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"Problemas del diá logo amoroso" es un texto que se acopla a un cuento de Julio Cortá zar (1977)
sin su consentimiento. El relato se llama "Cambio de Luces" y no necesita nada para gustar. El
pensamiento clínico busca en la literatura lo que a veces no encuentra en su propia labor: un
trabajo despojado de sobreentendidos. Por mi parte leo, subrayo y extiendo algunas de las cosas
que allí se dicen segú n mis ideas.
(presentación de Tito)
Tito Balcá rcel hace papeles secundarios en un radioteatro en Radio Belgrano. Tiene la voz que
conviene: "el radioescucha te escucha y te odia; no hace falta que traiciones a nadie o mates a tu
mamá con estricnina, vos abrís la boca y ahí nomás media Argentina quisiera romperte el alma a
fuego lento." Tito no es un galá n de moda y ninguna muchacha romá ntica le escribe cartas de
amor. Un día recibe el primer sobre lila de Luciana.
(Luciana)
"No necesito ver una foto de usted... no me importa porque tengo su voz y tampoco me importa que
digan que es antipático y villano, no me importa que sus papeles engañen a todo el mundo, al
contrario, porque me hago la ilusión de ser la sola que sabe la verdad: usted sufre cuando
interpreta esos papeles... Esta tarde me he sentido un poco sola y he querido decirle esto... me
gustaría ser la única que sabe pasar al otro lado de sus papeles y de su voz, que está segura de
conocerlo de veras y de admirarlo más que a los que tienen los papeles fáciles... No se crea obligado
a contestarme, pongo mi dirección por si realmente quiere hacerlo, pero si no lo hace yo me sentiré
lo mismo feliz de haberle escrito todo esto."
Una carta de sobre lila da a conocer a la muchacha. No necesita una foto porque tiene su voz. No
le importa lo que dicen, la gente se confunde. Ella se hace la ilusió n de ser la sola que sabe la
verdad y celebra haber hallado lo que buscaba: una voz. (Tener su voz y ser la ú nica que pasa
má s allá para alcanzar su verdad) Esa exclusividad la hace feliz. Luciana compone lo que busca y
encuentra su propio agregado. La ilusió n se hace con un poco de todo, pero sin mucho del otro.
Escribe esa carta para Tito a la vez que la escribe para sí. Se asegura conocerlo de veras: ella es,
la que admira en él a un hombre que sufre, la que sabe pasar al otro lado de sus papeles. La
comunicació n es un desvío que simula tener su principal destino en el otro. Luciana, que parece
deslumbrarse por el actor, se admira por ser la ú nica que conoce su verdad. La aclamació n es un
gesto que llega hasta él, pero retorna a ella con todo el aplauso. Luciana sueñ a: ser la ú nica, la
segura, la que má s. Tito no es só lo Tito, es -también- la oportunidad para que ese sueñ o se
realice. El actor de radio Belgrano protagoniza su "visió n", pero no ese hombre sino algo de su
voz. Luciana no da cuenta de quién es Tito, sino de su forma de mirar a un hombre en ocasió n de
Tito. Crea su relació n con Tito Balcá rcel, lo que no es igual que decir que crea a Tito Balcá rcel. Da
un salto hacia el actor. Sigue su impulso. Corre riesgos. Y si no recibe respuesta, le alcanza para
sentirse feliz con su propio salto.
(la transparencia comunicativa: teoría que siempre funciona bien en Radio Belgrano)
"Si se lo hubiera contado a Lemos le habría dado una idea para otra pieza, clavado que el
encuentro se cumplía después de algunas alternativas de suspenso y entonces el muchacho
descubría que Luciana era idéntica a lo que había imaginado, prueba de cómo el amor se adelanta
al amor y la vista a la vista, teorías que siempre funcionaban bien en Radio Belgrano."
Una invitació n para conocerse. Hacen una cita: un día, una hora, el mismo lugar. Dan un paso
hacia adelante para reencontrarse por primera vez.
Casi la paradoja de la esperanza. El amor se adelanta al amor, por eso los amantes se encuentran
a destiempo. Llegan tarde. Y cuando está n frente a frente no pueden evitar sentirse inoportunos.
Incó modos. Interrumpen la fluida intimidad de un diá logo que empezó sin estar ellos presentes.
