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Al filo de la paz

Erase una vez en un mundo muy lejano...

Los disparos de las armas sonaban desde el campo de rugby esparciéndose por los
sucios callejones como un arroyo de incesante ruido violento hasta filtrarse a las
calles de alrededor en donde la gente se apresuraba a encontrar refugio aún sin saber
de donde provenía el escándalo. Los hombres corrían, los ancianos se apresuraban
farfullando maldiciones, apretándose el pecho, las madres se agazapaban sobre sus
hijos protegiéndolos mientras se dirigían con la mayor premura a la cobertura más
cercana. Exceptuando a Miguel, el mocoso mal vestido de cara triste. No es que él no
tuviera madre, lo que pasaba es que la suya estaba demasiado ocupada trabajando
como para atenderle. Con tan solo doce años atravesaba unas calles en donde cada
mes había un tiroteo y las desapariciones eran constantes. Necesitaba comprar
algunos alimentos en el supermercado de dos barriadas más abajo, ya que era el más
barato. Su madre le había dejado lo justo para la comida, si compraba con mesura le
daría para un bocadillo sencillo y un refresco. Sin embargo hoy tocaba pelea de
bandas, ñas implicadas eran los fascistas, rescoldos nacionalistas de una era pasada
avivados por la pobreza incipiente y el odio racista hacía las razas inferiores, contra
los anarquistas rumanos, en realidad de una miriada de naciones de la antigua Europa
del este, ambos deseosos de dominar uno de sus lugares de ocio preferidos, una
simple explanada con rayas en el suelo y dos porterías.

Con el corazón goteando pena ese chaval, un crío de pelo rizado color marrón caca
hasta los hombros, finas cejas sobre ojos apenados, mentón hundido, bajito para su
edad, se dirigió con paso tranquilo al campo de batalla, indiferente a la posibilidad de
que una bala extraviada acabase con su vida en un segundo. No es que no fuera
consciente de ello, en ese momento, de hecho, a su mente acudía la imagen de los
primeros cadáveres que contemplase en su corta vida, tirados en el suelo como
muñecos rotos bajo un charco de oscura sangre secándose al implacable sol del
verano, las moscas rondándolos mientras los encargados del gobierno los recogían en
bolsas que se parecían demasiado a las de la basura. También recordaba a su abuela,
la única persona amable que había conocido, tendida en horizontal sobre su cama del
hospital, pálida y fría como la nieve. Sobre todo recordaba a su abuela y pensaba que,
tras muchos achaques, ella estaba en calma, sin dolor, y siguió avanzando.

Al asomarse desde un contenedor de basura metálico pudo contemplar la escabrosa


escena. Sin apenas lugares donde esconderse los muertos habían cubierto el suelo en
poco tiempo, tiñendo de rojo el cuadrado de hormigón encajonado entre altos
edificios de paneles sucios y pequeñas ventanas de cuyos bajos los puesto de comida
rápida destacaban gracias a sus luminosos letreros de neón anunciándolos, alrededor
el hedor a fritanga había sido eclipsado por el de la pólvora. Ahora desprovistos de
sus tenderos, eran víctimas fáciles para un niño hambriento.
Miguel cruzo veloz el espació que le separaba del puesto de pizza, una de sus
comidas favoritas, y escondido detrás de el, se procuró unas buenas porciones que
engulló sin miramientos calmando su hambre, pero sobre todo intentando aplacar su
ansiedad. Puede que ya le diese igual todo, pero eso no le hacía inmune al miedo,
solo más temerario. Por dentro estaba aterrado, no solo de los tiros, si no también de
sus propias ideas. No había ido allí a por pizza.

Mientras Miguel devoraba el alimento con lagrimas en los ojos las balas continuaban
volando, llenando de agujeros paredes y personas, su ritmo descendía, cada vez había
menos tiradores. Cuando las dos últimas fueron disparadas a modo de despedida el
bando ganador se retiraba ante el lejano pero creciente sonido de las sirenas. Miguel
hizo acopio de aliento, envalentonándose, salio de su escondrijo decidido a continuar
con su plan para parar en seco ante la visión del otro lado. Un motón de personas
yacían tiradas en el suelo, jóvenes de escasa ropa y piel tatuada en riguroso silencio.

Caminó entre ellos con paso vacilante, intentando no perturbar su descanso, como si
al tocarles, aunque fuese de refilón, fuesen a alzarse para arrastrarlo a un oscuro
abismo. Agarró la pistola de uno de ellos, como no parecía dispuesto a soltarla, se
alejó a recoger otra que estaba en el suelo, libre. Al hacerlo se percató de que uno de
los muertos le miraba, con su vidriosa vista perdida en el infinito, como si le
atravesase, como si le juzgase.

Se alejo de él a la carrera hasta lo que le pareció un buen escondite, uno de los pocos
recovecos que no apestaba a orín, una simple esquina. Allí se puso la pistola bajo el
mentón, detrás de la barbilla y...
El vengador

Los gritos le volvieron a servir de despertador. Cada mañana un grupo de pandilleros


con ganas de jaleo se acercaba al campo cercano para divertirse jugando a la pelota.
Al poco de empezar sus gritos cargados de emoción salvaje se escuchaban por todo el
barrio, sin duda a ellos les parecía hilarante como inundaban con su jubilo cada hogar
del vecindario, eran tan alegres, que no dejaban descansar a nadie ni en su propia
casa. Esa sería la tónica del lugar hasta bien entrada la noche, pasadas las ocho de la
tarde los propios residentes se unían al escándalo gastando sus pocas horas de ocio en
desfogarse gritándose los unos a los otros. Un microcosmos en perpetua tensión en la
que nadie respetaba a nadie.

Miguel arrastró sus pies hasta la sucia cocina, un pasillo con muebles en realidad. Le
pasó un trapo a la encimera y se preparó el desayuno procurando no hacer ruido, su
madre dormía en una habitación próxima. Ella nunca se había preocupado de no
despertarle si se levantaba antes que él, alegando que ya era hora de estar arriba, pero
claro, ella trabajaba, por lo que sí había que respetar su sueño. Si traes dinero vales, si
no, no, la máxima del capitalismo exaltado en el que vivían, eres cuanto tienes,
aplicada al ámbito del hogar.

Por si acaso se le olvidaba hay tenía la última factura que llegase al buzón electrónico
dispuesta a desplegarse en cuanto entrase a desayunar cada mañana para recordárselo.
Colocó el alimento al lado y se sentó a comer, estaba tan acostumbrado a las insidias
de su madre que podía hacerlo incluso con tan claro mensaje de desprecio en frente.
Cuestas mucho, me lo debes, soy más que tú, a ver si consigues ingresos. Su madre
podría haber apagado el proyector y ahorrarse algo de luz pero no lo hacía solo para
poder cometer ese regodeo. Claro, según ella todo eso era casual, es que se acostaba
mirando el correo no sus insulsas series de obras y cyberimplantes, de todas formas
era mejor no quejarse, la respuesta sería otra bronca por el dinero. Era curioso,
sabiendo que eran pobres, ni en su más inconsciente infancia él la había pedido nada,
pero a ella le faltó tiempo para exigirle dinero en cuanto tuvo edad para trabajar. No
era un hijo engendrado por amor, era ganado criado para el beneficio, lo tenía claro.

Terminó su comida y amontonó la loza en el fregadero con el resto de cubiertos y


platos sucios, después del desprecio matutino no le quedaban ganas de fregar. Que lo
viera su madre al levantarse, que se disgustase, era su respuesta a la carta. Ocupate tú
ser superior, no me preocupan tus sentimientos egocéntricos, si tanto te horroriza la
mugre empieza por lavarte el alma. Sabía que a la vuelta eso le valdría una regañina.
Volvió a su cuarto, un agujero con una cama y un armario que formaban parte de la
pared como la celda de una colmena. Se vistió, guardándose la pistola que había
conseguido hacía años en la espalda, sostenida por el cinturón. Era más pesada que
una piedra. Se había quedado con la que le pareció mejor de cuantas pudo acaparar
antes de que llegase la policía a recoger los cadáveres del campo de rugby donde
ahora jugaban los conquistadores. Las otras las malvendió a un perista de barrio y el
dinero obtenido lo introdujo en una cuenta bancaria que no reveló a su madre. Todo
entre ladrones. Ahora tocaba aumentar su fortuna. Lo había intentado trabajando en
un almacén en donde trabajó con eficiencia agradecida con una sonrisa falsa y
condescendencia en vez del dinero que tanto necesitaba, ese esta bien “pro-rateado”
de antemano.

Por el camino notaba como algunas personas se le quedaban mirando, su cuerpo era
chico para ocultar bien esa arma, y además la gente de por allí había aprendido por
las malas a distinguirlas bajo la ropa, una camiseta suelta no era rival para su
experiencia. Sin embargo nadie le dijo nada.

Las calles eran un conjunto de bloques de asfalto, hormigón y cemento con


tonalidades entre grises y negros, adecuadas para el uso industrial por parte de los
humanos que la recorrían repitiendo sus rutinas como las moscas o buscando una
oportunidad como las cucarachas con las que las compartían. Las luces de los
infinitos carteles publicitarios maquillaban la ciudad con alegres colores y dinámicas
imágenes seductoras reclamando la atención de todo transeunte, potencial comprador,
eclipsando los montones de basura apartada contra las esquinas, hogar de insectos y
mendigos, y oscureciendo los callejones en donde desesperados y prostitutas se
relacionaban día y noche en una poco discreta orgía incesante. Para Miguel eso era la
ciudad, una momia podrida y seca que alguien intentaba vender disfrazándola con
toneladas de pintura, y las personas eran sus gusanos.

Al menos en las afueras se podía ver el cielo, siempre nublado y tormentoso,


atisbando entre los altos edificios que competían por alcanzarlo por donde volaban
los autos voladores, cápsulas aplanadas de suaves curvas impulsadas por fuegos
azules. En el interior las lineas del monorail elevado, las terrazas ajardinadas y los
puentes entre edificios, territorio de los afortunados a los que no se podía acceder sin
pagar cuantioso peaje, apenas dejaban un agujero por donde entrarse la luz del sol.
Como le gustaría vivir allí arriba, donde no había que sufrir para todo.
Su destino era unos almacenes no muy lejos en donde el dueño le negó el pagó
apropiado por un apaño que le hizo, incluso le menospreció la labor a pesar de
haberla terminado con profesional resultado, salvando el día a la empresa. Ya estaba
harto de mierdas por el estilo y tras una bronca por dinero con su madre no le
quedaban ganas de aguantar más miserias. No iba a exigirle lo que le debía, para
nada, pensaba matarlo y coger lo que hubiese. Sin embargo cruzando un parque
donde la decoración había sido reemplazadas por desechos, un grupo de pandilleros
de pantalones anchos y chalecos mínimos, con ese acento ridículo que ellos creían de
tipos duros, contoneando sus cuerpos tatuados como si fueran espaguetis danzando, le
increparon al pasar –Eh tipo duro ¿A donde vas?– El bacile solo era la introducción
del graciosillo del grupo, los cuales ya sonreían como hienas incluso antes de que
empezara la broma con la que creían le quitarían su arma con facilidad.

Miguel desenfundó y disparó. Ni se movió del sitio. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Ninguno de
ellos esperaba tal gesto de un crio ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Pronto sus caras burlonas
perdieron la sonrisa ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Intentaron desenfundar sus armas, cubrirse
tras el triste banco que medio segundo antes era su asiento. No lo consiguieron.

Miguel no esperaba ganar, pero tampoco le importaba perder. Resultó que era mejor
tirador de lo que creía, o puede que tan solo fuese la suerte del principiante. En unos
pocos segundos el grupo de malotes estaba tieso o retorciéndose en el suelo.

Se acercó a uno de los que aún vivía, le apunto al cráneo. Este se giró y con los ojos
lacrimosos por el dolor suplico por su vida a gritos. –¡Maldito mocoso! ¡Joder! ¿Que
coño te he hecho yo? ¡No me mates cabrón!–

¡Pum! –Jodete.

Los sesos del tipo se desparramaron por el suelo saliendo por el lado opuesto al tiro
de su cabeza. Miguel estaba asustado, por el ruido, por la sangre. Pero también estaba
contento, por una vez, ganaba él. Así que siguió hasta que no quedaron cabos sueltos
y después se apresuro en quitarles todo lo que tuvieran de valor, pues de seguro que
la policía ya estaba de camino, no porque un vecino llamase, si no por los drones de
vigilancia errantes que monitorizaban la ciudad siempre. Era una suerte, que dados
sus planes, trajera con sigo un par de bolsas de la basura en su mochila escolar.

El perista quiso rebajar el pago por la joyería y las armas excusándose en que
estaban manchadas de sangre. Cuando vio la mirada de Miguel se retractó. Esta vez
le dio un precio más justo. El mal siempre vence en el infierno.
Problemas sexuales

Al volver a casa escucho ruido en el pequeño espacio que llamaban salita. Un cuarto
de “estar” viendo la televisión donde el tenía reservado un pequeño espacio en una
esquina del sofá donde su madre se tumbaba a dejar pasar las horas visionando su
selección de programas, una serie de chorradas sensacionalistas sobre gente
desgraciada que mejoraba su vida después de que el simpático presentador o
presentadora le contara cuatro mantras o le decorase el piso. Las interpretaciones eran
tan sobreactuadas y predecibles que a Miguel le costaba pensar que alguien pagase a
esos actores por ellas. Sin embargo su madre los consumía uno tras otro. Razón por la
cual prefería encerrarse en su cuarto a experimentar neuros, eventos simulados
enviados directamente al cerebro, que conseguía de forma ilegal por internet. Eran la
única forma que tenía de tranquilizar su mente, dejando de escuchar los ruidos, quejas
y lamentos, riñas y gritos incesantes de su alrededor y centrarse en algo que no le
cabrease.

Sin embargo esta vez no estaba viendo la televisión, si no follando. Su madre tenía un
amante, por llamarlo de alguna manera, un tipo casado y con hijos de las plantas
superiores que se pasaba por allí de forma ocasional. Cuando le apetecía fornicar.

No entendía su relación, es decir, ella no era una mujer bonita, en su juventud lo fue
pero por la falta de dinero, culpa de Miguel por haber nacido, no había podido
detener su envejecimiento, encontrándose ya muy desmejorada por los años y el
trabajo. Por otra parte ella era una borde, soltaba miserias por la boca sin ni tan
siquiera planteárselo. Suponía que o el tipo tenía unos gustos muy raros o, como solía
suceder, a él lo trataba mejor que a su hijo. A cualquiera lo trataba mejor.

Las ordenes en tales casos estaban claras, abandonar el piso en el acto. No debía
interrumpirles. No quería ella que al tipo se le cortara la leche al ver al mocoso
preparándose un sandwich. Así que se dio media vuelta y marcho a la calle, el
tampoco quería contemplar esa escena. Al menos ahora tenía dinero propio para
comer.

No quería gastarse mucho créditos, los estaba ahorrando para emanciparse, aunque no
supiera ni como se hacía eso. Así que se conformó con una barrita de cereales y un
refresco que fue a adquirir a un máquina expendedora de un callejón.

Mientras compraba su cena escucho gritos provenientes del interior, apagados por la
distancia y cubiertos por la cacofonía constante de la calle principal. Eran gritos que
demandaban auxilio, de timbre femenino. Nadie había sido bueno con él desde la
muerte de la abuela, la yaya la habría dicho que fuese bueno y valiente, y le sobraban
las balas.
Se acerco con el arma en la mano, la gran pistola que de alguna forma le daba una
seguridad que nunca había tenido antes. Desde una esquina contempló como en un
recoveco de la pared creado a base de tuberías anchas que se alzaban encaramadas a
la fachada, algún tipo de respiraderos, una joven era sujetada por dos tipos mientras
un tercero le arrancaba con violencia la ropa.

La chica, que tendría por la estatura pocos años más que él se defendía como podía,
pataleando y forcejeando entre llanto y gritos de socorro. Los otros jóvenes debían de
superarla en unos dos años, más altos y fornidos, respondían a sus intentos de
salvarse con bofetadas.

Desde su posición apenas eran sombras moviéndose en una oscuridad atenuada por
un farola parpadeante y las pequeñas mamparas luminosas sobre las puertas de
servicio de nulo uso. Aún así el suceso le asqueaba en su fuero interno de una forma
instintiva. Entendía que se trataba de una violación, conseguir sexo era fácil y barato
pero claro, las chicas bonitas se les escaparían del presupuesto a semejantes
mindunguis. Por los peinados extrovertidos de los agresores se trataba de un trío de
punks, desechos de la calle que se dejan todo lo que ganan robando y asaltando en
droga.

Si los pillaba bien podría acabar con ellos fácil y rápido, sería un héroe y añadiría
algunos créditos más a la cuenta. ¿Y quien sabe? Lo mismo la chica se mostraba
agradecida.

Se acercó con cautela, miedo y dudas. Necesitaba un tiro limpio o podría acabar
matando a quién pretendía rescatar. Mitad verdad mitad escusa. Había visto las armas
metálicas destellar con brevedad al movimiento, los tres tenían pistolas y a parte de
seguro que navajas y cadenas también. Podía ser una muerte muy dolorosa si fallaba.

Alcanzo un distancia considerable sin que ninguno de los distraídos violadores se


percatase de su presencia, estaba prácticamente al lado cuando apuntando con la
pistola cuando reconoció la voz de la chica a la cual ya solo le quedaba el calzado.

Se quedo inmóvil. Era Vanessa, la zorra que a principios de curso le engañó


haciéndole creer que le interesaba para bajarle los pantalones delante de media clase
en una trampa en los baños del gimnasio. Y esa solo fue la más gorda, su grupo tenían
por costumbre burlarse de él recordándole que era un miserable y jamas nadie le
querría. Por gente como ella había dejado de ir a la escuela. La odiaba y ahora estaba
a punto de salvarla.

La duda le paralizó y por ella fue descubierto.

–¿¡Que mierda!?

–¡Quietos joder o os vuelo la puta tapa de los sesos!


–¡Mierda puta! El canijo tiene un arma mas tocha que él.

–Vuelve a moverte y pesará un poco menos.

–¿Que pasa? ¿Esta pava es tú novia? ¿La quieres para ti?

–Una mierda, odio a esta zorra.

–¡Joder venga! ¡Solo fue una broma! ¡Tienes que ayudarme, tú eres de los buenos!
–Puede que la situación hubiera cambiado pero uno de ellos aún la retenía por el
brazo derecho.

–Mira como me rio.

–¿Si no la quieres a que coño vienes?

–¡A promover la abstinencia a balazos capullos! ¡Ya estáis soltando la guita!

–¡Que mierda! ¿Donde quedo el honor entre ladrones? ¿Crees que si tuviéramos pasta
estaríamos desnudando a esta guarra? –La verdad es que la niña estaba bien buena y
desnuda ganaba. No pudo evitar distraer su mirada en los prominentes pechos que
tapaba con su brazo izquierdo y la ingle que intentaba ocultar contra la pared donde
unos pelillos asomaban.

La distracción fue suficiente para que uno intentase abalanzarse para arrebatarle la
pistola pero el que parecía el líder, un joven con ojeras que lucía una cresta de gallo
verde le paró. Por décimas de segundo no le voló la cabeza al de la cresta que era al
que estaba apuntando.

–¡Gilipollas! ¿Quieres que me mate? ¡Haz eso cuando te este apuntando a ti!

–Pero Lucas...

–Callate huevón. Chaval –Se dirigió a Miguel– Tú no has venido a robarnos.

–Claro que sí.

–Eres virgen, se te nota a la legua, si casi no puedes dejar de mirarla. –Sus


compañeros rieron –¡Callad la puta boca! –Les corrigió.

–¡Dame tú dinero!
–No tengo. Es verdad. Ninguno de nosotros tenemos gran cosa. Estoy seguro que ya
te has dado cuenta de eso hace rato. Tú has venido aquí a salvar a la chica pensando
que después sería agradecida contigo y te dejaría jugar con su coñito. Pero deja que te
cuente algo, una pava no quiere follar después de que casi la violen. Te dará las
gracias con palabritas y mañana al que se estará follando será otro tío que se la pueda
permitir y ni se acordara de tu jeta.

–Eso ya lo se.

–Guay. Teniendo en cuenta eso, que esta pava te jodió en el pasado, que nosotros no
te hemos hecho nada para que nos jodas y que como no te salga bien la jugada te
vamos a reventar a palos. ¿Que piensas hacer?

–¡No les hagas caso joder! ¡Te están engañando! ¡Salvame y te juro que te hecho el
polvo de tú vida!

El calvo con tatus en la cabeza la tapo la boca con la mano al son de –Calla zorra–
Miguel no sabía que hacer. El tal Lucas volvió a hablar.

–Vale, lo entiendo, no puedes liarla como lo has hecho y largarte sin más, quedarías
como el puto ojete. Pero entiéndeme a mi también, si en la calle se supiera que me
deje atracar por un crio toa ala peña me iba a faltar al respeto. Así que te propongo
algo, nosotros te dejamos que te la folles primero, luego te largas y aquí no ha pasado
nada.

–Como si no fueras a atacarme en cuanto baje la guardia.

–Eso me ofende. ¿Que paso con el valor de la palabra de un hombre? ¿Yo te ofrezco
una salida guapa y me sales con esas?

–A otro con esos cuentos.

El pavo de la media melena purpura se descojono de risa. –¡Joder con el enano! Los
tiene bien puestos.

–Vale, vale. No nos conocemos y claro, tu mamá te habrá dicho aquello de no confíes
en desconocidos –dijo el líder actuando para la galería dándose una vuelta sobre su
eje.

Un balazo se estrelló contra la pared interrumpiendo su actuación. Parando a los tres


en seco.

–¿Ahora es cuando volteas rápido y navaja en mano intentas apuñalarme?


Lucas meneo la cabeza sonriendo. –Vale chaval. No hay quién te la juegue. Tú ganas
esta noche. Toda tuya, pero recuerda lo que te conté antes. Chumbas, nos vamos.
Los tres punks se fueron sonriendo dejando a la chica a él en paz.

–¡Gracias! ¡Eres mi héroe! No les creas, de veras que te voy a compensar por esto.
–Decía Vanessa a la que vestía su blanca piel con sus ropas rasgadas.

–¿Entonces por qué te vistes?

–¡Ahora! Ahora no debemos irnos antes de que vuelvan.

–No van a volver.

–Vámonos a un sitio mejor ¿Va?

–En cuanto llegues a la calle en donde haya un montón de gente para protegerte
pasaras de mi culo.

–No seas idiota.

–Esos punks no te han traído aquí a rastras... De seguro que ibas a comprarles drogas.
Por eso se han ido tan fácilmente, porque ya tienen tu dinero... Les tendría que haber
atracado...

–Sí, hubiera estado bien...

–Casi he podido oír el pringaó que has pensado ¿Sabes que? Tú no vas a salir de este
callejón. Como dije, te odio.

La chica se dio la vuelta para contemplar a Miguel apuntándola a la cabeza. Echo un


vistazo rápido a los alrededores, demasiada distancia para escapar corriendo.

–¿¡Que coño te pasa!?

–Que o me das algo que compense tú salvamento, y ya de paso todas las burlas que
me dedicastes en el cole, o te mato ahora.

–¿¡Eres igual que ellos!? ¿¡Otro violador de mierda!?

–No, no lo sé. Lo que sé es que tú eres una zorra cruel y aprovechada y que hoy se te
ha acabado el cuento.

–No vas a dispararme

Apuntó a la rodilla pero dio en el muslo.


–¡Joder! ¿¡Que quieres!? ¡Se lo han llevado todo! ¡Ahora no te puedo dar nada!
–Decía desde el suelo apretando la herida del lado exterior del muslo izquierdo con
los dientes apretados.

–Me podías dar lo que me prometistes, el polvo de mi vida.

–¿¡En un callejón de mierda!?

–O me puedes dar la satisfacción de una venganza.

–¡Joder me has herido! ¡Duele que te cagas! ¡Estoy chorreando sangre! ¡Necesito un
médico!

–Tienes razón. En cualquier caso siempre serás un cabo suelto.

Ya estaba apuntándola al espacio entre sus asombrados ojos azules por donde se
cruzaban mechones de su alborotado pelo teñido de rosa cuando los tres punketas
volvían a la carrera siguiendo a su líder. Miguel les apuntó, pero estos no llegaron a
desenfundar alentados a permanecer así por Lucas el cual se acuclilló sonriente para
poner la cara a la chica que tendida en el suelo permanecía horrorizada.

–¿Que pasa guapa? ¿No te distes cuenta que a este no se le engaña?

–¡Jodeos todos! ¡Ahora sabe que tenéis mi dinero y os matará!

–¿Tú crees? –Lucas se saco del bolsillo un credichip y se lo metió en el bolsillo del
pantalón al estupefacto Miguel que seguía apuntándoles si saber muy bien que estaba
pasando.

Lucas con gestos de demente se respondió a si mismo. –Yo creo que no. Debiste
echarle el casquete.

–¿¡Que mierda queréis!?

–Vale, vale, vale. Aquí el amigo te ha pegado un tiro y teniendo en cuanta la situación
tiene dos opciones. Una, te deja marchar para que le denuncies mañana y que le
metan en la trena por agresión, robo, intento de violación y canijo. O te deja seca en
el sitio.

–¡No denunciare! ¡Lo juro! –Dijo mirando a Miguel.

–Ya jurastes antes y mira que bien has cumplido –La pegó un molesto lametón en la
mejilla. No, no, no, denunciaras y el se convertirá en el culito bajito más roto del
pabellón. Pero ahora que se ha puesto jodidamente interesante yo propongo una
tercera opción.
–¿Que opción? –Pregunto Miguel.

–Me gusta que preguntes. Cogemos esta pava antes de que alguien más venga a
cotillear y nos la llevamos cagando leches a un colega que tengo que grava unas
neuros gores que te cagas y nos dará un buen pellizco por ella.

–Es lo que deberíamos haber hecho desde el principio –Añadió el calvo.

–¡No! Miguel no les dejes...

–¡Tapala la puta boca! –El calvo así lo hizo. –Vamos a partes iguales ¿Que te parece
Miguelin?

–¿A partes iguales? Con el crio este ¿Por qué? –preguntó molesto el purpura

Lucas remoloneo irritado, desde un contenido tono normal hasta acabar gritando
–Porque si se une, se une. Y porque, me sale ¡De los putos! ¡Cojones!

–Vale Lucas, lo que tu digas...

–¿Que me dices Miguelin? –preguntó poniéndole el brazo sobre los hombros.

–¿Es mucho?

–No esta nada mal.

–Vale. Pero aún quiero follármela.

–¡Di que sí campeón! –Le dio un amistoso golpe en el hombre antes de ponerse al
tajo.

Esa noche Miguel cruzó de acompañante las calles volando en una moto aérea los
cielos de la ciudad junto a sus nuevos compañeros punks hacía unos almacenes viejos
medio abandonados donde la ciudad limitaba con el yermo desolado de alrededor. La
experiencia de volar le fascinó, la ciudad parecía otra desde el aire. Un laberinto de
largas varas verticales oscuras y anchas, troncos sin copas bajo la borrasca del cielo
lluvioso, en donde danzaban los deslumbrantes colores de los incontables anuncios de
las pantallas de las fachadas y los hologramas bajo ellos. Destacaban las líneas
brillantes de los ascensores exteriores y las luces azules de los de autos que
navegaban entre las columnas como un banco de peces sin apego, insectos de colores
y negros afines al ritmo de las normas de tráfico pero con el caos de ir cada uno a un
destino misterioso para el resto. Un sentido de la circulación para la mitad de abajo y
el contrario para la de arriba con los drones de las entregas a domicilio por debajo de
todos zumbando con sus cargas cual enjambre enfurecido. Todos en vuelo
automático, solo los locos y los delincuentes conducían.
Las motos eran igual que el resto de vehículos, escarabajos sin patas de colores
impulsados por llamas azules en su vientre y trasera, pulidas lisas piedras de río
reflectantes rodeadas de intermitentes fuegos fatuos. Solo que estas eran más finas y
ligeras, con dos propulsores de elevación en vez de cuatro y uno de desplazamiento
en lugar de dos. La panda de Lucas las había pintado por fuera de colores vistosos y
parecían cohetes de broma surcando el cielo a toda pastilla como barracudas.

A Vanessa la llevaba de fardo en otra moto, con un torniquete cutre en la pierna para
evitar que se desangrase.
Son solo negocios

Por el camino a Miguel le entro la duda ¿Y si todo era mentira y pensaban venderlo a
él también? ¿Que sentido tendría? Le podían haber disparado en el callejón a la que
volvieron. Por como aullaban por la llamada grupal y su manera temeraria de pilotar
estaba claro que de la cabeza muy bien no estaban. Como todos en esa ciudad. Y su
líder, el cresta de Lucas, era el peor, parecía encontrarse en pleno subidón de
brillantina, hasta arriba de estimulantes.

El cachas calvo de la chupa de cuero tachonado. Omar, de rasgos túrquicos, era el


más serio. El flaco del pelo morado aullaba como una nena y se tocaba el pelo como
si fuera una modelo, Sham, sospechaba que sería gay. Iba del royo de listo del grupo.
En el lateral pelado de su cabeza tenía un implante de netrunner por lo que lo mismo
lo era. Lucas por su parte tenía todo el cuerpo tatuado con rayas brillantes al modo
placa de hardware entre los que se intercalaban demonios japoneses. Bastante chulo.
No como los de Omar que eran bastante típicos, calaveras, flores, animales... Sham
llevaba unas sirenas muy definidas como volando con gracia entre nubes tatuadas en
los brazos, parecía más un cuadro clásico, lo bonito es que eran fosforescentes.

En cierto modo aquellos locos le parecieron muy divertidos. Le daba la sensación de


que vivían a tope, burlándose de la muerte que les acechaba, tentándola en cada
curva, y del sistema que les relegaba a la marginación saltándose todas sus normas.
Eran libres.

El almacén en cuya puerta aterrizaron tenía pinta de llevar tiempo abandonado, la


igual que sus vecinos. Solo los restos de colillas y envoltorios de comida recientes
denotaban la presencia de alguien por allí desde el cretácico. Lucas fue el que llamo a
la puerta dándole unos golpes exagerados al rato una voz con un acento fuerte
preguntó.

–¿Quién llama? –preguntó la distorsionada voz con acento ruso del telefonillo.

–La puta madre Rusia cacho de Iván. –Gritó Lucas.

–Tú siempre tan gilipoyas.

–Te traigo una actriz, pero esta algo tocada.

–Tocadas valen menos.

–Es una cría bien bonita, si te parece que vale poco se la llevo a otro.

–Dejame ver primero.


Entraron en una recepción compuesta por muebles recogidos de algún basurero.
Sofás con muelles como puñales y pales apilados con un contrachapado por encima
como mesa. Cada lámpara de pared tenía un aplique distinto. Lo único funcional era
una cámara de vídeo vigilancia en una esquina.

La amordazada Vanessa volvió a gritar y retorcerse, ya sin muchas energías. La


colocaron sobre la mesa y el tipo, una fortachón con bata de medico desabrochada,
sin camisa y con vaqueros, de unos treinta años , calvo y rostro impávido la examinó
por encima. Diciendo en voz alta, de forma relajada, lo que veía como si estuviera en
una clínica. Primero le comprobó la mirada con una linterna.

–Respuesta ocular: bien, no drogas, nada de implantes.

–Pulso: un poco flojo.

–Respiración: bien.

–Herida: Mal, heridas gustar menos.

–Herida bien guapo, la bala salió limpia, una tirita y ni se nota. –añadió Sham.

–¿Tú doctor?

–En ingeniería informática

–Cuando querer arreglar ordenador yo escuchar, mientras tanto tú callar.

–Pechos y culo: bien. Os doy diez mil.

–Diez mil... ¿Me quieres joder Ivan? ¿Es eso? ¿Me quieres joder? –Lucas aprecia
siempre exaltado.

–Es lo que hay

–¡Y un puta mierda Iván!¡Y una puta mierda! Solo por los trozos te saca cien ¡Así
que no me jodas! Iván, Iván, Iván, tu y yo hace mucho tiempo que no somos amigos
y eso es por algo Iván. Y no me refiero a tú inexistente tacto por la moda o tu falta de
higiene tío. Es porque cada vez que te traigo algo me vienes con la misma mierda ¡Y
empieza a llenarme las pelotas! ¿Lo pillas?

–Te doy quince.

–Me das cincuenta y la próxima vez que tenga un mal viaje no me paso por aquí con
una garrafa de gasolina.
–Tú ya sabes que pasar si dar problemas.

–Sí, yo lo sé, es a ti a quién se le esta olvidando ¿Te acuerdas de Jhony? ¡Todos se


acuerdan de Jhony! Fue un funeral precioso, puede que fuese por el humo pero llore
como un niño, todas esas flores de fuego a su alrededor y el gritando “¡Os quiero
hijos de puta!” Mientras exhalaba sus últimos gritos a la que hacía esa danza hawaina
de palmearse tan chula en medio de su laboratorio clandestino, donde hacía esa
mierda tan buena hasta que se le ocurrió mezclarla con no se que mierda y
vendérmela como material de primera... Joder jhonny, te echamos de menos.

–Vale. Darte treinta, pero no más.

–¿Treinta? ¿Cuanto son treinta entre cuatro?

–Siete coma cinco.

Lucas saco su pipa como un rayo y se la metió en la boca a la que terminaba de decir
cinco. –¡Por el culo te la inco! ¿¡Eso es lo que quieres Ivan!? ¿¡Incarmela!? ¿¡Me
quieres joder!? ¿¡Cuantas quieres comerte Iván!? ¿¡Siete o cinco!?

Los otros sacaron las armas y apuntaron a la puerta que daba al interior de las dos de
aquel cuchitril. Vanessa intentó escapar pero una patada de Miguel en la herida la
dejo en el sitio, él también desenfundo el arma.

El tal Iván intentaba decir algo pero con el cañón en la boca no se le entendía una
mierda, además de que Lucas no paraba de gritarle incoherencias.

Al rato otros rusos con pinta de puertas de discoteca entraron con ametralladoras en
las manos pero antes de que pudieran disparar Omar y Sham los acribillaron llenando
el cuarto de fogonazos y estruendo y a los rusos de balas.

Enseguida el doctor marco un cinco con la mano abierta a Lucas. Este le soltó y se
tranquilizó.

–Bien –Suspiró relajándose– La barrera idiomática es jodida de superar pero me


alegrá que hayamos conseguido entendernos. Sabía que al final no entenderíamos. Te
aceptamos los cuarenta, por las molestias –Señalo los cuerpos de los guardias
muertos– Pero antes el chaval este tiene que estrenarse follándosela así que arréglala
la patita, la echamos un polvo, nos das la pasta y nos vamos. Mejor danos la pasta
antes.

–Puto Lucas ¡Estas mal de la cabeza!

–¿Sí lo sabes para que me invitas?


–¡Yo no haberte invitado a una mierda cabrón!

–Por eso nuestra relación es tan tensa. Deberías enviarme galletas por mi
cumpleaños. O un peluche explosivo. Me encantan los cocodrilos.

El ruso se llevó a la chica adentro cargándola sobre los hombros mientras ellos se
sentaban en los incómodos sofás y se ponían a fumar un canuto.

–¿No querrá vengarse por lo de habernos cargado a sus chumbas? –preguntó Miguel.

–¿Iván? No, los rusos se matan entre ellos por diversión a cada rato, es como un
deporte. Toma chaval prueba un poco.– Lucas le paso el porro.

Miguel intento fumar imitando a sus chumbas pero lo único que consiguió fue una
buena tos y que se le saltaran las lágrimas. Todo se rieron al verlo.

–Lo sé, es tan bueno que no puedes evitar llorar de alegría.

Miguel decidió dejar el tabaco por el momento. De alguna manera al rato estaban
hablando de motos con la tranquilidad de quien conversa en una cafetería. Como si
no acabasen de matar a dos maromos, vender a una chica y esperasen para violarla.

Al rato apareció Iván por la puerta anunciando que estaba lista. Dado que era su
primera vez los chicos tuvieron al amabilidad de cederle el primer turno y dejarlos a
solas.

La sala adyacente era algo intermedio entre una clínica y una carnicería. Tenía una
silla como de dentista en medio, iluminada por un foco potente, en ella estaba tendida
Vanessa, reflejando la luz en su desnuda piel, con aspecto de haber sido sedada, con
la pierna herida vendada y un manchurrón de sangre debajo. Alrededor había muebles
sencillos con instrumental médico aquí y allá, las paredes, el techo y el suelo grises le
daban un toque de película de terror, en el suelo además quedaban marcas de charcos
y salpicaduras alrededor de la silla.

–Miguel aún puedes ser un buen chico y ayudarme... –dijo con la voz reducida a un
susurro.

–Estoy harto de ser el bueno para nada.


Miguel observo el cuerpo tendido ante él. Nunca había visto una chica desnuda, a
parte de excitado sentía una enorme curiosidad, no sabía ni por donde empezar. Por
otra parte tampoco le gustaba lo que estaba haciendo, sabía que estaba mal, que era
cruel. Acalló esa parte de él, la enterró hondo, no quería escuchar a su estúpida
conciencia. Esa chica junto a sus amigos le habían hecho la vida imposible en el
colegio, era malvada, y el debía de ser un idiota por pretender ayudarla. Además era
su oportunidad, ninguna mujer iba a quererle nunca, porque era un desgraciado sin
futuro, no necesitaba a su madre para que se lo recordara, bien lo sabía. Sí quería
dejar de ser virgen, esa era su oportunidad.

Empezó por tocarla la mejilla y el cuello, con suavidad, como si se fuera a romper si
apretaba, temeroso y deseoso a partes iguales, poco apoco fue perdiendo el miedo y
paso a tocar sus pechos, no muy grandes y con una aureola considerable. No tardo en
chuparlos.

Según se atrevía a más, más deseaba y tocaba con más descaro y fuerza. Hasta que
llego el momento del gran misterio. Separó las piernas de la chica que se pasaba el
rato con la mirada perdida en el techo, como si buscara algo en esa insulsa superficie
gris. Allí estaba, los genitales de Vanessa, una rajita en su cuerpo de interior rosado,
como una entrada artificial sus entrañas, un corte curioso que le excitaba
sobremanera. Lo tocó, lo frotó, lo saboreo, introdujo los dedos y palpó. En algún
momento se bajo la ropa de la mitad inferior de su cuerpo y empezó a tocarse
también a si mismo por lo que antes de unir sus sexos ya había expulsado todo su
jugo. Su pene había decidido por si solo que lo de aprovechar la ocasión como que
no.

Se sintió avergonzado por haber soltado toda la carga tan pronto, solo el saber que
nadie le había visto aliviaba su bochorno. Aún así se castigaba por dentro por el
patético gesto.

El caso es que tampoco le estaban metiendo prisa y en una esquina había una fregona.
Así que limpió el estropicio y la colocó de nuevo en su sitio. Termino enseguida
quedando un poco aliviado por haber borrado las huellas de su patinazo. El caso es
que la chica seguía allí, despatarrada, con todos sus encantos al aire y empezaba a
darse cuenta de que nadie le molestaría. Por lo que tenía un segundo intentó.

Volvió a la carga, esta vez más decidido reanudando su investigación, se tiro un buen
rato tocando y saboreando hasta que ya no pudo aguantarse más y se introdujo en el
cuerpo de su enemiga. La experiencia era mucho mejor de lo que se había imaginado.
Antes de eso había probado neuros porno de muchos tipos que garantizaban una
sensación realista, nada que ver. Aquello era mucho más emocionante y el tacto sin
duda mejor, la calidez, la humedad. Desde ese momento se liberó del todo y realizó
en ella sus fantasías sexuales, un tanto simples en realidad pero muy placenteras. Fue
la mejor consulta de su vida.
Al salir todos menos el ruso le felicitaron entre cachondeos sobre su perdida de la
virginidad. Después de él paso Lucas, luego Omar y por último Sham. así se fueron
turnándose hasta que todo el grupo se sació con Vanessa. La abandonaron en manos
del ruso, se repartieron la pasta y volvieron a la ciudad, dejándole cerca del callejón
donde lo encontraron. Cuando Miguel preguntó que iba a hacer con ella el ruso le
dijeron que no se preocupara, que se centrara en los beneficios. Era difícil tener
remordimientos cuando la aventura te ha dejado diez mil créditos en la cuenta. Aún
así no se sentía cómodo del todo.

Al llegar a casa su madre ni le discutió. Recién follada estaba de buen humor y total,
nunca se había fijado mucho en él. Ni una sola vez le pregunto que tal se encontraba
por triste o alegre que fuese su cara y esta vez no era la excepción. Menos en esa
situación. La cena la ocupo contándole sus movidas de enamorada de su idilio como
si el capullo con el que se veía fuese un crack de la vida solo por tener dinero.
Cuando solo era un tipo con la suerte de haber nacido en el lado correcto de la
ciudad, no había hecho nada que no hubieran hecho miles antes que el. Joder su
movida de aquella noche había sido más interesante que toda la vida de su amante,
pero claro, mejor callarlo.
Liberar tensiones

A la mañana siguiente a la bruja se le había pasado el efecto del tónico del sexo.
Apenas Miguel se acercaba a la mesa de la salita con su vol en la mano para
desayunar que esta empezó a despotricarle. Todo pensamiento de remordimiento por
lo realizado el día anterior que lo atormentase voló impulsado por los gritos de su
progenitora.

Habían platos sucios que fregar, algún cereal caído en el suelo, ropa tendida sin
recoger. Todos ellos relacionados con Miguel, su cena, su desayuno, su ropa. Su
Madre con tono agresivo y voz alzada le demandaba que fuese más responsable y
limpiase lo que ensuciaba, un reclamación justa, si no fuera por las revistas
esparcidas por toda la casa, el sofá plagado de migajas, una cazuela repleta de comida
de las sobras del almuerzo con el amante que ella se estaba molestando en limpiar en
ese momento más un largo etcétera de desperdicios de la misma persona que gritaba
como energúmena por la falta de higiene del joven. El cual aguantaba el chaparrón
pensando en lo fácil que sería acabar con su rabia de un plomazo.

Estaba tan cansado de aguantar esa injusticia. Según su madre ella tenía derecho a
ensuciar dado que traía dinero a la casa, que le pertenecía la vivienda. Principal y
único argumento de la desdichada mujer para denigrar a su hijo.

Miguel había aprendido de cuando contribuía que eso no tenía nada que ver. El
motivo real era su dominancía. Ella era una mujer que había fracasado en todo,
llevaba años estancada en un puesto de camarera, sufrido, mal pagado y
desagradecido. No es que no hubiese tenido oportunidades de ascender, es que ella
misma las había rechazado, agobiada por las responsabilidades. En las relaciones de
pareja era igual, había conocido hombres buenos que la habían cortejaron pero por
alguna razón siempre elegía a aquellos que solo la usaban. En lo referente a la
maternidad, puede que la responsabilidad la aterrase, que culpase a su hijo de su
situación, o que sencillamente fuese una negada para ello, con toda probabilidad una
mezcla de todo eso y más. El caso es que nunca hizo el más mínimo esfuerzo en ello.
Nunca conoció a sus profesores, la traían sin cuidado sus amistades, su única
constante era la ausencia, lo cual, teniendo en cuenta que su aportación eran broncas
por todo, era de agradecer. De hecho Miguel hacía lo posible por relacionarse lo
menos posible con ella y si era de obligado menester hacerlo solo cuando estuviese
de buen humor. Así se evitaba sentirse como una mierda, inútil, triste y solo. Pues
cual matón de barrio, la forma de su madre de salvar su propio ego y dignidad parecía
ser denigrar la autoestima y destrozar el orgullo de su hijo, así no sería la última de la
fila. Ella dominaba.
Por lo tanto, más le valía abstenerse en todo momento de remarcar que ella estuviese
haciendo algo mal, nunca lo reconocería por obvio que fuese, y lo que era peor, podía
ponerse violenta de nuevo ¿Una amenaza para su supremacía? Esto incluía, como no
y ante todo, su filosofía o conducta. Nada la cabreaba más. Era una garantía de pelea,
las cuales siempre acababan en su más querida e incumplida amenaza. Echarlo de
casa.

Con el tiempo Miguel ya ni si quiera quería estar con ella en los momentos buenos, a
sabiendas de que su estado podía cambiar en cuestión de segundos y sin causa
aparente. A eso había que añadir que aquella madura de pelo desgreñado y coloridas
prendas era incapaz de escucharle, sea cual fuese el tema, por arte de magia, en tan
solo dos frases habría trasladado su atención a otro asunto o había cambiado el tema
a: Consigue dinero. Su favorito.

Y es que nada la asustaba más que la falta de solvencia. Cosa curiosa en alguien que
nunca hizo nada por mejorar su situación económica. De joven vivió de sus padres,
los cuales la costearon el piso y se hicieron cargo de su hijo hasta que ella pudo
asumir la carga, bueno, aparentar que lo hacía pagando las facturas. Al tiempo de
haberse mudado, incapaz de pagar la hipoteca puso a Miguel a trabajar, cobrándole
por vivir en su casa hasta que no le quedo nada. Decía ella que así se haría
responsable. Lo cierto es que la evitó el embargo.

Esa era, en parte, la madre que la había tocado. Una maravilla de la humanidad.
Avatar de su más autentica mezquina naturaleza. Miguel estaba seguro de que la
razón por la que no le pegaba era por que la encantaba mostrarse de cara al público
como una madre modelo, una luchadora que sacaba a su hijo a delante contra viento y
marea, y claro, los moratones habrían desvelado su autentico ser.

Su fachada no valía gran cosa, engañaba a la gente que se dejaba engañar por que
como no les importaban tampoco prestaban atención, o lo que por amistad o interés,
deseaban creerla. Otras personas más avispadas se habían percatado de su oscuridad,
aunque tampoco es que fueran a hacer nada al respecto. Para ella solo era cuestión de
dejar de tratar con esas personas.

En soledad Miguel había encontrado la forma de enfrentarse a su vampira particular.


Esta vez, como ya venía haciendo desde hacía un año, la planto cara. Lo que le valió
otra discusión acabada en amenazas. Terminó estoico, anclado en su defensa, y esta
vez no perdió el control gritando como ella, si no dándose ese halo de superioridad
que tanto la jodia. Sin embargo, tampoco era de piedra, aquello le consumió las
energías y le deprimió. Ella se marchó primero despotricando a voces, su forma de
decir la última palabra cuando se notaba perder la discusión, el se fue a su cuarto,
recobró el aliento y recogió su arma. Necesitaba desahogarse y todavía le quedaba
una deuda que cobrar.
Así era la nueva filosofía de Miguel, para no convertirse en las personas que odiaba
evitaría todo lo posible hacer daño a un inocente, pero en lo referente a los
culpables... Esos no merecían piedad.

Fue un reconfortante paseo hasta las afueras, esta vez nadie le molestó. Caminó solo
por sucias calles, al principio atestadas de gente, poco a poco cada vez más holgadas,
hasta que llegó a los polígonos industriales, cuya presencia humana era percibida a
modo del eco de los ruidos de fábricas y almacenes en plena faena.

La nave que visitó era una entre un conjunto de clones agrupadas en lineas sin apenas
uso, casi todas almacenes, la mayoría sin uso, ya fuese porque estuviesen vacías a la
espera de dueño o porque los objetos que guardasen se usasen rara vez. Estaban
protegidas por un sistema de seguridad básico instalado hace tanto tiempo, sin
mantenimiento alguno, que sería un milagro que alguna cámara funcionase.

Había acudido a unas horas de la madrugada en las que el personal era mínimo. El
dueño y objetivo, que solo estaría un par de horas, no era amigo del esfuerzo. Una
secretaria, administradora real de la empresa, y el encargado de organizar a los tres
obreros responsables de la maquinaria, los cuales iniciaban su jornada con
anterioridad para que cuando el resto de empleados llegasen las máquinas ya
estuvieran preparadas para su uso.

Se encontró al jefe en la puerta, fumando. Había tenido suerte.

–No tengo trabajo para ti. –le dijo el dueño, un tiarrón que le sacaba dos cabezas y
cuyos brazos eran solo ellos medio Miguel. El joven siempre pensó que sacó el
dinero para financiar su pequeña estafa de la droga, vendiendo o dejando vender,
limpiando trapos sucios y cosas similares. Aunque había oído historias sobre estafas.

–Me debes dinero.

–Sera al revés. Tú me debes dinero a mi.

–Sabes muy bien quién te robo esa mercancía. No fui yo.

–Yo creo que sí.

Miguel saco el arma. –¡Espera! –grito el matón.

Esa fue su última palabra. El tiro resonó en el vacío de alrededor pero Miguel no se
asustó esta vez, se estaba acostumbrando y sabía que pasaría inadvertido entre los
muchos otros estruendos de las fábricas de alrededor. Solo los que estuviesen en el
almacén se percatarían de su origen.
No se demoró. Fue corriendo a la esquina donde estaban los maquinistas y los fue
matando uno a uno. Debieron ser mejores compañeros, iban de majos pero solo les
movía su propio interés, siempre le dejaron los peores curros por aquello de ser el
último mono y hasta uno le incriminó de un robo. Por lo que no tuvo piedad.

Desde allí corrió a las oficinas tirando la endeble puerta abajo de una patada tras
reventar su cerradura de un disparo. Tanto la secretaria como el encargado estaban
pegados al teléfono.

–Colgad de inmediato o responder a la policía sera lo último que haréis.

–¿Miguel?

–¡Ahora!

Ambos colgaron y levantaron las manos.

–Dadme los neuroimplantes.

Con manos temblorosas desencajaron la parte externa del implante de sus cabezas, un
bloque de tecnología del tamaño de un pastillero con la bonita marca del fabricante
en el exterior que contenía el aparato en sí, el resto, dedicado a la simbiosis, estaba
unido a la carne, el hueso y las neuronas. A la par que se dejaban incomunicados del
mundo electrónico, intentaban calmarle, convencerle con promesas vagas de que no
darían problemas.

–El dinero.

–Solo tenemos algo de cambio...

–¡El negro! Y los móviles –Les pagaban la mitad del salario en negro y sospechaba
Miguel que no era solo para reducirse impuestos. Si no por una fuente adicional de
ingresos, la auténtica fuente, que mantenía aquel desastre de fábrica de cestas de
plástico en pie.

La secretaria fue la primera en reaccionar. Ninguno de los dos, ni el encargado de


cabeza afeitada y gesto reflexivo ni la mujer de larga coleta y ojos tristes estaban
dispuestos a morir a manos de un desesperado por los créditos de un tipo al que
despreciaban. Ella abrió una caja fuerte de la esquina y puso el montón de billetes
que guardaba sobre la mesa. Unos cinco mil créditos, si hubiera ido a fin de mes
probablemente hubiese habido el doble, pero como esa no era su única motivación...
Un fallo de todas formas.
Miguel se explicó mientras guardaba los fajos en su mochila, con las manos
enguantadas. –Sois las únicas personas que me caéis bien de aquí, no quiero haceros
daño, pero os mataré sin dudar si me ponéis en peligro.

–No te daremos problemas Miguel. –aseguró el encargado.

–Pues poneros contra la pared mientras manipulo el ordenador.

Obedecieron sin rechistar.

Miguel entro en el sistema de seguridad. Como era de esperar del torpe de su dueño
fue más fácil de hackear que una neuro pirata. Resultó que las cámaras sí grababan,
solo que no retransmitían a nadie, no tenía mucho sentido informar a una empresa de
seguridad de tus delitos. Ni se molestó en borrar los archivos. Cogió un destornillador
y saco los discos duros y otras memorias en en un par de minutos.

Después ató a los dóciles supervivientes a unas tuberías con unos flejes y se marcho a
la carrera tirando sus aparatos en un cubo de basura cercano.

Corrió un buen trecho, impulsado por el miedo y el éxito a través de amplias calles
hasta llegar a callejones urbanos en los que era fácil desaparecer. Una vez allí respiró
y rio, como si le hubieran contado un gran chiste. En teoría había ganado.

Su percepción sin embargo cambió según paseaba de vuelta a la casa. De seguro que
los supervivientes le contarían a la policía quién les había robado y aunque su
información personal y del crimen estaba en los discos duros, en su posesión, el
sistema fiscal le relacionaría con la empresa de cuando trabajó allí. Estaba jodido.

Trotó hasta la casa, cogió provisiones y la prendió fuego, varios focos por todo el
funesto hogar, sin sistema anti incendios, con las ventanas abiertas. –Adiós madre.
–Al salir podía ver las primeras y casi imperceptible volutas de humo escapándose
como él.

Después fue al banco y retiró su pequeña fortuna. Demasiado dinero para una
mochila. Para un canijo solitario como él era como ponerse una diana con un letrero
que rezase “Atrácame” así que fue a gastárselo en una inversión de futuro. En el
matasanos local se quito el chip subcutáneo de control laboral, diseñado para que su
supervisor lo pudiera localizar cuando lo necesitase o se estuviese dando un respiro
no estipulado, obligado por la empresa a comprarse e instalarse como el resto de
curritos, el cual la policía podría usar para encontrarle. Le implanto un conjunto
audiovisual básico pero de calidad, cyberware, ojos y oídos, capaces de ver y
escuchar en varios espectros a la par que protegerse de explosiones de luz y sonido,
marcado automático y transmisión de info desde el neuroimplante hasta la retina y el
oído, el neuro debió ser de los sencillitos. Su primera trepanación.
El invento incluía identidad falsa alternativa, necesaria para que no saltaran errores en
el reconocimiento facial de los servicios automáticos como en el transporte público o
la incansable publicidad personalizada de los paneles. Anulable a placer para esos
momentos en los que decidiese seguir delinquiendo. Por otra parte se hizo poner un
tatuaje facial de “lineas de plata” para que cualquier cámara que le gravase obtuviese
una percepción difusa de su rostro, también regulable. El kit criminal completo tan
demandado en barrios como el suyo. Legal de poseer, portar y vender gracias a las
necesidades corporativas de una tasa de crimen que encubriese sus pecados.

Horas después, al salir con la cara tapada por gasas que apestaban a desinfectante,
preguntó al contento médico por la banda de Lucas, un tipo de aspecto turbio, de
seguro que sin licencia. Le habló de un bar. Al menos tenía por donde empezar.
Necesitaba chumbs que supieran lo que hacer en su situación, con los cuales ganar
más dinero. Después del dispendio le quedaba como para una semana de vida en un
hotel pocilguero.
Buscando pandilla

El bar, un antro punk más sucio que la calle y olor acorde era un agujero donde se
apretaban en grupos pequeñas bandas de drogadictos, que superando el bajón a base
de cerveza barata, planeaban su próximo crimen rodeados de coloridos grafitis
alumbrados por neones de anuncios pasados de moda.

Los pocos con consciencia como para percatarse de que bajo la cabizbaja capucha de
Miguel se escondía una momia sonreían con sarna. Este avanzó hacía el fondo del
local mirando a los mal alumbrados laterales en busca de sus amigos hasta que un
tirón retiró sin previo aviso su capucha dejando a la vista de todos al monstruito,

–¡Mirad Chumbs, a alguien se le ha pegado la balleta en la cara. –Todos los capaces


de hacerlo se rieron.

–Busco a Lucas, a su banda.

–Franquesteín versión portable busca a su mamá.

–¿Chumb por qué no pasas tu cara por la barra? Se me ha derramado la cerveza.

–Esta agilipoyado después de la operación, habrá que ayudarlo.

Miguel desenfundo su arma y apunto al desgraciado que se le acercaba con pose


gallita. Sus compas hicieron los propio y en poco segundo tenía cinco armas
apuntándole.

–Retaco ¡Más te vale regalarme eso para que me olvide de la cagada que acabas de
hacer si no quieres que te devolvamos a tu sarcófago!

A Miguel sentía que se le aflojaban las piernas pero se mantuvo. –Después de que me
la chupes.

–¿Crees que por ponerte un par de implantes y tener un pipa eres como nosotros?¿Un
tipo duro? Podría matarte pisándote por descuido mierdecilla. Y tenemos cinco pipas
en tu cara, así que vas a hacer lo que te diga.

–Va a ser que no. Puede que me matéis a balazos en pocos segundos, pero tú morirás
peor, desangrado por el hueco donde antes tenías las pelotas. –Miguel apuntó a su
entrepierna.

En ese momento algo golpeo la cabeza de Miguel por la espalda y noto desvanecerse
su consciencia en un fundido en negro.
Recuperó el sentido en en el basurero, sentado sobre un retrete roto entre un montón
bolsas de basura. Pero no era el tipo en peor estado de allí, por el ruido, a alguien le
estaban trabajando las costillas.

Según su vista se despejaba pudo reconocer en el claro cercano, entre los montones
de trastos retirados en pequeñas lomas de desechos, bajo la luz del crepúsculo, a
Sham, aplicándole a Omar, sentado sobre una caja, una cura en la cabeza. Ambos
presentaban magulladuras, y manchas de sangre. A sus pies un motón de tíos, los que
le bacilasen en el bar, se retorcían y lamentaban, sobre todo el que en posición fetal
intentaba encajar las patadas de Lucas.

–¿¡Que puto sentido tiene joder a un chumb que va buscando a otro!? ¿¡He!? ¿¡Como
coño voy a hacer negocios si cuando alguien viene buscándome le jodes!? ¿¡Es puto
mucho pedir que hagas una puta llamada antes de cagarla!? –Lucas estaba reduciendo
su ofuscado subidón contra los riñones del tipo que ni se molestaba en contestar.

Intentó reincorporarse pero el equilibrio le fallaba un poco y la cabeza le dolía


horrores. Lo único que consiguió fue hacer un poco de ruido lo que llamo la atención
de Lucas que dejo al tipo en paz, se acercó y se colocó de cuclillas delante de él.

–Hay Miguelito tío. ¿Que tal estas? ¿Te duele la chirimoya? Eso es bueno. Si no te
doliese estarías muerto. O puede que mueras en un rato ¿Quien sabe? El caso es que
estos chumbs lo lamentan mazo, mira, están tan tristes que se han echado a llorar al
suelo. Por cierto, aquí esta tu mochila y tu pipa. Si falta algo me lo dices y les
saltamos algunas lágrimas más ¿Vale colega?

–Debería mirarle el cogote –dijo Sham

–¡Pues miráselo! ¿Omar como estas?

–Algo tocado, nada grave.

–Pues vamos a cobrarles a estos pringados el peaje para idiotas y nos piramos de
aquí.

En cuanto Sham le puso un par de puntos y un buen chorro de wiskey en la cabeza se


fueron de allí a otra de tantas naves en las afueras, volando en sus motos aéreas de
colores chillones.

El almacén había sido transformado en un taller improvisado en el que las piezas


sobrantes de las motos habían pasado a realizar la labor de mobiliario junto a otros
desechos reciclados. Pales por mesas, paragolpes como bancos, un bidón con
combustible por estufa, pilas de colchones cubiertos por mantas robadas como
camas... Los dos únicos muebles auténticos eran una mesa de trabajo y el frigorífico.
–¡Bienvenido a nuestro nido de ratas! Salón de fiestas, sala de reuniones, taller y
oficina todo en uno. Si te da ganas de cagar tenemos una alcantarilla abierta atrás, eso
sí, el papel lo pones tú. ¿¡A que es la ostia!? ¿Sabes hacer grafitis? –Sham y Omar
dejaban al showman hacer su papel, sin darle importancia Sham agarró unas cervezas
del congelador en lo que Omar alimentaba el fuego con trozos de pales rotos y
combustible.

–No.

–Que pena. Quiero poner en esta pared una polla enorme multicolor para excitar a las
nenas que invitemos. ¿Que se le va a hacer? ¿Para que nos buscabas?

–Por curro.

–¿Tienes curro o buscas curro?

–Busco. –Lucas estaba apunto de pasarle una cerveza cuando retrajo la mano al
escuchar la respuesta.

–Mira Miguel, no te ofendas, pero con esa cara de florecilla –Lucas no pudo contener
la risa –Pareces un pedazo de noooooooob que lo flipas. Y como veras repartir con un
tipo que no aporta... Como que no.

–Sí que puedo aportar. Solo sois tres, y si Sham se pone a correr por la red dos. Os
hace falta gente.

–Por ahora nos ha ido bien.

–Además yo llamo poco la atención, podría colarme en sitios...

–¿En cuales? ¿Una tienda de juguetes?

–Por ejemplo. En navidad se sacan unos pastones.

–Ya... Pero no es navidad.

–Soy muy sigiloso, no os percatasteis de mi presencia hasta que estaba encima de


vosotros, si no fuera porque me sorprendió conocer a la chica no me habríais pillado.

–Eso te lo concedo. Pero que una pequeña sorpresita de nada te jodiera la


infiltración... No es un buen precedente.

–Es algo que se puede arreglar y soy de fiar, eso hoy en día es mucho.

–Claro, no tienes adonde ir. –apuntó Omar.


–Mira Miguelin. El problema es que estas verde, habría que enseñarte y no nos lo
podemos permitir, una cagada en pleno atraco y nos trincan a todos.

–No estoy tan verde.

–¿A cuantos te has cargado? –preguntó a pillar Omar.

Miguel contó de cabeza –A nueve.

–Joder Miguelin vas rápido, eso me gusta ¿Por qué los matástes?

–Por supervivencia, dinero y que los odiaba.

–¿Tienes donde quedarte? –esta vez hablaba Sham.

–Puedo alquilarme una habitación de motel...

Lucas se lo pensaba. Omar pasaba, Sham apuntó. –Ni tiene moto, ni sabe conducir.

–Vamos a hacer una cosa. –Se decidió Lucas.– Pasas la noche aquí. Mañana, te
damos un par de indicaciones y tú solo te robas una moto, si lo consigues, te
aceptamos, si te estrellas, hay te quedas.

Sin mucho sueño se paso la mitad de la noche jugando neuros sobre una cama solo un
poco menos improvisada que las de el resto. Una noche incómoda, puede que su casa
fuera un asco, pero al menos no se escuchaban a las ratas pulular.
Clases de conducción

Lo primero era enseñarle las nociones básicas de conducción, para lo cual


necesitaban una moto y como ninguno quería prestarle la suya, temerosos y con razón
de que la acabase empotrando contra algo, decidieron matar dos pájaros de un tiro y
pedir comida a domicilio.

Al pobre repartidor le enviaron a una calle de los barrios más indecentes en donde
todavía se atrevían a realizar entregas. En cuanto el pobre chaval de una edad similar
a ellos salió del vehículo lo abordaron como pirañas, frenéticos y a punta de pistola.
El chico se dejo robar. Le quitaron la moto y las pizzas.

Las pizzas estaban bien, calientes y deliciosas, la moto era un desastre cuya mejor
tecnología aplicada era el GPS que le arrancaron. Sin problemas a la vista, con la
barriga llena y muchas ganas se fueron al basurero practicar.

Unas clases difíciles, pues si bien Miguel ponía mucha atención el cacharro de
prácticas era complicado de manejar, dado su deterioro, hasta para los expertos
presentes. Sham llego a comentar –Si consigues despegar con eso volaras con
cualquier cosa. –Lucas le arreaba patadas a la máquina cuando decidía no cooperar.

Fue una tarde a trompicones con alguna caída y muchos choques en la que los
muchachos se rieron de lo lindo ante el espectáculo de Miguel intentado no matarse
con la moto del repartidor, un montón de chatarra pintada de rojo tan simple que ni
tenía un chasis que tapase su estructura. Si ya de por si estaba cascada cuando
terminaron con ella de milagro se movía.

El siguiente paso era el robo. No se trataba de un robo común como el del pizzero.
Nada de pillar a un pringado y quitarle el vehículo a punta de pistola, ni de buscar
una mal vigilada y puentearla para acabar buscado por la poli o su dueño, la última
opción era la mala. No, si quería formar de la banda tenía que conseguirse una moto
nueva, del concesionario, y de las buenas, una que pudiera seguirle el ritmo al resto.

Como no la banda de Lucas se conocía los mejores concesionarios del extraradio y


lugares desde donde apostarse para localizar la mercancía. Se pasaron la tarde
rondándolos, eligiendo la moto y planeando el crimen. Por donde entrar, donde
guardaban las llaves, ya que de hacer puentes Miguel ni idea, por donde salir, como
evitar que le detectasen. Tenía que pasar inadvertido hasta el momento de despegar
pues tendría que repostar con un bidón de mano el depósito vacío. Vamos una
movida. Miguel no se había imaginado que fuese tan complicado robar un vehículo
del aparcamiento de un concesionario en donde motones de vehículos como ese
parecían abandonados a la intemperie.
Respecto a la moto a elegir Miguel hizo caso del consejo de Omar y prefirió una
robusta y potente aunque fuese menos rápida o maniobrable, en previsión de que un
novato como él se cargaría algo más frágil. Al final se decidió por una KTM
Aventura, la más potente, aunque en realidad la eligió por su estética. Alta, dinámica
y agresiva en sus curvas.

Elegir la moto era la parte bonita, la de robarla era otra cosa. Sham apagaría los
sistemas electrónicos, pero no podía evitar que las personas se percatasen de que algo
iba mal cuando se diesen cuenta de que las cámaras no funcionasen. En ese tiempo
ambiguo tenía que colarse en la oficina de detrás del mostrador y conseguir la llave
en el único y simple edificio del lugar, un cuadrado prefabricado con muchos
ventanales por delante, con una gran puerta al público en frente y otra con cerrojo
detrás. Después escurrirse hasta la moto, alimentarla y arrancarla. En la oficina había
dos personas que podían llamar a la policía en poco tiempo y fuera un par de agentes
de seguridad, grandes como gorilas, capaces de tumbarle de un golpe.

Podía entrar por cualquier sitio menos la puerta principal. Omar lo alzaría hasta el
otro lado de la vaya de un empujón tras poner algo de tela por encima del alambre de
espino. Lo complicado era como colarse dentro sin ser visto, y luego estaba la huida,
tenía que despegar rápido y maniobrar bien hasta un callejón próximo donde los
compañeros le quitasen el GPS antes de que llegase la policía. Se pasaron unas horas
planeándolo antes de volver a la ratonera.

A la mañana siguiente, bien temprano, allí estaban, con Miguel hecho un flan y el
resto a la espera.

Miguel prefirió hacer un agujero en una esquina, por si fracasaba tener por donde huir
hecho con alicates en un lateral poco visible del enrejado tapado por los vehículos
más grandes aparcados dentro. Había una gran variedad, los más comunes eran los
turismos de cuatro propulsores inferiores, uno en cada esquina, y dos grandes traseros
en horizontal con el tanque de hidrógeno entre ellos oculto tras una decorada rejilla,
sus cuerpos de sinuosa aereodinamica línea lisa descendían hasta un morro chato
elevado en el que el embellecido instrumental solo era interrumpido por el maletero
delantero. Los de alta gama eran si cabe mas livianos en sus formas y a menudo
tenían alguna picardía en su diseño elegante, en los cuales las ranuras eran
imperceptibles. Las motos no eran muy distintas, dos propulsores inferiores y uno
solo posterior con el tanque debajo del asiento del piloto con el frontal aún más chato,
una versión con menos espacio para al piloto y menos peso para el cohete.

Antes de entrar El pequeño ladrón había marcado a los empleados usando sus
oculares, la neuro les localizaría su ubicación siempre que hicieran algún ruido en el
alcance de sus tímpanos cybernéticos, bastaría con que respirasen.
Agazapado se movió rápido entre los coches, bidón en mano, en cuanto los guardias
se mantuvieron lejos del objetivo. Sham apagó las cámaras en ese momento. Allí dejó
Miguel el bidón y se trasladó hasta la parte trasera del edificio.

Estaba de suerte, alguien había decidido ventilar al oficina dejando una ventana
abierta, lo malo es que se había quedado dentro tecleando. –Sham, una manita. –Una
llamada grupal directa a sus cerebros les servía para comunicarse con pensamientos.

–¿Música?

–No, quiero que salga el tipo que esta con el ordena ¿Podrías reclamar su atención
fuera?

–No problema. Haré que se les escacharre la máquina del agua. Dales tiempo para
recoger la fregona.

En un rato un compañero del establecimiento llamaba a la comercial en el ordena


reclamando su atención y, como no, la fregona.

Miguel se asomó por la ventana, nadie. La abrió del todo y empezó a quitar cacharros
del medio, justo al otro lado, sobre una mueble bajo había colocados todo tipo de
cachivaches incluido un cactus. En ese momento su oculares le alertaron mostrándole
mediante una imagen virtual solapada a su visión, realidad aumentada, la silueta del
vigilante que se dirigía hacía él rodeando el edificio, en cuanto doblase la esquina le
vería. El incidente había terminado con la conversación que mantenía a los guardias
entretenidos en la puerta principal y habían decidido hacer una ronda.

Mantuvo la calma e hizo las cosas bien en vez de deprisa, si algo se caía al suelo le
pillarían igual, solo que dentro. En el último momento cogió impulso y se coló
adentro. Quedando sentado bajo el mueble, con el corazón en un puño, aguardando
en silencio a que el agente siguiese su camino sin percatarse de la falta de decoración
a través de la ventana.

Pasó. Miguel se irguió como empujado por un resorte, los comerciales podrían
terminar de arreglar la fuga en cualquier momento o volver a por algo. El panel de las
llaves lo tenía justo delante, lo malo es que había cuatro llaves con referencias a la
marca del vehículo que quería y no entendía los símbolos de a cual pertenecía cada
una. Las cogió todas.

Todavía no podía salir el guardia estaba cerca, se dedicó a colocar todo en su sitio tan
rápido como pudo. En cuanto la silueta del vigilante se hizo distante abrió la puerta y
salio, desde dentro no necesitaba llave.

Se volvió a escurrir entre las motos, aguardando a que el tipo continuase su ronda
dejando la vía libre.
En vez de eso el agente se acerco a la moto elegida, vio el pequeño bidón de gasolina,
le dio un par de pataditas con el pie comprobando que tenía líquido dentro y
dejándolo allí se volvió para el edificio, tan tranquilo como fue.

Evitarlo fue fácil. En cuanto el angulo lo permitió Miguel se acercó a la moto y


empezó a probar llaves. Estaba nervioso por no decir algo peor. Ese tipo preguntaría
por el bidón y entonces volvería. No tenía tiempo.

Directo al depósito, las llaves fallaban una tras otra y con cada fallo se ponía más
nervioso. A la tercera acertó y se puso a cargar. No terminó de vaciar el contenedor, a
media carga que llevaba cerró y abrió la moto, tendría que volar con eso pues desde
allí podía ver a través de las ventanas como los gorilas ponían rumbo hacía él con
paso firme.

La moto arrancó y se cerró. Los gritos de los guardias le ordenaban bajarse con
insultos. Él se elevaba girando hacía el punto designado.

Aquella moto le venía grande, no se parecía en nada al cacharro con el que entrenase.
Apenas la apretó un poco y se lanzó en la dirección indicada como si quisiera
estrellarse cual kamikace contra la pared. Si no fuese por sus reflejos allí habrían
acabado. Sin embargo también le respondía con una eficacia que hacía del vuelo un
cuestión de habilidad no de tozudez. Ahora entendía porque a sus chumbs les gustaba
tanto volar. Estar en el aire era divertido y emocionante, pilotar era un subidón de
fuerza y libertad.

Aterrizó en el callejón como un campeón, alzando los brazos y gritando de triunfo al


abrir la capsula del piloto. Lucas apoyaba su euforia, casi lo disfrutaba más que él.
Omar en cambio se centraba en llenar el depósito en lo que Sham quitaba el GPS y
anulaba el piloto automático que la policía podía usar para arrebatarle el control del
vehículo al conductor. Con habilidad entrenada los hicieron en un tiempo
imperceptible para él delirante Miguel.

–¡Ahora toca correr!

Las sirenas se escuchaban de fondo. Todos corrieron hasta sus motos y despegaron.

Un patrullero de la policía se les puso encima en menos de lo que se encabrona un


borg.

La banda volaba como locos, colándose entre el tráfico, transguediendo los límites
imaginaros en altura de las vías marcadas en la luna cobertora transparente del
vehículo como cohetes dementes. No tardarían en dejar a los estridentes patrulleros
azules menos ágiles atrás.
Un segundo patrullero apareció por detrás con sus luces rojas y azules alrededor del
chasis brillando frenéticas, su ventaja era el número, les atraparían en cuanto les
rodeasen disparándoles una lanza anuladora que apagaría el auto con una descarga,
solo la velocidad les salvaría. Coger distancia y desaparecer.

Sin embargo Miguel sabía que no podía permanecer así, no era tan hábil, pero tenía
una ventaja, su moto no destacaba. En un quiebro frenó y aterrizó entre dos vehículos
en un aparcamiento vertical, una estructura de metal que recorría la pared de un
rascacielos en donde los residentes dejaban sus autos. Los ruidosos como chicharras
vehículos de la policía ni se percataron de su ausencia, continuaron obcecados en el
resto.

En cuanto se perdieron en la siguiente curva salió de su escondite y tomó una ruta


alternativa, escondiéndose entre la multitud, aparentando ser uno más.

Sin prisa, sin pausa, manteniendo la calma a pesar de los nervios llego a la ratonera.
Un par de golpes de claxón y le abrieron la entrada cerrándola tras de sí.

Los chumbs le recibieron emocionados, le daban por detenido. Esa tarde celebraron
con cerveza, porros y, ya en la noche, brillantina. De la última Miguel pasó, no solo
es que calaran en él los anuncios de concienciación y los mendigos rotos de las calles,
es que lo de compartir jeringa no iba con él.
Carne cruda

A la mañana siguiente, con algo de resaca, tocaba seguir currando. Revisión de la


moto: Reprogramación del piloto automático, para deshabilitar el control remoto
policial, cambió de matricula y un toque de pintura. A Miguel le gustaba la moto tal
cual, negra y naranja, elegante y sombría, pero entendía que había que ponerse los
colores de la banda, por hermandad y para que el resto de punks le reconocieran. No
es que la suya fuese famosa, pero por alguna parte había que empezar. Al menos el
resto de cafres de la ciudad sabría que no volaba solo.

Fue divertido pintarla, aunque eso no hiciese más que aumentar su deuda para con el
grupo. El combustible, la pintura, la falsificación, todo costaba dinero. Por ahora
procuraba disfrutar el momento y no pensar en ello, sin embargo le habían educado
para ser un tacaño y ese fantasma seguía hay recostado en la esquina más oscura del
cuarto riéndose con malicia recordándole su pobreza.

La moto quedo... Vistosa. Ninguno de ellos era artista por lo que el resultado era,
tribal, pero no le faltaba creatividad. Como en los dibujos infantiles. Ahora sobre el
negro, al lado del naranja había amarillo y verde, fosforescentes, como no. Bajo la luz
de los grandes anuncios de los rascacielos parecerían brillantes peces de arrecife.

Lucas decidió que había que empezar a entrenar al pimpollo y sacarse algún dinero,
así que mientras Miguel practicaba terminando de cogerle el truco a su moto,
perdiéndole el miedo a la velocidad y agujereando latas vacías para afinar su puntería
él hizo algunas llamadas y visitó a algunos amigos a ver que se podía hacer en la
ciudad.

En ese tiempo conoció un poco mejor a su banda. Lucas, el líder, era el que más
molaba de todos, el más simpático y extrovertido. Solo tenía dos estados, flipando y
depre, pudiendo pasar de uno a otro en segundos a menos que la droga le definiera la
pauta. Era violento hasta dar miedo, pero solo con los de fuera.

Sham pasaba un poco de todos, en plan royo incomprendido. Como si tuviera algún
secreto imperdonable, nunca hablaba de su pasado. Con el resto de temas tomaba una
actitud cínica. Todo era malo, todo le resbalaba.

Omar era el tipo duro, seco y distante pero cumplidor. Era fiel a su rol de mecánico,
mantenía las motos a punto. En lo referente a conversar, pareciese que fuera a
clavarte un destornillador en la garganta si le dabas la brasa lo suficiente.

Tras más tiempo del deseado consiguió un curro. Echar a unos neonazis de un bareto
medio decente en el que se habían apalancado espantando al resto de la clientela.
Sobre todo tras una pelea con unos anarcas de origen eslavo que pasaron por allí sin
saber en donde se metían, la gota que colmo el baso del tabernero. Al que nadie le
pagó los muebles rotos.
Los chicos lo veían como un curro de mierda. No era su estilo, preferían los trabajos
de golpear y salir volando, como robar por la ventana o cargarse a un pringado en el
aire. Pero eran créditos y en verano, temporada baja en la gran ciudad, había que
conformarse.

La fantástica idea de Lucas era usar granadas lacrimógenas y máscaras de gas. El


cliente ofrecía un plus si se los cargaban sin destrozar el lugar. Según él era fácil,
pues el tugurio era un agujero de viejos al que se accedía por un largo pasillo frontal
o un acceso al privado desde la fachada de los aparcamientos. Entrar lo justo, una
granada trueno, dos de llantos e impedirles salir a tiros hasta que se pusieran de
rodillas, entonces entrar y ejecutar, punto.

Omar y Lucas irían por el frente, donde habría más tiros, Sham y Mig se encargarían
de la trasera. Como tenían las llaves no hacía falta piratear nada.

La necesidad de dinero les puso en acción en cuanto consiguieron el material de


manos de un tipo turbio, el típico que va de simpático pero se le nota a la legua que
esta calculando. Un arábico con muchos piercings y algún tatuaje llamado Akil que
vendía su mercancía desde la trastienda de su pequeña ferretería en las afueras,
repleta de cacharros, la cual apestaba a algún tipo de aceite industrial.

Así que allí estaban, entrando desde la pasarela de un aparcamiento vertical en el que
sus motos destacaban entre los pocos vehículos de los obreros en descanso en sus
casas en un megaedificio, una estructura gorda con cientos de viviendas simplonas
desde su base hasta el cielo cuyo amplio hueco interior servia de tragaluz para todas
ellas. Cada doscientas plantas o así la colmena humana tenía un área de servicio con
tiendas, escuelas, clínicas... En la primera incluso una estaciones de monorail.

Accedieron a la tasca por una puerta de metal blindada dedicada al aprovisionamiento


accediendo al almacén. Cualquiera que les viera apostarían por que estaban robando,
menos mal que no había nadie a media tarde, los habitantes estaban siendo
explotados en fábricas y almacenes o descansando de cara a serlo excepto desechos
como ellos y los nazis, sin curros que los acaparasen.

Cerraron tras ellos y se colocaron a los lados de la puerta simple que daba al salón
atravesando unas pocas estanterías con montones de botellas y cajas, según el dueño
que acababa de avisarles su lado favorito era la esquina que estaría enfrente a la
derecha, estando la entrada principal a la derecha de su posición con solo la barra de
por medio en donde habría un único camarero sirviendo.

Ambos esperaban tensos la explosión de la atronadora que iniciaría el combate, con


las máscaras puestas y las armas desenfundadas. Miguel su potente pistola y Sham
una rápida y veloz y la granada llorona en la otra.
–Veamos si sobrevives a tú primer tiroteo Mig –Mig era su nuevo apodo y lo prefería
con ganas a Miguelin o canijo. –Primero: Buscate una cobertura. Aquí tenemos la
pared, pero podríamos vernos obligados a movernos, en ese caso hazlo deprisa y a la
primera cobertura que encuentres. No te tires debajo de lo primero que veas, una
mierda de silla o mesa no para balas, si fuera así todos llevaríamos armaduras
medievales y nadie moriría. Tiene que ser algo duro. Una columna, la barra, otra
pared. Lo que sea, pero que sea duro. Segundo: Mantén un perfil bajo y no te quedes
quieto donde te puedan dar, es un tiroteo, si te acojonas o tropiezas, espabilas, porque
nadie va a parar las balas por ti y quedarse quieto es pedir a gritos que te abran un
agujero en la mocha. Si ves que la tensión te puede quedate un rato a cubierto, coge
aire, piensa en algo bonito y vuelve a la lucha. No creas que por rendirte te van a
dejar salir con vida de esta. Así que asegurate de que ganamos matándolos cuanto
antes mejor. Tercero: Ellos también tendrán granadas, ni se te ocurra intentar cogerlas
para devolverlas, te explotaran en la puta mano y morirás hecho plasta de sangre.
Saltas a una cobertura y con suerte solo tendremos que sacarte algo de metralla del
cuerpo. Cuarto: Sí ves que sangras mucho por algún agujero lo aprietas fuerte, o te
haces un torniquete. Coges un trozo de tela y te lo atas bien fuerte en la extremidad
que te hayan jodido entre la herida y el resto del cuerpo. ¿Entendido?

–Sí.

–Al menos lo del perfil bajo te saldrá solo.

–Que gracioso.

Se hizo un silencio incomodo. Lucas y Omar tenían que dar toda la vuelta, entrar por
una pasillo público a las terrazas comerciales y de allí al bar, les estaba llevando un
rato.

–Oye y este sitio tan pequeño ¿No es ideal para tirarnos una granada y mandarnos a
los dos al infierno?

–Esperemos que ellos no se den cuenta.

La granada explotó con un ruido tan potente que de seguro se escucho en ambos
lados del edificio a través del bar. Mig abrió la puerta desvelando un tugurio lúgubre
en falsa madera con muchas columnas y sofás de falso cuero marrones desgastados
con ambiente a rancio y como única luz potente la colorida estantería de la barra.
Sham boleó la granada entre el abundante mobiliario que nos les dejaba ver a sus
enemigos hacia donde se suponía que estarían. Otro humeante cilindro cruzó la
habitación a la par desde su derecha a la esquina opuesta en donde nadie había.
Como replica les llego un montón de insultos desde la esquina ciega del salón. Mig se
quedo confuso al no tener a tiro a nadie. Pensó en avanzar pero no había ni una
cobertura decente, las finas columnas no parecían capaces de cubrir ni a un crío.
Sham desenfundo su segunda pistola y avanzó agazapado hacía la barra desde donde
se podía escuchar el subfusil de Lucas soltando todo el cargador a la que gritaba
–¡Morid putos nazis! –Fuera de si.

Miguel se asomó lo justo para ver como Lucas se agachaba bajo la barra en donde ya
se encontraba Sham asomando una mano por encima y disparando sin mirar. El
camarero se llevo todos los tiros dedicados a Lucas reventándole el pecho del que
salían finas lineas de sangre. Atrás las botellas explotaban.

Entonces un flaco tatuado salió corriendo por el pasillo interior queriendo


flanquearlos, justo en frente de Miguel, un tiro fácil. Tardo un poco en reaccionar
pero no tanto como el corredor que no se lo esperaba, tres tiros en el pecho le
hicieron caer como un saco de cemento al suelo.

Miguel se volvió a atrás a la cobertura de la pared en lo que un segundo corredor


viendo lo sucedido a su compañero se agazapaba tras un sillón y disparaba
impactando contra la pared donde se escondía Mig.

Por un momento Miguel intentó asomar la cabeza para apuntar pero el tipo no dejaba
de disparar y casi le vuela la cabeza. Tenía el corazón a mil, el sitio era todo gritos y
balazos, de los cuales unos cuantos se estrellaban a poco centímetros de su cabeza al
otro lado de la pared que lo mantenía vivo.

De repente dejo de disparar. Miguel cogió aire y miro, el tipo de camisa blanca y
pantalones negros con pelo corto acababa de terminar de recargar. Seguía detrás del
sillón que no para balas, así que Mig calculó la posición del sujeto al otro lado y
disparó hasta agotar el cargador, no mucho, cinco plomazos y volvió a esconderse
para recargar.

No sabía si le tipo seguía allí esperando para meterle una bala en la cabeza a la que se
asomase o si estaba desangrándose en el suelo. Todo eran gritos, tiros y confusión,
Hizo un plan de intentonas de despiste y al final asomó la cabeza, no había nadie en
su lado. Corrió agachado, casi gateando hasta la primera columna. Desde allí pudo
ver al resto de su equipo. Lucas y Sham disparando sin apuntar por encima de la barra
por no poder asomarse de la cantidad de balas que les llovían y Omar en la esquina
del pasillo de la entrada con la escopeta sin poder acercarse a una distancia buena
para ese arma. ¿Pues no se suponía que los esperarían en las salidas para agujerearlos
a gusto? ¿A que venía al tiroteo en la barra? Pensó Miguel.
No le gustaba una mierda pues en su pasillo no había más que muebles y flacas
columnitas pero tenía que hacer algo pues desde su sitio solo podía aportar ruido.
Divisó la siguiente cobertura al fondo y corrió hacía ella, a la que paso por donde se
encontraban los nazis disparó cuatro tiros rápidos contra ellos. Los pobres
desgraciados se encontraban atrapados como ratas en la esquina pero prevalecían a
pesar de no tener más que una barricada de muebles improvisada como guarida.
Desde su ángulo nada les protegía y estaba seguro de que al menos dos balas hicieron
blanco.

Miguel se arrepintió rápido de su temeridad. No había calculado que al avanzar tanto


se quedaba solo en una posición de mierda y ahora los maromos de la esvástica le
disparaban sin tregua pues era su mayor amenaza.

Mig gritó y disparo en su dirección a través de los muebles con los ojos cerrados en
medio del tornado de balas y astillas que le rodeaba y destrozaba la pequeña columna
que le resguardaba.

Se escucho un potente escopetazó y después un “¡Dejadme!” Antes de que las balas


dejaran de silbar a su alrededor. Miguel aprovechó el momento y volvió medio
llorando y a la carrera, a trompicones, a su agujero. Hace unos días no le importaba
morir pero ahora estaba cagado de miedo.

Antes de que llegara a su escondite los disparos volvieron a acribillar la zona donde
antes estuviese. De camino pudo observar como un iracundo rinoceronte humano
arroyaba a Omar contra la barra haciéndole volar por encima de esta. El sujeto tenía
tatuajes de su afiliación por todo el cuerpo, rasgados por el motón disparos que
habían sido desviados por su piel. Armadura subcutánea de nanofibras de carbono. El
kevlar de los ricos. Para matar a ese cabrón necesitaban balas antiblindaje, no tenían.

Miguel recargó hundiéndose en el caos de no saber como superarían eso. Sin


embargo un grito de gigante le dio la noticia de que lo mismo sus compañeros ya lo
habían hecho. Al asomarse vio a Lucas, el cual el monstrenco nazi había aferrado del
pescuezo y servido sobre la barra cual tapa el cual le clavaba un cuchillo en el ojo.
Omar intentaba volver al pasillo de entrada pues los tiros de los nazis restantes iban
contra él. Una de las balas le dio en el culo tirándole al suelo. Sham intentaba
disuadirles disparándoles.

Goliat volvía a perder la batalla, el daño del ojo, pero sobre todo el gas respirado,
estaban acabando con él. Se desvanecía. Una granada aturdidora cayó al lado de el
grandullón dejando a todos los cercanos cegados y sordos. Los tres supervivientes,
uno de ellos herido, ayudado por su compañero, intentaban huir entre toses, lágrimas
y tropiezos en lo que el resto se recuperaban ahora que los punketas asaltantes
estaban fuera de combate y si de paso mataban a un par por el camino mejor.
Solo que Mig seguía entero, sus oculares estaban protegidas ante esas granadas. En
cuanto les vio acercarse pistola por delante disparó contra ellos, no tuvieron
oportunidad, al primero le pillo de improviso, el segundo cargaba un herido, el
tercero era el herido y los tres estaban al límite de sus fuerzas.

Miguel se dejo caer en el suelo, apoyo la espalda contra al barra y descansó.

Sham se recuperó primero y fue a ver a Omar. El cual se retorcía de dolor y maldecía
en un par de idiomas. Lucas necesito más tiempo.

–¡Puta mierda de bar! ¡Quiero una hoja de reclamaciones! ¿¡Quién ha sido el puto
gilipoyas que ha entrado pegando tiros!? ¿¡Acaso no íbamos a esperarles
tranquilamente en las jodidas puertas!? –Gritó quejándose Lucas.

–Has sido tú, imbecil –Le recordó Sham.

–¡Y ha sido una idea de puta madre! ¡Que pedazo de tiroteo más cojonudo! ¡A la
mierda el bono por no romper el local! ¡Joder si le estamos haciendo un puto favor!
¿Habéis visto que mierda de decoración? ¡Nos debería pagar el doble! –Lucas aulló.
–¡Estoy a tope! –Inclinándose, sin bajar de la barra, miro al herido –¿Que tal Omar?

–¡Hijo de puta demente! ¡Te debería usar de escudo!

–¡He! Cuidado con esas palabras, hay niños delante. O puede que no.

Miguel el respondió enseñándole el dedo corazón alzado sobre su puño.

–Sí, sigue vivo. Veamos que tenemos aquí.

Se pusieron a indagar entre los cuerpos, quitándoles cualquier cosa de valor que
pudieran tener. Descubrieron que su insólito aguante se había debido al abuso de
estimulantes, de cuyos inyectables estaba regado el suelo, los asaltados habían
consumido media farmacia durante el combate. Estaba claro con que se pagaban las
birras. La putada era no poder llevarse al tiarrón a un chatarrero para que le sacase la
armadura y revenderla en el mercado negro, de seguro que valía más de lo que les
iban a pagar.

El dueño llego durante la inspección, con las manos en la cabeza, disgustado por los
daños a su local. Como si los desperfectos de sus decorados de plástico fuesen la gran
cosa. Ignorando al herido y los ocho cadáveres en el suelo.

Se le quito la tontería cuando harto de sus lamentos Lucas le puso la pistola en la


frente recordándole que aún no había pagado. Entonces se dejo de lamentos
exagerados y pagó en papel.
Con el dinero en la mano, el botín, unas birras en las motos, y algunos snacks en los
bolsillos se largaron de allí a la carrera antes de que llegase los maderos. Al contrario
de lo que creía si que podían llevarse al gradullón, envuelto en bolsas de basura como
pasajero en su moto.

–¡No me jodas Lucas. No pienso llevar un cadáver de pasajero calentándome la


espalda.

–No te preocupes ya esta casi helado. –rieron el resto.

–Que mierda ¡No!

Lucas se llevo a Mig a un lado. –Mig colega, ese pavo vale al menos veinte mil
créditos y tú estas de deudas hasta las cejas. ¡Así que deja de joderme y carga el puto
muerto en tú moto!

No se atrevió a contestarle, pero ganas no le faltaron. Es verdad que tenía la moto


más grande y era el piloto de menor estatura. Pero aún así... Si no fuera porque no
tenía a donde ir.

Le toco llevar al gorila atado en la parte de atrás, dada la falta de espació recostado
sobre su espalda. Era tan asqueroso que de milagro no vomitó o abrió la cubierta para
arrojarlo al vacío. Sin embargo aguantó y lo llevo hasta el cubil de los borg.
Chatarreros especializados en separar el metal de la carne. Se implantaban a si
mismos todo lo que encontraban a su alcance. Amantes del cromo, ansiosos de
convertirse en androides, lucían con morboso placer sus mecanismos entre la carne
pálida sonrojada en los cortes de su cuerpo. Eran famosos por estar tarados a
consecuencia de la excesiva cantidad de medicamentos que tomaban para poder
soportar tanto metal sin sucumbir por el rechazo más una placentera dosis regular
adicional de brillantina.

El taller de estos tipos era todo lo que se podía esperar de ellos, una fábrica
abandonada llena de mierda, una madriguera de necrófagos directa al infierno de la
carne donde en otro tiempo se construyesen robots. Al llegar Miguel hizo su
aportación en forma de pota en una vaya cercana. Lucas y Sham se acercaron a la
entrada a llamar el timbre.

Al rato salió un flaco con boca de demonio oriental de metal y brazos de acero con
prominentes hombreras acabados en garras de largas cuchillas acompañado de dos
tipos a su estilo, armados con rifles de asalto militares y caras de odiar el mundo
entero.
A Miguel los borg le asustaban un motón, Lucas estaba demasiado pirado para tener
miedo, Sham intentaba disimular pero guardaba las distancias y sudaba, Omar, con el
dolor de la herida de su sangrante culo en la cara mantenía la escopeta cerca. Miguel
se puso la máscara para tapar su rostro de mocoso jodido y se colocó al lado del
muerto, si la cosa se ponía fea lo usaría de escudo humano, de repente ya no le
incomodaba tanto su compañía.

A pesar de que las negociaciones se pusieron un tanto agresivas no pasaron de hay. Al


final el flaco cedió e inspecciono el cuerpo. No era suficiente, había que llevarlo al
quirófano. Los tipos duros se encargaron de arrastrar el cadáver a dentro.

–Se viene Miguel, Vosotros cuidad las motos.

–Es pronto para el canijo. –Apuntó Sham

–En este mundo nunca es pronto para espabilar. Mig mueve el culo.

Lucas y Miguel siguieron a los borg atravesando pasillos apenas iluminados con
basura, cajas vacías y ratas muertas en las esquinas. Un trayecto corto dejando atrás
pasillos y escaleras a lugares desconocidos hasta la gran nave de la fábrica, mitad
mercado, mitad taller, con las mesas de trabajo al lado de los mostradores con el
cyberware de los difuntos a precios reducidos. Los clientes, manteniendo la
separación entre ellos, tapados con mascarillas y capuchas, regateaban en susurros. A
saber cuantos matasanos de la ciudad se proveerían de allí aumentando sus beneficios
haciendo pasar artículos reciclados por nuevos. La cantidad de piezas era exagerada
¿Cuanta gente habría muerto para proveerlos?

Por grandes puertas llegaron a un almacén menor en cuyo centro había tres
habitaciones de cortinas de plástico transparente bien iluminadas por múltiples
fluorescentes de techo y suelo, en medio estaban las camillas y alrededor el
instrumental médico sobre mesas con ruedas. Por un lado había contenedores gruesos
para las piezas, al lado neveritas con el símbolo de peligro biológico. Todo en
escrupulosa higiene en contraposición a la sangre del suelo y las camillas sobre las
cuales cuerpos abiertos en canal, mutilados e inertes, con las miradas perdidas y las
entrañas al aire eran tratados por los doctores borgs, los cuales parecían pálidos seres
de otro mundo, vampiros sanguinolestos o fantasmas impávidos, alienígenas sin
sentimientos que se afanaban en extraer órganos e implantes.
Una de las salas estaba vacía, dejaron el cuerpo en su camilla. El borg al cargo les dio
la bienvenida con un ademán de la mano, cual cordial médico de alta alcurnia, pero
sin mover un músculo de su cara que parecía mostrar un asombro perpetuo ante la
existencia. Nada más colocar el cuerpo el médico con cabeza de bombilla reseca se
puso a trabajar, levantando la piel del pecho de musculoso cuerpo con un cuidado
exquisito y una facilidad perturbadora. Miguel miro alrededor intentando evadir la
nauseabunda imagen. En el espacio en el que podría haber un cuarto quirófano había
un contenedor reservado a la ropa en donde se acumulaban prendas y zapatos de
todas las modas. El chisporroteo de las lamparas antimosquitos le permitió darse
cuenta de la pila de cadáveres en el contenedor de la esquina, los restos
descuartizados de los desmembrados acumulando moscas. Al lado, cuerpos desnudos
colgados de los pies con las gargantas abiertas esperaban su turno desangrándose.

Miguel tuvo que aferrarse a uno de los muebles para mantenerse en pie. Estaba punto
de vomitar de nuevo y lo habría hecho de no haberse vaciado antes. Lucas se le
acercó y le hablo por llamada, de mente a mente. –Mig estos tíos son somo pirañas,
como huelan debilidad nos comerán vivos ¡Ponte recto ya!

El gesto no paso inadvertido pero Miguel se recompuso enseguida. Volvió a erguirse,


no quería acabar en una de esas camillas. Tenía suerte de llevar la máscara de gas
tapándole el compungido rostro.

Los borg siguieron a los suyo, arrimados, por los gestos ellos también hablaban
mediante sus implantes.

Al terminar los borgs los negociadores volvieron a regatear, que si quince, que sí
cuarenta, que si veinte. Quejas y chanzas por aquí y allá, parecía una pelea de gallos,
pero a pesar de todo nadie perdió la calma y la cosa quedó barada en veinticinco
cuando todos se empezaron a aburrir. Lucas amenazó con llevárselo a los rusos. No
coló y acabaron cargándolo de vuelta el cuerpo a la moto de Miguel.

Ya en la ratonera metieron al nazi en una nevera que llenaron de cubitos de hielo para
preservarlo. Sham se quejaba.

–¡Es mi puta nevera! Para mi comida orgánica no para conservar fiambres.

–Hoy estáis todos muy moja calzones y se me están llenando las pelotas. ¡Ese puto
nazi vale al menos quince de los grandes! ¿Lo vasa despellejar tú?

–¡Lleváselo a los rusos!

–¡Iván no va a pagarlo! Él no puede sacarle el cromo.

–¡Pues mételo en otra parte!


–¿¡Por qué no te lo meto por el culo!? ¡A lo mejor así cierras tú puta boca! Hacemos
esto por dinero ¿¡Que es lo que no entendéis!?

–Me lo podría quedar yo –Apuntó Omar.

–No me jodas. Ahora se añade el otro.

–Os lo dejo en deuda, como Miguel, y ya os lo iré pagando de una fracción de mi


parte cada vez.

–Son quince mil créditos. De cada trabajo sacamos cuatrocientos para cada uno ¿Que
quieres? ¿Una hipoteca? ¿Te parezco un puto banco?

–Al canijo le has dejado endeudarse.

–Es nuevo, no tiene una mierda y ha sido solo un poco de agua y pintura joder.

–Yo soy el que va de cara, el que se lleva los tiros. Esa puta armadura me salvará la
vida. Me la merezco.

–Te la mereces... ¡Y yo me merezco que me comáis la poya todos! ¡Esto es un puto


negocio no una ONG! Las normas están claras. –Lucas empezó a andar dando vueltas
a la que hablaba para la galería, sin mirar a nadie. Malo. Cuando hacía eso es que
estaba perdiendo la chota. –Luchamos juntos. Cada uno hace su parte. Ganamos y
repartimos el botín entre los que sobrevivan –Se encaró a Omar –¡Nadie se queda
nada! –Miró hacía Sham y Miguel –¡Todos colaboran!

Sham y Miguel hicieron gestos de retirarse de la conversación. Omar en cambio


cruzo los brazos –Digo que lo pagaré.

–¡Perfecto! –Le soltó a la cara. –Encuentra como antes de que llamen los borgs y es
tuyo. Treinta. –Sonrió con rostro de demente.

Intentando relajarse su pusieron con las tareas. Sham parcheo como es debido a
Omar, con la ayuda obligada de Miguel, para que aprendiera a tratar a un compañero
herido. A Sham no se le había pasado por alto que se quedo sentado cuando Omar
estaba desangrándose, no le hecho la bronca, pero le cayo alguna que otra indirecta
mordaz.

Después celebraron sin ganas con lo recogido del bar, no mucho, pues tampoco
habían obtenido tanto ni tenían mucho por lo que celebrar. Quitando gastos, a repartir
quedaban en una mierda, sobre todo Miguel, que apenas cubría la deuda.
Antes de que acabará la noche los borgs llamaron a Lucas. Aceptaban quince.
Quedaron esa misma noche. Algo que también fue negociado por llamada pues ellos
querían encontrarse en unas viejas ruinas cercanas a su base. En vez de eso el lugar
de reunión sería un explanada en las afueras en las que solo había el pavimento del
suelo delimitando los espacios de las futuras edificaciones y los grandes cañones
antimeteoros apuntando al cielo. Robustas torres acabadas en esferas, como los
peones del ajedrez, capaces de reducir una roca colosal a polvo con su cañón de riel
de proyectiles explosivos.

No tardaron en llegar al yermo en donde solo musgos y líquenes crecían entre la dura
tierra pedregosa. No pararon en el lugar, se dedicaron a dar vueltas alrededor, si algún
borg se acercaba sin avisar se abririan. No se fiaban un pelo de ellos.

Al rato los chatarreros llegaron en dos vehículos decorados con grafitis de su banda y
parachoques punzantes, como unas barricadas de estacas de metal injertadas. Cadenas
y calaveras complementaban la decoración.

Los tipos que se bajaron de los autos no eran muy distintos, Latex, polímeros, todos
negros, cadenas y más pinchos sobre los implantes. Piernas y brazos acorazados, ojos
de monstruo, placas y cicatrices. Descendieron Lucas y Mig. Uno para negociar, el
otro para mostrar la mercancía.

–Te doy veintisiete

–O pones treinta ahora mismo o empieza la feria.

–No ganarías.

–Yo creo que sí.

El borg hizo una seña y uno de sus compas abrió una mochila de gimnasio frente a
Lucas repleta de billetes. Lucas con mala cara reviso la bolsa, su interior y bolsillos
laterales... Hizo cálculos. Después la cerró, la cogió y se dio la vuelta, una vez en la
moto le dio la señal a Mig. Este dejo caer el cuerpo al suelo y ambos se elevaron en
cuanto este toco tierra. Se reagruparon en el aire y se fueron.

Al volver a la ratonera todos estaban exultantes. Intentaron controlarse para contar al


pasta, todavía podían haberlos timado. No era el caso.

El jefe anunció que al día siguiente repartirían y se irían de putas en cuanto abrieran
los burdeles. Por lo que esa noche durmieron felices. Olvidando el dolor, las peleas y
la sangre del asiento de atrás por limpiar.
Sentía el dolor en la espalda, como si algo romo insistiese en introducirse en su carne.
Estaba solo en frente de la guarida de los borgs, justo en la puerta. Una niebla fría
inundaba todo de una mística opacidad de una blanco inmaculado. La puerta estaba
abierta.

Sintió miedo y deseo volver a casa. Su casa. Vio el hogar materno consumiéndose por
las llamas, lo negó, vio la ratonera donde dormía, abierta de par en par con las risas
de los chicos escapándose por la calle, quiso entrar pero no podía, no estaba allí,
estaba ante la guarida de los borgs ¿Donde estaba su moto?

Una voz le llamó desde dentro. No era borg, era femenina, era cálida, la de un ser
amado. ¿Cual? Siguió el camino que conocía, por donde venía la voz. Llego al
mercado. Los clientes estaban cubiertos por burkas negros y a veces se distorsionaban
como fallos en un neurojuego. De las bocas de los mercaderes borg brotaba sangre
con cada palabra empapando las mesas y las mercancías expuestas.

Siguió la voz, venía de los quirófanos. No quería entrar allí, tenía miedo, se acordaba
de todo, pero era como si estuviera en una cinta transportadora y seguía avanzando en
contra de su voluntad.

Dentro era igual, otra vez, solo que los borgs se movían como marionetas, robots,
torpes y precisos, a trompicones, ignorando al visitante, cortando y extrayendo la
carne y el metal. Siguió hasta el fondo, se acercó a los colgantes cadáveres de pálidos
desconocidos sin vida que le abrieron hueco con educación al paso. Entre ellos al
fondo, desnuda y cabeza abajo estaba Vanessa. –Tú también acabaras aquí. Te espero
en el infierno.
Conversión

Tras una mañana frotando vinagre por el asiento trasero de la moto y una noche de
mierda con pesadillas y un muelle del colchón castigándole irse de juerga se sentía
necesario. El pestazo a vinagre en la cabina de la moto era tal que se llevo la máscara
de gas con él.

En la comida todos se la habían pasado fantaseando con en que gastarían su parte,


eran casi cuatro mil para cada uno. Una diminuta fortuna que dado que todos estaban
buscados por la policía no podían ingresar en banco alguno. Así que les quemaba en
los dedos.

Comieron en un restaurante del distrito oriental repleto de pequeños comercios


iluminados con ancestrales farolillos de papel en donde se podía encontrar cualquier
tipo de plagio casi igual del funcional que el original imitado dispuesto a romperse en
las siguientes cuatro horas posteriores a su venta. La banda, desconectados de la idea
de lavar la ropa buscaban nuevas prendas molonas con las que cubrirse después de
darse un baño en una sala de baños y masajes, los cuales solían realizarlos hermosas
orientales a elegir que por un plus te exprimían el plátano, o así se lo explicaron a
Miguel, nuevo en tales servicios que los chicos utilizaban cuando tenían pasta y
ganas de bañarse, como una vez al mes. Con esa noticia Miguel estuvo planteándose
redefinir su falsa identidad con documentos para poder ahorrar de cara a un alquiler
con cuarto de baño.

Como cabría esperar, y siempre que pagara él, los muchachos tenían claro que había
que cambiar su apariencia por algo más acorde a la pandilla, lo cual no solo incluía
prendas si no un corte de pelo molón. En cierto modo le gustaba la idea por aquello
de integrarse. Lo de las prendas era obligatorio, no tenía apenas armario y menos uno
adecuado a un tiroteo, lo del corte de pelo...

Se compró duras prendas de motero de estilo brillante y colorido, naranjas, pues el


azul no iba con la pandilla. No era tan estrafalario como Lucas o Sham, si no más
seriote como Omar. Con ellas en bolsas fueron al balneario donde las dejaron en sus
cajones antes de desempelotarse y bañarse en la piscina común. Vale que fueran todo
tíos pero el no se bañaba con nadie desde los siete años, por lo que se sintió cohibido
y se le noto. Si sus compañeros se percataron pasaron de ello, a su royo hablaban de
las tiendas que habían visitado, chatarras y curiosidades. El único que le miro raro fue
Sham, más bien goloso, lo que le puso más nervioso. Él por su parte no había
encontrado a ningún falsificador que le convenciese, le daba la sensación que esos
chinos de mirada criticona le iban a cobrar por un trabajo chapucero con el que
acabaría en prisión a propósito. Al final se dejo buena parte del dinero en mejorar su
pistola con un silenciador, balas antiblindaje, mirilla de precisión y algo más de
equipo útil, estimuladores, parches, granadas... Lo que necesita un punketa criminal
como él. Le hubiera encantado cambiar el implante neural por uno de piloto
protegido contra programas dañinos, pero no le alcanzaba ni de lejos.
Una vez fuera, con una toalla por única prenda Lucas, Omar y él se arremolinaron
ante el catálogo de masajistas. Sham prefería el de los chicos que revisaba con
curiosa superioridad, simulando sus viciosa lujuria como si fuese una ristócrata.
Lucas y Omar no simulaban en absoluto, eran como niños en una tienda de
chucherías, comentando sobre las chicas y pasadas experiencias sin tapujo alguno.
Miguel se quedó el último sin tener muy claro cual escoger, no es que fueran feas, es
que todas parecían un poco mayores para él. Con el ceño fruncido miraba las fotos
pasando una pagina tras otra como si fuera una revista con malas noticias. Al final la
recepcionista, una mujer mayor que llevaba un tiempo mirándole de reojo le quito le
catálogo con un movimiento rápido, paso un par de páginas y señalo a una de las
chicas. –Esta, tú elige esta.

