Está en la página 1de 8

1

LA DICTADURA URUGUAYA

( I ) Sobre la caracterización y la “especificidad” de la dictadura uruguaya.


En primer lugar: el carácter cívico-militar o civil-militar del régimen dictatorial
uruguayo. Podemos decir que el golpe de Estado en Uruguay no fue, estrictamente,
un golpe militar o un “asalto al poder” por las fuerzas armadas, como sucedió en los
demás países de la región en que los militares desplazan al gobierno civil e instalan
una junta. El golpe de Estado en el Uruguay lo da el propio Presidente
constitucional, que con ese acto se convierte de presidente de iure en dictador de
facto. Esa continuidad en la titularidad del Poder Ejecutivo del Estado determina,
entre otras cosas, que tampoco se produzcan reconocimientos diplomáticos del
régimen instaurado el 27 de junio de 1973 por parte de otros gobiernos del mundo.

María del Huerto Amarillo, ha sostenido al respecto que: “A diferencia de los países
vecinos, el modelo autoritario en el Uruguay no fue impuesto por las Fuerzas
Armadas, sino por un gobierno legítimamente constituido y al amparo de
mecanismos constitucionales que lo facilitaban”, sobre todo la recurrencia a la
implantación de Medidas Prontas de Seguridad y la declaratoria del “estado de
guerra interno”.

Volviendo al tema del carácter “cívico” o “civil” del régimen dictatorial, ello también
quiere remarcar la participación de civiles como base de apoyo y sostén del
funcionamiento regular del aparato administrativo y político del Estado autoritario,
tanto a nivel nacional como departamental. Empezando por la continuidad de la
mayoría de los integrantes del Gabinete (donde sólo da un paso al costado el
Vicepresidente de la República, don Jorge Sapelli, y renuncian cuatro ministros de la
Lista “15” del Partido Colorado de gobierno); también hay continuidad en la
titularidad del poder local-municipal, a través de la continuidad en sus cargos de
todos los Intendentes (salvo el de Rocha). El soporte civil del régimen está
determinado, también, por el personal de confianza y los profesionales que van a
ocupar los puestos de decanos-interventores en la Universidad de la República o en
el Hospital de Clínicas, el Sindicato Médico o en otras ramas de la enseñanza
pública y Entes del Estado. De todo este personal civil, destacan funcionarios de
confianza actuantes en el Ministerio de Relaciones Exteriores, e informantes del
Departamento II (Exterior) del Servicio de Información de Defensa (SID)
dependiente de la Junta de Comandantes en Jefe.

Otra característica, es la consolidación gradual del autoritarismo en el ejemplo


uruguayo. Carlos Real de Azúa llamaba a este proceso de crisis (que para él
comienza en 1958): “endurecimiento graduado”. Ese carácter secuencial o por
etapas de la crisis del país también ilustra una serie de “fracasos acumulativos”
verificados en tres lustros, entre 1958 y 1973, a pesar de las 4 elecciones
nacionales realizadas, la sucesión de 5 administraciones de gobierno y parlamentos
electos, la rotación de los dos partidos tradicionales en el poder y la reforma de la
Constitución. Nada de eso, fue reaseguro suficiente para evitar la crisis de la
democracia y la ruptura institucional.
2
Por tanto, la instalación del autoritarismo en etapas, y no a través de un acto
rupturista único, ilustra la gradualidad del proceso de deterioro del sistema
democrático. El proceso uruguayo, entre 1968 y 1973, ilustraría lo que,
parafraseando a Norberto Bobbio, podríamos llamar el “camino democrático a la
dictadura”.

Si bien democracia y dictadura, en tanto regímenes políticos, son conceptos


antagónicos, relaciones de tipo autoritario igualmente pueden existir y constatarse
bajo un régimen republicano-democrático de gobierno, y viceversa, relaciones
democráticas pueden irse imponiendo gradualmente bajo un régimen dictatorial,
como lo ilustra nuestro proceso de transición a la democracia, entre 1980 y 1984.
Dicho de otra manera, la legitimidad de origen de un gobierno: el ser electo
democráticamente, no asegura siempre, ni en todo momento, la legalidad de sus
procedimientos en el ejercicio cotidiano del poder público.

