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Hace unos diez años nació una disciplina nueva, la caología, y ya algunos la
consideran una de las principales invenciones que han revolucionado la historia de
las civilizaciones.
Se trata en el fondo de las causas por las cuales el “orden deviene en desorden”.
Por lo tanto, es importante el análisis de la naturaleza de la realidad del desorden.
En las sociedades contemporáneas, más que nunca, el desorden se desplaza por
las diferentes producciones simbólicas, desde la literatura hasta el discurso
político. En este universo de transformaciones en apariencia racionales, surgen las
formas reales del desorden que no son solamente parte de la imaginación.
Balandier busca a través de su contribución teórica dar un lugar al desorden en la
teoría social.
Por lo mismo, el análisis político de largo plazo, así como el coyuntural, están
obligados a seguir el curso de la “complejidad social y política” y de las fuerzas
latentes que se revelan o surgen a la par de los conflictos.
Al ser la política el lugar del conflicto, nos conduce a una lectura sobre las distintas
formas de violencia: visibles, institucionalizadas, o no visibles, formales e
informales entre otras.
Además distingue grados y niveles del conflicto, e intensidad de las variables que
lo conforman, así como las estrategias de cambio.
Violencia violenta
Violencia provocada
Violencia catastrófica
Otros ejemplos que validan este argumento son el desarrollo tecnológico que
aparece como productor de un orden cada vez más complejo y de un desorden
catastrófico a nivel ambiental, y perverso con efectos de desastre nuclear, químico
y biológico.
El gran problema de esta circunstancia son las consecuencias que puede generar
el desorden, entre otros el caos y la incertidumbre. El momento que vive hoy la
sociedad contemporánea expresa con claridad esta situación, “cuando el
desorden, por su intensidad, su duración y su extensión, se identifica con el caos,
la incertidumbre y la inquietud ya no son las únicas manifestaciones que produce”.
Surge la nada y el vacío de poder encamina a las sociedades a un estancamiento
total.
Para Balandier:
Bajo la luz del desorden, los políticos parecen situarse fuera de la sociedad,
aparte, sin amarras a la más cercana de las realidades. Así, se encuentra
acentuada con fuerza una tendencia que ha aparecido en forma periódica en el
curso de la historia de las democracias y sobre todo en América Latina: la del
escepticismo de los ciudadanos, que entraña el descrédito de los políticos. El
desorden que impone la crisis revela los límites y las impotencias de los dirigentes,
para quienes la realidad es una amenaza.
Por otra parte, la crisis del poder también sería una crisis de la representación; el
político ya no representaría a nadie sino a sí mismo, los representados ya no se
considerarían más como tales, ya no participarían más por la adhesión, sino por la
emoción y las creencias sinuosas sometidas a los efectos especiales producidos
por los medios de comunicación.
El orden nuevo, producto del nuevo protagonismo estatal, hace que la ruptura con
el pasado, de la proyección en el futuro, una transgresión necesaria. Este nuevo
orden niega el curso de la historia anterior, designa a un enemigo como factor de
desorden, agentes del mal social y factores de declinación, a todos los emisarios
del pasado. El poder en esas circunstancias se vuelve más independiente de lo
político, se refugia en el “saber” como nuevo atributo que lo legitima. El poder ya
no puede disociarse de lo espectacular y, por lo mismo, se ubica por encima de la
sociedad e invoca la racionalidad del futuro frente a la irracionalidad del pasado.