Al salir debió reconocer que el consejo de la anciana era acertado. Esa la había hecho
cosas que no sabía que fueran posibles y estaba muy satisfecho. Le había dejado
limpio, suave, cálido y relajado como un bollito recién salido del horno. La vida era
de un color carmesí ahora y la sonrisa de su cara dejaba patente esta nueva visión del
mundo por su parte a sus amigos que se reían de su virginidad perdida con cierta
sarna maliciosa, como si acabasen de robarles o algo. No les hizo caso.

Una vez limpio le llevaron al peluquero. Omar aconsejaba un buen rapado con
símbolos tecno en relieve. Lucas insistía en una cresta rizada de color Sham declaró
que debería hacerse algo más vikingo recogiéndose el pelo en una cresta central que
le quedaría mejor en cuanto le creciese el pelo un poco más.

Optó por Sham, el de más estilo con diferencia, pero poniéndose color en la cresta
central, una azul brillante. A Sham y a Lucas le molo al contrario que a culo roto
decía que era un peinado de maricas.

Del tatuaje ya pasó, eran demasiado cosas para un día, y tampoco sabría que ponerse,
los que más le gustaban eran los de yakuza que no pegaban ni de lejos con los que ya
tenía de ocultación facial. El grupo quería terminar el día en una disco punk donde te
bombardeaban con un ruido que en opinión no expresada de Miguel con dificultad
podría ser considerado música.

Antes de entrar le avisaron de que no sacara el arma allí, que lo normal era buscar
problemas para acabar a puñetazos la noche, por lo que no debía fliparse si le
provocaban si no atizar un buen revés. Teniendo en cuenta que tenía todas las de
perder en una pelea no le hizo mucha gracia el plan. Quiso quedarse con Sham que
parecía pasar del tema también pero este le dio largas diciéndole que se buscara otra
niñera. Así que en cuanto el ambiente se empezó a caldear salió a dar un paseo. Como
el mercado era veinticuatro horas y grande del copón al menos tenía que mirar.
Bajo los altos edificios que se perdían en el cielo tormentoso y los hologramas de
peces koi blancos y rojos o dragones dorados flotando entre ellos Miguel era una
hormiga más del atestado hormiguero que fluía entre los tenderetes del neolítico con
mercancías donde nunca faltaba la electrónica.

Al rato notó que le seguían. No se molestaron en ocultarlo, eran Tong, pandilleros


orientales, horteras de estilo pop con muchos tatuajes de dragones que a menudo les
hacían el trabajo sucio a las triadas o la yakuza, moteros como él. Chicos y chicas de
ropas ajustadas muy coloridas y con ganas de matar.

Él solo era una victima fácil y con tanta cosa nueva dejaba claro que tenía pasta.
Debía haberlo imaginado. Eran seis, cuatro chicos y dos muchachas, de entre
diecisiete y veintidos. Si aún no atacaban era porque no querrían armar problemas en
su distrito. No cagas donde comes. Querrían intimidarlo para que huyera a un callejón
del laberinto de alrededor de la vía principal donde sería fácil acorralarlo pues
conocían el terreno en el que se habían criado mucho mejor que él.

Manteniendo la calma dio media vuelta, andando hacía la distante discoteca punk de
donde no debería haber salido, al pasar cerca estos le saludaron con gestos burlescos.
Aprovecho para ficharlos con las oculares. Sus implantes eran idénticos a los suyos,
solo cambiaban de formato, sin embargo al ser de cuerpo entero el camuflaje a base
de tatuajes no sabía si escondían algo más como garras en los brazos, una pijada muy
apreciada entre los orientales. Sus armas eran ametralladoras ligeras, rápidas pero
muy imprecisas y de escasa potencia, no menos de la que necesitaban para matarlo, y
katanas, como no. Su única opción para ganar si llegaba el momento de luchar eran
las granadas y en un lugar atestado de gente no era una opción muy sensible.

Le dejaron avanzar un trecho pero debieron cansarse de perseguirle pues al rato


aceleraron el paso para rodearle. El hizo lo propio pero no era suficiente, lo siguiente
era correr.

Antes de llegar a eso el implante de audio le avisó, uno de ellos se acercaba rápido
por la espalda. Iban a apuñalarlo, sin sacar el arma de la pistolera bajo el brazo
izquierdo disparó. Tres tiros, la pólvora quemaba bajo la chupa. Con la zurda lanzó al
cielo una atronadora.

Al girar sobre si mismo vio a los dos que se acercaban por los flancos. Sus oculares
no eran tan buenos y acababan de quedarse cegados, el del medio estaba muerto le
habían alcanzado dos balas. En vez de huir aprovechó la corta distancia para disparar
un único tiro en la cabeza a cada flanqueador.

Las chicas y el cuarto estaban un poco más atrás, tapados por los puestos y la gente
que gritaba y se agachaba aterrada, llenado con sus agudas voces el mercado con
gritos de terror. Sí huía lo matarían por la espalda, no podía sacar suficiente distancia
así que se hecho a un callejón para esconderse.
Llego a tiempo hasta detrás de un montón de aparatos exteriores de aire
acondicionado desechados apilados en medio del callejón cerca de la puerta de
servicio de algún negocio donde recargó el arma. En lo que hacía esto los tong
recuperaron sus sentidos y al descubrir sus compañeros muertos empezaron a proferir
amenazas de venganza con salsa de insultos al aire.

Pensó en Esperar a que se fueran o tranqulizaran lo suficiente como para poder salir
de su escondite y continuar su escape por los callejones sin embargo los muy tercos a
pesar de ser solo tres decidieron dividirse y mirar los dos únicos callejones por donde
podría haber escapado con la maldita suerte de que las dos chicas avanzaban hacía su
posición a la carrera.

En cuanto estuvieron cercá salió de su escondite disparando, la primera murió


enseguida, la segunda apunto con sus uzis descargando su furia contra él, que usaba
el cuerpo de su amiga como escudo, a la que la acribilló la espalda asegurando su
muerte. Disparando por debajo del lateral de la chica agujereada le metió dos
plomazos en las tripas a la bonita oriental que gritaba como un demonio chicharra sin
soltar el gatillo, la tiraron de espaldas dejándola llorando en el suelo con las manos
intentando contener el abundante sangrado.

Miguel cogió una de las ametralladoras de la primera y avanzó hacía la vía principal
con un duelo en mente. El primero en disparar fue el japones pero falló, Miguel hizo
lo mismo con el mismo resultado solo que no dejo de disparar. El tipo se guareció en
un puesto de comida que acababa de ser abandonado por su dueño donde las
dispersas balas de la ametralladora solo alcanzaban a destrozar el tenderete. Siguió
disparando a la que se acercaba y cuando se le acabo la munición de la ametralladora
apuntó a donde tenía que esconderse, pues no había más sitio, y disparo a través de
frontal.

El puesto en llamas explotó en un fogonazo anaranjado que hizo agacharse a Miguel


del susto hasta tocar el suelo y le dejo impresionado. Debió haber dado a la bombona
de combustible que alimentaba las brasas del asador convirtiendo el puesto en un
esqueleto de metal carbonizado y muchos escombros ardientes. Ni quiso acercarse
para ver que quedaba del último tong.

El escándalo seguro que había llamado la atención de todos los mafiosos de la zona,
así que se centró, buscó una bolsa entre los tenderetes, guardo las armas de los
enemigos en ella y se dispuso a marcharse.
En lo que hacía esto se percató en donde había acabado al tercera bala de las primeras
que disparase. Una mujer mayor, oriental, estaba en el suelo del desierto mercado
hiperventilando a la que se desangraba. Miguel se acercó corriendo y la puso un
parche médico que en teoría evitaría el desangramiento. La mujer lo miraba pero no
decía nada, aturdida por el dolor. Miguel se disculpo con prisas y se marchó a la
carrera deseando que fuera suficiente para que sobreviviera. Lleno de remordimientos
pero demasiado preocupado por lo que le pasaría si le alcanzaban los guardianes del
mercado como para detenerse. Acababa de romper la promesa que se hizo a si mismo.

Corrió sin parar hasta que el flato le pudo, recobró el aliento y siguió al trote. No
parecía que nadie le siguiera eso le relajo. Antes de llegar al aparcamiento al lado de
la disco Sham lo llamaba por neuroimplante, por el tono un tanto exaltado, más o
menos como él.

–¿¡Donde coño estas Miguel!?

–Salí a dar un paseo.

–¿¡No se te ocurrió en apoyar a tus chumbs en la pelea!?

–Llevo fuera un montón de tiempo. Desde que me dijistes que no necesitabas niñera.

–Puto mocoso, nos piramos. Si quieres sigue paseando. Pero no esperes que te espere
despierto para abrirte la puerta y calentarte la cena.

–Gracias chumb. Intentare no llorar porque te hayan dado dos guantazos cuando te
quedastes para eso.

–Te estas flipando mucho. No te vengas tan arriba por algo de ropa y un peinado.

–Me vengo arriba porque me acabo de cargar seis tongs yo solo y no estoy llorando
por ello. Así que súbete rápido a la moto porque me da que esta noche se buscan
nuestros colores en chinatown.

–¡Joder, estas más zumbado que Lucas! ¿¡Se puede saber por qué mierdas te buscas
problemas en el distrito oriental!? ¡Es un puto suicidio!

–Simple. Intentaron atracarme katana en mano. Si tú prefieres dejarte estas a tiempo.

–Vale, ha sido una mala noche. Te esperamos en el aparcamiento.

No tardo en llegar. Allí le esperaba el resto de la panda. Lucas y Omar estaban hechos
un desastre de moratones y heridas sangrantes, nada serio, salvo que habían salido
piñatas mejor paradas después de una fiesta. Les habían atizado de lo lindo. Sham era
el único que se conservaba un poco entero y los tres apestaban a alcohol barato.
–¿Nos vamos?

–Cabrón con suerte. No tienes ni un rasbuño.

–Solo tres agujeros en la chupa nueva y unas pocas balas de menos.

–¿No te habrás peleado con un gato?

–Tengo katanas que demuestran lo contrario.

–¡Traes putas katanas! ¡La ostia! ¡Trae putas katanas! –interrumpió Lucas.

–Las habrá robado.

–No seas envidioso Sham.

–¡Quiero una katana! ¿No quieres una Omar?

–Lo que quiero es volver a casa. Me duele el culo.

–Pues no te dejes dar. –Lucas rio con descarada malicia de su propio juego de
palabras.

De alguna forma llegaron a su madriguera sin estrellarse ni que un patrullero les


detuviese por conducir borrachos.
Subir de nivel

A la mañana siguiente las katanas eran el juguete del grupo, todos querían una, a ser
posible regalada. A él no le habían regalado una mierda, todo se lo dejaron en deuda
por lo que no tenía muy claro el tema de la generosidad. Al final se decidió por
regalárselas, el problema es que solo había tres y la mejor era para él. Por suerte
Sham paso de pelear con Omar y Lucas por una de ellas. Miguel esperaba con ello
ganarse la amistad del sus chumbs y la menos por un rato lo logró, estaban todo
flipados con las espadas. Miguel se quedo la militar dejando las dos cubiertas de
pintura fosforescente al resto, por la mirada estaba claro que a Omar la que le gustaba
era la militar, pero no dijo nada, agradeció su parte a su estilo escueto y seco que le
pareció a Miguel más sincero que los gritos entre saltos y golpes al aire de Lucas
aguados por la realidad expuesta por Sham. Que si los tong les veían portando eso
tendrían bronca. Empuñaduras y fundas personalizadas. Eso y que ninguno de ellos
tenía ni misera idea de como usarlas, denigró su utilidad.

Quitando juegos y regalos los planes de futuro para la pandilla eran, no hacer nada
más que divertirse hasta que escasease el dinero, literal, sin embargo miguelin...

–Quiero más plata.

–¡Joder! ¡El novato quiere más!

–Es que esta en edad de crecer. –bromeo serio Sham

–Pero Miguelin chico, disfruta la vida, descansa un poco... Espera, ya se lo que te


pasa. –Lucas puso sus manos sobre los hombros de Miguel con aire paternalista. –Lo
entiendo chumb, a mi me pasó igual y tenía más años. Pero no puedes dejártelo todo
en chinitas Mig, es un pastonaco en serio, te quedarás en la ruina si te enganchas al
mete saca.

–No es para eso. –Apartó las manos de Lucas –Es para un implante de piloto de los
buenos.

–Eso vale un pastizal –Aclaró Omar.

–Lo se. Por eso digo de ganar más créditos, así no habrá problemas cuando pillemos
un implante guapo como el blindaje subcutáneo ese.

–Como si fuéramos a encontrar otro...

Lucas se embalo. –No metas el dedo en la llaga Miguelin. Mira colega, el problema
es que si llamas mucho la atención de seguido la gente empieza a perseguirte. Hemos
dejado ocho.. Bueno siete, cuerpos en un bar y si es verdad, no digo que no, otros
cinco de los tong en el mercado. Esos son bastantes para una semana.
–Tú siempre dices que hay que vivir a tope.

–Siiiii. Pero no morir pronto.

–¿Y no podemos hacer algo que no implique matar a nadie? –preguntó Sham.

–¿Como que? Somos punks, lo nuestro es petarlo.

–No se, algo en plan robar info, mover merca...

–¿Quieres que nos busque un nudo Sham? ¿En plan basura merc? ¿En serio?

–Ya hacemos curros para otros. Solo digo que podríamos pasar al siguiente nivel,
cosas mejor pagadas.

–Toda esas cosas mejor pagadas incluyen joder a bandas, mafias y corpos Sham. Lo
cual por otra parte es una idea que me pone mazo. La mierda es que para esos
trabajos solo quieren fiables mercs de bonita repu.

–¿Como se consigue repu si ser merc? –Preguntó con inocencia Miguel tras un
incómodo silencio.

–Pues petandolo.

–Para Lucas, no te flipes. –Interrumpió las ensoñaciones del líder Sham

–No Shamsagaz. Miguel quiere más pasta, y nosotros no queremos decepcionarle.


Hay que causar una buena impresión a los nuevos.

Los días siguientes Lucas salio a por más curro para preocupación de Sham que temía
sus ideas locas.

Sin embargo Miguel se lo encontró dos días después apalancado en una silla blanca
de terraza de bar disparando sin ganas en la “zona de prácticas”, una explanada
cercana en donde poner latas sobre basura como dianas,

–¿Que tal chumb?

–Mierda –dijo tras mirarlo de reojo por un momento y disparar de nuevo.

–¿No hay curro?

–No para nosotros. Los mierdinformates son demasiado guays para tratar con
punketas. Quieren un montón de guita a cambio de la info útil. Como si el destino de
un par de transportes corpo les valiera verga.
–A mi también me daban de lado. Ahora les disparo si lo hacen.

–Ojala pudiera. Pero si te cargas a una de esas ratas chismosas al día siguiente te
retiran la palabra todos. ¡Soplapoyas...!

–¿Y si robamos en un almacén al azar?

–Nah, esos sitios casi siempre solo tienen mierda corriente que no vale ni la munición
que gastas tirando abajo drones.

–¿Y las tiendas normales. De joyas o armas?

–En las afueras están protegidas por bandas a las que pagan por ello las cuales nos
perseguirán de por vida si les jodemos. Las del centro tienen unos sistemas de
seguridad que lo flipas y la pasma se presenta en cinco minutos, no da tempo.

–¿Entonces lo de la moto...?

–Nadie se va a volver loco por una moto. Son cosas que pasan. Además no dejamos
fiambres.

–Es decir, que si no armamos mucho escándalo podemos llevarnos lo que queramos
sin que las bandas se mosqueen.

–Miguelin, Miguelin. Que tampoco eres un puto ninja.

Miguel se paso las tardes haciendo garabatos en su mente. Pensando en tiendas con
objetos de valor, formas de entrar y agarrar sin ser detectado. Mucha ficción y poca
certeza. No tenía ni puta idea de robar sin encañonar a alguien. Al menos le valió para
percatarse de eso. Lo cual unido al hecho de que era un canijo, solo llevaba a una
conclusión posible. Tenía que aprender.

Al primero que fue a preguntar fue a Sham pero paso de su culo. –A ver si te crees
que hackear es como aprender a disparar, que lo puede asimilar un mono en una
tarde. Y no me vengas con que ya sabes algo por haberle aplicado un crack a una
neuro como si eso fuera ciencia. –Con Omar ni lo intentó. Si le llegaba a aceptar sería
para que le limpiara el culo por meses antes de enseñarle a abrir el capó. La otra sería
apuntarse a un curso o algo, tiempo no le faltaba, aunque el resto se partieran el ojete
de risa de él.

Le dio tiempo a mirar unas clases de Ninjutsu e incluso un curso de pilotaje


teledirgido antes de que Lucas apareciese con las pilar recargadas, una pistola de
dardos en una mano y una TASER en la otra.
–¡Ya esta chumbas! ¡He tenido una revelación! La puta idea me ha llegado con
Miguelin ¡Él mismo es la respuesta a su pregunta! –Le señalo Lucas como si fuera
obvio pero todos se quedaron con cara de no entender una mierda.

–¡Los chavales! Y es verdad lo que dijo, el puede colarse en sitios que el resto no.
Solo hay que cambiarle las pintas y puede pasar por cualquiera. ¿Cuantos críos como
él hay? A montones, solo que a Mig nada más le comprarían para poner culo ¡Pero
hay críos por hay que valen una fortuna!

–¿Quieres que secuestremos chicos para vendérselos a los proxonetas? –Preguntó


Sham.

–No no no. Joder, esa mierda esta muy vista. No. Hablo de secuestrar a los hijos de
los ricachones y pedir rescate.

–Eso tampoco es nada nuevo. –aclaró Omar.

–No. pero nosotros tenemos una baza a nuestro favor. –Señaló a Miguel.

–¿Quieres que me cuele en un instituto de ricos para secuestrar gente?

–¡Joder tampoco! Esos sitios tiene seguridad a tope. Pero los críos salen, se divierten,
van a restaurantes, discotecas, tiendas... Y por el camino pasan por zonas públicas
donde son vulnerables.

–Zonas que en el caso de los pijos están atestadas de polis. –Recordó Sham.

–Sí. Pero no van a detener a Miguel, porque con la falda apropiada y menos pintura
pasa por una doncella más.

–Aún así no puede secuestrarlos en plena calle y sacarlos sin que le pillen, es un
tirillas.

–¡Ni aunque no lo fuera Omar! Hay es donde entramos nosotros. Con nuestra furgo
de reparto para en cuanto Mig noquee la merca, cargarla, y salir de allí en un par de
minutos.

–Esos críos llevaran subcutáneos de seguimiento.

–Gracias por presentarte voluntario para quitárselos Sham.

–¿Sabes como se pondrán los corpos cuando se enteren de que les hemos mangado a
sus cachorros?
–Me, la, trae, floja. No nos tocaran porque tenemos a sus macacos, Y pagaran lo que
haga falta.

–¿Y después?

–¡Lo de siempre joder! Miguel tiene razón, nunca saldremos de ratas si no damos un
buen golpe. Nos van a perseguir siempre sí o sí, demosles una buena razón ¡Confiad
en mi! Tengo un plan.

El grupo reculó sus miradas en la dirección de la de Lucas, hacía Miguel, el cual se


quedo confuso y hasta asustado.

Al día siguiente se colaron en una empresa de pinturas para llevarse un vinilo de una
empresa conocida de electricistas. Al posterior, de una forma similar a como Miguel
consiguiese su moto, robaron una furgoneta, las cuales por su abultado chasis
parecían garrapatas voladoras, lentas, gordas e inestables, con los propulsores a la
espalda, como si cargasen con ellos. De hecho a él le toco la parte peligrosa del
trabajo, la infiltración. Por suerte eran lugares incluso con menos seguridad que el
popular concesionario y sus compañeros le apoyaron mucho más por lo que lograron
los objetivos con relativa facilidad.

Luego Omar se encargó de adaptar el transporte y Sham de conseguir el equipo


contra la seguridad electrónica y prepararlo, Lucas le consiguió ropa de pijo de
segunda mano, con ellas Miguel, con aspecto corriente, se pasaba las tardes
reconociendo la zona de trabajo. Buscando lugares apartados donde esconderse y
acechar, rutas de escape para salir pitando y los lugares en donde se reunían los
chavales de su edad. Depredando como un lobo solitario a los favorecidos de su
generación. Algo que costo sus créditos en pagar peajes.

La idea le parecía una locura. El poder del mundo lo tenían las corporaciones y ellos
querían quitarle su descendencia debajo de sus narices. Como algo saliese mal los
reventarían. No era lo que él había propuesto, habló de un trabajo más no de dar el
gran golpe. Además se daba cuenta de que toda la parte jodida del golpe la hacía él,ya
no era por los robos, es que los críos verían su cara, él era el que estaba dando vueltas
por allí, le podrían reconocer. El resto ni saldría de la furgo. Por mucho que fuese el
único de la banda que pudiera pasear por allí sin llamar la atención seguía siendo una
jedionda.
Al menos el paisaje era bonito. Amplias calles sin grandes cúmulos de basura,
restaurantes alegres olor café de clientela tranquila, luminosos escaparates repletos de
tesoros que nunca se podría permitir, paneles publicitarios modernos, enormes, en los
que los actores y actrices parecían titanes. Tranquilos hologramas sin distorsión
alguna flotando sobre bulevares en donde abundaba la flora, ya fuese la expuesta, de
plástico, o la real, acristalada en pequeños invernaderos, y la grandes estatuas móviles
en las entradas de los rascacielos de propiedad empresarial. Casi le hacía olvidarse de
la numerosa presencia policial. Que tranquilos esperaban charlando apoyados en sus
vehículos aparcados en esquinas o hacían la ronda en estaciones y edificios
gubernamentales.

La gente también era diferente. Andando con demasiadas prisas como para prestarle
atención, con olor a perfume en vez de a mugre y alcohol, vestidos con prendas caras,
negros, grises y blancos con elegantes lineas de color, sobrio y frío para los
empleados atareados y vistosos carmesíes, amarillos o naranjas de formas
estrafalarias en las mujeres, a al moda sobre sus altos y delicados zapatos alzados,
como si andarán de puntillas. Los jóvenes llevaban el uniforme de su respectivo
instituto y solían acumularse en pequeños grupos de su misma academia en joviales
manadas difícil de asaltar, los que se movían solos iban directos a su destino sin ni
tan siquiera acercarse a una zona oscura.

Con el tiempo descubrió una debilidad. Al igual que los chavales de su distrito a estos
también les gustaba meterse en lios, trastear, solo que procuraban ser más sutiles.
Drogas blandas y neuros de porno o snaff se movían en los espacios a oscuras de las
zonas de mantenimiento en cuanto terminaba el ocaso a manos de jóvenes
trapicheadores de indiscernible afiliación pues como él acudían disfrazados al lugar
de intercambio para no levantar sospechas.

Sham le consiguió una lista de los pijos más jugosos de la ciudad. Aquellos por los
que podría sacar tajada. Lucas quería que se los memorizase. Cuando le dijo que
dependían de la suerte para que alguno se pusiera a tiro y no podrían elegir se pillo un
rebote de la leche, dejándole claro que si la victima no valía perderían el culo por
nada. El líder se estaba haciendo muchas ilusiones con montar su propio emporio
criminal a costa de ese golpe. Pretendía sacar millones de esa aventura.
Con todo listo Mig se puso a patrullar las calles. Cada vez más nervioso, el golpe, las
altas espectativas y el hecho de que tantos días paseando por allí sin hacer nada
pronto llamaría la atención de alguien si no lo había hecho ya. Intentar localizar a los
objetivos potenciales además era frustrante, o sus imágenes de archivo eran
anticuadas o salían poco. Cuando veía a uno nunca estaba seguro del todo de si estaba
en a lista o solo se le parecía. Para lo que le valía, siempre estaban en un lugar
público a plena luz. Al tercer día, harto de tanto paseo opto por descansar en una zona
apartada fumándose un porro de maría sintética para relajar los nervios. ¿Que sentido
tenía seguirlos? Ni que pudiera arrastralos a donde se dejasen secuestrar. De seguro
que Lucas los convencería de entrar en la furgo por su propio pie, pero el no tenía ese
carisma. Joder, si hasta odiaba tratar con gente así.

Fue en usa e esas largas paradas relajantes fumando y esperando, cuando en plena
mañana, durante un descanso de las clases, se presentó una rara oportunidad. Se
encontraba bajo una escaleras cuyo amplio hueco se usaba para esconder los
colectores de los conductos subterráneos de la basura cando tres chavales arrastraron
hasta allí a una chiquilla de su edad con el negro pelo recogido sobre la cabeza y unas
gafas alargadas. Los tipos, tres matones de patio bien vestidos, con sonrisas de idiota
en rostros esculpidos y cyberware neural último modelo luciendo marca en la
cocorota la acorralaron contra una esquina.

–Claudia no nos entendemos. Nosotros no queremos hacerte nada malo. Es más, te


estamos honrando.

–Lo sé es solo que es que tengo cita... –La voz de la chica, apenas un hilo, estaba
cohibida.

–¿Una cita más importante? Chica si quieres progresar en este mundo tienes que
saber priorizar.

–No es que sea más importante. Es el médico...

–Vaya si es el médico supongo que podemos dejarlo para otro día. Lo primero es la
salud. Ahora nos tienes preocupados ¿Que padeces Claudia? ¿Algo peligroso?
¿Contagioso? – El único que hablaba era el líder, un tipo canijo que por alguna razón
se venía arriba.

–El, el... El oculista.

–Joder Claudia. Mientes de puto culo. Perdón –El Sobreactuado líder se tomo una
pausa. –No se dicen esas cosas delante de damiselas, sobre todo si están en apuros.

–Digistes que no me haríais daño.


–Y no lo haremos, no físico al menos. Voy a recordarte tu posición. Mi padre es el
jefe del jefe de tú jefe. Y algún día yo ocupare ese puesto, al igual que tu querrás
ocupar el del tuyo. Como todos los presentes, es ley de vida. La diferencia es que mis
amigos ya se están asegurando el suyo siendo buenos compañeros, tú en cambio...

–Seré una buena empleada.

–Eres una buena empleada, pero te falta empeño, ganas, energía. No quieres hacer tú
parte, no cooperas. Mientes diciendo que tienes oculista como el obrero que se
esconde a fumar en el cuarto de baño. jo... –se interrumpió y siguió como si nada.
–Claudia eso es muy cutre, impropio de una empleada como tú.

–Lo siento.

–No te preocupes, lo entiendo. Al fin y al cabo aún vamos al instituto, estamos en


formación. Te perdonamos. ¿No ves que esto lo hacemos para ayudarte? Lo que
aprendas con nosotros te será muy útil en el futuro.

–Gracias.

–Bien. Te esperamos en mi casa a las seis, y acuérdate de no llevar ropa interior ni


pantalones. Me gustaría meterte el rabo según entras por la puerta.

–Te vamos a petar todos los agujeros. –apuntó uno de los compañeros con
entusiasmada cara de vicio.

–Otra vez. –dijo el otro antes de reirse.

O quizás no. tanta charla macabra le había dado tiempo de sobra a Mig para acercarse
por la espalda hasta poder morderles una oreja. Era necesario pues los trajes eran de
nanofibras imposible de superar por la aguja de los dardos y capaces de absorber la
descarga eléctrica.

El de la derecha se llevo una descarga. El del centro un dardo. El tercero consiguió


esquivar la descarga a la que volteaba pero con ello solo consiguió doble dosis de
dardo, uno en el ojo. Podría parecer mejor pero la droga era mucho más peligrosa que
la electricidad. A la que le aplicaba una dosis al primero, por asegurarle la dormilona
hablo con la chica.

–Ya estas a salvo. Puedes irte.

–¿Los vas a matar? –Seguía asustada.

–Si quisiera matarlos habría usado una pistola.


Claudia volvió en si y se apresuro a huir. A la que pasaba al lado de Mig este la
aplico otra descarga y su respectivo medicamento. No podía arriesgar a que la chica
se pusiera a gritar nada más salir de aquel agujero fuese por lo que fuese.

No se demoró en llamar a su pandilla. Tardarían unos pocos minutos en llegar. En vez


de proceder a adelantar el trabajo envolviéndolos en bolsas de opaco plástico que
llevaba en la mochila arrastró a la bonita muchacha a una esquina apartada en donde
sus amigos no la vieran. Era como él había sido, una víctima de los peores mierdas de
la clase, ya había sufrido bastante, no acabaría como Vanessa.

Una vez escondida se puso con las bolsas. Una tarea complicada para una sola
persona.

Los minutos se hicieron eternos pero pasaron. Lucas y Sham aparecieron al rescate a
la carrera. Entre los tres los envolvieron enseguida y los metieron a dentro. Nada más
cerrar Omar se puso en marcha, despacio, uniéndose a la circulación como uno más.
Dentro en cambió la tensión se mascaba. Mig se relajaba un poco, sudando como un
pollo. Sham se apresuraba a quitar los dispositivos de seguimiento con sus aparatos
raros y Lucas le ayudaba, emocionado con haber conseguido tres capturas de a una.

Antes de salir de la zona centro Omar tiro los ensangrentados chips que Sham había
retirado del cuerpo de las víctimas por la ventana y aceleró hacía las afueras. Debajo
de un puente de nivelación de una autopista dedicada al transporte rodado pesado,
camiones de gran tonelaje no tripulados, sacaron a los chicos de la furgoneta
desnudos y amordazados, se los colocaron en las motos y prendieron fuego a esta.
Desde allí, capota cerrada, dieron un rodeo a baja altura por la ciudad para engañar a
los orbitales y volvieron a la ratonera.

Para entonces los pijos se despertaron, aterrados ante una panda de punks que a saber
que querrían de ellos, uno hasta se meo encima. Mig les dio un poco de caña –Son
violadores, disfrutaran de que alguien les pete el culo. –La coña es que Sham se lo
tomó en serio llevándose al alto que permanecía limpio a un lateral más privado.

A Lucas ya solo le importaba acabar con aquello rápido. Según él el tiempo era
crucial desde ese momento. Se fue con Omar en sus motos a reclamar los rescates a
un lugar lejos de la guarida. Por lo visto los tres desafortunados estaban en la lista,
dos de ellos bastante abajo, uno, el pequeño amenazas, todo lo contrario, casi en la
cima.

A la vuelta Lucas estaba más nervioso que de costumbre y delirante de alegría Por lo
visto los afligidos padres habían accedido a todo. Pagar sin trucos, no inmiscuir al
gobierno, lugares de entrega, Todo. Omar en cambio era más reticente, según él si no
llamaban a la policía no era por miedo, si no porque iba a usar a sus propios ninjas,
tipos que en vez de dar el alto y apalear al sospechoso hasta sacarle la verdad rajaban
cuellos sin pestañear.
La segunda parte del plan de Lucas era muy sencilla, ellos dejarían a los mocosos en
lugares seguros. Entonces Mig iría a los puntos de entrega a recoger el dinero y se lo
llevaría a Sham para que lo revisase en busca de trampas. Con los créditos revisados
darían la localización de los chicos, retirándose ellos antes de que llegase los
rescatistas. Después todos se reunirían y se marcharían del escondite a otro nuevo en
donde repartirían.

–¡Joder Lucas! ¿Por qué soy yo siempre el que da la cara?

–Porque si se te revela un chaval te tumba de una ostia y se te escapa en tú moto.

–¡Venga ya! ¡Los he capturado yo! No es tan complicado meterles otra dosis.

–No mas dosis, la droga es muy potente y nos los pagan vivos, muertos no valen una
mierda.

–Siempre hay una escusa para que pringue yo.

–Yo hago los planes. Omar mantiene las motos en marcha, Sham arregla las mierdas
electrónicas y tú pringas. No decías que tú fuerte es el sigilo, pues procura despistar a
los que te seguirán antes de encontrarte con Sham.

–Puta mierda.

–El primer punto de entrega es en una hora en la plaza del regetón. ¡Así que date
vida!

Mig salió del escondite con un buen cabreo, parándose en el barrio chino para
comprarse una de esas máscaras kabuki de zorro. Al menos los sicarios de la
privilegiada clase corporativa no le verían el rostro. Los tatuajes faciales valdrían
para las cámaras de vigilancia pero no servían contra una ocular enchufada a un más
potente cerebro humano que de seguro gravaría la entrega.

Desde allí fue hasta el punto de encuentro, lo que una vez fuera una bonita plaza de
un gran centro comercial en ese momento era una expansión del aparcamiento en
donde los muchos habitantes de etnia latina aterrizaban sus vehículos para acudir a la
discotecas de chicas calientes y gallitos emperifollados a ligar bajo el ritmo de
apologías al ego de sus cantantes digitalizados.

A esas horas no había casi nadie, por lo que el intercambio fue descarado. A ningún
transeunte se le paso como el tipo de anchos hombros bien trajeado del vehículo
negro resplandeciente le pasaba una bolsa de gimnasio bien llena al mocoso de
sudadera con capucha bajo cazadora de motero y máscara oriental. De como este
revisaba la entrega y se iba en una moto de colorido punk. Si los propios latinos del
territorio no fueron tras él solo era porque estarían durmiendo la mona.
Desde allí corrió haciendo quiebros hasta el punto de encuentro con Sham, le paso la
merca y este le dio las siguientes coordenadas de recogida y entrega. En otra hora, tan
rápido que ni podría esperar a saber si la mochila estaba limpia.

La nueva recogida era un los límites de un basurero de los rusos. En realidad un


cementerio donde escondían los cadáveres de sus enemigos bajo toneladas de
chatarra. A ellos no les importaban las visitas, de hecho el lugar era frecuentado por
indigentes de todas las edades esperanzado de encontrar algo útil que revender entre
los desperdicios, sin embargo tan pintoresca visita no pasaría desapercibida a sus
dueños.

De camino Mig le daba vueltas a la cabeza. El era el cabo suelto, aunque las infinitas
cámaras de los negocios de la zona centro no tuvieran su rostro mucha gente le había
visto, él había secuestrado a los chavales, él hacia las recogidas, era su moto la única
que conocían los sicarios corpo. Incluso había sido él el que había robado el vinilo y
la furgoneta. Y ahora le pasaban los puntos de encuentro de uno en uno, sin saber
donde estarían el resto, Salvo Sham para recoger los créditos que de seguro no tenían
nada raro ¿Quién iba a arriesgar la vida de su hijo por pillar a cuatro punketas de
mierda con un rastreador cutre? Si les importase más el dinero no lo entregarían y
punto. No quería aceptarlo pero estaba claro, le iban a vender, no peor, a matarlo, así
no les podría delatar cuando le pillasen. Se sentía tan traicionado que rabiabaa punto
de llorar.

Recogió el siguiente pago con la misma escrupulosa religiosidad del anterior a pesar
del ambiente y partió al encuentro de Sham entregándole esta vez el maletín. Lucas
había vendido primero al más gordo. Sham a toda prisa se puso a inspeccionarlo con
su aparato extraño, un dispositivo de mano con una pequeña pantalla parecido a un
soldador y le dio las últimas localizaciones. Miguel se quedo mirando como lo usaba.

–¿No tienes un lugar al que acudir?

–Esta a media hora.

–La otra media es de holgura, para que si te pilla un imprevisto por el camino no
llegues tarde.

–¿Que clase de imprevisto me podría detener? –El cacharro era fácil de manejar. Solo
tenía que pasarlo por encima varias veces cambiando la frecuencia.

–Da igual, es un trabajo importante, no es para andarse con tonterías.

–¿Como cual? ¿Dejar vivo al chumb que todos conocen? –Sham intentó echar mano
del arma verificando las sospechas de Mig. Paró en seco al notar el cañón de este en
su espalda.
–Estamos todos tensos por el trabajo y es normal que surjan malas ideas, nadie te va a
vender Mig.

–¿Entonces por qué sudas tanto?

–¡Porque me estas encañonando cabrón!

–¿Teníais pensado venderme desde el principio?

–Joder Mig relaja tío ¡Nadie te va a vender!

–¿Que te parece entonces si intercambiamos puestos? Ese aparato lo puedo manejar


yo sin problemas.

–¿Sabrías tú a donde llevar la pasta?

–Me lo puedes contar ahora ¿Donde esta Lucas?

Se hizo un silencio incómodo. –No lo sé, nos lo dirá por llamada ¿Recuerdas?

–Y la bolsa que te entregue antes ¿Donde esta? No veo que la lleves encima.

Sham hizo un amago y recibió un tiro directo a la columna por encima en plena
cintura. El dolor debió de ser terrible ya que aulló como un lobo y quedó incapaz de
centrarse para terminar de sacar su arma. –Vale tío. Mig colega. No es mi plan vale.
Solo soy un mandado como tú.

–La bolsa. –El rostro de Miguel había vuelto a ser el de aquel muchacho sin apego
por la vida.

–La tiene Lucas.

–¿Desde cuando pensabais venderme?

–Desde lo del ruso. Lucas te iba a vender junto a la chica, pero la cosa se complicó.
Después de lo de la moto pensó que lo mismo podía aprovecharte algo más. Intentó
vender tu culo a los chinos pero nada ¡Joder tío! ¿Que coño esperabas? ¿Que
fuéramos tus niñeras?

Mig le apuntó a la cara.

–¡Espera! Has ganado vale. Llevate la merca, la moto, lo que quieras, matándome a
mi no ganas nada. Te deberé un favor, sabes que soy de cumplir. Lo de traicionarte es
cosa de Lucas.
–Claro. –Le pegó un tiro en la rodilla para asegurarse de que no se movía de allí. Le
cogió los aparatos, las armas, el dinero y se subió en su moto de camino a la ratonera.

Como cabría esperar no había nadie, recogió algunas cosas y corrió al último punto
de encuentro.

Llego quince minutos tarde al territorio de los chatarreros borg al que dio una vuelta
de reconocimiento sin hallar nada extraño, en la zona de trabajo de una construcción
paralizada por algún royo legal. Esos tipos eran como vampiros, solo salían de noche,
por lo que no les molestarían a menos que alguien empezase a disparar, si eso pasaba
sería como golpear un avispero. Entre paneles y sacos de cemento hicieron el
intercambio solo que esta vez no le dio un lugar de recogida si no tres. El del chaval y
los dos de Sham.

–Quince minutos tarde y ahora tres localizaciones ¿Que juego es este?

–El de salva al chico sin joder el trato.

Mig se largo de allí con el dinero. Solo que en vez de ir al punto acordado fue directo
a los túneles de los mendigos en una carrera digna de competición haciendo una
entrada triunfal entre la basura y los asustados indigentes. En el sitio de aterrizaje,
bajo toneladas de hormigón armado de un desagüe industrial preparado para un
diluvio en cuyas paredes se amontonaban contenedores industriales robados
convertidos en miserables viviendas hizo las comprobaciones ante las curiosas
miradas de sus habitantes. El dinero limpio paso a unas bolsas de la basura y con ellas
y el resto de bienes a cuestas corrió hacía la oscuridad de las alcantarillas. En si
mismas un submundo en donde se mezclaba los miserable con lo horrendo en un
ecosistema propio de pobreza y crueldad, si lo que contaban las leyendas urbanas era
cierto.

De todas formas él no iba a estar mucho allí, la idea era llegar a territorio tong, en
donde los comercios no tienen cámaras y la gente nunca llama a la policía. Casi se
pierde allí abajo y eso que el barrio oriental quedaba cerca. En medio de aquella
inmundicia se cambio de ropa y escaló hasta la superficie cargando con todo. Salió
agobiado del esfuerzo entre las tiendas del extenso mercado. Sin embargo sus
habitantes no pasaron de mirarle molestos, preocupados de que no se les acercase el
extraño mocoso pestilente.

De seguro que el viaje había despistado a sus perseguidores corpo. Lo malo es que
era un objetivo fácil para los pandilleros de la zona que no tardarían en preguntarse
que llevaría el tipo apresurado en esas grandes bolsas de basura. Con demasiado
recorrido a patear hasta fuera de su territorio lo que necesitaba era un vehículo. Y allí
solo había dos sitios en donde poder arrebatar uno a su conductor.
Como la zona de los burdeles estaría hasta al bandera de soldados de las triadas fue
directo a un grupo de pandilleros que pasaban el rato en una esquina, entre unas
máquinas expendedoras jugando al gomoku. El primero que encontró con vehículos
a la vista.

Se acercó con decisión y antes de que uno de ellos, el de guardia, pudiera empezar la
frase le disparó dos tiros. Acto seguido arrojó un par de granadas explosivas al
cúmulo de jugadores cubriéndose en una esquina. La petardada fue brutal, salieron
montones de cosas despedidas por el callejón que quedo desolado, pintado de rojo
con tropezones de oriental por todas partes. Recogió de los cuerpos más enteros un
par de llaves y probo con las motos de la entrada al mismo, pintadas con los colores
de su banda. A la que una cedió metió sus cosas dentro y salió volando entre los
gritos de la multitud despavorida.

Se movió deprisa hasta las afueras del lado opuesto de la urbe, antes de que los
orientales se movilizaran. En cuanto estuvo lo suficiente distante busco por el
implante un motel donde esconderse al menos esa noche. Tenía un par de mensajes de
Lucas cargados de amenazas de muerte que borró sin prestarles mucho caso así como
todos los registros del teléfono. Necesitaría un identificación de internet nueva. Una
vez encontrado el motel se quito la parte exterior del implante. Después voló hasta un
lugar donde esconder la moto y se acercó andando hasta el motel “Dulces sueños”, un
lugar pobre y sucio en el que por una propina se olvidaban de registrarte.

La habitación del edificio de cuatro plantas triste como la muerte era un cuadrado con
ventanas, una cama en medio, una televisión que solo emitía publicidad y un cuarto
de baño que podría mejorar en higiene, en el que se podía dar gracias de que la menos
tuviese agua corriente de la que no iba a beber.

El baño fue su primera parada, lavo sus cosas y después a él mismo, pues todo
apestaba a alcantarilla. Al menos tal hedor abría hecho pensar al recepcionista, un
gordo descamisado y peludo, que se trataba de otro desgraciado huyendo de un
pasado sombrío arrastrando sus últimas pertenencias y no una fortuna en papel.

Cuando terminó se tumbo en la cama mirando a un techo marcado por las sobras de
una larga existencia sin rencontrarse con la pintura. Estaba muy cansado, tan cansado.
Había sido un día de locos, no había parado de correr desde que paralizase a aquellos
presuntuosos abusones hijos de papá ¿Y todo para que? Tenía dinero sí, mucho no
sabía ni cuanto. Pero estaba solo a la espera de que alguien lo matase por ello. Ni si
quiera podía guardarlo. Aún con una identidad falsa eficaz si metiese todo ese dinero
en el banco saltarían las alarmas ¿De donde lo ha sacado? Era obvio.
En ese momento le perseguirían los ninjas corpo, la policía, los tong y si pudieran su
supuesta banda. Con lo llamativo que había sido, trapicheando en el territorio de
todos los que pintaban algo en la ciudad, ahora mismo en los bajos fondos no habría
nadie que no se preguntase que estaba sucediendo, o mejor dicho, donde estaba todo
ese dinero. Pues en unas bolsas de basura bajo la cama de un motel de mala muerte
custodiadas por un solo chaval, bastante tirillas, con una pistola normalita como única
defensa.

Solo, sin amigos, sin familia, sin aliados. Nacido para ser despreciado, odiado,
abusado. Solo que con algo de suerte. La suficiente para seguir respirando. No por
mucho tiempo. No, no se sentía como un héroe de película, ese lobo solitario super
duro que gana al final del día. Si no como un mierda al que nadie querría ni hoy ni
nunca, sin lugar al que ir o brazos en los que apoyarse. porque en el mundo solo
importa cuantos créditos tienes, y con vistas a quitártelos.

Se vino abajo. Encendió la televisión, como todos sus vecinos, cuya prerorata de
presentadores engominados y anuncios se filtraba a través de la fina pared, pero no
para atenderla, si no para que no le escucharan llorar.
Salto

A la mañana siguiente se levantó temprano. No es que lo tuviese planeado, era


resultados del ruido del vecindario junto a las paredes de papel y el haberse acostado
pronto.

Lo primero que hizo fue mejorar su ánimo contando el dinero. Deduciendo que de
poderse rastrear le habrían despertado un escuadrón en medio de la noche tirando la
puerta abajo. La suma era considerable, la mayor cantidad de dinero que hubiese
visto junta nunca, Seiscientos mil créditos en detallados papeles de colores. Le daba
para montarse su propia empresa si pudiera poner algo a su nombre. Más que
suficiente para levantarlo de la cama y ponerlo a trabajar.

Lo primero era deshacerse de las pruebas. Tenía ropa que era mejor quemar, y eso
hizo, compró algo de combustible y lo añadió a un bidón desechado que los pobres
locales usaban para calentarse por las noches quemando restos dentro. Lo siguiente
era cambiarse la cara. En un mundo en que la gente se cambia partes del cuerpo sanas
por maquinaria una cirugía plástica era un servicio añadido. Decidió operarse en una
clínica del distrito latino, famosos por sus buenos doctores en tales materias y su
repulsión a las fuerzas del orden.

Encontró uno que demás tenía buen cyberware, casi todo dedicado a la destrucción,
acorde a los gustos locales, y de buena calidad, de última generación, no solo
reciclados. Los potentados mafiosos latinos, señores de la droga y la prostitución, se
lo podían permitir. Sin embargo él solo añadió, en parte para disimular, una mejora
sencilla, filtros antitoxina aéreos y sanguíneos, dedicados por lo general a evitar las
sobredosis. El doctor era un moreno de voz calmada sin apenas acento, de
complexión fuerte y pocos tatuajes para lo acostumbrado en el barrio.

–Eres muy joven para ser merc. Así que me imagino que piensas robar a los
drogadictos con pasta. Si me permites el consejo. No es una buena idea, en cuanto
realizas ese timo un par de veces alguien se da cuenta y te mete un plomazo en la jeta.

–Le agradezco el consejo doctor.

–Pero no me harás caso. En vez de eso te veré otra vez por aquí buscando otro
cambio de apariencia. No siempre funciona ¿Sabes?

–Ojala eso no llegue a ser necesario.

–¿Vas a querer algo más? No esta diseñado para eso pero tengo aceleradores
medulares que te serían de gran ayuda. Aunque, tampoco te los aconsejo. Eres joven,
lo mejor es esperar a tener el cuerpo plenamente formado antes de implantarse nada
tan potente.
–He visto el catálogo, esta muy bien pero por ahora me plantaré aquí. A menos que
tenga un enlace neuronal de piloto de los buenos.

–Ahora mismo no me quedan, pero puedo encargarlo ¿Eres piloto?

–No, pero me gustaría, encargelo.

–Los pilotos también suelen morir jóvenes.

–Solo una cosa más. A parte de la cara necesitare una nueva identidad. ¿No sabrá de
un falsificador bueno?

–Tengo entendido que los chinos son los mejores.

–Esa gente me da mal royo. Es como si estuvieran escondiendo algo. Parece que aún
odian al demonio blanco occidental.

–Recelos de la vieja tierra. A pesar de los siglos y las distancia siguen hay. He oído
hablar de una chica eslava, tan buena falsificando que los rumanos en vez de ponerla
a hacer la calle le dieron un estudio.

Los rumanos, en realidad un conglomerado de todo tipo eslavos que al igual que los
latinos se les apodaba de forma errónea, procuraban distanciarse de los rusos,
hastiados de que muchos los considerasen la misma cosa. Sin embargo a la hora de
tratar con ellos eran igual de rudos y secos. Acceder a la falsificadora supuso
traspasar varios controles de seguridad propios de una base militar que se sentían
ridículos en un edificio convencional, un patio al exterior y una construcción un tanto
rústica no muy grande más apropiada para una cafetería francesa. La chica, Zortiza,
una flaca de largo y lacio pelo moreno, de sonrisa nerviosa y mirada inquieta que
parecía estar siempre buscando algo por encima de las gafas le atendió con una
cordialidad que compensaba la hostilidad de sus guardianes. Cualquiera diría que
fuese la recepcionista de un hotel o una banquera.

Como el doctor le avisó el precio era caro, pero la fama la precedía. Al preguntar por
la zona para encontrar el arrinconado lugar muchos alabaron su habilidad. O tenía
muy bien montado la publicidad o en realidad había facilitado al inserción en la
sociedad de numerosos inmigrantes ilegales. Así que Miguel aceptó, claro que no
podría tramitar su ingreso hasta que no tuviera un rostro, en ese momento era un
motón de algodones y desinfectante, otra vez.
Tardo una semana en volver a verse como una persona. Al menos era mucho más
guapo, su mentón era más ancho, tenía barbilla, una nariz fina y respingona, los
dientes ordenados como soldados. Por seguridad cambio de motel tres veces antes de
tener por fin los papeles en regla, con un par de años más y mejores estudios, que
puso a prueba por vez primera alquilando un piso en un megaedificio de los barrios
bajos, de vuelta al hogar. Al menos en esa estructura se filtraba menos ruido en el
piso.

Lo siguiente fue implantarse el nuevo cyberware del tranquilo adivinador doctor


Montero. Su deseado neuro enlace protegido especializado en conducción que ni
sabia usar.

Abrió una cuenta bancaria, el mayor reto para la falsificación de Zoritza, que superó.
No deposito demasiado, lo suficiente para pagar el alquiler mediante domiciliación
así como algunas cosas más. El curso de pilotaje, seguido de el de pilotaje no
tripulado. Las clases de Ninjutsu, que le costó encontrar en físico, así de paso hacía
algo de deporte, teniendo que irse hasta un dojo tradicional del centro un tanto caro.
Y un curso académico privado de mecánica, eso último le costo decidirlo, se suponía
que el curso a elegir sería su oficio de por vida, alguno tendría que tener para no ser
“el pringado”, y no tenia ni idea de a que dedicarse, es decir, siempre había pensado
que no sería más que un empleado del montón sin mejor futuro que conseguirse una
jubilación aceptable a base aguantar abusos hasta la ancianidad en una empresa que
no lo echara antes a la calle por tener la suerte de que se olvidaran de él. Un futuro
tan despreciado que en muchas ocasiones pensó en evitárselo y solo la falta de valor
había evitado que así fuera. Ahora en cambio tenía un montón de dinero y al contrario
de lo que había imaginado nadie había llamado a su puerta para reclamárselo a
plomazos. Eligió mecánica por dos razones simples. Una: le encantaba volar en su
moto, así que conocerla y saber repararla parecía algo lógico. Dos: Si decidía volver a
dedicarse al crimen, el dinero no le duraría siempre, saber sabotear maquinas, abrir
puertas y ventanas, engañar sistemas de seguridad, etc. Sería oportuno y dado que de
informática ni papa, tocaba mecánica. Como no tenía trabajo, ni falta que le hacía,
podría estudiar esas cosas en vez de pasarse el día jugando y viendo porno en su
pequeño hueco del mundo, cosa que en realidad también hacía.

Con el tiempo se consiguió otra moto, de segunda mano, robada de seguro. Otra
KTM pirateada, dado que la anterior le fue muy bien, solo que esta más potente y
tenía un chasis estilo arrugado, de aspecto más agresivo. También volvió al estilo
punk de peinado y las indumentarias de motero, solo que algo menos estrafalario, en
negro, azul y naranja.
En general la vida le iba bien, cómoda, solitaria y triste, sí, pero sin más peligro que
suspender una materia. Y a verdad es que se le daban bien el estudio. Solo el tema del
Ninjutsu le venía grande y eso que iba a la clase con menos afluencia. Si no fuera por
la insistencia del profesor, Guo Jin, un hombre mayor que se veía cerrando el dojo
por falta de clientela, todo el mundo prefería aprender vía neuro, lo habría dejado
aceptando que lo de pelear no era lo suyo. Con el tiempo acabó dominándolo, solo
que se tardo lo mismo que con el curso.

Entre unas cosas y otras pasó un año en el que solo tubo un par de tiroteos con
atracadores de poca monta que espantó sin apenas daños con las pistolas de Sham y
un encuentro con un fantasma que no esperaba volver a ver jamás.

La chica se llamaba Claudia, una joven hermosa, delicada complexión y de piel


blanca como la nieve, con un prominente moño negro y gafas alargadas en su rostro
de muñeca de porcelana. Se instalo en un piso cercano junto a sus padres. La madre
lucia ropa nueva acorde al lugar, se la veía sana, una madura que intentaba
mantenerse altiva, digna, a pesar de la caída. Ayudaba a su marido, cuya palidez
denotaba el haber superado una operación de las que te dejan tocado. Algo normal en
los corpos que habían sido forzados a instalarse caro cyberware de propiedad
empresarial para mantener la competitividad y al ser desechados se veían obligados a
devolverlos dejando un cuerpo con demasiados huecos. Conseguir órganos biológicos
era fácil, pero la operación masiva, la adicción a unos potentes bloqueadores de
inmunidad que ya no podía permitirse, más el cocktail de medicamentos para
sobrevivir al cambio los destrozaba. Muchos no podían volver a trabajar en la vida,
muchos se suicidaban. Ella en cambio estaba igual, salvo que con ropa de calle y un
rostro triste en vez de aterrado.

Tres en un habitáculo diseñado para uno en un barrio de explotados que los


reprendería por su pasado en el papel de explotadores.

Le pudo la curiosidad y ,Al igual que volvió una vez a contemplar el ennegrecido
hueco donde se crió. Una tarde graciosa para él. Se le ocurrió disparar, silenciador
mediante, al balón de rugby en liza del campo que tantas veces le atiborrara la tarde y
la mañana con incesantes gritos. Un par se lo tomaron muy a pecho, despotricando
contra el aire en plan provocativo, demostrando su terror, hacía las ventanas de los
vecinos, bien sabían a quién dañaban. El resto, se fueron en silencio cual fúnebre
cortejo. Nadie quería ser víctima de un francotirador. Así se consigue el respeto en el
mundo de los humanos, con violencia y miedo.

Preguntó por los nuevos inquilinos a los comerciantes del barrio. El dueño del
mejicano, Mariano, un tipo con un bigote como un cepillo que le hacía todos los días
el almuerzo, unos burritos de muerte, le contó.
–Ha te fijastes en la niña ¿He? Bien bonita sí, de tu edad, toda una princesa, pero
piénsatelo bien casanova, que es de las caras y para trabajar pues no vale.

–¿Por qué dices eso?

–No más mirale las manos cuando la veas. Tan finitas que de seguro se rompen si
aprietas.

–Tienen pinta de estar en las últimas.

–Hay se jodan pinches corpos. Que prueben su propia medicina.

–¿Sabes por qué les despidieron?

–Del padre se dice que le acusaron de preparar una encerrona a sus superiores por no
se que venganza. Mierdas corpo tú ya sabes.

–¿No sabes más?

–Hará un año o así que secuestraron a unos críos de jefazos importantes, a todos
menos a su hija, y pues claro pensaron ¿Que que raro, no? Le investigaron y algo
malo debieron encontrar que lo despidieron. Más digo yo que no debió de estar
involucrado si no le habrían metido un plomazo y ya.

Y él que creía haberla salvado. –¿Ahora a que se dedican?

–La madre paso de clienta a trabajadora en una peluquería del centro. De seguro que
ahora las otras gallinas del corral la picotean a gusto. Pero es en el centro, así que
ganará como para secarse las lágrimas con billetes. El padre y la chica andan
buscando pero no valen para nada. Él acabara jalandose un balazo y la princesita en
una esquina, lo de siempre.

–Oye, si alguna vez la ves que va a hacer la calle, no se, dame un toque, o
mándamela.

–¡Ah huevón! Ya veo por donde vas, quieres ser el primero en cogerte a la flaca.

–¿Quién mejor? –dijo desganado.

Miguel, o mejor dicho Carlos. No sabía que iba a hacer si la chica aparecía en su
puerta. Hola, soy el tipo que te arruinó la vida salvándote de unos violadores.
Menudas ideas tenía. Ella era la única persona capaz de identificarlo, la última con la
que debería hablar.
Tras un año de paz había ganado en altura y perdido en dureza. Recordaba con
remordimiento como violo a Vanessa y la vendió como carne a Iván. A la china que
dejo con un una bala y un parche en el mercado. Como gritaba el chaval al que le
reventó el culo Sham, el montón de tripas desperdigado en el callejón. El rastro de
oscuridad que venía dejando desde que incendio su casa arruinando a su madre.
Había pasado de víctima a monstruo y ahora su conciencia le incitaba a redimirse
con esa niña de dulce rostro y larga melena. Una noble muñeca de porcelana.

Esa noche se la paso pensando en como ayudarla sin darse a conocer. Una chica frágil
cuyos estudios solo valían para seguir estudiando. Sin duda podría pagarla la
universidad, pero si seguía viviendo en ese antro de megaedificio en el que el casero
pasaba de todo era no solo por disimular, tantas historias restaban números de una
cuenta que no sumaba y ya había perdido un tercio de su total. El otro problema es
que no podía pensar en ella sin que su mente se deslizase en otra dirección. Maldito
Mariano.

Fue en la mañana cuando al escuchar a uno de los numerosos mendigos desmontar


una lavadora vieja entre los contenedores de basura que recordó una de las cosas que
odiaba de su barrio, al los chatarreros, tradicionales, que de madrugada le despertaban
cargando los desechos metálicos del espacio reservado para ello justo en frente de su
piso a golpes. Preguntando por la zona a los indigentes le indicaron donde tenían su
desguace.

Al terminar las clases, en el ocaso, acudió al lugar. El área pública lo componían un


grupo de casetas prefabricadas color “no me limpian” oxido agrupadas según
cayeron al final de una carretera con una entrada de verja que continuaba hasta cerrar
un amplio perímetro en donde se acumulaban restos de electrodomésticos y vehículos
muertos a la espera de ser expoliados o compactados por una enorme máquina en el
centro con su largo brazo alzado al otro lado de las casetas.

Aterrizó su flamante moto, destacando entre los ruinosos vehículos de los empleados,
gente mayor y obesa vestidos con monos untados en grasa de motor que caminaba de
forma arítmica a causa de sus implantes mal calibrados, de segunda mano, que ni
intentaban emular la forma humana. Los tatuajes de bandas callejeras dejaban claro
sus pasados.

La recepción estaba marcada por un letrero luminosos viejo que chisporroteaba de


vez en cuando. Dentro un par de sofás eran todas las comodidades de un apartado de
pocos metros cuya pared interior daba al mostrador en donde una versión mejorada
de los obreros de afuera, con implantes decentes y una ducha se fumaba un caro puro
a la que veía un combate pregravado de boxeo en el monitor de su ordenador
refrescado por un ventilador cercano fijado hacía su persona.
–¿Que desea? –Le hablaba con desgana a Carlos sin dejar de mirar al monitor con el
cual debería estar atendiendo el perímetro.

–¿Tiene trabajo?

–¿Para ti? No.

–No es para mi, si no para un amigo. De tu edad, con cabeza para las cuentas y ganas
de sudar.

–¿Y no viene él a buscarlo?

–¿De donde sacas a tu gente?

–Ex-presidiarios lisiados, el gobierno me paga la mitad de sus salarios en subenciones


de reinserción y cosas por el estilo.

–Entonces mi colega te valdría. A perdido algunos... órganos.

–Si no es un ex-presidiario no me vale.

–Ya, de seguro que aquí os deshacéis de las sobras de mucha gente generosa. Yo
también soy de esos. Te pagaré un mes de su salario si te lo quedas por un año.

El tipo espetó una carcajada desde lo más profundo de sus contaminado pulmones.
–¿Eres su ángel de la guarda?

–Más o menos. ¿Te interesa?

–¿Sabrá callarse cuando toque?

–Sí. Por la prima apropiada, como todos.

–¿Ha que banda pertenecía?

–A la de coge el dinero y no preguntes.

–¿Por qué me da en la nariz que es de los que dan problemas?

–No los dará. Necesita el trabajo.

–Bien, porque en cuanto me los de se va a la calle.

–Si te da problemas me llamas. No aceptare excusas de mierda para librarte de él


después de coger la plata.
–¿Para quién trabajas tú?

–Para la misma banda que él.

–La de coge el dinero y calla... –El obeso tendero que cubría su calva con una
decadente fina cortinilla de pelo le analizó por un momento y paso a comprobar su
negocio a través de las cámaras de seguridad. –Bonita moto.

–Gracias. –Carlos sin que se notara saco su pistola pesada y apunto por debajo del
mostrador al tendero, cargada con munición perforante, era capaz de atravesar la
chapa entre ambos y reventarle la panza.

–Parece cara ¿Por qué no mejor me pagas dos meses?

Miguel se lo pensó un momento. –Sabes, cuando era crio y pobre, vuestra puñetera
camioneta me despertaba todas las mañanas. Me repateaba... –El dedo del gordo se
deslizó hacía un lateral sospechoso y Carlos apretó el gatillo. Con el petardazo del
disparo acabó la conversación, un segundo disparo le tiro de espaldas de su silla con
ruedas dajándole boca arriba con la panza como un volcán del que emanaba lava
cubriendo todo el monte.

–¡Joder! –dijo enfundando la pistola pesada para sacar las dos viper que había ganado
en una competición de tiro. En realidad solo una, el inteligente vendedor, Speer, un
nazi fan de las armas, a las que realizaba sus propios ajustes, cobraba por la gemela y
Miguel no pudo evitar comprarla cuando probó a la hermana. Las dos precisas obras
de artesanía que respiraban plomo y mataban como demonios.

Salio disparando a los que encontraba a su paso. Los obreros se dirigían a un garaje
cercano a la carrera. Carlos no les dio tiempo a llegar al arsenal, los persiguió y
abatió con rapidez, uno por ráfaga.

A la vuelta se encontró con los que salían de la zona de trabajo. Solo dos que ya
cargaban escopetas de aspecto tradicional y segura potencia. Le dispararon, pero a esa
distancia eran armas muy imprecisas por lo que solo consiguieron reventar los
cristales de los coches tras los que se cubrió.

Agazapado se movió deprisa por el aparcamiento hasta una buena posición de tiro
desde donde pelear. Tras un rato compartiendo balas mató a los dos ex-convictos
cuando estos intentaron acercarse a una distancia en que sus escopetas le habrían
ganado la refriega.
Reviso el lugar en busca de más enemigos y cuando no los encontró entro en la garita
en donde el dueño acababa de desangrarse para manipular los ordenadores cerrando
el negocio, apagando las cámaras y borrando los archivos. No había llegado a pulsar
el botón escondido de la alarma. Después limpió todo lo que hubiese tocado con un
paño sucio. Por suerte no mucho.

No tardo en encontrar unos guantes y se puso a revisar el lugar. Unos pocos créditos
aquí y allá, algunas armas simples, con la excepción del potente revolver dorado pero
no especial del señor encargado y nada más. Estaba por rendirse y marcharse cuando
encontró el tesoro entre la mierda a la venta. Un motón de piezas de repuesto de alta
gama extraída de los electrodomésticos y vehículos retirados de los ricachones que
tienden a desechar el aparato entero cuando a este solo le falla un engranaje. En el
mercado sumarían una decente suma. Demasiadas para cargarlas en su moto.

Tampoco es que le faltaran vehículos, entre los cuales había una ranchera con una
buena capacidad de carga. Una vez encontrada la llave en los bolsillos de los difuntos
mando su moto a casa de forma remota, piloto automático, y cargo el vehículo con el
material en cajas que allí mismo encontró, directo a su casa. Tuvo que maniobrar con
los dos vehículos una vez llegado al hogar para poder descargar ocupando la plaza de
su vecino pero no hubo más problema que el hecho de ser visto en la pasarela del
aparcamiento vertical por un par de residentes que volvían de sus trabajos honrados.
Nada preocupante en aquel lugar en el que todos creían que sacaba el dinero del
crimen, como la mitad de los habitantes del edificio. Todos tenían algún trapicheo
que les ayudaba a llegar a fin de mes, incluso alguno le vino preguntado si vendía
droga con ánimo de comprarle. ¿Y que sabían ellos de donde había sacado esa
merca?

Una vez terminada de descargar de piezas le llevó la ranchera a unos latinos que se
dedicaban a la adquisición y venta de vehículos para deshacerse de él por unos pocos
créditos, dado el turbio pasado de la ranchera. Fue sincero, no se la jugó con ellos
pues a parte de que se vengarían acribillándole mantenían buenas relaciones, ellos le
habían vendido la moto y por ellos no se la robaban.

A la vuelta se sentó en su sofá esquinero bajo cuya mesita ya se encontraba ocupada


por cajas de repuestos y contempló su habitación. Más allá de la esquina estaba el
microhondas, el fregadero y el frigorífico separados del resto de la casa por una mesa
alta que salía de la pared con un par de taburetes al otro lado, debajo estaba repleto de
cajas. Seguido el armero, la puerta de entrada al edificio y el paragüero con su
colgador para los abrigos. Un cajón cerrado sobresaliendo del resto de la estructura
era el compacto cuarto de baño, en la esquina al lado quedaba la cama plegada cuya
base era el armario, una ventana, la puerta a la pasarela exterior que daba a la rejilla
de colmena del aparcamiento y otra ventana sobre el sofá. En medio una pila de cajas.
Solo le faltaban los posters de chicas desnudas y películas de acción para que ya se
viese como un autentico piso de soltero.
Desplegó la televisión del techo y puso el canal de noticias, a ver si decían algo de su
asesinato múltiple. Era un campeón, fue a por trabajo y acabó convirtiendo toda la
empresa en una vacante. Pensaba autocriticándose. Es verdad que les tenía manía
pero solo estaba regateando, ¿Por qué tuvo que intentar pulsar el maldito botón?

En la noticias ni se le mencionaba, había tantos crímenes en la ciudad que al menos


que fuera muy espectacular o dañase a la clase alta no era digno de mención ¿A quién
le importaban unos pocos ex-presidiarios lisiados al borde de la tercera edad? Ducha
y cama.

Al tiempo Mariano volvió a informarle de los cambios en la familia de Claudia. Solo


que por otros motivos.

–Carlos. Malas noticias.

–Dime.

– El señor Johansson ha fallecido.

–¿Como?

–Por lo visto se equivoco de pastillas y le dio una sobredosis.

–Pobre diablo.

–Como todos aquí ¿No? Nunca entenderé a os ricos. Con lo fácil que es jalarse un
plomazo en la cabezota, para que gastarse un montón en caras pastillas o disimular
aparentando que te “equivocastes”.

–Le ahorra el mal trago a la familia, supongo.

–Eso ya lo hizo al quitarse del medio.

–Lo digo por los sesos.

–Ya, ya. Esa gente no esta acostumbrada. Por cierto, los hermanos Bolivar andan
preguntando por ti, quieren verte.

–¿Solo hablar?

–Así no más.

–¿De veras?
–En serio. Creo que quieren hacerte una oferta. Ya se huelen que mueves algo en el
distrito pijo cuando vas a “tus clases”.

–¿Mejora o amenaza?

–Un poco de ambas, ya tú sabes.

–¿Ya saben que muevo o para quién?

–Pinche gringo. No lo se ni yo y llevo un año haciéndote burritos, tacos y enchiladas.


Eres callado como muerto.

–Cuando vuelvan diles que nos vemos al ocaso en la pasarela del gimnasio.

Al volver de clases paro allí en vez de en su casa. Era un buen lugar para una reunión
clandestina, con un lugar público muy frecuentado a dos pasos de distancia y una par
de recovecos discretos hacía los que no miraba nadie nunca. Con el plus de tener el
aparcamiento tan cerca que no tardaría nada en levantar el vuelo si era necesario.
Encima volvía a llover, con lo cual sería complicado que alguien les escuchara
incluso con un aparato sofisticado.

Al llegar un latino, de prendas atrevidas que dejaban al descubierto su fornido pecho


depilado cubierto de floridos tatujes le esperaba a la vista. Este le indicó el camino
hasta el punto de reunión, las escaleras exteriores que nadie usaba a menos que
hubiese un incendio o persecución.

Los latinos, eran una amalgama de descendientes de sudamericanos tan mestizados


entre si y con otros que ya era imposible distinguir sus rasgos raciales más allá de su
antiguo continente. Famosos por ser gente brava de escasa chispa eran dueños del
negocio de la drogas y la prostitución de la gente de su etnia, solo los tong tenían más
chicas que ellos en la calle. Al igual que con los orientales su poder se diluía entre
una miriada de grupos separados que se diferenciaban del resto por sus supuestas
raíces. Los hermanos Bolivar en teoría descendían de una larga tradición familiar
dedicada al narcotráfico orgánico, el más caro. Nada de cristales, de brillantina para
las ratas de cloaca, estos tipos habían mejorado mediante la ingeniería genética la
vieja cocaína manteniéndola como la reina de las drogas, solo para ricachones.

Al llegar a las escaleras se encontró apoyada en la pared del otro lado a una diva
escarlata, con un traje de estilo oriental recortado para mostrar piel y ceñido a la
máxima potencia que podía matar de un infarto a una mujer solo con el escote, ni que
decir de un varón. De anchas caderas y fina cintura definida por sus abdominales, no
demasiado porminentes, su piel morena anunciaba calor. Su rostro era precioso, ojos
de rapaz, labios gruesos y fina barbilla tapados en su mitad izquierda por la
voluminosa melena ondulada. Fumaba un porro que perfumaba a maría orgánica.
Cerca otro hombre mantenía el tipo, intentando parecer duro, pero sin poder evitar
perder la atención hacía su protegida.

–Bien. Prefiero tratar con chicos guapos. –El portento además tenía una voz picarona,
de pecadora. Tenía claro su papel.

–Es una pena, yo no. Aquí me esta sobrando gente.

–Lo entiendo, no te preocupes. Tú solo hazme caso a mi.

–En cuanto se vayan hasta donde no pueda verlos, me distraigo con facilidad.

–Me ofende.

–A mi también, creía que iba a ser una charla de negocios, no una encerrona.

–Largaos. –Les hizo un ademán con la mano con toques de superioridad.

Los guarda espaldas se marcharon sin rechistar. –¿Mejor ahora?

–No del todo. Supongo que no me han enviado a su negociadora más “potente” para
ayudar a mi concentración.

–Cada persona emplea las armas que le da la vida. No te quejes, a ti también te ha


dado las tuyas. –La mujer cambio su postura para hablar cara a cara.

–Me imagino de que se trata, en un principio la respuestas es no. Dudo que puedas
mejorar mis margenes. Pero te escucho.

–Que formal. Queremos que muevas nuestra mercancía. Coca, caballo, maría, el viejo
trío, también tenemos setas y yagé para los exóticos y curiosos. Todo orgánico, de la
mejor calidad, sin añadidos. Te puedes sacar una fortuna.

–¿Los porcentajes?

–Tú me dirás ¿Que tengo que superar?

–Un sesenta cuarenta, y la cifra gorda es la mía.

–¿No te estas viniendo un poco arriba?

–Yo me encargo de los maderos, es territorio corpo y cobran en proporción.

–También pagas a los espías corpo.


–Esos pasan de estas movidas.

–Hasta que a algún chaval le da una sobredosis.

–Eso no va a pasar. Y si pasa como no os conozco no sera un problema para vosotros.

–¿Así es con tu patrón actual?

–Yo no tengo patrón, voy por libre.

–¿De veras?

–Es lo mejor, no se nada de nadie y nadie sabe nada de mi. El anonimato es


importante, no estamos hablando de calles de pobretones llenas de desechos en las
que a nadie le importa nada.

–Los corpos gustan de guardar sus secretos. Que impropio sería para la compañía que
se descubriera que sus empleados se ponen hasta la bandera de alegría en sus ratos
libres.

–Es su territorio, son sus normas.

–Normas que estamos dispuestos a aceptar, pero esos porcentajes... Tendrías que
vender mucho para que quedásemos satisfechos.

–No me voy a poner a correr detrás de tus cifras, ni hoy ni mañana. Si en algún
momento no te gusta como van las cosas, cerramos cuentas y nos separamos. Sin
invenciones ni trucos. Si no te gusta desde ya, ha sido un placer, muy grande,
conocerte.

Ella rio. –Lo consultare con mis superiores señor abogado. –dijo antes de marcharse
pasando a su lado con aire seductor y perfume meloso, el cual hacía rato había hecho
saltar la alarma de su implante antitoxinas, le había rociado algo.

Miguel suspiro para sus adentros aliviado. Esa mujer le ponía muy nervioso. Hasta le
costo centrar su mirada en esos ojos salvajes en vez de en el cerrado canal de sus
apretados pechos. No sabía si ella se habría tragado las sarta de mentiras que acaba de
soltar, ensayadas durante el resto del día, basadas en lo que aprendió en su tiempo
con la banda de Lucas, expertos consumidores. Esperaba al menos que su altos
porcentajes espantasen a una familia reticente a aceptar un “no” por respuesta. Si eran
ellos los que le rechazaban, era menos probable que la no deseada relación se
complicase.
Antes de irse a casa para disfrutar de la ansiada neuro porno paso a ver a su
matasanos, el doctor Montero, a ver si eso que la mujer de rojo le había aplicado tenía
repercusiones. Tras revisión rápida el buen doctor concluyo.

–La mujer con la que has tratado a usado un implante poco conocido de emisión de
hormonas. Están diseñados para seducir y manipular. A menudo lo usan comerciales
y altos cargos corporativos.

–¿Que hace?

–Emite unas sustancias químicas naturales, que tenemos todos, de forma controlada y
en cantidades mayores a lo posible por métodos orgánicos. Esto hace que la víctima
sea más, receptiva, al emisor.

–¿Con receptiva quiere decir que te convence de lo que quiera?

–No tanto, no anula le cerebro, solo lo... Ablanda.

–¿Como lo combato?

–Puedes cerrar más el filtro del aire pero por lo demás, es imposible. Las hormonas
que alcanzan tu piel también te afectaran.

–Como mucho podría ponerme yo también ese implante y devolver el golpe ¿No?

–Cierto, pero no te lo aconsejo. Jugar con las hormonas es peligroso. Sirven para
mucho más que para ligar en un bar. Un desajuste provocado por el implante, y tiene
que general un desajuste para poder obtener esa cantidad de hormonas, podría ser
devastador para tu cuerpo, y mente.

–¿Hasta que punto?

–Un atajo a la cyberpsicosis.

–Volverse un imparable loco homicida.

–No siempre, los casos de cyberpsicosis famosos son esos dada su violencia. Pero
hay gente que sufre trastornos diferentes. Lo único en común son las severas
alucinaciones crónicas.

–¿Como cuales?

–Desde fobias incompresibles hasta... Bueno, ese implante por ejemplo podría
llevarla al SESP o la ninfomanía.
–Con ese cuerpo sería la alegría de muchos.

–Pero no la suya.

El caso es que la señorita concertó otra cita. Esta vez a través de un envió pagado de
un smoking, pues la cita era en el crematorio. Un lúgubre lugar en donde te podías
encontrar con todo tipo de personas con caras largas hiendo y viniendo a por las urnas
de sus familiares fallecidos que más tarde esparcirían en algún yermo a las afueras
con o sin sentida ceremonia.

Estaba claro que pretendía tomar las riendas de la relación, al menos esta vez se
anunciaba una trato serio y no una trampa sexual. Demasiada ceremonia para un no.
Nadie paga tanto para matar a un cualquiera. Iban a aceptar. Era toda una declaración
de intenciones.

Miguel no se imaginaba que el lugar fuese tan grande. Sabía que se aprovechaba el
calor generado por las combustionadoras de desechos peligrosos, unas enormes
calderas subterráneas a base de gas natural con unas chimeneas como las de una
central nuclear, pero nunca creyó que el lateral dedicado a la incineración de difuntos
abarcase media base de cada chimenea con las de incineradoras en batería separadas
por gruesos paneles de hormigón. Más allá de la seguridad del cemento había un
amplio pasillo con su buena cantidad de asientos, como la sala de espera de un
espaciopuerto, con grupos de personas tristes en frente de cada acceso a las
incineradoras y al extremo opuesto un área mercantil que a duras penas mantenía
cierta seriedad ofreciendo todo tipo de productos a las afligidas familias, ni la muerte
paraba el mercado. Algunas hasta anunciaban sin tapujos la compra de cyberware de
segunda mano, lo que no se podía quemar. En el fondo norte estaban las puertas de
embarque para los que necesitasen un viaje a los páramos y sobre ellas una terraza
cafetería.

No hacía falta ser adivino para saber donde se encontraría. Su mesa estaba al fondo,
apartada del resto de gente, cerca del enorme ventanal que mostraba el desamparado
paisaje del planeta gris en cuyo horizonte, sobre los picos erosionados, se erguían
orgullosas en la distancia las enormes terraformadoras elevando sus colosales
fumarolas al tempestuoso cielo. Ella estaba increíble, no necesitaba trampas, ya en la
distancia su exuberante bien cuidado cuerpo y elegante forma de vestir harían soñar a
cualquier heterosexual. Su cabeza en cambio la percibía como una serpiente a punto
de atacar. Una negra cobra en este caso, pues de ese color era su ceñido vestido de
ricos bordados tan escotado como el anterior.

–¿Puedo invitarla a algo?

–Claro. –Hizo una señal al camarero más cercano. Sobre la mesa ya había un baso de
vodka collins a medio terminar con gominolas de tapa. –Te queda bien, un poco
suelto quizás.
–Mejor eso que ajustado. No me gusta sentirme apretado, a ti en cambio te sienta
genial.

–Me cuesta mi esfuerzo así que tendré que lucirlo.

–¿Incluso en el crematorio municipal?

–¿Te parece mal?

–A mi me encantaría que una mujer así fuera a mi funeral pero no se yo que pensaran
los hijos y padres de los difuntos.

–Ahora solo piensan en su propio dolor. Salvo que alguien sin control necesite
desahogarse nadie nos molestara.

–Si algo sobra en el universo son idiotas.

–Estoy de acuerdo. Como en aceptar tus términos.

–¿Sin pegas?

–Son términos simples. No te engañaré a mis jefes no les gusta, si fuera por ellos no
habría trato. Pero les he convencido con una simple verdad, la edad de tus clientes es
la mejor para iniciarse, de por vida.

–Ellos lo ven como una inversión de futuro ¿Que es para ti?

–¿Que desean tomar? –apareció de repente el camarero.

–Otro.

–Lo mismo.

–Ni te lo has pensado.

–Mi mente esta en otra cosa ¿Que significa para ti?

–Me debo a mi empresa. Si ella funciona yo también.

–¿No es al revés?

–En los dos sentidos. Simbiosis.

–Suenas como una corpo.


–En el fondo todos lo somos, nos guste o no.

–Depende de lo que entiendas por corpo.

–Y yo que creía que no entendíamos.

–Ya, la filosofía da igual, son negocios. Solo que eso ya es una filosofía. Una que rara
vez funciona, al final la gente siempre acaba tomándoselo como algo personal.

–No sera mi caso.

–Una pena. Y yo que creía que me habías vestido así para tener una cita.

–No te burles.

–Solo probaba suerte. En serio, me vale mientras sea así, no quiero nada que ver con
tus jefes.

–No son tan malos. Al igual que a ti solo les preocupa que nadie se la juegue.

–Y que cuando las cosas se pongan feas no les salpique ni tener perdidas. El
problema es que la vida es de por si una perdida.

–Una frase muy apropiada para este lugar que no te va servir para en un futuro
escaquearte si extravías la mercancía.

–Por eso vamos a ir poco a poco. No voy a apostar fuerte.

–Por el momento.

–¿A que te refieres?

–Todos dicen eso la principio, pero en cuanto ven los ingresos...

–Ya... El problema no es ese. Es que no se de que palo vais.

–La confianza. Tú tampoco es que tengas una buena reputación ¿Sabes?

–Yo no la tengo. Supongo que eso debe desorientaros.

–Eso es lo que hace que me gustes. Eres misterioso, demasiado de hecho. No se como
no te han pillado. Calla, el camarero.

–Sus bebidas.
–Gracias.

–Hablando de pilladas...

–Tranquilo no se ha enterado.

–Eso depende de los implantes que lleve.

–Que suspicaz ¿Nervioso?

–Un poco.

–Pero no dices que no.

–Si sale bien es dinero.

–¿Por qué no iba a salir bien?

–Por nada. Vamos a tardar en empezar. Quiero mantener los negocios separados.

–Así si cae uno no arrastra al otro. Buena idea ¿Montaras una nueva red?

–Sí.

–¿Cuanto tiempo?

–No depende de mi, con suerte poco, un mes. Sin suerte, mejor no pensarlo.

–Aún así debemos quedar en un método de contacto. Te paso la dirección –Ella


escribió una dirección en una servilleta y sonrió como si la acabara de dar su número
de teléfono. Cosa que también era cierta.– Ese neuroimplante que llevas parece de los
buenos.

–Lo es.

–Cuando nos visites por primera vez el encargado. Javi, te pasara el encriptado. Dile
que vas de parte de Katya.

–Bonito nombre. ¿Encriptado único o compartido?

–Gracias. Único, somos profesionales.

–¿Guardaras la merca en tú casa? Tengo entendido que esta llena a rebosar.

–A estas alturas me da que sabes bien lo que tengo en casa.


–Se que estas vendiendo piezas de tec muy caras. Por eso te contacté, al ver que
expandías el negocio.

–Ya, prefiero ser mas sutil, pero no podía dejar pasar la oportunidad.

–Todo un emprendedor.

–Habló.

–Procura que no te roben.

–¿Has oído algo?

–No, pero es cuestión de tiempo. Si nosotros nos hemos enterado otros también
pueden.

–Gracias por el aviso. Una última cosa ¿Que posibilidades tengo de llevarte a la
cama?

–Pocas. –se despidió no sin dejar de hacer el gesto sensual de acariciar la mesa y
pasar cerca.

Pocas era una buena respuesta, que creyera que su trampa hormonal funcionaba, pues
esa vez tampoco se corto de repetir en fumigarlo. Sin embargo no estaba contento, se
sentía haber estado lento y habérsele notado que en realidad no tenía ni idea de lo que
hablaban. Al menos había ganado tiempo.

En cuanto llego el fin de semana hizo inventario de toda la chatarra y la llevó en


diversos paseos con diferentes rutas hasta unos pequeños almacenes en alquiler con
una seguridad decente. Dejando que sus vecinos le vieran sacar la merca. Ya de paso
se puso en contacto con algunos talleres más para venderles sus productos, a los
cuales les puso un precio algo más bajo que lo visto en el mercado local por internet.
Pronto comprobó que la demanda era escasa, tardaría en librarse de todo, pero los
ingresos lo hacían rentable incluso incluyendo el alquiler del almacén, además toda
esa mercancía legal no dejaba de ser una buena tapadera para la que estaba por llegar.

El tema de vender en cambio era un problema. Como ser poco sociable que era
apenas tenía amigos entre sus compañeros de clase, supuesta clientela. No era como
antaño, no se metían con él, solamente es que no había relación. Con el único que
tenía algo de camadería gracias a sus afición común a un neurojuego, era con Vasile,
un chico escuchimizado con sueños de ganar mucho dinero vendiendo cuentas de
neurojuegos que sabía algo de hackeo y era tan marginal como él.
El lugar propicio de venta sería el dojo. Si consiguiese convencer al dueño, Guo Jin,
de participar, no solo conseguiría un buen punto de venta si no un lugar donde
blanquear lo adquirido. Pero el señor Guo era un tradicionalista, se aferraba a unos
ideales de disciplina moral muy estrictos, incluso era reticente a los implantes. Mejor
no preguntarle por las drogas. Al menos allí tenía un par de colegas con los que había
desarrollado una sana relación de competitividad deportiva que si bien no querían
nada para si mismos, conocía a gente interesada.
Pillada

Algo inesperado surgió mientras tanto. Los chicos del taller le llamaron avisándole de
que alguien estaba vendiendo su moto por internet. Fue todo un susto pues pensó que
se la habían robado. No era el caso, sin embargo el anunció existía. Así que recompró
su moto, pujando en la subasta en el papel de un comprador entusiasta. Según César,
el vendedor, tendría su moto en unos días. Claro él como el comprador Manuel no
estaba dispuesto a pagar hasta la entrega.

Fue un largo consumo de batería mantener el sistema operativo y las cámaras del
piloto automático encendidas todas las noches, pero que remedio.

Para su sorpresa, a las tres de la mañana descubrió gracias a la alarma silenciosa a la


princesa Claudia perpetrando el robo. Se vistió sin encender la luz, cogió una viper, la
espada y de remoto hizo despegar la moto hasta la distancia de aproximación de su
hueco. Dejándola en medio de la pasarela de embarque sorprendida y de espaldas a la
puerta de su piso por donde salió él.

–Si llevas un arma es mejor que la dejes caer son suavidad en el suelo. Sobre todo no
te voltees rápido. Te estoy apuntado con una automática que te dejará hecha un
quesito gruyere en medio segundo.

–¡No llevo ningún arma! –dijo rauda por el susto.

–Pues deja en el suelo lo que tienes en las manos. Muy despacio.

–Vale, pero por favor no dispares. –Claudia, vestida de negro cual roquera, con
deportivas y el pelo recogido en dos moños orientales siguió las instrucciones con
lenta precisión y hasta levantó las manos sin que se lo dijera.

Miguel ordeno a la moto aparcar de nuevo y esta vez apagarse. –Ven hasta aquí.
–Señalo un lugar ya dentro de la pasarela y te quedas de rodillas, ni pestañees.

Ella hizo caso a la que empezaba a balbucear. –Lo siento. De verdad que no es que lo
odie, no le quiera hacer daño, lo siento, es solo que necesito tanto el dinero.

Miguel enfundo la katana y recogió las herramientas de Claudia. –Anda, entra


adentro, aquí hace frío con tanto viento.

–¿A su casa?

–Sí.

–Por favor no me haga daño.


–Si quisiera hacerte daño habría llamado a la policía. Entra.

–Se lo compensare pero por favor, se lo ruego, no me haga daño.

–Vale. No te haré daño ¿Entramos?

No muy convencida entró. Seguida de Carlos, que ordeno al piso cerrar con llave tras
de si y encender las luces. –Sientate.

Ella se sentó con timidez observando como el tipo al que acababa de intentar robar
guardaba la pistola, no la katana y se encendía un canuto mirándola de forma
analítica. Con el cigarro encendido se sentó él también e inspecciono las
herramientas. Si no se equivocaba eran aparatos diseñados para emular la identidad
del dueño y tomar el control.

–Se que no he hecho bien, es solo por el dinero, porque estoy desesperada.

–Lo se.

–¿Me perdonará?

–Ya te he perdonado. –Carlos canceló la transacción de la subasta.

–¿En serio?

–Sí. ¿Por qué no compruebas la subasta?

–¿Que?

–Compruébala.

–¿Tú eres Manuel?

–Media ciudad sabía que estabas vendiendo una moto que no te pertenecía. Me
avisaron. Has hecho una tontería muy grande. Si llega a ser otro ahora estarías muerta
o de camino a ser vendida como carne para un prostíbulo o una snaff.

–¡Gracias! –Ella se arrojo sobre él para coger sus manos pero Carlos se zafó.

–¡He he he! Vuelve a tú sitio.

–Perdón.
–Nunca hagas movimientos bruscos ante una persona armada, sobre todo si te acaban
de pillar intentando joderla. Si llego anotar que intentas desenfundar la katana te
habría atravesado con ella.

–Perdón.

–Me parece que necesitas tranquilizarte ¿Quieres? –Le ofreció una calada.

Ella aceptó, se llevo el porro a los labios y enseguida empezó a toser.

–La primera vez es siempre así. No te rayes.

Cuando dejo de toser volvió a vocalizar –¿Por qué eres tan amable? Acabo de intentar
robarte.

–En el barrio todo se sabe. Tú padre, un traje, despedido, superando a duras penas la
operación, tirando de ahorros hasta que se agotan y os veis obligados a veniros a vivir
a este agujero del que nada sabéis. Hace poco se suicida y os quedáis solas. Lo
mismo ni te llega para acabar el curso y seguro que ahora que eres pobre no te tratan
muy bien en el instituto corpo.

–Algo así.

–No sois las primeras que pasan por aquí con esa historia.

–¿Que les paso a las anteriores?

–Algunas personas se adaptan y sobreviven, otras no.

–Creía que era la única.

–No soy tan viejo vale, tengo tú edad. El caso es que parte de adaptarse es cambiar la
indumentaria, las costumbres, las amistades. Poco a poco.

–¿Y?

–Pues que ahora no reconocerías a la gente que hace dos años o cuatro eran de la
cúspide.

–¿Has visto a muchas así?

–Que va. Lo que se es porque me lo han contado. Tú... Vosotras sois las primeras que
conozco.

–Te doy pena.


–Algo así.

–¿Ahora que harás conmigo?

–Preguntarte ¿Por qué mi moto?

–Es la mejor de por aquí.

–¿Nada más?

–No especialmente. –Se encogió de hombros.

–¿En serio?

–Sí. ¿Que esperaba?

–A sí. Las presentaciones. Me llamo Carlos. Encantado. –Le ofreció la mano.

–Claudia. Un placer.

–Pues Claudia, cuando veas un vehículo muy bueno en un barrio pobre solo significa
una cosa. Su dueño es lo suficientemente fuerte como para que el resto no se lo robe,
por temor a las consecuencias.

–Eres un tipo duro.

–No. Por lo general no va de eso. Es porque esa persona ocupa un lugar respetable en
la sociedad.

–Perteneces a una mafia.

–¿No llevaras un micrófono escondido? –Sonrió. Claudia no lo pilló. –Lo siento


agente pero no tengo nada que confesar.

–¡Ha! Ya...

–En mi cabeza sonaba mejor. El caso. Necesitas dinero ¿No?

–Sí...

–¿Que estarías dispuesta a hacer para conseguirlo?

–Trabajar...

–¿En que?
–No se... Robar coches se me da fatal ¿Algo honrado?

–Creía que querías ganar dinero.

–Que me propone.

–Pasar droga.

–¿Ser una camello?

–Sí ¿Que opinas?

–No se si sería muy buena con eso...

–Vale. Puedes irte. –Carlos quito los cerrojos con un pensamiento.

–¿Ya? ¿Así tal cual?

–No. Ni se te ocurra volver a intentar robarme, la próxima te pego un tiro. Va en


serio.

–¡Espera! ¿Y si digo que sí?

–Me parece que te falta determinación. Piénsalo. Entrarías en tu instituto escondiendo


merca ilegal que si te pillan con ella te expulsaran. Tanteando a la gente para saber
quién te compraría calladito y quién se chivaría. Responsable de venderla y no
perderla, o tener que pagármela. Todo esto ante un motón de niñatos que se creen
superiores a ti e intentaran engañarte o chantajearte.

–Pero estarías tú para defenderme.

–No puedo volarle la sesera aun crío corpo. Me perseguiría la policía, los ninjas de la
empresa de su padre y todos los mercenarios con ganas de un extra fácil.

–¿¡Y si te doy la info de quienes compran!?

–Claro. Hazme una lista y me la pasas mañana.

–¿Cuanto me das por ella?

–Te recuerdo que te acabo de pillar intentando birlarme la moto.

–Creo que puedo hacerlo.


Miguel se la quedo mirando. –No en serio, ha sido una mala idea. Mejor vuelve a la
cama antes de que tú madre se de cuenta de que no estas.

–¡No soy una cría chica! ¡Puedo hacerlo!

–Hace un rato estabas llorando.

–¡Para que no me mataras!

–No pensaba matarte.

–Gracias. De veras, me viene genial. Solo digo que soy más fuerte de lo que parece.
Puedo hacerlo en serio.

–Si te pillan cantaras como un pajarito y luego la poli llamará a mi puerta.

–¡No! Jamás hablare porque jamás me pillaran. Y si me pillan tampoco. Se como son,
quienes son, formo parte de ellos. La chica camaleón. ¡Ponme a prueba! Dame un
poco y veras como en menos de lo que te imaginas estoy de vuelta con el dinero ¡El
primer viaje es gratis!

–Ahora mismo no tengo. No lo guardo en casa. Dame tú número y te llamaré cuando


este borracho y con ganas de sacrificar mi vida con tu “prueba”.

–No le defraudare patrón.

–No por favor. Primera norma, sutileza al máximo, siempre. Nada de patrón, Carlos.

–Vale. –Sonrió. –Antes de marcharse se despidió con acento. –Adiós Don Carlos.

Don Carlos cerró las puertas, se termino el porro, apagó la luz y se volvió a tumbar en
la cama pensando en lo muy fuerte que acababa de cagarla.

En cuanto Vasile le consiguió un encriptado se paso por la dirección que le indicase


Katya. Una fábrica en pleno sector industrial, territorio dominado por colosales
esqueletos de metal y grandes depósitos de químicos, por cuyas amplias carreteras
transitaban caravanas de camiones rodados automáticos y un incansable enjambre de
drones porteadores cubría el cielo. La nave estaba dedicada a la transformación de
productos agrícolas de baja calidad en alimentos de calidad inferior. Allí preguntó por
Javi el cual no tardo en atenderle.

–Buenas amigo, en que puedo servirle. –Javi era un tipo bajo y simpático al que le
gustaban las camisas coloridas que llevaba una puntiaguda perilla de djinn.

–Vengo de parte de Katya.


–El nuevo pues. Me hablo de usted. Un joven guapo dijo. A ver si ese implante es tan
bueno como me comentó. Ándale venite a mi oficina. –Al ver a Carlos mirar con
perspicacia el lugar continuó. –No te preocupes, aquí todos saben, somos como una
gran familia, solo que muy silenciosa.

La oficina no era más que un espacio pequeño separado por paneles con ventanas del
resto del edificio en una segunda planta a la que se accedía por una estrecha escalera
de metal desde la nave principal en donde un motón de serias empleadas, todas
latinas, trabajaban alrededor de una larga cinta transportadora que atravesaba
numerosas máquinas. Dentro había una mesa de escritorio con un ordenador portátil
de los que solo usan los netrunners y un par de sillas más algún archivador, estantería
y similar mobiliario típico.

–Ponte cómodo. Ahora te voy a pasar el encriptado, a ver si tenemos suerte y todo es
compatible. –Javi tecleo un poco en el ordenador y lo volteó para que pudiera ver la
pantalla Carlos. –Como ves no es más que un encriptado para poder comunicarnos
sin que ningún chismoso curiosee. Acuérdate de activarlos antes de llamar si no te
trataremos como a cliente. Pero tampoco lo tengas encendido todo el día, si no la
parienta no va a saber de que carajo la estas hablando. –Javi se quedo esperando un
momento, antes de que volviera a hablar Carlos se conectó alargando el cable de su
mano.

–Pues si que eres callado. A ver, cargando. Pues entro a la primera ¡Como tiene que
ser! Ahorita vamos a abajo que conozcas a mis arrieros.

A la que bajaban dos tipos grandes de aspecto serio traían una caja de comida. –Estos
son Josefa y Fernando, son de mucho hablar como tú. Siempre tendrán tú merca lista,
ahora eso sí, no les pidas ni de más ni de menos, ni regatees ni nada con ellos, tendrás
lo que hayas acordado con Katya, si algo no te gusta pues lo hablas con ella.

Carlos cogió la caja y la inspecciono sobre una mesa cercana. Tenía más de lo que
esperaba. La volvió a cerrar.

–¿No la pruebas?

–¿De que me iba a servir? Vosotros no atendéis reclamaciones ¿No?

–Pues no, pero es la costumbre.

–Ya llamaré a Katya si me incomoda.

–Incomoda. Guey, si te cansas de este curro llamame. Podrías ser el hermano perdido
de Josefa y Fernando.

Cuando Carlos se volvió a su moto el trío le siguió.


–Pero miren que pedazo de moto se gasta el cabrón. ¿No había una más grande? Con
esto no necesita esconderse, acelera y de rápido a los maderos hasta de la memoria se
les escapa. Guey ¿Tú corres?

–Por ahora no. el año que viene quizás, cuando la tunee.

–Avisa cuando lo hagas para que apueste algo por esta pinche bestia que montas.

Desde allí fue a que le revisase Montero y ya de paso le pusiera un implante de


rastreo, para detectar si le tenían pinchado. En ambos casos estaba limpio. Lo
siguiente fue encontrar quién probase la merca. Catadores no le faltaron, había gente
de sobra en el edificio, todos ellos muy experimentados y encantados de hacerle el
servicio gratis. Lo dieron una puntuación alta y preguntaron por precios. Respecto a
eso decidió ponerlos altos, siempre habría tiempo de bajarlos si no se vendía bien.

El caso es que si se vendía bien, al poco tiempo de poner en marcha el tinglado tanto
él como Claudia tenían compradores incluso a pesar del elevado coste. Calidad en un
distrito pudiente, negocio seguro. No se lo esperaba, al fin y al cabo la ciudad ya
estaba anegada de droga, era imposible andar una manzana sin tropezar con cuatro
individuos zombificados por la adicción, y aún así demandaba más.

En menos de dos semanas se habían fulminado todo y se veía obligado a reconocer,


como el novato que era, que Katya tenía toda la razón. No tardo en multiplicar los
pedidos para satisfacer la demanda. Él tenía diez clientes fijos, uno de los cuales,
Erik, se apuntó al negocio y movía por su lado. Claudia resultó ser más espabilada de
lo que parecía y también creo su cartera regular de clientes dando de lado a los
problemáticos. Por supuesto tuvo algunas perdidas, merca que debió de desaparecer
por el retrete antes de que la encontraran, pero nada fuera de lo aceptable que no
pudieran compensar con otra venta, al fin y al cabo ella trabajaba en el terreno mejor
vigilado. El que le preocupaba era Erik, no le habría aceptado si no le pareciese
capaz. Un tío simpático, pecoso color zanahoria, flaco bailarín con pasión por las
mujeres y una habilidad inusual para pasear merca por delante de todo el mundo sin
que nadie le llamara al atención. Lo que temía es que un día le pillasen por ir colgado.

Otro de los contactos interesantes que consiguió gracias a su nuevo negocio fue
Aurora, una joven flaca con unos cuantos años más que él, rubia teñida, larga y fina,
con pocas curvas pero mucha pierna, y bonitas, esbeltas y sinuosas. Gustaba de vestir
elegante y salvo algún neurojuego no tenían mucho más en común. Sin embargo eso
y la droga debió de ser suficiente, Aurora le tiro ficha, y él, solo como un astronauta a
la deriva, la recogió. Quitando los cuatro primeros fines de semana de conquista era
una relación sobria limitada a los días de descanso pues no coincidían de diario. La
oficinista le buscaba por la droga y él la deseaba por las piernas, tenía más de acuerdo
que de idilio, pero no dejaba de ser una relación cómoda y cálida que le ayudaba a
dejar de pensar en Claudia.
El dinero le llegaba como un niño a os brazos de su madre, directo y feliz. Tanto que
empezó a plantearse la necesidad de blanquearlo. Contemplo diferentes opciones
decantándose al final por lo más simple. Creo un empresa fantasma de instalación y
reparación de paneles informativos. Con la cantidad tan exagerada de ellos que había
en la ciudad nadie le extrañaría que ganase dinero a expuertas con ese negocio. La
empresa hasta tenía un taller, un espacio escondido en una calle apartada, sin tránsito
alguno, entre la fábrica de Javi y el almacén alquilado en donde esconderse si en
algún momento le persiguiesen. Por fuera no tenía nada que anunciase su naturaleza,
no quería clientes reales, no los podía atender, de hecho le puso de nombre uno
similar a una empresa real y desvió las llamadas a la competencia, haciéndolo pasar
por una errata de cara al público.

Con el tiempo arregló la tienda la hizo parecer una de verdad, con su recepción,
oficina y demás, solo que el escueto taller estaba diseñado para el mantenimiento y
mejora de su vehículo. También le puso un sistema de seguridad electrónica y una
cama, algo de ropa y un televisor, por si se viese obligado a pasar una noche allí. El
lugar no daba para más. Otra cosa que se le ocurrió fue comprarla a Zoritza una pocas
identidades falsas más y se contrato a sí mismo unas cuantas veces, así no solo
parecería más real si no que tendría su dinero distribuido en varias cuentas que
podrían sobrevivir más tiempo al desastre el día en que la ley le detectara.

En su segunda visita descubrió que los amigos de la rumana gravaban todo con
cámaras y micros. En una de sus visitas la dejo de tapadillo un chip con un encriptado
de Vasile y consiguió comunicarse con ella saltándose a sus superiores. Ella lo llamo
en la noche, despertándolo a poco de haberse acostado.

–¿Estas hay?

–Sí...

–¿Te pillo en mal momento? –Las llamadas de cráneo a cráneo no tendrían imagen
como las de otros aparatos pero se podían transmitir sensaciones, y Carlos no pudo
evitar enviar la suya de somnoliencia.

–No, da igual ¿Que pasa?

–Gracias por el encriptado. Me imagino que conocerás mi situación.

–Te retienen ¿Verdad? Trabajas bajo amenaza.

–Sí, ni me dejan ir más allá del patio. ¿Lo del chip significa que me ayudaras?

–¿A escapar?

–Sí, claro ¿Que quieres a cambio?


Miguel se lo pensó un momento. –No puedo ayudarte, me destrozarían antes de
cruzar el patio.

–¿No tienes gente?

–No soy un runner.

–Pero podrías conseguirla ¿No?

–¿Contratarla? Como cualquiera, supongo.

–Como cualquiera no ¿Puedes permitírtelo? ¿Tienes dinero?

–¿Quieres que te pague el rescate?

–No tengo créditos, es cierto, estos... No me dan ni para refrescos. Pero ya conoces
mi trabajo. Soy buena. En menos de un mes puedo sumar la cifra que cuesta.

–Lo se.

–¿Entonces?

–Sabes que no dejaran de perseguirte. Tendrás que huir de la ciudad sin que se
enteren. Son dos trabajos. ¿Como sabré que me devolverás los créditos cuando estés
fuera de alcance?

–Ok, entiendo. ¿Que te parece si te preparo unas cuantas identidades más? Te pago en
espacia. Es normal que tenga unas pocas preparadas por si acaso, ni se darán cuenta.

–¿Para cuando las tendrías?

–Para antes de que reúnas a los runners.

–¿Tienes acceso a la red interna?

–¿De aquí? Claro.

–Se que graban los acuerdos. Me imagino que también guardaran un registro con
todas las identidades entregadas ¿Puedes borrarlo?

–Sí.

–Vale. Preparate para hacer eso y tenme listas cuatro identidades. Yo busco al nudo y
pago por tú libertad. ¿Te parece?
–De acuerdo.

–Tardaré un tiempo. La gente capaz no se encuentra en las esquinas. No te pongas


nerviosa mientras tanto.

Tirando de amistades contacto con tres nudos. Los intermediarios encargados de


tratar entre mercenarios y clientes. El de Speer, Hendrik, no le convenció. Directo y
tajante como un panzer. A los nazis se les veía muy capaces de arroyar con cualquiera
a base de violencia, armamento y entrenamiento táctico pero no quería que Zoritza
muriera por una bala perdida durante la toma del edificio.

Martín, uno de sus compañeros del dojo y cliente regular le paso el contacto de unos
samuráis callejeros, Ronin, mercenarios orientales sin lealtad a familia alguna. Serios
como le papel de lija. Su nudo era una atractiva Geisha inmortal suave como una
gatita, rodeada de la suntuosidad del barrio rojo, la Reina escarlata, que tras muchos
años de servicio había utilizado su red de contactos para dominar el vecindario y
ofrecer nuevos servicios. Estos tipos si que parecían centrados y apostó por ellos.

Además, la reina le puso en contacto con Muhamed, un nudo que les ayudaba con el
tráfico de armas. Era un nómada, gente clandestina especializada en mover
mercancías por la hostil y agreste superficie del planeta. Traficantes capaces de
trasladar a alguien sin levantar polvo.

Muhamed tenía unas pintas de guerrillero de revuelta comunista indiscutibles, es más,


hasta parecía que llevase un mes en la trinchera cuando se conocieron. Si no fuese
por su cordialidad y las buenas referencias habría huido de él para evitar tratos con
terroristas. Su gente se encargaría de mover a Zoritza una vez fuera.

Entre unas cosas y otras fueron veinte mil por adelantado y otros veinte al terminar.
Poca broma, pero aceptable a cambio de rescatar a la niña, conseguirse una
identidades que en un futuro podrían salvarle el culo y borrar todo registro para que
los rumanos no pudieran chantajearlo en cuanto decidieran cambiar de negocio.

El trabajo salio a pedir de boca. En una tarde todos cumplieron, los Ronin incluso
verificaron el borrado de datos. Así que todos felices, excepto los rumanos claro. Los
samuráis no eran de dejar testigos.
El suceso llego justo a tiempo. Pues en el mundo de las carreras se empezaba a hablar
de un nuevo circuito. Uno que dejaba el resto a la altura de carreras de triciclos.
Alguien había gastado un dineral en montar un nuevo espectáculo. Carreras
subterráneas, a través de las grandes tuberías de desagüe y minas agotadas sepultadas
por la urbe, adaptadas tras muchas obras. Lejos de la jurisdicción de la policía. En
ellas todo valdría. No solo se corría, los competidores se dispararían entre ellos y
tendría que evitar trampas mortales. Una locura que se publicitaba a través de vídeos
informativos que pasaban de mano a mano entre gente de confianza. Cuando Carlos
se hizo con uno le sorprendió ver que el dueño y presentador era Lucas, la verdad es
que era un delirio a su estilo. Solo pensaba que con los millones de créditos que
ganaron con el secuestro se habría ido a un planeta mejor, de esos en los que cuyas
ciudades existen dentro de domos calentitos con luminosas playas artificiales donde
no hay crimen ni llueve cada día y meteoros una vez al mes. Por precaución dejo de
pasarse por las carreras.
La caída

Otra vez en la noche, solo que esta vez era la encantadora Claudia.

–¡Necesito ayuda han entrado en casa!

–¡Mierda! ¿¡Quien!? –Se levantó de un salto. Acostumbrado ya a que algún cliente le


llamase en plena noche para comprarle combustible para su fiesta era algo a lo que su
cuerpo estaba acostumbrado, un ataque solo añadía adrenalina.

