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Nuestros Clásicos

Enrique Heine

ALEMANIA

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VERSIDAD NACNACIONALAVTO

1965
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NUESTROS CLÁSICOS

15

ALEMANIA
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Rector: DR. NABOR CARRILLO
Secretario General: DR. EFRÉN DEL POZO
Director General de Publicaciones:
HENRIQUE GONZÁLEZ CASANOVA

Colección 'Nuestros Clásicos',


dirigida por PABLO GONZÁLEZ CASANOVA;
secretarios: AUGUSTO MONTERROSO y TOMÁS SEGOVIA
Serie de Literatura
ENRIQUE HEINE

ALEMANIA

INTRODUCCIÓN DE

MAX AUB

MEXICO
1960
UNAM
Primera edición, 1960

B2523

#4-15

1960
INTRODUCCIÓN

DE FAMILIA librepensadora antepasados judíos-, estudió sus


primeras letras en un convento de su ciudad natal. Uno de
us profesores, gran admirador de Voltaire, ateo sin más, les decía
nisa los domingos por la mañana. No es de extrañar que Heine
no tomara nunca en serio las religiones bien ordenadas; lo demos
ró con su conversión al protestantismo, con su matrimonio ca
tólico sin nuevo bautismo. Murió como vivió, escéptico, a pesar
de los que quieren suponer que sus Melodías hebraicas represen
an una vuelta a la olvidada religión familiar.
Estudió en el Instituto de Dusseldorf, completó su educación
en las Universidades de Bonn y Gotinga; luego, en Berlín, fue
discípulo de Hegel. Publicó, en 1821 , sus primeras poesías, que
pasaron inadvertidas a pesar de que en ellas corría el airecillo
mañanero de su genio.
Durante muchos años buscó afincarse, intentó por mil modos
ballar puesto " decente" entre sus coterráneos. Quiso -inútil
mente— ser banquero, comerciante, profesor. Seguramente quería
alternar", confundirse con gente indiferente, tal vez vivir inad
vertido como fue el oscuro y profundo deseo de tantos israelitas.
Fracasó: tuvo que conformarse con su manera impar; ser otro
que no le diera descanso.
Representó en Francia, durante 25 años, el espíritu y la poesía
alemanes con ángel y duende; versátil y venal, no calló nunca ni
por nada.
Murió en la mayor pobreza, pesando lo menos que se puede
pesar, pájaro paralítico, casi ciego; por conocida, burlándose de
Su muerte.
Fue el muy prolífico señor de Lamartine, en uno de esos dulces
actos a que tan aficionados se muestran los literatos, el que pro
clamó, siendo ministro de Relaciones, en 1848, que Heine había
percibido un subsidio del gobierno francés.
VII
VIII INTRODUCCIÓN

Siempre ha sido costumbre hacerlo, en todas las latitudes


cuando se daban las condiciones que reunía Heine. ¿Quién se vel
la faz por los dineros que recibió Voltaire de gobiernos extranje
ros? Ningún escritor, ningún político de la significación de Heine
exilado sin recursos, ha carecido de la ayuda del país en dond
se acogió. La divulgación del hecho precipitó la agonía de Heine
que duraría ocho años. Con su ironía de casi siempre describi
su caída:

Era yo mismo la ley viva de la moral; era impecable, era l


pureza encarnada. Las Magdalenas más comprometidas quedaro
purificadas por las llamas de mi pasión, y recobraron su virginida
en mis brazos. Esta restauración de virginidades estuvo a punto de
agotar algunas veces mis sagrados bríos. En mí, todo era amor; n
había ni asomo de odio; no me vengaba de mis enemigos, porque
tratándose de mi divina persona, no podía admitir que hubies
enemigos; no había más que incrédulos, y el daño que me hacía
era sacrílego, así como sus injurias se convertían en blasfemias
Había que reprimir de vez en vez tales excesos de impiedad, per
aquello no era venganza, hija de humanos rencores, sino castige
celeste impuesto al pecador.
A mis amigos, tampoco los aceptaba como tales amigos; n
eran más que fieles y creyentes, a quienes protegía y honraba; par
los gastos de representación de un Dios, que no tenía nada de ta
caño, y que no regateaba su salud ni su dinero, magnífico, se nece
sitaba una bolsa muy repleta y una robustez a toda prueba;
sucedió que una hermosa mañana de febrero, en el año de 1848
me faltaron ambas cosas, y de tal manera se conmovió mi divini
dad, que vino a tierra del modo más lastimoso.

Triste elegancia, pero elegancia, en un mundo que parech


prometer en ese momento preciso la realización de mucha
de sus esperanzas.
En cuanto a su conversión de última hora -mártir de st
cuerpo él dio su parecer, como siempre, mejor que nadie:

A trueque de que me acuse de sandio, no le ocultaré tampoc


el gran acontecimiento de mi alma: soy desertor del ateísmo alemá
y me hallo en vísperas de volver al seno de las creencias más in
significantes. Empiezo a darme cuenta de que una briznita de Dio
en nada perjudicaría a un infeliz, sobre todo cuando está tendide
y atenazado por los tormentos más atroces. No creo aún del tod
INTRODUCCIÓN IX

en el cielo, pero ya percibo por adelantado el sabor del infierno,


gracias a las quemaduras que vienen a darme en la columna verte
bral; y éste es progreso, porque así puedo entregarme al diablo.

Si alguien cree que estas líneas son un auto de conversión,


que Dios le conserve la inocencia. Murió viéndose morir. Abi
sigue, mirándonos, "sin creer aún del todo en el cielo".
Quiso vertirlo y convertirlo todo en letra. Su pasión: no dejar
nada al azar, escribir y describir lo que fuera y estuviese a su
alcance, no dejar pasar nada, comentar cuanto pudiera, contestar
todo y a todos, mostrar su opinión en cualquier momento. Sus
últimas palabras fueron: "... escribir, escribir, escribir... Papel,
lápiz...
Quiso dejar patentes los hechos como los vio; por eso trae a
cuento, en todo momento, la literatura y la política de su tiempo.

II

Heine es un gran escritor que dicen partido por gala en dos,


porque vivió sesenta años, la mitad en Alemania, la otra en Fran
cia. Mas todo él alemán: raíces y voz. Sin olvidar que cuando
nace Heine, en 1797, aunque luego se quitara años, para hacer
más fácil un viaje, en una de sus concesiones acomodaticias que
no le costaban nada y le costaron tanto- , Francia lo llena todo:
la erupción del 89, el terremoto del 93, la ejecución de Luis XVI,
no tienen parangón en nuestro mundo. Heine nace con la estre
lla de Napoleón; alemán y judío, " no de religión sino de raza",
como dicen aún los mejores intencionados, pudo llevar al cabo
lo que miles deseaban en su tiempo: protestar de la presión del
oscurantismo y albergarse en el país de la Libertad. Francia, en
ese medio siglo -1789-1793-1830-1848— es el auténtico om
bligo del mundo.
El empuje industrial alemán nace del 1830 a 1840. En esos
diez años levantó Alemania su industria. El meollo de la trans
formación estuvo precisamente en Renania y Westfalia que, con
sus ricos subsuelos, empujaron todas las ramas de la producción:
X INTRODUCCIÓN

del algodón, de la seda; la metalurgia, los colorantes, la imprenta,


cien más. Allí nacieron y se formaron Heine y Marx.
A principios del siglo XIX, socialmente, Alemania, empobre
cida por la guerra de los Treinta Años, retrasaba en dos centurias
respecto de Inglaterra y Francia. Era, bajo el emperador, una fe
deración de 196 principados y 51 ciudades libres donde aún se
compraba a los extranjeros musculosos para utilizarlos como sol
dados. Las familias más ricas administraban las ciudades. La Revo
lución francesa sacudió esa organización semifeudal. Napoleón
remató la obra: los nobles perdieron derechos y propiedades en
Renania, que entró en pugna con el Norte, estancado en el feu
dalismo. En 1812 se proclamó la igualdad de derechos políticos,
religiosos y económicos de judíos y católicos. Para arrastrar al
pueblo contra Napoleón, después de su fracaso en Rusia, el rey
prusiano prometió libertades que no cumplió. Llamóse el pueblo
a engaño, alzó bandera la juventud; burgueses y obreros tenían
un ideal común: el liberalismo. (El socialismo iba de Saint-Simon,
a Fourier, a Babeuf.) La reacción prusiana fue dura y duradera.
Los escritores de entraña romántica se plegaron a la autoridad.
Pero era natural que —años antes- los mejores entendimientos
de la época creyeran que Napoleón traía bienes; no viviendo en
Francia no podían distinguir entre las cabezas visibles de la Re
volución y el corso. Para los extranjeros era el paladin y, en el
fondo, no dejaba de serlo- de las ideas de Rousseau, de Voltaire,
de Dantón, de Robespierre. Afrancesados fueron los mejores es
pañoles y los mejores alemanes. Nada tiene pues de extraño que,
creciendo en ese medio, Heine tuviera de Napoleón una idea pa
recida a la de Stendhal a quien en ciertos órdenes vitales- se
parece tanto.
Los románticos, como es natural, estuvieron del otro lado. La
Revolución Francesa era una nueva luz y los románticos preferían
la noche. Goethe, Hegel y Schiller querían un mundo nuevo ba
sado en la antigüedad clásica; los románticos deseaban otro,
basado en la Edad Media. Los clásicos alemanes escribían a la luz
de la razón, de la Diosa Razón; los románticos al fulgor del ins
tinto, en espera de que el inconsciente tuviera nombre.
El romanticismo es un movimiento burgués, admirador del
INTRODUCCIÓN XI

Fiempo feudal, sin ser un movimiento feudal o aristocrático. Como


Heine dice a Barbarroja, en Alemania, un cuento de invierno:

La Edad Media (siempre),


la verdadera, tal como era,
la soportaría pero libranos
de este ser hibrido,

de esos caballerangos,
repugnantes muestras
de sueño gótico y mentira moderna
ni carne ni pescado;
¡despide esos comicastros
y cierra sus teatros
donde parodian tiempos pasados! …..

El romanticismo alemán es un resultado (en contra) de la


Revolución francesa que se traduce rápidamente en tradiciona
lismo, apoyándose en las corporaciones establecidas, en contuber
nio con el Estado, en gustoso machiembrar con el pasado; crista
lización conservadora que hace inamovible lo existente.
Lo romántico destilará odio a Francia, la que evoluciona.
Kleist, Hegel, Novalis, acabarán siendo reaccionarios convencidos.
El idealismo vendrá a ser la ideología del alemán medio, del fa
riseo acomodaticio, del burgués, en su sentido peyorativo.

III

No se puede explicar a Heine comprenderlo, lo comprende


cualquiera—, sin conocer a Hegel, al Hegel pujante de la juven
tud. Su amor por Grecia, su desprecio del catolicismo, su concepto
de Cristo, su admiración por Napoleón se desprenden de las en
señanzas vivas de Hegel.
No se parece a Rembrandt, como quería Brandés, sino a
Goya; por el poder satírico, lo profético, la crítica social, el amor
al cuerpo femenino, su gusto por el pueblo, su predilección por
XII INTRODUCCIÓN

Francia, a donde ambos fueron a morir empujados por la reacción.


Y la luz. Goya es a la pintura de nuestro tiempo lo que Heine
a la poesía y Hegel al pensar.
El primer Hegel explica a Heine, su discípulo directo. Heine
es poeta dialéctico que pone en la balanza el peso del cuerpo con
tra el vuelo del alma. Para él la política fue poesía, tanto coma
la mujer o el mar.
No es la primera vez que aseguro que la política es poesía,
Heine lo confirma esplendorosamente. El destino social de los
hombres es materia tan trágica como la que más; desde la Ilíada
forma parte indestructible de los poemas mejores.
Callaré, por sabido, la hermosura de su poesía lírica, presente
en la memoria de todos, al alcance de cualquiera en las cincuenta
ediciones españolas de sus treinta traductores. Heine es mucho
más, aun considerando la sola poesía.
Fue poeta civil de los más grandes, que no faltaron, ni falla
ron, en su siglo. Además de lírico, maestro de los que siguieron.
Si Poe o Baudelaire están a la base de cierta poesía moderna,
Heine está en todas: en Gautier y en Banville, en Campoamor y
en Bécquer, en Baudelaire y en Mallarmé, explica el Rubén Darío
de Abrojos, está en Antonio Machado y en Luis Cernuda.
"Muertos están los muertos y sólo viven los que están vivos"
-canta Ilse en las montañas del Hartz. Heine realiza un resta
blecimiento de la vida, frente a la muerte: "la muerte no es más
poética que la vida' —escribe y, tal como lo destaca Béguin, es
seña y forma de su posición frente a los románticos alemanes,
Novalis en primer término.

La edad de oro con que soñaban los románticos se situaba más


allá de este mundo, después del Fin de los Tiempos. Para Heine,
tocado por el mesianismo social de cierto romanticismo francés, la
idea de progreso anuncia un paraíso que vendrá cuando haya ter
minado la historia terrestre. (Béguin, págs. 395-396.)

Para Heine el sueño perdió esa aura sagrada que había adqui
rido con el romanticismo y no es más que una potencia que añadir
a la riqueza del hombre, un elemento que puede utilizarse para
un mundo mejor.
INTRODUCCIÓN XIII

Vivir es lo primordial, el cuerpo cuenta lo que contó antes de


que el cristianismo viniera a deturparlo, "razón vital" que anuncia
—si queremos— a Ortega.
Esto le hizo enfrentarse, duramente, con el catolicismo, al que
cusó no pocas veces de responsable del triste estado de la huma
idad basta el surgir de la filosofía de las luces:

Una nueva generación que se acerca escribió en el prólogo


de su Salón ha comprendido que mis palabras y mis cantos eran
emanación de una gozosa y primaveral idea, si no mejor, tan res
petable por lo menos como esa idea tristona y gris del Miércoles
de Ceniza que marchitó lúgubremente las flores de nuestra bella
Europa, poblándola de espectros y de tartufos.

No conoció Heine ese bajón de la popularidad que suele ser


prenda de la muerte; al contrario, su fallecimiento expande su
gloria. Nunca será su influencia tan viva como en el último tercio
del siglo. Las traducciones francesas se multiplican del 48 al 68:
"de los poetas de los años 30 y 40 sólo Heine es leido mucho y
continuamente fuera de Alemania" -dice Jorge Brandes.
El gran crítico danés enfoca uno de los problemas fundamen
tales de la poética al tratar de la gloria del alemán:

Esta fama universal no reside solamente en las peculiares cua


lidades de Heine sino también en que hay en su obra grandes
partes para las cuales sólo es menester una cultura inferior y para
cuya apreciación deleitosa tampoco se necesita excelsitud de alma;
al contrario, la excelsitud de alma pudiera estorbar este deleite.
Pero no por esto es menos verdad que su fama reside en haber sido
su lento el más grande de su orden entre sus contemporáneos.

Es el caso de Quevedo, de Lope, de Bécquer, de Darío y de


Chaplin, ese otro judío de la cuerda de Heine.
En politica tuvo el mismo arrojo, siempre con los más; no
era " virtuoso y útil jamelgo de cuadra burguesa”.¹
En uno y otro plano su posición es concordante, así se deje
llevar siempre por su capricho, que no era el de un ángel. La
unidad era de adentro.

1 Atta Troll.
XIV INTRODUCCIÓN

La vida dijo no es un fin ni un medio; la vida es un d


recho. La vida lo pone en obra contra la muerte, que hiela la
cosas, contra el pasado; y ese andar es la revolución... "El pane
el derecho del pueblo”, dijo Saint-Just, y ésta es la palabra mayo
pronunciada durante la Revolución.

Mas no se crea que por eso justifique o pida que los poet
se dediquen a trabajos de partido: "Los poetas verdaderamen
grandes escribió— siempre supieron expresar las preocupacie
nes mayores de su tiempo de otra manera que en artículos a
fondo puestos en verso."
"Guerra a la injusticia, a la estupidez reinante y al mal", e
cribía a Inmermann, al principio de su vida literaria. Un bagaj
de esta envergadura es suficiente para echarse encima al resto d
la humanidad, aun no siendo judío.

IV

La justicia social, como fomento de lo literario, tal vez sea leva


dura hebrea; si así fuera, habría que reconocer que el empuje n
es suyo, sino de sus perseguidores. Heine escribe a Moser, ante
de expatriarse, que lo echaban " menos las ganas de vagar por e
mundo que el martirio de mi situación personal, por ejemplo
lo judío que no se me quita por mucho que me lave".
Tuvo la intención de ser abogado en Hamburgo, profesor e
Berlín, deseó ocupar una cátedra en Munich, al final se hubier
contentado con ser síndico del Concejo de Hamburgo ... Tod
se frustra, mientras las prohibiciones restringen sus ingresos d
escritor.
Será bueno comparar estos hechos con la vida de alguno d
sus contemporáneos; Novalis, el hombre que vivió en y para e
espíritu, es hijo de aristocrata, director de las minas de sal de
Sajonia, pudiendo aspirar, finalmente, a la jefatura del distrite
de Turingia; Schiller, Augusto Schlegel, Uhland Ruckert, Grimm
catedráticos; Goethe, Federico Schlegel y Tieck altos funcionarios
Burger fue jefe del distrito de Altengleich; Kleist, "al que
nadie en la tierra pudo ayudar", tuvo un pequeño cargo en Koen
INTRODUCCIÓN XV

gsberg; Chamiso, asistente en un jardín botánico; Eichendorff


legó a ser presidente de la Prusia Oriental; Werner, canónigo en
Polonia; Hoffman, director de orquesta y consejero del tribunal
upremo de Berlin; Inmermann, juez e intendente de teatro;
Grillparzer, archivero y senador.
Heine no consiguió nada difícil de contentar. Judío con
ucho talento y ninguno para callar.
Son hechos que explican la corriente acomodaticia de la lite
atura alemana que, desde luego, difiere de la posición de Heine
ue, en 1827, escribe a su amigo Moser:

Mi amor por la igualdad y mi odio contra la aristocracia y el


clero no fueron nunca mayores; me hago casi unilateral y parcial.
Pero para actuar el hombre tiene que ser parcial.

Parcial lo fue siempre, si no consecuente, partidario del pro


etariado y capaz de describirlo como "el más repugnante de los
iranos".
No diré, con los marxistas, que "la amistad de Carlos Marx
ba a llevar a Heine al apogeo de su potencia poética”. Sin duda
Fue apoyo precioso pero, posiblemente, de esa amistad y conoci
ientos sacó Marx tantos brios y alientos como su paisano, du
ante los dos años que él y su esposa residieron en París. El
oven economista, con su teoría en ciernes, tenía veinticinco años;
Heine veinte más, célebre y admirado de todos. Ambos renanos,
udios, emigrados, hegelianos, se entendieron bien.
En ese tiempo, que precede a la revolución del 48, a la pu
licación del Manifiesto comunista, Heine toma parte activa en el
zovimiento revolucionario. Engels escribe, en 1844, que "Enri
we Heine, el mayor poeta alemán vivo, ha venido a nuestras
las".
No por mucho tiempo o, por lo menos, no sin que surgieran
como es de suponer numerosas divergencias. La hija de Car
os Marx pudo escribir de su padre que:

.era gran admirador de Heine. Amaba tanto al hombre como


sus obras; era muy indulgente con sus debilidades políticas. Decía
que los poetas son originales, que hay que dejarlos seguir su cami
XVI INTRODUCCIÓN

no y que no se les debe aplicar la misma medida que a las gent


ordinarias,

...
lo cual no estaría demás que recordaran los continuadores d
la obra del gran hombre de Tréveris.
De 1844 es el grito de los Tejedores y Alemania, un cuent
de invierno. Diez años antes había predicho lo que Marx, con
ciencia, no intuyó :

Entonces aparecerán los kantianos que no querrán oír habl


de piedad en el mundo de los hechos, ni en el de las ideas, y as
larán, sin misericordia, con el hacha y la espada, el suelo de nue
tra vida europea hasta extirpar las últimas raíces del pasado. E
trarán en el mismo escenario fichteanos armados cuyo fanatism
de voluntad no podrá ser dominado ni por el temor ni por el int
rés; porque viven en el espíritu y desprecian la materia, idéntico
a los primeros cristianos a quienes no pudieron domar ni por su
plicios corporales ni por gozos terrenos ...
Pero los más terribles de todos serían los filósofos de la natu
raleza que intervendrían por la acción en una revolución aleman
y se identificarían con la obra de destrucción...
El filósofo de la naturaleza es terrible porque se pone en co
municación con los poderes originales de la tierra, porque conjur
fuerzas ocultas de la tradición, porque puede evocar las del par
teísmo germánico y despierta en sí mismo ese ardor combativ
que hallamos en los antiguos alemanes que quieren combatir a
para destruir ni aun para vivir, sino únicamente para combatir .
No se rían del poeta antojadizo que espera, en el mundo d
los hechos, la misma revolución que se operó en el dominio d
espíritu. El pensamiento precede a la acción como el rayo al truen
El trueno en Alemania, es, también en verdad, alemán; nọ mu
ligero y llega rodando lento; pero llegará y oirán un crujido com
jamás crujido alguno se dejó oír en la historia del mundo, entor
ces sabrán que el trueno alemán llegó por fin a su meta...
Se representará en Alemania un drama al lado del cual la R
volución francesa no será sino un idilio inocente ...

Y he aquí que el poeta antojadizo profetizaba.

Fue poeta y periodista con la misma grandeza. En lo último s


emparenta -mejor dicho, al revés- con Larra. (Doy a la pala
INTRODUCCIÓN XVII

a "periodista" toda la importancia con la que suelen engala


rse los ensayistas.) Sus posiciones frente al tiempo y su país
idénticas; como la época en que escriben, el estado semirre
lucionario de sus patrias tiene puntos concordantes, habiendo
ecido las oligarquías en el poder parecidas concesiones a la
rguesía, sin mantener ninguna; igual su amor a Francia, por
tones no muy diferentes, judaísmo aparte. Ignoro si hay en la
ra de Fígaro alguna alusión a Heine, al que pudo conocer y del
e seguramente tuvo noticias. El genio de ambos para la prosa
parecido: más acerado, tal vez, el de Larra, aunque seguramente
ciega la pasión. Un estudio de los artículos de Larra vistos a
luz de los Cuadros de viaje, Alemania, Francia, sería fructifero.

Sus audacias de polemista, sus arranques humorísticos, pasarán


en gran parte con las circunstancias que los engendraron; ¿qué
digo?, están pasando ya y quizá queden algún día reservados para
regalo de los eruditos. La humanidad, que olvida todo lo que des
truye y no edifica; la humanidad, que lee poco a Luciano y que
cada día va leyendo menos a Voltaire, quizá olvidará los elocuen
tes y deslumbradores pamphlets de Heine y la iniquidad con que
derramó sobre propios y extraños el lauro y la ignominia, destro
zando un día lo que el anterior había ensalzado. Páginas vindica
tivas y sangrientas, los gritos coléricos de Heine, en lo que él
llamaba el combate por la humanidad; todo ese tumulto de polvo
y de guerra, que parece estruendo de muchos caballos salvajes, pero
de raza inmortal, lanzados a pisotear con sus cascos cuanto la
humanidad ama y reverencia; todo esto, digo, tuvo su hora y pasó;
todo esto tuvo su fuerza corrosiva, pero ya se va gastando y amor
tiguando.
Yo no sé si nuestros nietos, leerán todavía la Alemania; de fijo
no la leerán los jóvenes ni las mujeres; pero sé que el pino del
norte soñará eternamente con la palmera oriental; y que cuando
se hayan apagado los últimos ecos de la terrible canción con que
hilaban su venganza los tejedores de Silesia, proseguirá brillando
aquella trémula estrella de amores que descendió del cielo a la
tierra, como leemos en Intermezzo. ¡ Dichosa inmortalidad la del
poeta, por quien reverdecerá en el corazón de las generaciones fu
turas, coronándose, en cada nueva primavera, de flores y de fruto
nuevo, el árbol de la esperanza y de los recuerdos!

Menéndez y Pelayo escribe esto en 1883. En ese tiempo pare


efectivamente, que las sátiras de Heine no pasarán de ser
aterial para la historia. Pero el tiempo regresa y lo que parece
XVIII INTRODUCCIÓN

desfogue temporal brilla boy como nunca. La calidad no su


depender de los asuntos, y la actualidad no es peor paridora
glorias que el inmutable pasado.
La razón del éxito universal de Heine podría resumirse a
proporciones de un epitafio: "birió de muerte a la grandilocu
cia"; no era poco en el siglo XIX. A ello le llevó ese sentido
ridículo que le hacía oler y berir sin falla el punto débil del
versario. Ahora bien, el que se burla lleva en si su limitaci
Heine es un alemán de su tiempo, un alemán como hubo b
tantes de 1830 a 1848. Dicen que no le quisieron, ni le quier
por lo que dijo de sus compatriotas. ¿No escribieron cosas mu
más feroces Shopenhauer o Nietzche?
No fue por haber criticado a los alemanes, sino por ha
intentado acabar con un régimen de iniquidad. La oposición
Heine a Alemania no fue nacional sino social.
Es curioso cómo muchos y de los mejores escritores aleman
han escrito en contra de su patria, hecho que no se da en Franc
ni en España, ni en Inglaterra; no se trata del herido amor
Dante hacia Florencia, sino de desprecio, como del que b
hecho gala tantos escritores de otro país, en esto semejante
Alemania; no hay sino recordar a Faulkner, a Hemingway, a D
Passos, a Steinbeck.
Y, sin embargo, su patria no reniega de ellos, como Alema
no renegó de Grillparzer, de Shopenhauer, de Nietzche, de U
land y si de Heine.
Da la curiosa coincidencia de que ninguno de ellos era rez
lucionario y, si lo fueron, cantaron su palinodia.
El prodigioso desenvolvimiento cultural alemán, de Lessi
a Heine, exigía una revolución democrática, pero Prusia la abo
Las grandes obras de la literatura alemana de ese tiempo; Emi
Galotti, Nathan, Goetz, Werther, Los bandidos, Intriga y am
Guillermo Tell, Don Carlos, son desde luego literatura de co
bate, pero únicamente tuvieron carácter revolucionario en el
rreno del espíritu.
Heine no hace sino confirmar esta verdad cien años m
tarde; lo peor es que la generalidad de los alemanes se somete
de grado a ese convencionalismo, a ese Spiessertum , palabra
INTRODUCCIÓN XIX

difícil traducción que algo tiene de fariseismo (que los franceses


achacan a los filisteos, en un dos por tres que no me explico),
de docilidad, que los reaccionarios de toda laya han sabido elogiar
en mil tonos por sus buenos resultados industriales y contra el
que se rebelará, agrio, ácido, con feroz gracia, Heine, en palabras
actitud que jamás le serán perdonados.
Larra, español, se suicidó. Heine, alemán, se expatrió; ni Es
aña, ni Alemania, hicieron su revolución. Tragedia de la Euro
a de nuestro tiempo, que es todavía la de Larra y la de Heine;
848 no significó nada en ambos países, dominados por una nueva
ligarquia.
Esto explica el porqué, después del prodigioso esfuerzo que
va de Lessing a Heine, la literatura alemana es páramo; carece de
base real, no hay novelista de la talla de Balzac, de la de Gogol,
de la de Defoe.
Cuando la unidad alemana se realiza cincuenta años más tarde,
tiene bases muy distintas: será fúnebre ópera con letra de Sho
penhauer y Nietzche y música de Wagner.
El burgués alemán, sin hacer su revolución, y por no hacerla,
caerá en espeso fariseísmo. Ya en el siglo XVIII un satírico -Teó
ilo Guillermo Rabener-, pudo escribir:

Alemania es un país donde una sátira no puede erguirse libre


mente, en Alemania no puedo intentar decir a un maestro de es
cuela las verdades que un primado de Inglaterra está obligado a
escuchar en Londres.

Heine las dijo, son las que siguen, gavilla de sus artículos es
ritos para la Revue des Deux Mondes.
En 1834, dos años después de haber fijado su residencia en
Paris, las reunió y publicó en Hamburgo: Zur Geschiste der Re
igion und Philosophie in Deutschland; se hizo, en 1835, una
edición francesa, con el título de Alemania. (Paris, 2 vol. en 12.)
Para la edición de 1852 escribió un nuevo prefacio.
Enrique Heine escribió mucho, como todos los que tienen,
or necesidad, que vivir de esa veta. Tenía ángel y lo fue: caído.
Echado de su paraíso, fue a dar a otro mal afamado: Paris. Lo
maltradujeron con la intervención de Gerardo de Nerval, otro
INTRODUCCIÓN

ángel y se hizo famoso en el mundo entero. Se burló de todos


y de lo suyo: fue de los primeros que se vio "por fuera", prefigu
rando el "otro" de Rimbaud, que le debe mucho más de lo que
suponemos.
Heine es un historiador de lo de adentro, ve las cosas y dice
cómo son, cómo cree que son, con sorna, por no caer en la tram
pa del sentimiento, tan a la vista en sus contemporáneos. Está er
la base de una enorme ola de la poesía francesa -Banville, Bau
delaire, con todo lo que de allí decanta y canta y en la d
Bécquer, con su cauda americana.
Con ser grande su influencia en la poesía de su tiempo y de
que le siguió, mayor lo fue tal vez en prosa; sus Cuadros de viaj
dan el tono a muchos otros " de costumbres", franceses y españoles
Eugenio Imaz, en su "Epilogo" a Hegel y el idealismo, d
Dilthey, que, ¡parece mentira!, no cita a Heine en ninguna de
sus obras, dice:1 .

Y permítasenos, por último, otra recomendación. No pedimo


permiso formulariamente, pues estamos dispuestos hasta a implora
perdón. Léase De la Alemania de Enrique Heine (ed. Sempere)
libro que abarca las dos caras, y que como ningún otro nos avis
de la actualidad del idealismo alemán, a veces en tonos profético
escalofriantes. Una vez que hemos pedido perdón estamos dispues
tos a sostener que se trata de un libro profundo, además de encan
tador e ilustrador como poços. No es nuestra la culpa si el roman
ticismo alemán comienza en los salones de una dama judía -1
bella circasiana y es filtrado mágicamente por el más grand
lírico judío.

Es mucho decir, pero verdad.

MAX AUF

1 Ed. Fondo de Cultura Económica, pág. 368 .


CRONOLOGÍA DE LAS OBRAS DE ENRIQUE HEINE

8213 Gedichte, von Sy Freudhold Riesenharf.


823. Tragödien Nebst Einem Lyrischen Intermezzo.
824. Reisbilder I.
Die Harzreise.
Die Heimkehr.
Die Nordsee, I. Zyklus.
827. Reisebilder II.
Die Nordsee (Norderney) .
Die Nordsee, II. Zyklus.
Ideen oder das Buch Legrand.
Briefe aus Berlin (1822).
827. Buch Der Lieder.
Junge Leiden.
Lyrisches Intermezzo.
Die Heimkehr.
7x Die Nordsee.
1829. Reisebilder III.
Reise von München nach Genua.
Die Bäder von Lucca.
1831. Reisebilder IV.
Die Stadt Lucca.
Englische Fragmente.
831. Der Salon. Französische Maler.
831-1832. Französische Zustände.
833. Memorien des Herrn von Schnabelowophie in Deutschland. (2º
prefacio, 1852.)
835. Die Romantische Schule.
836. Florentinische Nächte.
836. Elementargeister.
837. Ueber die Französische Bühne.
840. Ludwig Boerne.
840. Der Rabbi von Bacharach.
840. Gedichte und Romanzen.
840-46. Lutezia, Addenda 1854.
843. Atta Troll.
844. Deutschland. Ein Wintermärchen.
844. Neue Gedichte.
Neuer Frühling.
Verschiedene.
846. Die Gottin Diana.
847. Faust, Ein Ballett.
851. Romanzero.
XXI
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PRÓLOGO

L EMPERADOR Othón III, cuando fue a visitar, después de


uchos años, la tumba donde reposaban los restos mortales
Carlomagno, penetró en la cripta con dos obispos y el conde de
amel, que es quien ha referido estos detalles. El cuerpo no es
ba acostado, como el de los demás muertos, sino sentado y bien
guido, como una persona viva. Ceñía su frente una corona y
nservaba el cetro entre sus manos enguantadas, pero las uñas
bían crecido y atravesado la piel de los guantes. Como la cripta
taba sólidamente tapiada con mármol y cal, fue preciso practicar
na abertura, y al entrar percibióse un olor muy penetrante. In
ediatamente todos se arrodillaron y significaron su respeto al
uerto. Othón le puso una vestidura blanca, cortóle las uñas y
andó que se restaurase cuanto se había deteriorado. Ninguna.
arte de los miembros estaba descompuesta, a excepción de la
ariz, cuya punta se había roto. Othón hízola reemplazar con una
unta de oro; cogió después un diente de la boca del ilustre
uerto, mandó tapiar nuevamente la cripta y se fue. Cuentan
e a la noche siguiente Carlomagno se le apareció en sueños y le
unció que no viviría mucho tiempo y que no dejaría herederos".
Eso es lo que refieren las Tradiciones alemanas, y no es éste
solo caso de esta especie. Del mismo modo hizo abrir vuestro
Francisco I la tumba del célebre Roland para comprobar por
mismo si la estatura de aquel héroe era tan considerable como
$ poetas hablan tenido a bien expresar. Sucedió esto algún
empo después de la batalla de Pavía. Análoga visita realizó el
y Sebastián de Portugal a las tumbas de sus antepasados, antes
embarcarse para aquella desgraciada campaña de Africa, donde
nvirtiéronse en su sudario las arenas de Alcázar-Kebir. Mandó
rir todos los féretros y estudió detenidamente los rasgos de los
tiguos reyes.
¡ Extraña y horrible curiosidad que impulsa frecuentemente a
hombres a dirigir sus miradas a las tumbas del pasado! Ocurre
to en períodos extraordinarios, cuando termina una época o
2 ALEMANIA

cuando precede inmediatamente a una catástrofe. Hemos vi


realizarse en nuestros días un hecho semejante: esta vez fue
gran soberano, el pueblo francés, que se despertó una mañana
el capricho de abrir la tumba del pasado y considerar a la luz
día siglos muertos y olvidados desde hacía mucho tiempo.
faltaron hábiles sepultureros que se pusieron a la obra con pa
y azadones para sacar los escombros y abrir entradas a las crip
Sintióse un olor fuerte, penetrantes emanaciones góticas, quei
presionaron muy desagradablemente las narices habituadas a
perfumes clásicos. Los escritores franceses se arrodillaron res
tuosamente ante la Edad Media exhumada. Uno le puso vestidu
nuevas y otro le cortó las uñas; un tercero le colocó un trozo n
vo en la nariz, y en seguida sobrevinieron algunos poetas que
arrancaron los dientes, todo exactamente igual a lo que hal
realizado el emperador Othón.
¿Se apareció en sueños a esos arrancadores de dientes y resta
radores de narices el espíritu de la Edad Media ? ¿Predíjoles
próximo fin de su soberanía romántica? Esto es lo que igno
Mi idea principal, al hablar de ese acontecimiento de la literatu
francesa, es declarar únicamente que no he pretendido vitupera
directa ni indirectamente al tratar en este libro, en términos al
duros, de un hecho semejante ocurrido en Alemania. Los escri
res alemanes que desenterraron la Edad Media, proponíanse of
objeto, como se verá en estas páginas, y el efecto que llegaron
producir sobre la gran masa comprometió la libertad y la felicid
de mi patria. Los, escritores franceses no obedecieron sino a
intereses artísticos, y el público francés no trató sino de satisfac
su curiosidad. La mayoría no tuvo otro designio, cuando se ind
nó sobre el sepulcro del pasado, que buscar en él algún interesan
disfraz para el carnaval. La moda de lo gótico no fue en Fran
sino una moda y no sirvió sino para robustecer la alegría de
tiempos presentes. Dejábanse crecer los cabellos largos de la Ed
Media, pero bastaba que el peluquero hiciese una ligera observ
ción, para que desapareciesen con el mismo tijeretazo la cabelle
medieval y las ideas que llevaba anejas. ¡ Muy diferente, ay, es
de Alemania! La razón estriba en que aquí no está la Edad Med
enteramente muerta y descompuesta como entre vosotros. La Ed
PRÓLOGO 3

Tedia alemana no yace podrida en su tumba; se animą a menudo


or un maligno fantasma; se nos aparece a la viva luz del día y
osorbe a menudo la vida más palpitante de nuestro corazón.
¡Ah! ¿No veis qué pálida y triste está Alemania y con ella la
ventud alemana, tan alegre y entusiasta no hace mucho aún?
No veis sangre en la boca del vampiro plenipotenciario que resi
e en Francfort, lugar desde donde sorbe con tan horrible y eno
osa asiduidad el corazón del pueblo alemán?
Lo que he dicho de la Edad Media se aplica también, muy
articularmente, a la religión de esta época. La lealtad exige que
istinga con toda precisión al partido que aquí se llama católico,
e esos bribones que llevan el mismo nombre en Alemania. De
stos últimos es de los únicos que he hablado en este libro, y en
Erminos que me parecen, en verdad, demasiado suaves todavía.
isos son los enemigos de mi patria, reptiles de una hipocresía
asolente y de una invencible cobardía. Eso palpita en Berlín,
alpita en Munich; y mientras os paseáis tranquilamente por el
oulevard Montmartre sentís de repente que os muerden los talo
es. Pero aplastaremos la cabeza de la vieja serpiente. Son la mili
ia de la mentira, los familiares de la Santa Alianza, los restaura
ores de todos los horrores, de todas las sombras del pasado. ¡A
ué distancia tan inmensa de ellos colócanse aquí los hombres
el partido católico, cuyos jefes pertenecen a los más notables es
ritores de Francia! Aunque no sean nuestros hermanos de armas,
ombaten, sin embargo, por los mismos intereses que nosotros,
or los intereses de la humanidad.
$ Es ese el común amor que nos une y lo que únicamente nos
para en la manera de servir mejor a la humanidad. Creen ellos
ue ésta no necesita sino consuelos espirituales; y nosotros pensa
os, por el contrario, que lo que ante todo le hace falta es lat
atisfacción corporal. Cuando el partido católico francés, descono
iendo su verdadera misión, se anuncie como el partido del pasa
lo, como el restaurador de la fe del tiempo viejo, debemos pro
egerle contra sus propias afirmaciones. Ha sido tan derrotado en
Francia el catolicismo en el siglo XVIII, que casi quedó sin señales
le vida, y quien pretenda restablecerle entre nosotros hará el
fecto de un hombre que predica una novísima religión. Por
NIA
4 ALEMA

Francia entiendo París y no las provincias, pues opino que lo que


piensen las provincias importa tan poco como lo que piensen
nuestras piernas. En el cerebro está el asiento de nuestros pen
samientos. Me dicen que los franceses provincianos son buenos
católicos; no puedo ni afirmarlo, ni negarlo. Las gentes que en
contré en las provincias, hiciéronme el efecto de esos que lleva
inscritos su mayor o menor alejamiento de la capital. Las mujere
encuentran, quizá, en el catolicismo un consuelo a su sentimient
por no poder vivir en París. En el mismo París, el catolicismo n
existe de hecho desde la revolución, y mucho tiempo antes habi
perdido toda importancia real. Estaba al acecho en los rincone
de las iglesias, oculto como una araña, y saltaba precipitadament
fuera de su escondite cuando podía atrapar a un niño en la cuna
o a un viejo en el féretro. En estos dos períodos de la vida, cuan
do llegaba al mundo, y cuando le dejaba, era únicamente cuando
caía el francés en las manos del sacerdote cristiano. Durante
4
todo el interregno, pertenecía a la razón y se reía del agua
bendita y de los santos óleos. Y decidme, ¿era el reinado del
catolicismo? Por haber desaparecido completamente es preci
samente por lo que, bajo Luis XVIII o Carlos X, pudo atraer
hacia sí, por espíritu de novedad, algunos espíritus desintere
sados. ¡ Era entonces el catolicismo una cosa tan inaudita, ta
nueva, tan inesperada! La religión que dominaba en Francia
antes de ese tiempo, era la mitología clásica, y esa hermos
religión fue predicada con tanto éxito al pueblo francés po
sus escritores, sus poetas y sus artistas, que a fines del sigl
precedente llevaban por completo el sello pagano la vida exterio
y la vida intelectual de Francia. La religión clásica floreció e
todo su esplendor durante la revolución, y no se trataba de un
parodia al estilo de los griegos alejandrinos. París aparecía com
la continuación de Atenas y de Roma. Bajo el imperio, se extin
guió insensiblemente ese antiguo espíritu; los dioses de Grecia
no reinaron ya sino en el teatro, y la virtud romana limitóse a los
campos de batalla. Había surgido una nueva fe que se resume
en un solo nombre: ¡ Napoleón! Esa fe reina aún en la masa. Es
injusto decir que el pueblo francés es irreligioso porque ha de
jado de creer en Cristo y en sus santos; dígase más bien: la irre
PRÓLOGO 5

osidad de los franceses consiste en que ahora creen en un


mbre en lugar de 1creer en los dioses inmortales. Dígase aún:
franceses son irreligiosos porque ya no creen en Júpiter, ni
Diana, ni en Minerva, ni en Venus. Respecto de esta última
sa la cuestión es dudosa; por lo menos sé yo que en lo refe
te a las Gracias, Francia continuó siendo ortodoxa.
Espero que no se interpreten mal estas observaciones: su ob
o es prevenir al lector contra las malas inteligencias que son
josas. En las tres primeras partes de este libro hablo con algún
enimiento de las luchas entre la religión y la filosofía en Ale
nia; urgíame explicar esa revolución intelectual de mi país,
ore la cual ha esparcido en Francia tantos errores Madame de
ël. Lo declaro con franqueza: no he dejado de tener a la vista
libro de esa abuela de los doctrinarios, y con la idea de la re
ración, he dado al mío el mismo título: Alemania.
PRIMERA PARTE

ALEMANIA HASTA LUTERO

DESPUÉS de haberme ocupado durante largo tiempo de q


Francia fuese comprendida por los alemanes y de destruir las p
venciones nacionales que los tiranos saben aprovechar tan bi
en su provecho, emprendo hoy una labor semejante y no me
útil al presentar Alemania a los franceses.
La Providencia, que tal tarea me impuso, me dará también
luces necesarias. Realizo una obra benéfica para los dos países
tengo plena fe en la misión a que me entrego.
En Francia reinaba, en otro tiempo, la ignorancia más comp
ta respecto de la Alemania intelectual, ignorancia que solía
funestísima en tiempos de guerra. Hoy, por el contrario, se e
cuentra un conocimiento imperfecto, una interpretación errón
del espíritu alemán, una confusión de doctrinas germánicas q
es temible y harto peligrosa en tiempos de paz.
La mayoría de los franceses han creído que es suficiente co
cer las obras maestras del arte alemán para comprender el al
de Alemania; pero el arte no es más que un aspecto de ella
para comprenderla en su totalidad es necesario conocer los ot
dos aspectos: la religión y la filosofía.
Es conociendo la historia de la reforma religiosa como ú
camente se puede saber el desarrollo que la filosofía haya pod
adquirir entre nosotros, y tan sólo por la exposición de nuest
sistemas filosóficos se podría apreciar esa gran revolución lite
ria, que ha comenzado por la teoría, por los principios de u
nueva crítica, y produjo ese romanticismo que habéis admira
tanto.
Por lo tanto, para mostrar el alma alemana, debo hablar
primer término de la religión. Esta religión es el cristianis
¡No os alarméis, almas piadosas! No beriré vuestros oí
con profanas chanzas. Éstas pueden tener todavía algún alca
en Alemania, donde quizá fuese útil neutralizar en estos mom
6
HASTA LUTERO 7

os la influencia de la religión, porque nosotros, los alemanes, nos


ncontramos en la situación por la que Francia atravesaba antes
e su revolución, cuando el cristianismo iba inseparablemente
nido al antiguo régimen. Éste no podía ser derribado mientras
quél continuase ejerciendo su influencia sobre la multitud. Antes
e que Samson dejase caer el hacha, fue necesaria la risa demole
ora de Voltaire. Pero la risa de Voltaire no probó nada; no
rodujo sino un efecto tan brutal como la innoble hacha de Sam
on. Voltaire no consiguió más que herir el cuerpo del cristia
ismo: todos sus sarcasmos, basados en la historia de la Iglesia;
dos sus epigramas sobre el dogma y el culto, sobre la Biblia, el
bro santo de la humanidad, sobre la Virgen María, la flor más
ella de la poesía; todo su carcaj, erizado de flechas filosóficas
isparadas contra el clero y el sacerdocio, no hirió sino la envol
ra mortal del cristianismo y no su esencia interna; no llegó ni
las profundidades de su genio ni a su alma inmortal.
Porque el cristianismo es una idea, y, en tal concepto, es in
estructible, inmortal, como son las ideas. Pero, ¿ cuál es esa idea?
Justamente porque no se concibe aún con claridad esa idea,
porque se han tomado por su realidad sus formas exteriores, est
or lo que no existe una historia del cristianismo. A pesar de que
os partidos opuestos escriben la historia de la Iglesia y constan
mente se contradicen, hállanse de acuerdo, sin embargo, en que
inguno de los dos define con precisión lo que es, en último aná
sis, esa idea que fue la esencia del cristianismo, esa idea que se
fuerza por revelar en sus símbolos, en sus dogmas y en su culto,
que se ha manifestado en la vida real de los pueblos cristianos.
i el cardenal católico Baronius, ni Schroeck, el consejero áulico
rotestante, abordan esa idea. Hojead la colección de las actas
e los concilios, el código de la liturgia, toda la historia eclesiás
ca de Saccarelli, y no sabréis lo que fue la idea del cristianismo.
Qué veis en lo que se llama historia de las iglesias de Oriente y
e Occidente? En la primera, sutilidades dogmáticas, con ayuda
e las cuales pretenden revivir los antiguos sofistas griegos; en la
egunda, nada más que asuntos de disciplina, querellas producidas
or los intereses eclesiásticos, y donde el espíritu casuístico de los
Omanos se manifiesta de nuevo. De la misma manera que dispu
8 ALEMANIA

taban en Constantinopla sobre el logos, peleábanse en Roma p


las relaciones entre los poderes temporal y espiritual; allí com
baten por homousios, aquí por la investidura. Y las pregunta
bizantinas:
El logos, ¿es homousios a Dios Padre?
¿Se debe llamar a María madre del hombre o madre de Dios
Ese Cristo falto de alimentos, ¿debía morir de hambre, o r
tenía hambre sino porque quería tenerla? Todas estas pregunt
no se basaban, en el fondo, sino en intrigas de la corte y la soli
ción dependía de lo que ocurría a la sordina en los departament
subalternos del palatii sacri. Todo se relacionaba con quisicos
de mujeres y de eunucos. Hay un hombre en el fondo de tod
cuestión y en el hombre un partido al que se sirve o al que
persigue. Tan mal estaba lo de Occidente. Roma quería domina
siempre. Cuando sucumbían sus legiones, enviaba dogmas a la
provincias. Todas las discusiones sobre asuntos de fe tenían po
base alguna usurpación romana. Se trataba de consolidar el su
premo poder del obispo de Roma, el cual era siempre muy tole
rante para los artículos de fe propiamente dichos; pero arrojab
rayos y centellas en cuanto se tocaba a los derechos de la Iglesi
No discutía mucho sobre las personas en Jesucristo, pero sí sob
las consecuencias de las decretales de Isidoro. Centralizaba s
poder con el derecho canónico, con la instalación de obispos, co
el rebajamiento de la autoridad de los príncipes, con las fundaci
nes de las órdenes monásticas, con el celibato de los sacerdote
etcétera.
¿Pero todo esto era el cristianismo? ¿Revélasenos la idea d
cristianismo durante la lectura de esta historia ? Y esa idea, pr
gunto una vez más, ¿ cuál es?
Echando una mirada libre de prejuicios sobre la historia
los maniqueos y de los gnósticos, ya se podría descubrir en el sig
primero de la Era Cristiana la formación de esa idea y su man
festación en el mundo. A pesar de que unos hayan sido declarad
herejes, de que otros se encuentren desacreditados y de que tod
estén condenados por la Iglesia, se ha conservado, sin embargo, s
71
influencia sobre el dogma, el arte cristiano se ha desarrollad
bajo sus símbolos, y su manera de ver se ha identificado con
HASTA LUTERO 9

ida entera de todos los pueblos cristianos. En sus últimas con


lusiones los maniqueos no se diferencian mucho de los gnósticos.
La doctrina de los dos principios que luchan, el bien y el mal, les
s común. Los maniqueos tomaron este dogma de la antigua re
gión de los persas, en la que Ormuz, la luz, se opone a Ariman,
noche o las tinieblas. Los verdaderos gnósticos creían más en la
reexistencia del principio bueno, y explicaban el nacimiento del
alo por emanación, por generación de los Eous, que se descom
onían tanto más cuanto más se alejaban de su origen. Según
erinto, el creador de nuestro mundo no es de ninguna manera
Dios excelso, sino únicamente una emanación de él, uno de
sos Eous, el verdadero demiurgo, que ha degenerado insensible
ente y se ha colocado como adversario en oposición de logos,
I principio bueno emanado directamente del Dios supremo. Esta
omosgonía gnóstica es de origen indio; lleva consigo la doctrina.
e la encarnación de Dios, de la mortificacion de la carne y de la
ida contemplativa; ha dado nacimiento al ascetismo, a la abne
ación monástica, que es la flor más pura de la idea cristiana.
No ha podido manifestarse sino muy vagamente esta idea en
7 dogma, y no ha aparecido sino muy confusamente en el culto.
In embargo, por todas partes vemos aparecer la doctrina de los
os principios; el perverso Satanás está por doquiera opuesto al
risto; el mundo espiritual está representado por Cristo, el mundo
aterial por el demonio. Al primero pertenece nuestra alma, al
gundo nuestro cuerpo. El mundo entero, la naturaleza, tienden
or su origen al mal, y como por medio de ellos trabaja Satanás,
príncipe de las tinieblas, para llevarnos a la perdición, necesi
mos renunciar a todos los placeres sensuales de la vida y marti
zar nuestro cuerpo, feudo de Satanás, para que el alma se eleve
on toda majestuosidad a las regiones celestes, al resplandeciente
ino de Cristo.
Este sistema, que es la idea del cristianismo, se había esparci
O con increíble rapidez por todo el imperio romano; estos su
imientos, esta fiebre, esta tensión extrema reinaron durante toda
Edad Media y nosotros mismos nos resentimos aún en todos
uestros miembros del dolor y de la debilidad que produjeran.
I alguno de nosotros está ya curado, no puede, sin embargo,
10 ALEMANIA

sustraerse a la atmósfera de hospital que le rodea, y experimen


la penosa impresión del hombre sano que vive entre enferm
Algún día, cuando la humanidad haya recobrado plenamente
salud, cuando se haya establecido la paz entre el cuerpo y el al
y reaparezca en su armonía primitiva, ese día será casi inco
prensible el ficticio antagonismo nacido del cristianismo. Las
neraciones que nacerán de libres himeneos, más hermosas y
felices, se elevarán florecientes en el seno de una religión del P
cer,y sonreirán dolorosamente al pensar en sus pobres antepasad
cuya vida transcurrió tristemente en la abstinencia de todas
alegrías de la hermosa tierra, y en cuya época se • deshonraba
escarnecían las embriagadoras emociones de los sentidos. Sí, es
seguro de lo que digo: nuestros descendientes serán más herm
SOS y más felices que nosotros, porque yo tengo a Dios por
ser clemente que ha creado la humanidad para que sea dicho
y al hablar así, juzgó que le enaltezco más que los que piens
que el hombre ha nacido para sufrir. Desde luego anhelaría
ver que se estableciese sobre la tierra esa felicidad por medio
instituciones políticas e industriales basadas sobre la libertad,
piración que, según las almas piadosas, no ha de realizarse s
en el cielo, después del juicio final, pero quizá mis deseos no
más que vanas esperanzas, quizá no se deba esperar que la hur
nidad resucite ni en el sentido político ni en el sentido religio
quizá la humanidad está destinada a eternas miserias, conden
a que la pisoteen los déspotas con delegados que la exploter
lacayos que la escarnezcan. Si esto fuese así, entonces sería
deber hasta para aquellos que consideran la religión como
error, mantenerla y con los pies desnudos, encapillándose un
bito religioso, recorrer Europa, predicar la renuncia de todos
bienes terrestres, mostrar a los hombres esclavizados y envileci
la consoladora imagen del Crucificado y prometerles después de
muerte todas las delicias celestiales.
Siempre la duración de las religiones ha dependido de
necesidad. Durante diez y ocho siglos, el cristianismo ha sido
bien para la humanidad; ha sido providencial, divino, santo. T
lo que ha hecho en favor de la civilización, debilitando a los fu
tes, fortaleciendo a los débiles, uniendo las naciones en un mis
HASTA LUTERO 11

ntimiento, con una misma lengua y cuanto sus apologistas le


an atribuido de grande, todo esto es poco todavía comparado
n el inmenso consuelo que esparcía entre los hombres. Débese
erna gloria al símbolo de ese Dios de sufrimientos, de ese Dios
ucificado, coronado de espinas y cuya sangre ha corrido como
Isamo consolador sobre las llagas de la humanidad. El poeta,
pecialmente, debe mirar con respeto la sublime santidad de
e símbolo. El conjunto de esos símbolos que resplandece en las
tes y en la vida de la Edad Media, suscitará en todo tiempo
admiración del poeta. ¡ Qué unidad tan colosal la del arte cris
no! ¡Qué unidad en sus obras! ¡Contemplad de qué manera
monizan con el culto las góticas cúpulas, y cómo se revela en
las el espíritu mismo de la Iglesia! Todo se eleva hacia el cielo,
do se transubstancia; la piedra se convierte en yemas, en folla
y se transforma en árbol; los frutos de la viña y del trigo se
ansforman en sangre y carne; el hombre se transforma en Dios;
ios se transforma en espíritu puro. ¡ Qué manantial inagotable
precioso constituye para el poeta la vida cristiana de la Edad
fedia! Solamente el cristianismo podía esparcir sobre la tierra
ntos atrevidos contrastes, tantos dolores poetizados, tantas y tan
riesgadas bellezas; todo esto es tan grande, tan maravilloso,
a inaudito, que se diría no ha existido jamás nada semejante
la realidad, y que todo ello ha sido engendrado en el delirio
la fiebre, en el colosal delirio de un dios loco. En esa época
blime de la religión cristiana, la naturaleza misma parecía en
nces revestirse de fantásticas formas; y aunque el hombre, su
ido en las profundidades de sus abstracciones, se apartase de ella
n disgusto, ella le despertaba algunas veces con voz tan dulce
tan terrible al mismo tiempo, tan maravillosamente tierna, tan
cantadora y tan potente, que el hombre la escuchaba involun
riamente, sonreía, se espantaba y aún moría a causa de ella al
nas veces. A propósito, recuerdo la historia del ruiseñor de
asilea.
Una sociedad de eclesiásticos, en tiempos del concilio de Ba
lea, en mayo de 1433, fue a pasear a un bosque próximo a la
udad. Había en ella prelados, doctores, frailes de todas las órde
es, y disputaban sobre difíciles puntos de teología, distinguiendo,
12 ALEMANIA

argumentando, acalorándose sobre las expectativas y las rest


ciones, y rebuscando textos para comprobar si Tomás de Aqu
ha sido un filósofo más profundo que Buenaventura; ¿ qué sé
en fin? De repente, en medio de sus discusiones dogmáticas
abstractas, se callaron y permanecieron como si hubieran echa
raíces bajo un tilo en flor, donde se escondía un ruiseñor
exhalaba las más suaves y tiernas melodías. Todos esos sab
personajes se sintieron fascinados, sus corazones escolástico
monásticos se abrieron a las deliciosas emanaciones de la pri
vera; salieron del entorpecimiento glacial en que estaban sum
gidos, y miráronse con sorpresa, encantados, cuando uno de e
observó sutilmente que todo aquello no le parecía muy canón
que aquel ruiseñor podría muy bien ser un demonio, que aq
demonio les distraía de su conversación cristiana con sus can
seductores, que les atraía hacia la voluptuosidad y los pecad
gratos, y se puso e exorcizarle con la frase entonces en uso: A
juro te per eum qui venturus est judicare vivos et mortuos, et
tera. Se cuenta que el ave respondió al exorcismo: " ¡ Sí, soy
espíritu maligno! " y arrancó vuelo riendo. Cuantos le oyen
cantar enfermaron aquel mismo día y poco después morían.
Este episodio no necesita comentarios. Lleva el espantoso se
de una época donde todo lo que era grato y amable iba tachado
brujería diabólica. ¡Hasta a los ruiseñores se les calumniaba y
les hacía la señal de la cruz cuando cantaban! El verdadero c
tiano marchaba con los sentidos obstruidos, como una abstracci
como un espectro, por la jocunda naturaleza. He de volver sol
esa relación entre las almas cristianas y la naturaleza, porque p
dar a conocer el espíritu de la escuela romántica moderna, me v
obligado a exponer las supersticiones populares alemanas. I
ahora me limitaré a indicar que algunos escritores franceses,
traviados por la autoridad de algunos alemanes, han incurrido
un gran error al admitir que, durante la Edad Media, eran igua
en toda Europa las creencias populares. No existía identidad si
en las ideas sobre el principio del bien, sobre el reino de Je
cristo, puesto que sobre ellas velaba la iglesia de Roma, que c
sideraba como el heterodoxo a quien se alejaba de la opini
prescrita. Pero en cuanto al principio del mal, al imperio de
HASTA LUTERO 13

anás, la manera de apreciar las cosas variaba según los países, y


en el Norte se tenía de ellas otra idea que en el Sur. Provenía
sto de que los sacerdotes cristianos no rechazaban como creacio
es fantásticas las antiguas divinidades nacionales, sino que les
oncedían una existencia real, si bien aseguraban que esos dioses
ran otros tantos diablos y diablesas, que habían perdido su poder
obre los hombres por la victoria de Cristo, pero que intentaban
traerles de nuevo por la astucia y la voluptuosidad. Todo el
Olimpo era un infierno en el espacio, y si los poetas de la Edad
Media se empeñaban en cantar con gracia las divinidades griegas,
1 piadoso lector cristiano no veía en ellas sino demonios y duen
les. El sombrío anatema de los monjes cayó, especialmente, con
oda rudeza, sobre la pobre Venus. Pasaba por hija de Belcebú
el buen caballero Tanhauser la apostrofa cara a cara, diciendo:
¡Oh Venus, mi bella diosa, sois una diablesa!"
Tanhauser había sido atraído por Venus al maravilloso lugar
que se llamaba la Montaña de Venus, donde la hermosa diosa y
sus ninfas llevaban, entre juegos y danzas, la vida más disoluta.
A la misma Diana, a pesar de su castidad, se la acusaba de corre
rías sospechosas por los bosques durante la noche en compañía
de sus ninfas; de aquí las leyendas del Feroz cazador y de la Caza
nocturna. Aquí aparece con toda claridad la doctrina del desgaste
de las cosas divinas, y la idea del cristianismo se revela de la ma
nera más sensible en esta transformación del viejo culto germano.
Era panteísta la fe nacional en Europa, pero más en el norte
que en el Sur. Sus misterios y sus símbolos descansaban sobre el
tulto de la naturaleza; en cada elemento se adoraba un ser mara
villoso ; en cada árbol palpitaba una divinidad; todas las aparicio
nes del mundo sensible estaban divinizadas. El cristianismo volvió
à la inversa esta manera de ver; en lugar de divinizar a la natu
aleza la diabolizaba. Mas las rientes imágenes de la mitología
griega, inventadas por los artistas y que reinaban con la civiliza
ción del Mediodía, no podían ser tan fácilmente transformadas
en figuras satánicas como los dioses germánicos, cuya creación no
présidió ningún pensamiento artístico, y que eran ya tan melan
cólicos como el Norte mismo. Por eso no se pudo crear en Fran
cia un imperio diabólico tan formidable y tan negro como entre
14 ALEMANIA

nosotros, y el mundo de los espíritus y brujos tomó en aquel


nación una forma tranquila. ¡ Cuánto más hermosas, brillantes
comprensibles son las leyendas populares de Francia, que las al
manas, esas tristes creaciones saturadas de sangre y de nubes,
contornos tan grises y aspecto tan cruel! Nuestros poetas de
Edad Media, los cuales eligieron, casi todos, temas que los q
sois de Bretaña y Normandía habéis encontrado y tratado ant
dieron a sus obras, quizá con toda intención, esa forma agradab
del antiguo estilo francés. Pero en nuestras composiciones naci
nales y en nuestras leyendas populares tradicionales, dominó e
sombrío espíritu del Norte, del cual apenas podéis formaros u
idea. También tenéis, como nosotros, varias especies de espírit
diabólicos, pero difieren de los nuestros tanto como un alem
de un francés. ¡ Qué limpios y cuidadosos son los demonios
vuestros cuentos en comparación de la infernal canalla de nue
tros espíritus infectos y mal educados ! Vuestras hadas, vuestr
duendes, de cualquier país que los saquéis, del país de Gales.
de Arabia, parecen perfectamente naturalizados entre vosotra
Vuestras ondinas y melusinas, por ejemplo, son unas princesa
las nuestras son unas lavanderas. ¡ Qué terror experimentaría
hada Morgana si se encontrase con una bruja alemana, complet
mente desnuda, untada de ungüento y corriendo a caballo sob
una escoba al aquelarre de Broken, esa montaña que sirve
punto de cita a todo lo más repugnante y más sombrío que
haya concebido! En su cima está sentado Satanás bajo forma
un cabrón negro. Cada bruja se aproxima a él, con un cirio en
mano, y le besa donde termina el espinazo. Después, todas est
hermanas infernales bailan en círculo alrededor de él. El cabró
bala, y el infernal chabut lanza a lo lejos un grito de feroz alegri
Cuando las brujas pierden en la danza uno de sus zapatos, con
tituye para ellas un triste presagio; esto significa que serán qu
madas en el transcurso del año. Pero la loca música del aquelarr
digna de Berlioz, disipa todos los temores y todos los present
mientos, y cuando la pobre bruja despierta a la mañana de s
embriaguez, se vuelve a encontrar desnuda y abrumada sobre
ceniza, cerca del fuego consumido.
En la Demonología del respetable y sabio doctor Nicolá
HASTA LUTERO 15

emigius, juez criminal de su alteza serenísima el duque de Lo


ena, se encuentran todas las nociones acerca de estas brujas. Este
ombre perspicaz estaba, es verdad, en las mejores condiciones
el mundo para conocer las brujas, pues instruía su proceso, y,
olamente en su tiempo, subieron a la hoguera en Lorena más
e ochocientas mujeres convictas y confesas de brujería. La prue
a consistía particularmente en esto: se las ataba de pies y manos
à se las echaba al agua. Si se iban al fondo y se ahogaban, eran
ocentes; pero como flotasen sobre las aguas teníaselas por cul
ables y se las quemaba sin misericordia. Esa era la lógica de los
empos.
Advertimos, como base del carácter de los demonios alema
es, que se les ha despojado de todo lo que fuese ideal, y que en
llos ha quedado lo horrible unido con lo innoble. Cuanto más
enojosamente familiares se muestran, más espantosa impresión
producen. No hay nada más repugnante que nuestros aparecidos,
nuestros kobolds y nuestros farfadets. Praetorius, en su Antro
Dodernus plutonicus, dedica a este tema la página siguiente:

Los antiguos no han podido decir otra cosa de los kobolds


sino que eran hombres verdaderos, de forma semejante a la de los
niños pequeños, con trajecillos pintarrajeados; algunos añaden que
llevan un cuchillo que sale de sus riñones, que causa el peor efecto,
a causa de haber sido en otro tiempo asesinados perversamente con
aquel instrumento. Piensan los supersticiosos que deben ser las
almas de personas muertas en la casa donde aparecen; y cuentan
muchas historias, diciendo que los kobolds prestan tan buenos ser
vicios a las criadas y a las cocineras y se hacen querer tanto, que
muchas de esas sirvientas les han tomado afecto hasta el punto
de desear ardientemente verlos y llamarlos. Pero estos espíritus
no acuden gustosos a sus llamamientos, porque dicen que no se
les puede ver sin estremecerse mortalmente. Sin embargo, cuando
las sirvientes insisten, los kobolds designan un lugar de la casa
donde se apersonan; advierten que es preciso tener cuidado de
traer consigo un cubo de agua fría, porque sucedió a menudo que
el kobold ha venido a tumbarse desnudo en un pasillo, con su gran
cuchillo saliéndole de la espalda, y que la sirviente espantada ha
caído desvanecida. En ese caso el pequeño ser se levantaba, cogía
el agua y empapaba a la criada para que volviese en sí, con lo
que ésta perdía en seguida todos sus deseos y jamás quería volver
a ver al pequeño Chin. Se dice también que se entregan a toda
clase de trabajos para los mozos y criadas a quienes se dedican,
16 ALEMANIA

arreglando los caballos, limpiando el estiércol de la cuadra,


vando todo, teniendo en buen orden la cocina, despachando
quehaceres de la casa y prestando tanta atención a todo, que
ganado engorda y mejora mucho bajo su vigilancia.
Para esto es preciso que los criados mimen mucho a los
bolds, que no les ocasionen el menor disgusto, que no se r
nunca de ellos y que no les nieguen jamás los manjares que aj
tecen. Cuando una cocinera ha tomado a una de esas criaturil
como su secreto ayudante, debe cada día, a la misma hora y
el mismo lugar, llevarle un plato bien condimentado y bien
sazón, y marcharse sin volver la cabeza; con esto puede ella h
gazanear a su gusto y dormir a pierna suelta, puesto que enco
trará toda su tarea hecha desde la mañana, pero si se olvida u
vez de su deber y se descuida en llevar el plato al kobold a
hora precisa, veráse obligada a desempeñar el trabajo comple
mente sola y nada le saldrá bien. Unas veces se quemará con ag
hirviendo, otras romperá los cacharros y la vajilla, derramará
salsas, etc.;* con lo que será infaliblemente reñida y castigada F
el amo o ama de la casa, y en estos casos oirá a menudo burla
y reírse al kobold. Por su parte, los kobolds tienen la costumb
de permanecer en la misma casa, aunque se cambie de criad
Frecuentemente una criada que se despide recomienda al kobo
a la que la sustituye, y cuando ésta no tiene en cuenta la rec
mendación, llueven las desgracias y se ve obligada a dejar la ca

La siguiente anécdota es quizás una de las más terribles ave


turas de este género.
Una criada, durante muchos años, había tenido un invisib
espíritu familiar que se sentaba cerca de ella en el hogar, don
le había hecho sitio, conversando con él en las largas veladas
invierno. Cierto día la criada rogó a Heinzchen (así llamaba
espíritu) que se dejase ver en su verdadera forma. Al fin, tr
repetidas instancias, consintió él y dijo a la criada que bajase
la bodega donde él se mostraría, y allí, en un tonel abierto, vi
ella a un niño muerto que flotaba en su sangre. Ahora bien, mu
chos años antes la criada había dado a luz secretamente un niñ
al que estranguló y ocultó en un tonel.
Son de tal condición los alemanes, que buscan sus mejore
bufonadas en las cosas terribles, y las leyendas populares qu
hablan de los kobolds están a menudo llenas de rasgos cómico
Las historias más divertidas son las de Hudeken, un kobold qu
rondaba en el siglo XII por Hildesheim, y del que se trata ez
HASTA LUTERO 17

estras crónicas, en nuestras maravillosas novelas y en nuestras


ladas. De la crónica claustral de Hirschan por el abate Tri
Eme, tomo los siguientes párrafos:

En el año 1132 se apareció a muchas personas del obispado


de Hildesheim, y durante cierto tiempo, un espíritu muy maligno.
Tenía el aspecto de un rústico y llevaba un sombrero en la cabe
za, por lo que los aldeanos le llamaban en lengua sajona Hudeken
(sombrerito) . Este espíritu gustaba de frecuentar el trato de los
hombres, de ser tan pronto visible como invisible, de dirigir pre
guntas y de responder a las que se le hacían. No ofendía a nadie
sin motivo, pero cuando se burlaban de él o se le injuriaba, devol
vía el mal con usura. Cuando el conde Burchard en Luka fue
muerto por el conde Herman de Wissemburg, y el país de aquél
se encontraba en peligro de ser presa del último, Hudeken fue a
despertar de su sueño al obispo Mernhard de Hildesheim, y le
gritó: ¡Levántate, cabeza monda! El condado de Wissemburg
está abandonado y vacante por el asesinato de su señor, y puedes
fácilmente ocuparlo." El obispo reunió prontamente a sus hom
bres de armas, cayó sobre los dominios del conde felón, y los
incorporó, con el consentimiento del emperador, a su obispado.
El espíritu previno muy a menudo a dicho obispo toda suerte de
peligros, y se mostró con frecuencia en las cocinas del palacio
episcopal, donde se entretenía con los pinches y les prestaba múl
tiples servicios. Como se habían familiarizado mucho con Hude
ken, un pinche joven permitíase hostigarle y arrojarle agua sucia
cada vez que aparecía. Por fin el espíritu rogó al cocinero jefe que
prohibiese esas picardías al muchacho, y éste le respondió: " Eres
un espíritu y tienes miedo de un pobre chiquillo! " A lo que
respondió Hudeken con tono amenazador: "¡ Puesto que no quie
res castigar a ese muchacho, te demostraré en breve si le temo!"
Poco tiempo después, el muchacho que había ofendido al espíritu
se quedó dormido en la cocina completamente solo. Cogióle el
espíritu, le dio de puñaladas, le hizo pedazos y arrojó todos los
trozos de su cuerpo en los cacharros que estaban junto al fuego;
cuando el cocinero descubrió este hecho se puso a maldecir al es
píritu, y al día siguiente Hudeken echó a perder todos los asados
que estaban en la parrilla, vertiendo en ellos veneno y sangre de
víbora. La venganza arrancó nuevas injurias al cocinero, y enton
ces el espíritu le atrajo hacia un falso puente encantado y le hizo
perecer en los fosos del castillo. Después de esto pasó las noches
sobre las murallas y las torres de la ciudad, inquietando mucho
a los centinelas y obligándoles a ejercer vigilancia rigurosa . Un
burgués que tenía una mujer infiel, dijo un día por broma, en el
momento de salir para un viaje: "Hudeken, amigo mío, te reco
miendo mi mujer: guárdala bien".
18 ALEMANIA

Apenas el burgués estuvo en camino, la mujer infiel ma


venir a todos sus amantes unos después de otros. Pero Hudel
no dejó que se aproximase ni uno y los arrojó a todos desde
cama al suelo. Cuando el marido regresó de su viaje, el espí
fue a su encuentro y le dijo: "Me alegro de tu vuelta, pues
releva del pesado servicio que me habías impuesto. He preserv
a tu mujer del pecado de la infidelidad con un trabajo increí
pero te ruego que no la vuelvas a colocar bajo mi guarda. Pr
riría guardar todos los cerdos del país de Sajonia, que a una mu
que quiere arrojarse en brazos de sus amantes.'