Porque lo primero nunca es el encuentro inicial. Lo primero es la carta de Luciana; y es Tito
conmovido por sus palabras; y es la tarde en que se ha sentido un poco sola; y es un actor que
hace papeles antipá ticos; y es ella que quiere pasar al otro lado de su voz; y… así vamos de un
lugar a otro, como los hilos de un tejido vertiginoso que cubre todo pensamiento. Pero hasta la
evocació n realiza su trabajo. No se imagina algo de la nada.
Quieren confirmar tanto sus imá genes como la existencia del otro. Conocen que hasta ahora
tienen familiaridad con presunciones. Avanzar es ir por una incó gnita posible y es buscar un
imposible: hacer coincidir lo invocado ausente en el otro con lo presente en ese que el otro
parece ser. Y se sabe, para dar con esas afortunadas coincidencias es necesario muchas veces
suprimir las diferencias. A cualquier precio. El amor se adelanta al amor, pero ese anticipo
ilusionado no tiene garantías de acierto. Se encuentran porque coinciden en la misma confitería
de Almagro, pero no por hallarse en ese sitio tal como se buscan.
(ajustes)
"Poco a poco yo le iba ajustando la cara y la voz, desprendiéndome con trabajo de las cartas, de la
galería cerrada y del sillón de mimbre; antes de separarnos me enteré de que vivía en un
departamento bastante chico en planta baja…también Luciana hacia sus ajustes como siempre en
esas relaciones de gallo ciego, casi al final me dijo que me había imaginado más alto, con pelo
crespo y ojos grises, lo del pelo crespo me sobresaltó porque en ninguno de mis papeles yo me había
sentido a mí mismo con pelo crespo”.
El gallo ciego está encandilado por la imagen que mira. Busca a la muchacha chiquita de las
cartas y se encuentra con una mujer poco menuda; imagina su cabello castañ o envuelto en una
luz cenicienta y tiene enfrente un precioso pelo negro; los ojos claros son marrones y la
muchacha triste le sonríe. Tito, que aú n no cree demasiado en las imá genes que ve, se da cuenta
de que el pie que ahora se le ofrece no calza en el hermoso zapato que acaricia. Conoce que los
ajustes son inevitables. Con trabajo, aparta lo que no encuentra en Luciana: la mujer de la galería,
los ojos claros, la atmó sfera melancó lica y el silló n de mimbre. Deja aparte: no se empecina en
hallar lo que ya tiene, aunque -pronto se verá - nunca se desprende del todo de lo que busca.
(capricho de mirar)
“...le pedí a Luciana que se aclarara el pelo. Al principio le pareció un capricho de actor, si querés
me compro una peluca, me dijo mirándome, y de paso a vos te quedaría tan bien una con el pelo
crespo, ya que estamos. Pero cuando insistí unos días después dijo que bueno, total lo mismo le
daba el pelo negro o castaño, fue casi como si se diera cuenta de que en mí ese cambio no tenía
nada que ver con mis manías de actor sino con otras cosas, una galería cubierta, un sillón de
mimbre”.
No es un capricho, ni una manía de actor. Tito intuye que trabaja por otras cosas: por la galería
cubierta, por el silló n de mimbre y por su pelo claro. Pide, insiste, pero controla su impaciencia.
Sabe que sería una torpeza forzar a la muchacha. Labra la imagen que mira con la aplicació n de
un orfebre.
(como ausente)
"Como por la tarde tenía poca luz en el sillón (no creo que se hubiera dado cuenta de que yo había
cambiado la bombilla de la lámpara) acabó por poner la mesita y el sillón cerca de la ventana, para
tejer o mirar las revistas, y tal vez fue en esos días de otoño, o un poco después, que una tarde me
quedé mucho tiempo a su lado, la bese largamente y le dije que nunca la había querido tanto como
en ese momento, tal como la estaba viendo, como hubiera querido verla siempre. Ella no dijo nada,
sus manos andaban por mi pelo despeinándome, su cabeza se volcó sobre mi hombro y se estuvo
quieta, como ausente”.