–¡No lo se! ¡Unos punks de mierda!

–¿¡Habéis llamado a la policía!? –Miguel se calzaba y armaba todo lo rápido que


podía.

–Su hacker tiene pinchado el canal. Nos han dicho que si llamamos nos mataran.

–Haced lo que os digan.

–¡Están buscando el dinero! ¡Mi dinero!

–Pues si te preguntan se lo das.

–¡Son mis ahorros!

–Muerta no te sirven de nada. ¿Tienes las ventanas abiertas?

–Sí, pero son blindadas, no puedes disparar a través.

–Dame permisos de administrador de tú casa.

–Solo puedo de usuario.

–Tendrán que valer. –Se los concedió.

Por la pasarela de el aparcamiento podía llegar al apartamento de Claudia en poco


tiempo, corrió por el a su máxima velocidad pistola en mano, con las viper en la
cintura y la katana a la espalda, sin más abrigo que una camisa vieja y unos
calzoncillos boxer. Demasiado activo como para pasar frío a pesar de la ventolera del
otoño acompañada de la perenne lluvia que mojaba de rebote sus piernas al trote. Su
moto le seguía desde el aire.
Al llegar a la ventana uso sus recién obtenidos derechos para regular su transparencia
de las ventanas a total. Así pudo contemplar el interior, cuya estructura era un calco
de la de su piso, como todos los de esas plantas. Dentro seis punketas oportunistas a
dieta de drogas se movían nerviosos revolviendo todo a su paso. Uno de ellos
apuntaba con su arma a Claudia, la cual estaba arrodillada en pijama junto a su
madre, Linnea, al lado de la cama. Miguel se puso a marcarlos.

Las mujeres no estaban cooperando. El interrogador le dio un golpe con la culata en


la cabeza a la princesa, que parecía preferir morir a perder, como no resultaba el punk
pelo pincho de color verde apuntó a la reina.

Todas las luces de la moto se activaron a la vez dirigidas al apartamento, este quedo
alumbrado en un intenso blanco cegador.

La puerta se abrió. Dos zumbidos cruzaron el aire y los cuerpos cercanos a la entrada
se desplomaron.

Las luces se apagaron y la oscuridad volvió a ser el patrón de la sala. Los punks
maldecían a gritos recuperando la visibilidad para ver a dos de ellos muertos, uno de
ellos el interrogador.

Algo pequeño y metálico salió de detrás del sofá rebotando sobre la moqueta. Un
hombre gritó –¡Granada! –Y todos gritaron aterrados. Sin embargo la explosión solo
dañó sus sentidos.

Solo una persona escuchó las vipers disparando mortales ráfagas cortas. Dos
punketas menos a la derecha, giro a la izquierda. Fuera el del medio. Detrás de la
barra de la cocina. Miguel no era al único con ese implante. El punk restante estaba
de pie pistola en mano y disparó.

Una bala el atravesó el hombro izquierdo, la siguientes fallaron, otra en el costado


derecho, los impáctos le empujaban como rayos golpeando un trozo de papel, y al
suelo.

Haciendo acopio de fuerzas disparó una última vez sus vipers por debajo de la mesa
destrozándole las piernas al desgraciado de pelo cardado y rostro picado que le
acababa de joder, presa del dolor no soltó el gatillo, llenándole de agujeros a la que
caía antes de quedarse sin munición.

Era la primera vez que lo alcanzaban y dolía horrores. La agonía dominaba su mente,
su cuerpo se retorcía y a la vez le paralizaba. Enfundó las vipers, intentó encontrar
una postura menos insufrible. Golpeaba con la cabeza la moqueta a la que apretaba
los dientes dejando que babas y mocos le recorrieran la cara.
No alcanzó a saber cuanto tiempo estuvo así, si minutos o segundos, antes de que las
Johansson recuperasen el sentido y se acercasen.

–¡Carlos! ¡Carlos! ¿¡Como estas!?

–¡Jodido!

–¿¡Que hago!?

–¡Parche! ¡Anestésico!

Claudia acerco el botiquín pero fue su madre la que hizo las curas, bañándolo en
desinfectante y colocando los parches. Claudia le clavó el anestésico en una pierna.
Bendita anestesia.

Según el dolor se marchaba la consciencia recuperaba el control. –Estimulante.

Claudia se lo paso a Linnea y esta se lo clavó en el hombro.

Carlos ordenó a la moto aparcar en la plaza de los Johansson y con gran esfuerzo y
ayuda recupero la verticalidad.

–Tienes que ver a un médico.

–Menos mal que me lo has dicho.

–Espera aquí vendrá una ambulancia. –dijo la madre.

¡No! ¡Yo nunca he estado aquí! Los punks se mataron entre ellos cuando no
encontraron el dinero. Ayudadme a subir a la moto.

Ambas mujeres le apoyaron en su lenta y dolorosa procesión. –No puedes conducir te


vas a matar muchacho.

–Te acompaño.

–Mi moto sabe ir sola al matasanos. Mejor esconde la plata si la tienes aquí. No
querrás que la encuentre la policía.

–¡Mierda! ¿¡Donde la meto!?

–En cualquier parte que no sea la escena de un crimen.

–¡Dejame entrar en tú casa!


–Joder ¿No te basta por hoy?

–¡No tengo donde meterla!

–¿De que dinero estáis hablando? –preguntó Linnea.

–Vale pasa. Que sepas que lo tengo todo contado y que no voy a morirme.

–Eso espero.

Una vez encima de la moto, alcanzada gracias a Linnea, la cerró y la puso en piloto
automático hasta la clínica de Montero. Un viaje largo teniendo en cuenta la
responsabilidad de la IA hacía las señales de tráfico y sus inmensas ganas de llegar.

La siguiente vez que abrió los ojos estaba sobre una camilla. Un tanto aturdido y con
frío. Le costó un poco al principio pero acabo reconociendo el lugar. De alguna forma
había llegado a tiempo de que el buen doctor le hiciera un apaño.

Tenía una vía de suero y vendas limpias en hombro y abdomen. Le dolían, pero poco.
Saludó en voz alta, su respuesta fue una enfermera de cierta edad. –Señor Carlos
¿Que tal se encuentra?

–Mejor que como entré, así que no me quejo.

–Le hemos sacado una bala del abdomen y otra del hombro. Estuvo a punto de morir.
Le hemos practicado una pequeña anastomosis y escayolado el brazo. Tardará unas
seis semanas en poder volver a usar el brazo y va a pasarse una temporada a dieta. Lo
cual no le viene mal, a pesar del ejercicio tiene el colesterol alto. Debería vigilar su
alimentación. –Expresó a al que repasaba un documento con total indiferencia.

–Gracias. ¿Para cuando me darán el alta?

–Para cuando se levante. Esto no es un hospital.

–¿No debería reposar o algo?

–Claro. En su casa.

Montero le dio unas indicaciones similares más la factura correspondiente que pago
al momento. No quería deudas con su médico. El cual le entregó los medicamentos
apropiados más alguno por pronto pago y hasta le permitió llevarse la bata para
taparse, por aquello de no ir desnudo por la calle bajo la lluvia. Al subir a la moto
comprobó la fecha, solo llevaba en la clínica doce horas.
Estaba tan cansado, dolido y desganado que por una vez dejo que el piloto automático
condujera de vuelta al hogar.

En el apartamento todo seguía igual. Claudia solo había bajado la persiana


antitormenta para que no se vieran las cajas apiladas con prisa bajo la mesita del sofá.
Con cuidado se quito la ropa sucia y se duchó antes de ponerse otra nueva, dejando
que el agua arrastrase los restos de sangre, mejunjes médicos y agua de lluvia,
recuperando el calor. Por poco llamó a Mariano para pedirle un burrito bien grasoso,
famélico, como no estaba disponible se conformó con dos sopas agridulce del chino,
servicio a domicilio. Una vez saciado se hecho a dormir.

Al despertarse, ya en la tarde. Estaba bien tapadito y escuchaba la televisión de fondo


como un susurro distante. Se levantó para ver a Claudia tumbada en el sofá viendo
una serie.

–Buenas tardes.

–Buenas.

–Esta noche no vas a dormir.

–Lo más probable. –Se levanto y somnoliento fue al sanitario. De hay a la nevera
para darse cuenta de que no tenía nada de la lista de la enfermera. Cogió un cartón de
leche vegetal y se sentó a desayunar.

–¿Quieres que te prepare algo?

–Solo puedo tomar líquidos.

–¿Que tal fue?

–No lo se, me la pase inconsciente.

–Gracias.

–De nada.

Claudia se puso recta, sentada a su lado, agacho la cabeza y bajo el tono de la voz
–No, en serio. Si no fuese por ti... Mi madre dice que si me ayudas tanto es por algo.

–Eres mi subordinada, la que vende para mi en el instituto corpo, ganamos mucho


dinero ¿No?

–Ya...
–Por cierto, ¿Que tal ha ido con Linnea? ¿Como se ha tomado lo de tus clases
extraescolares?

–Mal por lo que es, bien por lo que gano, mal por lo que podría pasar, peor por lo que
ha pasado. Enfadada porque se lo escondiera...

–¿Aún esta caliente?

–Sí

–¿Y la policía?

–Se ha pasado la mañana merodeando por la casa, recogiendo pruebas, tomando


fotos. Les contamos lo que nos dijistes. Que entraron a robar y al no encontrar nada
de valor se pelearon, añadí que lo hicieron por discrepancias sobre matarnos o
secuestrarnos para vendernos.

–¿Se lo tragaron?

–No lo sé. Solté aquello de que creerían que tendríamos ahorros y medicamentos de
mi difunto padre. Pero vamos que difícil de saber con esas caras de muerto.

–Tienen cientos de casos como este. Con un poco de suerte lo archivaran antes de que
termine la semana. Dejaremos de vender por un tiempo por si acaso.

–¿Crees que volverán? Es decir, sus amigos.

–Esos no tenían más amigos. Lo malo es que la gente sabe que guardas el dinero en
casa.

–¿Que hacemos?

–Tendrías que blanquearlo, convertirlo en dinero legal.

–¿Como lo haces tú?

Carlos aspiró –Tú madre es peluquera ¿No?

–Sí

–Que monte una peluquería, suya, su negocio. Y cada mes os inventáis unas cuantas
facturas que justifiquen tus ganancias.

–Si hago eso me quedaré sin dinero.


–Si no lo haces perderás eso y la vida.

–Estoy ahorrando para la universidad.

–Guay ¿Pero no pensarás que puedes pagarla con dinero de la droga sin que nadie se
de cuenta?

–¡Mierda!

–Por ahora el dinero me lo voy a quedar yo, lo llevaré aun escondite que tengo. En
cuanto lo necesites me lo dices y te lo devuelvo.

–Otra vez me salvas de mis problemas.

–En realidad los tienes por mi culpa.

–No es cierto. Gracias. –Ella acerco sus suaves y húmedos labios a su boca y él como
hipnotizado no pudo apartarse.

Una vez hecho el contacto perdió su voluntad. Solo quería besarla, estar con ella, más
cerca, más caliente.

Ella fue despacio, cariñosa, ignorando su pobre estado, lo aparatoso de desnudarlo,


besándolo y sonriendo. El no podía dejar de mirarla, se perdía en sus ojos y la mano
sana no daba a basto.

Desnuda era incluso más hermosa, tan delgada, suave, delicada, blanca, como un
tempano de hielo colgando de una cornisa a punto de quebrarse y caer. Solo que tan
cálida.

La llevaba deseando mucho tiempo, negándosela con excusas laborales por el


sentimiento de culpa y piedad. Pero no podía tenerla cerca sin tener que esforzarse
para no mirarla con deseo pues ocupaba sus más lujuriosos sueños. Y ahora estaba
allí, con él, al alcance de sus ojos y manos, de sus labios. Dejándose amar.

Ella llevo las riendas, despacio, tranquila, intentando evitar los dolores del maltrecho
cuerpo herido de Carlos que no paraba de acariciarla con la mano y devorarla con la
mirada. Tumbado de espaldas él en el sofá y ella encima, danzando sinuosa como una
cinta de seda rosa empujada por el viento.

Cuando terminaron ella se dejo caer al lado, con la cabeza sobre su pectoral libre y se
besaron. El la abrazó, no quería que se fuera, quería seguir oliendo su aroma por
siempre.
Estuvieron juntos largo rato hasta que ella se levantó, beso sus labios y empezó a
vestirse.

–Puedes usar la ducha si quieres.

–¿No te molesta?

–No. –A poco estuvo de decirla que se quedara a dormir, o a vivir.

–Gracias.

Escuchando el agua caer volvía a meditar. Era la chica, la única mujer del mundo que
podía arruinarle la existencia con un par de palabras, y en vez de alejarse de ella, de
huir o separarla, acababan de amarse, se estaba enamorando, no intentó negarlo más.
¿Debía dejar su secreto perderse con su vida anterior?¿Cual sería su reacción si le
desvelaba que fue el el chico que por salvarla de una violación la hizo caer al barro?
¿Se lo perdonaría por haberla salvado de morir?¿Tan malo era guardar el secreto?
¿Tan malo era quererla?

Cuando termino se acercó, lo volvió a besar en los labios y se fue. Dejándolo a pasar
la noche navegando por un mar de dudas delante del insulso televisor.

Al día siguiente le toco ir llamando a todo el mundo, dando explicaciones por sus
faltas de asistencia, justificándose con el sutil parte médico del doctor Montero
acostumbrado a la discreción. Falto esa mañana para trasladar a la fortuna de Claudia
al almacén. Se sentía tan torpe con una sola mano.

Esa misma tarde Aurora fue a visitarlo. En plan novia comprometida. Le trato con
afecto y él se sintió culpable. Salvo por las noches de pasión su relación siempre
había sido distante, estaba en la naturaleza de ambos. Sin embargo su situación
convaleciente la despertó cierto instinto maternal que la puso más cariñosa y hasta le
hizo la compra. Claro que eso tampoco impidió que liara algún que otro porro con su
carísimo cannabis orgánico con la escusa de sus reales efectos medicinales. No a iba
a decir que no, los disfrutaba el lo mismo o más. Quedando en gastos coyunturales
por enfermedad. Le contó la verdad respecto al tiroteo, nada más, y con eso ya fue
suficiente para ponerla celosa, marcando su territorio con sexo y ropa interior
olvidada.

Katya también se preocupó a su manera. Aunque fuese por libre no dejaba de ser un
querido socio comercial del que obtenía sus buenas ganancias. Por la terraza interior
se vieron pasar más miembros de la banda Bolivar que de costumbre. Un mensaje
para la gente con malas ideas. Incluso le invitó a tomar una copa en lo mas selecto del
distrito latino. Un restaurante de azotea de estilo antiguo, paredes simulando ladrillo
pintado con vistosos colores, tejas, una fuente e incluso plantas de verdad como
decoración.
Katya le esperaba en una esquina del restaurante, tan provocativa y elegante como
siempre en su vestir. En cuanto le vio llamo al camarero.

–Con la de dinero que ganas. ¿En serio no tienes más traje que el que te regalé?

–Mi armario es pequeño.

–Esa es otra. Si te hubieras mudado a un apartamento más apropiado no tendrías estos


problemas.

–No fue mi casa la que asaltaron.

–A sí, la de una empleada. Debe de ser de las buenas para que arriesgaras tanto por
ella. –dijo con segundas.

–Haría lo mismo por ti.

–Me alegra oírlo. Seis punks con una sola mano. No lo parece pero estas hecho todo
un merc, y sin apenas implantes ¿Guardas alguna otra sorpresa?

–¿En tú casa o en la mía?

–No tan rápido vaquero.

–¿Que van a tomar? –intervino una camarera.

–Otro.

–Un margarita.

–¿Hoy si hay tiempo?

–Me da que no me has llamado para alabar mi capacidad de sobrevivir a los punks.

–Pues no creas que algo de relación guarda. Se nos había olvidado tú situación dado
el mucho dinero que ganamos contigo sin apenas esfuerzo, pero este suceso nos ha
despertado y espero que a ti también. ¿No crees que ha llegado el momento de
mejorar nuestra relación?

–Hace un momento has dicho...

–Sin tonterías. Sabes a lo que me refiero.

–A unirme a la familia. Vosotros le decís a todo el mundo que nos protegéis y a


cambio o bajo el porcentaje, o mejor aún, aumento las ventas.
–El primero de la clase. Salvo que la protección sería real, no solo un rumor.

Se hizo un silencio en lo que el camarero sirvió las copas que Carlos uso para
pensarse la respuesta –Si fuese un paranoico llegaría a pensar que alguien pudo
enviar a esos piltrafas para convencerme de mi necesidad de seguridad.

–Menos mal que no lo eres, porque esa seria una acusación ofensiva y sin
fundamento.

–Dado que parezco capaz de defenderme por mi mismo debo declinarlo. Lo cual no
significa que no este asustado. Si alguno de mis empleados le sucediera algo, me
temo que tendría que dejarlo.

–Eso no le gustaría a mis jefes.

–Recuérdales los términos entonces.

Katya dejo caer la máscara de femme fatale por un momento, o puede que solo se
pusiera otra diferente. –No tuvimos nada que ver.

–¿Entonces es solo oportunismo?

–¿Tan malo sería unirte a la familia? No mordemos. Protegemos a nuestra gente,


ayudamos, somos buenos aliados.

–Te olvidas de los perjuicios. Cuando estalle una guerra de bandas pasaríamos a ser
objetivos o soldados, ni que decir de conflictos internos, y de seguro que los de
narcóticos no os quitan el ojo de encima. Por no hablar de tener que obedecer.

–¿Y que pasará cuando otro grupo quiera quitaros el terreno? Estáis muy cómodos en
el tranquilo territorio corpo, pero tarde o temprano os saldrá competencia. No os
montaran lio en el centro, pero todo el mundo sabe donde vivís tú y tu amante
adolescente.

–Gracias por la advertencia.

–¿Piensas derrotar solo a tus enemigos? Esta vez has tenido suerte. La suerte es
caprichosa, puede que mañana no este de tu parte cariño.

–¡Oh venga! Como si al unirme a la familia Bolivar fueses a poner dos


guardaespaldas en mi puerta.

–El miedo es una buena herramienta disuasoria.


–Hasta que estalle una guerra entre bandas y acabe en la misma situación por motivos
que ni son míos.

–No hay tantas guerras.

–Cada maldito día tenéis una trifulca. Si no es con unos con otros, solo hay que ver
los telediarios para saber donde.

–¿Que quieres a cambio? Seguro que te lo puedo dar, lo que desees.

–¿Por qué te interesa tanto? Tipos como yo los tienes a patadas, seguro. Mejores
incluso.

–Quiero gente de mi parte.

–¿Creía que solo eras una comercial?

–Todos tenemos nuestros secretos e intereses.

–Me caes bien, pero no tanto.

Carlos hizo por levantarse pero ella lo toco con su pie por debajo de la mesa.
–¡Espera! –Katya bajo el tono de voz. –Cuando casi mueres el cártel vio la necesidad
de estar preparado para no perder tu mercado si te pasara algo. Además tus
porcentajes son altos. Ellos preferirían tener a alguien de dentro, más seguro y barato,
que compartiese sus contactos. Esa idea se les iría de la cabeza si te unieras.

–¿Por cuanto tiempo antes de exigirme la lista de mis clientes o la de mis empleados?
¿De exigirme más dinero, más ventas? Tú lo dijistes, es como una corporación, y en
esas los peones son prescindibles, incluida tú.

–Ascender es la manera de sobrevivir en este mundo.

–No. La mejor manera de no perder es no seguir las normas de otra. Perdón, no... Da
igual, sabes a lo que me refiero.

–¿En que fantasía vives? No tienes poder para imponer las tuyas.

–Por ahora voy tirando.

–¡Que cabezón eres! Luego no digas que no te avisé. No vengas pidiendo ayuda
cuando te lo quiten todo.

–¿Tan inminente es?


–No, pero ese día siempre llega.

–Si te llega a ti. Puedes pedirme ayuda si quieres.

–¡Que galán! Anda que decir eso después de dejarme tirada.

Sin embargo Katya no sería la mujer que le provocaría peores dolores de cabeza
durante su recuperación.

Al día siguiente en la tarde Cladudia llamó a su puerta de la pasarela con los ojos
rojos y lágrimas en las mejillas. Al dejarla pasar la preguntó –¿Que ha pasado?

–Me he pelado con mi madre.

Carlos la estrecho entre sus brazos y ella empezó a sollozar. –¿Sigue asustada?

–Supongo. No lo se. Es por el dinero.

Miguel olió su pelo y beso su cabeza. –¿Quiere que lo dejes?

Claudia se relajó, recuperando su compostura. –No. Quiere administrarlo.

–¿Administrarlo?

–¡Quedárselo! –Claudia se zafo de los brazos de Carlos molesta –¡Dice que soy muy
joven para manejar tanto dinero!

–Bueno. Eres quién lo esta ganando.

–¡Exacto!

Carlos dio un par de vueltas sin saber que decir. Claudia volvió a su pecho. –No se lo
des si te lo pide.

–Es tuyo. No se lo voy a dar a nadie más. Ya deberías saberlo.

–Lo sé. Es solo que... Me ha enfadado tanto.

–Y habéis empezado a gritaros.

–Sí. ¿Me abrazas?

–Claro. –No tenía que pedírselo dos veces. Por un momento se quedaron así en
silencio.
–Claudia... –El timbre de la puerta delantera sonó interrumpiéndole. Claudia se apartó
para dejar que lo atendiera.

Era Aurora. Recién salida del trabajo. Carlos se quedo tieso como un palo, con el
cerebro colapsando. Un segundo timbrazo y una pregunta le devolvieron al mundo.
–¿No abres?

–Es Aurora. –Nunca se habían conocido. Claudia sabía de Aurora por alguna charla
informal ocasional, él mismo la saco a propósito para guardar las distancias y Aurora
de Claudia solo conocía de su existencia como empleada rescatada.

–¿Quieres que me vaya?

–No, no hace falta, a menos que no quieras que te conozca.

–A estas alturas me da igual.

Carlos abrió la puerta. –Hola. Perdona que tardase es que tengo visita.

–¿A sí? –Aurora entro con paso firme vestida con su uniforme de oficina, traje gris
medias y tacones, portando una bolsa con suministros que dejo sobre la mesa alta de
la cocina. –Holas.

–Hola.

–Aurora esta es Claudia, la chica de la que te hable, la del accidente. Claudia esta es
mi novia, Aurora.

–Te ves más joven de lo que esperaba. Vas al instituto ¿No?

–Sí, al del centro.

–Debe de ser duro para una chica de por aquí integrarse en un lugar tan prestigioso.

–Voy tirando. Lo importante es sacar buenas notas.

–Que aplicada. Y además trabajas para Carlos. No te debe quedar tiempo libre.

–Necesito el dinero para algún día pagarme la universidad y Carlos es un buen jefe.

–Sí. Me imagino que no hay muchos que arriesguen su vida para salvar a una
empleada. –Aurora fue sacando vendas, alcohol y unos vols de sopa precocinada para
el microhondas.

–A nadie le gusta que maten a tu gente unos punks.


–Mi jefe se habría escondido detrás de mi. ¿Debería cambiar de oficio?

–No necesitas cambiar de oficio para que un chico vaya a salvarte cuando lo
necesites. Solo procura no necesitarlo hasta dentro de cinco semanas o más. –dijo
Carlos.

–Lo se. –Aurora le robo un beso a Carlos.

–A lo mejor no es mala idea, siempre se necesitan más vendedoras. –dijo Claudia.

–¿Crees que podría hacerlo? –Preguntó mirando a Carlos.

–El truco esta en calar a la gente. No a los que te van a comprar, si no a los que te van
a delatar o incordiar. Sí te sientes capaz te podría dar algo para empezar.

–¿Quién sabe? ¿Seguís mercadeando después de lo sucedido?

–No. Hay que pasar desapercibidos hasta que la policía se tranquilice.

Claudia se acercó a la mesa en lo que Aurora colocaba las cosas en el botiquín del
cuarto de baño y Carlos guardaba la cena en el frigorífico. –¿Vais a cenar juntos?

–Sí, tengo que cuidar a mi chico ahora que esta malito.

–¿No sabes cocinar?

–Un poco, lo malo es que el trabajo no me deja tiempo para ponerme.

–Por eso quiero ir a la uni.

–¿Quieres ser cocinera?

–No. Tener tiempo.

–No creas que la gente con carrera tiene tanto tiempo libre. Trabajan como cualquier
otra.

–Seguro que tú jefe no se pasa tanto tiempo en la oficina como tú.

–¿Que película compro para esta noche, se os ocurre alguna? –preguntó Carlos
revisando las opciones.

–Depende ¿Te vas aquedar a cenar Claudia?

–No, ya me iba.
Huelga decir que la competitividad entre mujeres dejo a Carlos un tanto tenso, en las
frases no faltó cierto tono despectivo. Por lo menos hasta que terminado el cine
Aurora se lo llevó a la cama y le hizo el amor como cuando empezaron a salir.
Dejándole deleitarse en sus largas piernas y cabalgándolo con pasión. Lo cual
conseguía su efecto, la Aurora celosa, luchadora, le gustaba mucho más que la fría
mujer casual que había conocido hasta ese momento cuyos coquetéos iniciales habían
quedado para el recuerdo. Tampoco la culpaba, el había sido un amante pésimo, poco
atento y ausente, siempre con alguna clase o negocio.

La policía no hizo mayor alarde, un poco de postureo, miradas maliciosas gratuitas,


preguntas con insinuaciones veladas y a casa. Teniendo por muertos a los atracadores,
con la excepción de un fugado herido, se desentendieron dándolo por muerto o
imposible de encontrar para centrarse en el centenar de crímenes nuevos resultado de
una superpoblación empobrecida y adicta, producto de las políticas de natalidad
descontrolada de la fiebre colonial, detenida para evitar el derrumbe de los mercados
derruidos, cuya solución era legalizar las armas y abaratar los precios de los
cyberimplantes para obtener ventas al por mayor y una disminución de la población
en los distritos marginales. Igual de funcional que disparárles ellos mismos pero con
beneficios en vez de costes para las corporaciones dirigentes.

En ese abuso de clases él formaba parte de los obreros podridos, aquellos de humilde
origen que promovían la matanza motivando al personal con la adicción. No se sentía
orgulloso de ello, pero tampoco tenía remordimientos. Los obreros y obreras del
mundo en vez de luchar contra el sistema que les hundía en la miseria lo habían
abrazado como un sadomasoquista, pidiendo más, desesperados por poder entrar en el
grupo de los maltratadores, maltratándose entre si, sin piedad para con sus propios
hijos a los que arrojaban a un mercado laboral que los esclavizaba y consumía para
después culparles por no prosperar y arreglar las cagadas de sus ancestros. Pura
hipocresía cobarde con la única intención de esconder los pecados de los padres y
salvar de ellos lo único que les quedaba por dentro tras una vida de esclavitud
disimulada a través de la plusvalía y la deuda, el ego. Así en un círculo vicioso sin
fin, generación tras generación, sacrificada en el altar del despiadado capitalismo.

Sí ese ara el futuro que deseaban, él debía de ser si no el genio que les concedía el
deseo, un pequeño daemon tramposo que les daba su lapsus de la realidad a cambio
sus fuerzas vitales. Un espíritu que volvía al trabajo. No podía demorarse mucho o
sus clientes se buscarían otra fuente. No faltaban daemons en ese mundo de
hormigón, acero y cristal.
Como cabría esperar sus clientes se alegraron del final de sus vacaciones. Las ventas
fueron abundantes y la mercancía desapareció en una nube de billetes. El único
problema que quedaba eran los ahorros de Claudia. El almacén era un lugar seguro
pero no inexpugnable y se estaba acumulando una cantidad golosa. Además no le
gustaba visitarlo tan a menudo, aumentaba la probabilidad de que alguien le siguiera
hasta su escondite. No duro mucho, las Johansson se reconciliaron, llegaron a un
acuerdo y montaron un centro de belleza cerca del centro que regentó Linnea.

A pesar de todos esos viajes al escondite no le robaron en él, si no en la abandonada


sede de su empresa fantasma. Como tampoco había nada útil solo se llevaron algo de
electrónica y rompieron algunos muebles. Le hubiera gustado dejarlo así pero no
quería sembrar un precedente así que con la cara de los tres desgraciados obtenidas
por las cámaras de vigilancia se paso un fin de semana buscándolos. Un par de
billetes por aquí y allá y en un solo día los tenía en frente, una panda de yonkis
viviendo entre la basura, al borde del abismo, tan jodidos que apenas presentaron
oposición. Con la katana enfundada les dio una paliza hasta que uno saco un arma de
fuego.

–¡Para ya hijo de puta! ¡O te mato!

Para antes de que terminara la frase Miguel la katana estaba en el suelo y ya tenia una
viper en la mano, sin embargo no disparó. Su mente quedo frenada por el recuerdo de
los disparos recibidos en el apartamento de Claudia y empezó a sentir una gran
ansiedad, miedo. Casi podía ver las balas que aún no se habían disparado
aproximándose contra él a cámara lenta.

–¡Tira el arma cabrón! –el punk estaba fuera de sí.

–No.

–¡Joder te juro que disparo! ¡Puto merc tira la pistola! –Ante el, un tirillas de puro
hueso que de milagro se mantenía en pie, con ropa tan desgastada como su pellejo y
el peinado desbaratado hace mucho, descolorido, de cara desencajada por el miedo, le
estaba intimidando. Y lo peor es que lo estaba consiguiendo con su pistola de juguete.

–Yo soy más rápido.

–¡Joder! ¿¡Por qué mierda nos jodes!?

–Robasteis en una propiedad que no deberíais ni mirar hace poco.

–¡Pero si allí no había una mierda!

–Lo importante no es lo que había, si no a quién pertenece.


–Tío, te prometo que no volveremos por allí en la puta vida, pero dejalo ya. –La
verdad es que se había ensañado demasiado, desahogando su frustración con ellos.

–¿Habéis aprendido la lección?

–¡Que si joder! No volveremos por hay en la puta vida.

–Tira el arma al suelo y os dejo en paz.

–¿No me dispararás?

–Si fuera a hacerlo ya estarías en el suelo.

–Ok vale. –El piltrafa arrojó la pistola a un lado, entre la basura. –Ya esta colega, sin
malos royos.

–Sí te acercas a ese arma me enterare y sera tu final. –Con esa frase Carlos recogió su
katana y se fue de allí para su propio alivio.

Volvió a su casa castigándose a si mismo por haberse bloqueado, si ese yonki


hubiese disparado estaría muerto. Quedaba patente que aquellas balas le habían
afectado más que las pesadillas que había considerado normales. Sin ganas de ir a un
psicólogo busco por internet entender lo que le pasaba y como superarlo. Se paso un
par de tardes apuntándose a si mismo en el espejo y fue más a menudo a la galería de
tiro de Speer. En su oficio no podía quedarse paralizado.
Líos de faldas

Tanto pasearse por la galería le dio ideas a Speer cuando este le vio con el brazo
escayolado y le recomendó un amigo con problemas económicos expulsado del
cuerpo de marines espaciales por invalidez tras llenarle el cuerpo de metralla un
explosivo durante una operación contra la piratería en un asteriode. Un tipo bien
entrenado pero tan jodido que necesitaría una fortuna para todo el implante necesario
para volver a la linea de fuego, más de lo que le cubría el seguro militar.

A Carlos no le hacía ninguna gracias pero Speer, que sabía que el prefería no casarse
con nadie, le aseguro que estaba fuera del movimiento e insistió. Después de no
contratar a Hendrik tras contactarlo para lo de los rumanos se sentía obligado a darle
una oportunidad a Oscar.

Fue a visitarlo a su casa, otro apartamento de alquiler en otro megaedificio, solo que
tan maltrecho que solo con mucha imaginación se le podía llamar hogar. Era un
agujero dentro de otro agujero en el que las personas vivían como gusanos en una
manzana podrida. Carlos golpeo la puerta del piso indicado.

–¿Quien es? –Tenia una voz ronca y se podía escuchar su fuerte respiración incluso
del otro lado de la puerta, los pulmones no le debían ir muy bien.

–Me envía Speer.

Un armario de tres puertas, músculo e implantes con la cabeza rapada y una suma
interesante de cicatrices le abrió la puerta y le dejo pasar enfundado una pistola en la
trasera de sus pantalones. Solo una vez cerrada la puerta de nuevo, Carlos extendió la
mano. –Soy Carlos.

–Oscar ¿Quieres tomar algo? –invitó acercándose a la nevera. En un lateral del


dormitorio constituido por una cama, una televisión. El trío de grifo, micro y
refrigerador con una mesa y silla al lado.

–Me vale con un refresco.

–Solo tengo cerveza y... –Movió el manillar del grifo sin que se asomara gota alguna.
–Y cerveza.

–Me quedaré con la cerveza.


El grandullón saco dos latas de un pack de seis que junto a dos envases, una bolsa de
bloqueadores y un bote de salsa era todo o que había en el refrigerador. Le acercó
una, le señalo con la mano la cama y colocó la silla de cara al lugar señalado en
donde se acomodó. Carlos se sentó en el lugar indicado sin dejar de observarle. Ojos
negros, duro mentón, nariz torcida, solo las cejas finas y la barbilla reducida le
sacaban del estereotipo de matón de la mafia.

–¿Que va a ser? ¿Paliza? ¿Cobro de deudas? ¿Intimidación? ¿O algo más siniestro?

–Seguridad

–¿Lugar o persona?

–De todo.

–Matón.

–Sí.

–¿Equipo?

–Conmigo si llega el caso.

–¿Sabes luchar?

–Estoy perdiendo la cuenta.

–¿Entrenamiento?

–La calle.

–Sin entrenamiento ¿Algun objetivo de entrada?

–No, me cargue a los últimos.

–Esperando represalia.

–No, pero imagino que solo fueron los primeros. Tengo un negocio en expansión.

–Has llamado la atención de alguien importante.

–No.

–¿Por donde empezaría?


–Un par de apartamentos cercanos en un megaedificio. Propios, sin acceso.

–Necesitare acceso para poder intervenir.

–Por ahora no.

–Ponme a prueba si quieres.

–No tengo nada por ahora.

–Todo el mundo tiene alguien que le cae mal.

–Ya pero prefiero no llamar la atención ni provocar peleas innecesarias.

–Eso es bueno.

–Imagino que ya sabes como va pero lo repetiré para dejarlo claro. Discreción, nada
de dar problemas, responderías solo ante mi y tendrás que estar disponible siempre.

–¿A tiempo completo?

–¿Puedes?

Oscar miro a su alrededor y respondió con cierta sorna. –Sí, puedo.

–¿Seguro? Parece que te cuesta respirar.

–Soy capaz de partirte todos los huesos con la mitad del pulmón que me queda antes
de que me ofendas.

–¿Y si toca correr?

–No voy a engañar a nadie. Eso sería un putadón, por eso cobro poco. Es por lo que
vienes, porque quieres algo bueno a la mitad de precio y no te importa si es un tanto
defectuoso.

–No, vengo porque necesito a alguien y le debo una a Speer.

–Ahora has herido mis sentimientos.

–Si trabajas bien para mi podrás comprarte un pulmón nuevo.

Oscar rio cual dinosaurio. –Chaval estoy viejo para creer en promesas. Le he dado a
los marines los veinte mejores años de mi vida y eso es lo que he obtenido a cambio.
–Señaló con la cabeza unas medallas sobre la mesita.
–Yo no soy del ejercito.

–Ya, claro. Me da igual. Si te parece bien acepto el trabajo.

–No te he dicho el pago.

–Eres rico ¿No? Deslúmbrame. –Sonrió.

Oscar se puso a patrullar al día siguiente. Carlos avisó a Katya del nuevo empleado
para evitar que acabase a tiros con los de Bolivar. Menos mal que lo hizo, porque no
solo llamaba la atención por su tamaño, resulta que el guerrero se había traído de la
guerra su espada. Un rifle de pulso magnético, más lento que los de pólvora pero con
un poder de penetración considerable incluso con su barata munición normal, con una
anti-blindaje podía reducir un vehículo a escombros en poco tiempo. En apariencia
era idéntico a los tradicionales salvo por el cañón tipo espada, un par de centímetros
más ancho en la verticalidad, Estaba claro que lo de la discreción no encajaba con él.

Su primera intervención fue a la cuarta semana. Al poco de llegar Aurora llamó a la


puerta acompañado de un traje con pinta de cobrador de deudas.

–Este “quiere” hablar contigo. –El hombre de mediana edad intentaba mantener la
calma a pesar de estar asustado, lucía un moratón reciente en la cabeza que expresaba
el dolor del brazo que Oscar le mantenía retorcido.

–Un momento. –Carlos se dio la vuelta y le dijo a Aurora –Será mejor que te vayas.

–No, me da que la señorita querrá oír lo que tiene que decir.

–Entrad. –Carlos cerro con llave a la que pasaron. Oscar sentó al sujeto en el sofá.

–¿De que va esto?

–Explícaselo tú detective. –Instigo Oscar al cautivo.

–Es un error, un malentendido. Este hombre suyo se ha equivocado.

–Empezamos mal. –dijo Carlos.

–¡Se lo juro! Yo no tengo nada que ver con... Lo que sea que hagan aquí.

Carlos miro a Oscar. –Estaba tomando fotos con sus oculares de tu novia y el piso.

–¡Eso son imaginaciones suyas! ¿Es imposible ver cuando alguien toma foto con
unas oculares? ¡Es absurdo! –dijo el apresado.
–¿Y que hace aquí señor...?

–Marañón. Encantado. Soy comercial de aseguradoras.

–Bien, enséñeme su acreditación.

–Aquí la tiene. –El señor Marañón se saco con cautela una tarjeta de la parte interior
del chaqué.

Carlos la hecho un ojo y mientras verificaba vía internet usando le implante la


existencia de la compañía le preguntó –Enséñeme sus productos.

–¿Ahora?

–Sí.

–No es que lleve encima la información...

–¿Suele salir a vender sin documentos?

–Mi trabajo es meramente... solo soy un guía, la información esta en internet, es más
cómodo.

–Pues guíeme.

–Si tienes unos alicates podemos saltarnos todo esta cháchara aburrida en la ducha.
–apuntó Oscar.

–No hace falta, esto... nuestros productos son de la mayor calidad, como
corresponde...

–Datos técnicos. –Aclaró Carlos –Las herramientas están en el primer cajón de la


mesita tras el sofá. –Oscar fue a buscarlos.

–¡Vale, vale! Lo reconozco, estaba capturando imágenes, pero no es lo que se


imaginan.

–¿Que me imagino?

–Que pertenezco a algún tipo de rival del negocio al que se dedique. No es así. Me
contrató el marido de su pareja.

–¿¡Como!? –preguntaros Aurora y Carlos a la vez.


–La señorita Aurora esta comprometida. Su esposo sospecha que le es infiel así que
me contrató para averiguar si era cierto.

–¡Eso es mentira! –Aurora que hasta el momento observa un tanto asustada salió de
detrás de la barra de la cocina con notorio enfado.

–¿Es detective privado?

–Así es.

–Enséñeme su licencia.

–No tengo. Es un engorro bastante caro de mantener que no sirve para nada.

–¿Quién es el marido de mi novia?

–¡No tengo ningún marido! ¡No iras a creer a este imbécil! –Carlos le hizo un gesto
con la mano para que se tranquilizase.

El detective no respondía. –¿¡Quién!?

–Ningún detective que se precie es tan gilipoyas como para ir sin licencia. La policía
lo enchironaría en cuanto lo encontrase husmeando en la mierda. –Aclaró Oscar.

–Llevalo a la ducha. –Carlos encendió la tele y subió el volumen.

–¡Es su jefe! Don Brown.

–¡No estoy casada con él!

–¡Pero te lo follas! Y se ha cansado de compartirte con un camello de mierda.

–¡Serás capullo! –Aurora e arrojó una lata de refresco a la cabeza que no le hizo gran
daño.

–Te aconsejaría no insultar al camello. Mejor no insultes a secas.

–Lo siento. No quería ofender. Solo quiere localizarte y dejarte claro que debías
cortar con ella, mi trabajo era solo ese, localizarte. Oye, si no soy yo será otro,
torturándome no ganas nada, ya te he dicho la verdad. Dejame salir de aquí de una
pieza y le daré una dirección falsa. Eso os dará tiempo.

–¿Tiempo para que?

–Para hacer lo que os de la gana. Huir, mandarle un mensaje, matarlo...


–¿Como de insistente es tu jefe? –preguntó Carlos a Aurora.

Aurora estaba al borde de la lágrima y a la par enfadada. –Es un cerdo. No le quiero,


es solo que... si quieres ascender y ganar créditos... Para las mujeres es más difícil.

–Olvida eso. ¿Como de insistente es tu jefe?

–Es un canalla cruel y violento, se cree el amo del mundo. Pero no tiene más poder
que el de su puesto.

–¿Que puesto?

–Es jefe de la sección de seguros de vida de AYA, no te interesa cabrear a un tío así. –
Se adelanto el espía.

Carlos se quedo pensando un momento.

–Te juro que no le diré la verdad. –insistió.

–Calla –ordeno Oscar.

–Llévalo un momento la cuarto de baño.

–¿Más preguntas?

–Sí, que verifique y nos de las localizaciones.

–¡Joder! ¡Eso te lo digo sin tortura!

–Mala suerte amigo. Deberías mentir menos. –Oscar lo arrastró hasta el baño.

Carlos cogió unos parches, unas bolsas de la basura, cinta adhesiva y su pistola
pesada a la que le puso el silenciador. Luego entro al baño y le pego dos tiros en el
corazón al detective.

Con la ayuda de Oscar lo parchearon evitando que se llenara todo de sangre, lo


envolvieron en bolsas y los fijaron bien con la cinta tras quitarles sus enseres.

Una vez terminado Carlos hablo con la asustada Aurora. –Siéntate por favor.

–Siento mucho esto, no me imaginaba que ese canalla fuera a perseguirme de esta
manera. Nunca he querido darte problemas...
Carlos se masajeó la cabeza. –Ahora, lo que debemos resolver es el problema que
tenemos entre manos. Tu jefe. Necesito que me cuentes todo lo que puedas de él, sus
gustos, sus defectos, sus rutinas, sus implantes... Todo.

–¿Lo vas a matar?

–Aurora, por favor, centrate.

Aurora, un poco a trompicones, le contó todo lo que se le vino a la cabeza en ese


momento sobre su jefe con la pintura de los ojos describiendo lineas en sus mejillas y
la nariz sonrojada. Carlos la dio un porro para calmarla. Tras una hora de
descripciones Carlos la preguntó. –Ahora tienes que elegir. Si volver a tu vida con
Brown o seguir conmigo. Si le eliges a él que sepas que no te haré daño por ello, a
menos que algún agente suyo pase por aquí, ya que tú serías la única persona que le
podría haber dado esa información–

–¿No podré volver?

–Nunca.

–¿Y si te elijo a ti?

–Podrás volver, si quieres.

–¿Tengo que elegir ahora?

–Sí.

Aurora se quedo pensativa.

–Aurora, tengo que enterrar un cuerpo antes de que empiece a oler.

–¿De veras que no me harás daño?

–De veras.

–Lo siento. Por favor dejame salir.

–Haznos un favor a todos y no llames a la policía.

–No, desde luego que no.

Aurora se marcho por la puerta principal con el ruido de sus tacones como única
despedida.
–Jefe, lo he limpiado todo con abundante lejía, si buscan no encontraran nada.

–¿Sabes donde ha aparcado?

–No, pero se averigua fácil.

–Toma las llaves, nos lo llevaremos en su coche, así nos deshacemos de el también.
Hay guantes en el cajón justo debajo de las herramientas.

–Estaré de vuelta en un parpadeo.

Miguel se quedo sentado pensativo. No en las muchas cosas que debía hacer, si no en
el hecho de que le había dejado por un Cerdo, canalla, cruel y violento que se cree el
amo del mundo. Él preocupado por engañarla cuando era él el engañado, se sentía tan
estúpido.

En verdad Oscar tardo poco y con cuidado metieron el cuerpo en el maletero del
roñoso coche del detective. De allí Oscar tomo el control de la situación le dirigió
aun tipo especializado en hacer desaparecer gente en ácido. El coche lo abandonaron
en un basureros tirando sus cosas por el camino de vuelta. Separándose pronto para
madrugar al día siguiente.

En la mañana posterior, un par de criminales asesinaron a un director de la compañía


de seguros AYA cuando se dirigía a su puesto de trabajo en su vehículo usando un
potente rifle militar desde una potente KTM que desapareció entre la circulación tras
el rápido y letal asalto.

Aurora llamó cuando todavía estaban cambiándole la pintura a la moto en el taller de


la empresa fantasma.

–¿¡Que has hecho!?

–Lo que había que hacer, un cerdo que se cree el dueño del mundo con un ataque de
cuernos no iba a parar porque la chica volviera con él.

–¡La policía y los detectives de la empresa están poniendo todo patas arriba! ¡Es solo
cuestión que descubran lo nuestro!

–Lo tuyo. Entre él y yo no hay nada.

–A los agentes de la corporación eso les va a dar igual, no necesitan pruebas.

–Solo pistas. Y solo hay una. A la que por cierto no creo que vayan a tratar muy bien.
Descubrirán que tú lo ordenástes, harta de que te violase, para ocupar su puesto.
–¡Yo no voy a ocupar su puesto! ¡Yo no ordene nada!

–Suerte con convencerles de eso.

–¿¡Esta es tú venganza!?

–No, es solo mi manera de sobrevivir a tu mierda.

–¡Joder! ¿¡Que culpa tengo yo!?

–Más que yo seguro. Oye esta no es una linea segura. Nuestro trato esta finiquitado.
Mi consejo profesional, escondete o corre. Adiós. –Colgó.

Tras esa llamada bloqueó su número y pensó en comprarse un rifle de pulso, no eran
tan caros. A Oscar le dejo quedarse gratis en la sede de su empresa a vivir, así se
ahorraba el alquiler de su caja de zapatos y ahuyentaba a los ratones. Hasta le comió
espacio al taller para meter una ducha de su tamaño en el baño en una obra posterior.
Oscar le daría su toque personal, con posters de armas y féminas desnudas.

Se paso dos semanas intranquilo, con la pistola bajo la almohada, esperando que las
consecuencias del asesinato se presentaran en forma de ninjas o mercenarios en
medio de la noche. No llegaron, o Aurora supo escaquearse o a nadie le importaba el
destino del señor Brown. Lo más probable, ambas cosas. Como cabría esperar nunca
volvió a ver a la oficinista.

Él tampoco la buscó, no solo era peligroso, si no que le dolió que prefiriera a ese
corpo decadente antes que a él. Un duro golpe a la autoestima, solo aliviado por el
hecho de que su relación había nacido en la necesidad de drogas y sexo entre ellos.
Aún así...

Otra cosa que le quedaba patente es que necesitaba las dos manos. El hombro no
paraba de darle complicaciones, no se curaba. Cosa que tampoco era rara, la bala se
lo había dejado hecho un tangram y Montero tampoco hacía milagros. Al final hizo lo
que cualquiera en su posición y se colocó un implante. Pero no uno de armamento
como los fanáticos borg y pandilleros del barrio, si no uno enfocado a la eficacia
laboral, en su caso mecánica. Una joyita rara en la que se dejo sus créditos para que
no solo estuviera modificado para actividades delictivas si no que aparentase ser
normal y no perder el tacto. Dada tanta especificación tuvo que dar muchas vueltas
antes de localizarlo. Se lo compró e instaló en una clínica del centro especializada en
astronautas, debió pasarlo por montero para los añadidos ilícitos y volver al centro, a
otro doctor especializado en imagen y estilo, para el recubrimiento con “piel real”. Lo
que por cierto fue un tanto desagradable y le dejo dos semanas resentido. Lo positivo
es que ahora tenía la capacidad arreglar o desmantelar casi cualquier cosa. Solo le
faltaban los conocimientos.
Durante la recuperación de la segunda operación Claudia se percató de que Aurora no
pasaba ya por allí y tomándola el relevo se enteró de la ruptura por boca del afligido
Carlos, tampoco era un secreto. Cuando se lo explicó ella dejó a un lado las cosas, se
acercó, le dijo que se alegraba de oírlo y poniéndose de puntillas le beso los labios. Él
la abrazó, ahora con las dos manos y la apretó contra si.

Ese día volvieron ha hacer el amor. La adoró besando cada centímetro de su piel de
melocotón, explorando cada rincón de su cuerpo, saboreando sus ligeros pechos y
deseada ingle. Disfrutando de su sexo sin poder refrenarse a pesar de la delicadez de
la belleza que sentía cálida entre sus brazos. Ella no se quejó, al revés, lo aceptó una
y otra vez, reclamó más en intensidad y constancia, visitándole cada tarde para iniciar
un torbellino de pasión que envolvió a ambos, quedándose a dormir para repetir al
amanecer. Sin más palabras que escuetas declaraciones de amor susurradas al oído.

Al final la invitó a vivir en su casa, y ella aceptó.


Dolores de crecimiento

Al poco tiempo se mudaron un piso más amplio en un barrio mejor. Algo más limpio
y con menos tiroteos.

En el nuevo edificio los aparcamientos verticales divididos entre públicos y privados


restringiendo el acceso a los residentes, lo mismo pasaba con los accesos a las
viviendas cuya entrada estaba vigilada por un par de robots de defensa controlados
por el portero.

El apartamento era lo mejor que había visto con sus ojos Carlos en su vida. Un salón
espacioso y confortable, una cocina amplia y limpia. El dormitorio también era
grande y con ventanas, con una cama que no tenía que ser replegada para poder
vestirse pues el armario no solo estaba a parte, si no que era un pequeño cuarto en si
mismo, y el baño incluso tenía bañera y con hidromasaje. Lo que mas le gustó a
Miguel eran las vistas. A través de grandes ventanales reforzados y polarizados veía
la ciudad desde lo alto, como un rey. Los inmensos edificios pasaban de ser titanes
que se perdían en el cielo a elegantes columnas de caprichosos relieves surgiendo de
una amalgama de calles y autopistas cuyos habitantes eran tan diminutos que
resultaban indistingibles. Los inmensos carteles publicitarios cobraban sentido, no
como pasajeros borrones de luz parlantes solo apreciables en la distancia. La luz le
hipnotizaba, la compleja mezcla de los grandes anuncios, las calles que parecían
magma candente, los ríos de los vehículos en transito fluyendo al ritmo de los
semáforos y los hologramas danzando en los huecos entre ellos le daban la sensación
de que la ciudad era algo vivo. Carlos alucinaba y Claudia se reía al verle flipar
como un crío. Para ella no era tan impresionante pero sin duda le encantó el ascenso.
Las primeras dos semanas hicieron el amor en cada apartado de la vivienda.

Linnea también se marchó a otro piso, quizás no tan impresionante pero sin duda
mejor que la ratonera en la que estaban. Su centro de belleza funcionaba, no solo
como lavadora si no como peluquería, estaba alegre con ello, como un pájaro liberado
de su jaula. Lo pudo comprobar las pocas veces que quedaron para celebrar alguna
festividad en familia. A Carlos le resultó agradable, una mujer jovial, dicharachera y
extrovertida, con ganas reiniciar su vida que conseguía mantener una apariencia de
veintimuchos gracias a los tratamientos genéticos y sus trucos de belleza. Le gustaba
la moda y la decoración y nunca la vio hacer un gesto obsceno o decir una palabra
malsonante. Tenía la elegancia por norma.
Ella no se opuso a la relación entre ellos a pesar de que él fuera mayor de edad y su
hija no, aunque, en teoría, solo se llevasen dos años de diferencia. Al revés, siempre
fue amable con él tratándole como al yerno del año, en cambio con Claudia siempre
parecía haber entre ambas cierto distanciamiento. Prefería pensar que era afectiva con
él por haberla salvado de unos atracadores y no por ser su jefe criminal. Tampoco es
que la tratase como una subalterna, esa tendencia era una costumbre heredada que a
veces la salía de forma natural de la que deseaba deshacerse. No quería parecerse a
quienes basándose en su estatus le habían maltratado cuando era Miguel.

Oscar no fue despedido, aunque ya no le necesitase para vigilar sus domicilios seguía
siendo útil. En el taller con el mantenimiento de las armas, para ayudar con los
problemas diversos que pudieran surgir, hacer algún recado ocasional y cosas por el
estilo. Demostró su lealtad cuando confesó al poco de tratar con un Bolivar que este
la había intentado comprar.

–¿Katya?

–Dime amor,

–¿Me tengo que buscar otro proveedor?

–¿Por qué dices eso?

–Porque estáis intentando comprar a mi gente.

–Nosotros no hacemos eso.

–A otro con ese cuento. Mi hombre me lo ha contado todo. No es de los que inventan.

–Ya te avise de que la familia no estaba cómoda.

–Menos lo va a estar cuando me vaya.

–No hagas tonterías. Deja que lo hable primero.

–Como parece que os sobra el dinero me voy a quedar vuestra parte de este mes.

–Eso es a lo que me refiero por tonterías.

–Eso es lo que cuesta tu oportunidad de “hablarlo”. Si no te gusta nos despedimos y


hasta nunca.

–Solo complicas las cosas.

–Las cosas ya las habéis complicado vosotros.


–Hablémoslo con tranquilidad. Se de un sitio en el centro donde hay que estar loco
para desenfundar un arma y es bastante privado.

–No Katya. Esta vez os habéis pasado. O reculas o este negocio se acaba.

–Vale. Tienes razón, nos hemos pasado. Yo pagare tu parte de este mes. Solo dame
tiempo. ¿Vale?

–Como tan solo note una luz parpadear raro.

–Lo se.

Desde que empezara con ese negocio su trato con Javi había mejorado mucho gracias
a la afición mutua por el mundo del motor. Aún así la siguiente entrega fue tensa.
Tanto los guarda espaldas como Carlos estaban a poco de desenfundar y liarse a tiros.
Solo la simpatía de Javi impidió que aquello pareciese un duelo de salvaje oeste.
Desde esa entrega Oscar le cubrió durante los intercambios escondido en la distancia
con un rifle de francotirador magnético capaz de atravesar cualquier cosa entre él y su
blanco.

Antes del mes Katya le citó para arreglar el malentendido en ese restaurante para
enamorados en el centró. Con la ayuda de Claudia se compró un smoking nuevo sin
ocultarla para que lo quería. Ligar con su voluptuosa enlace comercial latina. Al
contrario que Aurora Claudia apenas se perturbo, sabía que lo tenía en el bote.

El metre le llevo ante su enlace. El traje bermellón con más transpariéncias que
opacidades que la dejaba casi al desnudo dejaba clara cual iba a ser la táctica de
Katya para esa noche.

–Buenas noches. –Katya dio instrucciones al camarero –Vinos, reserva, una botella.

–Buenas noches.

–¿Es bonito verdad? –Se irguió luciendo cuerpo.

–Mucho. He de reconocer que te has superado.

–No soy la única ¿Que tal te va con tu niña? ¿Tengo alguna oportunidad?

–Nunca la has querido.

–¿Estas seguro?¿Como lo sabes?

–Lo tenías más fácil antes y pasastes


–Al contrario que los hombres, que vais a lo fácil, a las mujeres nos atraen los retos.

–Me lo tenías que haber dicho antes.

–Ya me lo pones suficiente difícil.

–Nada que no te buscases tú solita.

–Eso no fue cosa mía. Ya te dije que quería gente en mi equipo. Era justo para evitar
sucesos como este. Cuanto más fuerte sea yo más seguro estarás tú.

–¿Estoy seguro o inseguro?

–Podrías ayudarme.

–Creo que estamos aquí para hablar de un error no para realizar un contrato ¿O estoy
hablando con mi proveedor de neuros?

–Siempre tan duro.

El camarero sirvió el vino siguiendo el protocolo, cuando Katya le dio el aprobado se


marchó.

–Pruébalo, te gustará, como has visto ha abierto la botella aquí mismo.

Carlos lo bebió con cierta brusquedad ingenua descubriendo un agradable sabor


nuevo para él.

–Se bebe a sorbitos.

–¿Así la botella entera?

–Con paciencia.

–Empiezo a temer una conversación larga.

–Pero no aburrida.

–No me lo suavices por favor.

–No hay nada que suavizar. No pueden quitarte de tu sitio, tu gente no trabajaría con
otro. Ni el mercado, no tienen forma de meter a nadie, su gente de tu edad,
pandilleros de barrios bajos, tatuados y groseros, la policía y la seguridad privada les
vigilarían con lupa en cuanto pusiesen un pie en el distrito.
–¿Y?

–Que has ganado.

–¿Nada más?

–Lo sentimos mucho. No volverá a suceder. –Se burlo con desgana replicando a una
niña infantil.

–Espero que cuando sea yo el que la cague me valga con eso.

–Ya te has llevado una mesada y sin acordarlo, mejor dejalo estar.

–Luego querrás que me una al club.

–A mi parte del club ¿No tendrás queja de mi?

–Todavía no se a quién se le ocurrió la genial idea de comprar a mi gente, es muy


fácil echarle la culpa a quienes no están aquí para defenderse.

–Créeme, no os llevaríais bien. Es el problema de los machos dominantes es que solo


puede quedar uno. Si no fuese por gente como yo...

–¿Ese es tu argumento para ascender?

–Es uno bueno.

–Pero en casa no lo aprecian ¿Verdad?

–Cambiemos de tema. Basta de negocios. Disfrutemos por una vez de una velada
agradable.

Ninguno quería revelar nada sobre su vida y no tenían aficiones en común por lo que
aunque Katya se esforzase y Carlos se dejara llevar no parecía que fuesen a ninguna
parte quedando la conversación en triviales temas de actualidad, política, economía,
cine.. Al menos la cocina era buena. Llegado el momento en el que estaba claro que
ni hormonas ni vino surtían efecto Katya, algo achispada, se rindió.

–¿Que tengo que hacer para que confíes en mi?

–Katya. La gente como nosotros no puede tener relaciones entre si, ninguno quiere
verse arrastrado por el otro cuando la cosa se ponga fea.

–No me puedo creer que eso lo diga el que se enamoró de su... No se ni que puesto
ocupa.
–No es lo mismo. Ella esta en mi equipo. Tú en el de los hermanos.

–Se supone que somo aliados.

–¿Te recuerdo por qué estamos aquí?

–Tu muñequita de porcelana tiene espinas como cualquier rosa.

–Sí, lo se. Todos las tenemos. Ya te lo he dicho es una cuestión de bandos.

–¿Es por qué soy mujer? Por eso no quieres estar en mi bando ¿No puedes aceptar el
mando de una hembra?

–Es por tus jefes. A los que ni conozco. No me fio de ellos.

–¿Y de mi?

Carlos entrecerró los ojos. –Creo que... Se que si llegase el momento de elegir, y
siempre llega, les eligirías a ellos y me dejarías caer a mi.

–Eso es lo que me gusta de ti. Eres integró. Falles o aciertes te mantienes en tus
convicciones.

–Eso lo hace todo el mundo.

–No. Encima misterioso y guapo. Tenía que... ¡Arg! Da igual. ¿Llevame a casa
quieres?

–¿No tienes quién te lleve?

–No. Mande mis guardaespaldas a casa, son unos chismosos. Si la conversación


hubiese ido por mal camino les habría faltado tiempo para contarlo. Katya ha perdido
un cliente importante. –Se burlo con rintintín.

–Soy importante...

–Que no se te suba.

La llevo a su casa en su nueva moto. Una Yamakawa azul eléctrico con suaves lineas
y de buena potencia que se compró cuando no era sensato usar la KTM y pirateó él
mismo. Por el camino Katya se le fue encariñando, aprovechando el necesario abrazo
para dejar caer su cuerpo sobre él y acariciar su torso. Carlos no se quejó, era una
sensación agradable.
La ayudo a desembarcar y la acompañó hasta la entrada de su casa dejando ella la
puerta abierta tras de si. –Deberías cerrar.

–¿Por qué no entras?

–Ambos sabemos como acabaremos si lo hago.

–¿Y? No me vas a decir la tontería esa de que tienes novia.

–Tengo convicciones.

–Es una oportunidad de oro. –dijo adoptando una postura sensual contra la pared del
pasillo de la entrada.

–Lo se, y me duele de corazón perdérmela. En mi mente ya llevo un rato destrozando


ese traje tan caro.

–Nada salvo tú te impide hacerlo.

–Se que llegará el día en que me arrepentiré de esto, pero lo siento.

Al llegar a casa se dejo caer sobre el sofá dejando la cabeza colgando para atrás del
respaldo con la camisa abierta y los brazos extendidos. Claudia que estaba durmiendo
tumbada en el con la televisión encendida, se despertó.

–Una reunión larga.

–No habrá más problemas, por ahora.

–Eso es bueno. –Claudia se le acerco y le olfateo con descaro.

–En verdad era un chica.

–Sí. –Carlos enderezó la cabeza para mirarla

–Hueles a su perfume.

–La lleve a casa, se le subió el vino.

–¿Vino?

–Es lo que beben los ricos ¿No?

–¿Es rica y poderosa?


–Más que yo.

–Y la has rechazado.

–¿Como lo sabes?

–Botones desabrochados, perfume, cena con vino, llevarla a casa en moto...

–¿Como sabes que no me he acostado con ella?

–Poco perfume, no estas avergonzado ni tenso, pelo sin revolver...

–Si esto nos falla podemos meternos a detectives.

Claudia se sentó en sus rodillas y le miro a los ojos –Eres valiente. –Carlos noto en su
mirada un cambio, un reflejo frío, duro.

–Tampoco creo que me vaya a hacer nada por ello.

–O inocente.

–¿Que habrías preferido que hiciera?

–Lo que has hecho. –Le beso. Le beso con fuerza he hicieron el amor con ganas. A
Carlos le pareció estar con otra persona, como si a su pareja la hubiera poseído un
espíritu silencioso, exigente, atrevido, apasionado y directo que se marcho con la
noche.

Tras aquello todo se relajó. La inercia y la costumbre establecieron sus rutinas y la


vida se fue convirtiendo en un confortable día a día. Mejoraron los ingresos, sobre
todo por parte de Claudia, que dobló los suyos, y Carlos terminó con su curso de
pilotaje remoto, dejándole más tiempo que no pudo disfrutar con su pareja, centrada
en los negocios. En un principio se divirtió practicando con dos drones de espionaje
del tamaño de un dedo meñique tipo libélula que uso para espiar a Claudia mientras
se bañaba o a los vecinos. Descubriendo las andanzas de la esbelta y bien
compensada acompañante dos plantas más arriba.

Cuando se aburrió de hacer el voayeur se paso a tunear las motos. Más rápidas, más
potentes, más ágiles. Pero sin nada excesivo que las quemase. Preparadas para
competir, idea que a Carlos le entusiasmaba. Algo que pensaba hacer en cuanto
terminase el curso de mecánica y electrónica.
Con las motos pulidas paso a construir lo que sería su obra maestra, para la cual tuvo
que conseguir diseños a través de Guo Jin. Era una kusarigama, arma en la que se
había especializado, muy útil contra los samuráis callejeros. Su inventó consistía en
una kama de tungsteno con mago hueco para albergar una batería de grafeno que
alimentaba por el interior de un cable retráctil de nanofibras de carbono un omori
preparado para liberar la electricidad en violentas descargas, el pack lo completaba
otra kama de apoyo idéntica a la primera. Incluso Oscar, que mientras le ayudaba se
burlaba de la perdida de tiempo y dinero que era fabricar armas antiguas debió
reconocer que le quedo chula.

Oscar decidió sacarlo del taller y lo llevó a beber a sórdidos bares de excombatientes
frecuentados por todo tipo de mercenarios, su ambiente. Allí conoció a chicos duros,
peligrosas bellezas y proveedores de servicios diversos. Documentación, limpieza,
prestamos, abogados. Algunos estuvieron interesados en su maría, pero poco más.
Dado su oficio las únicas drogas que les interesaban eran las de combate o sanidad.
Una pena porque dinero no les faltaba, la mitad de ellos eran borgs y la otra mitas
estaban en proceso de conversión. Como el propio Oscar que se implantó unos
pulmones de los buenos y estaba ahorrando para un pellejo más duro o un implante
de reanimación automática, no se decidía. Gracias a los pulmones pudo volver a su
deporte favorito, el boxeo. Llevo a Carlos a un par de combates donde Oscar se
emocionaba sobremanera y se dejaba parte del salario en apuestas.

También salio un poco con Erik y su pandilla de colegas, jóvenes alegres un tanto
colgados, dispersos, con alguna que otra rara tensión sexual entre integrantes por
resolver. Fueron a un par conciertos cuyos grupos musicales no le gustaron nada.
Aquello no cuajó.

Con el que si que hizo buenas migas fue con Mason, mulato de afeitada cabeza en la
que destacaban las gruesas cejas. Tenía los brazos fuertes y la voz aguda. Un
barrendero buscavidas del distrito corporativo con el que intercambiaba merca, él le
daba droga, cannabis por lo general, y Mason le entregaba piezas de tec rescatadas,
las cuales Carlos arreglaba por muy poco y volvía a poner en el mercado. No sacaba
mucho pero aprendía bastante. Con Mason descubrió apacibles bares de obreros, a
apreciar y diferenciar la cerveza, algún que otro chisme y los mejores locales de
bailarinas calientes.
Llamame

A finales de primavera del año siguiente necesito de todas sus amistades. De repente
la demanda de los clientes se redujo a la mitad o menos sin motivo aparente. Les
preguntó pero no quisieron aclararle el porqué de su descenso en la cantidad de las
compras. No les presionó claro. Pregunto a sus compañeros, Claudia no había notado
cambios, Erik en cambio sí.

–Erik ¿Has notado un cambio en la demanda?

–Ya te digo colega. ¿A ti también te ha pasado?

–Sí. ¿Conoces la causa?

–Pues claro. Hay un pavo nuevo que ha entrado por todo lo alto vendiendo slo-mow
diluido como si no hubiera un mañana ¡Que cabrón!

–¿Que es eso del Slo–mow?

–Una droga que hace que hace que el mundo se ralentice como el evento quick time
de un neurojuego.

–¿Como que para el tiempo?

–No lo para, eres tú que vas tope rápido, pero a ti te parece que son los otros los que
van lento, royo relatividad.

–¿Para que usan eso?

–¿Estas de coña colega? Imagina un orgasmo de una hora, esquivar putas balas y
mierdas por el estilo.

–Lo del orgasmo me vale. Pero en este bario apenas se dispara.

–Los trajes de por aquí lo quieren para darle al cayo bien duro. Por eso lo vende
diluido el pavo este. Así pueden rendir a lo bestia y ganarse primas, pluses, ascensos.
La peña esta montándose sus reservas privadas de esta mierda.

–¿El sujeto este? ¿Esta de paso?

–No colega, viene para quedarse, pero ya sabes, ningún traje quiere quedarse sin por
un problema de horarios.

–¿Que sabes de él?


–Es un pelo zanahorio flaco muy serio y nervioso al que llaman Zert. Va vestido de
traje pero le queda como el ojete.

–¿Has hablado con él?

–Sí, de buen royo. Quería que pasara para él, por ahora le he dicho que paso, llama la
ostia la atención.

–¿Si es tan cantoso como es que no le detiene la pasma?

–Ni idea tío.

–¿Podrías decirle que sí y quedar con él fuera del distrito?

–No colega, estoy de tú parte pero paso de encerronas. No me molan amigo.

–Entiendo, sin problema. ¿Al menos me dices donde puedo encontrarlo?

–En la terraza de “El cofre pirata”, al lado del terrário polideportivo.

–¿¡Vende hay!?

–Sí, a plena vista.

El cofre pirata era una cafetería, pub en el lateral de una pasarela amplía que
transcurría de un megaedificio de calidad a otro próximo. Una vía peatonal elevada
con comercios de ocio diversos desde donde había unas bonitas perspectivas de la
ciudad, incluyendo un domo de varias hectáreas cuadradas en cuyo interior se
mantenía un habitad natural del tipo bosque continental en donde había canchas,
campos y piscinas para diferentes tipos de deporte. Un famoso lujo que solo los más
ricos de la ciudad se podían permitir.

En la tarde consultó a Claudia sobre el problema, la cual tenía muy claro que había
que sacar al borg de la ferretería. Quedando de acuerdo que al menos antes tenían que
saber a que se enfrentaban. Carlos se paso la noche dándole vueltas. A la mañana
siguiente llamó a Mason.

–Hola.

–Muy temprano para saber de ti. Algo pasa.

–Tienes razón. ¿Sabes del nuevo camello del barrio?

–Para no saber, ha untado a toda la policía del distrito.


–¿Tanto?

–Parece que le sobra la pasta.

–¿Te gustaría trabajar para él?

–¿Para él en vez de para ti? quieres... ¿Quieres que le espíe?

–Más que menos. Te lo pagaré.

–¿Y que hago? ¿Dejo mi curro?

–Para nada. Sería para mercadear en tus ratos libres, fuera de su terreno.

–No se amigo. Me imagino lo que me harían si me pillan.

–No tienes que arriesgar, lo que quiero e saber donde guardan su mercancía.

–Y que hago una vez me entreguen su droga ¿Me la ventilo? No se sacar esa mierda,
en mi barrio nadie se puede permitir eso.

–¿Si te la compró yo te vale?

–¿Me vas a pagar por el trabajo y la mercancía?

–Sí, como mucho serán dos meses. Dos entregas.

–¿Y luego?

–Lo dejas.

–¿No crees que me preguntaran?

–Eso depende de como acabe la cosa. Pero no creo que pongan inconvenientes. Di
desde el principio que es solo hasta pagar unas deudas.

–¿Cuanto me pagas?

–Te doy dos mil. A parte de lo que saques de tu porcentaje de las “ventas”

–Tres.

–Le encontrarás en “El cofre pirata” sobre la pasarela del terrario. Pelirojo, flaco,
disfrazado de corpo.
También puso en guardia a Oscar.

–Hey Oscar

–¿Que tal tuercas?

–Te necesito preparado, podríamos tener problemas.

–¿De que se trata?

–Un nuevo actor en el escenario con muchas ganas de quedarse toda la atención para
él.

–¿Lo vamos a bajar de la tarima?

–Por ahora no, le estoy investigando. Pero no me extrañaría que atacase.

–¿Que sabemos por ahora de él?

–Un pelirojo flacucho bastante inquieto que se hace llamar Zert, vende slo-mow, una
droga que...

–Se lo que es.

–¿Que sabes de eso?

–Droga de combate. Militar. Nos la daban como si fueran granadas. De primeras te


dan unos reflejos impresionantes, tu percepción aumenta y te da la sensación de que
al resto le pesan las pelotas. Pero cuando termina el efecto te deja para el arrastre,
como si te hubieras reventado a hacer ejercicio, y la cabeza te da vueltas. Con el
tiempo te acostumbras al aturdimiento. La putada es usar mucho, la peña que abusaba
acababa con temblores, ansiedad, algunos hasta alucinaban. Esa mierda es la culpable
que los veteranos no pasen de los cincuenta por el Parkinson.

–Si es militar ¿El ejercito puede estar detrás?

–No. Lo dudo, no les molaría nada tener gente con esa capacidad en las calles. Los
mercenarios siempre se las han apañado para conseguir para ellos. La llaman
“Hastalavista” y la colocan en los implantes médicos medulares. Supongo que
alguien habrá conseguido replicar la fórmula.

–¿Sabes de los ingredientes o el proceso de producción?

–¿Te parezco un bioquímico? Si supiera eso serías tú el que trabajase para mi.
–Lo capto. Dato importante, el cabrón este ha comprado a toda la poli del distrito.

–¿Puede poner a la pasma en nuestra contra?

–No creo que tanto, pero tendrán sus preferencias si las cosas se ponen feas.

–Estamos jodidos entonces.

–Nadie quiere un tiroteo en el distrito corpo. Si surge bronca la llevaremos fuera.

–¿Y si intentan detenernos los pitufos?

–Tendremos que ser más rápidos.

–A la gente como a ti en ese sitio la disparan antes de saludar.

–Lo sé.

–¿No te viene un poco grande? ¿Lo mismo deberías llamar a tus proveedores?

–Me da la impresión de que no tardara en llamarme a mi. Y si no mejor que no se


enteren.

–La ventaja numérica siempre es buena.

–Ellos creen que tengo a los maderos comprados.

–¿Te estas quedando con la parte de los sobornos? ¡Que huevos tienes!

–Tú estate preparado ¿Vale?

–Claro jefe.
Mason llamo ya entrada la noche, durante su turno de trabajo.

–Estoy dentro. El sujeto se mostró algo receloso al principio, por lo de la deuda, pero
al final me ha cogido.

–¿Le hicistes captura?

–Pues claro, ni que fuese nuevo. Te la paso junto a la dirección del lugar de recogida.

–En los almacenes de un muelle espacial...

–Es lógico que traiga esto de fuera.

–Es mucha presión la que esta haciendo para un tipo que acaba de llegar.

–Querrá entrar por la puerta grande.

–¿Lejos de casa? Lo dudo, le patearían rápido. Tendrá a alguien de aquí que le


respalde.

–La trama se complica.

–Ya veremos mañana. Tu solo actúa con normalidad, no te pases con las preguntas.

–Sí, yo tampoco quiero que me maten.

A la mañana siguiente llamo de nuevo a Oscar.

–Buenos días.

–Tengo noticias

–Veo que desayunas fuerte.

–Ayer me di una vuelta por mis locales favoritos. Resulta que tu nuevo amigo tiene
otro amigo que está vendiendo por aquí también. No ha triunfado mucho porque la
gente de aquí esta de vuelta de todo y no confían en los extranjeros. Sobre todo si
entran a bombo y platillo.

–¿Otro con ganas?

–Por lo visto. ¿Que tienes para mi?


–Una foto y una dirección. La misión es sencilla, intenta averiguar de donde viene la
nave de ese muelle y cuando se marcha. Intenta ser discreto, tengo un tipo dentro que
le gustaría seguir vivo mañana.

–¿Por qué no lo averigua tu chico?

–Acaba de entrar si pregunta demasiado...

–Le pillan y se lo cargan, vale tran, lo hago yo.

Esa misma tarde quedó con Mason en un bar de runners para hacer el intercambio a
una distancia prudencial de las brillantes luces y los alborotadores mercenarios.

Mason le puso al día. –Fue un intercambio al aire, no creo que tuviesen nada allí,
solamente eligieron un lugar discreto donde hacerle al entrega a un novato del que
desconfían.

–¿Seguro?

–Tres tipos con los vehículos a la vista.

–¿Que te parecieron?

–Verdes. Los sentí, ausentes, despistados y nerviosos. Más que yo creo.

–¿Y de equipo?

–Nada del otro mundo. Lo de cualquier pandillero.

–Habrá que ganárselos antes de que nos enseñen algo útil.

–¿Chico emprendedor o sujeto a subestimar?

–Lo dejo a tu criterio, eres tú quién ha hablado con ellos.

–Y el que se juega el pellejo. Hablando de hablar, se les fue de la lengua estar hartos
de dar vueltas y desear volverse a la casa de uno de ellos, el líder del grupito, un
autentico trajeado que parecía molesto con la situación y se encarga de las cuentas. Te
paso la captura.

–¿No usan camuflaje?

–Solo uno de ellos. Ese hablo poco y merodeo mucho.


La foto mostraba al trío. El traje, una chica bonita y un borrón. –La chica es una
belleza y sí, él tiene toda la pinta de ser de la aristocracia. No es el tipo de gente que
se ensucia con estas cosas. Ya me enteraré que pinta en esto, tú sigue con lo planeado.

Le llevo uno de los cartuchos de inhalador a Montero para que se lo analizara.


Resulto que era un producto bueno, de calidad, quizás de origen militar. Como no el
buen doctor le recomendó evitar su consumo advirtiéndole de los efectos secundarios
que ya le explicase Oscar de una forma técnica y dando por sentado que no le haría
caso le recomendó unos caros medicamentos de recuperación.

Carlos empezó a sospechar que toda esa agresiva desfachatez por vender su producto
sin preocuparse por la competencia se podía deber a que fuese robado y quisieran
deshacerse de el cuanto antes. De ser el caso cualquiera que tuviera mucho de eso
podría acabar muy mal. La secreta del ejército era famosa por su falta de piedad y
escrúpulos.

En la tarde llamó Oscar.

–Escucha jefe. He zarandeado a uno de los ratones de a bordo. Tranquilo no hablara,


tiene la pelotas de adorno. Al objetivo. La nave viene de un planeta industrial, dejan
tec y se llevan orgánico. Es complicado camuflar apestosos químicos entre chips al
vacío. Llevaban pocos pasajeros y no le sonaba ningún pelirojo.

–Se nos han adelantado. Eligieron ese lugar para no delatarse. Tendrán su logística en
otra parte.

–¿Que tal con el espía?

–Unos tenderos raros. Te paso una foto.

–¿Quieres que los investigue?

–No. Esos viven en terreno corpo, darías el cante. Esperemos a ver que más descubre
mi infiltrado.

–Ok.
Ya en la noche cuando Claudia volvió de hacer entregas Carlos le enseñó la foto de
los tenderos.

–¿Te suena el trajeado?

–Sí, se llama Martín Lupo, se hizo famosillo en el instituto hace un par de años por
emborracharse y despotricar contra el jefe de sus padres revelando secretos
vergonzosos a modo de desquite por la degradación de su estatus en plena fiesta de
fin de curso. A su familia le salió caro.

–¿Sabes donde vive?

–No se lo quitaron todo. Tendrían ases en la manga. Puedo preguntar.

–No se si es buena idea. Estoy un poco preocupado de que nos monten una encerrona,
tienen comprado a medio cuartel de policía.

–Seré discreta.

–Tampoco es tan útil. No es que podamos ir a su casa a hacerles nada.

–Esas personas nos están quitando el pan de la mesa.

–Ya, aún así no están siendo discretos, van avasallando, no solo en nuestro terreno si
no por media ciudad. Es posible que otros nos hagan el trabajo sucio.

–¿Y mientras tanto les dejamos crecerse?

–Mientras aprendemos.

–¿Donde esta el chico de acción del que me enamore?

–Preocupado por su dulce niña. No arriesgues, ya tengo a gente en ello.

–¿Te das cuenta que en unos meses se nos acaba el chollo? Sin las clases no tenemos
escusa para andar por ese distrito.

–Más razones para no arriesgar. Un par de meses no lo valen.

–Aún no he ganado lo suficiente para la universidad.

–Hay más formas de ganar dinero.

–En estas cantidades ¿Como cuales?


–Puedo buscarme un curro de mecánico por las mañanas y correr en la noche.

–¿Me piensas pagar la uni tú?

–Bueno, somos pareja, creía que estábamos juntos en todo.

–Eres un cielo, pero así no conseguiremos tanto.

–Si de seguro que ya nos llega.

–No pienso volver al cuchitril en el que vivíamos antes.

–A ver, yo también prefiero este apartamento ¿Pero de veras es tan importante?

–¿Me quieres tener entre la mierda?

–Yo te querría de cualquier manera.

–Ya sabes a lo que me refiero.

–Solo es un bache, no es para ponerse así.

–Mañana te diré donde vive ese “competidor”.

Con el reflejo de Claudia se percató que él también se lo había tomado a la tremenda.


Solo era un camello de barrio a poco de verse fuera del negocio, no tenía ningún
sentido jugar a las intrigas. Pero se había lanzado a ella de cabeza impulsado por su
propio deseo de acción. Se acostó preguntándose a si mismo la causa de esas ganas
de sangre.
–¿No pensabas llamarme nunca?

–No quería que imaginases que te necesito para defender mi territorio.

–Ahorra te las tonterías. Esto no es algo contra lo que puedas luchar, deberías
haberme llamado en cuanto te enterastes.

–Ya sabes lo que pienso de las guerras entre bandas.

–¿Debo entender eso como una rendición?

–No, es solo que lo estoy llevando a mi manera.

–Bueno vaquero ¿Cual es esa manera? ¿Tienes algo a parte de perdidas?

–He fichado a algunos de los contrincantes gracias a mi infiltrado en su banda. Por


ahora sigo reuniendo información. Creo que no tardaré en descubrir quién les lleva
las cuentas.

–¿Crees?

–Como dicen los detectives. Tengo un hilo del que tirar.

–¿Podríamos estar juntos en esto?

–El hilo es un joven traje caído en desgracia que se dedica a llevar las cuentas en las
calles. Una versión masculina, fea y estirada de ti. Pertenece a una familia
acaudalada. Sospecho que si el chaval controla los contratos el padre llevará las
cuentas.

–O puede que solo quiera recuperar su nivel de vida tras separarse de su arruinada
familia.

–Es una opción, supongo que ya lo veremos cuando recabe mas info ¿Que tienes tú?

–El negocio lo representan tres sujetos, cada uno encargado de un distrito. El


corporativo, el de artesanos y el de las balas. Los tres han entrado de forma agresiva y
sin preguntar, algo les empuja a correr. Cada uno de ellos tiene un equipo a su cargo y
están reclutando deprisa y sin miramientos. Sin embargo entre los distribuidores y su
fuente mantienen todo el secretismo posible. Los únicos que saben para quién
trabajan en realidad son el trío. Un notario, una hacker y un buscavidas. A ti te ha
tocado el comercial.

–¿Que tenéis pensado hacer?


–Los jefes quieren darles una bienvenida por todo lo alto, con fuegos artificiales. Pero
quieren saber quién esta detrás de ellos así que esperarán a descubrirlo antes de soltar
a los perros.

–Son drogas distintas ¿No intentaran llegar a un acuerdo?

–No. Se podría haber hecho pero al entrar sin saludar les han ofendido, ahora sienten
que deben hacerse respetar.

–¿Tú que piensas?

–Que los sienten débiles, torpes, y los van a usar para recordarles a todos quién
manda.

–Me refería a como actuar.

–Lo sé. Mantenme informada.

–Una cosa más.

–¿Dime?

–¿Habéis analizado la droga?

–Dicen que es muy buena.

–A mi me han dicho que es tan buena como la militar.

–¿Que insinúas?

–Que ese origen sería una buena razón para venderla rápido en vez de con cuidado.

–Ordenare que la analicen en el laboratorio. Gracias.


La llamada de Katya terminó poco antes de que llegara Claudia de la academia,
pronto en comparación con los últimos meses en los que siempre tenía algunas
reuniones de negocios. Nada más dejar sus cosas se sentó a su lado y le abrazó.

–Lo siento.

–¿Por lo de ayer?

–Sí, me asuste y me puse en plan ogro contigo.

–No fue nada.

–Si que lo fue. Lo siento.

–Te perdono.

Ella lo beso suave y se recostó sobre él que adoptó otra postura sobre la esquina del
sofá para poder quedar acaramelados.

–No he conseguido averiguar donde vive pero si que esta sacándose al carrera de
económicas en la universidad.

Si los institutos eran como cuarteles el campus era una fortaleza. Su propio distrito a
donde nadie entraba sin permiso, diseñado para asegurar el futuro intelectual de las
corporaciones protegiendo a los hijos de los regentes y de sus más fieles lacayos de
cualquier amenaza externa, incluidos los soberanos. Un fortaleza que por otra parte
estaba repleta de grietas hechas por sus propios ocupantes deseosos de disfrutar de su
juventud malgastando el dinero de sus padres. Pero eran agujeros para hidalgos
ratones a los que si pillaban solo les caía una bronca, al gato bastardo en cambio lo
despellejarían, por eso el mercadeo se hacía en las discotecas de moda fuera del
territorio, cada una con su cártel en la puerta.

Carlos se pensó la respuesta. Se le ocurrían cosas que hacer pero de decirlas Claudia
podría lanzasre a ello sin medir las consecuencias –¿Has llamado la atención?
¿Alguien ha sospechado?

–No, pasarán como cotilleos de turno. ¿Le seguirás?

–Hay mejores maneras de hacerlo ¿Has escuchado de un universitario que no se vaya


de juerga? Y este tiene antecedentes con el alcohol.

–Lo mismo es la excepción. Desde el patinazo se ha vuelto muy discreto y solitario.


Parece que ni amigos tiene.
–Si ha acabado en ese trabajo es que alguno tiene, lo que pasa que en círculos
diferentes.

–¿Sabes? si las cosas me salen bien, para el próximo año estaré en la universidad y ni
si quiera se en que carrera meterme.

–¿Sigues sin decidirte?

–Antes tenía claro que haría económicas siguiendo el legado familiar. Ahora si las
hiciera sería solo para lavar mejor el dinero. Las leyes parecen útiles para salir de
embrollos pero no es más que un juego para disfrazar la voluntad de los dueños de las
corporaciones de legalidad que llegado el momento de enfrentarse a uno de ellos vale
humo. El resto son trabajos mal pagados que solo se estudian por tener empleo fijo.

–Podrías meterte ha periodista. Yo te veo dando las noticias. No me perdería ninguna.

–¿Has dicho publicidad? Para eso me meto a publicidad.

–Es verdad, sería mejor. Si no me pasaría las tardes asesinando pretendientes.

–¿Vas a matar a ese chico?¿Como hicistes con el de Aurora?

–No. Lo inteligente sería llegar aun acuerdo. Pero los Bolivar no quieren.

–¿Ya has hablado con Katya?

–Sí, tampoco tienen información útil.

–Lo siento.

–¿Ahora por qué te disculpas?

–“Tampoco”. La info de que el traje ese vaya a la uni no es muy útil.

–Es algo de donde se puede tirar. Me refería a que nosotros, los que estamos en este
“proyecto” no tenemos mucha.

–A veces me siento inútil. Oscar y tú enseguida estáis haciendo cosas cuando surge
algo. Yo lo único que hago es convencer a jóvenes de que arruinen sus vidas con la
cocaína.

–Sin las ventas nada de esto tendría sentido y eres la que más vende.

–Me gustaría participar más, tener más relevancia. Soy la novia del capo.
–Del capo. –dejo escapar repitiendo el tono burlón.

–De la más terrible mafia de cinco personas que haya conocido la ciudad.

Carlos se quedo pensando. Claudia lo interrumpió. –¿Que vas a hacer?

–Para sacar algo de la universidad necesitaría a alguien de dentro. Seguirlo, ponerle


un chip, usar un dron, de todo eso se daría cuanta y le pondría en guardia. La mejor
opción va a ser contratar un netrunner. Quizás en los archivos de la facultad o en los
datos de circulación de su vehículo encuentre algo.

–Eso es caro ¿Por qué no dejamos que se encarguen los Bolivar? Total ya están en
ello.

–Me repatea tener que darle la razón a Katya. Como nos saquen del marrón me lo
intentará cobrar.

–No tienes por que ceder.

–¿Si se sube el porcentaje que la hago?

–¿Y si acabamos nosotros con el problema que ganamos?

–El botín –En ese momento se le ilumino la cara. –¡Sera desgraciada! Me dijo que
iban a matarlos para dar una lección ¡Lo que quieren es quedarse el negocio!
Sombras chinescas

Intentó no comerse la cabeza con las tácticas de los hermanos, no es como si el


pudiera quedarse algo más que mercancías y restos si ganase a los nuevos, eso si les
ganaba. Se centró en sus propios asuntos, intentar obtener algo de ello, y si no podía,
al menos no salir perjudicado. En cualquier caso necesitaba información sobre lo que
estaba pasando en realidad, por lo que buscó en los locales de reunión de runners a
ver si encontraba uno libre con acceso a la universidad.

Dadas sus condiciones no tuvo donde elegir. Una chica de pelo platino, de moda entre
las hackers, ancha cazadora de motera, quevedos de colores y jersey pop art recortado
y ceñido a un pecho escaso cubrían su delgado y largo cuerpo. Cloe mantenía gesto
de resabida en su cara de niña mala de delicados rasgos, poco labio y ojos largos de
fino tejado. Por lo que averiguó Oscar tenía mala reputación. Su anterior y primer
equipo había muerto en un tiroteo del que ella no había salido ni sucia. Nadie creía
que los hubiese traicionado, si no solamente abandonado, lo que la garantizo trabajar
en solitario. La versión de Cloe era distinta, como cabria esperar, según ella su nudo
creó su grupo de fracasados con vistas a ser sacrificados de señuelos, para entretener
a los enemigos, mientras el equipo realmente encargado de la misión conseguía el
objetivo. Ella se percató a tiempo y avisó a sus compañeros, todos hombres muy
duros, que no la hicieron ni caso. Fuese verdad o no era lo único que encontró, y la
contrató.

La hacker descubrió aun chico aplicado, austero en su comportamiento, asiduo a la


biblioteca, de excelente puntualidad, tanto física como en los pagos, que
confraternizaba de poco a nada con el resto del alumnado. Sin embargo su expediente
tenía manchas, cuando sentía que algún profesor le había echo de menos se le
escapaba el genio en forma de comentarios hirientes de excesiva malicia.

El registro de vuelo de su vehículo reveló tanto su hogar, una vivienda de su


propiedad que ocupaba una planta entera de su edificio a las afueras del distrito
corporativo, como la de sus padres, Una mansión en una villa de máxima seguridad
para potentados cercana, con vistas a un cráter cerrado por grandes cristaleras
convertido en estación de esquí. También conocieron sus caras tiendas favoritas. De
moda, amante del estilo italiano. De vino y como no “El cofre pirata”. El variado
resto eran lugares puntuales diversos sin un patrón aparente.

La hacker no pudo acceder a su neuroimplante, pero si a su edificio. Consiguiendo


registrar a sus compañeros de equipo hiendo y viniendo pero siempre volviendo a
dormir. Gracias a esto pudieron darse cuenta que la mujer del grupo llevaba un
implante de rostro metamórfico, capaz de cambiar sus rasgos a voluntad, al verla
entrar y salir con diferentes caras pero mismos vestidos en un par de ocasiones. A su
familia nunca la vieron parar por allí, era él el que iba a visitarles con anómala
asiduidad y a veces con los compañeros de fechorías.
Aún estaba meditando sobre que hacer cuando Katya lo cito en una sala de juegos.
Una versión sobria y menguada de casino en la que se la gente se divertía con juegos
algo más activos, dardos, billar y cartas físicas. En este caso era uno que había
elegido un estilo rancio pero elegante a vieja tierra, simulados de madera, telas en vez
de plásticos, anuncios antiguos, solo dibujo, sin luces, algo oscuro pues en las falsas
ventanas se emitían noches estrelladas, un paisaje bonito. Al ser temprano no había
apenas gente, destacando los guardias de Katya en la puerta como una vaca en medio
de la calle.

Katya estaba jugando sola en una mesa cuyo borde de madera era más alto que el
interior tapizado, golpeando con aparente habilidad unas bolas de colores con
números con la punta de una larga vara. Volvía a lucir su seductor cuerpo de
pecadoras curvas con un vestido ceñido negro con lentejuelas que no ascendía más
allá de la altura de los hombros, de falda corta, usando por complemento una boa de
plumas rojas. Pidió algo de beber en la solitaria barra y se acercó.

–Presumo que solo usas los trajes cuando quedamos.

–No te gusta que los repita.

–No. Intento convertir nuestras reuniones en algo agradable y tu lo rebajas a una


reunión de oficinistas.

–Mil perdones.

–Condescendiente y sarcástico. ¿Que he hecho para ganarme tanta hostilidad?

–Hacer que tenga la sensación de que intentas manipularme cada vez que nos vemos.

–¿Debería vestirme de mendiga?

–O jugar menos.

–Estamos en un salón de juegos ¿Quieres probar?

–No se ni que es.

–Se llama billar. El objetivo es meter las bolas en los agujeros empujándolas con esta
vara. Pero solo puedes golpear la blanca y esa es la que no debe colarse nunca por un
agujero. Y la negra con el ocho debe de ser la última.

–¿Es algo metafórico?

–Con la lente adecuada todo lo es.


Katya dio un golpe de ejemplo y le paso el palo a Carlos. El cual intento imitar la
postura de su acompañante y probar. La bola blanca dio a otra bola que no se perdió
por el tapete. Esa fue la tónica mientras hablaban, ella colaba una al azar con
indiferente habilidad y él las movía un poco.

–Hemos descubierto donde guardan la mercancía. En realidad toda su red de


almacenes. Tienen sus propia fábrica a escasa distancia de uno de los puertos
espaciales mercantiles, con su propia depuradora y todo. Fabricar esa sustancia
requiere de bastante agua. Por lo que no, no es militar.

–¿Bajan muchas naves cisterna?

–Ninguna. Lo que traen es hielo del borde del sistema. Es verdad que su depuración
es más complicada pero nadie controla los yacimientos. Total ya tienen los químicos.

–¿De donde han sacado el personal? Tanto alquimista tiene que valer una fortuna.

–No lo sabemos, a estas alturas esta claro que alguien les apoya.

–¿Y la propiedad de la estructura?

–Todo mentiras ¿Me permites que te indique como se hace?

–Claro.

Katya le enseñó acoger el palo guiando sus manos con delicadeza de mujer,
aproximándose hasta que sus cuerpos estuvieron tan cerca como para darse calor.
Esta vez no salto la alarma del filtro. Solo la de Carlos cuyos labios se acercaban al
cuello de piel morena.

Fue ella la que se apartó –¿Que has descubierto tú?

–He encontrado la casa del señor Martín Lupo, y la de sus padres. La que visita a
menudo, a veces con sus socios.

–¿Toda la familia esta en el ajo?

–Sí, es mucho dinero a blanquear, necesitaran varias empresas.

–¿Te hace que compartamos direcciones?

Carlos le paso y las suyas y Katya no tardo en copiarle, incluyendo ambos algunas
fotos. Todo con pensamientos.

–La chica es una polimorfa.


–¿Que piensas hacerles?

–Aún no lo he decidido. ¿Y vosotros?

–No lo se, creo que no lo saben ni mis jefes. –Katya se apoyó en la mesa.

–¿Decepcionada?

–No, es solo que... A veces me canso de todo esto.

–De ir a lugares elegantes vestida de diva y beber los mejores néctares o solo de tratar
con capullos barriobajeros venidos a más.

–No pienso eso de ti. Puede que ta falte refinamiento y buen gusto, pero no eres la
típica escoria que se cree superior por haber amasado algo de dinero.

–Y usted señorita ¿De donde viene?

–Intenta adivinarlo.

–De una buena familia corporativa que toco fondo. La superviviente que se alzó de
nuevo.

–Me confundes con tu novia. Yo nací en los peores barrios latinos de la ciudad ¿Mi
madre? Prostituta.

–Así que trepastes a garra y colmillo desde el lodazal hasta aquí.

–Como tú. Somos los que no nos dejamos arrastrar por la corriente de ignorancia que
lleva a todos al sumidero.

–Que va. A mi me arrastró pero bien. Solo tuve suerte y salte a tiempo. Aún me
arrastra creo.

–¿Por qué no lo dejas?

–¿Que iba a hacer? Buscarme un trabajo mal pagado en el que dejarme al salud por
los restos de un corpo, trasladarme a un piso mediocre en donde maldecirme cada
noche con los llantos de mi chica por nana.
–Ese es el problema ¿Verdad? Este mundo, sistema, gobierno, lo que sea, es una
trampa. O participas aceptando sus grilletes o mueres de hambre ya que toda las
opciones son suyas desde mucho antes de que nacieras. Hasta incluso cuando crees
estar saltándote las normas para obtener lo que se te niega, la parte de tu pastel que
los ricos se quedaron, resulta que también estas bailando a su son, que no eres menos
esclava, solo más privilegiada.

–No lo se. No entiendo el entramado económico o político. Para mi toda la gente es


miserable, egoista. Y eso te obliga a serlo tu también si quieres sobrevivir. El resto
son solo diferencias de poder.

–¿Así es como se construye el infierno?

Carlos no contestó, solo fallo otra bola.

–Para ti no es tan malo, tú tienes a Claudia.

–Me cuesta creer que tú no tengas a nadie.

–Bien sabes que el deseo y el amor no son la misma cosa.

Se hizo una pausa incómoda.

–¿No dices nada?

–Nunca me gusto la gente que se lava las manos dando falsas esperanzas. No se
cuantos hombres buenos existen, si es que queda alguno. Lo que sí se es que no están
metidos en el mundo de la droga.

–No necesito que sea bueno, me basta con que me quiera.

–Añadamos más odio a mi cuenta. No voy a traicionar a quién me quiere.

Katya se largo susurrando al pasar. –Yo también te puedo querer.

Se había pasado solo y despreciado la mitad de su corta vida, y para una vez que era
deseado, tenía que ser por dos a la vez. De seguro que si, odiaba pensarlo, Claudia le
dejase, Katya tampoco le querría. Era como si alguien poderoso y oculto moviese los
hilos del mundo solo para troncharse a su costa. Era tan molesto, ahora tenía a la
caliente y morena Katya, con todas sus curvas, dentro de su cabeza.

Ya en casa, después de una neuroerótica, volvió a centrarse en los recién llegados.


Deduciendo que la más débil era la mujer estudio sus horarios en busca de un
momento para atraparla pidiéndole a Oscar que le encontrara un lugar adecuado para
interrogarla y que le consiguiera un suero de la verdad que no implicase dolor.
Antes de poder poner en marcha sus planes algo sucedió. Oscar le envió una Neuro
que estaba recorriendo los bajos fondos.

En ella pudo reconocer el dojo en que entrenaba, los capullos que la grababan unos
yakuza por los tatuajes, la ropa colorida y sus preferencias por ametralladoras ligeras
y katanas entraban demasiado alegres al local neutralizando a la pobre recepcionista
con gritos y amenazas.

Atravesaban las pocas habitaciones anteriores a la sala de entrenamiento entre


aullidos y risas de hiena callándose solo al subir al tatami en donde el maestro Guo ya
les esperaba con su katana desenfundada.

Unos embates iniciales sin ánimo de matar consiguieron obligarles a replegarse en la


puerta.

El que parecía su líder, un japones carismático con una cresta como la cola de un
gallo hacía delante y ataviado con vistosas prendas caras y armamento de calidad,
con las manos desnudas levantadas le distrajo mientras el resto rompían la estructura
para entrar en la sala y rodeárlo.

–Viejo, he oído que tú eres uno de los veteranos más duros de la ciudad.

–Me da igual lo que escuches. Vete de mi dojo antes de que te haga pagar cara esta
transgresión.

–¿Transgresión? ¿Crees que estoy allanando tú casa? No viejo, esta ya no es tú casa,


ahora es mía.

–Si quieres arrebatarme mi dojo al menos ten la decencia de desenfundar para que
pueda matarte con honor.

–¿Sabes que? Me parece bien. Respeto las antiguas tradiciones. Y aunque este lugar
ya me pertenezca por la deuda que me debes, lucharemos por el. –Se ajusto el
pantalón con sobervía –¿Puedo pasar? ¿No pretenderás que luchemos en la puerta?

–Solo tú.

–No no no, no soy tan amable. Pero no te preocupes anciano, mis amigos no
intervendrán. ¡Habéis oído! ¡Es un duelo! Con honor. Así que quedaros por hay pero
no estorbéis.

Jin con la espada e alto retrocedió, tampoco tenía más opciones. Era imposible ganar
a todos a la vez.
Entonces el japones se quito la chupa de cuero blanco con dragones mostrando sus
abundantes tatuajes en su fibroso cuerpo y sin perder la sonrisa declaró a cámara.

–Ahora vais a ver el poder de mi nueva arma. –Se dio un buen chute de slo-mow y se
colocó enfrente del maestro desenfundando su katana.

La lucha fue feroz, frenética. Un embate tras otro interrumpidos por segundos de
calma en que el joven malgastaba energías bailando como un tigre enjaulado. Aunque
el joven yakuza mantenía la sonrisa estaba claro que no se esperaba una defensa tan
eficaz. Puede que su percepción fuese superior, pero su cuerpo no era más rápido, se
conseguía adelantar al maestro pero este siempre reculaba o defendía a tiempo.

Guo Jin era paciente y se mantenía a la defensa, guardando la distancia, dejando que
su enemigo se cansase, esperando la oportunidad de asestarle el golpe que le daría la
victoria. Su contrincante se impacientaba.

Harto del juego atacó con todo, violento y directo, golpeando una vez tras otra. El
maestro se defendía, pero su adversario era más joven, con más energía y de seguro
aumentado. No pudo mantener el ritmo cada vez más acelerado por un contrincante
que percibía los segundos como minutos.

La hoja del yakuza encontró la carne de su adversario y a partir de hay fue una
carnicería, un golpe tras otro cargado de ira veloces como un rayo hasta destrozarle el
cuerpo.

El sudado ganador sonreía a cámara a la que sus compañeros le vitoreaban. Hachiro.

Nada más terminar Carlos se apartó su neuroenlace tirándolo a un lado, levantándose


del sofá rabioso y maldiciendo. Le había cogido afecto a su maestro al que habían
asesinado una panda de cobardes, a base de implantes y drogas pues de otra habrían
muerto ¿Por qué no le pidió dinero? Creía que tras lo de los diseños se había
recuperado.
Noches de negro

El funeral fue serio. Acompañado por Claudia Carlos acudió siguiendo el protocolo
de la tradición budista, religión que profesaba su maestro. La mayoría de los
asistentes eran alumnos suyos, el señor Jin no tenía apenas familia. Solo su mujer y
un hijo mayor al que nunca antes había visto. Al menos acudieron bastantes personas
y la familia recibió muchos donativos. Acabaron incinerándolo como al resto de la
gente de bien.

La noticia de como había muerto el maestro se difundió rápido entre los asistentes a
la ceremonia que aún no lo sabían , pero nadie hablo de venganza o justicia, no contra
la yakuza.

El dojo paso a estar a la venta al día siguiente.

Una vez en casa Claudia le convenció con su ternura habitual de que no fuera a por
Hachiro. No lo tenía pensado, pero si se lo encontrase en la calle...

Con esa rabia salió a cazar a la chica del grupo de Zert. Subido en su moto, la KTM,
la fue siguiendo desde la altura, guardando la distancia, marcada con las ópticas. Casi
la pierde al subirse al metro, desde donde le toco continuar a pie.

Para su sorpresa fue a uno de esos lugares en donde los hacker más colgados se
reúnen para realizar ritos de preparación espirituales con la idea de preparar sus
mentes de cara a la conversión en entes virtuales cargados en la red, elevados a la
nube. Una forma de suicidio ritual con el que esperaban alcanzar la eternidad y con el
que algún profeta sin escrúpulos se estaba forrando a base de reciclar implantes.

Los barracones de los adeptos se podían distinguir por la exageración de cables que
recorrían sus edificios. Prefiriendo reliquias de la era colonial o comunas cerradas,
siempre en lugares discretos pues eran perseguidos por la ley, no con mucho ahínco,
en teoría por sectarios, en realidad por peligrosos netrunners. El resto de
organizaciones les dejaban en paz, agraviarlos solía conllevar una ataque informático,
pasarse implicaba un asalto coordinado masivo que llamaban “juggernaut” por parte
de unos sujetos para los que freírse el cerebro en la red era una bendición.

En este caso tocaba comuna. Estructuras simples de seis plantas apiñadas hechas con
prefabricados para dar cobijo a los escasos obreros de alguna fábrica cercana durante
sus primeros años de funcionamiento, hasta que la verdadera ciudad llego y pudieron
trasladarse a apartamentos aclimatados capaces de resistir una patada. Estos
supervivientes olvidados se descomponían lentamente sirviendo de viviendas a
indigentes y yonkis, o como en este caso, se convertían en pisos francos de
actividades ilícitas.
Carlos no paso de la última esquina por no ser captado por la abundante seguridad
electrónica. Eran tecnomantes y de seguro que no les faltarían cámaras y drones.

Como sospechaba que el objetivo tardaría su buena hora dejo un dron espía vigilando
la calle por donde accedió al edificio de los tecnomantes y volvió sobre sus pasos
para trasladar su vehículo a una calle cercana unida por un callejón dedicado a la
retirada de basuras a un punto ciego en el anterior recorrido de la chica. Una vez de
vuelta colocó el siguiente dron vigilando su espalda y dado que no tenía noticias de
que hubiera salido espero en el apestoso lugar.

Fue una aburrida espera comprobando las armas aturdidoras que portaba y el
perímetro del lugar de acción. Un paso entre edificios comerciales. Por un lado una
hamburguesería de molde, no habían cambiado en milenios, en cuyo aparcamiento
llano esperaba su moto, visible amplio salón de asientos descoloridos en toda su
gama y minúscula atareada cocina. Al otro una sosa casa de empeños de ventanales
reforzados. Por el frente daban a una calle cortada por una salida de una autopista
subterránea de carga hacía las fábricas más allá. Detrás daba a bloques de viviendas
baratas, bloques simples, cajas de zapatos grandes con muchas ventanas pequeñas y
un portal de reja y cristal. Al otro lado edificios comerciales normales, dos plantas, la
primera una tienda de amplio y bonito escaparate hacía la estación de en frente y la
segunda almacén y oficina con su aparcamiento privado en la azotea. La estación de
metro, mitad exterior acristalada estructura de estilo surrealista en caóticos polígonos
negros, mitad interior grandes bloques de concreto pintado, toda ella con paneles
informativos a cada pocos metros y máquinas expendedoras de billetes y golosinas.
Estaba flanqueada por dos cepillos, edificios circulares dedicados al aparcamiento de
vehículos aéreos con una columna central con ascensores y una enrejada pasarela
alrededor en donde aterrizar los autos cuyas pasarelas parecían largos pelos de
cepillo, la base y techo estaban decorados con paneles publicitarios circulares en
donde se exponían unas preciosas playas artificiales, popular destino turístico. Si no
la capturaba a la primera ella huiría a esa zona, donde habría de enfrentarla.

Él se encontraba en el área de viviendas, detrás del restaurante, en donde la luz del


sol distante, velado por las perennes nubes, un par de farolas viejas apenas
alumbraban la calle.