En honor a la exactitud histórica debo observar que el so


brero con que iba siempre cubierta la cabeza de Hudeken
ajeno a la indumentaria corriente de los kobolds, los cuales vis
generalmente de gris y llevan un gorrete encarnado. Por lo me
así es como se les encuentra ataviados en Dinamarca, donde a
habitan en gran número. Al principio creía yo que habían eleg
aquel país como morada a causa de su hermosa cebada roja, p
un joven poeta danés, el señor Andersen, a quien tuve el pla
de conocer en París este verano, me ha asegurado terminantem
te que los nissen, como llaman a los kobolds en Dinamarca, p
fieren para su alimentación las empanadas con manteca. Cuan
esos espíritus se introducen en una casa, no están dispuestos
dejarla con facilidad. Sin embargo, jamás llegan sin anunciars
previenen al amo de la casa de la siguiente manera. Durante
noche llevan a la casa gran cantidad de astillas de madera y m
clan estiércol en los jarros donde se conserva la leche; si el inqui
no no arroja las astillas y si consume, en unión de su familia,
leche estercolizada, los kobolds se instalan para siempre en
domicilio. Un pobre vecino de Jutlandia llegó a verse tan hast
do por la incómoda presencia de uno de estos singulares
mensales, que resolvió abandonarle la casa; cargó su miserab
ajuar en un carretón y se puso en camino para ir a establecer
en la aldea próxima, pero habiéndose vuelto una veż, vio
gorrete rojo y la cabecilla del kobold, que se asomaba por u
mantequera y que le dijo amistosamente: wi flutten! (in
mudamos!) .
Tal vez me haya detenido demasiado hablando de estos di
blillos, y ya es tiempo de que pase a tratar de los demoni
HASTA LUTERO 19

andes; pero todas estas historias dan una idea de las creencias
del carácter del pueblo alemán. 4 Estas creencias eran en aquel
empo tan poderosas como la fe en la Iglesia. Cuando el sabio
ctor Remigius hubo terminado su gran obra sobre la brujería,
consideró tan perfectamente instruido en la materia, que creyó
día entregarse él mismo a la magia, y, como era un doctor con
enzudo, se apresuró a delatarse como brujo a los tribunales. A
z de esta confesión fue quemado públicamente.
No provenían estos horrores directamente de la iglesia cató
a, pero sí de un modo indirecto, sin género alguno de duda,
es había invertido tan artificiosamente la antigua religión
tmánica, que el sistema panteísta en los alemanes llegó a ser
ndemoníaco, y las divinidades populares se transformaron en
ablos horribles. El hombre no abandona de buen grado lo que
e amado por sus padres, y se adhiere a ello, sin saberlo muchas
ces, aun cuando haya sido mutilado y desfigurado. Así es que
à superstición popular, por transformada que esté durará en
emania más tiempo quizá que el culto oficial de nuestros días,
es éste no tiene como aquélla enclavadas sus raíces en la anti
a nacionalidad. En tiempos de la Reforma, borróse rápidamente
recuerdo de las leyendas católicas, pero no sucedió lo mismo
à la fe en las brujas y los encantamientos. Lutero dejó de creer
los milagros del catolicismo, pero siguió creyendo en el poder
diablo. Sus conversaciones de sobremesa están llenas de anti
as y curiosas historias, donde se trata de las jugarretas de Sa
ás, de los kobolds y de las brujas. A menudo él mismo se cree
lucha con el diablo en persona. En Wartburg, donde tradujo
Nuevo Testamento, fue de tal manera turbado por el diablo,
e le arrojó su tintero a la cabeza. Desde entonces tiene el diablo
gran horror a los tinteros, pero más aún tal vez a lo negro de
imprenta. En esas mismas conversaciones se habla a menudo
la malicia y astucia del diablo. Esto me impone referir una
eva historia.
Cuenta el doctor Martín Lutero que un día algunos buenos
mpañeros estaban sentados y conversaban en una taberna. Uno
ellos, mozo impaciente, procaz y salvaje, manifestó que si al
no quería ofrecerle una pinta de vino, le vendería su alma.
20 ALEMANIA

Pocos momentos después entró un hombre en la habitació


sentóse cerca de él, bebió en su compañía y le dijo:
-Escucha; ¿has dicho hace un momento que venderías
alma a quien te ofreciera una pinta de vino?
El mozo replicó :
-Sí, lo haré gustoso; por hoy bebamos, hagamos locuras
estemos de buen humor.
El hombre, que era el diablo, asintió y poco después desap
reció. Cuando el bebedor, después de haber pasado alegremen
el día, estuvo embriagado, el hombre aquel, el diablo, volvió ot
vez, sentóse cerca de él y dijo a los otros compañeros de b
rrachera:
-Queridos señores; cuando alguien compra un caballo, ¿
le pertenecen también la silla y las bridas?
Experimentaron todos gran espanto, pero el hombre insisti
-Vamos, hablad con claridad.
Todos convinieron en ello y respondieron:
-Sí, también le pertenecen la silla y las bridas.
El diablo, entonces, se apoderó del mozo procaz, se lo llev
por el techo y nadie supo jamás su paradero.
A pesar de que profese el mayor respeto a nuestro gran mae
tro Martín Lutero, me parece que desconoció completamente
carácter del diablo. Jamás habla éste del cuerpo con tanto de
precio como muestra en esa circunstancia. Por mucho malo qu
se haya dicho hasta el presente del diablo, no se le puede acus
de ser espiritualista.
Pero Lutero desconocía mucho más aún los sentimientos d
Papa y de la Iglesia católica. Debo defenderlos con estricta impa
cialidad, del mismo modo que he defendido al diablo contra
exceso de celo del gran hombre. En verdad que si se consultas
a mi conciencia convendría en que el Papa León X no dejó d
tener razón en el fondo y en que Lutero no ha comprendid
de ninguna manera las supremas razones de la Iglesia católic
Lutero no había comprendido, en efecto, que la idea fundamenta
del cristianismo, el aniquilamiento de la vida sensual, estaba e
excesiva contradicción con la naturaleza humana para que llegas
nunca a ser enteramente practicable; no había comprendido qu
HASTA LUTERO 21

cristianismo, tal como entonces se encontraba, era un concor


to entre Dios y el diablo, es decir, entre el espíritu y la mate
, en el que el dominio absoluto del espíritu estaba admitido
teoría, pero en el que la materia se hallaba en estado de ejer
en la práctica todos sus anulados derechos. De aquí el pru
nte acomodamiento que la Iglesia estableció en favor de los
tidos, si bien concebido en una forma que humillaba todo acto
la sensualidad y consagraba la soberbia usurpación del espíritu.
Te es permitido atemperar los latidos de tu corazón y abrazar
ina muchacha bonita; pero te obligamos a que reconozcas tal
to como un pecado abominable, un pecado por el cual harás
nitencia. Que éste y otros pecados pudiesen ser redimidos por
dinero, fue una idea tan consoladora para la humanidad como
ovechosa para la Iglesia. Esta cobraba, por decirlo así, todo goce
nal y se estableció una tarifa para toda clase de pecados. Hubo
ligiosos ambulantes que, en nombre de la santa Iglesia romana,
an ofreciendo indulgencia conforme a tarifa para todos los
cados que pudieran ser tasados.
Uno de esos ambulantes, Tetzel, fue aquel contra quien, desde
ego, se rebeló Lutero. Nuestros historiadores dicen que esta
otesta contra el tráfico de las indulgencias, fue una circunstan
poco importante, y que Lutero, que al principio no se había
belado sino contra un abuso, no atacó a la autoridad de la Igle
en su punto más culminante, sino impulsado por la rigidez
Roma. Pero esto es un error: el tráfico de las indulgencias no
un abuso; era una consecuencia de todo el sistema de la
esia, y al atacar la consecuencia, Lutero atacó a la Iglesia y ésta
bió condenarle como hereje. León X, aquel soberbio florentino,
alumno de Policiano, el amigo de Rafael, aquel filósofo griego.
onado con la tiara que le confirió el cónclave, quizá porque
fría una enfermedad que no era seguramente producto de la
stinencia cristiana, y que entonces era aún muy peligrosa, León
Médicis debió reírse mucho de aquel pobre, sencillo y casto.
ile, que se imaginaba que el Evangelio era la constitución del
stianismo, y que esa constitución debía ser una verdad. Quizá
adivinó jamás lo que anhelaba Lutero, preocupado como es
a con la construcción de la iglesia de San Pedro, costeada de
22 ALEMANIA

tal modo con el tráfico de las indulgencias que el pecado procu


el dinero para que se elevase esa iglesia que se convirtió al pun
en un monumento de extravagancias sensuales, de idéntico mo
que una prostituta egipcia construyó la pirámide de Rodopis co
el producto de sus vicios. Pudiera decirse de esa casa de Dios
que se dice de la catedral de Colonia, que ha sido edificada p
el diablo. El triunfo del espiritualismo que hacía se construye
por la sensualidad el más hermoso de sus templos, que saca
de la gran cantidad de concesiones otorgadas a la carne los m
dios para tributar un magnífico homenaje al espíritu; ese trium
no podía ser comprendido en el Norte, en Alemania, porque al
más fácilmente que bajo el cálido cielo de Italia, podía estab
cerse un cristianismo que hiciese a la sensualidad las menor
concesiones posibles. Nosotros, los hombres del Norte, tenem
la sangre más fría y no necesitábamos tantas indulgencias pa
los pecados carnales como las que nos enviaba nuestro bu
padre León X. El clima nos facilita el ejercicio de las virtud
cristianas. El 31 de octubre de 1516, cuando Lutero estampó s
tesis contra las indulgencias en la puerta de la iglesia de los Agu
tinos, los fosos de Wittemberg estarían helados, sin duda algun
y se podría patinar sobre ellos, lo que es placer muy frío y, p
consiguiente, nada pecaminoso.
Me acabo de servir de las palabras espiritualismo y sens
lismo. Las explicaré más adelante, cuando hable de la filosof
alemana. Bástame hacer constar por ahora que no empleo es
expresiones como referentes a sistemas filosóficos sino úni
mente para distinguir dos sistemas sociales, uno de los c
les, el espiritualismo, está basado en el principio que predica
anulación de todas las pretensiones de los sentidos, a fin de q
el espíritu domine por completo la mortificación de nuestra ca
ne para glorificar nuestra alma, mientras el sensualismo procla
los derechos de la carne, la que no puede ni debe ser anulad
La Reforma, en sus comienzos, revela ya todo su alcan
Ningún francés ha comprendido aún la significación de ese gr
hecho. Reinan en Francia las más erróneas ideas en lo que
refiere a la Reforma; y debo añadir que esas ideas impedirán
vez que los franceses lleguen a apreciar debidamente la vida al
✓♡♡
HASTA LUTERO 23

ana. Los franceses no han comprendido nunca sino el lado ne


ativo de nuestra reforma religiosa; no han visto en ella sino
ha guerra al catolicismo; y como también ellos han combatido
ntra esas creencias, imagínanse algunas veces que al otro lado
Rin se sostiene el combate por los mismos motivos que se
vieron en Francia. Los motivos son completamente distintos.
lucha contra el catolicismo en Alemania fue emprendida por
espiritualismo, cuando éste entrevió que su poder no existía
no de nombre, cuando comprendió que no reinaba sino de jure,
ientras que el sensualismo se había apoderado bajo cuerda del
minio real y gobernaba de facto. Se arrojó a los que mercaban
indulgencias; las bellas concubinas de los clérigos fueron
emplazadas por severas mujeres legítimas; fueron rotas las se
actoras imágenes de las madonas, y se apoderó del país un
erdadero puritanismo. El combate que se entabló en Francia
ontra los católicos, durante los siglos XVII y XVIII, fue, por el
Ontrario, una guerra emprendida por el sensualismo que, vién
ose soberano de facto, no quiso sufrir más al espiritualismo
ne, aunque no existía sino de jure, condenaba como ilegítimos
odos los actos del primero y los maldecía del modo más despia
do. En lugar de combatir seria y castamente como en Alemania,
stúvose la guerra con epigramas y chanzas; y en lugar de las
sputas teológicas del Norte se compusieron sátiras alegres, cuyo
ojeto era generalmente mostrar la contradicción en que el hom
e incurre cuando pretende ser todo espíritu; y en esa época
precieron las preciosas historias de todos aquellos piadosos per
najes que sucumbieron involuntariamente bajo sus sensuales
betitos, y quisieron conservar la apariencia de santidad, sin de
r de entregarse a los goces terrestres. La reina de Navarra nos
laraba ya esto en sus cuentos. Su tema común son las relaciones
atre frailes y mujeres .
La obra más maliciosa de toda esta divertida polémica es, sin
ontradicción el Tartufo de Molière; pues esta comedia no está
plamente dirigida contra el jesuitismo de su tiempo, sino contra
mismo catolicismo, más aún, contra la idea del cristianismo,
ontra el espiritualismo. El espanto que ocasiona a Tartufo el seno
esnudo de Dorina, las palabras que dirige a Elmira:
24 ALEMANIA

Le ciel défend, de vrai, certains contentements,


mais on trouve avec lui des accommodements;

todo esto no tiende solamente a denigrar la hipocresía human


sino también la mentira universal que se deriva necesariamen
de la imposibilidad de practicar la idea espiritualista, y todo !
sistema de concesiones que el espritualismo se ve obligado a oto
gar al sensualismo. Los hansenistas tenían verdaderamente m
motivos que los jesuitas para sentirse mortificados con la rep
sentación del Tartufo, y Molière sería hoy tan insoportable a l
metodistas protestantes, como lo fue a los devotos católicos en
tiempo. Lo que hace grande a Molière es ser, como Aristófan
como Cervantes, un poeta que no solamente ha ridiculizado I
farsas contemporáneas, sino que sus sublimes burlas son aplic
bles a las eternas, a las indestructibles flaquezas de la humanida
Voltaire, porque siempre se refiere al presente, a su época,
coloca por este concepto muy por bajo de Molière.
La burla a que se entregó Voltaire con tanto acierto, realiz
su misión en Francia, y el que quisiera continuarla, mostrarías
inhábil e intempestivo. Si uno se dedicase a destruir los últim
restos visibles del catolicismo, podría fácilmente suceder que
idea espiritualista tomase una nueva forma, se revistiese de u
nuevo cuerpo, y que, despojándose hasta de su cristiano nomb
y de su bandera de la cruz, se hiciese aún más embarazosa y m
obsesionante en esa transfiguración que bajo su antigua forn
caduca y desacreditada. Nosotros podremos felicitarnos. de qu
el espiritualismo esté representado por una religión que ha pe
dido sus mejores armas, y por ministros que están en abier
oposición con el espíritu de libertad de nuestro tiempo. Pe
¿por qué somos adversarios del espiritualismo? ¿Es, pues, un
cosa tan mala? De ninguna manera. La esencia de rosas es grat
sima y un frasco de esa esencia es delicioso para los que pasan s
vida en las habitaciones de un harén; pero nosotros no querem
que se deshojen ni se prensen todas las rosas de esta vida par
extraer algunas gotas, por embriagadoras que sean. Somos ma
bien como el ruiseñor, que cifra sus delicias en la rosa misma,
que goza tanto con su perfume como con la visión de sus colore
HASTA LUTERO 25

Me adelanté en decir que fue el espiritualismo quien entabló


Alemania la lucha con la fe católica, pero esto no puede apli
rse sino a los comienzos de la Reforma. En cuanto al espiritua
smo hubo abierto una brecha en el viejo edificio de la Iglesia,
recipitóse por ella el sensualismo con su pujante ardor, tanto
empo contenido, y Alemania se convirtió en tumultuoso teatro
onde se holgó una multitud ebria de libertad y ávida de alegrías
nsuales. Los reprimidos aldeanos encontraron en la nueva doc
ina armas intelectuales para sostener la guerra contra la aristo
acia, y a ella se entregaron con el ímpetu de gentes que ali
entaban ese deseo desde hacía muchos siglos. En Munster el
nsualismo corría desnudo por las calles en la figura de Juan de
eyde, y se acostaba con sus doce mujeres en una cama mons
uosa que se enseña hoy aún en el palacio municipal. Abríanse
or todas partes las puertas de los conventos, y frailes y monjas
rojábanse en brazos unos de otros y se acariciaban sin vergüen
. Toda la historia alemana de esa época se refiere a algaradas
ensualistas. Más adelante diré qué pocos resultados tuvo esta
acción, cómo sofocó el espiritualismo a todos los alborotadores,
e qué manera aseguró su poder en el Norte y el modo con que
te herido mortalmente por la filosofía ese enemigo que crió en
seno. Es una historia muy confusa, de muy difícil desenredo.
partido católico piensa lo peor, y, de hacerle caso, creeríase
te no se trataba siño de legitimar la lujuria más imprudente y
robar los bienes de la Iglesia. Es indudable que los intereses
telectuales deben marchar junto a los materiales si quieren
unfar; pero de tal manera enredó el diablo las cosas que no
bo manera de reconocer las intenciones. 3
Los ilustres personajes que se reunieron el 17 de abril de 1521
Worms, en el salón de la Dieta, puede ser que alimentaran
ensamientos diversos a los que tradujeron sus palabras. Tomó
iento en ella un emperador joven que revestía la nueva púrpura
on toda la alegría y todo el ardor que brota de la juventud al
dueñarse del poder, y que se regocijaba interiormente al ver que
orgulloso pontífice romano, cuya mano había pesado tan ruda
ente sobre los emperadores y cuyas pretensiones no estaban
in abandonadas, era a su vez objeto de terribles ataques.
26 ALEMANIA

El representante de Roma, por otra parte, gozaba secretame


al contemplar cómo se introducía la división entre aquellos
manes que tantas veces se habían arrojado sobre la hermosa Ita
para devastarla como bárbaros ebrios y a la que amenazaban
nuevas incursiones. Los príncipes del poder temporal se felic
ban de poder posesionarse de los bienes de la Iglesia media
las ideas que la nueva doctrina propagaba. Los eminentes prela
deliberaban ya sobre la conveniencia de casarse con sus cocine
para legar a sus descendientes varones los electorados, obispa
y abadías. Los burgueses en las ciudades se alegraban de la
tensión de su independencia, tanto espiritual como temporal.
que, como cada uno tenía algo que ganar, todos pensaban en
intereses terrenales.
Estoy seguro, sin embargo, que había allí un hombre que
pensaba en sí mismo sino en los divinos intereses que se apr
taba a defender. Ese hombre era Martín Lutero, el pobre fra
elegido por la Providencia para quebrantar aquel gran poder
Roma, contra el cual habíanse estrellado los emperadores
valientes y los filósofos más atrevidos. Pero la Providencia sa
muy bien sobre qué espaldas ha de colocar sus cargas. Hacía fa
una fuerza, no solamente moral, sino también física; se necesit
un cuerpo fortificado por larga disciplina monacal y por el v
de castidad, para soportar las fatigas de semejante misión. Nu
tro querido maestro estaba entonces tan pálido y delgado que
rubicundos y bien alimentados señores que asistían a la Di
miraban casi compadecidos a aquel pobre hombre descarnado
jo un traje negro. Pero estaba lleno de fuerzas y de salud, y
nervios eran tan vigorosos que no se dejó intimidar poco ni
cho por la brillante asamblea; y sus pulmones debían pos
extraordinaria resistencia, porque después de la defensa que p
nunció, le fue preciso repetirla en lengua latina, en vista de
su imperial majestad no conocía el alto alemán. Yo no pue
menos de impresionarme cada vez que recuerdo esta circunsta
cia, pues hay que advertir que nuestro amado maestro Mar
Lutero estaba de pie junto a una ventana, expuesto a una corrie
de aire fuerte, mientras que el sudor le bañaba la frente. Co
su largo discurso le había indudablemente fatigado mucho, par
HASTA LUTERO 27

que su garganta se secó en exceso. -Ese hombre debe tener


ucha sed, pensó el duque de Brunswick, sentado a su lado; se
e, por lo menos, que mandó trajesen de su albergue tres jarros
e la mejor cerveza de Eimberg. Nunca olvidaré tan noble acción
que tanto honró a la casa de Brunswick.
En Francia se tiene una idea completamente falsa acerca de la
eforma y su personaje principal. La causa primordial de esos
rores consiste en que Lutero no fue solamente el más grande
ombre, sino que es también el hombre más alemán que regis
an nuestros anales; que su carácter reúne en el grado más alto
das las virtudes y todos los defectos de los alemanes, y que
presenta en realidad todo lo maravilloso del espíritu germá
co. Poseía, en efecto, cualidades que raramente vemos juntas, y
e consideramos por lo general incompatibles entre sí. Era a la
ez un soñador místico y un hombre de acción. Sus pensamientos
solamente tenían alas, sino que tenían manos. Hablaba y, ¡cosa
traña!, también obraba; fue a un mismo tiempo la palabra y la
spada de su época. Además, Lutero era un escéptico frío, un
esmenuzador de palabras y un profeta exaltado, embriagado por
palabra de Dios. Tras un día penoso en que se gastaba su alma
on discusiones dogmáticas, cogía una flauta, cuando llegaba la
oche, y se extasiaba con melodías y pensamientos piadosos, con
mplando las estrellas. El mismo hombre que con su enérgica
alabra destrozaba a sus adversarios, sabía expresarse en lenguaje
n tierno y melifluo como una virgen enamorada. Unas veces era
petuoso y salvaje como huracán que desarraiga las encinas,
ras suave y murmurador como el céfiro que acaricia las violetas.
dominaba el santo temor a Dios, se hallaba presto a todos los
crificios en honor del Santo Espíritu, sabía elèvarse a las más
uras regiones del reino celestial y, sin embargo, conocía perfec
mente las magnificencias de esta tierra, sabía valorarlas y salió
e su boca el famoso proverbio:

Wer nicht liebt Wein, Weiber und Gesang,


Der bleibt ein Narr sein Lebenslang.

"Quien no gusta de las mujeres, del vino y del canto, es un


Dnto, y lo será mientras viva.”
28 ALEMANIA

En una palabra; era un hombre completo.


Llamarle espiritualista sería equivocarse tanto como darle
título de sensualista. ¿Cómo le diré? Tenía algo de original,
milagroso, de inconcebible; tenía lo que tienen todos los ho
bres providenciales, algo de terriblemente ingenuo, algo de
pemente prudente: era sublime y limitado.
Minero en Mansfeld era el padre de Lutero, y el niño baj
menudo a las entrañas del suelo, donde yacen los metales pre
sos, donde corren los manantiales primitivos; su tierno cora
se apropió, quizá sin saberlo, las secretas fuerzas de la naturale
y quizá también fue encantado por los espíritus de la tierra.
allí procede, sin duda, de tanta materia terrosa, la escoria de
pasiones que conservó, y por la que tantas veces se le ha acusa
pero se le injuria, porque, sin todo ese lastre terreno, ¿hubi
llegado a ser nunca un hombre de acción? Los espíritus puros
saben obrar. ¿No leemos en el tratado de los espectros de Ju
Stilling, que los espíritus pueden tomar la forma y la aparien
de criaturas humanas, que pueden andar, correr, bailar como
vivos, pero que no sabrían hacer nada material, ni camb
los muebles de su sitio?
¡Gloria a Lutero! ¡ Honor eterno a ese hombre ilustre, a qu
debemos la salvación de nuestros bienes más queridos, y a cu
beneficios debemos el vivir aún en estos momentos! No nos t
a nosotros quejarnos de los cortos límites de sus puntos de vi
El enano que monta sobre los hombros de un gigante, puede
duda, ver más lejos que éste, especialmente si se cuida de lle
gemelos ; pero en esa elevada posición faltará siempre el cora
del gigante. Mucho menos nos corresponde formular senten
rigurosas sobre sus faltas, pues éstas nos han sido más útiles
las virtudes de millares de seres. La sutileza de Erasmo y la mar
dumbre de Melanchthon no nos han hecho progresar tanto co
la brusquedad del hermano Martín. Sí, sus mismos errores, in
cados ya, han producido preciosos frutos que la humanidad
borea hoy. Desde el día de la Dieta en que Lutero negó la au
ridad del Papa, y declaró que era preciso refutar sus doctri
con argumentos sacados de la razón o de los pasajes de las San
Escrituras, desde aquel día comenzó una era nueva para Aler
HASTA LUTERO 29

ia. Fue rota la cadena con la cual San Bonifacio ató la Iglesia
emana a la Sede pontifical de Roma, y esa Iglesia, que formaba
arte integrante de la gran jerarquía, convirtióse en una demo
tacia religiosa. La misma religión se transformó. En lugar del
spiritualismo índico, del bautismo de Occidente, que se había
onvertido en Iglesia romana, nació el espiritualismo judaico deís
que recibe, bajo el nombre de fe evangélica, un desarrollo
onforme a circunstancias de lugar y tiempo. Esta última creencia,
como la antigua, puede ponerse en práctica con más comodi
ad; deja a la carne sus naturales derechos; la religión vuelve a
r una verdad; el sacerdote, un hombre que cumple lo que Dios
a ordenado, tomando una mujer y teniendo hijos.
Dios, por otra parte, vuelve a convertirse en un célibe celestial,
ues la legitimidad de su hijo es rudamente combatida, los santos
on rebajados, se cortan las alas a los ángeles, la madre de Dios
ierde sus derechos a la corona del cielo y se la prohibe hacer
ilagros. Desde entonces, en efecto, a medida que adelantan las
iencias naturales, los milagros cesan. Sea porque Dios no esté
atisfecho de que los físicos le miren las manos con tanta descon
anza, sea por cualquier otro motivo, el caso es que aún en estos
ltimos tiempos en que la religión se ha encontrado en grandí
mo peligro, ha rehusado sostenerla con algún esplendente mila
o. Quizá de aquí en adelante las nuevas religiones que se digne
tablecer se apoyarán solamente en la razón, lo que será mucho
ás razonable. Lo cierto es que el único milagro producido por
sansimonismo, que es la religión más nueva, fue el que una
tigua cuenta de sastre que Saint-Simon dejó sobre la tierra, se
gase diez años después por sus discípulos. Veo aún al excelente
dre Olinde irguiéndose con entusiasmo en la sala Taitbout y
señando a la asombrada concurrencia la cuenta del sastre ya sal
da. Y los tenderos se miraron con la boca abierta y los sastres
Omenzaron a creer.
Sin embargo, si Alemania perdió mucha poesía al perecer los
ilagros aventados por el protestantismo, se indemnizó por otros
otivos. Los hombres se hicieron más virtuosos. El protestantis
no tuvo la mayor influencia sobre esa pureza de costumbres y ri
uroso cumplimiento de los deberes que constituyen la moral,
30 ALEMANIA

y la dirección que ha tomado le identifica perfectamente con


moral. Vemos por todas partes un saludable cambio en la vi
de los eclesiásticos. Con el celibato desaparecen los vicios y
expansiones de los frailes, que dejan puesto a dignos minist
hacia los cuales hubiesen experimentado respeto los mismos an
guos estoicos. Es preciso haber recorrido a pie el Norte de A
mania para saber cuánta virtud y, añadiendo un hermoso epíte
cuánta virtud evangélica se encuentra en una modesta habitac
de pastor. ¡ Cuántas veces, en las veladas de invierno, he enc
trado en ellas una acogida hospitalaria, yo, extranjero, sin o
recomendación que el hambre y el cansancio que me abrumab
Y una vez que mi apetito estaba satisfecho, y que había dormi
bien, cuando me disponía a marchar, venía el pastor y me da
su bendición para el viaje, bendición que jamás me ha acarrea
ninguna desgracia. La excelente y locuaz mujer del pastor me d
lizaba en el bolsillo algunas tostadas, que no me eran menos ú
les, y detrás de la madre, en absoluto silencio, las bonitas hijas C
anciano sacerdote se estrechaban con sus mejillas ruborizadas
sus dulces ojos de color violeta, cuyo tímido fuego, dumante to
aquella jornada de invierno, reanimaba mi corazón.
Al sentar la tesis de que su doctrina debía ser discutida
rechazada por medio de la Biblia o con argumentos apoyados
la razón, Lutero concedió a la inteligencia humana el derecho
explicarse las Santas Escrituras, y la razón fue considerada co
juez supremo en todas las discusiones religiosas. De aquí resu
en Alemania la libertad del espíritu o de pensamiento, como se
quiera llamar. El pensamiento constituyó un derecho y las de
siones de la razón fueron legítimas. Es indudable que desde ha
algunos siglos se había pensado y hablado con bastante libert
y que los escolásticos disputaron sobre asuntos tan escabrosos
nos asombramos de verlos abordar en la misma Edad Media, p
esto provenía de la distinción establecida entre las verdades t
lógicas y filosóficas, distinción mediante la cual se preservab
intencionalmente de la herejía, y esto se verificaba únicame
en las aulas de las universidades y en un latín gótico que el p
blo no podía comprender. Sin embargo, aunque la Iglesia
tenía mucho que temer a estas discusiones, no estaban positi
HASTA LUTERO 31

ente autorizadas, y, de tiempo en tiempo, se quemaba, como


rotesta, algún pobre escolástico. Desde Lutero, por el contrario,
O se hizo distinción entre la verdad teológica y la verdad filosó
Ea, y se disputó en la plaza pública, y en lengua alemana, sin
mor de ningún género. Los príncipes que aceptaron la Reforma
gitimaron esa libertad de pensamiento, y uno de sus resultados
ndamentales es la filosofía alemana.
En parte alguna, ni en Grecia, se ha podido expresar y desa
ollar con más libertad el espíritu humano que en Alemania,
sde mediados del último siglo hasta la Revolución francesa. En
usia, especialmente, la libertad de pensamiento no tenía lími
s. El marqués de Brandeburgo comprendió que no podía llegar
ser rey legítimo de Prusia, sino apoyándose en los principios
Cotestantes, y que, por lo tanto, debía mantener la libertad de
ensamiento protestante. Desde entonces las cosas han cambiado,
actualmente el rodrigón natural de nuestra libertad protestante
ha entendido, para sofocarla, con el partido ultramontano; ha
egado a servirse traidoramente para sus designios de un arma
ventada y dirigida contra nosotros por el papismo: la censura.
¡Qué anomalía! Los alemanes constituimos el pueblo más
erte y más ingenioso de todos los pueblos. Los príncipes de
estra raza ocupan todos los tronos de Europa; nuestros Rots
ild gobiernan las bolsas del mundo entero; nuestros sabios rei
in en todas las ciencias; hemos inventado la pólvora de cañón
la imprenta, y, sin embargo, cuando alguno de nosotros dispara
1 pistoletazo, paga tres thalers de multa; y cuando alguno de
sotros desea insertar estas palabras en la Gaceta de Hamburgo :
articipo a mis amigos y conocidos que mi mujer ha dado feliz
ente a luz un niño hermoso como la libertad", el señor doctor
offmann coge el lápiz rojo y tacha "la libertad".
¿Durará esto aún mucho tiempo? Lo ignoro, pero lo que sé
S que la cuestión de la libertad de la prensa, que tan acalorada
ente se discute en estos momentos en Alemania, va unida estre
hamenté a todas las cuestiones que acabo de tratar; y creo que la
lución no ha de ser difícil si se tiene en cuenta que la libertad
e la prensa no es otra cosa sino la consecuencia de la liber
ad de pensar, y, por consiguiente, un derecho protestante. Ahora
32 ALEMANIA

bien, Alemania, que ha derramado ya su mejor sangre por de


chos semejantes, pudiera ser que fuese llamada por los mism
motivos a entrar de nuevo en campaña.
Es aplicable esta observación a la cuestión de libertad aca
mica que agita también violentamente las inteligencias en A
mania. Desde que se ha creído descubrir que es en las universi
des donde reina la mayor excitación política, es decir, amor a
libertad, se insinúa por todas partes a los soberanos la conveni
cia de sofocar esas instituciones o convertirlas , por lo menos,
escuelas ordinarias. Preséntanse nuevos planes y se discuten
ventajas e inconvenientes, así como los defensores que hasta ah
se han presentado, no parecen apreciar el verdadero aspecto de
cuestión. No comprenden que la juventud está toda ella anim
por el entusiasmo de la libertad, y que si se cierran las unive
dades, esa entusiasta juventud, recluida hasta entonces en esos c
tros docentes, se esparcirá por otros lugares, se unirá a la juv
tud de las ciudades comerciales y de las clases artesanas, y
manifestará con más energía. Los defensores de las universida
no se esfuerzan sino en probar que la ciencia en Alemania q
dará aniquilada al mismo tiempo que las universidades, que
libertad académica es útil a los estudios y que permite a los jó
nes considerar las cosas bajo sus diferentes aspectos; ¡ como
algunos vocablos griegos o algunas rudezas de más o de me
aportasén algo al asunto! ¿Y qué les importa a los príncipes
conservación de la ciencia, el estudio y la civilización, si se ha
en peligro la santa seguridad de su trono? ¡Tenían que ser m
héroes para sacrificar todos esos bienes relativos a un solo bi
absoluto, a su absoluto dominio! Porque ese bien les ha sido c
fiado por Dios; y cuando el cielo ordena, deben ceder todas
consideraciones terrestres .
Existe, pues, una mala inteligencia lo mismo por parte de
pobres profesores que defienden las universidades, que por la
los delegados del poder que las atacan. La cuestión, en Aleman
depende solamente de la propaganda católica. Ésta es la enemi
secreta de nuestro sistema de universidades, a las que comba
con la astucia y la mentira; y cuando alguno de los piadosos he
manos de la asociación demuestra tomar interés por las univer
HASTA LUTERO 33

es, descúbrese en seguida, oculta bajo sus palabras, alguna


iga. Saben perfectamente lo que se encuentra en juego y la
ecie de ganancia que de él se puede sacar; porque con las uni
idades caería la iglesia protestante, cuyas únicas raíces arraí
en aquéllas, raíces tan profundas, que toda la historia de la
sia protestante, en estos últimos siglos, no estriba sino en las
usiones teológicas de las doctas universidades de Wittemberg,
Leipzig, de Tubinga y de Halle. Los consistorios no son sino
ébil reflejo de la facultad de teología; sin eso perderían toda
etabilidad y todo carácter, y caerían bajo la dependencia de
ministerios, y quizá de la policía.
Pero no quiero entregarme a estas enojosas consideraciones,
ndo aún tengo que hablar de ese hombre providencial, a quien
pueblo alemán debe tantas cosas grandes. He demostrado de
modo nos ha hecho llegar a la más alta independencia de pen
iento. Y Lutero no nos dio solamente la libertad de movi
ntos, sino también los medios para movernos; dio un cuerpo
spíritu, y al pensamiento la palabra.
Creó la lengua alemana, lo que realizó traduciendo la Biblia.
El divino autor de ese libro parecía saber, tan bien como nos
s , que la elección de un traductor no es cosa sin importancia.
mismo creó el suyo y le dotó de la maravillosa facultad de
ucir la obra de una lengua, que estaba ya hacía tiempo muer
enterrada, a otra que aún estaba por nacer.
En verdad se tenía la Vulgata, la cual se entendía, y los Se
a, que empezaban a entenderse; pero se había perdido por
pleto el conocimiento del hebreo en el mundo cristiano. Sola
ate los judíos, dispersos aquí y allí, en un rincón del mundo,
servaban aún las tradiciones de ese lenguaje. Como fantasma.
guarda un tesoro que se le confió cuando vivía, esa nación
scritá, ese espectro de pueblo retirado en sus oscuros ghettos,
servaba la Biblia hebraica; y veíanse sabios alemanes deslizar
furtivamente para apoderarse del tesoro de la ciencia, El clero
lico vio un peligro en ello, pues el pueblo podía llegar por
camino a la verdadera palabra divina y descubrir las falsifica
nes romanas; así que se esforzó por acallar todas las tradicio
de los israelitas y se dispuso a obstruir todos los libros he
34 ALEMANIA

breos. Entonces comenzó a orillas del Rin esa guerra a los lib
contra la cual se alzó gloriosamente el excelente doctor Reuch
Los teólogos de Colonia, que eran los que entonces se agitab
y con especialidad Hochstraten, no tenían tan pocas aspiracio
como opina Ulrich de Hutten, el valiente campeón de Reuch
en sus Litterae obscurorum virorum. Tratábase del aniquilam
to de la lengua hebrea. Después que Reuchlin venció, p
Lutero comenzar su obra. En una carta que por esa época escr
a Reuchlin, parece ya reconocer toda la importancia de la
toria alcanzada por éste en una situación difícil y de depender
mientras que él, el fraile agustino, gozaba de toda su libertad
esa carta dice Lutero con toda ingenuidad: Ego nihil timeo,
nihil habeo.
Me ha sido imposible comprender hasta ahora cómo p
llegar Lutero al lenguaje de que se sirvió para traducir la Bil
El antiguo dialecto de Suabia había desaparecido por comp
desde la época de los emperadores de la casa Hohenstauffen
antiguo dialecto sajón, al que denominan alemán vulgar, ' no
ba difundido sino en una parte del norte de Alemania, y, a
pecho de cuanto se ha intentado, no ha podido servir jamás
usos literarios. Si Lutero se hubiese servido para su traduc
de la Biblia del lenguaje que se habla hoy en Sajonia, Adel
hubiera tenido razón al pretender que el lenguaje sajón, y s
todo el dialecto de Meissen, era el alto alemán, es decir, nu
lenguaje literario. Pero este error ha sido refutado hace mu
tiempo, y no hablo de él sino porque está muy acreditad
Francia. El sajón de hoy no ha sido jamás un dialecto del pu
alemán, así como tampoco el silesiano, pues ambos han na
del colorido eslavo. Repito que no sé cómo ha nacido la le
que encontramos en la Biblia de Lutero; pero sé que, medi
esa Biblia, de la cual esparció la naciente prensa millares de e
plares entre el pueblo, el idioma luterano se difundió por
Alemania y sirvió en todas partes de lenguaje literario. Reina
en Alemania y da a ese país, fraccionado religiosa y política
te, una unidad literaria. Este inmenso servicio nos indemniz
que ese lenguaje, tal como hoy se encuentra, carezca de la
midad que existe en las lenguas que se forman de un solo dial
HASTA LUTERO 35

to ese carácter de intimidad palpita en el estilo de Lutero en


Biblia, y este antiguo libro es un eterno manantial de rejuve
cimiento para nuestro idioma. Todas las expresiones y todos los
os que se encuentran en la Biblia de Lutero son esencialmente
manes; los escritores pueden emplearlos siempre; y como ese
ro está en manos de las clases más humildes, no tienen necesi
de sabias lecciones para expresarse en forma literaria.
No contribuyeron menos los escritos originales de Lutero, a
rel idioma alemán. Penetran profundamente en las inteligen
$ por la vivacidad y la pasión de su dialéctica. El tono que en
os impera no es siempre de una gran delicadeza; pero las revo
iones religiosas tampoco se hacen con azahares. Para hendir
seros troncos, es preciso emplear algunas veces groseras cuñas.
la Biblia, el lenguaje de Lutero conserva siempre cierta dig
dad por respeto a la presencia del espíritu divino. En sus es
tos de polémica se abandona, por el contrario, a una rudeza
ebeya que es, a la vez, tan repulsiva como grandiosa. Sus expre
nes y sus metáforas se asemejan bastante a esas gigantescas
ágenes de piedra que se encuentran en los templos egipcios o
dúes, y cuya fealdad y colores chillones nos atraen y nos re
len al mismo tiempo. En medio de su estilo barroco y rudo,
audaz fraile se presenta algunas veces como un Danton religio
como un predicador de la montaña, que, erguido sobre la cima,
la a rodar sobre sus adversarios sus vibrantes palabras como
as desgajadas.
Las poesías de Lutero, esas canciones que ha lanzado en el
nbate y durante las tormentas de la jornada, son más curiosas
ignificativas que aquellos escritos. Diríase que son una flor
brotó entre piedras, un rayo de luna iluminando el mar irri
o. Lutero gustaba de la música y hasta escribió un tratado
re ese arte; así es que sus canciones son muy melodiosas. Bajo
e aspecto mereció el sobrenombre de cisne de Eisleben. Pero
parecía ciertamente un manso cisne en algunos cantos donde
nima .el valor de los suyos y se exaltaba a sí mismo hasta el
or salvaje .
Era, así, un verdadero canto de guerra, aquél con el que entró
Worms, seguido de sus compañeros. La antigua catedral tem
36 ALEMANIA

bló ante los nuevos sones, y los cuervos se alarmaron en sus


curos nidos, en la cima de las torres. Ese himno, la Marsellesa
la Reforma, ha conservado hasta nuestros días su poder enérgi
y quizás entonemos pronto en análogos combates estas antigua
vibrantes palabras:

Nuestro Dios es una fortaleza,


Una espada y una buena armadura
Él nos librará de todos los peligros
Que ahora nos amenazan.
El perverso demonio antiguo
Hoy nos odia seriamente;
Armado de astucia y poder,
No tiene igual en el mundo.
Vuestro poder no tiene fuerza,
Pronto veréis vuestra pérdida;
El hombre de verdad por nosotros combate;
Dios mismo le ha elegido.
¿Queréis saber su nombre?
Es Jesucristo
El verdadero gran señor,
No hay más Dios que él,
Vigilará el campo y dará la victoria
Aunque el mundo esté lleno de demonios
Y quieran devorarnos;
No nos aflijamos demasiado,
Nuestra empresa saldrá bien, sin embargo.
El príncipe de este mundo
Aunque nos muestra su disgusto
No nos hará daño,
Está condenado,
Una sola palabra le derriba.
Nos dejarán la palabra
Y no por eso daremos gracias,
La palabra está entre nosotros
Con su espíritu y sus dones.
Que nos cojan nuestro cuerpo,
Nuestros bienes, honor, hijos ...
Dejadles hacer.
Nada ganarán con ello;
De nosotros será el imperio.
HASTA LUTERO 37

He demostrado en qué medida debemos a nuestro querido


tero la libertad de pensar, de la cual tenía tanta necesidad para
desenvolvimiento la moderna literatura. He mostrado de qué
do nos creó la palabra, el lenguaje, mediante el cual debía
nifestarse esa literatura; tengo que añadir aún que él inicia en
sona esa literatura, que las bellas letras, propiamente dichas,
nienzan con Lutero; que sus canciones espirituales constitu
à para aquéllas el primer monumento importante y revelan ya
lo un carácter. Quien desee hablar de la literatura moderna de
emania, debe, pues, comenzar por Lutero, y no por ese buen
rgués de Nurenberg, llamado Hans Sachs, como se les ocurrió
algunos literatos románticos de mala fe. Hans Sachs, ese trova
de la honrada corporación de zapateros, cuyos cantos maestros
son más que una informe parodia de las antiguas canciones de
trovadores, y cuyos dramas son una absurda mascarada de los
tiguos misterios; ese ridículo farsante, que remeda penosamen
la libre ingenuidad de la Edad Media, será quizás el último
eta de• los tiempos antiguos, pero seguramente no es el primero
los nuevos.
SEGUNDA PARTE

DE LUTERO A KANT

EN ESTE LIBRO, en su parte primera hemos hablado de la gr


revolución religiosa, cuyo representante en Alemania fue Lute
Vamos a hablar ahora de la revolución filosófica, consecuencia
la primera, y que no es ni más ni menos que la última con
cuencia del protestantismo . Pero, antes de exponer de qué me
estalló esa revolución con Kant, es necesario recordar los ac
tecimientos filosóficos acaecidos en el extranjero, la importan
de Spinoza, la filosofía de Leibniz, las transacciones de e
filosofía con la religión y sus disidencias. Tampoco debemos p
der de vista esas cuestiones de la filosofía a las que atribuim
una importancia social y a cuya solución concurre juntamente c
la religión .
Se trata, desde luego, de la naturaleza de Dios, que es' el pr
cipio y el fin de toda sabiduría, como humildemente dicen
creyentes, sentencia a la que no puede menos que unirse el fi
sofo a pesar de su orgullo y de su ciencia.
Aun cuando así se dice ordinariamente, no es Bacon si
Descartes el verdadero padre de la moderna filosofía, y vamo:
demostrar con toda claridad en qué grado de filiación con re
ción a él se encuentra la filosofía alemana.
Descartes es francés, y por lo tanto, una vez más, se debe
Francia la gloria de la iniciativa; pero la tierra alegre, bullici
y turbulenta de los franceses jamás ha sido terreno propicio p
la filosofía, por lo que ésta probablemente nunca arraigará a
Así lo comprendió Descartes, quien se fue a los Países Bajos,
lugar tranquilo y taciturno de los trekschuitas y de los holandes
Fue allí donde escribió sus obras, donde pudo emancipar su
píritu del formalismo tradicional y donde elevó un edificio fi
sófico completo de sentimientos puros, que no fueron tomac
ni de la fe ni del empirismo, condición después exigida a to
filosofía verdadera, Fue allí donde pudo ensimismarse de tal mo
38
DE LUTERO A KANT 39

as profundidades del pensamiento, que lo persiguió hasta los


mos repliegues de su conciencia, y donde pudo hacer constar
existencia del yo por medio del pensamiento en su célebre
posición: Cogito, ergo sum.
Es posible que en ningún otro país, que no fuese Holanda, se
iera podido atrever Descartes a enseñar una filosofía que
pía abiertamente con todas las tradiciones del pasado. Le co
ponde el honor de haber fundado la autonomía de la filosofía,
desde entonces no tuvo necesidad de pedir permiso a la teo
a para pensar, pudiendo colocarse junto a ella como ciencia
ependiente, y no digo en oposición a ella, pues en aquellos
pos dominaba el siguiente principio: " Las verdades alcanza
por la filosofía son, en último término, las mismas que la
gión nos revela." Los escolásticos, como ya lo indiqué antes,
solamente concedían a la religión supremacía sobre la filoso
sino que llegaban a considerar la última como un juego, como
insignificante ejercicio de esgrima, en cuanto se ponía en con
icción con los dogmas religiosos.
Lo esencial para los escolásticos era expresar sus pensamientos,
cualquier modo que fuesen. Decían, por ejemplo: "Una vez
es uno", y lo probaban; pero añadían sonriendo: "Este es uno
os errores en que incurre siempre la razón humana cuando
en contradicción con las decisiones de los concilios ecumé
s; una vez uno es tres, y esta es la pura verdad, tal como nos
sido revelada por la gracia del Padre, el Hijo y el Espíritu
o". Los escolásticos, en secreto, se oponían a la filosofía de
glesia, pero le testimoniaban en público la más grande y más
Scrita sumisión. En muchas ocasiones combatieron por la Igle- d
y formaron en su honor en las grandes ceremonias, como los
tados franceses del llano en las solemnidades de la restaura

Más de seis siglos duró la comedia representada por los esco


cos y cada vez se hizo más trivial. Al destruir el escolasticis
destruyó Descartes la caduca oposición de la Edad Media;
antiguas escobas se habían estropeado en largos servicios pres
os y por la mucha suciedad que a ellas se había adherido, y los
vos tiempos reclamaban escobas nuevas. Tras una revolución,
40 ALEMANIA

es preciso que abdique la oposición precedente, sin lo cual se


meterían muchas tonterías. Nosotros lo hemos presenciado. En
época de que hablo se alzaron contra la filosofía cartesiana,
tanto la misma Iglesia católica, como sus antiguos adversarios
mala ralea de los escolásticos. Hasta 1663. el Papa no prohi
esa filosofía.
Siendo de mi deber suponer que los franceses conocen s
cientemente la filosofía de su gran compatriota, no tengo nec
dad de demostrar aquí de qué modo han podido encontrar en
aun los sistemas más opuestos, los materiales que necesitaban.
refiero al idealismo y al materialismo.
Como son conocidas estas dos doctrinas, sobre todo en Fr
cia, bajo los nombres de espiritualismo y de sensualismo, y co
acostumbro a emplear en otra acepción las últimas denomina
nes, debo, para evitar toda confusión en las ideas, toda mala
terpretación, definir con claridad lo que por esas dos expresio
entiendo yo.
Desde los tiempos más remotos existen dos opiniones op
tas sobre la naturaleza del pensamiento humano, es decir, so
las últimas fuentes del conocimiento intelectual, sobre el ori
de las ideas. Unos sostienen que nuestras ideas vienen del e
rior, que nuestro espíritu no es más que un alambique v
donde se elaboran las impresiones recogidas por los sentidos
la misma manera que el alimento que llega al estómago.
Para emplear una imagen mejor, esa gente considera al
píritu como una página en blanco, donde la experiencia esc
sucesivamente y cada día algo nuevo, según ciertas reglas grá
determinadas. Los que profesan distinta opinión, sostienen
las ideas nacen en el hombre, que el espíritu humano es el lu
originario de las ideas, y que el mundo exterior, la experie
y los sentidos, que son los intermediarios, no nos hacen reco
cer sino aquello que ya estaba depositado en nuestro espírit
no hacen más que despertar ideas que dormitaban.
A la primera doctrina se le llamó sensualismo, y en ocasio
empirismo; a la segunda se la denomina espiritualismo y tamb
racionalismo. Sin embargo, estas denominaciones pueden dar
gen a interpretaciones erróneas. También designamos con
DE LUTERO A KANT 41

mbres de espiritualismo y sensualismo dos sistemas sociales


e se presentan en todas las manifestaciones de la existencia.
plicamos, en efecto, el nombre de espiritualismo a esa soberbia
etensión del espíritu que, para obtener su exclusiva glorifica
n, se esfuerza en pisotear la materia, por lo menos en rebajar
Llamamos sensualismo a lo que se opone a esa pretensión ;
osición que tiene por objeto la rehabilitación de la materia y
e revindica los derechos inalienables de los sentidos, aunque
r esto no niegue los derechos ni tampoco la supremacía del
píritu.
Así, pues, a estos dos sistemas sociales dejo los nombres de
piritualismo y de sensualismo. En cuanto a las oposiciones filo
ficas sobre el origen de nuestros conocimientos , les prefiero dar
denominaciones de idealismo y de materialismo, y designo
n la primera la doctrina de las ideas innatas, de las ideas a
iori, y con la otra la doctrina del conocimiento por la experien
a, por los sentidos, es decir, la doctrina de las ideas a posteriori.
Es un hecho muy significativo el que en Francia no haya po
do nunca arraigar el aspecto idealista de la filosofía cartesiana.
arios renombrados jansenistas siguieron durante algún tiempo
a dirección, pero se perdieron muy pronto en el espiritualismo
istiano. Es posible que se deba a esta circunstancia el descrédito
l idealismo entre los franceses. Los pueblos tienen un presen
niento instintivo de lo que les es necesario para cumplir su
isión. Los franceses marchaban ya hacia esa revolución política
le no estalló hasta fines del siglo XVIII, y para la que tenían ne
sidad de un hacha y de una filosofía materialista no menos fría,
menos cortante. El espiritualismo cristiano combatía en las
estes de los enemigos, y el sensualismo se convirtió entonces
su natural aliado.
Porque los sensualistas franceses eran por lo general materia
stas, se cree equivocadamente que el sensualismo procede tan
blo del materialismo. Pero no es así; el sensualismo puede ser
ambién resultado del panteísmo, y entonces se presenta hermoso
imponente. Sin embargo, no queremos en absoluto negar los
ervicios prestados por el materialismo francés. Este materialismo
ue un contraveneno eficaz contra el mal antiguo, un remedio
42 ALEMANIA

corrosivo para una enfermedad desesperada, una soberana par


cea para un pueblo infestado. Los filósofos franceses eligieron
Locke como maestro, y era el salvador que necesitaban. El Es
on the human understanding fue su evangelio, y prestaron ju
mento sobre él. Locke fue a la escuela con Descartes y apren
de él lo que un inglés puede aprender: mecánica , análisis, cálcu
Lo que ciertamente no pudo comprender, fueron las ideas in
tas. Así, pues, perfeccionó la doctrina según la cual obtenen
todos nuestros conocimientos por la experiencia externa. Hizo
espíritu humano una especie de mecánica, y todo el hombre
convirtió entre sus manos en una máquina inglesa. Idéntico
terio aplican al hombre los discípulos de Locke, aun cuando qu
ran diferenciarse de él bajo diversas denominaciones. Tienen
miedo espantoso a las últimas consecuencias de su principio
minante, y el discípulo de Condillac se asusta al ser incluido
idéntica categoría a la de un Helvetius, de un d'Holbach o de
Lamétrie; y sin embargo, eso es inevitable y me veo obligade
dar a los filósofos franceses del siglo XVIII y a sus continuado
de hoy, el nombre de materialistas. El hombre-máquina es la
tima consecuencia de la filosofía francesa.
Partidarios del deísmo eran la mayoría de estos materialis
porque una máquina supone un mecánico, y la mayor perfecc
de esta máquina consiste en que sepa conocer y apreciar la cien
técnica de semejante artista, ya en su misma construcción, ya
las otras obras suyas.
El materialismo cumplió su misión en Francia. Quizás
realizado la misma labor en Inglaterra, y los partidos revoluc
narios en el último país, especialmente los bentalistas, los
predican la utilidad, se apoyan en Locke. Estos son espíritus
derosos que se han apoderado de la verdadera palanca capaz
mover a John Bull. John Bull nació materialista, y su espirit
lismo cristiano es en gran parte una tradicional hipocresía, o s
quizás una resignación estúpida; se resigna su carne porque
espíritu no le presta ayuda. Sucede todo lo contrario en Aleman
y se equivocan los revolucionarios alemanes cuando creen
puede favorecer sus proyectos una filosofía materialista.
Alemania se mostró siempre alejada del materialismo, por
DE LUTERO A KANT 43

durante siglo y medio el verdadero hogar del idealismo. Los


manes concurrieron a la escuela de Descartes, y el gran discí
o de aquél se llamó Gottfried Wilhelm Leibniz. Éste siguió
tendencia idealista del maestro, mientras que Locke eligió la
terialista. En Leibniz encontramos de la manera más acentua
la doctrina de las ideas innatas y combatió a Locke en sus
evos ensayos sobre el entendimiento humano. Por él se desa
ló entre los alemanes un gran ardor hacia los estudios filosó
os, despertó las inteligencias y las condujo por nuevos derrote
- La dulzura íntima, el sentimiento religioso que animaba sus
bajos, hasta cierto punto reconciliaron con su atrevimiento a
espíritus recalcitrantes, y el efecto fue prodigioso. El atrevi
ento de este filósofo se muestra sobre todo en su teoría de las
nadas, una de las hipótesis más brillantes que haya brotado del
ebro de un filósofo, y que tiene gran importancia, pues en ella
ve ya germinar el presentimiento de las principales leyes re
ocidas por nuestra moderna filosofía. La teoría de las mónadas
era en el fondo quizá sino una manera débil de formular las
meras leyes que han sido proclamadas ahora en fórmulas, me
es por los filósofos naturalistas. Debería emplear en lugar de
palabra leyes la de fórmulas, para hablar con propiedad, pues
wton hace observar con gran acierto que lo que llamamos leyes
la naturaleza no existe, y que no hay sino fórmulas que vienen
ayuda de nuestra inteligencia para explicar en la naturaleza
à serie de hechos. La Teodicea es, de las obras de Leibniz, la
e más ha dado que hablar en Alemania, y, sin embargo, es su
ducción más débil. Ese libro, como algunos otros donde se ma
esta el sentimiento religioso de Leibniz, le ha valido un mal
ombre y ha hecho que no sea bien apreciado. Sus enemigos
acusaron de debilidad intelectual y de sensiblería y sus amigos,
a defenderle, le presentaron como un hipócrita astuto. El ca
ter de Leibniz fue durante mucho tiempo para nosotros un
nto de controversia; los más benévolos no han podido absol
le de la acusación de doblez; los que más le desacreditaron
ron los despreocupados y los amigos de las luces. ¿Cómo po
in perdonar a un filósofo el que hubiera defendido la Trinidad,
penas eternas del infierno y la divinidad de Cristo? Su tole
44 ALEMANIA

rancia no era tan amplia. Pero Leibniz ni fue un tonto ni


miserable, y desde su altura armónica pudo muy bien defen
integralmente al cristianismo, y digo integralmente, porque lo
fendía contra el semicristianismo. Demostró que los ortodo
eran consecuentes en su sistema, lo que no podía decirse de
adversarios. Ni pretendió otra cosa. Y entonces se encontr
en ese punto de la indiferencia, en el que los diversos sister
no se presentan sino como aspectos diversos de una misma
dad. Ese punto de indiferencia ha sido reconocido más tarde
J. Schelling y ha sido establecido por Hegel de una manera d
tífica como un sistema de sistemas. Desde un punto de vista a
logo se ocupó Leibniz de una correspondencia entre Plató
Aristóteles. Entre nosotros mismos se ha planteado frecue
mente después ese problema. ¿Ha sido resuelto?
¡No!, porque este problema no es más que un arreglo de
lucha entre el idealismo y el materialismo. Platón era comple
mente idealista, y no conocía más que ideas innatas. El homb
al nacer, trae consigo sus ideas, y cuando adquiere conciencia
ellas se le presentan como recuerdos de una existencia anter
De aquí la vaguedad y el misticismo de Platón, que no hace s
acordarse con más o menos claridad. En Aristóteles, por el
trario, todo es claro, inteligible, cierto, porque sus conocimien
no se le manifiestan con reminiscencias de un mundo anter
sino que lo recibe todo de la experiencia y sabe clasificarlo t
con la mayor precisión; por eso será siempre el prototipo de
empíricos, quienes no cesan de alabar a Dios por haber hecho
Aristóteles el maestro de Alejandro, el cual, con el producto
sus conquistas, le proporcionó los medios adecuados para el p
greso de la ciencia, regalándole muchos miles de talentos para
cilitarle las investigaciones zoológicas. El anciano pedagogo
plearía, estoy seguro de ello, concienzudamente aquel dinero,
el cual desecaría respetable número de mamíferos, rellenaría
paja muchos pájaros y realizaría las más escrupulosas observa
nes; pero, con hacer tanto, omitió el estudiar el gran bípedo
tenía con más frecuencia ante su vista, que era el más curios
al que él mismo educó. En efecto; Aristóteles nos ha dejado
noción alguna acerca de la naturaleza de aquel rey adolesce
DE LUTERO A KANT 45

ya vida y cuyas acciones constituyen para nosotros un motivo


asombro y de misterio. ¿Quién era Alejandro? ¿Qué se pro
so? ¿Fue un loco o un dios? Nada sabemos todavía, pues Aris
teles nos da muchos y más completos detalles sobre los cuadrú
dos de Asiria, los loros indios y las tragedias griegas, que él
mbién disecó.
F
¡ Platón y Aristóteles! No representan solamente dos sistemas;
nstituyen también los dos tipos de la naturaleza humana que
sde tiempo inmemorial se han presentado siempre en oposición
n mayor o menor hostilidad. Así se ha combatido, especialmen
en la Edad Media, hasta nuestros días, y está lucha forma parte
encial de la historia de la Iglesia cristiana. Sean cualesquiera los
mbres que se citen, siempre se tratará de Platón y Aristóteles.
s temperamentos soñadores místicos, platónicos, revelan en el
ndo de su alma las ideas cristianas y los símbolos que les co
esponden. Las inteligencias prácticas, regulares, aristotélicas,
nstruyen con esas ideas y esos símbolos un sólido sistema, el
gma y el culto. La Iglesia concluyó por cobijar en su seno esas
s naturalezas de hombres, de los cuales unos tomaron posición
el clero secular, y los otros encerráronse en los monasterios,
a que por eso dejaran de combatir. Idéntica lucha se manifiesta
la Iglesia protestante, pues a los místicos y a los dogmáticos
1 catolicismo hasta cierto punto responden con sus disidencias
pietistas y ortodoxos del protestantismo. Los pietistas protes
ntes son místicos sin imaginación y los ortodoxos protestantes
gmáticos sin espíritu.
Vemos a esos dos partidos protestantes entregados a una gue
encarnizada en tiempos de Leibniz, y su filosofía intervino
spués cuando Christian Wolf se apoderó de ella, la acomodó a
necesidades de su tiempo, y la confesó, lo que tiene más im
ortancia, en lengua alemana. Pero antes de referirme a ese dis
pulo de Leibniz, a sus esfuerzos y a la suerte ulterior del lute
nismo, debo hacer mención del hombre providencial , que no se
rmó con Locke y Leibniz en la escuela de Descartes, que no
istió, durante mucho tiempo, sino para el odio y el desprecio,
que hoy llega, sin embargo, a gobernar las inteligencias. Hablo
Spinoza.
46 ALEMANIA