Al respecto, Juan Linz establecía la posibilidad de que un gobierno elegido


legalmente fuera, él mismo, una fuente de peligro para la continuidad de las
instituciones democráticas. Dicho gobierno puede tomar medidas en defensa de la
democracia, legalmente promulgadas por el Parlamento, pero que pueden debilitar
la defensa de las libertades civiles. Al adoptarlas, se corre el peligro de lo que los
teóricos continentales, dice Linz, llamaban “abuso de poder”, es decir, utilizar
normas legales para las que no estaban pensadas o extenderlas a adversarios que
no pueden considerarse constituyan una oposición desleal o violenta. En todo caso,
dice Linz, “La vana esperanza de hacer más democráticas a las sociedades por vías
no democráticas ha contribuido demasiado frecuentemente a la crisis de régimen y
en última instancia ha preparado el camino a los gobiernos autoritarios”.

Otro autor, el norteamericano Robert Dahl, retomado por Luis Eduardo González,
sostiene que la crisis de la poliarquía uruguaya, en 1973, es particularmente
significativa en una perspectiva comparada porque es el ejemplo más notable –
dice-: de un “sistema democrático de relativa larga duración reemplazado por un
régimen autoritario internamente impuesto” (subrayo lo de “internamente impuesto”
para resaltar la necesidad del análisis institucional como factor de crisis y ruptura).
En el Uruguay posdictadura se ha tendido a razonar esta crisis institucional
atribuyendo a la violencia y existencia de organizaciones armadas que desafían la
autoridad de gobiernos legítimos (el de Jorge Pacheco Areco y Juan Ma.
Bordaberry) la causa principal de la ruptura institucional. Esos desafíos al monopolio
estatal de la violencia será un factor fundamental de crisis y justificación de las
acciones punitivas del Estado, pero también puede decirse que, desde noviembre
de 1972, con la caída de Raúl Sendic (el fundador del MLN) y el repliegue a Bs. As.
de otros grupos de acción directa (caso la OPR “33”), no se verifican en el interior
del país enfrentamientos armados importantes con fuerzas estatales.
Sin embargo, la continuidad de la lógica represiva del Estado se prolongó por 11
años más bajo la dictadura.

En tercer lugar, la resistencia social. Otra de las características específicas del


proceso uruguayo comparado con la región, es la resistencia social colectiva que se
opuso a la instalación de la dictadura en el país, desde el primer día del golpe de
3
Estado. Aunque no logrará sus objetivos inmediatos, dicha resistencia está
ejemplificada con la huelga general de 15 días con ocupación de los lugares de
trabajo declarada por la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) y
acompañada por la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) y
otras organizaciones populares.
En cuarto lugar, el carácter totalitario-disciplinador del régimen: la sociedad vigilada.
La declaración de Fe Democrática, la categorización de ciudadanos en categorías
A, B, y C, la suspensión de derechos por 15 años a miles de políticos, el registro de
vecindad, las censuras a la prensa y a la cultura, entre muchas otras, son medidas
que ilustran el sistema generalizado de control y vigilancia impuesto a la población
en su conjunto por la dictadura. A propósito, Alfred Stepan, un estudioso
norteamericano de los Estados Burocrático Autoritarios latinoamericanos, compara
así las distintas situaciones en la región: “Si estamos estimando el porcentaje de la
población asesinada por el Estado en la etapa inmediatamente siguiente a la toma
del poder, el Chile del período 1973-1974 se ubica al tope. Si se estima el
porcentaje de la población que desapareció como resultado de la acción de
múltiples y descentralizadas fuerzas de seguridad, antes y después de la toma del
poder, la Argentina del período 1975-1979 se ubica al tope. Si preguntáramos en
qué país la principal organización de inteligencia alcanzó el nivel más alto (…) y una
institucionalización dentro del aparato estatal, no quedan dudas de que la respuesta
es el Brasil. Pero si estuviéramos evaluando el porcentaje de la población que fue
detenida, interrogada e intimidada por las fuerzas de seguridad, el Uruguay ocupa el
primer lugar (…). Uruguay fue el país de mayor porcentaje en el mundo de presos
políticos con relación a su población (cerca de 6.000 presos), aparte de los
asesinados políticos (alrededor de 120 personas) y los detenidosdesaparecidos en
el país, en Argentina y Paraguay (cerca de 260). También alrededor de 110 mil
personas se fueron del país al exilio, entre 1973 y 1977.

