1919), siguiendo la investigació n en Nancy, pone cada vez má s enfá sis en la sugestió n
como fuente del efecto hipnó tico y motor de la conducta humana, se perfila la interacció n médico-
paciente que es, a mi juicio, una de las características definitorias de la psicoterapia. En sus Nuevos
estudios (1891) Bemheim se ocupa, efectivamente, de la histeria, la sugestió n y la psicoterapia. Poco
después, en los trabajos de Janet en París y de Breuer y Freud en Viena, donde la relació n interpersonal
es patente, resuena ya la primera melodía de la psicoterapia.
3. Como veremos en seguida, es mérito de Sigmund Freud (1856-1939) llevar a la psicoterapia al nivel
científico, con la introducció n del psicoaná lisis. Desde aquel momento, será psicoterapia un tratamiento
dirigido a la psiquis, en un marco de relació n interpersonal, y con respaldo en una teoría científica de la
personalidad.
Importante:
En «Sobre psicoterapia» (1905o), una conferencia pronunciada en el Colegio Médico de Viena el 12 de
diciembre de 1904, que se publicó en la Wiener Medical Presse del mes de enero siguiente, Freud
establece una convincente diferencia entre el psicoaná lisis (y el método catá rtico) y las otras formas de
psicoterapia que hasta ese momento existían. Esta diferencia introduce una ruptura que provoca, como
dicen Zilboorg y Henry (1941), la segunda revolució n en la historia de la psiquiatría. Para explicarla,
Freud se basa en ese hermoso modelo de Leonardo que diferencia las artes plá sticas que operan per via
di porre y per via di levare. La pintura cubre de colores la tela vacía, y así la sugestió n, la persuasió n y los
otros métodos que agregan algo para modificar la imagen de la personalidad; en cambio el psicoaná lisis,
como la escultura, saca lo que está de má s para que surja la estatua que dormía en el má rmol. Esta es la
diferencia sustancial entre los métodos anteriores y posteriores a Freud.
Para que la trasferencia surja claramente y pueda analizarse, decía Freud en 1912, el analista debe
ocupar el lugar de un espejo que só lo refleja lo que le es mostrado (hoy diríamos lo que el paciente le
proyecta). Se comprende la coherencia que hay en este punto entre teoría y técnica; el médico no debe
mostrar nada de sí: sin dejarse envolver en las redes de la trasferencia, se limitará a devolver al paciente
lo que él ha colocado sobre el terso espejo de su técnica. Por esto dice Freud (1915a) al estudiar el amor
de trasferencia, que el aná lisis debe desarrollarse en abstinencia, y esto sanciona el cambio sustancial de
la técnica en la segunda década del siglo. Si no existiera una teoría de la trasferencia, no tendrían razó n
de ser estos consejos, del todo innecesarios en el método catá rtico o en el primitivo psicoaná lisis de la
coerció n asociativa. Vemos aquí pues, nuevamente, esta singular interacció n entre teoría y técnica que
señ alamos como específica del psicoaná lisis.
Freud dijo muchas veces que el psicoanálisis es una teoría de la personalidad, un método de
psicoterapia y un instrumento de investigación científica, queriendo señ alar que por una condició n
especial, intrínseca de esta disciplina, el método investigació n coincide con el procedimiento curativo,
porque a medida que uno se conoce a sí mismo puede modificar su personalidad, esto es, curarse.
Esta circunstancia no só lo vale como un principio filosó fico sino que es también un hecho empírico de la
investigació n freudiana. Podría no haber sido así; pero, de hecho, el gran hallazgo de Freud consiste en
que descubriendo determinadas situaciones (traumas, recuerdos o conflictos) los síntomas de la
enfermedad se modifican y la personalidad se enriquece, se amplia y se reorganiza.
Así como hay una correlación estricta de la teoría psicoanalítica con la técnica y con la
investigación, también se da en el psicoanálisis, en forma singular, la relación entre la técnica y la
ética. Hasta puede decirse que la ética es una parte de la técnica o, de otra forma, que lo que da
coherencia y sentido a las normas técnicas del psicoaná lisis es su raíz ética. La ética se integra en la
teoría científica del psicoanálisis no como una simple aspiración moral sino como una necesidad
de su praxis.