Era una chica valiente su víctima, podría haber atravesado la vía de carga por un
puente peatonal elevado de vividos colores bien iluminado dando un rodeo, pero atajo
por donde vino a pesar de la oscuridad y la lluvia que empezó a caer durante la
espera. De seguro que ni lo pensó, el poder de la costumbre.
En cuanto hubo entrado en el paso el encapuchado Carlos salió de su desagradable
escondite unos metros detrás de ella. Necesito poco tiempo para poner a girar el
omori de la kusarigama. Ella escuchó el zumbido y se volteó, en lo que hizo eso la
cadena se le enrosco en el cuello. La gatita saco las garras, literal, tenía un implante
en los dedos de los que surgieron afiladas cuchillas de diamante, cortas si, pero más
que suficientes para hacer de una traquea filetes. Carlos pulsó el botón de la kama y
la electricidad la fulminó dejándola convulsionando en el suelo. El implante de
polimórfia desbocado por la descarga era algo asqueroso de ver, pareciese que tuviera
insectos correteando bajo el rostro, directo a las pesadillas. Hizo de tripas corazón y
la clavo una dosis de tranquillizante, desenroscó el arma y la cargó hasta la moto
asegurándose de que no le viesen, zarpando en cuanto los mini drones volvieron
renqueantes por la lluvia.

Avisó a Oscar de camino al agujero inmundo preparado por este para interrogarla. Un
ático de un bloque cochambroso deshabitado debido derrumbe programado por el
ayuntamiento para la próxima semana.

Oscar llego poco antes que él teniéndo todo listo a su llegada. Le ayudo a descargarla
y la llevaron al apartamento en donde la ataron a una silla de metal duro con unos
contrapesos en las patas, nunca se sabe que implantes puede llevar cada uno. A parte
de la droga Oscar se había traído unas pocas herramientas, por si esa fallaba.

La quitaron los zapatos y registraron el resto. Nada interesante, abalorios de mujer,


recuerdos olvidados de aquí y allá, un móvil, una pistola cutre y el manual de la
adepta virtual en tapa blanda. Papel ¿Quién se lo iba a esperar de una tecnomante?

Supieron que despertaba cuando su rostro deforme recobró un aspecto gentil. Lo hizo
muy pronto, demasiado teniendo en cuenta la dosis de tranquilizante inyectada. Debía
de tener un filtro antitoxinas, la inconsciencia fue solo debida al calambrazo. Adiós al
plan de usar drogas para obtener la información.

Como ya habían llamado a la hacker decidieron esperar a ver si esta podía hacer algo
al respecto antes de dejar a Oscar torturar a la mujer.

–¿Podrías sacarle la info a través de su neuroimplante?

–Eso solo funciona en las películas. No existe ni existirá nunca un software que
pueda violar una voluntad orgánica. Sería como pretender robarle su paraíso a un
dios. La voluntad es suprema en su cerebro.

–¿Y si la dejamos inconsciente? Entonces no tendrá voluntad.


–El subsconciente toma la mente como si fuera la marea alta en un bajío, lo inunda
todo. Es como un huracán de ideas y conceptos que arrastra con el a los programas.
Los que lo han intentado solo han conseguido dolores de cabeza y algún ataque
epiléptico. ¿Por qué crees que las corporaciones se dejan pastizales en que agentes
fiables que les lleven la info en la cabeza?

–No sabía que hicieran eso.

–Queda patente que no sabes mucho sobre el mundo virtual.

–¿Hay algún método?

–A parte de convencerla con nuestro encanto personal... La hipnosis. En ese estado


una incursión en la memoria es como un autoservicio.

–¿Sabes hipnotizar?

–¡Claro que no! Pero eso se puede inducir con ciertas drogas.

–Es que tiene un implante antitoxinas.

–Tendrás que tirar de encanto. –Le dijo palmeandole el hombro.

–Centrate en el móvil.

–Recuerda luego me lleváis casa, paso de ir en metro a estas horas.

–Sí, tran que te llevo.

Para Carlos era un dilema, por un lado tenía ganas de meterla una bala entre las cejas
por la muerte de Goda Jin, pero por otro solo era una empleada al servicio de un
camello, como cualquiera de sus compañeros. Entró por su espalda y la tapo la cara
con la cazadora cursi que ella misma llevaba. Hablarían primero y luego ya vería que
hacía con ella.

La charla fue insulsa, apenas rasco información, muchos “no lo se” y el resto apodos
e historias irrelevantes. Respecto a la mujer descubrió que en sus convicciones
estúpidas era engreída hasta lo desesperante. Como diría Katya, escoria que se creía
alguien por haber amasado algo de dinero, solo que con el añadido de la seguridad de
la fe y una cara bonita.

Oscar se presento voluntario para hacerla hablar. No lo decía con sadismo, si no


porque se daba cuenta de que Carlos no tenía estómago para ello. Sin embargo un
rehén como ese tenía más de una utilidad.
Cloe obtuvo las conversaciones de los móviles. Por lo visto Zert era mucho más que
su jefe, ambos eran amantes, aunque era ella la única que calentaba la cama. Con los
otros se relacionaba poco, siendo ella un tanto reticente al trato con el señor Lupo, al
que había criticado en varias ocasiones. El otro integrante, Ecchi, volvía ser un
misterio, solo pudieron entender que era el hacker.

Lo más interesante es que ellos no eran los primeros en intervenir el teléfono de


Flora, alguien lo había vinculado al suyo, clonado. Al tirar de la linea descubrieron
que era el propio Lupo.

Se dejaron de torturas y se dirigieron a la región e ruinas en donde una vez Mig


malviviera con la banda de Lucas. Transportando con ellos a Flora, a la que dejaron
en medio de un cruce entre naves. A la vista, descansando a golpe de electrodo una
vez más.

Cloe fue la encargada de hacer la llamada. Simple y directa. Un intercambio, su chica


por cuatro cajas de slo-mow. Enviado el mensaje tomaron posiciones separadas
alrededor y esperaron.

Acudieron, pero solo el pelirojo y el hacker misterioso. Dieron una vuelta alrededor y
a pesar de que aquello apestaba a emboscada aterrizaron cerca de la chica. Solo que
no llegaron a poner un pie en el suelo. Fue apagar los motores y Oscar les descargó
su rifle en una lluvia infernal. Por el otro lado Carlos les arrojó debajo del coche dos
granadas de fragmentación que dejaron al vehículo sin tren de aterrizaje ni
propulsores de ascenso y lo elevó un metro antes de caer hecho chatarra. Para cuando
Oscar soltó el gatillo eran papilla de tomate mal envasada.

Flora, consciente de todo pues había despertado mucho antes de que llegaran,
maldecía a los cuatro vientos.

–Si tienes algo que contar este es el momento.

Siguió maldiciendo. Carlos la mato con la pistola que la quitasen de un tiro en la


frente. Ni se molestó en llevarla aun chatarrero. Era mejor que nadie supiera quién los
había matado.

Después de borrar sus huellas volvieron a sus casas con el regusto amargo de las
ejecuciones en el paladar.

Claudia, despierta por los nervios, le consoló con su compañía, hablando de lo


sucedido antes de acostarse.
–¿Sería mucho pedir que me llamases antes de eliminar a todo un pelotón enemigo?
–Katya había tardado menos de un día en enterarse.

–No se de que me hablas. –No sonó nada convincente.

–Zert y su gente. Todavía no puedo creerme que cayeran en una trampa tan cutre.

–Tenían su incentivo.

–¿La mujer era pareja de uno? No te tenía por alguien tan cruel.

–¿Has visto lo del dojo?

–¡Con más motivo! Si sabías que los yakuza están detrás ¿Por qué lo hicistes?

–¿Crees que se habrían detenido hay después de reclamar su implicación?

–Piensas que quieren tomar territorios.

–Esta bastante claro que sí. En el mio ya no tienen a nadie.

–Mis fuentes me hablan de tres cuerpos ¿No eran cuatro?

–¿Te imaginas al corpo hiendo a vender?

–No. Mucho se ensució con dejarse ver por los minoristas. –Katya se tomó una pausa.
–¿No temes que los yakuza se venguen?

–¿De quién? Solo vosotros y nosotros sabemos quién lo ha hecho ¿Ya piensas
venderme?

–Sabes que no lo haré, pero se te olvida que tienen comprada a la policía de tu


distrito.

–Eso es lo mejor de todo. Nadie sabía para quién trabajaba Zert. Para los maderos es
solo un camello muerto más y si los yakuza quieren algo de ellos tendrán que pagar
de nuevo.

–Te lo has sabido montar, te aplaudo. Solo hay un problema, has puesto a nuestros
jefes a una posición delicada.

–TUS jefes ya solo tienen que en-cargarse de dos para acabar con esto. De nada.

–Espero por nuestro bien que lo vean de esa manera.


La venganza

Los días transcurrieron con el único cambio de recuperar de forma paulatina los
indices de ventas perdidos. Por lo que le contó Katya los yakuza se desvincularon de
lo sucedido castigando al propio Hachiro por actuar al margen de la familia. Incluso
para demostrar que no estaban implicados con el slo-mow asesinaron al buscavidas
de la panda.

Llegados a ese punto el tercer sujeto decidió hablar y llego a un acuerdo con los
hermanos Bolivar, lo que hizo que las ventas cayesen de nuevo ahora con el
beneplácito de la mafia Boliviana y sin que Carlos se llevase una parte pues no era de
la familia. Eso unido al hecho de que para entonces ni dojo ni clases le unían la
distrito corporativo le dejaba bastante fuera del negocio. Vendió su contactos por una
buena suma que ayudó a que Claudia, que tenía para empezar la universidad pero no
para terminarla, no perdiese los nervios.

Cloe, como última parte de su contrato investigó a los Lupo. Descubriendo que para
ser una familia despechada de la alta sociedad conservaban muchas propiedades y
negocios con unos beneficios sospechosamente inflados incluso después de la muerte
del grupo de Zert.

Fue durante esas vacaciones de verano un tanto malogradas por la incertidumbre de


un futuro sin empleo que Carlos se pasaba en calzoncillos viendo la televisión y
divirtiéndose con neurojuegos que recibió una llamada de Katya.

–Hola Claudia encantada de conocerte al fin–

–¿Que? –preguntó Carlos sin entender.

–Tu debes de ser Katya. ¿A que debo el placer?

No le escuchaban, la llamada era solo para que el fuese testigo de lo que iba a pasar.

–No te preocupes. Te prometo que no te voy a hacer daño alguno. Solo quiero hablar
de negocios.

–Yo no he dicho nada de eso. –Se extrañó.

–Lo digo porque Carlos siempre fue un poco paranoico conmigo y pensé que lo
mismo no te ha hablado bien de mi.

–Ya... No necesito que él me dijera nada para darme cuenta de que te gusta manipular
a la gente. No es una crítica. No es malo cuando es tu trabajo, supongo.

–Me esta dando que me entenderé contigo mejor que con él.
–Dime ¿De que se trata?

–Carlos ha decidido dejar el negocio. Es su decisión y la respeto, aunque no la


comparto. Le he hecho muchas ofertas de seguir pero las ha rechazado todas ¿Me
preguntaba si tú podrías estar más interesada?

–Eso depende de los términos.

–Te ofrezco sus mismas condiciones.

–Sabrás que ya no voy al instituto.

–No veo por que eso es un problema, el lugar no importa, si no los contactos, y a
parte de los que ya tienes, que imagino también se matricularan en la universidad,
ambas sabemos que harás muchos más.

–¿Entonces me dejarías comerciar en vuestro territorio?

–¡Pues claro! Aunque lo más conveniente es no solapar zonas por ello he pensado en
una solución.

–¿Cual?

–Vender en tu propio terreno. Algo así como que tengas una tiendecita en donde tus
amigos puedan ir a comprar sin levantar sospechas.

–Eso me supondría un dispendio.

–Con las ganancias que vas a tener podrás permitirte eso y un nuevo apartamento
para ti solita tan bueno como el que tienes ahora. A menos que prefieras ahorrar
volviendo con tú madre.

–¿Por qué iba a hacer eso?

–Porque ya no confiamos en Carlos, él actuó por su cuenta, nos puso en un


compromiso y nos rechazó. Me temo que si quieres subir a este tren vas a tener que
dejar una maleta atrás.

–Ya... Para que tú le consueles después.

–Por favor cielo. Con este cuerpo puedo optar por hombres mejores.

–Me pides mucho por una promesa ¿Como me garantizaras que no te echaras atrás
una vez yo haya roto con Carlos? –dijo con cierta sarna.
–De dos maneras. Te pagaré por adelantado la universidad ¿Es lo que quieres no? Se
quedaría como deuda que ya irías cubriendo con tus ventas poco a poco. ¿Que te
parece?

–Es muy tentador, lo reconozco ¿Cual es la otra?

–Es opcional, por si la primera no te gusta. No te voy a pagar dos veces por lo mismo.

–Me gustaría conocerla, a lo mejor la prefiero.

–No guapa, no la prefieres ¿Responde a mi oferta por favor?

–¿Ahora?

–Claro. Recuerda, no confiamos en Carlos. Lo siento pero no te voy a dar tiempo, no


queremos que él se involucre y dudo que no se lo contases al llegar a casa echándolo
todo a perder.

Se hizo un silencio prolongado en el que el corazón de Carlos latía desenfrenado,


temiendo lo peor.

–Acepto.

–¡Perfecto! Ahora que somos socias no voy a tolerar que te retires, así que te contaré
la otra garantía de tu participación. Es que sé que te tirabas a medio instituto a sus
espaldas.

–¡Eso es mentira!

–He indagado sobre ti. Por lo visto tenías unas orgías tremendas con tres muchachos
de tu clase, uno hijo de un importante socio mayorista de diversas empresas. Yo
tampoco te lo critico cielo, no es malo cuando te hace ascender, supongo.

–¡No tienes ni idea de lo que estas hablando!

–Como quieras. Pero piensa como le afectaría que se lo contase. Él te ve como un


ángel caído del cielo.

–¡Seras zorra!

–No seas grosera, no le pega a esa carita de muñeca. Además no te imaginas hasta
que punto te he facilitado las cosas. Deberías estar agradecida.
Al llegar casa Claudia se encontró a Carlos sentado en el sofá, en calzoncillos, con la
pistola pesada en la mano y el silenciador puesto.

–¿Que haces?

–Recoge tus cosas y vete. –dijo con calma distante mientras se rascaba la barbilla.

–¿De que hablas?

–Katya me llamo para que escuchase toda vuestra conversación en directo.

–¿Que conversación? Yo no he hablado con ella.

La miro, su dolor se reflejaban en sus ojos enrojecidos. –¿De veras?

Se hizo otro silencio incómodo.

–Entonces es mejor que me vaya.

–Y rápido.

A la salida, cargada con dos maletas con sus ropas y objetos de valor Claudia se paro
en la puerta.

–Que sepas que desde que estamos juntos no he tocado a ningún otro. Y lo de esos
tres chicos no es como lo contó ella...

–¡SAL DE MI PUTA CASA!


Limpiado con sangre

Fue un verano con cara de pez, aumentando panza delante de pantallas cuyas palabras
poco le significaban. Dando vueltas y vueltas sobre su vida, su pasado, las mentiras,
lo errores, las muertes. Al tiempo despidió a Oscar y puso en venta el espacio en
donde blanquease su dinero.

Se apuntó a las carreras, jugándose la vida por unos créditos que no le interesaban, ni
se tomo algo del abundante “hastalvista” que tenía en casa, lo que le habría
garantizado unas cuantas victorias, solo por tentar a la muerte. No se se preocupó de
que Lucas supiera de él a través de sus victorias en la superficie. Tampoco se fijo en
las lindas jóvenes que rondaban con prendas minimallistas alrededor de los
ganadores. Solo subía a su moto y corría todo lo deprisa que podía entre las lineas de
luz de señales, paneles y vehículos, incluso el ruido quedaba atrás, escapando del
mundo por un momento. Por todo ello le pusieron de apodo “el impávido”

Hasta que le dejo Oscar un mensaje diferente a los usuales de, “vamos a tomar algo
zombie”. Como no le respondió le llamó.

–Si ya has dejado de llorar por tu exnovia. Tengo un curro para ti.

–Me sobra la pasta.

–Que mala suerte la mía de no ser un atracador. Escucha zombie. No todos los días te
dan unos ricos créditos por cargarte a un montón de pandilleros de mierda y encima
realizas la buena acción del día. Así que deja de lamentarte y mueve tu culo a “El
ajo” y te doy los detalles.

–No hay ganas.

–No seas capullo y ven de una puta vez. Veras que bien te lo pasas reventando
idiotas. No me hagas sacarte a rastras de tu madriguera.

El ajo era un garito de mercenarios, runners, gente que ponía su vida en peligro en
misiones de alto riesgo a cambio de sumas de dinero decentes con las cuales pegarse
buenas juergas y darse lujos, vivir al límite. Una salida de la miseria para los
desheredados más capaces para la violencia. Muchos pensaban que su nombre
derivaba de aquel refería de “vamos al ajo” pero en realidad era por lo de repetirse y
es que el dueño, un superviviente ex-runner jubilado, decía que en ese oficio siempre
se repetían las mismas historias de jóvenes que aparecían, se alzaban, y morían bajo
las sombras de las corpos una y otra vez.
Quitando al cuervo del dueño, que como todos los rockeros al envejecer parecía una
abuela. El local estaba bastante bien, su barra cristalina con lineas de luz al borde, su
ejercito de botellas de colores bien iluminadas en la estantería del fondo, unas
camareras bonitas y sonrientes, un espació abierto en medio para bailar o hacer el
cafre rodeado de la mesas circulares en la base de las columnas iluminadas con lineas
de color que ascendían hasta el techo y se desperdigaban por él entrelazándose como
ramas de árboles enredadera, unos cómodos reservados en un lateral para cerrar
negocios de forma discreta y dos vigilantes bien equipados que podrían tumbar a
cualquiera y detectaban micros y problemas a la legua.

Se encontró con Oscar en uno de los privados, se había puesto uno de esos implantes
medulares que te inyectan drogas de combate y salvavidas con solo pensarlo, de los
que tenían una chula raya de luz que indicaba al doctor como estas de jodido con un
vistazo. Le acompañaba Cloe, tan señorona como siempre, se había puesto una capa
de pintura semitransparente arcoíris sobre la piel, como le reflejo del aceite, que
cambiaba de color según la luz. Por último un hombre delgado con la cara alargada y
el pelo corto, bien vestido, con aires de superioridad corpo entremezclados con unos
implantes retro y posturas propias de la calle.

–¿Este es tu técnico?

–Así es, te presento a Cdos. Cdos, Mercurio nuestro nudo para este curro.

–Un placer señor Cdos.

–Claro. Igualmente.

–¿Estamos ya todos?

–Sí.

–Procedamos a la misión. El objetivo es Mónica –El sujeto abrió un portapapeles y


empezó a colocar papeles sobre la mesa empezando por la foto de una niña de unos
ocho años con cara seria y bonitos ojos encuadrados por un largo pelo lacio negro con
divertidos clips.
–Fue secuestrada apenas tres días en el distrito seis cuando volvía de visitar a una
amiga. Mis fuentes me informan de que ha sido vendida ayer a los fantasmas
hambrientos, una pandilla tong que mercadea con niños. No sabemos cuando
pretenden “estrenarla” o si la trasladaran a otro lugar, por lo que debemos actuar
deprisa y rescatarla lo antes posible. Sabemos que la retienen en la vivienda de una de
sus miembros. La señorita Shui. –La señorita era una mujer madura muy delgada con
piernas cyberneticas de cuchilla, un estrafalario implante que la alzaba sobre una
especie de patinetes sobre hielo que la hacía andar de puntillas. –Es una experta
espadachina y posee implantes perceptivos a parte de los obvios. Por si fuera poco
esta rodeada de el resto de su banda, pandilleros muy jóvenes y de escasa experiencia
hijos de las prostitutas del barrio de paso en su carrera criminal.

–Algunos son críos.

–No se contenga señor Cdos. Todos están ansiosos de sumar cadáveres a su cuenta
para mejorar su curriculum.

–Desgraciados. Están tan hundidos en la mierda que venden muchachos como ellos
para prosperar. De seguro que les hicieron lo mismo. Una pena, ahora son perros
rabiosos, solo se les puede ayudar de una manera. –Aclaró Oscar.

–Aquí tienen la dirección y los planos del edificio con un acceso a la subred marcado.
Se les pagará doce mil créditos a repartir siempre y cuando devuelvan a la niña sana y
salva. Lo que hagan con la banda es cosa suya. La señora Shui le es irrelevante a las
grandes familias por lo que no sufrirán más represalias que las inmediatas si deciden
enfrentarla.

–¿Y la mitad por adelantado? –preguntó Oscar

–Dado que la misión depende del estado de la señorita Mónica no habrá. Ella ya sera
garantía del pago integro de la suma acordada.

–Eso no es lo tradicional.

–No, como entenderá intentarlo en este caso no es suficiente, no existe el éxito


parcial.

–Una reducción de la tropa que la custodia a mi me lo parece.

–Si se asustan y la venden antes o ejecutan para borrar huellas, no.

–Todo o nada.

–¿Aceptan?
–Sí, salvemos a la mocosa.

–Les dejo para que lo planeen. Ya sabe como contactar conmigo señor Oscar.

Una vez fuera el nudo Carlos preguntó.

–¿Cdos?

–Ella llego antes.

Cloe saludó –Cuno.

–Original.

–Soy un mercenario no un escritor de noveluchas. Pongámonos al lio.

Dado que había prisa no se demoraron, esa misma noche Cloe y Carlos esperaban
mirando escaparates del lado de la calle desprovisto de tongs en plan parejita de
paseo. Parejita discutida ya que Cloe mantenía unas distancias que pareciese que
temiera que la contagiara algo. Cuando uno de los habitantes del edificio salió platino
le interceptó y cruzo por delante, lo suficiente para tomárle la medidas biométricas de
los ojos. Se las pasó a Carlos el cual calibro con ellas sus ojos. Se reagruparon
observando que nadie se hubiese percatado de su conducta sospechosa. No lo parecía.
Dieron la señal a Oscar y empezaron a avanzar hacia la puerta.

El par de protitutas contratadas iniciaron su espectáculo, una pelea de gatas con gritos
y tirones de pelo. Los niños tong de la puerta del edificio fijaron su atención en ellas.
Llevaban tanto tiempo hay parados que cualquier cosa era noticia y les acababan de
dar el tipo de comedia que les gustaba.

En lo que ellos reían Carlos usaba sus ojos ajustados y la ganzúa automática de su
brazo para abrir la puerta. Tardo más de lo deseado pero no lo suficiente para que los
guardias del siguiente edificio se percatasen.

Una vez dentro subieron a toda prisa las escaleras Carlos delante con la pistola
pesada silenciada en mano. Según sus planos el acceso a la subred estaba en el tejado,
toda una revelación, para que las fuerzas de emergencias, aéreas, pudieran
desbloquear la seguridad y actuar los accesos siempre estaban en los aparcamientos
del tejado.

Ese era un mundo automatizado por lo que encontrarse a alguien en una escalera era
algo fastuoso. Solo se seguían construyendo por los incendios.
Una vez arriba la sofocada Cloe, realizo un “ping” un toque wi-fi al resto de
dispositivos de la zona, algo tan común como los muchos paneles publicitarios que
deseaban conectarse a tu neuro para saludarte por tu nombre o cambiar su producto al
que mejor se ajustase a tu perfil. Eso le permitió localizar a los tres hombres de ese
tajado y a los otros cuatro del adyacente, donde se encontraba su primer objetivo, el
acceso. Le paso la información a Carlos que los marco en el mapa virtual como
hiciese con el marcado ocular.

Pistola en mano hizo un movimiento rápido y salió al aparcamiento. Por suerte todos
miraban hacia el exterior. Dejando a Cloe esperando atrás guardó su pistola y saco la
kusarigama. La pistola era más silenciosa cierto, pero menos certera. En cuanto se
encontraron en un ángulo propicio salió de detrás de la pared y empezó a golpear.
Primero al más cercano de la derecha, un golpe en el cráneo con descarga incluida lo
dejo grogy, se movió rápido por el visible medio y lanzo el omori contra le más
alejado a la izquierda con el mismo resultado, el del centro estaba demasiado
asomado para eso, caería a la calle, así que le enroscó la cuerda en el cuello y tiró con
fuerza antes de dejarlos inconsciente con la descarga, así su subfusil y cuerpo se
quedaron en el aparcamiento.

Volvió con Cloe. –Ve saqueando los cuerpos en lo que me encargo de los del
siguiente aparcamiento. –Actividad desagradable pero beneficiosa. Cloe no se quejó,
asintió con la cabeza y se puso a ello, no se le caían los anillos por eso.

Los fantasmas, como solía suceder con las pandillas tong, amantes de las ratoneras,
habían construido precarias pasarelas para conectar las azoteas.

Cruzó por una de ellas hasta el siguiente aparcamiento, uno de los guardias estaba
demasiado cerca así que no se demoró y se le echo encima, lo agarró y abrió la
garganta de lado a lado con la kama arrastrando su cuerpo detrás de un vehículo
donde no sería visto a menos que se acercaran al lugar. Cuando todo el suelo aún
estaba vivo, intentando tapar al hemorragia con ambas manos. Le puso boca abajo, no
quería recordar su horrorizado rostro de por vida.

Desde allí se fue a por el tipo de la esquina opuesta. El muy cabrón estaba meando al
callejón desde un sexto. Este se gano una enroscada al cuello con tirón y descarga.
Dejándole allí mismo con el pito al aire. Le quedaban dos, pero ambos estaban
mirando a las prostitutas pelearse, asomados por la balconada y muy cerca el uno del
otro.
Tendría que ser muy veloz. Desengancho la cuerda de la kama quedando la hoz en la
izquierda y pasando a desenfundar la pistola con la derecha. Se acerco todo lo que
pudo, cogió aire y se abalanzo sobre el chaval, en un momento reía, al siguiente
moría. Su compañero se percato del cambio de la risa por estertores, una reacción
normal, mirar al lado, mirar que pasa es todo lo que pudo hacer antes de recibir un
tiro en la frente. El segundo falló. Carlos empujó el cuerpo moribundo hacia el
interior y se desplazó para sujetar al del fiambre, agarrándolo asegurándose que caía
en el lugar correcto.

Una vez terminado se relajó un poco. Corrió hasta la pasarela y llamó Cloe. La cual
salió de detrás de un coche cercano y la cruzo a prisa pasándole la mochila del botín.
Ella fue directa al acceso en lo que el se encargaba del saqueo.

–Que puto ninja estas hecho.

Todavía estaba limpiando con el segundo cuando se le acerco la hacker.

–Esta hecho. El edificio no tiene seguridad electrónica y he trabado la puerta del


portal. También he borrado los registros.

–¡Es verdad, los registros del edificio anterior!

–Tran ya los borre mientras matabas a estos.

–¡Que rápida!

–¿Vamos a por la de abajo?

–Sí, mejor.

–¿Ya has terminado?

–No pero...

–Pero nada, necesito dinero. Date vida, voy a por el de la esquina.

–Vale.

Al volver traía la nariz arrugada. –Podías haberme avisado.

–¿Y perderme tu careto?


Bajaron una planta y se colocaron uno a cada lado de la puerta del apartamento de la
señora Shui, él con la ganzúa del brazo cybernetico en la cerradura y una kama en la
otra mano, no había espacio para usar el omori. Ella con un pistola simple en las
manos y un hackeo rápido en la punta del neuroimplante. Llamaron a Oscar antes de
entrar.

–¿Knock Knock?

–Un momento... A mi señal... Ya. –el ya sonó con tal tranquilidad que pareciese que
estuviese arreglando una maquina en vez de asesinando a la bruja del barrio.

En lo que la ganzúa hacía su trabajo se escuchó el disparo del potente rifle de


francotirador de Oscar apostado en el aparcamiento del edificio de en frente. Dentro
del piso algo se acababa de caer al suelo. Ambos rezaron porque hubiese muerto del
primer tiro.

La puerta se abrió y entro Cloe. Miro a un lateral y realizó un gesto con la cara,
inmediatamente después del salón salió un alarido de dolor. Quizás un hacker no
pudiese dominar a una persona pero que te cortocircuiten el neuroimplante duele una
barbaridad.

Carlos entró corriendo adelantándose a Cloe. De una patada desarmó la mano


izquierda, después piso la derecha y le clavo las dos kamas en los ojos. Cuando se las
saco y se apartó lo que quedo era un rostro femenino oriental de blanca máscara con
pozos de sangre por ojos, la mitad del rostro churrascado y la boca muy abierta
emitiendo un grito roto como una maldición mientras azotaba el aire con la katana
que le quedaba a la que pataleaba con sus piernas terminadas en cuchillas.

Los dos se quedaron aturdidos por la espantosa visión. Carlos saco su pistola pesada,
cambió a munición perforante, la única capaz de atravesar la armadura subcutánea
que había impedido que muriera del primer disparo, y acabó con su sufrimiento de un
balazo en la frente en cuanto paro de moverse un segundo.

–Cloe ¡La niña!

Carlos llego primero a la puerta cerrada tras la cual sospecharon que estaría la
chiquilla. De tres patadas la tiro abajo. En efecto al otro lado había un cuarto simple y
siniestro. Colchón sobre el esqueleto de cama, manta raída y almohada amarilleada.
Bombilla sin lámpara y persiana bajada obstruida. La niña no estaba a la vista, solo
había un lugar donde esconderse.

–Cloe encargate tú.

–¿Por ser mujer se me tienen que dar mejor los niños?


–¿Prefieres cargar con la señora Shui?

–Me encantan los niños.

–¡Date prisa lo otros estarán aquí enseguida!

Subieron al aparcamiento a la carrera, cuando llegaban Oscar todavía no terminaba de


aterrizar su tartana de segunda mano, ya que mientras ellos acababan con la bruja es
se había encargado de los tong de la azotea del otro lado, la tercera que no pisaron.
Aún así se acercaban iluminados por el azul de los propulsores inferiores que
caldeaban con su vapor de agua la ventolera que levantaban.

–¡Abre el maletero! ¡El maletero! ¡Ábrelo! –Gritaba Carlos con el cadáver de la


señora Shui a hombros cuyas finas telas rojas de estilo oriental revoloteaban con
violencia.

Le debió ver por el retrovisor pues lo abrió según tocaba suelo. Carlos dejo allí el
cuerpo de la ex-líder.

Cloe con la niña en brazos fue a introducirla en el coche por el lateral derecho ya que
Oscar se bajo del puesto de piloto rifle en mano.

–¡Conduce tú! –Le grito a Carlos que cerraba el maletero.

El piloto corrió a su puesto a la que Cloe entraba tras poner a la niña junto a ella en el
asiento de atrás.

Supieron que los hambrientos fantasmas había llegado al aparcamiento cuando


escucharon el potente rifle de Oscar disparar, ráfagas largas, una tras otra,
manteniéndolos a raya.

–¡Vámonos! –Le gritaba Carlos.

Oscar retrocedía si dejar de disparar metiéndose en el puesto del copiloto. Cloe se


mantenía agachada junto a la cría.

Despegaron con Oscar con medio cuerpo fuera, cerrando en el aire la puerta. Las
balas de los tong golpeaban el vehículo, poco calibre como para alcanzarles. De
despedida Oscar les lanzo un par de insultos racistas.

–Adoro los insultos racistas. Son como más molestos aún a pesar de su simpleza.

–Supongo que es el fin de los fantasmas hambrientos. ¿A donde llevamos a la cría?


–Ve para el centro. –Oscar reía –¿Que? ¿Mejor que quedarse en casa cascandotela
verdad?

–La niña.

–Perdón señorita.

–Centrate. –le dijo Cloe.

–Ya voy, Ya voy. Amargados. –Oscar se quedo en silencio por un rato, hablando a
través del su neuroimplante con el nudo. –Al distrito seis, directa con su papá.

–¿Me lleváis con mi familia?

–Así es princesita. No lo parece, pero somos los buenos. –le dijo el jefe.

La niña estaba demasiado asustada para decir nada más. Se había acomodado bajo el
ala de Cloe y no parecía con ganas de salir de hay.

–¿¡Que te parece!? Ahora eres un p... Un runner, un shadowrunner. Yo hubiera


preferido Edge, pero he de reconocer que ha salido bien.

–¿Solo con un trabajo ya vale?

–Eres el más novato de todos, pero sí, vale. Solo falta una cosa.

–¿El que? –dijo con desgana.

–Un buen copazo.

–Me parece bien, pero ahora mismo cierta bruja malvada esta empapando tu maletero
por lo que a lo mejor primero deberíamos pasar por un “desguace” antes.

–¡Oh mierda! ¿Sabes lo que cuesta limpiarlo? Luego se pasa semanas apestando a
vinagre y lejía.

–Tiene metal como para doblar la paga.

–No es muy de runner eso.

–A mi me vale. –Apuntalo Cloe.

–¿Te vendrás a tomar algo después?

–No os acostumbréis.
Oscar rio con su típica fuerza. –¡Bien! ¡Vamos a pasarlo bien!

Un vuelo breve y la niña estaba corriendo a los brazos de su padre en al verlo. El


nudo entregó lo acordado y se separaron como si fueran desconocidos que se
acabasen de cruzar en la calle.

Después fueron a tratar con los rusos. Carlos hubiera preferido a los borg pero Oscar
decía que esos chatareros le miraban con ojos lujuriosos. Los rusos les evitaban las
visiones espantosas, tenían la decencia de destripar a escondidas, pero pagaban peor y
a Carlos se le quedaba la sensación de que la día siguiente toda la ciudad sabría quién
había matado a esclavista infantil.

Como los mercenarios solían trabajar de noche y celebrar tras un trabajo con éxito,
con los créditos aún calientes, el ajo estaba a tope cuando llegaron , a pocas horas del
amanecer.

Con tanto dinero Cloe estaba hasta de buen humor. Y Oscar tras unos vasos recuperó
el color perdido en la visita a los chatarreros. Este no paraba de insistirle de continuar
con la vida mercenaria. Carlos se daba cuenta de lo que estaba haciendo, sacándole
del hoyo en el que le habían dejado Katya y Claudia. Era un buen tío y la verdad es
que le funcionaba. Puede que la misión no resultase tan excitante como el tiroteo
aéreo que Oscar había planeado, pero era verdad que quitando ciertos recuerdos
escabrosos, la caza le había sacado de la triste apatía que le dominaba. Y además
habían salvado a una cría de la prostitución pedofílica ¿Que más se podía pedir? A sí,
un buen motón de dinero.

Al día siguiente le llamó.

–Oscar ¿Para cuando el siguiente encargo?

–Hijo de...

Era verano. Sabía de sobra que no había apenas trabajo. Solo fue su forma de decirle
que volvía a estar en activo.

Esa noche se la paso con una prostituta de calidad, de las bonitas que no te contagian
nada. Y al día siguiente se puso unos implantes de esos que te mantienen con vida de
buena calidad.
Trabajar de metepatas

Siguieron dando golpes con Oscar como líder, el duro veterano en vanguardia cada
vez que volaban balas pero que cedía en la planificación a favor de los elaborados y
sigilosos planes de sus compañeros. Él representaba al grupo y conseguía los
trabajos, que fluían como las mareas, a veces muchos, otras menos, pero siempre en
las ligas pequeñas. Para Carlos no era un problema, no buscaba la fama, ademá tenía
una fuente adicional de ingresos, las carreras. Cloe en cambio quería ascender,
mejorar su reputación y la del equipo, e insistía en pasarse a trabajar para contratistas
de mayor calibre, poniendo sobre la mesa misiones con pagos más generosos de las
que se iba enterando a través de la red. Oscar las revisaba pero rara vez las aceptaba,
para enfado de Cloe, que se buscaba ingresos extra con crímenes informáticos. De
seguro que de poder haberse unido a otro grupo se habría marchado, al menos al
principio. La razón de que Oscar no aceptase esos trabajos era personal, no quería
trabajar para corpos. Tenía a los nudos por el mismo tipo de farsantes que le
reclutaron en su día, gente sin escrúpulos que sabían disfrazar un sórdido crimen de
buena causa, diciendo que el trabajo era para ayudar a un desdichado cuando en
realidad era en beneficio de una corporación. Un mal necesario para que clientes y
contratistas militares independientes se llevasen bien cuyos tratos había que analizar
con lupa antes de aceptarlos.

De forma ocasional tuvo alguna noche de pasión con Cloe. Noches de alegría tras
alguna victoria que acababan en al cama de uno de los dos. Pero solo eso, nada de
encariñamientos, solo pasión salvaje entre las sábanas. Como Cloe le sacaba el jugo
era casi una violación, eso sí, gozosa como pocas.

Relaciones similares tuvo con bastantes chicas de las carreras, solo princesas de
buena cuna u oficio que se desfogaban como cualquiera en tales eventos. Las otras
cobraban.

Su progresión en el mundillo de las carreras le llevo a subir de categoría. Tirando de


mercado negro consiguió adjudicarse una moto de carreras último diseño Duca-zuki
de doble propulsor en vertical, un poco más larga, con sinuosas lineas, a la que la
pinto una serpiente al ataque desde la trasera al capó por un lateral cuyas escamas
reflejaban la luz, bonita hasta el punto de costarle sacarla del garaje pero no tunearla
a saco y piratearla. Un nuevo espacio a donde se traslado con sus vehículos y en el
que hacían las reuniones de equipo. Estableció allí su vivienda, no era tan
impresionante como la casa anterior ni estaba en un barrio tan distinguido pero seguía
siendo moderna y confortable y no le traía recuerdos amargos.
Él fue lo que más cambió de su vida. Gano en complexión ejercitándose en casa con
unas pesas y un muñeco de entrenamiento. Alargó el tatuaje de su rostro por el resto
del cuerpo centrando las lineas de circuito en el implante medular y terminándolas en
los otros extremos en círculos con símbolos esotéricos en el interior. El más grande
terminaba en el corazón y en el estaba la serpiente uróboros rodeando un árbol de la
vida otoñal. Pero lo impactante eran los implantes. Buena parte de ese dinero ganado
de la venta de droga acabo comprando toda una serie de mejoras. Un protector de
médula que sacrificaba los inyectores de drogas de combate por nanobots, blindado
subcutáneo con amortiguadores electromagnéticos, un administrador de energía
avanzado para evitar que algo le fallase en el peor momento. Estaba a medio camino
de ser un borg.

Tuvieron un par de momentos épicos. Carlos en una carrera ganada por muy poco a
unos latinos de la banda que controlaba el territorio exigieron que se les diera el
primer premio de la carrera. Rodearon al director de la misma y un par de
guardaespaldas que tenía, poniéndose gallitos con ellos. La gente se quedo mirando,
algunos les silbaban pero los tipos erre que erre.

Por supuesto había un sistema para eso. A Carlos le darían el pago más tarde y a los
problemáticos le exigirían la devolución o se quedarían fuera de los circuitos para
siempre. Pero Carlos, desde cierta edad se había prometido no dejarse pisar, así que
cuando la cosa se calentaba en vez de remitir fue al maletero frontal y se enfundó a la
cintura las vipers delante del gallito moreno tatuado con rositas que le bacilaba con su
pistola levantada de esa forma incorrecta típica de los pandilleros.

El desgraciado ya andaba llamando la atención sobre “el gringo”, curioso ya que al


ser de ascendencia mediterránea tenía mas de latino que todos ellos juntos, y
excitándose demasiado. En uno de sus muchos deslices le quito el arma de las manos,
como le había enseñado Oscar, y le reventó los huevos con ella. Los amigos
intentaron disparárle pero claro, con sin pelotas delante era complicado.

Sujetó su cuerpo con el brazo izquierdo y por el costado del cobarde muerto, sacó la
viper y empezó matar, de los ocho que eran en dos minutos pasaron a ser cuatro. Sin
munición se agacho, recargó dejando que el muerto hiciese de escudo y de un
empujón lo apartó, disparando a dos manos.

Los otros cuatro consiguieron acertar algún tiro pero con ese blindaje las balas de sus
pistolas ligeras solo conseguían arañazos. Una vez terminado miro a su moto, había
recibido un par de tiros, así que ejecutó a los heridos.

Para entonces solo quedaba el director y sus guardias, que pasaron de meterse en
problemas.

–De nada.
–¡De nada una mierda tío! ¡Joder! ¡Te los has cargado a todos!

–Ya no darán problemas de nuevo. –Carlos se fundó las pistolas y se encendió un


porro.

–¡Pues claro que los darán! ¡Su gente los dará!

–Te darían muchos más a la larga si piensan que eres un panoli.

–Que suerte la mía que van a estar más preocupados buscándote para vengar a sus
hermanos.

–Que mala suerte si me encuentran para ellos ¿Me vas a pagar hoy?

–Aquí tienes tus créditos. –La hizo una transacción digital. Carlos se fue para la
moto. –¡No vuelvas por aquí! ¿¡Entendido!?

Carlos se bajo de la moto. –Entonces tienes que pagarme el plus de protección.

–¿¡Que mierda!?

–Por haberte protegido de estos payasos. Como deberían haber hecho tus
guardaespaldas.

–¡Que te jodan!

Carlos fue de vuelta al maletero y saco la pesada.

–¡Vale vale! ¡Joder! ¿Cuanto quieres?

–Sus salarios de un mes por.... –Contó los cadáveres. –Ocho.

Se lo pagó. Antes de irse Carlos se despidió –Hasta la próxima carrera.

A la siguiente carrera le acompañó Oscar, que esperó entre la gente. Cuando los
vengadores se vieron entre dos borgs armados hasta los dientes retuvieron a los más
afectados y se largaron de allí.

Un mes más tarde intentaron asaltarlo en plena carrera. Como no, mejor conductor en
nave más capaz, se zafó de ellos enseguida. Eso si perdió el evento.
A día siguiente fueron a su territorio el equipo entero. Los encontraron en un
aparcamiento llano, asfalto y pintura reflectante, de un supermercado, en la esquina
que daba a unas canchas de fútbol. Al pasar por encima con las motos les dejaron caer
granadas de fragmentación, continuaron volando en círculos sobre ellos a la que les
disparaban, en cinco minutos solo quedaron restos.

Otro fue un caos en equipo. Les habían contratado para un ajuste de cuentas. El
dueño del casino Bellagio, Paolo Cruz, en vez de pagar lo que debían le habían
partido la nariz y el brazo a uno de sus clientes, acusándolo de hacer trampas. Nada
nuevo, solo que esta vez el cliente, René, se podía permitir algo de justicia callejera y
reclamar el fortunon que le debían.

Cloe se paso su tiempo en una terraza del edificio, a la que accedió trepando por un
punto ciego, inhabilitando la seguridad, tardó tanto que les preocupó. No es que se le
fuera a freír al cerebro, cualquier neuroimplante decente tiene la capacidad de
apagarse antes de matar a su dueño. Pero había historias sobre traumas psicológicos y
mentes atrapadas en la red para siempre que les asustaban, leyendas urbanas que para
unos ignorantes en la materia eran una posibilidad.

Al final les dio la señal y se abalanzaron a la carrera sobre los dos guardias de la
puerta trasera desde detrás de los omnipresentes setos de plástico que decoraban los
alrededores del llamativo casino. Los noquearon en segundos. Carlos abrió la puerta
y entraron arma en mano.

Sus oponentes no podían ni visualizarles por las cámaras ni pedir ayuda pero en el
momento en que su seguridad se desintegró tenían claro que, por alguna parte de la
gran estructura que era el casino, les estaban asaltando. Y eran gente de disparar
primero y preguntar después, así que ellos no se cortaron.

Según avanzaban por los tapizados largos pasillos rococos cualquiera que no fuese un
cliente o personal de servicio recibía un balazo perforante en la cabeza, dieron por
supuesto que todos los guardias llevaban blindaje.

Así avanzaron a la vista, sin esconderse, matando a la carrera a los fortachones en


traje del camino hasta la sala de control. Una vez en la blindada puerta Carlos la abrió
con la cobertura de Oscar. Luego arrojaron dentro toda la pirotecnia, fragmentación,
conmoción y a dentro, a seguir disparando. La sala era una gran habitación con
muchos escritorios repletos de tecnología mirando hacia un panel central con
multitud de pantallas, moqueta roja, paredes negras y bordes dorados. Con ella bajo
control clavaron el pincho de conexión remota en uno de los ordenadores
supervivientes con acceso a la subred y defendieron el lugar en lo que Cloe hacía su
magia. Carlos soldó la puerta principal lo que les daba un tiempo precioso para
registrar la zona y prepararse.
Suerte que fueron rápidos porque los protectores tenían un arsenal hay dentro en una
armario de reja y verja en la parte posterior. Rifles magnéticos y escopetas de
repetición. Agarraron esas joyas y mucha munición.

Cloe les avisó, los hackers estaban apunto de retomar el control de la seguridad.
Antes que los informáticos llegaron los guardias. Le dieron un par de patadas a la
puerta, al poco volvieron con algo pesado e intentaron usarlo de ariete. No parecía
que la puerta fuese a ceder pero ellos se prepararon usando los restos del mobiliario
como trinchera.

Los informáticos recuperaron el control e intentaron gasearlos. Cloe les dijo que
usaran los extintores contra incendios para neutralizar el gas e impedir la visibilidad y
así lo hicieron, la habitación se cubrió de una densa neblina blanca. Oscar lo pasaba
peor pues resistía gracias a estimulantes químicos de su implante de columna, el
polvo de los extintores solo era un atenuante.

Los informáticos habían recuperado el control pero todavía no habían echado a su


hacker, Cloe les paso la localización de todos los guardias del edificio. Sabiendo
donde estaban y teniendo armas de perforación aquello se convirtió en un juego de
tiro al plato.

Los sujetos se retiraron a la carrera en cuanto les impactaron las primeras balas a
sabiendas de que no tenían nada que hacer. Cloe les avisó, el trabajo estaba hecho, el
cliente había recibido los fondos, hora de salir.

Carlos saco su soldador iónico de nuevo y en un momento ya tenía la puerta abierta,


los guardias le habían hecho la mitad del trabajo con su ariete. Salieron de entre la
nube de vapor a la carrera como dos fantasmas blancos que dejaban tras de si un
rastro de polbillo del mismo color. Oscar recuperaba el aire rápido gracias a sus
pulmones biónicos.

Fueron a salir por donde habían entrado, el problema es que estaba hasta la bandera
de gente. Sabían que en ese momento se celebraba una competición de poker,
pensaron que eso jugaría a su favor a hacer más complicada la reacción eficiente de la
seguridad con tanta gente y movimiento. Lo que no se imaginaron es que serían tan
descuidados de evacuarlos hacía el mismo lugar donde acontecía la acción.

Los asistentes, preocupados por su supervivencia, se habían saltado los protocolos y


estaban aterrizando sus vehículos en plena calle para huir. Así que tenían por delante
un montón de personas de elegante vestimenta corriendo en todas direcciones con un
montón de vehículos de alta gama aterrizando sin orden ni concierto alrededor, lo que
impedía acercarse a sus propios vehículos.
Siguieron corriendo con la idea de alejarse de la zona y escapar por otra parte, por
medio de la multitud. Los guardias que ya sabían donde estaban por las cámaras
corrieron a enfrentarles y no tuvieron reservas en disparar a los lechosos armados a
pesar del peligro para sus invitados.

Oscar y Carlos se cubrieron tras un autocar ya en el suelo y les devolvieron el fuego.


Si antes había miedo ahora era pánico. Gente gritando, corriendo por la zona de
combate, ventoleras de aire cálido expulsadas por los vehículo, personas quemadas
por el vapor, asistentes armados que se unían a la refriega, conductores que no habían
tocado un volante en décadas tomando el control de los vehículos, chocando contra
otros autos. El efecto dominó sumió en el caos absoluto a la calle.

Fueron retrocediendo de auto en auto según aterrizaban, alejándose a la vez que


disparaban contra guardias e involucrados. Los enemigos eran más pero el caos
estaba de su parte y Oscar era una máquina de matar potenciada por el slo-mow. Aún
así no podían quedarse y reclamar la colina, la policía estaría de camino. Avisaron a
Cloe para que se marchara por su lado, sería mejor que ni se acercaran a ella, y
creando una distracción con granadas de luz salieron corriendo de la estampida por
calles adyacentes junto a la manada de trajeados a la fuga.

En cuanto consiguieron distancia suficiente llamaron por remoto a la moto y salieron


de allí a la carrera hasta un sector abandonado en donde le quitaron la capa de pintura
temporal que le habían puesto a las motos con anterioridad y le cambiaron la
matrícula. Ya tenían pensado la táctica pues era obvio que los de tráfico les seguirían
con las cámaras al poco de perpetrar el robo.

Entre las ruinas se encontraron con Cloe. Una vez borradas las huellas digitales había
descendido haciendo rápel y se había marchado en su auto. Estaba hecha un manojo
de nervios, por el camino en solitario se había enterado de que salían en las noticias.

De vuelta a la casa de Carlos pudieron verlas en la pantalla grande después de


limpiarse. Ya fuese por balas perdidas o el caos generado habían muerto ocho civiles
y otra veintena estaban heridos. A nadie le importaba mucho una pelea entre mafiosos
de casino, ni contaron a los guardias muertos, pero cuerpos en las calles era otra
historia. Las imágenes no tenían desperdicio, no se les veían las caras por los tatuajes
de difusión pero claro, el resto, dos tipos glaseados disparando contra los guardias
entre la marabunta de coches y gente, era todo un circo.
La abundancia de tiroteos hizo que a la semana el suceso hubiese caído en el olvido
mediático. Por otro lado, como el casino no puedo untar a nadie, no tenía dinero, se
tuvo que comer la responsabilidad de lo sucedido de cara al público, lo que René
considero un aliciente, y les pagó un bonus por el trabajo. Teniendo en cuenta la parte
que les correspondía del robo, el pago y el bonus salieron a un montón cada uno, y en
blanco, el cliente se encargó de esa parte. Por si acaso Cloe lo revisó sin hallar
irregularidades. El nudo en cambio estaba que se subía por las paredes, jurando que
jamás los volvería a contratar.

Con tal perspectiva decidieron tomarse unas vacaciones. Carlos aprovechó para
hacerse la terapia génica de inmortalidad, algo normal pero caro que impediría la
degeneración natural de sus células modificando su ADN. Dado su pasado miserable
había muchas otras modificaciones comunes no realizadas, como la mejora del
sistema inmunológico, metabolismo, densidad osea y muscular, etc. que ya de paso
añadió a la cesta de la compra. Tantos cambios provocaron en él una somnolencia
inaudita, se paso las vacaciones hibernando, preguntándose como antes la gente
seguía esforzándose por prosperar a pesar de ser conscientes de la horrorosa futilidad
de sus efímeras vidas.
Ni oro ni orégano

La misión era escoltar a una memoria humana anónima del punto A, el piso franco
donde se escondía, al B, la fábrica en donde volcaría los diseños. A nadie le gustan
los encargos de escolta, por eso estaban mejor pagados y tras un verano rascándose la
barriga el equipo necesitaba créditos.

Al sujeto le llamaron memo por las risas, un hombre demacrado trajeado como un
corpo con pintas de pandillero superviviente envejecido que al alcanzar cierta edad
decide sentar la cabeza y buscarse un trabajo. Consideró que ir por lugares públicos
atestados de gente sería una medida disuasoria eficaz. Quería viajar deprisa, pero no
se fiaba de ir en aéreonave, ni él ni nadie, quiso ir en monorail a pesar de las
objeciones, como que quedarte suspendido en el aire dentro de una caja que no
puedes manejar no les gustaba. Pero a él sí y él pagaba.

Así que tras un paseito subieron los cuatro al tranvía en dirección a la fábrica de
electrónica. Oscar y Carlos se quedaron cerca, atentos a movimientos extraños, Cloe
se quedo apartada, como si no fuera con ellos, vigilando desde la distancia,
sentándose en el extremo opuesto del vagón.

A la mitad del trayecto la cabina del conductor explotó. El petardazo hizo


extremecerse al tren, temblando y rechinando, parecía una lata de refresco a punto de
ser aplastada. La luz parpadeo, la gente chillo y después se hizo un silencio terrible,
esperando todas las personas allí afinadas caer al vacío y morir. En alguna parte
lloraba un niño.

No cayeron al vacío, la gruesa vía seguía intacta y ellos desplazándose por encima
con la fuerza de la inercia solo interrumpida por algún chispeante roce de la cabina
con la vía que hacia temblar la estructura del vehículo. En los laterales aparecieron
dos furgonetas de las grandes, con propulsión central y apertura lateral, las que
usaban policías y ambulancias, que abrieron sus puertas al unísono.

Algunos ya sabían que iba a pasar. Oscar y Carlos gritaron al vagón que se tiraran al
suelo arrojándose ellos mismos cubriendo al objetivo. De cada furgoneta asomó un
oso ruso con ametralladora pesada incorporada que no dudo en descargar su
munición del cincuenta sobre el vagón de ojalata.

Caos y estruendo, lluvia pesada, gritos, pánico y mucha muerte. Todo el que no se
había arrojado al suelo murió en el acto destrozado por las balas que atravesaban de
lado a lado el endeble contenedor, los cristales se rompieron, los asientos quedaron
hechos añicos, entre los cadáveres las gente que quedaba esperaba aterrada, con las
manos sobre la cabeza y el gritó en la garganta, a que la próxima ráfaga les partiese
en dos.
Se desquitaron bien contra el cajón de chapa, cuando se les acabó la munición había
agujeros por todas partes, las paredes laterales eran un amasijo de metal recortado
que no pasaba de la cintura por donde entraba una fuerte ventolera.

Las furgonetas se acercaron y un grupo de abordaje se enganchó con cables a la


puerta superior de sus autos en vista a saltar dentro del vagón.

A Carlos su implante le avisaba de tres heridas internas por objeto extraño en donde
los nanobots ya trabajaban. Oscar seguía vivo, su marcador de la columna marcaba en
rojo casi en la base. Le avisó de que apagase el medidor y al memo le dijo que se
hiciera el muerto. Ellos hicieron lo mismo, solo que con las armas desenfundadas
escondidas y un estimulante en vena.

Escucharon las botas militares golpear contra el suelo a la que aterrizaban en el


vagón. Cuatro tipos grandes. Esperaron a que se acercaran, nerviosos, tensos. Se
movían con dificultad dada la cantidad de muertos y moribundos en el suelo a los que
apartaban con las botas militares indiferentes a su sifrimiento, una mujer que aullaba
por si hijo muerto callo tras un disparo. Esa fue la señal.

Oscar y Carlos se movieron deprisa y descargaron sus armas sobre los asaltantes. El
blindaje corporal les protegía de las vipers de Carlos pero Oscar llevaba una pesada y
tiraba de slo-mow. Los delanteros cayeron, al estar atados a la furgoneta estos
retrocedían empujando a sus compañeros.

Las vipers se quedaron si munición pronto dada su cadencia por lo que paso a usar las
kamas. No les mataría pero tampoco podrían dispararles. Oscar si que podía.

La presión hizo retroceder a los rusos hasta la puerta, en donde arrojarlos al vacío era
fácil. Lo malo es que sus hermanos mayores ya habían recargado las ametralladoras.

Carlos uso a uno de los rusos como liana hacía la furgoneta de la izquierda entrando
en ella. Oscar lanzo dos granadas de fragmentación a la de la derecha la cual explotó
expulsando al asesino industrial al vacío y empezó a descender envuelta en llamas.

El musculosos ruso de la furgoneta derecha tiro su arma para enfrentarse a Carlos a


mano desnuda, apoyándose en su mayor fuerza y estatura y el hecho que las armas de
Carlos no podrían atravesar su blindaje.

Un barrido con la pierna lo puso en el suelo, tan grande que la furgo votó, Carlos se
puso sobre su cara y ataco a los ojos, él interpuso las mano agarrándole de las
muñecas, intentaba tirarlo hacía la puerta abierta pero no era tan fuerte. El ninja se
movió como un lagarto y le puso la rodilla en la traquea intentando asfixiarlo.
En medio del forcejo la furgo tembló ante el aterrizaje de un nuevo pasajero. Oscar
dejó a Cloe en el lateral opuesto. La bonita hacker estaba en estado de shock con una
mano apretándose las tripas ensangrentadas y la mirada perdida.

El piloto viró a la izquierda para alejarse del vagón pero Oscar había enganchado
uno de os cables en el mismo por lo que solo consiguió turbulencias.

En seguida se estabilizó la nave a pesar de que el piloto no paraba de insistir en


cambiar de rumbo. Oscar le pego in tiro en la frente al ruso con el que forcejeaba
Carlos. –Encargate del piloto, voy a por el cliente.

Carlos fue a la parte delantera y le abrió la garganta al conductor arrojándolo para


atrás y tomando los mandos. Enderezó la nave y la puso en paralelo al vagón para que
Oscar pudiera saltar.

En un momento estaba de vuelta con memo, el cual tenía varios agujeros en las
piernas, desenganchado el vehículo pudieron cerrar la puerta he irse de allí.

Carlos ya tenía marcada la ruta a la clínica más cercana sin embargo estaba difícil
llegar, podía escuchar las sirenas en la distancia, de seguro que ya estaban marcados
por las cámaras de tráfico. De seguro que los rusos tenían un plan para desaparecer
pero ellos estaban improvisando.

Descendió ganando velocidad hasta la altura de los drones de reparto, justo por
encima de la calle, en donde tendría más holgura para hacer girar a la gorda que
pilotaba y si se lo montaba bien el repliegue de los drones sería como una cortina de
obstáculos para los vehículos policiales que preferirían darles aire provocar a un
atropello masivo de personas.

Un poco de zigzagueo entre los edificios, nubes de insectos drones aquí y haya. No
ayudaba con las atenciones de Oscar a los enfermos pero mantenía las distancias con
la policía. Si se ponían al alcance les lanzarían un arpón eléctrico que le apagaría todo
y provocaría la frenada de emergencia automática.

Ya veía a lo lejos la clínica, midió distancias y se apartó por una calle lateral,
avanzando en paralelo continuo con las maniobras de evasión, en un vehículo tan
lento era todo lo que podía hacer mientras la policía intentaba rodearlo. Llegado el
momento avisó a sus compañeros he hizo un giro brusco. Los propulsores frontales
solo servían para la dirección, la única forma de frenar rápido era girar ciento ochenta
grados y usar los propulsores traseros.

Como la nave era torpe empezó la maniobra en el lateral opuesto del lado de la
clínica torciendo por una calle transversal en donde ya de culo apretó al máximo el
acelerador. Tardaron en frenar y se desviaron a la izquierda pero acabaron en frente
de la puerta de suelo de la clínica.
Allí desembarcaron directos al matasanos, poniendo la furgoneta en piloto automático
sin restricciones al punto uno, fuese lo que fuese.

Por supuesto eso no engaño por mucho tiempo a los policías, lo suficiente para entrar
en quirófano, previo pago, donde tenían inmunidad hasta que terminase la operación.
No podrían matarlos sin más y contarles al juez luego que se estaban resistiendo.
Cosa que habría pasado al considerarlos culpables de la matanza, cosa probable das
las circunstancias.

Para cuando pudieron arrestárles sus abogados ya estaban allí, bajo recomendación
del doctor y conocidos a través de los tablones informativos de los bares de
mercenarios en donde publicitaban sus servicios conscientes de las tendencias a tener
problemas con la ley de los runners, algunos de ellos acaudalados.

Todos sobrevivieron, Cloe por muy poco, tuvieron que reanimarla. Dadas sus heridas
ninguno fue a prisión, si no al hospital público.

Obedecieron a sus abogados y hablaron de poco a nada a pesar de las insulsas


acusaciones repletas de fantasía con las que pretendieron asustarlos. Era un
interrogatorio inútil, No hacía falta, las cámaras de tráfico y las de el transporte
público dejaron patentes que se trataban de las víctimas, no de los perpetradores del
crimen. Quedando en una insignificante multa de tráfico en comparación a lo que les
podría haber caído.

Sin embargo el detective al cargo no estaba dispuesto a dejarlo hay y les enseñó los
datos recopilados del hombre memoria. Nada, ese hombre no estaba transportando
nada. No se iban a fiar de un policía, pero eso sumado a las extravagantes
condiciones del transporte les hizo sospechar de que les habían usado de señuelo.

Una vez recuperados quisieron contactar con el nudo, un joven con cierto carisma, un
tanto sobrado, que alardeaba de amistades y vestía de forma festiva que no aparecía
por ninguna parte. Los otros nudos hicieron piña con él, como era de esperar,
dándoles por runners que no sabían asimilar su propio fracaso pues el objetivo no
había llegado a su destino. El dueño del ajo en cambio les echó un cable. Al mocoso
le gustaba jugar al poker y solía participar de una timba cada sábado en una cantina
latina.

El edificio era la típica ruina reutilizada. En la parte baja un bar viejuno que intentaba
mantenerse al día con música de esa década. Supervivientes de la calle de rostros
morenos bebiendo para olvidar, prostitutas al borde da la jubilación intentando
sacarles unos últimos servicios, cerveza y tequila. Demasiadas pistolas dispuestas a
luchar que nada tenían que ver con sus problemas. La puerta de atrás estaba vigilada
por una cámara acorazada y Cloe no estaba allí para apañarla, aún descansaba.
Sin embargo el cuervo del ajo les había dicho que la segunda planta era parte del
local y esa si tenía ventanas.

Carlos uso su kusarigama y lanzando el omori lo enganchó a una farola, trepó hasta la
primera planta y se balanceó hasta alcanzar una de las ventanas, tras comprobar que
no había nadie al otro lado uso las aplicaciones de su brazo mecánico y la abrió.
Premio, no solo estaba dentro, si no que esa era la oficina del dueño.

Arrojó la cuerda afuera e hizo contrapeso para que subiera Oscar.

Dentro había una estantería con la contabilidad, un escritorio con un ordenador,


muchas botellas, una caja fuerte y cajas con cosas del bar.

Oscar se quedó allí en lo que Carlos registraba una habitación tras otra evitando la
cámara del pasillo. Un cuarto de baño, un almacén y la sala de control con un solo
vigilante que cayó a golpe de dardo. Él había traído armas aturdidoras, no tenían nada
contra al gente del lugar. Observó usando el propio sistema de seguridad la forma de
llegar hasta el nudo, Chombo, se hacía llamar. En ese momento Chombo estaba
jugando en esa misma planta, en una de las salas privadas de añejo aspecto de la parte
frontal, luz focal, oscuridad general y tapetes rancios, la única en uso, rodeado de
cinco amigos y con una camarera asistiéndoles. Entre medias había dos guardias
fáciles de neutralizar pues los pillaría de espaldas y otros dos en la puerta que eran el
único obstáculo a salvar.

Apagó los sistemas de vigilancia molestos y abrazó por sorpresa a los guardias fáciles
poniéndolos a descansar en la sala de control, después fue a reunirse con Oscar que
estaba disfrutando de un buen trago de ron.

A Oscar se le ocurrió una forma de separarlos. Apagaron el sistema anti-incendios y


colocaron cerca de la escalera, en un ángulo fuera de la visibilidad del compañero un
cenicero con un papel quemándose.

Funcionó, uno de ellos se acercó al olor preguntando por su compañeros si alarmarse,


en cuanto estuvo separado Oscar lo redujo y Carlos se acercó y disparó un dardo al
que quedaba solo. Los jugadores enviaron a la chica a comprobar el ruido, tan pronto
como salió volvió a entrar con las manos levantadas y la cara de espanto.

–Buenas tardes señores. No se asusten y mantengan las armas enfundadas. Sus


amigos de fuera están bien, solo se están tomando un respiro, pero si alguien hace
alguna tontería aquí mi compañero del rifle cambiara las normas.

–¿Que es lo que quieres pendejo?

–Ese hombre de hay nos debe una explicación y mucho dinero. Contra el resto no
tenemos nada, por ahora.
–Para hacerte llamar chombo no haces buenos amigos. –bromeo uno de los
jugadores.

–A ver, vamos a habarlo.

–Oh sí, teníamos un contrato, resulto ser falso, y ni eso nos pagástes.

–El contrato estaba bien pero no cumplistéis vuestra parte.

–¿Ser los señuelos? Tan bien la cumplimos que sobrevivimos. Ya veremos si puedes
decir tú lo mismo al final de la noche.

–No nos pongamos nerviosos que este no es lugar para broncas.

–Eso es cierto. Con su permiso señores nos vamos a dar una vuelta. Tú cierra la puta
boca y ponte a andar.

–¿Y si no que me vas a hacer?

La metió un dardo en todo el ojo. Le dolió, pero solo un ratito.

–Debiste haberle hecho caso chombo.

Carlos dejo a la chica en paz y se llevo al chombo a hombros en lo que Oscar le


cubría con su rifle modificado. –Que tengan buena noche.

El resto de jugadores siguió con su partida tal cual.

Salieron por la puerta de servicio sin que el resto de guardias les pusieran más pegas
que caras agrias. Ya les habían avisado los de arriba. Lo metieron en el maletero del
Mustang de Oscar. De diseño tan duro como el de su dueño, con el morro más alto y
cortado y el parabrisas con mayor verticalidad que otros autos. Una trasera
respingona con sus destacadas lineas de luz horizontales en rojo terminaba el clásico,
como decía él propietario. Les llevo a un edificio abandonado.

Habitación sucia, poca luz, silla con contrapesos, herramientas, drogas... Igual que
con la chica aquella amante del Camello pelirojo, solo que sin piedad.

Oscar le despertó de un guantazo. Las dosis no eran fuertes, los guantazos sí. Le
habían puesto una cámara apuntándole desde una esquina desde don le enfocaba bien
el rostro. Querían limpiar su reputación ya de paso.

–¿Que creéis que vais a lograr con esto?

–Podríamos empezar por nuestro dinero.


–¿Ha llegado ya el objetivo a la fábrica? Dicen que es mejor tarde que nunca.

–Aplicate el cuento, ahora mismo estas más cerca del nunca que del tarde. –Carlos
hacía del bueno.

–Tuvimos acceso a las memoria del transportista. No había una puta mierda dentro.
–Oscar del malo.

–Que amables fueron los policías de dejaros ver la película. Es una pena que se les
olvidara gravar algo después de borrar.

–O a lo mejor no borraron nada. Si fuesen secretos industriales habrían tenido que


pedir permiso a media ciudad para abrirle la cabeza a tú amigo. Pero se lo sacaron en
una tarde, con su permiso, vaya transportista más poco comprometido.

–Tenía un pasado turbio, le pincharían con algo ¡Os han mentido idiotas!

Oscar le metió un puñetazo. –Tú nos has mentido ¿Por donde fue el verdadero
transporte? ¿Iba tan siquiera a la misma fábrica? ¿Llamastes tú mismo a los rusos?

–Lo único bueno que habéis hecho, al menos no a caído en manos enemigas. Aunque
a saber donde acaba ahora que esta en manos de la bofia.

Oscar le dio otro meneo.

–El caso es que ya empezamos a sospechar al principio. Lo de querer ir por lugares


públicos era normal. Pero el monorail, menuda payasada. –Carlos chasqueó a lengua.
–Es para pijitos y él es morralla de la calle.

–Para gustos...

Otro golpe. Y otro. Oscar se le acercó. –¿Te das cuenta de que no nos haces falta?
Cuando liberen a tu compinche, que lo mismo esta tan cabreado como nosotros, le
sacaremos la verdad.

–Él no sabe una mierda. –rió. Lo que le gano otro puñetazo.

–Ya... es tu especialidad, buscar pringaos que nadie vaya a echar en falta y quemarlos
en un trabajito del que no vuelvan. Fácil y barato. –dijo Carlos.

–Lo has dicho tú no yo.

–El que le contó a los rusos el itinerario también era un pringaó. Te lo digo por
preguntarle cuando te llevemos a desmantelar.
–No tenéis huevos a acercaros a los rusos.

Oscar le atizó. –¿Por qué no? Piénsalo, en realidad nos manipulastes a ambos,
tenemos bastante en común, y de seguro que desean preguntarte un par de cosas
también. Creo que nos llevaremos muy bien.

–¿Me vais a vender a los rusos?

–Es una buena forma de hacer las paces, y recuperar los ingresos, de seguro que nos
pagan bien.

–La info ya esta en su destino. No tengo nada de interés.

Oscar rio. –Parece que no te gusta la idea de ser descuartizado. Es una pena porque
me he traído unos juguetes. –Oscar acercó las herramientas –Ya ves ese negocio no es
monopolio suyo y yo siempre quise ser doctor.

–“La info ya esta en su destino” ¿No la tenía la policía? O es que la verdadera iba a
comisaría ¿Le has contado los secretitos de alguien quizás?

–No, yo no... Jamás haría eso.

–¿Hacer que? –preguntó Carlos.

–Chivarme a los maderos.

–Rusia opina diferente, siempre que haya un intermediario sacrificable tu contarías lo


que hiciera falta.

–Esto no va a ninguna parte. Os pagare el dinero aunque la hayáis cagado.


¿Contentos?

–Yo no ¿Y tú?

Oscar atrapo con unas tenazas la uña del meñique de Chombo y tiró. El reo gritó.
–No, no estamos contentos.

Antes de llegar al dedo gordo del primer pie el miserable había cantado todo. Un plan
sencillo de distracción. Como no tenía dinero para pagarles le dieron un poco más de
tralla y se lo llevaron, ignorando ruegos y suplicas, a Iván, junto con una copia de la
agravación, el cual les pagó por la carne y el metal una suma decente, ya que llevaba
bastante chapa incorporada. Lo importante era que con eso hacían las paces, pues
antes de despiezarlo lo exprimirían a gusto, descubriendo donde estaba lo que
buscaban.
Cuando Cloe estuvo recuperada puso la cinta en circulación por los canales
apropiados de la red. No solo limpiaba su reputación, no muy dañada, a veces los
trabajos salen mal, si no que dejaba claro que les pasaría a los nudos malos que se la
jugasen.
Competencia desleal

Era una de esas tardes ociosas en las que Oscar lo llamo para ir a tomar unas
cervezas en “el ajo”, le guió directo al privado, lo que venía significar trabajo. Sin
Cloe, lo que era raro.

–¿Cloe no viene?

–No, solo quiero preguntarte sobre algo.

–Debe de ser importante si no quieres que nos escuchen.

–No tiene porqué. Iré al grano. Me he enterado de un trabajo de rescate. Los


chatarreros borg se han llevado a un cerebrín a su cubil, solo que no para desguazarlo,
si no para ponerlo a trabajar, por lo visto es bueno con las pociones.

–¿Y?

–Que se lo han quitado a tus antiguos amiguitos, los hermanos bolivianos ¿Sería un
problema?

–No en lo sentimental si es a lo que te refieres. Lo que deberías preguntarte es si


merece la pena meterse en una pelea entre bandas.

–¿No es lo que siempre hacemos?

–En cierto modo... Sí. Solo digo que se lo pueden tomar como algo muy personal.

–La clave es que no nos pillen, como siempre.

–Para que lo tenga claro ¿Quieres que nosotros tres asaltemos un hormiguero borg?

–Son siniestros, no fuertes, y la paga es buena.

Oscar aceptó el trabajo y un día después fueron a inspeccionar el lugar. La fábrica era
una enredadera laberíntica de tubos sobre plataformas desde una variedad de tanques
y depósitos hasta la gran estructura central en donde el nudo de tuberías formaba una
amasijo. La nave era sencilla, al menos por fuera, un espacio alto de unas dos plantas
con tejado de sierra y ventanas en un solo lateral, en el opuesto un edificio anexo
rectangular, la batería de muelles de carga de cara al exterior denotaba su uso de
almacén. Cerca del nudo ascendían dos largas chimeneas.
Tenía dos entradas de personal, una se encontraba en un edificio tradicional, como el
de un bloque de viviendas, entre los muelles y el lado del nudo. En ese edificio un
letrero desgastado anunciaba a la anterior empresa propietaria, Pablion, ninguno
recordó a que se dedeicaban. El otro estaba en el extremo sin ocupar, una caja amplia
con muchas ventanas y un gran aparcamiento liso en frente.

Entre tanta pasarela y tubería había mucho lugar en donde esconderse, pero también
en donde esconder la seguridad electrónica. Oscar detectó lo que sospechaba podrían
ser minas, así que dejaron de merodear y volvieron más tarde con los drones espía de
Carlos.

En la segunda revisión encontraron no solo cámaras, si no minas anti-persona y


cargas de morral, entrar por tierra era un suicidio, un paso en falso y serían
volatilizados.

Siguieron explorando con los drones, teniendo que hacer varios vuelos dada su escasa
autonomía. Encontraron la improvisada y austera habitación/celda del objetivo,
Lucius O'conell, un hombre ya mayor, peinado en cortinilla y obeso, siempre
enfurruñado. Dormía en la planta intermedia del edificio de oficinas, el de la entrada
principal, transformado en viviendas desde la segunda planta. La primera seguía
siendo una administración de escaso mobiliario, minímalista al extremo de la
pobreza. En la segunda vivían de forma más decente algunas personas, que por la
fatal de cuero y pinchos debían de ser todos esclavos, la tercera eran las habitaciones
de los mandamases, por la basura acumulada bien podrían ser ratas.

Para basura la del edificio de personal, ese gran cajón al lado del aparcamiento que
una vez fue el comedor, las taquillas, baños, enfermería y demás era una comuna de
borgs punks con al menos veinte cucarachas por persona durmiendo en catres cutres,
para dormir y chutarse, con mochilas a los pies por armarios y bolsas de desechos en
las esquinas. compartiendo lavabos, duchas y vete a saber que más. De seguro que les
pagaban en especia al menos la mitad del salario.

Dentro de la nave estaba los laboratorios, unos grandes de producción industrial y


otros más pequeños en el lateral de la segunda planta, debajo de los segundos estaban
los almacenes de materias primas. El edificio restante seguía manteniendo sus
funciones de almacén, solo habían cambiado los productos.

Con el mapeado hecho se reunieron para calcular la estrategia. La ganadora fue la de


comprar una furgoneta y llevarla por control remoto hasta las proximidades,
detonando el dispositivo de pulso electromagnético que llevaría dentro en la azotea,
donde se estrellaría, total tampoco iba a sobrevivir a las ametralladoras automáticas
apostadas. Aprovechando que los borgs baratos estarían fuera de juego por el apagado
de sus implantes, entrar por el techo haciendo un boquete con explosivos, si es que la
furgoneta no lo había hecho ya. Entrar con mucha violencia y sacar al señor O'conell
antes de que se recompusieran sus habitantes.
Carlos y Oscar se pusieron con la fabricación del PEM casero del tamaño apropiado,
Mason les consiguió la furgoneta más barata de la historia, luego la apañaron para
que aguantase el fuego enemigo durante el corto vuelo. Cloe se preparó y refino unos
hackeos rápidos potentes, por algo las netrunners eran la pesadilla de los borg.
Después del susto del monorail se había gastado el dinero en unos implantes de
resistencia, por el tema del aspecto ella, como tantas otras mujeres, había sido
reticente a implantarse nada que afeara su cuerpo, de hecho no se notaba nada de lo
nuevo, todo era interno. Blindaje ligero subcutáneo, esqueleto reforzado y un sistema
de reanimación en el esternón. Entre eso y el cyberware tenía más cables por dentro
que ninguno, la pobre nunca conseguía ahorrar.

Como los chatarreros borg eran como vampiros en sus costumbres los atacaron al
mediodía. El pulgón fue derechito al sector deseado, cayendo en picado, un pelín
desviada a la derecha bajo el inclemente fuego de las ametralladoras. Oscar hizo los
honores, disfrutó apretando el gran botón rojo, a pesar de que no explotase nada, solo
pensando que los había apagado a todos. Como el tejado no había sido atendido en
años más que para parchear goteras lo atravesó como si fuera de papel, estrellándose
en medio de la fábrica, arrollando todo el carísimo instrumental en al menos diez
metros antes de detenerse.

El siguiente en aterrizar fue Oscar en su coche, colocando con rapidez el explosivo en


el tejado del bloque en lo que Carlos y Cloe acababan con las ametralladoras desde el
aire. Lo detonó en cuanto estuvo a resguardo, corriendo de nuevo al boquete para
entrar sin esperar al resto que todavía estaban aterrizando. Para cuando se colaron los
dos Oscar acababa de entrar a la tercera habitación a golpe de escopeta. Estaba
entrando de forma sistemática cuarto por cuarto acabando con los aturdidos borg. Le
dejaron a lo suyo y descendieron por las escaleras a la segunda planta. Cloe se quedó
custodiándolas en lo que Carlos abría las habitaciones a base de tiro y patada.
Primero O'conell y después el resto.

Cloe gritó advirtiendo la llegada de enemigos. Ya se imaginaron que algunos estarían


preparados contra un PEM. Carlos disparó desde arriba su escopeta contra los que los
dos que veía, Cloe los mantenía retorciéndose y gritando como locos, le dijo que ella
se encargaba y Carlos siguió liberando gente. Arriba a Oscar se el tenía que estar
complicando porque se seguía escuchando refriega.

Cuando Caros terminó de sacar gente de las habitaciones tiraron un par de granadas
incendiarias por el agujero y subieron con los prisioneros. Al llegar a la tercera planta
pudieron ver la razón del retraso de su líder, estaba peleando a puñetazos contra un un
borg como un tractor, todo máquina, excepto algo de la cabeza, parte del torso y
quizás al entrepierna. Nada de implantes de aspecto humano, piezas de simple y dura
maquinaria industrial intentando desmembrar a Oscar a base de estirar en un pasillo
en el que apenas entraba cuya pelea había plagado sus débiles paredes de boquetes.
Carlos embistió disparando la escopeta sin más resultado que abollarlo, el androide
fue a golpearlo con su brazo de grúa pero se agacho y acabó la pinza empotrada
contra la pared donde hizo un boquete. Eso le liberó un brazo a Oscar que estaba
levantado en el aire por el otro e intentaba golpear a su enemigo en la poca carne que
le quedaba para que le soltara desesperado por el dolor. Cloe gritaba que se separaran
para poder pararlo pero aquella mano de pinzas neumáticas se movía deprisa y atrapó
el cuello de Oscar. Carlos saco el soldador de su brazo y atacó el punto débil del
mecanismo del brazo opresor liberando a Oscar, el borg se quejó y giró sobre sus
mecánicas patas de cabra lanzando la pinza funcional le agarró por la espalda de la
cazadora desde arriba levantándolo como un cachorro, Carlos se desprendió de ella
para liberarse cayendo al suelo. Entonces Cloe hizo su magia, el robot chisporroteó y
tembló antes de apagarse para desconcierto de su dueño que seguía consciente a pesar
de la descarga, visiblemente aturdido y asustado ante la parálisis de sus miembros
inorgánicos. Oscar Cogió su pistola, se la metió en la boca y esparramo sus sesos por
techo y pared.

Abajo se escuchaban a los refuerzos apagando el fuego con extintores, en la


habitación del agujero los fugados escalaban como podían por las ruinas. O'conell
aún intentaba levantar su obeso trasero del borde del boquete. No estaban muy por la
albor de ayudarse entre ellos. Tuvieron que organizarlo para subir a los que quedaban.

Con un poco de orden y ayuda enseguida estuvieron arriba, Los rescatados eran a
parte del objetivo un hombre y cuatro mujeres de aspecto desaliñado. Una de las
mujeres estaba intentando forzar el coche de Oscar el cual la golpeo la cabeza contra
el chasis dejándola inconsciente y la metió en el maletero.

–¡Se supone que las estamos rescatando! –Le recriminó Cloe.

–No tenemos tiempo ni para meterla en razón ni para un ataque de ansiedad. –Miro a
los restantes y señaló su coche cuyas puertas se abrían. –Los que quieran salir de aquí
al coche rapidito y sin tonterías.

–Cortinilla tú conmigo –Le indicó Carlos –Cloe una grupal.

–Por favor. –le recriminó.

Oscar lanzó un par de granadas al agujero y todos elevaron el vuelo. –¿Alguien me


puede explicar como a acabado con nosotros la familia de cortinilla?

–Ha sido cosa mía. –dijo Carlos

–¿Quieres un perrito también?

–¿No eras tú al que el daban grima los borg? No íbamos a dejar a esta gente con ellos.
–Si la loca hubiera sabido robar coches ahora estaríamos en un problema.

–O si ese mecha te hubiera derrotado sin que nos enterásemos ¿No podías pedir
ayuda? ¿O esperar al resto? –Apuntó Cloe

–Le tenía dominado.

–Lo hemos visto.

–Vale, seguimos de una pieza es lo que cuenta. Por cierto ¿Les pedimos un extra a
esta gente? Si no pueden pagar una de las chicas...

–¡Agh! ¡Oscar!

–Dejémosles cerca de una comisaría. Con O'cortinilla me gustaría hablar antes de


devolverlo. –dijo Carlos.

–Nunca se saca nada bueno de resucitar fantasmas impávido.

–Me separo un rato. Cuando termine os doy un toque y vamos al punto de entrega.

Carlos aterrizó en un aparcamiento de azotea donde se apearon un momento. Lejos


del gentío y sus discretos oídos.

–Gracias colega ¿Aquí es donde me va a recoger el nudo?

–Veo que sabes de que va esto.

–Vivo en este mundo.

–Quería preguntarte algo, por curiosidad.

–Dispara. la pregunta. –dijo haciendo la coña de levantar las manos, estaba nervioso.

–El slo-mow entro muy fuerte pero cada vez es de peor calidad ¿Que esta pasando?
–Eso era cierto, se rumoreaba en toda la ciudad.

–Lo dices porque no has probado mi remesa. La mejor que se haya hecho nunca.

–Debe de ser nueva.

–Ya llevo un par de meses... Supongo que aún no ha llegado a todas partes... Dile a tu
proveedor que te pase de la de O'conell, y rebajada, por legal.

–Gracias. De todas formas ¿Que paso?


–Nada, que el tipo que hizo la primera murió reventado en un coche por culpa de su
piba. No me sorprendió, era un gilipoyas, hábil, pero gilipoyas. A ese cabrón le
enseñe yo a hacer slo-mow ¿Sabes como me lo agradeció? Se piro, teníamos un
negocio de puta madre y va y me deja tirado junto a otros dos mierdas para venirse
aquí a comer corpopoyas.

–¿Ahora es tu negocio?

–No, que va, los muy imbéciles acabaron vendiéndose barato a unas corporatas.

–¿Quienes?

–¿Que más da? ¿Acaso no son todos los corpo iguales?

–Creía que trabajaban con los hermanos Bolivar.

–No, no. que va, Con esos hizo un trato el que quedó después de una trifulcas para
que no se lo comiera la ciudad. Los que mandan son los Lupo.

–¿Lupo?

–Heeee... Sí bueno. Son los que pasan lo que necesitan a los que mandan, esos que no
salen de casa sin cuatro gorilas y no pillan en la calle porque no salen de su distrito ni
para peerse. Yo no te he dicho nada claro.

–No. Tampoco es que vaya a ir a comprarles, de seguro que cobran el triple por todo.

–Ni te venderían. No te ofendas. Ya sabes solo clientela selecta, alto secreto, esas
mierdas.

–No parece que te caigan muy bien.

–No bueno... Son mis jefes ¿A quién le cae bien su jefe?

–A nadie, cierto. Lo que no entiendo es: Si tenías un negocio de puta madre ¿Por qué
te vinistes aquí?

–Buena pregunta chico, buena pregunta.

–¿Te pagan más?

–¿Que pasa buscas empleo? –Sonrió. Carlos le puso cara de molesto –No te enfades
amigo, es solo una coña. Sí pagan más, pero no soy menos esclavo que con los borg...
¿Tarda mucho el nudo no?
–Te podrías ir corriendo ahora mismo.

–¿De veras...? –O'conell le miro extrañado, sospechando. –No, me encontrarían antes


de llegar a órbita. Además tampoco me tratan mal, son muy majos. Se agradece.

–Sube, mis chumbs ya han liberado al resto. No te iba a devolver solo.

El resto del trabajo fue pura rutina.


Discrepancias

Cloe se presento en su apartamento. Lo cual era raro, porque ni tocaba reunión de


trabajo ni estaban borrachos.

–¿Puedo pasar?

–Adelante.

Entró con paso firme directa al mueble bar. Si había perdido permiso no era por
educación, si no por el posible sistema de seguridad automático que algunas personas
tenían en sus hogares, dispuestos a disparar a los intrusos. No era el caso de Carlos.

–Puedes servirte algo –dijo a modo de mofa –Y ya de paso servirme a mi un vodka.

–Acerca la naranja.

Ella era de whiskey, como chica dura le iba lo amargo. Se preparó uno para ella y un
destornillador para él, los puso sobre la mesa del centro y se sentó en el sofá cruzando
las piernas.

La casa de Carlos era un loft con salida al exterior una planta por debajo de las
viviendas, en teoría era zona comercial. No debería estar viviendo allí pero al
arrendador le daba igual mientras pagase. En la fachada exterior al tragaluz un grafiti
anunciaba un taller pero en la puerta siempre ponía “Cerrado”. La planta baja era el
taller, en donde guardaba y mantenía sus vehículos, con dos almacenes al fondo, uno
para las armas y otro para sus cosas. La terraza alta estaba dividida en dos por una
pared que él había mandado construir. La parte exterior contaba con las escaleras en
el lado opuesto a la entrada, el minigimnasio con su banco de pesas y muñeco de
entrenamiento, un sofá y un par de sillones con una mesita baja y un televisor
plegable en el techo a modo de salón y una cocina simple en un recoveco saliente de
la terraza cerca de la entrada. En la interior estaba el pasillo de entrada directo al lado
de la cocina y dos habitaciones a las que se accedía desde la terraza, el cuarto de baño
y su dormitorio en el lado de las escaleras. Había puesto ventanas de pega allá donde
hubiese hueco para que la batcueva no fuera tan agobiante y el armario de su cuarto
tenía un doble fondo en un lateral con salida a la terraza en donde esconderse si fuera
necesario.

–Tú me dirás. –Inicio Carlos a la que se sentaba.

–¿No te parece que nos estamos pasando de la raya?

–¿A que te refieres?

–En la misión anterior Oscar golpeó a una rehen.


–Bueno, estaba hasta arriba de adrenalina y la muy zorra intentaba robarle el coche
para dejarnos tirados ante los chatarreros, eso después de haberla rescatado.

–Ya, vale. Pero estaba aterrada. No lo hacía con maldad ¿Era necesaria dejarla
inconsciente contra la puerta?

–Es verdad que se lo podía haber tomado con más calma ¿A donde pretendes llegar?

–Pues a lo que te he dicho ¿En lo del casino cuanta gente murió? Sí, lo sé, era un
fuego cruzado, todo era caos y tiros, pero murió gente inocente. En el tren podríamos
haber intentado salvar a alguien más, quedaban supervivientes.

La interrumpió. –Si hubiéramos hecho eso al menos tú no estarías aquí.

–Y lo agradezco ¿Pero que me dices del nudo torturado? Seguisteis después de que
hablase.

–¡Ese hijo de puta nos intento matar!

–Así que a ti te parece bien.

–No. Es decir, se que esta mal. Pero somos runners, nos ganamos la vida con el
crimen.

–¿Es necesario ser crueles?

–A veces sí. Otras no. ¿Quieres que hable con Oscar sobre el trato de rehenes?

–Y sobre disfrutar de las torturas.

–No disfruta con eso.

–¿De veras? A mi me da que le encanta la acción. ¿Por qué crees que no nos avisó
cuando peleaba contra el robot borg ese? ¿Le vistes la cara? Estaba riendo.

–Se deja llevar un poco. Es soldado.

–Hasta que un día lo maten por ello. ¿Te has fijado en todo lo que toma?
Bloqueantes, estimulantes, slo-mow, alcohol, tabaco y no en pequeñas dosis.

–¿Que quieres que haga?

–Que le convenzas de que baje el nivel, que frene un poco.

–Vale, se lo comentare a ver que tal.


–No, insístele, si no no va ha hacer ni caso.

–¿Por qué no se lo dices tú?

–A mi no me escuchara.

–Claro que te escucha, eres parte del equipo.

–Pero siempre rechaza mis trabajos.

–No todos. Es que es un tanto tiquismiquis con los corpos, por lo de que se
deshicieran de él cuando estaba en el cuerpo.

–¿No crees que ya va siendo hora de que lo supere?

Una de esas tardes en que quedaban para tomar algo en su bar preferido, una tasca de
dos plantas con mucho neón y un hueco central en donde bailaban mujeres reales, no
hologramas retocados, llamada Kleinmann, en la calle Germania, famosa por sus
cervezas de producción local, Carlos le sacó el tema.

–¿Cloe esta preocupada por ti?

–¿Me va afollar?

–Creo que no.

–Eso es que no le preocupa tanto.

–Dice que se te va la mano.

–¡No la he tocado!

–No esa mano listillo.

–¿Es por lo de la pava del coche?

–Eso y lo de “el Chombo”, no le molo la segunda sesión.

–Había que enviar un mensaje.

–Ya, lo pillo. Pero su razón no le falta.

–Ok. Con la tía aquella me pase un poco. Lo siento.

–También dice que te pasas con las drogas.


–¿Ahora eres su perrito faldero?

–¿Te pasas?

–¿O mi padre?

–No te voy a perseguir para llevarte las cuentas. Ya sabes a lo que me dedicaba antes,
si yo nunca pase de la maría y es por algo.

–Sí sí. Me estas agriando la cerveza.

–Solo dime una cosa y te dejo en paz. A parte de en combate ¿Consumes slo-mow?

–¿¡Que más te da!?

–¡Joder chumb! ¡Que tú mismo me explicastes el resultado!

–¿Quieres que te explique otro resultado? Tú y las mujeres. Te echan un polvo, te


dicen que te quieren y te comen la hoya. Tú las rescatas, las mantienes, las solucionas
sus marrones, pero llega el día de paga y te dejan por un salario más alto. Y no
aprendes.

Se hizo un silencio incómodo. –¿Mejor ahora?

–¡Joder Carlos! Tú deja el tema.

Lo dejo por no pelear. Siguieron hablando de trivialidades sin llegar a perder del todo
ese regusto amargo que dejan las palabras hirientes. Ya en casa y solo, reflexiono
¿Quién era él para criticarlo cuando era otro adicto? Si a él no le decían nada era
porque creían que ganaba un jugoso extra con las carreras. La realidad era diferente,
entre reparaciones y derrotas apenas había amortizado la Duca-Suki. Si Corría era por
el subidón. Sin embargo no dejaba de querer concienciarlo, ese viejo gruñón era su
mejor amigo ¿Como hacer nadar a una piedra?

Pensando en aquello, sentado en su sofá, con un blues de fondo, las luces apagadas y
un baso de crema de orujo en la mano, llego a la conclusión que solo puede alcanzar
alguien que entienda de vicios. Que un adicto es solo un suicida incapaz de reunir el
inmenso coraje necesario para quitarse la vida. No era tan complicado de entender,
puede que las corporaciones hubiesen engañado a la humanidad haciéndola creer que
el dinero lo es todo y el éxito laboral la meta máxima y principal característica de
cada uno, pero la realidad natural se acaba imponiendo. Somos la suma de lo que
hacemos y lo que nos hacen y valemos tanto como nuestra historia. Oscar sería un
gran mercenario con mucha plata, pero seguía siendo un miserable, le habían jodido
demasiado y su historia era una tragedia. Por un momento se vio reflejado en él y
temió.
El hueso

Llegó a la conclusión de que lo único que podía hacer por Oscar era ser un buen
amigo, con la esperanza de que ese sostén fuese suficiente para que eligiera vivir y
dejase los venenos.

Otra amistad llamo su atención. Mason. Le habían despedido y arruinado con una
multa tras pillarle “arreglando” el electrodoméstico de un director ejecutivo de algo
importante cuando estaba retirando otra máquina que sí estaba averiada. Necesitaba
trabajo y pronto o le echarían de su casa.

Mason era de fiar, pero con lo nervioso que se puso cuando lo del slo-mow quedaba
claro que no valía para entrar en sitios arma en mano. Antes de concederle un
préstamo a fondo perdido preguntó si alguien tenía algo para un manitas sin
diplomas. La respuesta era no, gente como Mason la había a patadas y todos preferían
a su chico de confianza.

Le hizo el préstamo aún a sabiendas de que al mes siguiente volvería en la misma


situación.

La última amistad que tenía algo que decir era Cloe. Se enteró por la red de que una
netrunner había robado una fórmula muy valiosa a una farmacéutica de renombre,
Rochi, la seguridad consiguió ejecutarla antes de que hiciese la entrega pero no
encontraron los datos en su cuerpo. No mucho más tarde esa misma seguridad
descubrió que poco antes de que la abatieran se los había enviado a un periodista
amigo suyo. Cuando fueron a buscarle este había volado. De repente todo el que era
alguien en el mundillo, incluidos los dueños legítimos de la información, estaban
pujando cual subasta en el mundo de los runners por la info. El rostro de McKenzie,
era el de un hombre joven con barba de tres días y pelo castaño hacía atrás, ojos
risueños, sonrisa amplia, gran nariz aguileña, se había vuelto el más popular entre los
buscavidas de la ciudad.

Oscar se puso a trabajar de inmediato pero no le sirvió de nada. Los nudos habían
acudido a su gente de mayor confianza para el trabajo, por lo que solo les quedaba
una opción, participar de la caza de brujas por libre. A Cloe no la hizo mucha gracia.

–¡Joder! ¡Si hubiéramos hecho mejores trabajos! –dijo dando un golpe seco con las
palmas de las manos en la mesa del privado del ajo.

–Ni con esas seríamos los favoritos. ¿La recompensas son libres no? A quién lo
obtenga. –dijo Carlos con calma.

–Sí, solo importan los datos. Pero no podremos adelantarnos a los que ya tienen
información de los intermediarios.
–Dudo que la info de los nudo vayan por delante de la de Rochi. –apuntó Carlos.

–El chaval tiene razón. No nos sacan tanta ventaja. Lo podemos lograr por libre.

–Tendremos que empezar desde cero. –Se levantó enfadada para cruzarse de brazos y
mirar a través de la cortina a la cada vez más atestada taberna a pesar de las
tempranas horas, la noticia corría como la pólvora.

–O podemos adelantarnos. Es más, debemos. La casa de la chica muerta, la del


periodista, sus amigos y familiares. Todo eso ya lo habrá investigado la seguridad de
Rochi. Sí aún mantiene la recompensa es que no les ha valido de mucho y si había
algo se lo habrán guardado.

–Dar palos de ciego por la ciudad tampoco parece muy prometedor Carlitos –dijo
inclinándose Oscar sobre la mesa, intentado leer la mente del pensativo compañero.

–Somos un periodista con una info que vale una fortuna ¿Por qué no la entregamos y
salvamos el cuello?

–Estará esperando a que las apuestas suban para entregarla el mismo. –dijo con aire
despectivo Cloe.

–Si quisiera vengar a su novia la info ya estaría en la red. –apuntó Oscar

–Así que tenemos que ganar tiempo. Pero no podemos escondernos en casa, ni con la
familia o los amigos, nada conocido ¿A donde vamos?

–A un motel no, los dueños te venden al primer postor y los nudos andan preguntando
por todas partes, si hubiese ido a uno ya le tendrían. –calculó Oscar

Cloe se sentó y empezó a tomárselo en serio–A un hotel tampoco. Puede que los
dueños aseguren discreción pero sus empleados solo tienen tarifas más altas y él es
un don nadie. ¿Disfrazado con los mendigos?

–Esos te venden por una botella de licor barato. –La contestó Oscar.

–Se ha ido a una ruina, a un agujero de mala muerte olvidado por todos. –reflexiono
Carlos recordando su pasado punk.

Cloe alzó los brazos y se recostó en el sofá. –¡De esas hay miles en la ciudad!

–¿No se habrá cambiado la cara? –preguntó Oscar.

–Es posible pero le conviene conservarla para cuando quiera vender.


–Algo que pasará pronto. –vaticinó la joven.

–El vehículo. Necesitará transportarse ¿Que sabemos de eso? –miró Carlos a la


hacker.

–Esta en su casa.

–Dando por supuesto que sigue vivo y libre por listo y no afortunado tampoco estará
usando el de alguien conocido.

Oscar enseño las palmas de las manos. –¿Uno robado?

–Yo si fuera el no arriesgaría a que me pillaran por un error tonto. La policía también
cobra recompensas. Alquilaría uno. Total se va a hacer rico pronto ¿Que son un par
de créditos? –Expuso Carlos

–En el momento en que traspase dinero los hackers de Rochi le detectaran. De seguro
que le tiene rastreadas las cuentas. –explicó Cloe

–No en el mercado negro, pagando en efectivo. Solo necesita uno cutre para salir del
paso.

–No tenemos créditos suficientes como para comprar la reputación de esa gente. –El
grandullón estaba en lo cierto, si se corría la voz de que vendían a su clientela no solo
dejarían de tenerla si no que alguno podría decidir encubrir sus huellas cañón por
delante.

–¿Y si se los robamos? –Carlos miró Cloe

–Se podría, su seguridad suele ser mala, pero hay unos cuantos en la ciudad ¿Piensas
robar a todos?

–Tengo un amigo que esta al tanto de la chatarra. Lo mismo sabe algo.

Carlos llamo a Mason el cual se puso en movimiento. Al terminar de hablar Oscar


retomó la conversación. –Aunque sepamos que coche tiene estará aparcado en el
mismo agujero en el que se esconda.

–Cierto.

A Cloe se le iluminó la cara. –¿Si esta esperando a una buena oferta, no deberá
mantenerse conectado?

–¿Puedes rastrearlo? –preguntó el líder.


–No, pero podría llamar su a atención.

–No morderá

–Todo el mundo muerde ante el cebo apropiado, sobre todo si esta solo y asustado.

–¿Que cebo?

–Para eso antes necesito saber más cosas de él.

–Ok Cloe tú vete a tú casa a mirar por internet, Carlos te vienes conmigo. Espero que
tengas guantes en tu moto.

–¿Por?

No eran los primeros en revisar su basura, esta estaba revuelta y desperdigada, con
las bolsas abiertas con prisas. Los anteriores incluso hicieron su aportación en forma
de drones de vigilancia que pudo detectar Carlos gracias a su implante rastreador,
por suerte ninguno interesado en los desechos.

Contenedores de comida precocinada y a domicilio predominaban entre la mugre.


bastante papel higiénico, botes vacíos de inmunobloqeuadores, suficientes para cuatro
o seis implantes, pastillas para dormir, una batería sencilla, vieja y arruinada, Alguna
nota suelta con el recado del día gracias a las cuales averiguaron que tenía un hijo que
daba clases de kung fu y que odiaba a la “ignorante puta comprada” de su jefe.

En lo que ellos descubrían eso Cloe había anotado hasta el color de sus calzoncillos.
Divorciado por las malas, progenitores de oficina, revolucionario en la sombra,
amigo de las fiestas, desafortunado en el amor, aficionado a las apuestas deportivas
por internet y con un bonito chaval de nueve años. Niño cuya desaparición acababa
de ser denunciada por su madre cuando no lo encontró a la salida de las clases de
kung fu.

Oscar puso a Cloe siguiendo la pista de las apuestas, por si el vicio le podía a
McKenzie, ellos se fueron al gimnasio del niño desaparecido.
Los adelantados

Las clases extraescolares de Mckenzie junior las daba en un amplio espacio deportivo
sin ventanas al exterior, decorado en tablones negros horizontales con un letrero
vistoso en chino. Estaba situado en la tercera planta de los pisos comerciales de un
megaedificio. Tres bonitas calles interiores en terrazas alrededor de una agujero de
aspecto infinito con más terrazas arriba y abajo dedicadas al acceso a las viviendas.
Estaban conectadas al resto del mundo por sendos ascensores interiores y exteriores
colgados de una larga linea de luz de la base al cielo y una estación de monorail de
doble linea en un lateral, el resto eran alegres tiendas de brillantes colorines, la mitad
pequeños restaurantes con servicio a domicilio cuya gris clientela obrera, demacrada
por las excesivas horas de trabajo y el consumo de droga, abarrotaba el espació de
tránsito.

Intentar sacarla nada a la enana mujer anciana que atendía la recepción fue imposible,
ni cedió al soborno. En cuanto preguntaron por el niño desaparecido se ganaron su
más alocada animadversión.

Oscar le guío al otro lado del hueco, allí dejo inconsciente al dependiente de un
comercio de todo a diez créditos simulando una compra ni a medio minuto de entrar,
El encargado que parecía un joven rubio con barba pero que estaba tan quemado que
se le notaban los ochenta y roncaba como tal. Carlos encontró el terminal de
seguridad y enganchó el pincho de Cloe, la cual reaccionó rápido y enseguida les
estaba pasando las imágenes de la salida de mini Mckenzie.

En el tiempo en que la madre llegó tarde a recogerlo una mujer de rostro difuminado
por tatuajes de plata, vestida con un conjunto de oficinista un tanto alegre en azul
cian y blanco, zapatos alzados negros y medias oscuras tapando un escultórico cuerpo
de fibroso entrenada para matar, convenció al niño de que la acompañara tras
enseñarle un papel. Siguiendo la dirección dedujeron que esta debió de usar uno de
los túneles a las pasarelas exteriores de los aparcamientos públicos en donde la
esperaría su transporte. Una zona sin ningún tipo de vigilancia.

Por un par de créditos un mendigo allí sentado de moreno rostro tan arrugado como el
de un shar pei les confirmó el trayecto de la señora y el niño por el mismo pasadizo
hasta el aparcamiento y juro haber oído con claridad al niño gritar enfadado por un
momento. Aunque no llego a ver en que coche se marchaban destacó que durante ese
lapso de tiempo le extrañó que aparcara allí un auto de alta gama negro y limpio hasta
brillar como la noche reflejada en un profundo lago. Por supuesto no se acordaba de
la matricula, solo de la dirección en la que se marcho. Dieron vueltas por las
pasarelas a ver si había suerte y encontraban alguna pista pero nada. Empezó a llegar
la competencia y decidieron marcharse.
Ambos se subieron al automóvil de Oscar, mandando la Yamakawa al garaje. De allí
fueron a casa de los padres. Estos vivían en un edificio de bien, fino o y alto, sin
tragaluces, con una linea simple de ascensores externos brillando en naranja contra el
violeta del canal vertical. Sus aparcamientos se encontraban en un cepillo de acceso
restringido rectangular, de pasarela interna al ascensor propio y comunicado por su
azotea al edificio de viviendas por un puente. Tocaría aterrizar en un lugar público y
entrar por el portal a la calle.

En vez de eso decidieron hacerse los locos y aparcar en la azotea. No tardó el


conserje en llamarles al vehículo preguntando por su comportamiento. Oscar hacía lo
que podía por colarle el cuento de la avería fortuita en lo que Carlos haciéndose el
fumador encabronado buscaba un punto ciego para conectar el pincho de la hacker al
terminal de emergencia.

El tejado era una plataforma lisa apoyada sobre columnas de metal que guardaban un
entresijo de mecanismos de fontanería, electricidad y ventilación bajo ella, estando el
panel en una esquina destacada pero vigilado por una cámara fija. Parecía imposible
acercarse o hacerla nada sin destacar.

Para cuando el enviado a atenderles llego en el ascensor cubierto por dos robots de
protección, Carlos volvía a la plataforma donde Oscar arreglaba su vehículo. El
hombre era un señor maduro de espeso bigote y mirada cansada con un exceso de
papada que portaba su pistola como una adorno viejo del cinturón sus robots eran
flacos humanoídes de metal sin pretensiones a parecerse a sus creadores, con el
chasis definido por la estructura mecánica y con caras de huevo negro como las lentes
de unas gafas de sol portando armas cuyos gatillos no podían ser usados por dedos
humanos.

Se saludaron y Oscar le enseñó la avería que el mismo se había provocado. EL


bigotudo hombre lo arregló en un momento dejando un robot vigilándoles en lo que
iba a comprobar “una cosa”, rechazando sus intentos de distracción a base de
conversación amistosa y cigarro. Por suerte se tiro su tiempo comprobando los cables
fritos por el soldador de iones del brazo mecánico de Carlos de apariencia natural
que dejaron inoperativa la cámara, dándole tiempo a Cloe a ligar la linea de los
McKenzie con la suya antes de que encontrara y desenchufara el pincho que la daba
acceso a la red interna.

Cuando volvió estaba muy enfadado por haber encontrado un pincho en el terminal
justo después de que ellos quemaran los cables con su descuidado aterrizaje.
Declararse inocentes de todo no mejoró el humor del hombre que si no llevó el
problema a más fue por no tener bronca con dos sujetos de buen porte cuya pelea lo
mismo no ganaría a pesar de los soldados de hojalata.

Habían conseguido unas doce horas de escuchas telefónicas, que sería lo que tardaría
en llegar un informático y limpiar el sistema.
Durante la molesta espera llamó Mason. Sobornando a un cualquiera que había
vendido una furgoneta que solo serviría para hacer alunizajes tan solo dos días atrás,
tenía los datos y matrícula del posible nuevo vehículo de su objetivo. La broma saldo
su deuda.

A los secuestradores se les escurría el tiempo como al resto y llamaron bien entrada la
noche a la pareja de abuelos que ese mismo día se habían enterado del rapto de su
nietecito con esa voz de distorsionador tan pomposa y varonil.

“Enviénle este mensaje a su hijo: debe entregar la información y todas las copias en
la fábrica abandonada de caramelos en el sector portuario antiguo si quiere volver a
ver a su hijo con vida. No contacten con fuerzas de seguridad, les estamos vigilando.”

Escueto, rápido y sencillo, imposible de rastrear. Al menos tenían una dirección. Cloe
se desligo y borró huellas tras el mansaje, avisando de inmediato al resto en descanso.

Oscar y Carlos salieron en plena noche a realizar el reconocimiento en coche. La


mejoradas ópticas de Carlos volvieron a ser de utilidad para discernir objetos en la
oscuridad a pesar de la distancia mantenida, bastante por no provocar cambios
drásticos en la situación y la cercanía de puertos espaciales con sus restricciones
aéreas mantenidas a base de láser, raíl y misil.