Y estos no son solo datos estadísticos. Para alcanzar tales escalas de represión,
control y expulsión del territorio, el Estado uruguayo debió realizar una enorme labor
de información, de inteligencia, “infiltración” y seguimiento a todos los niveles de la
sociedad, no sólo públicos. En ese sentido, como dice Stepan, Uruguay: “es el país
que más se acerca a experimentar el clima de un estado totalitario, especialmente
entre 1975 y 1979”. O como dice Charles Gillespie: “El gobierno burocrático-militar
que se instaló en Uruguay después de 1973 tenía el control total del país. El tamaño
pequeño del país y la población reducida permitía niveles de vigilancia y control
social que alcanzaron los límites más elevados del tipo ideal autoritario. El Estado
se introdujo más profundamente en la vida privada de sus habitantes que cualquiera
de los regímenes vecinos”.

Para Enzo Traverso, “los totalitarismos –en los ejemplos clásicos del estalismo y el
nazismo- tienden a suprimir las fronteras entre el Estado y la sociedad. Dicho de
otro modo, postulan la absorción de la sociedad civil, hasta su aniquilamiento, en el
Estado. (…). En otras palabras, designan el advenimiento del Estado criminal”. Y
eso fue la dictadura uruguaya: un Estado criminal.
4
( II) La periodización de la dictadura
Existe una periodización histórica bastante extendida y aceptada, que fue
establecida por Luis Eduardo González, y luego popularizada por Gerardo Caetano
y José Rilla en su “Breve historia de la dictadura”.

La misma establece tres etapas:


1) La etapa de la dictadura “comisarial”, entre 1973 y 1976;
2) la etapa del “ensayo fundacional”, entre 1976 y 1980 y
3) la etapa de la dictadura “transaccional”, entre 1980 y 1985.

Los contenidos más relevantes dentro de cada una de las etapas serían los
siguientes:
1) La etapa comisarial retoma el nombre de una clasificación de Karl Schmitt
para enfatizar la tarea de “poner la casa en orden”, es decir, cumplir las
funciones primarias de asegurar el orden público, ya no sólo orientando la
represión contra los tupamaros y demás organizaciones de izquierda que
reivindicaban la lucha armada sino contra el movimiento sindical y estudiantil,
las organizaciones de la izquierda legal, la libertad de prensa y contra
algunos sectores y líderes de los partidos tradicionales, especialmente, el
sector de “Por la Patria” y su líder emblemático, Wilson Ferreira Aldunate.
Pero también la clasificación de comisarial quiere significar el carácter
transitorio con que, aparentemente, fue pensada la decisión del golpe de
Estado y la instauración de una dictadura en el país en esta etapa inicial.
Ante la situación “excepcional” de caos social sesentista una salida política
transitoria o de “emergencia” que restableciera el orden y se extendiera, por
lo menos, hasta las elecciones a realizarse en 1976. Pero esto cambiará
drásticamente a partir de 1975.
2) La segunda etapa, el ensayo fundacional, se inicia luego de la crisis política y
la destitución por los militares del dictador Juan María Bordaberry, el 12 de
junio de 1976 y la suspensión de las elecciones previstas para noviembre de
ese año. Luego del breve interinato del Dr. Alberto Demichelli, con la unción
como dictador de Aparicio Méndez, un ex dirigente del Partido Nacional, a
través de la aprobación de los Actos Institucionales (desde junio de 1976) y
tras los primeros esbozos en público del “plan político” de las Fuerzas
Armadas, puede decirse que los objetivos del régimen comienzan a pasar por
la construcción de un nuevo y duradero orden político, como dice Luis
Eduardo González, algo similar a una “democradura”, en términos de Philippe
Schmitter o, si se prefiere, una “democracia tutelada”. Hagamos dos
aclaraciones importantes antes de continuar: a) se ha intentado caracterizar a
las dictaduras de la región a partir del corte entre “conservadoras” y
“fundacionales”, atendiendo a si las mismas cumplieron la función meramente
represiva de conservar el statu quo o si, además, impulsaron reformas
modernizadoras, aperturistas y liberalizadoras de la economía, del Estado,
las relaciones laborales y la legislación social. En el caso de Uruguay, se
habla más de “ensayo fundacional” que de dictadura “fundacional”, queriendo
enfatizar que la misma tuvo más un carácter represivo-conservador que
innovador-modernizador, mientras que en Chile, por ejemplo, se habla más
de dictadura fundacional; b) El segundo hecho a señalar es que, si bien esta
5
etapa que va entre 1975 y 1980 contempla objetivos fundacionales, la
dictadura igualmente incrementó en el período su función represivo-
comisarial, dado que entre fines de 1975 y 1978, como veremos, se
concentraron los mayores crímenes del terrorismo de Estado.