La manera con que un gran genio se forma con ayuda de o


es menos por asimilación que por rozamiento. Un diamante p
menta a otro. Así la filosofía de Descartes no creó, pero hizo
floreciese la de Spinoza. Por esta razón encontramos en el di
pulo el método del maestro, lo que es una gran ventaja. Desp
hallamos, lo mismo en Spinoza que en Descartes, que el modo
demostrar está tomado de las matemáticas, lo que resulta en
gran defecto. La forma matemática da un tono áspero y dur
Spinoza; pero es como la cáscara de la almendra que hace
sabroso el fruto. La lectura de Spinoza impresiona como el asp
to de la grandiosa naturaleza en su augusta calma; es una se
de pensamientos altos como el cielo, cuyas floridas cimas se a
tan en movimientos ondulantes, mientras que los troncos inc
movibles hunden sus raíces en la tierra eterna. En sus escritos
respira cierto aire que nos conmueve de una manera indefini
Creeríase respirar el aire del porvenir. ¿Flotará sobre él, como
gítimo descendiente, el espíritu de los profetas israelitas? Hay
él, además, una seriedad, una entereza, como quien tiene a
ciencia de su fuerza, una grandeza de pensamiento que parece u
herencia; porque Spinoza formaba parte de esas familias márti
expulsadas entonces de España por los muy católicos reyes. $
mad a esto la paciencia de un holandés, nunca desmentida en
escritos ni en su vida.
La vida privada de Spinoza consta que fue limpia de acu
ción, y que se deslizó pura y sin mancha, como la de su divi
pariente Jesús. Como él sufrió por su doctrina; como él llevó
corona de espinas. Allí donde una gran inteligencia proclama
pensamientos, se vuelve a encontrar el Gólgota.
Si alguna vez vas a Amsterdam, querido lector, pide que
enseñen la sinagoga española. Es un hermoso edificio, cuyo tec
descansa sobre cuatro columnas colosales. En su centro se ele
la tribuna desde donde se lanzó el anatema contra el perjuro a
ley mosaica, el hidalgo Baruch Spinoza. Esa vez se sopló en u
corneta que se llama schofar. Es necesario que esa corneta evoq
ideas muy espantosas, pues he leído en la vida de Salomón Ma
món, que el rabino de Altona emprendió. un día la misión
atraerle a la fe de sus padres, y como persistiese en sus herejí
DE LUTERO A KANT 47

osóficas, el rabino le amenazó y le enseñó el schofar, diciéndole


on acento sombrío: " ¿Conoces esto?" Y al responderle muy tran
ilamente el discípulo de Kant: "Sé que es el cuerno de un
acho cabrío", el rabino cayó de espaldas horrorizado.
Ese cuerno acompañó la excomunión de Spinoza; éste fue
rojado solemnemente de la comunidad de Israel y declarado
digno de llevar en adelante el nombre de judío. Los sicarios del
eísmo fueron inexorables y aún ahora se enseña en Amsterdam
lugar ante la sinagoga española donde atacaron a Spinoza con
s puñales.
No puedo dejar de llamar la atención sobre las desventuras
ersonales que rodearon a ese hombre, que no solamente se for
ó en las lecciones de la escuela sino en las de la vida. Esto es lo
ue le distingue de la mayoría de los filósofos, y en sus páginas
ercibimos las influencias directas de la vida real. La teología no
lamente fue una ciencia para él; la aprendió, lo mismo que la
olítica, por la práctica tanto como por la teoría. El padre de su
mante fue ahorcado por crímenes políticos en los Países Bajos,
no hay lugar en el mundo donde se ahorque de peor manera
ue allí. No os podéis formar idea de los interminables preparati
os y ceremonias que se verifican en caso semejante . El paciente
caba por morir de fastidio, y el espectador tiene mucho tiempo
ara sus reflexiones. Estoy convencido de que Spinoza reflexionó
ucho sobre la ejecución del viejo Vande-Eude; y, así como en
tra ocasión comprendió la religión con los puñales, comprendió
n ésta la política con la soga. Leed su Tractatus politicus.
Mi tarea es tan sólo indicar de qué manera son parientes, más
menos lejanos, entre sí todos los filósofos, y me limito a señalar
us grados de parentesco y su genealogía. La filosofía de Spinoza,
ercer hijo de Descartes, tal como él la enseña en su obra princi
al, la Ética, está tan lejos del materialismo de su hermano Locke,
omo del idealismo de su hermano Leibniz. Spinoza no se ator
menta de una manera analítica con la cuestión de las últimas razo
nes de nuestros conocimientos, y nos ofrece su gran síntesis, su
explicación de la divinidad.
Enseña Spinoza que no existe más que una sola sustancia, que
es Dios. Esta sustancia única es infinita, absoluta. Todas las sus
48 ALEMANIA

tancias finitas emanan de ella, se hallan contenidas en ella, sob


nadan en ella, sumérgense en ella; todas ellas no tienen más q
una existencia pasajera, accidental. La sustancia absoluta se mar
fiesta tanto por el pensamiento infinito como por la extensi
infinita. Los dos, el pensamiento infinito y la extensión infini
son atributos de la sustancia absoluta y nosotros tan sólo recono
mos esos dos atributos, pero tal vez Dios, la sustancia absolu
tendrá otros muchos más que nos son desconocidos. Non dica
Deum omnino cognoscere, sed me quaedam ejus attributa, m
autem omnia, neque maximan intelligere partem.
Tan sólo la necesidad y la maldad pudieron dar a tal doctri
la calificación de atea. Jamás alguien se ha expresado sobre la
vinidad de manera más sublime que Spinoza. En lugar de de
que negaba a Dios, podría decirse que negaba al hombre. Tod
las cosas finitas son para él sólo modos de la sustancia infinit
todas las sustancias finitas están conferidas en Dios; la intelige
cia humana es sólo un rayo luminoso del pensamiento infinit
Dios es la causa infinita de los dos, de los espíritus y de los cue
pos, natura naturans.
En una carta que dirigió Voltaire a la señora Du Deffant,
muestra muy complacido de una idea de esa dama, la que di
que todas esas cosas que el hombre no alcanza a conocer, son seg
ramente de tal naturaleza, que para nada le serviría conocerlas.
podría aplicar esta observación al pasaje de Spinoza, citado m
arriba, y según el cual pertenecen a la divinidad, no solamen
los dos atributos conocidos, pensamiento y extensión, sino tam
bién otros que no podemos conocer. No tiene ningún valor pa
nosotros, lo que no podemos conocer, por lo menos desde el pur
de vista social en que se trata de traducir en hechos sensibles
que ha sido reconocido en la idea. Así, pues, en nuestra explic
ción de la naturaleza de Dios, tenemos únicamente que atenern
a los dos atributos cognoscibles. Y, por otra parte, todo lo q
designamos con el nombre de atributos de Dios, no es, en últin
término, sino una forma diferente de nuestra manera de conceb
y estas formas diferentes son idénticas en la sustancia absolut
El pensamiento no es sino la extensión invisible, y la extensi
no es más que el pensamiento visible. Aquí nos encontramos c
DE LUTERO A KANT 49

parte esencial de la filosofía alemana de la identidad, que no


ere en el fondo en absoluto de la de Spinoza. Por mucho que
afane J. Schelling en querer probar que su filosofía es distinta
la de Spinoza, que es más bien una amalgama de lo ideal y de
real, que se aleja del spinozismo como la perfección de las
atuas griegas se aleja de la rigidez de los originales egipcios,
puedo menos que declarar que, en su primera época, en aque
en que todavía J. Schelling era filósofo, no se diferenciaba ab
utamente en nada de Spinoza. Lo que hizo fue tan sólo seguir
o'camino para llegar a la misma filosofía, y esto es lo que me
eda por explicar cuando diga de qué manera abrió Kant una
eva ruta, que Fichte la siguió, de qué modo siguió las huellas
último un Schelling, y cómo éste, vagando errante una vez
las sombrías selvas de la filosofía alemana, se encontró final
ente frente a frente con la gran figura de Spinoza.
No tiene otro mérito la moderna Filosofia de la naturaleza
el haber demostrado, de la manera más elocuente, el eterno
ralelismo que reina entre el espíritu y la materia; digo espíritu
materia y empleo estas expresiones como equivalentes a lo que
inoza llama pensamiento y extensión; también considero estas
presiones sinónimas de lo que los filósofos alemanes llaman es
-itu y naturaleza o ideal y real.
Daré, en adelante, el nombre de panteísmo más al punto de
1
ta de Spinoza que a su sistema. Lo mismo que en el deísmo,
él se admite la unidad de Dios; pero el Dios de los panteístas
á en el mundo mismo, no saturándose con su divinidad , como
otro tiempo trató de explicar San Agustín, cuando comparaba
Dios con un gran lago y el mundo a una esponja que flota en
centro y se hincha de divinidad. No; el mundo no está sola
nte saturado de Dios, es idéntico a Dios; Dios, al que Spinoza
ma la sustancia universal, y los filósofos alemanes lo absoluto,
todo lo que es", es materia tanto como espíritu; los dos son
almente divinos, y aquel que insulta a la materia santa es tan
pío como el que peca contra el Espíritu Santo.
Así pues, el Dios de los panteístas se distingue del de los
istas en que el primero está en el mundo mismo, mientras que
segundo está fuera de él, o sobre el mundo, lo que es lo mis
50 ALEMANIA

mo. El Dios de los deístas gobierna al mundo de arriba abaj


como un establecimiento separado de su puesto, y únicamen
sobre la manera de ejercer ese gobierno es como los deístas
diferencian entre sí. Los hebreos se representan a Dios como
un tirano que lanza rayos; los cristianos , como un padre lleno
amor; los discípulos de Rousseau, de toda la escuela ginebrin
hacen de él un hábil artista que ha construido el mun
poco más o menos como sus padres fabrican los relojes; y en
calidad de conocedores, admiran la obra y glorifican al maest
que la ejecutó.
Como el deísta admite un Dios exterior al mundo o sobre
mundo, lo único santo para él es el espíritu, pues le conside
por decirlo así, como el divino soplo, inspirado por el creador d
mundo en el cuerpo humano, obra de sus manos realizada co
barro. A causa de esto, los judíos miraban al cuerpo como u
cosa despreciable, como la mísera envoltura del soplo divino, d
espíritu, y solamente a éste concedían su consideración, su re
peto y su culto. Así es que, propiamente dicho, constituyeron
pueblo del espíritu; castos, sobrios, serios, abstraídos, tenaces, di
puestos al martirio, Jesucristo los resumió de la manera más su
blime. Este fue, en la verdadera acepción de la palabra, el espírit
encarnado, y encuéntrase un sentido profundísimo en la hermo
leyenda, según la cual, fue concebido por una virgen, pura
cuerpo, a la que sólo el espíritu fecundó.
Pero si el cuerpo siempre fue mirado con desprecio por l
judíos, los cristianos, los ultra-espiritualistas, fueron más lejos t
davía y proclamaron al cuerpo como reprobable, malo, como
mal mismo. Algunos siglos después de Jesucristo vemos elevars
una religión que constituirá eternamente el asombro del historia
dor y producirá a las generaciones venideras la más entusiast
admiración. Sí, el cristianismo es una religión grande y santa, lle
na de infinita dulzura, que quiso conquistar para el espíritu el ab
soluto dominio del mundo... Pero esa religión era demasiade
sublime, demasiado pura, demasiado buena para esta tierra, donde
la idea no puede ser proclamada sino en teoría, sin pasar jamás
a la práctica. Las tentativas para realizar esa idea han producido
en la historia una infinidad de actos entusiastas, y en ellos los
DE LUTERO A KANT 51

tas de todos los tiempos encontrarán inagotable tema para sus


ticos. Pero la tentativa de dar realidad a la idea del cristia
no fracasó, no obstante, como lo vemos, de la manera más
entable, y esa tentativa abortada ha costado a la humanidad
lculables sacrificios, cuyas tristes consecuencias las encontra
hoy en el malestar social que advertimos en toda Europa. Si
umanidad, como lo cree mucha gente, está aún en su juventud,
ristianismo es, sin duda alguna, una de las más generosas ilusio
de la niñez, que honran más al corazón que al raciocinio. El
ianismo abandonó toda la materia al César y a los banqueros
Talmud, y se contentó con negar al primero la supremacía y
. ¡ Pero ved!, el
denigrar a los otros ante la opinión pública……
recido acero y el dinero despreciado obtienen, sin embargo,
n el poder supremo, y los representantes del espíritu se ven
gados a pactar. Sí, y ese mismo pacto se ha convertido en una
aza solidaria. No sólo son los sacerdotes de Roma, sino tam
los de Inglaterra y Prusia, todos los sacerdotes privilegiados,
na palabra, los que se han confederado con los Césares y con
es para oprimir a los pueblos. Pero el efecto que produce esta
za es arruinar más rápidamente la religión del espiritualismo.
es lo que ya comprenden algunos sacerdotes; y, para salvar
eligión, renuncian a esta alianza perniciosa, se mezclan en
tras filas y se amparan bajo nuestras banderas ...
Vanos esfuerzos, trabajo perdido! La humanidad suspira tras
nanjares más sólidos que la sangre y la carne simbólicas de la
ristía. La humanidad sonríe compasivamente al recordar los
Los de su juventud, que no ha podido realizar, a pesar de sus
osas tentativas, y se hace virilmente práctica. Hoy la humani
rinde culto al sistema de utilidad terrena; piensa seriamente
na situación de comodidad burguesa, en una vida razonable
te ordenada, en una vejez confortable. Lo principal, por el
mento, es recobrar la salud, porque aún experimentamos gran
lidad en los miembros; ¡ tanta sangre preciosa nos han extraí
os piadosos vampiros de la Edad Media ! Será después preciso
cer a la materia muchos sacrificios expiatorios para que per
e las antiguas ofensas. No estaría de más que se instituyesen
as sensualistas, y que se indemnizase a la materia de sus pasa
52 ALEMANIA

dos sufrimientos, pues el espiritualismo nazareno, incapaz de an


quilarla, la ha mortificado en todas las ocasiones; ha rebajado 1
placeres más nobles; los sentidos fueron reducidos a la hipocres
y por todas partes reinaron la mentira y el pecado. Es preciso
vestir a nuestras mujeres de camisas nuevas y sentimientos nu
vos, y, como después de los estragos de una peste, sahumar nue
tros pensamientos con el humo de los perfumes.
La rehabilitación de la materia ha de ser el fin más inmedia
de nuestras instituciones modernas; la reintegración en su dig
dad, su reconocimiento religioso, su santificación moral, su reco
ciliación con el espíritu. Ponrousa ha vuelto a unirse a Pascri
su separación violenta, como tan ingeniosamente lo demuestra
mito indio, ocasionó la funesta conmoción del mundo: el m
¿Sabéis cuál es en estos momentos el mal del mundo? N
han echado siempre en cara los espiritualistas que en las ide
panteístas no existe distinción alguna entre el bien y el mal; pe
en primer término, el mal no existe sino en la manera falsa
considerar al mundo, y, en segundo, no es más, en realidad, q
un producto del modo con que los mismos espiritualistas arregl
las cuestiones de aquí abajo. Según ellos, la materia es mala p
sí misma y en sí misma, lo que verdaderamente es una calumn
una espantosa blasfemia contra Dios. La materia no obra mal si
cuando se la obliga a conspirar en secreto contra la usurpaci
del espíritu, cuando el espíritu la hiere y se prostituye por d
precio de sí misma, o bien aun cuando, con el odio de la des
peración, se venga cautelosamente del espíritu; el mal es así
resultado del arreglo del mundo hecho por los espiritualistas .
Dios está identificado con el mundo; se manifiesta en los P
netas, que, sin conciencia de sí mismos, viven con vida cosm
magnética; se manifiesta en los animales, que sumidos en su vi
sensual, llevan una existencia más o menos sorda; pero especi
mente se manifiesta de la manera más admirable en el homb
que siente y piensa al mismo tiempo, que sabe distinguir su pr
pia individualidad de la naturaleza objetiva, y lleva ya en su raz
las ideas que se hacen reconocer por él en el mundo de los
chos. La divinidad llega en el hombre a la conciencia de sí mism
y esta conciencia la revela de nuevo por el hombre; pero esto
DE LUTERO A KANT 53

de en y por los hombres aislados, sino por el conjunto de la


anidad; de tal suerte, que un hombre no comprende ni re
enta sino una partícula del Dios-mundo; pero todos los hom
reunidos comprenden y representan, en la idea y en la rea
1, todo el Dios-mundo. Cada pueblo tiene, quizá, la misión
econocer y de manifestar una parte de ese Dios-mundo, de
nocer cierta serie de hechos y de realizar cierta serie de ideas,
smitiendo el resultado a los pueblos que se sucedan, a los cua
e impone una misión semejante. Dios es, por consecuencia, el
adero héroe de la historia universal. La historia no es otra
que su pensamiento eterno, su eterna acción, su palabra, sus
os, sus gestos, y se puede decir con razón que la humanidad
a es una encarnación de Dios. Resulta un error el creer que
ligión panteísta condene a los hombres a la indiferencia. Al
ario, el sentimiento de su divinidad incitará al hombre a
arla, y desde este momento vendrán a glorificar la tierra los
os verdaderamente elevados y el verdadero heroísmo.
a revolución política, que se apoyó en los principios del ma
ismo francés, no encontrará adversarios en los panteístas,
buenos colaboradores que han llevado sus convicciones a un
ipio más profundo, a una síntesis religiosa. Nosotros busca
el bienestar de la materia, la felicidad material de los pue
y no porque despreciemos al espíritu, como lo hacen los
ialistas, sino porque sabemos que la divinidad del hombre
vela igualmente en su forma corporal, que la miseria destru
envilece el cuerpo, imagen de Dios, y que el espíritu va
rado en la caída. La gran frase de la revolución, pronunciada
Saint-Just: El pan es el derecho del pueblo, se traduce así
nosotros: El pan es el divino derecho del hombre. No com
os por los derechos humanos de los pueblos, sino por los
nos divinos de la humanidad. En esto, así como en algún
aspecto, es en en lo que nos separamos de los hombres de la
ción. Nosotros no queremos ni descamisados, ni burgueses
les, ni presidentes modestos; nosotros fundamos una demo
de dioses terrestres, iguales en beatitud y santidad. Vos
pedís trajes sencillos, costumbres austeras y goces baratos,
otros, por el contrario, queremos néctar y ambrosía, mantos
54 ALEMANIA

de púrpura, perfumes voluptuosos, bailes de ninfas, música,


medias ... ¡ Nada de lobreguez, virtuosos republicanos! A v
tras censuras, respondemos como lo hizo en otro tiempo un
Shakespeare: " ¿Crees tú, pues, que porque eres virtuoso, no d
haber ya sobre la tierra ni pasteles dorados, ni vinos de Canari
Los sansimonianos comprendieron y pugnaron por algo an
go; pero el terreno en que actuaban les fue desfavorable
materialismo que les rodeaba les aniquiló. Más apreciados fu
en Alemania, pues es ahora este país la tierra fértil del panteís
esta religión es la de nuestros más grandes pensadores, la
nuestros mejores artistas, y el deísmo, como ya lo explicaré,
está muerto en teoría. No se dice, pero todos lo saben: el pan
mo es el secreto a voces de Alemania. Estamos demasiado
duros para profesar el deísmo. Somos libres y no queremos
potas celestes; somos mayores de edad y no tenemos ya neces
de cuidados paternales; hemos dejado de ser mecanismos de
gran constructor: el deísmo es una religión buena para escla
para niños, para ginebrinos, para relojeros.
La religión secreta de Alemania es el panteísmo, y estee
resultado que habían previsto los escritores alemanes cuand
lanzaron contra Spinoza, hace más de cincuenta años. El adve
rio más encarnizado de Spinoza fue T. H. Jacobi, a quien se
algunas veces el honor de contarle entre los filósofos alemanes.
fue sino una ridícula comadre que se ocultó con el manto d
filosofía, se deslizó entre los filósofos, habló mucho al princ
sobre su amor y su sensibilidad, y concluyó injuriando a la ra
Su eterna cantinela era que la filosofía, el conocimiento por
dio de la razón no tiene rumbo conocido, que conduce al hon
a un sombrío laberinto de errores y contradicciones y que s
mente la fe puede guiarle por el camino recto. ¡ Pobre hon
que no comprendía que la razón, al igual del sol, ilumina su
mino con sus propios rayos conforme avanza! No hay nada p
cido al piadoso odio del buen Jacobi contra el gran ateo Spin
Es curioso observar de qué manera han combatido siem
contra Spinoza los partidos más opuestos. El aspecto de ese e
cito es muy entretenido. Al lado de un enjambre de capucho
blancos y negros con cruces e incensarios, marchaba la falang
DE LUTERO A KANT 55

ciclopedistas que también apuntaba al temerario pensador. Al


o del rabino de la sinagoga de Amsterdam, que va llamando
taque con la sagrada corneta, avanza Arouet de Voltaire con el
ato, puesto en esa ocasión al servicio del deísmo. En medio,
llando, chillando, va la vieja Jacobi, cantinera de ese ejército
la fe.
Huyamos de esa zambra. Regresando de nuestra excursión
teísta, volvamos a la filosofía de Leibniz, de cuya última suer
en Alemania vamos a hablar.
- Leibniz se valió para escribir las obras que conocéis, unas
tes de la lengua latina y otras de la francesa. El hombre exce
te que profesó las ideas de Leibniz, no solamente de una ma
a sistemática, sino en lengua alemana, se llamó Christian
olf. Su verdadero mérito no consiste en haber encerrado las
as de Leibniz en un sólido sistema, ni en haberlas hecho ase
ibles por su traducción al alemán a un público más numeroso.
especial mérito fue el animar a filosofar en nuestra lengua
terna. Hasta Lutero no habíamos sabido tratar de teología sino
latín; lo mismo sucedió hasta Wolf en lo que respecta a la
sofía. El ejemplo de algunos sabios que intentaron anterior
ente hablar en alemán de esas materias, no obtuvo resultado .
embargo, el historiador literario les debe conceder particular
gio; recordaremos sobre todo a Johannes Tauler, fraile domini
nacido a principios del siglo XIV a orillas del Rin y muerto
1361 en Estrasburgo. Fue un hombre piadoso y formó entre
ellos místicos que ya he designado como el elemento platónico
la Edad Media.
Ese justo varón, en los últimos años de su vida, renunció al
gullo de los sabios. No se avergonzó de predicar en el humilde
oma del pueblo, y lo que él coleccionó, así como las tradiciones
manas que hizo de algunos de los anteriores, forman entre los
is notables monumentos de la lengua alemana. Ésta demostró
sde entonces que no sólo es apta para las disertaciones metafí
as, sino que se presta mejor que la latina para ello. El idioma
los romanos no pudo jamás desmentir su origen. Es una len
a de mando para los capitanes, de decretales para los adminis
dores, un idioma jurídico para los usureros, un idioma lapi
56 ALEMANIA

dario para el pueblo romano, duro como la piedra; era la leng


predestinada para el materialismo. Aunque el cristianismo, c
paciencia verdaderamente cristiana, se ha atormentado dura
más de mil años en espiritualizar ese lenguaje, jamás lo ha co
seguido; y cuando Johannes Tauler quiso abismarse en las may
res profundidades del pensamiento, con el corazón desborda
de sentimientos religiosos, necesitó hablar en alemán. Su leng
je es como manantial de las montañas que horada el grani
agua maravillosamente impregnada de aromas desconocidos y
virtudes metálicas. Pero hasta los tiempos modernos no se re
noció la exquisita propiedad del alemán para las disquisicion
filosóficas. En ningún otro idioma hubiera podido revelar la
turaleza sus palabras misteriosas más que en el de nuestra pat
querida. Tan sólo sobre la robusta encina puede crecer el mu
dago sagrado.
Sería esta la ocasión de mencionar a Paracelso o a Aureo
Theophrastus Paracelsus Bombastos de Hobenheim, como se l
maba a sí mismo, pues también casi siempre él escribía en a
mán, pero ya tendré que hablar de Paracelso desde un punto
vista más importante. Su filosòfía era lo que hoy llamamos fil
sofía de la naturaleza; y la doctrina de una naturaleza anima
por las ideas está tan íntimamente unida al espíritu alemán, q
desde luego hubiera arraigado entre nosotros si, a causa de
influencia extranjera, no hubiere usurpado el imperio univers
la física inanimada y toda la mecánica de los cartesianos. Pa
celso fue un gran charlatán: vestía siempre con frac y pantalon
de color escarlata, medias rojas y sombrero rojo, y pretendía pod
crear hombrecillos, homúnculos; por lo menos trataba con mud
familiaridad a los espíritus invisibles que pueblan los divers
elementos. Pero al mismo tiempo fue uno de los más profund
naturalistas que, con un ardor de investigación completamen
alemán, comprendieron las creencias populares anticristianas,
panteísmo germánico, y con gran exactitud advinó lo que
sabía.
También debería hablar de Jacob Boehm, pues éste igualmen
aplicó la lengua alemana a las demostraciones filosóficas. Pe
aún no he podido decidirme a leer su obra ni siquiera una ve
DE LUTERO A KANT 57

no quiero dejarme engañar. Sospecho que ese místico sermo


ador quiso mistificar a las gentes. En cuanto al contenido de su
trina, algo os ha dado Saint-Martin en francés; también lo han
ducido los ingleses. Carlos I había formado tan alta idea de ese
patero filósofo, que expresamente envió un sabio a Worlitz
a que lo estudiase. Ese sabio fue más dichoso que su real amo;
que, mientras éste perdía la cabeza en Whitehall bajo el hacha
Cromwell, aquél no perdió en Woerlitz, con la teosofía de
obo Boehm, más que la razón.
Christian Wolf, como he dicho, fue el primero , que aplicó
à éxito la lengua alemana a la filosofía. Su menor mérito fue
reducción a un sistema y la popularización de las ideas de
bniz. Incurrió en una gran falta bajo ese doble aspecto, y no
bemos callarla. Su sistema no fue más que una apariencia vana,
acrificó a esa apariencia lo más importante de la filosofía de
bniz, la parte mejor de la doctrina de las mónadas. Verdad es
e Leibniz no había dejado un edificio sistemático y sí sola
nte las ideas necesarias para construirlo. Se necesitaba un gi
te para combinar los bloques y las enormes columnas que otro
ante había extraído de las profundas canteras del pensamiento
ue había tallado después armoniosamente. De esto hubiera re
ado un magnífico templo; pero Wolf era de poca talla, y no
lo apropiarse sino de una parte de los materiales con los que
struyó su tabernáculo el deísmo. El cerebro de Wolf era más
iclopédico que sistemático: no comprendía la unidad de una
trina sino bajo la forma de un todo acabado. Juzgó que era
ciente haber construido un armario, cuyos cajones estuvieran
a provistos de rótulos bien legibles. Y con ese espíritu nos
una enciclopedia de las ciencias. Como descendiente de Des
es, procediendo de Leibniz, se nota la herencia de su abuelo
la demostración matemática. Ya he censurado este sistema en
noza. Causó grandes males en manos de Wolf; entre sus dis
los degeneró en un esquematismo insoportable y en una ri
la manía de probarlo todo con evidencia matemática. Así se
ó lo que se llamó el dogmatismo de Wolf. Cesó toda inves
ción profunda, dando lugar a un enfadoso culto por la clari
la filosofía, de Wolf se hizo tan límpida, o mejor tan acuosa,
58 ALEMANIA

que concluyó por inundar toda Alemania. Todavía hoy son vi


bles las señales de ese diluvio, y se encuentran aquí y allí, en
alturas más áridas de nuestras academias, algunos antiguos fósil
de la escuela de Wolf.
Nació Christian Wolf en Breslau, en 1679 y murió en Hal
en 1754. Su imperio intelectual duró más de medio siglo en A
mania. Debemos prestar particular atención a sus relaciones c
los teólogos alemanes y de esta manera completaremos nuest
notas sobre la suerte del luteranismo.
En toda la historia de la Iglesia no hay una parte más conf
que las de las querellas entre los teólogos protestantes a par
de la guerra de los treinta años. No se pueden comparar sind
las discusiones bizantinas; pero éstas no eran tan enojosas co
aquéllas, porque ocultaban intereses políticos e intrigas de la c
te, mientras que los litigios protestantes no tenían su razón de
sino en la mezquina pedantería de algunas doctas pelucas. I
universidades, y particularmente las de Tubinga, Wittembe
Leipzig y Halle fueron las arenas de esos combates teológic
Aquellos dos partidos que vimos vestidos de católicos dura
toda la Edad Media, los platónicos y los aristotélicos, no hicier
más que cambiar de traje y seguir luchando como antes. Ah
usan los pietistas y los ortodoxos de los que ya he hablado,
los que he designado como místicos sin imaginación y dogma
cos sin espíritu. Johannes Spener fue el Escoto Erigena del p
testantismo; y así como éste fundó el misticismo católico con
traducción del fabuloso Dionisio el Areopagita, el primero fur
el pietismo protestante con sus asambleas de edificación, colloq
pietatis, que quizá dio el nombre de pietistas a sus sectarios. ¡
un hombre piadoso; respetemos su memoria! Un pietista de B
lín, Horn, ha escrito una buena biografía de Spener, cuya vida
un continuo martirio en pro de la idea cristiana. En lo que i
pecta a esto fue superior a sus contemporáneos; recomendó co
tantemente las buenas obras y la piedad. Sus homilías fueron m
loables para aquel tiempo, pues toda la teología, tal como se en
ñaba en las citadas universidades, no consistía más que en un d
matismo estrecho y una polémica quisquillosa. Estaban m
descuidados la exégesis y el estudio de la historia de la Igles
DE LUTERO A KANT 59

Hermann Franck, discípulo de Spener, comenzó en Leipzig a


un curso según el ejemplo y el sentido de su maestro. Lo
có en alemán, a cuyo servicio corresponderemos siempre gus
Os con nuestro reconocimiento. El éxito que obtuvo despertó
envidia de sus colegas, los que, consiguientemente, hicieron
y dura la vida a nuestro pobre pietista. Se vio obligado a aban
ar el campo y se marchó a Halle, donde enseñó el cristianismo
sus palabras y sus acciones. Su memoria no se borrará de allí,
es fue quien fundó el asilo de huérfanos de Halle.
En la ocasión se pobló de pietistas la Universidad de Halle, y
les llamó el partido del hospicio de huérfanos. Ese partido,
dicho de paso, se ha conservado hasta nuestros días. Halle es
à en estos momentos la topinera de los pietistas y sus disputas.
los racionalistas protestantes han escandalizado a toda Alema
hace algunos años. ¡Dichosos vosotros los franceses, que no
éis sabido nada de estas cosas! Vosotros ignoráis hasta la exis
cia de 1 esos comadreríos periódicos de la Iglesia protestante,
que los devotos irascibles se injurian cordialmente. ¡Dichosos
otros ! que no tenéis idea alguna de la maldad, de la pequeñez,
la acritud que aportan a sus combates nuestros evangélicos
erdotes. Ya sabéis que no soy partidario del catolicismo; el
testantismo fue para mí, más que una religión, una misión; y
de hace catorce años combato por sus intereses contra las ma
naciones de los jesuitas alemanes. Cierto es que después se
inguió mi simpatía por el dogma, y declaré francamente en
s escritos, que todo mi protestantismo consistía en el hecho de
ar inscrito como cristiano evangélico en los registros de la co
nión luterana…… . Pero siempre queda en nuestro corazón una
reta predilección por la causa que en otro tiempo nos hizo
har y sufrir, y mis convicciones religiosas de hoy se encuentran
n animadas por el espíritu del protestantismo. Por consiguien
sigo siendo partidario de la Iglesia protestante; y, sin embargo,
bo decir, en honor de la verdad, que no he encontrado jamás
los anales del papado miserias tales a las de la Gaceta Ecle
stica Evangélica de Berlin, en este escandaloso debate. Las más
bardes y peores jugarretas de los frailes, las más mezquinas
pertinencias de convento son cosas nobles y generosas frente
60 ALEMANIA

a las hazañas cristianas de nuestros ortodoxos y pietistas en


guerra contra los racionalistas. Vosotros, franceses, no tenéis i
del odio que brota en tales ocasiones, pues los alemanes son
rencorosos que los pueblos de origen romano. Eso porque
idealistas hasta en el odio. Nosotros no nos enfadamos por fu
dades como lo hacéis vosotros, por un puntillo de vanidad, por
epigrama, por el olvido de una tarjeta; no, nosotros odiamos
nuestros enemigos lo que es más esencial, más íntimo: el per
miento. Sois ligeros y superficiales en el odio como en el an
Nosotros nos detestamos radicalmente, de manera durable. De
siado honrados y quizá demasiado torpes también para vengar
con la primer perfidia que nos venga a mano, nos odiamos ha
el último aliento. "Conozco, señor, la calma alemana, decía ú
mamente una dama mirándome con fijeza y con sonrisa incrédu
sé que en vuestro lenguaje empleáis la misma palabra para de
perdonar y envenenar". Tenía razón; la palabra vergeben ti
esos dos sentidos.
Si no me engaño, fueron los ortodoxos de Halle, los que
sus luchas con los pietistas emigrados, llamaron en su socorr
la filosofía 1 de Wolf; cuando la religión no puede aniquilar
mendiga nuestra ayuda. El manto matemático demostrativo
Wolf prestó amistosamente a la pobre religión, le sentó tan
que se vio en el mayor ridículo. Se abrió por todas partes el tej
gastado, y las partes vergonzosas, especialmente las del pec
original, se mostraron en la desnudez más espantosa; nada com
guieron todas las hojas de parra filosóficas. El pecado origi
cristo-luterano y el optimismo leibniz-wolfiano son incomp
bles. Así la rechifla francesa al optimismo fue lo que menos d
agradó a nuestros ortodoxos. El espíritu de Voltaire vino
socorro del pecado original, pero el Pangloss alemán perdió
cho con la ruina del optimismo , y buscó por mucho tiempo u
doctrina consoladora hasta que la pregunta de Hegel: "¿Es ra
nable todo lo que es? ", vino a indemnizarle en algo.
Es inevitable la ruina de una religión en cuanto pide auxi
a la filosofía. Trata de defenderse , y su palabrería no consig
sino arrastrarla a los laberintos más intrincados. La religión, co
todo lo que sea absolutismo, no debe justificarse. Prometeo f
DE LUTERO A KANT 61

cadenado por la fuerza silenciosa. No, Esquilo no hace proferir


una palabra a la fuerza personificada; es preciso que perma
zca muda. En cuanto la religión imprime un catecismo razona
y argumentado, en cuanto el absolutismo político publica una
ceta explicativa del Estado, el fin de los dos está próximo. Pero
stamente es éste nuestro triunfo, haber llamado a la discu
n a nuestros adversarios, y obligarlos a hablar. Así, pues, como
bo de decir, desde que la religión buscó auxilio en la filosofía,
sabios alemanes hicieron con ella toda clase de experimentos.
ecidieron rejuvenecerla, y casi hacen con ella lo que Medea con
anciano rey Eson. Por de pronto la abrieron las venas y la
esembarazaron de toda la sangre supersticiosa. Para hablar con
ridad, se trató de despojar al cristianismo de toda la parte his
ica, para no dejarle sino la parte moral. Con esto se hacía del
stianismo un deísmo puro. Cristo dejó de ser el co-regente de
Los; y no se le concedió más que el respeto debido a un perso
je privado de la majestad. Se alabó sobre toda ponderación su
rácter moral y no se sabía qué elogios inventar para ensalzarle
mo hombre. En cuanto a sus milagros, fueron explicados por la
ica, o bien se buscó que se hablase de ellos lo menos posible.
s milagros, decían algunos, eran precisos en aquellos tiempos
persticiosos y todo hombre sensato que quisiera proclamar cual
ier verdad empleaba los milagros a modo de anuncio. Estos
5logos que truncaron toda la historia del cristianismo se llaman
cionalistas, y se ganaron el furor tanto de los pietistas como de
ortodoxos. Desde entonces éstos se combatieron menos vio
tamente y a menudo se confederaron. Lo que no pudo hacer el
or cristiano, lo realizó el odio común que los unía contra los
cionalistas.
Esta reforma en la teología protestante comenzó con el tran
ilo Semler, que es desconocido aquí; alcanzó una importancia
quietante con el lúcido Teller, al que tampoco conocéis, y llegó
su apogeo con Barth, el de la cara de baqueta, cuyo conoci
ento no os debe ser molesto. Las instigaciones más vivas pro
dían de Berlín, donde reinaban Federico el Grande y el librero
icolai.
Sobre el primero, con el materialismo ya coronado, tenéis su
62 ALEMANIA

ficientes datos. Sabéis que compuso versos franceses, tocaba m


bien la flauta, ganó la batalla de Rosbach, aspiró mucho rapé y
creía sino en el cañón. Algunos de vosotros habréis estado,
duda, en Sans-Souci; y el anciano inválido que guarda el casti
os habrá enseñado, en la biblioteca, las novelas francesas que l
en la iglesia el príncipe real Federico, el que las hizo encuadern
en tafilete negro, a fin de hacer creer a su severo padre que l
el libro de los cánticos luteranos. Conocéis a ese sabio rey a qu
habéis llamado el Salomón del Norte. Francia fue la Ofir de
Salomón septentrional, al que proveyó de poetas y filósofos,
mo en otro tiempo suministró al Salomón del Sur, por mediaci
de su amigo Hiram, cargas enteras de oro, plata, marfil, poetas
filósofos, según se lee en el libro de los Reyes, cap. X: Clas
regis per mare cum classe Hiram semel per tres annos ibat, de
rens inde aurum, et argentum, et dentes elephantorum, et simi
et paros. Esta predilección por los talentos extranjeros ciertame
te impidió que Federico el Grande tuviese más influencia sob
el espíritu alemán: más bien, ofendió e hirió el orgullo naci
nal. El desprecio que mostró hacia nuestra literatura debe af
girnos a nosotros mismos, descendientes de aquellos escritores.
excepción del anciano Gellert, ninguno de ellos fue alentado p
su muy preciosa benevolencia. Es curiosa la conversación q
tuvo con él.
Tanto como Federico el Grande nos denostó sin protegern
nos protegió el librero Nicolai, sin que por eso sintiéramos
crúpulos al burlarnos del último, el que estuvo durante toda
vida, de un modo incesante y activo, entregado al bien de la p
tria. No economizó disgustos ni dinero cuando juzgó que favor
cía a alguna primicia feliz, y, sin embargo, no ha habido homb
en Alemania tan ridiculizado como él, y de manera tan cru
tan despiadada y tan aniquiladora. Aun cuando los que aho
vivimos sabemos perfectamente que el viejo Nicolai, el amig
de las luces, no se equivocaba en el fondo; aun cuando sabemo
que los que le silbaban rabiosamente eran en su mayoría nuestro
propios enemigos, los reaccionarios, no podemos, sin embarg
pensar en él sin que la risa nos tiente. Nicolai trató de hacer e
Alemania lo que en Francia hicieron los filósofos franceses: bo
DE LUTERO A KANT 63

r el pasado en el espíritu del pueblo, excelente trabajo prepa


corio y sin el cual es imposible cualquier resolución radical.
Fueron esfuerzos perdidos; carecía de las fuerza necesaria para
labor. Las antiguas ruinas, enhiestas aún, oponían excesiva
sistencia, y los espectros que de ellas salían se burlaban de él;
tonces se ponía furioso y se precipitaba en medio de ellos listo
ra el combate, y los espectadores se reían cuando los murciéla
s chillaban a su alrededor y se enredaban en su vieja peluca.
mbién algunas veces le sucedió combatir contra molinos de
ento que se le antojaban gigantes; pero le fue peor cuando to
aba por sencillos molinos de viento a verdaderos gigantes, a un
olfgang Goethe, por ejemplo. Escribió contra Werther una sá
a en la que desconocía de la manera más burda las intenciones
l autor. No obstante, tenía razón en el fondo: aunque no com
endió con exactitud lo que Goethe quería significar con el
Werther, presintió, sin embargo, su efecto, la enervadora somno
ncia y el estéril sentimentalismo que surgieron de esa novela
fermiza, y que estaban en hostil contradicción con los senti
ientos sanos y razonables de que necesitábamos. En esto Nicolai
tuvo completamente de acuerdo con Lessing, que escribía a uno
sus amigos el juicio siguiente sobre el Werther:

¿No creéis que para que una producción tan candente no oca
sione más males que bienes sería necesario un pequeño epílogo
muy refrescante, algunas modificaciones en las causas que han
creado a Werther un carácter tan extraño, el contraste de otro
joven dotado por la naturaleza de las mismas inclinaciones y que
supo preservarse de ellas? ¿Creéis acaso que un joven, romano o
griego, se hubiese matado así y por la misma causa? Ciertamente
que no. Esos saben defenderse de manera muy distinta de las ex
travagancias del amor; y en tiempos de Sócrates apenas se hubiera
podido perdonar acción semejante a una chiquilla. Crear tipos ra
quíticamente grandes, miserablemente preciosos, estaba reservado
al cristianismo, que pretendió transformar una necesidad física en
perfección espiritual . Así, pues, querido Goethe, escribid aún un
capitulillo para concluir, y será mejor cuanto más cínico sea.

El buen Nicolai nos ha legado una edición de Werther, corre


ida de acuerdo a los consejos anteriores. En esa nueva versión
o se suicida el héroe; se limita a mancharse con sangre de pollo,
64 ALEMANIA

pues la pistola, en vez de estar cargada con plomo, lo está


una vejiga de sangre. Werther se pone en ridículo, sigue vivi
do, se casa con Carlota; en una palabra, acaba de una manera
trágica que en el original de Goethe.
El buen Nicolai fundó el periódico Biblioteca Universal A
mana, en el cual él y su amigos combatieron la superstición, a
jesuitas, a los lacayos áulicos, etc., etc. No se puede negar que
de uno de los golpes dirigidos contra la superstición cayó
desgracia sobre la poesía. Así fue como Nicolai combatió el an
que se despertaba con las poesías populares en los tiempos pa
dos, y, sin embargo, también entonces tenía razón en el fon
porque esos cantos, aparte de su valor, contenían recuerdos
muchas cosas que ya no estaban en sazón: los antiguos acor
aquellos ranz des vaches de la Edad Media, podían atraer al p
blo, con su sensibilidad, a los establos del pasado. Intentó, co
Ulises, poner tapones en los oídos de sus compañeros, para
no escucharan los cantos de las sirenas, importándole poco
fueran sordos después a los inocentes trinos del ruiseñor. P
limpiar radicalmente los tiempos presentes de las viejas zarzas,
pobre hombre práctico no sentía escrúpulos de arrancar al mis
tiempo las flores. Esta negligencia sublevó contra él a los par
darios de las flores y de los ruiseñores, y todo lo que con e
gustos se relaciona; la belleza, la gracia, el ingenio y las chan
de buena ley; y el pobre Nicolai sucumbió.
En Alemania han variado las circunstancias, y el partido
las flores y de los ruiseñores está íntimamente unido a la revo
ción. El porvenir nos pertenece, y ya comienza a apuntar la au
ra de la victoria. ¡ Si alguna vez luce ese hermoso día para nuest
patria, pensaremos en los muertos y entonces seguramente pe
saremos en ti, viejo Nicolai, pobre mártir de la razón! Lleva
mos tus restos al panteón alemán en cortejo triunfal y coros m
sicales en los que se tomará la precaución de no mezclar ning
silbato; depositaremos sobre tu féretro la correspondiente coro
de laurel y hasta nos comprometeremos a hacerlo sin reír.
Como necesito dar una idea de la situación filosófica y rel
giosa de aquellos tiempos, he de hablar aquí de los pensador
que trabajaron en Berlín, en la mayor o menor compañía de N
DE LUTERO A KANT 65

i, y que formaron una especie de justo medio entre la filoso


y las bellas letras. No tenían precisamente un sistema sino tan
una tendencia determinada. Se parecen en su estilo y en sus
mos principios a los moralistas ingleses. Escriben sin observar
forma rigurosamente científica; la única fuente de sus cono
ientos lo constituye la conciencia moral.
Tienden a algo completamente igual a lo que vemos en los
tropos franceses. En religión son racionalistas, y en política
mopolitas; en la moral son hombres, hombres nobles y virtuo
severos para consigo mismos, indulgentes para con los demás.
cuanto a talento, puede citarse a Mendelsohn, Sülzer, Abt,
ritz, Garve, Engel y Biester como los más distinguidos. Yo
fiero a Moritz; hizo mucho en psicología experimental; fue
una candidez excepcional, poco comprendida por sus amigos.
memorias son uno de los monumentos más notables de su
mpo. Sin embargo, Mendelsohn tiene más importancia social
todos los otros: fue el reformador de los israelitas alemanes,
religionarios suyos; destruyó la autoridad del Talmud y fundó
nosaísmo puro. Ese hombre, al que sus contemporáneos llama
el Sócrates alemán, al que concedieron la más respetuosa
niración, a causa de la nobleza de su alma y de la fuerza de su
eligencia, era hijo de un pobre guardián de la sinagoga de
ssau. Además del fardo de la pobreza, la Providencia le había
gado con una joroba, como para enseñar al populacho, con
ejemplo patente, que al hombre no se le debe juzgar según
figura, sino por sus méritos.
Lo mismo que Lutero venció al papismo, derrotó Mendelsohn
Talmud, y con igual procedimiento, es decir, rechazando la
dición y declarando fuente de la religión a la Biblia, cuya par
más importante tradujo. Con eso destruyó el catolicismo judío,
no Lutero había destruido el catolicismo cristiano. El Talmud
efectivamente, el catolicismo de los judíos. Es una cúpula
ica, sobrecargada, es verdad, de pueriles adornos, pero que nos
mbra por su prodigioso vuelo y por su gigantesca altura; es
a jerarquía de leyes religiosas, frecuentemente de una ridícula
tileza, pero sobrepuestas y subordinadas con tanta habilidad,
e se apoyan naturalmente y forman una composición colosal.
66 ALEMANIA

Destruido el catolicismo de los cristianos, era necesario q


también sucumbiese el de los judíos, el Talmud, pues éste hab
perdido desde entonces todo su valor; no servía más que de m
ralla contra Roma, y a él le deben los judíos el haber podido
sistir contra la Roma cristiana tan heroicamente como en ot
tiempo contra la Roma del paganismo. Y no solamente resisti
ron, sino que vencieron; el pobre rabino de Nazareth, sobre cu
cabeza moribunda colocó el pagano romano el irónico letre
"¡Rey de los judíos! ", ese mismo rey de los judíos, coronado
espinas, revestido con una púrpura insultante, llegó a ser por úl
mo el dios de los romanos, ante el cual se vieron obligados a an
dillarse. Como en otro tiempo la Roma pagana, la Roma cristia
fue vencida y además convertida en tributaria. Si quieres, queri
lector, dirigirte en los primeros días de un trimestre a la ca
Laffite, número 15, verás detenerse delante del amplio portal
pesado carruaje, del que desciende un señor gordo. Sube una
calinata que conduce a un gabinete donde un hombre de bastan
buen aspecto está sentado con la negligencia de un gran señ
en la que, sin embargo, parece algo tan sólido, tan positivo, t
absoluto, como si tuviera en sus bolsillos todo el dinero del mu
do; y, en efecto, posee todo el dinero del mundo, pues se lla
Mr. James Rothschild, y el señor gordo es monseñor Garibal
enviado de su santidad el Papa, y que lleva, como representa
suyo, el tributo de Roma, es decir, los intereses del emprést
romano.
¿Para qué hace falta ya el Talmud?
Mendelsohn merece, pues, grandes elogios por haber destru
el catolicismo judío, por lo menos en Alemania; porque lo c
es superfluo es perjudicial. Al rechazar la tradición, trató,
embargo, de mantener como deber religioso las leyes rituales
Pentateuco. ¿Fue timidez o sabiduría? ¿Tuvo un acceso de are
rosa simpatía que le impidió poner su mano destructora sol
objetos que habían sido tan caros a sus maestros, y por los cua
habían corrido tanta sangre, tantas lágrimas de mártires? No
creo. Lo mismo que los reyes de la materia, los reyes de la int
gencia deben soler endurecerse contra los sentimientos de far
lia; y sobre el trono del pensamiento no se debe ceder a tier
DE LUTERO A KANT 67

siblerías. Así es que más bien creo que Mendelshon vio en el


saísmo puro una institución que podía servir al deísmo como
imo baluarte; porque el deísmo era su fe más íntima y su más
ofunda convicción. Cuando a la muerte de su amigo Lessing
e fue acusado de spinozismo, le defendió con el más vivo celo,
en tal ocasión se incomodó tanto, que falleció.
Vengo a estampar por segunda vez el nombre de alguien que
gún alemán puede pronunciar sin escuchar en su corazón un
o más o menos sonoro. Desde Lutero, Alemania no ha produ
o hombre mejor ni más grande que Gotthold Efraín Lessing;
bos son nuestro orgullo y nuestra alegría. En la presente aflic
n alzamos nuestras miradas hacia sus imágenes consoladoras
eemos en sus ojos brillantes profecías. ¡ Sí, seguramente vendrá
tercer libertador a acabar lo que empezó Lutero y continuó
ssing; el tercer libertador vendrá ... Veo que brilla ya su ar
dura de oro en su púrpura imperial, como el sol en el manto
o de la mañana..
De la misma manera que Lutero, Lessing obró eficazmente,
enos al realizar hechos determinados, que al remover profunda
ente al pueblo alemán, ocasionando un movimiento saludable,
a su crítica y con su polémica, en las inteligencias. Fue la crí
a viviente de su época, y su vida fue una polémica continua.
a crítica se extendió al pensamiento, al sentimiento, a la reli
ón, a la ciencia, al arte; esa polémica derribó a todos sus adver
ios y adquirió nueva fuerza con cada victoria. Lessing, como
mismo confesaba, tenía necesidad para el desarrollo de su es
itu de lucha intelectual.
Se parecía completamente a aquel fabuloso normando que
redaba talentos, conocimientos y fuerzas de los hombres que
ataba en duelo, y que acabó en uno de ellos cuando estaba do
do ya de todas las cualidades y perfecciones imaginables. Se
ncibe que un campeón tan batallador hiciese tanto ruido en
emania, en ese país tranquilo, que gozaba entonces de una
nquilidad más plácida aún que la de hoy. La mayoría se asus
ba de su audacia literaria; pero esa misma audacia fue la que
ejor le sirvió. ¡ Atreverse ! Éste és el secreto de la victoria, lo
ismo en literatura que en la revolución... y que en el amor.
68 ALEMANIA

Todos temblaban ante la cuchilla de Lessing; nadie estaba a


bierto de sus golpes. Por mero capricho segó más de una cabe
y tuvo la crueldad de alzarla y mostrársela a la multitud para q
viese que estaba vacía. Al que no podía herir con su contunder
lógica, lo mataba con sus ingeniosidades. Sus amigos admirab
la diversa calidad de sus flechas, y sus enemigos experimentab
en su corazón la punta de las mismas. El ingenio de Lessing
se parece a ese juego, a esa alegría, a esas ocurrencias chispean
conocidas en Francia; su ingenio no era como el de un falderi
francés que corre tras su sombra; era más bien el de un robus
gato alemán que juega con el ratón antes de devorarlo.
Indudablemente, la polémica constituyó el goce de nuest
Lessing. Así fue que no perdía mucho tiempo en averiguar si
adversario era digno de él, y por eso su polémica libró del ol
do a muchos nombres que lo tenían bien merecido. Envueltos
la más delicada ironía y las frases más ingeniosas, se conservar
para siempre en las páginas de Lessing un gran número de esc
torzuelos, como esos insectos pegados en un trozo de ámbar.
matar a su adversario lo inmortalizaba. ¿Quién de nosotros h
biera oído hablar jamás de Klotz, sobre el cual malgastó Lessin
tantas chanzas exquisitas? Los bloques satíricos que amontor
sobre ese mísero académico para aplastarle, se han convertido h
en un monumento indestructible.
Es digno de observarse que ese hombre, el más ingenioso
Alemania, fuera al mismo tiempo el más honrado. Nada hay s
mejante a su amor a la verdad. Lessing nunca otorgó a la menti
la más mínima concesión, ni aun en aquellas ocasiones que, c
mo lo hacen los actuales habilidosos, hubiera podido adelant
con ello el triunfo de la verdad. Por la verdad se hubiera atrevi
a todo menos a mentir. Aquel, decía un día, que quiera present
al pueblo la verdad bajo toda especie de afeites y disfraces, pod
ser un introductor de la misma, pero nunca. un amante de ell
Con más razón que a nadie puede aplicarse a Lessing la he
mosa frase de Buffon: "el estilo es el hombre". Su manera d
escribir, como su carácter, es leal, firme, sin adornos; hermosa
imponente por su fuerza intrínseca. Su estilo es por completo
estilo de los monumentos romanos, cuya belleza viril estriba e
DE LUTERO A KANT 69

solidez más absoluta. Las diversas partes de sus períodos repo


à una sobre otra como piedras talladas; y la ley de la gravedad
para el invisible vínculo de las últimas, lo que el encadena
ento lógico para los escritos de Lessing. He aquí que sean tan
os en su prosa esos giros ingeniosos que nosotros empleamos
nanera de cimientos en la construcción de nuestros períodos y
contramos menos aún esas cariátides del pensamiento que
éis por hermosas frases.
Comprenderéis fácilmente que un hombre como Lessing no
ya nunca podido ser dichoso; y aun cuando no hubiese amado
verdad, ni la hubiera defendido con valor en toda ocasión, ne
sariamente tenía que ser desgraciado, porque era un genio. To
se os perdonará, decía una vez, suspirando, un joven poeta:
quezas, nacimiento distinguido, belleza. Todo se os perdonará,
sta el talento; pero serán inexorables con el genio. ¡ Ah! aun
ando el hombre de genio tuviese la dicha de no encontrar ene
gos exteriores, en sí mismo hallará al enemigo que prepara su
ina. Por esto vemos que la historia de los grandes hombres es
empre como una leyenda de mártires; cuando no sufrían por la
manidad, sufrían por su propia grandeza, por su elevada manera
ser, por su horror a lo vulgar, por su malestar entre la vani
sa trivialidad y la pequeñez quisquillosa de los que les rodea
n, malestar que les impulsaba fácilmente a las extravagancias,
mo por ejemplo, a las actrices y al juego, como le sucedió al
itado Lessing.
Es esto lo único que encontrarán las malas lenguas, para cen
rarle y nosotros sabemos, por su biografía, que le gustaban más
s cómicas hermosas que los pastores de Hamburgo, y que se
tretenía mejor con el silencio de las cartas que con la charlata
ería de los filósofos wolfianos.
Uno se conmueve al leer en esa biografía de qué manera la
erte rehusó a ese hombre toda clase de alegrías, sin permitirle
quiera descansar en la paz de la familia, tras las luchas diarias.
Slo una vez pareció favorecerle la fortuna, dándole una esposa
merida y un hijo... Pero esta alegría no duró lo que el rayo del
ol sobre el ala de un pájaro que vuela. La mujer murió de parto
el niño la siguió algunas horas después de haber nacido. Acerca
70 ALEMANIA

de ese niño escribió a uno de sus amigos las siguientes palabras


amarga ironía:

Mi ventura ha durado poco y he sentido mucho la pérdida


ese hijo, porque ¡ tenía tanta inteligencia, tanta inteligencia!
No creáis que mis pocas horas de paternidad hayan hecho de
una especie de remedo de padre. Sé lo que digo …… . ¿No demost
su inteligencia al no dejarse traer al mundo sino con tenazas y
haber reconocido tan pronto el malestar de nuestra sociedad?
¿No es inteligencia el haber aprovechado la primera ocasión p
marcharse? ... He querido, por una vez, ser feliz como los den
hombres, pero no lo he conseguido ...

Hay una desgracia de la que Lessing no se quejó jamás a s


amigos: de su espantoso aislamiento, de su soledad intelectu
Algunos de sus amigos lo quisieron, pero ninguno le comprend
Mendelsohn, el mejor de ellos, le defendió con calor cuando se
acusó de spinozismo. La defensa y el calor eran tan ridículos
mo superfluos. ¡ Tranquilízate en tu tumba, viejo Moisés! T
Lessing estuvo en el camino de ese espantoso error, de ese ant
horrible del spinozismo ...; pero el Todopoderoso, nuestro Pad
que está en los cielos, le preservó oportunamente con la muer
Tranquilízate; Lessing no era spinozista, como lo pretendía la c
lumnia; murió como buen deísta, como tú y Nicolai, y Teller
la Biblioteca Universal Alemana.
No fue Lessing más que el profeta que, comprendiendo
segundo testamento, anunció el tercero. Le he llamado continu
dor de Lutero; y especialmente bajo este aspecto, he hablado
él aquí. Indicaré en otra parte su importancia pará el arte alemá
introdujo una reforma saludable, no sólo con su crítica, sino tan
bién con su ejemplo, y esta fase de su actividad es la que se sa
a luz y la que se toma por referencia general. Nosotros lo cons
deramos desde otro punto de vista, y sus luchas filosóficas y teol
gicas nos interesan más que su dramaturgia y que sus drama
Tienen éstos, no obstante, como todos sus escritos, un sentido s
cial, y Nathan el sabio no es solamente en el fondo una buen
comedia, sino que es también un tratado filosófico-teológico e
pro del deísmo puro. Para Lessing el arte fue una tribuna, y cuar
do se le prohibió el púlpito y la cátedra, se lanzó a la escena
DE LUTERO A KANT 71

ó en ella más claramente aún y conquistó un público más


eroso todavía.
He dicho que Lessing continuó a Lutero. Después que éste
libertó de la tradición y constituyó la Biblia como única
te del cristianismo, se estableció un culto escueto a la letra,
letra de la Biblia reinó con la misma tiranía con que antes
aba la tradición. Lessing contribuyó más que ninguno a eman
rnos de esa letra tiránica. Así como Lutero no se limitó a
ar contra la tradición, Lessing no luchó tan sólo por la ver
- sino que combatió con el máximo valor contra la letra; fue
voz la que más resonó en la batalla. Ahí es donde se agita más
enfrenadamente su cuchilla, la que resplandece y mata; pero
es donde también se encuentra más peligrosamente acorralado
la falange negra, y, en semejante apuro, un día exclamó:
"O sancta simplicitas ..." Pero aún no he llegado al lugar
de el hombre excelente que pronunció esas palabras no pudo
cular otras (Juan Hus fue quien pronunció esas palabras en
hoguera) . Nosotros deseamos ser juzgados por aquellos que
edan y quieran oírnos y juzgarnos. " ¡ Oh, si pudiera ser, cómo
earía tenerle por juez! ... ¡ Tú, Lutero, gran hombre descono
o , y desconocido, principalmente, por esos tozudos vocingleros
e, con tus zapatillas en las manos, trotan por el camino que tú
has abierto! Tú nos has redimido de la esclavitud de la tradi
n: quién nos redimirá de la insoportable esclavitud de la letra?
uién nos traerá, finalmente, un cristianismo como el que tú nos
señarías hoy, como el que enseñaría el mismo Cristo?"
Lessing decía que si la letra es el último velo del cristianismo,
e caiga ese velo y aparecerá el espíritu . Pero este espíritu, para
ssing, no es otra cosa que lo que la filosofía de Wolf habíase
opuesto demostrar, lo que los filántropos sintieron en su con
encia, lo que Mendelsohn encontró en el mosaísmo, lo que los
ancmasones han pregonado, lo que los poetas han cantado, lo
e, en una palabra, entonces se presentaba bajo todas formas
Alemania : el deísmo puro.
Murió Lessing en Brunswick en 1871 , desconocido, odiado y
esprestigiado. En el mismo año, apareció en Koenigsberg la Crí
ca de la razón pura, de Kant. Con este libro que, por un retraso
72 ALEMANIA

singular, no fue conocido de una manera general sino después


ocho años de su publicación, comienza en Alemania una rev
ción intelectual que presenta curiosísima analogía con la re
lución política de Francia y de no menos importancia para
hombre pensador; se desarrolla en iguales fases y existe entre
dos revoluciones el paralelismo más notable.
En las dos márgenes del Rin vemos el mismo rompimie
con el pasado. Se niega todo respeto a la tradición. En Fran
todo derecho, y todo pensamiento en Alemania, son denuncia
y se les obliga a justificarse. Aquí, cae la monarquía, sostén d
bóveda del viejo edificio social; allí, cae el deísmo, sostén de la
veda del antiguo régimen intelectual.
Sobre esa catástrofe, sobre ese 21 de enero del deísmo, hal
remos en la tercera parte. Por ahora no nos permiten escri
más un terror respetuoso, una piedad misteriosa. Nuestro coraz
se estremece compasivamente ... pues el que se prepara a mo
es el mismo anciano del cielo. Lo hemos conocido perfectamen
desde su cuna en Egipto, donde se crió entre los toros y coco
los divinos, las cebollas, los ibis y los gatos sagrados ... Le hem
visto despedirse de esos compañeros de infancia, de los obelis
y de las esfinges del Nilo, y después convertirse en Palestina
un dios rey chiquitín entre un pobre pueblo de pastores ...
vimos luego en contacto con la civilización asirio-babilónica;
tonces renunció a sus pasiones por demasiado humanas, y se al
tuvo de vomitar cóleras y venganzas, por lo menos no fulmi
rayos por la cosa más insignificante... Le vimos emigrar a Rom
la capital donde abjuró toda especie de prejuicios nacionales
proclamó la igualdad celeste de todos los pueblos; hizo, con t
hermosas frases, gran oposición al viejo Júpiter, e intrigó tan
que alcanzó pronto el poder, y desde lo alto del Capitolio g
berrió la ciudad y el mundo, urbem et orbem... Lo vimos dep
rarse, espiritualizarse más aún, hacerse paternal, misericordios
bienhechor del género humano, filántropo ... ¡ Nada ha podid
salvarle! ... ¿No oís sonar la campanilla? ¡De rodillas! ... Lleva
los sacramentos a un Dios que se muere.
PARTE TERCERA

DESDE KANT HASTA HEGEL

CUENTA que un mecánico inglés que había ya imaginado las


quinas más ingeniosas, se propuso al fin fabricar un hombre
consiguió. La obra de sus manos podía funcionar y obrar co
un hombre; llevaba en su pecho de cuero una especie de
rato de sentimiento humano que no se diferenciaba gran cosa
los sentimientos habituales de los ingleses; podía traducir sus
ociones en sonidos articulados, y el ruido interno de ruedas,
ortes y escapes, que en esas ocasiones se escuchaba, formaba
verdadera pronunciación inglesa. En fin, ese autómata era un
tleman completo, y para que fuese completamente un hombre
le faltaba sino un alma, la cual no podía dársela el creador
lés, y la pobre criatura, cuando tuvo conocimiento de su im
fección, atormentaba noche y día a su creador suplicándole
le proveyese de ella.
Se hizo de tal modo insoportable el insistente ruego al pobre
sta, que concluyó por huir para librarse de su obra maestra.
o la máquina-hombre emprendió inmediatamente el camino,
iguió al continente, no cesó de pisarle los talones, y cuando lo
nzaba le decía al oído: ¡Give me a soul! En todos los países.
encontramos ahora con esos dos personajes, y tan sólo quien
oce su respectiva posición, comprende su singular intranqui
d, su turbación y su tristeza. Y cuando se advierte esa parti
ar posición, se comprende que tiene un carácter de generaliza
; obsérvase que una parte del pueblo inglés está harta de su
stencia mecánica y pide un alma, mientras que a la otra parte
martiriza esa petición, y ninguna de las dos halla paz.
Es ésta una historia terrible, y es una cosa tremenda si los
rpos que nosotros creamos nos piden un alma; pero más es
toso, más terrible, más cruel, es crear un alma, y oírla pedir
cuerpo y que os persiga con ese anhelo. El pensamiento creado
nuestra inteligencia, es una de esas almas que no nos deja
73
74 ALEMANIA

descansar hasta que le damos cuerpo, hasta que no la realiza


en hechos sensibles. El pensamiento quiere convertirse en ac
el verbo anhela encarnarse, y, ¡ oh maravilla!, el hombre, com
Dios de la Biblia, no necesita sino expresar su pensamiento
que el mundo se acomode a sus deseos; la luz a la oscurida
hace, las aguas se separan de la tierra, o bien aparecen be
feroces. Es el mundo la configuración de la palabra.
Esto hacía decir al anciano Fontenelle: "Si todas las verd
del mundo estuviesen en mi mano, me guardaría muy bie
abrirla." Yo opino lo contrario. Si todas las verdades del mu
estuviesen en mi mano, os rogaría tal vez que me la cortase
punto, pero de todos modos, no la tendría cerrada mucho tier
Yo no he nacido para carcelero de pensamientos; ¡ a fe que
pondría en libertad! Que se transformen en hechos espanto
que se precipiten por todas partes como bacanal desenfrenada,
quiebren con sus tirsos nuestras más inocentes flores, que inva
nuestros hospitales y arranquen de su lecho al viejo mundo
fermo ... mi corazón sufrirá sin duda, y yo mismo saldré pe
dicado, pues, ¡ ay!, también yo formo parte de ese viejo mu
enfermo, y con razón ha dicho el poeta: por burlarse de sus
letas no se anda mejor. Yo soy el más enfermo de todos voso
y tanto más digno de lástima cuanto que sé lo que es la salu
vosotros, a quienes envidio, no lo sabéis; vosotros sois capace
morir sin notarlo. Sí, muchos de los vuestros están muertos
mucho tiempo, y se empeñan en que ahora precisamente emp
su verdadera vida. Cuando contradigo esa ilusión, se me odia
me injuria ... y, ¡cosa horrible!, los cadáveres se alzan contra
y me ultrajan, y lo que atormenta aún más que sus invect
son sus pútridos miasmas ... ¡ Atrás, fantasmas!, voy a hablar
un hombre, cuyo sólo nombre ejerce exorcismo poderoso:
refiero a Manuel Kant.
Suele decirse que los espíritus de la noche se espantan cua
ven la cuchilla de un verdugo. ¡ Cuál no será su terror cuando
les presenta la Crítica de la razón pura, de Kant! Este libro
el hacha que mató en Alemania al Dios de los deístas.
Sin duda vosotros los franceses habéis sido benignos y mo
rados en comparación con nosotros los alemanes: no habéis pod
DE KANT A HEGEL 75

atar sino a un rey, y aun para ello necesitasteis armar estruendo,


ociferar y trepidar hasta conmover el globo. En realidad se hace
masiado honor a Robespierre comparándolo con Kant. Maxi
iliano Robespierre, el gran pazguato de la calle Saint-Honoré,
nía, sin duda, sus accesos de destrucción cuando se trataba de
monarquía, y se agitaba con bastante furia en su epilepsia re
cida; pero en cuanto se trataba del Ser Supremo, limpiábase la
puma que blanqueabà su boca, lavábase las manos ensangren
das, sacaba del ropero su frac azul de los domingos, con her
osos botones de vidrio, y sobre el amplio chaleco se ponía un
mo de flores.
Difícil es escribir la historia de la vida de Kant, pues él no
vo ni vida ni historia; vivió una vida de célibe, mecánicamente
reglada y casi abstraída, en una apartada callejuela de Koenigs
erg, antigua ciudad de la frontera nordeste de Alemania. Dudo
e el gran reloj de la catedral haya cumplido su labor visible
n menos pasión y más regularidad que su compatriota Manuel
ant. Levantarse, desayunarse, escribir, dar su cátedra, comer,
sear, todo tenía su hora fija, y los vecinos sabían con exactitud
e eran las dos y media cuando Kant, con frac gris y su junco
España en la mano, salía de su casa y se dirigía hacia la corta
enida de tilos, a la que en recuerdo suyo se llama en la actua
dad avenida del filósofo.
La recorría ocho veces todos los días, en cualquier estación, y
ando el tiempo estaba cubierto o las nubes presagiaban agua,
veía a su viejo criado Lampe, siguiéndolo con aire inquieto y
gilante, con el paraguas bajo el brazo, como la verdadera imagen
e la Providencia.
¡Qué extraño contraste entre la vida exterior de ese hombre
su pensamiento destructor! En verdad que si los burgueses de
oenigsberg hubieran presentido todo el alcance de ese pensa
iento, habrían experimentado delante de él un estremeci
iento mucho más espantoso que ante la vista de un verdugo
ue no mata más que hombres. Pero aquellas buenas gentes no
eron jamás en él sino a un profesor de filosofía, y cuando pasaba
la hora referida, le saludaban amistosamente y ponían sus relo
es en hora.
76 ALEMANIA

Pues aunque Kant, ese gran demoledor en el terreno del p


samiento, sobrepasó con mucho en terrorismo a Robespierre, tu
sin embargo, con él algunas semejanzas que provocan un pa
lelo entre esos dos hombres. Por de pronto hallamos en am
esa probidad inexorable, contundente, molesta, sin poesía; y d
pués vemos en ambos la misma sabia desconfianza, que se tradu
en uno por la crítica empleada contra las ideas, mientras que
otro la vuelve contra los hombres y la denomina virtud repul
cana. Por lo demás, los dos acusan en el mayor grado el tipo
tendero ... La naturaleza los había destinado a pesar café y azú
pero la fatilidad quiso que usasen otra balanza, y entregó a u
un rey y un Dios al otro ...
Y pesaron con fidelidad .
La Crítica de la razón pura es la obra capital de Kant; por
preferentemente hablaremos de ella: ninguno de sus demás
critos tiene importancia tan grande. Ese libro apareció en 178
pero, como ya he dicho, no fue generalmente conocido hasta 178
Nada absolutamente se ocuparon de él cuando se publicó. Ap
recieron tan sólo dos anuncios insignificantes, y más tarde f
cuando llamaron la atención pública sobre el libro, artículos
Schütz, Schultz y Reinhold. Puede atribuirse ese tardío cono
miento a la desusada forma y al mal estilo de la obra, pues Ka
merece en cuanto al estilo más censuras que ningún otro filósof
sobre todo cuando le comparamos a su estilo precedente, que e
mejor. La colección de sus composiciones, cortas, recientemen
publicadas, contiene sus primeros ensayos, y causa admiració
hallar en ellas una forma excelente y a menudo muy espiritua
Se esmeraba en esos trataditos mientras preparaba su gran obr
Me hace el efecto de un soldado que sabe armarse con tranquil
dad para un combate, en el que se promete una victoria segur
Se observa esto sobre todo en sus escritos cortos, Historia natura
universal y Teoría sobre el conocimiento del cielo, año 1755; la
Consideraciones sobre lo bello y lo sublime, escritas diez años des
pués, así como los Sueños de un hombre visionario, de un lengua
je excelente, al estilo de los tratados franceses. El espíritu de
Kant, tal como se revela en sus opúsculos, tiene algo particular
El espíritu sube al pensamiento, y a pesar de ser tan tenue

1
DE KANT A HEGEL 77

ase de ese modo a altura satisfactoria. Sin semejante ayuda


podría lograrlo ni el espíritu mejor dotado; como a la viña
le falta apoyo, veríase obligado a rastrear tristemente por la
ra, y a corromperse en ella con sus frutos más preciados.
Pero ¿por qué escribió Kant su Crítica de la razón pura en
estilo tan obstinado, tan seco, legítimo estilo en papel gris?
nió, creo yo, que después de haber rechazado la forma mate
ica de la escuela de Descartes, Deibniz y Wolf, perdiese la
acia algo de su dignidad al expresarse con un tono ligero,
ble y simpático, y la revistió, por lo tanto, con una forma
da, abstracta, que excluía toda familiaridad con las inteligen
de orden inferior. Quiso alejarse arrogantemente de los filó
s populares de entonces, que aspiraban a la más burguesa
idad, e hizo hablar a su filosofía una especie del pasado len
je de las cancillerías; ahí es donde se muestra por completo
specto del tendero. Quizá Kant tuviese también necesidad,
la rigurosa filiación de sus ideas, de un idioma de precisión
y no se hallaba en estado de crear uno mejor. Solamente el
o encuentra una palabra nueva para una idea nueva. Pero
t no era un genio. Dándose cuenta de esa laguna de su orga
o, Kant, lo mismo que el bueno de Maximiliano, desconfió
genio y llegó a sostener, en su Crítica del juicio, que el genio
enía nada que hacer en la ciencia, y relegó su acción a los
inios del arte.
Mucho daño ha hecho Kant con el estilo pesado y minucioso
u obra principal, porque los imitadores sin talento lo plagia
en su forma exterior, y así nació entre nosotros el absurdo
ue no se podía ser filósofo y buen escritor. Sin embargo, la
na matemática no pudo, desde Kant, reaparecer en la filosofía;
niquiló despiadadamente en la Crítica de la razón pura. La
a matemática, decía, no sirve en la filosofía sino para edificar
llos de naipes, así como la forma filosófica en las matemáticas
produce sino el charlatanismo; pero en filosofía no puede
er definiciones como en matemáticas, donde las definiciones
son discursivas, sino intuitivas, es decir, que pueden ser de
tradas de un modo visible, mientras que lo que se llama de
iones en filosofía preséntase únicamente de una manera hipo
78 ALEMANIA

tética, en forma de experimentación, y la verdadera defini


sólo aparece como resultado, al final.
¿Qué hace que los filósofos muestren tanta predilección
la forma matemática? Esta predilección comenzó desde los t
pos de Pitágoras, quien designó con números los principio
las cosas. Esta fue una idea de hombre de genio: todo lo sen
y finito está expresado por un número, que, sin embargo, in
algo determinado, y la relación de este algo con otro determin
recibe el mismo carácter de insensible y de infinito. En esto,
méjase el número a las ideas, las cuales tienen entre sí el m
carácter y la misma relación. Las ideas, tales como se prod
en nuestra inteligencia y en la naturaleza, pueden ser design
por números, de manera muy sensible; pero el número n
después de todo, sino el signo representativo de la idea, y
idea misma. El maestro posee perfectamente la conciencia de
distinción, pero el discípulo la olvida, y no transmite a
discípulos de segunda mano sino jeroglíficos numéricos, cifra
vida, cuyo sentido vivificante no puede ya ser conocido por n=
Esto mismo es aplicable a los demás elementos de la forma
temática. Lo intelectual, en su movilidad. constante, no per
ningún alto, y tan en vano es que pretendan fijarse las lí
triángulos, cuadrados y círculos, como los números. No se p
medir ni calcular el pensamiento.
Como lo que me propongo fundamentalmente es facilita
Francia el estudio de la filosofía alemana, trato con predilec
de esas dificultades exteriores que espantan fácilmente a up
tranjero cuando no lo han prevenido. A los que quieran co
a Kant al alcance del público francés, les advierto sobre todo
separen de su filosofía la parte destinada exclusivamente a
batir los absurdos de la filosofía de Wolf. Esta polémica,
aparece por todas partes, no serviría sino para confundir
franceses, y no les sería de ninguna utilidad.
Es la Crítica de la razón pura, como he dicho, la obra ca
de Kant, y puede uno prescindir de conocer sus demás esc
o considerarlos, por lo menos, como comentarios únicame
por lo que va a continuación se puede juzgar la importanci
la obra.
DE KANT A HEGEL 79

Los filósofos que antecedieron a Kant han reflexionado sobre


origen de nuestros conocimientos, y siguieron, como ya se ha
to, dos caminos diferentes, según que admitieran las ideas a
ori o a posteriori; pero se han preocupado menos de la facul
I cognoscitiva, que de la capacidad y límites de esa facultad.
a fue la tarea que se impuso Kant: sometió nuestra facultad
conocer a una investigación despiadada, sondeó toda la pro
ndidad de la misma y averiguó sus límites. Halló como resulta
de una manera cierta, que nosotros no podemos saber nada
muchas cosas que teníamos anteriormente por conocimientos
imos. Esto era muy mortificante, pero siempre era útil saber
iles eran las cosas que no podíamos saber. Quien nos evita un
mino inútil, nos presta un servicio tan importante como el que
s indica el verdadero. Kant nos prueba que no sabemos nada
las cosas tales como son en sí mismas y por sí mismas, y no
emos conocimiento de ellas sino tal y como se reflejan en nues
espíritu. Estamos, pues, completamente como aquellos prisio
tos de los que Platón, en el libro séptimo de su República,
ce tan aflictivo retrato. Esos desgraciados, encadenados por el
ello y por los muslos, de manera tal que no pueden volver la
a, están sentados en una prisión abierta por arriba, desde donde
tiben alguna luz; pero esta luz procede de un fuego cuya llama
eleva detrás de ellos y de la que les separa un muro poco ele
do. A lo largo de ese muro pasean hombres que llevan toda
se de estatuas, imágenes en madera y piedra, y que hablan
tre ellos. Los pobres prisioneros no pueden ver a esos hombres
ya estatura no alcanza al muro; y, de las estatuas que lo sobre
san, no distinguen sino las sombras que se pasean sobre el mu
de enfrente. Toman entonces las sombras por los objetos que
producen, y, engañados por el eco de su prisión, creen
e son las sombras las que charlan entre sí.
La anterior filosofía, dedicada a husmear por todas partes para
Coger indicios y hechos sobre todas las cosas que en seguida
sificaba, concluyó cuando apareció Kant. Éste llevó sus pesqui
saА las profundidades del espíritu humano, y se enteró de lo que
ellas pasaba. No sin razón compara su filosofía al método de
opérnico. En otro tiempo, cuando no se metían con la tierra, a
80 ALEMANIA

cuyo alrededor hacían girar al sol, no siempre concordaban bi


los cálculos astronómicos. Entonces Copérnico hizo que el sol
detuviese y que la tierra girara en torno de él, e inmediatame
se arregló todo a maravilla. En otro tiempo la razón, al igual
sol, corría alrededor del mundo de los hechos para iluminarle
su luz. Pero Kant hizo que la razón permaneciese en su sitio
que el mundo de los hechos girara a su alrededor, y todo
ilumina a medida que llega ante ese sol intelectual.
Bastan las pocas palabras con que he señalado la labor
Kant, para que se comprenda que yo considero como la pa
más importante, como el punto central de su filosofía, la secci
de su libro, donde trata de los fenómenos y de los nóumen
Kant establece, en efecto, una diferencia entre los aspectos de
cosas y las cosas mismas. Como nosotros no podemos saber na
de los objetos sino tal como se nos aparecen, y como los obje
no se nos aparecen como son en sí mismos y por sí mismos, Ka
ha llamado fenómenos a los objetos, tal como se nos aparecen
nóuménos a los objetos tal como son en sí mismos. Nosotros
podemos, pues, conocer las cosas sino como fenómenos y no cor
nóumenos. Éstos son puramente problemáticos; no podemos de
ni que existen ni que no existen. La palabra nóumenos no
sido opuesta a la de fenómenos, sino para poder hablar de
cosas en el grado que nos son conocidas, sin llevar nuestro jui
a las que le son inaccesibles. Kant no ha dividido, pues, co
varios maestros que no quiero nombrar, los objetos en fenón
nos y nóumenos, es decir, en cosas que existen y cosas que
existen para nosotros. Eso hubiera sido ser un verdadero B
irlandés en filosofía. No ha querido expresar sino un dato sol
los límites. Dios, según Kant, es un nóumeno, y en consonan
con sus argumentos, ese ser ideal y trascendental, que hasta e
tonces se había llamado Dios, queda reducido a una suposici
Es el resultado de una ilusión natural. Sí, Kant demuestra que
podemos saber nada acerca de ese nóumeno, acerca de Dios,
que es imposible dar ninguna prueba razonable de su existenc
La frase de Dante, Lasciate ogni speranza, la inscribimos en
parte de la Crítica de la razón pura.
Estimo que se me perdonará con placer si no explico la pa
DE KANT A HEGEL 81

de trata de los argumentos de la razón especulativa en favor


la existencia de un Ser Supremo. Aunque la refutación de esos
umentos no ocupa mucho sitio y no se explana hasta la segun
mitad del libro, arranca desde lejos con previsora intención y
ra en los puntos culminantes de la obra. Se alía a la Crítica de
a teología especulativa y allí desaparecen los últimos fantas
s del deísmo. Debo observar que cuando Kant ataca las tres
es de pruebas de la existencia de Dios, es decir, la prueba
ológica, la cosmológica y la psicoteológica, es más afortunado
estruir las dos últimas que en la primera. Ignoro si aquí son
ocidas estas denominaciones, y cito, en consecuencia, el pasaje
la Crítica donde Kant formula la distinción:

La razón especulativa no tiene más que tres clases de pruebas


posibles en favor de la existencia de Dios. Todos los caminos que
se pueden tomar para llegar a ese fin parten o de la experiencia
determinada y de la propiedad particular del mundo sensible re
conocida por esa experiencia, y se elevan desde allí, según las leyes
de la causalidad, hasta la causa suprema exterior al mundo; o bien
se apoyan sobre una experiencia indeterminada, como, por ejemplo,
sobre una existencia cualquiera, o hacen, en fin, abstracción de
toda experiencia y concluyen, completamente a priori, de puras
ideas en la existencia de un Ser Supremo. La primera prueba es
la prueba psicoteológica, la segunda la cosmológica y la tercera
la ontológica. No existen y no pueden existir otras más.