Luciana percibe que tiene que acercarse a la ventana, pero no es seguro que se dé cuenta del
cambio de luces. La mujer parece ignorar aquello que el muchacho siente mientras la besa
largamente: que la quiere má s y ve mejor cuando ella está como ausente. Y por su lado Tito no
advierte que lo extrañ o de su amor es precisamente que no se inquieta con la ausencia de la
muchacha.
Los amantes alimentan la idea de ser ellos mismos los que provocaron con acierto el primer
encuentro. Pero cuando ya todo ha pasado, maldicen ese instante del azar, esa contingencia de
los cuerpos, esa celebració n de sus miradas y aquella debilidad que los llevó a abrazar un
accidente como una tabla en el desierto. (Y ¿para qué habrá n creído que podría servir una tabla
en un desierto?) ¿Quién tiene la culpa? Luciana por no ajustarse a la representació n que de ella
compuso Tito o él por no componer una imagen en la que Luciana esté presente? Error de
cá lculo. Viven en un solo mundo, pero no en el mismo.
Tito comprende (por azar) lo que no pudo comprender: la muchacha no vive dichosa en su
telarañ a enamorada, ni encuentra lo que busca siendo só lo un signo de su experiencia o la silueta
sentada en el silló n de su historia. Ella pone, también, su marca en la escena final. Con el hombre
alto de pelo crespo incluye su propia mirada e inscribe también su historia en el relato.
La mirada que es condició n vinculante del diá logo amoroso es también fuente de su
interferencia. A veces, só lo se traman historias paralelas. Se puede decir que no hay mucho entre
Tito y Luciana. Muy poco entre ellos. Pero de Tito a Luciana mucho; y de Luciana a Tito mucho
también. El malentendido anuncia la tenacidad de sus miradas: describe la bú squeda obstinada
de una imagen que quieren hallar. Una insistencia que arrasa con el otro cuando só lo aspira a lo
otro de la propia mirada. Tito y Luciana establecen un diá logo. El lector es un testigo azorado de
la fragilidad y, también, de la tenacidad de lo establecido.
Epílogos clínicos
(razonable)
Tito, sea razonable. Muchacho. Ella lo quiere, tiene un precioso pelo negro y es alegre por las
mañ anas. Usted es un hombre joven y de talento. Encontró una mujer que lo entiende de verdad.
Vuelva a su casa, olvídese del silló n de mimbre, de la luz cenicienta, de la mujer chiquita y triste,
del pelo castañ o y de los ojos claros. Viva la realidad, Tito… muchacho… ¿me está oyendo?
(“Sólo el amor permite al goce condescender al deseo”, Lacan)
-Y ¿por qué razó n tengo que acomodarme a esa mujer de pelo suelto, sonriente, má s alta y vital
que la muchacha de la galería cubierta?
¡Dígame una!
-¡Por amor, Tito! Créame muchacho, cualquier amor (por defectuoso que sea) es mejor que la
celebració n solitaria del triunfo de su mirada. ¿Me explico?
Este escrito, concluido en noviembre de 1990, piensa el amor como una callada conversació n
entre miradas que fantasmean entre una voz y la letra de una carta contenida en un sobre lila.
Problemas del diálogo amoroso se enhebra con el relato Cambio de luces que integra el libro
Alguien que anda por ahí de Julio Cortá zar prohibido por la dictadura terrorista argentina en
1977. El mismo añ o en que se conoce el texto de Roland Barthes Fragmentos de un discurso
amoroso.
Este breve ensayo elige el diálogo amoroso para poner en cuestió n el ideal de las trasparencias
comunicativas en la vida en comú n. Y, también, para poner a la vista que el deseo no desea algo,
sino el encanto secreto de una composició n.
Lecturas de Freud, Pichon-Rivière y Lacan se entrecruzan con las de Sartre y Barthes.
Cortá zar trama su cuento como un chiste de género: el varó n que impone y celebra la victoria de
su mirada, se encuentra, al final, con un imprevisto: la mirada insurrecta de una mujer que nunca
supo.
Treinta y tres añ os después, insiste como pregunta lo que, entonces, se afirmaba: “¿La ilusión
amorosa se hace con un poco de todo, pero sin mucho de la otra vida?”.
Se reconoce en este ú ltimo capítulo de Notas para pensar lo grupal una cosa que ya no
abandonará futuros libros: la decisió n de pensar la clínica pensando la literatura.