3) La etapa transicional que va de noviembre de 1980 a marzo de 1985. En ella,


la dictadura buscó el apoyo de la ciudadanía para legitimar el régimen a
través de plebiscitar su constitución. Su derrota en el plebiscito de noviembre
de 1980, así como el reconocimiento de dicha derrota por los militares, abrió
la tercera etapa. Esta etapa transicional, en líneas generales, fue una
liberalización pactada del régimen en la que los partidos políticos y la
sociedad civil retomaron un rol protagónico y, con marchas y contramarchas
en las negociaciones entre políticos y militares, finalmente, se llegó a una
apertura democrática, a elecciones con proscripciones, en noviembre de
1984.

(III) La dictadura como régimen político-estatal.


a) La nueva institucionalidad, juridicidad y búsqueda de legitimidad del régimen.
Hay que tener en cuenta que el fenómeno de la dictadura no es un fenómeno
personalizado sino institucional, y que ello implica, entre otras cosas, la
configuración de una nueva forma de Estado y legalidad que va surgiendo a partir
de la destrucción de las viejas formas sujetas a derecho y la aparición de nuevos
órganos políticos, militares y administrativos, con sus autoridades, burocracia y
presupuesto correspondientes, tras la aprobación de una serie de decretos, actos
institucionales y resoluciones que van siendo pautados en el tiempo a través de
Cronogramas.

En el marco de esas leyes y decretos justificados por la lucha antisubversiva, un


factor importante de esta nueva configuración dictatorial del Estado será la
institucionalización y legalización del proceso de autonomización de las FF.AA. y la
aparición de órganos mixtos de coordinación entre el poder militar y el poder
político. Parte de esa nueva institucionalidad y legalidad se conforma antes del
golpe de Estado.

A modo simplemente de ejemplo, el Consejo de Seguridad Nacional (COSENA)


surge por Decreto Nº 163 de 23 de febrero de 1973 y la Junta de Comandantes en
Jefe de las Fuerzas Armadas y el Estado Mayor Conjunto (ESMACO) por Decreto
Nº 239 de 3 de abril de 1973.
Un momento importante en este proceso de institucionalización del poder militar es
la sanción de la nueva ley Orgánica Militar, en 1974, que explicita la competencia
de las Fuerzas Armadas (la “misión” de las mismas) en materia de “seguridad
nacional”.

OTRAS: SID, JJCCJJ,


Desde el punto de vista de las estructuras estatales propiamente dichas, en el
mismo decreto Nº 464 de disolución del Parlamento (que también disuelve las
Juntas Departamentales en todo el país), el 27 de junio de 1973, se crea el Consejo
de Estado con funciones sustitutivas de la Asamblea General, aunque su instalación
6
recién se producirá el 19 de diciembre del mismo año, presidido por un político,
Martín Echegoyen. El Consejo de la Nación, por su parte, surgirá el 12 de junio de
1976, tras la aprobación del Acto institucional Nº 2 y estará integrado por los 25
consejeros de Estado y los 24 militares de la Junta de Oficiales Generales.

Los cónclaves gubernamentales, empezando por el de San Miguel, en agosto de


1973, serán parte de esa nueva institucionalidad pensada para el tema del
“desarrollo” del país. Entre 1976 y 1984 se aprobaron un total de 20 Actos
institucionales, que van fuertemente modificando y creando una nueva
institucionalidad: desde el funcionamiento del Poder Ejecutivo, pasando por la
suspensión de derechos políticos por 15 años a miles de políticos, la forma en que
el Estado uruguayo reconoce el tema de los derechos humanos, la intervención de
la Corte Electoral, la amovilidad de los funcionarios públicos, la reforma de la
seguridad social y la eliminación de la independencia del Poder Judicial, el
rebajamiento de la Suprema Corte de Justicia a Corte de Justicia y la creación del
Ministerio de Justicia, entre otras grandes modificaciones.