Esa fábrica era casi todo edificio de escaso grosor con tejado en sierra, solo una
altura, exceptuando una a la administrativa frontal de tres plantas y mejor
construcción. En una zona lateral aún se mantenían en pie los tanques de químicos
supervivientes. Un hundimiento central habría una vía de entrada y salida lo
suficiente ancha para convertir la amplia zona de fabricación en un aparcamiento
escondido de estar retira la maquinaria, algo probable. Lo que sabían de la fábrica es
que sirvió en una época temprana de la colonización haciendo caramelos que a
menudo llevaban sustancias estimulantes o tranquilizantes para mantener a los
obreros a los que se las regalaban sin ganas de sublevarse o motivados para trabajar.
Con el crecimiento de la ciudad fueron suplantadas por bebidas isotónicas y licores
quedando los caramelos relegados a los obreros orbitales, mineros de asteroides y
similares. Cuando, agotados los recursos, estos se fueron en busca de nuevas
oportunidades al exterior del sistema, la fábrica cerró. Las exigencias de construcción
obligatorias en la proximidad de los puertos espaciales y la suerte hicieron que no
fuese demolida para dar espacio a otra cosa como la mitad de sus semejantes en el
sector.
Desde fuera parecía una estructura abandonada más, sin presencia humana alguna.
Debieron aterrizar y acercarse a pie. Adelantándose en soledad Carlos para no ser
visto, moviéndose entre los metálicos cuerpos descompuestos de la
desindustrialización, fachadas deterioradas por la humedad y esqueletos de hierro con
demasiado rojo óxido. Puede que la humanidad pudiese levantar bloques de
hormigón inmensos y conociese aleaciones indestructibles, pero el viejo cemento y el
acero eran demasiado baratos como para olvidarlos y con toda la durabilidad
necesaria. El empeño del hombre es menos consecuente que sus herramientas.

El rastreador fue el primero en dar la alarma, antes de llegar al borde del la industria
abandonada adyacente. Y no uno si no cuatro puntos. Para estar vacío había mucha
tecnología rondando sus pasillos.

No debía pero se acercó un poco más, la estructuras olvidadas le daban muchas


opciones en donde ocultarse y mirar por un agujerito.

Pequeños drones de vigilancia en el exterior, no eran buenos guardias, estaban


diseñados para el espionaje, resultaban fáciles de sortear al moverse en un patrón
predecible. Buscó una apertura entre ambas fábricas, un hueco abierto por el
deterioro que le permitiese entrar. Lo encontró, las vayas a la calle y entre ellas de las
viejas fábricas eran altas y fiables, con alambre espinado en lo alto, pero el que
compartían hacía la explanada vacía entre el puerto y ellas era un chiste. Esperó a que
pasara un dron y salto, la primera, otro dron y salto la segunda, una carrera rápida y
estaba entre contenedores vacíos y maquinaría olvidada, fuera de vista. Trepó hasta
una altura por donde pudiera ver a través de una ventana. Se agacho deprisa, la mala
suerte quiso que hubiese un dron mirando desde el interior hacía allí, no sonó alarma
alguna, esperó y volvió a mirar.

El interior era una explanada en la que de su anterior función solo quedaban los
números coloreados de las columnas que sujetaban el techo anunciando sectores. El
gran hueco había sido convertido en un aparcamiento de vehículos negro corporación
pero sin la apropiada nomenclatura publicitaria, limpios a pesar del polvo de
alrededor como si estuviesen recién salidos de fábrica, un par autos deportivos para el
transporte de personas y dos autos pesados que le recordaban su mala experiencia en
el monorail, largos, con potentes propulsores, de duro frontal y barriga gorda,
apertura lateral, vehículos de asalto. Estaban custodiados por dos militares con coraza
y rifles de asalto que andaban perezosos por la zona, les acompañaban drones de
defensa, poco resistentes pero muy ágiles y armados, capaces de perseguir, flanquear
y abatir a un intruso en segundos cual enjambre de avispas. En un lado tenían un
rastreador portátil de microhondas. Si hubiera acercado un dron no registrado se
habrían percatado, si le llamaban en ese momento igual. Decidió marcharse tal y
como había llegado.
De vuelta al coche compartió con Oscar la vivencia. Después revolotearon por el
camino de vuelta. Si el chip con los datos llegaba allí podrían olvidarse de él, tenían
que interceptar al padre en el camino de ida, si es que el miedo le podía y cometía
semejante estupidez. Para ellos estaba claro que esos soldados corporativos
eliminarían todos los cabos sueltos en cuanto tuviesen la información a buen recaudo.

Lo bueno es que dadas las restricciones aéreas solo podía ir por un camino, lo malo es
que esas mismas restricciones podrían volatilizarles si se desviaban o soltarles encima
un escuadrón de marines en diez minutos. La otra gracia es que el padre podría
aparecer en cualquier momento y no tenían las herramientas para detenerlo ni podían
adquirirlas sin que algún compañero de oficio se percatase. Así que hicieron lo único
que podían, apostarse en puntos estratégicos y apostar por un brusco asalto rápido,
obligárle a aterrizar y secuestrarlo.

Cloe llego lo antes posible en su pequeño Porxe perla de ojitos saltones con coloridos
grafitis adolescentes colocándose como Oscar en calles adyacentes al carril aéreo y
Carlos en su más robusta KMT se apostó en el puente de tubos entre dos tanques
desde donde vigilar el cielo.

Fue una noche horrible rememorando batallitas y aguantando los nefastos chistes para
no dormir de Oscar. Y total para que apareciera en la mañana y acompañado.
Temporada de caza

A los tong se les había ocurrido lo mismo, solo que iniciaron la persecución de la
destartalada furgoneta de McKencie antes y con las herramientas apropiadas.

Carlos dio la alarma al verle acercarse describiendo la situación a su equipo.

–Se acerca el objetivo perseguido por cuatros motos Yamakawa y dos deportivos
N1O. Son tong de las triadas creo y le están dando bien.

–Pasando, dejad que lo tumben ellos.

–¡Lo pueden destruir! –se asustó Cloe

–Más les vale no hacerlo o su jefe les cortará las pelotas.

Las motos tong se posicionaron a los lados de la lenta furgoneta evitando sus
peligrosos vaivenes y sus copilotos, capota abierta, dispararon anclas policiales de
mano que engancharon a sus vehículos.

La furgoneta de blanco amarillento con desconchados en metal gris y raspones por


media superficie perdió la propulsión, apagada de forma automática por la perdida
del control eléctrico debido a el cortocircuito provocados por los garfios clavados en
su chasis, se encendían las luces de emergencia y se iniciaba el descenso automático
programado.

Las coloridas motos giraron sobre el eje de la furgoneta en redondo para darla la
vuelta y redirecionarla pero la carcasa no aguantó y una puerta fue arrancada, la moto
enganchada salió despedida girando en círculos. El conductor no consiguió
enderezarla a tiempo y entro en zona de exclusión aérea. Un pequeño misil tierra aire
lo obliteró. Tan cerca del suelo que no llegaron a ver caer la herrumbre incandescente
después de la explosión.

Una tercera moto que daba vueltas alrededor, con la capota bajada animando la
acción, se añadió al esfuerzo y clavo su gancho al chasis del contenedor para hacerla
girar en su lento descenso de vuelta a la ciudad.

Sin duda los hombres de negro también debieron percibir eso, pero al igual que el
equipo de Oscar se quedaron quietos. La cagada tong acababa de meter a los marines
en la ecuación.

Uno de los planos N1O de un bonito verde resultón saco su tren de aterrizaje y
colocándose encima forzó el descenso de la furgoneta. Tampoco eran idiotas, en el
aire estaban muertos, en tierra tenía alguna posibilidad.
–Desciendo y me adelanto. –Propuso Carlos.

–¡Ni pestañees! Ahora están haciendo reconocimiento vía satélite, hazte el muerto. –
Le corrigió Oscar al segundo.

Los tong y la furgoneta desaparecieron ocultos por los bajos edificios de panel y
cemento, almacenes y oficinas baratas. Apenas los perdió de vista y divisó una
barcaza acercándose a buena velocidad. Era un transporte militar ligero de buen
tamaño con propulsores blindados robóticos, nada de puntos focales, toberas que se
movían veloces y nerviosas dispuestas igual que en los autos normales solo que en
una nave que parecía un haba cuyas curvas más pronunciadas se encontraban en la
parte inferior que era donde tenía las toberas, la figura sinuosa solo se rompía hay y
en los propulsores dobles empalmados traseros, el resto era todo curva, con una
pintura de cuadrados irregulares grises y negros como un puzzle. Parecían
alienígenas.

Viró sobre si misma colocando su lateral derecho sobre la amenaza tong sin perder
dirección, patinando sobre el cielo como ignorando la gravedad. Una voz seria daba
ordenes por megafonía, no debieron hacerla caso porque lanzó los misiles de su
chepa que se dispersaron en el aire como divertidos fuegos artificiales. Todos
pudieron escuchar la traca y Carlos contempló el resplandor y las nubes rojinegras en
expansión alzándose entre los edificios.

–Despegad ahora. Moveos lento pero continuado, al raso, pasad por las calles
paralelas a donde sucede la acción, evitad el contacto. Yo por la izquierda, vosotros
por la derecha. –ordeno Oscar.

Así lo hicieron, una tranquila procesión rodeando el infierno, directo hacía el y luego
a la derecha. El ruido de los disparos, chasquidos abruptos, se escuchaba en la
distancia, aumentando en lo que se acercaban.

–Veo al objetivo, va por mi calle en paralelo cercado por dos tong, en mi dirección.
–anunció Cloe.

–Cambiad a la calle a vuestra derecha, todavía están demasiado cerca de la zona en


conflicto para intervenir, adelantad por la calle derecha.

–Entendido.

Dado el ruido y la poca población del lugar no quedaba apenas gente en la calle y el
resto se apartaban al paso de los vehículos ignorando la infracción de estos al circular
tan bajo.

No pudieron verlos pero supusieron haberse adelantado.


–Ya estamos delante ¿Ahora que? –preguntó Carlos.

–¿Llevas tus drones hay?

–Sí. –Siempre los llevaba en la KTM.

–Metete en un callejón y los usas. Cuno tú sigue avanzando hasta el final de la calle.

Así lo hizo, Se paro, bajo los saco y los envió a buscar a los tong, luego volvió a la
moto.

–Los veo, van deprisa, a pie, todavía llevan al objetivo.

–Busca un buen lugar y escondete hay, no les pierdas el rastro.

–Ya he llegado al final de la calle. –intervino Cloe

–¿Puedes hacer objetivo en ellos?

–Sí.

–Empiezan a registrarle.

–Cuno dales una buena descarga, deja que el objetivo se libere.

–Cdos que ves. Están aturdidos, ¡Militares atrás! ¡Les dan el alto! .Él objetivo
forcejea y huye. Los militares disparan a los tong y los abaten. ¡Van ha...! No, dejan
que huya.

–Van detrás de los tong, para ellos el objetivo es solo un civil aterrado. ¿Que
dirección lleva?

–Hacia mi.

–Recupera tus drones. No intervengas a menos que se choque contra ti, nos interesa
que se aleje. Cuno alejate de aquí, no vayas a ningún lugar conocido, ve a un sitio
público con mucha gente y pasea un rato largo.

–Ok. Me marcho.

Por un rato se hizo el silencio.

–Cdos el muy gilipoyas esta volviendo. Por la calle de detrás tuya ¿Puedes asomarte?
–Sí un momento.

–Andando, nada de en moto.

Le tocaba correr. Al salir a la paralela pudo ver al fondo a la izquierda el mustang y a


dos cuadras a la derecha al objetivo, pero en frente no había nada, un escampado al
borde del límite de exclusión aérea desde donde le verían con claridad las cámaras
del puerto espacial.

–Si alguien puede hacerlo eres tú. –Le animo Oscar.

Carlos caminó con paso firme detrás de McKenzie, dado que no pudo volver solo
llevaba la kusarigama y no es que fuera muy sutil en ese escenario. Lo único que se le
ocurría era pillarlo en uno de los callejones de pisos bajos y arrastrarlo dentro
apresándole por el cuello para que no gritase.

McKenzie no era sordo y allí había mucha luz, en cuanto le escuchó miro hacía atrás
y apretó el paso. Visto en esa situación parecía otro, la expresión de miedo se crecía
con las pronunciadas ojeras, había envejecido veinte años.

–Oiga amigo, se le ha caído esta memo. –¿Alguien devolviéndo un pendrive?


Imposible. Pero cuando tú vida depende de él en vez de darte cuenta de eso te paras a
comprobarlo y justo buscas donde lo dejástes la última vez. En el prieto bolsillo
interior del vaquero.

Eso le dio Carlos tiempo para hacercárse y cogerle del brazo en apariencia amistosa,
simulando un encuentro casual para las cámaras, en realidad con fuerza. –Vas directo
a una emboscada no seas estúpido y piensa con la cabeza. –Le sonrió como si le
acabara de regalarle algo.

–¿Que dice?

–En cuanto les entregues la memoria, los dos seréis cabos sueltos. Así no se hace un
intercambio.

–¿Como sabes...?

–Trabajo en esto. No pueden hacer daño a tú chiquillo mientras tengas la


información, es su única moneda de cambio, ahora sígueme porque en cuestión de
minutos será imposible huir de aquí.

Se lo pensó unos segundos, manteniendo la cara de asombro, luego se relajó de


repente. –Te sigo.
Caminaron juntos hasta la KTM, con Carlos marcando el paso e intentando sostener
solo la fachada de alegre coincidencia ya que a Mc le faltaba temblar.

–¡Joder! ¿¡Te lo llevas de la manita!? –Oscar flipaba.

–No hay otro remedio. Sígueme de cerca, no me fio de este pavo, esta muy nervioso.
Negocios

Se lo subió a la moto y se fueron de allí, apenas habían alcanzado la altura de vuelo


tras salir de la zona de pisos bajos que pasaron en su contra todo una escuadra de
policía armando escándalo con sus sirenas.

Quedaron todos en la plaza Barna, una rotonda comercial entre rascacielos casi en el
centro corporativo ya que allí se había refugiado Cloe. Era una curiosa estructura con
forma de seta que albergaba un gran centro comercial. La parte exterior de debajo el
sombrero eran puros restaurantes de diferentes gustos y estilos con terrazas a la
sombra, resguardadas de la lluvia que bañaba la mayoría del tiempo el planeta en
terraformación, dentro y la segunda planta estaba dedicada a tiendas, muchas de
moda, otras pocas de electrónica y el resto variadas. El sombrero tenía tres plantas
sobre cuya superficie cilíndrica corrían anuncios a todas horas. El murmullo era
incesante. Sobre el sombrero había otro sombrero, este de copa, era el largo cepillo en
donde los autos aéreos no paraban de aparcar y despegar. Sus ascensores internos
formaban una escala de color en el centro hueco. En el techo una modelo gigante
caminaba sin avanzar clavando tacones incorpóreos en el aire luciendo la última obra
de un diseñador famoso.

Dado todo el comercio de la zona, pues los edificios de alrededor no les faltaba
lugares de ocio, esa plaza siempre estaba siendo transitada por infinidad de clientes.
Esos clientes eran su camuflaje y Cloe con su pistola escondida y repertorio de
maldades informáticas su apoyo.

Carlos aterrizó en la parte más alta con la esperanza de que hubiera menos gente y
poder arrebatárle la memo a McKenzie pero eso estaba lleno igual y este no se fiaba,
no le daba la espalda ni loco. Por otra parte estaban los tipos que les venían siguiendo
desde los puertos espaciales. Cuatro vehículos en dos grupos, por el estilo de los
mismos, runners esperando su oportunidad.

Se reunieron con Oscar abajo del todo, eligiendo un restaurante mexica para
encontrarse, a todo el mundo le gustan los nachos. Era un lugar alegre decorado como
los ranchos de la vieja tierra, o al menos como la gente se los imaginaba. Paredes de
ladrillo rojo y adobe, vigas y columnas de de madera y paños como tapices
poligonales en las paredes, por un lado estaba la barra, un tanto alta, con muchos
anuncios simpáticos de bebidas, al opuesto las mesas separadas por tapias bajas, con
asientos en imitación de cuero y mesas sencillas. Al fondo quedaba la puerta de la
cocina y los baños. Se sentaron en una de las mesas del lateral.

–Dijistes que podía ayudarme, que trabajáis en esto.

–Ya te hemos ayudado. –soltó con sequedad Oscar.

–¡Tengo que rescatar a mi hijo!


–Ahora mismo nos siguen dos grupos de mercenarios, en unos veinte minutos serán
cuatro. –Le explicó Carlos la que contaba nuevos clientes por el rabillo del ojo.

–¿Desde cuando?

–Desde el escándalo en los puertos, pronto lo sabrá toda la ciudad.

–¡Joder mierda! solo quería hacer algo de dinero para mi hijo y ahora estoy apunto de
perderlo.

–No alces la voz. –Le cortó Oscar.

–Aquí hay micrófonos.

–¿¡Por qué hemos venido a un sitio con micrófonos!? –Cambio su tono de voz a una
alarma contenida, forzada.

–Porque toda esta gente es lo que impide que nos metan una bala en la cabeza.

–No por mucho tiempo. –Aclaró con rotundidad Oscar

–¿Que hacemos?

–Esperar.

–¿Esperar a que?

–A los compradores. Estos son mercenarios, pagan en plomo. Luego vendrán los
nudos, esos traerán créditos.

–¡No quiero el maldito dinero! ¡Quiero ami hijo!

–Uno de ellos son los que secuestraron a tú retoño, me da a mi que serán de los
primeros en aparecer. –Le aclaró Carlos.

–Ellos me dijeron que no implicara a... Fuerzas de seguridad.

–Para poder manipularle a placer. De todas formas ya es tarde para eso ¿No cree?

–¡Joder! ¿Como vamos a hacerlo?

–De primeras me va dar la memoria, delante de toda esta gente, que lo vean bien.

–¡Y una mierda! ¿Por qué?


Oscar le dedico una mirada siniestra –Porque le están apuntando a la cabeza y usted
no lleva blindaje.

–No, lo necesito para rescatar a mi hijo.

Oscar se le acercó –Sí le matan lo cogeré de su cadáver y pasaré de su mocoso.

–¿por qué iban a matarme? ¿No han dicho que la muchedumbre me protegería?

–Porque según pasa el tiempo se van dando cuenta de que sus opciones se agotan y
pueden desesperar. Tanto dinero vuelve loco a cualquiera. –Le explicó Carlos.

McKenzie trago saliva. –¿Que les impedirá salir corriendo?

–Que nos matarían. Ahora solo podemos cerrar un trato. Podemos llamar a alguien
que nos ayude a hacerlo, pero solo lo haremos con el pen en la mano.

La camarera sirvió nachos y cervezas de los que Oscar pronto dio cuenta.

Mckenzie con pulso inseguro paso la memoria escondiéndola por detrás del cuenco
de la comida. Oscar lo recogió aunque se lo ofreció a Carlos.

–¿Estas seguro?

–Sin problema.

–Necesitamos saber si tienes más copias.

–No he parado de correr desde que esa memo callo en mis manos.

Oscar le exigió que aclarase. –¿Eso es un no?

–Es un no.

Oscar se puso a llamar. Carlos vigilaba, había al menos ocho runners en el garito.
Todos dispuestos y capaces de meterles una bala entre las cejas en lo que daban un
trago. Agradecidos de que al menos eligieran uno con buena comida, nadie quería
morir con el estómago vacío.

Cloe avisó. –Rusos, muchos rusos.

Oscar seguía en llamada así que se lo explico Carlos a Mcklenzie. –Ahora es cuando
la cosa se pone tensa, los tipos que van a entrar aquí son peligrosos, tu no te acojones
y dejanos hablar a nosotros. Si empieza un tiroteo escondete, mejor si es detrás de
algo duro y maten la cabeza gacha.
Solo entro un sujeto, grande, una mole vigoréxica con músculos como para surtir tres
carnicerías, con la cabeza bien afeitada, rasgos duros, unos bonitos ojos azules. Vestía
pantalones militares y una camiseta muy ceñida. El ruso tenía el gesto de existir
enfadado. Se sentó al lado de Carlos sin pedir permiso ni saludar. Oscar corto la
llamada y le indicó a Carlos que le dejara hablar a él.

–Dadme la información. –Había algo raro en su duro acento.

–Encantado. –Oscar procedió a leerle la carta.

–¿Te crees muy gracioso?

–Solo trataba de ayudar. No le enseñan a leer a todo el mundo.

–Dadme la memoria y no os destripare delante de toda esta gente.

–Hablando de tripas, parece que llevas tres días sin encontrar el baño. Esta al fondo a
la derecha.

–¿Sabes lo que hago con los cómicos?

–Me da que reirte no.

–Les arranco la puta mandíbula así pueden estar riendo todo el puto día. Pero solo
después de troceárselas con estos puños. –El ruso se lo acercó a Oscar a la cara.

–¿Te haces daño cuando te la cascas verdad?

–He venido a daros una oportunidad de salir de este antro con vida panda de
maricones. No creáis que esconderos aquí os va servir de nada, si he de teñir la plaza
de rojo lo haré. Ahora dadme el maldito pen.

–Has entrado aquí porque sabes que no sobrevivirás a apretar el gatillo en este barrio,
porque aunque seas más tonto que el testículo ese que ya no te funciona sabes contar
y te has percatado que hay runners de sobra para enterrarte dos veces y ninguno de
ellos va a renunciar a él dinero por tu lengua de plata. Por otra parte los compradores
están al llegar y tienen un puñetero ejército, ya sabemos lo que le pasa a los que se
quedan entre dos tropas. ¿Lo pillas o te hago un croquis?

–¿De que te servirá el dinero cuando te arranque la columna? Te perseguiré, buscare a


tú familia, a tus amigos, los descuartizare pedazo a pedazo, órgano a órgano y te los
haré comer. Sabes que lo haré. Ahorrate sufrimientos, este trabajo te viene grande,
déjamelo a mi.
–Dime. Una vez que tenga la pasta ¿Que me impide ponerle precio a tu cabeza para
hacerte eso mismo que me acabas de contar?

–Tú nunca tendrás ese dinero. No tienes fuerza que te respalde, si no soy yo la
corporativa te destruirá y te quitará todo. En venganza por no darles lo que les
pertenece.

–Así que si las amenazas vulgares no funcionan empezamos a razonar. Me gustaba


más lo de los trocitos, era más... inspirador.

–Sabes que lo que digo es verdad, Rochi nunca perdonará el robo, solo estas
postergando su venganza. Todo el mundo esta viendo a donde va el dinero, te
perseguirán todos los timadores y ladrones de la ciudad. Secuestraran a tu familia
para pedirte rescate, yo lo haré.

–Si eso fuese así no habría un solo corpo en la ciudad. Ordena al dron araña que se
retire –Acotó secamente Carlos cuyo rastreador había detectado al bichito trepar por
las paredes.

–Miraos, estas rodeado de cuervos que esperan su oportunidad para sacaros los ojos.
–La araña retrocedió.

–El juego ha terminado, ya solo queda la subasta grandullón. Largate antes de hacer
más el ridículo.

–Yo puedo rescatar a tú hijo. –Le tocaba el turno a Mckenzie.

–¿Como?

–Tengo tropas.

–Tropas que si despliega en el puerto los militares se comerán con patatas. Pierdes el
tiempo, le hemos quitado el pen. –Oscar empezaba a cansarse de interpretar su papel
en el juego del tramposo.

El ruso hizo un gesto de desagrado, como si acabase de tragarse una amarga pastilla
–Nos volveremos a ver. –dijo señalando con el dedo a Oscar aún más enfadado de lo
que llego y se marchó empujando a todo el que se cruzaba en su camino.

–Propongo que le demos caza luego. –dijo Carlos.

–No tan rápido vaquero. Centrate en lo que tenemos entre manos. Además ese tío no
vale lo que cuesta matarlo.
La siguiente figura en aparecer era una bala de menor calibre, más fina pero también
más recta, de las que llegan más lejos.

–¿Puedo sentarme?

La que hablaba era una preciosidad caoba alta y atlética de gruesos labios y generoso
pecho, con el pelo recogido en un moño, que miraba a la mesa con serios ojos ambar
de porte descansado. Vestía de uniforme corporativo, gris, negro y blanco, frío y serio
como una muralla, pero con sus lineas geométricas rebeldes dándole un toque de
distinción. Carlos la había seguido con la mirada, habría sido imposible no verla, era
una de esas personas con magnetismo.

–Por supuesto. –Oscar volvía a tomar la iniciativa. Carlos intentaba disimular que la
arrancaría la ropa y se la comería allí mismo si le dejase.

–Tiana Rakoto, representante del departamento de adquisiciones de Rochi


interplanetaria, a sus servicio. – con gran dignidad y decoro estrecho las manos de los
presentes que debieron antes limpiárselas en las servilletas.

–Un placer. No se incomode, pero dado que hay tensión en el ambiente, preferiría ir
directamente al grano.

–Me parece perfecto.

–Este hombre quiere recuperar a su hijo. Seguro que ya a oído algo al respecto.

–Acabamos de poner al joven Alec bajo nuestra custodia, pronto llegará y podrá
reunirse con su padre.

–¿¡Esta bien!? –interrumpió McKenzie

–Sano como una manzana, como es natural.

–¿”Acabar de poner” no implica poco tiempo, en plan de unos minutos, a lo sumo


una hora?

–Así es.

–¿Que ha sido de los secuestradores?

–Nos entregaron al muchacho después de pagar una generosa suma por su rescate.

–Espero que no piense deducir de nuestros honorarios el pasarse al crío de una mano
a otra.
–No lo haremos, a pesar de que no tenemos nada que ver con el secuestro, como
acaba de insinuar. ¿Tiene pruebas de lo contrario?

–Para lo que me iban a servir...

–Entones le sugiero que deje de señalar.

–Teniendo en cuenta lo del vástago del señor Mckenzie. Su encomiable labor


rescatándolo y devolviéndolo, le entregaremos la única copia de la memoria a
ustedes, sin regateos ni pujas, a cambio del último precio ofrecido por su empresa,
como pago por nuestros servicios, al cuidar del señor McKenzie.

–Nos parece exagerado pero aceptamos.

–¿Me darán una parte no?

–Ahora no es le momento Mac.

–Puedo entregarles el crédito ahora si tiene la amabilidad de darme el dispositivo.

–Me temo que el señor McKenzie no podrá tranquilizarse hasta que vea a su hijo.

–Sí, de acuerdo con eso. –recalcó el periodista.

Con toda la amabilidad Tiana intentó mantener una conversación en la que la


contasen de sus aventuras, no cayeron en la trampa, Carlos la distrajo cortejándola de
forma sencilla, alabando su belleza y porte.

Cuando el padre se reunió con el niño, versión menguada del padre incluyendo para
su fortuna, menos nariz y boca, hubo abrazos y cariños. El jovencito, de unos nueve
años estaba sano, solo asustado. Hablaba mucho, apenas se reencontraban y ya le
estaba contando como una mujer que decía ser su compañera de trabajo le dijo que
iba a recogerlo en su nombre. Miguel no había tenido padre, este huyó al poco de
nacer él, ni lo conocía. Ver a McKenzie así de preocupado por su hijo le toco a fibra
sensible.

Hicieron la transacción en lo que la familia se ponía al día. De forma rápida y


discreta. Apenas necesitaron palabras. Lizelle solo insistió en el tema de las copias,
luego se marcho rápida como una ladrona, estaba claro que la detallada descripción
de su secuestro por parte del inocente Alec la incomodaba.

Detrás de ellos fueron Oscar y Carlos, dándole una palmadita en el hombro a


Mckenzie. –Vámonos antes de que vuelvan los rusos.
Botín

Por si acaso dieron un rodeo para despistar y dejaron al rescate en casa de sus padres.
En el aparcamiento el periodista quiso su parte.

–Me merezco una parte de todo ese dinero, hemos sufrido por él.

–Mucha gente sufre por muchas cosas y no les pagan por ello. Le recuerdo que usted
iba a entregar la memoria solo a cambio de su hijo.

–¡Eso no cambia que me merezca una parte!

–Si quiere una parte, acuda esta noche a un bar llamado “el ajo” Estaremos en una de
las cabinas, pregunte al camarero por cual.

–¡No voy a caer en una trampa tan burda!

–No me obligue a atizarle delante de su hijo.

–¡Sera!... –Carlos, testigo del desencuentro pensaba en lo curioso que era lo pronto
que se pasa de héroe a villano. El mismo hombre cansado que en el coche les
agradeciera con emotiva sinceridad ahora estaba rabiando.

En efecto fueron directos al ajo. Allí ya les esperaba Cloe la cual estaba siendo
invitada a copas por alegres compañeros que la felicitaban por el éxito. En ese oficio
había que saber perder. Por otra parte la nueva potentada estaba de buen ver, era todo
un braguetazo y ella se dejaba adorar.

Algunos colegas alzaron los vasos a la que pasaban a lo que respondieron con
sonrisas e invitando a una ronda, ellos que fueron directos a un privado libre que les
indicó cuervo. Cloe se deshizo de sus admiradores y acudió rauda a por el dinero. Se
sentaron, verificaron datos y empezaron a repartir.

A Cloe no le salían las cuentas –Falta dinero Oscar.

–Falta la parte de McKenzie.

–¿Por qué mierda le vamos a dar nada a él?

–Hizo parte del trabajo.

–¿De cual?

–Confió en nosotros, nos dio el pen, se mantuvo calladito...


–¡Eso no es trabajo!

–No, pero lo va a ser.

–¡No me lo puedo creer! ¿¡Lo dices en serio!? –Cloe ya estaba de pie dando vueltas
toda enfurruñada.

–¿A que te refieres con lo de que lo va a ser? –Preguntó Carlos.

–Va a escribir un artículo sobre los buenos rescatadores que somos, algo que limpie
nuestra imagen y sea impedimento para que la corporación no tome represalias.

–¡Eso lo podría hacer por su propia supervivencia!

–Ya pero no nos tendría porqué incluir.

–¿¡Le salvamos la vida, a él y a su hijo, y encima le tenemos que pagar!? ¡No me lo


puedo creer!

–Si el periodista habla mal de nosotros algunos podrían usarlo como escusa.

–Eso si que es una escusa. ¡Todo el maldito mundo vio como lo hicimos! ¿Sabes
como se a va aponer la nudo que al final no participó? ¿O los tong?

–A la intermediaria que la den por culo, que hubiese llegado a tiempo, o que nos
hubiese aceptado al principio. Los tong siempre están furiosos, es su modo de vida, y
les mataron los militares no nosotros.

–¡Pagádle de vuestra parte!

–¿No se le puede dar menos?

–Si le damos de menos sera peor, se ofenderá.

–¿Estas pensando en reclutarlo?

–No le veo en el oficio, pero podría sernos de ayuda en el futuro, un tipo como ese
esta bien informado.

–¡Menudo adelanto! A mi no me distéis esto cuando empezamos.

–A ti entonces no te quería nadie.

–Tampoco hace falta... –Carlos fue interrumpido por la iracunda Cloe al que el
comentario de Oscar no le había sentado nada bien.
Encarándosele le espetó –¡Serás gilipoyas! ¿¡De veras crees que te necesito!?
¡Cualquier grupo de hay fuera estaría encantado de añadirme a su equipo! Eres tú el
que esta agotado.

–Ve a donde quieras Cloe. Esa es tú parte, no más.

–¿¡Quién coño eres tú para decidir las partes!?

–¿El que formo esta banda?

–¡Quiero mi asignación! ¡Integra!

–Ya la tienes.

–Así no solucionamos nada... –puntualizó Carlos.

–¿¡Quieres dejar de ser su perrito faldero!? En otro tiempo no dejabas que nadie se
aprovechara de ti.

–A mi tampoco me gusta que se lleve tanto, si bien no me parece mal darle algo,
sobre todo si va a hacernos un servicio.

–¡Cachorro!

–McKenzie va a venir esta noche, imagino que pronto, si quieres lo hablas con él...

Cloe se fue enseñándole el dedo corazón a Oscar.

–¿Era necesario?

–Ya volverá.

–No estés tan seguro.

McKenzie no dio problemas, llego nervioso pero cuando vio que no le habían
estafado y que tendría su parte siempre que cumpliera aquella asignación propia de su
empleo estuvo encantado de ponerse a ello. De su éxito a conseguir que se lo
publicasen dependía el segundo pago. Hizo un trabajo decente, no era su mejor
artículo, lo hizo con prisas, le faltaba convicción, pero consiguió, previo pago, que lo
destacasen en las páginas web informativas más visitadas. Le quedaría un tercero, el
cual recibiría a pocos, en mensualidades, siempre y cuando les mantuviese
informados de primera mano de la actualidad real, no las mentiras de los
informativos.
Seguía siendo demasiado salario para ese empeño pero se conformaron. La que no se
conformó fue Cloe, no volvió al equipo, paso a ligas mayores, como siempre quiso.

Como era de esperar ni persiguieron al ruso ni les dieron problemas otras facciones.
Solo nimiedades. Los de Rochi les merodearon hasta que quedaron seguros de que no
había más copias. Eran tan descarados que una vez Carlos se acercó a uno y le pidió
que la enviaran a espiarle la morena con la que cerraron el trato, el sujeto rió y le dijo
que entregaría su solicitud.

Mason acudió a pedir prestado. Seguía sin encontrar trabajo, algo normal dado los
altísimos indices de desempleo. Dado que le había funcionado lo de ser informante se
estaba introduciendo en el peligroso mundo del chismorreo, ofreciéndose a preguntar
por hay sobre cualquier cosa que necesitase saber. La cosa no fue a mejor para él,
acabó fuera de su casa y endeudado con todos. Gracias a Cuervo le consiguió un
trabajo limpiando escenas de crímenes y accidentes, lo que le devolvió a la sociedad
capitalista.

A Oscar le salio novia, Paola, una latina de buena trasera y potente voz, teñida de
rubio y con mucho carmín, unos diez años más joven que él. A Carlos su alegre
enamoramiento le parecía disimulado, sus gestos algo exagerados, un amor tan
repentino como el de un cuento, una buscona. Pero si a Oscar el valía, se la podía
permitir.

Dada la falta de hacker y las pocas ganas que Oscar, enfrascado en su idilio, ponía en
buscar reemplazo probó a pedirle a Cloe que le ensañase algunos trucos, en parte
escusa para hacer las paces con ella. Consiguió dejar las cosas en una débil amistad
pero no aprendió nada sobre informática.

También mejoró su relación con McKenzie, al que su ex-pareja acosaba reclamando


su parte de la parte del botín. Saco un buen artículo sobre los esclavos actuales a raíz
de la historia del rescate en la fábrica química de los borgs, omitiendo claro, nombres
inculpatorios. Fue polémico durante las dos semanas de rigor, la máxima longevidad
de un escándalo, mejorando su caché.

Dada la ausencia de Oscar, Carlos intentó montar equipo por su parte. Los
intermediarios no le tenían mucho cariño, el tampoco tenía carisma ni conocía a la
gente apropiada. Solo conseguía iniciados jóvenes y desesperados, una vez puestos a
prueba en misiones sencillas le fallaban, teniendo que terminar el trabajo por su
cuenta. Oportunistas exaltados faltos de energía que se creían que por llevar pistola
podrían resolverlo todo a tiros, un paseo tan relajado y emocionante como ver una
película de acción. Tenían una capacidad de improvisación nula y hasta se enfadaban
si no les llevaba de la manita. Un desastre de proyecto que no tardó en abandonar
cuando se le empezaron a acumular las bajas.
Recuerdos decaídos

–¡Hey Carlos huevón, cuanto tiempo!

–Javi.

–Al menos te acuerdas de mi nombre cabrón ¿Que se cuenta?

–Estoy de vacaciones. Disfrutando de rascármelos a dos manos.

–Mejor buscate una minas bien chingonas para que te los rasquen ellas ¡Si gustas yo
te presento algunas! –rio.

–Hace mucho que no me paso por allí, al menos antes había buena carne.

–¡Y la sigue habiendo huevón! La sigue habiendo. Mas lo siento compadre ya que no
lo llame para eso. Tengo algo que lo mismo le interesa.

–Hace tiempo que deje ese negocio chumb. Ahora me dedico a otra cosa.

–Ya se. Todos saben. Ahora es un re bien chingón pistolero, por eso le digo. Acá los
jefes andan enfadadotes porque se les escapó una empleada bien cargadita de plata.
Seguro que adivina quien es la mal parida.

–¿Katya?

–Atinó. Pues bien, quieren que la den el finiquito apropiado por sus distinguidos
servicios. Yo recordé que me contaron que usted amigo pues como que acabo mal con
ella y tal, y pensé, pues mejor le cuento a este cabronazo bien duro y así me de luego
cachito de lo que le paguen los patrones.

–Una jugada inteligente.

–Pues claro ¿Que me dice?¿Le interesa el trabajito?

–No me van los asesinatos, tienden a complicarse, aunque tratándose de una vieja
amiga lo suyo es despedirse cuando se va. Imagino que los jefes estarán más
preocupados por la plata que por ella.

–Claro, esa se la tendrá que devolver para no meterse en problemas.

–¿Me pagarían por devolvérsela aunque no finiquitara a la ladrona?

–¿Y por qué no lo iba a hacer?


–Depende de como vaya la cosa. Prefiero mantener puertas abiertas ¿Que me dice?
¿Les valdrá?

–Pues claro huevón, la plata es siempre lo primero.

–¿Que sabes del tema?

–Se que se largo con otra guasona llamada María que trabajaba de picacódigos, como
que la liaron juntitas. Una morenita bajita con le pelo largo y liso y unas gafotas de
esas con colores que les gustan a los listillos de los ordenadores. A esa también la
quieren dar plomo. Por otro lado la plata que robaron esta limpia, en electrodos de
bolsillo, con certificados y toda la pesca, es decir que tiene padre y nadie más podrá
cobrarla hasta que María se chinge el candado. Pues bien. Yo se que por tierra no se
van, ya sabe que me conozco el mundillo del motor de por aquí y ya le digo, que
también sabrá, que hay que estar loco como para volar al raso con eso, se haría un
tornado de balas allá en las colinas. Estoy seguro que las dos espabiladas se quieren ir
en transplanetario, y de los buenos, recuerde los gustos de la señorita.

–Eso no me sirve de mucho, no puedo abordarla en un espacio-puerto sin que un


escuadrón de marines se me tire encima. Si me estas contando esto es que aún no se
han ido ¿Por qué no se han ido?

–Porque todo el mundo tiene sus triquiñuelas, de esas que no les cuentas ni a la
parienta. Y hay las pillaron. Katya se escapo gracias a que tenía de su parte a dos
traidores que ya están alimentando al demonio. Lo de María se deduce porque
estando al cargo de los números se retiró nada más terminarse el trabajito.

–Eso no responde la pregunta.

–Hay vamos. Las pillaron y las andan buscando, están vigilando todas las estaciones
de a largo, puertos y demás. Aunque no se las pueda hacer nada en ellos, alguien las
seguirá allá a donde vayan.

–¿Sabes algo sobre a donde se pueden estar escondiendo?

–Si fuera así ya me habría personado yo allí. Dicen que dejo su apartamento limpio
como una patena. Esa se va para no volver, o la pilla al vuelo o se puede olvidar.

–¿Y de los traidores? ¿No sabían nada?

–Como que muertos no van a hablar.

–Podían llevar algo encima ¿Que tenían en los móviles o los neuroimplantes?

–De eso nada se. Los jefes no me rinden cuentas, se las guardan.
–Gracias Javi. Seguiré desde hay a ver que tal.

–Suerte guey.

Le acaban de tirar un hueso, roído y hueco. Puede que aquello fuese cierto y Javi solo
fuese un oportunista, o puede que le estuviese llevando a una trampa. Algo que los
pendencieros suelen hacer a los hombres ricos como él. Estando Katya implicada le
olía mal.

Llamó a Mason y a McKenzie. Por el momento no sabían nada. Quedaron atentos.


Luego se dio una vuelta por el barrio a ver si había cambios sospechosos, todo igual.
Compro algo de comida para el almuerzo y se volvió a la casa.

Decidió no morder el anzuelo, el dinero no le faltaba y lo de Katya fue hace mucho,


pensándolo con retrospectiva puede que hasta le hiciera un favor. La única salida de
las ladronas era a través del yermo desolado, el resto estaba vigilado, las perseguirían
hasta el infierno si hacía falta. Apuntarse implicaba ensuciarse con los nómadas,
gente que si sobrevivía en esos eriales era por algo, tipos duros y leales capaces de
enfrentarse a un batallón. Contratar a unos para seguir a otros y pelear a muerte por el
orgullo herido de un narcotraficante no entraba en sus planes. Hasta que McKenzie
llamó.

–Amigo, necesito tu ayuda, acabo de tener un pequeño accidente en el aparcamiento


2451 del edificio Manzanares. El otro conductor es nómada y me da que no va a tener
los papeles en regla. No puedo tirarme aquí toda la tarde aquí ¿Te importaría venir y
recogerme?

–Enseguida estoy allí.

Carlos se condenó a si mismo, estaba cometiendo un error. Cogió la gabardina, se


subió en la Duca-Zuki y voló como una flecha a la dirección, tan rápido que si alguna
patrullo lo vio ni se molestaron en intentar pararlo.

Él tampoco se molesto en apearse lejos. McKenze estaría dando la cara y la lengua


para retenerlos sin que le pegasen un tiro.

En efecto a la que aterrizó en una dársena cercana los tres nómadas encargados ya
echaban mano la arma, sin desenfundar, conteniéndose, tipos inteligentes que no
disparan hasta saber contra quién lo hacen. Eran tres llaneros de bronceados rostros
musulmanes, de buena nariz y espesas cejas negras como su duro pelo largo,
vistiendo gabardinas sueltas de resistente tela en donde esconder sus herramientas.

Carlos se bajo de la moto con la misma actitud, con la pistola pesada en la mano pero
sin desenfundar.
–Esto no tiene porqué acabar en tiroteo. –Dijo a gritos. Ese día el viento azotaba la
ciudad y donde más se sentía era en los expuestos aparcamientos de los rascacielos,
una lluvia torrencial se avecinaba.

–Si así lo quiere será mejor que se vaya. –El que le hablaba tenía los rasgos más
duros, la cara mas huesuda y la piel de la afeitada barba picada, lo que hacía destacar
mas su sólida barbilla.

–Tengo que hablar con la señora. No me iré sin hacerlo.

–Olvídelo, ya la llamara otro día.

–Sabe que eso no va a suceder. Mire a su alrededor, si quisiera matarlos ahora


estaríamos rodeados por los enemigos de la señora. Quizás no se lo haya dicho, pero
ha cabreado a gente poderosa.

–Siempre es así, si no no huirían, eso no nos asusta.

–Debe de tener poco apego por su vida si no le asusta morir. Solo hablaremos, un
intercambio quizás, nada más.

–Le acompañaremos, una vez que termine retirara su auto del medio y nos dejará
marchar. Si hace algún movimiento sospechoso...

–Lo sé.

Se relajaron un poco. Los nómadas le guiaron hasta el piso mascando tensión y


frustración. Mc y uno de ellos se quedaron con los vehículos, exceptuando la moto de
Carlos, que la envió de vuelta a casa por un camino largo, si le mataban allí al menos
no premiarles por ello.

El escondite de Katya constrastaba con la misería del edificio por su limpieza y


elegancia. Si fuera era un oscuro túnel apestoso lleno de mierda, miserable hasta para
las cucarachas, dentro dominaba un naranja casi blanco, perfume a flores y mucha luz
entrando por la ventana del minúsculo saloncito. Mini cocina a la derecha de la
entrada, con su barra para comer, en moteado negro, un mullido sofá imitación de
cuero mirando al cristal con varias maletas esperando a su lado y una mesa de café de
mimbre plástico a los pies en la que reposaban dos infusiones humeantes. Había dos
puertas adyacentes, la de la derecha abierta a un dormitorio del que apenas veía más
que parte de la ventana y el de la izquierda cerrado, de seguro al baño.
Nada más entrar se levantaron las mujeres sentadas en el sofá. La chica de piel blanco
sótano vestida con cómodas prendas, pantalones largos y cazadora sobre camiseta
que recogido su pelo negro en una coleta larga le miraba aterrada. Y Katya, dispuesta
a desfilar en la pasarela de las colinas con unos quijotes altos, vaqueros ajustados,
una pequeña cazadora repleta de gruesos bordados y una bufanda ligera al cuello.

Incluso sus ojos rapaces se asombraron al verle.

–¿¡Que haces tú aquí!?

–Creo que la menos me merezco una despedida.

–No te debo nada.

–Una novia en realidad. –Carlos se sentó en uno de los taburetes de la cocina, tan
arrimada al sofá que seguía cara a cara con ellas. –Los nómadas se pusieron tensos,
preparados a luchar oliéndose la venganza.

–No era una buena pareja para ti. Deberías estar agradecido.

–Tienes razón. Pero eso no quita que me doliese. ¿Que tal le va?

–Gana mucho dinero.

–Eso ya lo se, digo del resto.

–Bebe y folla mucho, es universitaria. Ya se ha olvidado de ti. Es buena estudiante,


aprueba todo.

–Ni me agrada ni me disgusta. Me lo imaginaba así. Parece que todos hemos


prosperado menos tú.

–No te equivoques. Esto es un ascenso. –dijo hinchándose como un globo.

–No lo parece.

–¿Ha eso has venido? ¿A regodearte en lo que creías mi fracaso?

–He venido a por el dinero. No porque me falte, ya lo sabrás, si no como venganza


por la jugada que mi hicistes.

–¡Ese dinero es mió! ¡Me he ganado cada crédito! No creas que vas a ver un solo
dígito.
–Si no me lo das haré una llamada y no llegaréis a las colinas.

–No si te matan antes.

Los nómadas no reaccionaron. –Será mejor que se vaya amigo.

–¿Por qué? Incluso si me matáis, cosa que no os pondré fácil, tengo un amigo fuera
que llamará por mi. Hasta podría tener un chip de hombre muerto preparado, es
normal entre los mercenarios de ciudad al menos.

Katya se adelantó fuera de si. –¡Tú no sabes lo que he tenido que hacer para llegar
hasta aquí! Todas las miserias, los trabajos, el miedo, los cerdos empalagosos y
lascivos que he tenido que... Soportar. ¡Me merezco esto!

–Te lo mereces todo, tanto conseguirlo como perderlo. ¿Que te hice yo Katya?

–Tú. Solo eras un infeliz al que había que quitar del medio para que tu novia siguiese
trabajando.

–Que va, había malicia en tu método ¿Fue por qué te rechace verdad?

–Te equivocas. –puntualizo María con desdén.

–¿Tú crees? Yo pienso que si no te necesitase no habría sido tan afectiva contigo.
Tenías que ver como se me encariñaba retozona aquella noche en la que dejo de usar
las hormonas de su implante.

–Como todos los hombres te valoras más de lo que importas. Solo eras trabajo. Nada
más.

–Y tú como todas las mujeres vas despachando a placer pero cuando te toca el
desprecio te pillas la pataleta.

–Por el daño que te hice, suficiente como para arrastrarte aquí a hacer el ridículo,
diría que fue más que eso.

–No te preocupes. En cuanto salga de aquí con tu dinero tú también lo recordaras con
cariño.

–La paga de estos hombres es parte de ese dinero.

–Sin problema. Les pagaré. No quiero matarte, de ser así habría esperado con mi rifle
de rail a que salieras y te habría volado al cabeza desde una distancia segura. Solo
quiero joderte, como tú a mi. Y he de decirte, que para lo que me contrataron fue para
mataros, pero lo rechacé.
–¿Contratado? ¿No es un precio por nuestras cabezas?

–Les preocupa más el dinero. Conseguí que aceptasen solamente la devolución, no


soy un asesino a sueldo. Tengo mis límites.

–A sí, tus convicciones. Pensaba que tras tanto tiroteo ya habrías espabilado.

–Por suerte para ti no. El tiempo corre en tú contra Katya. He venido tan rápido que
no creo que me hayan podido seguir, pero tampoco son idiotas. Si yo te he
encontrado otros lo harán. ¿Vas a darme el dinero o esperamos a que vengan los
bolivianos a recogerlo en persona?

Con la energía del cabreo Katya sacó un chip de créditos y se o entregó a Carlos, él lo
comprobó. –Katya, esto es lo que te gastas en una tarde en el bulevar de la moda.

Se lo quito de las manos y le paso otro, este encriptado. Carlos se la quedo mirando.
Después miro a María, a la cual le faltaba morderse las uñas. –Ahora el de verdad. –
Reclamó.

–¡Carlos! No me hagas esto. Maldita sea, no puedo volver a una vida de miserias. A
malvivir con basura, a dejarme la piel por gente sin méritos, a acostarme llorando. Tú
eres de los que rescatan a la chica, rescátame a mi.

–No te acerques tanto. El problema Katya es que tú eres de la que usa a los hombres,
los destroza y los escupe. A todos por igual, supongo que no haces más que lo que te
hacen a ti. Es triste, pero no tanto como para que me sacrifique por ello. Ahora tienes
a María, quizás con ella te vaya mejor, deberías conformarte con tu verdadero amor,
eso es bastante por aquí. Dejate de cuentos y dame el dinero.

–¡No eres diferente al resto de alimañas de por aquí!

–Entre cerdos y zorras el mundo esta lleno de mamíferos. Hago lo que puedo por
integrarme en la sociedad.

–No vasa llamar, si lo haces no tendrás el dinero.

–A veces toca perder.

–Te daré la mitad ¡No te quite tanto maldita sea!

–Guárdatela. –Todos menos Carlos se asustaron.

–Ya lo hizo. Nos condenó a todos. –soltó con voz trémula uno de los nómadas. En
efecto a la altura de la mitad de la conversación la dirección había sido enviada a
Javi.
Carlos agarró su arma, sin desenfundar. –Yo me marcho, a menos que prefieran
empezar el tiroteo. –Katya y María se gritaban asustadas indecisas por que hacer a
partir de hay.

–Se puede ir si aparta el auto.

–Me parece bien.

Los nómadas cumplieron con él, pero no con las mujeres. En cuanto el vehículo de
McKenzie fue retirado con Carlos y su dueño dentro. Los nómadas se fueron dejando
a las mujeres en la dársena de embarque. Les habían pagado por un transporte no por
un suicidio.

Al rato Javi llamó ya que no las encontraban en el piso. Se limitó a decir que tres
nómadas eran demasiado para él. Cuando le preguntó la dirección se la dio
avisándole de que perdía el tiempo, que ellas no se habían marchado con los
contrabandistas, que las había perdido de vista en las calles.

No le debieron de creer porque salieron detrás de los musulmanes. Pudo ver la


persecución en primera fila. No porque quisiera, si no porque McKenzie era el dueño
del vehículo e insistió en quedarse ya que quería unas tomas para su noticia. Así que
se pusieron a la cola de la cacería cuando vieron pasar los decorados vehículos de los
matones del cártel. Al menos el entusiasmado periodista cedió a la razón y dejo
pilotar a Carlos, el cual mantuvo una distancia prudencial más larga de lo que al
reportero le hubiera gustado.

Los autos de los Nómadas eran piezas de coleccionista, antiguallas robustas como un
tanque de guerra de mucha potencia pero escasa aceleración. Autos de chasis con
muchas esquinas y parches, a los que había añadidos como paragolpes reforzados,
garfios, y ametralladoras montadas. El de Mc era un turismo nuevo, de serie,
cómodo, simpático a la vista, pero del todo inapropiado para tales aventuras. Los
Bolivianos llevaban una mezcla de heterogénea de autos, cada uno el suyo. Pronto se
quedaron atrás los más lentos, quedando los de los jefes, BWM y Mercedez de alta
gama que les pillaron a los contrabandistas a medio camino.

Como eran la clase de gente pragmática que muere luchando los nómadas dispararon
primero reduciendo a escombros a los motoristas que llegaron en vanguardia, estos
aterrizaron de emergencia en la dura tierra, rotos y humeantes, a trescientos por hora,
se convirtieron en bolas de fuego rodantes.
Parecía que lo podrían lograr conteniendo a los coches a balazos desde la torreta del
techo y las ventanas por donde se asomaban, uno a cada lado, para disparar sus
ametralladoras. Hasta que de uno de los vehículos perseguidores salió un misil que
hizo una curva perfecta hasta el auto de los nómadas impactando en el lateral
derecho. Tras el tremendo impactó zozobró al lado opuesto, dejando una estela de
humo negro tras de si, con el cadáver destrozado de uno de los nómadas colgando de
la ventanilla en donde golpeó el proyectil.

Los fuegos traseros se apagaron, el piloto redirigió toda la potencia a los inferiores
para contrarrestar al gravedad todo el tiempo posible, alargando la lenta frenada,
reduciendo tanto como pudiera la velocidad antes de que el tren de aterrizaje, las
comunes barras laterales como raíles de un trineo, tocaran tierra.

Los asaltantes no tuvieron piedad, en lo que intentaban realizar el aterrizaje de


emergencia se colocaron a sus laterales y les hostigaron descargando sus armas contra
el coche. Alguien debió de ordenar el cese el fuego y se apartaron.

El vehículo de los nómadas toco tierra, rebotó un par de veces y después se puso a
dar vueltas, iba los suficiente lento como para no acabar hecho otra bola de fuego,
solo escombros retorcidos.

En segundos los autos apenas agujereados de los Bolivianos aterrizaron alrededor


acudiendo apresurados sus ocupantes hacía el vehículo accidentado. Arremolinándose
al rededor como chacales hambrientos. Con la excepción de una moto que despegó de
nuevo, por orden de un flaco malhumorado con muchos tatuajes que organizaba a la
gente en tierra a base de gritos y ademanes, en ruta de intercepción hacia ellos.

Carlos ya preparaba su pistola cuando el auto estrellado explotó de repente en un


enorme destello azul arrasando con todos alrededor, los autos aparcados fueron
empujados y algunos volcaron de lado. La tremenda explosión del depósito de
hidrógeno, algo complicado de suceder dada las medidas de seguridad que tenían,
salvo que se hiciera a propósito desde dentro.

La moto que se dirigía hacía ellos les olvido en el acto, volviendo para atender a sus
camaradas supervivientes.

Dieron una vuelta para que McKenzie tuviera sus tomas de los escasos supervivientes
agonizando y los cuerpos del resto ardiendo esparcidos por el terreno. Luego se
fueron, antes de que llegaran los rezagados con otro lanzamisiles que usar para borrar
testigos del cielo.

No eran los únicos en esa dirección, antes de entrar en la ciudad pudieron ver una
bandada de luces azules, blancas y rojas hacía el lugar de la escaramuza.
Carlos se apeó en un lugar público, dejando al emocionado periodista correr a editar
su primicia. Volvió paseando a casa, pensando en lo que acababa de pasar. Fijándose
en como se había aferrado al dinero antes que a la vida. Preguntándose si Katya,
conocedora de sus enemigos, había decidido no subir a aquel vehículo por su propio
pie, usándolos de señuelos con el fin de ganar tiempo para su próximo intento de
huida.
El edificio encantado

Oscar le llamó esa misma noche. Carlos se tomo un momento antes de contestar. A
saber por que tontería acababa de despertarlo. Lo mismo estaba borracho. No sería la
primera vez que le pasaba lo de llamar en ese estado para compartir su euforia.

–Carlos necesito tu ayuda.

–No te sientas mal, Paola es una gran mujer.

–Lo digo en serio. Acaban de acorralarme en un edificio en ruinas en el 3587 de la


calle Zhukov.

Carlos se levanto de un respingo y empezó a vestirse a toda prisa. –¿Quién va a por


ti?

–Tus viejos amigos los hermanos Bolivar. –El corazón de Carlos le susurró Katya.

–¿Que mierda tienen contra ti? ¿Les debes dinero?

–No... Es por un encargo.

–¡No me jodas! ¡Llevamos más de un mes sin pillar nada a pesar de que nos llueven
los contratos para que no dejes de follarte a tu novia y vas y te pillas uno solo!

–Es que este estaba muy bien pagado, y era para una sola persona.

–¡Me la suda que hagas encargos solo! Todos hacemos nuestros pinitos ¡Lo que me
jode es que no pilles cosas para el equipo, que por cierto, sigue necesitando un
hacker!

–¡Ya me echaras la bronca luego! ¿Vale? Si salgo vivo de este lio.

–¿De que va el encargo?

–¿Que más da?

–Estas con Katya ¿A que si?

–¡Joder! ¿¡Me vas a dejar morir por eso!?

–Serás idiota. A mi me han contratado para quitarle el dinero robado que lleva
encima.

–Hay que joderse.


Carllos recogió su armamento y se subió a su KTM en lo que se disolvía la espesa
pausa.

–¿Que vas a hacer?

–Salvarte el culo capullo.

–Gracias. Son un montón de gueyes, encabronados como si les hubiera robado la


virginidad a su san muerta. Estamos atrincherados en el sótano. He conseguido
despistarlos pero es solo cuestión de tiempo, poco tiempo, que nos encuentren y
empice la fiesta de nuevo.

–Enquístate hay, si son tantos tendré que hacer el ninja.

–¿No tienes algún amigo de los viejos tiempos a quién recurrir?

–Las niñas que estas custodiando le han robado la jubilación al jefazo. Es personal
Oscar.

–Con razón pagan tan bien.

–Escucha. No nos vamos a quedar nada de ese dinero. ¿Me oyes? Todo el que lo
toque esta muerto.

–¡Me cago en mi puta vida!

Como no el edificio era una de esas ruinas oscuras al borde del colapso en la periferia
que a Oscar le gustaban tanto a la hora de hacer travesuras. Había vehículos en el
tejado, no sabría distinguir cuales o si el Mustang de Oscar estaba entre ellos. Carlos
aparcó en suelo, a una distancia prudencial, ya pagaría la multa luego.

Llevaba la artillería pesada en la espalda, en la pistolera la de dardos, en la cintura la


kusarigama y la colección de granadas de mano en los bolsillos. Se acercó con
cuidado, al asomarse por vio que habían apostado dos jóvenes por esquina dispuestos
a avisarles de los problemas que se acercasen. Como suele suceder algunos se lo
tomaban en serio y otros no, esos fueron la clave para cambiarse de acera sin ser
visto.

Un juego de niños, la iluminación no era buena, farolas en mal estado, algunas


apagadas, pocos comercios, todos cerrados. La calle era amplia, con vistas a un futuro
prometedor, no como el presente, en el que la mierda acumulada y la falta de orden
en el mobiliario urbano ofrecían muchas oportunidades para esconderse.
Ya fuese apresándolos con los brazos o a golpe de omori los críos fueron cayendo.
Los arrastró hasta unos contenedores y entro en el edificio. Un oscuro laberinto de
hormigón dejado al abandono que tenía restos olvidados por muebles y cucarachas
por habitantes, tenía, ya que en ese momento estaba colmado por los ecos de los
pandilleros del cártel que rebuscaban por el edificio como sabuesos dopados. No solo
los gritos delataban su presencia, muchos de ellos usaban linternas, lo que no solo
dejaba claro donde estaban, si no hacía donde miraban. Y como iban todos en la
misma dirección abriendo puerta tras puerta, registrando habitación tras habitación,
tumbarlos era solo cuestión de paciencia y ritmo.

Al menos había cuatro grupos en activo, por las voces. Carlos fue acechándolos por
orden de proximidad. De abajo a arriba. Usando el control remoto colocó a los drones
espía en lugares estratégicos, apuntando a la puerta o la azotea, donde sí estaba el
Mustang, para avisarle si llegaban refuerzos.

Era una labor fácil pero arriesgada, no eran los más listos de la familia, pero con que
uno solo se percatase de su presencia tendría que tirar de rifle y no le hacía ninguna
gracia enemistarse con el mismo cártel para el que en teoría estaba trabajando. Estaba
a un mal paso de dejar el negocio y la vida.

Cogió aire y procuro no pensar en eso, solo él y los pandilleros. A estos ni se


molestaba en esconderlos, los dejaba en medio de las casas ya registradas, no había
tiempo para más. Iba ya terminando con el segundo grupo de princesos a dormir
cuando le llamo Oscar.

–¿Como vas? ¿Ya estas aquí no?

–Si, he puesto a descansar a dos grupos. Me quedan otros dos. –Carlos respiraba
fuerte, fatigado.

–Esos nos lo cargamos fácil.

–¡No! Se supone que son mis jefes ahora, no quiero tener que huir con la señorita
manipulaciones.

–Siempre me puedes echar la culpa a mi.

–No creas que no lo he pensado. Pero si lo hacemos sin cadáveres todavía podemos
terminar ambos encargos y salir limpios de esta.

–No lo veo he.

–Tu te llevas a las chicas a ver un nómada. Yo le llevo el dinero al jefe y todos casi
felices.
–Mi trabajo incluye las pertenencias.

–¿Ese trabajo que no te van a pagar?

–Tienes razón, me comeré yo el marrón de un curro a medias, total los nudos ya me


odian.

–¿Hay un nudo?

–¿Como crees que me han enredado?

–Un momento.

Se quedaron en silencio. Carlos escuchaba las conversaciones y pasos de los grupos d


las plantas superiores.

–Han terminado de registrar las plantas de arriba, van hacía ti.

–Ok. Me las apañare tú sigue.

Solo tenía fuera de juego a dos individuos cuando los disparos del sótano llamaron la
atención del grupo que dejó lo que estaba haciendo para apoyar a sus camaradas, un
par de disparos rápidos con la pistola de dardos incapacitó a otros dos en el suelo he
hizo que el resto de la banda se percatara de que no estaban solos.

Carlos se resguardó en una de las casas dejando que las balas de los latinos
atravesaran libre de obstáculos el oscuro pasillo, ahora iluminado a base de
fogonazos. Se quito la cazadora azul reflectánte de motero y la camisa sudada de
metalero quedándose como única arma las kamas en el cinturón. Eran al menos
cuatro y se dirigían pistola por delante hacia su escondite en linea de a dos, no daba
para más el corredor.

Se puso contra la pared, cogió aire y una dosis de slo-mow, si había un momento para
usarlo era ese. Primero rodó la granada de conmoción, luz y sonido, ya iba siendo
hora de que pusiera su aportación. La segunda fue la PEM, débil dado su tamaño pero
suficiente para apagar una linternas.

Después salió de su escondite y empezó a golpear. Los aturdidos solo necesitaban dos
golpes bien dados, como no había tres mejor pagados inmunes. Dado lo ancho del
pasillo y que sus amigos estaban en medio lo tenían complicado para rodeárlo, por
otra parte empleó otro truco con ellos, encendió el tatuaje lo justo para convertirse en
un espíritu de lineas de luz plateadas. Un juego de manos y perdían la localización de
su cabeza, otro y la finta estaba servida.
Puñetazos y patadas fueron repartidos con habilidad hasta que llego al descansillo de
la escalera. Volvió a por sus cosas y corrió al sótano en donde se la traca era
constante, amortiguado su escándalo solo por la distancia y el hormigón.

Cuando llegó abajo, se guió por el ruido, que le llevó a el cuarto de calderas, un
espacio amplio en donde convertir la basura orgánica en confortable calor para todo
el edificio. Los asaltantes se encontraban retenidos en el cuarto de basuras anterior,
asomándose por la puerta hacía el interior para compartir metales pesados con Oscar.
Un intercambio injusto a contar por cuerpos de muertos y heridos.

–Ya he llegado.

–Te voy a poner una reclamación por lento.

–Perdoneme señor es que son muchos clientes en su despacho.

–¿Como nos lo montamos?

–Les quiero atacar cuerpo a cuerpo, sin más bajas.

–No me jodas si los tienes con el culo en posición.

–Por eso. ¿Les puedes lanzar una de luz?

–No me quedan.

–¿PEM?

–De esas me sobran.

–Vale. Ráfaga fuerte. PEM y les dejas que se fíen.

–Hasta recargare de verdad.

Cuando dos PEM cayeron al lado de los latinos estos se acojonaron, pero al ver que
eran de ese tipo, que lo único que hacía era apagarles la luz, se descojonaron.
–Abuelo ríndase, esta acabado. –Con esas palabras por insignia reanudaron el ataque
con intensidad, entrando a la sala.

Oscar no disparó. Ya que detrás estaba Carlos colándose entre los hombres de los
hermanos a base de patada voladora, repitiendo la azaña de dejar inconscientes a todo
un grupo de soldados de los Bolivar a base de puñetazos, codazos y patadas a la
celeridad del slo-mow.
Los que entraron se encontraron con los puños reforzados de Oscar, el último cayó a
la campanada de su cabeza estampada contra una tubería.

Oscar se acerco para chocar los cinco con su espectral compañero que recuperaba el
aliento todavía bajo los efectos de la droga. El blindaje le había salvado la vida de
una buena ración de balas cuyo recuerdo aún sangraba en la piel. Detrás de él se
acercaron las dos mujeres, tal y como las viera la ultima vez, solo que ahora Katya
llevaba una pistola de complemento.

–Cabrón, ni un arañazo. –saludó Oscar.

–Y una mierda, que a mi también me han dado manduca. Pero sí, estoy mas guapo
que tú.

–Luego iré a un matasanos. ¿Por donde nos vamos?

Carlos pidió un segundo con un gesto de la mano y revisó los drones. –Por arriba,
quedan un par de mocosos abajo que ya están sospechando, el camino al mustang esta
despejado.

–La podrían haber puesto una bomba a un dispositivo de seguimiento. –Señaló con
tino Katya la cual se comía con mirada golosa a Carlos.

–Enviare mi coche a casa y me robare uno de estos mierdones.

–Bien, os acompaño arriba.

Carlos ordenó a sus máquinas que fueran a la azotea al igual que el grupo. Tardaron
en marcharse lo que Oscar se demoró en arrancar su nuevo coche, un turismo potente,
de los buenos, con una pintura de la santa muerte empuñando dos revólveres entre
rosas en la delantera. Carlos recogió sus cosas y se subió a su moto KTM negra y
naranja de agresivos vórtices.

Oscar uso su habilidad mágica de encontrar agujeros inhóspitos y les llevo a unos
almacenes abiertos en desuso cerca de un muelle espacial de mercancías.

Nada más aterrizar una enfadada Katya le entrego sin mas discusión que una mirada
ceñuda un credi-chip blindado.

–Esta encriptado.
María alzo la mano con la palma boca arriba. Carlos al dio en pincho de créditos y
esta se puso a trabajar en su liberación informática en el asiento de atrás del vehículo
robado en lo que Carlos le quitaba los GPS que pudiera tener. Oscar no apartaba la
mirada de Katya, molesto, no hacía falta ser adivino para saber que pensaba en las
cosas que la haría si no fuera una cliente.

Carlos tardo menos y fue a ver que tal lo llevaba María. Apoyándose en el coche
inicio la conversación con esa chica menudita poco amiga del sol, sin apenas
atributos de mujer. Sus rasgos eran finos, todo pequeño en una cara redondeada y sin
barbilla. Una niña grande y asustada.

–¿Tan complicado es?

–Pues sí, no es un chip de crédito normal.

–¿Por qué no habéis hecho eso antes?

–Lo hicimos, le cambiamos la propiedad a Katya.

–¿Por qué no a ti?

María se callo por un momento antes de contestar. –A ella se le da mejor manejar el


dinero, sobornar a gente, contratar mercenarios... Lo mio son los ordenadores.

–¿Sois pareja?

–¿Que más te da?

–No, me da igual, solo curioseaba.

–No es tan mala como piensas.

–Estas enamorada. A mi me paso igual, con otra chica, no vi como era en realidad
hasta que me partió el corazón.

–Ese no es mi caso.

–El mio tampoco lo era.

–¿Me dejas trabajar?

–Perdona.

Cuando terminó lo anunció con un –Yo no he sido.


–¿Como?

–El chip, esta vacío. –O era buena actriz o por la cara de asombro de veras no se lo
esperaba.

–¿Cuando lo abristes la vez primera, cuanto tenía?

–Cerca de cuatro millones.

–No es tu caso ¿He? –se regodeó a la que cogió el pen.

Carlos se acerco con el chip en la mano a la morena peligrosa tan prieta en sus
pantalones que podrían explotar en cualquier momento. –Katya.

–¿Que esperabas? ¿Que lo dejara hay al alcance de cualquiera?

–¿Donde están? –Oscar se echaba las manos a la cabeza, estaba aun suspiro de
matarla allí mismo.

–En una cuenta bancaria a mi nombre. Si muero nadie tendrá nada. No, el banco, ese
siempre gana.

–¿¡Te das cuenta de que ahora el gobierno estará investigando de donde ha salido ese
dinero!?

–Me dedico a esto antes de que consiguieras tus primeros mil créditos.

–¿¡Como piensas solucionarlo!?

Katya le dedico una sonrisa lupina, que junto al brillo de sus ojos le dio un aspecto de
depredadora. –Estamos en ello.

Carlos al agarró del brazo con fuerza –¿¡Tú y quién más!?

Katya guardo silencio. Carlos la cogió de los brazos y la puso contra una de las
columnas de metal –¿¡Quién más Katya!? –La repitió clavándola la mirada en sus
grandes ojos ambarinos.

Seguía sin responder. Oscar quito el seguro a su pistola avanzando con paso firme
hacía la pareja. Carlos le hizo un gesto serió con la mano para que se contuviera sin
dejar de presionar a la picante mujer.

–Debieron ascenderme. –Fue lo único que susurro con ese rostro diabólico que
distaba de la derrota.
Carlos dio media vuelta encorelizado y le dio una patada a un lata. María observaba
confusa la escena.

–¿¡Que coño significa esto Carlos!?

–¡Que todo esto es mentira! ¡Lo de que la persigan, lo de el robo! –Respiró profundo
para tranquilizarse –Es una distracción para que los hermanos Bolivar envíen sus
tropas lejos de ellos y otro los mate por la espalda. Se ha cambiado de bando.

–Lo que dice no es verdad ¿No? –pregunto en con difusa voz María.

–No te preocupes amor. Tú no morirás en esto. No lo permitiría.

–¡Pues claro que no! ¡La necesitas para desmantelar la seguridad de las cuentas y
registros de los Bolivar, para cambiarlos de titular. Es la única que queda que sabe
donde esta cada cosa!

–Ya esta, me la cargo. –Se arrancó Oscar de nuevo.

–¿Se puede saber por qué te enfadas tú? Eso significa que cobraras la suma acordada
integra.

–Ya pero me estas cayendo como la mierda.

–Que poco profesional. Si me matas te buscaras un poderoso enemigo.

–No tanto ¿Aquí la que importa es María? –aclaró Carlos.

–A ver si te crees que yo no he hecho mis deberes. Que no tengo bien amarrado todo,
a parte una buena porción del dinero.

–¿A ti te importa que un narcotraficante sea un poco menos rico?

–No, tampoco. –Oscar la apuntó a la cabeza.

–Los Lupo ¿Sabes quienes son no Carlos? Ya matástes a uno de sus agentes ¿Cuantas
bajas crees que están dispuestos a tolerar eso por tú parte?

–¿Quienes son los Lupo Carlos?

–Los que dirigen el crimen en el sector corporativo, con el consenso de las empresas,
me atrevería a añadir.

–¿¡Nos has vendido a las corporatas!? –María parecía molesta.


–A ver si te crees que los hermanos no cooperaban con ellas ¿De donde crees que
sacan la cocaína lo directores ejecutivos? Un tercio de nuestros ingresos venían de
hay.

–Si da dinero tiene que pertenecer a un corpo, como no. –El veneno rezumaba de la
boca de Oscar. –¿Me la cargo?

–No. No sabemos cuanto la quieren, puede que de igual, puede que hasta les estés
haciendo un favor por quitar del medio a un cabo suelto o puede que mañana te
alcance una bala perdida mientras paseas.

–Hija de puta... –Oscar disparó, solo que a la columna. Acto seguido guardo su arma.
A Carlos no le quedo muy claro si lo hizo a propósito, el pulso le temblaba.

–Yo no quiero participar en esto. –expuso María, en cuyo rostro danzaba la


indecisión.

–Pues ve llamando a unos nómadas porque me da que los que teníais contratados o no
existen o te llevaran a otro sitio. –Carlos se fue a su moto.

–¿Donde vas?

–Me largo. Hoy ya he trabajado gratis suficiente.

–No. Esta la pago yo. –dijo Oscar poniendo rumbo al coche.

–Llevadme con vosotros. Puedo pagarlo.

María se subió al auto de Oscar y se fue con ellos, dejando allí sola a Katya que ni se
digno en mirarlos.

Por el camino a la casa de Oscar Carlos llamó a Javi. En efecto en la mansión de los
Bolivar había tiroteo. Le contó a grandes rasgos lo sucedido para que se fuera a
esconder antes de que lo matasen a él también. Jurando el latino que algún día le
devolvería el favor.

El hogar y pareja de Oscar estaban bien. Revisaron el Mustang que aparcaron en un


lugar apartado por control remoto encontrando un dispositivo de seguimiento que
retiraron. En lo que Oscar se llevaba el auto robado lejos de allí Carlos llamó a
Mason y a McKenzie para que dejaran de buscar a Katya, no la fueran a encontrar.
A María se la llevaron a “el ajo” donde la pusieron en contacto con Muhamed, el
nudo que ayudase antes a Carlos con el asunto de la falsificadora rumana para que la
sacase de la ciudad lo antes posible. Tardo poco en enviar a uno de sus nómadas a
recogerla. La cagada de ayudar a la persona equivocada no le costaría años de
vasallaje legal. Al menos ella les pago su parte del rescate.

La noche se la pasaron bebiendo por un éxito bien fracasado.

A la semana se enteraron de que hubo tiroteo en las colinas. Alguien esparció el


rumor de que una pasajera fugada de la ciudad llevaba cuatro millones en el equipaje
en forma de credichip. Las bandas de los páramos atacaron a cualquier contrabandista
que hubiese transportado mercancía la noche de la caída de los hermanos Bolivar.

La parte positiva fue que el mes siguiente hubo muchos trabajos sencillos, incluso
para dos sin hacker, contra los bolivianos. A los otros grupos latinos: colombianos,
chilenos, mejicanos, etc. No les hizo gracia la broma de que los corpos se metieran en
sus dominios y aprovecharon el caos generado para quitarles todo lo que pudieron,
como pirañas al oler la sangre. Se marcaron todos los puntos que pudieron contra los
Lupo por desquitarse, aunque en realidad solo fuese como rascarse la costra de una
herida. En cuanto las aguas volvieron a su cauce los Bolivianos se recuperaron
enseguida, ahora bajo el mando, según decían, de una morena despampanante.

Algo más tarde contactaron con María a través de Muhamed. Tuvo un viaje
complicado pero logró alcanzar su destino. Bajo su guía y con la ayuda de un nuevo
hacker, desenterraron tesoros piratas de hermanos muertos en la red.

El nuevo era un joven asiático un tanto distante muy fan de los neurojuegos, vivía
más en la red que en la realidad. No pareciese que fuera a simpatizar con el resto del
equipo, pero cumplía con su parte. Se llamaba Jiho, y era la imagen del estereotipo de
freaky oriental salvo por el rostro, el suyo era duro, con mirada inquisitiva y mentón
cuadrado. No necesitaría más que unas horas de gimnasio para poder hacerse pasar
por detective.

Por insistencia de Carlos, al que tres se les hacía poco, añadieron una persona más al
equipo. La elegida fue Kylikki, una rubia casi albina que había servido en la
infantería como francotiradora. De marcados pómulos y amplia frente, cuerpo
atlético, alta, con con pocas curvas, gustaba de usar vestimenta andrógina o incluso
varonil. Su actitud también era reservada.
Voces mudas

Jiho desapareció. Tenían un trabajo sencillito, de recuperación de datos en un bunker


antitormenta subterráneo, de esos que el gobierno construía, obligado por la ley, en
cada distrito y luego se olvidaba de ellos acabando siendo huecos fantasmales,
residencias de mendigos o cámaras acorazadas de millonarios clandestinos,
dependiendo de quién encontrase la puerta primero.

No era un chaval cariñoso pero ningún runner que se precie deja tirado a un
compañero. Llamaron al intermediario para anular la operación y empezaron a
buscar, ningún nudo sabía nada de él, cosa rara pues siempre están bien informados.
No sabían en que parte del inmenso distrito asiático vivía y preguntar con una foto no
funcionó ni enmarcándola en billetes.

Carlos que algo sabia de neurojuegos preguntó por los atestados servidores en los que
jugaba Jiho a deslumbrantes juegos de fantasía medieval en donde samuráis y ninjas
coloridos se enfrentaban por puntos con hojas encantadas. No tardo en encontrar a su
clan de guerreros, un grupo de simpáticos varones de nicks pintorescos. Ellos
también estaban extrañados por su ausencia, se lo habían achacado a una enfermedad,
accedieron a la cuenta de su compañero en ese mismo juego, lo más que podían
hacer. Descubrieron su última ubicación conocida. Había quedado con su novia
virtual en un restaurante real.

Era un humilde local del gran mercado. Barra central en cuadrado con muchas
butacas desgastadas alrededor y vitrinas exponiendo los platos para tentar el cliente.
Mesas pegadas a las paredes con asientos demasiado pegados a ellas. Las paredes
estaban empapeladas en negro con grullas plateadas al vuelo, las lámparas con flecos
colgando iluminaban tan bien que se lo podían permitir, el mormullo entre sus
clientes era incesante. Oscar convenció al temeroso dueño de que les dejase ver as
cámaras evitándose peleas. En ellas pudieron identificar a Jiho por la ropa y suponer
que la flaquita de alegre estilo oriental era la chica, pues ambos usaban tatuajes de
distorsión. Los dos salieron de una pieza tras una breve velada romántica. Los
camareros ni les conocían ni se acordaban de ellos. Por la zona nadie le reconocía ni
se habían dado secuestros.

Los espadachines mágicos no sabían gran cosa de la chica. Que era nueva, no llevaría
ni un mes jugando, bastante torpe pero muy simpática, un tanto tímida, y que se
conectaba en el mismo horario de Jiho.
Oscar ya farfullaba que se había dejado pescar por una fulana. Le preguntaron a la
reina escarlata, atractiva nudo regente del barrio rojo oriental, sobre la niña, pero con
tan solo una foto del cuerpo de una joven a la moda poco se podía hacer. Se
comprometió a preguntar por ello entre las prostitutas que añadían el timo entre sus
aficiones. Al menos les valió como escusa para visitar el suntuoso burdel de la reina,
un confortable palacio japones escondido entre los rascacielos, con olor a incienso y
flores, donde ninguna mujer era fea, vulgar o barata, con abundancia de sedas rojas
en cortinas y cojines, escondidas tras sus blancas paredes rodeadas por un hermoso
jardín cubierto por cristaleras en donde crecían cerezos y sauces alrededor de lagos
artificiales habitados por peces koi cruzados por curvos puentes rojos recorridos por
luces de neón por donde paseaban las concubinas.

Antes de que la reina les contase nada llamó María. Katya la había encontrado. Según
les contó Jiho consiguió colar un mensaje rápido advirtiéndola de que le estaban
obligando a contactar con ella para localizarla. “Bolivia va a por ti, estoy muerto,
huye”. Ella estaba haciendo eso mismo, no llevaba ni veinte minutos fuera de su casa
cuando saltó la alarma. No contactaría de nuevo, era un adiós.

La desearon lo mejor con los dientes apretados por el cruel destino de Jiho.
Arrepintiéndose de no haber matado a Katya aquella noche en los almacenes vacíos.

Estaban planeando como devolvérsela a Katya en casa de Carlos cuando Jiho


apareció en la puerta. Magullado pero vivo.

–Te dábamos por muerto –Le dijo el sorprendido Carlos a la que le servía una copa
de vodka. Jiho por lo general no bebía, sin embargo supuso el anfitrión que tras ser
torturado no le diría que no.

–¡Joder chico! Estábamos planeando una venganza.¿Como te has escapado? –Oscar


no se creía que ese alfeñique lo hubiera conseguido por si mismo.

Jiho se acomodó en el sillón cercano sin poder evitar una mueca de dolor. –Su jefa,
Katya me dejo escapar. Dijo que no quería que Carlos la matase.

–¿Eso significa que yo si puedo hacerle ese favor al mundo?

–¿Han pillado a María? –preguntó jiho.

–No, tu mensaje le llego y salió a tiempo. –Le contestó Carlos

–Bien. No estaba seguro de conseguirlo.


–Has tenido un buen par de pelotas con eso. Bien jugado. –Casi fue una bienvenida
por parte de Oscar al mundo de los hombres. Carlos colocó su vaso en frente y se
sentó en el sofá junto a Oscar, Kyl ocupaba en silencio el otro sillón. Con esfuerzo
Johi cogió el baso y bebió con gusto. Carlos ya se iba alevantar a ponerle otro cuando
le señalo que no bebería más.

–¿Te la jugo la chica de internet. KitsuneJiyu18? –preguntó Kyl.

–No lo sé, puede, me asaltaron cuando fui a dejarla en su casa.

–¡Y luego quieren que seamos caballerosos! –Oscar estaba mosqueado. Resoplaba
como una maquina expreso de café rota.

–¿Quieres hablar? –Esta vez fue Carlos.

–¿De como me han golpeado dos tipos grandes? No gracias, además ni si quiera se
ensañaron, lo peor fueron las drogas, esa sensación de vacío... –Johi tuvo un
escalofrío.

–¡Debemos devolvérsela!

–Sobre eso, me dijo que con esto quedábamos en paz por todo lo que la “hemos”
quitado aceptando trabajos contra sus suministros. Y que si queríais vuestro dinero
por el trabajo de “aquella” noche aún os esta esperando.

–No quiero el dinero de esa zorra. –Oscar rugía como un cánido.

–¿Tú que piensas hacer Johi? –pregunto de nuevo Kyl con suspicacia.

–Usar mis medios para cobrarla la broma en wons.

–¿Como te ayudamos chico? –Oscar quería sangre.

–Por ahora no, primero un descanso, ya se me ocurrirá algo. –volvió a recostarse.

La reina les traspasaría el pago recibido por la muchacha encargada de llevar a Johi a
la trampa como señal de arrepentimiento de esta junto a datos que ya conocían. Una
forma comprar la salud de la prostituta.
Kylikki también tendría algo más que decir al respecto, pero solo a Carlos, tomando
un trago en una tasca de barrio al encontrarse con él de forma nada casual donde en la
galería de tiro de Speer.

–¿No te parece raro que soltaran a Johi?

–Katya sabe que otra más en la cuenta e iré a por ella. Tenemos una historia.
Tampoco creo que me odie tanto.

–¿También pudieron comprarle? Ahora que sabemos que moriría antes de delatar a un
compañero parece muy de fiar.

–Pues sí, esa es una de las cosas que haría Katya.

Carlos pensó que también sería propio de ella corromper a Kyl y sembrar la
desconfianza. Por suerte ambas posibilidades se arreglaban de la misma manera,
evitando todo contacto con María, su auténtico objetivo.
Adiós, sigue corriendo.

No se veía con Cloe desde que hiciera las paces con ella. Habían acabado su última
conversación con ese típico, hasta luego, nos vemos, ya quedaremos otro día,
llamame, que en realidad nunca pasa, que es un hasta nunca solo que se deja la puerta
abierta por airear el mal olor que dejó el desencuentro culpable de la separación, o el
hedor de la hipocresía cuando en realidad ninguno esta interesado en continuar con
esa relación pero se simula que sí por quedar bien. Claro, que cuando la necesidad
apremia, una puerta entreabierta, aunque solo sea por unos centímetros, es un portal
con un enorme letrero encima iluminado con un cálido “bienvenida”.

–Necesito tu ayuda. –Debía de ser urgente, eran las tres de la madrugada y a él no le


había dado tiempo ni de terminar su primer sueño.

–Buenas noches Cuno ¿Cuanto tiempo?

–Estoy en el viejo hotel “Brisa Marina”, estamos rodeados, necesitamos que abráis
una brecha y nos evacuéis. Pagaremos. –El “Brisa Marina” era uno de los hoteles más
viejos de la ciudad, a nivel administrativo se encontraba en el distrito de artesanos
pero en realidad estaba tan al extremo que se localizaba mucho más cera del portuario
y del corporativo, tanto que el último estaba apunto de tragarse la zona de forma
oficial, en la practica hace mucho que era suyo, el repentino cierre por reforma del
hotel no era mas que uno de los síntomas de tal adquisición. El nuevo dueño querría
retirar los cadáveres de los armarios del anterior antes de volver a poner el negocio a
rodar. Dada su posición se decía que había sido guarida de gente peculiar a lo largo
de su extensa historia.

Carlos se levantó con pesar cansado. –¿Quién os retiene?

–La Wayland-Yutang. –dijo con desaliento. Era una de las empresas más poderosas
que existían. Si bien era verdad que algunos de sus departamentos habían tenido
serias perdidas, una colonia entera en un sector lejano, todo el extenso departamento
de robótica doméstica y a saber que más, como líderes en el sector construcción de
naves de gran envergadura e instaladores de procesadores atmosféricos, ambos
necesarios para la continuidad del colonialismo, eran pesos pesados del mundo
corporativo.

–¡Joder! Que locura os ha llevado a buscarles las cosquillas a esos.

–La de los créditos. Un montón de ellos.

–¿Quieres que te entierran en una pirámide?

–Mi idea es vivir para siempre sin trabajar nunca más. Este no es un encargo tan raro,
es lo que hay en la ligas mayores, y el pago es a proporción.
–Deben ser balas muy gordas.

–En realidad tienen el mismo tamaño. No te he llamado para discutir. Te pagaremos


bien, te lo aseguro.

–Tranquila, estoy recogiendo las herramientas, no te prometo nada, no contra esa


gente, Además cuando dices “te” en realidad estas diciendo “os” y no se yo si “él” va
a querer hacerlo.

–Convéncele.

De camino al hotel llamó al equipo, empezando por el más reticente. Al contrario de


lo que esperaba no puso pega alguna y se arrancó enseguida. Quedaron todos en
encontrarse en un aparcamiento público de los alrededores,

Carlos al ser el primero en llegar dio una vuelta por la zona en su KTM. No había
policías merodeando ni estacionados restringiendo el espacio aéreo, lo que sea que
sucediese lo estaban llevando en secreto. Por el momento el edificio parecía en calma
pero los vehículos negros de la corporación ya estaban ubicados tanto en la azotea
como en el aparcamiento en cepillo cilíndrico del del hotel, al lado de este, donde
estaban aparcados también los de los asaltantes en su interior, al cepillo se accedía
por una pasarela en su planta superior hasta la altura intermedia del hotel. El porqué
el equipo de Cloe había elegido tal lugar era obvio, no solo estaba vacío, si no al lado
de una sede de la corporación a asaltar, otro rascacielos, dedicado a la sección de
construcción de naves espaciales: administración económica, desarrollo de diseños,
contratación... Una mina de datos. Abordarlo desde un coche era tan evidente que
garantizaba el fracaso, pero con un par de cuerdas y algo de tecnología podías saltar
entre edificios cual pulga en un receso del tráfico sin que nadie se enterase.

La situación de Cloe no debía de ser muy diferente de la de Oscar hacía unas


semanas, solo que ese edificio estaba hasta arriba de medidas de seguridad
electrónicas que sí funcionaban. Si todavía no los habían detenido debía de ser
porque o bien las controlaban los runners o las habían inutilizado. El tamaño del hotel
les proveería de muchos caminos y escondites, pero las fuerzas que les buscaban eran
soldados entrenados equipados con armas e implantes de ultima generación que no se
dejarían sorprender. Por el número de vehículos dos escuadrones y un ejército de
drones por el amplificador de señal colocado en la azotea del garaje, al lado del
puesto de mando portátil, un transporte pesado, que habría que inutilizar primero si
querían tener alguna oportunidad. No apagaría los drones, pero no podrían
comunicar, teniendo que valerse con se pésima IA. Estaba custodiado por seis
paramilitares acorazados con rifles magnéticos, solo un ataque rápido y potente
podría vencerlos. Carlos se lamentaba de no haberse conseguido un lanzamisiles
como pensó desde lo del combate entre nómadas y latinos.
Cuando llegaron el resto se reunieron en un cepillo de sombrero sobre un edificio
comercial, en su azotea, donde podían ver a pesar de la distancia el hotel y su
aparcamiento. Una simple azotea gris con tuberías, depósitos y antenas a parte de una
barandilla de metal para no precipitarse al vacío y mucho viento.

–No se puede hacer. –dijo el grandullón contemplando la panorámica.

–Venga Oscar, vale que acabastéis a malas pero tampoco es para dejarla en ese
marrón.

–No es por eso. Lo digo enserio, no podemos.

–Si atacamos con fuerza el puesto de control de drones y tomamos el control de sus
aparatos podríamos no solo ponerlos en su contra, si no generar problemas en la
comunicación entre escuadrones. Eso les debería permitir escapar.

–Ese puesto de control tiene seis guardias que ya están esperando un asalto. No les
vas a pillar por sorpresa, se parapetaran y resistirán como cabrones.

–Si les disparamos desde el aire con nuestra artillería más pesada podríamos con
ellos.

–No, al revés, tu romperías muchas cosas e incluso les darías una par de golpes, pero
entre la coraza y el subcutáneo tardarías una barbaridad de tiempo en tumbarlos, más
que de sobra para que llegasen los refuerzos. Ellos en cambio nos dañarían los
vehículos, que son normalitos no blindados, inutilizándonos, eso si no tienen misiles.
Solo funcionaría una asalto a corto alcance apoyados por Kyl como francotiradora. Y
ni eso esta claro. Te apuesto lo que quieras a que hay un equipo custodiando la
pasarela que en dos minutos se unirían a la refriega, entones nos superarían en
número y moriríamos.

–¿Y si tiro abajo algunos antes en plan ninja?

–No puedes acercarte en auto sin que se enteren y a pie para cuando llegues ya se
habrá acabado todo. ¿Te has fijado que el aparcamiento no tiene acceso en el suelo y
esta a ocho metros sobre él?

–Se puede escalar.

–¿Y después que? ¿Vas a subir las ciento sesenta plantas corriendo por la escaleras de
incendios?¿O mejor, les avisas a todos de que vas para allá cogiendo el ascensor?

–Sin tomar ese puesto de control no podemos ayudarles, dirigirá entres doce y
veinticuatro drones armados.
–Por eso no podemos socorrerlos.

–¿Si disparo con el rifle de francotiradora al amplificador no podría romperlo?


–preguntó Kyl

–Es mucho suponer, no son tan fáciles de romper y no tenemos forma de saber si se
ha roto o no desde aquí.

–Solo nos queda entrar a lo bestia por abajo y confiar en nuestra puntería.

–¿Sabes cuantos hay en la puerta?

–No me he acercado tanto. No quería que me vieran.

–Carlos, en un rescate así muere gente, son muchas balas, muchas explosiones,
siempre cae algún compañero. ¿Quieres arriesgar nuestras vidas por salvar la de unos
desconocidos?

–¿No es lo que hacemos siempre? Sabemos que pagaran, y bien. Tampoco son
desconocidos, no todos.

–No es como siempre, estos no son pringados de barrio jugando a los médicos, o
mierdecillas drogados con pistola, es Wayland-Yutang. unos putos rencorosos con
muchas armas y más dinero. No se olvidan de ti porque te cambies de municipio.

–No tienen porqué enterarse de que nosotros socorrimos a los ladrones.

–¿Seguro? ¿No crees que tendrán al menos un satélite encima?

–Si vamos por debajo no les valdrá de nada.

–Desde luego habría que salir a pie, de seguro que los vehículos de su grupo están tan
pinchados que no pudrían eruptar en ellos sin que averiguaran que comieron, eso si
son capaces de despegar o no explotan. ¿No te ha parecido raro que habiendo tomado
el aparcamiento sigan hay?

–Cierto. –Carlos se tomo un momento pensando en una solución. –Tiene que haber
algo que podamos hacer.

–Deja que hable con Cloe, a ver si tiene dentro algo que pueda servir. –Carlos le paso
el número a Oscar y esperó escudriñando su rostro y pose intentando averiguar como
iba la conversación. El gesto enfurruñado no auguraba nada bueno.
–¿Que se cuenta?

–Solo son tres, dos hackers y un soldado. Al resto ya los han pillado dentro del rasca
de la Wayland. No pueden saltar entre construcciones porque han destruido las
terminales del edificio para evitar que la corpo obtuviera el control, por lo que no
pueden parar el trafico. Lo que si podrían sería descender en vertical, si no fuera
porque debajo tienen un montón de seguridad de la Wayland con la zona acordonada.

–Quieren que les hagamos de señuelos.

–Es un maldito suicidio. Señuelos a pie Carlos. Sabes que no sobreviviríamos a eso.

Le llego una llamada. Oscar se percato como si el mismo la estuviera recibiendo.

–No lo cojas Carlos.

–¿Que hago, al dejo tirada?

–Será peor si se la coges.

Respondió –¿Como lo lleváis?

–¿Oscar no va a a ayudarnos verdad?

–Es un señuelo a pie, nos rodearían con sus vehículos y nos matarían. Lo sabes.

–Somos tres, solo les quedan seis plantas por registrar. No tenemos con que
enfrentarlos.

–Nosotros tampoco.

–Estáis fuera, tenéis margen de maniobra.

–¿Como cuanta? ¿Un carrera por la avenida?

–No han llamado a la policía. No nos van a encarcelar, ni a enviar a trabajos forzados.
Nos llevaran a un pozo oscuro y nos retorcerán hasta que les contemos todo.

–Cuéntaselo.

–No tenemos nada, solo somos runners haciendo un encargo para un intermediario
que ya habrá desaparecido.

–¿Por qué me has llamado a mi? Sabes que no estamos a la altura de esto.
–Todos los demás nos han colgado.

–Joder Cloe, me pides algo que no puedo hacer, me pides que muera por ti, ni eso,
solo por una oportunidad.

Se hizo un silencio. Cuando Cloe volvió a hablar su voz tenaz y seca temblaba.

–Así es como morimos los mercenarios ¿No? En un agujero oscuro, rodeados por
asesinos con uniforme, sin que a nadie le importe.

–Yo no quiero que mueras.

–Ni yo. Haz algo por favor, lo que sea, tan solo intentalo.

–Yo tampoco quiero Morir, ni que mueran mis compañeros. Lo siento.

Se hizo otra pausa, la angustia y la tristeza empezó a filtrarse a través del implante.
Cloe ya no podía contenerla y Carlos no la filtró. –Lo siento Cloe...

–¡Espera!

–Dime. –respondió Carlos al notar que no continuaba.

–Debí haberme quedado con vosotros. No me arrepiento, aquí he sido feliz, encontré
pareja, gane mucho dinero, fue emocionante reírse en la cara de los poderosos
mientras les robábamos. Pero Oscar tenía razón, no vale la pena, te acaban
alcanzando. Yo solo quería... Solo quería ser feliz, no vivir en la miseria, no ser una
esclava del montón, que mi vida tuviese más sentido que servir, escapar. –Empezó a
sollozar –¿Por qué tiene que ser tan difícil?

–No lo sé. Por un tiempo fuimos libres ¿No?

–Sí, nos utilizaban pero sí, por un tiempo, lo fuimos. Ahora debo de pagar por ello.

–No, no es que tengas que pagar, es solo que te alcanzaron. Tú te mereces no vivir
atrapada en... esta mierda de mundo.

–¿Verdad? Les plante cara. No como el resto, que gritan al aire una tarde y vuelven a
su celda por la mañana. Nosotros al menos lo intentamos.

–Sí.

–No voy a morir atada a una mesa de tortura. Gracias Cdos. Al menos vosotros
vinistéis. Adiós, sigue corriendo, que nunca te alcancen. –Cloe colgó.
Psicólogo

Carlos maldijo a gritos en aquella azotea, dejando que transparentes perlas se


escabulleran de sus ojos enrojecidos. Pateándolo como si pudiera dañar al viento
huracanado que la recorría. Saco su arma y comprobó la munición.

Oscar lo agarró por la espalda inmovilizándolo. –No hagas tonterías.

–¡No es justo joder!

–Nunca lo es.

Kyl avisó. –Disparos en el hotel. –No los podían escuchar, no a esa distancia y con el
viento en contra, pero veían los fogonazos de las ráfagas, uno tras otros, rápidos,
continuos y discordantes. Duraron poco, dos tres minutos, y se apagó la luz.

Cuando Carlos se calmo Oscar le dejo libre. No había rencor en su mirada, ni enfado,
no hacía su compañero al menos. Enfundó su arma y se fue con la cabeza gacha y el
paso firme.

–¿A sonde vas? –Había que gritar para poder entenderse.

–Vuelvo paseando.

–Estas a tomar por culo de tú casa.

–Lo sé.

–¿Nos vemos en el Kleinmann?

–No.

Oscar tenía razón, era un camino largo, mucho tiempo para pensar, para hablar con
sus demonios y fantasmas sin despegar un labio de otro, entre el cálido gentío
ignorante de la calle, echaba de menos sentir el gélido viento de la azotea en su piel,
le parecía más sincero, o al menos más acorde con él. Así que dejo las populosas
calles comerciales y se dirigió a los barrios pobres en donde los espacios entre los
largos edificios se recortaban creando callejones en donde la gente era remplazada
por basura y cucarachas y el frío viento lo recorría como un espectro marginado. Eso
era él, al menos era lo que el quería ser, un espectro oscuro y fatasmagórico, una
sombra inalcanzable para todos, aunque solitaria y triste, sin los problemas
mundanos, ni los humanos.
Era un tipo con dinero y se le notaba, seguía vistiendo de motero, incluso llevando
ese ridículo peinado punk que le aconsejase Omar, rapado por los lados y con la
azulada cresta de rizos en medio, nunca se la había ocurrido nada mejor que pudiese
encajar con su implante en el parietal izquierdo. Pero sus ropas ya no eran de plástico,
colorido polímero que intentaba imitar telas de la vieja tierra, en ese momento
oscuras dado lo que creía que haría y no hizo. Cuero negro para la cazadora, con sus
lineas en naranja, Unos vaqueros elásticos de perspectiva militar, cuadrados grises y
unos cuantos bolsillos, y una camisa negra de suave algodón bajo el kevlar. Se
desabrocho la cazadora para sentir mejor el frío, un flagelo leve que le mantenía
despierto.

–¡Hey amigo! ¿No tendrá algo para prestarme? –el tono de reclamación le saco de su
ensimismamiento.

No era una petición, el nunca había dicho algo así, pero había escuchado frases como
esas de sobra en la infancia, justo antes de un atraco por parte de otros críos del
barrio. De perder su poco dinero a cambio de una paliza.

Lanzó una mirada llena de odio al que le había llamado la atención, el líder de una
manada de hienas que sin que se percatase le estaban terminando de cercar.

No vio un humano, solo un montón de carne fétida y podrida coloreada con una
sonrisa estúpida en la boca babosa.

Se hecho a un lado, en un segundo tenía su pistola pesada en la derecha y una kama


en la izquierda. Tras tantas batallas aparecían en sus manos sin más cuando las
necesitaba.

Ellos también tenían armas, pero no sabían usarlas muy bien, corte aquí, disparo allá,
más y más disparos, se sentían como ecos, fuertes, pero ecos en su mente, la cual
movía su cuerpo sin que él se lo pidiese, su corazón latía con fuerza, salía del
paroxismo al ritmo en que las balas retumbaban y la sangre fluía. Lo quería, más
salvaje, más rápido, más destructivo. No dejó supervivientes, no se molestó en
saquearlos, solo continuo hacía la oscuridad del callejón, esperando que alguien más
quisiera atracarlo, le supieron a poco.

Encontró otro grupo de punks más adelante. Estaban cobrando el alquiler de sus
hogares a los sin techo. Saludo con una bala y siguió comunicándose con ellas, en
poco tiempo los cobradores habían cobrado.
Miró a uno de ellos, el típico punk en los huesos con coloridas prendas de segunda o
tercera mano y una capa negra en plena expansión bajo su cuerpo tendido en el suelo.
Lucía el pelo cardado de color verde, tenía la nariz aguileña y los ojos grises muy
abiertos. Le dio golpecitos con la punta del pie. Le recordó a aquel sujeto, en la
cancha de rugby que le mirase fijamente con sus ojos muertos cuando tenía doce
años, solo que esta vez no le dio miedo.

–Tú también estas jodido ¿He? –Sus pupilas dilatadas le respondieron.

–¿No podías dejar a los más débiles en paz? –Le dio otro empujón con el pie para que
respondiera. Esta vez lo hizo su flaco cuerpo.

–¿Y no podías conseguir dinero de otra forma? –Tenía marcas propias del consumo
de drogas, de unas cuantas. Carlos le escuchó con atención.

–Ya, tienes razón. Solo en parte, que no se te suba a la cabeza. Pero sabes que, esos
tíos se merecían lo que les hice. Ellos eligieron que fuera así, yo no maltrate gente
inocente para evadirme como tú.

Carlos se puso de cuclillas ante el cadáver. –Pues sí, pero no a propósito.

–Lo sé, eso no me hace menos culpable. Pero al menos para mi es una diferencia
importante.

–Sí que les arrebatas la vida, solo que no toda, no de golpe.

–No te vengas ahora de santo porque estés muerto, no lo hacías así por ética, si no
porque no tenías huevos para ir más lejos.

–Cierto, error vuestro. No te lo tomes a pecho, todos los cometemos. ¿No esperarás
que te de las gracias?

–En lo que a mi respecta como si lo hubieras hecho. No te escondas tras eso hermano,
guarda algo de dignidad para la parca.

–No. Tienes razón, toda la razón. Culpa mía. Se te ocurre algo mejor, no sé, ahora
tienes una perspectiva diferente...

–No lo se amigo, ya no lo se...

–Lo del negocio te lo compro pero lo de las mujeres... No son buenas, solo quieren
vivir con comodidad gracias a mi dinero, nada más.

–Ni idea, quizás. Prefiero no saberlo. Ella ya encontró su amor, me lo dijo, así que
esta bien. Si la ves, dile que lo siento, que la recordare.
–¿Tú crees? ¿Y como logras que funcione?

–Ya claro, como no eres tú el que arriesga.

–Eso es cierto ¿Pero sabes que? Me quedo en la mitad. Aún tengo a Oscar, y quién
sabe, lo mismo los nuevos son majos.

–Supongo que seguiré adelante mientras dure. El otro camino siempre estará hay.

–Un placer haber hablado. No me guardes rencor, yo no te lo guardaría. Nos vemos.

Carlos se levantó, enfundo su pistola y se marchó de vuelta a los grandes bulevares


repletos de luz, calor y sonido. Calmado tras la edificante charla, preguntándose hasta
que punto había enloquecido.

Un par de noches más tarde se tomo un margarita en honor a Cloe en la terraza del
bar de crematorio.

El tema volvió a surgir en el Kleinmann, delante de unas jarras de cerveza Carlos le


hablo a Oscar sobre la posibilidad de dejarlo y abrir un negocio, de retirarse a tiempo,
no apostar más y buscarse un trabajo en donde perder la vida no conllevase la mitad
de las posibilidades del resultado. Oscar le escucho, no le gusto, pero lo comprendió.
Quedaron en tomarse unas vacaciones, no muy largas, hasta navidad, que no le
quedaba mucho.
Regalos festivos

Era curioso como la vieja saturnalia sobrevivía al paso de los milenios a pesar de que
las religiones arcaicas que dieran origen a la festividad ya nadie las venerara,
historias de la historia sin más relevancia que la compresión de los orígenes de una
plaga interplanetaria. Sin embargo las celebraciones seguían hay, transformadas por
supuesto, pero seguían, la gente necesitaba sus días de asueto para olvidar su triste
existir.

Navidad era la fiesta de la familia, momento en que las personas se acordaban de que
tenían lazos sanguíneos con otras personas y se reunían para reforzar sus vínculos
alrededor de una mesa bien surtida de alimentos. Algunos, los que se lo podían
permitir, llegaban a viajar bastante para poder estar junto a sus familiares. Otros ni los
tenían, por lo que se juntaban en grandes manadas obsesionadas por encontrar pareja
para superar el trauma de la soledad en locales preparados para forrarse con su
desesperación.

El punto fuerte, para su mundo capitalista, eran los regalos. Había que regalar algo a
los seres queridos, incluso a los no queridos a veces también. Por ello las tiendas se
engalantonaban de la forma más espectacular posible y la publicidad se disparaba
hasta el acoso. En ningún otro momento del año habría mayor cantidad de clientes
dispuestos a dejarse sus ahorros en la calle. Ellos no eran la excepción, a Oscar le
compro un lanzamisiles a Kyl una mirilla ultimo modelo y a Jiho un famoso
nuerojuego de estreno. Por otra parte en ningún otro momento la gente tendría menos
ganas de trabajar que en ese. Por ello los criminales tenían sus mejores oportunidades
en esos cinco días, incluidos los runners.

Allí estaban los tres. Con la espalda contra la pared pisando, sobre una repisa de no
más de medio metro, bajo una lluvia intensa, sobre un océano de paraguas que se
movía siguiendo sus propias corrientes irregulares, empujando lunares de colores
entre la empapada marea negra, a decenas de metros y a un solo paso. Algunos solo
miraban tiendas antes de tomar algo en un bar con los amigos, antes de volver a sus
hogares con sus familias, muchos buscaban con prisas ese regalo que les faltaba para
terminar la lista que debían satisfacer a la mañana siguiente, les preocupaba mucho,
pero no tanto como a ellos dar un traspiés por culpa de la humedad.

Carlos iba a la cabeza, con el instrumental en la mochila de la espalda, le seguía Jiho,


con el terminal apretado contra su pecho como si fuese su hijo, tenso como un cable
del metro, estaba claro que la altura no le apasionaba y cerraba el grupo Kyl, tan fría
como siempre, esta vez armada con un subfusil. Todos de negro con bragas
cubriéndoles el rostro.
El objetivo era una de las ventanas de los laboratorios de Bauer, empresa
farmacéutica dedicada, sobre todo, a la ingeniería genética. Responsables de
montones de descubrimientos importantes, como la inmortalidad, curas a muchas
enfermedades, como el cáncer, e innumerables vacunas contra virus humanos y
exógenos. También eran famosos por sus “errores” cada año unos cientos de personas
morían en el universo debido a fallos en sus medicamentos.

Esta vez Bauer había cometido otro “fallo”, se les había escapado un bichito, por la
puerta de delante. Estaba siendo distribuido por sus agentes secretos entre la ocupada
población en esos momentos. Lo de envenenar al mundo y venderle la cura durante
su agonía venía siendo una táctica recurrente desde principios del quinientos antes de
Ecuador. (Primer asentamiento fuera de la órbita terrestre, en al satélite de Júpiter,
Europa. Fundado, valga la redundancia, por la unión Europea, como no salir de casa).