Después de un estudio concienzudo del libro fundamental de


t, he creído reconocer que la polémica contra esas pruebas
a existencia de Dios palpita en todas partes, y hablaría dete
mente de ello, si no me contuviera un sentimiento religioso..
ame oír que uno discute la existencia de Dios, para experi
tar una inquietud tan singular, una opresión tan indefinible
o la que sufrí hace tiempo en Londres, cuando, al visitar New
am, me vi solo y abandonado por mi guía en medio de una
a de locos. Dios es todo lo que es. Dudar de él, es dudar de la
misma; es lo mismo que la muerte.
Merece tanta censura la discusión sobre la existencia de Dios,
o merece alabanza la meditación sobre la naturaleza de
. Esta meditación es un verdadero culto; nuestra alma se des
de lo perecedero y finito, y llega a la conciencia del increado
82 ALEMANIA

y de la armonía del universo. Esta conciencia conmueve al ho


bre sensible en la oración o en la contemplación de los símbol
sagrados. El pensador se ve arrobado en el ejercicio de esa sub
me facultad del espíritu que llamamos razón, y cuya misión sup
rior es buscar la naturaleza de Dios. Los hombres particularmen
religiosos, ocúpanse en ese problema durante toda su vida, y
hallan secretamente atormentados por él desde la infancia, des
los primeros albores de la razón. Tanto en Occidente como
Oriente, se han agotado en hipérboles, porque la imaginación
los deístas atorméntase en vano con el infinito del espacio y
tiempo. Aquí es donde se muestra su impotencia, la pobreza de
idea cosmogónica, de su explicación de la naturaleza de Di
de las pruebas de su existencia, y nosotros no experimentam
gran sentimiento al ver cómo ha destruido Kant esas pruebas
la existencia de Dios. Y no porque la prueba ontológica se h
biera salvado, encontraríase mejor el deísmo; porque esa prue
redundaría también en provecho del panteísmo. Para que se
comprenda mejor, añadiré que la prueba ontológica es la q
Descartes empleó, y la que, mucho tiempo antes, en la Edad M
dia, formuló Anselmo de Canterbury en una oración. Puede
cirse que San Agustín, en el segundo libro de la obra De libe
arbitrio, empleó la prueba ontológica.
Renuncio, como he dicho, a todo desarrollo popular de
polémica de Kant contra esas pruebas; me contento con asegu
que desde entonces se ha desvanecido el deísmo en el terreno
la razón especulativa. Esta fúnebre noticia necesitará quizás a
de algunos siglos para esparcirse por todo el universo ... pe
nosotros nos hemos puesto de luto desde hace mucho tiempo.
profundis.
Es posible que creáis que ya no nos queda sino volver
nuestra casa. No tal, aún nos queda por ver el sainete; tras
tragedia viene lo cómico. Manuel Kant ha tenido hasta aquí
acento de un filósofo inexorable, ha tomado el cielo por asalto
ha pasado a cuchillo a toda la guarnición . Veis que yacen sin vi
los guardias de corps ontológicos, cosmológicos y psicoteoló
cos; la misma deidad, privada de demostración, ha sucumbido;
no hay ni misericordia divina, ni bondad paternal, ni recompen
DE KANT A HEGEL 83

ra para las privaciones actuales; la inmortalidad del alma está


agonía... No se escucha sino estertores y gemidos ... Y el
Lampe, afligido espectador de esta catástrofe, deja caer su
guas; córrenle por el rostro gruesas lágrimas y sudor de an
a. Entonces Kant se enternece y demuestra que no solamente
a gran filósofo, sino también un hombre bueno; reflexiona y
con aire entre bonachón y malicioso:

Es preciso que el viejo Lampe tenga un Dios, sin lo cual no


puede ser feliz el pobre hombre ... Ahora bien, el hombre debe
ser dichoso en este mundo ... Esto es lo que dice la razón prác
tica ... Así, pues, quiero muy de veras que la razón práctica ga
rantice la existencia de Dios.

Como consecuencia de este razonamiento, Kant distingue


e la razón teórica y la razón práctica, y, con la ayuda de la
nda, como con una varita mágica, resucita al Dios que había
do la primera.
Es muy posible que Kant emprendiera esa resurrección no sólo
mistad para con el viejo Lampe, sino por temor de la policía.
taría por convicción? ¿Quiso, al destruir todas las pruebas
I existencia de Dios, mostrarnos lo triste que era para nos
el no saber nada de Dios ? Obró en esto, poco más o menos,
o mi amigo wesfaliano que rompió todos los faroles de la
Grohnd en Gotinga, y nos endosó en la oscuridad un largo
rso sobre la necesidad práctica de los faroles que había ape
do de una manera teórica, para enseñarnos que sin la luz
echora nada podíamos ver.
Dije ya que cuando apareció la Crítica de la razón pura no
ujo ninguna sensación: no excitó la atención pública hasta
s años después, cuando algunos filósofos escribieron acerca
la. En el año 1789 nadie se ocupó de otra cosa en Alemania
de la filosofía de Kant, y tuvo entonces, tanto por la forma
o por el fondo, sus comentarios, crestomatías, interpretacio
apreciaciones, apólogos, etc.. etc. Basta echar una ojeada sobre
imer catálogo que se halle a mano: la innumerable cantidad
critos que tenían a Kant por objeto, atestigua suficientemente
ovimiento intelectual ocasionado por ese hombre solo. Hubo
84 ALEMANIA

en unos un ardoroso entusiasmo, en otros una amarga tristeza


muchos una ansiedad expectante sobre el fin de esa revolu
intelectual. Tuvimos tumultos en el mundo del pensamiento ce
vosotros los tuvisteis en el mundo material, y tanto nos ahoga
en la demolición del antiguo dogmatismo como os pasó a
otros en el asalto de la Bastilla.
Entre nosotros no hubo más que algunos inválidos en la
fensa del dogmatismo de la filosofía de Wolf. Fue una revoluc
y no faltaron, por tanto, los horrores. En el partido del pas
los que menos se conmovieron ante esos horrores fueron los I
nos cristianos. Llegaron éstos hasta desear más aún, a fin de
se llenase la medida y pudiese venir más pronto la contrarre
lución, como reacción necesaria. Tuvimos pesimistas en filos
como vosotros en política. Así como en este país hubo gentes
pretendían que Robespierre no era más que un agente de l
también existieron entre nosotros quienes llegaron a suponer.
su ofuscación, que Kant se entendía secretamente con sus ad
sarios, y que no había destruido todas las pruebas filosóficas d
existencia de Dios, sino para dar a entender al mundo que ja
se puede llegar al conocimiento de Dios con la razón, y que
bemos ajustarnos a la religión revelada.
Dio Kant este gran impulso a los espíritus, no tanto po
fondo de sus escritos como por el espíritu crítico que los anim
y que desde entonces introdujo en todas las ciencias. Todas
disciplinas fueron dominadas por él y ni aun la poesía se li
de su influencia. Schiller, por ejemplo, fue un poderoso kantia
y sus ideales artísticos están impregnados del espíritu y de la f
sofía de Kant. Las bellas letras y las bellas artes se resintieron
la abstracta sequedad de esa filosofía. Afortunadamente, no
introdujo en la cocina.
No se convence con facilidad al pueblo alemán; pero una :
que se le ha lanzado por un camino, lo seguirá hasta el fin c
la más terca constancia: lo que fuimos en los asuntos religiosos
fuimos en filosofía. ¿Avanzaremos en política con tanta p
severancia?
Kant arrastró a Alemania al camino filosófico, y la filoso
se hizo una causa nacional. De repente surgió del pueblo alem
DE KANT A HEGEL 85

hermoso tropel de grandes pensadores, como evocado por una


mula mágica. Si la filosofía alemana encuentra algún día, co
la revolución francesa, su Thiers y su Mignet, su historia
ecerá una lectura igualmente interesante: el alemán la leerá
orgullo y el francés con admiración.
Entre los discípulos de Kant en seguida sobresalió Johannes
tlieb Fichte.
Casi renuncio a dar una idea exacta de la importancia de ese
abre. En Kant no teníamos que examinar más que un libro;
independientemente del libro, nos es preciso tener en cuenta
ombre: en este hombre el pensamiento y la voluntad no son
que uno, y en esa gigantesca unidad influyen sobre el mundo
temporáneo. No tenemos, pues, que examinar solamente una
sofía, sino también un carácter, que es la condición de aqué
y para comprender su doble influencia sería preciso trazar
la situación política de la época. ¡ Qué labor tan inmensa!
duda se nos perdonará si nos limitamos a ofrecer indicios
pletamente superficiales.
Inicialmente es muy difícil dar una idea del pensamiento de
te. Nos encontramos aquí con dificultades especiales, que na
no solamente del fondo, sino de la forma y del método, las
cosas que más nos importa explicar a los extranjeros. Co
cemos, pues, por el método de Fichte. Tomó en los primeros
pos el de Kant; pronto cambió de método a causa de la na
leza del asunto. Kant no tenía que producir sino una crítica,
ecir, algo negativo, y Fichte tuvo pronto un sistema, por con
liente, algo positivo. La falta de un sistema completo hizo que
tehusara más de una vez a la filosofía de Kant el título de
ofía. En lo que al mismo Kant concernía, teníase razón; pero
respecto de los kantianos, que sacaron de los tratados de su
stro materiales para una suficiente cantidad de sistemas. En
primeros escritos, Fichte permaneció, como ya he dicho, ente
ente fiel al método del maestro, hasta el punto que puede
buirse a éste el primer tratado de aquél, que apareció anó
o. Pero como Fichte creó más tarde un sistema, entregóse
ardor a la pasión de la construcción, y cuando construyó todo
mundo comenzó con la misma decisión a demostrar lo que
86 ALEMANIA

había construido. Que construya o que demuestre, Fichte m


fiesta una pasión, por decirlo así, abstracta. Lo mismo que e
sistema, la subjetividad domina bien pronto en su enseña
Kant, por el contrario, extiende ante sí el pensamiento, lo a
za, lo diseca hasta en sus fibras más tenues, y su Critica d
razón pura es, en cierto modo, el anfiteatro anatómico del e
ritu humano; pero él permanece frío e insensible como un
dadero cirujano..
La forma de lo que escribió Fichte es semejante a su mét
vive, pero también tiene todos los defectos de la vida; es inqu
y confusa. Para ser siempre vivo y animado, Fichte desden
terminología ordinaria de los filósofos, por parecerle algo
muerte; pero con ese sistema llegamos a entenderle menos.
ne, sobre todo, respecto de eso de que no se le entiende,
singular manía. Cuando Reinhold pensaba como él, Fichte de
que nadie le comprendía mejor que Reinhold. Después, cu
éste se separó de su doctrina, Fichte, dijo: "Jamás me comp
dió." Al separarse de Kant, manifestó que Kant no se ente
él mismo. Indico aquí el lado cómico de nuestros filósofos,
constantemente se quejan de no ser comprendidos; Hegel, e
1
lecho de la muerte, decía: "Solamente un hombre me ha
prendido"; pero añadió en seguida: "Y ni aun ese hombre
ha comprendido tampoco."
Estudiada en su fondo, en su valor intrínseco, la filosofí
Fichte no tiene gran importancia. No ha proporcionado
sociedad ningún resultado; únicamente porque es, ante todo,
de las fases más notables de la filosofía alemana; porque evi
cia la esterilidad del idealismo en sus últimas consecuencias;
que constituye la necesaria transición a la filosofía actual, es
lo que tiene algún interés la doctrina de Fichte. Así que c
esta doctrina tiene más importancia bajo el aspecto históri
científico que bajo el aspecto social, la resumiré en pocas palal
Lo que Fichte se propone es esto: ¿qué razones tenemos

otros para admitir que nuestras nociones de las cosas respor
a las cosas que están fuera de nosotros? Y resuelve esta cues
de la siguiente manera: Todas las cosas no tienen realidad
en nuestro espíritu.
DE KANT A HEGEL 87

La Crítica de la razón pura fue la obra capital de Kant; la


trina de la ciencia fue la de Fichte. Pero allí donde Kant ana
Fichte construye. La Doctrina de la ciencia comienza por
fórmula abstracta: (Yoyo) ; saca al mundo del fondo del
titu; la inteligencia vuelve sobre sus pasos por el mismo ca
o que recorrió para llegar a la abstracción; en su regreso llega
undo de los hechos, y entonces el espíritu puede proclamar
mundo como un acto necesario de la inteligencia.
En Fichte existe aún una dificultad particular, cuando supone
píritu observándose a sí mismo mientras obra: el yo debe
r observaciones sobre sus actos intelectuales mientras los eje
el pensamiento debe espiarse mientras piensa, mientras se
na paulatinamente hasta llegar al ardor.
Esta operación nos hace pensar en el mono sentado cerca
lumbre, ante una marmita en la que cuece su propia cola;
juzgaba que el verdadero arte culinario no consistía única
e en cocer objetivamente, sino en tener del cocimiento
encia subjetiva.
Hay que observar que la filosofía de Fichte tuvo que soportar
Ore los dardos de la sátira. Yo he visto una caricatura que
senta un ganso fichteano. El hígado del pobre animal es
esuradamente grueso, y sobre el vientre se lee: Yoyo.
Pablo se ha mofado de la manera más despiadada de la filo
de Fichte en un libro titulado: Clavis fichteana. Que el
smo, en las consecuencias de su deducción, hubiera llegado.
ar la realidad de la materia, pareció, a la gran masa del pú
una broma demasiado pesada. Nosotros nos divertimos bas
con el yo de Fichte, que con sólo su pensamiento producía
el mundo de los hechos. Nuestros bromistas tuvieron toda
casión de reírse de una mala inteligencia que se hizo dema
popular para que yo pueda dispensarme de hablar de ella.,
sa se imaginaba que el yo de Fichte era el yo particular de
nes Gottlieb Fichte, y que ese yo individual negaba las
= existencias. ¡ Qué descaro!, exclamaron las buenas gentes;
ombre cree que no existimos, cuando tenemos más cuerpo
1, y cuando, en calidad de burgomaestre y de archivero del
al, somos sus superiores. Las señoras decían: " ¿No cree, por
88 ALEMANIA

lo menos, en la existencia de su mujer? -No. -¿Y lo aguant


señora de Fichte?"
Sin embargo, el yo de Fichte no es un yo individual, sino
universal, el yo del mundo que llega a tener conciencia de si
pensamiento de Fichte no es el pensamiento de un hombre
un hombre determinado, que se llama Fichte; es más bien el
samiento universal que se manifiesta en un solo individuo.
como se dice: llueve, relampaguea, etcétera, Fichte no del
decir: "Pienso", sino piensa; el pensamiento universal pi
en mí.
1
Comparé yo una vez, en un paralelo entre la revolución fra
sa y la filosofía alemana, más en broma que en serio a Fichte
Napoleón; pero aquí existen efectivamente notables analo
Después que los kantianos acabaron su obra de destruc
terrorista, apareció Fichte como apareció Napoleón cuand
Convención, con ayuda de otra crítica de la razón pura,
demolido todo el pasado. Napoleón y Fichte representan an
el gran yo soberano, para quien el pensamiento y el hech
son más que una cosa; y las colosales construcciones que los
se aprestan a elevar, atestiguan una voluntad colosal; pero a
de las digresiones de esa misma voluntad ilimitada, desmo
ronse pronto esas construcciones: la Doctrina de la ciencia
imperio cayeron y desaparecieron tan rápidamente com
elevaron .
El imperio ya no pertenece más que a la historia, pero el
vimiento que el emperador produjo en el mundo no se ha t
nado aún: de ese movimiento todavía vive Europa. Lo m
sucede con la filosofía de Fichte, la cual ha sucumbido co
tamente, pero las inteligencias están aún conmovidas por los
samientos que Fichte ha hecho germinar, y el alcance de su
bra es incalculable. Aunque el idealismo trascendental no
sino un error en su conjunto, reinó, sin embargo, en los es
de Fichte una altiva independencia, un amor de la libertad
dignidad viril, un sentimiento cívico, que ejercieron sobre
ventud saludable influencia. El yo de Fichte estaba por com
de acuerdo con su carácter de hierro, terco, inflexible. La d
na de un yo semejante, todopoderoso, no podía germinar sin
DE KANT A HEGEL 89

carácter, y ese carácter, cobijando sus raíces en semejante doc


a, tenía que tornarse más terco, más inflexible.
¡Qué aversión no debió inspirar ese hombre a los escépticos
ístas, a los frívolos eclécticos y a los moderados de todos los
tices ! Su vida entera fue un combate. La historia de su juven
no es sino una serie continua de aflicciones, como la de casi
os nuestros hombres distinguidos. La pobreza se sienta en su
a, los mece hasta que son mayores, y esa débil nodriza es la
pañera fiel de su vida. Nada más conmovedor que ver a
hte, el hombre de más altiva voluntad, tratar de hacerse mise
lemente un camino en el mundo con un puesto de preceptor.
aun ese amargo pan de servidumbre alcanza a ganarlo en su
ria y se ve obligado a emigrar a Varsovia. Aquí se reproduce
terna historia: el preceptor desagrada a la dama distinguida, tal
a la doncella no distinguida; sus reverencias no son bastante
ciosas, bastante francesas, y no se le juzga digno de educar a
hidalguillo polaco. Fichte es despedido como un lacayo y reci
escasamente de su noble amo los exiguos gastos del viaje; deja
arsovia y se dirige a Koenigsberg, lleno de juvenil entusiasmo,
onocer a Kant. El encuentro de estos dos hombres es intere
te bajo todos conceptos. Creo que la mejor manera de dar
idea exacta de la manera de ser y de la situación de los dos,
transcribir fragmentos del diario de Fichte, reproducidos en
biografía suya publicada por su hijo.

El 23 de junio partí para Koenigsberg con un cochero de esa


ciudad, y llegué a la misma el 1 de julio, sin haberme encontrado
con ningún incidente notable.
El 4 hago una visita a Kant, que no me dispensó la más favo
rable acogida. He asistido como extraño a su cátedra, y mis espe
ranzas han sido defraudadas : su manera de explicar es soporífera.
He comenzado este diario ...
11 ... Desde hacía mucho tiempo deseaba tener con Kant una
entrevista más seria y no sabía qué camino tomar. Al fin tuve la
idea de escribir una Crítica sobre todas las revelaciones, y presen
társela como carta de recomendación. Empecé aproximadamente
hacia el 13, y desde entonces trabajé sin interrupción ... Por fin
el 18 de agosto envié a Kant mi trabajo terminado, y fui a su
casa el 25 para conocer su opinión. Me ha recibido con particular
bondad y se ha mostrado muy satisfecho de mi trabajo. No hemos
90 ALEMANIA

tenido una verdadera conversación filosófica. Por lo que concier


a mis charlas filosóficas, me ha remitido a su Crítica de la raz
pura y al predicador áulico Schultz, al que voy a ver en seguid
El 26 he comido en casa de Kant con el profesor Sommer, y
hallado en Kant a un hombre muy ingenioso y muy amable. D
de ese día únicamente he reconocido en él los rasgos dignos d
gran espíritu de que están impregnados los escritos . "
El 27 termino este diario después de hacer extractos del cur
de Kant sobre antropología que me prestó M. de L. Tomo
mismo tiempo la resolución de continuar regularmente este dia
todas las noches antes de acostarme, y de consignar en él todo
que encuentre interesante, sobre todo en rasgos de carácter y
observaciones.
28, por la noche. He comenzado ayer a releer mi Crítica, d
graciadamente los pensamientos y las ideas verdaderamente bu
nos que se me ocurren, me han convencido de que mi prim
trabajo es completamente superficial. He querido hoy llevar m
lejos ese examen; pero mi imaginación se ha distraído de tal m
nera, que no he podido hacer nada en todo el día. Esto no
extraño, por desgracia, en mi posición actual. He calculado
no me quedan medios de subsistencia sino para catorce días. Verd
es que ya me he encontrado otras veces en apuros semejantes; p
era en mi patria, y además al aumentar en edad y en más deli
dos sentimientos del honor, esta situación se hace cada vez m
dura ... No he tomado ni puedo tomar resolución alguna. No
confiaré al pastor Borowski, al cual me ha dirigido Kant; si
confío a alguien ha de ser al mismo Kant y no a ningún ot
El 29 he ido a casa de Borowski, en quien he hallado
hombre verdaderamente bueno y respetable. Me ha propuesto u
colocación, que además de no estar todavía muy segura, no
agrada mucho. Y sin embargo, sus maneras francas y leales me h
arrancado la confesión de que me corría mucha prisa el encont
una colocación. Me ha aconsejado que vaya a ver al profesor
Hoy no he podido trabajar ... Al día siguiente he ido en efe
a casa de W. y en seguida a la del predicador áulico Schultz . I
impresiones del primero son poco favorables; sin embargo, me
hablado de un puesto de preceptor en Curlandia, que únicamer
aceptaré apremiado por la necesidad . En casa del predicador áu
co fui recibido al principio por su mujer. Después apareció
pero encerrado en círculos matemáticos. Sin embargo, cuando o
con más claridad mi nombre, la recomendación de Kant le hi
más expresivo. Es un tipo prusiano anguloso, pero sus rasgos r
piran bondad y lealtad. He conocido en su casa a Broeunlich,
conde Daenhof, a Buttner, sobrino del predicador y a un jov
sabio de Nuremberg, Ehrhard, excelente muchacho, pero descon
cedor del mundo y de sus usos.
DE KANT A HEGEL 91

El 1 de septiembre, he tomado una firme resolución que he


querido comunicar a Kant. Aunque me costara mucho trabajo
aceptarla, el caso es que ni un puesto de preceptor se presenta: la
incertidumbre de mi situación me impide, por otra parte, trabajar
con el espíritu libre y aprovechar las instructivas relaciones de mis
amigos. Es, pues, necesario que regrese a mi patria. Yo hubiera
podido tal vez procurarme, por mediación de Kant, el pequeño
empréstito que para ello necesitaba, pero al ir a su casa para des
cubrirle mi situación, me ha faltado el valor. He tomado el partido
de escribir. Por la noche he sido invitado a casa del predicador
áulico, donde he pasado una velada muy agradable. El 2 he aca
bado la carta para Kant y se la he enviado.

Por notable que sea esa carta, no me puedo decidir a transcri


a aquí en francés. Creo que me ruborizaría; me parecería
elar delante de los extranjeros los más pudorosos sufrimientos
a familia. A despecho de mis esfuerzos para llegar a la urba
ad francesa, a pesar de mi cosmopolitismo filosófico, siempre .
conmigo la vieja Alemania con todos los sentimientos del filis
.. En fin, no puedo transcribir esa carta; y me limito a decir
Kant era tan pobre que, a pesar del tono conmovedor, des
ador de aquel escrito, no pudo prestar dinero a Fichte. Pero
no se molestó lo más mínimo, como lo podemos ver por las
bras de su diario que vamos a seguir citando:

El 3 de septiembre, he sido invitado a comer en casa de Kant,


me recibió con su acostumbrada cordialidad, pero me dijo que no
había podido tomar ninguna resolución respecto de mi carta, pues
no se encontraba en estado de poder complacerme hasta dentro
de quince días. ¡Qué franqueza tan amable! Además me ha pre
sentado, acerca de mis designios, dificultades que prueban no co
nocer bastante nuestra posición en Sajonia: No he hecho nada en
estos días; sin embargo, voy a ponerme a trabajar y a déjar lo
demás a la gracia de Dios .
Del 6: He sido invitado a comer en casa de Kant, quien me
ha propuesto vender al librero Hartung, por intermedio del pastor
Borowski, mi manuscrito de la Crítica de todas las revelaciones.
"Está bien escrito" , me ha dicho cuando yo he hablado de re
hacerlo ... ¿Es esto verdad? Sin embargo, Kant lo ha dicho! Por
lo demás, ha declinado el objeto de mi primer petición. El 10 he
comido en casa de Kant. Nada de nuestro asunto: allí estaba mestre
Gensichen. No hemos tenido sino conversación ' general, interesante
casi siempre. Por lo demás, Kant ha sido siempre el mismo para
mí.
92 ALEMANIA

Del 13: Hoy he querido trabajar y no he hecho nada.


abruma la inquietud. ¿Cómo acabará esto? ¿Qué será de mí
tro de ocho días? Para entonces se habrá agotado todo mi din

Después de haber corrido mucho, tras larga estancia en Su


Fichte finalmente encontró en Jena una posición estable, y de
entonces data su período más brillante. Jena y Weimar, dos
queñas ciudades sajonas, poco distantes entre sí, eran entor
el centro de la vida intelectual en Alemania. En Weimar est
el arte y la poesía; en Jena la universidad y la filosofía. Allí
mos a los más grandes poetas alemanes, aquí a los mejores sab
En 1794 comenzó Fichte su curso en Jena. La época es signil
tiva y explica el espíritu de sus escritos de entonces, así co
las tribulaciones de que fue víctima desde ese tiempo y qu
hicieron sucumbir cuatro años después; porque en 1798 fue c
do se lanzó contra él la acusación de ateísmo que le atrajo in
tenibles persecuciones, y determinaron su marcha de Jena.
acontecimiento, el más notable de la vida de Fichte, tiene t
bién una importancia general y no podemos menos de hablar
él. Es aquí, naturalmente, donde se deben colocar las ideas
Fichte sobre la naturaleza de Dios.
Fichte hizo insertar en el Diario filosófico que publicaba
tonces un artículo titulado: Desarrollo de la idea de la relig
que le fue enviado por un tal Forberg, profesor en Saalf
Unió a este artículo una corta disertación explicativa que t
por título Razones que tenemos para creer en un gobierno
mundo por Dios. Los dos artículos fueron secuestrados por el
bierno elector de Sajonia, como contaminados de ateísmo. L
al mismo de Dresde una requisitoria incitando a la corte
Weimar para castigar seriamente al profesor Fichte. Verdad
que la corte del gran duque no se dejó arrastrar por semeja
intimidación; pero como Fichte realizó en esta ocasión may
temeridades, y entre otras escribió un Llamamiento al púb
sin solicitar el permiso de la autoridad oficial, cambiáronse
disposiciones del gobierno de Weimar; y apremiado por las
tancias de fuera, resolvió amonestar benignamente al imprude
profesor. Pero Fichte, que se creía en su derecho, no quiso dig
con paciencia la reprimenda y abandonó a Jena. A juzgar por
DE KANT A HEGEL 93

tartas, dolióle sobre todo la conducta de dos hombres a los cuales


daba voz muy importante en el asunto su posición oficial, y esos
dos hombres eran su reverencia el consejero ministerial superior
Herder y su excelencia el consejero íntimo Goethe. Pero ambos
staban suficientemente justificados. Conmueve ver en las cartas
póstumas de Herder, hasta qué punto estaba este pobre hombre
mbarazado con los candidatos en teología que después de haber
studiado en Jena, venían ante él para sufrir el examen de pre
dicadores protestantes. No se atrevía a plantear ni una sola cues
ión sobre Cristo, hijo de Dios, y estaba muy contento cuando
e le concedía la existencia del padre. He aquí cómo Goethe se
expresa en sus memorias, acerca de este acontecimiento:

En Jena, después de la marcha de Reinhold, que fue justamen


te considerada como una gran pérdida para la Academia, se llamó
para reemplazarle, con atrevimiento y hasta con audacia, a Fichte,
que había manifestado grandeza en sus escritos, pero quizá algún
descuido en los asuntos más importantes referentes a las costum
bres y a la política. Era una de las personalidades más recomen
dables que se hubieran podido encontrar, y nada tenía que decirse
de sus opiniones, consideradas de una manera superior; pero,
¿cómo hubiera podido permanecer en pie de igualdad con el mun
do al que miraba como su creación, como su cosa?
Como se le hubiera criticado por las horas que escogió para
su curso en la semana, se le ocurrió dar lecciones el domingo, para
lo cual encontróse con obstáculos. Habíanse apenas allanado, no
sin trabajo para la autoridad superior, estas pequeñas contrarie
dades otras mayores que se habían producido, cuando las aseve
raciones del profesor sobre Dios y las cosas divinas acerca de las
cuales hubiera sido mejor indudablemente observar un silencio
prudente, nos proporcionaron invitaciones desagradables del ex- ·
terior.
Fichte habíase atrevido, en su Diario filosófico, a hablar de
Dios y de las cosas divinas de una manera que parecía contradecir
el lenguaje usado para tales misterios. Se le censuró; su defensa
no mejoró el asunto, pues lo hizo con pasión sin percatarse de las
buenas disposiciones en que aquí se estaba respecto de él, aunque
se supo interpretar debidamente sus pensamientos y sus palabras .
No sospechaba que se trataba de servirle amistosamente y no ha
blarle con crudeza. Las palabras en pro y en contra, las dudas,
afirmaciones, confirmaciones y resoluciones cruzáronse en la Aca
demia con una porción de dichos poco exactos: se habló de una
decisión ministerial, a la que se atribuía nada menos que la idea
de una pública reprimenda a la que Fichte debía atenerse. Perdió
94. ALEMANIA

entonces toda moderación y se creyó autorizado a dirigir al mini


terio una fogosa carta, en la que, suponiendo como cierta aquel
medida, declaraba con violencia que jamás sufriría una cosa sem
jante, que prefería dejar la Academia sin más tardar, lo que i
haría solo, puesto que varios profesores habían convenido en in
al mismo tiempo que él.
Desde entonces se torció y aun se paralizó la buena volunt
que se le dispensaba. Ya no había escapatoria ni compromi
posible. El partido más suave que se podía adoptar era darle
punto la dimisión. Únicamente cuando el mal no tenía ya remedi
fue cuando conoció lo que se habían propuesto hacer con él y l
mentó su precipitación, como también nosotros la lamentam

¿No está aquí, en cuerpo y alma, el Goethe ministerial co


sus componendas y prudentes reticencias? En el fondo no censu
a Fichte por haber dicho lo que pensaba, sino por haberlo dich
sin disfrazarlo con las locuciones corrientes. No es el pensamie
to lo que censura, es la palabra. Que el deísmo estaba arruinad
en el mundo de los pensadores, era, como ya lo he dicho, u
secreto a voces, pero era preciso no decirlo en la plaza públic
Goethe era tan poco deísta como Fichte, pues era panteísta, per
desde las alturas del panteísmo Goethe podía ver mejor que nad
la inconsistencia ridícula de la filosofía de Fichte, y esto le hac
sonreír. A los ojos de los judíos, y todos lo son en último términ
la doctrina de Fichte era una abominación; a los ojos del "gra
pagano" no era más que una locura.
En Alemania se llamaba a Goethe el gran pagano. Sin en
bargo, ese nombre no es completamente justo. El paganismo
Goethe está singularmente modificado. Su vigorosa naturaleza pa
gana se manifiesta en su concepción clara y penetrante de todo
los hechos exteriores, de todos los colores, de todas las forma
pero el cristianismo le ha conferido al mismo tiempo una intel
gencia más profunda; el cristianismo le ha iniciado, a pesar de s
repugnancia, en los secretos del mundo de los espíritus. Tambié
Goethe había bebido la sangre de Cristo, y esto fue lo que le hiz
comprender las voces más secretas de la naturaleza, semejante
Sigfrido, el héroe de los Nibelungos, que comprendió el lenguaj
de los pájaros, en el instante que cayó sobre sus labios una go
ta de sangre del dragón moribundo. Es una cosa muy notable
naturaleza pagana de Goethe, saturada de nuestro sentimentalism
DE KANT A HEGEL 95

stiano; ese mármol antiguo, animado con pulsaciones moder


; esos sufrimientos del joven Werther experimentados tan
amente como las alegrías de un dios de la antigua Grecia. El
teísmo de Goethe es, pues, muy diferente del de los paganos.
Resumiendo mis ideas, diré que Goethe era el Spinoza de la
esía; todas sus páginas están animadas por el mismo hálito
e percibimos al leer las obras de Spinoza. El homenaje que
ethe tributó a la doctrina de Spinoza no puede dejar lugar a
das. Por lo menos en ella se ocupó durante toda su vida; lo
smo al principio de sus Memorias que en el último volumen
e acaba de publicarse, lo ha reconocido con franqueza constan
Yo no sé dónde he leído que Herder, impacientado al verle
tinuamente ocupado con Spinoza, exclamó un día: " ¡No po
a Spinoza coger alguna vez otro libro latino que no fuese el de
inoza! " Por lo demás, esto no es solamente aplicable a Goethe,
o a una porción de sus amigos, más o menos conocidos como
etas, que se afiliaron prontamente al panteísmo. Esta doctrina
reció prácticamente en el arte alemán antes de llegar entre
sotros al poder, como teoría filosófica. En la misma época. de
chte, cuando el idealismo se glorificaba de su mayor apogeo en
terreno de la filosofía, era destruido violentamente en el terre
del arte, y entonces fue cuando estalló entre nosotros esa fa
sa revolución artística que aún no ha terminado, y que co
enzó con la lucha de los románticos contra el antiguo régimen
sico.
En verdad, nuestros primeros románticos obraron con un ins
to panteísta que ni ellos mismos comprendieron. El senti
ento, al que consideraban como una tierna aspiración hacia los
enos tiempos del catolicismo, tenía un origen más profundo
- que suponían. Su respeto, su predilección hacia las tradicio
s en la Edad Media, las creencias populares, la brujería y la
gia, todo esto no fue sino un amor despertado súbitamente, y
I que se dieran cuenta de ello por el panteísmo de los antiguos
manos; y en esas figuras, indignamente enmascaradas y perver
nente mutiladas, no adoraron, en realidad, sino la religión anti
stiana de sus padres. Debo recordar aquí mi primera parte,
ade expuse cómo el cristianismo había absorbido los elementos
96 ALEMANIA

de la antigua religión germánica, cómo, tras una vergonzo


transformación, conserváronse esos elementos en las creencias
pulares de la Edad Media; de suerte que el antiguo culto de
naturaleza fue tenido por impuro y magia perversa, los antigu
dioses no fueron más que feos diablos, y brujas infames las cas
sacerdotisas.
Desde este punto de vista, las aberraciones de los románti
pueden ser juzgadas con más benevolencia de la que de ordi
rio 'se les dispensa. Quisieron restaurar la Edad Media católi
porque sospechaban que había en ella muchos sagrados recu
dos de sus antepasados y de su nacionalidad primitiva, cons
vados bajo otras formas. Estas reliquias, manchadas y mutilac
despertaron en su alma vivísima simpatía, y detestaron al p
testantismo y al liberalismo que se esforzaban en demoler
todo el pasado católico esos restos sagrados del germanismo.
Más adelante insistiré sobre esto. Me basta decir aquí q
desde la época de Fichte, el panteísmo penetraba en el arte a
mán, que hasta los mismos románticos católicos seguían, a pe
suyo, esa tendencia, y que Goethe la expresó de la manera n
acentuada. Esto es lo que se ve ya en su Werther, donde aspir
identificarse amorosamente con la naturaleza. En Fausto trata
establecer con ella relaciones por un camino más místico e
mediato. Conjura a las fuerzas secretas de la tierra con las fórn
las del Hællenzwang, libro de magia, que me enseñaron una
en una antigua biblioteca de convento, donde estaba encadena
la portada representa al rey del fuego, de cuyos labios pende
cadena, y sobre su cabeza inclínase un cuervo que tiene en
pico la vara adivinadora. Pero en sus canciones es donde palp
de la manera más pura y simpática el panteísmo de Goethe.
doctrina de Spinoza ha roto su crisálida matemática, y revolo
en nuestro rededor bajo la forma de una canción de Goethe.
aquí el furor de los ortodoxos y de los pietistas contra esa c
ción. Trataban de coger con sus piadosas patas de oso a esa n
riposa que se les escapaba siempre; pues nada hay más lige
mente alado, más etéreo que una canción de Goethe. Los france.
no pueden formarse idea si no conocen el idioma. Esas cancion
tienen un indefinible encanto; el ritmo armonioso del verso
DE KANT A HEGEL 97

aricia como los brazos de la mujer amada; su letra deleita, su


nsamiento besa nuestra alma.
En la conducta de Goethe, respecto de Fichte, no vemos nin
no de los móviles venenosos de que hablaron muchos de sus
ntemporáneos con lenguaje más venenoso aún. No compren
eron la diferencia que separaba la naturaleza de esos dos hom
es. Los más moderados interpretaron mal la calma de Goethe,
ando más adelante fue Fichte vivamente perseguido y moles
do. No supieron apreciar la situación del primero. Este gigan
era ministro en un Estado enano; no tenía libres sus movi
ientos. Decíase que el Júpiter olímpico que Fidias representó
ntado, destrozaría la bóveda del templo, si se le ocurriera le
ntarse. Ésa era exactamente la posición de Goethe en Weimar.
queriendo dejar de estar encogido, se hubiera enderezado con
da su altura, hubiera destrozado la techumbre del Estado, o, lo
e es más verosímil, se hubiera roto la cabeza. ¡Y hubiera co
ido riesgo tal por una doctrina que no era solamente errónea,
no ridícula! El Júpiter alemán permaneció tranquilamente sen
do, dejándose adorar e incensar tranquilamente.
Si me colócase en el punto de vista de los intereses del arte
esa época, para justificar aún más la conducta de Goethe en la
estión de Fichte, me alejaría demasiado de mi tema. Una sola
rcunstancia habla en favor del último y es que la acusación no
a más que un pretexto para ocultar la batida de los ojeadores
olíticos; porque puede acusarse de ateísmo a un teólogo, pues
te se ha comprometido a enseñar ciertas doctrinas determina
as, pero un filósofo no ha hecho ni ha podido contraer com
romisos de esa naturaleza, y su pensamiento es libre como los
ájaros del cielo. Quizás hago mal, por atención a los sentimien
os de algunas personas y a los míos propios, en no citar aquí
anto explicaba y aun justificaba esa acusación. Me limitaré a
anscribir del escrito denunciando este solo pasaje.

El orden moral viviendo y obrando es Dios mismo: no


tenemos necesidad de otro Dios ni comprendemos que pueda ha
berlo. No hay en la razón motivo alguno para salir de ese orden
moral del universo, y para admitir, por medio de una conclusión
del efecto a la causa, la existencia de un ser particular como fuen
98 ALEMANIA

te de ese efecto. Ciertamente que no deduce esa conclusión


entendimiento sano; tan sólo puede hacerlo una filosofía eq
vocada ...

Como sucede en los hombres tercos, por lo general, Fich


en su llamamiento al público y su respuesta judicial, se expre
de manera más terminante y más cruda aún, y en términos q
hieren nuestros más íntimos sentimientos. A nosotros, los q
creemos en un Dios real que se revela a nuestros sentidos en
espacio infinito y a nuestra inteligencia en el pensamiento infir
to, a los que adoramos a un Dios visible en la naturaleza y esc
chamos en nuestra alma una sagrada voz, nos afecta desagrad
blemente la presunción y el tono irónico con que Fichte decla
que nuestro Dios es una vana quimera. No se sabe, en realida
si hay ironía o extravagancia cuando Fichte despoja enteramen
a Dios de todo atributo y hasta le rehusa la existencia, porque
existencia es una noción sensible y no es posible sino con es
condición. "La doctrina de la ciencia, dice, no conote más mod
de existir que el modo sensible, y como no puede atribuirs
el ser sino a los objetos de la experiencia, ese título no pued
convenir a Dios". Así, pues, el Dios de Fichte no tiene existenci
alguna, no es, no se manifiesta más que como pura acción, com
una serie de acontecimientos, ordo ordinans, como la ley de
universo.
El idealismo ha filtrado de esta manera a la divinidad po
todas las abstracciones posibles, hasta que no quedara nada d
ella. De aquí en adelante, en lugar de un rey entre vosotros, u
Dios entre nosotros, sólo reinará la ley.
¿Qué es lo más insensato en una ley atea, en una ley qu
no tiene Dios, o en un Dios-ley, no siendo Dios más que una ley
Uno de los errores más colosales que haya podido concebi
jamás el espíritu humano es el idealismo de Fichte. Es más ated
y más reprobable que el materialismo más burdo. Lo que se llama
en Francia el ateísmo de los materialistas sería, como fácilmente
podría demostrarlo, una creencia piadosa, comparado con las con
secuencias del idealismo trascendental de Fichte. Lo que yo sé,
por lo menos, es que las dos doctrinas me son antipáticas. Som
también antipoéticas. Los materialistas franceses han hecho tan
DE KANT A HEGEL 99

los versos como los de los idealistas trascendentales de Ale


nia. Pero la doctrina de Fichte no era peligrosa para la polí
a del momento y con menos razón podría ser perseguida como
. Para que uno fuese capaz de extraviarse con esa herejía, era
cesario estar dotado de una perspicacia especulativa como en
cos hombres se puede encontrar.
Como sus millares de espesos cerebros, la gran masa era in
cesible a ese ingenioso error. Las ideas de Fichte acerca de Dios
bieran debido ser contradichas por la razón y no por la poli
. Ser acusado de ateísmo en filosofía era una cosa tan extraña
Alemania, que Fichte no supo realmente al pronto lo que se
etendía de él. Respondió muy razonablemente que la pregunta
si una filosofía era atea sonaba tan singularmente a los oídos
un filósofo, como sonaría a los de un matemático la de si un
!
ángulo era verde o rojo.
La acusación tenía sus razones secretas, pronto comprendidas
r Fichte. Como era el hombre más veraz del mundo, debemos
nceder plena fe a una carta que escribió a Reinhold, en la
e habla de esas razones secretas.
Esta carta, fechada en 22 de mayo de 1799, nos pinta fácil
ente toda la época y toda la aflicción de ese hombre; vamos
transcribir una parte :

El descorazonamiento y el asco me impulsaban a tomar la re


solución que ya le había comunicado, es decir, eclipsarme com
pletamente durante algunos años. Según mi manera de ver las
cosas, estaba convencido de que el mismo deber me ordenaba esa
resolución; en vista de que en medio de la fermentación actual no
sería comprendido, y no conseguiría sino acrecentar esa fermenta
ción, mientras que pasados algunos años, cuando se hubiera calma
do el primer sentimiento de sorpresa, podría hablar con mayor
energía ... Hoy pienso de otra manera. Ya no debo callarme, pues
si me callo actualmente, no podré volver a recobrar la palabra.
Desde la alianza de Rusia con Austria, consideré como verosímil
lo que ha llegado a ser para mí una certeza después de los últimos
acontecimientos, y sobre todo desde el espantoso asesinato de los
embajadores franceses (con el que aquí se regocijan y a propósito
del cual exclamaron Schiller y Goethe: Es muy justo, es preciso
aplastar a esos perros) . Tengo, pues, la convicción de que el des
potismo va a defenderse ahora de un modo desesperado, que dife
rirá sus consecuencias por Paul y Pitt, que la base de su plan es
100 ALEMANIA

destruir la libertad de opinión, y que los alemanes no pondrá


obstáculos a la ejecución de ese plan.
No te imagines, por ejemplo, que la corte de Weimar hay
temido que mi presencia impida la afluencia de estudiantes a
universidad; le consta muy bien lo contrario; se ha visto obligad
a alejarme a causa de un plan general, vigorosamente apoyado po
la corte de Sajonia. Bürscher de Leipzig, iniciado en sus secreto
apostó a fines del año último una suma considerable a que yo seri
desterrado antes de terminar el año. Voigt ha sido ganado cont
mí hace mucho tiempo por Bürgsdorf. El departamento de ciencia
en Dresde ha hecho saber que aquel que defienda la nueva filosofi
no avanzará o deberá retrogradar si ya ha avanzado. Asimismo s
han juzgado sospechosas, en la escuela libre de Leipzig, las expl
caciones de Rosenmüller. Se ha vuelto a introducir el catecism
de Lutero, y los profesores han sido consignados a los libros sim
bólicos. Esto aumentará y se extenderá ... En suma, nada ha
más seguro que lo que es cierto, es decir, que si los franceses a
alcanzan una inmensa supremacía y no introducen en Alemani
o al menos en su mayor parte, cambios y variaciones, de aquí
algunos años, un hombre conocido por haber pensado librement
una vez, no encontrará ya en Alemania un rincón donde posar s
cabeza ...
Todavía hay para mí algo más cierto, y es que si encuentr
algún agujero donde cobijarme, no pasarán dos años sin que m
echen, y es peligroso hacerse echar de varios lugares; esto es 1
que enseña el ejemplo histórico de Rousseau.
Supongamos que me calle, que no vuelva a escribir una sol
línea; ¿me dejarán tranquilo con esa condición? No lo creo; y au
admitiendo que lo pueda esperar por parte de los cursos, ¿no amo
tinará el clero al populacho contra mí por donde quiera que vaya
no me harán lapidar y en seguida ... no suplicarán a los gobier
nos que me alejen como a un hombre que ocasiona disturbios
Pero ¿es preciso que me calle? No debo hacerlo, en verdad, por
que tengo para mí que si se puede salvar algo del espíritu alemá
lo ha de ser por mi palabra; mientras que con mi silencio, la filo
sofía sufriría una ruina completa y prematura. De aquellos d
quienes no espero que me dejen vivir con mi silencio, esper
menos todavía que me dejen hablar.
Pero yo les convenceré de mi inocencia ... querido Reinhold
¿cómo puedes suponer en esos hombres buenas intenciones hacia
mí? Cuanto más me lave, cuanto más me justifique, tanto más
negros se pondrán ellos, y tanto mayor será mi verdadero crimen
Jamás he creído que persigan mi pretèndido ateísmo, lo que per
siguen en mí es al librepensador que comienza a hacerse inteligi
ble (una felicidad para Kant fue la oscuridad de su estilo) ; lo que
persiguen en mí es al demócrata; lo que les espanta como un fan
DE KANT A HEGEL 101

tasma es la independencia que mi filosofía despierta, y que pre


sienten confusamente.

Hago constar una vez más que esta carta no es de ayer, y que
a fecha del 22 de mayo de 1799. Sin embargo, las circuns
cias políticas de las que se hace mención en varios pasajes,
en una triste semejanza con estados más recientes en Alema
con la sola diferencia que entonces el sentimiento de la
ertad animaba sobre todo a los sabios, a los poetas y en ge
al a las gentes de letras, mientras que hoy se manifiesta en
s mucho menos, y más en la gran masa activa, entre los obre
y las gentes de oficio. En la época de la primera revolución,
sueño más pesado, más alemán, reinaba en el pueblo: en toda
mania dominaba una especie de tranquilidad brutal, pero po
oso movimiento conmovía nuestra literatura. El autor más
itario, el que vivía en el rincón más apartado de Alemania,
naba parte en ese movimiento. Sin un conocimiento exacto de
acontecimientos políticos, por una especie de afinidad secreta,
tía la importancia social de los mismos y la expresaba en sus
ritos. Este fenómeno me hace pensar en esas grandes conchas
rinas que algunas veces colocamos como adorno sobre las chi
neas y que, por muy alejadas que se puedan encontrar del mar,
mienzan a murmurar espontáneamente cuando llega la hora del
jo, cuando las olas se estrellan contra la playa. Cuando la revo
tión llenó entre vosotros ese gran océano de hombres, cuando
gía y chocaba, entre nosotros los corazones alemanes resonaban
murmuraban...
Mas estaban excesivamente aislados, rodeados de porcelanas
sensibles, tazas de té, cafeteras y pagodas chinas que balancea
n mecánicamente lá cúpula como si supiesen de qué se trataba.
h! Esa simpatía revolucionaria perjudicó mucho a nuestros
bres predecesores alemanes. Los hidalguillos y los gazmoños:
jugaron las peores y más vulgares pasadas. Algunos huyeron
París, donde cayeron o murieron en la miseria. He visto últi+
amente a un anciano compatriota viejo, que está en París des
aquella época. Le he visto en el Palacio Real adonde había ido
ara calentarse un poco al sol; era muy doloroso verle pálido y
acilento, tantear su camino a lo largo de las casas; me dicen
102 ALEMANIA

que era el viejo poeta Heiberg. He visto también la guar


donde murió el ciudadano Jorge Förster. Todavía era más
la suerte que amenazaba a los amigos de la libertad que se ha
quedado en Alemania, si Napoleón y los franceses no se hub
apresurado a vencernos. Seguramente no se dio cuenta Napo
de que había sido él mismo el salvador del idealismo. Sin
horca y el tormento hubieran, dado buena cuenta de nue
filósofos y de sus ideas. Sin embargo, los liberales alemanes
masiado republicanos para adular a Napoleón, demasiado
rosos para aliarse con la dominación extranjera, sumiéronse
silencio; vivieron tristemente, con el corazón destrozado, co
labios cerrados. Cuando Napoleón cayó, se les vio sonreír,
con melancolía, y siguieron callando; no tomaron parte e
entusiasmo patriótico que, con permiso de las autoridades s
riores, explotó entonces en Alemania; sabían lo que sabían
callaron. Como esos republicanos llevan una vida casta y fr
alcanzaron ordinariamente una edad avanzada, y cuando es
la revolución de Julio, todavía vivían muchos de ellos, y con
sorpresa nuestra vimos a esos viejos originales, que se ha
mostrado siempre encorvados y taciturnos, erguir la cabeza,
reír amistosamente a nosotros los jóvenes, apretarnos la ma
contarnos historias alegres. Hasta oí cantar a uno; pues me o
en un café el himno marsellés y allí fue donde aprendimo
melodía y las hermosas palabras, y no tardamos mucho en
tarlo mejor que el anciano, porque, en las estrofas más herm
reía como un insensato o lloraba como un niño. Siempre es
no que vivan esas cabezas grises para enseñar los cánticos a
jóvenes. No lo olvidaremos, y algunos de nosotros se los hare
cantar a nuestros nietos que están por nacer; pero muchos
nosotros en los calabozos de Alemania, o en las buhardillas
destierro se habrán podrido entonces.
Hablemos de filosofía: He manifestado más arriba qu
filosofía de Fichte, edificada con menudísimas abstracciones, c
cía, no obstante, una inflexibilidad de hierro en sus consecuen
las cuales se extendían a los extremos más atrevidos. Pero d
noche a la mañana observamos un cambio en ella: comenz
ablandarse, a hacerse suave y modesta. El Titán idealista que
DE KANT A HEGEL 103

a escalado el cielo con la escala de los pensamientos, y se había


mergido temerariamente en el vacío celeste, conviértese en
go resignado, humildemente cristiano, que respira mucho amor.
Éste es el segundo período de Fichte, de poco interés aquí
ra nosotros. Su sistema entero sufre las más extrañas modifi
ciones. En esa época fue cuando escribió El destino del hombre,
ra que se ha traducido últimamente. La Instrucción para al
nzar la vida bienaventurada es un libro de la misma especie,
pertenece también al mismo período. No hay que decir que
chte, como hombre testarudo, no quiso reconocer jamás esa
an transformación. Sostuvo que su filosofía continuaba siendo
misma, y que solamente la expresión había cambiado y mejo
do. Pretendió también que la filosofía de la naturaleza, que
tonces surgió en Alemania y suplantó al idealismo, era entera
ente en el fondo su propio sistema, y que su discípulo, Schel
g, el cual se había separado de él para introducir esa filosofía,
había hecho otra cosa que cambiar los términos y alargar su
tigua doctrina con enojosas adiciones.
Aquí llegamos a una nueva fase del pensamiento alemán .
tabamos de pronunciar los nombres de Schelling y de filosofía
la naturaleza; pero como el primero es aquí bastante descono
do, y como la palabra filosofía de la naturaleza no está sufi
entemente comprendida, es preciso que explique su sentido. Es
dudable que no podemos agotar esta materia en este ensayo;
estro deseo se limita a prevenir contra algunos errores, y a
mar la atención sobre la importancia social de esa filosofía.
Preciso es confesar desde luego que no estaba muy equivo
do Fichte al sostener que era negar por completo la doctrina
Schelling, pero aumentada y formulada de otra manera. Fichte,
actamente como Schelling, enseñaba: que no existe más que un
lo ser, el yo, el absoluto; enseñaba igualmente la identidad del
leal y de lo real. En la Doctrina de la ciencia, como ya lo he
emostrado, Fichte, por medio del acto intelectual, había querido
onstruir lo real por lo ideal. Schelling cambió el procedimiento;
ató de sacar lo ideal de lo real. Para explicarme con más claridad,
ichte, partiendo del principio de que el pensamiento y la natura
za no son más que una misma cosa, llega por operación del
104 ALEMANIA

espíritu al mundo de los hechos; con el pensamiento crea la n


raleza, con lo ideal lo real. Schelling, por el contrario, partie
del mismo principio, resuelve el mundo de los hechos en i
puras, la naturaleza en pensamientos, lo real en ideal. Estas
tendencias de Fichte y de Schelling se completan, pues, h
cierto punto; porque, una vez admitido el principio superio
que acabo de hablar, la filosofía podía dividirse en dos par
en una de ellas se demostraría cómo la idea proviene de la n
raleza, y en la otra cómo la naturaleza se convierte en idea P
La filosofía ha podido, pues, dividirse en idealismo trascende
y en filosofia de la naturaleza. Así Schelling reconoció esos
aspectos, y ha demostrado el último en sus Ideas para que si
a una filosofía de la naturaleza, y el primero en su Sistema
idealismo trascendental.
Hablo únicamente de esas dos obras, publicada una en 1
y la otra en 1800, porque el mismo título explica esos dos as
tos recíprocamente complementarios, y no porque contengan
sistema completo .
No; no se encuentra tal sistema en ninguno de los libros
Schelling. No se encuentra en él, así como tampoco en Kan
en Fichte, una obra capital que pueda ser considerada com
punto central de su filosofía. Sería injusto juzgar a Schelling
el contenido de un libro y ateniéndose a la letra. Sus libros de
leerse más bien de una manera cronológica, seguir la formad
progresiva de su pensamiento y fijarse en seguida en su idea f
damental. No me parece menos necesario distinguir frecue
mente en él el punto donde cesa la razón y empieza la poe
porque Schelling es uno de aquellos seres a los cuales ha dot
la naturaleza de más gusto poético que de vigor poético, y d
incapaces de satisfacer a las hijas del Parnaso, se han refugi
en las selvas de la filosofía donde contraen con hamadría
abstractas uniones infecundas. Su sentimiento es poético, pero
instrumento, la palabra, es débil ; aspiran en vano a una forma
tística con la cual pudieran comunicar sus pensamientos y
conocimientos. La poesía es a la vez el fuerte y lo débil en Sc
lling, por eso es por lo que se separa de Fichte, tanto en su p
vecho como en su perjuicio. Fichte no es más que filósofo, y
DE KANT A HEGEL 105

der consiste en la dialéctica, su fuerza es la demostración. Pero


a es la parte débil en Schelling; vive más en las contempla
nes intuitivas; no se encuentra en su centro en las altas regio
de la lógica fría, se complace en los valles floridos del simbo
no, y su fuerza filosófica yace en el arte de construir. Pero esta
titud, que es una facultad de la inteligencia, se encuentra lo
smo entre los poetas mediocres que entre los mejores filósofos.
Se comprende fácilmente, teniendo en cuenta esta última in
cación, que Schelling, en la parte de la filosofía que no es más
e idealismo trascendental, sea únicamente un eco de Fichte,
to que en la filosofía de la naturaleza, donde disponía de flores
estrellas, ha podido explayarse y brillar. Así es que sus amigos,
hiriéndose preferentemente a esa parte de la filosofía, y el tu
alto que estalló entonces no fue, hasta cierto punto, sino una
acción de la poetería, contra la anterior filosofía abstracta del
píritu. Como escolares que corren después de haber suspirado
do el día en salas estrechas, así se lanzaron en medio de la na
raleza, los alumnos de Schelling, bajo un cielo perfumado, res
andeciente de colores; prorrumpieron en gritos de alegría, juga
n desenfrenadamente y armaron mucho ruido.
Tampoco debe ser tomada aquí en su sentido corriente la
presión " alumnos de Schelling". El mismo Schelling dijo que
quería fundar una escuela sino al estilo de los antiguos poetas,
a escuela poética donde nadie estuviese sometido a ninguna
ctrina, a ninguna disciplina determinada, en la que cada uno
edeciese a la inteligencia y la manifestase a su modo. Pudo
cir también que fundaba una escuela de profetas, donde los
spiradores empiezan a profetizar, según su capricho y en el
nguaje que les place. Esto fue lo que hicieron los discípulos
liviantados por el espíritu del maestro; los cerebros más obtu
s se pusieron a profetizar cada uno en su lengua, y para la filo- .
ofía llegó su gran día de Pentecostés.
Lo más sublime, lo más admirable, puede malgastarse en mas
aradas y pequeñeces; una turba, de tontos y de payasos melancó
cos pueden comprometer una gran idea; esto es lo que vemos
lo que se refiere a la filosofía de la naturaleza. Pero en realidad
o puede imputarse a Schelling el ridículo que le ha preparado su
106 ALEMANIA

escuela de profetas o escuela poética; pues la idea de la filoso


de la naturaleza no es en el fondo otra cosa que la idea de S
noza: el panteísmo.
La doctrina de Spinoza y la filosofía de la naturaleza, tal com
Schelling la expuso en su mejor época, no son en esencia sino u
misma y única cosa. Los alemanes, después de haber desdeña
el materialismo de Locke, y llevado a sus últimas consecuencias
idealismo de Leibniz, volvieron por último hacia el tercer hijo
Descartes : Spinoza.
Nuevamente ha realizado la filosofía un gran movimiento
rotación; puede decirse que el mismo que realizó Grecia ha
dos mil años. Pero si se examinan de cerca, se encontrará una
ferencia esencial entre esos dos movimientos. Los griegos tuvier
escépticos tan atrevidos como los nuestros; los escépticos ne
ron la realidad de las cosas sensibles, tan' terminantemente co
nuestros modernos idealistas trascendentales; Platón halló, lo m
mo que Schelling, el mundo del espíritu en el mundo de
hechos; pero nosotros tenemos sobre los griegos, así como so
la escuela cartesiana, un adelanto; veamos cuál:
Nosotros hemos empezado nuestra rotación filosófica
buscar la fuente de nuestros conocimientos, por el examen de
inteligencia humana, por la crítica de la razón pura de nues
Kant. A propósito de Kant, debo añadir a las anteriores obs
vaciones que la única prueba de la existencia de Dios que d
en pie, la prueba llamada moral, fue echada abajo con gran lu
miento por Schelling, pero ya he hecho observar que esa pru
no era de gran fuerza, y que Kant no la concedió quizá sino
bondad de alma. El dios en Schelling es el dios-mundo de S
noza; por lo menos lo era en 1801 , en el segundo volumen
Diario de física especulativa. Aquí Dios es la identidad absol
de la naturaleza y del pensamiento, de la materia y del espír
y la identidad absoluta no es la causa del mundo, sino el mun
mismo; es pues el dios-mundo. No existen oposiciones ni sepa
Iciones. La identidad absoluta es también la absoluta totalid
Un año después, Schelling desarrolló aún más su dios en el li
titulado Bruno, o del Principio divino y natural de las cosas. E
título recuerda al mártir más noble de nuestra doctrina, a Gi
DE KANT A HEGEL 107

Bruno de Nola, de gloriosa memoria. Los italianos preten


ue Schelling ha tomado de Bruno sus mejores pensamientos
cusan de plagiario. No tienen razón, pues en filosofía no
lagiarios. En 1804 el dios de Schelling apareció completa
eterminado en un escrito titulado Filosofía y religión. Aquí
nde encontramos completa la doctrina del absoluto expre
en tres fórmulas. La primera es la categórica; el absoluto no
lo ideal, ni lo real (ni es espíritu, ni materia) , sino la identi
e ambos. La segunda fórmula es la hipotética; cuando, un
y un objeto están en presencia, el absoluto es la igualdad
al de los dos. La tercera fórmula es la disyuntiva; no hay
emedio que un solo ser, pero este ser único puede ser con
do al mismo tiempo, o alternativamente, como completa
e ideal o como completamente real. La fórmula primera es
va; la segunda supone una condición más difícil de com
er que la proposición misma, y la tercera es por completo
Spinoza; la sustancia absoluta puede ser reconocida como
miento o como extensión. Schelling no ha podido, pues,
ar en el camino filosófico más que Spinoza, puesto que el
to no puede ser comprendido sino bajo la forma de esos
tributos, pensamiento y extensión. Pero Schelling abandona
la vía filosófica, y trata de llegar por una especie de intui
mística a la contemplación del absoluto; trata de contem
en su punto central, en su esencia, donde no hay ni ideal,
al, ni pensamiento, ni extensión, ni sujeto, ni objeto, ni
tu, ni materia ... ¡en fin, qué sé yo!
s ahí donde termina la filosofía de Schelling y comienza la
a, mejor dicho, la locura. Y entonces es cuando encuentra
ién más eco entre una multitud de extravagantes que se ale
mucho de abandonar el raciocinio tranquilo, y de imitar en
O modo a ese derviche danzante, que según lo que cuenta
tro amigo David, salta y gira hasta que el mundo objetivo y
etivo se escapa a su vista; hasta que esos dos mundos se fun
en una nada caótica que no es ni ideal ni real, hasta que ve
que no es visible, oye lo que no es sensible, ve los seres y
los colores, hasta que concibe el absoluto.
Pienso que esta tentativa de concebir intelectualmente lo ab
108 ALEMANIA

soluto cierra la carrera filosófica de Schelling. Avanza ahora


pensador más grande, que ha resumido la filosofía de la natura
en ese sistema sólido, explicado con esta síntesis todo el mu
de los hechos, completando las grandes ideas de su prede
con ideas más grandes, que ha introducido esa filosofía en t
las disciplinas y que, por consiguiente, la ha fundado cient
mente. Es un alumno de Schelling, que después de haberse ap
rado, en el terreno de la filosofía, de todo el poder de su ma
ha sobrepasado a éste y ha concluido por relegarle a la oscur
Es el gran Hegel, el filósofo más grande que ha producido
mania después de Leibniz. No hay que preguntar si domina
mucho a Kant y Fichte. Penetrante como el primero, vigo
como el segundo, posée además una tranquilidad de espíritu
titutriz, una armonía de pensamiento que no encontramos
Kant ni en Fichte, porque en estos últimos domina demasiad
espíritu revolucionario. Tampoco puede comparársele a su c
maestro Schelling, porque Hegel es un hombre de carácte
aunque haya, como Schelling, prestado al statu quo del Esta
de la Iglesia miramientos demasiado perjudiciales, hízolo po
Estado que tributaba homenaje, por lo menos en teoría, a los
cipios del progreso, y por una Iglesia que considera como
mento vital el principio del libre examen, y además confesó
sus intenciones. Schelling, por el contrario, se arrastra en la
tesalas de un absolutismo tan práctico como teórico, y cola
en los antros del jesuitismo a forjar las cadenas intelectual
luego quiere hacernos creer que es siempre e invariablemen
mismo de antes: reniega hasta de su cualidad de renegado y a
al oprobio de la defección la cobardía de la mentira.
No queremos excusarle; ningún motivo de piedad o de
dencia nos induce a callar: el pensador que en otro tiempo
rrolló en Alemania con el mayor atrevimiento la religión
panteísmo, el que proclamó en voz más alta la santificación
naturaleza y la reintegración del hombre a sus divinos dere
ese pensador se hizo el apóstata de su propio pensamiento; a
donó el altar que él mismo había consagrado; volvió a las cr
religiosas del pasado; y ahora predica un dios exterior al mu
un dios personal que ha cometido la locura de crear el mu
DE KANT A HEGEL 109

