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LA DICTADURA URUGUAYA
María del Huerto Amarillo, ha sostenido al respecto que: “A diferencia de los países
vecinos, el modelo autoritario en el Uruguay no fue impuesto por las Fuerzas
Armadas, sino por un gobierno legítimamente constituido y al amparo de
mecanismos constitucionales que lo facilitaban”, sobre todo la recurrencia a la
implantación de Medidas Prontas de Seguridad y la declaratoria del “estado de
guerra interno”.
Volviendo al tema del carácter “cívico” o “civil” del régimen dictatorial, ello también
quiere remarcar la participación de civiles como base de apoyo y sostén del
funcionamiento regular del aparato administrativo y político del Estado autoritario,
tanto a nivel nacional como departamental. Empezando por la continuidad de la
mayoría de los integrantes del Gabinete (donde sólo da un paso al costado el
Vicepresidente de la República, don Jorge Sapelli, y renuncian cuatro ministros de la
Lista “15” del Partido Colorado de gobierno); también hay continuidad en la
titularidad del poder local-municipal, a través de la continuidad en sus cargos de
todos los Intendentes (salvo el de Rocha). El soporte civil del régimen está
determinado, también, por el personal de confianza y los profesionales que van a
ocupar los puestos de decanos-interventores en la Universidad de la República o en
el Hospital de Clínicas, el Sindicato Médico o en otras ramas de la enseñanza
pública y Entes del Estado. De todo este personal civil, destacan funcionarios de
confianza actuantes en el Ministerio de Relaciones Exteriores, e informantes del
Departamento II (Exterior) del Servicio de Información de Defensa (SID)
dependiente de la Junta de Comandantes en Jefe.
Otro autor, el norteamericano Robert Dahl, retomado por Luis Eduardo González,
sostiene que la crisis de la poliarquía uruguaya, en 1973, es particularmente
significativa en una perspectiva comparada porque es el ejemplo más notable –
dice-: de un “sistema democrático de relativa larga duración reemplazado por un
régimen autoritario internamente impuesto” (subrayo lo de “internamente impuesto”
para resaltar la necesidad del análisis institucional como factor de crisis y ruptura).
En el Uruguay posdictadura se ha tendido a razonar esta crisis institucional
atribuyendo a la violencia y existencia de organizaciones armadas que desafían la
autoridad de gobiernos legítimos (el de Jorge Pacheco Areco y Juan Ma.
Bordaberry) la causa principal de la ruptura institucional. Esos desafíos al monopolio
estatal de la violencia será un factor fundamental de crisis y justificación de las
acciones punitivas del Estado, pero también puede decirse que, desde noviembre
de 1972, con la caída de Raúl Sendic (el fundador del MLN) y el repliegue a Bs. As.
de otros grupos de acción directa (caso la OPR “33”), no se verifican en el interior
del país enfrentamientos armados importantes con fuerzas estatales.
Sin embargo, la continuidad de la lógica represiva del Estado se prolongó por 11
años más bajo la dictadura.
Y estos no son solo datos estadísticos. Para alcanzar tales escalas de represión,
control y expulsión del territorio, el Estado uruguayo debió realizar una enorme labor
de información, de inteligencia, “infiltración” y seguimiento a todos los niveles de la
sociedad, no sólo públicos. En ese sentido, como dice Stepan, Uruguay: “es el país
que más se acerca a experimentar el clima de un estado totalitario, especialmente
entre 1975 y 1979”. O como dice Charles Gillespie: “El gobierno burocrático-militar
que se instaló en Uruguay después de 1973 tenía el control total del país. El tamaño
pequeño del país y la población reducida permitía niveles de vigilancia y control
social que alcanzaron los límites más elevados del tipo ideal autoritario. El Estado
se introdujo más profundamente en la vida privada de sus habitantes que cualquiera
de los regímenes vecinos”.
Para Enzo Traverso, “los totalitarismos –en los ejemplos clásicos del estalismo y el
nazismo- tienden a suprimir las fronteras entre el Estado y la sociedad. Dicho de
otro modo, postulan la absorción de la sociedad civil, hasta su aniquilamiento, en el
Estado. (…). En otras palabras, designan el advenimiento del Estado criminal”. Y
eso fue la dictadura uruguaya: un Estado criminal.
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( II) La periodización de la dictadura
Existe una periodización histórica bastante extendida y aceptada, que fue
establecida por Luis Eduardo González, y luego popularizada por Gerardo Caetano
y José Rilla en su “Breve historia de la dictadura”.
Los contenidos más relevantes dentro de cada una de las etapas serían los
siguientes:
1) La etapa comisarial retoma el nombre de una clasificación de Karl Schmitt
para enfatizar la tarea de “poner la casa en orden”, es decir, cumplir las
funciones primarias de asegurar el orden público, ya no sólo orientando la
represión contra los tupamaros y demás organizaciones de izquierda que
reivindicaban la lucha armada sino contra el movimiento sindical y estudiantil,
las organizaciones de la izquierda legal, la libertad de prensa y contra
algunos sectores y líderes de los partidos tradicionales, especialmente, el
sector de “Por la Patria” y su líder emblemático, Wilson Ferreira Aldunate.
Pero también la clasificación de comisarial quiere significar el carácter
transitorio con que, aparentemente, fue pensada la decisión del golpe de
Estado y la instauración de una dictadura en el país en esta etapa inicial.
Ante la situación “excepcional” de caos social sesentista una salida política
transitoria o de “emergencia” que restableciera el orden y se extendiera, por
lo menos, hasta las elecciones a realizarse en 1976. Pero esto cambiará
drásticamente a partir de 1975.
2) La segunda etapa, el ensayo fundacional, se inicia luego de la crisis política y
la destitución por los militares del dictador Juan María Bordaberry, el 12 de
junio de 1976 y la suspensión de las elecciones previstas para noviembre de
ese año. Luego del breve interinato del Dr. Alberto Demichelli, con la unción
como dictador de Aparicio Méndez, un ex dirigente del Partido Nacional, a
través de la aprobación de los Actos Institucionales (desde junio de 1976) y
tras los primeros esbozos en público del “plan político” de las Fuerzas
Armadas, puede decirse que los objetivos del régimen comienzan a pasar por
la construcción de un nuevo y duradero orden político, como dice Luis
Eduardo González, algo similar a una “democradura”, en términos de Philippe
Schmitter o, si se prefiere, una “democracia tutelada”. Hagamos dos
aclaraciones importantes antes de continuar: a) se ha intentado caracterizar a
las dictaduras de la región a partir del corte entre “conservadoras” y
“fundacionales”, atendiendo a si las mismas cumplieron la función meramente
represiva de conservar el statu quo o si, además, impulsaron reformas
modernizadoras, aperturistas y liberalizadoras de la economía, del Estado,
las relaciones laborales y la legislación social. En el caso de Uruguay, se
habla más de “ensayo fundacional” que de dictadura “fundacional”, queriendo
enfatizar que la misma tuvo más un carácter represivo-conservador que
innovador-modernizador, mientras que en Chile, por ejemplo, se habla más
de dictadura fundacional; b) El segundo hecho a señalar es que, si bien esta
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etapa que va entre 1975 y 1980 contempla objetivos fundacionales, la
dictadura igualmente incrementó en el período su función represivo-
comisarial, dado que entre fines de 1975 y 1978, como veremos, se
concentraron los mayores crímenes del terrorismo de Estado.