Otra empresa deseaba obtener la vacuna a tiempo de poder competir en ese mercado
tras la explosión de la epidemia, no sabían cual. Les habían contratado a través de una
nudo latina llamada Susana, la que les dio la mayoría de los trabajos contra los
Bolivar de Katya, mujer morena de marcados pómulos un tanto ruda, directa, con
muchos hijos a los que mantener, una vida prolífica, cada uno en una mafia diferente
para mantenerla informada y neutral. El método era lo usual, en esos casos era mejor
que los extremos de la cuerda no se conociesen.

Oscar se había quedado cuidando del vehículo, una furgoneta de la empresa que el
infiltrado del anónimo contratista había tenido la amabilidad de olvidar en un
callejón. Carlos la había inspeccionado y colocado un dispositivo para eliminar el
GPS en el momento en que terminaran el trabajo, si sus jefes querían vigilárles
deberían usar algo que Bauer no pudiera perseguir hasta el equipo. Por el momento
esperaba en el aparcamiento vertical del rascacielos, preparado para ir a recogerles a
la carrera si la cosa se ponía fea.

Nada más llegar Jiho se puso a trabajar para anular la alarma de la habitación, un
tanto sensible al tratarse de un laboratorio, y levantar el cierre antitormenta, unas
gruesas laminas de metal plegables capaces de detener un meteoro que protegían la
ventana. Kyl le sujetaba por el cuello del chubasquero, no es que lo necesitara para no
caerse, las manos le temblaban y no era solo por el frío. Era una larga caída.

Tardo un rato, agobiándose solo, nadie le dijo nada a pesar de que todos sabían que se
estaba tardando lo suyo. Cuando terminó Carlos se puso a cortar con el soldador
iónico. Kyil se preparó para sujetar el cristal preparado para absorber el impacto de
un vehículo aéreo. Era como trabajar con una plancha de acero de quince centímetros.
Tardaron un rato, hubo que repasar pero la cortaron. Con mucho esfuerzo entre Kyl y
Carlos al bajaron hacía dentro. Quedando con los hombros doloridos y un tanto
fatigados. El primero en entrar fue Jiho, el cual se resbaló y acabo en el blanco suelo
de la sala. Un rectángulo lleno de mesas de trabajo con muchos cajones sobre las que
esperaba, envuelto en telas plásticas, el delicado instrumental de trabajo a que los
científicos volvieran de vacaciones. Había estanterías acristaladas repletas de botes y
tarros con pulcras etiquetas de nombres indescifrables y pizarras de plástico con
ecuaciones y fórmulas incluso más inteligibles. Kyl ayudó a Jiho a levantarse en lo
que Carlos se acercaba a la puerta, blanca como todo allí, a escuchar si alguien se
había percatado del ruido.

Era un mal sitio, la pared el lateral que daba al pasillo eran puras cristaleras, como las
de los zoológicos. Bastaba con que alguien se acercase para verlos en acción, su
única medida al respecto era una apuesta por que los agentes de seguridad ignorasen
sus obligaciones y no hicieran la inspección de media noche, confiando a las trucadas
cámaras la vigilancia para poder dedicarse a comer y beber al menos entre amigos.
Todo le mundo lo hacía esa noche, había que ser estúpidamente honrado o de una
rectitud absurda para ignorar tal sagrada tradición y realizar con eficiencia tu labor
después de que te jodieran el festivo. Tanto que Carlos pensaba: Si aparece un
guardia en ese pasillo, debería hacerme su amigo y llevarlo aun museo para que lo
criogenicen.

Jiho corrió al sistema de seguridad y empezó a operar en él, anulando más medidas,
el sitio era como una caja fuerte y desde fuera no se podía apañar todo. Kyl mientras
aseguraba la zona. Hizo señales a Carlos indicándole que afuera nadie se había
percatado de la intromisión. Luego registro el lugar.

En cuanto Jiho terminó Kyl relevó a Carlos y este se fue con Jiho a desmantelar
ordenadores. No tenía ningún sentido encenderlos y ponerse a indagar levantando las
alarmas del sistema informático, si la información era correcta los datos estaban en
los discos duros, era tan fácil como llevárselos, ya lucharían contra le sistema
operativo en un entorno donde el sistema no pudiera pedir refuerzos.

Parecían operarios de la formula uno, desmantelaban computadoras como el que


abría una lata de comida. En cuestión de diez minutos los ordenadores de la sala
estaban destripados por el suelo. En cuanto el último disco estuvo dentro e la mochila
de Kyl Carlos dio la señal de retirada, se la devolvió y salieron por la ventana.

Estaban a medio camino cuando Kyl llamó la atención de sus compañeros. –Dron. –
uno de los automatizados cacharros, no un vigilante, si no un guardián, grande,
pesado, resistente y con una ametralladora capaz de reducir una persona a papilla se
acercaba siguiendo su rutina. Su única ventaja era que aunque cualquier ojo humano
percibiría el cambio de luminosidad y miraría de inmediato la ventana rota este no la
investigaría hasta que la llegase su turno de inspección.
Intentaron apresurarse pero el edificio era demasiado grande. Tardarían en doblar la
esquina mucho más que el dron en alcanzar la ventana, ni que decir de llegar al
aparcamiento.

–Oscar ven a recogernos. –dijo Carlos. Eso haría que los soldados de la sala de
control se pusieran nerviosos, si Oscar les distraía bien podrían embarcar antes de que
dieran la alarma. Era mejor eso a que les pilara el dron expuestos en una cornisa
empapada como botellas sobre unas piedras con las que practicar su puntería.

Oscar llegó enseguida trayendo consigo la ventolera de los propulsores. Poniéndose


en su paralelo, más lejos de lo que les gustaría. Carlos saltó el primero. Luego Jiho
con ayuda de sus compañeros y por último Kyl.

Oscar intentaba convencer a sus interlocutores de que se trataba de un repartidor


terminando su turno muy tarde, algo complicado de creer. Las voces de estos sonaban
altas por la radio, enfadados porque se hubiera acercado tanto al edificio sin
necesidad. Con gestos les señalaba al dron. Había que tumbarlo o les seguiría hasta el
infierno.

Carlos preparo su rifle de asalto y Kyl le dio el subfusil a Jiho y cogió el rifle de
francotirador. Oscar puso la furgo en posición y todos descargaron sus armas contra
el en cuanto Kyl pegó el primer disparo sobre el aparato que ya se desplazaba hacía
ellos.

Fue un convincente baño de chispas, lo suficiente para hacer caer al bicho del aire.
Oscar hizo sonar el claxón fuerte a la que aceleraba para alertar a la gente de abajo de
que se apartara, le hicieron el hueco suficiente para que nadie muriese aplastado,
aunque de seguro que a alguno se le clavaría alguna astilla resultante del impacto.

Oscar se despidió con un –¡Feliz nochebuena panolis!– en lo que ponía el piloto


automático y cogía le rifle de de Carlos para cederle el puesto del conductor. Pronto
la mitad de la policía del centro les pisaría los talones, fuera el cierre antitormenta del
laboratorio se desplegaba de nuevo.

–Oscar vete atrás, nos siguen dos drones.

–Puedo disparar desde aquí.

–Atrás.

Hizo caso. Una vez detrás los tres hizo una maniobra, cogió impulso y viro noventa
grados dejando la nave deslizándose de lateral, ligeramente inclinada y en caída pera
impulsarse con los propulsores de la panza. Eso les dio un buen ángulo contra los
drones.
Dispararon con ganas abatiendo al primero. El segundo se puso a rango de disparo y
soltó su ráfaga mortal. Carlos aceleró con los principales perdiéndose por una calle
perpendicular, en cuanto recupero el impulso un poco volvió a girar y sus
compañeros pudieron disparar de nuevo, sin embargo el cacharro aguantaba y Carlos
no podía repetir dado el largo del edificio.

Oscar apartó al resto aguantando el fuego y con brazo certero le lanzo una granada en
pleno frontal.

En cuanto escuchó la explosión Carlos enderezó la nave y piso a fondo el acelerador,


cerrando las compuertas laterales.

–¿Como vamos atrás?

Kyl le respondió. –Oscar esta tocado.

–Ni caso chico, písale a fondo.

–¿Continuamos con el plan?

–Sí. Esto se limpia con unos parches.

Carlos siguió recto, consultando el mapa holográfico desplegado a su lado con las
indicaciones marcadas en la luna delantera. La policía no estaría lejos, sin embargo
aún no le seguían. A máxima velocidad activó el artificio que quemó el GPS y tomo
una violenta curva a la izquierda.

Sus compañeros se estampaban contra el lateral contrario y los vehículos en


circulación hacían sonar sus bocinas a coro ante la arriesgada maniobra que acabó en
el lateral de deceleración próximo a los edificios, dedicado a los que deseasen salirse
de al circulación central para frenar y aparcar, solo que en el lado contrario al sentido
de la circulación. Una carrera peligrosa esquivando a los otros autos en tránsito casi
parados que buscaban una celda en la cual aterrizar Al siguiente cruce volvió a su
sentido por el carril central sin frenar ni un poco, colándose entre los huecos entre los
otros autos pilotados por inteligencias artificiales sin reflejos que apenas hacían el
amago de apartarse. Como una ballena desbocada en una plantación de algas plagada
de peces somnolientos. En el holo señalaba uno de los puntos en donde podían
esconderse, marcados de ante mano. Un giro brusco a la izquierda, un pequeño roce
contra otro vehículo con su característica turbulencia y desplazamiento lateral, una
rectificación rápida muy forzada, un golpecito en el culete por parte de alguien en la
otra dirección y de vuelta a la carretera.
Tardo un poco en ver el agujero por lo que la frenada fue algo más brusca de lo
normal, la toma de suelo incluyó un par de rebotes pero acabaron dentro del hueco de
una aparcamiento llano para vehículos terrestres de unos grandes almacenes
dedicados a proveer los comercios locales.

Desembarcaron con prisas, disparando a las cámaras, lo que asustó a los guardias que
fueron a resguardarse tras las puertas, un par de tiros más cerca les advirtieron de lo
que pasaría si salían.

Oscar se arregló todo lo rápido que pudo y salieron de allí a la carrera, colocándose
gafas y gorras, cambiándose las cazadoras, metiendo las armas en maletas de viaje.
En cuanto se alejaron lo suficiente la detonaron la furgoneta borrando huellas.

Se desplazaron con prisas, cada uno en una dirección hacía sus vehículos colándose
entre la gente del lugar que se apartaba de ellos asustada. Eran doscientos metros con
paso firme por callejones hasta las entradas de a pie las rejillas verticales de los
aparcamientos de las viviendas y a volar de nuevo.

Con el tiempo la policía descubriría todos sus trayectos, pero para entonces ya sería
tarde, sus vehículos estarían repintados y con las matriculas verdaderas. Las
descripciones de los transeuntes serían demasiado imprecisas y las pocas grabaciones
útiles solo se verían helados de borrón en cucuruchos de chocolate con muchas
prisas. Glaseado que sería destruido al llegar a la casa.

Por no llamar la atención se demoraron dos días en entregar la información al nudo,


no era plan de salir a pasear con la mitad de la policía buscándote. Se reunieron con
sus chavales, en un bar de copas del distrito portuario, donde se reunían pilotos y
azafatas para superar el “jet lag” a base de alcohol hasta que decidían fugarse a un
motel barato en donde terminar de ajustar los relojes sobre la cama, entre tanto y
tanto tenía unas mesas con algo de intimidad al fondo que eran útiles para algo más
que meter mano. A los supuestos hijos de Susana, dos jóvenes morenos de pelo corto
y boca recta, con un tanto de nariz y ropa de calle, sin tanta pintura en la piel,
intentando parecer duros, se les veía algo molestos.

–¡Debíais entregar los datos en cuanto los obtuvieseis! –No alzaban la voz pero se
pasaban con los gestos, clavando dedos sobre la mesa, frunciendo el ceño. No iban a
ganar un premio a la interpretación del año.

–Perdonadnos, no os vimos en el laboratorio. –Oscar se encargaba de tratar con ellos


en la última mesa. Con Jiho al lado y Carlos con Klyn haciendo de parejita feliz en la
mesa de al lado.

–Ya sabes a que nos referimos.

–Si queréis a la policía de testigo solo tienes que llamarles.


–¡No es tan difícil, solo habríais tardado un momento en pasaros por el lugar
acordado!

–¿Para que huyas feliz con la mercancía mientras morimos acribillados por la pasma?
¿Que conveniente habría sido eso para ti?

–¡El cliente dejó claro que lo quería de inmediato!

–Solo han pasado dos días y es navidad. Diles que se tomen algo y disfruten de la
fiesta. Dudo que fueran a hacer muchas dosis con su gente en casa.

–¡No es lo acordado!

–No es lo que tu mamá acordó con vuestro cliente. Yo la deje claro que haríamos las
cosas a nuestra manera, y eso incluye dos días de reposo.

–¡El cliente manda!

–Si el cliente quiere lo que tengo más os vale haber traído su dinero, si no no va a
mandar nada.

–Lo tenemos.

–Deja que lo vea.

–¿Y la merca?

–Aquí esta. –Oscar abrió la mochila de Kyl dejando ver los discos duros. Cuando el
de chico calladito estiro la mano Oscar la alejó con reflejos felinos. Ese gesto fuera
de lugar por parte del muchacho hizo que a las armas del lugar se les quitaran los
seguros.

–¿Donde vas tan rápido mocoso? No he visto tu dinero.

El acelerado sacó una bolsa de gimnasio con un montón de billetes, algo de por si
raro, esas transacciones ya estaban protegidas por los informáticos de los bancos, no
hacía falta esa precaución. Oscar los revisó.

–Aquí falta dinero.

–En compensación por la tardanza.

–Pues no hay trato. –Oscar se empezó alevantar.

–¡Espera! Joder no vas a negociar.


–Eso ya lo hice con tu madre. –No se paro.

–¡Espera joder! –El silencioso siguiendo las indicaciones de su compañero se saco


dos fajos gordos de detrás de la camisa. Antes de que terminara la punta de dos
pistolas tocaron la nuca de cada uno. Los tiro en la bolsa y se quedaron con las manos
abiertas sobre la mesa.

Oscar se detuvo delante con cara de sorprendido. –¿Que mierda es esta? ¿Habéis
intentado rapiñear un cacho?

Se encogieron de hombros.

–Pues no hay trato.

–¡No nos jodas! Solo ha sido una picardía.

–¡Y una mierda! Mamá no enviaría a dos palurdos a terminar su negocio.

Oscar siguió su camino. Los dos muchachos se disponían a seguirle cuando volvieron
anotar los cañones en su cabeza. Carlos se lo aclaró. –Llamad más la atención y el
local tendrá un mural nuevo. Sed buenos y quedaos aquí terminándoos con calma
vuestras bebidas, no vaya a ser que nos sintamos perseguidos y se nos afloje el
gatillo.

Se fueron del bar sin que nadie les siguiera, derechos a la casa de Carlos. Una vez allí
Oscar llamó a Susana. Al terminar la llamada este les aclaró que si que eran de su
gente, solo que por culpa de las navidades había tenido que usar a novatos. Nadie se
creyó esa trola. Estaba dispuesta a repetir de nuevo el intercambio, con las
condiciones de Oscar, esa vez sin tonterías. Pero ya no se fiaban, dedujeron que si
abortó con disimulo era porque algo malo estaba pasando entre ella y el cliente.
Teniendo en cuenta la diferencia entre acuerdos entre los tiempos de entrega quizás
desde el principio.

Jiho se puso a desencriptar los discos duros allí mismo. A ver que habían robado en
realidad. El resto llamaron a sus contactos, a ver si alguien sabía algo del tema o de
como llevaba la policía la investigación. Nadie sabía nada por el momento.

El hacker tardo su buen tiempo en tener acceso a los diferentes discos de datos. En
todos ellos había información similar, todo referente al virus y su vacuna, al detalle e
incluso con explicaciones mundanas dedicadas al departamento de administración.
No era ninguna broma, la criaturita era capaz de matar a alguien en una semana,
alargable a un mes con cuidados médicos, pero una vez vacunado en cuatro días
volvías a ponerte en pie. Era lo que tenían que robar, el problema debía de ser otro.
La conclusión más lógica que les quedaba era que Mamá se había percatado del valor
de lo que tenía entre manos y necesitaba tiempo para renegociar con el cliente un
precio mayor. Algo que nunca se hacía pues te dejaba fuera del mercado.

–O quizás –dijo Carlos –Algo de esto esta mal, muy mal, algo que no sabemos y que
hace que Susana quiera retirarse y esta intentando que seamos nosotros los que
rompamos el acuerdo para hacerlo sin ensuciarse.

–Así que el próximo acuerdo también fracasará, así hasta que nos hartemos o
acabemos a tiros. –continuó Oscar.

–Si no realizamos el intercambio, quedamos mal por no terminar el trabajo. Si


contactamos con el cliente, nos condenaran por saltarnos al la nudo. Si se lo
vendemos a otros, nos lo compraran, pero ya nadie volverá a contratarnos pro
traicionar un acuerdo. –enumeró Jiho.

–Y si no hacemos algo la gente morirá como en la tierra. –recalcó Kyl.

–Dijeron que ya lo estaban distribuyendo. Por lo que esta mercancía no valdrá nada
en dos semanas, que sera lo que tarde Bauer en sacar su vacuna milagrosa. –Calculó
Carlos.

–Eso solo nos mete prisa para que cometamos el error de decidir mal, si queremos
salvar nuestra reputación lo mejor es no hacer nada. –Ni a Jiho le convencían sus
propias palabras.

Kyl fue tajante. –No me he apuntado a esto para trabajar gratis.

Oscar habló para la galería. –Así que tenemos entre: Confiar en que Susana nos
estafe, trabajar gratis, o venderlo lo antes posible a costa de nuestra reputación.

Todos se quedaron meditando las opciones, ninguna gustaba.

Carlos hablo primero. –Si Susana nos eligió es porque nuestra reputación entre los
intermediarios es mala, así es más fácil hacer creíble lo que ella diga.

–Vale Carlos, por hay ya hemos pasado. Ahora toca elegir.

–No, lo que toca es saber cuanto podemos ganar a cambio de nuestra reputación.

–Jiho ¿Cuanto?

–Soy hacker no médico.


–Llevemos una muestra a nuestras clínicas de confianza, a ver que nos dicen, eso
ayudará además a que se corra al voz.

–Parece que ya has tomado una decisión Carlos. –dijo con cierta inquina Kyl.

–Los nudo hablan mucho de respeto, reputación y honor entre ladrones, pero son los
primeros en dejar tirado a un runner. Me fio de ellos lo justo y Susana huele a turbio.
A mi tampoco me gusta trabajar gratis y menos que me la jueguen. Por lo que sí,
vender me parece la mejor opción mientras la paga sea buena, ya nos han echado la
pella antes y aquí seguimos. Pero la parte buena de correr la voz es que el cliente
actual se enterará y contactara con nosotros, así a lo mejor nos enteramos de que esta
pasando.

–¿No crees que eso pondrá sobre nuestra pista a la policía? aún nos buscan.

–No. Un matasanos jamás vende a su cliente. Gracias a eso son intocables, y ricos.

Cada uno habló con su doctor de confianza, todos se alarmaron, como doctores que
eran ante la amenaza, y agradecieron el aviso, el cual circulo a la velocidad del
electrón entre el gremio.

Jiho ya tenía preparada una plataforma digital segura para cuando empezaron a llover
las ofertas de compra de los agentes clandestinos de las farmacéuticas.

Oscar volvió a hablar con Susana, esta vez la llamo ella. No consiguieron llegar a
ningún acuerdo. Les contó que ella insistía en su inocencia y en que terminara con el
trato sin cambios apelando a su miedo a ser marginado, empujándolo a lo que el creía
una trampa mortal para quedarse la mercancía gratis, disfrazándolo de un ajuste de
cuentas con una runners avariciosos y traidores.

Eso unido a que los precios eran tan altos que equivalían aun año de trabajo acabaron
viajando a todos los antros discretos de la ciudad para vender copias de la
información a tipos misteriosos en gabardina con una perfecta manicura.

En uno de esos locales Carlos se encontró con el fantasma de las navidades pasadas,
en forma de madre atendiendo sola en la noche la barra de un local sencillo, un
cuadrado escarbado en la pared de un edificio con una larga barra separando una
cocina reducida del lluvioso mundo exterior, hundida lo justo para que nadie se
mojase. Ramen precocinado caliente y bebidas frías enlatadas bajo un cartel luminoso
demasiado grande para tan humilde local.
No le reconoció, su rostro distaba mucho del que tuviera cuando era Miguel, incluso
la voz le había cambiado. Una vez que se fue el comprador él se quedo un momento y
pidió algo de cenar, preguntó por llamada si le apetecía comer a Kylikki, que le
guardaba las espaldas detrás. No tenía ganas, así que la dijo que se podía marchar,
que ya volvería a casa solo. Se fue.

–Creo que al final cenare algo aquí. No me apetece cocinar tan tarde. Póngame un
ramen de pavo crujiente.

–¿Va a querer algo más de beber?

–No por ahora gracias, mi amigo se ha dejado la cerveza. Me la terminaré.

–Avíseme si necesita otra cosa.

–¿Le parece que charlemos?

–Claro, no hay nadie más.

–Es triste ¿Verdad?

–Para nada, hace una hora esto estaba a rebosar. Ahora toca la parte relajada.

–Siempre me he preguntado. Sí hay tan poca gente a estas horas ¿Por qué no cierra?

–No crea. Ahora porque es navidad, pero incluso en estas fechas llega algún
despistado o un grupo entero de fiesta que tampoco quieren cocinar.

–Me toca despistado. –Se tomó una pausa. Siempre fue distraida pero sería raro que
no se hubiera percatado de la rareza del encuentro con el comprador. Probablemente
pasara de meterse en asuntos que no la incumbían y lo dejo en despistado también,
era lo mejor para no morir por entrometida. –Antes, cuando dije lo de la tristeza, me
refería a la gente solitaria, como usted y yo, que en vez de estar en sus casas con una
familia, estamos aquí, trabajando hasta tarde.

–Usted no esta trabajando.

–Acabo de salir. –Esperó otro rato. Ella se dio la vuelta y le dio su Ramen, estaba
más vieja, con más arrugas, machacada. Por lo demás era igual solo que en un
uniforme rojiblanco. Ojos verdes deslustrados, bolsas en los parpados, cabellos
rizados cayendo en cascada, cara menuda, sin barbilla. –Gracias. Entonces... ¿Tiene
familia?

–No.
–¿La tuvo?

–Tuve un hijo.

–¿Se fue a picar? –Muchos se iban a las colonias, era una vida dura, pero si
sobrevivías volverías con plata como para ser alguien. El ramen estaba asqueroso,
sabía a lo que era, comida de bote.

–No, un día le prendió fuego a la casa y se fue. O puede que no fuera él, la policía me
dijo que lo andaban persiguiendo por asesinato. Pero el no era de esos chicos,
pandilleros violentos que solo saben hacer daño. Creo que al pobre mio le colgaron el
delito y huyó para que no le mataran.

–¿Por qué cree que no lo hizo?

–Porque era mi hijo. Yo lo parí, le conocía bien. Era un niño bueno, jamás daba
problemas. Vago pero bueno.

–¿Un niño sin problemas? No es por ofender pero me resulta difícil de creer, yo en mi
infancia tuve montones de ellos.

–Mi Miguel no. solo era vago, nada más ¿Usted tiene hijos? –Menos mal que había
pronunciado el nombre, Carlos ya empezaba a pensar que la memoria le había jugado
una mala pasada”.

–No.

–Entonces ni se imagina lo duro que es ¿Por qué no los tiene?

–No tuve una buena familia. Dudo que fuese buen padre.

–No se sabe hasta que se intenta.

–Si luego tengo razón y se me da fatal ¿Que hago con el niño?

–Los niños salen adelante, a su manera.

–En este mundo la gente muere en las esquinas, cuando los encuentran las cucarachas
ya se han llevado la mitad. No salen adelante, no sin ayuda.

–Eso no son niños.

–Todos lo somos. ¿No ha vuelto a ver al suyo? –preguntó con audacia impidéndola
responder, no le apetecía entrar en metafísica.
–No. Pero de seguro que sigue vivo. Era muy listo.

–Para estar segura habla en pasado.

–No era fuerte. Ni de cuerpo ni de espíritu, pero se las habrá apañado.

–¿No le ha buscado?

–¡Pues claro! Si no lo ha encontrado la policía no lo voy a encontrar yo. Además,


después de que incendiara mi casa tenía que buscar donde vivir, y eso sin dejar de
trabajar.

–La policía se esfuerza en encontrar a un chico desaparecido lo mismo que en


abrocharse los zapatos, los usan de cremallera ¿Sabe?

–Le buscaban por homicidio.

–Cierto, como la creí cuando dijo que era inocente se me pasó. Le buscaba la policía
por homicidio y un homicida para encubrir su rastro.

–Nunca le encontraron, ni vivo ni muerto, de seguro que se las ha apañado. Yo me fui


de casa con su edad y aquí sigo, seguro que se las ha apañado.

–No seré yo quién la diga lo contrario. –La dejo una propina normal y se fue.

Ahora les tocaba vacaciones forzadas, justo después de unas elegidas. No pintaba
bien para los nuevos, solo la abundancia de dinero tapaba la mala situación en la que
se encontraban, lo bueno es que lo cubría como una manta caliente un cuerpo frío en
pleno invierno. Jiho se lo tomo con paciencia, Kyl no hablaba pero en su cara había
un atisbo de insatisfacción. Oscar tiró de carisma y prometió que las cosas
mejorarían, como un político en elecciones, en el aire se podía percibir el olor a
disolución.

El estoque llegaría al final de esas mismas festividades por parte del propio Oscar.
Paola estaba embarazada.
Despedidas

Oscar realizo su amena celebración en el Kleinmann. Una tarde de birras entre


amigos por su pequeño retoño. Acudió el equipo y algunos veteranos de su época de
militar, hombres fuertes marginados, vestidos con su mejor ropa de calle e implantes
de tercera mano, perfumados con desencanto, rostros duros con miradas que
guardaban horrores. Tíos majos, como osos en hibernación. Juntos bebieron, gritaron
y felicitaron a el nuevo papá. Nunca había visto a Oscar tan contento, como si un
genio de la lámpara le acabase de conceder un deseo que de otra manera nunca se
hubiese realizado. Era el que más gritaba. Daba la sensación de que sería un buen
padre.

Comieron y bebieron, hablaron demasiado. Muchas viejas batallitas, glorias pasadas


que solo se recordarían mientras viviesen los soldados que las hicieron realidad,
llenas de anécdotas graciosas agridulces, chistes de trinchera, coloreadas por el calor
del alcohol.

Se quedaron hasta tarde, hasta que el humor quedo ahogado por demasiado líquido,
como una llama que se apaga. Entonces poco a poco la gente se fue volviendo a sus
casas. Hasta que solo quedaron Oscar y Carlos en un ambiente templado y calmado.

–Sabes que esto significa que lo dejo. –Las palabras se alargaban demasiado por
culpa de la imprecisión de un cerebro abotargado por la bebida.

–Es lógico. De no hacerlo ese niño quedaría huérfano antes de los quince.

–Siempre tan simpático. Pero tienes razón chaval, ahora no puedo morirme.

–Seras un buen padre.

–Lo intentare. ¿No te enfadas?

–Me molesta. No hace ni un mes que yo hablaba de lo mismo y tú arrugabas la cara


como si tuvieras jalisco en el ojete.

–No es lo mismo.

–¿De veras?

–¿Sigues de bajón por Cloe?

–Te habría regalado unos patucos rosas solo por joderte –Sonrió.

–Va a ser niño. –Confirmo de forma tajante sin terminar de pillar el chiste.
–¿Lo dejaras?

–No es por Cloe. Piénsalo, tengo dinero para media vida ¿Que sentido tiene seguir
arriesgando a que alguien a quién no le importo nada, que ni me conoce, me meta una
bala en el cráneo defendiendo los secretos de su patrón corpo porque yo estoy
robándolos para otra corporata?

–Lo haces por el dinero. –Le recordó.

–No necesito más dinero.

–Siempre viene bien más, esto, el negocio, no durara para siempre.

–Estaba aquí antes que nosotros y seguirá después.

–Puede, pero tú envejecerás, no de cuerpo, eso ya lo solucionastes, pero si de espíritu.

–¿Tú no...?

–Vivir para siempre en este mudo es sufrir para siempre, una historia debe de tener un
final.

–No me jodas.

–Que lo haga todo el mundo no significa que sea bueno. Más bien lo contrario,
¿Dime una sola vez en que la sociedad haya tomado una decisión correcta?

–Sabes que no tengo ni puta idea de historia.

–¿No leías libros?

–Como quieras, es tu vida, puede que hasta tengas razón, quién sabe...

–Lo importante es ¿Me vas a tomar el relevo?

–¿Quieres que dirija le grupo? Soy el más joven...

Oscar le cortó –Eres el más veterano.

–¡No me jodas! ¿Es tú herencia?

–Se que ahora las cosas no van bien. Pero ambos sabemos que esos come pollas
corporativas volverán a llamar.
–No es por eso. Lo digo en serio, siempre que salimos a luchar es por los intereses de
un cobarde que no quiere ensuciarse con sus propias batallas. El negocio es así, le
limpiamos el culo a un pijo a cambio de quedarnos el dinero que caga. Es mucho por
lo que no nos quejamos ya que eso es mejor que trabajar ocho, diez horas al día para
quedarte las migajas del pastel. Eso ha permitido que tú puedas jubilarte, montar tu
tienda de armas y criar a tu mocoso ¿Por qué yo iba a ser diferente?

–Porque no tienes mocoso. Te quedarás solo en tu cuarto, con una cerveza en una
mano y la polla en la otra, la televisión encendida sin hacerla ni caso, comiéndote la
cabeza con mierdas pasadas, envejeciendo una década al día sin llegar a ninguna
parte. Un miserable viaje de autodescubrimiento que acabara con la poca chispa que
te queda. Por eso.

–Que poético te has puesto de repente. Yo también se hacer planes ¿Sabes?

–¿Como cual? Sorpréndeme.

–Estaba pensado estudiar algo. Se me ocurrió mientras calculaba que iba a hacer todo
un año sin encargos. Quizás un curso de informática...

–Ambos sabemos que eso se te da como el culo. –Volvió a interrumpirle.

–Sí, y ambos sabemos que nosotros solo somos masillas, sin un hacker solo valemos
para barrer el suelo. Si no fuese porque los hay a porrillo podrían cobrar el doble.

–Sin nosotros ni uno pasarían de la primera misión. No les des tanta relevancia. De
todas formas ese sigue sin ser tu campo.

–Lo sé. La otra opción es aprender lo justo para salir adelante en ese tema y seguir
por mi terreno, la ingeniería.

–¿¡Te quieres convertir en un lumbreras!? –Las carcajadas de Oscar retumbaban por


el local.

Carlos le miro con los ojos entrecerrados, entre el cinismo y el enfado –¿Que tiene de
gracioso?

–¡Joder Carlos, pues que no te pega! Eres un maldito mercenario.

–¡También puede haber mercenarios listos!

Sin perder la sonrisa Oscar continuó –¿Que pasó con aquello de montar un taller?

–Sigo pensando que es una buena idea, pero no me veo explotando a cuatro obreros y
quedándome ciego con los libros de cuentas.
–Ese día llegará.

–Antes de que eso pase podría intentar subir mi... ¿Estatus? Los ingenieros siempre
están solicitados y ¡Joder! Es el momento, no me voy a poner a ello con ochenta
tacos, por muy inmortal que sea.

Oscar se puso serio de nuevo. –Tú mismo, razón no te falta. Yo no lo veo, pero si
quieres intentarlo adelante. Ahora, como me entere de que no te sale iré a tu casa, te
romperé varias costillas y te pondré a trabajar la calle aunque sea de puto.

Carlos se recostó en su asiento y describió en sus labios una leve sonrisa sarcástica.
–¿Quieres apostar?

Oscar se lo pensó un momento –Tu mejor moto contra mi mustang.

–La azul, tu mustang no vale tanto.

Oscar volvió a pensárselo. –Vale, pero solo porque me desquitare con la paliza.

Un tema se quedó en el tintero, aparentaba que se solucionaría solo, así que se dejó
hay y se evitaron malos royos.

La boda no tardo en llegar, con toda su parafernalia, cosas de Paola, si fuera por
Oscar se habrían casado en el juzgado. No era la primera boda de ella como para estar
entusiasmada por el blanco vestido, era solo que le gustaba la parafernalia, el bombo,
a fiesta, una tradicionalista. Ella estaba radiante, sonriente como una niña en su
cumpleaños, atendiendo cada detalle con nerviosismo. Oscar parecía un astronauta al
que le hubiesen gastado la broma de cambiarle el traje espacial por un smoking y se
estuviera asfixiando en el vacío. No es que no le sentara bien la ropa, era la cara de
agobio, Paola lo traía de cabeza. Llego a pedirle a Carlos que trajera las armas, de
cachondeo claro.
Se casaron en un terrario del centro, como todas las parejas de bien. Un encuentro
fugaz con el verde vivo del planeta natal de la humanidad. Una experiencia nueva
para muchos de los presentes que supuso una agradable evasión del sermón del
casamentero estilo cristiano que bajo un ancho arco de flores blancas no dejaba de
soltar cursilerias de cara a los enamorados delante de él y a todos los emprerifollados
asistentes sentados hacía ellos. El aire no estaba cargado de humedad y los olores
empalagosos de la ciudad, entraba mejor a los pulmones, como si fuera más potente,
había plantas por todas partes, de suaves hojas verdes, marrones troncos rugosos
divididos y dispersados hacía el cielo, la hierba hacía el suelo blando y confortable, la
sensación era mucho mejor y más potente que la de las neuros que intentaban emular
la natualeza. ¿Que locura llevaría a sus ancestros a cambiar una vida tan agradable
por conglomerados de acero y cemento sin fin en distantes rocas estériles? Le dolió
tener que dejarlo, si no fuera por el resto de invitados se habría tumbado sobre el
césped. El espacio se cobraba por minutos y a Oscar ya le dolía en la cartera el pack
de oferta.

Lo que a Oscar no le dolió pagar fue la cena, era hombre de buen comer y beber y
ninguna de esas dos cosas faltaron. El salón elegido consistía de una única galería
amplia y alargada con pasillos separados por blancas columnas terminadas en arcos
de herradura al estilo árabe en rojo y blanco por donde transitaban los camareros con
pesadas bandejas de plateado brillo cargadas de abundante comida de aspecto
exótico. El centro era para los comensales, sobre el suelo de esmaltado azulejo
pintado con motivos geométricos se encontraban las mesas redondas de largos
manteles blancos cuyas sillas mostraban una imitación de delicada talla vegetal en
madera, al fondo estaba la larga mesa rectangular de misma apariencia alzada sobre
unos pocos escalones del resto dando la espalda a la gran pared de estuco amarillo
con un rosetón en cuya vidriera se representaba a un pavo real con su cola esmeralda
en abanico abierta mostrando sus motas azules como decenas de ojos la asombrada
hembra a su lado y el publico de la galería. Todo alumbrado con fuerza por las
grandes lamparas de araña de largos tubos de cristal colgantes.

A Carlos le toco sentarse en el lado Oscar en la gran mesa rectangular junto a algunos
de los veteranos que conociese en el Kleinmann. Cerca en una de las mesas redondas
estaban el resto de soldados incluidos Jiho, vestido con tanta seriedad que podría
asistir a un funeral al terminar y Kylikki, con un vestido suelto un tanto recatado y
muy elegante. Eran pocos los asistentes por parte de Oscar, en cambio Paola se había
traído a todos los colombianos que Oscar estaba dispuesto a alimentar, ella no tenía
mucho dinero.
Fue una buena cena en la que se bebió demasiado, Oscar recuperó el calor y el
encanto, recibiendo ocasionales guantazos en las manos por parte de su mujer cuando
estas llegaban más lejos de lo que la pública situación permitía. No duraron mucho en
la posterior pista de baile, sala adyacente que intentaba ocultar su simplicidad con
exceso de cortinajes y abundancia de espejos. La oscuridad la evadía con luces
arcoiris. Solo había un espacio elevado para al Dj del fondo y una barra libre lateral
para asegurarse de que nadie saliera sobrio del local. Oscar y Paola se fueron a hacer
sus cosas pronto, dejando a la familia de ella bailando en la pista y a los veteranos
intentando vencer al proveedor de bebidas.

Carlos no era de danzar, ni de grandes tumultos, ni deseaba mantener el control de la


barra. Se quedo con Jiho a un lado, hablando del futuro, obserbando a Kyl, la cual
estaba atrayendo la atención de unos cuantos familiares de Paola que parecían no
tener claros los límites.

A ellos dos se les acercaron un par de chicas de piel morena y sonrisa deslumbrante
entre mucho carmín, encorsetadas en vestidos demasiado estrechos para sus amplias
dietas, buenos atributos con falta de ejercicio, derrochando carisma, directas al grano,
a medio calentar. Eran las más atrevidas, las más bonitas lo daban todo sobre la pista
de baile con pasos calientes y la melena al viento acompañadas por primos de buen
ver y ágiles pies con la punta de la nariz y mejillas ya coloradas.

Carlos se mostró condescendiente con las chicas, no le interesaban pero tampoco


había por que ser maleducado. Sonreía, afirmaba y esperaba a que Kyl eligiese un
chico para pasar la noche o tener que ayudarla a despegarse a un listillo. Fue una
estupidez por su parte, en cuanto uno se paso de la raya Kyl le partió la nariz en un
descuidado paso de baile entorpecido por la bebida y los zapatos alzados, unas
disculpas hacía el aturdido varón y se marchó. Carlos y Jiho la acompañaron al
vehículo con vistas de aprovecharlo para salir de allí, no solo para asegurar la retirada
de su compañera. A ninguno le gustaba el ambiente, la separación entre atrevidos
colombianos alegres y amargados merc era demasiado ancha.

Lo suficiente para que tres de ellos azuzados por el alcohol les persiguieran hasta el
aparcamiento del local.

–¡Hey parse! ¿A done van si la chimba no terminó?

–Para nosotros sí.

–Pues la Nea mamasita le partió la nariz a mi parse y se va tal cual. –Kyl se volvió a
bajar del coche. Si esos borrachos no reculaban acabarían en una clínica. Jiho de
seguro ya los tenía marcados.

–Fue un accidente, demasiado alcohol. Ya se disculpó.


–Más a mi no me pareció muy sisa.

–¿Sisa?

–Sincera, la chimba, sincera.

–Es porque no la conocen, ella se expresa un poco seria.

–Como usted. Tampoco me paree sisa, más bien gonorrea.

Carlos se le quedo mirando un momento.

–¿No va a decir nada? Mero se asustó –Sus compañeros se rieron. Irían trajeados en
negro con camisa blanca y recta pajarita, pero los tatuajes sobresalían y sus gestos
delataban el origen de su educación. Por los rostros morenos de ojos negros y
pómulos alzados se podría decir que fueran hermanos.

–Es la boda de su familiar ¿De veras quieres acabarla así?

–¿Como quiero acabarla? No le entendí. –El tipo se el encaró. Algunas voces


femeninas les gritaban en la distancia comentarios demandando que se dejaran de
molestar y volvieran al baile pero no las escucharon.

–¿Es verdad que a la gente como usted les ofende que lo llamen malparido?

Una mano femenina lo agarró del cuello de la camisa y lo arrastró hacía atrás. –¡No
sea gonorrea pirobo! ¿A que tiene que andar acá incordiando en vez de estar
pasándoselo bacano en la fiesta? ¿Es que quiere estropearle la boda a su prima?
¡Chinga tu madre! –La joven era delgadita pero con buenas curvas excepto a al altura
del pecho, de largo pelo moreno y ojos marrones, apenas le llegaba al hombro a su
familiar varón pero le gritaba como una leona disfrazada con un vestido ajustado de
brillante azul terminado en una minifalda que se prolongaba por detrás como la cola
de un ave, la espalda al aire y dos telas transparentes desde la tiras caídas de los
hombros a unas pulseras en las muñecas.

–¡Este puto me dijo malparido! ¡Hijo de la gran chingada! ¡Ahora mismito le rompo
la cara de palo que tiene!

–Pues ahora te lo digo yo ¡Malparido, malparido, malparido! ¡Ya que hay que ser
muy malparido para fastidiarle la boda a una prima!

–¿¡Si ya se fue que tanto problema!? ¿Tú de que parte estas? ¿¡No habrás mojado las
bragas por el gonorrea este!?
–¡Yo mojo las bragas con quién me da la gana! Y mientras estés en la boda de tu
prima te comportas ¿¡Me oís!? –Le puso el dedo indice muy cerca de la nariz.

–¿¡Me va asacar la chancla o que!?

–¡A ti te saco yo lo que quiera! Ya venga, ¡Vayase a pegar! que ya vera mañana
cuando le cuente a su mamá.

–Chingado, el demonio le protegió.

–¿Tu mamá, en serio? Mejor agradezcale a ella, le salvo varios huesos.

–Gonorrea

–Malparido

–¡Ya volvió a decirme!

–¿¡Se va o no se va!? –dijo la chica

–¿Usted se queda?

–Me, da, la, gana.

–La chimba chingada gonorrea, lo que hay que aguantar. –El trío de primos caldeados
por la bebida se largaron mirando de reojo con rabia solo para recibir más
condecoraciones al llegar a la puerta por parte del resto de mujeres. Una de ellas gritó
–Gabriela vuelvase ya.

–Gracias Gabriela.

–No lo hice por usted gonorrea. Si no para que no les partieran la cara a mis primos.

–¿Por qué piensan que tengo gonorrea? ¿Si quiere se la enseño para que vea que no?

–Pinche... No se crea tan Nea.

Carlos sonrió. –Si se ha quedado imagino que sera para decirnos algo.

–No crea que no me di cuenta de que su amiga lo hizo a propósito.

–No a todo el mundo le gusta bailar tan pegado, hay que saber respetar a la pareja.

–¿Era necesario romperle la nariz? Es buen chico.


–Hay ya no me meto.

–¿¡Era necesario pálida!? –la llamó de lejos. Kyl solo le dedicó una mirada molesta. –
Se creen la chimba de duros.

–Es el oficio, no nos lo tenga en cuenta. –dijo despidiéndose.

–¿De que sirve el dinero si pierden el alma?

–La perdimos antes de conseguir los créditos. –La aclaró antes de cerrar la capota de
la Duca-zuki

–¡Pues recuperenla chingados! –Les gritó a la que se largaban aguantando la


ventolera de los vehículos.

Como si algo así fuera posible. Se lamentó para sus adentros Carlos.

Antes de que diese lugar lo que Carlos creía que sería al última reunión de su grupo
en su zulo Susana le llamó ofreciéndole trabajo.

–Creía que eramos unos impresentable traidores Susana. ¿No han pasado ni un mes
de lo de Bauer y ya estas llamando?

–Me he enterado de lo de Oscar. No es vuestra culpa que él no supiera tratar con las
nudo, seguir las normas. De ti se habla bien.

–Permíteme que lo dude.

–En serio Carlos, se dice que eres legal, que arreglas las cosas, incluso las cagadas de
otros, como lo de la elegante boliviana esa. Contrató a Oscar y le falló, pero hay
estabas tú para rescatarles, de cuatro grupos nada menos.

–Tengo mis días. De todas formas dudo que nos estén grabando ¿Por qué tanta
cautela? Dejémonos de remilgos. Tanto tú como yo sabemos que lo de Bauer se fue a
pique por vuestro lado, no por el nuestro.

–No hace falta hurgar en una herida cerrada. Lo que os ofrezco es volver a la acción,
al negocio. Oscar no va a volver, ahora es un modesto padre de familia sin ganas de
arriesgar la vida y dejar huérfano a su retoño. No es necesario que nadie más pringue
por ese fiasco.

–Sobre todo si ese alguien eres tú.


–Yo no me voy a manchar con eso, lo sabes. Puede que tú estés forrado y puedas irte
a Fidji tres a vivir a base de mojitos el próximo siglo pero tus compañeros necesitan
volver al negocio ¿Me equivoco?

–Si no fuera así ni te habrías molestado en llamar. El problema es que no me fio de ti.
Que bien te vendría que muriéramos en un accidente, nadie te podría llevar la
contraria.

–Al revés cielo, piénsalo bien, sería más sospechoso que un punk en un museo y
siempre quedaría tu amigo Oscar para incordiarme, de seguro que hasta intentaría
matarme.

–Lo más probable es que lo consiguiese.

–Mi seguridad no es tan mala. Tampoco quiero ponerla a prueba. Yo te dejo el trabajo
sobre la mesa, solo para ti. Como veras es poca cosa, fácil, rápido y sencillo, sin
riesgos. Considéralo un volver a empezar. Antes trabajábamos bien juntos.

Con esta opción sobre la mesa, junto a cervezas, refrescos y picoteo Carlos Kylikki y
Jiho hablaron del tema.

–¿Por qué Susana nos da trabajo? –pregunto Kyl a la que la jugada le olía tan mal
como a Carlos.

–Creo que quiere lavarse la cara. Por mucha publicidad que haga de su versión el
resto de intermediarios de la ciudad saben lo que paso en realidad.

–Por lo que su estrategia de cargarnos el muerto no tiene éxito.

–Si que la tiene. El resto de intermediarios no nos contrarán porque sería dar un mal
ejemplo, como de que puedes traicionarles y que no sufrirás las consecuencias.

–La diferencia es que si aceptamos toda al culpa se la lleva Oscar. –censuró el


coreano.

–En efecto Jiho. He hablado con él y no le importa. Sin embargo no deja de ser una
cerdada por nuestra parte.

–Teniendo en cuenta que los otros nudos no la creen ¿Cuanto tardarían en volver a
contratarnos? –preguntó Kyl.

–Como mínimo hasta septiembre, depende del volumen de trabajo. Lo más probable
es que hasta navidad.

–Un año entero... –Jiho movía la cabeza en señal de negación.


–Con esto volveríamos ya. Solo quedaríamos como unos capullos de cara al resto de
mercs de la ciudad. –sentenció Kylikki

–En realidad no. Ellos se creerán la historia de Susana, que el culpable fue Oscar,
nosotros se lo estaríamos corroborando.

–El que acaba en el barro es Oscar.

–Sí, cuando se caso de penalti retirándose Susana vio el cielo abierto.

Se quedaron en silencio un rato. Sin duda los nudos sabían como manipular a los
mercenarios. El que rompió la espiral decadente fue Jiho.

–¿Tú que opinas?

–A mi me da igual, yo ya tengo bastante ahorrado y estoy pensando en ir a la


universidad ahora que todavía soy joven.

Ante la noticia Jiho asentía, aprobando o al menos entendiendo el argumento. Kyl en


cambio... –¿Entonces el grupo se separa?

–Lo sé, es duro para vosotros, Aunque halláis ganado un pastón con lo de Bauer, más
los trabajos de María, apenas os habrá llegado para implantes, actualizaciones y
gastos. He pensado en dejaros la decisión a vosotros. A mi por un lado no me gusta
embarrar a Oscar, pero por el otro tampoco quiero dejaros en esta situación.

–Te lavas las manos ¿Por qué no sigues trabajando?

Carlos se pensó la respuesta. Decidió ser sincero. –Mi amiga Cloe murió con mucho
dinero en la cuenta. Ni si quiera ha quedado un cuerpo para incinerar. ¿La idea de
ganar créditos no es poder pagar con ellos lo que deseas? ¿O se trata de acumular
como un corpo hasta reventar?

–¿Deseas ser doctor?

–¿Tan raro es? A jugarme la vida en la calle siempre puedo volver.

–Quizás no siempre. El mundo cambia.

–Me da a mi que mientras existan las corporaciones existirán los runners y los nudos.
Y esas me cuesta imaginarlas cayendo.

–Una carrera siempre tiene salida. –Le apoyó Jiho –Lo que nosotros debemos elegir
es si aceptar el trabajo de Susana o dedicarnos a otra cosa.
–No puedo estar un año sin trabajar.

–¿Jiho?

–No me gusta ser usado por Susana. Ni faltar a un compañero, pero si a Oscar no le
importa, vivir es lo primero.

–Vale. Por ahora no la diré nada a Susana, daremos un par de vueltas alrededor por si
acaso, cuando veamos que esta limpio, lo haremos.

Estaba limpio y lo hicieron, ese y luego otro y otro, más intermediarios les llamaron.
para Julio ya habían recuperado el estatus. Por lo que llegado el momento de
separarse, con las vacaciones forzadas de verano, Jiho y Kylikki podían encontrar con
facilidad un hueco en otros grupos de runners.

A Oscar no le gusto que su nombre quedara hundido en la mierda pero apenas era una
mala brisa a ignorar comparado con la alegría que le daba ser padre. Carlos solía
visitarles a su bonita casa cerca del centro burocrático en el distrito ocho, donde
estaban los buenos colegios accesibles para los no multimillonarios.

Á Ambos se les veía muy alegres, comprando juguetes y decoraciones, llevando una
buena vida, hinchándose por momentos. Oscar abrió una tienda de armas con sus
ahorros, un negocio que entendía en parte con el cual mantener a la familia. Era un
ambiente cándido y feliz donde a pesar de ser bienvenido se seguía sintiendo un
extraño. Como si viese una película que no fuese con él.

Gabriela también se pasaba por allí, coincidiendo un par de veces de forma no casual.
Paola quería enredarlos en una relación romántica. Pero ninguno de los dos estaba
por la labor. Paola ensalzaba a las mujeres con carácter, Gabriela presumía de sus
logros y se aburría esperando a un Carlos sin alma que pasaba de las dos preocupado
por su futuro y el de la banda.

Él también se mudo, una idea que le venía rondando desde el lio con Rochi, cuando
fue vigilado por sus agentes. Pues la seguridad de la vivienda era pésima y no iba a
malgastar más en un piso de alquiler. Lo que le hizo decidirse, a parte del cambio de
aires, fue un intento de robarle las motos por parte de unos pandilleros que pensaron
que un solo mercenario debía de ser presa fácil. Carlos hizo uso de su escondite, les
salio por detrás y los mató, no era meritorio añadir más ya que no eran ni listos ni
hábiles, un susto que terminó en cacería nocturna. Lo complicado fue librarse de los
cuerpos para no inmiscuir a la policía.

Tras mucho buscar encontró un ático, las únicas viviendas con garaje propio, en “la
expansión”, distrito entre el de artesanos, que cada año se parecía más al corporativo,
y el espacial mercantil noreste. El único de la ciudad donde alguien como él se podía
permitir comprar uno que no fuese una vulnerable reliquia a pie de calle.
Le costó un dineral pero era una casa magnifica. El garaje era grande y le daba
espacio incluso para meter una mesa de trabajo y el arsenal. Pero lo mejor estaba en
la segunda planta. Un salón enorme con una cocina amplia en un lateral, en medio un
espacio libre y al otro lado un salón con un par de mullidos sofás y un pantallón
enorme, el toilet al lado de la cocina tenía suelos y paredes de azulejo, el resto de
tarima flotante en imitación de madera con calefacción inferior, subiendo a la tercera
planta había tres habitaciones con un baño compartido en mármol añejado, blanco y
dorado, el cual tenía hasta bañera de hidromasaje, las habitaciones eran espaciosas y
estaban enmoquetadas, una sería su cuarto, la otra la dejó para invitados y la más
apartada la convirtió en su gimnasio. Tanto el salón como las habitaciones incluido el
baño de arriba se abrían a su lateral en grandes ventanales en donde el cielo parecía
más cercano y podía contemplar despegar a los transbordadores espaciales, su ruido
era el defecto que abarataba el hogar hasta hacerlo accesible para él, el aislante lo
dejaba en un susurro comparado con lo que tuvo que soportar en al infancia y
despegaban cada bastantes días. Lo que más le gusto fue la terraza, justo en frente de
los ventanales, algo más de tres metros de ancho a lo largo del frontal del piso en
donde podía plantar césped e incluso algún seto o árbol pequeño en las esquinas. En
cuanto se consiguió unos tiestos de barro grandes plantó unos cerezos. Le gusto los
de la fotografía del semillero. Solo le sobrevivió uno y porque lo traslado a tiempo en
el centro del salón. En sus lugares plantó Flamboyán informándose antes de su
resistencia, aprendiendo sus primeras nociones de jardinería.

Le dio una capa de pintura nueva a la casa, el rojo con dorado de paredes y muebles
del salón le parecía excesivo, lo cambió por un morado para las pocas paredes y
marrón suave, blancos y negros para los muebles, arriba quito los colores estridentes
cual cuadros abstractos y los reemplazo por estucos pastel a los que pensó en
añadirles color luego a base de cuadros, por el momento solo puso unos murales
grandes que le hizo el mismo que le dibujo la Duca-zuki, En la escalera interior sobre
celeste una larga serpiente esmeralda recorriendo las paredes y techos desde la planta
baja hasta alta acompañada de pájaros, nubes y hojas al viento, el pintor la llamo
Quetzalcóalt, con la luz apagada tenía un brillo espectral que le daba a la casa un
toque de pub. Tres pájaros más en el garaje, otros en el techo del salón y el pintor,
Mauricio, latino largo, tanto en estatura como en cabello, de ojos rasgados y boca
grande, amante piercings coloridos y de hombres salvajes, paso a ser un colega más.

En cuanto a la seguridad tenía una habitación del pánico escondida tras un panel falso
que daba al interior, saliendo del perímetro imaginable de la estructura, al lado de las
escaleras de la tercera planta, en los huecos de las escaleras había espacios
preparados para tres drones de vigilancia en cada una. Por su parte añadió alguna
cosilla más, trucos de manitas en las puertas exteriores y las escaleras, más dos
torretas automáticas en la terraza para evitar desembarcos.

Una vez terminadas las obras dio una fiesta para los amigos. Comieron, bebieron,
ensuciaron mucho, vieron un partido de Fútbol en la pantalla grande, gritaron,
discutieron, rieron y Carlos se dio cuenta de que nunca había tenido tantas amistades.
También hizo cálculos. Se había gastado media fortuna en la casa, añadiendo los
costes de la universidad, iba a tener que llevar una vida austera o buscarse un apaño.

Miro de hacer alguna chapucilla pero el mercado laboral era un buque perdido a la
deriva en un denso anillo de asteroides. Sería más fácil encontrar un político limpio
que un empleo que encajase con sus necesidades. Por no hablar de la miseria salarial.
Acabaría disparando a sus jefes, otra vez. Siguió tal cual, previendo de mala gana
trabajos cutres en solitario o robándose autos a finales de carrera.
La sombra infecciosa

Por cuestión de acceso debió de continuar como Carlos, pues esa era la identidad con
los cursos adecuados para poder entrar optar por la carrera de ingeniería mecánica.
Cuando supo de la aparente infinidad de temario a aprender desterró la idea de clases
de informática o cualquier otra cosa y empezó a temer por sus costillas y la
Yamakawa. El que en realidad no había terminado ni el instituto necesitaría hasta
clases de refuerzo. A poco estuvo de echarse atrás, aceptar la derrota y recomponer el
grupo.

Los sentimientos de Carlos estaban enfrentados. Quería convertirse en un hombre de


provecho, un lumbreras como decía Oscar, pero le asustaba la empresa, le embargaba
el enorme tamaño de conocimientos a adquirir, el esfuerzo y la dificultad que se
notaba incapaz de abarcar. Sin embargo el mismo se aliviaba comparando con lo
estúpido que era el miedo a fallar en aprender en comparación con recibir disparos
enemigos, disimulando, autoengañándose, que no se trataba de miedo a fallar si no de
descubrir que no era capaz de alcanzar las cotas que tantos otros habían superado, de
tener que aceptar que los defectuosos productos de los suburbios como él jamás
llegarían a nada más que a perro de presa, un complejo típico de los niños de su
estrato social que muy a menudo se convertía en realidad. El deseo de demostrar lo
contrario se convirtió en su principal motivación oculta.

Quitando el agobio de los estudios la universidad era un lugar agradable. Una isla de
aparente corrección a las afueras del lado bueno de la ciudad, colindando con el
distrito corporativo por el lado opuesto al de artesanos, separado de este por un
espacio dedicado al ocio de construcciones de escasa altura en donde Carlos ya había
participado en unas cuantas carreras al raso. Limpia y ordenada, con amplios
edificios de arquitectura vanguardista de formas caprichosas. Su facultad por ejemplo
parecía las hélices de una enorme turbina. Alrededor de un agujero central cada aspa
era un edificio con el lado exterior curvado en negro cristal cromado y la cara interior
de encuadrado hormigón con ventanas. La forma divergía en dos puntos paralelos. La
entrada exterior, un rectángulo sin ventanas con su amplio frontal ahuecado hasta
unas cristaleras a medio camino del mismo, como si quisiera dar la bienvenida a un
gigante, flanqueado en el exterior por dos cepillos. Y la entrada interior al terrario
compartido entre facultades que aparentaba una solemne edificación en piedra y
ladrillo vista de ventanas enrejadas y entrada con porche de columnas cilíndricas.
Dentro del domo los edificios de idéntica composición se comunicaban entre ellos
por medio de espaciosas calzadas adoquinadas en abanicos, atravesando el verde
jardín con grandes árboles de troncos gruesos, ninguno repetido, y redondos de
matorrales y flores dispersos por la llanura. En medio una estatua dedicada al
fundador, Aitor Ortega, anciano de bronce en pose de dominante corporativo
emprendedor. Según el enlace del código del pedestal, orgulloso colono enriquecido
gracias a su sistema de emisión de hologramas en polvo reflectante imantado y sus
desintegradores industriales retroalimentados. Muerto al transplantar su consciencia
digitalizada a un cuerpo defectuoso hace un milenio.
Que le pillase al otro lado de la ciudad era un tanto molesto, sin embargo nada le
obligaba a atravesarla comiéndose los límites de velocidad, podía tomar el camino
largo alrededor de los aeropuertos y acelerar libre como un rayo azul en su
Yamakawa o una serpiente endiablada en la Duca-zuki. En realidad ni siquiera tenía
por que ir, las clases se hacían en entornos virtuales a los que podía acceder desde su
hogar, lo malo era que si le daba un fallo en su casa no habría nadie para atenderle y
en la universidad tenían especialistas para tratar esos problemas. Como no quería
protagonizar un isekai prefirió acomodarse en un sillón del aula y sumergirse en los
entornos virtuales de enseñanza desde allí. Entornos que en su calidad estaban a la
altura de un neurojuego triple A.

Al contrario de lo que se imaginaba no destacó a penas, solo los tatuajes y su actitud


fría le diferenciaban del resto de alumnos, en su mayoría varones, jóvenes como él
con las mismas preocupaciones, el exceso de temario y la falta de tiempo para
asimilarlo. Entre ellos también se incluían cachitas, no solo flacos de liviana fuerza y
aspecto de bibliotecario o trajeados niños de papá corporativo, incluso había rebeldes
con aspecto punk. Eso sí, ninguno era pobre, la chatarra del lugar era de vanguardia.

En el terrario la diversidad se multiplicaba. Su facultad era de hecho de las más sosas.


Bohemios, roqueros, hippies, vigorexicos, pintados, naturalistas, feministas, góticos,
salvajes, hipsters, borgs, chamanes, tecnomantes, procorpos, tecnocratas y a saber
que más, incluso había personas normales. Solía comer allí, rodeado de esa gente y su
incesante murmullo sobre el que resaltaban los manifestantes de turno intentando
convencer al resto de su filosofía. La cantidad de alumnos era enorme y la
universidad se esforzaba por ocuparlos a todos, nunca faltaban cursos o seminarios,
eventos deportivos o sobre todo fiestas nocturnas.

Otra de sus equivocaciones respecto a la sociedad universitaria de Carlos es que se


pensó que se pasaría esos años sin hacer amistades, dado su actitud sombría o su
supuesta discordancia. Todo lo contrario, hasta tenía fans. No llevaba mucho tiempo
dando clases cuando uno de los estudiantes le reconoció y lo llamo por su apodo
“impávido”. Como cabría esperar a la facultad de mecánica no le faltaban amantes
del motor que acudían de regulares a las carreras y habían seguido de cerca la
trayectoria del impávido en ese mundillo. Unos les presentaron a otros y a los dos
meses conocía a una buena cantidad de colegas que le redujeron el apodo a Imp y
tomaron por costumbre llamarlo de esa manera.
A la par del inicio del curso Paola pario una niña muy pequeña y arrugada con
abundante pelo para ser tan canija y unos pulmones de órdago que se expandía a buen
ritmo a base de leche, defecando los truños más apestosos que Carlos jamás hubiese
olido, no dejando lugar a dudas sobre cual era su origen. Por insistencia de Oscar y
divertimento familiar le cambio algún que otro pañal a doña culo fino que se le
quedaba mirando como si fuese la cosa mas extraña del mundo antes de ponerse a
llorar. La llamaron Teressa.

Todo marchaba a pedir de boca. Mucho trabajo sí, pero progresando. Hasta que en
navidad, un tiempo de desenfreno para los estudiantes hartos de proyectos y pruebas,
Mike, uno de los colegas que más le había ayudado a ponerse al día desapareció sin
más tras una noche de juerga. La familia no tardo en denunciar su desaparición y la
policía se puso a ello enseguida, en serio, era hijo de un valioso empleado de
industrias Chairon, líder en el mercado de implantes neurales, la que les fabricaba las
especializadas a los detectives del cuerpo.

Aún así Carlos no terminó de fiarse, al fin y al cabo, era navidad. época de nieblas
fantasmales, pereza inaudita y abundancia de alcohol. Por lo que decidió hacer un par
de comprobaciones.

Preguntó a los amigos con los que solía pasar el tiempo los cuales hablaron sin
tapujos de como la noche anterior la pasaron bebiendo en el “Espejo azul”, uno de
entre tantos locales de copeo de “La franja”. Mike había estado ligando con una
preciosidad rubia que por suerte apareció entre un par de las muchas fotos tomadas
aquella noche.

Esa noche visitó en el “Espejo Azul” oscuro garito en donde cada arista era una linea
de luz azul brillante y una potente luz blanca parpadeaba al son de la música
estridente, como relámpagos en medio de una noche en el campo. No era el mejor
local pero los chupitos estaban baratos, por muy hijos de ricos que fueran los
estudiantes sus padres no les financiaban las borracheras, era mejor no cargar eso en
la vigilada cuenta. Acababan de abrir y unas luces de servicio que no se había
imaginado que existieran iluminaban el local dando a relucir toda su sencilla cutrez.
Era lo normal de esa franja sin designación entre el distrito universitario y el
corporativo dedicada al ocio en donde la policía ya no sabía a donde mirar de tanto
soborno que recibían.

–¿Que va a tomar? El camarero, un chico joven y bonito, ojos azul intenso pelo rubio
natural, de buena planta y fibroso músculo se afanaba en preparar su barra mientras le
atendía con cara de no poder rascarse donde le picase.

–Un poco de información, yo pongo la decoración.

–Soda con nada, para disimular– hizo un gesto disimulado con la cabeza a una de las
cámaras de vigilancia –¿De cuanto la sombrilla?
–Como siempre, depende de ti. Conoces a una rubia muy bonita, pelo largo ondulado,
con tirabuzones, un tanto de frente, ojos azule cristal, naricita de princesa y labios con
demasiado carmín, flaca pero con curvas y más pecho que el que naturaleza
proporciona. Vestía, como todas, despampanante, corto y ajustado.

–Hay unas cuantas de ese tipo. No sabría decirle.

–Estuvo aquí hace dos noches, arrimándose a un chico joven, de pelo castaño corto,
buenas orejas, mentón varonil, espesas cejas. Seguro que te acuerdas de su implante
neural, un Chairon último modelo que si no fuera por la cara de chaval de su dueño
habrías tirado por el retrete lo que uses para aguantar toda la noche aquí.

–Si que sabes como refrescarle la memoria a alguien. Tienes razón, casi me da un
infarto cuando lo vi apoyarse en la barra.

–La chica ¿Te acuerdas?

–Cristina Mendoza, Lucy para los clientes. Una cazadora de las que cobran al final de
la noche a los pollitos que se lleva a su cuarto.

–¿Le funciona? No la mandan a paseo cuando se revela de servicio.

–Debe de ganárselo. –Sonrió. Carlos no le siguió el juego, el camarero recupero la


seriedad y se explicó mejor–A muchos les da vergüenza.

–¿Ha dado problemas?

–Nunca. Siempre a pagado su cuota por trabajar dentro, no ha provocado peleas entre
clientes ni ha discutido dentro con otras compañeras.

–¿Tenéis muchas de esas aquí?

–Me temo que no tiene una sombrilla lo bastante grande para cubrir el local.

–Cierto, era curiosidad. Solo me interesa la chica ¿Donde la encuentro?

–¿Que piensa hacer con ella?

–Si no ha hecho nada malo solo hablaremos, sombrilla incluida.

–A los clientes que no tienen la cama a punto se los lleva a un apartamento que
comparte con otras chicas. En el límite sur de la franja. Calle Mejico lindo, doce,
tercero B.

Carlos se quedo pensando un momento... –¿No pasará por aquí de nuevo?


–Es probable. Es temporada alta, en dos semanas se puede sacar lo que en dos meses.

–¿A que hora viene?

–Alrededor de la medianoche.

–Gracias. Cóbreme el trago.

Le dejo la propina apropiada y se marchó al local de Ivan el chatarrero. El musculado


ruso de cara muerta seguía operando en su tugurio a punto de derrumbarse, con los
mismos muebles desconchados de muelles rotos que conociera cuando Carlos se
llamase Miguel.

–¿Que traer?

–Traer preguntas.

–No saber nada. Tú largar.

–Un amigo mio ha muerto. ¿Sabes que hacemos los runners cuando alguien vende a
uno de los nuestros?

–Yo nunca desguazar runner. Si llegar uno llamar a nudo, nunca abrir.

–Ya... El caso es que este era casi nuevo y se te pudo pasar por alto. Ahora mismo me
preocupa más quien lo tumbó. Así que se bueno y enseñame tu registro de pacientes.

–Yo matasanos...

–Tú chatarrero, no te hagas el listo conmigo.

–Siempre confidencial.

–Hoy no. –Carlos hecho mano al arma pero sin desenfundar. –Tus negocios me dan
igual, solo busco a mi amigo y lo voy a encontrar de una manera u otra.

–¡Vale! –Levanto las manos. –Malditos runners, siempre nerviosos.

Iván fue delante, indicando a sus hombres apostados al final del pasillo de entrada
para que no dispararan. Le enseñó los registros en un ordenador portátil viejo. No
encontró a Mike, sin embargo eso poco significaba, de alguien así no se toma nota.

–¡Ves! Todo bien.


Carlos sin quitarse la cara de tipo duro se puso a registrar la chatarra del local.
Implantes tan buenos eran difíciles de vender. El Chairon de seguro que lo tendría en
la caja fuerte, donde quisiera tenerla, pero el resto habrían ido con el montón. No
estaban allí.

–¿¡Querer mirar entre mis pelotas!? Puede que tener a amigo tuyo hay.

Carlos se le encaró. –Si me enteró de que paso por aquí y no me lo has dicho, sabre
como agradecertelo.

–Sí, yo saber tipo duro. Yo también tener amigos.

–Me acuerdo. Las ametralladoras pesadas no les sirvieron de mucho.

–Eso ser hace mucho tiempo, ya no contar. Nosotros no tener nada que ver con tus
problemas de ahora.

Carlos hizo como que se iba, pero en realidad aparcó en una lugar cercano y volvió
para observar desde una distancia prudencial. No paso nada. Nadie salió asustado con
bolsas oscuras ni nadie llego a recoger material comprometido. Podía descartar a
Iván. Cuando terminase con Lucy probaría con los borgs.

Fue a su casa, se disfrazó de pardillo, jersey de cuello alto, cazadora ancha,


pantalones vaqueros y zapatos altos negros, sin armas, luego fue al Espejo azul.

Cuando llegó Lucy ya estaba trabajando, derrochando encanto con un chico bohemio,
artista surrealista o algo parecido por los coloridos pero sobrios complementos
discordantes, ella apoyada en la barra de espaldas, mostrando curva en su embutido
traje de sirena, haciéndole ojitos y mordiéndose el labio antes las supuestas
interesantes revelaciones del vanguardista que relataba en su seminario dedicado. No
le podía escuchar por la música, una animada mezcla de bolero y tecno, pero los
gestos lo decían todo.

Estaba esperando su oportunidad cuando su rastreador detecto a un dron, muy cerca,


acababa de activarse, no era lugar para drones.

Con sus sentidos saturados por la música y los flashes de luz le costo encontrar a la
pequeña arañita de metal que recorría la barra entre los largos tubos llenos de líquidos
de colores. Directa a la bebida del bohemio, que como el resto tenía la boca tapada
por un plástico del que salía una pajita para beber. Medida de seguridad tradicional e
inútil contra la droga de la violación.
De haber sido un hacker la podría haberla domesticado con un pensamiento, pero era
un ninja, así que le toco centrarse y cogerla con un movimiento fugaz en cuanto le dio
una oportunidad. Esta se dio cuando intentó atravesar la cobertura de la tapadera con
su aguijón para inyectar dentro lo que guardase en el vientre.

Una vez en su poder la clavó en el cable luminosos de la arista de la barra y la partió


las patas, un golpe seco contra el cuarzo pringoso y la aguja quedo doblada e
inservible,la guardo en el bolsillo interior de la cazadora. Lo hizo sin disimulo.

Cuando por fin el bohemio tuvo que ir a orinar él se acercó.

–Yo también puedo ser muy creativo cuando es necesario.

–Ya tengo acompañante. Gracias. –Se volvió hacía la barra poniendo cara de
indiferencia.

–Podrías tener dos.

–¿¡Que!?

–Me da que a él no le importaría, y ami tampoco. Es solo una oferta, he conocido a


chicas que le gusta.

–¿Que te hace pensar que o soy una? –Le miro con desprecio.

–Me da la sensación, quizás me equivoque, de que eres toda una fiera contenida, de
que bajo ese traje tan bien ajustado hay calor para varios incendios.

–¿Es así como sueles ligar?

–No suelo ligar, por lo general no tengo que hacerlo.

–Suerte para ti porque se te da fatal.

–Vale, lo siento. Como te dije es una oferta, por si quieres probar.

–No, de nada.

Carlos se apartó y observo de reojo como ella buscaba su arañita con miedo en la
mirada, temiendo que la encontrará el camarero y los gorilas la echaran para siempre
con las piernas rotas. Al rato un relámpago cruzó sus ojos, que le buscaron de reojo
encontrándose en la oscuridad. Lucy sonrió.

–He sido un poco borde.


–Bastante, pero lo entiendo, no hace falta que te disculpes. No eres ese tipo de chica y
que te tratara como tal te ha ofendido.

–Algo así. –Lucy lo revisó de arriba a abajo con descaro. –Tú ropa no pega nada con
tus tatuajes.

–Y eso que se ven poco. Una adolescencia rebelde.

–¿Madurastes?

–Eso o papa corpo me quitaba la asignación. Si no apruebo no hay guita.

–¿Y ahora eres un niño bueno?

–Solo por el día. –Ella sonrió, imagen que al bohemio de lentes redondas bajo la
amplia frente y pelo rizado en cascada que volvía del baño no le hizo muca gracia.
–¿Todo bien?

–Sin problema, sigan con lo suyo.

El comentario le relajo y volvió con su nueva amiga, la cual se le aproximo hasta no


dejar aire entre ellos y le susurró al oído durante un rato. Luego él se volvió
acercándosele para pode hablar sin que otros se enterasen.

–Mi amiga dice que la ha propuesto un menage a troi ¿Es cierto?

–Si eso significa un trio, sí. Si quieren claro.

–Es usted un depravado.

–No es para tanto.

–Me caes bien. Ella tiene una contra oferta.

–¿De que se trata? –Carlos ya se esperaba un puñal en el riñón.

–Dice que tiene una amiga peliroja. ¿Le gustan las pelirojas?

–¿Hay alguien a quién no le gusten?

–Exacto. ¿Por qué no vamos a dar una vuelta?

–A por la peliroja.
En la parte de atrás del coche de Angus este no dejaba un respiro a Lucy, devorándola
los labios a la que sus manos la sobaban como si fuera la arcilla de una de sus obras.
Lucy alargaba la mano que le quedaba libre hacía Carlos, invitándole con caricias en
su muslo a unirse a al fiesta. No la hizo mucho caso. Luego esa mano trepó hacía el
torso, o la cazadora, pero no podía llegar lejos por culpa de Angus. Para rematar
Carlos la recolocó en su entrepierna, a ella no le quedo más remedio que disimular
masturbandole por debajo del pantalón.

El tercero B del doce de la calle Mejico lindo era una apartamento típico de la zona,
incluso algo mejor. La entraba daba a un salón de aceptable tamaño con los típicos
sofás y sillones de plástico, la tele plegable a contra luz del ventanal, una cocinita
abierta a la diestra y un pasillo a la siniestra en el que se podían contar cuatro puertas
en su lado derecho. Las chicas los habían embellecido con plantas colgantes que le
daban un olor a limpio, de seguro que en temporada eran floridas. La puerta se la
abrió la peliroja, con el peinado abierto hasta los hombros y pecas hasta donde
alcanzaba la vista, cejas finas, ojos duros, nariz larga y boca pequeña. Conservaba el
vestido de fiesta, una transparencia completa desde los muslos hasta casi los hombros
interrumpida por dos tiras de punto una en la estrecha cadera y otra el exiguo pecho
tan finas que apenas significaban un obstáculo a la imaginación. Era muy delgada.

Lucy entro la primera, tirando con desdén y alivio sus zapatos alzados turquesa junto
con los negros de su amiga que ya descansaban en lo que debía de ser la esquina de
los zapatos.

Angus entro primero, muy contento y un tanto acaparador agarró de la cintura a la


peliroja caoba que les daba la bienvenida, esta en cambió supo zafarse con un lindo
juego de pies hasta Carlos que buscaba en la habitación alguna posible pista. No la
encontró.

–Hola, me llamo Bonnie. Pareces bastante fuerte. –Le puso los ojos golosos y un
dedito en el pecho.

–Si tu me tratas con cariño a mi, yo te tratare con rudeza a ti.

Bonnie rió y le dio una palmada en el pectoral. Luego le cruzo la mano hasta el
trasero y le llevó hasta el sofá donde Angus ya retomaba la acción por donde la dejo
en el coche.

Allí las carantoñas de Bonnie se fueron calentando, recorriendo con sus finas manos
de pianista el musculado cuerpo de Carlos, restregándose sinuosa y juguetona como
una serpiente, pero sin perder el vació en sus ojos verdes lentilla. Carlos se dejaba
hacer pero no arrastrar, consciente de que esas manos hacían paradas en sus bolsillos
y buscaban pistolas escondidas. Cuando llegó al interior de la chaqueta saco con
disimulo la araña robótica.
–No, no, no. –Carlos se la quito de la mano con una rápidez que ella no se esperaba.
–Este cacharrito es de tu amiga Cristina, ya se la devolveré yo cuando haya analizado
lo que hay dentro, no se porqué me da que no me va a sorprender.

La interpretación de Bonnie acabó de repente, se levantó sería y firme, clavándole la


mirada a Carlos y luego a Lucy. –Esta es tu mierda arréglala sola. –La dijo a a su
compañera con un tono tan gélido que apago toda la pasión del otro lado del sofá con
su aliento.

–¿De que me estas hablando? –Intentó disimular Lucy.

–¡Es un puto runner joder! –No eran los gritos de pasión que se esperaba Angus que
contemplaba aquello con la curiosidad de un telespectador.

–Bonnie controlate nos estas fastidiando el royo.

Bonnie en ese momento se dirigía con paso firme a la cocina. Carlos intervino. –Esa
no es una buena idea Bonnie.

La peliroja se freno. –¡Yo no tengo nada que ver con lo que haya hecho esta loca!

–¿Que ha hecho?

–¡Nada! –Interrumpió Cristina a la que se despegaba de Angus poniéndose en pie de


guerra al otro lado de la habitación de cara a Bonnie. –Cierra la puta boca.

–¡Y una mierda zorra, no voy a cargar con tus cagadas!

–No estas cargando con nada solo tienes que callarte.

–¡No es un poli es un puto runner! ¿¡Quieres acabar con una bala en la cabeza!?

–Nadie va a morir hoy. –la aclaró con esperanzas ilusorias Lucy.

–Coincido. Si me contáis lo que quiero saber nadie tiene por que pasarlo mal.

–¡Vete de mi casa mercenario de mierda! –le grito la rubia.

–Eso no entra en contarme lo que quiero saber.

–Llamaré a la policía.

–Hazlo, juntos le explicaremos porque inyectas venenos en los vasos de tus amantes
¿O debería decir clientes?
–¿¡Que!? –Angus empezaba a entenderlo.

–¡Eso no es mio!

–¿Segura? Si te registro, o registro la casa ¿No encontrare más?

–No tienes una orden de registro.

–Ni me hace falta. Ni a mi ni a la pasma una vez que les llames por asalto o agresión
o lo que te inventes.

–¿Que quieres saber? –preguntó Bonnie.

–¡Callate!

–Mike, alto, guapete, orejón, pelo castaño, con un Chairon ultimo modelo en la
cocorota.

–Ni una palabra. –insistía Lucy.

Bonnie dudaba. –Su padre quiere encontrarlo vivo o muerto. Es un mandamás de


Chairon que no va a parar hasta conseguirlo. –argumento Carlos.

Caoba ignoró los gestos de su compañera. –No llegue a verlo pero ayude a Cristina a
trasladar un cuerpo envuelto en la alfombra de su habitación al maletero de su coche
hará dos días. Lo hice por miedo y... me amenazó, como ahora.

–¡Vete a a la mierda zorra mentirosa!

–No pienso empolvar el yermo por tu culpa.

–Ella esta conmigo ¡Siempre lo ha estado! ¡Trabajamos juntas!

–¡Mentira! Puede que sea puta, y que haya robado a algún cliente borracho pero
jamás me he metido en mierdas corporativas.

–¿A que os dedicáis exactamente?

Cristina salio al trote hacía su habitación farfullando. –Las pelirojas no tenéis ni


medio dedo de frente. Solo tenías que fingir otro orgasmo...

Carlos se levantó y miro a Bonnie –Me da que va a por un arma.

Bonnie saco una pistola que parecía de juguete de un cajón de la cocina y se la paso
en lanzamiento corto a Carlos que la pilló al vuelo.
–Las pistolas no molan tíos. –al arrogante Angus ya no le divertía la escena.

–Poneros a cubierto y agachaos. –Bonnie ya estaba enseñada pero Angus estaba


acojonado. La chica le agarró por la ropa y se lo llevó a la esquina más apartada.
Carlos se colocó en la esquina que daba al pasillo, esperando.

El suelo estaba enmoquetado en un bonito tono azul y los pasos no se oían, pero la
respiración de la nerviosa Cristina la delataba, se acercaba lenta, cerca de la pared
izquierda. Carlos le indicó a Angus que guardara silencio y a Bonnie que le pasara
una de las macetas, un cactus chiquitín.

Cuando Cristina estuvo a escasos grados de asomarse y disparar el cactus se estrelló


contra la pared de su lado, del susto apretó el gatillo y un sonoro disparo retumbó en
la habitación, era una pistola pesada, con la munición apropiada lo mataría de un tiro.

Carlos salió de su escondite y la hizo un placaje, dejo caer su arma y forcejearon por
la de Cristina. Ella no tenía fuerza para impedir que se la quitara, con un movimiento
hábil se escurrió sacrificando su pistola y cogió la del suelo antes de correr de nuevo
a la habitación del fondo.

–Ya podéis marcharos. –dijo a Angus y Bonnie. –Intentad no llamar a la policía según
salgáis por la puerta.

Lo primero lo hicieron con prisas.

Carlos se acercó con cautela hasta la puerta abierta pistola en mano. Alcanzado el
marco habló desde el otro lado de la pared. Era un duelo al más rápido, en teoría tenía
la ventaja de la experiencia, pero en algo tan ajustado, tan improvisado, la suerte
podía ponerse en su contra. Con la pistola que había recogido del suelo Cristina no
tenía nada que hacer a menos que tuviese puntería como para acertarle en un ojo,
pero podía haber más armas en ese cuarto. Luego estaba el problema posterior, podía
vengar a Mike, pero el iría directo a prisión, no era un policía capaz de inventarse una
historia absurda que todos se tragasen sin necesidad ni de salsa.

–¿Que sucedió Cristina? ¿Por qué tenía que morir Mike?

–¡No tenía que morir! Ese no era el plan.

–¿Que paso entonces?

–¿Sabes lo que es ser pobre en un mundo de ricos? Yo vine aquí con un sueño, quería
ser informática. No me importaba acabar en una oficina cogiendo polvo hasta que se
me resecasen los ojos, solo quería salir de la mierda de barrio en la que vivía, ser
alguien en la vida, tener un futuro.
–Nos alejamos del tema.

–¡No! A un pijo le estornudas un poco fuerte y enseguida tienes una demanda, la ley
te encierra o multa hasta por robar un puto pintauñas. Y si no hay estáis los runners,
dispuestos a vengar al niñito por una limosna. ¿¡Cuanto has tardado en venir a por
mi!? ¿¡Tres días!? ¡Tres miseros días! ¡Yo aún estoy esperando que se me haga
justicia por lo de hace dos años!

–Dudo que Mike te hiciera nada hace dos años.

–¿¡Y que!? No estoy hablando de eso. ¡Me violaron sabes!¡Todo el maldito equipo de
fútbol! ¡Uno tras otro! Me metieron algo en el baso, me llevaron a un cuarto aparte y
me usaron uno tras otro como si fuera un juguete, una muñeca, un cacho de carne sin
valor. Apenas podía moverme, les pedía que parasen, que me dejasen en paz, pedía
ayuda y ellos se reían. ¡Se reían de mi mientras me violaban! ¿¡Sabes lo que duele!?
¡Claro que no! Ni te importa, a nadie le importó. Todavía juegan a fútbol en el
campus como promesas del deporte. Porque ellos son hijos de ricachones que pueden
envenenar y romper a una chica del distrito catorce como el que le da otra patada al
balón ¡Hasta me lo merezco por puta! ¡Pero yo saco algo de información para
pagarme la carrera y soy una terrible criminal! –Cristina lloraba desconsolada.

–Lamento que hayas tenido que pasar por eso. Pero no estoy aquí por la información
que hayas robado si no porque has matado a un amigo mio, un chaval cojonudo que
ayudaba a sus compañeros con las clases y los trabajos, al que le encantaba jugar con
motores.

–¡Yo no quería matarlo! ¡Nunca! solo tenía que drogarlo para robarle información,
códigos de acceso a las casas, mansiones, de su familia, nada más. Ni me meto en sus
cabezas, solo en el terminal. Esos idiotas no son capaces ni de memorizar cuatro
dígitos.

Carlos entró con las manos levantadas. Cristina ni si quiera le apunto, estaba sentada
en el lateral de una cama desbaratada cuya cabecera daba en la pared, mirando por su
ventana al exterior, a una calle fea y sucia con un cielo ocupado por gruesas nubes
que amenazaban tormenta. Le daba la espalda, cabizbaja, con la pistola de juguete en
el regazo. Carlos se guardo el arma en el pantalón, por la espalda y se acercó lento y
atento, no fuese a ser un truco.

–¿Que paso?

–¡No lo se! ¡Se puso a temblar, le salía espuma por la boca! ¡Intente reanimarlo! pero
no sirvió de nada.

–Te asustástes e intentastes deshacerte del cuerpo.


–¿Que otra cosa podía hacer? Hijo de millonario aparece muerto en la casa de una
prostituta por sobredosis. ¿Sabes por qué nunca se leen esos titulares en los
periódicos aunque suceda cada mes?

Carlos se sentó a su lado. Y miro la mierda de paisaje a través del cristal. Se fijó en
las azoteas. –¿A donde lo enviastes?

–Se lo di a los borg. Al menos me saque un dinero.

–¿Por qué no has huido?

–La policía me “entrevisto” ayer. No me dijeron nada pero esta claro que soy la
principal sospechosa. Pensé que si disimulaba, si aparentaba ser la puta tonta que se
supone que debo ser, y no encontraban nada más, a lo mejor, me salvaría.

–¿Lo de la araña?

–Tengo una cuota que cumplir. Voy mal, ha sido una estupidez, realmente ya no se lo
que hago. Pensé que si les llevaba lo de Mike y el payaso este, Angus, me ayudarían a
salir de esta.

–¿Alguno de esos coches te suena de llevar hay mucho rato aparcado enfrente?

Cristina levantó la cabeza. Resopló. –¿Estoy jodida verdad?

–Bastante.

–No puedo ir a la cárcel. He oído historias de lo que le hacen a las chicas como yo,
no lo soportaría, otra vez no.

–Puedes usar esa pistola como estas pensando. O salir andando del edificio con
prendas normales y una mochila pequeña con las cosas que más te importen. Andar
mucho evitando problemas hasta que llegues a un bar llamado “el ajo” en el distrito
once, y gastarte ese dinero en que te lleven a algún sitio nuevo o que te inventen otra
vida.

–¿Y mis estudios? ¿Mi sueño?

–Ser una zoombie de oficina no es un sueño, solo no una esperanza. Hay otras formas
de salir adelante, sobre todo si sabes de hacking.

–Como si los de hay fuera no me fuesen a seguir y parar a medio camino.

–Los de hay fuera llevan años aceptando sobornos. Hace mucho que no se pegan una
buena carrera. Si me das el control de tu vehículo les daré algo que perseguir.
–¿Yo mate a tu amigo y ahora me vas a ayudar?

–Es mejor para ti que no me hagas pensar mucho en eso.

Cristina se tomo una pausa, indecisa, atribulada, incrédula. Luego se cambió de ropa
allí mismo como is le ardieran los pies. En cuanto terminó le cedió el control de su
vehículo a Carlos. Ambos bajaron al pequeño portal del edificio, sucio y estrecho en
donde esperaba Bonnie fumando nerviosa. Al verlos bajar juntos se extrañó, tiro su
cigarro al suelo y preguntó. –¿Que pasa aquí?

–Sube a calzarte. Vamos a tener una cita.

–No me metáis en vuestras mierdas.

–Al revés, vamos a tener una cita para que tú y yo tengamos una cuartada cuando la
policía nos pregunte.

–¡Joder! ¿Que tengo que hacer?

–Sube a por tus zapatos y tu bolso, baja lo entes que puedas. Luego dejamos que nos
vean a punto de tener sexo en plena calle y nos vamos a tomar algo por aquí cerca.

–¿Y Cristina?

–Una vez que salgamos ella contara hasta doscientos y saldrá de tu vida para siempre.

–No lo entiendo.

–Eso o arresto. Lo que prefieras.

Bonnie salió corriendo a su apartamento despotricando por lo bajo.

Antes de irse Carlos le devolvió la pistola a Cristina. Ella le puso una mano en el
pecho y al borde del llanto le dijo –Gracias.

Bonnie y Carlos llegaron a un restaurante, todo ventanas con excepción del mostrador
al fondo con la cocina detrás y paneles informativos encima. Se sentaron en uno en
frente del otro, en una mesa blanca simple con asientos acolchados rojo desgastado
en un lateral visible y dejando a caoba al cargo del camarero plagado de acné con un
ridículo uniforme rojo chillón pilotó el vehículo de Cristina usando el control remoto
a través de las calles donde las primeras gotas de lluvia ya caían, en un momento
dado lo puso a máxima velocidad hacía el yermo. El coche de incógnito lo persiguió
con ánimo de detenerlo, antes de que lo tuvieran a tiro lo estrelló contra la dura tierra
baldía más allá de la ciudad. A la vuelta Bonnie seguía allí, con los ojos
entrecerrados, un cigarro entre los dedos y unos sandwiches calientes sobre la mesa.
–¿Por qué la has ayudado?

–Un momento. –Llamó a Jiho, le explico la situación y le contrató para borrar las
huellas digitales de su travesura. Se lo hizo gratis.

–¿Por qué la has ayudado? –Bonnie no era de las que se rendían.

–Sois compañeras ¿Por qué no la has ayudado tú?

–Solo compartíamos piso, a veces clientes, nada importante.

–¿Donde vives no es importante? –Carlos aprovechó para cenar, el sandwich no


podía ser más insípido.

–Solo es un alquiler. Si ardiera mañana me reiría del casero y me buscaría otro lugar.

–¿Estas sola? –Carlos apartó el humo del tabaco.

–Como todas.

–Entiendo...

–Lo dudo.

–Cuando la policía nos pregunte, fuimos a tu apartamento y follamos como locos.

–¿En tan poco tiempo?

–Cierto. No follamos, habíamos bebido demasiado, e incluso puede que tomáramos


algo más de otra cosa, algo que llevaba Angus, no nos acordamos de el que, que se lo
pregunten a él. Le dio un ciego bastante chungo, hizo cosas raras y se disparó un
arma, pero nadie salió herido, por suerte teníais algo de naloxona y se lo dimos. Se le
paso el mal trago y decidió volverse a su casa.

–Pero tú y yo seguíamos calientes como hierros al rojo y nos vinimos aquí a comer
algo para rebajar el efecto antes de seguir con el plan.

–La asquerosa comida de este antro nos quito las ganas y nos volvimos a nuestras
casas, cuando llegastes al apartamento Cristina se había ido.

–La muy zorra incluso se ha llevado alguna de mis cosas.

–¿La vas a denunciar por robo?

–No. Total, tampoco nos van a creer.


–No es para que nos crean, solo para que no tengan por donde pillarnos.

–Tú y yo no hemos hecho nada malo por el momento ¿Por qué encubrirla?

–Porque a la policía le da igual, solo quieren coger al asesino de Mike para colgarse
la medalla.

–¿Y?

–Que podrían decidir marcarse un tres por uno.

–Si tienen a la asesina de verdad no necesitaran buscarse a nadie para encasquetarle


el difunto.

–Hasta que ella diga que las dos trabajabais juntas. Fácil de creer si la ayudastes a
trasladar el cadáver. A mi me da igual ¿Sabes? Esa noche mucha gente me vio tirar a
mi casa. Y si alguno de vosotros canta diré que me fui corriendo en cuanto pude,
pagaré un buen abogado y me libraré.

–¿No se supone que trabajas para el padre?

A esas alturas era una pregunta retórica pero Carlos respondió igual. –Mentí.

–¡Que patéticos sois los hombres! Has venido solo, a vengar a tu amigo, pero tetas
operadas se puso a llorar y has acabado ayudándola.

Carlos lo pensó por un momento. –Pues sí. La historia que me contó me pareció
sincera.

–Increíble.

–Una historia sobre una violación grupal cuando apenas acabaría de entrar en la
universidad ¿Sabes algo?

–¿Quieres saber hasta que punto te ha engañado?

–Sí.

–A mi nunca me ha contado nada de eso. Solo una chica normal del distrito catorce
que se prostituye para poder pagarse la carrera, somos un montón.

–Ya, pero vosotras nunca fuisteis más que dos tipas que coinciden en el desayuno.
Apuesto a que tú tampoco le has contado tus miserias.

–Claro que no.


–Todas solas. No te preocupes, invito yo. –Carlos se levanto a pagar en la barra del
pequeño restaurante. Deseoso de librarse de la presencia de la peliroja cuanto antes.

–¡Que menos!

Se acordó de pecados pasados, comparándolo con el dolor de Cristina. La


culpabilidad le duró poco, pues en su caso era una venganza. Algo a lo que tenía
derecho. Durmió abrazado a esa tan confortable como falsa conclusión.
Los detectives

Dos detectives de la policía a los que nunca les permitió cruzar el umbral de su casa
intentaron interrogarle varias veces, una incluso interrumpiendo una clase. Todas las
intentonas fueron fracasos estrepitosos. A los desgraciados de los distritos pobres
podrían avasallarlos como quisieran a base de redactar mentiras en sus informes pero
un niño rico de la universidad que vive en un ático y capaz de pagarse un buen
abogado era intocable sin pruebas.

Sin embargo algo de lo que se inventó en el apartamento de las prostitutas era real. El
señor Blascó quería la verdad sobre la muerte de su hijo y era lo suficientemente
inteligente como para recurrir a medios más eficientes.

Se lo encontró admirando su Yamakawa azul estrellada. Aunque pareciese que


estuviese mirando un mundo distante más allá de su moto. –Nunca he entendido el
concepto de las motos modernas, solo son un poco más pequeñas que los coches,
apenas consiguen algo más de velocidad y sacrifican mucho a cambio.

–Son más versátiles señor...?

–Kuznetsov, Joao Kuznetsov. –rondaría los cincuenta y ya andaba algo encorvado.


Gabardina larga negra, limpia hasta lo brillante, camisa y pantalones cómodos,
zapatillas de deporte. Pelo gris hacía atrás con buenas entradas, ojos pequeños y
tranquilos sobre espesas cejas, una nariz llena de puntos negros y un mentón duro con
pelaje de una semana, todo ello cruzado por pequeñas cicatrices.

–Estoy seguro que recordaría un nombre tan pintoresco.

–No nos conocemos señor Nuñez o debería llamarlo Impávido.

–¿Carlos no entra en la lista?

–Carlos pues, puede llamarme usted Joao. –Se estrecharon la mano –Perdone que le
interrumpa, estoy seguro que esta deseando volver a su casa después de un largo día
de clases. Se lo que es, estudie criminalística en esta misma universidad.

–Pero acabó de Bladerunner.

Joao sonrió, por un momento pareció mucho mayor. –Detective, no es lo mismo. De


todas formas una mala elección. No es una buena universidad para eso, su fundador
lleva mil años muerto y todavía no han encontrado al asesino.

–Por eso elegí mecánica. Ortega inventó cosas interesantes, lo mismo se me pega
algo.
Volvió a envejecer –Señor... Carlos, creo que usted sabe porqué estoy aquí.

–Su padre le ha contratado para que descubra que paso en realidad, si sigue vivo, o
incluso si esta muerto, lo devuelva a casa.

–Y como mercenario que es o ha sido sabe como nos ponemos de pesados los
profesionales de nuestra rama.

–Un mercenario inteligente sabea abortar a tiempo.

–Los que no acaban en la incineradora.

–No se lo tome como una amenaza. Si ha sobrevivido hasta hoy ya sabe que es una
realidad.

–¿En asuntos tan turbios estaba metido su amigo?

–Para nada, comparado con el resto de la ciudad era un santo.

–¿Cree que murió por su relación familiar?

–Yo no he dicho que haya muerto.

–Ha dicho “era” hace un momento.

Carlos hizo lo posible por mantener la compostura. –Lleva cuatro días desaparecido.
¿Cuantos casos han llegado a ese punto y han encontrado vivo al desaparecido?

–Ninguno.

–Mike era mi amigo, él me ha ayudado, mucho, a sacar el curso adelante. No soy ni


un mal amigo ni un desagradecido Señor Kuznetsov.

–Los runners rara vez lo son. No creo que usted lo matase, pero he hablado con la
señorita Rose y cuenta que tuvo usted una corta pero intensa velada con ella y dos
personas más, una de esas personas era la misma rubia que fue la última persona que
vio a su amigo con vida. Ahora también desaparecida.

–¿Rose?

–Puede que usted la conozca como Bonnie.

–¿Y?
–Que usted ha investigado el caso antes que yo, no ha podido pasar por alto que
alguien matase a su amigo.

–¿Cree que mate yo a la rubia por venganza?

–No. creo que llego a un trato con ella. Al fin y al cabo las damas de compañía suelen
ser el señuelo, el cebo, para atraer a la presa a la trampa de otro. Creo que usted llego
a un trato y la ayudo a escapar a cambio de nombres. En esa habitación solo había
una persona capacitada para pilotar por control remoto un auto.

–Tiene mucha imaginación. Pero la señorita rubia podría haber pagado a alguien para
hacerlo. O quizás la ayudaran sus socios, no les interesaría que la policía la
interrogase.

–No, esa mujer desapareció justo cuando usted andaba cerca. Mire, se que este no es
el lugar. Podemos quedar donde quiera mientras sea pronto. Le aseguro que nadie
sabrá de lo que hablemos, solo seremos dos hombres jugando a las especulaciones.
–Kuznetsov saco una tarjeta de su cazadora y se la entregó antes de irse. Era una
tarjeta como de papel viejo, blanca amarillenta, con una rubrica elegante, clásica, que
rezaba “Joao Kuznetsov detective privado” incluyendo debajo teléfono, correo y
dirección, con la otra cara en blanco.

Ha Carlos solo le quedaba una pista por comprobar, la droga de la araña. Hasta el
momento se había creído la historia de Lucy y Bonnie. Pero el Bladerunner le había
hecho pensar ¿Y si Cristina le había inyectado algo diferente a lo que se imaginaba?
Trabajaba para unos ladrones no asesinos, pero las cosas a veces cambian, claro que
esa cápsula podía contener el veneno corriente que usara hasta entonces, que de ser
mortal ya habría una retaila de cadáveres tras su sombra. Lo más probable es que le
diera un efecto secundario por mezclárlo con la que ya tuviese encima Mikel. Sin
embargo echarle un ojo no estaría de más, el problema es que le seguía toda una
cabalgata de detectives.

Apostó a que ninguno sería tan bueno como el corriendo y a la vuelta de la facultad
del día siguiente le hecho una carrera a la policía. La curiosidad le picaba demasiado
como para dejarlo estar y acabó aceptando la multa de tráfico a cambio del tiempo
suficiente para que Montero le hiciera el análisis. El resultado desveló un suero de la
verdad de efecto retardado. Según el doctor al mezclar eso con alcohol no debería
haber dado el resultado que le contó Cristina, para eso debería haber tomado un
estimulante en exceso, algo posible si notase que no le subía por culpa del cúmulo de
depresores.
Al poco de llegar sonó el timbre de la puerta. Era Kuznetsov. Se puso un poco pesado
e incluso cínico, intentarlo meterle miedo con sospechas de escaso fundamento.
Cuando Carlos se harto le cerró la puerta en la nariz. La ventaja de no dejar pasar a
quién podrías no querer luego en casa es que no tienes que echarlo después.

Aún había más gente involucrada en el caso con ganas de preguntar a Carlos. En este
caso cuatro sujetos de ropas anchas de calle en tonos oscuros de criminal. Una mezcla
heterogénea de etnias con un mal día. Al delantero era un hombre de pronunciada
nariz aguileña en un rostro moreno largo y flaco, a su derecha un guaperas de portada
de calendario gay, en buena forma con un cicatriz en la ceja izquierda, una rubita de
pelo lacio en coleta de caballo muy flaquita que miraba a todos como una niña en un
parque de atracciones y un africano con el pelo afro en redondo y la cara picada por
alguna enfermedad pasada.

Se le presentaron en lo alto de un puente de reciente construcción, tan nuevo que la


carretera a la que pertenecía aún no estaba unida a ninguna parte y por tanto no había
tráfico. Por el momento solo era un oportuno cacho de hormigón alumbrado que
cruzaba por encima de uno de los primero ríos de la región y del planeta, tan ancho
como una autopista. A alguien se le había ocurrido que usarlo de circuito molaría
bastante y lo habían bordeado de palos de luz amarilla de unos tres metros para
marcarlo en la oscuridad. En opinión de Carlos ese asfalto iba a levantar mucha agua
y lo mismo la falta de visibilidad subyacente provocaría una tragedia motivo por el
que no participaría esa vez en la carrera.

Él estaba allí, contemplando la oscuridad del yermo, blanqueada por la bruma,


atravesada por dos lineas discontinuas e irregulares de luz, discutiendo sobre la pista
y sus posibilidades con amigos y desconocidos con ganas de fiesta, incluida Gabriela,
que había pasado a una táctica agresiva de conquista basada en dejarle claros sus
deseos de tener sexo con él, pero sin tocarlo ni dejar que ninguna otra se acercase, lo
cual estaba dando el mismo resultado que la anterior estrategia.

Estaban todos disfrutando de la bebida y el tabaco en lo que los conductores hacían


las últimas comprobaciones de sus vehículos y los espectadores hacían sus apuestas
bajo el retumbar de equipos de música exagerados de coches tuneados para el ocio
cuando los cuatro extraños atravesaron el puente y le llamaron la atención.

–¿Tú eres Imp? –Gran nariz Iba de duro y preguntaba cosas que ya sabía. Primera
impresión negativa.

–No. –dijo Carlos recostándose de espaldas en la barandilla del puente, lo que dejaba
las vipers a la vista. Vestía sus botas altas y pantalones ajustados más la cazadora de
motero, todo en azul brillante con lineas de otros colores, y una camiseta gruesa
debajo de simple negro. En la pistolera sobaquera llevaba la pesada y detrás la
kusarigama, más alguna granada táctica en los bolsillos.
–Solo queremos hacerte unas preguntas. –A ellos no se les veían las armas pero era
obvio que las llevaban bajos las ropas sueltas.

–Solo no quiero responder preguntas. –Los amigos se apartaron y el mundo se hizo


un poco más silencioso.

–Si te vale te pagaremos por las respuestas.

–Venga va, hazme esa pregunta, pero ya te aviso que me da que te vas a ahorrar
mucho dinero hoy. –Al menos sabría con mayor precisión a que venían.

–Somos amigos de Cristina, su nombre artístico es Lucy, hace un tiempo que no


sabemos de ella y nos preocupa. –Los otros no hablaban. Solo observaban alrededor.
La gente se percataba enseguida que no eran de allí, estaban incómodos con su
presencia y se empezaba a formar un corro en la distancia.

–Que suerte tiene de tener amigos tan atentos.

–No te pases de listo.

–Si es vuestra amiga ¿Por qué no os llama?

–Puede que alguien no la deje.

–¿Es mayor de edad?

El representante empezaba a mosquearse. Saco un fajo de billetes contó hasta veinte


y se los puso a Carlos en el pecho. –¿Donde esta?

Carlos se irguió. –Ni se donde esta, ni creo que seas su amigo.

–Es una chica muy bonita, pero ni ella es una princesa ni tú un caballero en tu
flamante corcel. Te estas metiendo en algo que te viene grande, que ni entiendes. Ella
nos debe algo que tiene y no le es ni útil, nos lo da y todos contentos. Ella no sufre,
nosotros no sufrimos y tú te ganas unos billetes.

–O la encuentras y la matas para eliminar cabos sueltos.

–¡Que película has visto! Ya te he dicho que somos amigos.

–¿Cual es su cantante favorito?


–¡Porca miseria! Que importa... –Las vipers ya estaban tronando como un insecto
rabioso justo en su barriga. Sus compañeros tuvieron unos reflejos rápidos pero las
ropas no eran cómodas. Él musculitos de la derecha saco una pistola pesada y la niña
una rápida. Antes de que apuntaran una ráfaga por manos había impactado en sus
torsos.

El líder estaba demasiado cerca y encima Carlos se había cercado más. Atinar en esas
condiciones es difícil pero aún así lograron algún impacto que se quedo en el
blindaje.

El central a pesar de haber recibido un par de descargas a quemaropa aún estaba en


pie, ellos también usaban armaduras. No podía contra cuatro. La gente de alrededor,
incluidos sus compañeros no iban a apoyarlo, eran universitarios no mercenarios, se
daban a la fuga. Agarró al italiano por el cuello, abrazándolo y se arrojó al río con él,
descargando lo que le quedaba de cargador en su ombligo.

El puente no era alto pero el espaldarazó dolió. Enfundó las pistolas e intento
arrastrar al preguntón sin que ese opusiera mucho de su parte. Le dolían los intestinos
agujereados. Sacarlo del agua fue una tarea excesiva en la que empleó un tiempo que
mejor hubiera ocupado en otra cosa, abandono su empeño al ver que los otros ya
descendían entre las abruptas rocas, grandes como contenedores de basuras por la
pedregosa orilla de ligera pendiente.

En cuanto puso un píe en tierra corrió a esconderse entre las rocas. El frío era tal que
dolía en su infiltración hasta los huesos. Sacó la pistola pesada e intentó contener la
respiración para que el ruido y el aliento no revelasen su posición. Entre tanto le
envió un mensaje a Joao con sus coordenadas. “tus nombres están aquí, se marcharan
en minutos”. Tenía una idea simple pero funcional que le sacaría del marrón si no le
mataban antes.

Al menos uno avanzaba cual avalancha por la ladera, arrastrando rocas a su paso. A
los otros no les escuchaba. Cuando ya lo tenía cerca pudo ver el resplandor de un
vehículo aproximándose. No apostó por un rescate.

Los lamentos del moribundo le hicieron exponerse y Hay fue donde Carlos uso su
pistola pesada contra el corpulento hombre de pelo largo y ojos bonitos en un asalto
en embestida. Lo mató pero él respondió disparándole dos balas en el pecho que de
ser mejores le habrían matado. De inmediato más balas llegaron desde arriba, un rifle
de raíl. Carlos Corrió a guarecerse al otro lado de la misma roca en la que se
escondiese antes cubriéndose del fuego enemigo. Eran granitos por lo que para
atravesarla tendrían que cargar el disparo.
El pecho le dolía una barbaridad, se inyectó un estimulante y un chute de de slo-mow
y se centró en el sonido. Las armas de magnéticas hacían un ruido al cargar, un
crescendo característico, En cuanto llegó la máximo se movió de improviso evitando
la bala que quebraba la roca. Recargó la pistola y volvió a esperar intentando ignorar
el dolor de los pulmones. Otro movimiento repentino y una segunda bala pasó tan
cerca un poco de metralla se le calvó en la piel.

Volvía a cargar, salió al descubierto y se tomo algo de tiempo para apuntar a la rubia
que le apuntaba con el rifle desde el asiento trasero de un turismo oscuro de gama alta
a poca altura, tan poca que el viento de los motores calientes golpeaba a Carlos en la
cara. Antes de que cargase el proyectil Carlos la disparo entre las cejas, pero falló el
tiro. La chica se asustó y fallo el suyo también, pasando tan cerca del rostro de Carlos
como para oírlo pasar.

Carlos siguió disparando, ahora sin apuntar hacía la chica a al que saltaba a la carrera
entre las oscuras rocas para ponerse debajo del coche agresor, fuera del angulo de la
chica que se cubría introduciéndose al fondo el asiento. Carlos casi se cae pero se
puso debajo.