Los creyentes rancios pueden si gustan repicar las campanas y


entonar el Kyrie eleison en honor de esa conversión ... Nada
favorece a su doctrina; prueba solamente que el hombre regresa
a la religión cuando se hace viejo y achacoso, cuando sus fuerzas
físicas le abandonan, cuando ya no puede ni gozar ni pensar. ¡Se
han convertido tantos librepensadores a la hora de la muerte! ...
Pero al menos no os enorgullezcáis por ello. Esas leyendas de con
versiones pertenecen a la patología, y redundan en descrédito de
vuestra causà. En fin, lo único que prueban, después de todo, es
que mientras vivan sanos de cuerpo y de espíritu no podéis con
vertir a esos pensadores.
Ha dicho Ballanche, según creo, que es una ley de la natura
leza la de que los iniciadores mueran inmediatamente después de
haber cumplido con su obra de iniciación. ¡ Ah ! Eso no es cierto
sino en parte, mi querido Ballanche; y yo podría sostener con
más razón que el iniciador muere cuando se ha realizado la obra
de iniciación ... o cuando apostata. Y quizá podríamos así sua
vizar hasta cierto punto el severo juicio que la Alemania inteli
gente forma sobre Schelling; podríamos tal vez trocar en tierna
conmiseración el abrumador desprecio que pesa sobre él; y expli
caríamos la deserción de su propia doctrina como consecuencia
de esa ley natural, que quiere que el hombre que ha consagrado
todos sus esfuerzos a la expresión o a la ejecución de una idea,
caiga agotado, una vez realizada la tarea, en brazos de la muerte
o en los de sus anteriores adversarios.
Por idéntica explicación quizá comprenderemos otros fenó
menos de esa época, tan ruidosos, que nos consternan profunda
mente. Comprenderemos por qué hombres que lo han sacrificado
todo por su opinión, que han combatido y sufrido por ella, la
abandonan, precisamente cuando al fin vencieron, y se pasan al
campo enemigo. Después de semejante declaración, debo decir
también que no solamente Schelling, sino Kant y Fichte con
aquél, deben ser acusados de defección. Fichte murió lo suficiente
a tiempo como para que su desvío hacia su propia filosofía no
fuese muy ruidoso, y Kant fue infiel a la Crítica de la razón pura
cuando escribió la Crítica de la razón práctica. El iniciador mue
te... o se hace apóstata.
110 ALEMANIA

Sin saber por qué, esta última frase obra sobre mi alma de
una manera tan melancólica, tan adormecedora, que me encuentro
sin fuerzas en este momento para consignar aquí las demás ver
dades que conciernen al Schelling actual. Alabemos, más bien, al
Schelling de antes, cuyo recuerdo brillará eternamente en los ana
les del pensamiento alemán; porque el Schelling de otro tiempo
representa, lo mismo que Kant y Fichte, una de las grandes fases
de nuestra revolución filosófica, la cual he comparado en estas pá
ginas con las fases de la revolución política en Francia. En reali
dad, cuando se ve en Kant la convención terrorista, en Fichte el
imperio napoleónico, hállase en Schelling la reacción que siguió
al imperio. Pero al principio fue una restauración en mejor senti
do. Schelling restableció a la naturaleza en sus legítimos derechos,
quiso una reconciliación entre el espíritu y la naturaleza, trató
de reunir a ambos en el alma eterna del mundo. Restauró esa
gran filosofía de la naturaleza, que encontramos ya entre los anti
guos filósofos griegos, antes de Sócrates. Restauró esa gran filoso
fía de la naturaleza que, germinando sordamente en la antigua
religión panteísta de los alemanes, anunció desde los tiempos de
Paracelso las flores más bellas; pero que fue sofocada por la in
troducción del cartesianismo. Pero ¡ ay! al fin restauró cosas por
las cuales puede ser comparado en el peor sentido a la restaura
ción francesa. Pero la razón pública no le soportó mucho tiempo,
y fue vergonzosamente arrojado del trono del pensamiento; Hegel,
su majordomus, le arrebató la corona y le afeitó la cabeza; y desde
entonces, el desposeído Schelling ha vivido como un pobre lego
entre los obesos clérigos de Munich, ciudad que conserva en su
nombre alemán su tipo beato, y que se llama en latín Monacho
monachorum. Allí es donde le he visto vagar como un fantasma
con sus ojazos claros y su rostro abatido y mortecino, dolorosa
imagen de una realeza caída. En cuanto a Hegel, éste se hizo
coronar, y hasta por desgracia ungirse algo en Berlín, y desde
entonces reinó sobre la filosofía alemana.
Terminó nuestra revolución filosófica; Hegel cerró ese gran
círculo. Ya no vemos sino desenvolvimientos y perfeccionamien
tos en la filosofía de la naturaleza. Ésta, como ya lo he dicho, ha
penetrado en todas las ciencias, y ha producido los resultados
DE KANT A HEGEL 111

s extraordinarios y más grandiosos. Ha sido preciso, en cambio,


ortar, como ya lo he indicado, muchas enojosas manifestacio
- Todos estos hechos se han producido en tal número y bajo
tos aspectos, que haría falta escribir un libro expresamente
a relatarlos. Ésta es la parte verdaderamente interesante y ani
da de nuestra historia de la filosofía. Estoy, sin embargo, con
cido de que será más útil para los franceses que no conozcan
a de ello (al menos por el momento) , porque esas explicacio
podrían contribuir a embarullar aún más los cerebros en
ncia; muchas de las nociones de la filosofía de la naturaleza,
aradas de su conjunto, podrían hacer mucho daño entre vos
os. Sé, por lo menos, que si hubieseis conocido en 1830 una
te de esa filosofía, no hubierais podido realizar jamás la revo
ón de Julio. Era menester, para llevarla a cabo, una concentra
à de pensamientos y de fuerzas, una generosa unidad, una
ta virtud, una irreflexión suficiente, tal como únicamente po
permitirlo vuestra antigua escuela. Las disquisiciones filosó
s que servían, según la necesidad, para justificar la legitimidad
doctrina de la encarnación, hubieran ahogado vuestro entu
mo y paralizado vuestro valor. Considero, pues, como un he
muy importante en la historia del mundo, que ciertos misio
os alemanes que vinieron a París para enseñaros la filosofía
nana, no comprendieran ni una palabra de ella. Su providen
ignorancia fue un bien para Francia y para toda la humanidad.
¡ Ah ! la filosofía de la naturaleza, que en muchas regiones de
iencia, y sobre todo de las ciencias naturales, ha producido los
os más magníficos, ha sembrado en otra parte la cizaña más
judicial. Mientras que Oken, uno de lo más grandes pensado
y uno de los más grandes ciudadanos de Alemania, descubría
vos mundos de ideas y exaltaba a la juventud alemana con los
prescriptibles derechos del género humano, la libertad y la
aldad ... al mismo tiempo ¡ ay! Adam Müller enseñaba con
mismos principios, con la filosofía de la naturaleza, que era
ciso apriscar a los pueblos como rebaños ... Al mismo tiempo,
Gorres predicaba el oscurantismo de la Edad Media, partiendo .
esa idea filosófica: que el Estado no es más que un árbol, y de
en su distribución orgánica, tener también un tronco, ramas
112 ALEMANIA

y hojas, lo que se encontraba de un modo admirable en la jer


quía de las corporaciones medioevales ... Al mismo tiempo, o
filósofo de la naturaleza, Steffens, proclamaba el principio
virtud del cual la clase de los aldeanos debe ser distinta de la
los nobles, porque el aldeano ha recibido de la naturaleza el
recho de trabajar sin gozar, y el noble el de gozar sin trabajar
Recientemente aún, hace de esto algunos meses, un hidalguillo
Westfalia, tonto rematado, ha publicado una Memoria, en la c
suplica al gobierno de su majestad el rey de Prusia que se fije
el consiguiente paralelismo que la filosofía demuestra en la or
nización del mundo, y establezca separaciones políticas más se
ras, en vista de que, conforme a lo que se ve en la naturale
donde existen los cuatro elementos, fuego, aire, tierra y agua, b
en la sociedad cuatro elementos análogos, que son la nobleza,
clero, los burgueses y el pueblo.
Cuando del árbol filosófico se ve brotar locuras tan lament
bles, que se abren en flores envenenadas; cuando se observa sob
todo que la juventud alemana, ensimismada en las abstraccion
metafísicas, olvida los más apremiantes intereses de la época y
hace inhábil para la vida práctica, los patriotas y los amigos de
libertad deben experimentar un justo resentimiento contra la fil
sofía, y algunos han llegado hasta a romper con ella como
juego frívolo y de resultados estériles.
No seremos lo suficientemente tontos como para refutar
serio a esos descontentos. La filosofía alemana es un asunto in
portante que concierne a la humanidad entera, y nuestros desce
dientes únicamente serán los llamados a decidir si merecem
censura o elogio por haber trabajado primero en nuestra filosof
y después en nuestra revolución. Me parece que un pueblo met
dico, como lo somos nosotros, debía empezar por la Reforma pa
ocuparse en seguida de la filosofía, y no llegar a la revolució
política sino después de haber pasado esas dos fases. Encuent
este orden completamente razonable. Las cabezas que la filosof
ha empleado en la meditación pueden ser segadas por la revolu
ción; pero la filosofía no hubiera podido emplear jamás las cab
zas que la revolución hubiese cortado de antemano. Sin embarg
no abriguéis ninguna inquietud, mis queridos compatriotas:
DE KANT A HEGEL 113

olución alemana no será ni más sangrienta ni más benigna


que la hayan precedido la crítica de Kant, el idealismo tras
dental de Fichte y la filosofía de la naturaleza. Estas doctrinas
desarrollado fuerzas que no esperan sino el momento de ex
tar y llenar al mundo de terror y de admiración. Entonces
arecerán kantianos que no querrán oír hablar de piedad, ni en
mundo de los hechos ni en el mundo de las ideas, y removerán
misericordia, con el hacha y la cuchilla, el suelo de nuestra
la europea para extirpar de ella las últimas raíces del pasado.
garán al mismo lugar fichteanos armados, cuyo fanatismo de
voluntad no podrá ser reprimido por el temor ni por el inte
porque viven en espíritu y desprecian la materia, parecidos
os primeros cristianos, a los que no podían subyugar ni con los
olicios corporales ni con los goces terrestres. Sí, estos idealistas
scendentales, en una conmoción social, serían aún más inflexi
s que los primeros cristianos, porque éstos sufrían el martirio
a llegar a la beatitud celeste, mientras que el idealismo trascen
atal mira al martirio mismo como una apariencia y se mantie
inaccesible en la fortaleza de su pensamiento. Pero los más
ribles de todos serían los filósofos de la naturaleza que inter
adrían por la acción de una revolución alemana y se identifi
ían ellos mismos con la obra de destrucción; porque si la mano
kantiano pega fuerte y a golpe seguro, pues su corazón no se
mueve con ningún respeto tradicional; si el fichteano despre
audazmente todos los peligros, pues para él no existen en la
lidad, el filósofo de la naturaleza será terrible al ponerse en
aunicación con las fuerzas originales de la tierra y comparar
escondidos poderes de la tradición; al poder evocar a todo el
teísmo germánico y al despertar en él el ardor de la lucha
e encontramos en los antiguos alemanes; al querer combatir,
para destruir, ni siquiera para vencer, sino únicamente por
mbatir. El cristianismo ha dulcificado, hasta cierto punto, el
tal ardor bélico de los germanos; pero no ha podido destruirle,
uando la cruz, ese talismán que le encadena, se quiebre, enton
-se desbordará de nuevo la ferocidad de los antiguos comba
ntes, la exaltación frenética de los Berserkers, a quienes los
etas del Norte cantan aún en el día. Entonces, y ese día ha de
114 ALEMANIA

llegar, se levantarán de sus tumbas fabulosas las antiguas divi


dades guerreras, y se quitarán de los ojos el polvo secular; Th
se alzará con su martillo gigantesco y demolerá las catedra
góticas... Cuando oigáis la gritería y el tumulto, tened cuidad
queridos vecinos de Francia, y no os mezcléis en lo que hagam
en nuestra casa de Alemania; os podrían sobrevenir daños.
Libraos de soplar al fuego, libraos de apagarlo, porque fác
mente podríais quemaros los dedos. No os riáis de estos consej
aunque procedan de un soñador que os invita a que desconfi
de los kantianos, de los fichteanos, de los filósofos de la natu
leza; no os riáis del fantástico poeta que espera en el mundo
los hechos la misma revolución que se ha realizado en el terre
del espíritu. El pensamiento precede a la acción, como el relá
pago al trueno. El trueno en Alemania es verdaderamente alem
también: no es muy rápido y viene rodando con lentitud; pe
vendrá, y cuando oigáis un estampido como jamás se haya es
chado en la historia del mundo, sabed que el trueno alemán
estallado al fin. Ante ese ruido, las águilas caerán muertas des
la altura de los aires, y los leones, en los desiertos más apartad
de África, bajarán la cola y se deslizarán en sus reales antros.
Alemania se ejecutará un drama, a cuya lado no será más que
inocente idilio el de la revolución francesa. Verdad es que h
todo está tranquilo, y si véis aquí y allí algunos hombres q
gesticulan con alguna viveza, no creáis que son los actores que
han de encargar algún día de la representación. No son sino f
deros que corren por la desierta arena ladrando y cambian
algunas dentelladas, antes que entren los gladiadores que deb
combatir hasta la muerte.
Sonará la hora. Los pueblos se agruparán como sobre las g
das de un anfiteatro, en torno de Alemania, para ver grandes
terribles juegos. Os lo aconsejo, franceses, quedad entonces tra
quilos, y, sobre todo, libraos de aplaudir. Podríamos fácilmen
interpretar mal vuestras intenciones, y echaros algo brutalme
te conforme a nuestras poco delicadas formas; porque si en ot
tiempo, en nuestro estado de indolencia y de servilismo, hem
podido medirnos con vosotros, mucho mejor podríamos hacem
en la arrogante embriaguez de nuestra reciente libertad. Sabe
DE KANT A HEGEL 115

por vosotros mismos todo lo que se puede hacer en semejante


estado, y en ese estado no os encontráis ya ... ¡ Tened cuidado! Yo
no abrigo sino buenas intenciones al deciros verdades amargas.
Tenéis más que temer de Alemania libertada que de la Santa
Alianza con todos los croatas y los cosacos. Por de pronto, no se
os quiere en Alemania, lo que es casi incomprensible, pues sois,
sin embargo, muy amables, y durante vuestra estancia en Ale
mania, os habéis desvivido por agradar, por lo menos a la mejor
y más hermosa mitad del pueblo alemán; pero aun en el caso de
que esa mitad os amara, es precisamente la que no lleva armas,
y.cuya amistad os servirá de poco. Jamás he podido saber con
exactitud lo que se os imputa. Un día, en Gottinga, en una cer
vecería, un joven viejo alemán dijo que era preciso vengar en la
sangre de los franceses el suplicio de Couradino de Hohenstaufen ,
a quien decapitasteis en Nápoles. Seguramente que vosotros ha
béis ya olvidado eso hace mucho tiempo; pero nosotros no olvi
damos nada. Ya veis que cuando tengamos deseos de batirnos
contra vosotros no nos faltarán razones alemanas. En todo caso,
os aconsejo que estéis con cuidado; que suceda lo que suceda en
Alemania, que el príncipe real de Prusia o el doctor Wirth llegue
a la dictadura, quedad siempre armados, permaneced quietos en
vuestro sitio con el arma preparada. No abrigo hacia vosotros
sino buenas intenciones, y casi me espanté cuando oí últimamente
decir que vuestros ministros tenían el proyecto de proceder al
desarme de Francia.
Pero, como a pesar de vuestro actual romanticismo habéis
nacido clásicos, conocéis vuestro Olimpo. Entre las alegres divi
nidades que se regalan con néctar y ambrosía, veis a una diosa
que, en medio de estos dulces recreos, lleva, no obstante, cons
tantemente una coraza, la lanza en la mano y el casco sobre la
cabeza.
Es la diosa de la sabiduría.
CUARTA PARTE

LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE

LA OBRA DE madame de Staël, Alemania, es el único document


extenso que poseen los franceses acerca de la literatura de es
país. Sin embargo, desde que apareció ese libro ha transcurrid
un largo período de tiempo, y durante este tiempo se ha des
rrollado en Alemania una literatura completamente nueva. ¿
tan sólo una literatura de· transición? ¿Ha producido ya sus fr
tos? ¿Se ha extinguido tan pronto? Acerca de todas estas pregu
tas se han dividido las opiniones. La mayoría se inclina a cre
que comienza en Alemania un nuevo período literario a la muer
de Goethe, que la vieja Alemania ha muerto con él, que la ép
ca de la literatura aristocrática ha pasado y ha muerto, que
democracia literaria empieza allí donde " el espíritu de los indiv
duos cesa para dar lugar al espíritu de todos”.
Por mi parte, no sabría juzgar de una manera tan precisa la
futuras evoluciones del espíritu alemán. El fin del período d
las artes, nacido de Goethe, como yo he sido el primero en llamarl
lo había ya predicho desde hace muchos años. Mi profecía se b
cumplido. Conocía muy bien los expedientes y manejos de es
documentos que querían dar fin al gran imperio intelectual
Goethe; y hasta se ha pretendido verme en las algaradas que e
otro tiempo estallaran contra ese gran déspota. Ahora que
muerto Goethe me embarga, ante su recuerdo, un profundo dolo
Aunque aprecie la importancia de la obra de madame d
Staël acerca de Alemania, debo recomendar una gran circunspe
ción a aquellos que la han leído o que la lean ahora, y no pued
dispensarme del triste deber de señalarla como la obra de un
tertulia de amigos. Madame de Staël, de brillante memoria, e
esta ocasión y bajo la forma de un libro, ha abierto, en realida
un salón donde recibía escritores alemanes y manejos de es
descontentos que querían dar fin al gran mundo francés; per
en medio del tumulto de voces numerosas y diversas, cuyos cla
116
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 117

es se oyen en el fondo de ese libro, escúchase siempre, domi


lo a las demás, la voz de falsete de M. A. Schlegel. Allí donde
ame de Staël se manifiesta ella misma, cuando esta mujer tan
nsiva se expresa sin intermediarios, cuando se entrega a un
r natural, cuando deja paso a sus brillante explosiones, a toda
pirotecnia sentimental que maneja tan bien, entonces su libro
rioso y digno de admiración. Pero cuando obedece a otras
raciones diferentes de las suyas ; cuando se somete a una
la cuyo espíritu le es completamente extraño; cuando por ex
ones de esa escuela se entrega a ciertas tendencias ultra
canas que están en contradicción directa con su espíritu de
-nte protestantismo, su libro entonces es lamentable y nausea
o. Añadid que a esa parcialidad que desconoce une todavía
parcialidad que le es personal, y que no alaba la vida intelec
el idealismo de los alemanes, sino para molestar al realismo
dominaba entonces entre los franceses, y a la magnificencia
tial de la constitución del imperio. Su libro Alemania se
e, bajo este aspecto, a Germania, de Tácito, el cual proba
ente quiso también satirizar indirectamente a sus compatrio
A escribir la apología de los alemanes.
1 referirme a una escuela a la que se entregó madame de
y cuya tendencia favorecía, he querido mencionar a la escue
nántica. El conjunto de esta obra demostrará que esa escuela
ompletamente distinta de la que con ese título se designó en
cia, y que su objeto era completamente diferente del objeto
s románticos franceses.
Qué era, pues, la escuela romántica en Alemania?
To era más que el renacimiento de la poesía medieval, tal
se manifiesta en sus cantos y en sus obras de pintura y de
cectura, en sus artes y en su vida privada. Pero esa poesía
tratado del cristianismo; era una pasionaria nacida de la
e de Cristo. No sé si la melancólica flor así llamada entre nos
lleva en Francia el mismo nombre, ni si la tradición popu
ha atribuido, como en el Norte, ese místico origen. En esa
e colores singulares y quebrados, en cuyo cáliz figuran los
mentos que sirvieron para el martirio de Jesucristo, tales
el martillo, las tenazas, los clavos, etc., es una flor no sola
118 ALEMANIA

mente repulsiva, sino también fúnebre, y cuya vista excita


nosotros un placer desgarrador, semejante a las dulces sensacio
que se experimentan en el mismo dolor.
Tengo interés en hacer constar que cuando digo cristianis
no hablo ni de una de sus iglesias, ni de un sacerdote cualqui
sino de la religión en sí misma, de esa religión cuyos prime
dogmas encierran la condenación de todo lo que es carne, de
nera que no tan sólo concede al espíritu un supremo poder so
la carne, sino que quisiera destruir la última para glorifica
primero. Sublime y divina en sus principios, pero ¡ ay! dema
do desinteresada para este mundo imperfecto, esa religión se
virtió en el más firme sostén de los déspotas que han sab
explotar en su provecho esa absoluta renuncia de los bienes
rrestres, esa cándida humildad, esa santa paciencia, esa celes
resignación predicada por los santos apóstoles. Después han
gido predicadores menos bonachones, que con sus terribles p
bolas han demostrado las dificultades prácticas y los pelig
sociales de las doctrinas nazarenas; no dejan ya de apre
el banquete de la vida por esos llamamientos al cielo; saben
la materia tiene también su lado bueno, y no rechazan ya las
grías de la tierra, ese hermoso jardín de Dios, nuestra inaliena
herencia. Así, puesto que ahora comprendemos perfectame
las consecuencias de ese espiritualismo absoluto, podemos c
que su poder social no está lejos de tocar a su fin, porque
época se parece a la esfinge que se arroja al abismo en cua
su enigma se adivina.
No tenemos, de ninguna manera, el designio de negar
buenos efectos que el dogma católico ha producido en Eur
Ha sido una reacción necesaria y bienhechora contra el terr
y colosal materialismo que se había desarrollado en el imp
romano, y que amenazaba destruir toda la magnificencia inte
tual del hombre. Así como los recuerdos licenciosos del últi
siglo pueden servir de justificación a la revolución francesa;
como el terrorismo de un comité de salud pública puede pare
una medicina necesaria a los que han leído las confesiones de
grandes señores franceses desde la regencia, así se reconoce la
tud curativa del espiritualismo ascético cuando se ha echado
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 119

a sobre lo que escribieron Petronio y Apuleyo, libros que


en ser considerados también como lo que justifica al cristia
D. Tanto se había desvergonzado la carne en el mundo del
rio romano, que se necesitaba toda la disciplina cristiana para
gerarla. Tras una cena como la de Trimalción, era necesaria
Hieta como la del cristianismo.
O sería tal vez que, así como los ancianos voluptuosos exci
latigazos su cuerpo inerte, querría buscar la agotada Roma
s desgarramientos del ascetismo monacal, esos goces refina
ue produce la tortura, ese placer que se encuentra en el seno
olor?
Perversa sobreexcitación! Robó al gran cuerpo romano sus
as fuerzas. Roma no pereció por su división en dos impe
Lo mismo en el Bósforo que en el Tíber, Roma fue devora
or el mismo espiritualismo judaico; y lo mismo en Asia que
uropa, la historia romana, en su lenta marcha hacia un mis
n, fue una agonía que duró varios siglos. El león sin miem
de Judá, al regalar a los romanos su espiritualismo, ¿ha
do vengarse quizá del enemigo vencedor, como en otro
o lo hizo el centauro moribundo al legar astutamente al
de Júpiter la túnica tinta en su propia sangre, que tan fatal
? Y en verdad que Roma, el Hércules de los pueblos, fue
oderosamente corroído por el veneno judío, que su casco
armadura se escaparon de sus miembros debilitados, y que
tente voz imperial que dominaba en las batallas debilitóse
rocó en humildes murmullos de padrenuestros y en caden
le eunucos .
ero lo que enerva al anciano, fortifica al adolescente. Este
tualismo influyó saludablemente sobre los pueblos transmi
es del Norte. Esos cuerpos de bárbaros, demasiado vigorosos
nasiado repletos de sangre, fueron modificados por el espí
cristiano, y comenzó la civilización europea. Esta ha sido
ermosa y santa misión del cristianismo. Al civilizar a Euro
Iglesia católica adquirió incontestables derechos a nuestro
co y a nuestra admiración. Con instituciones amplias y llenas
biduría, supo poner un freno a la bestialidad de los bár
del Norte, y supo domar la brutal materia. Las obras de
120 ALEMANIA

arte de la Edad Media nos retratan esa subordinación de la


teria al espíritu, y ésa es, a menudo, su única misión. Se pod
clasificar fácilmente las composiciones épicas de esa época
acuerdo al grado de esa sujeción.
No es necesario tratar aquí de las poesías Hricas y dramát
porque las últimas no existían, y las primeras se parecen e
sí, en todos los siglos, como en cada primavera se parece el ca
del ruiseñor.
A pesar de que la poesía épica de la Edad Media está divi
en poesía sagrada y poesía profana, estas dos ramas eran ent
mente cristianas en su esencia y en su forma; porque si la pc
sagrada se ocupaba exclusivamente del pueblo judío, que pa
por el único pueblo santo, y de su historia, única santa tamb
si cantaba a los héroes del Antiguo y del Nuevo Testamento
leyendas, a la Iglesia en una palabra, se reflejaba sin emba
en la poesía profana toda la vida de la época, con sus contem
ciones cristianas y su movimiento religioso.
En la Alemania de la Edad Media, la flor de la poesía sagr
es, quizá, Barlaam y Josaphat, poema en el que se lleva a
últimas consecuencias la doctrina de la abnegación, de las al
nencia, de la renuncia y desprecio de todas las alegrías huma
En seguida puede citarse el cántico de alabanzas a San Hann
como el mejor de ese género de poesías; pero éste penetra
poco más en las cosas terrestres. Difiere del primero casi
como difiere de una imagen gótica la imagen de un santo bi
tino. Lo mismo que en los cuadros bizantinos, hallamos en
laam y Josaphat la mayor sencillez; nada de ornamentos acc
rios; los cuerpos largos y delgados semejantes a estatuas, y
figuras de un serio ideal, resaltan vigorosamente como si estu
ran pintadas sobre esos fondos de oro mate que decoran las i
sias del imperio de Oriente. En el cántico a San Hanmon,
accesorios son el asunto principal como en los cuadros góti
y a despecho de la grandiosa disposición, los detalles están
tados de manera minuciosa; en fin, que no se sabe si se admir
concepción de un gigante, o la paciente obra de un enano.
Los poemas evangélicos de Gottfried, a quien se acostum
a alabar como al maestro de la poesía sagrada, se hallan lejos
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 121

an notables como las dos obras que acabo de citar. En la


a profana, lo primero que encontramos, siguiendo la marcha
he indicado, es la serie de leyendas de los Nibelungos y el
o de los héroes. Allí reina aún toda la manera de sentir y
ensar que precedió en Germania al cristianismo; la fuerza
l no está aún mitigada por la caballería; allí ofrécense to
, como imágenes de piedra, los rudos campeones del Norte;
luz tierna y el soplo suave del cristiano, no penetran aún
las armaduras de hierro. Pero el día comienza a apuntar en
eculares selvas germánicas: los antiguos ídolos se tambalean,
ve que el cristianismo baja a la arena para empezar a com
contra el gentil. Nosotros hallamos señales de esto en las
das de Carlomagno, donde se encuentra un reflejo de las cru
Ey de su espíritu. Pronto se debe al espiritualismo cristiano
su influencia la aparición más particular de la Edad Media,
ballería, que llega a su apogeo revistiéndose de un carácter
dotal, como lo vemos en las órdenes a la vez militares y
osas. La caballería mundana se encuentra celebrada en las
das del rey Arturo, donde reina la más tierna galantería,
ás refinada cortesía y el gusto más decidido por los combates
nturas. Entre rientes y ligeros arabescos, entre las flores fan
cas y los primeros de esos poemas, nos saludan tres hermosas
as: son el hermoso Irani, el excelente Lanzarote del Lago, y
liente, galante, honrado, pero algo fastidioso Vigalois. Al
de esas leyendas encontramos otra que las sigue de cerca, la
da del Santo Grial, donde se exalta la caballería religiosa
esiástica; y allí se nos presentan tres de las más grandiosas
eyas de la Edad Media, el Titurel, el Parsifal y el Lohengrin.
nos encontramos frente a frente con la poesía romántica;
mos profundamente nuestras miradas en sus grandes ojos
ncólicos; nos rodea, sin que lo notemos, con sus redes esco
cas, y nos arrastra a las profundidades del misticismo de esa
a. Por último encontramos poesías de ese tiempo que no
absolutamente consagradas al espiritualismo cristiano, en
que el poeta sacude las ligaduras de las abstracciones de la
d cristiana, y no es precisamente el peor poeta quien nos ha
lo la obra principal escrita en ese sentido, el poema de Tris
122 ALEMANIA

tán e Isolda. Debo decir asimismo, que Gottfried de Strasbu


autor de esa encantadora epopeya de amor, es quizá el poeta
grande de la Edad Media, y que sobrepasa las bellas invenci
de Walfram de Eschilbach, a quien admiramos en el Parsif
en los frogmentos de Titurel. Tal vez esté permitido hoy al
y ensalzar al excelente maestro Gottfried. En su tiempo se le
ciertamente por un impío, y su libro por una obra perjudi
y, en efecto, ha dicho cosas que hacen reflexionar. Francesc
Rimini y su amado, pagaron muy caro el placer que experime
ron un día al leer semejante libro; verdad es que el mayor pel
consistió en que de repente dejaron de leerlo.
Tiene la poesía en todas esas composiciones de la Edad
dia, un marcado carácter que la distingue de la poesía de
griegos y los romanos. Para indicar esa diferencia llamamos
última poesía clásica y a la primera poesía romántica; pero e
denominaciones no son sino rúbricas vagas y que producen, h
en el día, una confusión de ideas que aumenta aún desde qu
llama plástica, en lugar de clásica, a la poesía de los antig
Esto es lo que, principalmente, da lugar a equivocaciones.
de pronto, se debe siempre trabajar el asunto de una manera p
tica: que el asunto sea pagano o cristiano, debe presentársele
contornos claros; así, pues, la forma plástica debe encontrars
el arte moderno y romántico, lo mismo que en al arte antigu
constituir su principal cualidad. Las figuras de la Divina com
de Dante, o las de los cuadros de Rafael, ¿no son tan plás
como las de Virgilio o las de los muros de Herculano? La
rencia consiste en que las figuras plásticas, en la antigüedad,
enteramente idénticas a lo que deben representar, a la idea
el artista quiere reproducir. Por ejemplo, la vida errante de
seo no significa otra cosa sino la vida errante del hombre que
hijo de Laertes, marido de Panclopea, y que se llamaba Odi
el Baco que vemos en el Louvre no es otra cosa que el simpa
hijo de Semele, con la mirada henchida, de andar melancól
y con la divina voluptuosidad esparcida sobre sus labios red
deados. Otra cosa sucede en el arte romántico; aquí las va
peregrinaciones de un caballero tienen, además, una significa
esotérica; indican quizá las vanas peregrinaciones de la vida
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 123

gón vencido es el pecado; el almendro que esparce sus perfu


sobre los viajeros es la Trinidad, Dios padre, Dios hijo y
íritu Santo, que forman un todo, como la nuez, la corteza y el
o forman una sola almendra. Cuando Homero describe la
adura de su héroe no se trata más que de una buena armadura
vale tantos y tantos bueyes; pero cuando un fraile de la Edad
dia describe las vestiduras de la madre de Dios, puede uno
fiar en él: bajo esos hábitos diversos, ha imaginado otras tan
virtudes, y ocúltase un sentido particular sobre esa santa vesti
a de la Virgen inmaculada, a la cual, siendo su hijo el fruto
la almendra, se la ensalza con mucha razón con el nombre de
de almendro. Este es el carácter de la poesía de la Edad Me
llamada romántica. El arte clásico tenía que reproducir una
na determinada, lo real, y sus imágenes podían identificarse con
dea del artista; el arte romántico tenía que representar, o más
a indicar, el infinito y cosas intelectuales, y veíase obligado a
pirarse en un sistema de símbolos tradicionales y de parábolas
as parecidas a las que el Cristo empleaba para infundir el es
tualismo de sus ideas. De aquí el carácter místico, enigmático
aravilloso que domina en las obras de arte de la Edad Media;
imaginación realiza esfuerzos increíbles para expresar, con
igenes materiales, lo que es puramente intelectual; inventa las
ras más gigantescas, amontona Ossa sobre Polión, Parsifal
re Titurel, para llegar hasta el cielo. En los pueblos donde la
sía se esfuerza igualmente en representar el infinito, y donde
bién se ofrecen inmensas concepciones fantásticas, como entre
escandinavos y los hindúes, encontramos composiciones ver
leramente románticas, y nos vemos obligados a dar ese nombre
as mismas.
En relación a la música de la Edad Media, sería difícil hablar
ella con algún desarrollo. Nos faltan documentos. Hasta el
lo XVI no aparecieron las obras maestras musicales de compo
ores renombrados, a los cuales debe darse mucha importancia,
es expresan con admirable pureza la esencia de la Iglesia cris
na que es el espiritualismo.
Las artes de la memoria, que son espiritualistas por excelen
debieron florecer a la sombra del cristianismo; pero esta reli
124 ALEMANIA

gión era menos favorable a las artes del dibujo. Porque, co


debían representarnos la victoria del espíritu sobre la materia
no emplear la materia sino como medio de reproducción, tuv
ron que luchar con un obstáculo difícil. Así nacieron en la P
tura y en la escultura esos asuntos espantosos, esas imágenes
mártires, esas crucifixiones, esos santos moribundos, todas e
cosas, en fin, que pintan la destrucción de la envoltura mater
Fue un verdadero martirio de la escultura; y cada vez que veo e
efigies descompuestas donde la abstinencia cristiana y el desp
cio de los sentidos están representados por cabezas ascéticas
macilentas, por largos brazos delgados y descarnados, por pier
transparentes, por cuerpos dolorosamente abatidos, no puedo n
nos de sentir una compasión infinita hacia los artistas de esa ed
Los pintores, es verdad, estaban un poco más en su centro, poro
el material de sus medios de reproducción, el color con sus ray
con sus cambiantes maravillosos, no resistía tan tenazmente
espiritualismo como la piedra, el mármol y todos los materia
de los escultores. Sin embargo, también los pintores viéronse ob
gados a maltratar sus lienzos con figuras repulsivas y doloros
En verdad, que cuando se contemplan ciertas colecciones de c
dros, y no se ve en ellos más que escenas de sangre, instrument
de tortura y de suplicio, se llega a creer que los antiguos ma
tros de la pintura pasaban su vida trabajando para la colecci
del verdugo .
Mas como es poderoso el genio del hombre, gran número
pintores venció todos esos obstáculos, y los italianos, sobre tod
sacrificaron en algunas ocasiones el espiritualismo a la belle
para elevarse a ese ideal que alcanza su perfección en much
imágenes de madonas. En general, cuando se trataba de la Virge
la Iglesia católica ha hecho siempre algunas concesiones al se
sualismo. Esa imagen, de belleza sin tacha y pura, y que, sin e
bargo, está ornada con la radiante aureola de que se rodean
amor y el dolor maternos, tuvo siempre el privilegio de ser ilu
trada por los poetas y los pintores, y embellecida por ellos co
todos los encantos terrestres. En efecto, esa imagen estaba verd
deramente hecha para atraer a la multitud al regazo del cristi
nismo. La Virgen María era la castellana de la Iglesia católica,
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 125

e atraía y retenía a los caballeros del Norte con su sonrisa


ce y celestial.
En la Edad Media tuvo la arquitectura el mismo carácter que
demás artes, pues así, generalmente, armonizábanse entonces
re sí de una manera maravillosa todas las manifestaciones de
vida. En la arquitectura de esos tiempos se revela, como en la
esía, una tendencia simbólica. Cuando penetramos hoy en una
igua catedral, apenas sospechamos el sentido esotérico de ese
bolo de piedra. El efecto general de esa masa obra solamente
re nuestra alma. Sentimos confusamente la elevación del es
tu y la mortificación de la carne. La disposición de sus naves
ana cruz, y pasamos sobre el instrumento mismo del martirio;
vidriera de colores esparce sobre nosotros torrentes de luz
de y roja como la secreción de las llagas y la sangre que de
s mana; hieren nuestros oídos fúnebres cantos; bajo nuestros
shay tumbas y podredumbre; y, dirigido así el espíritu se eleva
los aires a lo alto de los pilares colosales, desembarazándose
esfuerzo de un cadáver, al que deja en el suelo, como incó
Ha vestimenta.
Al examinar desde fuera esas catedrales góticas, esos inmensos
cios de una forma tan fina, tan transparente, tan aérea, que
ecen encajes de Brabante ejecutados en mármol, entonces so
ente se comprende bien el poder de esos pueblos que sabían
erar hasta la piedra, animarla con una vida fantástica y hacer
resar a esa materia, la más dura de todas, las aspiraciones del
ritualismo cristiano.
Las artes no son más que el espejo de la vida humana; y
ado el catolicismo se debilitó en el mundo real, palideció y
bién se extinguió en las artes. En tiempos de la Reforma, la
ía católica desapareció de súbito de Europa; y, en su lugar, ve
resucitar la poesía griega que descansaba en la tumba desde
a tantos siglos. Sin duda que no se trataba sino de una prima
artificial, de una obra de jardinería, y no producto del sol; los
stos y las flores no crecían sino en pequeños tiestos, y un
o de cristal les preservaba del frío y del viento del Norte. En
istoria del mundo, no siempre un acontecimiento es de un
o directo el resultado de otro, pues los acontecimientos se
126 ALEMANIA

influyen más bien por intermitencias. El amor a Grecia y el des


de imitarla no provino de los sabios griegos que emigraron
nuestro lado después de la conquista de Bizancio; fue más bi
porque, así en el arte como en la vida real, el protestantismo
producía al mismo tiempo. León X, ese suntuoso Médicis, era
protestante tan celoso como Lutero; y, así como en Wittenbe
se protestaba en prosa latina, en Roma se protestaba en piedra,
colores y en octavas rimadas. Las enérgicas imágenes de Mig
Ángel, las rientes figuras de ninfas de Julio Romano y la volu
tuosa embriaguez, la alegría de vivir en los versos de Mes
Ludovico Ariosto, ¿no es una oposición protestante al rand
sombrío y triste catolicismo? La polémica que sostuvieron
pintores de Italia contra el sacerdocio ejerció más influencia
zá que la de los teólogos sajones. La palpitante carne que br
en los cuadros de Ticiano no es sino protestantismo, y los cu
pos de sus Venus son tesis más concluyentes que las que se fija
por el atrevido fraile alemán en la puerta de la iglesia de Witt
berg. Hubiérase dicho que entonces los hombres habíanse sent
de repente libres de las ligaduras que los agarrotaban desde ha
muchos miles de años; los artistas sobre todo respiraban lib
mente como si la pesadilla ascética hubiese dejado de pesar so
su pecho; precipitáronse con entusiasmo en el riente mar de
poesía griega, de cuya espuma nacían nuevamente para ellos
más hermosas diosas.
Los pintores representaron de nuevo las alegrías que espa
la ambrosía en el Olimpo; los escultores hicieron surgir, co
en otro tiempo, héroes antiguos de los bloques de mármol;
poetas volvieron a cantar la casa de Atrea y de Laises; el nu
período clásico recomenzó entonces.
De la misma manera que bajo Luis XIV, en Francia la
moderna encontró su completo perfeccionamiento, la nueva
sía clásica llegó a un alto grado de perfección, y en cierto m
a una originalidad real. Por la influencia política del gran rey
nueva poesía clásica francesa se difundió por el resto de Eur
En Italia, donde ya era indígena, recibió un colorido francés;
héroes de la tragedia francesa fueron también a España co
duque de Anjou; pasaron en seguida a Inglaterra con mad
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 127

erriete; y no hay para qué decir que los alemanes construimos


la manera del Olimpo empolvado de Versalles nuestros insípi
s templos.
El pontífice más célebre de esos falsos dioses fue Gottched,
e gran peluca de los antiguos tiempos, a quien Goethe dibujó
à bien en sus memorias.
Fue Lessing el Arminio literario que libertó a nuestra escena
esa dominación extranjera. Nos demostró la nulidad, el ridí
lo, el mal gusto de esas imitaciones del teatro francés, que, a su
z, estaban imitadas del teatro griego. Pero no solamente con
crítica, fue con sus propias obras como llegó a ser el fundador
la nueva literatura original alemana. Ese hombre siguió todas
direcciones del espíritu, recorrió todas las fases de la vida
n un entusiasmo y una inteligencia poco comunes. Las artes, la
ología, la ciencia arqueológica, la poesía, la crítica, el teatro,
historia, todo lo dirigió hacia un mismo fin con el mismo ar
t. En todas sus obras palpita la misma y gran idea social, un
timiento del progreso de la humanidad, esa hermosa religión
la razón en la que ha sido el San Juan, y cuyo Mesías aún
beramos. Predicó constantemente esa religión; pero, ¡ ay!, a me
do la predicó solo y en el desierto. Además, le faltaba la virtud
trocar las piedras en pan; pasó la mayor parte de su vida en la
cesidad y en la miseria, maldición que ha pesado sobre casi
los los grandes genios de Alemania, y que no cesará quizá sino
a la emancipación política de nuestra nación. A Lessing le
imaban también más sentimientos políticos de lo que se creía,
lidad que no encontramos en ninguno de sus contemporáneos;
asta hoy no hemos visto con claridad lo que se proponía cuan
pintó el despotismo en su tragedia de Emilia Galotti. Entonces
le consideró tan sólo como un campeón del librepensamiento
an adversario de la intolerancia clerical, porque se compren
in mejor sus tendencias teológicas. Los fragmentos sobre la
cación de la raza humana, que Eugenio Rodríguez ha tradu
lo al francés, pueden quizá dar una idea del vasto círculo que
cazaba el espíritu de Lessing. Los dos trozos de crítica que han
mburgo y su Laocoonte, o de los límites de la pintura y de la
rcido más influencia sobre el arte son su Dramaturgia de
128 ALEMANIA

poesía. Sus obras teatrales más notables son: Emilia Galotti, Mi


na de Barnhelm y Nathan el sabio.
Gotthold Efraín Lessing nació en Kamenz, en la Lusacia,
22 de enero de 1729, y murió en Brunswick el 15 de febrero d
1781. Era un hombre tan completo que cuando destruía con s
polémica algo viejo construía él mismo en seguida algo nuev
Se parecía, dice un autor alemán, a esos judíos piadosos que fuero
turbados frecuentemente por el enemigo en la construcción d
segundo templo y que combatían con una mano mientras que e
la otra tenían la mezcla para edificar la casa de Dios. Lessing es
que más quiero de todos los escritores alemanes. Todavía habla
de otro hombre que puede ser considerado como su sucesor in
mediato. No es que la mención que hago esté en su sitio; per
como ese hombre ocupa un puesto aislado en la historia de
literatura, y como aún no pueden definirse bien sus relacion
con su tiempo y sus contemporáneos, puede serme permitida es
licencia: hablo de Juan Gottlieb Herder, nacido en Morunge
en la Prusia Oriental, en 1744, y muerto en Weimar, en Saj
nia, en el año 1803 .
La historia de la literatura es el gran depósito donde cada cu
va a buscar sus muertos, a los que se ha amado, o con los que
ha tenido vínculos de parentesco. Cuando veo allí entre tant
cadáveres insignificantes, las grandes y nobles figuras de Lessin
o de Herder, me late violentamente el corazón; me sería impos
ble seguir adelante, sin depositar un beso sobre sus labios lívid
Pero si Lessing tan poderosamente destruyó el gusto de
imitación de la falsa antigüedad griega, tomada de segunda man
de los franceses, él mismo dio lugar en cierto modo a un nue
género de locas imitaciones con sus apreciaciones de las verd
deras obras maestras de la antigua Grecia. Con el vigor con
cual combatió la superstición religiosa, ayudó también a ese pr
saísmo que se propagó en Berlín con rapidez pasmosa. En e
tiempo, la deplorable mediocridad bullía más que nunca; y
espíritus vacíos y miserables se abotagaban como la rana de
fábula. Se engañaría el que se imaginara que Goethe, fue ento
ces generalmente apreciado. Su Goetz de Berlichingen y
Werther fueron acogidos con entusiasmo; pero las obras de 1
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 129

dianías corrientes eran recibidas con el mismo fervor, y no se


cedió a Goethe sino un estrecho nicho en el panteón literario.
I dicho que el público había leído con entusiasmo Goetz y
erther, pero fue más bien a causa de su asunto que por el tra
o artístico, que nadie supo apreciar en esas obras maestras.
Goetz era una novela de caballería, presentada bajo una forma
mática, y entonces se gustaba de ese género de obras. En
erther no se vio más que el arreglo de una historia verdadera,
del joven Jerusalén, un joven que se había saltado la tapa
los sesos por amor, y que había hecho mucho ruido en esa
oca de calma chicha; leyéronse con lágrimas sus cartas conmo
Horas; se observó con mucha sagacidad que la manera como
arrojado Werther de la sociedad noble debía haber aumen
lo su disgusto de la vida; la cuestión del suicidio dio aún más
al libro; la idea de matarse también surgió en esa ocasión en
cerebro de algunos locos, y la obra hizo entonces un efecto
mpleto. Leíanse aún con mucha asiduidad las novelas de Au
sto Lafontaine; y como éste escribía sin interrupción se hizo
cho más célebre que Goethe. Wieland era el gran poeta de la
oca, que no tenía por concurrente sino a Rammier en Berlín,
hacedor de odas. Wieland fue mucho más celebrado que
ethe; sin embargo, es preciso confesar que el autor de Oberon
de Aristippa mereció justamente sus éxitos; ha dotado a Ale
nia de obras maestras tan bellas como útiles. Era un gigante al
lo de Iffland, que dominó el teatro con sus dramas burgueses,
al lado de Kotzebue, que hizo lo mismo con sus innumerables
medias.
Contra esa literatura se elevó en los últimos años del siglo
sado en Alemania, una escuela literaria, a la que llamamos es
ela romántica, y de la cual se han presentado como gerentes
agusto Guillermo y Federico Schlegel. Jena, donde vivían y se
itaban los dos hermanos en medio de espíritus dispuestos a se
irles, fue el punto central desde donde se esparció la nueva
ctrina estética. Digo doctrina, porque esa escuela empieza por
cios sobre las obras de arte del pasado, y por recetas para las
ras de arte del porvenir. La escuela de Schlegel prestó grandes -4-1
rvicios a la crítica estética. En la apreciación de las obras que
130 ALEMANIA

poseemos, señaláronse sus defectos y sus debilidades, o sus per


fecciones y sus bellezas. En la polémica, en esa investigación y en
ese examen de los defectos y deficiencias del arte, los dos Schle
gel fueron superiores a todos los imitadores de Lessing; se pose
sionaron de su gran espada de combate; pero el brazo de Augus
to Guillermo Schlegel era excesivamente blando y débil, y l
vista de su hermano Federico estaba demasiado velada por nube
místicas para que pudiesen herir tanto y acertar con tanta segu
ridad como lo hacía Lessing. Sin embargo, en la crítica especial
cuando se trataba de sacar a luz las bellezas de una obra, lo
Schlegel sobrepasaban al viejo Lessing. ¿Pero, qué diremos d
sus recetas para ejecutar las obras de arte? Aquí se revela un
impotencia que también hemos creído encontrar en Lessing. Este
por poderoso que sea en la vejación, muestra alguna debilidad ei
la iniciativa, y rara vez logra fijar un principio fundamenta
Fáltale un terreno sólido, una filosofía, un sistema filosófico. Est
es el caso de los Schlegel, quienes se hallan en posición má
desconsolada.
Pero si los Schlegel no podían prescribir teorías fijas par
las obras maestras que ordenaban a los poetas de su escuela, lle
naban ese vacío proponiendo por modelos las obras más bella
de los tiempos pasados y haciéndoselas asequibles a sus discípulos
y dirigían sus miradas especialmente a las obras del arte católic
de la Edad Media. Shakespeare, colocado en ese límite del art
y que sonríe ya a nuestros tiempos modernos con una claridad
una libertad completamente protestantes, no fue traducido sin
para un fin de la polémica, cuya explicación sería muy larga par
darla en este lugar. Esa traducción fue emprendida por A. C
Schlegel en una época en que el entusiasmo literario no habi
retrocedido aún hasta la Edad Media. Más adelante, cuando es
se verificó, se tradujo a Calderón, y se le puso muy por encim
de Shakespeare, pues se encontraba en el poeta español la poesí
de la Edad Media en toda su pureza, y concebida bajo la influen
cia de sus instituciones principales, la caballería y el monaquis
mo. Las piadosas comedias del eclesiástico poeta castellano, cuy
florido estilo parece rociado con agua bendita y perfumado co
incienso de iglesia, fueron entonces imitadas en toda su sant
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 131

grandeza, con todo su lujo sacerdotal, sus locuras sagradas; y


iose germinar en Alemania esas composiciones locas y profun
las, que representan el amor místico como en la Adoración de
a cruz, o el martirio caballeresco del Principe constante, y Za
arías Werner llevó las cosas tan lejos como pueden llevarse sin
xponerse a ser encerrado en una casa de locos.
Nuestra poesía, decían los hermanos Schlegel, es antigua;
uestra musa es una mujer decrépita con harapos; nuestro
Cupido no es niño rubio, sino un enano arrugado con cabellos
rises; nuestros sentimientos están desflorados; nuestra imagina
ión, seca, muerta; es preciso refrescar esa tierra árida, es preciso
buscar con paciencia las umbrosas fuentes en la cándida y sen
illa poesía de la Edad Media; allí corre para nosotros el agua
de la juventud. Este triste pueblo, seco y descarnado, no tuvo
necesidad de que se lo repitieran, y las pobres y secas gargantas
que vegetaban en los arenales de Prusia, quisieron volver a flo
ecer y rejuvenecerse; precipitáronse hacia esas fuentes maravi
losas, y todo fue bebido, tragado, absorbido con inmoderada sed.
Pero les sucedió la misma aventura que a una vieja dueña cuya
historia es ésta: Había observado que su ama poseía un elixir
maravilloso que volvía la juventud; en ausencia de su ama, cogió
el frasco; pero en lugar de tomar algunas gotas, bebió tanto que,
gracias a la eficacia maravillosa de ese brebaje, volvió, no sola
mente a la juventud, sino a la más tierna infancia. Verdadera
mente sucedió lo mismo a nuestro excelente Tieck, el poeta de
esa escuela: movióse tanto en los libros populares y en la Edad
Media, que se hizo casi un niño; degeneró de fruto en flor y
llegó a ese instante de laboreo que la señora Staël se esforzaba
tanto en admirar. Confiesa que le parece curioso ver a un perso
naje comenzar a hablar en un drama de esta manera: "Soy San
Bonifacio y vengo a deciros", etcétera.
Luis Tieck se ofreció también como modelo a los artistas del
porvenir en su novela titulada las Peregrinaciones de Sternbald
y en el libro que publicó de un tal Wackenrader, y que llama
Expansiones del corazón de un monje amigo de las artes. Reco
mendóse la imitación de la candidez del espíritu piadoso de sus
obras. Ni se quiso oír hablar de Rafael, ni siquiera de su maestro
132 ALEMANIA

el Perugino, al que sin embargo se colocaba más alto, y en


cual se encontraban todavía restos de esas magnificencias cu
1 realización se admiraba devotamente en las obras maestras
Fra Giovanni Angelico da Fiesole. Si se quiere formar una id
del gusto, de los entusiasmos de entonces, hay que ir al Louv
donde aún se encuentran los mejores cuadros de esos antigu
maestros; pero hay que ir a Charenton si se quiere formar u
idea del gran número de poetas que imitaron en la misma épo
y en todos los metros posibles a los poetas de la Edad Media.
Yo opino que los cuadros de la primera sala del Louvre so
lo suficientemente graciosos como para que al contemplarlos
pueda tener una idea del gusto que reinaba en Alemania. Deber
uno imaginarse a esas antiguas figuras, traducidas en viejo alemá
porque las obras de los antiguos pintores alemanes eran consid
radas como mucho más sensibles, y por consiguiente, más dign
de ser imitadas que las antiguas obras italianas. Los alemane
decíase, con su Gemuth (palabra cuya equivalencia exacta
existe en español) , los alemanes sienten el cristianismo más pr
fundamente que las demás naciones, y con este dicho, Federi
Schlegel y su amigo José Goerres recorrían todas las ciudades d
Rin tras restos de cuadros antiguos y de trozos góticos de la escu
tura alemana, reverenciados ciegamente como santas reliquias.
Termino de comparar al Parnaso alemán de esa época co
Charenton; pero creo que sobre ello he dicho demasiado po
Una locura francesa está lejos de ser tan loca como una locu
alemana, porque en ésta, como dijo Polonius, hay método. Est
locuras alemanas eran expuestas con una pedantería sin igua
con gravedad increíble, con una compenetración de la que 1
puede tener idea un loco superficial francés.
El estado político de más allá del Rin era muy favorable
esa dirección religiosa y a esa vuelta a la antigua Alemania. L
desgracias enseñan a rezar, dice el proverbio, y nunca habíam
sufrido tantas; por consiguiente, nunca estuvo el pueblo más in
clinado que entonces a la oración, a la religión, al cristianism
No hay pueblo que tenga tanta adhesión a sus príncipes como
pueblo alemán; y lo que más afligía a los alemanes no era el tri
te estado en que el país se encontraba con la guerra y la domina
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 133

n extranjera, sino el aspecto deplorable de sus príncipes ven


os, a los que veía arrastrarse a los pies de Napoleón. Los
eblos de Alemania se parecen a esos antiguos servidores de
a grande que sufren más que sus nobles señores las humilla
nes por éstos sufridas, que vierten lágrimas en secreto cuando
necesidad obliga a que se venda la vajilla de oro y plata, y
tarían sus miserables ahorros antes de ver que la candela bur
esa reemplace a la bujía aristocrática en la mesa de sus seño
La aflicción general hizo que se buscara un refugio en la
gión, y de esto resultó una devota resignación a la voluntad
Dios, de quien sólo se esperaba el socorro. En efecto, contra
Napoleón nadie podía ayudarnos más que Dios en persona.
había ya que contar con los ejércitos terrestres, y era preciso
var al cielo los ojos con confianza.
Hubiéramos podido soportar a Napoleón; pero nuestros prín
es, al mismo tiempo que esperaban que Dios los libertara,
saron que las fuerzas reunidas de sus pueblos podrían tam
n contribuir en algo: con esta idea se trató de despertar un
timiento común en todos los alemanes; y entonces los perso
es más eminentes hablaron de la nacionalidad alemana, de la
ria común, de la reunión de las razas cristianas en Germania,
la unidad de Alemania. Se nos ordenó el patriotismo y nos
imos patriotas, pues hacíamos cuanto nuestros príncipes nos
ndaban. Conviene, sin embargo, no figurarse con ese nombre
patriotismo el sentimiento que se llama así en Francia. El
riotismo de los franceses consiste en que su corazón se infla
, se extiende, se agranda y comprende en su amor, no sola
nte a sus deudos, sino a toda Francia, a todo el país de la civi
ción; el patriotismo en Alemania, por el contrario, consiste en
e su corazón se contrae, como el cuero con el hielo, que deja
ser un ciudadano del mundo, un europeo, para no ser más que
limitado alemán. Vemos entonces ponerse en práctica por el
or Jahn la tontería ideal, y apareció la aurora de la mezquina
ústica oposición contra el sentimiento más noble y más santo
cuantos ha producido Alemania, contra el amor de la huma
lad, contra esa fraternidad universal, ese cosmopolitismo, pro
ado en todo tiempo por nuestros grandes genios, por Lessing,
134 ALEMANIA

por Herder, Schiller, Goethe, Juan Pablo y todas las almas elev
das de nuestra patria.
Conocéis bien lo que ocurrió en seguida en Alemania. Cuan
Dios, el hielo y los cosacos hubieron destruido las mejores trop
de Napoleón, se apoderaron de los alemanes las más vivas a
sias de libertarse del yugo extranjero; ardimos en la más vi
indignación contra esa servidumbre mucho tiempo soportada; n
inflamamos a los acordes de bellas melodías y de los malos vers
de las canciones de Koerner, y conquistamos la libertad en
combates, pues nosotros hacemos siempre lo que nos orden
nuestros príncipes.
En esa etapa de lucha, debía encontrar riguroso apoyo u
escuela hostil a la manera francesa, y que alabara todos los an
guos gustos populares en Alemania, en el arte y en la vida rea
Los príncipes de la escuela romántica pasaron entonces de mar
en mano con excitaciones de los gobiernos y el santo y seña
las sociedades secretas, y A. G. Schlegel conspiró contra Racin
con el mismo objeto que el ministro Stein conspiraba contra N
poleón. Cuando por fin el patriotismo alemán y la nacionalida
alemana alcanzaron la victoria, la escuela romántica, gálica, ge
mánica, cristiana, triunfó definitivamente, lo mismo que " el an
patriótico, religioso, alemán". Napoleón, el gran clásico, clásic
como Alejandro y César, cayó derribado al suelo, y los herman
Schlegel, las novelillas románticas como el Pulgarcillo y el Ga
con botas, levantaron la cabeza vencedoras.
En Alemania no tardó en aparecer la reacción que infalibl
mente sigue a las doctrinas exageradas. Así como el espiritu
lismo cristiano fue una reacción contra el brutal dominio d
materialismo del imperio romano; así como el renovado ame
hacia el arte riente y las ciencias de Grecia durante el renac
miento, puede ser considerado como una reacción contra el esp
ritualismo cristiano llevado hasta la mortificación; así como
resurrección del espíritu romántico de la Edad Media puede se
considerado también como una reacción contra la árida imita
ción del antiguo arte clásico, así también vemos ahora el princ
pio de una reacción contra la restauración de las opiniones caté
licas feudales, contra esa caballería y ese espíritu clerical que fu
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 135

dicado con ayuda de la poesía y de los monumentos y en


cunstancias muy extrañas.
Al admirar y colocar tan altos a los antiguos artistas de la
ad Media, cuidábase, al exponer las obras que se ofrecían como
delo, de explicar su perfección diciendo que esos hombres
ían en el asunto que ejecutaban; que, con su sencillez, despro
ca de artificios, podían ir más lejos que los maestros moder
, más hábiles, es verdad, en la técnica, pero privados de
encias; en fin, que la fe obraba en ellos milagros. En efecto,
a posible que se explicase de otra manera las bellezas de un
Angélico, o las magnificencias del hermano Ofrefried? Desde
onces, los artistas que habían tomado el arte en serio, y que
erían imitar al quid divino de esos cuadros maravillosos, la san
imperfección de esas poesías milagrosas, en una palabra, el
sticismo inexplicable de las antiguas obras; esos tales resolvie
ir en peregrinación al Hippocreno donde los antiguos maes
s habían aspirado su sagrado entusiasmo; se dirigieron hacia
pila de agua bendita, sola santificante, de la Iglesia católica,
ostólica y romana. Varios de éstos, entusiastas de la escuela
nántica, no tuvieron necesidad de una conversión formal; eran
ólicos de nacimiento y tan sólo abjuraron las opiniones inde
dientes que hasta entonces habían profesado. Pero otros ha
n nacido y se habían educado en el seno de la iglesia protes
te, como, por ejemplo, Federico Schlegel, Luis Tieck, Novalis,
erner, Adam Müller, etcétera, y se vieron obligados a justificar
adhesión a la fe católica con un acto público. No he citado
í sino escritores; fue mucho mayor el número de pintores que
uraron en tropel la confesión evangélica.
Cuando se vio a esos jóvenes hacer cola a la puerta de la
esia romana, y disputar quién sería el primero en colocarse las
iguas cadenas que agarrotaban el espíritu humano, de las que
padres se habían libertado con tanto vigor, comenzó a refle
narse en Alemania y a presentarse signos de inquietud. Pero
ando se observó que todo este asunto era llevado por una pro
ganda de curas y de nobles, que aborrecía la libertad política y
igiosa de Europa; cuando se vio que era el jesuitismo el que
stornaba tan desgraciadamente a la juventud alemana, con
136 ALEMANIA

los dulces acordes de la musa romántica, estallaron entre los am


gos del librepensamiento y del protestantismo un vivo desco
tento y una cólera grandísima.
He expuesto juntamente la libertad de pensar y el prote
tantismo; pero confío que no se me acusará de ciega parcialid
hacia esa religión. Aunque me una en Alemania una confesi
a la iglesia protestante, he podido unir la libertad de pensar
protestantismo sin que se pueda acusarme de parcialidad; porq
en Alemania existe entre las dos un lazo amistoso, están tan ín
mamente unidas, en cierto modo, como la madre y la hija. Cuan
se acusa a la iglesia protestante de una cierta estrechez de ide
es preciso reconocer, no obstante, dicho sea en su eterno hon
que al permitir el libre examen de la Iglesia cristiana, ha ema
cipado a los espíritus del yugo de la autoridad, y que ese lib
examen ha permitido, especialmente en Alemania, que la ciend
se desenvuelva con independencia. La filosofía alemana, aunque
coloque hoy al lado de la iglesia protestante y aun por encima
ella, sin embargo, no es más que su hija; bajo este aspecto,
debe sus simpatías; y los intereses de parentesco exigieron q
se unieran aún más íntimamente cuando fueron amenazadas p
su enemigo común: el jesuitismo. Todos los amigos del librepe
samiento y de la iglesia protestante, tanto escépticos como ortod
xos, alzáronse al mismo tiempo contra los restauradores d
catolicismo romano; y no hay para qué decir que los liberale
que no se preocupaban ni de los intereses de la filosofía, ni
los de la iglesia protestante, sino de la libertad civil y polític
formaron en las filas de la oposición. Pero en Alemania fuero
siempre, hasta ahora, profesores de filosofía y teólogos, y siemp
combatieron por esa idea de libertad, tuvieran que tratar de
asunto puramente político o teológico. Esto se verificó, sobr
todo, en vida de un hombre que minó la escuela romántic
desde su nacimiento y que es el que más ha contribuido a echarl
abajo. Me refiero a Juan Enrique Voss.
Es un desconocido en Francia, y, sin embargo, hay pocos
quienes el pueblo alemán deba más reconocimiento, teniendo e
cuenta los progresos intelectuales que por él realizó. Es quizá
después de Lessing, el ciudadano más grande de la literatura ale
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 137

na. Bajo todos aspectos, fue un gran hombre y merece que no


le de él en términos excesivamente lacónicos.
La biografía de Voss es igual a la de todos los escritores ale
nes de la antígua escuela. Nació en el Meklenburgo, el año
1750; sus padres eran pobres y todavía pertenecían a la condi
a de siervos; estudió la teología y la descuidó cuando aprendió
onocer la poesía y los griegos; entonces se ocupó seriamente
esas dos cosas; dio lecciones para no morirse de hambre; se
o maestro de escuela en Otterndorf, en el país de Hadeln ,
lujo a los antiguos y vivió pobre, frugal y laboriosamente ,
ta la edad de setenta y cinco años. Tenía un nombre distin
do entre los poetas de la antigua escuela; pero los nuevos poe
románticos marchitaron sin cesar sus laureles, y se burlaban
elmente del honrado poeta pasado de moda que cantaba cor
Imente, y algunas veces en patois alemán del Bajo-Elba, la
desta y apacible vida burguesa de sus comarcas; que escogía
a héroes de sus poesías, no madonas y caballeros feudales, sino
pastor protestante sencillo y modesto, y su virtuosa familia, y
era tan sano, tan abierto, tan burgués y tan natural; mientras
los nuevos trovadores eran tan sonámbulos y enfermizos, tan
deñosamente caballerescos y tan originalmente amanerados.
né fatal debió ser sobre todo a Federico Schlegel, a ese chantre
briagado con la lúbrica y romántica Lucinda , el sobrio
ss, con su casta Luisa y su venerable pastor de Greman!
gusto Guillermo Schlegel, que no había llevado las cosas tan
s como su hermano, podía entenderse mucho mejor con el
jo Voss; y lo único que después de todo hubo entre ellos fue
rivalidad de traductores que redundó además en beneficio
la lengua alemana. Antes del nacimiento de la nueva escuela,
or a los otros escritores paganos de la antigüedad, mientras
A. G. Schlegel traducía a los poetas cristianos de la época
nántica católica. Los trabajos de ambos estaban dirigidos con
enciones de polémica, que no tenían tan en secreto que no se
diera adivinarlas. Voss con sus traducciones quería propagar
poesía y las opiniones clásicas, mientras que Schlegel, haciendo
bulares, con buenas traducciones, a los poetas románticos cris
nos, trataba de llevar el gusto del público por esos derroteros.
138 ALEMANIA