Renglón aparte en esta reestructura autoritaria del aparato de Estado es la


justificación de la intervención de la Justicia Militar y la aplicación del Código Penal
Militar en el juzgamiento de civiles, con el consiguiente aumento de las penas y
figuras delictivas. La aprobación de la Ley de Seguridad del Estado y el orden
interno, antes del golpe de Estado, en 1972, será decisiva para institucionalizar este
cambio.

Respecto a la represión a los sindicatos, mencionemos sólo a modo de ejemplo: la


ilegalización de la Convención Nacional de Trabajadores, el requerimiento público
de todos sus dirigentes y la Ley de Asociaciones Profesionales que se aprueba el 12
de mayo de 1981; respecto a los partidos políticos, la Ley de Estatuto de los
Partidos Políticos, que es aprobada por el Consejo de Estado el 31 de junio de
1982, autorizando el funcionamiento del Partido Colorado, Partido Nacional y Unión
Cívica y prohibiendo el funcionamiento de partidos que por su denominación
ideológica denoten conexiones con partidos extranjeros así como de aquellos que
inciten a la violencia. Toda esta “legalidad” e institucionalidad del régimen fue
compendiada en 58 artículos que forman parte del proyecto de Constitución
aprobado por la Asamblea Constituyente, el 28 de octubre de 1980, proyecto al que
la ciudadanía dijo ¡No! en el plebiscito del 30 de noviembre del año ’80.

b) La represión. Como hemos dicho, una de las características distintivas de las


dictaduras instaladas en el Cono Sur de América Latina en los años ’60 y ’70
del siglo pasado es la represión a gran escala, el carácter masivo y serial de
la misma, dirigida a grandes colectivos humanos y a la vigilancia de la
población en su conjunto. La autodenominada para el Estado “guerra
interna”, define un tipo particular de guerra que el mismo Estado declara a
sectores particularizados, estigmatizados y penalizados dentro de la propia
sociedad uruguaya, es decir, “hermanos de sangre”, conciudadanos que
pasan a ser considerados como “enemigos internos”.
7
La identificación del “enemigo interno” como “delincuente común”, tiende a equiparar
la guerra contra la subversión a la “lucha contra el hampa”. Y, a través de ello,
borrar los parámetros convencionales y hasta éticos del enfrentamiento bélico
convencional. Está “policialización” de la guerra y de las funciones de las Fuerzas
Armadas permite la transformación de la “guerra interna” en “guerra sucia” (sobre
todo entre fines de 1975 y 1978), la segunda etapa o transformación del régimen en
verdadero “terrorismo de Estado”.
Por eso mismo, entre otros indicadores, el gobierno uruguayo de la época no
respetará las Convenciones internacionales de Ginebra que había firmado para el
tratamiento de prisioneros de guerra, a quienes trata como simples delincuentes
comunes.

La represión se desenvuelve ininterrumpidamente entre 1973 y 1985, pero es


avanzada por la represión desplegada por el Estado uruguayo en los años ’60 y
principios de los ’70, bajo medidas prontas de seguridad, militarización de obreros,
bancarios y funcionarios públicos y hasta suspensión temporaria de garantías
individuales. Entre 1973 y 1974, el eje represivo es el movimiento sindical nucleado
en la CNT, que había organizado la huelga general y continuaba con la campaña
por la reafiliación sindical. En 1974 hay una importante represión a miembros del
MLN que habían reingresado a Uruguay, y también en Buenos Aires. Desde el 20
de octubre de 1975 y hasta marzo de 1976, se desarrolla la Operación “300 Carlos”,
la detención de más de 300 integrantes del Partido Comunista y la Unión de la
Juventud Comunista en el centro clandestino de reclusión conocido como la “Casa
de Punta Gorda” o “Infierno Chico”, en Rambla República de México, y en los
galpones del Servicio de Material y Armamento del Ejército, a los fondos del
Batallón Nº 13. Desde abril, y particularmente entre junio-julio de 1976, tiene lugar la
represión en Buenos Aires y en el centro clandestino de reclusión “Automotoras
Orletti” del Partido por la Victoria del Pueblo; en setiembre-diciembre del mismo año
transcurre la segunda oleada contra el PVP. Aquí debemos considerar la
desaparición de más de 22 militantes, traídos desde Argentina en forma clandestina
en el llamado “Segundo vuelo”, sin poderse determinar aún su destino final.
También en el año 1976 se producirá el secuestro y muerte de los legisladores
Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz en Buenos Aires así como del matrimonio
integrado por los ex miembros del MLN (tendencia “Nuevo Tiempo”): Rosario
Barredo y William Whitelaw y, un día antes, la desaparición del dirigente comunista,
Dr. Manuel Liberoff. También 1976 será el año de la aparición de más de 20
cadáveres mutilados en distintos puntos de la costa uruguaya; la detención,
secuestro en la Embajada de Venezuela y desaparición de la maestra Elena
Quinteros así como el secuestro, traslado desde Buenos Aires y desaparición de
María Claudia García de Gelman, y apropiación de su hija recién nacida Macarena.