Las fallas de ética del psicoanalista revierten ineludiblemente en falencias de la técnica, ya que sus
principios bá sicos, especialmente los que configuran el encuadre, se sustentan en la concepció n ética de
una relació n de igualdad, respeto y bú squeda de la verdad.
La disociación entre la teoría y la praxis, lamentable siempre, en psicoanálisis lo es doblemente
porque daña nuestro instrumento de trabajo. En otras disciplinas es hasta cierto punto factible mantener
una disociació n entre la profesió n y la vida, pero esto le resulta imposible al analista. Nadie va a pretender
que el analista no tenga fallas, debilidades, dobleces o disociaciones, pero sí que pueda aceptarlas en su fuero
interno por consideració n al método, a la verdad y al enfermo. Es que el analista tiene como instrumento
de trabajo su propio inconciente, su propia personalidad; y de ahí que la relación de la técnica con la
ética se haga tan apremiante e indisoluble.
Uno de los principios que nos propuso Freud, y que es a la vez técnico, teórico y ético, es que no
debemos ceder al furor curandis; y hoy sabemos sin lugar a dudas que el furor curandis es un
problema de contratrasferencia. Este principio, sin embargo, no viene a modificar lo que acabo de decir,
porque no hay que perder de vista que Freud nos previene del furor curandis, diferente del deseo de
curar en cuanto significa cumplir con nuestra tarea. El tema del furor curandis nos vuelve al de la
ética, porque la prevención de Freud no es más que una aplicación de un principio más general, la
regla de abstinencia. Esta regla se puede entender de muchas formas; pero, de todos modos, nadie
dudará de que Freud ha querido decir que el analista no puede darle al paciente satisfacciones directas,
porque en cuanto este las logra el proceso se detiene, se desvía, se pervierte. En otros términos, podría
decirse que la satisfacción directa quita al paciente la capacidad de simbolizar. Ahora bien, la regla
de abstinencia, que para el análisis es un recurso técnico, para el analista es una norma ética.
Desde el punto de vista del analista, lo que el analizado dice son sólo asociaciones, cumplen la regla
fundamental; y lo que asocia sólo puede ser considerado como un informe pertinente a su caso. Lo
que acabamos de decir abarca el problema del secreto profesional y lo redefine en una forma más
estricta y rigurosa, en cuanto pasa a ser para el analista un aspecto de la regla de abstinencia. En la
medida que el analista no puede tomar lo que dice el analizado sino como material, en realidad
este nunca le informa nada; nada que haya dicho el paciente puede el analista decir que ha sido
dicho, porque el analizado sólo ha dado su material. Y material es, por definición, lo que nos
informa sobre el mundo interno del paciente.
La atención flotante implica recibir en la misma forma todas las asociaciones del enfermo; y en
cuanto el analista pretende obtener de ellas alguna informació n que no sea pertinente a la situació n
analítica está funcionando mal, se ha trasformado en un niñ o (cuando no en un perverso) escoptofilia. La
experiencia muestra, además, que cuando la atención flotante se perturba es que está operando,
en general, alguna proyección del analizado. Lo que acabo de exponer no es só lo un principio técnico
y ético sino también una saludable medida de higiene mental, de protecció n para el analista.
Como dice Freud en «Sobre el psicoaná lisis "silvestre” » (1910/:), no tenemos derecho a juzgar a
nuestros colegas y en general a terceros a través de las afirmaciones de los pacientes, que debemos
escuchar siempre con una benevolente duda critica. En otras palabras, y esto es rigurosamente ló gico,
todo lo que dice el paciente son sus opiniones y no los hechos. No se me oculta lo difícil que es
establecer y mantener esta actitud en la práctica, pero pienso que en la medida que lo
comprendemos nos es más fácil cumplirlo. La norma fundamental es, otra vez, la regla de
abstinencia: en cuanto una información no viola la regla de abstinencia es pertinente y es
simplemente material; si no es así, la regla de abstinencia ha sido transgredida. A veces, es sólo el
sentimiento del analista, y en última instancia su contratrasferencia, lo que puede ayudarlo en
esta difícil discriminación.