El vehículo se desplazaba hacía atrás para devolverle el angulo de tiro a la chica


ahora que su pistola estaba sin munición. Sería un fusilamiento. Dejo caer el arma y
saco la kusarigama, se colocó en un sitio alto y empezó a girar el omori a la que el
implante le avisa de un intento de asalto virtual en progreso que ignoró. No podía
estar a todo.

A la que la chica asomó la atacó enredando las manos que sujetaban el rifle con la
cadena. Acto seguido cargo todo su peso en el arma y la hizo caer desde unos cuatro
metros de altura de frente. El golpe de la cabeza contra las rocas sonó como un crujir
desagradable.

Se acercó a ella y recogió el rifle. Entonces empezó el dolor de cabeza, el pitido en


los oídos, las imágenes distorsionadas, la sensación de descomposición de su cuerpo
provocado por el ataque del hacker. Cargó el rifle apuntado al espacio del conductor y
disparó, así una y otra vez, incapaz de saber si acertaba o no. Al menos valió para
asustarlo, se retiró.

Carlos estaba en las última, sintió un deseo imponente de descansar. Se lo negó a si


mismo. Se acercó a cuerpo del fortachón dejando caer el rifle, quitándose la cazadora
y la camiseta empapada. Borbotones de sangre manaban de dos agujeros en el tórax.
Le quito la ropa. Bajo las sudadera empapada en sangre tenía de todo, munición,
granadas y medicamentos, uso sus parches sobre las heridas de bala y los pantalones,
secos y limpios los uso para secarse el torso y la cabeza. Se sentía demasiado agotado
para continuar, se tomo otro chute de estimulante a sabiendas de que sería incluso
peor para su salud, pero tenía que llegar a la carretera. Volvió a por su ropa, el rifle su
kusarigama y busco su pistola, no debía dejar allí que lo relacionase con la carnicería.
En ese tiempo difuso para su consciencia enturbiada llegaron sus amistades presentes
en el puente, los que no había ni arrojado ni una piedra a su favor, pero que la menos
de socorristas si valían. Les indicó que encontrasen la pistola, que mintiesen sobre el
tiroteo, que le llevasen a su moto, que volasen bajo para limpiar la sangre, o al menos
lo balbuceo de forma que a él le sonó convincente.
Relevo

Despertó en la clínica de una chica de pelo rosa de rostro demasiado joven para ser
doctora. Unos bonitos ojos azules, grandes y atentos que le miraban como is fuera un
bicho raro recién descubierto en un yacimiento arqueológico, con el ceño fruncido y
los labios apretados como si fuera a besarlo a la que lo cegaba con una linternita.
Cuando quedo satisfecha con sus reflejos oculares le dio un palmada fuerte en el
hombro.

–¿Lo notas?

–¿Podría empezar por algo mas suave?

–No te quejes, si estas hecho un tiarrón.

–Ya, pero tengo sentimientos.

–Te falto poco para guiñarla. Puedes darle las gracias a los nanobots de tu implante
medular. Uno a uno.

–¿Se cree que solo les he puesto nombre a los cien primeros?

La doctora consiguió reducir la carcajada a una sonrisa. –La hipotermia a sido fácil
de tratar, esa ni te la cobro, por lo demás te he sacado dos balas y te he parcheado los
pulmones, en un mes respiraras como antes, hasta entonces lo harás como un fumador
empedernido, así que no hagas esfuerzos. No te he puesto un implante ya que no te
conozco y no tengo tus preferencias, tampoco es que fuera necesario. También te he
quitado un tanto de metralla rocosa. Por lo demás solo tienes el colesterol alto, esta
claro que no por la falta de ejercicio, deberías comer mejor.

–Gracias doctora.

–De nada ¿Por curiosidad? ¿De que guerra vienes?

–Creía que los doctores no preguntaban ese tipo de cosas.

–Yo es que soy un poco cotilla. No te preocupes no le diré nada al Bladerunner que te
espera fuera.

–¿Mayor, canoso con entradas, que parece que se vaya a dormir de pie?

–Sí ¿Sois amigos?

–Me debe un cable. Ya veremos si lo usa para ayudarme o me lo pone en el cuello.


En efecto, a la salida hay estaba Joao. Contemplando con una curiosidad infantil una
revista sobre implantes, como si fuera tecnología alienígena.

–¿Por fin encontraron vida extraterrestre?

–El ser humano ya conocía de la existencia de vida exógena en otros planetas antes
de abandonar el suyo, solo que era todo microcelular, y sigue siéndolo.

–Perdone no pretendía ofenderle.

–No lo ha hecho, pero me ha dejado sin caso.

–Habría dejado alguno con vida si no me estuvieran matando.

–No le culpo, pero si hubiera aceptado mi ayuda cuando se la ofrecí no habrías


acabado así.

–Si usted hubiese acudido a la carrera jamás se habrían acercado.

–Así que fue a propósito. Usted no podía encontrarlos así que les obligo a acudir a
usted. Imagino que preguntando por su compañera desaparecida. Sabe como
aprovechar los recursos Carlos, se lo concedo.

–Gracias. Si me disculpa quiero tumbarme como por una semana.

–Sigo queriendo hablar con usted. Me aceptaría una invitación a almorzar.

–Se la acepto, estoy famélico. Me apetece sopa agridulce un motón, no se porqué.

–Los orientales son muy chismosos. Permita que le lleve a un restaurante español de
confianza. Le encantará la sopa castellana.

En efecto la sopa estaba tremenda de sabor, cálida y fuerte, un chute de energía bien
cargado con sabor a jamón y pan que dado el clima frío se agradecía mucho. El
restaurante era un pasillo largo con una barra a modo de recepción con aspecto a muy
antiguo y viejo en la que destacaba la cabeza negra de un cornudo uro en la pared.
muchas mesitas cuadradas con manteles a cuadros rojos y blancos, con sillas
similares, de aspecto delicado, finas y de ondulado contorno ocupaban el espacio
interior. En las paredes de azulejo con formas azules hasta la mitad colgaban, en la
parte superior, cuadros de marismas pobladas por grullas y juncos y de hombres con
guitarras españolas y sombreros vistiendo con gran pulcritud prendas de eras
antiquísimas en poses sobreactuadas
–Bien, hasta ahora tengo la mayoría de las piezas. Un grupo de maleantes contrata a
una prostituta para llevar a el hijo de un multimillonario de poder e influencia al
apartamento de esta y lo asesinan simulando una sobredosis. Dejan a la prostituta
viva lo justo para que cargue con las culpas y luego buscan matarla para que no
testifique. Eso hasta que aparece un amigo de la víctima entrenado para matar y les
fastidia el plan. Fácil y sencillo. Se puede entender que la chica no hiciera un trato
con la policía a tiempo por la animadversión de la gente de su estatus hacía las
fuerzas de la ley pero digo yo ¿Si querían algo del señor Blascó no habría sido mejor
un secuestro?

–Todo el mundo sabe lo que hacen los corporativos después de entregar el dinero.

–¿Que ganan con una asesinato?

–Eran profesionales, armaduras subcutáneas, ataque organizado, personal entrenado.


Les contratarían para eso, no espere que quede un solo dato sobre quién en sus
bolsillos, tendría que conseguir que su nudo hablase.

–¿Un profesional se acercaría a usted en medio de una fiesta con cuarenta testigos y
le dispararía?

–La desesperación es peligrosa.

–¿Tan grande ve el temor a que la policía encontrara a la chica primero?

–Sabía que se jugaban la vida en ello, si Blascó los identificaba no pararía hasta
descuartizarlos, y había acudido a un Bladerunner privado que si se tomaría en serio
el trabajo. Mal panorama.

–Me halaga. Pero no creo que yo de tanto miedo.

–Demasiada gente buscándoles.

–Que pasaría eso ya lo sabían antes de empezar el trabajo.

–Les tentarían con muchos créditos. Es difícil decir que no a una buena oferta.

–Me lo creería si no fuera porque encontré al cuarto criminal desaparecido y la


contrario que usted no lo maté. A pesar de que él puso de su parte por que así fuera.

–No se tire flores, era un crio de la red, una ataque rápido y se queda llorando en el
suelo.
–Tengo cincuenta años, mis piernas y la velocidad son incompatibles. El caso es que
encontré allí mucha información de muchas personas relevantes, ricos y poderosos.
No eran asesinos, si no recolectores de información. Cotejé los datos con las noticias
y mis contactos. La mitad de esas familias han sufrido robos en los últimos meses.
Por lo que o eran también ladrones o vendían esa información. Me da que no le estoy
contando nada que no sepa ya.

El camarero retiro los platos y al momento trajo unas tortillas de patatas que no eran
peores que la sopa.

–¿Como va mi caso?

–Todos en la fiesta alegan que ellos dispararon primero, sumado al hecho que eran
cuatro contra uno le va a resultar muy fácil alegar defensa propia. La policía por el
momento solo tiene cadáveres desnudos, las manos largas de los asistentes a la
carrera contaminaron hasta la nulidad la escena del crimen.

–Aún así los maderos seguirán vigilándome.

–Hay quién sospecha que usted era parte del grupo, un observador que marcaba a las
victimas o algo así y que ha matado a sus compañeros para escaparse.

–Eso es absurdo ¿No les basta con los cuerpos?

–Les molesta admitir ante el señor Blascó que han sido tan útiles en este caso como la
tercera manga de un chaleco.

–Curioso, son los sobornos de sus hijos los que les han dejado atrofiados.

–El señor Blascó se alegrará mucho con usted por su iniciativa, lealtad y resolución.
Pero solo si me cuenta la verdad.

–La comida esta genial, pero no soy una damisela recién sacada de la cuna. ¿Como
puedo estar seguro de que hablara bien de mi en su informe?

–Por dos razones. La primera es que un detective privado se debe a su reputación. Si


tratase mal a mis amigos no tardaría en perderlos. La otra es que soy un don nadie y
usted conoce a gente que por muy poco me llevaría a la incineradora.

–De nada me sirve lo segundo si antes acabo entre rejas ¿Podría hablarlo con el
padre?

–El señor Blascó no querrá recibir a alguien a quién la policía tiene en el punto de
mira.
–Si lo hace a diario ¿No tiene espejos en casa? ¿Acaso no hubo un caso hace no tanto
en que un detective se volvió loco por un implante defectuoso y mato a un motón de
gente. Luego se encontró un motón de material no patentado de Chairon en forma de
ilegal enlace profundo conectado al cuerpo de su hijo muerto? La prensa le señaló a
Blascó como responsable por ser el gerente del departamento de I+D, el único lugar
de donde podía haber salido toda esa chatarra que sus agentes no pudieron ocultar a
tiempo.

–Ya sabe a que me refiero.

–Va a tener que firmarme un acuerdo de confidencialidad que me exima de toda


culpa.

Joao se saco uno bien doblado de de la gabardina apoyada en el respaldo de su silla


andaluza con cara de molesto –Me imagine que llegaríamos a este punto. –Se los
ofreció a Carlos.

–No se enfade, la confianza siempre ha sido el bien más escaso de nuestra raza, por
eso llamamos crédito al dinero.

Los documentos estaban firmados por Blascó y sellados por Chairon, el propio
Kuznetsov hacía de testigo. Carlos estampó su firma y se quedo su documento en el
mismo bolsillo donde guardaba la araña, a la vuelta al dejo sobre la mesa tapándola
con la mano.

–Una cosa más, quiero inmunidad para la chica.

–Cristina ¿Por qué?

–Porque hasta los pobres diablos como yo tienen su corazoncito. Esa chica solo era
una herramienta y ya ha sufrido bastante.

–¿Esta enamorado de ella?

–¿Hay que enamorarse para tener compasión?

–La chica no me importa. Puede quedársela. –Joao mantenía su impasible cara de


poker pero Carlos casi podía sentir su viejo corazón latir de espectación. Levanto la
mano descubriendo el aparato. Joao lo cogió y lo inspecciono a trasluz con la mirada
fija, como si pudiera analizar así el contenido.

–Suero de la verdad. Casi atina, subestimo a la prostituta.

–No era solo el señuelo.


–No, era la hacker que les sacaba los números, ella dejaba a los niños de la torre que
se creyeran que habían ligado con una despampanante rubia por sus propios medios,
les drogaba, les robaba los códigos y por último se revelaba como prostituta para
cobrarles a cambio de no avergonzarlos.

–Un timo encubriendo otro timo.

–Los datos se los vendía a los allanadores que querían matarla por temor a que les
llevara hasta ellos.

–¿Así que ella le mató?

–¿Usted cree?

–No, ella no ganaría nada con eso.

–Yo creo que alguien cambio la dosis de suero de la verdad de Mike, por algo más
potente. O que ese día llevaba algo más dentro que reaccionó con el suero y que no se
lo metió él mismo.

–Si no no tendría sentido que los ladrones la buscaran, al revés habrían huido a
esconderse a la otra esquina del planeta.

–Ellos debieron descubrir la verdad, solo que tarde, y se asustaron ya que son los
siguientes en la lista de sospechosos. Con su historial esta cantado que les colgaran el
muerto.

–Pero ellos no son, en todos los robos nunca han dejado una mancha de sangre en la
alfombra.

–No es la sensación que me dio a mi, quizás me equivoque y allá matado a unos
pobres tipos.

–¿Que sensación le dieron?

–La de cazadores detrás de una presa, gente con ganas de sangre.

–Por como se ensañaron podría ser cierto ¿Va a seguir en el caso?

–No, se lo dejo a usted, la doctora me ha dicho que no puedo esforzarme en un mes.

–Me cuesta creerle.

–Lo siento pero yo no he traído ningún documento a firmar.


–Ni con eso le creería.

–Me valora en exceso. Soy de los que saben parar a tiempo.

–Como quiera. Le avisaré si encuentro algo.

–Hable bien de mi al señor Blascó. Los estudiantes siempre necesitamos dinero.

Joao le dejo con el postre llevándose al araña consigo. A medio camino se dio la
vuelta y volvió sobre sus pasos, sin llegar a sentarse le preguntó.

–¿No sabrá por casualidad donde se encuentra el cuerpo de Mike Blascó?

–En la última fosa común de los chatarreros borgs. Le dejaron el cuerpo a Lucy para
incriminarla y a ella no se le ocurrió nada mejor.

–¿Y Lucy, sabe donde esta?

–No, la indique por donde escabullirse, pero nada más, hay cosas que es mejor no
saberlas.

–Hacía donde la señaló.

–Si va por allí haciendo preguntas acabará muy mal.

–Deje mi seguridad en mis manos.

–Encuentre a esos asesinos primero, ya hablaremos después de ello si lo consigue.

–La necesito para saber quienes eran sus compradores.

–Consígase un hacker.

–Tenemos una acuerdo de confidencialidad.

–No la cubre a ella.

–¡Maldita sea Carlos...!

Lo interrumpió –No siga por ese camino. Eso no le funcionara conmigo.

Joao dio un palmada sobre la mesa y se fue enfadado.


A las dos semanas el detective Kuznetsov le invitó a tomar una copa en un bar
llamado Mitzva que parecía una gran cabaña de madera de un leñador pobre de algún
páramo remoto de la lejana tierra. La ironía era que imitaciones tan fidedignas en
madera valían un dineral, todo de madera. Le llamó la atención las bombillas, eran de
esas antiquísimas con forma redondeada, como una gota de lluvia capturada en el
momento de desprenderse del alfeizar, del tamaño de pelotas de tenis. Los simples
muebles estaban muy pegados entre ellos al punto de quedarse a centímetros de
tocarse entre si los clientes.

No era nada privado pero a la vez el escándalo de todas esa gente apiñada hablando a
gritos generaba la capa de ruido perfecta para impedir cualquier escucha.

–¿Necesita mi ayuda detective?

–El caso esta resuelto.

–Vi en las noticias que escarbaban donde le dije ¿Lo encontraron?

–Tardaron los suyo pero sí, el entierro sera en breve, de hecho le traigo la invitación.

–Muy amable.

–Por cortesía del señor Blascó, incluyendo un jugoso añadido como agradecimiento
por su colaboración, le invitan a pulmones.

–Gracias. Si le digo la verdad pensaba que se olvidarían de mi.

–¿Quiere saber como acaba la historia?

–De algo tendremos que hablar.

–Uno de los asesinos conocía a uno de los timadores y le comentó sobre lo bueno que
sería robar en la mansión Blascó. Picaron y los homicidas solo tuvieron que apañar
las dosis de los venenos. El farmacéutico que les proveía asegura que él no vende ni
les vendió a los ladrones con los que tu chica andaba asociada ni a nadie más nada tan
potente como para matar ¿Pero que iba a decir? –Se encogió de hombros. –El cuerpo
de Mike estaba demasiado deteriorado para sacar nada en claro del análisis forense.
–El caso es que así murió el pobre Mike, emocionado por creerse afortunado de haber
enamorado a un bellezón que lo mató sin ni tan siquiera saberlo. Ella se asusta, se
deshace del cuerpo pero la pillan igualmente, hasta que usted la salva en el último
momento. Mientras los asesinos se ocuparon de los ladrones, los mataron a todos.
Como a nadie le importa como acaben unos pobres diablos sus cuerpos pasan sin
pena ni gloria por la incineradora. –Hizo un gesto de resignación. –Por suerte algo
más pasa al margen de los planes de los asesinos. El casero donde tenían su guarida
los ladrones se percata de lo sucedido y aprovecha un lapsus de los asesinos para
agenciarse unas joyas de gran valor que todavía no habían vendido. Por otra parte
encuentran al alquimista que proveía a la muchacha y no hay indicios de que venda
nada que por si solo matase a alguien. Mucha gente investigando en un caso cuyo
norte se desplaza a otras opciones y los asesinos deciden darle un empujoncito en la
linea que les conviene pero no encuentran a Cristina, su paradero es solo conocido
por una única persona a la vista. –Joao levanto una ceja incriminatoria. –Van a sacarle
la información a un ex-runner con instinto, hábil y confiado, que los mata a casi todos
estrenando el historial delictivo del río.

–Que gran honor. –dijo con cinismo Carlos.

–Un detective privado encuentra al único superviviente que se cuenta ser un ladrón de
casas que nada tiene que ver con los sucedido. Sin embargo tras reunirse con el
runner el detective decide investigar un poco más y descubre el asesinato de los
ladrones y al casero avaricioso que le cuenta todo a cambio de no acabar en prisión.
Una segunda sesión con el hacker y las pruebas le hace cantar como un pajarito,
hablando de un nudo que, como buen intermediario, desapareció en cuanto el
superviviente entro en comisaría.

Se hizo un pequeño silencio interrumpido por Carlos –¿Y? ¿Termina hay la historia?

–Sí, al menos para el detective que no sabe quién es Cascabel, y su contratista ha


dado por terminado el caso tras pagarle los servicios.

–¿El Bladerunner no va a buscar entre los enemigos del contratista?

–Son tantos que necesitaría varias vidas para investigarlos a todos.

–Así que le cuenta todo al runner esperando que él si sepa o pueda averiguar quién es
Cascabel.

–¿Lo sabe?

–No, y aunque pregunte, y le darán información, las localizaciones y contactos


habrán sido abandonados. Ni habrá dejado rastro de a que ciudad se fue.

–Eso déjeselo al Bladerunner.


Carlos le paso todo lo que le contaron de Cascabel, sus contactos, local de reuniones,
guardaespaldas, números. Incluso acompañó al detective para ver como trabajaba. El
local estaba en obras, se había vendido con sorprendente celeridad a un gordo calvo
con mucha pachorra que se desentendía de todo con una indiferencia impermeable.
Los guardaespaldas no contaron nada útil a pesar de que Joao los presionó hasta que
estuvieron a punto de partirle la cara. Con tiempo y tiento encontraron al hacker
encargado de la seguridad informática del desaparecido nudo pero antes de que
pudieran sacarle dato alguno les interrumpió un pelotón de seguridad corporativa de
Belltower, contratistas de defensa, esta vez a las ordenes de Chairon, que les
expulsaron quedándose para ellos su única pista.

Una llamada directa del señor Blascó terminó de sacar al muy enfadado detective
Kuznetsov y a su improvisado ayudante del caso.

Un par de días después Carlos fue “Al Ajo” y habló con el cuervo.

–Se paso por aquí una bonita rubia con un vestidito de escamas turquesas ¿Verdad?

–Parecía un tanto desesperada, dijo que necesitaba desaparecer, por el tono con
desesperación, y que conocía a un tal Carlos.

–¿La ayudó alguien?

–Aquí siempre se ayuda a la gente con contactos y dinero.

–Esos contactos de seguro que están agradecidos. Si alguna vez esa chica preguntase
por su pasado. Lo correcto sería decirla que no volviera. Que aunque ya todo el
mundo sabe que ella no mato a nadie, si que se sabe sobre sus negocios.

–Nunca es inteligente mirar atrás. Es un buen consejo.

–Dame ahora algo de beber, antes de que me ponga sensiblero y charlatán.


La chica

El mes de convalecencia, sin salir a divertirse, pues Carlos tenía claro que nunca se
sabe cuando podría tener que luchar a muerte contra cuatro desconocidos, le sirvió
para aprender a cuidar las plantas, ensuciar mucho la cocina logrando encender la
alarma contra incendios y que Gabriela se diera por vencida. Encontró un fulano
arrogante que cuando reclamaba su atención la seguía como un perrito robot. Eso le
permitió a una mujer de largas piernas acercársele sin tropezar. Parecía una elegante
ave zancuda, paso delicado de largas piernas rectas, cuello alzado, larga melena rubia
colgando, como para rellenar una almohada, sombra de ojos roja con forma alargada,
de dibujo contorneando uno intensos ojos azules, vivo carmín pasión y un vestido que
parecía un ala de grandes plumas envolviéndola, con un hombro a la vista y otro
tapado. Solo las joyas que portaba valían lo que la mejor moto de Carlos.

Ni el lugar ni la fiesta eran especiales, un garito al aire libre con mucho espacio
delimitado por palmeras de polímeros y cuatro obeliscos en cada esquina, con
adoquines en el suelo formando un dibujo de estilo antiguo Egipto desde el pórtico de
la entrada flanqueado por los baños y el guardaropa hasta la larga barra del bar en la
otra esquina, con una segunda planta para el Dj con balconadas privadas a cada lado
cuyo tejado tenía forma de pirámides de cristal. Se llamaba Menfis y había acudido
tanta gente en vista de los primeros días sin previsión de lluvia del año que la
explanada quedó abarrotada.

–Hola. –Le miro de arriba abajo, con bastante soberbia fingida, cual cesar decidiendo
si merecía morir o acostarse son ella.

–El placer es mio. –Era curioso, en su barrio natal todos eran unos bacilillas, él
necesitó entrar en la universidad para iniciarse en la infame tradición.

Rio. Viviría, por el momento. –Hoy me harás compañía.

–No quiero. –Carlos se dio media vuelta y se fue, la trampa se olía a kilómetros, casi
tan lejos como su perfume.

–¡No te vayas por favor! –Tenía reflejos.

–Ya se que mis tatuajes son de runner, pero eso no significa... –Le faltaba dinero. –Da
igual, que quiere.

–Una chica como yo necesita de un “espantapájaros”. Hoy hay un cuervo en


particular que no se cansa de perseguirme ¿Me ayudarías?

–No quiero pegarme con nadie.

–No debería ser necesario, estoy segura de que tu sola presencia valdrá.
–Usted tiene dinero más que de sobra para contratar todo un pelotón de ninjas ¿Por
qué yo?

–Porque el dinero es de mi padre, y por lo tanto los ninjas serían de mi padre, y esos
no dejarían que me empolvase la nariz sin analizar el maquillaje primero. Pienso
“empolvarme” la nariz.

–Deje que adivine, el cuervo lleva traje.

–Sí, pero no deja de ser un pajarito.

–Esos polluelos suelen tener papás grandes y problemáticos.

–No tan grandes como le mio.

–Llame al suyo. –Volvió a darla la espalda.

–¿Siempre es tan borde con las mujeres que le piden ayuda?

–No, solo con las que intentan engañarme.

–Cristina Mendoza.

Carlos dio media vuelta. Empezaba a marearse. –¿Que quiere?

–Que me acompañe esta noche, nada más.

–¿A que trampa?

–A ninguna, no es ami a quién debe temer.

–¿Y a quién debo temer?

–A mi hermana.

–¿Por?

Se puso un dedo en el labio inferior y puso cara de niña traviesa pillada en plena
travesura. –No lo se, pero hágalo.

–¿Se divierte?

–La verdad es que no. Todavía.

–Ya somos dos.


–Pues remediémoslo, vamos a por algo de beber, yo invito.

–Yo ya tengo algo. –Carlos hizo tintinear los hielos en su vaso de vodka.

La rubia extendió la mano y Carlos le entrego su cubata. Se lo bebió de un trago, la


falto tragarse los hielos. Se lo devolvió. –Ya no. –Carlos dejó el baso de tuvo en una
de las muchas mesitas blancas cojas dedicadas a ello y siguió a la grulla blanca. –¿Te
gustan los bloody mery's?

–No

–¿Los mojitos?

–Margaritas.

–Un poco femenino ¿No?

En la barra encargó dos margaritas con prisas para el privado en el que estuviese
Galeno, que debía de ser importante si el camarero no necesito explicaciones para
saber de quién se trataba, luego subieron al privado número tres por las luminosas
escaleras interiores hasta la terraza en el extremo derecho. Allí gente muy
emperifollada que lo pasaba de vicio, literal, la mesa baja de cristal estaba plagada de
rayas blancas de las cuales de la mitad ya solo quedaba el rastro. En medio de aquel
ejercicio de mal gusto a base de muebles grandes sin orden aparente de los colores
más chillones y horteras había un hombre sentado con cara de gallina, rostro largo y
fino con la frente algo abultada disimulada por unas gafas de sol de tamaño excesivo
sobre una nariz de la misma proporción que escondía debajo una boca sin barbillla.
Vestía un traje serio de blanco impoluto con una camisa florida en amarillo debajo y
una boa de plumas a juego por fuera, para rematar la faena le sobraba medio tesoro
nacional de joyería en oro.

La grulla alzó los brazos como si fuese a abrazarlo y su vestido se movió con ella
aparentado que fuese a despegar.

–¡Galeno!

–¡Zenobia querida!

Hicieron como que se besaban y Galeno la invito a una raya de una bandejita de plata
que tenía apartada. Zenobia uso un billete nuevo y absorbió una pasándole la bandeja
a su acompañante al terminar para disgusto del elitista anfitrión, Carlos rechazó la
droga.

–Zen preciosa no le des mi mejor mercancía a tu guardaespaldas. –Su voz era aguda,
a juego con la cara.
–No es mi guardaespaldas, es mi cita de esta noche.

–Pues parece un guardaespaldas.

–Es que necesita beber algo.

Galeno hizo chasqueo los dedos varías veces al aire. –Dádle algo a este no
guardaespaldas, me esta cortando el royo. –dijo con desgana burlesca.

–A mi si que me han cortado el royo ¿A que no sabes que me han hecho?

–Nooooo, es una fiesta. No quiero historias tristes.

–¡Me han rayado el coche!

Galeno hizo gestos como de que le daba igual –¿Y que? ¿Quieres que te pase la
dirección de un tipo que te lo deje bonito? Conozco a a un chaval en el distrito doce
que es maravilloso.

–Es no es el problema tonto. Lo malo es cuando mi padre lo vio, no veas que cabreo
se ha pillado.

–Tiene ocho iguales.

–Sigues sin comprender. Él piensa que algún cafre le ha hecho eso a mi coche para
recordarme que todavía no le he devuelto un dinero prestado. Cosa del todo incierta.
¡Nadie a quién le deba dinero haría semejante estupidez!

Llegaron los margaritas, cada uno cogió el suyo pero al contrario que Zenobia Carlos
no bebió. Lo que incomodó a más de uno de los cuatro guardias apostados con la
espalda en la pared a lo largo del fondo del privado. Carlos por su parte se sentó en el
brazo del gran sofá que por si solo era ya un sillón, presidido por Galeno y ocupado
por cuatro niñas muy bonitas vestidas de carnaval.

Había algunas personas más agrupadas alrededor de mesas altas con bandejitas para
la coca y posabasos para los cubatas. En conjunto era todo un circo.

–Yo no lo he hecho ¿Lo has hecho tú? –Señalo a una chica, la cual negó con la
cabeza. –¿Y tú? –Señalo a un guardia que negó de la misma manera que la
acompañante. Así hasta que llego a Carlos. –¿Tú quizás?

–Me lo estoy planteando.

–Puede que fuese él. –Señalo de nuevo a Carlos.


–No bobo. En esta ciudad solo hay una persona que haría eso pensando que quedaría
impune. –Le dio otro sorbo a su copa. –Lo malo es que papá se ha enfadado tanto que
me ha retirado la asignación. ¿Que contrariedad verdad? Porque eso me va a impedir
pagar mis deudas como en dos meses.

–Dos meses... ¡Zenobia de veras que yo no te hice eso! Tú sabes que jamás le haría
eso a mi emperatriz del alma, a la dama de oro, es.... Vulgar.

–Lo lamento mucho Galeno, de veras, me rompe el corazón, pero es mi padre. No


puedo contrariarle.

Galeno se quito las gafas revelando unos ojos minúsculos y se froto la cara con las
palmas de las manos. La miro a ella, luego a Carlos, repitió el proceso –¡Vale, como
quieras! Sabes que no puedo negarte nada. Eres mi diva. Mi cruel y doloroso amor
platónico.

–¡Si es que eres un amor! ¡Sabía que lo entenderías! Ojala hubiera más hombres
como tú Galeno. –La grulla volvió a engullir su bebida de golpe. –Nos vamos,
arrivederci.

Zenobia ya se marchaba pero Carlos se quedo mirando a Galeno que mantenía una
cara de disgusto y enfado contenido. Sus miradas se cruzaron y se mantuvieron así un
momento.

–Entiendo su postura, ella se ha pasado y usted tiene una reputación que mantener.
Sin embargo sabe que no puede tocarla sin que su padre lo devore.

–¿De que película estas hablando? –empezó a reírse como si le faltara el aliento.

–Ojalá sea una película, porque si se pasa de la raya conmigo estos cuatro tíos y los
ninjas que esconda entre el atrezo no le salvaran. Se lo digo por que prefiero
acostarme esta noche sin más problemas que una resaca e imagino que también es su
caso.

–Eres de lo más gracioso colega ¿De donde lo has sacado?

–De alguna parte.

Se fueron. No hablaron hasta el guardaropa donde ella recogió un enorme abrigo


negro, como la piel de un oso, que Carlos no se digno a ayudarla a ponérselo. –Sabes
que no les ha intimidado ¿Verdad?

–La idea es que se replantease putearte y meternos en un lio.

–“Putearte” Que palabra más fea. Mejor usa, fastidiarte o molestarte o contrariarte...
–Una noche de estas esas cosas que creen que no te van a pasar te pasaran y no te
parecerá tan gracioso.

–Sí papá.

Atravesaron el alegre portón y ella se encaminó a un lado, al notar que no le seguía se


paró. –¿Vamos?

–El nombre ¿A que ha venido?

–¿Que nombre?

–No vamos a pasar de aquí hasta que me lo cuentes.

–Te lo cuento en mi coche.

–Mejor en mi moto.

–¡No sabes a donde vamos!

–Pues me lo indicas.

–Es un buen coche. Hasta te dejaré conducirlo si quieres.

–Estará pinchado.

–¿Puedo conducir tú moto?

–No.

Se subieron a la Yamakawa y despegaron desde el solitario aparcamiento. Sin


problemas por el momento.

–A la luna azul –Le dijo Zenobia a la moto, la cual la ignoró. Carlos se comunicó en
silencio usando su neuroimplante y enseguida se marco el destino. –¿De veras crees
que mi coche esta pinchado?

–El que te han rayado no. Lo más probable es que lo descubriesen los mecánicos
cuando lo enviases a reparar. El resto depende de cuanto debas y a cuantas personas.

–¿Así que solo ha sido una estratagema para obligarme a adoptar esta postura? –Se
apretó contra su espalda aplastando sus pechos contra él. No la faltaban.

–De alguna forma tenía que vengarme. ¿Solo tienes un vehículo?


–Es de mi padre, solo me ha dejado uno, sí.

–Entonces sí que esta pinchado.

–No soy tan tonta, le falsee las direcciones. Ahora se supone que estoy en un lounge
pub respetable.

–¿Se llama Luna azul?

–No. en esos pubs no te dejan entrar con tu atuendo.

–¿Y en el Cristina Mendoza?

–Solo lo dije por llamarte la atención.

–¿Como te has enterado?

–Por el funeral de Mike Blascó, estuve allí, se cuchicheo mucho. Despertó la


curiosidad de mi hermana e indagó un poco, el resto llegó solo.

–¡Que bien! Ya no podre volver nunca a ese local, todo por una triste casualidad y un
capricho.

–Haré que te merezca la pena.

Tras un corto trayecto con curvas de más llegaron al casino “Luna Azul” Tan lujoso
en apariencia como uno de lujo pero sin restricciones de vestimenta. Lo que hacía del
interior algo pintoresco, pues los clientes variaban como disfraces en una fiesta,
desarapados de rostros morenos y cansados sin operar junto a afortunados de trajes
ostentosos de pulida belleza, todos ellos malgastando su suerte en las múltiples
opciones del local. Entre las gruesas columnas regordetas de mármol dorado vetado
había hileras de maquinas tragaperras de incesante pitar partidas en dos bloques por
un largo pasillo central. En la terraza elevada a la derecha elevada había un pequeño
bar de mesas de forja a la francesa y al otro lado el guardaropa donde ambos se
desnudaron, ella perdió el abrigo y él sus armas.

Solo entonces el guardia se acercó. Un musculitos que apenas entraba en su traje


blanco de camisa roja con un bigote fino bajo la nariz y unas entradas a medida en la
frente.

–Buenas noches señorita Westwood, es un placer volver a tenerla entre nosotros,


como siempre.
Zenobia le ofreció su delicada mano y él se la beso. –Gustavo tú eres la clave de que
este local este siempre lleno, no dejes que te digan lo contrario. Mi acompañante es
Carlos, disculpale la vestimenta, él no sabía a donde lo iba a traer.

–Ya sabe que aquí no tenemos ese tipo de normas. Solo esperamos que el señor
Carlos no este aprovechando su compañía para analizar nuestro sistema de seguridad
de cara a un robo.

–¡Eso ha sido grosero Gustavo!

–Le ruego que me perdone. El señor Carlos goza de la peculiar fama de llevarse el
bote sin apostar en los juegos.

–No era ni su bote ni de quién lo guardaba. Ni tengo culpa de las riñas entre sus jefes.
Además eso fue hace mucho, ahora estoy aquí en calidad de “acompañante” de la
señorita Westwood, pero analizaré sus sistemas, le haré saber si encuentro alguna
grieta.

–No la encontrará.

Zenobia arrastró del brazo a Carlos hasta el salón del fondo en donde en enormes
pantallas sobre taquillas electrónicas de apuestas se retransmitían eventos deportivos
de todo el globo, cómodos sillones con reposa vasos mirando a ellas ocupaban el
resto de la sala, en ellos mujeres y hombres contemplaban con emoción el transcurrir
de los eventos con los resguardos de sus apuestas en sus manos.

Como buena grulla Zenobia pico en ese estanque e incitó a Carlos a que lo imitara,
pero él solo apostaba cuando su vida estaba en juego. De allí fueron a una sala con
pantallas más pequeñas pero con las mismas imágenes, dedicada a juegos
tradicionales de cartas y ruletas para los que necesitaban métodos más directos para
embargarse de emoción. Pasaron de ellos hasta el siguiente salón, un semicírculo
amplio, pista de baile en su largo, con dos bares, uno en cada pared lisa lateral,
rodeados de mesas para beber y descansar, una orquesta en su parte interior y una
enrome pantalla en la exterior donde se retransmitía una escena de baile. Allí ella
quiso bailar pero Carlos era un negado y paso de hacer el ridículo, decepcionados
ambos acabaron atravesando el restaurante para cerrar el circuito en los billares,
donde Zenobia representó el papel de Katya ganándole una partida tras otra.

Hablaron un rato a pesar de la incomodidad de todos los babosos trajeados que la


saludaban recordando noches calientes. Westwood le contó el claroscuro pasado de su
linaje como despiadados magnates de la robótica desde los tiempos de la vieja tierra y
el estado de sus maltrechas relaciones familiares con una hermana obcecada en
convertirse en la corporata perfecta para satisfacer los deseos de un padre que solo las
atendía para disciplinarlas.
Ella quiso saber de las aventuras de Carlos, pero no tenía ganas de confesar crímenes
en un lugar que gravan a sus clientes para analizar sus tics. En vez de eso la hablo de
carreras de vehículos, lugar de apuestas, en donde se conoce a los corredores, las
maquinas y se disfruta en directo con la asistencia de amigos bebida y drogas. La idea
la entusiasmo tanto que le pidió una a la salida.

Se la concedió, así al menos harían algo estimulante esa noche. La aleccionó sobre
quedarse quieta y no gritar demasiado antes, sabiendo que no le haría ni caso eligió
un circuito sin apenas riesgos.

Empezando con el lema de –Veamos que te parece más divertido. Apostar por algo o
ser por quién apuestan. –Volaron como un rayo azul entre las avenidas, por la altura
más baja de los carriles de circulación, a menudo invadiendo la de los drones,
haciendo alguna curva cerrada, pasando cerca de algún panel publicitario. Zenobia le
gritaba al oído pidiendo más velocidad, delirante, a veces se asustaba pero enseguida
quería otra curva, otro derrape. Salvo en algún momento en que le movió el brazo
haciéndoles girar hacia su muerte en realidad no alcanzaron limites que Carlos no
pudiera controlar.

Al terminar, en el final de la ciudad, mirando al yermo. Estando Carlos algo molesto


por los golpecitos, ella no dejaba de gritar. –No hay más Zen, aquí se acaba la ciudad.
Giro la moto noventa grados y abrió la capota dejando que el aire frió les golpease la
cara y alzase su melena.

Ella se calló y miro a aquel vacío de rocas y nubes, respirando aún fuerte. –Llevame a
tu casa. –Susurró.

–Así lo hizo. –En el camino de vuelta ella lo abrazaba de verdad, con su barbilla
asomando por encima de su hombro, muy arrimada, y las manos recorriéndole el
pecho lentas y deseosas. En silencio. Era agradable, durante toda la noche la tuvo por
una malcriada que gustaba de demostrar su superioridad saltándose las normas y
derrochaba o buscaba problemas para conseguir la atención de su padre. Psicología
barata. Al sentirla perder el control al filo de un accidente letal pensó que lo mismo
era como él, como todos, alguien que quiere escapar de una realidad cruel y sin
sentido.

En cuanto bajaron de la moto ella se dejo caer en su pecho. Empujándole hasta


dejarlo de espaldas a otra de las motos. La travesó con sus ojos oceánicos y le besó.
Sin dejar de tocarse y besarse ascendieron hasta la tercera planta donde Ella preguntó
por el mural fluorescente.

–¿Que es esto?

–Una serpiente.
–No, es el dios Quetzalcóatl. ¿Que hace aquí?

–Me gustan las serpientes.

–¿Por?

–Salen de agujeros mugrientos, no son fuertes, pero de un mordisco te matan.

–¿Te recuerdan a alguien? ¿Es un alter ego?

–No se ni lo que es u alter ego.

–¿Sabes que existen serpientes enormes capaces de estrujar a una persona hasta la
muerte? –volvió a sus brazos.

–Puedo intentarlo.

–Veamos que tal se te da.

El disfraz de plumas era un laberinto del que ella consiguió zafarse en un par de
sencillos gestos, debajo no había nada hasta que Carlos lo cubrió con su cuerpo.
Zenobia era una diosa de diseño, perfección anatómica cromosoma a cromosoma, y
una fiera de espíritu. Para que engañarse, era ella la que lo había cazado y le
encantaba.
Escucho un grito. Antes de levantarse ya tenía en la mano la pistola escondida en un
cajón oculto del somier. Activó los drones y con el perfil bajo se desplazó por la casa
apuntando a los rincones hasta la habitación del fondo, de donde provenía le grito.

Al entrar se encontró a Zenobia tirada sobre la moqueta, tan desnuda como la última
vez que la vio, clavándole una mirada entre enfadada y asustada al robot de
entrenamiento, un simple esqueleto de metal acolchado, en ese momento programado
para entrenar kung-fu. De alguna manera se las había apañado para encenderlo y con
la misma habilidad había esquivado un buen gancho.

–Cojines apagate. –El robot volvió a su posición inicial y se convirtió en una estatua
fea. Sin poder esconder su sonrisa le tendió una mano a la perfecta Zenobia. –Lo
siento, mi compa de piso es un grosero.

Ella acepto la ayuda y se levantó –Al menos no es una de esas muñecas que suplantan
a las mujeres. Si necesitas a alguien que te pegue puedo hacerlo yo.

–Vale. –Carlos dejo la pistola sobe un estante y con un pensamiento ordeno a los
otros drones a volver a sus cajones. –Se puso en posición de pelea.

–Yo no se hacer eso.

–Ok. Tienes que colocarte así. –Le hizo caso y adoptó la postura sin quedar muy
convencida de querer jugar a eso pero si de darle un puñetazo. Carlos no podía evitar
fijarse en la belleza escultural de la rubia y algo empezó a coger fuerza sin pedir
permiso.

Carlos se puso a la defensa y ella atacó, golpes débiles a los brazos y una patada
justo al travieso. Una llave oportuna evitó los daños y la puso contra su espalda.

–Esos golpes a traición no son admitidos en un entrenamiento señorita Westwood.


Sería como si yo hiciera esto. –Una mano bajo hasta su ingle y empezó a masajear su
sexo.

–Házmelo aquí, delante de esas cristaleras, hazlas transparentes para que todos nos
vean.

–Tengo terraza,
En realidad a esas alturas no volaba nadie, solo los servicios de emergencia si acaso y
sin fijarse en nada pero a ella la entusiasmó. Sobre todo cuando la apoyó contra la
vaya que la separaba del vació dejando su torso suspendido y la melena alborotada,
como una bandera. El orgasmo fue espectacular Al terminar, sobre el césped le pidió
que la secuestrara y la convirtiera en su concubina. Eso hizo, guardo sus prendas en el
arsenal y la obligó a pasar lo que quedaba de fin de semana desnuda, teníendo sexo
por toda la casa.
La hermana

La fantasía acabó el domingo por la tarde.

–No creo que sea muy buena idea que te lleve yo a tu casa. Me he dado cuanta de que
te gusta escandalizar a tu padre, ¿Llevarte al ligue punk que te has estado follando
todo el fin de semana no te parece excesivo?

–No te asustes como un crio chico. No te pega.

–Eso es algo más que un cabreo Zen, lo estarías humillando.

–¿Crees que mi padre va a estar allí? ¿Para que? Esta muy ocupado cuidando de su
empresa como para nada más. Y eres más decente que la mayoría de los aristócratas
de alta cuna que me han presentado en su nombre.

–¿Si tanto quieres romper con él por qué no lo haces?

–¿Y quién pagará mis facturas? ¿Tú?

–¿Esa es tu forma de romper conmigo? Si no quieres que te vuelva a llamar solo


tienes que decirlo.

–¡Bien! No me vuelvas a llamar. Ahora llevame a mi casa.

–Llama a un taxi.

–Mi hermana tiene un trabajo para ti. Es el autentico motivo de todo esto, que te tome
las medidas.

–Esfuérzate más, esa a sido muy cutre.

–No es mentira. Tiene un problema que quiere que se resuelva con discreción y solo
lo puede realizar alguien con pleno acceso a la universidad. Le gustó tu trabajo con el
asesinato de Mike. Esa chica sigue viva y libre.

–¿Eso que tiene que ver contigo?

–Fácil. Ella sabe por que círculos me muevo, me pidió información sobre ti. Ya la
tengo.

–¿Cada vez que quieres información de un hombre te acuestas con él?

–Y con las mujeres también.


–¿Se puede saber que te pasa?

–Que he dejado de fingir.

–La barandilla y yo sabemos que no has fingido nada.

–Habla por ti, la barandilla es más lista.

–¿Miedo al compromiso?

–Yo no temo a nada.

–Pues llama a un taxista. Si tú hermana quiere que trabaje para ella no te necesito
para que acceda a entrevistarse conmigo.

–La idea es que el servicio piense que eres mi nueva pareja. Así podrás ir y venir sin
levantar sospechas.

–¿Tu hermana es tan irritante como tú?

–Ella es la hija modelo, solo abrigate, desprende frío.

Carlos cedió y la subió en la moto, solo que no en la Yamakawa si no en la Duca-


zuki. Se percato de la trampa y dudo, pero subió. El corto camino a su mansión en lo
alto de un rascacielos corporativo lo hicieron a al máxima velocidad, esquivando
auténticos peligros y girando como si les persiguiera la policía, a punto de rozar los
edificios. Al llegar Tubo que trazar círculos en el aire de espaldas para perder
velocidad y poder aterrizar. Zenobia no grito, ni una sola vez, pero al bajar de la moto
la temblaban las piernas y mientras volaban lo abrazaba como cuando se dirigían a
casa de Carlos.

–¿Te has divertido?

–Ayer te gustaba.

–Ayer me gustaban muchas cosas que hoy ya no.

La mansión de los Westwood estaba fuera de lugar, Era una estructura blanca con
tejados rojos digna de museo. Un cuadrado grueso que rodeaba un jardín privado
rodeado por otro público con un cúpula a la entrada, en la que destacaba un amplió
porche con columnas al que se ascendía por escaleras laterales, en frente un espacio
de grava blanca marcada por postes de luminosidad parpadeante hacía de
aparcamiento liso. La abundancia de plantas era considerable y todas parecían gozar
de muy buena salud. La puerta de entrada en el porche era de reja negra de forja con
motivos vegetales acristalada por el lado interior.
Antes de que Zenobia pudiera sacar la llave un mayordomo en blanco y negro abrió
la puerta con mucha educación. Era calvo salvo en su negro bigote largo caído en sus
extremos y las cejas en pico sobre unos ojos azules tranquilos y unas mejillas
carnosas.

Zenobia entró con paso firme, preguntando por su hermana. Carlos declinó con
educación el ofrecimiento del empleado de recoger su cazadora y la señalo que estaba
en el jardín interior.

La entrada que atravesaron era tan alta como la cúpula, dos anchas escaleras
alfombradas con pasamanos tallados ascendían en curva a la segunda planta, el
primer piso, en mármol blanco brillante solo tenía algunas alfombras y un par de
mesitas con figuras de porcelana de estilizados caballos rampantes. Más allá de las
escaleras había dos arcos laterales que daban a pasillos con grandes ventanas al
fondo, Al igual que la puerta principal la acristalada pared estaba enrejada con una
forja de formas vegetales, un par de sillones de terciopelo acompañados de mesitas
bajas ofrecían descanso bajo la cálida luz a los visitantes que les tocase esperar. Hasta
olía a solemnidad.

Zenobia continuó hasta el interior, tan aprisa que pareciese que huyese de su
acompañante. El jardín era una espaciada selva tropical, abundancia de helechos,
grandes y pequeños pegados a las paredes hasta casi ocultarlas, todo el suelo era de
césped y en medio una mujer jugaba a hacer pasar una pelota por debajo de unas
arandelas clavadas en el suelo con la ayuda de un martillo largo. Vestía una chaqueta
corta de manga larga gris perla sobre una camisa blanca y unos pantalones largos del
mismo color que la chaqueta metidos bajo unas botas altas negras que podrían ser de
cuero real. En lo referente a la persona era tan parecida a Zenobia que con un poco de
maquillaje se habrían engañado a si mismas, el que ella llevaba era escaso, algo de
carmín en los labios, un poco de colorete en las mejillas y oscuridad alrededor de los
ojos.

–Aquí esta mi última pareja. Le he roto algunos objetos a parte del corazón ¿Podrías
pagarle tú las facturas? Cuando padre me levante el castigo te lo devolveré.

La hermana la miro con sequedad interrumpiendo un golpe de martillo. Como


culpándola de un terrible crimen. –No te preocupes hermana, yo me encargo. –Su voz
era débil pero firme.

–Me voy a descansar. –A medio camino se acordó. –Ah, dice llamarse Carlos.

La mujer se enderezo y dejo caer en el suelo la herramienta. –Acompáñeme a mi


despacho por favor.
Le guió por las escaleras de la entrada hasta un despacho apartado en la segunda
planta. Era simple, espartano, una gran alfombra de dibujos persas, cubría el suelo de
imitación de parqué, ni ellos se podrían permitir tanta madera real, el escritorio,
grueso y tan extenso que empequeñecía a su usuaria también imitaba ese material,
solo que una versión oscura. Sillón de oficina y decoraciones en bronce junto a las
estanterías acristaladas de los laterales terminaban de darle la formalidad del director
de un bufete de abogados. Al fondo tres granes ventanales con arcos iluminaban la
habitación en la que podrían bailar dos grupos sin estorbarse.

Ella se sentó en su sillón y con un gesto de la mano le invitó a sentarse en una de las
sillas, grandes y acolchadas, en frente del escritorio.

–Me llamo Lizelle Westwood, socios mayoritarios de PAL –Las mejores prótesis del
mercado, el brazo izquierdo de Carlos era obra suya. La extendió la mano de manera
formal, como si fueran a cerrar un negocio importante.

–Encantado Carlos, manipulado por Zenobia. –Carlos se la cogió y se la beso como le


había visto a hacer a Gustavo. Eso no se lo esperaba y rompió por un segundo la
imagen de mujer tallada en hielo.

–Le ruego que disculpe las maneras. El tema a tratar es delicado, si no le importa me
gustaría mantener la fachada de relación romántica.

–Se las disculpo. Hasta hace un momento estaba siendo un fin de semana utópico. No
lo digo por usted, su hermana ha despertado algo agresiva.

–¿Así que ha pasado la noche con usted? –Su tono de voz varió a algo más severo.

–¿La molesta?

–No. Es decir, sí. Preferiría que el trato hubiera sido solo profesional.

–El trato es con usted no con ella.

–En efecto. Es solo... Olvídelo. ¿Le ha contado que asunto quiero que trate?

–Ni media palabra.

–Al menos en eso a cumplido. –dijo más bien para si misma. –Iré al grano. Un amigo
mio falleció hará un año. Oficialmente murió debido a un shock anafiláctico ¿Sabe lo
que es?

–Ni idea.
–Alergia. Hoy en día es una enfermedad rara, se cura con un año de terapia. Siendo
solo peligrosa durante ese tiempo. Básicamente el propio cuerpo rechaza una
sustancia con tal virulencia que se destruye a si mismo.

–¿Como el rechazo a los implantes?

–Más violento y rápido. No es lo normal, por lo general los síntomas no pasan de


estornudos y sarpullidos, asqueroso pero no mortal, a menos que la exposición sea
extrema.

–¿Cree que lo asesinaron por envenenamiento como a Mike Blascó?

–No. Esa es la versión oficial. –Lizelle se levantó molesta y se colocó de espaldas a


él, mirando por la ventana. –Lo que le voy a decir ahora no debe salir de esta
habitación.

–No saldrá.

–No hubo ningún shock. Murió de sobredosis. La historia de la alergia fue un invento
para proteger la reputación de la familia.

–Siga por favor.

–Para ser un punk es muy educado.

–Gracias. En realidad me gusta el blues y el jazz.

–¿Entonces por qué esas pintas?

–No encuentro nada que me quede mejor con el implante y la moto.

–Tengo el autentico informe del forense. –Lizelle saco un documento perfectamente


alineado de cuatro folios de un cajón y se lo acercó sobre la mesa. Carlos le echo un
ojo, entre la jerga y la letra era como si fuese latín o griego para él pero como antiguo
camello identificó lo suficiente. –La droga estaba cortada.

–¿Así es como llaman a la estafa de mezclarla con basura y matar al cliente?

–El cliente no tiene porqué morir pero sí, así es como se dice en la calle.

–Pues estaba cortada.


–Para que lo entienda. Cortar la droga es como rebajar una bebida alcohólica con
agua. No se hace para matar al cliente, si no para sacar beneficio de vender más
cantidad por el mismo precio, una táctica deshonesta sí, pero que no busca el
asesinato.

–¿Sí se hace con una sustancia que se sabe que matará al que lo consuma lo es
entonces?

–Ningún traficante es tan estúpido como para hacer eso, perdería a todos sus clientes
en cuanto se corriera la voz.

–Pero la voz no se corrió, fue un shock anafilactico.

–Los periódicos no engañan a los consumidores.

–Y sin embargo pasa, alguien lo tiene que hacer.

–Camellos de poca monta, oportunistas e idiotas.

–Estoy dispuesta a aceptar que fuese un accidente. El problema es que la victima, no


era drogadicta, le conocía bien.

–O era su primera vez o encubrieron un asesinato. ¿La policía no investigó?

–Lo hizo. –Sacó otro documento del cajón y se lo ofreció al igual que él anterior.

–No quiero saber como consigue estas cosas. –dijo recogiéndolo.

–No pregunte.

Carlos se paso un rato leyendo el informe a maquina. Tres jóvenes deciden meterse
algo de purpurina un fin de semana y uno no despierta. –Tiene razón, es muy
sospechoso. Si Eurico Medina se drogó con cuatro amigos más como es que solo él
colapsó.

–Creía que cada persona tiene su aguante.

–Aunque no hubieran muerto deberían tener síntomas. Aquí no se dice nada al


respecto. ¿Lo omitieron? –Lizelle se acercó a leer como si acabase de encontrar oro.
Olía mejor que Zenobia.

–No lo se. Intentaré conseguir los informes médicos del resto.


–Hay otra cosa que no me cuadra, la purpurina es una droga un poco fuerte para
iniciarse, la mayoría de la gente suele empezar por María o pastillas. ¿Esta segura que
no se drogaba?

–Estaba pasando por una mala época. Creo que eso fue lo que le llevó a probar.

–¿Que le falló?

–Asuntos personales. No me parece educado hablar mal de los muertos.

–¿Asuntos por los que alguien quisiera matarlo?

–No. no tengo ni idea de por que nadie querría verlo muerto. Como me imagino que
le paso a usted con Mike Blascó. Cuando Mike fue asesinado por los asuntos de su
padre fue cuando imagine que lo mismo a Eurico le sucedió igual.

–Los padres de Eurico, ¿Que negocios manejan?

–Manejaban, ocupaban un puesto importante en Ixxon hasta que... –Lizelle se apagó


como si se quedase sin energía. –¿Acepta el encargo?

–Me gusta saber en que me meto antes.

–Sabe lo suficiente para decidirse, el resto no se lo diré a menos que se comprometa a


guardar el secreto aceptando el trabajo. –Con su energía tajante se sentó de nuevo en
el sofá y saco un acuerdo de confidencialidad al que añadió una pluma estilográfica y
los puso enfrente de Carlos.

Carlos apartó el documento y se inclino sobre la mesa acercándose a la contenida


cara de mosqueó de la rubia que lo había entendido por un rechazo. –En este tipo de
negocios nunca se firma nada. Ni usted quiere que la vinculen a mi cuando mi mano
este en el cajón de otro ni yo quiero que alguien encuentre una prueba contra mi en el
suyo.

–Entiendo. –Se recompuso. –¿Le parece la suma apropiada? –Había dos precios, uno
por encontrar al asesino, elevado, y otro por corroborar los datos, bajo.

–Elija una sola cifra. No soy un oficinista con primas al empleado del mes. En este
trabajo te juegas la vida, eso es lo que esta pagando, no los resultados. Los resultados
son los que son y esos nadie puede cambiarlos ya.

–Me pide que confíe en un desconocido.

–No la obligo a nada. A sido su hermana la que me ha arrastrado hasta aquí, la que
me ha puesto a prueba, imagino que por su voluntad.
A pesar de la actitud disciplinada y recta todo aquello era nuevo para ella. Tenía en la
mirada esa duda personal de si lo estaba haciendo bien o se estaba dejando timar.
Miro su propio documento y se decantó por la cifrá más alta. –Me fiare de usted. –Su
ceño no decía lo mismo.

–¿Que le paso a los padres de Eurico?

–Cayeron en desgracia. Condenaron a su madre por permitir previo pago un trasvase


ilegal de energía a una compañía de la competencia. La realidad es que un espía de
esa misma competencia la había seducido y fue a través de ella que consiguió los
datos para poder hacer el trasvase. Con lo cual el marido pidió el divorcio, todo se
vino abajo. A Eurico le afectó mucho.

Carlos se quedo un rato pensando. Lizelle le miraba como intentando leerle la mente.

–Me aventuro a pensar que me ha convocado a mi en vez de a un estudiante de


criminalística por el trato que la di a Cristina y por mis esfuerzos en el caso de Mike.
Pero he de advertirla de que yo no soy un detective. Era un runner. ¿Entiende la
diferencia?

–No quiero que se lie a tiros.

–Yo tampoco. Lo que la intento decir es que es muy probable de que no sea la
persona más cualificada para hacerlo.

Por vez primera se relajó. –Lo sé.

–¿Aún así quiere que lo haga?

–Sí.

–Vale. –Se levantó –Otra cosa, esto que me dice sucedió hace meses, no espere
resultados para mañana.

Carlos le escribió su número de teléfono en un desgarro del contrato de


confidencialidad.

–Cualquier dato que obtenga comuníquese con mi hermana. –La escribió su número
en otro desgarró.

–¿No lo quiere llevar en persona? ¿Tan denigrante le resulta hablar con un humano
sin traje?

–Quiero que se acostumbre ha hacer algo más que derrochar.


–¿Son madre e hija?

–No se pase de listillo. –Volvió a su cristalera. –Puede marcharse.

–Ya que lo quiere llevar tan en secreto. –Carlos la entregó un chip con uno de sus
encriptados antiguos. –Con esto nadie nos podrá escuchar.

En el porche de fuera la esperaba Zenobia vestida de con una minisudadera y unos


pantalones cortos tipo chándal fumándose un cigarro.

–Has aceptado.

–Sois gemelas ¿Verdad?

–¿A que sería genial tenernos a las dos en la cama?

–¿Es parte de la actuación o solo querías saber si me volverás a ver? –La metió el
chip que le quedaba en la ranura del neuroimplante con un encriptado y tomó el
camino a su moto. –No me llame sin usar esto.

–¿Cuantos virus tiene?

–Ninguno tan malo como tú.

–¡Te he pinchado la moto!


La silla

Unas cuantas llamadas y al lunes siguiente volaba en su Yamkawa siguiendo al


proveedor de drogas de rendimiento del equipo de fútbol, al que había fichado
durante una visita al estadio durante el descanso del almuerzo. Destacaba como la
profesora de una clase de parbulitos, solo que al revés, al rededor de él todo eran
jóvenes altos de buena músculatura y rostros esculpidos por la ingeniería genética, el
era un tipo bajito con ojos castaños pequeños y sonrisa boba incapaz de parar un
balonazo ni con todo el cuerpo que por decoró llevaba el chandal del equipo al que
surtía, lineas blancas y verdes con la cara de un puma enrabietado en la pechera.
Había otros camellos en la universidad, incluida Claudia, la que de seguro que no le
iba a contar nada ni vendía purpurina. Con este tenía la ventaja de saber lo de la
droga de la violación para presionarle antes de tener que cruzarle la cara.

Lo de perseguir a otros vehículos solo se le daba bien si intentaba adelantarlos, lo de


guardar las distancias no era su estilo, a mitad de camino, en pleno distrito
corporativo cambio de rumbo, del este al sur, de barrios decentes a lo peor de la
ciudad, intentó hacerlo con disimulo pero Carlos se conocía demasiado bien la ciudad
como para que algo así colase. No dejo de seguirle, aún suponiendo que le llevaba en
dirección a amigos que le defenderían.

Esos amigos no estaban suficientemente lejos. En cuanto llego a barrios ignorados


por la policía Carlos aceleró, bajó la capota y usando el rifle que casi lo mata le
destrozó el lateral derecho de su vehículo, un turismo de los más baratos de la gama
alta con un bonito dibujo de calaveras mejicanas sobre el fondo negro.

Intentó dar un bandazo y golpearle. Carlos elevó y pasándole por encima se colocó al
otro lado he hizo lo mismo con el lateral izquierdo. Disparaba bajo, no le hizo nada al
piloto, los motores en cambio debían estar averiados por lo que el piloto automático
tomo el control e inició un aterrizaje de emergencia.

El aviso a la policía era automático por lo que tenía entre unos quince minutos y toda
al eternidad para interactuar con el camello.

Aparco delante de él, en una azotea de aparcamiento liso de un edificio de viviendas


mediano en donde ya esperaban otros autos. Se bajo de un salto empuñando le rifle,
el piloto automático se lo tomaba con calma, la seguridad ante todo.

En cuanto se lo permitió johnny, nombre falso original de otra era, salió de él pistola
en mano dispuesto a luchar por su vida. Carlos lo tenía marcado desde que salió del
campus y se había puesto a cargar de antemano. Un disparo a través de la puerta en la
pierna, solo músculo, alejado de las arterias importantes, no era a quién buscaba no
tenía sentido obligarse a ponerse un implante. El dolor hizo lo propio, le tiro al suelo,
le descentró y le hizo gritar.
Carlos rodeo la puerta abierta, allí estaba Johnny, agarrándose la pierna con los ojos
llenos de lágrimas maldiciendo a diestro y siniestro con su gran boca. Antes de que
recogiera su arma e intentase defenderse la culata del rifle de Carlos se estrello en su
amplia frente dejándole inconsciente.

Llevaba chispeando todo el día y de seguro que pronto empezaría a llover. Carlos le
vendó la herida en un momento, la bala había salido por otro lado por lo que no había
riesgo, Lo arrastró hasta la moto y se lo llevo de viaje a lo que por capricho llamaba
“agujeros de Oscar”.

Un poco de presión en la herida devolvió al atado y encapuchado Johnny al mundo de


los despiertos.

–Buenos días Johnny.

–¡Joder! ¡Mierda! Dios... Mira colega, no se que coño te han contado pero te estas
equivocando de hombre. ¿Vale? Solo soy un puto camello del tres al cuarto, nada
más. –Carlos le dejo hablar, lo mismo se delataba solo. –¿Que ha sido? ¿Quién quiere
su pasta? ¿¡Joder dime algo!?

–Johnny tienes un currículum cojonudo, ayudas al equipo de fútbol con toooodas sus
necedades. Si quieren correr más rápido, hay estas tú, si quieren correrse en más
niñas, también estas hay, debe de ser guay tener a tantos pijos de tu parte,
protegiéndote.

–Cierto, me echaran de menos, preguntaran por mi, si me matas te buscaran.

–Si te mato se buscaran otro camello, no ha ti. Sobre todo cuando se enteren de
matastes a otro corpo.

–¡Y una mierda! ¡Que te jodan cabrón! Yo no he matado a nadie.

–¿Cuanto te pagaron por cortar mal ese lote, por tener un accidente? ¿Más de o que
ganas en un año?

–No, no ,no. Amigo, en serio hay te equivocas, yo no corto mal mi droga. La corto al
puto milímetro, ni un neurocirujano corta tan calculado.

–No es lo que me han dicho. –Carlos se acercó y presionó con fuerza la herida. –He
leído el informe del forense, es revelador.

–¡Me cago en la ostia puta joder! ¡Que te digo que no he sido yo joder! ¿De quién se
trata?

–Eurico Medina.
–¿Ese pavo no murió hace meses?

Carlos le grito en la cara tapada volviendo a presionar. –¡Eurico Medina! Le


vendistes una merca envenenada a un amigo suyo y los tres acabaron en la mierda,
solo que Eurico era un tanto más flojo, hacía nada le habían diagnosticado una
enfermedad y no pudo soportarlo. Pero tú ya sabes todo eso ¿Verdad?

–¡Joder que te digo que no! ¡Ni si quiera vendo purpurina!

–Curioso, yo no he dicho de que droga se trata.

–¡Todo el puto mundo en el negocio lo sabe joder! Mira colega, ve al edificio Oasis,
unos almacenes abandonados llenos de okupas, allí es donde vende ahora Kwame, el
subnormal que les vendió esa mierda, se escondió en ese estercolero de la policía.
Lleva allí desde entonces.

–Descríbemelo.

–Raza negra, alto y fuerte, flaco, nariz muy ancha, las cejas como para alante, parece
siempre enfadado, un tipo duro...

–Los ojos, la boca.

–Boca grande, ojos, no se... normales, negros o oscuros, se afeitaba la cabeza. ¡Joder
que solo lo conozco de vista!

–¿Algún tatuaje?

–Sí, algo royo tribal en un brazo.

Carlos se levantó y le desato las manos, luego se fue. Dejando atrás a Johnny, muy
agradecido de que no le mataran.

El edificio Oasis era tan cutre como se lo había imaginado, tanto que decidió aparcar
en el de al lado por miedo a que se derrumbase con el peso de su moto. No era tan
viejo, sin embargo era de materiales cutres, ladrillos hechos con la morralla de las
fábricas de bloques que nadie se había molestado en proteger con una capa de pintura
del clima húmedo que ya descargaba con ganas su excedente de agua sobre la ciudad.
El programa para la creación de océanos iba viento en popa.
En algunas parte de la fachada hasta faltaban las ventanas, alguien fuerte con las
herramientas apropiadas las había desarraigado de la estructura para ahorrarse unas.
Tanto por fuera como por dentro abundaban los grafitis, cutradas ególatras de
aficionado con un pseudónimo como único mensaje, muy lejos de los murales de
Mauricio o los latinos. Otra cosa que abundaba era la basura, envoltorios de comida,
latas de bebida, cajas de todo tipo de cosas y jeringas usadas. El olor a humanidad
con adrezo de vómitos y orines era apabullante.

Caminó por los oscuros pasillos, pues a sus habitantes les molestaba la luz y habían
regulado las ventanas a su máxima opacidad, rodeando colchones usados en donde se
tendían los moribundos a descansar, de seguro que más de uno para siempre. Eran
personas delgadas y débiles, como si no hubieran comido en semanas, vestidas con
prendas sucias y raídas que hace no mucho estaban a la moda, a menudo aferradas a
un mochila o bolsa de deporte, sus últimas pertenencias. Tenían los brazos picados y
la nariz irritada, de seguro que los dientes tampoco eran blancos. Muchos de ellos
eran jóvenes, de su edad.

–Hey Carlos ¿Eres tú? –la voz era casi un susurro.

Carlos se aproximo, a pesar del deterioro le reconoció, se trataba de Jorge, uno de sus
antiguos clientes. –¿Jorge? –estaba sentado sobre uno de esos colchones, con la
espalda contra la pared y su mochila en los riñones, no parecía ni capaz de levantarse.
Su cara era la de un cadáver, sus ojos estaban rojos y un hueco en el cráneo revelaba
que había vendido su neuroimplante.

–Sí tío. La ostia Carlos, cuanto tiempo, no creí que te volvería a ver ¿Sigues
vendiendo?

–No, me echaron del negocio ¿Te acuerdas?

–No muy bien. ¿Vuelves a pasar?

–No, la jefa no me quiere por allí, ni me va ha perdonar.

–Que pena. Tengo un reloj de oro sabes ¡Uno de verdad! Se lo quite a un muerto de
por aquí. Si me consigues algo de purpurina es tuyo ¿Que te parece?

–No se quién... ¿Por aquí no vende un negrote alto purpurina?

–El puto kagame, es un cabrón, dice que mi reloj es falso, pero solo porque no quiere
pagarme lo que vale.

–¿Sabes donde esta?

–En el patio central, le gusta jodernos vendiendo bajo el sol.


–Jorge... –Se abstuvo de preguntar. Sabía la respuesta. Jorge era un joven prometedor
de buena cuna que no sabía sacar notas bajas. Directo al mundo de la informática, no
habría necesitado ni meterse a hacker, podría haber ganado una fortuna siendo un
programador legal, hasta que le conoció a él y empezó a fumar María, por aquello de
calmar los nervios, luego cocaína por curiosidad y ganas de fiesta, cuando llego el
slo-mow se paso a él para mejorar su rendimiento en descenso. Ahora comida para
moscas trapicheando con relojes robados por su próxima dosis de purpurina. Había
acabado así por tratar con gente como Carlos. –Veré que puedo hacer.

Carlos le dio un par de palmadas suaves en el hombro, pareciese que se fuese a


desmoronar si le aplicase más fuerza, y se levantó poniendo dirección al patio central.

Salió a uno de los grandes pasillos en donde antes las tiendas mostrasen sus artículos
a una clientela alegre, ahora todas con los escaparates tapados con cartones y las
puertas abiertas a oscuros habitáculos apestosos.

Había chicas apostadas en el camino, sentadas en bancos arrastrados hasta el lugar,


muy flacas, vestidas con tan solo un par de prendas, tops deportivos finos que
dejaban notarse el relieve de sus pezones y pantalones recortados hasta la ingle
sujetos por un cinturón. Todas le llamaban la atención y algunas hasta le levantaban y
posaban. El maquillaje tapaba las marcas de la droga.

Solo hizo caso a una, una de las pocas que no le dijo nada. Se llamaba Jennifer y en
otra época había sido una chica robusta de bonitos ojos y larga melena, ahora solo la
quedaba lo último y estaba deslustrada. Carlos se acercó al banco en el que
descansaba, echada a un lado, con la cabeza pegando en la pared de la esquina y los
pelos tapándole la cara.

La recolocó y la llamo por su nombre. –Guapo, esta en pleno viaje, va a tardar un rato
en volver, mejor búscate a otra. –El gesto de las pestañas dejaba claro a que otra se
refería la vecina.

–No es por eso, la conozco. –La cacheo la cara intentando despertarla. Ella vomitó,
Carlos se apartó a tiempo para que solo le ensuciase los zapatos.

–¿Estas seguro de que es la misma? –La muñeca rota rubia despeluchada rió como
una bruja de cuento.

–Son mil créditos el polvo, me lo puedes echar aquí si quieres. –Sus palabras eran
como un mensaje pregrabado en una máquina a la que se le acabase la batería.
Continuo con más arcadas, Carlos la sujeto el pelo y se posicionó al lado, Jennifer
echó todo entre las piernas dejando un charco pardo maloliente en el suelo y sobre
sus deportivas.
–Gracias. –dijo, algo más consciente, con la cara enrojecida por el esfuerzo.

Un sujeto con algo más de cuerpo y color que el resto, de piel oscura, con greñas en
el pelo, labios gruesos y tatuajes tribales en la cara y el brazo. Se les acercó después
de hablar con unas chicas. –¿Como se encuentra?

–Jodida ¿Que mierda la han dando? –En la cara de Carlos el proxoneta notó el juicio
al que se le estaba sometiendo.

Él recién llegado levanto las manos en señal de rendición. –Amigo yo solo las cuido.
Me aseguro de que coman y se bañen, de que a ningún cliente se le suelte la mano y
cosas por el estilo, ni te imaginas como es.

–Esta necesita baño y comida.

–Sin problema, me la llevo a su colchón y la doy un poco de cariño.

–Espero que eso de cariño no sea un eufemismo.

–¿Eufequé?

La rubia intervino. –Es de los bueno guapo, ni nos obliga a trabajar, los he tenido
mucho peores.

–Claro, la droga ya consigue eso. Para que esforzarse.

–¿Si no te va este royo que haces aquí amigo?

–Cierto. –Carlos saco algo de dinero de su cartera. –Hay un esqueleto llamado jorge
sentado contra la pared unas habitaciones en esa dirección. –Le señalo con el dedo. –
Asegurate que come algo ¿Vale? –Le dio el dinero.

El chulo lo contó y sonrió –Va a comer como su fuera navidad, amigo.

Dejo al amigo de la sonrisa esplendida ocupado con los destrozados yonkis y siguió
su camino un tanto turbado, buscando escusas para zafarse de la culpabilidad del
destino de esas personas que antes de conocerle eran capaces de sonreír.

Tan hipócrita y mezquino como el resto de la humanidad, ocupado en acallar su


conciencia, en apartar los rostros sanos de los ahora moribundos de su mente. Tnto
que cuando cruzo la mirada con Kwame tardo en reaccionar.

Por suerte el fornido hombre que encajaba con la descripción de Johnny salvo por el
pelo largo en rastas atrapado en una coleta estaba más preocupado en huir que en
matarlo y las balas de su pistola se perdieron alrededor de Carlos.
Carlos despertó y se resguardó tras un banco de piedra que rodeaba una palmera de
fibra, desenfundo su arma en un acto reflejo, pero se contuvo, lo necesitaba vivo.
Empezó la persecución por el patio central cubierto por una cristalera con paneles
rotos por donde caía el agua cual ducha, un espacio largo con palmeras descoloridas,
asientos de piedra porosa y paneles rotos, con terrazas escalonadas a hacía los
laterales en cuatro alturas.

Dado que emprendió la huida nada más verlo le sacaba mucha ventaja. Carlos
maldijo y corrió detrás. Kwame disparo un par de veces más tan desatinado como
antes, vaciando así su cargador. Giró en el primer pasillo amplio a su derecha y se
coló por una de las puertas laterales. Corría como un demonio.

Subió por unas escaleras mecánicas saltando a la segunda planta del comercio, una
antigua tienda de ropa, antes de terminar de recorrerlas, también saltó atravesando los
cartones del escaparate por no chocarse con uno de los habitantes que entraba por la
puerta en ese momento y brinco por encima del poyete de la segunda planta
aterrizando sin daño alguno al mismo patio en el que se encontrase antes de empezar
la persecución.

Carlos era ágil pero no tanto, tras el se sentía como un gordo torpe, casi se disloca un
pie cuando saltó al patio detrás de él. Se alejaba por el pasillo de las prostitutas,
Carlos quedo como un idiota al ofrecer mil créditos al que lo parase, allí nadie podía
pararlo. Siguió corriendo.

Salieron a la calle principal con mucha distancia entre ellos. La poca gente que había
se les quedaba mirando. Dos musculitos corriendo calle a través, uno con pantalones
militares, camisa blanca y una cazadora que para no ser larga pesaba mucho, el otro
un motero punk armado.

Kwame tiro por un callejón lateral, el más estrecho de todos, obstaculizado por una
valla terminada en alambre de espino. Utilizó los electrodomésticos allí abandonados
para realizar unas piruetas con ellos y la pared dignas de un trapecista. Tal
demostración de habilidad le dejo claro a Carlos que ni de coña iba a ganar esa
carrera.

Lanzó una granada a aturdidora por delante y se dispuso a subir por aquella
alambrada usando su dura cazadora para evitarse el doloroso alambre. El triple de
lento y la mitad de grácil.

A Kwame la carrera de obstáculos que había planeado le salió rana, con los sentidos
atrofiados no hizo más que chocarse contra todos los objetos que le habrían permitido
escapar. Aún así cuando salio a la calle paralela con los sentidos recuperados todavía
le llevaba ventaja a Carlos.
Carlos uso su Kusarigama y atrapó sus pies haciéndole caer de bruces al suelo. Se le
tiro encima antes de que se liberase y le apresó por el cuello. Su presa forcejeó,
cabeceó y luego se saco un cuchillo de la bota. Hay Carlos se dejo de tonterías y le
estampó la cabeza contra el asfaltó varias veces hasta dejarlo inconsciente.

Llamó a su moto y se largo de allí, empapado, con un nuevo paquete para el mismo
agujero.

Cuando registró al Kwame tenía drogas de dudosa calidad como para matar a medio
vecindario en su cazadora, una pistola ligera, unas llaves, un cuchillo de combate, un
triste tentempié, pañuelos y la cartera con dinero como para vivir bien una semana y
un carnet de la universidad que le corroboró que era su hombre.

Esperó un rato, cuando decidió que Kwame se había hecho el dormido los suficiente
le atizó en la cara.

–¿Que quieres de mi? –preguntó como is nada.

–Nombres.

–¿De quién?

–¿Quién te contrató para matar a Eurico Medina?

–Nadie.

Carlos el golpeo de nuevo, a Kwame parecía que le daba igual, como si fuese lluvia.
Le habían dado palizas peores. Eso no iba a funcionar.

–¿Quién?

–Ya te lo eh dicho. Nadie.

Carlos se acercó al botín. –¿Cual de estas drogas crees que te soltará la lengua antes?
Son tuyas, las conocerás bien.

–Ninguna, me mataran antes de que hable. Porque yo no lo hice.

–Provémos con estas pastillas. Nunca me gustaron las pastillas.

–¡Escucha! No estoy mintiendo. Me escondí porque sabía que esos blanquitos


privilegiados le echarían la culpa al camello negrata. Pero yo no lo hice.

–Eres el que le vendió la droga mal cortada.


–Sí corto la droga ¿Y qué? Todo el mundo lo hace, pero no mato a mis clientes, un
cliente muerto no consume nunca más.

–En aquel tugurio no vi eso.

–Esos ya están en las últimas, a un viaje de la muerte, dan igual. Antes vendía a gente
importante. Yo era importante, estudiaba medicina. Ni loco habría vendido droga mal
cortada, sabía lo que me jugaba.

–Se te pudo ir la mano.

–¿A un estudiante de medicina? Estaba harto de realizar procesos similares en clase


de bioquímica. No se me fue nada. Mira como acabaron sus compañeros, todos
salieron ilesos a pesar de haber tomado la misma brillantina.

–El tenía una enfermedad.

–El no tenía nada. Lo de la alergia era una patraña para que el mundo no supiera que
el primogénito de los Medina se drogaba. Su padre estaba en plena lucha de poder
interna por la cagada de la mujer, no se lo podía permitir.

–Digamos que te creo...

Kwame rio profundo y fuerte. –No me crees. Ya lo sabias. Si yo hubiera matado de


verdad a ese chico los ninjas de la corporativa de su padre me habrían encontrado
hace mucho. Y si de verdad has visto los informes médicos te habrás dado cuenta de
que los otros estaban limpios de “veneno”.

–Cuéntame lo que sepas de los otros dos.

–Podrías desatarme. Ya sabes que yo no soy el asesino. Que descubras al verdadero


criminal me interesa, así podre volver a mi vida de verdad, no a ese agujero de
vómitos.

–Sí no has hecho nada por limpiar tú nombre es porque tienes miedo de algo. Así que
te vas a quedar atado.

–¿Que iba a hacer? La policía me perseguía, no puedo ni salir del barrio.

–¿Por qué no contratástes a un nómada?

–Al principio tenía la esperanza de que encontrasen al verdadero homicida, luego


quede atrapado por las personas que me mantienen escondido. Pagando por mi
seguridad cada mes a base de estafar yonkis.
–No parece que te hayan protegido muy bien.

–Ya sabes como funciona esto.

–¿Están de camino?

–Sí.

–Diles que se den la vuelta.

–No. No me puedes matar, tengo la información que necesitas. Hagamos un trato, tú


me liberas de ellos y yo te cuento todo lo que quieras saber.

–Ya... A ti no te queda más remedio que hablar, estas atado y al borde de una
sobredosis de tu propia bazofia y yo tengo que matarlos o perder el rastro.

–Tú mismo te has metido en este embrollo. Espero que tu jefe te pague bien.

–¿Cuantos son? Vendrán entre tres y ocho, depende de lo dispuestos que estén a
compartir. Les he dicho que tienes buena chatarra.

–No te muevas de hay.

Carlos fue a por el rifle de pulso y saboteo el suministro eléctrico. Luego se posiciono
en una de los áticos en camino al cuarto donde se encontraba Kwame y esperó.

No tardaron mucho en llegar. Arma en mano fueron avanzando comprobando los


agujeros del camino pero sin registrar las habitaciones. Un faro de luz móvil que
recorría a buen ritmo las oscuras y silenciosas entrañas del lugar, tabiques y suelos,
techos y cascotes, el sitio estaba tan olvidado que solo quedaban muebles imposibles
de reciclar y algunas bolsas de basura.

Una vez pasados aprovechó las constantes miradas hacia adelante de los dos que
protegían la retaguardia para marcarlos. Casi le pillan asomando la cabeza al hacerlo.
Eran seis.

Les dejo avanzar y descender hasta la planta en la que esperaba Kwame en silencio,
sin responder a las llamadas de sus rescatistas, Carlos se detuvo una planta antes y se
colocó justo encima de ellos. Cargo su arma y disparó justo en el cráneo.

El primero murió atravesado del cogote al culo. Una segunda carga mato al más
próximo de la misma manera. Uno de ellos se percató y gritó. –¡Arriba, esta arriba!

Subieron a tropel por las escaleras tropezándose con dos granadas de fragmentación
en descenso.
Tras su explosión bajo Carlos descargando las vipers entre los supervivientes.
Repartiendo patadas entre los más próximos.

Uno de ellos huyo hasta ponerse a cubierto detrás de una pared, en la entrada a una
vivienda. Supo que estaba muerto en cuanto escucho cargar el rifle de pulso.

Carlos arrastró a uno de los que todavía no se terminaba de morir y se o colocó


enfrente a Kwame. Le quito la capucha para que lo viera.

–¿Suficiente?

–No te gusta matar mercenario.

–Es emocionante pero prefiero evitarlo. Nunca se sabe cuando te tocara ti.

–Lo pillo.

Carlos le remató de un tiro en la cabeza antes de que pidiera refuerzos. –Me estabas
contando...

–Mi purpurina no estaba mal cortada, así que tuvo que ser algo que se metiesen que
no fuera mio, algo que le metieron solo a ese chaval. Y en esa casa solo habían dos
personas más. Uno era un malcriado rubito al que el traje le quedaba grande, se lo
había comprado su madre esperando que creciera dos tallas más pero con tantos
mimos no se crece, un tipo sonriente como el sol de una mañana sin nubes. Ni idea de
quién era, solo que estaba nervioso, lo achaque a que era su primera vez.

El otro era mi cliente, Essien Duany, solo un poco menos moreno que yo, con el pelo
muy corto, de probeta, con la nariz y los labios reducidos y unos bonitos ojos verdes.
Tan tranquilo como siempre, mirándome por encima del hombro, como si al comprar
mi merca estuviera haciendo una obra de caridad.

–¿Que paso? ¿Notastes algo raro?

–Nada, era la típica transacción en la trasera del Hardgym, un gimnasio de la franja,


casi en el distrito corpo, en donde van los pijos aponerse en forma, levantando pesas,
jugando a padel o nadando en la piscina. Es un buen sitio para vender.

–Has dicho que el rubio estaba nervioso.

–Puede que me engañara con su cara de inocentón, que fuese un gran actor. Pero para
mi que era por la droga. Era nuevo, estaba emocionado, asustado, de hacer algo malo
por vez primera en su vida.

–Sigue. Dime todo lo que sepas.


Le dio sus direcciones, que compraban, por cuanto, sus estudios, sus aficiones,
locales preferidos, autos, familias y negocios. Todo cuanto sabía. Una vez terminado
Carlos llamo a Zenobia.

–¿Algún avance?

–¿Tenéis ya los documentos médicos de los acompañantes de Eurico?

–No se dejame a ver...

–No me jodas Zen.

–Es que tengo tantos documentos que se me traspapelan.

–Llamaré a Liz, seguro que ella los tiene.

–Solo es un momento.

–¿Liz tienes los documentos de los compañeros de Eurico?

–¿No te dije que tratases con mi hermana?

–Ha decidido que un momento en el que estoy a punto de enviar un filete al horno es
el ideal para hacerse la interesante.

–No los tengo aún.

–Tengo a quien vendió refrescos a Eurico aquí delante. Tan entretenido que no puede
ni levantarse. Reconoce haber hecho la venta pero insiste en que sus bebidas eran
sanas. Creo que no miente ¿Que quieres que haga con él?

–Deberíamos entregarlo a la policía.

–Lo colgaran el crimen a él y luego morirá en una pelea de presidiarios.

–El crimen ya tiene culpable.

–¿Entonces por qué lo entregamos?

–Por si esta mintiendo.

–Te paso las coordenadas. –Envía a alguien a recogerlo. Entre los runners los
cazarecompensas están muy mal vistos.

–No, buscate a alguien que lo haga, yo no quiero saber nada del tema. –Le colgó
Carlos dejo inconsciente a Kwame con sus propias drogas y llamo al Bladerunner
Joao Kuznetsov. Había una recompensa por el narcotraficante que serviría de pago
por la discreción del detective. Tardo un rato en dejarse caer por allí para recoger el
paquete.

–Me parece bien muchacho, utilizare mis contactos en la policía para que acepten mi
versión e ignoren su historia, pero deja que te diga una cosa, lo que estas haciendo, no
es una buena idea.

–Lo sé. No me gusta. Pero es lo que quiere el cliente.

–¿Te contrataron para meterlo entre rejas?

–No, para encontrar un asesino.

–Él no es ese asesino.

–Aún así sigue siendo lo que quiere el cliente.

–Deja que te de un buen consejo. El trabajo que estas haciendo ahora no es de runner,
si no de detective, ahora no eres un perro de presa si no un sabueso. No le cuentes
todo a tu cliente, solo lo que necesita saber, termina el caso por ti mismo.

–¿Y lo de la lealtad cliente, mercenario?

–De eso te olvidas. Escucha, ellos quieren una justicia perfecta, sin fisuras y que se
realice sin que les ensucie los zapatos. La realidad es que esa justicia no existe, la
realidad es demasiado compleja para eso, la realidad es que el mundo esta lleno de
mugre y si quieres sacar algo del basurero te manchas hasta el cuello. Pero son los
clientes y tienes que cuidarlos, así que dejalos al margen, haz tu trabajo como te
resulte más seguro a ti y dales el mejor resultado que puedas al final. Así ellos
tendrán sus resultados aptos y tú no serás asesinado a la noche siguiente.

–No debería estar haciendo esto... –reflexionó.

–Pues no. Pero ya estas en ello. Termínalo.


El pozo.

Hecha la entrega se recogió a su casa. Acostándose tarde y sin cenar. Muy tarde para
un lunes. Con tanto que pensar que había perdido el apetito.

¿De veras a los Medina les preocupaba tanto su reputación que dejaron escapar al
asesino del su hijo solo por no perder terreno en su pelea corporativa o estarían
actuando a través de las Westwood? ¿Que les llevaría acometer un asesinato a dos
jóvenes con todo el futuro por delante, que ya lo tenían todo en la vida? ¿O el usarlos
a ellos para matar a Eurico, habiendo mil métodos para ello más discretos y
eficientes? Pasadas horas mirando el techo Carlos concluyó que sin más datos
especular era absurdo y se durmió.

Estaba en el fondo de un frío pozo, largo y ancho, tan largo que no veía la salida en lo
alto. La estructura estaba compuesta por piedras planas e irregulares e incluso había
un suelo liso y firme en el que mantenerse. El agua cubría poco, de estar de pie hasta
las espinillas. Pero no estaba de pie. Había vuelto a ser un niño de doce años que en
cuclillas, con las rodillas juntas, desnudo, se balanceaba adelante y atrás llorando.

Se acordó que ya había tenido ese sueño una vez, hace mucho tiempo.

Entonces se encendieron las luces, alrededor había terrazas, como las de un teatro.
Cómodos balcones que daban otro mundo en el que no faltaba la luz, el calor y las
comodidades. Paredes de estuco blancas, columnas de mármol doradas, música
agradable de fondo y gente vestida como de carnaval, alegre, divertida y sonriente.
Los conocía a todos, estaban sus familiares, sus jefes y sus compañeros de trabajo de
cuando era un obrerito. Había caras nuevas, los compañeros que le dejaron morir en
el tiroteo del puente, las chicas Westwood y sus extraños amigos, incluso Gabriella y
aquella peliroja apodada Bonnie.

Todos le veían y se reían de él, de su desnudez y sufrimiento. Entonces cogieron


heces y se los arrojaron con fuerza, buscando hacerle daño, riéndose más y más con
la denigrante broma. El no decía nada, sabía que no podía hacer nada, que no podía
huir o enfrentarse. Así que se limitaba a quedarse allí, solo, de cuclillas, soportando el
dolor, llorando en silencio.
Miro para abajo y vio a Jennifer, viva, joven, hermosa, como cuando la conoció.
Antes no estaba hay pero ahora sí, eso era nuevo. Estaba desnuda y él se la follaba, la
usaba para darse placer y lo disfrutaba, acallando su dolor, el dolor de las heces de
despreció estrellándose contra su cuerpo. Miró hacia delante y hay estaba Jorge,
sentado, siendo testigo, con la apariencia del centro comercial, un esqueleto, un
muerto. Al volver a mirar a Jennifer esta seguía debajo, sufriendo su violación en
silencio. –Son mil créditos el polvo, me lo puedes echar aquí si quieres. –Volvía a ser
la mujer destrozada que vomitaba sobre sus zapatos. El agua se había mezclado con
los excrementos, enturbiándose y aumentado su volumen. Ahora la cubría por entero
y se ahogaba, pero él no la ayudó, se asustó, le dio asco y se apartó de un salto,
despertando de nuevo en su amplia y cómoda cama.

Se quedo un rato entre las sábanas, aturdido. Recordándose que solo era un sueño,
que él había hecho también cosas buenas, que cuando se despidieron ella no estaba
tan mal, diciéndose a si mismo que él la habría dicho que parase a tiempo, que ya se
drogaban antes de conocerle, que no era su culpa, si no de los otros.

Con tanto sueño las clases del día siguiente se hicieron muy pesadas. Joao tenía
razón, no debía dejar que esa misión le arrastrase.

A la vuelta recuperó las fuerzas con una siesta sin pesadillas. Al despertar se preparó,
vendió el botín de los seis extorsionadores y volvió al mercado abandonado. Allí
preguntó por el proxoneta a las prostitutas.

–¿Quieres asegurarte que hice mi parte? Tran no me enfado. ¿Te llevo con Jorge?

–No le he visto en su sitio.

–Por ese dinero se compra un colchón mejor. Vas a ver que soy un tío legal.

El tatuado moreno le llevo ante los dos, parecían algo más fuertes y despiertos.
Jennifer se levantó y le dio un beso, suceso que no se esperaba, quedaba algo de vida
tras esos ojos verdes. Carlos empalideció por culpa de recuerdos que no venían a
cuento pero mantuvo la compostura y tras aceptar los agradecimientos de ambos y
alguna insinuada demanda de crédito pidió un momento a solas con el proxoneta, el
cual accedió a darle la dirección del piso de Kwame a cambio de otra cena para sus
amigos con propina para el camarero. Se fue sin despedirse, no iba a pagarles la
adicción ni quería más agradecimientos, no se los merecía.
Kwame vivía en un apartamento cercano. un edificio de viviendas simples y mal
cuidadas en donde los gritos de los vecinos hacían de banda sonora. Uso las llaves y
entró. Esperaba el típico piso minúsculo y destartalado de soltero y yonki en el que la
ropa sucia se mezclaba en el suelo con la basura, solo atinó en lo de minúsculo. El
lugar estaba aseado y tanto la ropa como los desechos se encontraban en su
respectivos cubos. Sobre la mesa había libros de medicina y farmacéutica, incluso en
aquel agujero Kwame no había renunciado a su sueños de ser doctor. No había mucho
más, al fin y al cabo era un escondite arrendado. Registró el apartamento, abrió libros
y cajones, rasgo colchón y almohada, busco ranuras o paneles sueltos. Ningún dato
sobre el asesinato que le había llevado a ese lugar, solo un arma bajo la almohada que
se llevó por si pudiese ser una prueba. Solo le quedo clara una cosa, no era la clase de
narco que corta mal su droga ni habría echado por tierra su carrera con un vulgar
asesinato. Aquel hombre no se merecía lo que le esperaba.

Le quedaban tres llaves más, una era de un auto que de seguro se encontraba cerca
del mercado y si fuera listo habría investigado primero, otra de una habitación de la
residencia de estudiantes y una tercera, pequeña, de una caja fuerte que creyó que
encontraría en su refugio.

Dio una vuelta por la zona pero no encontró ningún banco o trastero al que pudiera
pertenecer. Pensó que lo mismo prefería guardar sus más preciadas posesiones cerca
de donde más tiempo pasaba, el mercado, así que volvió allí, dando vueltas hasta que
un vehículo respondió con sus luces a la apertura a distancia. Era una tostadora que ni
serviría para realizar un alunizaje, mantenidas algunas de sus partes unidas al chasis
con cinta de aluminio y sucia como si durmiera en el yermo.

Al menos, dado su espacio, terminaría el registro pronto.

Estaba en ello cuando Jennifer se le acercó con un sigilo desinteresado.

–¿Encuentras lo que buscas?

–No sé ni lo que busco.

–¿Te ayudo?

–Es mejor que no te metas en este asunto. No es sano.

–Ya estoy acostumbrada a eso.

–Me alegra ver que te has mejorado.

–No suelo estar tan mal, me encontrastes en un mal momento. Gracias por...

–Nada. Solo te sujeté el pelo.


–¿Y me invitastes a comer?

–Se te ve muy flaca.

–Es lo único bueno que tiene.

–¿Por qué no lo dejas?

–Ya sabes que no puedo.

–Hay centros...

–No son gratis.

–Tus padres...

–Están hartos de mi, les decepcione más veces de las que pudieron soportar y tienen
otros dos hijos que atender. ¿Ahora te dedicas a esto?

–No. O al menos eso es lo que debería haber dicho cuando me ofrecieron el trabajo.
Por lo visto yo tampoco soy muy listo.

–¿Te ha ido mal desde que dejástes el negocio?

–Según se mire.

–Mejor que yo estás. –Podía verla cepillándose el pelo con los dedos y relamiéndose
a través de uno de los espejos retrovisores. Solo que no le miraba a él, si no a la
purpurina sobre el asiento que Carlos había sacado de dentro de la puerta del
copiloto. Por el momento el único secreto desenterrado del desmantelamiento sin
piedad que le estaba aplicando a la tartana.

–Podríamos...

–No.

–¿Es una prueba?

–No soy poli. Esa droga es basura mal cortada, te matará.

–¿¡Que mas te da!?

–Si quisiera matarte te pegaría un tiro, sería más limpio.


Jennifer se esforzaba en contener su rabia. Se le notaba en un rostro que creía no estar
siendo observado. –¿Y si te la compro? No tengo dinero pero podría hacerte un buen
servicio. He aprendido mucho del oficio. Gestos, posturas, métodos...

–Vales más que esta mierda.

–¡Pues págame un extra! –Se abalanzó sobre la purpurina encontrándose una pistola
en el camino. –¡No te estaba atacando, lo que quiero la purpurina, de veras que no
pretendo hacerte daño! –dijo sollozando. El susto era real, las lágrimas parecían
fingidas.

–No puedes pensar en otra cosa ¿Verdad?

–Solo necesito un poco, para pasar la noche. Por favor...

Carlos se imaginaba como se pondría si se la negaba, no quería pasar por eso, pero
tampoco quería dársela, tendría el doble de lo necesario para matarse. –¿Sabes si hay
por aquí un sitio con cajas fuertes o trasteros?

–Hay unos trasteros de alquiler, calle abajo. Si no pagas a tiempo el dueño se queda
lo que tengas dentro.

–Vamos a ir a ese sitio y vas a sacar de allí una cosa para mi. Si lo haces bien te daré
una bolsita ¿Te vale?

–Claro, lo que tu digas.

–Pues da unos pasos para atrás y me dejas terminar aquí antes.

En el auto no encontró nada más. Se guardo la droga y fueron juntos hasta delante del
bajo dedicado a un negocio de trasteros de alquiler en otro edificio de viviendas al
borde del derrumbe. Jennifer siguió las instrucciones y entro directa llave en mano,
sin hablar con el aburrido encargado panzudo de rubia cabellera y ojos azulados en
una cara ancha de abundante papada vestido de uniforme sin planchar. El único
empleado a la vista la revisó con una mezcla de lascivia y sospecha en los ojos,
realizó un repaso en las pantallas de las cámaras de seguridad y salió de su garita
dispuesto a alcanzarla cerrando tras de sí y ajustándose la porra en la cintura.

El pasillo entre la puerta a la calle y a los trasteros era muy cortó, así que cuando
sonó la campana magnética que avisaba de una nueva visita no le dio tiempo a
volverse. Antes de eso notó el cañón de Kwame en su nuca.

–Bonita chica ¿A que sí? ¿Que tal si nos reunimos con ella?

–Amigo, yo solo trabajo aquí.


–Entonces no pierda la vida como un idiota y siga las instrucciones asegurándose de
no atraer la las moscas, como escuche un zumbido usted va a ser el primer dron en
caer. Ya que estamos mejor tampoco de la alarma, sus jefes no compraron un sistema
tan bueno.

–Entendido.

Jennifer se asustó al verlo llegar con el encargado encañonado, esa parte del plan no
se la había contado. –Parece que su cliente no encuentra su trastero, era de su novio
Kwame. Un tipo alto y fuerte, de raza negra, con un tatoo tribal en el brazo.

–Tenemos unos pocos así...

–¿Le parece este un buen momento para dudar? –Carlos el retorció un oreja.

–¡Vale, vale!

–Coja la llave y vamos rápido, porque si llego a sumar cinco minutos se de uno que
no lo cuenta. –Miró a Jennifer, –No toques nada, no llevas guantes.

–La contrató como señuelo...

–Es difícil ignorar ese culito ¿Verdad?

–¡Jodete cerdo! ¡Te quedástes mis cosas por dos días de mierda de retraso! –intervino
con odio Jennifer.

El cerdo les llevó hasta un trastero, atinó a la primera, dentro había dos maletas de
viaje semirígidas con ruedas, de esas que aprovechan la cinética para iluminarse, de
seguro que hasta tenían GPS antirobo. Jennifer tiró de ellas hasta la puerta en donde
con un golpe con el mago del arma Carlos noqueó al guardia y salieron corriendo
hasta el aparcamiento donde esperaba la KTM, trescientos metros de carrera que por
las risas Jennifer disfrutó.

La moto estaba rodeada de muchachos con curiosidad, fascinación y ganas de


quedársela. Un grupo heterogéneo vestidos de oferta de mercadillo ilegal en el que el
mayor no pasaba de dieciséis, el resto entre los quince y los catorce. Educados por la
calle se pusieron algo gallitos cuando Carlos los mando a pasear lo que le valió a su
líder un puñetazo en la cara que lo tumbó.

–¿¡Que coño te pasa!? ¡Es solo un crío!

–Críos como estos me jodieron la infancia. ¡Coged a este imbécil y largaos de aquí
antes que le de clases a otro! –Los mocosos obedecieron a una. Los ladrones cargaron
las maletas en la moto, una en el maletero y otra atada en el asiento del acompañante.
Carlos se esforzó por relajarse antes de despedirse. –Hoy le he dado a tu chulo más
dinero para que os cuide. Ahora puedo darte lo que te prometí o pasarme por aquí
otro día e invitarte a comer.

Ella se lo pensó por un momento. –Es un poco tarde para rescates Carlos, ya no soy
ninguna princesa. Dame la brillantina.

–A mi me importa una mierda que no seas una princesa.

–¿No te importa que me haya follado medio barrió, unos cuantos sin preservativo?
¿Que vomite cada noche? ¿Que apeste? ¿Que tiemble? No hay esperanza para mi,
solo soy otra puta yonki en la esquina, y en parte es gracias a ti, así que dame la
maldita brillantina y dejate de milongas.

Carlos la paso el doble de lo prometido. –Asegurate de no estar por aquí cuando


pasen preguntando por mi. Puede que sean de los que compran el silencio con plomo.
–Solo tenía ojos para los plateados frascos de las bolsitas.

Antes de volver a su casa paró en un lugar apartado y destruyó los GPS. Una vez en
ella forzó las maletas e inspeccionó el contenido.

Mucha ropa, lo que le quedaba por vender de la droga del mes y sus ahorros, pocos.
Había un ordenador con una seguridad mínima que una vez abierto solo tenía
información de sus estudios, un par de vídeos, lo mismo en juegos y algo de porno.

Tiro la droga, se quedo el dinero y disfrutó del porno. Había perdido la tarde para
nada.
Tirar de la lengua.

Decidió que continuaría la investigación por el rubito nervioso. Si Kwame tenía razón
era el eslabón más débil, solo tenía que averiguar quién era, algo que sabría en cuanto
Lizelle le pasará los informes médicos. Hasta entonces se preocuparía solo por sus
propios estudios.

Dos días más fue lo que tardo en llamarla Zenobia.

–¿Sigues vivo?

–¿Sigues endeudada?

–Alguien como yo no tiene deudas, solo gente que te paga los caprichos.

–Bien por ti.

–Toma. –Se inició la transferencia. –Hay están tus informe médicos. Mi hermana esta
contenta con tus progresos, por el momento.

–¿Ya ha hablado con él?

–¿¡Que!? Gente como nosotras jamás trataremos con gentuza como esa, para eso
tenemos agentes como tú.

–¿Ha dicho algo interesante?

–¿No lo interrogastes antes?

–No soy tan bueno como tú.

–Ni nunca lo serás, te falta algo más que práctica. Te repito que no trato con esa
chusma. Por lo demás solo insiste en su inocencia.

–Vale. Por cierto, te dejástes las bragas. Adiós.

Como apuntes a mano seguían siendo un dolor de cabeza a la hora de interpretarlos.


Según ellos la droga consumida ni en cantidad ni en calidad suponían riesgo de
muerte. Lo útil de ellos es que identificaban al rubio nervioso. El chico se llamaba
Denís Jones. A pesar de milenos de advertencias era otro de tantos jóvenes que
publican su existencia al detalle por internet. Por lo que encontrarlo y seguirle era un
juego de niños. Su familia estaba en lo más bajo de la aristocracia corporativa de
Aura, especializados en implantes de suplantación de órganos internos. Empleado
con privilegios, como becas de estudios.
Al principio pensó en arrinconarlo y asustarlo hasta hacerle cantar, parecía algo fácil.
Un niño suave criado entre flores, de sonrisa temprana y escaso temperamento.
Luego pensó en como los habría hecho Joao, acordándose de su entrevista en el
aparcamiento. Así que decidió tirar de cerveza.

Averiguó de Denís, un santurrón dedicado a la medicina, que era alguien tan diferente
a él que el único tema que encontró en común fue el dibujo, a él le gustaban los
murales y Denís hubiera preferido ser artista en vez de continuar el legado familiar,
constante en el mundo de los herederos corporativos. Así que cuando supo de su
asistencia a una fiesta a la que se podía apuntar fue con la Duca-zuki pintada por
Mauricio he hizo un par de virguerias para llamar la atención antes de aparcar. No
funciono, una capa de amantes del motor y del riesgo con mas iniciativa le envolvió
impidiendo el encuentro.

Con tacto consiguió librarse de las chicas en supuesta búsqueda de emociones fuertes,
demasiado descaradas para su gusto. Se celebraban los veíntidos de alguien con
mucho dinero cuyos padres estaban de viaje de negocios y le habían dejado la
mansión del lago, un cráter repleto de agua en proceso de domoestificación, libre al
hidalgo para su fiesta. Le resultaba curioso a Carlos ver hasta que punto se
adelantaban los ricos que ya tenían el jardín y la piscina listos para el día en que el
clima permitiese tener jardín y piscina, quizás en un milenio o así....

Debido al clima la fiesta se celebraba en el interior, aún con esas la mansión era lo
suficiente espaciosa para albergar a todos los invitados. Suelos en tarima
diferenciados por alturas, paredes creativas de onduladas formas, una gran chimenea
de carbón en un gran bloque rectilíneo, predominaba el beige y el negro con toques
dorados en el color y una descarada ausencia de muebles, los que quedaban estaban
forrados, nadie quería tirar a la basura diez mil créditos de sofá por un descuido, solo
había como incorporación barriles de sifón de mezclas alcohólicas pre-preparadas
para rellenar centenares de vasos desechables. El equipo envolvente de música
tronaba poptronic a toda mecha.

Lo siguiente fue tirar de casual y reconocerlo, de chiripa, por un comentario en una


red social. Esa burda chorrada funcionó, al rato estaban hablando de grafitis y
murales, de Mauricio y su talento callejero, de competiciones amistosas en la facultad
de bellas artes. De hay a la fiesta, de la fiesta a las chicas, luego fueron a buscar a las
salvajes, bailaron un poco, más bien las metieron mano mientras ellas bailaban lo que
el poco espacio las permitía. Se separaron, Carlos tuvo sexo rápido y violento en una
habitación a oscuras con la peliroja flaca de poca frente, larga nariz y apasionados
labios.

A la vuelta encontró a Denís aburrido y se le acercó cual amigo de toda la vida para
preguntarle que tal le fue con la morena. Le dio plantón, la mejor de las escusas para
beber.
Cuando estuvo bien beodo se sentaron juntos y le saco el tema.

–En noches como estas no puedo evitar acordarme de mi colega Mike, murió de una
sobredosis en una fiesta parecida. Por Mike –Brindó.

–¿Le tenías cariño?

–Me ayudo un montón y se murió sin que pudiera hacer nada para impedirlo. Una de
esas experiencias que se te quedan en la cabeza.

–Se de que hablas....

–¿Tú también?

–Psi. En mi caso el fiambre no es que fuera mu colega de toda la vida pero, se murió
al lado mía, da un mal royo que te cagas.

Le dio un tiempo y viendo que no seguía continuo. –Aún voy a terapia... Que quede
entre nosotros ¿Vale? No quiero que las nenas piensen raro.

–Sin problema.

–Le cuento como paso, como me sentí y esas cosas. La verdad es que te quedas
mejor, es decir... Yo pensaba que eso de los psícologos era una tontería, cuento chino,
pero no se... de alguna forma, me quedo más relajado.

–¿Como fue? –le preguntó Denís en pleno bajón.

–Mezclamos de todo. Íbamos muy pedos, y con ganas de fiesta, pesábamos que
bueno, no pensábamos. El fue el primero con una nueva, algo que llevaba una de las
chicas, unas pastillas de esas con muchas siglas. La ostia tío, cambio de color, le dio
tembleque, babeaba, me acojono como nunca. No sabíamos que hacer, cuando se
quedo tieso intentamos un RCP, pero que va, como tirar piedras al agua.

–Yo también intente reanimar al que se murió a mi lado, una tontería, sabía que no
serviría de nada pero lo haces igual.

–¿Como fue tu caso?

–Unos amigos nos juntamos para probar eso de la brillantina, por curiosidad, a ver
como era la droga de los pobres. Nos metimos lo mismo todos pero el al rato se puso
se puso azul, empezó a respirar raro... Le hablamos pero ni caso.