Más aún: el antagonismo de estos dos traductores se mostra


hasta en el estilo que empleaban. Mientras Schlegel pulía ca
vez más sus obras, Voss se hacía cada vez más áspero y rudo
sus traducciones; de manera que si se deslizaba sobre los vers
de Schlegel como sobre un pavimento pulimentado, tropezaba
cada paso con los bloques de mármol versificados del viejo Vo
En fin, este último, quiso traducir a Shakespeare, al cual, en
primer período, había traducido Schlegel tan admirablemente; p
ro esto fue muy malo para Voss y peor para su librero; la tradu
ción no obtuvo el menor éxito. Allí donde Schlegel ha traduci
con más molicie, donde su poesía, es como crema batida, que
se sabe si comerla o beberla, Voss se muestra duro como la pied
y uno teme romperse las mandíbulas al recitar versos. Pero lo q
poderosamente distingue a Voss, es el rigor con que lucha cont
las dificultades; y no tuvo que combatir solamente con la lengu
sino también con ese dragón jesuítico, que alargaba su cabeza
forme desde el fondo de las sombrías profundidades de la liter
tura alemana. Voss lo golpeó rudamente, y le produjo una exten
herida.
Un escritor alemán, conocido como uno de los más crudos a
versarios de Voss, ha llamado a éste un aldeano bajosajón. Apar
la intención injuriosa, esa denominación es muy justa en efect
Voss fue un aldeano bajosajón, como lo era Lutero. Faltába
toda forma caballeresca, toda cortesía, toda gracia; pertenecía p
completo a esa enérgica, ruda y viril raza de pueblos, a la qu
fue preciso predicar el cristianismo con la espada y el fueg
que no se sometió à esa creencia sino después de haber perdid
tres grandes batallas; que ha conservado siempre en sus costum
bres y en sus maneras algunos restos de la rudeza pagana d
Norte, y que en sus combates materiales e intelectuales, se mue
tra tan valiente y tan testaruda como sus antiguos dioses. E
verdad que, cuando examino a Voss en su polémica y en toda
sus manifestaciones, me parece ver a Odin, el viejo dios tuert
que ha abandonado su Asgard para hacerse maestro de escuel
de Otterndorf, en el país de Hadeln, y enseñar a los rubios niño
en Holstein las declinaciones latinas con el catecismo cristian
que traduce los autores griegos y alemanes en sus ratos de oci
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 139

mando del dios Thor su pesado martillo para forjar sus versos,
ue, cansado y fatigado al fin de ese penoso trabajo, levanta el
tillo sobre el pobre Krik Stollberg y le asesta en la cabeza
golpe formidable.
Se trata de una historia muy curiosa. Federico, conde de
lberg-Stollberg, era un poeta de la antigua escuela, extraordi
iamente célebre en Alemania, menos quizá por sus talentos
ticos que por ese título de conde que tenía en otro tiempo
cho más peso que ahora en la literatura alemana. Pero Fede
Stollberg era un hombre liberal, de un noble corazón, y era
amigo de esos jóvenes burgueses que fundaron una escuela
tica en Gotinga. Recomiendo a los literatos franceses que lean
refacio de las poesías del Hoelty, en el cual Voss ha pintado la
a ordinaria, y completamente digna de un idilio, que llevaba
panda poética de la que formaba parte, así como Federico
lberg. Estos dos hombres acabaron por quedar los únicos de
ese tropel de poetas. Cuando Federico Stollberg pasó ruido
ente a la Iglesia católica y abjuró el amor a la libertad, cuando
convirtió en un propagandista del oscurantismo, arrastrando a
chos débiles con su ejemplo, Voss, que tenía entonces setenta
s, se puso en abierta oposición con su amigo de la infancia,
tanta edad como él, y escribió el folleto titulado Cómo Fede
Stollberg se hizo servil. En este libro analizó toda su vida
lemostró que la naturaleza aristocrática había permanecido
apre hipócritamente oculta en el conde Stollberg; que se ha
ido dejando ver más desde los acontecimientos de la revolu
a francesa; que Stollberg se había afiliado a la asociación lla
da de la cadena noble, la cual se oponía al desenvolvimiento
los principios de la revolución francesa; que, al restablecer el
olicismo, se esperaba servir a los intereses de la nobleza, y dijo
general los esfuerzos que se hacían para restablecer la Edad
dia feudal cristiana y católica, para aniquilar la libertad civil
urguesa, y la libertad de pensamiento protestante. La demo
cia y la aristocracia alemanas, que, mucho antes de esas revo
ones, cuando la segunda no tenía nada que temer y la primera
La que esperar, franternizaban con tanta expansión, encontrá
se entonces como dos viejos que, puestos frente a frente, se
140 ALEMANIA

entregan a un combate mortal. La parte del público alemán q


no comprendía ni la significación, ni la espantosa necesidad
esa lúcha, censuró al pobre Voss por haber despiadadamente qu
tado el velo de los asuntos domésticos, de los pequeños aconte
mientos interiores que formaban, sin embargo, un conjunto
pruebas. También había allí pretendidos espíritus superiores q
miraron de alto abajo esas mezquinas bagatelas y que acusar
a Voss de propósitos turbios.
Muchos otros, burgueses acomodados, intranquilos por
mismos, y temiendo que se alzase el telón que cubría sus prop
miserias, clamaron sobre la misión de la literatura, según la c
debía prohibirse todo personalismo, todo examen de la vida p
vada. En fin, cuando Federico Stollberg murió, atribuyóse
fin a la tristeza, y cuando después de su muerte apareció su lib
De amor, en el que se expresaba con un tono de perdón, con
lenguaje dulzón de los jesuitas, corrieron abundantemente
compasivas lágrimas germánicas; creció la rabia de los corazon
tiernos contra el pobre Voss, y la mayoría de las injurias que
cibió provenían de los mismos hombres a quienes había defe
dido los bienes espirituales y temporales. Generalmente, se pue
contar en Alemania con la compasión y las lágrimas de la m
titud cuando uno se ve atacado con rudeza en cualquier polémi
No obstante, la polémica de Voss produjo una impresi
inmensa sobre la multitud, y concluyó con la epidemia de
Edad Media en la opinión pública. Esta polémica había atraí
la atención de toda Alemania; una gran parte del público se d
claró por Voss. Siguiéronse escritos y refutaciones, y los últim
días del anciano fueron amargados por toda esa lucha. Tuvo q
habérselas con los más enojosos adversarios, con los curas, que
atacaban cubriéndose con toda suerte de ropajes. No solamen
los criptocatólicos, sino también los pietistas, los místicos, lut
ranos, en una palabra, todas esas sectas supernaturalistas, fue
cualquiera la opinión a que pertenecieran, y los antagonisme
que las separaran, se reunieron en el odio común contra Voss,
racionalista. Con este nombre se designa en Alemania a los qu
conceden a la razón sus derechos, aun en materia religiosa, pe
oposición a los sectarios del dogma supernaturalista, que no di
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 141

en asuntos semejantes. Estos últimos, en su odio contra los


ores racionalistas, se parecen mucho a los habitantes de una
a de locos, que, aunque atacados por demencias diferentes, so
tanse, sin embargo, hasta cierto punto unos a otros; pero ex
imentan una rabia sin igual contra un hombre al que consi
an como un enemigo común; este hombre no es más que el
dico que quiere devolverles la razón.
Si en la revelación de las intrigas ultramontanas, la escuela
nántica vio el principio de su ruina, recibió al mismo tiempo,
su propio templo, un golpe terrible y por mano de uno de
dioses que había entronizado ella misma. Wolfgang Goethe,
de lo alto de su pedestal, fulminó una sentencia de condena
n contra los hermanos Schlegel, contra esos mismos pontífices
e le habían incensado. Los fantasmas de la Edad Media huye
; los mochuelos se escondieron de nuevo entre las ruinas de
viejos castillos; los cuervos volaron a refugiarse en las torres
las iglesias góticas; Federico Schlegel se fue a Viena, donde
5 misa todos los días, y comió esos excelentes pollos asados que
bien hacen allí, y A. G. Schlegel se retiró a la pagoda de
hma.
Para hablar con franqueza, Goethe desempeñó en ese tiempo
papel bastante equívoco y no se le puede alabar incondicio
mente. Bien es verdad que tampoco los Schlegel se condujeron
à él con la mayor lealtad. Como en su polémica contra la an
ua escuela les hacía falta un poeta vivo como tipo, y no
laron otro tipo más propicio a sus fines que Goethe, del que
eraban algún apoyo literario, al que le erigieron un altar, le
emaron incienso e hicieron que el pueblo se arrodillase ante
Tenían también la ventaja de que el dios estaba próximo. Una
enida de hermosos árboles en los que brotaban las ciruelas, muy
radables cuando el calor del sol ha excitado la sed, conduce
de Jena a Weimar. Los Schlegel seguían a menudo ese cami
y en Weimar tenían varias conversaciones con el consejero
imo Goethe, que fue siempre un gran diplomático, quien les
uchaba tranquilamente, sonreía complacidamente, y algunas
Ces los convidaba a comer. También se habían acercado a Schil
; pero éste era un hombre franco y no quiso oír hablar de
142 ALEMANIA

ellos. La correspondencia entre él y Goethe, impresa hace algun


.
años, ha dado alguna luz sobre las relaciones de los poet
con los Schlegel. Goethe sonreía invariablemente con aire
distinción cuando se trataba de ellos, y Schiller se irritaba p
su manía de dar que decir a fuerza de escándalo, y los llamal
pisaverdes.
Sin embargo, Goethe debía a los hermanos Schlegel parte
su fama. Éstos habían introducido y recomendado el estud
de sus obras; la manera ofensiva y altanera con que despidió
fin a esos dos hombres entraña algo de ingratitud. Quizá, persp
caz, Goethe conoció que los Schlegel no querían emplearle si
como medio para llegar a su fin; quizá él, ministro de Estado
un país protestante, encontraba que ese fin podía comprometer
quizá fue que se despertó en él la antigua cólera pagana de l
dioses cuando se enteró de esas sordas maniobras católicas; po
que si Voss se parecía al tuerto Odin, Goethe se parecía, por
aspecto y sus sentimientos, al gran Júpiter en persona. El p
mero viose obligado a herir con el martillo de Thor; el otro tu
necesidad de sacudir con enfado su cabellera perfumada de an
brosía, y los Schlegel desaparecieron. Un documento auténti
de esa ruptura por parte de Goethe apareció en la segunda pa
te de su obra periódica Arte y antigüedad, y lleva este título: D
arte moderno alemán, cristiano y patriótico. Con este artícul
Goethe hizo su 18 brumario en la literatura alemana; pues afia
zó su dominio y se hizo proclamar único maestro, al arrojar t
rudamente del templo a los Schlegel y al atraerse a muchísim
de los más fieles discípulos de aquéllos. Desde este momen
terminaron los Schlegel; no se volvió a hablar de ellos sino
cuando en cuando, como aún • se habla algunas veces de Bar
o de Gohier; no se trató ya de poesía romántica o clásica, si
de Goethe y sólo de Goethe. Claro que durante ese tiempo ap
recieron algunos poetas que no le cedían mucho en vigor y
imaginación, pero le reconocieron como a su jefe por cortes
le acataron, tributándole homenajes; le besaron la mano y se ar
dillaron ante él . Estos grandes del Parnaso, semejantes a l
grandes de España que tienen derecho a permanecer cubiert
delante del rey, se distinguían solamente de los otros poetas
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 143

conservaban su corona de laurel en la frente en presencia de


the. Algunas veces también se codearon con él, pero se irrita
cuando veían que los inferiores se creían con derecho a hacer
nismo. Por mal dispuestos que estén contra su soberano, los
ades señores, se irritan siempre cuando la plebe se levanta
tra él.
En estos últimos años los aristocratas intelectuales de Alema
tenían motivos muy fundados para estar descontentos. Como
to he dicho en otra ocasión, Goethe se parecía a Luis XI, que
imía a la alta nobleza y elevaba al estado llano. Goethe tenía
do de todo escritor original un poco decidido; alababa única
ante a las inteligencias insignificantes; llegó a extremar tanto
cosas, que ser alabado por Goethe equivalía a un diploma
medianía.
Más adelante hablaré de los nuevos poetas que aparecieron
o el régimen imperial de Goethe. Trátase de un bosque na
te, cuyos troncos no empiezan a mostrarse sino hasta después
la caída de la gran encina centenaria, cuyas ramas los oculta
en las sombras.
Conforme he dicho ya, no faltó opinión contra esa gran én
a, pero no se realizó sin amarguras. Hombres de las más
estas opiniones reuniéronse contra él. Los antiguos creyentes,
ortodoxos, se irritaron porque en el tronco de ese gran árbol
se hallaba ni un nicho con una imagen de santo, que en él
a las desnudas dríadas de la antigüedad celebraban sus juegos;
o mismo que San Bonifacio, hubiesen derribado con gusto,
un hacha bendita, la antigua encina encantada. Los nuevos
ventes, los apóstoles del liberalismo, irritábanse, al contrario,
que no era un árbol de libertad, y del cual no podía hacerse
para construir una barricada. El árbol era demasiado alto en
Eto, no podía ponerse en su cima un gorro frigio, ni bailar
carmañola a su sombra. En cuanto al público, éste le honraba
su hermosura, porque saturaba al mundo con sus perfumes,
que sus ramas se elevaban con tanta magnificencia hacia el
o, y a tal altura, que las estrellas parecían los frutos dorados
ese árbol maravilloso.
Comenzó la oposición contra Goethe a la aparición de los
144 ALEMANIA

Falsos anales de peregrinación, que aparecieron en 1821 con


título de Anales de peregrinación de Wilhelm Meister; alg
tiempo después de la decadencia de los Schiegel, en casa
Gottfried Basse, en Gedlimburg, Goethe había anunciado, con
título, una continuación de los Anales de aprendizaje de Wilhe
Meister, y, por una circunstancia singular, esta continuación a
reció al mismo tiempo que la parodia literaria, donde no so
mente se había imitado de un modo desusado, la manera
escribir de Goethe, sino el carácter del héroe de la novela origin
llamado Meister. Esta parodia, además de demostrar mucho in
nio, demostró también un gran tacto, y como el autor supo c
servar por mucho tiempo el incógnito, el interés del público
excitado de la más hábil manera. Al fin se supo que el autor
un sacerdote campesino, perfectamente desconocido, llama
Pustkuchen, nombre que significa en francés Omelette souf
(tortilla soplada) , y que indica muy bien el carácter del escrit
En ese libro se acusaba a Goethe de que sus poesías no ten
un fin moral; que no sabía crear nobles caracteres, y sí úni
mente figuras vulgares. Al contrario, Schiller no había repres
tado sino caracteres ideales y elevados, y por consecuencia
mayor poeta.
Esta última cuestión, a saber, que Schiller era más poeta
Goethe, constituía el pensamiento principal del libro. Se cayó
la manía de comparar las producciones de los dos poetas, y
opiniones se dividieron . Los partidarios de Schiller se entus
maban con el candor y la magnificencia de un Max Piccolom
de una Thekla, de un marqués de Possa y de los otros héroes
teatro de Schiller, mientras que los personajes de Goethe, Fil
Margarita, Clara y otras encantadoras criaturas fueron declara
mujeres inmorales. Los partidarios de Goethe confesaban sonri
do que esos y otros personajes no se mostraban bajo un aspe
moral, pero que la propagación de la moral exigida en las poes
de Goethe no es de ninguna manera el fin del arte: porque
el arte no hay fin como no lo hay en la construcción del unive
donde el hombre se esforzaría en vano en perseguir las nocio
de fin y medio; el arte, como el universo, no existe más que p
sí mismo.
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 145

Así como el universo permanece inalterable, a pesar de que


hombres varíen sin cesar en sus juicios, decían, así también
arte debe permanecer independiente de las miras temporales
los hombres. El arte debería, pues, permanecer con eterna
ependencia de la moral, que cambia sobre la tierra tan a me
o como se presenta una religión nueva que rechaza las an
as. En efecto; así, como, transcurridos algunos siglos, se forma
nariamente en el mundo una nueva religión, y así como en
ces se introduce una nueva moral en las costumbres, así cada
ca declararía heréticas e inmorales las obras del tiempo pa
, si se fuese a juzgarlas con la censura de la moral pasajera.
buenos cristianos que condenan la carne como una cosa
ólica, experimentan siempre un vivo disgusto ante la vista
as imágenes de los dioses griegos; los castos frailes han atado
delantal a la Venus antigua; en los mismos tiempos moder
hemos visto pegar sobre la desnudez de las estatuas una
cula hoja de parra; y un cuáquero devoto ha sacrificado su
imonio entero para comprar y quemar los más hermosos
ros mitológicos de Julio Romano. ¡ En verdad que merecía
ral cielo y ser allí azotado diariamente con vergas! Una
ión que quisiera colocar a Dios en la materia, y que por
ecuencia, tuviese a la carne como divina, al pasar a las cos
bres, debería producir una moral mediante la cual no se esti
ian sino las obras de arte que glorifican la carne y se recha
in como inmorales las obras del arte cristiáno que representan
bajamiento de la materia. Pero hay más todavía; no sola
te cambia la moral de siglo en siglo, sino que las obras de
que son morales en un país, son consideradas como inmorales
otro. Así, nuestras artes del dibujo excitan el horror de un
adero creyente musulmán, y, en cambio, objetos que pasan
inocentes en un harén de Oriente, son motivo de escándalo
el cristiano. En la India, donde la profesión de una baya
no está en manera alguna desprestigiada, el drama de Va
asena, cuya heroína es una joven venal, no pasa por inmoral.
representara en el teatro francés, se escandalizaría la sala, esa
na sala que todos los días ve con gusto obras de intriga cuyas
ínas son viudas jóvenes que acaban por casarse alegremente,
146 ALEMANIA

en lugar de quemarse con sus difuntos esposos, como lo qui


la moral india.
Yo no discrepo por completo de los partidarios de Goet
que, en sus miras elevadas sobre el arte, le colocan tan alto
hacen de él un segundo mundo, bajo el cual se agita la vida
los hombres, sus religiones y sus morales, tan cambiantes y t
nadizas; pero no puedo aprobarles del todo, cuando parte de
principio para proclamar al arte como la cosa más elevada
no dar importancia al mundo real, al que pertenece el prin
puesto.
Se ha ocupado mucho más Schiller que Goethe de ese últi
mundo; y, desde ese punto de vista, le debemos alabanzas. Sch
ler se apoderó con vigor del espíritu de su tiempo. Luchó
él, le siguió al combate, llevó su bandera y con esa misma b
dera es con la que se ha combatido tan entusiastamente en aq
lla orilla del Rin. Schiller escribió para las grandes ideas de
revolución; destruyó las bastillas intelectuales; trabajó en ese g
templo de la libertad que debe albergar a todas las naciones co
a una misma hermandad; fue cosmopolita. Schiller empezó
ese odio contra el pasado, que vemos en Los bandidos, donde
muestra como un titán atrevido, escapado de la escuela y
corre a romper los cristales del gran Júpiter; concluyó por
amor al porvenir que aparece ya en Don Carlos como un plan
de flores, y él mismo es ese marqués de Possa, a la vez profeta
soldado, que combate por lo que ha predicho, y que lleva, bajo
capa española el más noble corazón que haya jamás amado
sufrido en Alemania.
El poeta, el creador se parece aquí a Dios, que hace las cr
turas a su propia imagen. Pero si Carl Moor y el marqués
Possa son todo Schiller, Goethe se parece a su Werther, a
Meister, a su Fausto, en los que se puede estudiar las fases
su espíritu. Si Schiller se entrega completamente a la historia,
se entusiasma con los progresos sociales de la humanidad y can
los anales del mundo, Goethe se sumerge en las sensaciones ind
viduales, ya en el arte, ya en la naturaleza; Goethe, el panteíst
debería ocuparse únicamente, como asunto principal, de la hi
toria de la naturaleza, y no fue solamente en sus poesías, sin
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 147

bién en obras científicas donde ofreció los resultados de sus


estigaciones. Su indiferentismo era también un resultado de
contemplación panteística del universo. Si Dios está en todas
tes es absolutamente indiferente ocuparse de una u otra cosa,
nubes o de piedras antiguas, de canciones populares o de es
eletos de monos, de hombres o de comediantes. Pero Dios está
bién en el movimiento, en la acción, en cada manifestación,
el tiempo; su santo soplo agita las hojas de la historia, que
el libro verdaderamente divino; y esto fue lo que sintió y
sintió Schiller, y escribió La emancipación de los Países Bajos,
guerra de treinta años, La doncella de Orleáns y Guillermo
2.
Claro que también Goethe cantó algunas grandes historias de
ancipación; pero las cantó como artista. Como había rechazado
entusiasmo cristiano, que le parecía enojoso, y como no com
día el entusiasmo filosófico de nuestro tiempo, porque temía,
e entregaba a él, perder la tranquilidad de su alma, trató en
eral el entusiasmo de un modo histórico. El espíritu se con
ió en materia entre sus manos, y le dio la forma más bella y
agradable. Así es como se hizo el artista más grande de
stra literatura, y como logró que todo lo que escribiese fuese
obra maestra maravillosamente concluida.
El ejemplo del maestro arrastró a los discípulos y Alemania
nacer ese período literario, al que ya he llamado período de
artes, y al cual atribuí la más funesta influencia sobre el des
olvimiento político del pueblo alemán. No pretendo negar,
embargo, el valor real de las obras maestras de Goethe. Ornan
estra querida patria como decoran a un jardín hermosas es
as. Puede uno enamorarse de ellas, pero son estériles. Las
sías de Goethe no producen acción como las de Schiller. La
Ónde hija de la palabra, y las palabras de Goethe no crean
s. Esto es lo que sucede a todo lo que nace exclusivamente
arte. La estatua que hizo Pigmalión era una hermosa mujer;
aestro se enamoró de ella : sus besos le dieron vida , pero no
ecundaron. Creo que Charles Nodier ha dicho algo parecido.
saba en ello ayer cuando me paseaba por las salas bajas del
vre contemplando las antiguas estatuas de diosas. Estaban allí
148 ALEMANIA

con sus ojos mudos y blancos, sus sonrisas de mármol, que


presaban una melancolía secreta, quizá un recuerdo penoso
Egipto, el país de los muertos, donde nacieron los dioses; qu
también un deseo doloroso de la vida, de la que han sido a
jadas por otras divinidades; una tristeza de su inmortalidad mu
ta: parecían esperar la palabra que debía volverlas a la existen
que debía librarlas de su rígida y fría inmovilidad. Esos már
les antiguos me hicieron pensar en las poesías de Goethe, que
tan acabadas, tan espléndidas, tan tranquilas y que parecen ta
bién sentir con dolor que su inmovilidad y su frialdad las sepa
de nuestra vida caliente y animada; que no pueden alegrars
sufrir con nosotros; que no son seres humanos, sino desgracia
amalgamas de divinidad y de piedra.
Las escasas indicaciones que expongo explican el mal hur
de los diferentes partidos que se levantaron en Alemania con
Goethe. Los ortodoxos estaban indignados contra el viejo paga
como generalmente se llama a Goethe en Alemania; temían
influencia sobre el pueblo, en el que deslizaba su doctrina d
rientes poesías y canciones. Vieron en él al enemigo más p
groso de la cruz, la cual, como él mismo decía, le era tan d
agradable como las pulgas, el ajo y el humo del tabaco; esto
por lo menos, el sentido de la Xenia que Goethe no tuvo repa
en publicar en medio de Alemania, el país donde esos insect
el ajo, el tabaco y la beatería han pactado una santa alianza. N
era eso precisamente lo que nos desagradaba a nosotros, homb
de la revolución. Como ya lo he dicho, censurábamos la esteri
dad de su palabra, el espíritu artístico que a causa de él se espa
ció por Alemania, que adormeció a la juventud y se opuso a
regeneración política de nuestra patria. Así el panteísmo indif
rente fue atacado por los lados más opuestos, por hablar france
la extrema derecha y la extrema izquierda se unieron cont
Goethe; y mientras que un reaccionario golpeaba sobre él con
crucifijo, un demagogo le ponía delante la pipa.
Un escritor alemán, que había publicado una colección
frases felices, titulada Streckverse, y a quien se llamaba el Saph
italiano para distinguirle del señor Saphir, el espiritual ocurren
en Viena -Wolfgang Menzel- en la misma época entró en
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 149

tra Goethe. Menzel no se mostró en esta lucha absolutamente


iritualista ni patriota descontento. Basó más bien una parte de
ataques en los últimos argumentos de Federico Schlegel, que,
pués de su caída, lanzó anatemas contra Goethe, cuyas poesías,
no decía él, no tienen punto central. Menzel fue más allá,
anifestó que Goethe no tenía genio, sino talento solamente, y
ó a Schiller por oposición. Esto sucedió algún tiempo antes
la revolución de Julio. Menzel era entonces el principal ado
or de la Edad Media, tanto por sus obras de arte como por sus
ituciones; maldecía con rabia no interrumpida a Voss, y ala
a con entusiasmo a Görres. Su odio contra Goethe era, pues,
Hadero y escribió contra él por convicción, y no, como se
tendía, por darse a conocer. Aunque yo me afilié entre los
ersarios de Goethe, me disgustaba la rudeza de tales diatribas,
n una crítica que hice de sus autores me dolía de su falta de
Had. Manifesté que Goethe no dejaba de ser el rey de nuestra
ratura, y que cuando se aplica el cuchillo crítico a un sobe
o, es preciso hacerlo con cortesía, como lo hizo el verdugo
decapitó a Carlos I, el cual se arrodilló ante el príncipe antes
llenar su cometido para, con toda humildad, pedirle perdón.
Se encontraba también el famoso consejero áulico Müllner
e los antagonistas de Goethe, y el único amigo que permane
fiel fue el profesor Schutz. Contábanse también algunos otros
os nombres son menos famosos, por ejemplo, un tal Spann,
ha pasado bastante tiempo en una casa de corrección . Era
sociedad en que había de todo, sea dicho entre nosotros. He
no lo que se hizo, pero sería difícil señalar el motivo que tuvo
a uno separadamente para declararle la guerra. No conozco
precisión sino el motivo de una sola persona, y como esa
sona soy yo mismo, lo referiré con claridad. Confieso, pues,
franqueza que fue la envidia.
Sin embargo, debo añadir en mi alabanza que en Goethe
ás ataqué al poeta, sino al hombre. Jamás he censurado sus
as; jamás he podido descubrir en ellas faltas, como ciertos crí
os que, con ayuda de sus lentes, hubiesen descubierto las man
s de la luna. ¡ Qué clarividentes! Lo que tomaban por manchas
ese astro eran bosques floridos, ríos de plata, montañas majes
150 ALEMANIA

tuosas y rientes valles. Nada hay más absurdo que esa deprec
ción de Goethe en favor de Schiller, con quien no se proced
lealmente, y al que no se colocaba tan alto sino para rebajar
Goethe. O bien, ¿no sabían que esas imágenes ideales tan alab
das, esas estatuas que elevaba Schiller, para los altares de la v
tud y de la honestidad, son mucho más fáciles de hacer que es
criaturas pecadoras, mundanas y con mácula, que Goethe nos de
entrever en sus obras? En el arte se consigue más fácilmen
representar lo grande y lo terrible, que lo pequeño y agradab
Los hechiceros de Egipto pudieron imitar un gran número de l
milagros de Moisés, por ejemplo, las serpientes, la sangre, has
las ranas; pero cuando produjo encantamientos mucho más f
ciles en apariencia, como la producción de los insectos, confesar
su impotencia diciendo: " ¡ Ahí está el dedo de Dios". Indigna
con las vulgares escenas del Fausto, las orgías sobre el Brocke
en la mesa de Auerbach; indignaos con las lubricidades de Me
ter, no podrés imitar todas esas cosas: " ¡ Es el dedo de Goethe
Pero vosotros no querréis imitarle y os oigo exclamar con horro
"No somos hechiceros, somos buenos cristianos." Ya sé que
sois hechiceros.
El mayor mérito de Goethe es la perfección de todo lo q
representa. En él no hay una parte fuerte y otra débil. No h
cosas inacabadas; nada de supresiones, nada de rellenos, nada
preferencias por trozos salientes. Trata cada personaje de sus dr
mas y de sus novelas, cada vez que el personaje se presenta, com
si fuera el protagonista. Lo mismo sucede en Homero, lo mism
en Shakespeare. En todas las obras de los grandes poetas no ha
propiamente hablando, personajes secundarios: cada figura es
su puesto el personaje principal. Tales poetas se parecen a l
príncipes absolutos, que no conceden a los hombres un val
independiente, sino que les dan el mayor según sus deseos
buena voluntad.
Si he hablado con alguna rudeza de los adversarios de Goeth
con más rudeza debería tratar a sus apologistas. La mayoría
cometido en su celo las mayores locuras. En este punto un t
Eckermann, que no carece de ingenio, se ha colocado en los lím
tes del ridículo. En su lucha contra Pustkuchen, Carl Imme
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 1 151

ann, nuestro mayor poeta dramático, ha ganado sus entorchados


crítico, y con esta ocasión ha dado a luz un execelente librito.
s berlineses se han distinguido particularmente en este asunto.
campeón más distinguido de Goethe fue en todo tiempo
rnhagen de Euse, un hombre que tiene en el corazón pensa
entos grandes como el mundo y que los expresa en palabras
gantes y preciosas como diamantes finamente pulimentados;
ethe ha concedido siempre la mayor importancia al juicio de
è espíritu superior. Quizá deba recordar aquí que Guillermo
Humboldt había escrito, algún tiempo antes, un libro notable
pre Goethe.
Cada feria de Leipzig en los diez últimos años, veía nacer
rios ensayos sobre ese gran poeta. Las investigaciones de Schu
It acerca de Goethe pertenecen al dominio de la alta crítica.
que el señor Hæring, que escribe bajo el pseudónimo de Wil
ald Alexis, ha dicho en varios escritos periódicos, es tan im
rtante como ingenioso. Zimmermann, profesor de Hamburgo,
sus lecciones orales, dijo también cosas excelentes acerca de
ethe, las que se encuentran en sus Hojas dramatúrgicas. En
tias universidades de Alemania se dieron cursos sobre Goethe;
entre todas sus obras, el público se ocupó más constantemente
1 Fausto. Se le parafraseó, se le comentó de mil maneras: fue
ra los alemanes la Biblia mundana.
No fuera yo alemán si no dijese algo a propósito del Fausto,
es desde el mayor pensador hasta el más insignificante escolar,
sde el filósofo hasta el doctor en medicina, no hay nadie que no
ya ensayado su perspicacia con ese libro; el cual es, en verdad,
a vasto como la Biblia; y, como ella, abraza el cielo y la tierra
nel hombre y su exégesis. Su asunto es la causa principal de
extraordinaria popularidad del Fausto; el que Goethe haya sa
do ese asunto de las tradiciones populares, demuestra la pro
ndidad de su pensamiento y su genio, que sabe escoger siempre
asunto preciso, el más justo, el más recto. Debo suponer que
e Fausto es conocido, porque en los últimos tiempos ese libro
ha hecho muy célebre en Francia. Pero no sé si la antigua tra
ción popular es igualmente muy conocida en este país, y si se
nde en los puestos de libros uno pequeño en papel gris, mal
152 ALEMANIA

impreso y grotescamente ornado de grabados en madera, sobr


el que se lee este título circunstanciado: "Cómo el famoso en
cantador Johannes Faustus, sabio doctor que había estudiado to
das las ciencias, concluyó por tirar sus libros, e hizo un pacto co
el diablo para gozar de todos los placeres de la tierra, mas se vi
obligado a entregar su alma al infierno". El pueblo de la Edad
Media, en cuanto veía inteligencias poderosas, les atribuía siem
pre alianzas con el diablo, y Alberto el Grande, Raimundo Lulio
Teofrasto Paracelso, Agripa de Nettesheim, y en Inglaterra, Roge
Bacon, han pasado por maestros en magia negra y conjuradore
de demonios. Pero se han cantado y se han dicho cosas much
más extrañas del doctor Fausto, que obtuvo del diablo, no sola
mente el conocimiento de las cosas, sino los goces más reales. Es
Fausto fue también el que inventó la imprenta y el que vivi
en el tiempo en que se empezaba a predicar contra la autoridad
de la Iglesia, hasta el punto de que con Fausto termina el período
clerical de la Edad Media y comienza la época moderna, crític
y científica. Reconocemos que los hombres no han sido llamado
solamente a la igualdad celeste, sino también a la igualdad terre
na; la fraternidad política predicada por la filosofía es más bien
hechora que la fraternidad puramente espiritual, predicada po
el Evangelio, y el saber se hará palabra, y la palabra se han
acción, y todavía podremos ser dichosos en este mundo baj
nuestra envoltura mortal. Si después de nuestra muerte tomamo
posesión de la gloria celestial prometida por la religión, nad
podrá sernos más agradable.
Esto es lo que el pueblo alemán sospechaba hacía much
tiempo, porque el pueblo alemán es el doctor Fausto; él es e
espiritualista que reconoce con la inteligencia la insuficiencia d
la inteligencia, que aspira a goces materiales y que reivindica lo
derechos de la carne. Pero encerrados aún como estábamos en lo
símbolos de la poesía cristiana, en la que pasa Dios como el re
presentante del espíritu y el diablo como representante de l
carne, se denunció esa rehabilitación de la carne como si se hi
ciera alianza con el demonio y se renegara de Dios.
Antes de que se realice en Alemania lo que tan profunda
mente se profetiza en ese poema, antes de que el espíritu no
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 153

Eva para reconocer las usurpaciones del espíritu y reclamemos


s derechos de la carne pasará mucho tiempo. Ésta es la gran
volución que es hija de la evolución.
El Diván del oriente occidental de Goethe, es menos conocido
uí que su Fausto. Es un libro escrito mucho después, del que
ha tenido conocimiento madame de Staël, y que debemos es
cialmente mencionar. Encierra las opiniones y los sentimientos
Oriente expresados en floridos cantos y en sentencias llenas de
nsamientos, todo quemado y perfumado como un harén lleno
odaliscas ardientes, con párpados pintados de negro, ojos de
cela, brazos blancos y movimientos voluptuosos; y el corazón
1 lector palpita y desfallece como le palpitó al dichoso Gaspar
ebureau, cuando se encontró en Constantinopla sobre el último
amo de una escala, y vio de arriba abajo lo que cualquiera de
s creyentes no ve sino de abajo arriba. Algunas veces se cree el
tor cómodamente extendido sobre un tapiz de Persia fumando
tabaco amarillo del Turkestán con ayuda de un largo tchibouk
jazmín y ámbar, mientras que una esclava negra le refresca
n un abanico de plumas de pavo real, y un hermoso muchacho
presenta el verdadero café de Moka. Goethe ha trasportado a
a poesía esas voluptuosidades enervadoras, y sus versos son tan
ciles, tan felices, tan aéreos, que uno se asombra al ver que se
ya podido aligerar hasta ese punto la lengua alemana. Al mis
o tiempo da en prosa las más preciosas indicaciones sobre las
stumbres y la vida de Oriente, sobre la existencia patriarcal
- los árabes, y ahí Goethe se muestra tranquilo, sonriente, inge
10 como un niño, tan lleno de sabiduría como un viejo. Esa
cosa es trasparente como el mar en una tranquila y bella tarde
e verano, cuando la vista puede llegar hasta esas profundidades
onde aparecen las vidas sepultadas con sus olvidados esplendo
s. Algunas veces esa prosa es también mágica, tan misteriosa
mo el cielo cuando le vela el crepúsculo, y los grandes pensa- "
ientos de Goethe aparecen puros y dorados como estrellas. El
canto de ese libro es inexplicable; es un selam que el Occidente
avía al Oriente, y encuéntranse en él curiosas flores; rosas en
rnadas y rientes, hortensias semejantes al seno desnudo de
venes doncellas, digitales purpurinos parecidos a largos dedos
154 ALEMANIA

humanos, grotescas orejas de oro, y, en medio del ramo, mode


tas y ocultas, silenciosas violetas alemanas. Ese selam signific
que el Occidente está cansado de su macilento y glacial espin
tualismo, y que quiere rehacerse en el cuerpo sano y vigoroso a
Oriente. Escribiendo su Diván, Goethe, que había expuesto e
Fausto su repugnancia hacia las abstracciones intelectuales y s
deseo de alegrías reales, con el mismo espíritu se arrojó en braz
del sensualismo. "
Importante es, pues, saber que ese libro apareció inmediat
mente después de Fausto. Fue la última fase de Goethe, y s
ejemplo tuvo gran influencia sobre la literatura. Nuestros lírico
pusiéronse entonces a cantar a Oriente. 64G También conviene de
cir que Goethe, mientras cantaba tan alegremente la Persia y
Arabia, demostró la repugnancia más pronunciada hacia la Indi
Lo que le desagrada de este país era lo que tiene de extraño, d
confuso, de oscuro, y quizá esa repugnancia nació de haber adiv
nado algún retrospectivo pensamiento católico en los estudio
sánscritos de Schlegel y de sus amigos. Estos señores miraban
Indostán como la cuna de la organización' del mundo en las fo
mas católicas; veían allí el tipo de su jerarquía; encontraban s
trinidad, su encarnación, su redención, sus pecados y todas su
manías favoritas. La repugnancia de Goethe por la India no le
agrió poco, y G. A. Schlegel le llamó con amargura " un pagan
convertido al islamismo". Entre los escritos que han aparecido
último año acerca de Goethe, merece ser notada una obra póstu
ma de Juan Falk, titulada Retrato de Goethe según sus relacione
intimas y personales. Además de un examen detallado de Faust
(jesto no podía faltar! ) el autor nos comunica excelentes nocic
nes sobre Goethe y nos lo muestra en todos los aspectos de s
vida, siempre fiel a la naturaleza, siempre imparcial con todo
sus defectos y virtudes. Vemos a Goethe en relación con su madre
cuyo natural se refleja tan maravillosamente en la persona de
hijo; le vemos como naturalista observando un gusano envuelt
es una crisálida y que se convertirá en mariposa; le vemos cerc
del gran Order, que le reprende seriamente por su indiferentis
mo, que le obliga a no conceder al hombre la atención que con
cede a la transformación de un insecto; seguímosle a la corte de
LA LITERATURA HASTA LA MUERTE DE GOETHE 155

an duque de Weimar, improvisando alegremente, entre jóve


s damas de honor, parecido a Apolo en medio de las rubias cor
sanas del rey Admeto; después le vemos con el orgullo de un
lai-lama, no queriendo reconocer a Kotzebue, cuando éste, para
millarle, prepara una solemnidad pública en honor de Schiller ;
mpre prudente, listo, galante y amable, figura dichosa y regoci
ite como la de los dioses inmortales.
Dábase, en efecto, en Goethe, la comunión de la personalidad
a el genio, como se da entre los hombres extraordinarios. Su
terior era tan importante como la palabra que vivía en sus
critos; su apariencia era armoniosa, límpida, agradable, noble
ente concebida, y en él podía estudiarse el arte griego como en
- antiguo. Ese cuerpo lleno de dignidad no se inclinaba jamás
n la servil humildad cristiana; los rasgos de su rostro no se con
ían con mística mortificación, sus ojos no se velaban con la
aidez del pecador, no dirigían devotas miradas hacia el cielo,
no temían fijarse en la tierra: no; su mirada era tranquila
mo la de un dios. En general, el signo distintivo de los dioses
nsiste en que su mirada sea segura y que sus ojos no vacilen.
sí, cuando Agni, Varunna, Iana e Indra tomaron la forma de
ala en las bodas de Damaganti, ésta reconoció a su amado en el
ovimiento de sus pupilas; porque las pupilas de los dioses están
mpre inmóviles. Los ojos de Napoleón tenían esa virtud: por
o estoy convencido de que era un dios. Los ojos de Goethe eran
mbién divinos, lo mismo en la más avanzada edad que en la
ventud. El tiempo pudo cubrir de nieve su cabeza, pero no
inclinó. Llevábala siempre erguida y alta, y cuando hablaba
ecía aún, y cuando extendía su mano, parecía que con su dedo
diese indicar a las estrellas del cielo el camino que debían reco
er. Preténdese haber observado en su boca una mueca de egoís
; pero esa mueca es propia también de los dioses inmortales,
bre todo del padre de ellos, del gran Júpiter, a quien yo he
mparado con Goethe. Cuando le visité en Weimar, mientras
e encontraba en su presencia, miraba furtivamente para ver si
o se hallaba cerca de él él águila con el rayo en el pico. Estuve
punto de hablarle en griego; pero como observé que compren
a el alemán, le dije, en ese idioma, que las ciruelas de los
156 ALEMANIA

árboles entre Jena y Weimar sabían muy bien. Había reflexionad


durante muchas noches de invierno sobre lo que diría a Goeth
que fuese sublime, cuando le viera; y cuando le vi no se m
ocurrió otra cosa sino el buen sabor de las ciruelas de Sajoni
Y Goethe se sonrió, sonrió con los mismos labios que había
besado a Leda, Europa, Dánae, Lemele y muchas otras princesa
o ninfas sencillas.
Los dioses se van; Goethe ha muerto. Murió el 22 del me
de marzo de 1832; ese año significativo en el que la tierra b
perdido sus más grandes ornamentos. Diríase que en ese año
muerte volvióse de repente aristocrata, y que quiso distingui
a las notabilidades de la tierra enviándoles juntos a la tumba. T
vez ha querido fundar una selección allí, en el reino de las som
bras, y, en este caso, ha cumplido bien con su misión, o, por
contrario, ¿ha querido favorecer a la democracia en ese año fat
y establecer la igualdad intelectual sepultando las grandes autor
dades? ¿Ha respetado a los reyes por respeto o por insolencia
Ni un solo rey murió en ese año. Los dioses se van, los reyes s
quedan.
QUINTA PARTE

POETAS ROMÂNTICOS

LA CONCIENZUDA sinceridad que rigurosamente me he impuesto


me obliga a decir que varios franceses me han censurado por
hablar de los Schlegel, y particularmente de Augusto Guillermo
Schlegel, en términos demasiado duros. Creo que no se me hu
biera dirigido semejantes censuras, si la historia literaria de Ale
mania fuese mejor conocida en Francia. Aquí no se conoce a A.
G. Schlegel sino por las páginas de su noble protectora madame
de Staël. Gran número de personas no conoce más que su nom
bre; este nombre se les representa en la memoria como algo
venerable e ilustre, como quien pronunciara el nombre de Osiris,
sin saber nada más de él, sino que era un maravilloso dios bona
chón que fue adorado en Egipto. Lo mismo saben del uno que
del otro, y no sospechan la semejanza que se halla entre los dos.
Aunque hoy en Alemania existen bastantes escritores que
merecen más que los Schlegel una extensa mención, me veo obli
gado a consagrar todavía algunas líneas a esos últimos para res
ponder a la acusación de dureza que se me ha dirigido. Desgra
ciadamente, estas nuevas reflexiones tampoco se parecerán a un
panegírico.
Como, en cierto modo, formé parte de los discípulos acadé
micos del mayor de los Schlegel, podría creerse que estaba obli
gado a tratarle con alguna clemencia. ¿Pero acaso ha respetado
Augusto Guillermo Schlegel al anciano Bürger, su maestro, su
padre literario? De ninguna manera; porque en literatura, lo
mismo que en las salvajes selvas de la América septentrional, los
hijos exterminan a sus padres en cuanto éstos se vuelven viejos
y débiles.
He dicho ya que Federico Schlegel era superior a su hermano;
y, en efecto, el último no vivía sino de las ideas del primero, que
157
158 ALEMANIA

sabía elaborar artísticamente. Federico Schlegel era un pensad


profundo; reconocía todas las magnificencias del pasado y sent
todos los dolores del presente; pero no comprendía la santida
de esos dolores y la necesidad para la futura salvación del mund
Veía ponerse al sol, y contemplaba melancólicamente el lug
por donde había desaparecido, lamentándose de las tinieblas qu
veía amontonarse en el horizonte, y no pensaba que, en el lad
opuesto, brotaban ya los fuegos de una nueva aurora. Federic
Schlegel decía un día que el historiador es un profeta de jer
glíficos. Esta palabra es la mejor para designarlé a él mismo.
presente le era odioso y el porvenir le espantaba; únicamen
el pasado le era querido; a él se dirigían sus miradas de viden
y en él tan sólo reconocía el heroísmo y la dicha. Pero en los d
lores de la edad presente no adivinaba los dolores de un par
y de una resurrección; no veía sino la agonía y esos gemidos
la muerte, no sospechaba por qué temblaba la tierra y se derrum
baban las rocas, por qué se desgarraba el velo del templo, y
temor de morir le hizo huir y le obligó a refugiarse en med
de las ruinas temblorosas de la iglesia. El autor de Lucinda hal
ese lugar apropiado a la disposición de su alma. Había gastad
su vida un exceso de presunción y de alegría de que se enco
traba culpable, y experimentaba la necesidad de expiar los pec
dos de su juventud y de la edad madura. Se hizo católico.
Lucinda es una novela. Con algunas poesías y el drama
Alarcos, imitación del español, es la única composición origin
que haya dejado Federico Schlegel. Cuando apareció no faltarc
alabanzas a la novela; el reverendo Schleiermacher escribió entor
ces y publicó cartas henchidas de entusiasmo hacia Lucinda. Algu
nos críticos llegaron a decir que esa producción era una verdader
obra maestra, y no temieron profetizar que la novela Lucina
sería considerada algún día como el mejor libro de la literatur
alemana. Las autoridades hubieran debido hacer justicia con esa
gentes, como se hace en Rusia con los profetas que anuncian un
calamidad pública, y a los que se encierra hasta que su predic
ción se cumpla. No, los dioses han preservado a nuestra literatur
de esa gran calamidad: la novela de Schlegel fue pronto olvidad
a causa de su perfecta nulidad, y en estos momentos se ha desva
POETAS ROMÁNTICOS 159

ido por completo el ruido que produjo. Lucinda es el nombre


la heroína de la novela, y es una mujer compuesta de excen
idades y sensualidad. Los defectos de la novela proceden de
la protagonista no es una mujer, sino la composición mal
abinada de estas dos abstracciones: espíritu y sensualismo. La
dre de Dios perdonará tal vez al autor del libro, pero las mu
no le perdonarán jamás. Una novela parecida, titulada Flo
tino, fue atribuida por error al difunto Schlegel. Este libro
según se dice, obra de su mujer, hija del célebre Moisés
ndelsohn, que abandonó por él a su primer marido, y la cual
resó con él en el seno de la Iglesia católica.
Creo que Federico Schlegel se condujo seriamente con el ca
cismo. Lo creo en él; pero no así en muchos de sus amigos.
estos asuntos es muy difícil averiguar la verdad. La hipocresía
hermana gemela de la religión; se parecen tanto, que algunas
es es imposible distinguirlas. Tienen el mismo aspecto, el
mo traje, el mismo lenguaje. La miel es, sin embargo, más
zona cuando habla, y la palabra amor sale a menudo de sus
os. Aquí, en Francia, una de esas hermanas ha muerto, y la
lleva luto.
Desde la aparición del libro de madame de Staël acerca de
mania, Federico Schlegel ha obsequiado al público con otras
obras, que son quizá sus mejores producciones, y que de todos
dos merecen la más favorable atención. Son La sabiduría y el
guaje de las Indias y sus Lecciones sobre la historia de la lite
ra. Con la primera de esas obras no solamente ha introducido
e nosotros el estudio del sánscrito, sino que lo ha fundado.
para Alemania lo que fue Williams Jones para Inglaterra.
endió el sánscrito de la manera más original, y el corto nú
o de fragmentos que ha dado en un libro están admirable
te traducidos. Merced al poder de observación de que estaba
ado, comprendió todo el sentido de versificación épica de los
ios, de la Sloka, que corre tan abundantemente en su poesía,
no el Ganges, el río de las santas y límpidas aguas. Puedo es
mar las alabanzas, porque la obra de Federico Schlegel sobre
India está seguramente traducida al francés; no encuentro
surable sino la intención del libro. Está escrito en beneficio
160 ALEMANIA

del ultramontanismo. Estas buenas gentes habían encontrado


las poesías indias no solamente los misterios del sacerdocio
mano, sino toda su jerarquía y todas sus luchas con el poder te
poral. En el Mahabarata y en el Ramayana veían una Edad Med
con hechuras de elefante. En efecto; en esa última epope
cuando el rey Winvamitra lucha con el sacerdote Wasischta, e
lucha entraña los mismos intereses que los que excitaron al emp
rador y al papa, aunque el objeto de la disputa sea conocido
Europa con el nombre de la investidura y en la India con el
la vaca Sabala.
Las mismas censuras pueden dirigirse a sus lecciones sol
literatura. Federico Schlegel examina todas las literaturas des
un punto de vista elevado; pero esa posición elevada es siemp
el campanario de una iglesia gótica. Y siempre que habla Sch
gel se escucha sin cesar el ruido . de campanas, y algunas ve
también el graznido de los cuervos que revolotean en torno de
aspas de la enmohecida flecha. Por mi parte, en cuanto abro
libro siento el olor del incienso, y en los mejores pasajes me
rece que van a aparecer de repente largas filas de pensamien
con tonsura. Sin embargo, no conozco libro mejor en este géne
únicamente los trabajos de Herder podrían darnos un cond
miento semejante sobre la literatura de todos los pueblos. P
Herder no se colocaba como un gran inquisidor, subido al
pode para juzgar a las diferentes naciones y condenarlas o ab
verlas según el grado de sus creencias. No; Herder considerab
toda la humanidad como un arpa en manos de un gran maest
cada pueblo le parecía una cuerda particular de ese instrumen
y comprendía la armonía universal que brotaba de esos acor
diferentes.
Federico Schlegel murió hace cinco años a consecuencia
un exceso gastronómico, según dicen. Tenía cincuenta y seis af
Su muerte ocasionó uno de los más repugnantes escándalos lite
rios. Sus amigos, cuyo cuartel general está en Munich, se pusie
rabiosos ante la manera desenfrenada con que la prensa lib
habló de esa muerte; ultrajaron e injuriaron de mil manera a
liberales alemanes. Pero, sin embargo, de ninguno de ellos
dieron decir que había robado a la mujer de su huésped, y
POETAS ROMÁNTICOS 161

ía vivido mucho tiempo después de las limosnas de ese marido


ajado. Debo hablar ahora, puesto que así se desea, de su her
o mayor A. G. Schlegel. Si fuera en Alemania donde todavía
siese hablar de él, se me miraría con asombro.
¿Se habla aún en París de la jirafa?
Augusto Guillermo Schlegel nació en Hannover, el 5 de sep
bre de 1767. No lo sé por él; no he sido tan descortés como
informarme de su edad. Si no me engaño, he encontrado
datos en las biografías de mujeres sabias de Alemania por
adler. A. G. Schlegel tiene, pues, sesenta y siete años. Alejan
von Humboldt y algunos naturalistas pretenden que tiene
edad. De la misma opinión era Champion. Al hablar de sus
icios literarios, debo insistir en sus traducciones. Su tra
ción de Shakespeare, sobre todo, es una obra maestra incom
ble; pues a excepción del señor, Gries y del conde de Platen,
egel es el métrico más grande de Alemania. En todos sus otros
ajos no se podría concederle sino el segundo, o quizá el ter
lugar. En su crítica estética le falta, como he dicho, la base
na filosofía, y otros contemporáneos le aventajan en ese gé
, particularmente Solger. En el estudio del antiguo lenguaje
án, Schlegel está muy por bajo de Jacobo Grimm, que, con
ramática, ha dado fin a esos artificios con los que se explicaba,
itación de los hermanos Schlegel, los monumentos de nuestra
ua. Schlegel hubiera podido ir lejos en el estudio de la anti
lengua, si no se hubiera dedicado al sánscrito. Pero la antigua
ua alemana no estaba ya de moda, y únicamente el sánscrito
a despertar nuevas sensaciones. Pero aun en este estudio fue
ierto modo un aficionado : la iniciativa de sus pensamientos
enece una vez más a su hermano Federico; y lo que de real y
tífico hay en sus inducciones sánscritas es la obra, todos lo sa
de un sabio colaborador: el señor Lassen. Frantz Bopp, berli
es en Alemania el verdadero erudito sánscrito, y el primero
odos. En la ciencia histórica, Schlegel quiso una vez codearse
Niebuhr a quien atacó; pero si se le compara a ese gran
co, o a un Juan de Müller, a un Lleeren y a otros historia
es, no se puede impedir una sonrisa. Pero ¿cuál es su rango
o poeta? Esto es muy difícil de precisar.
162 ALEMANIA

El violinista Salomons, que daba lecciones al rey de Inglater


Jorge III, decía un día a su augusto discípulo: "Los violinist
pueden dividirse en tres clases. A la primera pertenecen los q
no saben tocar absolutamente nada; a la segunda los que toc
mal y a la tercera los que tocan bien. Vuestra majestad se
elevado ya a la segunda clase."
¿Pertenece Schlegel a la primera, a la segunda o a la terce
clase de poetas? Unos dicen que no es poeta, otros que no
malo. Lo único que yo sé es que no es un Paganini.
Schlegel no debió su celebridad sino al aplomo inaudito c
que atacó a las autoridades literarias que entonces existían. Arra
có las coronas de laurel que cubrían viejas pelucas y al hacer
voló mucho polvo a los ojos del público. Su fama es hija natu
del escándalo.
Varias veces he repetido que la crítica mediante la cual ata
Schlegel a las autoridades, no descansa sobre una filosofía f
Cuando nos repusimos del asombro que nos produjo ese aplom
reconocimos al punto el vacío absoluto de la crítica de Schleg
Así, cuando quiere rebajar al poeta Bürger, compara sus balač
con las antiguas baladas inglesas reunidas por el obispo Perey,
dice que las últimas son más sencillas, más cándidas, más gótic
y por consiguiente, más impregnadas de poesía. Schlegel ha con
prendido suficientemente el espíritu del pasado, sobre todo el
la Edad Media, y ha logrado expresar bastante bien ese espíri
en los antiguos monumentos, y explicar sus bellezas desde e
punto de vista. Pero no acertaría a comprender nada de lo q
pertenece al presente; apoderóse a lo más de algunos rasg
exteriores, de algo de la fisonomía del tiempo presente, genera
mente de la parte menos bella; y como no comprende el espí
tu que le anima, no ye en toda nuestra vida moderna sino déb
prosa. Es propiedad de los grandes poetas sentir la poesía del per
samiento de un tiempo presente; la poesía de un tiempo pasač
se adivina con más facilidad, y es más sencillo hacérsela sentir
los demás. Así Schlegel consiguió presentar a la multitud las po
sías donde reposa el pasado a expensas de aquéllas en las qu
palpita y vive nuestra época moderna. Las relics of ancient poet
reunidas por Perey expresan el espíritu de su tiempo como la
POETAS ROMÁNTICOS 163

sías de Bürger expresan el del nuestro. Si Schlegel hubiese


aprendido ese espíritu no hubiese tomado el desconsuelo con
ese espíritu estalla en las poesías de Bürger por el ronco grito
un grosero magister, sino por el poderoso grito de dolor de un
án que fue martirizado por la aristocracia de hidalguillos y
los pedantes académicos de Hannover. Tal era el suplicio del
ore autor de Lenore, y de muchos otros hombres de genio, que
etaba penosamente en Gotinga como mísero profesor y
murió en la miseria. No era posible que el espléndido caballe
A. G. de Schlegel, protegido por altas influencias, con buen
do, hecho barón, condecorado, hubiera podido comprender
os versos donde Bürger exclama con rabia: "¡Un hombre de
or, antes que mendigar los favores de los poderosos, debe de
e morir de hambre!"
El nombre de Bürger significa en alemán ciudadano.
Lo que aumentó más aún la reputación de Schlegel, fue la
sación que produjo cuando más tarde atacó en Francia a las
oridades literarias de los franceses. Contemplamos con orgullo
egría a nuestro belicoso compatriota demostrar a los franceses.
toda su literatura clásica no vale nada; que Molière es un
ón y un farsante y no un poeta; que Racine tiene igualmente
o valor, y que en cambio los alemanes somos incontestable
te los dioses del Parnaso. Su estribillo era decir siempre que
franceses son el pueblo más prosaico del mundo, y que no hay
sía en Francia. Estas cosas las decía en un tiempo en que ante
ojos desfilaban aún diariamente corifeos de la Convención,
el que veía pasar ante él en carne y hueso a los últimos acto
de esa tragedia de gigantes, en un tiempo en que Napoleón
provisaba cada día una sublime epopeya, cuando en París hor
ueaban dioses, héroes, reyes ... Pero Schlegel no vio nada en
Cuando estuvo en Francia no se vio sino a sí mismo, no miró
a su imagen en un espejo, y de esta manera fácil es com
ader que no haya observado poesía en Francia.
Pero repito que Schlegel no ha podido comprender jamás sino
oesía del pasado. La del tiempo presente se le escapa. Todo lo
es vida moderna le parece excesivamente prosaico, y no ha
ido concebir la poesía en Francia, ese centro nuevo de la so
164 ALEMANIA

ciedad y de la poesía modernas. Desde luego debió ser Raci


el primer poeta que no había de comprender Schlegel, porq
aquel gran poeta se presenta ya como el heraldo de los tiemp
modernos cerca del gran rey con el que comienza el tiempo nu
vo. Racine es el primer poeta moderno como Luis XIV fue
primer rey moderno. En Corneille palpita aún la Edad Med
En él y en la Fronda agoniza la voz de la antigua caballería q
éxahala su último aliento; así es que algunas veces se le desig
como poeta romántico. Pero en Racine están extinguidos p
completo los sentimientos y las poesías de la Edad Media;
evoca sino ideas nuevas, es el órgano de una sociedad nue
Vense abrir en su seno las primeras violetas de la primavera q
abre nuestra naciente edad; se ven también los botones de 1
laureles que tanto se extenderán después. ¿Quién sabe las brilla
tes acciones que brotaron de los tiernos versos de Racine? L
franceses que yacen enterrados en las pirámides, en Marengo,
Austerlitz, en Jena, en Moscú, habían escuchado los versos
Racine, y su emperador los había escuchado de boca de Talm
¡Quién sabe cuántos quintales de fama vuelven a Racine des
la columna de la plaza Vendôme ! Eurípides, ¿es más poeta q
Racine? Esto es lo que ignoro; pero sé que el último fue
manantial constante de entusiasmo, que ha inflamado el val
con el fuego del amor, y que ha embriagado, fascinado y ennobl
cido a todo un pueblo. ¿Qué más exigís a un poeta? Todos s
mos mortales; bajamos a la tumba y después de nosotros que
nuestra palabra; y cuando esta palabra ha llenado su misi
vuelve entonces al seno de Dios, ese refugio de todas las palabr
del poeta, esa patria de todas las armonías.
Si Schlegel se hubiese limitado a decir que la misión de
palabra de Racine había terminado, y que el tiempo que avanz
ba exigía otros poetas, sus ataques hubieran tenido alguna bas
pero carecieron de fundamento cuando quiso demostrar la po
valía de Racine comparándole a los más antiguos poetas. No s
lamente Schlegel no ha adivinado nada de la gracia infinita,
la exquisita finura, ni del profundo encanto que hay en el pens
miento de Racine al vestir con trajes antiguos a sus héroes fra
ceses modernos, mezclando así al interés de las pasiones actual
POETAS ROMÁNTICOS 165

nterés de una vistosa mascarada, sino que ha sido lo sufi


te torpe para tomar por lo serio esos deliciosos disfraces, para
gar a las griegas de Versalles con las griegas de Atenas y pa
comparar la Fedra de Racine con la Fedra de Eurípides. Esa
era de medir el presente con el rasero del pasado está tan
temente arraigada en Schlegel, que fustiga siempre a los poe
jóvenes con el laurel de los viejos, y que, a su vez, para reba
a Eurípides, no supo hallar cosa mejor que compararle con
iejo Sófocles y hasta con Esquilo.
Sería muy extenso si quisiera mostrar al detalle de qué mane
Schlegel, queriendo despreciar a Eurípides con ese procedi
nto, se manifestó tan agrio y tan injusto como lo fue en su
apo Aristófanes. Este último se colocó bajo este aspecto en
punto de vista que ofrece gran semejanza con el punto de
a de la escuela romántica. Su polémica está fundada sobre
saciones semejantes y tendencias análogas; y si se ha llamado
ieck un Aristófanes romántico, podría llamarse con razón al
ador de Eurípides y de Sócrates un Tieck clásico. Así como
k y los Schlegel, a pesar de su incredulidad, cayeron en el
licismo; así como desearon restaurar esa creencia en la multi
así como con esa idea se burlaron, llenándoles de acusacio
de los racionalistas y los humanistas; así como expresaron la
or repugnancia hacia los hombres que esparcían en la vida y
la literatura su pensamiento honrado y apacible; así como
ron ese espíritu burgués como miserias de tenderos, opo
dole la gran vida caballeresca de la Edad Media; así también
stófanes, que se burlaba de los dioses, atacó, sin embargo, a
filósofos que preparaban la caída de todo el Olimpo; así
bién odiaba al racionalista Sócrates que predicaba una moral
or, a los poetas que anunciaban ya y expresaban una vida mo
na tan diferente de los dioses, de los héroes y de los reyes de
cia, como nuestra época actual difiere del período feudal de la
d Media; así también odiaba a Eurípides que no estaba, como
uilo y Sófocles, enamorado de la Edad Media de Grecia, pues
proximaba ya a la tragedia burguesa. Dudo que Schlegel sepa
erdadero motivo que le ha llevado a rebajar a Eurípides, com
indole tan desfavorablemente con Esquilo y Sófocles; pero
166 ALEMANIA

pienso que un sentimiento ignorado por él mismo guiaba


pluma, y que veía en el antiguo trágico el elemento moder
la burguesía y el protestantismo que desde entonces merec
ya el odio católico pagano del sacristán ateniense Aristófam
Quizá además concedo a Schlegel un honor que no mere
prestándole simpatías y antipatías: puede ser que no tenga n
guna. En su juventud fue un helenista y en su edad madura
hizo romántico. Fue el corifeo de la nueva escuela: fue, qui
el que menos la tomó en serio. La sostuvo con su talento, la
cundó con sus estudios, se regocijaba mientras la cosa iba bi
y cuando la escuela tuvo su mal fin, dirigió sus estudios ha
otro camino.
Aunque la escuela se haya arruinado, los esfuerzos de Sch
gel han producido, sin embargo, buenos resultados para nues
literatura. Demuestra, sobre todo, que se podía tratar de asun
científicos en lenguaje elegante. Antes ningún escritor alemán
permitía escribir un libro científico en estilo claro y agradab
se escribía en un lenguaje seco y difuso que olía espantosamen
a tabaco. Schlegel es de los pocos alemanes que no fuman, virt
que debe a la sociedad de madame de Staël. En efecto; debe
esa señora la cortesía exterior que ha podido hacer valer en A
mania con tanta ventaja. Desde este punto de vista, la muer
de la admirable madame de Staël fue una gran pérdida para e
sabio alemán que encontraba en sus salones tantas ocasiones
conocer las modas nuevas, y que, en su calidad de acompañar
por todas las capitales de Europa, podía ver el gran mundo
apropiarse sus modales. Estos hábitos de sociedad se le habí
hecho tan necesarios, que después de la muerte de su noble pr
tectora, no anduvo lejos de ofrecerse a la célebre Catalani pa
acompañarla en sus viajes.
Como he dicho ya, la difusión de la elegancia fue el méri
principal de Schlegel; y gracias a él se esparció un poco de civ
lización en la vida de los poetas de Alemania. Goethe había y
dado su ejemplo, que tuvo mucha influencia; había demostrad
que se puede ser poeta alemán, y ser, sin embargo, un hombr
distinguido. En otro tiempo nuestros poetas despreciaban tod
las conveniencias sociales, y el nombre de poeta alemán o la p
POETAS ROMÁNTICOS 167

ta genio poético tenía la más innoble significación. Entonces


poeta alemán era un hombre que llevaba un traje roto y sucio;
è arreglaba por un escudo versos para matrimonios y bautizos;
= se emborrachaba lejos de la buena sociedad en la que no era
nitido y al que se encontraba algunas veces por la noche tum
to al sereno sentimentalmente acariciado por los rayos amoro
de Febea.
Cuando estas gentes se tornaban viejas, acostumbraban a unir
más profundamente aún en su miseria. Verdad es que era una
eria sin cuidados, o acompañada de un solo cuidador: saber
de se podía beber más aguardiente por menos dinero.
Ha sido así como siempre me he representado a un poeta
mán. ¡ Qué sorpresa tan agradable tuve cuando en el año 1819,
en aún, y asistiendo a la universidad de Bonn, tuve el honor
ver frente a frente al genio poético en la persona de Augusto
illermo Schlegel! Después de Napoleón era el primer gran
mbre que veía, y jamás olvidaré esa visión inefable. Hoy mismo
perimento el santo terror que penetró en mi alma cuando me
contré delante de su persona y le oí hablar. Yo llevaba una
ita de paño blanco, un sombrero rojo, largos cabellos rubios
o tenía guantes, pero Augusto Guillermo Schlegel tenía guan
espléndidos y estaba completamente vestido con arreglo a la
ma moda de París; estaba como perfumado por buena com
ía y agua florida no escasa: era la elegancia y la distinción en
sona y cuando hablaba del gran canciller de Inglaterra, añadía
amigo, y cerca de él había un lacayo con librea de la casa del
ón de Schlegel, que vigilaba con cuidado las bujías colocadas
candelabros de plata: y a un lado lucía un vaso de agua azu
ada en platillo de cristal.
¡Un lacayo con librea!, ¡ bujías!, ¡ candeleros de plata!, ¡ mi
igo el gran canciller de Inglaterra !, ¡ guantes, agua azucarada!;
é cosas tan inauditas en la clase de un profesor alemán! Todo
e brillo nos deslumbró no poco a los jóvenes, y a mí sobre to
y entonces compuse tres odas acerca de Schlegel, y cada una
estas odas comenzaba con estas palabras: “ ¡ Oh tú que, etc ...'
to únicamente en verso me atreví a tutear a un hombre tan
tinguido. Su exterior era en realidad muy imponente: sobre su
168 ALEMANIA

cabeza pequeña no brillaban sino unos pocos pelos grises


su cuerpo era tan delgaducho, tan consumido, tan transparen
que parecía espíritu puro, y tenía el aspecto de un símbolo
espiritualismo. Sin embargo, acababa de casarse, y él, el jefe
los románticos, se había casado con la hija del consejero del a
sistorio Paulus, en Heidelberg, el jefe de los racionalistas ale
nes. Era una unión simbólica; el romanticismo se desposaba
el racionalismo, pero esa unión monstruosa no produjo fru
Al contrario, aumentó la distancia que los separaba. Al día
guiente de la boda, el racionalismo se volvió atrás, huyó a
casa y no quiso volver a saber del romanticismo; porque el ra
nalismo, razonable como siempre, no quiso casarse de man
puramente simbólica, y en cuanto reconoció la inutilidad inter
del romanticismo , se largó. Comprendo que todo esto es un p
oscuro. Me explicaré con más claridad.
Tifón, el perverso Tifón odiaba a Osiris (que era un dios e
cio, como ya sabéis) , y cuando se apoderó de él le hizo peda
Isis, la pobre Isis, la mujer de Osiris, trató penosamente de
ger esos pedazos, los unió cosiéndolos, y logró restaurar ínte
mente a su destrozado esposo. ¿Integramente? ¡Ay, no!, fal
un fragmento capital que no pudo encontrar la diosa. ¡P
Isis! Tuvo que contentarse con un complemento de madera.
bre Isis! De aquí brotó un gran culto en Egipto, y un
escándalo en Heidelberg.
Es este un antiguo mito que, en su época, produjo ale
sensaciones. Desde entonces perdióse enteramente de vis
Schlegel; se evaporó. El descontento que le produjo olvido se
jante le llevó al fin, tras muchos años de ausencia, a Berlí
antigua capital de su esplendor literario. Fue a dar algunas
ciones públicas sobre estética; pero durante ese intervalo no h
aprendido nada nuevo; y hablaba entonces a un público que h
recibido de Hegel una filosofía del arte y una ciencia en la
tica. Se rieron y se encogieron de hombros. Le ocurrió lo q
una cómica antigua que, después de veinte años de ause
vuelve a presentarse en el teatro de sus antiguos éxitos, y
no comprende por qué el público se ríe en lugar de aplaudi
hombre había cambiado espantosamente, y divirtió a Berlín
POETAS ROMÁNTICOS 169

te cuatro semanas, con la exhibición de sus ridiculeces. Era


viejo fauno que se hacía silbar en todas partes; se cuentan
as increíbles.
Aquí, en París, tuve el dolor de volver a ver a A. G. Schlegel
persona. Jamás hubiera sospechado un cambio semejante. Fue
co tiempo después de mi llegada. Iba yo a visitar la casa que
bitó Molière; pues honro a los grandes poetas, y busco en todas
rtes, con espíritu religioso, las huellas de su paso por la tierra;
un culto. En mi camino, no lejos de esa santa casa, vi a un
rsonaje cuyos rasgos indecisos me pareció que ofrecían al
na semejanza con el Guillermo Schlegel de antes. Creí ver su
píritu; pero era su cuerpo. El espíritu murió; el cuerpo vuelve
la tierra. Este cuerpo había engordado bastante; la carne había
mentado en sus delgadas piernas espiritualistas, y hasta se ob
vaba un vientre preponderante, sobre el cual colgaban muchas
atas de condecoraciones. La cabecilla, en otro tiempo tan gris
tan plateada, llevaba una picaresca peluca rubia. Estaba vestido
on arreglo a la moda de 1818, año en que murió madame de
aël. Sonreía alegremente, y se movía con juvenil coquetería;
bíase operado en él un rejuvenecimiento maravilloso; se tra
ba de la segunda edición de su juventud; florecía de nuevo;
sospecho que el carmín de sus mejillas no era producto del arte,
no de una sana ironía de la naturaleza.
Me pareció ver, en este momento, asomado a su ventana, al
ifunto Populín, sonriéndose y señalándome con el dedo esa jo
al y melancólica aparición. Su aspecto ridículo se me apareció
tonces plenamente; comprendí toda la profundidad y todo el
cance de la bufonada que allí se representaba, y vi con toda
aridad el carácter teatral de ese personaje, que desgraciada
ente no ha sido interpretado en la escena por ningún gran có
ico. Sólo Molière hubiera sido capaz de transportar al teatro
rancés semejante figura; sólo él tenía el talento que para tal
mpresa se requería. Esto fue lo que pronto adivinó Schlegel ; y
obró aversión a Molière , como Napoleón a Tácito. Schlegel, el
ino crítico, había presentido hacía mucho tiempo, que no hu
Diese escapado a Molière, si éste viviera. Napoleón , el César
francés, decía de Tácito que había calumniado a los emperadores
170 ALEMANIA

romanos. Schlegel, el Osiris alemán, dijo de Molière que no


poeta, sino un bufón sencillamente.
Augusto Guillermo Schlegel abandonó pronto París, desp
de haber sido condecorado con la orden de la Legión de Hon
El Monitor ha dudado hasta hoy si dar oficialmente esa noti
pero Talía, la musa de la Comedia, la ha inscrito en seguida
sus tablillas.

II .

