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Descartes
Descartes
¿Qué es?
El origen del racionalismo se halla en la revolución científica del siglo XVII, que
situó el problema del conocimiento en el centro del debate filosófico al
preguntarse tanto por el origen y fundamento del conocimiento verdadero como
por el método más adecuado para alcanzar la verdad desde las ciencias. En este
sentido, las dos grandes corrientes de la época, racionalismo y empirismo, tienen
en común la confianza en la nueva ciencia y en el método matemático y
experimental, pero se diferencian en su postura sobre el origen del conocimiento.
El principal exponente del racionalismo es René Descartes, quien decidió
estudiar en “el gran libro del mundo” en busca de un saber universal. Frente
al escepticismo, la corriente de pensamiento que afirma la imposibilidad de
alcanzar el conocimiento verdadero por la propia incapacidad de la razón,
Descartes defiende exactamente lo contrario, convencido de la fortaleza de la
razón humana y de su potencial para lograr la verdad universal. Para ello se
propone construir un sistema de conocimientos en el que nada sea aceptado
como verdadero si no es indudable, lo que va a suponer renovar completamente
la filosofía y encontrar el método adecuado. De este modo, la duda metódica y
el cogito ergo sum se convertirán en el sostén del edificio cartesiano, y la
búsqueda de un método universal, en la parte central de su programa, puesto
que la razón es “una” y “la misma” en todos los seres humanos.
Así pues, supondré que hay, no un verdadero Dios -que es fuente suprema de
verdad-, sino cierto genio maligno, no menos artero y engañador que poderoso,
el cual ha usado de toda su industria para engañarme. Pensaré que el cielo, el
aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y las demás cosas exteriores
no son sino ilusiones y ensueños, de los que él se sirve para atrapar mi
credulidad. Me consideraré a mí mismo como sin manos, sin ojos, sin carne, sin
sangre, sin sentido alguno, y creyendo falsamente que tengo todo eso.
Permaneceré obstinadamente fijo en ese pensamiento, y si, por dicho medio, no
me es posible llegar al conocimiento de alguna verdad, al menos está en mi
mano suspender el juicio. Por ello, tendré sumo cuidado en no dar crédito a
ninguna falsedad, y dispondré tan bien mi espíritu contra las malas artes de ese
gran engañador que, por muy poderoso y astuto que sea, nunca podrá
imponerme nada.
(Meditación primera)
¿Qué soy, entonces? Una cosa que piensa. Y ¿qué es una cosa que piensa? Es
una cosa que duda, que entiende, que afirma, que niega, que quiere, que no
quiere, que imagina también, y que siente. Sin duda no es poco, si todo eso
pertenece a mi naturaleza. ¿Y por qué no habría de pertenecerle? ¿Acaso no
soy yo el mismo que duda casi de todo, que entiende, sin embargo, ciertas cosas,
que afirma ser ésas solas las verdaderas, que niega todas las demás, que quiere
conocer otras, que no quiere ser engañado, que imagina muchas cosas -aun
contra su voluntad- y que siente también otras muchas, por mediación de los
órganos de su cuerpo? ¿Hay algo de esto que no sea tan verdadero como es
cierto que soy, que existo, aun en el caso de que estuviera siempre dormido, y
de que quien me ha dado el ser empleara todas sus fuerzas en burlarme? ¿Hay
alguno de esos atributos que pueda distinguirse de mi pensamiento, o que pueda
estimarse separado de mí mismo?
(Meditación segunda)