El año 1977 es la ofensiva represiva con su secuela de desaparecidos contra los


Grupos de Acción Unificadora (GAU) en Montevideo y Buenos Aires y, en esta
última ciudad, también contra los integrantes de las Agrupaciones de Militantes
Socialistas, del MLN, y del Partido Comunista Revolucionario, integrantes de la
Unión Artiguista de Liberación (UAL). En 1979, 1981-1982 y 1983, se sucederán
oleadas represivas contra el Partido Comunista y la Unión de la Juventud
Comunista, así como contra dirigentes del Plenario Intersindical de los Trabajadores
8
(PIT); también contra el Partido Nacional, especialmente contra su grupo mayoritario
“Por la Patria” y su líder Wilson Ferreira Aldunate, encarcelado en un cuartel cuando
regresa al país desde Buenos Aires.

c) Los fundamentos ideológicos del nuevo orden político. La ideología, el


discurso y los símbolos de la dictadura uruguaya están estudiados en
algunos trabajos específicos más recientes. Aldo Marchesi en:

“El Uruguay inventado”, analiza las políticas culturales de la dictadura, en particular,


la producción audiovisual instrumentada desde la Dirección Nacional de Relaciones
Públicas (DINARP). Vania Markarian e Isabella Cosse en su libro: “1975. El año de
la Orientalidad”, analizan los intentos de la dictadura por reformular los contenidos
de la identidad nacional por lo que consideraban “su esencia”, dotando de un
sentido fundador a los acontecimientos históricos de 1825 a través de sus
celebraciones y mirando “el curso de la historia como eco de un dilema profundo
entre el “bien” y el “mal”.

Desde el punto de vista de la ideología política de la dictadura, Pablo Mieres y José


Luis Castagnola analizan los componentes de la llamada Doctrina de la Seguridad
Nacional. Entre otros conceptos, destacamos: subversión y sedición; seguridad y
desarrollo; guerra interna y enemigo interno; anticomunismo y psico-política; misión
de las Fuerzas Armadas; Nación, muchos de los cuales pasan a ser los principios
doctrinarios de la nueva Ley Orgánica Militar adoptada en 1974.

(IV) La resistencia a la dictadura. La solidaridad internacional (exilio)


Apenas dos palabras finales para este importante tema poco estudiado aún. Las
expresiones antidictatoriales de los partidos políticos tradicionales suspendidos por
el régimen, desde depositar un clavel rojo en la tumba de José Batlle y Ordoñez por
el Partido Colorado hasta las conmemoraciones de fechas de Aparicio Saravia por
el Partido Nacional; o la lucha clandestina de los partidos de izquierda ilegalizado y
los intentos de reorganizar el movimiento sindical, pasando por el canto popular, las
letras del carnaval, las conversaciones en cumpleaños y velorios, la ayuda de
personas comunes y las familias a los presos, desaparecidos y perseguidos
políticos, mostrarán también la continuidad de la resistencia a la dictadura durante
más de una década, resistencia que irá abriendo resquicios legales para
organizarse y manifestarse públicamente, sobre todo luego del plebiscito de 1980,
que también marca el “resurgimiento” de la sociedad civil. A ello contribuirán las
expresiones de solidaridad internacional, tanto de organismos internacionales como
de gobiernos, asociaciones y pueblos, y el papel de un exilio activo de uruguayos
radicado en más de 40 países del mundo.

También podría gustarte