Uno de los escritores más activos de la escuela romántica, desp


de los Schlegel, fue Luis Tieck. Combatió y compuso por e
Fue un poeta, nombre que no mereció ninguno de los dos Sch
gel. Fue verdadero hijo de Febo Apolo, y, como el dios eter
mente adolescente, no llevó solamente la lira, sino el arco y
carcaj lleno de sonoras flechas. Estaba embriagado de entusias
lírico y de crueldad crítica, como su padre el délfico. Como é
en cuanto había destrozado sin piedad a algún Marcias litera
cogía alegremente la lira con sus dedos ensangrentados y poní
a cantar su dulce canción de trovador.
La polémica que sostuvo, en forma dramática, contra los
versarios de la escuela, es una de las más curiosas manifestac
nes de nuestra literatura; compárase ordinariamente las comed
de Aristófanes con los dramas satíricos, pero difieren tanto co
una tragedia de Sófocles de otra de Shakespeare. Las comed
antiguas tenían toda la unidad de acción, la marcha rigurosa
el lenguaje elegantemente métrico de la tragedia antigua, de la q
eran parodias. Las sátiras dramáticas de Tieck tienen el mis
atrevido corte, son tan irregulares y están concebidas en un l
guaje tan caprichoso como las tragedias de Shakespeare. ¿Era e
forma una nueva invención de Tieck? No; existía ya entre
pueblo, y particularmente en Italia. Los que comprendan el i
liano pueden formarse una idea exacta de los dramas de Tie
añadiendo algunos ensueños de traza alemana a las comedias fa
tásticas, maravillosas y coloreadas del veneciano Gozzi. Tieck
tomado también de los alegres hijos de los Lagos la mayor pa
de sus disfraces. A su ejemplo, muchos poetas alemanes se ap
POETAS ROMÁNTICOS 171

deraron de esa forma, y tuvimos comedias en que no se producía


el efecto con un carácter festivo o con una intriga bufonesca, sino
en las que en seguida nos sumergíamos en un mundo fabuloso
donde los animales hablan y se conducen como personas, y donde
la casualidad y el capricho ocupan el puesto del orden natural
de las cosas. Es lo que vemos también en Aristófanes, pero éste
ha tomado esa forma para dramatizar toda la profundidad de sus
pensamientos sobre la sociedad, como en Los pájaros, donde se
representan, bajo los más burlescos disfraces, las insensatas ma
nías de los hombres, su afición a construir quimeras en el espacio,
su audacia al desafiar a los dioses inmortales y la vanidad de sus
triunfos. Esto es lo que constituía la grandeza de Aristófanes.
Sus concepciones son inmensas; son más grandes y hasta más trá
gicas que las de los mismos trágicos; sus comedias son realmente
tragedias festivas. Ved su Paisteteros. Un poeta moderno se hu
biese presentado al fin de la obra, en su inutilidad ridícula. Allí,
al contrario, conquista a Basilea, la bella, la poderosa Basilea; se
eleva en su ciudad de nubes con su divina esposa; los dioses
se ven obligados a conformarse con su voluntad, la locura celebra
su unión con el poder, y la obra termina con alegres cánticos de
himeneo. ¿Existe para un hombre razonable algo más terrible
mente trágico que esa victoria y ese triunfo de los locos? Nues
tros Aristófanes alemanes no se remontan tan alto; se han prohi
bido todo pensamiento elevado, toda vasta contemplación del
mundo; sobre las dos cosas más importantes de la humanidad, la
política y la religión, han guardado un modesto silencio, y no
se han atrevido a abordar sino el tema escogido por Aristófanes
en Las ranas. Como principal objeto de sus sátiras eligieron el
teatro mismo, y se burlaron, con más o menos ingenio, de los
defectos de nuestra escena.
Es preciso tener presente, empero, el estado político de Ale
mania. Nuestros satíricos, obligados a apartar de sus rasgos de
ingenio a todos los príncipes verdaderos, quisieron indemnizarse
de esta contrariedad con los reyes de teatro y los príncipes de bas
tidores. Nosotros, que no contábamos apenas con periódicos polí
ticos discutidores, hemos estado siempre llenos de una multitud
de hojas estéticas que no contienen sino cuentos rancios y artícu
172 ALEMANIA

los de teatro; de manera que al ver nuestras publicaciones


riódicas, se creería que toda la nación alemana está compues
de nodrizas charlatanas y de críticos de teatro. Pero se nos
juzgado mal. Después de la revolución de Julio, en cuanto
permitió pronunciar una palabra libre en nuestra querida patr
se vio lo poco que nos satisfacían esos escritos insignificantes.
punto aparecieron periódicos donde se juzgó la aptitud, buena
mala, de los reyes verdaderos, y más de uno fue silbado en
propia capital por haber olvidado su papel. Nuestras Scheher
zadas literarias, que tenían costumbre de adormecer al públi
con sus cuentos, se vieron obligadas a callarse, y las cómicas vi
ron con asombro que la sala permanecía sin gente el día en q
con más perfección representaban. Hasta la jaula de los temibl
críticos estaba frecuentemente desierta. Los héroes de teatro qu
jábanse a menudo de ser constantemente objeto de todas las co
versaciones y de todos los escritos, y de que sus virtudes domé
ticas servían de pasto a los periódicos. ¡ Qué grande fue su espa
to al ver que las cosas tomaban otro sesgo y que pronto dejaba
Ide servir de tema!
Cuando, en efecto, nos iluminó el sol de Julio, el teatro,
crítica y los cuentos concluyeron súbitamente en Alemania, y l
cómicos, los críticos y los cuentistas temblaron y dijeron a grit
que el arte tocaba a su fin. Pero esa gran catástrofe que amen
zaba a nuestra patria fue felizmente evitada por la sabiduría y
fuerza de la Dieta de Francfort. No habrá revoluciones en Al
mania; debemos esperarlo; no tenemos que temer la guillotin
ni los horrores de la libertad de la prensa; las cámaras de dipu
tados, cuya concurrencia perjudicaba tanto a los teatros, a los qu
sin embargo habían concedido privilegios anteriormente, será
suprimidas y el arte se salvará. En este momento se hace e
Alemania, y particularmente en Prusia, todo lo posible en pr
del arte. ¡ Los museos irradian con todos los colores del iris, toca
las orquestas, las bailarinas ejecutan sus más voluptuosos paso
el público se distrae y regocija con mil y un cuentos, y la crític
teatral florece más que nunca!
Según cuenta Justino en sus historias, Ciro, después de sofo
car la rebelión de los lidios, supo refrenar el espíritu turbulent
POETAS ROMÁNTICOS 173

de ese valiente pueblo, obligándole a que se ocupara en las bellas


artes y en otras cosas alegres. Desde entonces no se volvió a oír
hablar de revueltas lídicas; los restauradores lidios, las bailarinas
y los artistas del país cobraron extraordinaria celebridad.
Estamos en calma en Alemania, ahora; la crítica de teatro y
los cuentos constituyen de nuevo el asunto principal, y como
Tieck sobresale en esos dos géneros, páganle todos los amigos
del arte el tributo de admiración que le es debido. Es, en efecto,
el mejor cuentista de Alemania. Sin embargo, no todos sus escri
tos son del mismo género ni tienen el mismo valor. En Tieck,
como en los pintores, pueden distinguirse varias maneras. Su
primera manera pertenece por completo a la antigua escuela; no
escribía entonces sino por pedido de un librero, y este librero
no era otro sino Nicolai en persona, el más testarudo campeón
de las luces y de la filantropía, el mayor enemigo de la supersti
ción, del misticismo y del romanticismo. Nicolai era un mal escri
tor, una peluca prosaica, que hizo muchas veces el ridículo por
su afán de andar siempre husmeando a los jesuitas; pero los que
hemos nacido después debemos confesar que el viejo Nicolai era
un hombre lleno de rectitud; que habló con lealtad al pueblo
alemán, y que, por amor a la santa causa de la verdad, no retro
cedió ante el más cruel de los martirios, el ridículo. Me han refe
rido, en Berlín, que Tieck habitó algún tiempo en la casa de
aquel buen hombre; vivía en el piso de encima del de Nicolai;
el tiempo nuevo marchaba ya sobre la cabeza del viejo.
Son muy insignificantes las obras que Tieck escribió en su pri
mera época, cuentos y novelas largas por lo general, como Wil
liam Lowel, la mejor de todas. Parecía que esa opulenta y poética
naturaleza había sido avara en su juventud y que conservaba sus
tesoros para tiempos posteriores; o quizá el mismo Tieck igno
raba las riquezas que su corazón guardaba, hasta que los Schlegel
se vieron obligados a descubrírselas por medio de la mágica
varita de avellano. En cuanto Tieck se halló en contacto con los
Schlegel, abriéronse los tesoros todos de su imaginación, de su
alma y de su espíritu; los diamantes brillaron, las perlas más pu
ras cayeron a torrentes, y, por encima de todo, lució el carbunclo,
esa joya fabulosa de la cual hablaban tanto entonces los poetas
174 ALEMANIA

románticos, y que tanto han celebrado. Ese rico corazón fue e


verdadero tesoro al que acudieron los Schlegel para subvenir a
los gastos de sus campañas literarias. Tieck hubo de escribir para
la escuela las comedias satíricas que he mencionado, y de com
poner al mismo tiempo, conforme a la nueva receta estética, una
porción de poesías a la última moda. Esta fue la segunda manera
de Tieck. Sus producciones más notables correspondientes a esa
manera, son: El emperador Octaviano, Santa Genoveva y For
tunates. Estas antiguas leyendas, conservadas preciosamente por
·
el pueblo alemán, han sido revestidas por el poeta con nuevo y
rico ropaje. Pero yo, lo confieso, las prefiero en su antigua y sen
cilla forma. Por hermosa que sea la Genoveva de Tieck, me gusta
más el libro popular mal impreso en Colonia con malos graba
dos de madera en los que se ha representado de una manera con
movedora a la pobre princesa palatina completamente desnuda
castamente cubierta con sus largos cabellos y dejando que una
cabra compasiva amamantase a su hijo. Las novelas que Tieck
escribió conforme a su segunda manera, valen mucho más que
esos dramas; también son, en general, imitaciones de antiguas
leyendas populares. Las mejores son El rubio Eckbert y El Ru
nenberg. En sus poesías se percibe una intimidad misteriosa, un
concierto singular con la naturaleza, y sobre todo, con el reind
de las plantas y las piedras.
En ellas el lector se siente transportado a una selva encan
tada; oye murmurar melodiosamente los manantiales subterrá
neos. Cree escuchar a veces su propio nombre en los murmullos
del follaje. Enlazan su pie y entorpecen su marcha plantas de
anchas hojas que parecen animadas; flores maravillosas y desco
nocidas abren, para contemplarle, sus ojos matizados por mil co
lores; labios invisibles besan su frente; altas setas doradas se
agitan al pie de los árboles, y resuenan suavemente como cam
panillas, balancéanse en las ramas, grandes pájaros silenciosos, y
dirigen hacia él sus largos picos pensativos. Todo respira, todo
palpita, todo espera ... De repente resuena el cuerno; una ima
gen de mujer con flotantes plumas y el halcón en la mano, pasa
sobre una blanca hacanea; y la mujer es tan bella, tan rubia; sus
ojos son tan azules, tan rientes y a la vez tan serios, tan sinceros
POETAS ROMÁNTICOS 175

y al par tan irónicos, tan castos y al mismo tiempo tan volup


tuosos, que se cree ver la imaginación de nuestro excelente Tieck
en persona. Sí, es su imaginación, una cumplida señorita que per
sigue en el bosque encantado de los animales fabulosos, tal vez
al unicornio, que no se deja atrapar sino por una virgen.
Se opera en Tieck, en tales momentos, una singular trans
formación, que anuncia su tercer manera. Después de haber
guardado silencio durante algún tiempo, en tiempos de la deca
dencia de los Schlegel, reapareció en público y del modo que
menos se podía esperar. El entusiasta antiguo, que se había echa
do en brazos de la Iglesia católica con el celo de los neófitos, que
había combatido tan vigorosamente la filantropía y el protestan
tismo, que no respiraba sino por el feudalismo y la Edad Media,
que no gustaba del arte sino en las expansiones de un corazón
sencillo, se presenta desde entonces como adversario de la extra
vagancia, como pintor de la vida burguesa, como artista que pide
la claridad en el arte, en una palabra, como hombre de buen
sentido. Así es como se manifiesta en una serie de nuevos cuen
tos, algunos de los cuales son conocidos en Francia. Veíase en
ello el estudio de Goethe, y en general, Tieck, en su tercera
manera, apareció como un discípulo de Goethe. Tiene la misma
claridad artística, la misma serenidad, la misma calma y la misma
ironía. La escuela de los Schlegel no consiguió atraer a Goethe,
y vemos ahora que esa escuela, representada por Tieck, se pasa al
campo de Goethe. Esto recuerda una leyenda musulmana. El pro
feta dijo a la montaña: "Montaña, ven a mí”. Pero la montaña
no vino, y he aquí que se realizó un gran milagro: el profeta
fue a la montaña.
Tieck nació en Berlín, el 31 de mayo de 1773. Desde hace
muchos años se estableció en Dresde, donde se ocupa especial
mente en el teatro; y el que se burló constantemente en sus es
critos de los consejeros áulicos como el tipo del ridículo, ahora
lo es de S. M. el rey de Sajonia. Hay que convenir en que Dios
es un satírico más grande aún que Tieck.
Hoy está entablada una singular discordia entre la razón y la
imaginación de Tieck. La primera, la razón de Tieck, es un hon
rado burgués sobrio, que respeta la economía y el orden, y que
176 ALEMANIA

no quiere oír hablar de entusiasmos; pero la otra, su imaginación,


continúa siendo la mujer caballeresca de flotantes plumas y de
halcón en mano. Estas dos criaturas forman una curiosa unión, y
apena a veces ver a la pobre noble dama obligada a servir a su
burgués esposo y a ayudarle a vender en la tienda manteca y
queso. Pero a veces por la noche, cuando el buen hombre ronca
apaciblemente con la cabeza metida en un gorro de algodón,
la noble dama se levanta silenciosamente de su lecho de miseria
conyugal, monta en su blanca jaca y corre a cazar alegremente,
como en otros tiempos, a la selva encantada del romanticismo.
No puedo menos de decir que la razón de Tieck se muestra
más seca que nunca en sus últimas obras, que su imaginación
hace más penitencia cada vez para su temperamento romántico,
y que en las noches frías permanece bostezando con satisfacción
en el lecho conyugal, y que se aproxima casi con amor a su del
gado esposo.
Tieck continúa siendo, sin embargo, un gran poeta, porque
puede crear seres animados, y de su corazón se escapan palabras
que tienen poder para agitar nuestros corazones. Una naturaleza
blanda, algo de indecisión, de incierto, una debilidad extrema,
estas son cualidades que siempre le han acompañado y que siem
pre han sido alabadas en él. Esa falta de fuerza y de resolución
se deja sentir demasiado en todo lo que hace y en todo lo que
escribe. Jamás se ha mostrado improvisador. Su primera manera
no lo indica en manera alguna, la segunda le presenta como un
fiel escudero que lleva el escudo, la lanza y el yelmo de los Schle
gel, y la tercera señala un imitador de Goethe. Lo que muestra
más originalidad son sus críticas de teatro, reunidas bajo el títu
lo de Hojas dramatúrgicas, pero no son sino críticas de teatro.
Para pintar a Hamlet como un hombre débil por completo,
Shakespeare le hace entablar conversación con comediantes y que
aparezca como un buen crítico de teatro.
Jamás Tieck se ha sometido a una disciplina severa. No ha
estudiado sino los modernos idiomas y los antiguos documentos
de nuestra poesía teutónica. Parece ser que ha sido siempre ajeno,
como verdadero romántico, a los estudios antiguos. Jamás se ha
ocupado de la filosofía, hasta parece que la repugna esa rama del
POETAS ROMÁNTICOS 177

saber. En el campo de la ciencia, Tieck no ha recogido más que


flores y ramas ligeras para obsequiar con aquéllas el olfato de
sus amigos, y con éstas, las espaldas de sus adversarios. Sus escri
tos son ramos de flores o haces de leña; jamás gavillas de espigas.
A Cervantes es a quien más ha imitado Tieck, después de
haberlo hecho con Goethe. La ironía humorística de esos dos es
critores, esparce también su perfume en las obras que pertenecen
a la tercera manera de Tieck. La ironía y el humour se funden
entre sí de tal manera, que no forman sino una sola cosa. Entre
nosotros abunda mucho esa ironía humorística; la escuela de
Goethe la ejerce como una de las más salientes cualidades del
maestro, y juega en este momento un papel importante en la li
teratura alemana. Pero esto no es más que un signo de nuestra
servidumbre política, y como Cervantes, al escribir en tiempo
de la Inquisición, hubo de buscar refugio en la ironía de buen
humor para no ser presa de los familiares del Santo Oficio, Go
the tomó la costumbre de decir, en ese mismo tono de ironía,
todo lo que no podía decir con claridad el ministro de Estado
y el cortesano.
Goethe no ha ocultado nunca la verdad: solamente que, cuando
no podía mostrarla desnuda, la revestía de ironía y de humour.
Los honrados alemanes, que piensan bajo la censura y los obs
táculos de toda especie, y que, sin embargo, no pueden nunca
reservar sus opiniones, tienen que limitarse a la forma irónica
Y humorística. Éste es el único medio de evasión que queda a su
rectitud, y en esa forma se muestra su honradez de la manera
más conmovedora. Esto me lleva de nuevo a Hamlet, príncipe de
Dinamarca. Es fantástico, porque un espíritu fantástico choca
menos a la etiqueta de corte que una franqueza vigorosa. En
todas sus irónicas salidas, deja siempre ver que se amanera inten
cionadamente; su verdadera opinión se manifiesta en todo lo que
dice y hace, a todo hombre que sea perspicaz, y hasta al rey a
quien no puede decir la verdad abiertamente (porque es dema
siado débil) , pero al que no pretende ocultarla en manera alguna.
Hamlet es perfectamente leal; el hombre más leal era el único
que podía decir: "Todos somos trapaceros." Haciéndose el loco
tampoco quiere engañarnos; él mismo se siente loco.
178 ALEMANIA

Aún he de alabar dos obras de Tieck, con las cuales se ha


conquistado especialmente el reconocimiento del público alemán.
Éstas son su traducción de una serie de dramas ingleses anterio
res a Shakespeare, y su traducción de Don Quijote.
Algunos de esos dramas llevan el mismo título y tratan del
mismo asunto, que algunas obras de Shakespeare. Hallamos en
ellos la misma intriga, el mismo desarrollo escénico, en fin, toda
la tragedia de Shakespeare, menos la poesía. Algunos comenta
dores han supuesto que eran ensayos del gran poeta, sus borrado
res dramáticos por decirlo así, y, si no me engaño, el mismo
Tieck ha sostenido que el Rey Juan, que forma parte de esas
antiguas obras, era una obra de Shakespeare, que había servido
como preludio de la gran obra maestra conocida con ese título;
pero es un error. Esas tragedias son obras anticuadas que sabe
mos fueron rehechas, en todo o en parte, por Shakespeare con
forme a las necesidades de los directores de teatro, que le paga
ban de doce a dieciséis chelines por ese trabajo. Era un pobre
arreglador que valía por los más soberbios reyes literarios de hoy.
El otro gran poeta, Miguel de Cervantes, no representaba un pa
pel menos humilde en el mundo real. Esos dos hombres, el autor
de Hamlet y el autor del Quijote, son los mayores poetas que ha
yan producido los tiempos modernos. Pero Cervantes, más aún
que el dulce William, ejerce sobre mí un encanto indefinible.
Me gusta hasta hacerme llorar, y este entusiasmo data de hace
mucho tiempo.
La vida y hazañas del ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha, escritas por Miguel de Cervantes Saavedra. Este es el
primer libro que he leído, en cuanto aprendí a deletrear con
algún aplomo. Recuerdo aún perfectamente esos tiempos en que
me escapaba temprano de la casa paterna e iba al jardín para
leer, sin ser molestado, el Don Quijote. Era una hermosa mañana
de mayo; la primavera, que comenzaba, brillaba ya con su apaci
ble aurora, y se hacía alabar por el ruiseñor, su tierno adulador,
y éste entonaba sus alabanzas con voz tan acariciadora, que las
más púdicas rosas abrían sus capullos, besábanse amorosamente
los prados, y los rayos del sol, y los árboles y las flores se estre
mecían de placer. Me senté sobre un viejo banco de piedra bor
POETAS ROMÁNTICOS 179
I
do de musgo, en el llamado Paseo de los Suspiros, no lejos de
surtidor, y mi tierno corazón se recreó en las grandes aventu
à del atrevido caballero. Mi inocencia infantil lo tomaba todo
y en serio. Sea cual fuere la manera con que la suerte maltra
a al pobre héroe, me decía que así debía ser, que éste era el
o de los héroes, ser tan honrados como maltratados, y esto me
gía mucho.
Era yo un niño, y me era desconocida la ironía que Dios ha
ado en el universo, y que el gran poeta ha imitado en el suyo;
loraba amargamente cuando el noble caballero no recogía sino
gratitud con su grandeza de alma, y como leía en alta voz, por
ar poco práctico en la lectura, los pájaros y los árboles podían
ucharme. Lo mismo que yo, esos seres inocentes de la natu
eza eran legos en ironía, también ellos tomaban todo en serio
loraban con los dolores del pobre caballero. Por lo menos creí
e gimió una secular encina, y que el grave surtidor sacudió
n más violencia su ondulante barba para dolerse de la crueldad
los hombres. Nos pareció que el heroísmo del caballero no
recía menos admiración cuando el león, poco dispuesto a lu
r, le volvió la espalda, y que sus acciones eran tanto más
riosas y meritorias cuanto su cuerpo era mezquino y enjuto,
comida la armadura que le protegía y descarnado el rucio que
llevaba. Despreciamos el bajo populacho que cobardemente
ometía al héroe a garrotazos, pero más aún al populacho ele
lo, que, ostentando trajes de seda, hermosas y distinguidas
ses y un título ducal, se burlaba de un hombre que le aventa
a en nobleza e inteligencia. El caballero de Dulcinea crecía
Is y más en mi estimación, y conquistaba más y más mi afecto
nedida que avanzaba en la lectura del libro maravilloso, lo que
edió todos los días en aquel jardín hasta fines de otoño, en
e di fin a la historia; pero jamás me olvidaré del día en que
la relación del desgraciado combate en que el caballero fue
■ tristemente vencido.
Era un día triste: feos nubarrones cubrían el cielo gris; las
jas amarillentas de los árboles se desprendían dolorosamente
las ramas; gruesas lágrimas de lluvia resbalaban por las últi
s flores, que inclinaban melancólicamente sus cabezas mori
180 ALEMANIA

bundas. Los ruiseñores hacía tiempo que habían cesado de cantar


la imagen de la decadencia de todas las cosas me rodeaba por
todas partes, y mi corazón estaba a punto de quebrarse cuando
leí cómo el noble caballero se encontró derribado, polvoriento
y mortecino, por el suelo, y cómo, sin alzarse la visera, elevó hacia
el vencedor una voz ronca y debilitada, que parecía salir de
fondo de una tumba, y le dijo: "Dulcinea del Toboso es la más
hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de
la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esa verdad: aprie
ta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la
honra". ¡ Oh!, el brillante paladín de la Blanca Luna, el que ven
ció al más valiente y al más noble de los caballeros, era un
barbero disfrazado.
Creí no consolarme nunca, pero el tiempo consuela todo
Nadie ha comprendido mejor la loca grandeza del ingenios
hidalgo de la Mancha; nadie lo ha traducido con tanta fidelidad
como nuestro excelente Tieck. Ese libro se deja leer en alemán
como en el original; y, con Hamlet y Fausto, es quizás la poesía
favorita de los alemanes: Es que, tanto en esas dos profundasy
asombrosas obras, como en el Don Quijote, hemos encontrado la
tragedia de nuestra propia nada. Los jóvenes alemanes gustar
del Hamlet, porque sienten "que el tiempo se ha salido de su
goznes". Suspiran también al ver que ellos son los llamados a po
nerle en su sitio; comprenden al mismo tiempo su increíble de
bilidad, y declaman sobre "ser o no ser". A los hombres maduro
les gusta más el Fausto. Por la disposición de su alma son atraí
dos por ese audaz investigador, que entabla un pacto con e
mundo de los espíritus y no teme al diablo. Pero aquellos que
han reconocido que todo es vanidad, que todos los esfuerzos de
hombre son vanos, prefieren la novela de Cervantes; ven en ella
una burla de todo entusiasmo, y todos nuestros caballeros actua
les que combaten por una idea son para ellos otros tantos Quijo
tes. ¿Sospechó Miguel de Cervantes la aplicación que se haría
de su obra andando el tiempo? ¿Parodió realmente el entusias
mo ideal de su largilucho y enjuto caballero y el positivismo de
su tosco escudero? El caso es que el último desempeña el papel
más ridículo, porque, a pesar de todos sus proverbios sensatos y
POETAS ROMÁNTICOS 181

trientes, se ve obligado a trotar sobre un asno apacible detrás


I entusiasmo; a pesar de su perspicacia, él y su asno se ven
ligados a compartir todos los reveses que con frecuencia acae
aal noble caballero y a su noble Rocinante: porque el entu
smo ideal arrastra tan poderosamente, que la razón positiva,
à sus asnos, está obligada a ir a remolque siempre.
¿O, acaso, el profundo pensador español quiso burlarse con
eza de la naturaleza humana? ¿Ha representado nuestra alma
la forma de Don Quijote, y nuestro cuerpo bajo la forma
Sancho Panza? Esa larga historia sería entonces un gran mis
o, donde se ha discutido, en su verdad más espantosa, la
estión entre el espíritu y la materia. Lo que yo veo en ese libro
que el pobre y material Sancho sufre mucho con las quijote
s espiritualistas; recibe sin cesar innobles golpes por las em
sas más nobles de su amo, y es más inteligente que él, pues
e que los golpes son muy desagradables y la olla podrida muy
anciosa. Verdaderamente el cuerpo parece más perspicaz que
espíritu, y el hombre piensa a menudo mejor con las costillas
I estómago que con la cabeza.
Mas si Cervantes no quiso retratar en su novela sino a los
os que se habían imaginado restaurar un pasado extinguido,
articularmente la caballería de la Edad Media, entonces sería
daderamente irónico que la escuela de los Schlegel nos hu
e dado la mejor traducción de un libro que es el espejo
regocijante de su propia locura.

III

re las mayores locuras de la escuela romántica en Alemania,


ece especial mención la constancia con que se alabó y ensalzó
acobo Boehm, el zapatero de Gorlitz. Este nombre era como
chivoleth de esas gentes. Cuando pronunciaban el nombre de
obo Boehm, hacían los gestos más serios. No podría decir si
impopular zapatero fue un filósofo tan distinguido como lo
quran muchos místicos alemanes, porque jamás he leído nada
o; pero estoy persuadido de que no hacía botas tan buenas
o el señor Lakoski. En general, los zapateros desempeñan
182 ALEMANIA

cierto papel en nuestra literatura, y Hans Sachs, un zapatero q


vivía en 1454 en Nurenberg, es considerado por la escuela
mántica como uno de nuestros mejores poetas. A éste le he leíd
y debo confesar que dudo que Lakoski haya hecho jamás t
buenos versos como nuestro viejo y laborioso Hans Sachs.
He de indicar aún la influencia de Schelling en la escue
romántica. Residía entonces en Jena, que era el cuartel gener
de la escuela. Ignora el público que J. Schelling ha escrito tan
bién poesías bajo el nombre de Buenaventura: entre otras, u
obra titulada Las últimas palabras del pastor, de Drontheir
Esta obra no está mal; es misteriosa, siniestra y emocionante.
la historia de un ministro protestante a quien una noche a 1
doce le sacan de su casa caballeros enmascarados; le conduce
con los ojos vendados, a una antigua iglesia, donde se le man
que dé la bendición nupcial a dos jóvenes que están arrodillad
ante el altar. La novia es de rara belleza pero triste y pálida com
la muerte. En cuanto acaba la ceremonia, los caballeros enmasc
rados cortan la cabeza de la desposada. Llevan al pastor a su ca
después de jurar que jamás descubrirá lo que ha visto; no divul
el secreto sino a la hora de la muerte.
De la importancia filosófica de Schelling he hablado ya; I
mostrado su esplendor pasado, pero tenía también que refe
su estado actual, su deplorable alianza con el partido antiguo,
caducidad de esa monarquía filosófica.
El odio y la envidia ocasionaron la caída de los ángeles, y
demasiado cierto, por desgracia, que el despecho de ver a Heg
cada vez más alto en la consideración pública, condujo al pob
Schelling al estado en que hoy le vemos, es decir, aprisiona
por la red de esa triste propaganda cuyo cuartel general está
Munich. Schelling ha traicionado a la filosofía y la ha vendido
la religión. Todos están de acuerdo en esto, y podía preverse
antemano lo que iba a suceder. Yo oí a menudo, de boca de l
poderosos de Munich, estas memorables palabras: " Es preci
aliar la fe con la ciencia." Esta frase era inocente como una flo
pero bajo la flor se ocultaba la serpiente. ¡ Comprendo ahora
que prentendíais! Schelling vese obligado ahora a emplear tod
las energías de su espíritu en el sostenimiento de la religión,
POETAS ROMÁNTICOS 183

odo lo que nos enseña con el nombre de filosofía no es más que


na justificación de la fe. Al mismo tiempo se especulaba con la
entaja de atraer a Munich, con ayuda de ese nombre célebre,
una juventud ávida de las lecciones de los sabios, y deslizar
on más facilidad la mentira jesuítica bajo la capa de la filosofía.
Esa juventud se arrodilla respetuosamente ante el hombre que
onsidera como el gran sacerdote de la verdad, y recibe sin des
onfianza, de sus manos, una hostia envenenada!
Alemania nombra con muchas alabanzas, entre los discípulos
e Schelling, a Steffens, que en este momento profesa en Berlín
filosofía. Vivía en Jena cuando los Schlegel hacían sus mane
os, y su nombre se encuentra frecuentemente en los fastos de la
scuela romántica. Más adelante escribió algunos cuentos, de mu
ha significación y escasa poesía. Sus obras científicas son más
mportantes, especialmente su Antropología, llena de ideas origi
ales. Bajo este aspecto se le ha hecho menos justicia de la que'
merece. Otros han tenido la habilidad de apoderarse de sus ideas,
exponerlas al público como si fueran propias. Steffens, más
ue ningún otro, tiene derecho a quejarse del saqueo de sus ideas;
ero, entre éstas, hay una que nadie se ha apropiado, y es su idea
rincipal. Esta gran idea es que Enrique Steffens, nacido el 2 de
ayo de 1773 en Stavanger, Noruega, es hoy el principal hombre
e su siglo.
Este hombre ha caído, en estos últimos tiempos, en manos de
s pietistas, y su filosofía no es más que un pietismo lacrimoso.
Un espíritu semejante es José Görres. Ya he hablado varias
eces de él. Pertenecía a la escuela de Schelling, y es conocido
Alemania con el nombre del cuarto aliado. Así es como lo
amó en 1814 un periodista francés, cuando, por orden de la
anta Alianza, predicaba un odio violento contra Francia. Görres
a vivido con ese título hasta hoy. En efecto, nadie sabía infun
ir tan vigorosamente a sus compatriotas el odio contra Francia,
or medio de nuestros recuerdos nacionales; y el períodico que
scribió con ese objeto, titulado El Mercurio del Rhin, está lleno
le fórmulas de evocación, que tendrían aún gran influencia si
olviese a encenderse la guerra. Después, Görres cayó en el ol
ido. Los príncipes, no teniendo ya necesidad de él, le enviaron
184 ALEMANIA

a paseo, y cuando comenzó a murmurar, le persiguieron. Obr


ron con él como los españoles en Cuba que, en las guerras co
los indígenas, tenían perros amaestrados que destrozaban a l
salvajes; pero una vez terminada la guerra, y como los perro
que se habían aficionado a la sangre humana, comenzaran a mo
der a sus amos, éstos viéronse precisados a desembarazarse viole
tamente de esos dogos sanguinarios. Cuando Görres, abandonad
por los príncipes, no tuvo ya nada que morder, se arrojó en br
zos de los jesuitas. Todavía les sirve en estos momentos, y es u
de los principales sostenedores de la propaganda en Munich. A
le vi hace algunos años; le vi en todo el apogeo de su rebaj
miento. Daba lecturas de historia universal ante un auditor
compuesto principalmente de seminaristas; y había llegado a
caída del hombre y al pecado original. ¡Qué espantoso es el de
tino de los enemigos de Francia! ¡ El cuarto aliado está condena
a recitar, durante todo el año, a los seminaristas, la historia d
pecado original! En el hombre, lo mismo que en sus libros, r
naba la mayor confusión, el mayor desorden en el lenguaje
en las ideas, y no sin razón se le ha comparado a la torre
Babel. Parécese verdaderamente a una inmensa torre donde ci
mil pensamientos fermentaran, brotaran, se interpolaran, dispa
taran, sin que jamás se comprendiesen uno a otro. Algunas ve
parecía que el barullo se apaciguaba en su cabeza, y enton
hablaba larga, lenta y enojosamente, y de sus labios salían p
labras monótonas, como gotas de lluvia de una gotera de plom
Cuando en ocasiones se despertaba en él el antiguo salvajisn
democrático, y contrastaba de un modo repulsivo con sus hum
des frases de humildad frailuna; cuando peroraba con tono
caridad cristiana, mientras se agitaba lleno de rabia y ferocida
entonces creíase ver en aquella cátedra una hiena tonsurada rev
viéndose en su jaula.
Görres nació en Coblenza, el 25 de enero de 1776. Excúse
me de no tocar a las demás particularidades de su vida, así com
tampoco a las de su maestro ni a las de un gran número de
compañeros de escuela. Quizá he traspasado ya los límites de
crítica al juzgar a los dos Schlegel; pero ¡ ay! es muy dolor
contemplar de cerca a los astros de nuestra literatura. Tal vez
POETAS ROMÁNTICOS 185

ellas del cielo nos parecen bellas y puras porque están alejadas
gnoramos su vida privada. Seguramente que hay allá arriba es
las que mendigan y estrellas que engañan, entrellas hipócritas
strellas que están obligadas a realizar toda clase de bajezas, es
llas que adulan a sus enemigos, y, lo que es más triste aún, que
lan a sus amigos como hacemos aquí abajo. Quizá los cometas
e vemos algunas veces errar por el espacio, con la cabellera bri
te y suelta, son estrellas libertinas que se retiran en seguida
arrepentimiento a un oscuro rincón del cielo, y odian al sol.
No he hablado más que de los discípulos de Schelling que se
à distinguido en ese movimiento del romanticismo; pero no
ni mucho menos los cerebros más eminentes de la escuela
citado Schelling. Para evitar todo error, es preciso indicar de
o que Oken y Francisco Baader son superiores a todos sus
discípulos vivientes. El primero, el ilustre Oken, ha perma
ido fiel a la doctrina primitiva de su maestro; el otro, Baader,
dado por desgracia en el misticismo; pero dudo que se haya
regado a la intriga ultramontana, como se ha pretendido. En
ntrase aún algo distanciado de esa piadosa cofradía de Mu
h, que se ha propuesto salvar al mundo con la filosofía. Nos
ece poco necesario tratar de saber si esos filósofos llevan un fin
eresado o desinteresado; pero, como les vemos unidos al par
O clerical, cuyos intereses materiales descansan en la religión,
llamaremos jesuitas . Sin embargo, no deben esperar que les
fundamos con los antiguos jesuitas; éstos eran grandes y po
osos espíritus, llenos de sabiduría, de fuerza, de volutad. ¡Y
otros, que sois débiles, creéis que vais a triunfar de los obs
los que hicieron tropezar a esos gigantes negros ! Jamás ha
ontrado el espíritu humano combinaciones más elevadas que
ellas con cuyo apoyo trataron de sostener la religión los anti
os jesuitas. No lo lograron porque el celo que les animaba no
en pro del catolicismo sino de su propia conservación. La re
ón les tenía con poco cuidado, y por eso profanaban a menudo
principio católico para asegurar su dominación: se entendían
ndo les convenía con los paganos, con los poderosos de la tie
: servían sus gustos y sus vicios; hacíanse asesinos y comer
ntes; y cuando era preciso hasta se mostraban ateos. Pero en
186 ALEMANIA

vano fue que sus confesores concedieran las más benévolas abso
luciones, y que sus casuistas se pusieran en juego para disculpai
cada falta y cada crimen; en vano lucharon con los laicos en las
artes y en las ciencias para obtener éxitos; su impotencia se re
veló visiblemente. Mostráronse celosos de todos los grandes sabios
de todos los artistas hábiles, y no pudieron crear ni producir nada
sublime. Han compuesto himnos piadosos y construido cúpulas
pero en sus poesías gime la temerosa obediencia a los jefes de la
orden, y en sus edificios se reconoce el espíritu de servilismo; la
piedras parecen tener la docilidad y ligereza de los que las har
reunido. Con razón decía un día Barrault:
"Los jesuitas, al no poder elevar la tierra hasta el cielo, har
bajado el cielo hasta la tierra."
Sus esfuerzos y sus trabajos todos, quedaron sin fruto: la
verdad no puede nacer de la mentira, y Dios no puede ser sal
vado por el demonio.
Dejemos descansar en sus tumbas a esos jesuitas y encojámo
nos compasivamente de hombros a la vista de los nuevos jesuitas
Aquéllos murieron y éstos no son sino los gusanos que se esca
pan rastreando de los cadáveres de los primeros. Se parecen tam
poco a los antiguos jesuitas, como el Schelling de hoy al Schel
ling de antes.
Poco he tenido que decir acerca de las relaciones de Schelling
con la escuela romántica. Su influencia ha sido casi personal por
completo; pero es preciso decir también que el impulso en su
filosofía dio ideas más vivas a los poetas, y les llevó a dirigir una
mirada más profunda a la naturaleza. Algunos se unieron en est
contemplación con todas las fuerzas de su alma; otros retuvieron
algunas fórmulas de encantamiento, mediante las cuales podían
sacarse de la naturaleza sentimientos y lenguaje más humanos de
los que hasta entonces se usaban. Los primeros de estos poetas
fueron los místicos propiamente dichos, bastante parecidos, bajo
muchos aspectos, a los religiosos de la India, que se inspiran en
la naturaleza y se identifican con ella. Los otros eran más bien
evocadores que llamaban a capricho a los espíritus malignos; se
parecían a los hechiceros árabes que dan vida a las piedras y pe
trifican los seres animados.
POETAS ROMÁNTICOS 187

A la primera de esas dos clases pertenecía completamente


valis y Hoffmann a la segunda. Novalis veía en todas partes
lagròs, hermosos milagros; comprendía el lenguaje de las flores,
ía el secreto de todas las rosas, se identificaba perfectamente
a toda la naturaleza; y cuando llegó el otoño y cayeron las
tes, murió. Hoffmann, al contrario, no veía sino espectros en
las partes; le hacían muecas desde el fondo de las teteras chi
= y desde debajo de las pelucas de Berlín; era un encantador
e transformaba los hombres en bestias y las bestias en conse
os áulicos prusianos y en consejeros de hacienda. Sabía evocar
Los muertos y hacerlos salir de sus tumbas; pero la vida le
ugnaba como una triste aparición. Se sentía él mismo conver
o en fantasma; la naturaleza entera le parecía un espejo em
ñado y mal pulimentado, en el cual veíase dividido en mil
gmentos, a través de una nube, descompuesto como un rostro
muerto, y sus obras no fueron más que un espantoso grito de
gustia en veinte volúmenes. Hoffmann no pertenece a la escue
romántica. No estuvo en contacto con los Schlegel y menos
con sus tendencias. No lo menciono aquí sino en oposición
Novalis, que era por completo un poeta de esa escuela. Este
imo, no menos conocido aquí que Hoffmann, a quien Lowe
imors y Eugenio Renduel han presentado al público francés
an hecho que alcance en Francia inmensa fama. Entre nos
os, en Alemania, Hoffmann no tiene hoy ninguna popularidad,
to la tuvo antes, y fue muy leído, pero únicamente por perso
Icuyos nervios eran demasiado vigorosos o demasiado débiles
a ser afectados por acordes suaves. Los verdaderos pensadores
as naturalezas poéticas no quisieron hablar de él. Sin embargo,
preciso reconocer que, como poeta, Hoffmann es mucho más
portante que Novalis. Este, con sus imágenes ideales, flota
mpre en las nubes, mientras que Hoffmann, con sus creaciones
rañas, se dirige siempre a la realidad . Así como el gigante
teo se hacía más vigoroso e invencible cuando pisaba la tierra,
e era su madre, mientras que perdía su fuerza cuando Hércu
le elevaba por los aires, así también es vigoroso el poeta en
to que no abandona el terreno de la realidad, y se hace débil
cuanto se eleva divagando por los espacios,
188 ALEMANIA

La gran semejanza entre esos dos poetas, consiste en que s


poesía es una enfermedad. Así, se ha dicho que los médicos está
más indicados que los críticos para juzgar esos escritos. El mati
rosado que domina en las composiciones de Novalis, no es e
color de la salud, sino el brillo engañoso de la tisis; y el tinte d
púrpura que anima los cuentos fantásticos en Hoffmann, no ' e
el de la llama del genio sino el del fuego de la fiebre.
Pero ¿tenemos derecho a hacer tales críticas los que no go
zamos de un exceso de salud? Y, sobre todo, que la literatur
parece un vasto lazareto. A menos que la poesía no sea, en s
misma, una enfermedad, como no es sino una enfermedad la perl
que sufre el pobre animal llamado ostra.
Novalis nació en 1772, el 2 de mayo, y murió a los veinti
nueve años. Su verdadero nombre era Flardenberg. Amó a un
señora joven que estaba tísica y que murió de esa enfermedad
Esta triste historia flota sobre todo lo que escribió; su vida fu
una agonía, y él también murió en 1801 de una enfermedad de
pecho, antes de haber terminado su novela, la cual, tal como h
quedado, no es más que un fragmento de un gran poema alegó
rico, que debía, como la Divina Comedia, celebrar todas las cosa
del cielo y de la tierra. Enrique de Ofterdingen, célebre poeta
es el héroe de esa novela. Le vemos joven en Eisenach, delicios
lugar situado al pie de esa antigua Wartburg, donde se har
realizado las cosas más grandes, pero también las más estúpidas
donde Lutero tradujo la Biblia y donde algunos imbéciles teutó
nomos han quemado el código de gendarmería de Kamptz. Er
ese castillo se verificó también la famosa lucha de cantores, en la
que, entre otros poetas, sostuvo Enrique de Ofterdingen contra
Klingzoh de Hungría, ese peligroso combate poético, cuyo recuer
do está conservado por el caballero de Manesse en su colección
de antigüedades. El verdugo debía segar la cabeza del vencido, y
era juez de campo el landgrave de Turingia. El principio de la
novela de Novalis nos presenta a su héroe en Ciscenach, en la casa
paterna. Los ancianos padres están ya acostados y duermen; el
reloj rústico deja oír su tic-tac monótono; el viento silva a través
de las redondas ventanas y la habitación se ilumina de cuando
en cuando con los rayos de la luna.
POETAS ROMÂNTICOS 189

El joven se agita penosamente en el lecho, pensando en el ex


tranjero en lo que cuenta. No son sus tesoros los que han des
pertado en mi alma tan ardientes deseos, se decía; ¡ lejos de mí la
avidez y la avaricia! pero ardo en deseos de ver esa flor azul de
que me ha hablado. Ocupa sin descanso mi pensamiento, y no
puedo pensar en otra cosa. Jamás experimenté sensación semejan
te; me parece que hasta este día mi vida ha sido un sueño, y que
yo me dormí en otro mundo y que me despierto ahora. ¿Quién
se ocuparía de una flor, en el mundo en que ordinariamente vivo?
¿Quién ha oído decir jamás que una flor haya inspirado una
pasión tan viva?

Enrique de Ofterdingen comienza hablando de esa manera, y


toda la novela flota el perfume y brilla el esplendor de la flor
ul. Es singular en alto grado que los personajes más fabulosos
esa obra nos parezcan como conocidos y parientes; parece que
s hemos visto en otra parte, y que han vivido familiarmente
n nosotros en épocas anteriores. Se siente que se despiertan
tiguos recuerdos; la misma Sofía tiene un rostro que nos es
nocido, y en ciertas páginas encontramos paseos que hemos
ecuentado con ella. Pero todas estas cosas se ven a la débil luz
I crepúsculo; es como un sueño medio olvidado.
La musa de Novalis era una joven blanca y esbelta, de ojos
ules y serios, cabellos rubios dorados, labios rientes, y con un
narcillo de color de fresa en el lado izquierdo de la barbilla.
que la musa de Novalis se me representa como la misma joven
e me presentó el poeta, y en cuyas blancas manos encontré el
pro de tafilete rojo con cantos dorados que contenía la novela
Ofterdingen. Llevaba un traje azul y se llamaba Sofía. Vivía
algunas leguas de Gotinga, en casa de su hermana, una mujer
egre y gruesa, con rojas mejillas y abultado seno, al que los
cajes que le guarnecían dábanle aspecto de una fortaleza, pero
ta fortaleza era inexpugnable, porque esa mujer era un Gibral
de la virtud. Era una mujer activa, práctica, casera, y, sin
mbargo, todo su placer consistía en leer las novelas de Hoff
ann, pues en éste hallaba al hombre que sabía conmover su
turaleza ruda e imprimirle movimientos agradables. En cuanto
su pálida y tierna hermana, la vista sola de un libro de Hoff
an le causaba una impresión desagradable; y si por descuido
190 ALEMANIA

tocaba uno, se retiraba en seguida. Era delicada como una sensitiva,


y sus palabras eran armoniosas, estaban perfumadas. Cuando se
combinaban resultaban versos. He anotado varias de las cosas
que me dijo: son poesías singulares completamente del estilo
de Novalis, y más espiritualizadas aún. Una de las poesías que
me dijo cuando me despedí de ella para marchar a Italia, me es
particularmente querida. Una noche de otoño, en un jardín en e
que ha terminado una fiesta con iluminación, escúchase un colo
quio entre la última luz, la última rosa y un cisne salvaje. Se
eleva la niebla de la mañana, extínguese la última lámpara, mar
chítase la rosa, y el cisne, desplegando sus alas blancas, dirige el
vuelo hacia el Sur.
En el país de Hannover hay, en efecto, muchos cisnes salvajes
que marchan en el otoño a las comarcas meridionales, y no re
gresan sino en la estación cálida. Pasan, sin duda, el invierno en
Africa; pues una vez encontramos en el pecho de un cisne muerto
una flecha que el profesor Blumenbach reconoció como africana
La pobre ave había vuelto, con la flecha en el pecho, a morir en
su nido del Norte. Pero quizá algún otro cisne no tuvo alas para
realizar el viaje y tuvo que languidecer en un desierto de ardiente
arena, o tal vez posa en este momento con sus alas debilitadas
sobre alguna pirámide egipcia, dirigiendo tristes miradas hacia
el Norte, hacia su fresco retiro de verano en el país de Hannover
Cuando hacia fines del otoño de 1828 volví al Sur (tambié
llevaba yo la ardiente flecha clavada en el seno) mi camino m
llevó a los alrededores de Gotinga, y me detuve, para cambia
de caballos, en casa de mi gruesa amiga, la dueña del relevo. No
la había visto hacía un año, y la buena mujer me pareció mu
cambiada. Su seno parecía aún una plaza fuerte, pero devastada
Los bastiones se habían venido al suelo; las dos torres principale
no eran sino ruina, no había centinela, y la ciudadela, el corazón
estaba derrumbada. Así como me dijo el postillón Piper, hasta
había perdido su afición, a las novelas de Hoffmann, pero bebi
más al acostarse. Esto era muy natural, porque estas buenas gen
tes hallaban la bebida en su casa mientras que tenían que anda
cuatro leguas hasta el gabinete de lectura de Damerlich, par
buscar las novelas de Hoffmann.
POETAS ROMÁNTICOS 191

Piper el postillón era un hombrecillo agrio y apergaminado


mo si hubiese bebido vinagre. Cuando le pregunté por la her
ana del ama de la casa de postas, me respondió: "La señorita
fía morirá pronto y es ya un ángel." ¡ Qué admirable criatura
uella de la cual me decía el postillón Piper "es un ángel"; y
blaba así dando puntapiés a las aves del corral con sus enormes
es armados de gruesas botas. La casa de postas, antes tan ri
eña y tan blanca, estaba cambiada como la hostelera; se había
elto de un color amarillo enfermizo, y los muros mismos tenían
ofundas arrugas. En el corral estaban esparcidos carruajes rotos,
sobre un bastón estaba colgada, para secarse, una capa de posti
n de color escarlata, húmeda y desgarrada. La señorita Sofía
caba en la ventana y leía; y cuando yo subí hacia ella encontré
sus manos el volumen de tafilete rojo con canto dorado, la
vela de Ofterdingen, de Novalis. Ella había leído siempre y sin
sar en este libro; también parecía una sombra. Su belleza era
mpletamente celestial y su vista excitaba su dulce dolor. Tomé
s dos manos pálidas y delgadas en las mías, y la pregunté: "So
¿cómo está usted?" ――― "Estoy bien, me contestó, y pronto
caré mejor todavía", y me enseñó por la ventana, en el nuevo
menterio, un pequeño montículo poco alejado de la casa. Sobre
eminencia se elevaba un pequeño álamo delgado y seco; no
veían en él sino algunas hojas que temblaban con el soplo del
ento de otoño. No era un árbol : era el fantasma de un árbol.
Bajo este álamo reposa ahora Sofía, y el recuerdo que me ha
jado, el libro de tafilete rojo, con cantos dorados, donde se en
entra la novela de Enrique de Ofterdingen, de Novalis, está
locado en este momento sobre mi mesa y me he servido de
para componer estas páginas.

IV

Conocéis a China, la patria del dragón volante y las teteras de


rcelana? Todo el país es un gabinete de rarezas, rodeado de una
mensa e interminable muralla y de cien mil centinelas tártaros.
as los pájaros y los pensamientos de los sabios de Europa vue
a por állí y después que la han visto bien vuelven a cantar
192 ALEMANIA

nos las maravillas de ese curioso país y de ese curioso pueblo. L


naturaleza con sus apariciones frágiles y contorneadas, sus plaza
gigantescamente fantásticas, sus árboles enanos, sus montaña
dibujadas, sus frutos voluptuosamente chillones y sus pájaros d
mil colores, es allí una caricatura tan fabulosa como el hombr
con su cabeza puntiaguda y coronada de una trenza de pelos, su
reverencias, sus uñas desmesuradas, su inteligente gravedad y s
lenguaje infantil compuesto de monosílabos. En ese país la na
turaleza y el hombre no se pueden mirar sin reírse. Pero no s
ríen fuerte por ser los dos muy corteses y civilizados, y para con
tenerse hacen los gestos más caprichosos. Allí no se encuentra
sombra ni perspectiva, y las casas de mil colores se elevan una
sobre otras hechas en forma de paraguas, guarnecidas con cam
panillas de metal estridente, de manera que el viento produc
un sonido cómico y se pone en ridículo. En una de aquellas casa
de campanillas, vivía una princesa que tenía los pies más chico
aún que los de las otras chinas, cuyos ojillos oblicuos eran má
dulces todavía y más soñadores que los ojillos oblicuos de la
otras damas del Celeste Imperio y cuyo corazoncito encerrab
un genio loco y los caprichos más desordenados. Su mayor alegrí
consistía en poder romper las más ricas telas de oro y seda
Cuando las sentía crujir y desgarrarse entre sus dedos, se desma
yaba de gozo. En fin, cuando hubo sacrificado toda su fortuna e
ese capricho, y cuando derrochó todos sus bienes y dominios, fu
declarada por todos los mandarines incapaz de gobernarse, reco
cida por una maniática incurable y encerrada en una tom
redonda.
Esta princesa china, la quinta esencia del capricho, es a
mismo tiempo la personificación de la musa de un poeta alemán
del cual hay que hablar en una historia de la poesía romántic
Es la musa que nos sonríe con expresión extraviada desde
fondo de las poesías de Clemente Brentano. Destruye las má
preciosas telas de satén, los brocados de oro más brillantes, y s
simpático espíritu de destrucción, su alegre y floreciente locur
llenan el alma de un arrobamiento funesto y de un enamora
miento angustioso.
Desde los quince años, C. Brentano vive alejado del mund
POETAS ROMÁNTICOS 193

en reclusión, aprisionado en cierto modo por su catolicismo;


a no le quedaba nada precioso que destrozar! Destrozó, según
cen, a los corazones que le amaban, y todos sus amigos se que
n de haber recibido alguna injuria; pero donde con especiali
ad ha ejercitado su espíritu de destrucción ha sido sobre sí
ismo, sobre su talento poético..
Llamo especialmente la atención sobre una comedia de ese
Deta, titulada Ponce de León. No hay nada en el mundo más
echo pedazos que esa obra, tanto en sus pensamientos como en
lenguaje. Pero todos esos pedazos viven y se agitan alegre
ente: se cree asistir a un baile de máscaras en que éstas son las
labras y las imágenes. Todo esto gira en un desorden encan
dor, y la demencia que le anima produce cierta unidad. Las
ases más estrambóticas circulan por la obra como ráfagas arle
inescas. Preséntase algunas veces una idea seria, pero tropieza
omo el Dottore bolonés. Frases ampulosas se ensanchan como
n blanco Pierrot con sus mangas colgantes y sus enormes boto
es; se ven saltar epigramas de piernas cortas, informes y bufo
escos como Polichinela; voltean aquí y allí tiernos sentimientos
omo empalagosas colombinas; y todo danza, hace piruetas y se
mbriaga con increíble alegría, dominado por el sonido estridente
e las trompetas del espíritu de destrucción.
La obra más notable de ese poeta es una tragedia: la Funda
Fón de Praga. Se encuentran en ella escenas en las que se expe
menta el misterioso espanto que causan las leyendas seculares.
è escucha cómo se estremecen las sombrías selvas de la Bohemia,
corridas aún por las coléricas divinidades de los eslavos; se
scucha el murmullo de los ruiseñores paganos; pero la cima de
os árboles alborea ya con la suave aurora del cristianismo. C.
rentano ha escrito también algunas buenas narraciones, entre
tras, la Historia del bravo Gaspar y de la hermosa Nanette.
Cuando la hermosa Nanette era todavía una niña, fue con su
buela a casa del verdugo, como es costumbre en el pueblo ale
án, para comprarle algunas drogas eficaces; de repente se movió
go en el armario ante el que se encontraba la hermosa Nanette,
la niña gritó con espanto: " ¡Una rata, una rata! " Pero el ver
ugo se asustó aún más, se puso triste como un muerto y dijo
194 ALEMANIA

a la abuela: "Buena mujer, en ese armario está colgada la espada


con la que ejecuto, y esa espada se mueve por sí misma, cuando
se acerca alguien que debe ser decapitado. Mi espada tiene sed
de la sangre de esta niña. Permitidme que me sirva de esa arma
para hacer un ligero arañazo en el cuello de esta pequeña. La
espada se satisfará con una sola gota de esa sangre y no deseará
ya derramar el resto." Pero la abuela no hizo caso a ese prudente
consejo y hubo de arrepentirse después, cuando la hermosa Na
nette fue realmente decapitada por el arma del verdugo.
Clemente Brentano tendrá hoy cincuenta y siete años. Vive
en Francfort, en una soledad de ermitaño. Es socio correspon
diente de la propaganda católica. Su nombre se ha desvanecido
casi en este último tiempo, y no se le recuerda algunas veces sino
a propósito de unas canciones populares que ha publicado con
su amigo Arnier. Las han dado juntos con el título El niño del
cuerno maravilloso (des Knaben Wunderhorn), y forman una co
lección de cantos en parte recogidos de labios del pueblo, y en
parte de hojas sueltas y antiguos libracos. Nunca alabaré bastante
ese libro; contiene las flores más delicadas del espíritu alemán;
y quien desee conocer al pueblo alemán bajo un aspecto simpá
tico, que lea ese libro, el cual tengo abierto ante mí en este mo
mento, y me parece que me perfuma con el olor de nuestros tilos
del Norte. El tilo desempeña, en efecto, un gran papel en esas
canciones; los amantes platican por la tarde bajo su sombra, es
su árbol favorito, sin duda, porque la hoja del tilo tiene la forma
de un corazón. Esta observación fue hecha un día por un poeta
alemán, a quien quiero más que a ninguno, a saber, por mí
mismo. En la portada del libro hay un niño que sopla en un
cuerno, y cuando algún pobre alemán desterrado en país extran
jero contempla mucho tiempo esa imagen, cree escuchar los
sones del cuerno, que le son tan conocidos y podría enfermar
de nostalgia, como el lansquenet suizo colocado de centinela
sobre un bastión de Strasburgo, el cual, al oír en lontananza
el ranz de vacas, arrojó su pica y cruzó el Rin a nado, mas fue
pronto detenido y fusilado como desertor. El niño del cuerno
maravilloso ha recogido acerca de ese asunto una conmovedora
canción:
POETAS ROMÁNTICOS 195

Sobre las murallas de Strasburgo un triste día escuché el cuer


no, repercutió el cuerno de los Alpes. Entonces quise marcharme,
nadar hasta mi país; mas jay! no pude huir. - Por la noche a la
una me detuvieron y me condujeron ante mi capitán, a su presen
cia. ¡Ay Dios mío! me pescaron en las ondas azules; ¡ todo terminó
para mí! Mañana por la mañana, cuando den las seis me lle
varán al frente de mi regimiento; allí me será preciso pedir perdón
y recibiré la licencia absoluta; ¡ ay, bien lo sé! - Heme aquí, her
manos míos, me veis por última vez. El pastorcillo ha sido la
causa de mi desgracia, el cuerpo de los Alpes ha ocasionado todos
mis males, y de él me quejo.

Un singular encanto palpita en esa canción popular. Los


poetas artistas se esfuerzan por imitar esas producciones de la
naturaleza, poco más o menos, como se hacen las joyas artificia
les; pero aun cuando hayan formado las partes integrantes por
medio de procedimientos químicos, les faltará siempre lo prin
cipal, no pueden reemplazar la energía simpática de la obra. En
esas canciones se sienten las palpitaciones del corazón del pueblo
alemán. En ellas se revela su melancólica serenidad, su loca razón;
escúchanse los rugidos de la cólera alemana, los silbidos de la
mofa alemana. En ese libro el amor alemán ' ha depositado sus
besos, hállanse las lágrimas de la sensibilidad alemana. ¡ Un sabio
analista encontraría sal y hierro en esas lágrimas ! Cuánta can
didez en la fidelidad de ese pueblo; cuánta lealtad en sus traicio
nes! ¡ qué honrado era el pobre Schwartenhals cuando robaba en
los caminos ! Escuchad lo que dice de sí mismo :

Fui a buscar a la dueña de la casa, me preguntó mi nombre.


Soy un pobre muchacho que bebe y come en todo tiempo. Me
condujeron a una sala pintada, me ofrecieron cerveza. En balde
llenaron mi vaso, lo dejé caer.—-Me colocaron en el puesto de
honor para tratarme como un señor principal; cuando fue preciso
pagar el escote, no sonó nada en mi bolsa. ―――――
▬▬▬▬▬ Por la noche, cuando
quise irme a dormir, me enseñaron la granja, no tuve ganas de
reírme; me trataban de una manera extraña. Y cuando estuve
en mi jaula y quise arreglarme el nido, picáronme las espigas y
los cardos salvajes . Por la mañana, al despertarme, el hielo cu
bría el lecho, y me marché riendo, riéndome de mi aventura.
Tomé mi espada en la mano y la sujeté en mi cadera, fueme pre
ciso ir a pie, por no tener en qué cabalgar. Marchaba muy des
pacio recorriendo el largo camino, cuando vi a un hijo de un
comerciante que me dejó todo su dinero.
196 ALEMANIA

Este pobre Schwartelnhals era un verdadero carácter alemá


Tenía gran energía en esa canción, pero la de Margarita mered
también ser conocida. Es una muchacha a la que ama much
Hans dijo a Gretel o Margarita:

Ponte tus lindos vestidos, Gretline, ponte tus lindos vestido


vámonos todos a comer; los trigos segados y escanciado el vind
¡ Ah! Hauslín, amado Hauslín, permanezcamos siempre junto:
por la semana se trabaja en los campos, y los días de fiesta a bebe
en la posada. - Él la cogió por la mano, por su mano blanca; I
llevó al extremo del camino, hasta la más próxima posada. -— “Hos
telera, querida hostelera, dadnos vino fresco, vamos a gastar lo
vestidos de esta Gretline".- Margarita se echó a llorar, su tristez
fue tanta, que a lo largo de sus mejillas purpurinas, corrieron do
blancos arroyuelos. - ¡ Ah! Hauslín, amado Hauslín, no hables así
tú con quien huí en secreto de la granja de mi padre". - El L
cogió por la mano, por su mano blanca, y la llevó al extremo de
camino, hasta el más próximo jardín ... “ ¡ Ah! Gretline, amada
Gretline, ¿por qué lloras así? ¿Te arrepientes de tu valor o lamen
tas tu honor?" - "No me arrepiento de mi valor, no lloro a m
honor, lloro por mis vestidos de fiesta, que la hostelera no me
devolverá" .

No es ésta la Margarita de Goethe, y su arrepentimiento no


inspirará ningún cuadro ál señor Scheffer. No es un rayo de luna
alemán. Encuéntrase en esa canción tan poco sentimentalismo
como en aquella en que un joven atrevido pide acceso por la
noche al lado de su querida, y ésta le responde:

Cabalga hacia ese camino, cabalga hacia ese matorral, de donde


tomaste carrera. Allí hay una gruesa piedra, apoyarás en ella la
cabeza y no tendrás almohada.

Pero la claridad de la luna cae en ondas de plata, y centellea


por todas partes en esta canción:

Si yo fuese un pajarito y si tuviese dos alas, volaría hacia ti,


pero permanezco aquí sin poder hacer nada. Cuando estoy lejos
de ti el sueño a ti me lleva; converso entonces contigo, y no me
encuentro sola sino cuando me despierto. No hay hora en la
noche en que mi amor no vele, y en la que mil veces me diga
que me has dado tu alma.
POETAS ROMÁNTICOS 197

Si se quiere saber el nombre del autor, la misma canción


sponde con estos últimos versos:

¿Quién ha inventado, pues, la bonita cancioncilla? Trajéronla


sobre el agua tres gansos, tres gansos, uno blanco y dos grises.

Por lo general los que componen esas canciones son vaga


ndos, soldados, escolares ambulantes o jornaleros campesinos,
à pueblo errante. Los campesinos, sobre todo, son grandes poe
s. ¡ Cuántas veces en mis viajes pedestres he platicado con esa
se de gente! ¡ Cuántas veces los he visto, excitados por una
cunstancia extraordinaria, improvisar un trozo de poesía po
lar o ponerlo en música silbando! Los pajarillos inclinados
bre las ramas de los árboles escuchaban atentamente; y cuando
saba por allí algún campesino con el morral al hombro y el
rrote en la mano, los pájaros le murmuraban ese canto en los
dos; improvisaba entonces los versos que faltaban y la canción
hallaba concluida. Las palabras caen del cielo sobre los labios
esos campesinos; no tienen que hacer sino pronunciarlas y son
ás poéticas que todas las hermosas frases que desenterramos
sotros desde el fondo de nuestro cerebro. El carácter de los
reros del campo de Alemania palpita en esos cantos populares;
una extraña raza de hombres que sin un cuarto en el bolsillo
corren Alemania en todos sentidos; cándidos, alegres, libres.
dinariamente encontraba a tres juntos en sus peregrinaciones.
tre estos tres compañeros había siempre un polemista que dis
tía con buen humor sobre todo lo que se encontraba, sobre
da pájaro que atravesaba los aires, sobre cada jinete que pasa
; y cuando llegaban a alguna fea comarca cubierta de chozas
iserables habitadas por un pueblo miserable y desaharrapado, el
lemista decía irónicamente. "Dios ha hecho el mundo en seis
as, pero se le conoce porque aún queda mucho que hacer." El
gundo campesino no interrumpe al otro sino rara vez y con
riosas observaciones. No puede hablar una palabra sin jurar,
aldice con cólera a todos los amos con que ha trabajado, y su
tilo vulgar consiste en decir que se arrepiente de no haber
do como recuerdo un buen solfeo a la hostelera de Halberstadt,
que le llevaba a diario la basofia. Al oír Halberstadt, suspira
198 ALEMANIA

desde el fondo de su alma el tercer campesino; es el más joven


Emprende su primera caminata por el mundo; piensa constante
mente en su linda novia de ojos negros, inclina la cabeza sobr
el pecho y no pronuncia una sola palabra.
El niño del cuerno maravilloso es uno de los monumento
notables de nuestra literatura. Este libro ha ejercido una influen
cia demasiado noble sobre los líricos de la escuela romántica
especialmente sobre nuestro excelente señor Uhland, para pasarl
en silencio; este libro y el poema de los Nibelungos han desempe
ñado un gran papel en esa época. Es necesario mencionar también
esta última obra.
Por mucho tiempo no se trató entre nosotros de otra cosa
que no fuese el libro de los Nibelungos; y los filósofos clásicos
no se escandalizaron de oír comparar esa epopeya con la Ilíada
y aun de ver que se entablaba una discusión para saber cuál era
la mejor de las dos obras. El público parecíase bastante en esta
ocasión a esos niños a quienes se pregunta en serio: "¿Quieres
un caballo o dulces?" Sin embargo, ese canto de los Nibelungos
tiene un gran vigor; difícil es que un francés pueda formarse
una idea de él. El lenguaje en que está escrito le sería más inin
teligible aún. Es un lenguaje de piedra y los versos son bloques
rimados. Aquí y allí, entre los intersticios, crecen hermosas flores
rojas como gotas de sangre, o se escapa la hiedra trepadora pare
cida a olas verdes. ¡Vosotros, hombres civilizados y cultos, no os
podéis formar una idea de las pasiones de gigantes que palpitan
en esa epopeya! Figuraos una clara noche de verano, las estrellas
pálidas como la plata, grandes como el sol, brillando sobre un
cielo azul: todos los campanarios góticos de Europa parecen ha
berse dado cita en una vasta llanura; y figuraos que entre esa
multitud de colosos vinieran apaciblemente el monasterio de
Strasburgo, la cúpula de Colonia, el campanario de Florencia, la
catedral de Ruán, la flecha de Amiens y la iglesia de Milán
agrupándose en torno de la hermosa Nuestra Señora de París y
haciéndole galantemente la corte. Verdad es que sus modales son
un poco pesados, que algunos se conducen con torpeza, y que a
veses se ríe uno de esos transportes amorosos; pero este regocijo
cesa desde que se los ve enfurecerse, arrojarse los unos sobre los
POETAS ROMÁNTICOS 199

otros cuando Nuestra Señora de París eleva con desesperación


sus dos brazos de piedra y abate de un solo golpe a la mayor de ·
esas cúpulas. Pues ni aun así podríais todavía formaros una idea +
de los principales personajes del canto de los Nibelungos; no
hay torre tan alta ni piedra tan dura como el feroz Hagen y la
vengativa Crimilda.
Mas ¿quién compuso ese poema? Se sabe tan poco del autor
de los Nibelungos, como del autor de los cantos populares. ¡Cosa
extraña! se ignora casi siempre cuál sea el creador de los libros
más admirables, de los poemas, de los edificios y de los monu
mentos más nobles del arte. ¿Cómo se llama el arquitecto que
ideó la cúpula de Colonia? ¿Quién ha pintado bajo esa cúpula
el retablo donde están tan admirablemente representados la en
cantadora Madre de Dios y los tres reyes? ¿Quién ha compuesto
ese libro de Job que ha consolado a tantas generaciones de hom
bres afligidos? Los hombres olvidan con demasiada facilidad los
nombres de sus bienhechores; los nombres de los buenos y de
los nobles que han trabajado para la felicidad de sus conciuda
danos, encuéntranse raramente en boca de los pueblos; su burda
memoria no conserva más que los nombres de sus opresores y el
de los crueles héroes de la guerra.
Olvida el árbol al silencioso jardinero que le ha preservado
del frío, regado en la sequía y protegido contra los animales da
ñinos; pero conserva con fidelidad los nombres que se graban
en su corteza con instrumento cortante, y los transmite a las razas
venideras con caracteres cada vez más remarcados.

Se tiene la costumbre de reunir los nombres de Brentano y de


Arnim a causa de su libro El niño del cuerno maravilloso , que
publicaron juntos, y no quiero yo separarlos. El último merece
nuestra mayor atención. Luis Achim de Arnim es un gran poeta,
y uno de los cerebros más originales de la escuela romántica. Los
aficionados a lo fantástico gustaron de sus obras más que de todas
las otras de los escritores alemanes. Bajo ese aspecto es superior a
Hoffmann y a Novalis; sabe vivir en la naturaleza más íntima
200 7 ALEMANIA

mente aún que el último, y podría conjurar a espectros aún más


terribles que los de Hoffmann. Muchas veces, cuando yo veía a
Hoffmann, me parecía que se había escapado, en carne y hueso,
de una de las obras de Arnim. Este escritor es completamente
desconocido del público, y no tiene fama sino entre los literatos;
pero estos últimos, aunque reconocen su mérito indiscutible, no
le han tributado jamás en público el homenaje que se merece, y
hasta ha habido algunos que han hablado de él desdeñosamente.
No es necesario decir que esos tales son precisamente los que
han imitado su estilo. Podría aplicárseles esta frase de Steevano
respecto de Voltaire, que hablaba con desprecio de Shakespeare
después de haberse servido del Otelo para componer su Oroma
nes: "Estas gentes se parecen a los ladrones, que prenden fuego
a la casa en la que han robado." ¿Por qué no le ha parecido
conveniente a Tieck hablar nunca de Arnim cuando sabía decir
cosas tan bonitas acerca de tantas obras malas e insignificantes?
Los Schlegel han guardado también silencio respecto de Arnim
Únicamente después de su muerte obtuvo unos datos biográficos
de un compañero de colegio. Yo creo que la fama de Arnim no
podrá jamás ser grande, porque fue demasiado protestante para
sus amigos del partido católico, y porque, por otra parte, el par
tido protestante le tenía por un criptocatólico. Pero ¿por qué le
ha rechazado el público, ese público para quien se encontraban
sus novelas y sus cuentos en todos los gabinetes de lectura? Hoff
mann corrió la misma suerte en cuanto a la prensa literaria. Ja
más se habló de él en nuestros diarios y publicaciones estéticas;
la alta crítica guardó un silencio desdeñoso acerca de él, pero, sin
embargo, fue muy leído. ¿Por qué no apreció el público alemán
a un escritor como Arnim, cuya imaginación era tan vasta y abra
zaba tantas cosas, cuya alma estaba impregnada de un sentimiento
tan profundo y que poseía en grado tan alto el don de escribir?
Algo faltaba a ese poeta, y ese algo era precisamente lo que el
público busca en los libros: la vida. El pueblo exige que los escri
tores experimenten con él sus pasiones diarias; que le arranquen
de su propio seno sensaciones agradables o penosas; en una pala
bra, el pueblo quiere que le conmuevan. Arnim no podía llenar
esa necesidad. No era un poeta de la vida, sino de la muerte. En
POETAS ROMÁNTICOS , 201

odo lo que escribió, hay como un movimiento de sombras; las


guras se agitan; mueven sus labios como si hablasen, pero sus
alabras solamente se ven, no se oyen. Esas figuras saltan, corren,
evolotean, se aproximan misteriosamente a nosotros, y nos dicen
I oído que están muertas.
Sería demasiado doloroso y abrumador ese espectáculo sin la
racia que Arnim esparce sobre todas sus composiciones, y que se
arece a la sonrisa de un niño, pero de un niño muerto. Arnim
bía pintar el amor, algunas veces también la sensualidad, pero
o podemos sentir con él esas impresiones; vemos hermosas for
nas, agitados senos, caderas redondeadas pero el frío del sudario
odea a todos esos cuerpos. Algunas veces Arnim es cáustico y
no no puede menos que reírse, pero es como si la muerte nos
iciese cosquillas con la punta de su hoz. Ordinariamente Arnim
s serio, serio como un alemán muerto el día anterior, y, sin
mbargo, un alemán vivo es ya una criatura suficientemente gra
e. Pero un francés no puede imaginarse qué serios somos los
emanes después de muertos: nuestras figuras son entonces más
rgas que de costumbre y los gusanos que comen a nuestra costa
· ponen melancólicos nada más que al vernos. En Francia se
ene una idea espantosa de la seriedad terrible de Hoffmann, y
so es juego de niños en comparación con la seriedad de Arnim.
uando Hoffmann evoca sus muertos, cuando éstos salen de sus
mbas y bailan a su alrededor, él mismo tiembla de espanto,
aila en medio de ellos y hace los gestos más horribles. Pero
rnim evoca sus muertos como un general que pasa revista; sobre
gran caballo-espectro hace desfilar con sangre fría los espan
sos batallones que le miran con respeto y parecen temerle.
[ientras él, se contenta con saludarlos con aire afable.
Luis Achim de Arnim nació en Brandeburgo el año 1775 y
urió en el invierno de 1830. Escribió composiciones dramáticas ,
ovelas y cuentos. Sus dramas están llenos de poesía íntima y en
articular una obra titulada El gallo silvestre. La primera escena
o sería indigna del mayor poeta. ¡ Con cuánta verdad está repre
entado el abrumador fastidio! Uno de los tres hijos naturales del
ifunto landgrave está sentado completamente solo en un rincón
e la inmensa sala del abandonado castillo. Se habla a sí mismo
202 ALEMANIA

bostezando y se queja de que sus piernas crecen cada vez más bajo
la mesa, y que el viento frío de la mañana sopla entre sus dientes.
Su hermano, el honrado Franz, llega despacio, vestido con el tra
je de su difunto padre, que le está demasiado ancho; y piensa con
tristeza que en otros tiempos a la misma hora ayudaba a su padre
a vestirse; se acuerda que el landgrave le arrojaba a menudo un
pedazo de pan que era damasiado duro para sus dientes y le daba
de cuando en cuando un buen puntapié. Este último recuerdo
conmueve al bueno de Franz hasta hacerle llorar y se lamenta
amargamente de que su padre, ya muerto, no le pueda pegar más.
Las novelas de Arnim se titulan Los guardianes de la corona
y La condesa Dolores. La primera de estas novelas empieza de
un modo brillante. Se desarrolla la escena en lo alto de la torre
del vigía de Waiblinge, en la habitación del guardián y de su
digna y gruesa esposa, pero que no es tan gruesa como lo que se
cree ahí abajo, en la ciudad. En efecto; se la calumnia diciendo
que se ha puesto tan corpulenta en su torre que no puede ya
bajar por la estrecha escalera de caracol y que, no pudiendo salir
se ha visto obligada, después de la muerte de su primer marido
el antiguo guardián, a casarse con el nuevo torrero. La pobre
se afligía mucho con esas habladurías, y si no podía bajar por la
escalera era tan sólo porque padecía vértigos. La segunda novela
de Arnim, La condesa Dolores, ofrece también una brillante en
trada en escena, y el autor retrata admirablemente la poesía de
la pobreza, y mucho más la pobreza noble que también él sufría
entonces, y que a menudo ha escogido para sus asuntos. ¡ Qué
maestro es Arnim en la pintura de la destrucción! Creo estar
viendo siempre delante de mis ojos el desierto castillo de la joven
condesa Dolores, que parece aún más en ruinas a causa del riente
gusto italiano con el cual lo edificó, pero sin terminarlo, el an
ciano conde. El castillo es una ruina moderna, el jardín está com
pletamente desierto, los andenes de boj han caído en un desorden
salvaje, los árboles crecen por allí al azar y proyectan sus ramas
sobre el camino; los olivares y los laureles se arrastran dolorosa
mente por los suelos, las hermosas flores exóticas están rodeadas
de plantas chupadoras; las estatuas se han caído de sus pedesta
les, y dos chicuelos mendigos montados a horcajadas sobre una
POETAS ROMÁNTICOS 203

Venus de mármol, la emborronaban con carbones. Cuando el an、


ciano conde regresó al castillo tras larga ausencia, le chocó viva
mente la singular conducta de sus gentes y sobre todo de su
mujer. Pasaron muchas cosas extrañas, especialmente cuando co
mían. Provenía todo esto, sin duda, de que la pobre mujer se
había muerto de tristeza, lo mismo que todos los criados del cas
tillo; todos se habían muerto hacía mucho tiempo. Al fin, sin
embargo, el conde pareció darse cuenta de que se encontraba
entre espectros, y sin dar demostración se puso en camino silen
ciosamente.
De todos los cuentos de Arnim, el más bonito, según mi
opinión, es Isabel de Egipto. Allí nos muestra la vida aventurera
de los gitanos, llamados también bohemios y egipcios. Allí vive
y palpita ese extraño y maravilloso pueblo con sus rostros mo
renos, sus ojos dulces y proféticos y sus secretos dolorosos. Una
alegría ruidosa y tumultuosa oculta una profunda y rústica sim
patía. Según una leyenda, contada de la manera más agradable
en esa novela, los zíngaros están condenados a errar cierto tiem
po por el mundo, para expiar la inhospitalaria dureza, con la
cual rechazaron a la Santa Madre de Dios, cuando, en otro tiem
po, fue a Egipto a pedir asilo por una noche. En la Edad Media
no había aún filosofía católica, y era preciso emplear bien la
poesía para justificar las leyes más indigentes y más crueles. Pero
las leyes de la Edad Media para nadie fueron tan bárbaras como
para los zíngaros. En ciertos países se autorizaba a ahorcar a un
zíngaro sin acusación ni juicio, por una simple sospecha de robo.
Así fue ahorcado, aunque era inoçente, su jefe Miguel, llamado
el duque de Egipto. El cuento de Arnim comienza con este triste
acontecimiento. Los zíngaros han bajado del cadalso a su duque
muerto; le han colocado el rojo manto de príncipe sobre la espal
da, le han puesto la corona de plata en la cabeza y lo han arrojado
a las aguas del Escalda, plenamente convencidos de que el río
compasivo le llevará a su patria, al querido país de Egipto. La
pobre princesa Isabel, su hija, no sabe nada de esa espantosa
historia. Vive sola en una casa en ruinas, a orillas del Escalda.
Una noche oye a las ondas murmurar de una manera extraña,
y ve, de repente, a su padre medio fuera del río; está pálido y
204 ALEMANIA

amoratado, cúbrele la vestidura purpúrea de los muertos, y


luna proyecta su triste claridad sobre la corona de plata que brill
en su cabeza. El corazón de la pobre niña está a punto de estalla
pretende en vano retener el cuerpo de su padre que flota apac
blemente hacia el hermoso Egipto, donde se espera su llegad
para sepultarle con arreglo a su rango, bajo una de las mayore
pirámides. Nada hay más conmovedor que la fúnebre comid
con que la hija honra la memoria de su padre. Extiende un vel
blanco sobre una gran piedra en el campo; coloca manjares
vino, y come solemnemente. El excelente Arnim es siempre tie
no cuando nos habla de los zíngaros, a los cuales ha dedicad
una compasión constante en varias de sus obras, entre otras e
la conclusión del Cuerno maravilloso, donde pretende que debe
mos a los gitanos inmensos beneficios, y sobre todo, la mayo
parte de nuestras medicinas. Nosotros les hemos pagado con in
gratitud y crueles persecuciones. Se lamenta de que todo su amo
hacia nosotros no les haya valido una patria, y los compara, desd
ese punto de vista, a los enanos de que habla una de nuestra
leyendas, que llevaban todo lo que era necesario para los festi
nes de sus enemigos, pero a los que se golpeó y se arrojó de
país a causa de algunos guisantes que cogieron en un campo
Fue un triste espectáculo ver a todos esos pequeños seres galopa
sobre el puente durante la noche, desfilar como un rebaño d
ovejas, y obligados, al partir, a depositar cada uno de ellos un
moneda.
La traducción de Isabel de Egipto no sólo serviría para dar
los franceses una idea de las composiciones de Arnim, sin
que les demostraría también que todas las terribles, espantosas
crueles y fantásticas historias que se han inventado con tanto tra
bajo en estos últimos tiempos, no son, comparadas a las produc
ciones de Arnim, sino los sueños de color de rosa que tiene por
la mañana una bailarina de la Opera. Todas las historias de
espectros francesas juntas no reúnen tantas ideas que hagan es
tremecer como las que se encuentran en cierta carroza que Arnim
hace viajar de Brake a Bruselas, en la que estaban sentados, und
cerca de otro, los cuatro personajes siguientes:
19 Una vieja gitana, que es bruja al mismo tiempo. Se pa
POETAS ROMÁNTICOS 205

ze al más bonito de los siete pecados capitales, y brilla en un


agnífico traje de brocado de oro y seda.
2º El señor Piel de Oso, un muerto que ha dejado la tumba
ra ganar algunos ducados, y que se ha comprometido por siete
os en calidad de criado. Es un gran cadáver que lleva una
vita de piel de oso blanco, bajo la cual se hiela.
39 Un golem, a saber: una figura de arcilla, que se ha petri
ado en la forma de una mujer bonita, y que se comporta como
a mujer bonita. Sobre su frente, oculta bajo los bucles de ne
os cabellos, está escrita con caracteres hebraicos la palabra ver
d, y cuando se la borran cae inanimada la figura y se convierte
arcilla.
49 El feld-mariscal Cornelio Nepote, que no es pariente del
lebre historiador de ese nombre, y que no puede decirse que es
origen burgués, porque es por nacimiento una raíz, una raíz
e se llama mandrágora. Esta raíz crece bajo el cadalso, allí
onde hayan corrido las lágrimas equívocas de un ahorcado. Dio
grito espantoso cuando la bella Isabel le arrancó de la tierra a
edianoche. Esta planta parece un enano, solamente que no tiene
os, ni boca, ni cabellos. La encantadora joven le puso en el
stro dos granos de cebada y una flor roja de rosal silvestre, con
s que aparecieron ojos y boca, después esparció un poco de
ijo por la cabeza del hombrecillo y brotaron cabellos, un poco
scos en verdad. Meció al monstruo en sus blancos brazos; cuando
oraba como un niño le besaba tan fuerte con sus labios de color
e rosa, que a poco le saltaba los ojos de granos de cebada, y le
imó de tal modo, que él quiso ser feld-mariscal a toda costa.
e preciso ponerle ese brillante uniforme y conferirle ese noble
culo: era lord Wellington en persona.
¿No son cuatro personas bien distinguidas? Aunque saquéis
Morgue, los Charniers, la Corte de los Milagros y todas las
proserías de la Edad Media, no reuniríais una compañía tan
ena como la que se encuentra en ese solo carruaje, rodando
bre el camino de Bruselas. ¡Oh espirituales franceses, habréis
e reconocer que lo terrible no es vuestro género, y que Francia
o es suelo propicio para producir espectros de esa naturaleza!
uando vosotros evocáis a los fantasmas no podemos menos de
206 ALEMANIA

reírnos. Sí, nosotros que sabemos permanecer serios en frent


de vuestras más alegres ocurrencias, nos entregamos a la má
loca alegría al leer vuestras historias de aparecidos, porque vues
tros aparecidos son siempre espectros franceses. ¡ Espectro fran
cés! ¡qué contradicción la de esas palabras! ¿Cómo es posible qu
un francés se convierta en un espectro, ni cómo puede un espec
tro existir en París, en el hogar de la sociedad europea? Entr
las doce y la una de la noche que es, de siempre, la hora desig
nada a los espectros, discurre aún por las calles de París la vid
más animada; en ese momento es cuando repercute en la Óper
el brillante final; alegres bandas salen de Variedades y del Gim
nasio, y todo ríe y salta en los bulevares, y todo el mundo corr
a las reuniones. ¡ Qué desgraciado se encontraría un pobre es
pectro entre esa animada multitud! Y ¿cómo un francés, au
cuando estuviese muerto, podría conservar la gravedad necesari
a su oficio de aparecido, cuando la alegría popular le rodeara e
todas partes? Si realmente hubiera espectros en París, estoy con
vencido que los franceses, sociables como son, se unirían entr
ellos mismos en su calidad de aparecidos, y pronto se formaría
reuniones de espectros, se establecería un café de los muertos
un diario de muertos, una revista de París muerta y se recibiría
invitaciones para veladas de muertos donde se haría música.
Seguro estoy de que los muertos se divertirían mucho e
París, mucho más de lo que los vivos se divierten entre nosotros
En cuanto a mí, si supiese que se podía existir en París en calida
de espectro, ya no temería a la muerte. Me limitaría a tomar mi
medidas para ser enterrado en el Père Lachaise, a fin de pode
hacer mis apariciones en París entre las doce y la una de la noche
¡Qué hora tan deliciosa! Y vosotros, compatriotas míos, cuando
vayáis a París después de mi muerte, y veáis a mi espectro corre
de noche por las calles, no os espantéis; no seré un aparecido
terrible conforme al triste estilo alemán, sino un espectro pari
siense que vuelve al mundo para divertirse. SUS
Pobres escritores franceses que evocáis fantasmas; me hacéis
el efecto de niños que se ponen caretas para asustarse unos a
otros. Son caretas horribles, pero a través de los agujeros se ven
las alegres miradas de los niños. Nosotros, al contrario, mostra
POETAS ROMÁNTICOS 207

s algunas veces ojos de muerto a través de una simpática


eta juvenil. Esto es lo que vuestros antiguos escritores com
endieron perfectamente, y lo que vosotros, los escritores mo
nos, concluiréis también por comprender. Dejadnos a los ale
nes todos los horrores del delirio, los sueños de la fiebre y el
no de los espíritus. Alemania es un país propicio para las
jas viejas, las pieles de osos muertos, los golems de todo sexo,
sobre todo para los feld-mariscales como el pequeño Cornelio
pote. Únicamente al otro lado del Rin pueden reinar los es
ctros. Francia no será jamás su país. Cuando me pongo en
nino para venir a Francia, mis espectros me acompañan hasta
frontera. Allí se despiden tristemente de mí, pues la vista
la bandera tricolor disipa los espectros de toda especie.
¡Ah!, quisiera establecerse sobre la flecha del campanario
Strasburgo, teniendo en una mano una bandera tricolor que
tase hasta Francfort. Creo que al extender esa bandera bendita
ore mi querida patria, y pronunciando las verdaderas palabras
exorcismo, las brujas viejas saldrían volando sobre sus palos de
coba, la fría raza servil de las pieles de oso se volvería a la
mba, los golems se convirtirían en polvo, el feld-mariscal Cor
lio Nepote regresaría al lugar de su procedencia y toda la
arición se desvanecería para siempre.

VI

n difícil es escribir la historia de la literatura como la historia


tural. En una y en otra ciencia no se preocupan sino de los
nómenos más salientes. Pero el vaso de agua más pequeño
ntiene todo un mundo de animalillos maravillosos que atesti
an la omnipotencia de Dios tan bien como las bestias más
ormes, y el más insignificante almanaque de las musas con
ene una cantidad de poetitas, que, a los ojos del aficionado, son
n nerviosos como los elefantes de la literatura. ¡ Dios es grande!
Y la mayor parte de los historiadores de las bellas letras no
cen de la historia de la literatura sino un jardín zoológico
onde todo esté perfectamente rotulado, donde podamos ver en
ulas separadas los mamíferos épicos, los pájaros líricos, los
208 ALEMANIA

autores dramáticos de agua dulce, los prosistas anfibios, los mo


luscos humorísticos, etc. Otros, por el contrario, tratan dogmá
ticamente la historia de la literatura: hablan de los sentimiento
primitivos de la humanidad que se han formado, cultivado en la
diferentes épocas y que han concluido por revestir una forma
artística. Estos señores comienzan ab ovo como los historiadores
que hacen salir del huevo de Leda toda la guerra de Troya. ¡Ri
dículo sistema! Porque estoy convencido de que, aun cuando se
hubiese hecho una tortilla con el huevo de Leda, no por es
Héctor y Aquiles hubieran dejado de combatir menos valerosa
mente delante de la puerta de Laca.
Los grandes hechos y los grandes libros no deben su naci
miento a esas mil causas pequeñas e insignificantes; son produc
to de la necesidad. Existen relaciones con las revoluciones celes
tes, y quizá sean las influencias solares, planetarias y astrales la
causa de que germinen en el globo. Los hechos no son más que
los resultados de las ideas ... ¿Pero de dónde procede que en
ciertas épocas ciertas ideas se apoderan de los hombres tan pode
rosamente que transforman su vida entera, con sus alegrías y su
penas, y reforman al mismo tiempo la expresión artística de su
pensamiento, el estilo?
Quizá haya llegado el momento de escribir una astrología
literaria y de explicar la aparición de ciertas ideas o de cierto
libros mediante la constelación de las estrellas.
¿O será que la llegada de ciertas ideas responde a las necesi
dades momentáneas de los hombres? ¿Buscan siempre las idea
que legitiman sus ideas presentes? En efecto; los hombres, a
juzgar por sus resortes íntimos, son todos unos doctrinarios. Sa
ben siempre hallar una doctrina que justifique su renuncia o su
deseo. En los días malos de negro ayuno, en los que la alegría
es casi inaccesible, se inclinan ante el dogma de la abstinencia, y
pretenden que las uvas de este mundo están demasiado verdes
Cuando llegan mejores tiempos, en los que las gentes tienen a su
alcance los más hermosos frutos de la tierra, entonces veis apare
cer una doctrina más alegre que reivindica todas las dulzuras de
la vida y el derecho inalienable al placer.
¿Nos aproximamos ya al fin del joven cristiano? ¿Alcanzamos
POETAS ROMÁNTICOS 209

a riente edad de la alegría? ¿Nos ilumina ya con sus primeros


res? ¿Cómo transformará el porvenir la alegre doctrina?
Es en el corazón de los escritores de una nación donde reposa
nagen de sus destinos futuros, y el crítico que disecara a uno
nuestros nuevos poetas alemanes con un escalpelo bastante
do, podría fácilmente profetizar del estado de sus entrañas,
in la manera de los antiguos sacrificios paganos, cuál ha de
la suerte de Alemania en el porvenir.
Con verdadero placer disecaría, Calchas literario, bajo mi crí
I a algunos de nuetros jóvenes poetas, si no temiera ver en
entrañas muchas cosas sobre las cuales no me gustaría pro
ciarme en estos momentos. Porque no se puede hablar de
stra literatura alemana sin entrar en el terreno de la política.
Francia, donde los escritores tratan de alejarse de la política
aún de lo que fuera menester, puede juzgarse de los bellos
ritus del día sin decir una palabra sobre los asuntos del día.
5 al otro lado del Rin los mejores autores se arrojan ciega
te en el movimiento político, del que han estado apartados
ante mucho tiempo. Vosotros hace cincuenta años que estáis
pie y conmenzáis a cansaros. Pero nosotros, que hasta ahora
ábamos una vida sedentaria, sentados en nuestro gabinete de
ajo , ocupados en desarrollar los sistemas de una filosofía tras
dental o en comentar los libracos de la antigüedad, sentimos
ecesidad de hacer un poco de ejercicio. La misma razón que
= arriba he indicado, me impide hablar, como lo merece, de
autor a quien madame de Staël no ha hecho más que rozar
ramente y que, desde los espirituales artículos de Filareto
esles, ha llamado particularmente la atención del público fran
Hablo de Juan Pablo Federico Richter, a quien se" ha llamano
Unico; excelente denominación que hasta ahora no se ha apre
lo debidamente, después de haber buscado en balde el lugar
la historia literaria en que había de colocarle. Cuando em
ó era contemporáneo de la escuela romántica, sin que por eso
ase en ella la menor parte; a continuación tampoco comunicó
I la escuela artística de Goethe. Está completamente aislado en
época, precisamente porque, al contrario de las dos escuelas, se
entregado por completo a su época con el corazón saturado
210 ALEMANIA

por ella. Su corazón y sus escritos son una sola cosa. Esta cuali
dad, esta unidad la encontramos también en muchos de los jó
venes escritores de la Alemania actual, que han sido designados
con más o menos razón, con el nombre de Joven Alemania. Tam
poco ellos quieren hacer ninguna diferencia entre su vida y su
escritos, no separan la política de la ciencia, el arte de la religión
son al mismo tiempo artistas, tribunos y apóstoles.
Sí, digo apostoles, y no acertaría a designarles con nombr
más característico. Adquieren en una nueva creencia una pasión
que no presentían en manera alguna los escritores de épocas an
teriores. Esa pasión es la fe en el progreso, fe que ha nacido de
la ciencia. Hemos medido el país, pesado las fuerzas de la inteli
gencia, contado los medios de la industria, y he aquí lo qu
hemos encontrado: La tierra es bastante grande; todos tiener
sitio para construir en ella la cabaña de su felicidad. Esta tierr
puede alimentarnos a todos, si queremos trabajar, en vez de vivi
a expensas los unos de los otros. Entonces será inútil predicar e
cielo a los pobres para no hacerles envidiar la dicha de los ricos
Verdad es que el número de los que poseen esa ciencia y esa f
no es muy grande, pero ha llegado el tiempo en que los pueblo
cuentan menos con el número de cabezas que con el valor de lo
corazones. He dicho que Juan Pablo precedió a esos jóvenes es
critores del progreso en Alemania en su tendencia política y so
cial. Pero estos nuevos autores han sabido, sin perder la tendencia
práctica de Juan Pablo, separarse de la confusión abigarraday
de los grotescos giros de su estilo que tan difícil es de apreciar
Es imposible a un cerebro francés claro y bien ordenado formars
una idea de ese estilo de Juan Pablo. El edificio de sus período
está compuesto de toda especie de cuartitos, de tal manera estre
chos, que cuando se encuentran dos ideas, corren el riesgo de
tropezarse. A lo alto, en el techo, no hay sino ganchos donde
Juan Pablo cuelga toda clase de pensamientos, mientras que en
las paredes hay mil secretos cajones donde esconde los senti
mientos. Ningún escritor alemán es tan rico como él en pen
samientos y sentimientos, pero no les deja llegar a su madurez
y la riqueza de su espíritu y de su corazón no causan más asom
bro que alegría. Pensamientos y sentimientos que se moverían
POETAS ROMÁNTICOS 211

no árboles gigantescos, si los dejara echar raíces y extenderse


todas sus ramas, sus flores y sus hojas, los arranca del suelo
ndo apenas son arbustos y hasta sencillos gérmenes, y he aquí
e os presenta como un plato de legumbres ordinarias todas
s futuras selvas. Y esto forma un manjar singular poco dige
le, porque no todos los estómagos están en disposición de
erir esa cantidad de encinas, tilos, juncos, cedros, palmeras y
tanos en flor. Juan Pablo es poeta y también algo filósofo, pero
se puede ser menos artista que él en sus escritos. Ha dado a
en sus novelas figuras verdaderamente poéticas, pero todas
as creaciones traen a remolque un cordón umbilical de fabu
à longitud, se enredan en sus nudos y se estrangulan. En vez
pensamientos nos da, por decirlo así, su mismo pensar. Asis
os a la formación material de sus ideas, a la acción cerebral
su espíritu, ofrece a los lectores más bien su cerebro que su
samiento. Es el más alegre y al mismo tiempo el más senti
ntal de los escritores; sí, el sentimentalismo le domina siempre
u risa se trueca a menudo en lágrimas. Oculta algunas veces
grandeza de alma bajo los harapos de un perdido vulgar; des
És, de repente, como los príncipes de incógnito que vemos en
ena, se desabotona su grosero abrigo y entonces vemos brillar
su pecho la estrella de los príncipes.
En esto se parece Juan Pablo al gran irlandés, con quien fre
ntemente se le ha comparado. Cuando se pierde en las trivia
edes más groseras, el autor de Tristram Shandy sabe también
sublimes transiciones recordarnos su dignidad real, su noble
gen, su parentesco con Shakespeare. Como Laurence Sterne,
n Pablo nos entrega toda su personalidad, como él se muestra
el más completo abandono, pero, sin embargo, con cierto
lico sentimiento, sobre todo en lo que se refiere a las relacio
sexuales. Sterne se presenta al público completamente desnu
mientras que Juan Pablo no tiene sino grandes rotos en el
talón; su desnudez es más bien ridícula que ideal. Sin razón
nsan algunos críticos que Juan Pablo ha poseído más verda
os sentimientos que Sterne, porque éste, en cuanto su humour
nza una altura trágica, cae sin transición alguna en el tono
s cínico; mientras que Juan Pablo, por poco seria que se haga
212 ALEMANIA

la broma, comienza a llorar y poco a poco deja caer suavemen


sus lágrimas gota a gota. No, Sterne siente más profundament
aún que Juan Pablo porque es un gran poeta. Es, como ya lo b
dicho, de la misma estirpe que Shakespeare y también él ha sid
educado en el Parnaso por las nobles señoritas de esos lugare
las musas. Pero como lo hacen siempre las mujeres, le han m
mado y echado a perder pronto. Era el hijo querido de la pálid
diosa de la tragedia. Un día, en un acceso de cruel ternura, 3
besó en el corazón con tanta pasión, con amor tan delirante, qu
ese tierno corazón comenzó a sangrar y comprendió en un m
mento todos los dolores del universo; el tierno corazón del poet
llenóse desde entonces de una inefable conmiseración . Pero
hija menor de Mnemosina, la gentil diosa de la alegría, acudi
al punto con sus alegres remedios y tomó en sus brazos al dolo
rido niño. Trató de calmarle con sus risas y sus cantos, le dio par
jugar su careta cómica y sus cascabeles de la locura; y posand
sobre sus labios un apretado beso, le dotó de toda su ligerez
todo su loco aturdimiento, toda su charla desvergonzada. Y desd
este tiempo el corazón y los labios de Sterne estuvieron en singu
lar desacuerdo. Cuando su corazón se llena algunas veces con la
más trágicas emociones, y desea expresar los dolores más profun
dos, entonces, con gran sorpresa suya, se escapan de sus labio
las palabras más alegres y más bufonescas. ¡ Pobre Yorik!

VII

El pueblo creía que allí donde se había de construir un edificio


era preciso inmolar alguna criatura viva y enrojecer con su sangr
la piedra fundamental, lo que hacía que el edificio fuese indes
tructible. ¿Era la antigua superstición pagana que creía compra
el favor de los dioses con esos sangrientos sacrificios, o era una
falsa interpretación de la doctrina cristiana de la redención, l
que dio renacimiento a esa creencia en el poder maravilloso de
la sangre, con la santificación de la sangre? El caso es que esa
creencia sanguinaria reinaba en todas partes, y en las cartas y
tradiciones populares encontramos varias horribles historias de
niños y de animales cuya sangre inundó grandes construcciones
POETAS ROMÁNTICOS 213

Hoy la humanidad tiene mejor sentido. Ya no creemos en el po


der maravilloso de la sangre lo mismo la de un gentilhombre
que la de un dios, y la gran masa no tiene fe sino en el dinero.
¿Pero en qué consiste la religión de hoy? ¿hace el dinero a dios
o dios al dinero? Es igual: el dinero es el único culto actual. No
hay más que metal hecho moneda, con hostias de oro y plata a
as que el pueblo atribuye una virtud milagrosa. El dinero es el
principio y el fin de todas las obras de los hombres de hoy, y
cuando tienen que edificar un gran monumento, tienen mucho
tuidado en depositar sobre la piedra fundamental algunas mo
nedas de plata de todas clases encerradas en una caja. Así como
en la Edad Media descansaban en la virtud de la sangre todos los
edificios, lo mismo los de piedra que los del espíritu, la Iglesia y
el Estado, así hoy nuestras constituciones e instituciones no tienen
otro fundamento que el dinero y sólo el dinero. El culto sangui
nario de la Edad Media era una superstición; la religión del di
nero contante, que hoy vemos, es el egoísmo. La razón destruyó
lo primero, el sentimiento destruirá lo segundo. Algún día será
mejor el fundamento de la sociedad humana; a todos los grandes
corazones de Europa les urge la necesidad de esa nueva base.
Quizá el deseo a la religión del dinero llevó en Alemania a
algunos poetas de la escuela romántica a buscar en el pasado un
refugio contra el presente y a favorecer la restauración de la
Edad Media. A esa clase pertenecían los poetas de los que he
hablado separadamente en el libro quinto, después de haber tra
tado en el anterior de la escuela romántica en general. A causa
de su importancia histórico-literaria y por su valor intrínseco, es
por lo que he hablado en detalle de esa escuela cuyo fin y esfuer
zos eran comunes a todos sus descípulos . Por eso se engañarán
sobre mis intenciones si hablo tarde y sobriamente de Zacarías
Werner, el barón de Lamotte-Fouqué y Luis Uhland. Estos tres
escritores exigen, por su mérito, ser tratados más en detalle y
celebrados con más extensión que aquellos en los que hasta ahora
me he ocupado, porque Zacarías Werner fue el único autor dra
mático de la escuela cuyas obras han sido representadas y aplau
didas por el público. El barón Lamotte es el único épico de la
escuela cuyas novelas hayan interesado a todo el público, y Luis
214 ALEMANIA

Uhland es el único lírico de la escuela cuyas concesiones hayar


penetrado en las masas y viven aún en boca de sus contem
poráneos.
Bajo este aspecto, estos tres poetas son superiores a Lui
Tieck, a quien he alabado como uno de los mejores escritore
de la escuela; aunque el teatro haya sido su pasión favorita,
que desde su infancia hasta el día esté ocupándose de los cómico
y de sus menores detalles, jamás ha sabido crear un drama qu
conmoviese al público como lo hace con los suyos Zacarías Wer
ner. Siempre ha necesitado Tieck un público íntimo, una sal
casera, a quien declamar sus versos en persona, y con cuyos aplau
sos pudiese contar. Y mientras el barón de Lamotte-Fouqué era
leído con el mismo placer por la duquesa y la planchadora
brilla como el sol en los gabinetes de lectura. Tieck no era má
que una lámpara luminosa en una velada donde se tomaba
y donde los invitados, iluminados suavemente, aspiraban el té
la poesía con una calma perfecta, oyendo la lectura de las com
posiciones de Tieck. Mientras que los Lieder de nuestro excelent
Uhland repercutían en los bosques y valles, mientras que todaví
son vociferados en coro por los estudiantes y acariciados por la
tímidas jóvenes de ojos azules, ni un solo Lied de Tieck ha pene
trado en nuestras almas, no ha pasado de nuestros oídos. El pú
blico no conocía ni un solo Lied del gran poeta lírico.
Zacarías Werner nació en Koenigsberg, en Prusia, el 18 de
noviembre de 1766. Sus relaciones con los Schlegel fueron de
simpatía, pero no personales. Lejos de ellos, comprendió lo que
querían e hizo lo posible para escribir en su sentido; pero no
podía entusiasmarse más que parcialmente por la restauración de
la Edad Media, no celebró sino un aspecto de ella: la jerarquía
católica. Su compatriota Hoffmann, en los Cofrades Serapicen
nos ha dado acerca de esto una explicación notable. Refiere que
la madre de Werner estuvo trastornada y que, durante su emba
razo, se había figurado que era la madre de Dios, y que iba a
parir al Salvador del mundo. El espíritu de Werner, durante toda
su vida, llevó la indeleble señal de esa demencia religiosa. Reina
en todas sus composiciones el más espantoso fanatismo religioso.
Una sola, El 24 de febrero, es una excepción, pertenece a las
‫د‬
‫ش‬
POETAS ROMÁNTICOS 215

oducciones mejores de nuestra literatura dramática. Más que


dos los otros dramas de Werner, ha despertado aquél en la es
na el mayor entusiasmo. Sus otras obras han agradado menos
las masas, porque con todo su vigor dramático, el poeta igno
ba completamente los conocimientos tradicionales del teatro.
El biógrafo de Hoffmann, el consejero Hitzig, ha escrito
mbién la vida de Werner. Es un trabajo concienzudo y tan
teresante para el filósofo como para el historiador literario.
gún me han dicho últimamente, Werner ha pasado algún
empo en París, donde le divertían mucho los bonitos peripaté
cos que, con brillantes atavíos, recorrían antes las galerías del
lacio real. ¡ Esa fue la buena época! ¡ Ay! ¡Cómo ha cambiado
palacio real! La última chispa del placer se extinguió en el
razón del pobre hombre; se hizo taciturno y entró en Viena
à la orden de los Ligurios; allí, en la catedral de la metrópoli,
edicó sobre la nada de los placeres humanos; habíase conven
do de que todo era vano en la vida. El cinturón de Venus, decía,
O es más que una serpiente venenosa, y la gran Juno, bajo su
anca túnica, lleva unos pantalones de piel amarilla como los
stillones. El padre Zacarías se mortificaba, ayunaba, y predi
ba contra la ceguera de nuestros placeres mundanos. La carne
tá maldita, gritaba tan alto y con acento prusiano tan acentuado
rudo que las estatuas de los santos temblaban en sus bases, y
s encantadoras grisettes vienesas se morían de risa. Además
la importante novedad de que son vanidad las cosas de aquí
ajo, contaba sin cesar que eran un gran pecado. Considerándole
cerca, ese hombre ha sido siempre consecuente consigo mismo,
lamente que cantó al principio lo que no practicó sino después.
os héroes de la mayoría de sus dramas son ya enamorados llenos
abnegación monacal, voluptuosos ascéticos que han descu
erto en la abstinencia un refinamiento del placer, que espiri
aliza la necesidad de goces con el martirio de la carne, que
scan en las maceraciones del misticismo religioso las más terri
es beatitudes, y que merecen el nombre de santos astutos.
Werner sintió, poco tiempo antes de su muerte, la necesidad
- la composición dramática, y escribió una última tragedia titu
Ha: La madre de los Macabeos. Aquí no se trataba de festonear
3

216 ALEMANIA

con pámpanos de la poesía romántica, la profana seriedad de l


vida. Así, para tratar este santo asunto, escogió un ampulos
tono sacerdotal, mídense los ritmos solemnemente y se muever
con lentitud como una procesión de Viernes Santo, acompañad
de campanas. Es una leyenda de Palestina con la forma de la
tragedias griegas. La obra que tuvo poco éxito entre los de aqu
abajo, agradará más a los ángeles del cielo.
Pero el padre Zacarías murió poco tiempo después, a prin
cipios del año 1823, después de haber errado cincuenta y cuatr
años sobre esta tierra de pecados.
Mas dejémosle en paz y volvámonos hacia el segundo poeta de
triunvirato romántico, el excelente barón Federico de Lamotte
Fouqué, nacido en la ciudad de Brandeberg, hacia el año 1777 )
nombrado profesor de la Universidad de Halle, en 1833. Antes
había sido Mayor al servicio del rey de Prusia. Pertenecía a los
poetas héroes, cuya lira y cuya espada repercutieron con esplen
dor en la llamada guerra de la libertad. Su laurel es de mejor
ley que el de los Tirteos contemporáneos. Es un verdadero poeta
y la aureola de la poesía reposa sobre su frente.
Pocos han sido los poetas que hayan tenido una acogida tar
benévola. Aun hoy tiene lectores en el público de los gabinetes
de lectura, pero ese público es bastante numeroso, y L. Fouqué
puede enorgullecerse de ser el único escritor de la escuela ro
mántica cuyas composiciones hayan gustado a las clases inferiores
Mientras que en Berlín, en las veladas estéticas, se mofaban del
caballero que cayó tan bajo, encontré en una pequeña ciudad
del Flou, una joven de belleza maravillosa que hablaba de Fouqué
con un entusiasmo encantador, y ruborosa confesaba, que daría
gustosa un año de su vida por un beso del autor de la Ondina.
Y esa joven tenía los labios más bonitos que haya visto yo.
¡Qué deliciosa poesía es la Ondina! También ella es un beso
El genio de la poesía besa la frente de la primavera adormecida.
Esta abre los ojos sonriendo, y todas las rosas se abren, y todos
los ruiseñores cantan, y todo lo que decían el perfume de las
flores y el murmullo de los ruiseñores, lo ha revestido con pala
bras el excelente Fouqué y la llamó Ondina.
No sé si está traducido al francés este cuento. Es la historia
POETAS ROMÁNTICOS 217

le una hermosa hada de las aguas que no tenía alma, y que reci
pió una porque se enamoró de un hombre. Pero ¡ ay! con esa alma
conocía todos nuestros humanos dolores: como buen esposo, el
hermoso caballero la fue infiel, y con un beso, ella le dio la
huerte; porque la muerte en este libro no es tampoco más que
an beso..
Se podría considerar esa Ondina como la musa de Fouqué.
Aunque sea inefablemente hermosa, aunque sufra como nosotros
y se incline bajo el peso de nuestras penas terrestres, no es una
criatura humana. Nuestra época rechaza a todas las hijas del aire
7 del agua, aun las más bonitas; pide imágenes reales de la vida, y
lo que más le repugna son las hermosas mujeres-fantasmas que se
enamoraron de nobles caballeros. He aquí lo que sucedió: esas
tendencias retrógadas, esas alabanzas continuas en honor de la
nobleza, la incesante glorificación de los buenos tiempos antiguos,
el eterno panegírico del feudalismo, todo eso disgustó al fin a los
sabios burgueses del público alemán y se apartaron del rancio
poeta. La verdad es que esa incesante letanía de hacaneas, pala
dines, castellanos, señoritas, enanos, escuderos, monjes, trovado
res y toda la gente medieval acabaron por cansarnos, y lo mismo
que el ingenioso hidalgo de la Mancha, el pobre Lamotte se abis
mó cada vez más en sus libros de caballería, y perdió de vista
las ideas del presente por el recuerdo del pasado. Hasta sus me
jores amigos se vieron obligados con lástima a separarse de él.
No es posible leer las últimas obras que escribió el desgra
ciado barón. Los defectos de sus primeras composiciones se llevan
hasta el límite. Los caballeros que había creado, en su mejor
período, no eran sino hierro y sentimiento, pues no tenían ni
razón ni buen sentido. Las mujeres no son sino muñecas, cuya
dorada cabellera desciende con gracia sobre sus rostros rosados.
Como las novelas de W. Scott, los cuentos de caballería de Fou
qué nos recuerdan los enormes tapices de grueso paño, que inte
resan a nuestra vista más que a nuestra alma por la abundancia
de figuras y la magnificencia de su colorido. Se ven allí torneos, 1
juegos pastoriles, funciones de iglesia, duelos, etc.; todo esto
arreglado de una manera rica, variada y fantástica, pero super
ficial y sin sentido profundo.
218 ALEMANIA

Entre los imitadores de Fouqué, como entre los de Scott, esta


manera de pintar al exterior y los trajes, en lugar de la naturalezari
íntima, se manifiesta de una manera más deplorable aún. Estel
género fácil y vacío pulula hoy en Alemania, lo mismo que en
Inglaterra y en Francia, y aunque esas composiciones no glorifi
can ya el tiempo de la caballería y se dedican a tratar asuntos !
modernos, su procedimiento continúa siendo el mismo, pues no
toma de los fenómenos de la vida sino lo accidental, en lugar de
representar lo esencial. En vez del corazón humano, nuestros mo
dernos hacedores de novelas no conocen sino el viejo disfraz
de los hombres, sus vestidos más o menos usados. No sucedía esto
en los antiguos novelistas, sobre todo en los ingleses. Richardson:
nos ofrece la anatomía de los sentimientos; Goldsmith trata en
moralista los movimientos del corazón de sus héroes. El autor
de Tristram Shandy nos revela las profundidades más recónditas
del alma, nos permite echar una mirada en sus abismos, sus pa
raísos, sus infiernos, y de repente deja caer el telón. En cuanto a
Fielding, nos conduce inmediatamente detrás de bastidores, nos
enseña los afeites con que se colorean los sentimientos, los resor
tes más burdos, las acciones más delicadas, los polvos sulfurosos
que de repente despedirán relámpagos, la varita mágica que aún
reposa apaciblemente, y que después evocará, con el estruenda
del trueno, las más violentas pasiones. En una palabra, nos ense
ña todo el mecanismo interior, esa gran mentira con la cual los
hombres nos parecen otros, y por la que perdemos toda la alegre
ilusión de la vida. Pero ¿por qué escoger entre los ingleses
cuando el mismo Goethe en su Wilhelm Meister nos ha dejado
el mejor modelo de una novela?
Es considerable el número de las novelas de Fouqué; es u
escritor de los más productores. El anillo encantado y Teodolfe
el irlandés merecen, sobre todo, una atención particular. Los dra
mas en verso que no están destinados a la escena, contiener
grandes bellezas. Sigurd el matador de dragones es una obra atre
vida, donde los genios heroicos de la antigua Escandinavia s
reflejan con todo su mundo de gigantes y hechiceros. El perso
naje principal del drama, Sigurd, es una creación monstruosa
Este héroe es fuerte como una roca de Noruega e impetuos
POETAS ROMÁNTICOS 219

omo el mar que la rodea. Tiene el valor de cien leones y la


nteligencia de un par de asnos.
M. Fouqué ha compuesto también Lieder, que son la gracia
nisma; son tan ligeros, tan coloreados, tan brillantes, tan gra
iosos, que parecen picaflores líricos.
Pero el verdadero poeta de los Lieder es Luis Uhland, nacido
In Tubingen en 1787. Vive actualmente en Stuttgart ejerciendo
le abogado. Este autor ha escrito un volumen de poesías, dos
ragedias y un tratado sobre los trovadores.
Walls Se llaman las tragedias Luis el bávaro y Ernesto de Suecia.
No he leído la primera, y tampoco he oído decir que sea la me
For. La segunda contiene bellezas de primer orden, y ejerce un
gran encanto por la nobleza de los sentimientos y la dignidad
le sus tendencias.
3 La antigua fidelidad alemana; he aquí el asunto del drama,
y nosotros la vemos allí fuerte como una encina desafiar todas
las tempestades. En lontananza florece, visible apenas, un amor
alemán, cuyo perfume, suave como el de las violetas, os penetra
en el corazón con más intimidad que fuerza. Este drama, o mejor,
esta poesía, tiene pasajes que pueden figurar entre las perlas de
la literatura; pero el público de los teatros acogió ese drama con
indiferencia y no se volvió a representar. No quiero censurar
mucho al público de los teatros, el cual tiene ciertas necesidades
que deseo ver satisfechas por el poeta. Las producciones del autor
deben responder a las exigencias del público. Éste se parece mu
cho a aquel beduino hambriento que en medio del desierto creyó
haber encontrado un saco de guisantes, lo abre precipitadamente,
pero jay! no son más que perlas. El público devora con volup
tuosidad los guisantes secos de M. Raupach y las habas de ma
dame Birch-Pfeifer, pero no le gustan las perlas de Uhland.
Como es muy probable que los franceses ignoren quiénes son
esa señora y ese caballero, debo advertirles que forman una pa
reja divina como Diana y Apolo, y son los dioses más venerados
en nuestros templos del arte dramático. El es tan digno de ser
comparado a Apolo como la gacela señora puede tener preten
siones al título de Diana. En cuanto a su posición social, esta
Febea tudesca, es cómica en el teatro Imperial de Viena, y el
220 ALEMANIA

Apolo ocupa en Berlín el empleo de poeta del teatro de S. M


el rey de Prusia. La primera ha compuesto ya una infinidad de
dramas, donde representa los papeles principiales. Y aquí no pue
do menos de citar un hecho que parecerá extraño a los franceses:
es que un gran número de nuestros actores son poetas al mismo
tiempo y se escriben ellos mismos sus obras; se pretende que la
causa de ese siniestro es Luis Tieck. El fue quien hizo observar
en sus críticas que los comediantes podían representar mejor una
obra mála que una buena. Basándose en ese axioma los señores
cómicos se apresuraron a tomar la pluma y escribir dramas, saine
tes, comedias y tragedias. Algunas veces es difícil decir si el co
mediante escribe mal su obra a propósito para poder represen
tarla bien, o si la representan mal para hacer creer que su obra es
buena. Los cómicos y los poetas, que hasta entonces habían esta
do en buenas relaciones (poco más o menos como el verdugo y
la víctima) , se hacían abiertamente la guerra. Los actores trataban
de echar a los poetas del teatro con pretexto de que no entendían
las exigencias de las tablas, no comprendían bien los efectos dra
máticos, y que solamente ellos, los actores, habían aprendido esas
cosas con la práctica y sabían lo que se necesitaba para que agra
dase una obra. Los cómicos, o bien los artistas, como prefieren
llamarse, gustaban, por lo tanto, más de representar sus propias
obras, o al menos las de alguno de los suyos. Y en realidad estas
obras respondían a sus exigencias; allí encontraban sus trajes fa
voritos, sus poesías de color de carne, sus ingenuidades de oca
sión, sus mutis de efecto, sus gestos tradicionales, sus frases sub
rayadas, las trampas de su oficio, todo un mundo de comediantes;
un lenguaje que no se habla sino en las tablas, flores que no
germinan sino en ese suelo artificial, frutos que no maduran sino
al calor de las candilejas, una naturaleza no animada jamás por la
inspiración de Dios, sino por el apuntador, un furor que no con
mueve sino los bastidores, una dulce melancolía con acompaña
miento de flautas, una inocencia falsificada con el abismo que se
abre bajo los pasos del crimen, sentimientos de alabanza, risas
sardónicas, suspiros desgarradores, baladronadas, etc., etc.
Es así como en Alemania los actores se han emancipado de
los poetas y aun de la poesía. Únicamente permiten acercarse
POETAS ROMÁNTICOS 221

a las medianías y vigilan con cuidado para que no se deslice entre


ellos ningún poeta verdadero desfigurando su ingenio. ¡ Por cuán
tas pruebas habrá pasado M. Raupach, antes de poner el pie en
el teatro! Y aun ahora es vigilado por esos señores, y cuando por
casualidad escribe algo que no es completamente malo, vese pre
cisado a escribir una docena de míseras obras, para escapar al
ostracismo dramático. Os sorprenderá quizá la palabra “docena”,
pero no hay en ello exageración. Ese hombre sabe realmente escri
bir una docena de dramas al año y no se puede menos de admirar
esa fecundidad. Pero como lo dijo Jantjen de Amsterdam, el
ilustre prestidigitador, en sus admirables habilidades no hay he
chicería, sino nada más que ligereza.
La asociación de ideas que nace del contraste, hace que hable
de M. Raupach y de madame Birch Pfeifer, cuando podría ha
blar de M. Uhland. Pero aun cuando esa divina pareja, y menos
aún nuestra Diana que nuestro Apolo, no pertenezca a la verda
dera literatura, debía hacer mención de ella, puesto que en reali
dad representan el mundo dramático del presente.
Ahora me encuentro en un singular compromiso. No puedo
mencionar las poesías de M. Luis Uhland, sin ocuparme de ellas
con alguna extensión, y, sin embargo, estoy en una disposición
de espíritu que no es de ninguna manera favorable a este asunto.
El silencio parecería aquí cobardía cuando no perfidia, y pudiera
ser que una honrada y leal franqueza fuera interpretada como
falta de caridad. El caso es que los seides de la musa de Uhland
y los vasallos de su gloria no quedarán muy satisfechos del entu
siasmo de que hoy dispongo. Pero les ruego que tengan en cuenta
la fecha y el lugar en que escribo estas páginas. Hace veinticinco
años, cuando era adolescente, hubiera celebrado al gran Uhland
con todo apasionamiento e ingenuidad. Entonces apreciaba mejor
tal vez sus cualidades, que estaban al nivel de mi inteligencia
juvenil. ¡ Pero cuántas cosas han pasado después! Lo que tan
hermoso parecía, aquel mundo feudal y sacerdotal, aquellos hom
bres de pro que daban tan buenas estocadas, aquellos frailes y
aquellas monjas, aquellos subterráneos de castillos llenos de te
rrores misteriosos, aquel dulce repiqueteo de campanas y aquellos
eternos lamentos melancólicos, ¡ cuánto me ha disgustado después
222 ALEMANIA

todo eso! Pero no me sucedía antes lo mismo. ¡ Cuántas veces


me he sentado sobre las ruinas del antiguo castillo de Dusseldorf
en el Rin para declamar el hermoso romance de Uhland !

El hermoso pastor pasaba muy cerca, muy cerca del castillo


del rey. La jovencita hija del rey le vio desde lo alto de las alme
nas y se apoderó de ella un deseo lánguido.
Le dirigió una dulce palabra: ¡ Oh, si pudiese bajar cerca
de ti! ¡ Cómo brillan allí abajo tus blancos corderos y las floreci
llas rojas!
El jovencillo le respondió: -¡Oh, si tu pudieses bajar cerca
de mí! ¡ Cómo brillan tus brazos blancos y tus mejillas sonrosadas!
Y todas las mañanas, cuando pasa por delante del castillo, con
dulce emoción detiénese a mirar hasta que aparece en lo alto su
amada.
Entonces exclama gozoso: -Sed bien venida, hermosa hija de
rey. La dulce voz de ésta le responde : -Gracias, pastor mío.
Ha pasado el invierno, ha llegado la primavera . Las florecillas
han brotado en derredor. El pastor se dirige hacia el castillo, pero
ella no apareció .
Exclama él con acento lastimero: Sed bien venida, hermosa
hija de rey. La lúgubre voz de un espíritu le respondió: —¡Adiós,
oh tú, que fuiste mi pastor!

Cuando yo estaba sentado sobre las ruinas del viejo castillo,


declamando este romance, oía algunas veces a las ondinas del
Rin, que corre cerca, parodiar mis palabras, y suspirar bajo las
aguas con acento burlón:
La lúgubre voz de un espiritu le respondió: -Adiós, ob tú,
que fuiste mi pastor.
Yo no me dejaba turbar por esas jugarretas de las ninfas del
Rin, ni aun cuando se reían de los más hermosos pasajes de las
poesías de Uhland. Atribuíame modestamente a mí mismo esas
burlas, sobre todo al anochecer, cuando declamaba en voz alta
para vencer el misterioso miedo que me inspiraban las antiguas
ruinas. Había oído decir desde niño que por esos lugares se pa
seaba nocturnamente una mujer sin cabeza. Algunas veces me
parecía oír cerca de mí el roce de larga cola de seda, y mi cora
zón palpitaba ... He aquí el lugar y la fecha en que me entu
siasmaban las poesías de Uhland. Todavía tengo entre mis manos
ese mismo libro de poesías; pero desde entonces han transcu
POETAS ROMÁNTICOS 223

trido veinte años, y he visto mucho, he oído mucho. Todavía


creo en las mujeres sin cabeza; pero las antiguas apariciones noc
turnas no hacen ya mella en mi alma. La casa en que vivo está
situada en el bulevar Montmartre. Allí van a estrellarse y a
espumar las más agitadas olas del día. Allí se escucha vociferar
las pasiones más modernas. ¡ Se grita, se riñe, se ruge! Redobla
el tambor, la guardia nacional avanza a paso de carga, y todo
el mundo habla francés. ¿Es ése un lugar apropiado para leer las
poesías de Uhland? Acabo de recitarme tres veces la poesía an
terior, pero ya no experimento la inefable melancolía que me
sobrecogía en el lugar de la muerta hija del rey, cuando el lindo
pastor que ignora su fallecimiento, exclama con voz lastimera:
"Sed bien venida, hermosa hija de rey". Y que "la lúgubre voz
de un espíritu le respondió: -Adiós, ob tú que fuiste mi pastor".
Quizá mi entusiasmo por esa clase de poesías se ha enfriado
desde que tengo la experiencia de que hay amores mucho más do
lorosos que el amor de aquel que no posee jamás el objeto o
que le pierde por la muerte. En efecto; se sufre mucho más
cuando ese objeto amado reposa noche y día en nuestros brazos,
pero sabe atormentarnos noche y día con terca contradicción y
con caprichos continuos, hasta tal punto, que rechazamos, al fin,
lejos de nuestro corazón, a la que tanto amó ese pobre corazón,
y que nos vemos obligados a conducirla al patio de las mensaje
rías y la ayudamos nosotros mismos a subir a la diligencia para
que se vaya a pasear a su país.
"¡Adiós, hermosa hija de rey! " Sí, más dolorosa que la sepa
ración por la muerte, es la separación por la vida, como, por
ejemplo, cuando la amada, con una obstinación que tiene algo
de locura, se empeña en ir a un baile al que ningún joven ale
mán que se respete se atrevería jamás a acompañarla, y que ata
viada con un traje escotado, con volantes de mil colores y con
un peinado provocativo, se coge del brazo del primer galopín
que llega y nos vuelve la espalda.
"¡Adiós, oh tu que fuiste mi pastor!"
Quizá le haya sucedido al señor Uhland lo mismo que a nos
otros; sus inspiraciones han debido cambiar también, y con pocas
excepciones, no ha publicado nuevas poesías. No creo que esa
224 ALEMANIA

hermosa alma de poeta haya sido dotada tan pobremente por la


naturaleza, para que no haya tenido más que una sola primavera.
No; me explico el silencio de Uhland por la oposición que las
inclinaciones de su musa han debido encontrar en las exigencias
de su posición política. El poeta elegíaco que sabía cantar en sus
hermosos romances y hermosas baladas el pasado católico-feudal,
el Ossián de la Edad Media, se ha convertido, en la asamblea de
los Estados de Wurtenberg, en un celoso defensor de los derechos
del pueblo, un audaz tribuno de la igualdad civil y de la libertad.
M. Uhland ha probado la pureza y la buena fe de sus sentimien
tos democráticos y protestantes, con los sacrificios personales que
les ha hecho. Si en otro tiempo mereció el laurel de los poetas,
merece ahora, también, la corona de roble de la virtud cívica.
Pero precisamente porque es tan leal y está tan convencido de
los derechos del presente, no puede entonar ya con el entusiasmo
de antes la antigua canción de los antiguos tiempos, y como su
Pegaso era un destrero orgulloso que gustaba de caracolear en el
pasado y que se encabritaba o no daba un paso en cuanto se tra
taba de avanzar por la vía moderna, el bueno y excelente Uhland
se ha apeado y, sonriendo, ha hecho que desensillen y vuelvan
a la cuadra şu rehacia montura. Y allí se quedó hasta hoy, y como
su famoso compañero, el caballo de Bayardo, tiene todas las exce
lencias posibles y un solo defecto: el de haberse muerto.
Se pretende que ojos perspicaces han descubierto desde hace
mucho tiempo que ese orgulloso destrero con sus mantas con escu
dos y sus magníficos penachos, no siempre había estado en ar
monía con su plebeyo jinete, que en vez de botas con espuelas
de oro, no tenía otro calzado que zapatos con modestas hebillas
de acero, como un burgués de Tubinga, y cuya cabeza, en lugar
de un casco, no llevaba sino el birrete de doctor en leyes. Asegu
ran haber observado que M. Uhland no ha podido jamás ponerse
completamente de acuerdo con su asunto, que no describe en
toda su saliente verdad el colorido de la Edad Media y sus tonos
cándidos y vigorosos hasta la crueldad, sino que los descompone
más bien en una enfermiza melancolía, que suaviza los acentos
enérgicos y heroicos de las tradiciones populares del Norte para
hacerlos más apetitosos al gusto del público moderno. Y, en
POETAS ROMÁNTICOS 225

efecto, cuando se miran de cerca las mujeres de Uhland, no son


sino sombras bellas, la encarnación de un rayo de luna, que tiene
leche en las venas y en los ojos lágrimas dulces, es decir, lágrimas
sin sal. Si se comparan los caballeros de Uhland con aquellos de
los antiguos cantos, se ve que no son sino armaduras rellenas
de flores en vez de huesos y carne. Los caballeros de Uhland tie
nen también un perfume más propio de los olfatos de nuestros
días que los antiguos bravos de Germania, que llevaban pantalo
nes de hierro verdadero, comían mucho y bebían más.
Pero nada de esto constituye una censura para el señor Uh
land, que jamás ha querido mostrarnos la verdadera Alemania
de otras épocas; quizá no ha querido sino encantarnos con una
reproducción tan superficial como inofensiva, y dejar que todas
esas dulces imágenes se reflejen apaciblemente en su espíritu
crepuscular y tierno. Esto presta mayor encanto a sus poesías,
y quizá le ha valido el afecto de muchos hombres tiernos y bue
nos. Los cuadros del pasado ejercen su encanto, por descolorida
que esté la pintura; hasta los hombres que se han decidido por la
vida positiva, conservan siempre secretas simpatías a las leyendas
de los días pasados. Nos conmueven de un modo especial esos
acentos que llegan hasta nosotros como cantos de espíritus. Y se
comprenderá fácilmente que las baladas y los romances de nues
·
tro Uhland hayan encontrado tan favorable acogida, no sola
mente cerca de los patriotas de 1813, jóvenes soñadores y mu
chachas enamoradas, sino cerca también de organismos más ro
bustos y que aspiran a una nueva vida.
He añadido a la palabra patriota la fecha de 1813 para distin
guirlos de los actuales amigos de la patria. Esos antiguos patriotas
deben gozar de la manera más dulce con la musa de Uhland,
puesto que un gran número de sus poesías está imbuido por todo
el espíritu de una época en la que ellos mismos brillaban con
todo el esplendor de la juventud, y en la que florecían sus espe
ranzas primaverales. Esa simpatía hacia las poesías de Uhland la
transmitieron a sus sectarios, y la compra de un ejemplar de las
poesías uhlandianas era una obra de patriotismo para los jóvenes
que se dedicaban a los ejercicios gimnásticos establecidos enton
ces por el galófobo Jaher para regenerar el físico de la nación
226 ALEMANIA

alemana. Hallaban en Uhland poesías que ni Max de Schenken


dorf, ni Ernesto Moritz Arndt hubieran compuesto con más
acierto. Y en efecto, ¿quién era el nieto de Arminio, príncipe
de los Keruscos, y de la rubia Tusnelda, que no se hubiera
entusiasmado con esta canción de Uhland?

¡Adelante siempre y sin descanso! Rusia ha lanzado este grito


lleno de energía: ¡Adelante!
Prusia lo ha escuchado, lo ha escuchado con placer, y repite:
¡Adelante!
¡En pie, poderosa Austria! ¡ Adelante! ¡ Imita a las demás!
¡ Adelante!
¡ En pie, vieja Sajonia! ¡ Siempre adelante, dándoos la mano!
¡Adelante!
¡Baviera, Hesse, imitadlas! ¡ Suabia, Franconia, marchad al
Rin! ¡Adelante!
¡ Dios te salve, Confederación helvética, Alsacia, Lorena, Bor
goña! ¡ Adelante!
¡Adelante, España, Inglaterra! ¡ Tended la mano a vuestros
hermanos! ¡ Adelante!
¡Adelante siempre y sin descanso! ¡ Buen viento y puerto cer
cano! ¡Adelante!
¡ Adelante! ¡ He aquí el nombre de vuestro general! ¡ Adelante,
valientes vencedores! ¡ Adelante!

El general a quien alude esta canción es Blucher, el famoso


soldado.
Vuelvo a repetir que la generación de 1813 encuentra en las
poesías de Uhland el espíritu de su época conservado de la ma
nera más preciosa, y no solamente por la política, sino también
por las sentencias morales y estéticas. M. Uhland representa todo
un período, y él solo, en este momento, le representa, puesto que
los demás han caído en el olvido, y todos se resumen en realidad
en este escritor. El tono que reina en los Lieder, baladas y ro
mances de Uhland es el tono de todos sus contemporáneos román
ticos, y algunos de entre ellos lo han hecho, si no mejor, tan bien
por lo menos. Les aventaja menos por su valor poético que por
la superioridad de la forma. En efecto, poeta excelente es el ba
rón de Eichendorf. Las poesías que ha intercalado en su novela
Presentimiento y realidad no difieren en nada de las poesías de
Luis Uhland, ni aun de las mejores. Toda la diferencia consiste
POETAS ROMÁNTICOS 227

únicamente en la frescura más fértil, en la verdad más límpida


de las poesías de Eichendorf. Justino Körner, que apenas es co
nocido, merece también una mención honorífica. Ha compuesto
deliciosos Lieder. Es compatriota de Uhland; también lo es de
Gustavo Schwab, poeta más célebre, que también floreció en la
hermosa Suabia, y que todos los años nos envía aún el perfume
de lindas poesías. Tiene un tratado especial para la balada, y
canta en esta forma las leyendas del país, cuyo efecto es felicí
simo. También debe ser nombrado Wilhelm Müller, que la
muerte nos ha arrebatado en la plenitud y la serenidad de su
juventud. En la imitación de sus cantos populares, está com
pletamente al unísono con el señor Uhland, y me parece que en
ese terreno ha sido a menudo más feliz, y que le ha aventajado
en acentos de verdad. Se había inspirado más profundamente en
el espíritu de los antiguos cantos populares, y no tenía necesidad
de imitar las formas, lo exterior. En él encontramos un manejo
más fácil de las transiciones y una sobriedad mejor en la imita
ción de los antiguos giros y de las expresiones subrayadas. Debo
evocar el recuerdo del difunto Wetzel, que ahora está olvidado.
Éste también tiene una afinidad con nuestro excelente Uhland, a
quien aventaja en dulzura y en efusión íntima en algunas poesías
que he leído. Esas poesías, mitad flores, mitad mariposas, están
esparcidas con todo su perfume y su deliciosa candidez, en algu
nos almanaques que el señor Brockaus publica con el nombre de
Urania. Se comprende perfectamente que el señor Clemente Bren
tano haya compuesto sus Lieder en el mismo tono y con el mismo
sentimiento que Uhland. Se han provisto en las mismas fuentes,
en los cantos populares, y nos ofrecen la misma bebida: única
mente el caso está mejor trabajado en el señor Uhland. No debería
hablar de Adalberto de Chamisso. Aunque contemporáneo de la
escuela romántica, en cuyos movimientos ha tomado parte, el
corazón de ese nombre se ha rejuvenecido tanto en estos últimos
tiempos, que ha encontrado asuntos completamente modernos,
que le hacen valer como uno de los poetas más originales de
nuestros días y que pertenece mucho más a la nueva que a la
vieja Alemania. Pero en las poesías de su primera manera se
aspira el mismo ambiente que respiramos en las poesías de Uh
228 ALEMANIA

land, el mismo tono, el mismo color, el mismo perfume, la misma


melancolía, las mismas lágrimas. Quizá las lágrimas de Chamisso
son más conmovedoras, porque brotan de un corazón más fuerte,
como el manantial que sale de una roca.
Las poesías que el señor Uhland ha compuesto en metros
meridionales son también hermanas de los sonetos, de las asonan
cias, de los ottaverime de sus compañeros de la escuela romántica,
y es imposible distinguirlas, ni por la forma, ni por el fondo.
Pero cayeron en el olvido. No las encontramos sino buscándolas
en colecciones de las que ya no se habla, como, por ejemplo, la
Selva de los poetas, la Peregrinación de los chantres, en algunos
almanaques de musas editados en viejas revistas por los señores
Tieck y Fouqué, particularmente en la Soledad consoladora, de
Achim de Arnim, y en la Varita adivinadora, redactada por En
rique Straube y Rodolfo Christiani, en los periódicos de antes, y
¡Dios sabe dónde más!
Uhland no es padre de una escuela, como Schiller o Goethe,
o algún otro de cuya individualidad salía un acento particular
que halló un eco en las poesías contemporáneas. El señor Uhland
no es el padre sino el hijo de una escuela que le dio el tono.
Y ni aun ese tono pertenece en su origen a esa escuela, puesto
que lo encontró en las obras de los antiguos poetas a los que des
enterró laboriosamente. Pero como compensación de esa falta de
originalidad, el señor Uhland presenta una porción de buenas
cualidades que siempre serán estimables. Es el orgullo de la feliz
Suabia, y todo hombre que habla alemán se regocija con esa
noble alma de poeta. Como la mayor parte de los poetas líricos
de la escuela romántica se resumen en él, podemos amarles y
venerarles en solo Uhland. Y quizá le veneremos y le amemos
tanto más cuanto que, para nosotros, entra en el terreno del
pasado.
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN VII

PRÓLOGO DEL AUTOR 1

PRIMERA PARTE :

Alemania hasta Lutero 6

SEGUNDA PARTE :

De Lutero a Kant 38

TERCERA PARTE :

Desde Kant hasta Hegel 73

CUARTA PARTE :

La literatura hasta la muerte de Goethe 116

QUINTA PARTE :
Poetas románticos 157

257
Este libro se terminó de imprimir el
18 de abril de 1960 en los TALLERES
GRÁFICOS DE MÉXICO, Sur 69- A
Núm. 402, México 13, D. F. Se ti
raron 5,200 ejemplares y en su com
posición se utilizaron tipos Garamond
de 10 y 8 puntos. • La edición estuvo
al cuidado de Dolores Yáñez E. y
José María Lugo.
‫آرمان های‬
‫ما‬
El repertorio clásico incluye y representa tolos los antecedentes
de nuestro espiritu y es base ineludible de la cultura nacional..
Al publicarlos bajo su escudo, la Universidad renueva su fe en los
supremos valores del pensamiento, del arte y del saber, y los pone
en manos de los estudiantes en ediciones accesibles por sus es
peciales características bibliográficas.
Date Due

OCT 1 0 1988

Demco- 293
The Ohio State University

3 2435 01441 5152


B2523H4151960 001
ALEMANIA

OHIO STATE UNIVERSITY BOOK DEPOSITORY

8 06 07 26 7 18 023

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