–¿Le sentó mal?


–No, que va... Soy médico, bueno proyecto de... La medí las constantes su pulso
había caído en picado. Era la presión arterial...

–Lo siento amigo, no se de medicina, no te sigo.

–Se llama shock neurógeno, sucede cuando tu cerebro y tú columna no comunican


entre si. Me di cuenta cuando vi que se le había apagado el implante medular. La
gente se pone esas mierdas pensando que les protegerán pero esos implantes son más
peligrosos de cojones, todos implican un shock. En un hospital se trata y no pasa
nada, pero allí, en casa de Eurico, allí no había una mierda, Le mato su propio
implante.

–¿Tal cual? No sabía que fuese tan peligroso.

–En teoría tiene sistemas para evitar eso, baterías de emergencia, sistemas de reinicio
rápido, conexión pasiva. Pero a ese le falló todo.

–¿Era de los buenos no?

–Sí, hace una década. De todas formas los de PAL serán muy buenos en ortopedia
pero ese tipo de tec nos la deberían dejar a los de Aura, no es su campo.

–Crees que fue un fallo por mala calidad. Te lo digo porque estaba pensando
cambiarme el mío pero joder ahora me estas asustando.

–A ver deja que mire.

A Carlos no le gustaba la idea de darle esa información, por si a la mañana siguiente


le daba por hablar, pero ya no le quedaba más remedio.

–Exacto, un PAL, mucho ruido y pocas nueces. Sus drones son buenos pero hay
Auras más baratos mejores.

–¿Tú que te pillarías? Por este precio, más o menos.

–Yo me pillaría el A3580Xnanodron, y le diría a mi médico que me intercambiara los


nanos del que llevas al otro. Con eso ya llevarías lo mejor y sin dejarte la paga de dos
meses.

–¿Este se me podría apagar de repente como el de tu compa?

–No, no se porqué le pasó pero no debería apagarse de repente. PAL se cree la leche
porque vende muchas prótesis al ejercito, pero el hueso y el músculo no es lo mismo
que los órganos internos y la médula tiene más de órgano interno que de locomotor,
te lo digo así para que me entiendas.
–¿Esto... un aparato así no te lo pueden apagar tal cual no?

–¿Que? No, si están pensados hasta para recuperarse de un PEM tocho, son bastante
independientes y suelen estar blindados, no se rompen tan fácil.

–Lo digo porque a lo mejor se dio un golpe de antes...

–Tonterías. Lo mato un implante viejo. El resto son tonterías que se dijeron para
proteger la reputación de PAL, a saber cuanto pagó por encubrirlo. La familia de
Eurico necesitaban la pasta, la cogerían sin más.

–¡Joder! Me has dejado acojonado tío. Yo que me había puesto este por seguridad.

–Ya ves. Informate bien antes colega. Los matasanos te venden como lo mejor lo que
tienen por vender.

–¿Que modelo llevaba tu amigo? ¿Te acuerdas?

–Que va, no, estoy ahora para acordarme de nada. Que más da, ya ni se fabrican
seguro.

–Tengo un abuelo que tiene uno viejo. Estaría bien que te acordases.

–Pues que se compre uno nuevo.

–Es que es un cabezón. De esos que se aferran a las cosas como si estuvieran vivas.
Le salvó de un accidente de auto y ahora lo tiene por indestructible.

–No se, que se compre uno nuevo. Es lo mejor que puede hacer. Un Aura.

Carlos decidió no presionarle más, si no fuera por la borrachera le habría visto el


plumero a media conversación. Carlos no era ningún actor.

A día siguiente lo hablo con Montero. El cual le aseguró que su implante era de
excelente calidad. Le verificó la considerable resistencia de los implantes medulares,
la posibilidad del shock y que, como en todo objeto, el deterioro de los implantes era
una realidad, solo que deberían dar sendos avisos al usuario antes de colapsar.

Por desgracia en los informes entregados por las Westwood no ponía nada sobre los
implantes del fallecido.
Información que seguramente Lizelle podía conseguir, si quería. Ahora Carlos dudaba
que era lo que en verdad buscaba, a un asesino o descubrir si cierta información
perjudicial para PAL podía salir a la luz. Dudas que se acrecentaron cuando Joao le
contó que Kwame había muerto al poco de entrar en prisión por delito menor de
narcotráfico en una reyerta. Como si alguien que solo tuviese que pasarse dos meses
en prisión para volver a su vida normal se fuera a meter en muchas peleas.

Sin opciones a la vista llamo a McKenzie a ver si sabía algo sobre muertes por
implantes defectuosos, ya que él mismo no encontraba nada en la red. McKenzie ya
no estaba en nómina pero mantenían una sana relación basada en el hoy por ti
mañana por mi.

Había bastante del tema. Pero se trataba de fallos de prototipos en modelos baratos en
clínicas cutres. Aparatos buenos a precios reducidos siempre que firmases el contrato
que eximia de responsabilidades a la empresa del producto y al doctor. Cobayas
humanas en oferta.

–No, yo te hablo de modelos antiguos que fallan de repente.

–De eso no hay nada. La gente se los cambia lo antes que puede en cuanto empiezan
a dar avisos de apagarse. Es un timo que nadie detiene.

–¿Un timo?

–La vida útil de los implantes cada vez es más reducida. Las compañías dicen que es
porque les aplican tecnología más potente y delicada. Es mentira, se llama
obsolescencia programada y es más viejo que el mear.

–¿Obsolescencia programada?

–Consiste en asegurarte que lo que construyes no funcione por más tiempo de lo que
quieras, así obligas a la gente a comprarte aparatos nuevos de forma constante. Antes
del colonialismo entre sistemas se hacía mucho. Pero cuando se paso a otras estrellas
perder una colonia entera por un chip defectuoso era intolerable, así que se prohibió.
Se esta volviendo a hacer, de alguna forma tienen que empobrecer a los ahora
abundantes colonos, ganan mucho dinero y los corpos no quieren paletos en el club
de golf.

–¿Nadie a muerto por no cambiárselos?

–Sí, claro, pero se considera suicidio.

–¿Por?
–Porque el implante te avisa con tiempo de sobra para que te lo quites o cambies. Es
como no frenar cuando ves de lejos que te vas a estrellar contra una roca.

–¿Siempre avisan?

–Siempre. ¿En que estas metido?

–Puede que en nada. Aún no lo se.

–Cuando lo sepas acuérdate de tú Mc amigo. Le vendría bien una noticia impactante


ahora mismo.

–Lo tendré en cuenta. Si descubres algo más avisame ¿Vale?

–Dalo por hecho.

Antes de seguir Carlos quería descartar el suicidio, que Eurico ignorase las alarmas a
propósito para acabar con su vida de forma pasiva como una forma de escapar de su
mala situación familiar. En internet la identidad de Eurico Medina había sido borrada,
no encontraba nada en ninguna red social. No era tan raro, la familia podía haber
llegado a un acuerdo con las compañías y haberlas convencido de retirarlas para no
causar daños morales. Le tocaría gastar saliva en el campus.

Antes de avanzar en ese frente Zenobia lo llamó.

–He decidido que quiero participar en una carrera de autos.

–Total lo tienes que llevar al taller de todas formas, un raspón más un raspón menos.

–Ya sabes lo que deseo.

–No veo porqué debería concedértelo. Además lo más probable es que me dieses un
golpecito y nos matáramos contra un panel publicitario.

–Sí quiero eso no pasa.

–Me acuerdo que bajastes con las piernas temblando.

–Imaginaciones tuyas.

–¿Que te han dicho lo otros corredores?

–Tonterías sobre riesgos. No entiendo porqué no me quieren llevar.

–Les importa más ganar que ligar contigo.


–Como si no pudieseis hacer las dos cosas.

Carlos paso de explicarle el tema del peso. Era enredarse con algo que no merecía la
pena.

–¿Me llevas o no?

–Te gusta mucho quedarte al filo del barranco.

–Es emocionante.

–Es suicida. ¿Tantas ganas tienes de morir?

–¡Que exagerado! ¿Cuantas veces has corrido?¿Cientos? Sabes que no me moveré.


Solo quiero saber que se siente al ganar una carrera.

–Las primeras veces euforia, exponenciada por la adrenalina, la sensación va


disminuyendo, te vas acostumbrando, hasta que lo único que importa es correr, dejar
el mundo atrás, como una sombra de miseria que no puede seguirte.

–¡Quiero sentir todo eso!

–¿Por qué?

–Por lo mismo que pruebas todo, por curiosidad.

–Antes deberíamos practicar ¡Lo digo en serio! Si no los más probable es que lo que
acabes sintiendo sea tu cráneo haciéndose pedacitos contra una pared de hormigón.
También querré algo a cambio.

–¿El que?

–Practicaremos el fin de semana. Ponte ropa cómoda. Te recojo el viernes a las siete.

El viernes a las siete le hizo esperar. Su idea de ropa cómoda era un mono de trabajo
de ingeniero espacial amarillo suelto, con la parte de arriba colgando a la altura de la
cintura, sujeto por una riñonera, dejando su torso al descubierto salvo por un top
deportivo negro ajustado. Con botas de montaña, una gorra de Ixxon y unas gafas de
eskiar en la cabeza. El sueño de todo obrero colonial. Carlos iba de motero, como
siempre.

Se la llevó al yermo donde fueron practicando, él cogiéndole el tacto al peso extra y


ella a lo de quedarse quieta y sin gritar. Sin obstáculos que diesen emoción mortal a
las maniobras Zenobia pronto se aburrió.
–¿Que tal en la fiesta de Aranburu? –dijo con cierto rintintín.

–No le conozco, o la, lo que sea.

–Ya, yo también me apunto a fiestas sin saber de quién son, el caso es pasárselo bien.

–¿Te acuerdas de que te dije que quiero un pago por esto?

–Con lo aburrido que es te debería cobrar. Como te cobró cierta peliroja. –volvió el
tono picarón.

–No me cobró nada.

–No en dinero. –Las manos fueron al pan y Carlos frenó.

–¿¡Por qué paras!? –dijo molesta.

–¿Te acuerdas que hacemos aquí?

–¡Nada divertido!

–En la pista, incluso cuando no es al raso, es fácil acabar estrellándote contra algo,
una sola distracción... –Fue interrumpido por Zenobia, levanto la mano e hizo gestos
con los dedos a la que ponía cara de tonta –Bla bla bla...

Carlos tomo aire. –Vi como manejabas a ese gangster feo de tres al cuarto. No eres
estúpida ¿Por qué buscas esto? Podrías comprar recuerdos e inyectártelos en vena.

–No es lo mismo que sentirlo en tu propio cuerpo.

–Ni vale la pena el riesgo. –Para él era tan obvio que no entendía como ella no lo
entendía.

–¿¡Que sabrás tú lo que vale la pena!? –Volvió a enfadarse.

Él no sabía como afrontarla.

–¡Quiero bajar!

–¿En medio de la nada? –dijo con un suspiro.

–¡Llevame a casa! ¡O a un lugar divertido! Me aburre entrenar ¡Ya me buscare a otro!


–No, tienes razón, bajemos, aunque no lo parezca este puede ser un lugar divertido.
–Se le notaba que acababa de perder la paciencia pero no parecía enfadado, si no mas
bien convencido.

–¿De que hablas?

–Ahora lo veras. –

Carlos aterrizó la moto y los dos se apearon. Por suerte no llovía. Ella avanzó un
poco mirando el largo y frío desierto a su alrededor, gélidas rocas donde crecían los
líquenes por kilómetros con el ocasional despunte de una torre de defensa
antimeteoros, estoicos y distantes gigantes dormidos. Por un lado estaba la ciudad,
solitaria arboleda de bambú negro brillando con fuerza como si quisiera espantar a la
oscuridad reinante alrededor. El resto era llano hasta los cerros picudos tan lejanos
que costaba divisar su contorno. Cuando se dio la vuelta se encontró a Carlos
apuntándola con una pistola. Se asustó, se enfado y ya iba a gritar cuando su
acompañante la disparo. Todo el cargador. En aquel vacío en donde solo se escuchaba
al viento silbar entre las rocas los disparos fueron como truenos, los fogonazos como
relámpagos, el aire la acercó el olor de la pólvora.

Se quedo quieta, de pie y algo agazapada, con los brazos protegiéndose la cabeza, En
silencio.

–Eso es lo que se siente cuando estas a punto de morir.

–¡Estas loco! –gritó.

–¡No soy yo la que se va con un perfecto desconocido a un páramo en la mitad de la


nada desarmada para jugar a correr en moto cuando mi rescate vale lo que un
rascacielos, tengo deudas por el valor de otro y he encabronado a todos los
mafiosillos de la ciudad!

Estaba asustada, casi la borde del llanto, se vistió lo que le faltaba del mono por frío o
para disimular. Carlos continuó su discurso –No lo tengo muy claro. Yo buscaba la
muerte porque mi vida era una mierda ¿A lo mejor la tuya también lo es? ¿O puede
que te sientas sola y deses confiar en alguien y que te protejan o que solo sea un
morboso vicio? Pero esta claro que estas buscando a la muerte ¿Quieres que muramos
juntos? ¿No quieres morir sola?

–¡Joder! Lo que de seguro no quiero es que me psicoanalice un matón de barrio


venido a más. –siguió gritando.

–Ni lo has pensado. ¿Es eso? Solo sigues el impulso.

–¡Pues sí. Solo quiero sentirme viva!


–Suena a salida fácil. ¿Como cuanto de viva te has sentido cuanto te he disparado
alrededor? Puedo repetirlo pero si me falla la mano te va a doler, o no.

–¡No lo repitas!

Carlos cargo de nuevo el arma.

–¡Joder ya vale!

–Voy a repetir hasta que confieses. –Las balas volaron de nuevo alrededor de
Zenobia.

–¡Ya bastas me vas a matar!

–He matado a mucha gente. Unos porque les odiaba, otros por error, otros porque era
parte del trabajo, otros ni me di cuenta.

–¿¡Por qué me cuentas esto!?

–Creo que anhelas mi vida, ser como yo, libre y al límite. Lo entiendo, mi vida
también fue aburrida y miserable una vez, yo también soñaba con ser un héroe que
vivía aventuras. –Volvió a recargar.

–¡Para!

–Por fin estamos de acuerdo. Miranos, la princesa insatisfecha y el asesino sin


sentido. Al final los dos hemos acabado en el mismo sitio de mierda ¿Sigues
creyendo que merece la pena?

Zenobía se le abrazó. –Hace mucho frío.

–Sí, en esta maldita roca siempre lo hace.

Zenobia le pidió que la llevara a casa, a la de Carlos, allí volvieron a hacer el amor,
esa vez en la cama.

A la mañana siguiente Zen era otra vez la chica divertida de cuerpo escultural con
afición por el juego y la insinuación. Se la encontró atracando la nevera en ropa
interior.

–Tu dieta se salva solo por la fruta.

–Un capricho que me doy. Se me da fatal cocinar.

–¿Por qué no contratas a un cocinero?


–Tengo que ahorrar para mi jubilación.

Ella rio con picardía a la que mordía una manzana. –Eres inmortal, se te nota. El pack
completo, de fijo.

–¿En que se nota?

–Porque te cuidas, no quieres morir, intentas educarte. Es el típico complejo del


inmortal de estreno.

–¿Cuantos...?

Le interrumpió –¡No! Adivina.

–Paso.

–¡Que soso eres!

Carlos se preparó un desayuno con la fruta que quedaba antes de que se la comiese
toda Zenobia, un baso de leche vegetal y unas galletas.

–Me gusta tu casa, es mucho mejor que mi ala de la mansión, es un lugar para vivir,
sin pretensiones, solo disfrutar– Hablaba con la boca llena.

–Sin pretensiones... –Reflexionó. –En donde vengo en este espacio viven seis
familias.

–Exageras.

–Cinco. No, con la terraza seis.

–Debe oler fatal.

–Huele fatal.

–¿A quién matastes para llegar hasta aquí?

–No es nada divertido matar gente. Dime el chico que murió, Eurico, ¿De que le
conocíais? ¿Por qué tanto empeño en saber que lo mato?

–Era el novio de Lizelle, lo quería.

–Pero no le ayudó cuando se estaba ahogando.


–Quería hacerlo, pero padre se lo negó, dijo que dañaría la reputación de la familia,
que ya no era apto para ella y un motón de mierda por el estilo. Como niña buena ella
obedeció y le plantó.

–Ahora se siente culpable, arrepentida. –Mitad adivinación mitad pregunta.

–Más que eso. Cuando eres una niña rica los pretendientes te sobran, pero solo te
quieren por dos cosas, a veces incluso solo una. Para follarte y para quedarse tu
dinero. La importante suele ser la segunda.

–Él no era así.

–No lo sé, no le conocí bien, pero Liz así lo cree. Piensa que no encontrará nunca otro
igual.

–¿Cuéntame como era?

–Hablaba poco, un tanto serio, la gente creía que les miraba a todos por encima del
hombro, pero que va, en realidad era más bien humilde, solo lo aparentaba por estar
tan callado y pensativo, melancólico, con tendencia filosofar y abstraerse, vamos, un
peñazo de tío.

–¿La trataba bien?

–Sí, su relación era extraña, como un amor platónico mutuo. ¡Joder! A veces pensaba
que se comunicaban de forma telepática. Pero tenía esa mirada ¿No se si sabes de lo
que te hablo?

–No. Pon esa mirada.

–Idiota.

–Cuando le dejo ¿Como se lo tomó él?

–Como si le hubieran arrancado la vida de cuajo. Que lo dejara era lo que le faltaba
para acabar hundido en la pena. Sería muy sabio, muy bueno, muy listo y todo lo que
quieras, pero no era muy avispado.

–¿Por?

–Ella lo seguía queriendo, todo el mundo lo sabía menos él.

–Quizás no fuera que no lo supiera, si no la elección de tu hermana de preferir a su


padre y el dinero a él y su amor.
Zen rio de forma sobreactuada en su burla. –Tenemos a un mercenario romántico por
aquí. –Carlos no la hizo caso, solo se quedo pensando.

–¿Crees que se suicidó? –Eso desbarato las cuentas de Carlos, devolviéndole a la


cocina –Yo también lo pensé.

–¿Por?

–Era un romántico que acababa de perderlo todo, le pegaba. La sobredosis solo era el
método.

–Pero Liz no quiere ni pensarlo. Eso solo haría su traición más grande. –Volvió a las
adivinanzas.

Por un momento Zen se puso seria, se transformó en otra persona, en Lizelle. –No
quiero que se vuelva loca por esto. Si es suicidio, invéntate otra cosa o seré yo la que
te dispare a ti. –dicho esto volvió a la normalidad.

Carlos se lo pensó un poco, luego se lanzó. –Los Medina incluso ahora tienen
bastante dinero ¿Verdad?

–El padre sí, la madre no tanto ¿Por?

–¿Por qué su hijo seguía llevando implantes antiguos? ¿Por qué no llevarlos de última
generación?

–A ver, si te crees que porque tengas créditos de sobra significa que vas a gastarlos en
cada juguete nuevo que sale al mercado te equivocas. Los fanáticos del metal sois
vosotros los borgs, la gente con dinero se planta el mejor de su momento y hasta que
no le da fallo ni se acuerda de él. Nuestras vidas no dependen de la chapa.

–Cuanto tiempo paso desde que los Medina empezaron a tener problemas hasta que
Liz dejo a Eurico y hasta que este murió.

–Poco, unas semanas, dos o así. Me estas haciendo muchas preguntas sobre Eurico.

–Llevo el caso de su muerte.

–¿Como sabes que implantes llevaba?

–Los de la incineradora te cuentan lo que quieras por un par de créditos. –Dejaron el


tema hay, ella no preguntó más, pero por su rostro él sabía que le había pillado la
mentira.
Los oscuros

Carlos estaba indagando sobre como sabotear implantes medulares cuando McKenzie
le envió un anuncio sobre un plan de renovación de implantes patrocinado por la
empresa PAL.

–¿Que te parece?

–Una obra solidaria, renovar implantes viejos por otros nuevos ¿Esto es normal?

–Sí. Con estos programas las empresas liberan espacio en sus almacenes quitándose
de en medio implantes que no se han vendido bien y limpian su imagen pública. Para
mucha gente es al única manera de actualizarse.

–Vale ¿Me lo estas enseñando por algo en particular?

–¿No ves nada raro?

–No. no entiendo de estas cosas. Ilústrame.

–Los precios. Las corporaciones rebajan el coste bastante pero no tanto.


Prácticamente lo que les están cobrando en este plan es la operación y el transporte.

–¿Por qué hacen eso?

–Para retirar todas las existencias de los modelos elegidos. Mira bien, no te retiran
cualquier implante, solo los de la lista.

–Implantes defectuosos...

–Exacto. No es raro verlo en un aparato nuevo del que se descubre un fallo en el


último momento, pero en cacharros que ya llevan años en el mercado... ¿Que ha
pasado Carlos?

–No lo tengo claro...

–¡No me jodas! Somos socios en esto.

–No sin pruebas.

–Pásame la pelota, veras que rápido las encuentro.

–No, lo siento Mc, pero primero tengo que atar ciertas cosas.

–Hagámoslo juntos, necesitaras a alguien que te cubra la espalda.


–En otro momento Mc. Ahora no.

–Car... –Le colgó.

Por las fechas ese plan de renovación patrocinado empezó a las dos semanas de morir
Eurico. Solo había durado un mes. Al rebuscar por internet descubrió que lo habían
alargado otros dos y aún seguía vigente. Incluso habían cambiado los términos, si no
te gustaba el implante de regalo podías elegir una rebaja de otro de la maraca a tú
elección.

Eso le daba una oportunidad. Visitó a montero para comprarle uno de los sustraídos.

–No tengo ninguno, y aunque tuviera uno no podría dártelo. Pasan a pertenecer a PAL
en el momento que son sustraídos.

–¿Los compran?

–No. La entrega del implante viejo forma parte del negocio, es la prueba de que se ha
hecho la renovación.

–¿No puedes quedarte uno, comprarlo? Lo pagare.

–No, no puedo, ni quedármelo ni comprarlo ni vendértelo, las normas son claras y


estrictas ¿Para que quieres esa chatarra vieja?

–¿No te parece que los podrían estar retirando esos modelos por defectuosos?

–Si fueran defectuosos habrían fallado hace mucho tiempo.

–A menos que lo que les fallase fuera el sistema de avisos de obsolescencia al


usuario.

A montero se le cambio la cara, primero a molesta sorpresa, después a mosqueo


enfurruñado, un poco más de lo normal. –No lo sé, no puedo ni abrirlos sin comerme
una multa. Además de que ahora no tengo ninguno.

–Eres un doc responsable, no dejarías que un paciente se muriera de eso.

–No se de que me estas hablando. Nunca he hurgado en las entrañas de los implantes,
solo en las de mis clientes. No soy como esos chatarreros borg del barrio industrial
que no puedan negarse el impulso de abrir todo lo que encuentran.

–Gracias doc, supongo que no se le puede hacer nada, tendré que dejar el caso. Me
marcho a dar una vuelta por el este para despejarme. –El distrito industrial.
–Sí. Es mejor que lo dejes. A las corporaciones no les gusta que nadie ande
desvelando los secretos industriales de su tecnología.

Fue a ver a los borg, un agujero inmundo que había pasado ser un lugar remoto en sus
pesadillas al que hubiera preferido no volver jamás. EL lugar no había cambiado en
nada, la misma oscuridad maliciosa, los mismos pálidos tenderos con rostros
muertos, la misma seguridad mecanizada, olor a estaño e hierro.

Carlos fue directo a los quirófanos, dos guardas con rifles de asalto más maquina que
hombres le detuvieron el paso. Les indicó que quería información detallada sobre
implantes, que pagaría. Hicieron un par de llamadas y le guiaron a una sala apartada
por caminos nuevos para él apenas transitados por nadie hasta una habitación en
negro y rojo en donde se exponían implantes extraños en urnas y estanterías
acristaladas. En el fondo una sofá rojo y sillones a juego rodeaban una mesita de café.
Un mueble bar a un lado y al otro una grúa industrial pintada de negro para
exoesqueletos.

Le dejaron solo dentro del pequeño museo de los horrores mecánicos con olor a
desinfectante. Observó las piezas expuestas, vistas así eran macabras, imitaciones en
metal del cuerpo humano buscando profanar su forma con la máquina incrustada.

Al rato entro un ser alto y negro. Una maquina con patas de saltamontes, cadera
separada de robot y el torso encajado en una faja de negra silicona hasta el pecho,
largos brazos retorcidos de metal hasta los hombros y en la cara lentes rojas con la
configuración ocular de un arácnido.

–¿Un juguete interesante cierto? De cuando la gente se implantaba uno solo de sus
pares por temor a que la máquina fallase y se quedasen sin nada. –Su voz tenía un
leve toque digital y un eco siseante.

–Media cabeza.

El hombre insecto se acerco a la vitrina acariciándola con sus duros dedos. –Uno de
los pares... El tiempo nos ha enseñado que el metal no solo es más complicado de
dañar, si no también más fácil de reparar. El cascarón del cuerpo natural ya solo es un
vehículo de transición, como los dientes de leche de un niño ¿Que opina usted?

–Yo me lo tomo con calma, por lo de la cyberpsicosis.

–Sí, la mente, el verdadero yo, necesita su tiempo para adaptarse a mejores formas de
existencia. Sin embargo esa suele ser una escusa para aferrarse a la carne. Nos cuesta
desprendernos de su calidez. Curioso ¿Verdad?

–Pues sí, el calor resulta agradable.


–No por ello deja de ser fútil. El universo es frío. Adaptarse o morir.

–Imagino que usted es el director del centro,

–Imagina bien. Richard Myers a su servicio. –Hizo una educada reverencia y se


dirigió al sofá. Carlos el siguió.

–¿Desea algo de beber?

–No gracias. –Él anfitrión se sirvió lago parecido al wiskey solo que más oscuro y se
sentó en el sofá invitando a Carlos a acomodarse.

–Me gustaría mantener esta conversación en privado.

–Un rastreador, útil aparato. –Richard apagó la retransmisión y el rastreador de


Carlos se calmó. –¿De que quiere hablar señor...?

–Mis disculpas, Carlos. –Se hizo un favor mutuo y no le ofreció la mano, a los borgs
no les gustaba el tacto de la carne viva a menos que la estuvieran matando. –Sobre
implantes defectuosos.

–Un tema aburrido. Cualquiera que sepa usar un ordenador puede hacerse una lista.

–¿Ha examinado alguna vez los modelos... –Carlos le enumero la lista del programa
de renovación de PAL.

–Sí, por supuesto, antes eran comunes entre las clases privilegiadas, no pasaron
muchos por aquí pero tuve el placer de examinarlos.

–¿Que defectos les encontró?

–Pocos, la interacción nerviosa médula-tronco era pobre en comparación con las de


Aura, a veces molestaba a la química y para mi gusto las micro inyecciones sobraban.
Las retiraron, debió quejarse más gente. De todas formas cada implante es un mundo.
Sería mejor que especificase.

–Revisó alguna vez el sistema de avisos de obsolescencía.

–No. Por fin dice algo interesante. No eran modelos de combate por lo que no tenían
un sistema eficaz de autodiagnostico de daños, su software al respecto sería básico y
el metal nunca me digne a observarlo. Mis clientes habituales se renuevan cada vez
que pueden por lo que tales mecanismos no me resultan útiles.

–Tiene alguno en posesión.


–Podría revisar y enviarle un informe cuando terminara.

–¿Cuanto me costaría?

–Por ahora una respuesta. ¿Ha muerto ya alguien?

–Sí

–¿Quién?

–Eso no puedo decírselo, confidencialidad con el cliente.

–No es periodista, si no detective. ¿Sacará sus conclusiones a la luz? ¡No! Eso


dependerá de su cliente. Pero no trabaja para una corporación, esas no contratan
privados, envían a sus propios sabuesos. Le ha contratado la víctima... –Carlos dejo a
Myers que divagara. –Deme un número, le enviare ese informe, cuando lo tenga.

–¿Y el pago?

–Todo a su tiempo, le cobraré según la información que encuentre, ambos somos


profesionales.

Carlos le dio su teléfono a pesar de sus recelos. –Gracias por su tiempo señor Myers.

–A usted por darme algo con que distraerme.

Siempre que salía de allí lo hacia con una sensación fría de haberse impregnado con
una contaminación aceitosa de traición a la humanidad. Al menos si que estaba
traicionando a las Westwood, por su boca cada vez más gente sabía del supuesto
secreto de PAL, pero que remedio le quedaba cuando el arma asesina era el propio
implante.

Días después, esperando todavía a el informe de Myers, recibió una llamada de


Lizelle. Lo convocó a reunirse de nuevo en su Mansión indicándole que vistiera de
etiqueta. Escueta, firme, fría. Le daba mala espina, tenía la sensación que no le iba a
llevar a un baile.
La mansión estaba igual. Esa vez fue el mayordomo el que le guió hasta otra de las
oficinas, en estructura idéntica a en la que se entrevistase por vez primera con Lizelle,
en decoración muy distinta. Los muebles eran más grandes y tallados, más
numerosos, no faltaban sillones y en medio de la estancia había un proyector de techo
manteniendo una imagen del universo ocupado. La mesa del escritorio de la oficina
estaba en el mismo lugar, solo que contenía más cachibaches de bronce, en las
esquinas de su lado había estatuas subrealistas de mujeres con los rasgos
minimizados, en las opuestas, las que daban a la entrada por un lado había un globo
terráqueo grande y un animal peludo de gran tamaño en actitud agresiva, oso, un oso.
No le gustaba el oso. Nada más entrar el rastreador le avisó.

–Al menos esta vez ha venido bien vestido. –El que le hablaba era un hombre de
espaldas anchas e impecable esmoquín negro que miraba hacía la ventana. Carlos
vestía uno de los trajes que le regalase Katya.

–Me dijeron que me llevarían de fiesta.

–Ahórrese los sarcasmos señor Nuñez. –El hombre se dio la vuelta dejando que
contemplara su gesto de serio enfado. Era un hombre hermoso, no mucho mayor que
él en aspecto, nariz recta, ojos azules, amplia frente, mentón recto. Todo ello bien
enguantado en un traje que como su actitud, pretendía hacer gala de un estatus
superior. –¿Sabe quién soy?

–No. –A Carlos le falto poco para añadir “Ni me importa”

–Enzo Westwood. –Le acercó la mano para efectuar el saludo protocolario que
ninguno quería realizar pero hicieron antes de sentarse.

–Tengo entendido que ha estado realizando una labor para mi hija Lizelle.

Carlos no respondió.

–Una investigación sobre las causas de la defunción de una amistad suya. Eurico
Medina.

Carlos siguió sin hablar.

–Esa investigación termina ahora. No se preocupe, recibirá el pago integro acordado


por ustedes, a cambio espero de usted que, a parte de olvidar el asunto, no vuelva a
pisar esta casa ni a acercarse a mi familia. ¿Lo entiende?

–Sí. Pero no puedo aceptarlo. Solo mi cliente puede cerrar el caso y despedirme, y
ese no es usted.

–No le pega ese alarde de profesionalidad señor Nuñez.


–Puede que mi pelo no se lleve bien con la chaqueta, pero no cambia el hecho de que
siempre he tratado bien a los clientes que me han respetado.

–Como guste. –Enzo se quedo un momento mirando al vació y luego volvió a


clavarle la mirada a Carlos. Al poco entro Lizelle vestida con un otro modelo original
de oficinista en gris con discrepancias de extrovertida forma y alguna linea de color.
Carlos nos se fijo mucho en él, estaba centrado en la cara de Liz, la mantenía todo los
tiesa, firme e impasible que podía.

–Lamento anunciarle señor Nuñez que su trabajo con nosotros a finalizado. Estoy
contenta con su servicio al haber encontrado y entregado al narcotraficante que
provocó la muerte de mi buen amigo Eurico Medina por ello le hacemos entrega del
pago previamente acordado.

Enzo saco de un cajón un sobre grueso y se lo puso al alcance. En billetes, imposible


de rastrear.

Carlos se la quedo mirando a los ojos, casi parpadeó.

–¿Ha escuchado señor Nuñez? –Interrumpió Enzo.

–He escuchado. –Carlos cogió le dinero, se lo guardo en el interior de la chaqueta y


extendió su mano hacía Lizelle. –Lamento mucho su perdida señorita Westwood.

Ella se la cogió con toda la formalidad. –Gracias.

Carlos se quedó con ganas de soltar algo más, de restregarle por la cara la mierda de
secreto que había descubierto, de decirle la repugnancia que le daba aquel miserable
eterno. Pero se contuvo. saliendo de allí enfadado.

Zenobia le salió al paso en el recibidor, siguiéndole al porche a la que le hacía un


gesto al mayordomo para que no les siguiera.

–¿Y bien?

–Tu padre quiere encubrirlo todo.

–El no quiere que Liz haga el ridículo más por su novio muerto.

–¿Querer saber de que murió la única persona que has amado en la vida te parece
hacer el ridículo?

–A mi no, pero en el mundo de las grandes empresas el sentimentalismo es


considerado una debilidad.
–No os diferenciáis mucho de los chatarreros borg en eso.

Zenobia lo agarró del cuello de la camisa antes de que subiera a su Yamakawa. –Yo
no soy como ellos.

–Entonces no me uses para provocarle una pataleta a tu padre. Ya anda bastante


estreñido.

–¿Vas a obedecerle, como todo el mundo?

–¿Sí te dijera que te vinieras conmigo renunciando a todo esto cuanto tiempo
tardarías en volver?

–¡Quizás más del que te crees!

–Quizás. Esa palabra es la que decís las mujeres cuando no os atrevéis a luchar por
algo o asumir sus consecuencias, así luego podéis culparnos de todo si sale mal o
cambiáis de opinión.

–¡Vete a la mierda!

–¡Siempre ha sido mi sitio! ¡Si algún día decidís salir de debajo de la sombra de
vuestro padre ya sabes donde estoy!

Él despegó y ella se apartó para no salir escaldada por los motores. Unas semanas
más tarde le llegó en informe de Myers. El fallo en esos modelos era simple hasta lo
ridículo, alguien en PAL había reducido costes rebajando la calidad de los pequeños
componentes del sistema físico de análisis de daños, apartado del principal para
funcionar si este se averiaba, hasta el punto de hacerlo inútil, un fallo de cálculo raro
en modelos de alta gama pero cotidianos en los comunes. Lo que hacía pensar en
sabotaje.
Las niñas rotas

Carlos le pagó, no mucho, Myers parecía haber disfrutado de alguna forma retorcida
con el trabajo por lo que le cobró poco. Luego busco donde sería la próxima fiesta de
pijos de la ciudad, un desfile de moda al que no podía acceder alguien como él.

Decidió probar suerte en el casino Luna azul, donde Gustavo esta vez no molestó con
su pasado. Sospechó que tras pasarse unas horas sentada en una pasarela Zenobia
querría algo de emoción y dado que no había nada más interesante probaría a
arruinarse con las apuestas. Fueron una horas que pasaron sin hundirlo en el
aburrimiento gracias a su practicas de tiro en el billar. Cuando ya pensaba que le
tocaría marcharse sin conseguir realizar su encuentro improvisado Gustavo le avisó
de que la señorita ya se encontraba en el local.

Vestía un traje de lineas de tela almidonadas que se enroscaban en su figura desde la


cintura ascendiendo hasta el pecho por un lado y dejando dos faldas como colas tras
los muslos, enseñando mucha pierna hasta sus zancos alados, todo en blanco. La
acompañaba un sonriente varón de buen porte muy educado de pelo negro y pómulos
alzados que junto al rasgado de sus ojos parecía que estos también sonrieran.

Fueron directos al salón de apuestas clásicas tras hacer algunas modernas en los
paneles. Eligiendo la ruleta como lugar de despilfarro, siempre armando escándalo
ella y siempre llevándola de la cintura él. Estuvo por conseguirse una fichas y
sentarse a la mesa, pero no veía que fuera a encontrar sitio al lado de Zen, estaba muy
demandad así que solo se la acercó junto le resto de babosos que ojeaban desde arriba
su escote.

Ella los ignoraba, se centraba en la ruleta.

–Yo apostaría al rojo, el negro siempre me ha caído mal.

Ni se percató.

–¿Debería pintar una de mis motos de rojo? ¿Tú que crees?

Zenobia torció su cuello y le miró. –La azul, es la más fea, ese color no me gusta.

–Hoy he venido con la blanca. ¿Sabes que existieron unas serpientes gigantes que se
enroscaban en sis victimas para matarlas? así como tu vestido.

–También me esta matando ¿No apuestas?

–No en este juego, la ficha que llevo no sirve en el.


–¿Nos das un momento Arata? –Zen se levantó y se marcharon a una de las mesas de
la sala de baile próxima.

–¿Que quieres?

–He descubierto la verdad sobre el asesinato de Eurico, la tengo en un pen ¿Te lo doy
o ya no os interesa?

–¿No se supone que padre te había mandado a casita?

–Creía que no querías que le obedeciera.

–Dame el pen.

–No.

–¿A que juegas?

–Vayamos a dar una vuelta.

–Que te has creído tú eso.

–Tu hermana. ¿Aún lo quiere? La verdad sobre su muerte al menos.

–La cogerá.

–¿Y luego que? Encerrará al asesino, lo denunciará al menos, o se la comerá en el


desayuno.

–Lo que la convenga imagino.

–Cuando leas esto. porque lo harás, a lo mejor decides no entregárselo.

–¿Se suicido?

–No.

–Entonces ¿Por qué no iba a entregárselo?

–Mejor será que conciertes una cita secreta entre ambos.

–Dámelo.

–No. –Zenobia se enfadaba por momentos. –Llámala, seguro que conoces algún sitio
con menos espectadores en donde hablar.
–¿Ahora mismo?

–No podemos comunicarnos de otra manera, de seguro que en tu mansión todo pasa
por un repetidor controlado.

–Mi hermana no es de las que salen en medio de la noche porque una amiga la invite
a una fiesta.

–Lleváis viviendo juntas toda vuestra vida. Seguro que algo se te ocurre.

Zenobia se lo pensó un rato y luego quedo abstraída en una llamada. –Bien. Hecho.
Vámonos antes de que Arata me busque.

Se fueron en su moto hasta una vieja fábrica cerrada en el distrito de los puertos
mercantiles, cerca de donde vivía Carlos. Había sido reconvertida en un ring de lucha
libre ilegal. No entraron, esperaron fuera, bajo un soportal, a que llegase Lizelle.
Tiempo en el que Zenobia no consiguió sacarle el secreto a su acompañante.

Lizelle llegó en una limusina negra con otro de sus trajes de ejecutiva malvada gris a
base de polígonos y el pelo recogido en un gran moño, con unas grandes gafas de sol
para tapar su rostro. En cuanto llegó se subieron a la carrera para no quedar
empapados por la lluvia y despegaron de nuevo.

–Tú...–

–Dile al chofer que no nos lleve a tu casa, vasta con que de una vuelta alrededor, no
tardaremos mucho.

Liz hablo con el chofer al otro lado del cristal negro insonorizado usando una llamada
telefónica. –¿Que es lo que quieres? Ya te pagué.

–No, me pagó tu padre para que me alejara de vosotras. Pago que acepté por no ser
asesinado al día siguiente.

–Tienes una idea preconcebida de las personas en nuestro estatus que no es acertada.

–Curioso que digas eso cuando tengo en mi bolsillo la prueba de que fue la gente
como tu padre la que mato a tu novio.

–¿¡Como!? –entrecerró los ojos hacía su hermana como si fuera a dispararla por ellos
–Tú... –Zenobia hizo un gesto de desentendimiento. Lizelle volvió a atender a Carlos
sentado a su lado. –¿Que prueba?

Carlos saco el pen, lo frotó en su chaqueta y se lo dio. Ella lo insertó en un puerto de


enlace en la muñeca. –¿Quién a escrito este informe?
–Un profesional muy cualificado. Sin nombres.

Liz estaba esforzándose por mantener la compostura, pero no podía evitar el


enrojecimiento de los ojos y su humedad creciente. –¿¡Un estúpido fallo!?
¡Provocado por un idiota que quería ganarse una prima recortando gastos! Siempre
pensé que había sido por culpa de las conjuras de la empresa de sus padres, pero por
más que investigaba nunca encontraba nada.

–Si miras en anuncio del plan de renovación de PAL veras que no es el único, solo el
primero. La empresa de tu familia siempre lo ha sabido y ahora intentan retirarlos
antes de que se descubra.

–O de que haya más muertos. –dijo Zenobia, por su mirada perdida Lizelle la había
pasado el informe por correo electrónico.

–Si fuera así pondrían una anuncio diciendo la verdad para que los afectados se
cambien el implante lo antes de que les mate.

–¿Que quieres que haga? –preguntó Lizelle.

–¿Yo? Solo soy el detective. Esa es tu información, has pagado por ella. –dijo
remarcando el “Tu”.

–Si esto saliera a la luz, las perdidas, la reputación. Mi padre perdería su posición
dentro de la jerarquía de la empresa. Si crees que él es malo...

–Según tengo entendido estos fallos son raros en modelos de este tipo, lo cual implica
que podría tratarse de un sabotaje. Sin embargo creo que lo que importa ahora es
salvar vidas de gente inocente como Eurico.

–¡Eso es! ¡Ha tenido que ser un sabotaje!

–Esas otras personas también tienen familiares, amigos y amantes. Lo mismo hasta
quieren vivir.

–Sería traición.

Zenobia explotó –¡Traición! ¡Liz por el amor del cielo! ¿¡Traición!? Deja de pensar
como una maldita ejecutiva. ¡Eso mato a tu novio, al único hombre que has querido
en tu vida! Padre lo ha sabido todo el tiempo y no se a dignado a decirte una misera
palabra ¿¡Y te parece traición!? ¡Vaya que sí lo es!
–¡No lo entiendes! ¡Tú solo te dejas llevar por tus impulsos egoístas! ¡Pero en el
mundo real el dinero y la posición hay que ganarlos, que luchar por ellos, día tras día
si no quieres acabar en el fango! ¡Para ti es muy fácil porque vives de los demás!
¡Pero si no fuera por la familia solo serías una prostituta más follando para pagarse
las deudas de sus vicios!

–¡Zorra engreída! Incluso ahora vas a dejar que padre te pase por encima. ¡Lo único
que quieres es su puesto, su cariño, que te diga lo buena chica que eres y te de la
palmadita en la espalda! ¡Te da igual lo que pase, cuanto daño se haga, hasta quién
muera, con tal de lograrlo!

–¡No es así! ¡Yo intento hacer las cosas bien! ¡Yo le quería! –Se echo a llorar. –Le
quería mucho, era el único que me entendía, el único con quién podía hablar, ahora
estoy sola.

Se quedaron así un rato. Lizelle lloraba desconsolada y Zenobia miraba la ciudad a


través de la ventana rumiando su enfado.

Carlos puso su mano sobre el hombro de Lizelle. Cuando se calmó un poco la dijo.

–La elección es tuya, lo único que puedo hacer es ponerte en contacto con un
periodista de confianza que no revelará su fuente si deseas sacarlo a la luz. Pero ten
por seguro que con el tiempo tu padre descubrirá que fuístes tú. Salvarías a mucha
gente al coste de dañar la compañía y por lo tanto a tu familia.

–¿Si tanto quieres denunciarlo por qué no lo has hecho tú?

–Buena pregunta. He tenido la tentación de hacerlo aún sabiendo que tu padre ira a
por mi, al igual que lo hará si lo revelas tú. No matará a su propia hija, se conformará
con destrozarme a mi. Supongo que quiero hacer lo correcto, pero no me gusta morir
por ello.

–Así que trasladas el dilema a otra.

–Si no lo quieres solo tienes que devolvérmelo. No hay copias. Me han dicho que los
detectives privados de verdad lo hacen así. Lo de ser confidencial y dejarle el
resultado y sus consecuencias al cliente. Pero te aviso que en cuanto baje del auto
dejare de ser tu Bladerunner improvisado.

–Quédatelo. –Lizelle le devolvió el chip de datos.

–Dile al chofer que me bajo por favor.

–Lo hago yo. –Zenobia se encargó.


Durante el largo descenso Carlos añadió. –Yo también perdí a quién amaba, con le
tiempo te recuperas aunque nunca lo olvidas. También te acostumbras a matar.

–¡Es suficiente! Vamos afuera. –Zenobia lo echó y se bajo con él llevándolo hasta la
moto. La limusina se quedo esperando con la puerta cerrada.

–Ahora tengo que volver con ella. Pero antes tengo que dejar las cosas claras contigo.
–Otra vez se había convertido en la chica seria de mirada dura. –No vas a publicar
nada. –El gesto de desagradó de Carlos no le gustó. Le cogió de la mandíbula y le
hizo mirarla a los ojos –¡Atiende! Ese niño no va a resucitar y si arrastras por el fango
la reputación de la empresa es posible que hasta retire el plan de renovación, se
conformen con pagar las multas y mañana será otro día. Yo intentaré arreglar eso. Si
hablas... Te mataran, mi padre ya te tiene en el punto de mira por haberte follado a su
hija. Sabe que lo sabes, por eso te ha hecho cerrar la investigación. Así que para, para
antes de que te maten. –Le estampó un beso en los labios, le quito el pen y se marcho
en la limusina.

En los días siguientes nadie intentó matarlo. El mundo siguió girando como si no
hubiera pasado nada. Ni fueron a por él ni a por PAL. Visto con perspectiva tan poco
era tan raro. Productos de laboratorio habían matado cantidades mucho más grandes
de población, como la gran masacre africana realizada por virus chinos a mediados
del dos mil, y los responsables no habían pagado ni indemnizaciones. Por otra parte
él, sin pruebas, solo era un loco más gritando paranoias y no tenía ganas de pedirle a
Myers una copia de su reporte, a saber como se lo tomaría. Concluyó que las
Eastrenwood tenían razón ¿Que sentido tenía morir salvando desconocidos que ni se
molestarían en llevar su cadáver a la incineradora si no les pagaban por ello? Era
mejor seguir corriendo, como dijo Cloe, hasta que un fallo de obsolescencia
programada en sus implantes, o de cualquier otra cosa, lo matara.
Amores

Estando Carlos en el Kleinmann, mirando bailar a una de las bailarinas naturales,


dando los últimos tragos a su cerveza, en soledad, pues Oscar ya no se podía quedar
hasta tan tarde, tenia horario infantil. Una voz de su pasado, una dulce y suave, que le
causaba dolor oír, le interrumpió.

–No es de tu estilo, a ti te gustan las princesas de buena familia.

Carlos miro a un lado sin poder evitar esconder su sorpresa, bastante que no se había
caído del taburete. Había ganado un poco en altura, su cara era algo más alargada, lo
que no la favorecía y esta vez llevaba el negro cabello ondulado y suelto. Por lo
demás era igual, delgada y blanca hasta tornarse del color de las luces del bar. Vestía
blusa de color rosado, falda de persiana hasta las rodillas y un bolso alegre al hombro.

–Esa flexibilidad y fuerza podrían hacerme cambiar de opinión.

–Tampoco es tu estilo, te gusta dominar.

–Veo que me conservas bien en tu memoria.

–No te hinches tan pronto, recuerda que siempre he tenido una memoria excelente.

–Recuerdo que no haces nada sin un motivo.

–Quiero contratarte.

–Ya no... –Se acordó que cortaron antes de convertirse en runner. –¿Contratarme?

–Yo tampoco lo tengo claro ¿Que eres ahora? ¿Guardaespaldas, detective... Matón a
sueldo?

–No se de que me hablas.

–Zenobia Westwood, y antes con el detective Joao. No pareces un estudiante de


ingeniería al uso.

–Sí has llegado hasta hay sola seguro que puedes hacer lo que sea de la misma
manera.

–¿Me vas a guardar rencor de por vida?

–Claudia. He... –Se cortó a si mismo de nuevo. Era mejor no darla información.

–Has matado por menos.


–Nunca. Soy un santito.

–Ya... No es justo que me guardes rencor por lo que me hicieron.

–Te odio porque me dejastes por una fulana manipuladora con dinero.

–Necesitaba los créditos para mis estudios. Exiges demasiado, mi futuro o tu amor. Sí
me quisieras lo habrías comprendido.

–Te dije que conseguiría le dinero. Creo que al entrar en la universidad he


demostrado que era cierto.

–Eso es fácil de decir ahora.

–No, no es nada fácil.

–Yo pensaba traicionarla, no me iba a dejar manipular.

–¡Por favor Claudia, que te metí yo en ese mundo! ¡Ella Te habría sacado del negocio
de una patada en cuanto hubieses pasado más de treinta minutos en la misma
habitación que yo! –La mentira le enervó.

–No cuando tuviera una cartera de clientes. –insistió.

–Yo tenía una y mira de que me valió.

–¿Tan difícil es de entender que tenía miedo de caer de nuevo en la miseria?

–¿Has salido de ella? –Lo dejo caer con todo su peso.

–No... En ese sentido tienes razón. Pero saldré pronto. –pesadumbre y esperanza
impidieron que esa frase cobrara fuerza.

–No voy a parar más balas por ti. Ya se cual es la recompensa. –dijo tranquilo como
un barco encallado.

–¿Por herir a Katya lo harías?

–¿Estáis peleadas? Pagaría por veros en un ring.

–No, son las otras bandas, no les gusta Katya, nunca les ha gustado, planean echarla.

–Tampoco te querrán a ti en ese trono.

–No lo quiero, me vasta con salir con vida.


–Solo tienes que aceptar que se te acabó el negocio y echarte a un lado.

–No si aprovecho el caos y me apropio lo suficiente para lo que me queda de carrera.


Sería un gran botín y para ella, dado el momento, sería una perdida vital. –Había
hasta cierto ápice de entusiasmo en su voz.

–Ya no paso merca.

–Te lo pagaré. La venderé yo. Siempre se me ha dado bien.

Por un segundo se lo pensó. –No.

–¿Por qué no? Es un buen negocio. Ni si quiera has escuchado el plan. –reclamó.

–Porque... No quiero trabajar contigo.

Esa sinceridad pasmosa era difícil de refutar. –Se que deje de ser tu muñequita
preciosa esa tarde y lo siento mucho. Si hubiera sido más fuerte entonces... Me
hubiera defendido en vez de...

Carlos al interrumpió, no quería otro relato triste. –Yo ya lo sabía.

–¿¡Que!? –desde el alma, sin tapujos.

–Lo que te hicieron en el instituto antes de conocernos. Lo sabia. Investigo a todos


¿Recuerdas?

–Nunca me dijistes nada...

–Esperaba al día en que pudieses hablar de ello, en que tu misma me lo contases.

–Mi madre...

Carlos la interrumpió de nuevo. –No, no fue ella ¿Que más da como me enterase? Yo
te quería de verdad, pero tu prefieres el dinero, ya no hay vuelta atrás Claudia.
–Carlos señalo al camarero donde dejaba su billete y se marchó.

De vuelta a casa llamó al pobre Mason, siempre en las últimas, y le contrató para que
le informase sobre las guerras contra los bolivianos. Por el momento le podía contar
que se habían notado movimientos por el territorio de estos de brasileños y
colombianos.

No tardo en averiguar en cuanto se puso a ello que a Claudia le iba bien en los
estudios y que tenía un novio formal. Lo que le hizo sospechar del motivo del
numerito cuando debía saber que la rechazaría.
Días más tarde en su casa se presento Zenobia, vestida de motera. Botas hasta por
encima de la rodilla, pantalones cortos y cazadora dura, todo en vistoso color. La vio
por las cámaras y abrió la puerta.

–¿Que tal chico duro? –Se apoyaba en el marco y jugaba con su pelo rubio mirándole
por encima de una gafas de sol, sobreactuando.

–Yo nunca he hecho eso.

–¿No lo hacen las moteras?

–¿De otro milenio quizás?

–Da igual, traigo noticias frescas ¿Me invitas a pasar?

–Adelante, es más te invito hasta a beber.

–Mejor dejame la coctelera a mi, ya nos conocemos.

Zen se puso a preparar un par de bebidas. Al mover la coctelera se la veían de forma


fugaz los pezones, los pechos se la veían de continuo. Carlos la señaló –¿Has venido
así vestida?

–Del aparcamiento a aquí hay poco recorrido y en los pasillos de tu edificio casi
nunca hay nadie.

–Los de seguridad deben envidiarme mucho.

Zen rio. –Que va. Me quitado el sujetador antes de llamar.

–Me gusta le detalle.

–Entonces la noticia te va a fascinar.

–Suéltala.

Antes de hacerlo sirvió las bebidas y se las llevó al sofá. Allí se sentó con las piernas
cruzadas mirando hacía él, sabiendo que la postura no dejaba nada a la imaginación
de su cintura para arriba. Carlos estaba encantado, sobre todo de cintura para abajo, a
pesar de que sus neuronas gritaban “trampa”.

–Vas a ser mi guardaespaldas ¡Y! –Alzo la voz para que no la interrumpiera. –Te va a
gustar. No lo digo por estas –Se abrió la cazadora enseñando sus pechos. –si no por
las causas que nos llevan a ello.
–¿Que causas?

–He llegado a un acuerdo con mi padre, me ha costado muchos gritos, unas cuantas
amenazas y dos bofetones, uno recibido y otro dado, pero hemos alcanzado un
consenso.

–Miedo me das.

–Él va a dejar pasar todo a cambio de que no se la lie. Ya sabes, secretitos al aire
exhibicionismo, boicot. Tiene mucho que perder y muy poco que ganar. Has sido listo
al hacerme caso con lo de los implantes.

–¿Y a cambio de eso, va a dejar que su niña rebelde ande por hay con un punk
pobretón?

–Ya esta acostumbrado a que “ande por hay” con gente que desprecia. Es mejor uno
de seguido que cinco al mes.

–Ahora que ha quedado claro que en realidad me estas pidiendo salir de una forma
muy enrevesada, cosa que me alegro ya que no habría soportado estar sujetándote el
abrigo mientras te tiras a otro, me cuentas ¿En que consistiría mi labor y como me
ibas a pagar?

–Pagar te pagaré con parte de mi asignación. No mucho, lo suficiente como para


hacerlo oficial, y solo si eres bueno. Respecto a tus labores... –Zen dejo la bebida a un
lado, se sentó encima de él con una pierna a cada lado, le quito la copa, bebió un buen
trago y la dejo sobre la mesa. Luego le cogió las manos a Carlos y las dirigió sobre su
propio torso hasta los generosos senos, a la que contoneaba las caderas y lo miraba
con deseo.

Carlos empezó a cumplir sus obligaciones en ese momento.

Cuando hubieron tenido una cantidad considerable de sexo, quedando agotados sobre
el suelo del gimnasio, habían encontrado una nueva utilidad para el plegable robot
Cojines, Zenobia le contó las autenticas condiciones de su contrato.

–Tengo que ser sincera contigo.

–Adoro esas palabras.

–No te burles o dejaras de escucharlas.

–Vale, perdona ¿Que pasa?


–Tu labor de guardaespaldas es por una necesidad simple. Si a mi me pasara algo el
siguiente serías tú.

–¿Tanto me odia?

–No es por estar conmigo. Hace mucho que me da por perdida. Es porque me he
enfrentado a él. –Continuó con tono satírico. –Algo que el gran gran cazador blanco
no poder asimilar. –Volviendo la suave sinceridad continuó. –No te equivoques, no es
por ti. Es por mi hermana. Somos como las dos caras de una moneda, opuestas y
distintas, pero unidas. No he podido aceptar lo que la ha hecho.

–¿El piensa que es por mi influencia?

–Sí. Gracias a eso el mayordomo sigue vivo. Si no lo mismo le habría culpado a él.

–¿Que paso con lo de no bromear?

–Se acabó, no hay nada más que contar, ya puedes bromear.

–No estoy de acuerdo. ¿Crees que tu padre mandaría a alguien a matarte hasta el
punto de necesitar un guardaespaldas?

–No tonto. –dijo medio riendo. –Nunca lo haría. Me gustaría poder decir que es por
amor fraternal pero dudo que tenga de eso. Matar a alguien de tu familia, es destierro
garantizado. Es mejor seguir aguantándome.

–¿Destierro?

–Familiar. –añadió y procedió a explicarle. –Existen ciertas normas no escritas en el


mundo de las grandes familias corporativas. Una importante es no matarás a tu propia
familia, ni instigaras a ello. –Zenobia vio en el rostro de Carlos que no lo entendía.
Así que continuó explicando. –Para evitar que el poder del control de la corporación
caiga en manos de otros la propiedad de las acciones no es individual, si no familiar.
Puedes cargarte o derrocar a un sujeto, pero a toda una familia a la vez, complicado.
Cada familia tiene un líder que regenta todas las propiedades familiares del que se
espera mucho y al que no se le pasa error. Muy estresante sí, pero ese líder tiene todo
el poder. Eso hace que haya mucha competencia por ese puesto, juegos de influencia,
riqueza y reputación. Si el asesinato fuese un medio viable para alcanzar ese puesto la
familia se extinguiría en menos de un año, y nadie quiere que lo maten, así que se
implanta esa norma y la familia sobrevive a sus propias confabulaciones.

–¡Joder! Las reuniones tienen que ser la leche.

–Que va.
–Entonces eres tú la que me estas protegiendo a mi.

–Sí. Pero eso no cambia el hecho de que tanto yo como la familia tenemos enemigos
que podrían intentar algo.

–¿Te intentan matar muy a menudo?

–A mi no, todo el mundo sabe que soy una bala perdida. Me preocupa más Lizelle,
pretende heredar y eso la pone en una situación delicada. Es lista, como cuando te dio
el chip de datos, pero no inexpugnable.

–¿Que pasa con el chip?

–Que sabía que tú se lo darías a ese periodista y harías realidad lo que ella deseaba
que sucediera sin inculparse.

–Ahora tú hermana me cae mal.

–Pues quiero que llegado el caso la protejas a ella también. No es tan mala, piénsalo,
a ti te iban a odiar de todas formas ¿Por qué implicarse?

–¿Por decencia?

–Eso es para los tontos. La moral es solo un argumento de los débiles para defenderse
de los poderosos ¿Has visto a alguna vez a alguien acordarse de lo moral cuando no
le conviene? Siempre hay escusas cuando la virtud no es oportuna.

–Ahora me siento un poco tonto, estuve por entregar ese chip al periodista.

–No lo habrías hecho. Antes de entregarlo, aunque fuese en el último momento,


habrías elegido vivir.

–¿Que dice eso de nosotros?

–Que somos humanos, nada más.

–Pero tú ahora me estas protegiendo. A pesar de enfadar a tu padre y denigrar tu


posición en la jerarquía familiar de... No se ni como llamarlo.

–Mi posición me da igual, prefiero disfrutar de la vida aunque implique renunciar al


poder, algo que el resto de mi familia aprecia mucho a pesar de que digan lo
contrario, una competidora bien posicionada menos. Enfadar a padre es mi deporte
favorito. No puedo tener mayor garantía de lealtad que el hecho de que te vayan a
matar si muero, eso sin ser yo la que te coacciona, y follas bastante bien.
–A vaya ahora resulta que follo bien.

–Que no se te suba a la cabeza.

–Lo que tengo en la cabeza es lo de la lealtad. Un tanto cruel.

–¿Que te he dicho de la moral?

–Ya. Que me quedare con tu dinero aunque este forzado, entre comillas, a trabajar.

–¿Entre comillas?

–Se formas de desaparecer hasta de tu padre.

–Interesante. Por cierto me gusta que no seas hipócrita. Cuando he dicho esa verdad
tan sangrante no has saltado diciendo “¡Que mala chica, yo si me guío por la moral!”
Eso me molesta, no lo hagas nunca.

–Después de todo lo que he hecho. No soy quién para discutir sobre moral.

–Ni los que no lo han hecho tampoco. Mucha gente si no ha hecho cosas iguales o
peores es porque no han tenido el valor o el beneficio.

–De eso no estoy tan seguro.

–No te imaginas la facilidad con la que se corrompe la gente.

–Solo conozco la facilidad con la que me he corrompido yo.

–¿Lo dices por mi?

–No. –sonrió. –Contigo apenas he hecho nada malo.

–¡Habrá que seguir esforzándose!

Esa tarde lo exprimió bien. Ya en la cena continuaron las lecciones. Indicaciones


como lo de nunca intimar en la mansión, o a quienes les debía dinero. Normas básicas
de protocolo en eventos, comportamiento y vestimenta, batiburrillos que quedaron en
mejor pasárselo por escrito o en vídeos.

Todo ello empezó a asustar un poco a Carlos, más allá de la gracia de su forma de
contratarlo, ella iba en serio con el trabajo. Ser un guardaespaldas corpo era algo que
ni se le había pasado por la cabeza hasta ese momento. Una herejía entre la gente del
mundo en que se crio, su némesis, el esclavo esclavista, el perro traidor mata lobos.
Un oficio temido, odiado e inalcanzable.
–¿Me estas diciendo que en público. Debo llamarte Señora o señorita?

–Como al resto. La educación y la indiferencia nos salvarán de muchos problemas


con los engreídos de turno –Con énfasis en “nos”

–No me gusta la verdad. Por lo general soy educado con todo el mundo, pero si se
pasan de listos prefiero lo de cagarme en su vida.

–No eres muy paciente ¿Me equivoco?

–Hace un tiempo decidí que no pasaría ni una más.

–Es una forma rápida de acabar en los peores barrios de la ciudad. Te guste o no sin
paciencia y autocontrol no tienes nada que hacer en la cúspide.

–Lo que me pides es sumisión.

–Lo que te pido es lealtad, no lo hagas por ellos si no por mi. –Eso le sonó a otro tipo
de relación.

–No te prometo nada, en serio, no es por maldad o que no te aprecie, pero si llegan a
cierto punto la cara de alguno se encontrará con mi versión de argumento moral.

–Algo que disfrutaría pero que te impediría acompañarme a esos eventos, que quizás
sea cuando más te necesite.

–Ya, la excelentes relaciones familiares corpo. Para nombraros entre vosotros por
vuestro parentesco se os olvida pronto que sois de la misma cepa.

–Te has dado cuenta. –El tono empleado era de felicitación. –Se supone que es para
eso y unas cuantas cosillas más, pero después de años de decirlo sin afecto acaba
perdiendo su significado real.

–¿Que cosillas más?

–Es una forma de denotar cuan cerca estas de las personas al mando por parentesco.
Que también influye en la jerarquía, los más cercanos se suelen ver mas favorecidos.

–Feudal.

–Luego hay curiosidades. Al ser inmortales, en una misma familia hay gente de
cientos de años y otros de solo unas décadas, pero todos aparentan veinte y pocos.
Evita las malas ideas.

–¿He dicho ya feudal?


–El mundo de los humanos siempre se a regido de la misma manera. Las familias que
dominan los recursos controlan el destino del resto, solo han cambiado la forma de
administrarlos, y allá donde hay riqueza y poder hay corrupción e intriga. De alguna
forma hay que combatirlas.

–¿Ahora tú eres la que maneja mi destino?

–¿Tienes queja?

–Me gustaría manejar el tuyo. –La beso.

–¿Te lo estoy impidiendo?

Zenobia no tenía ganas de vestirse mientras hablaban así que el destino de ambos
estaba sellado.

A la mañana siguiente tuvieron problemas al definir los horarios. Carlos tenía


ocupadas entre clases universitarias, de refuerzo y horas de estudio, casi todo el
horario de los días laborables, por lo que quedó su jornada delimitada a los fines de
semana y festivos. Algo que molestó a Zenobia pues ella también gustaba de salir los
de diario. Fue comprensiva y lo respetó a sabiendas de que él no aceptaría otra cosa,
por respetar su deseo de formación o quizás para seguir saliendo con otros hombres.
Algo que también le dejo claro poco antes de marcharse, continuando su tradición de
dejar una muesca agría al partir.

–Te digo esto por dejar las cosas claras y evitarnos un disgusto. Soy mala, siempre lo
he sido y siempre lo seré. Coqueteare y me insinuare a otros por placer y aunque
estando tú presente terminaré la noche contigo, ten por seguro que, cuando no estés y
tenga ganas de hombre, encontrare a otro que me satisfaga. No te pertenezco, ni a ti
ni a nadie. Solo seré tuya las noches de placer que yo elija serlo. –Una justa
declaración de intenciones si no fuera porque no le preguntó cual era su punto de
vista de esa extraña relación.
Cobro de deudas

Su relación estaba destinada a fracasar, cualquiera lo podía ver. Ella era una chica
dinámica y extrovertida deseosa de nuevas experiencias, cuanto más excitantes mejor.
Él era un nihilista convencido serio y triste. Sin embargo al principio era divertido
como todas las cosas nuevas y alegres. Él la llevo a campos de tiro donde se lo
pasaron genial rompiendo cartones a balazos y a carreras de coches en donde se podía
sentir la fuerza del rebufo y la humedad de los propulsores al pasar los acelerados
competidores por los que habían apostado. Incluso llegaron a participar juntos en
alguna carrera amistosa. Ella lo llevo a los principales casinos, donde la gente se
dejaba fortunas en apuestas, a discotecas de gustos excéntricos y profusa decoración
un tanto perturbadores, lugares clandestinos de lucha, drogadicción y prostitución
seguros, donde hacer realidad los deseos más oscuros en la clandestinidad y
protegidos por gente sin alma, a galerías de arte, casas de subastas y tiendas de lujo,
donde darse carísimos caprichos financiando el arte. Incluso fueron a jugar en la
nieve de una cráter cercano terraformado, disfrutando como niños arrojándose por
blancas lomas y peleándose con bolas de nieve.

Al contrario de la declaración realizada Zenobia rara vez se insinuó a nadie, sobre


todo porque ninguno de los dos ocultaba sus apetitos, el sexo fue abundante y
atrevido. Hasta dejaron de lado la moto de Carlos por el auto de Zenobia por si tener
un lugar donde desfogar sus pasiones a mano si lo necesitaban ya que Zenobia
disfrutaba de la indiscreción.

Fue en uno de los locales de moda, un espacio redondo con el cilindro partido de la
barra en medio cual eje, iluminada por la potente luz bajo el cristal de la superficie en
donde se servían las copas a los clientes, cuya columna central estaba recubierta de
una estantería con licores de donde chicos musculados con uniformes de escaso látex
sacaban los ingredientes de las bebidas.

Entre puerta y puerta a los pasillos que daban a salas privadas de tortura consentida
había mujeres y hombres enjaulados a una distancia prudencial bailando al ritmo de
metal gótico con sus partes erógenas al aire y las comunes tapadas en negro
tachonado.

Carlos no tenía nada apropiado para eso así que iba de motero con los ojos pintados
por Zen, la cual llevaba un mono tan fino y ajustado que solo cambiaba el color de su
piel y una gabardina larga negra que la salvaba de la desnudez. Era uno de esos días
de probar cosas nuevas cuyos resultados Carlos temía y solo continuaba por la
posibilidad de atarla a una mesa y castigarla por mala.

Estaban con el alcohol preliminar cuando les llegó una invitación por parte del dueño,
Galeno. Fueron para discutir los términos del pago de la deuda.
Tras caminar por uno de los largos pasillos de paredes negras iluminados por luces
parpadeantes en rojo alarma llegaron a una habitación con un gran sofá carmesí en
piel escamada y sillones a juego rodeando una mesa de tortura en donde un
muchacho joven desnudo servía de bandeja para rayas de cocaína. Alrededor otras
personas estaban atadas a mesas verticales, también desnudas y dispuestas a recibir
dolor y placer a partes iguales, tres enmascarados en latéx con látigos en las manos
parecían los encargados de ello. En medio estaba el hombre gallina, algo cargado,
vestido de esa guisa, dejando a la vista su porte ta atractivo como la cáscara de un
plátano, flácio peludo sin apenas forma, no gordo pero sí relleno, en otras
circunstancias habría sido un cuerpo normal, pero con ese traje era la viva imagen de
la decadencia. Por el contrario a su lado había dos mujeres esculturales, las dos en
traje de baño de cuerpo entero con un pompom de cola de coneja enorme en la cadera
por la espalda a la izquierda una albina delicada como una niña en blanco, a su
derecha una morena fuerte de rostro salvaje. A la última Carlos se acordó de haberla
visto la anterior vez vestida de carnaval en negro y esmeralda como una pavo real o
ave del paraíso con alquitrán.

Nada más entrar uno de los guardias que vigilaba el acceso por dentro, desde un
punto ciego, estrechó un fino lazo alrededor del cuello de Carlos. Un arma de asesino
que junto a los implantes apropiados podía separarle a un hombre la cabeza del
cuerpo.

Carlos se hecho la mano al cuello en un movimiento instintivo. La cuerda le impedía


respirar, le impedía a la sangre circular y le cortaba la piel. Zenobia grito asustada,
Galeno la pidió que se calmara con su amabilidad burlona y el guardia del lado
opuesto del umbral guardo su cuerda y se acercó a Carlos para desarmarlo.

Solo que Carlos no solo tenía blindaje pesado subcutáneo, si no un filtro antitoxinas.
Lo que estaba apretando el gorila de Galeno era pura chapa. En cuanto el otro matón
tapo su cuerpo de las posibles armas del resto de asistentes tres balas perforantes
atravesaron su cazadora directas al torso del asesino. Aflojada la presión el de delante
se llevo un cabezazó y otras dos en el pecho a la altura del corazón. Fue a usarlo de
escudo humano en lo que disparaba al resto pero la belleza morena le arrebató el
arma de una patada haciendo una pirueta saltando de espaldas que la colocó al otro
lado del sofá. Galeno seguía en el sitio con las manos levantadas, Zenobia estaba con
la espalda contra la pared donde antes se escondiese el último caído, la albina había
salido corriendo por la puerta gritando por el pánico, el chico de la mesa con la boca
tapada por una porosa bola roja no podía expresarse más que por el orín derramado,
los torturadores se acercaban por los lados látigo en mano. La salvaje morena de
redondeada frente, gruesos labios y mirada intensa con el pelo rapado había
desenfundado dos relucientes dagas anchas de su pompom.

Carlos saco las vipers y mató a dos de los torturadores antes de que le alcanzasen. La
pantera usando el respaldo del sofá para ganar altura saltó hacía Carlos, cayendo con
las dagas en picado sobre sus cláviculas.
Carlos soltó un alarido de dolor y dejo caer la viper de su mano derecha, cayendo de
espaldas contra la pared en una postura encorbada dado el estorbo del cuerpo del
difunto que le impedía mover los pies. Con la izquierda la soltó una descarga intensa
contra el vientre de la mujer que se ensañaba en su carne. Esta soltó las dagas y se
dejo caer hacia atrás cubriéndose la cara con los brazos.

El dolor era paralizante y eso que el blindaje había absorbido casi todo el golpe.
Carlos apretaba los dientes y recuperaba la posición a la que los nanobots se
desplegaban en masa ante la presencia de nanobots hostiles, las dagas eran de hoja
cargada. Si no fuera por el implante medular moriría en cinco minutos.

La ninja se levantó enseguida, las vipers no tenían fuerza para superar su blindaje,
solo eran marcas en la superficie. Un disparó llegó por su derecha, Zenobia acababa
de cargarse al tercer torturador con su pequeña pistola escondida y ahora apuntaba a
Galeno.

La refriega se pauso por un momento. Carlos se quitó con gran dolor las dagas con la
mano izquierda tirándolas a un lado.

Galeno sonrió. –No vas a disparar.

–Ya he matado a tu escoria. –dijo con rabiosa convicción.

–Ya... Pero el estaba atacando a tu muñeco. Yo soy un hombre desarmado sentado en


su sofá. –Se encogió de hombros manteniendo la sonrisa.

–¡Ríndete!

–No. –miro a su exótica ninja –Mátalo. –dijo con indiferencia.

Zenobia disparó. La morena tenía piernas muy largas, lo suficiente para de un patada
desarmarla a ella también. Pero no antes de que la bala le hiciese a Galeno una túnel
en el ojo izquierdo.

Carlos le dio una patada a la pierna que quedaba sosteniendo su peso haciendo que
cayera al suelo, se dejo caer encima de la furia aplastándola con su cuerpo ya que no
el quedaban muchas fuerzas, forcejearon. Zenobía se lanzó a por la pistola pesada de
Carlos. A la felina se le agotaban las vidas. De sus antebrazos salieron cuchillas en
forma de terribles garras que se clavaron en las costillas de Carlos, ahora podía
apartarlo antes de que la rubia la ejecutase, él aprovechó para ponerle la única mano
útil que le quedaba en el cuello y activó el taladro, que por cuestiones de utilidad de
las prácticas llevaba una broca instalado. El estridente ruido mecánico la atravesó el
blindaje y la carne directo a la yugular.
Quedaron los dos tumbados de lado, mirándose el uno al otro. Cuando le sacó la
herramienta del agujero resultante emanaba una fuente carmesí. Era una mujer
preciosa, con unos ojos preciosos que se aferraban a la vida sin súplicas pero con
tristeza.

Otros dos matones armados entraron por la puerta. El primero murió al instante de
dos tiros. El segundo retrocedió a tiempo de evitar el tercero que dio contra la pared

–Soy Zenobia Westwood, familia propietaria de PAL. Un comando de asalto


corporativo esta de camino, todo aquel que no se arrodille ante mi sera despedazado.

Nadie se presentó para la genuflexión, pudieron escuchar sus pasos alejarse a la


carrera.

Zen se acercó para ayudar a Carlos a levantarse.

–¡No me toques! –la gritó consiguiendo que se echase para atrás asustada. –Hojas
cargadas con nanobots, si entran a tu cuerpo los suficientes te mataran.

–¿¡Cuanto te queda!?

–Llevo un PAL último modelo con nanos defensivos. Espero que los hayáis hecho
fuertes.

Zenobia se relajó. –Una buena inversión sin duda. No me quedan balas.

Carlos se dobló para que pudiera coger un nuevo cargador sin tocarlo. Cogió los dos.
–¿Puedes mover ese brazo?

–Me ha roto la clavícula. ¿De verdad viene un comando para aquí?

–Sí.

No tardaron en llegar, dos transportes urbanos militares de tropas cargaditos de


soldados de negro con subfusiles de precisión y armaduras de asalto ligeras, con sus
máscaras como de insecto, seguidos por un equipo de paramédicos que asaltaron el
lugar como si fuese suyo, cuando llegaron al lugar de la agresión Zenobia les ordenó
atender a Carlos y evacuarlos juntos. No perdieron tiempo discutiendo, el equipo
médico vestidos con armaduras blancas le traslado a él en camilla y los escoltaron a
los dos hasta la ambulancia.
Afuera la policía acordonaba la zona deteniendo a todo el que podían a punta de
pistola. Uno de los transportes escoltó la ambulancia hasta una clínica de Mafre,
aseguradora médica, entre oras cosas, sin necesidad, pues ya durante el viaje le
aplicaron con una velocidad pasmosa todos los tratamientos necesarios para asegurar
la vida de Carlos. Esas ambulancias eran quirófanos portátiles.

Al contrario de lo que habría pasado en una clínica de calle las enfermeras insistieron
en que no se levantase hasta haber finalizado todas las pruebas y tratamientos. Lo que
les llevó, dado lo avanzado de la noche, aquedarse a dormir en la habitación privada
del hospital. Zenobia descargó la tensión residual poniendo a prueba la cama.

A primera hora de la mañana ambos fueron convocados a la residencia Westwood.


Descubriendo Carlos otra habitación nueva, una sala de juntas rectangular marfil con
una larga mesa de una sola pata en el centro de un lateral y sillas en trípodes
torcidos. Tenía un generador de hologramas de techo, luminosos ventanales aun lado
y una pantalla de pared entera al otro. Sin decoración.

En tan corporativo ambiente se reunieron con cinco abogados de PAL que durante
dos horas le recalcaron lo que debían contar con exactitud a los dos agentes de la
policía que les esperaban sentados en los sillones junto a las cristaleras del amplio
recibidor que daban al jardín. Un hombre y una mujer de serios rostros que de seguro
tenían el informe redactado de antemano, solo que no por la suya. Los cuales les
tomaron la declaración de los abogados en comisaría antes de dejarlos marchar.

Fue una mañana de domingo aburrida en la que se tramitaron más papeles de los que
Carlos movía en un año.

Antes de todo eso el señor Westwood invitó a Carlos a mantener una charla casual en
su despacho. Esta vez el escritorio estaba repleto de papeles sobre lo sucedido
desperdigados por la superficie. Sin embargo Enzo se encontraba mirando a través de
la ventana y el micrófono gravando cuando Carlos entró.

–Buenos días, lamento las molestias de esta noche. –No esperó el permiso de su
anfitrión, se sentó.

–Para nada. Soy yo el que debo agradecerle su excelente labor al salvar a mi hija de
esos violentos chantajistas. –Se dio la vuelta, la verlo sentado, se replanteó sus
palabras y le invitó a una copa. Él mismo las sirvió y las coloco sobre la mesa antes
de sentarse. –fFue toda una proeza derrotar a esos... Déjeme contar, dos asesinos a
sueldo, tres estrafalarios torturadores, una ninja solitaria, una agente de seguridad y al
líder del grupo, un pintoresco chantajista con el pseudónimo de “Galeno”.

–Exacto, así fue.


–Todo ello por supuesto en defensa de la vida de su protegida, mi hija, la cual estaba
siendo victima de un burdo chantaje que pretendía cobrarla una deuda inventada por
unos servicios nunca prestados y que cuando se negó a pagar optaron por recurrir a la
violencia.

–Gente mezquina sin duda ¿Cuando me pregunten por los servicios...

Enzo le interrumpió. –Usted es nuevo en este trabajo y no esta al tanto del vínculo
entre estas personas y mi hija.

–No lo mencionaron. Solo hablaban de deudas.

–A parte de este turbio asunto quiero que sepa que estoy contento con su labor. Sin
duda prefería alguien que tuviese una mayor capacidad de comprensión lingüística.
Le dije “No” volver “Ni” acercarse. Pero he de admitir que esta siendo una buena
influencia para mi vástago, sus gastos en alcohol así como otras drogas legales han
descendido, por no hablar de el de apuestas.

–¿Quién lo iba a decir?

–Se que no le caigo bien, usted tampoco me agrada, no crea que no conozco sus
aventuras con mi hija. Sin embargo estoy dispuesto a tolerar su relación si se
mantiene en esa dirección.

–Señor Westwood, tengo tanta capacidad de dirigir a su hija como usted, diría que
incluso menos.

–¿Entonces a que se debe su cambio de conducta?

–¿A pensado que podría ser por le éxito que tubo al plantarle cara a usted? ¿Que
sentir que dirige su propia vida la lleve a responsabilizarse?

–¡Estupideces! Siempre ha hecho lo que ha querido.

–Y siempre en su contra.

–Disfruta rebelándose. Solo quiere llamar la atención, como una cría chica.

–¿La ha hecho alguna vez caso cuando ha realizado algo bueno?

–Nunca a llevado a cabo tal acción. Esas no son sus metas.

–No como las de Lizelle.

–Ella se esfuerza por salir adelante y se compromete a mantener el orgullo familiar.


–Pero aún así la mintió.

–¡No necesitaba saber la verdad! –El enfado del ejecutivo debió hacer huir al
micrófono, la grabación cesó. –Solo la hizo daño, una carga innecesaria que usted la
procuró.

–El daño estaba hecho desde el momento que ese chico murió. Mentirla solo lo
agravó. ¿Como espera que sean hijas obedientes si agradece sus esfuerzos con
bofetones?

–¿Que sabrá usted? Nunca ha tenido la necesidad de esforzarse o sacrificarse por una
causa.

–No. Los de mi calaña nos esforzamos por sobrevivir y entendemos por sacrificio
cuando el que paga el precio eres uno mismo, no otro.

Enzo volvió a la ventana. –Esta claro que piensa que no quiero a mis hijas. –dijo con
voz más calmada y profunda.

–Eso no lo se. Lo que creo es que esta tan enfrascado en su trabajo y todas las intrigas
y obligaciones que lo envuelven que hace mucho que no las atiende y eso esta
arruinando su relación con ellas.

–Cuando eran pequeñas era mucho más fácil...

–¿Que paso con su madre?

–No es de su incumbencia. Limítese a cuidar bien de Zenobia. Sabre agradecérselo.


Ahora váyase a aprenderse la cantinela de los picapleitos.

En todo el rato que estuvo allí, el más largo hasta la fecha, no vio ningún retrato en el
que apareciera la familia entera, solo padre e hijas y de cuando ellas eran niñas, en
solitario había un par de candidatas, tratándose de inmortales centenarios que
modifican sus genes al nacer era complicado de discernir si una de ellas era la madre
desaparecida.

Dado lo peculiar del día Zen le dio la tarde libre y fue a ver a Oscar. El cual
desaprobó por completo su nuevo empleo. Convenciéndolo con frases derrotistas y
conservadoras que se saliera de aquello como si se tratase de un incendio. Lo típico.
Los corpos solo dan problemas, nunca te apreciaran, solo esta jugando contigo, te
despachará en cuanto se aburra, te sacrificaran en cuanto lo necesiten, mejor sigue de
por libre que te iba bien, ni un mes y ya te están intentando matar por su culpa, te
están usando de escudo humano. A Carlos esas palabras le calaban más de lo que le
gustaría reconocer, si alguien sabía del tema era Oscar, y aún así, quería volver a los
brazos de Zen y su fiesta constante.
Esa última charla le hizo revolverse en la noche. Retorcido sobre si mismo ¿Sentido
común o miedo? ¿Alegría o amor? ¿Dinero y sangre? ¿Esperanza?

A la semana siguiente estaba en la puerta principal recogiéndola de nuevo. Le llevó a


un garito que acababa de ponerse de moda tras una redecoración, no hacía falta más.
En ella no había una pizca de miedo a la vista, se encontraba tan animada como
siempre, dispuesta a nuevas experiencias, a una noche de fiesta.

A Carlos le parecía lógico que alguien como él, al que habrían criado con nanas de
balas, que había luchado en cien batallas, acostumbrado a disparar, a recibir fuego
enemigo, que había sobrevivido a la muerte en dos ocasiones, pudiera recomponerse
en una semana. Pero ella ¿Que había vivido para reponerse tan rápido?

En un impulso la puso contra la pared y la comió la boca cual ahogado que llega a la
superficie del agua que lo mata. Ella lo beso con la misma pasión, correspondiendo
cada milímetro de énfasis. Al terminar ambos se susurraron.

–Maldito seas Carlos Nuñez.

–Ese no es mi nombre.
En el agujero de gusanos

Pasó el tiempo, tuvieron sus riñas y sus reconciliaciones, él nunca le reveló su


verdadero nombre, sabiendo que el misticismo a retendría a su lado, ella nunca le
hablo de su madre, como venganza.

El curso siguió avanzando, unas veces se le dio peor y otras mejor, pero aprobaba
dentro de los aceptables parámetros normales.

Oscar empezó a visitarlo de vez en cuando, su mujer a veces lo traía de cabeza. Le


acompañaba Teresita. La adorable canija por la que debió cambiar de lugar cualquier
posible ingerible tóxico y cerrar con llave el garaje y el gimnasio. Que tendía a jugar
con todo que encontraba, llenar de manitas los ventanales y lo llamaba tito, de las
pocas cosas que se le entendía. Crecía sana, alegre y adoraba bailar.

A Kylikki y Jiho les iba bien, habían conseguido entrar en equipos decentes y seguían
trabajando. McKenzie le perdonó que le dejara fuera de la intriga, sabía que no iba a
compartir con él todos los trapos sucios que encontraran.

Solo Mason se encontraba en mala situación, como tantos otros en oficios comunes
apenas sacaba para vivir. Fue un pequeño golpe de suerte para él, que los latinos por
fin iniciasen su campaña de sublevación contra Katya.

Según le contó, los obreros se habían sublevado y las granjas eran de Katya solo de
nombre. Cada grupo trasladaba su lealtad al cártel con el que tuvieran mejores
relaciones o que les pagara mejor, con la escusa de querer trabajar para auténticos
latinos. A esas altura ya todos sabían la relación entre su Capo y la familia Lupo, lo
que a Carlos no le quedaba claro es que fueran gringos. Los Americanos
descendientes de indígenas del viejo continente terrestre, los hispanos, no querían por
jefes a los usurpadores angloparlantes del norte, a los que, considerándolos una raza
de ladrones y asesinos, no les daban oportunidad alguna desde la caída del imperio
estadounidense ante el chino. Desprecio que se mantenía gracias a la perdida de la
identidad nacional, solo quedaba la cultural o racial. Constante que muchos
explotaban para crear comunidades serviles a sus intereses personales, como si esos
pueblos no fueran solo recuerdos históricos, los genes no estuvieran mezclados y
manipulados hasta la saciedad o cada generación no se volviese más pálida que la
anterior por la falta de luz solar.
No tardo en haber tiroteos en la mansión de de los Bolivar, La entreplanta de un
megaedificio del distrito doce en teoría bajo su control se había convertido en un
autentico infierno. Cuando la guerras entre bandas estallaban había tiroteos en todas
las plantas, pandilla contra pandilla intentando exterminarse la una a la otra, cortar
todas las salidas del palacio del rey, asediándolo hasta conseguir acceder para
continuar con la matanza hasta lograr la cabeza, en este caso, de la matriarca. Locos
y oportunistas se sumaban a la explosión de violencia intentando sacar partido o
desfogar sus delirios. La policía, sobrepasada, a veces ni intentaban detenerlo, se
limitaban a contenerlo dentro del edificio. Las veces que se había enviado fuerzas
especiales o al ejército no habían acabado mejor, solo servían para engrosar la lista de
difuntos.

Este fue uno de esos casos. Belltower apareció con todo el arsenal, alguien los había
contratado para reinstaurar el control. Como contratistas de defensa, podían intervenir
para defender la propiedad de un cliente. En un lugar sin ley como ese, significaba
que matarían a quién hiciera falta para cumplir el contrato y manipularían las pruebas
antes de que llegaran los detectives de la policía para que el derrotado se comiera las
consecuencias legales de sus atrocidades.

Mason informó a Carlos poco antes de que empezara, en la mañana de un miércoles


veraniego, recién terminadas las clases. Le pagó y le aconsejó que se largará de allí.
Avisó a McKenzie para que llegase el primero a cubrir la noticia que se volvió
recurrente en las noticias, morbo sanguinario para todos.

Apenas llevaban dos días de batallas cuando Claudia le llamó.

–Cierta vieja amiga ha salido del edificio. Con solo unos pocos leales protegiéndola.
Se dirige a una nave en el espaciopuerto mercantil diez, llena de material y lista para
zarpar, la Clavicornio.

–¿Se supone que ahora debo de emocionarme y salir corriendo a robar una nave
entera?

–Hay millones en mercancía hay dentro y esta protegida por doce novatos y la mitad
de tripulantes. Yo voy a ir con un grupo de Edgerunners que he contratado, te puedes
apuntar y llevarte una jugosa parte o quedarte en casa asustado por el pasado.

–¿De veras crees que esa amiga no ha previsto tú movimiento?

–Aprovecho las oportunidades según me vienen. Si se va del planeta nunca


podremos ajustar cuentas.

–¿Que daño te ha hecho a ti? ¿Acaso no te dio el trabajo que te ha pagado la


universidad?
–Me quitó a mi novio, me convirtió en su marioneta, me exigía cada vez más, no te
imaginas como ha sido conmigo, hasta intentó prostituirme.

–Yo solo tengo dos cuentas pendientes con ella, si las saldo lo haré a mi manera.

–Eso espero. –Le colgó.

Se acordó de aquella vez en que Javi le llamo con una proposición similar. Antes de
descartar la posibilidad de que usara una nave transplanetaria pensó un poco en como
entrar en ella sin ser detectado. No encontró la manera, pero se hizo algunas ideas.
Ese caso era distinto. No se trataba de una nave pública en en un espaciopuerto
público protegido por disciplinados militares, si no una nave privada en un
espaciopuerto mercantil protegido por policías o vigilantes privados, con muchos
menos recursos y amantes de los sobornos. Tampoco escapaba con un chip de crédito
más pequeño que un pintalabios en el bolso, lo hacía con millones en mercancía en la
espalda de una nave que a saber como de capaz era de defenderse de un asalto. Era
tan estúpido como llamativo. En conjunto un señuelo tan suculento que los pocos que
se enterasen de su plan de huida no podrían dejar pasar. Además obligaba a sus
amigos corporativos a defenderlo.

Llamó a Mason y le mando a vigilar desde una distancia prudencial.

Apostó Carlos a que esta vez sis e iría volando. Si había elegido a los nómadas
tampoco podía hacer nada, no con tan poco tiempo. Indagó por internet sobre naves
de pasajeros a punto de despegar, públicas y privadas. Había montones, la falta de
tormentas hacía de esa época la idónea para despegar y todos las corporaciones
aprovechaban para mover su mercancía lo antes posible para que los ejecutivos se
fuera de vacaciones tranquilos a sus terrarios favoritos, incluso Zenobia ya había
reservado unos bungalows para los dos en un lugar sorpresa para el mes siguiente,
cuando su padre no estuviera para criticarla. La evacuación de Julio.

Su instinto le insinuó cual insistente brisa que mirara en los espaciopuertos


mercantiles, más dados a la clandestinidad. Por alguna razón inexplicable una nave
espacial privada de buena calidad, la Arakis, capaz de llevar con comodidad y
discreción a varios ejecutivos estaba aparcada en un sitio inapropiado a su nivel.

En lo que tardaba un viaje de metro le llamo Mason. Acababa de entrar en la terminal


cuando un grupo de mercenarios iniciaron un tiroteo, aprovecho el jaleo, se saltó la
seguridad y se conectó a un terminal en donde pudo ver a través de las cámaras de
seguridad a una preciosidad morena protegida por un montón de latinos embarcando.
Incluso le mando el sospechoso manifiesto de carga. Carlos le pagó añadiendo un
suplemento por eficaz y le dijo que saliera del lugar antes de que llegase Belltower.
Carlos salió a toda prisa en su KTM, ahora modificada, había ocupado el espacio del
asiento del acompañante para añadir unas lanzaderas de contramedidas y un segundo
maletero. También la había pintado a rayas, como un tigre de colores invertidos que
junto a su plegado chasis cual papel en papiroflexia en el morro en descendiente
alisamiento a la trasera le hacía parecer incluso más agresiva.

Fue todo lo rápido que pudo hasta el sector portuario mercantil y entro de a una en los
grandes canales bajo tierra dedicados al desagüe de los silos subterráneas en donde se
aparcaban y lanzaban las poderosas naves espaciales, estando así protegidas en caso
de lluvia de meteoros y facilitando la obtención de la velocidad de escape en el
lanzamiento.

Sí la verdadera Katya, podía tener una doble, había entrado en la Clavicornio no era
para morir en ella, si no para engañarlos a todos y tenerlos hay distraídos en lo que se
marchaba en la Arakis, de seguro que con todo el dinero del cártel en el bosillo. La
única forma de hacerlo sin ser vista era por esos túneles. Quizás presumir que los
conociera era apostar alto pero tratándose de Katya iba a arriesgar.

Al ser simples desagües no tenían seguridad alguna en su salida. Como aprendió al


estudiarlos durante la supuesta primera fuga de Katya intentar entrar en los silos
desde los canales requería de equipo pesado y conocimientos por no hablar del
riesgo, una simple prueba de motores y el intruso acabaría cocido. Por ello que no los
cerraran ni con una valla, convirtiéndose en campamentos de mendigos que se
amontonaban en sus paredes evitando el agua de lluvia exterior y el agua de arroyo
con crecidas interior.

Carlos entró en el enorme cilindro por la gran obertura cuadrada y oscura de su salida
a toda velocidad, como una mosca entrando en un túnel de autovía, con las luces
antiniebla encendidas, deslumbrando a sus habitantes, dejándolos atrás gritando
maldiciones, internándose en la larga oscuridad de su extenso recorrido que pareciese
no terminar nunca, en donde solo se escuchaba el sonido del motor de su vehículo.
No era de extrañar que ese lugar inspirase historias de miedo.

Redujo la velocidad pero aún así se saltó el cruce que unía los las salidas con los
silos, el lugar distorsionaba la sensación de espacio y velocidad. Dio media vuelta
con cuidado de no golpear las paredes, entraba con holgura varios transportes
pesados. A una velocidad lenta el lugar era incluso más sobrecogedor, por alguna
razón primitiva le asaltó la idea de lo terrible que sería encontrarse solo y sin la
protección de su moto en ese basto lugar vacío.
Volvió al cruce y se paró. Alrededor solo había hormigón y agua, la estructura y un
riachuelo tranquilo y silencioso recorriéndolo. Salvo en el frente iluminado por los
faros delanteros, todo en el espectral azul de sus propulsores. Apagó los faros y se
sintió muy solo. Abrió la capota y respiró el aire frío recorriendole la cara, escuchó el
ruido magnificado por el eco de gotitas y vientos, únicos pobladores de aquel hueco.

Siguió escuchando, intento llamar a Mason para que fuera a vigilar la puerta de
embarque de la Arakis, un fallo por su parte no haberlo hecho antes, pero allí no
había cobertura. Se estaba tan solo en ese lugar. Se preguntó si eso sería lo que
sintieron los homínidos que pintasen cuevas cuando su raza apenas sabia encender un
fuego.

Vio esos fuegos en la distancia, fuegos azules sobre los que ahora volaba un vehículo
a toda prisa en su dirección. Una diminuta chispa que se acercaba cada vez más
rápido creciendo en su visión.

Saco del maletero interior la copia de un regalo de navidad de hacía dos años, algo
que aprendió de los bolivianos, un lanzamisiles. Pero no le apuntó a el auto que de
seguro le había visto también, si no al techo, despacio, calculando trayectorias
velocidades y tiempos, que para algo estudiaba ingeniería. No quería destruirlo, ni si
quiera si se trataba de Katya.

Cuando ya se encontraban a una distancia razonable, frenando para no estamparse


contra él y matarse todos juntos, disparó. La oscuridad se lleno de luz y ruido, dos
veces, las dos violentas.

El escombró cayó sobre el auto que no frenó a tiempo de evitarse el desplome, el


aumento de peso lo estrujo contra el suelo, el tren de aterrizaje se desplegó tarde, el
vehículo botó y aterrizo haciendo al metal chirriar a la que bañaba de chispas las
paredes. Las luces azules se apagaron remplazadas por lar rojas de las chispas, así fue
frenando hasta que se quedo quieto como las piedras que los habían forzado a parar.

Carlos giró su moto noventa grados apuntando al desastre que acababa de provocar y
encendió las luces. Alumbrado por la potente blancura de los faros delanteros el único
movimiento que se veía en el túnel era el del polvo. Se acercó y aparcó.

Bajó del vehículo con sus armas habituales más un rifle magnético en las manos,
acercándose al motón de chatarra y cristales rotos que era su victima, a contra luz su
sombra parecía un monstruo enorme.
Dentró del auto averiado cuyas luces moribundas parpadeaban la porosa
gomaespuma amortiguadora que protegía a los ocupantes en caso de accidente
empezaba a convertirse en arena fina. Se echo el rifle al hombro y los ayudo a salir
empezando por el piloto. Indefensos, atrapados y tosiendo, les quitaba las armas,
arrojándolas a la oscuridad según los arrastraba fuera. Le permitieron quedárselo,
incluidos un chip de crédito codificado.

Un muchacho flaco con cara simpática, fina, perilla bien afeitada y ropas de
pandillero pobretón. Un tipo duro trajeado, moreno, con largas patillas y buena nariz
y una mujer preciosa, de larga melena ondulada azabache, ojos de rapaz, labios
gruesos y suave mentón terminado en una graciosa barbilla, increíble morena de
buen pecho y anchas caderas ataviada con pantalones oscuros de marcada raya y
cazadora corta del mismo color con una corbata a rayas rojas y amarillas. A ella la
sentó sobre el capó.

La miro bien, era incluso más bonita que Zenobia, pues su belleza era natural. Sin
duda era ella. –Cuanto tiempo Katya ¿Otra vez te marchabas sin despedirte?

–¿Sabes que es lo bonito de nuestra relación? Que no puedes olvidarte de mi. –dijo
entre toses.

Se acerco y la dijo con malicia. –Cuidado Katya. Eso puede cambiar de un momento
para otro.

–¿Que quieres ahora? ¿Mi dinero solo vale si me lo quitas?

–Sabes bien que solo quiero fastidiarte.

–¿Por qué no maduras y superas lo de Claudia?

–No me deja, adivina quién se ha chivado de esto.

–¿Sabes que no tienes por qué hacerla caso?

–No se lo estoy haciendo, ella te esta robando la Clavicornio, a mi me mueven otros


motivos.

–Vale tipo duro. ¿Como te vas a vengar?

–Se me a ocurrido estando aquí. Te voy a hacer caminar el largo trecho que te queda
hasta la Arakis a pie y sola.

–¿Solo eso?

–Cuando estés a medio camino “solo” tendrá un significado muy diferente para ti.
–¿Me dejarías al menos llevar un arma?

–Da gracias de que te dejo hacerlo con ropa.

–¿Por qué no me matas? Nada te lo impide. –Las toses cesaron.

–No me gusta la idea, te has aprovechado de mi, me has manipulado, me has hecho
daño, mucho, pero no has matado a ningún ser querido mio, en realidad ni he recibido
un puñetazo por ti.

–No, no solo eso. Yo te cubrí cuando no eras más que un pimpollo que intentaba
aparentar ser lo que no era, mantuve tus porcentajes y hasta te protegí cuando querían
sacarte del negocio. –había enfado en su voz.

–Todo eso ya esta pagado.

–¿Y lo de Claudia? Te salve de esa mocosa farsante y avariciosa que tenías por un
ángel y solo te usaba para pagar las facturas.

–Más bien te aprovechaste de su miedo y debilidad para quitármela.

–Miedo puede, a quedarse sin dinero, pero debilidad... ¿Sabes que mató a su padre? –
Leyó en el rostro de Carlos el asco que sentía hacía esa vulgar mentira. –Oh sí, sí que
lo hizo. Su familia había vendido todo para salvarle la vida cuando su empresa le
quito las cromadas entrañas prestadas, él era incapaz de hacer nada por mejorar la
situación, se estaban dejando lo poco que les quedaba en sus medicinas. Lo siguiente
era el coche, luego las clases ¿Te imaginas a la muñequita de porcelana atravesando
la ciudad en metro hasta al academia?¿Todo lo que le podía pasar?¿Recuerdas a que
se dedican las niñas sin formación en esos barrios? Ella si lo hizo. Su padre, un
hombre que no había fallado una ecuación en su vida, de repente no sabía diferenciar
los colores de unas píldoras.

–Se suicidó.

–¡Mentira! Ese hombre no tenía valor ni para responder un insulto, mucho menos
para suicidarse. De haber querido salvar a su familia así lo habría hecho antes de
perder la casa y los ahorros en implantes de repuesto.

Carlos la dio un guantazo y el veneno dejo de fluir. –Pero en vez de contarme eso la
hicistes aquella oferta endemoniada.

Se le encaró –¿¡Me hubieras creído!? ¡Ni si quiera puedes creerme ahora!


–Eres una serpiente venenosa. Intentas disfrazar de favor una malicia que realizastes
por simple despecho. porque rechacé convertirme en otro de tus sacrificables perritos
falderos.

–Tenía grandes planes para nosotros. Lo que hice con María. Robar a esos
desgraciados asquerosos y vivir una eternidad emancipados de esta locura, de esta
prisión ¡Aún estamos a tiempo!

–Ya. Como todos esos que han muerto siguiéndote. ¿Cuantos van Katya? ¿Cuantos
han muerto por tu amor o tu dinero? –Carlos disparó a los pies del espectador de la
perilla, el cual llevaba un rato desplazándose lentamente hacia a fuera del angulo de
visión del asaltante. Katya se encogió creyendo que iba para ella, al eco resonó en la
distancia. Luego el silencio.

Katya retomó el dialogo. –En estas picadoras de carne humana que llamamos
ciudades la gente muere devorándose los unos a los otros. No soy diferente Carlos,
solo más astuta. Yo no he inventado las reglas, solo juego mejor. Al igual que tú.

–Como dije, ahora vas a expandir tu comprensión de la palabra sola. Empezad a


andar.

Carlos les hizo andar en fila india en dirección hacía el cruce por donde el había
venido. El trajeado intentó subirse a la moto para huir en ella, Carlos ni se molestó en
impedírselo, el vehículo no le respondió y murió de un tiro en la cabeza que en aquel
abismo sonó a sentencia, cayendo fuera de ella. Al menos eso hizo callar a Katya, que
no paraba de repetir su oferta de alianza de todas las maneras que podía en su
situación.

Una vez en el cruce, Carlos envió al joven pandillero en la dirección de la entrada que
daba a la ciudad, por donde Carlos entró, y a Katya en dirección a la Arakis,
kilómetros y kilómetros de vacía oscuridad. Empujados por la promesa de que si los
veía pararse o volver los mataría sin piedad.

En cuanto hubieron alcanzado una buena distancia Carlos aterrizó y limpio la sangre
de su moto. Volvió a dentro y esperó. Con el vehículo apagado, dejando sin ninguna
referencia a los caminantes salvo la dirección de la fría pared. Él al menos tenía la luz
interior del vehículo. Sin datos ni conexión no pudo hacer otra cosa que pensar.

Al rato volvió hasta el lugar del aterrizaje de emergencia. El coche tenía le maletero
delantero abierto, al igual que las maletas de Katya que contenía. Carlos descendió y
se bajo del vehículo.

–Solo tienes un sitio donde esconderte y ninguna de las armas que os quite era muy
buena.
Carlos avanzó hacía el auto, llegado a él se subió encima, continuando el trayecto sin
perder de vista la trasera ni los flancos. Admirando el valor de haber vuelto y rodeado
en silencio su posición para volver a por el dinero escondido en las maletas.

Katya salió de repente, cuando se quedó sin espacio, con la pistola que le quitase al
trajeado en las manos. No podía igualar la velocidad de alguien que ya apuntaba en
su dirección y recibió un disparo en el hombro que la tiró al suelo y la desarmó.
Gritaba y gemía por el dolor.

Carlos se dejo caer del auto y se acuclilló a su lado apoyando el rifle en su hombro.

–Que pasa contigo. Llevabas un chip en el bolso ¿No bastaba con eso?

–Todo el dinero mio, me pertenece, me lo he ganado. Es mi crédito. –decía apretando


los dientes.

–¿Desde cuando tenemos lo que nos merecemos?

–Nunca, solo luchamos por lo que nos conviene.

–Te convenía más vivir.

–¿Una vida de mierda? ¿Volver a aguantar con las piernas abiertas a que un cerdo
termine de ensuciarme? ¿Tener que darle las gracias por un dinero que él no se
merece y yo sí? ¿Arrastrarme y suplicar por una oportunidad? ¿Trabajar duro para
demostrar lo que valgo y que nadie me lo reconozca? ¿Ver como otros ascienden por
encima mía solo por pertenecer a la familia, o tener un potencial rabo, aunque fuesen
unos inútiles, Aunque no supiesen lo que es sufrir ni se hubieran sacrificado por la
causa ni una sola noche?

–¿Te das cuenta de que te has convertido en lo que más odias?

–¡Sí! ¡Y lo hice a propósito! ¡Para que dejaran de pisárme! ¡Es lo que hacemos todos
joder! Tú incluido.

Carlos se la quedo mirando.

–¿Que mierda miras? ¡Mátame o ayudame! –No era una orden, si no una súplica.

Carlos la ayudo a levantarse.

–¿Me vas a ayudar?


–Me has pillado de buenas. Hacía un montón de tiempo que quería probar el
lanzamisiles. Pero vas a hacer una serie de cosas por mi, de primeras desbloquear uno
de esos chips llenos de dinero, luego, de camino a la Arakis, me vas a contar todo lo
que sepas de los Lupo.

–Me ayudas porque sabes que tú y yo somos iguales.

–¡No lo somos! Tú me habrías matado sin miramientos, así que mejor no sigas por
ese camino, no vaya a ser que me convenzas.

–¿Por qué no te quedas todo el dinero?

–Porque eso... No es de tú incumbencia.

La dio un calmante para que dejara de agonizar y la puso un parche para frenar la
hemorragia. Se la llevó a la Arakis como buenamente pudo en un vehículo
monoplaza.

Seguramente por miedo a estropearlo Katya dejo de insistir en ciertos temas y se


limitó a contar la historia de los Lupo. Una familia poderosa caída en desgracia, que
consiguió detener su vertiginoso descenso a la miseria convirtiéndose en un proyecto
de control del narcotráfico para la preocupada oligarquía corporativa. Estos temían
que emergiesen nuevas familias con poder como para competir en su mundo desde el
mercado de a droga dedicada al ocio que no controlaban. Como la ilegalidad no era
suficiente ni rentable decidieron cambiar el dueño de la producción antes de cambiar
su estado a legal para así apropiarse del mercado. Una opa hostil que no funcionaba
porque los dueños de ese mercado ya eran tan poderosos como los oligarcas temían
que se convirtiesen. Los Lupo eran conscientes de ello pero debían mantener su
cruzada pues sin ella su existencia no tenía sentido y serían eliminados. Como la iban
a culpar a ella, una agente comprada, del fracaso, les traicionó primero dejando que
las otras familias ganaran y robándoles a al vez.

–Si eso es así. Los lupo tendrán presencia en muchos planteas y te perseguirán.

–No si creen que estoy muerta.

–Simularás tu muerte.

–Esta todo preparado.

–¿Cuantos morirán para que ese plan funcione?

–Los que hagan falta.

Tras un corto silencio ella preguntó –¿Por qué te preocupa cuentos mueran?
–Sí me preocupase te habría tirado de la moto y ahora serías un guiñapo en el canal.

–Te creo capaz. La realidad es que no importa cuanta gente sufre o muere, si no quién
lo hace. Podrían morir un millón de personas a nuestro alrededor y la única
aportación de los supervivientes serían trilladas frases de pena y espanto: Eso es
injusto, que cruel, que detengan esa guerra, abuso, calamidad, lo que sea. Pero como
toquen a alguien que te importe, a ti mismo, entonces si arrasarías con lo que hiciese
falta. Por eso, la gente como nosotros, los arrojados sin escrúpulos, siempre ganamos.

–Y por eso le mundo es una mierda.

–Tenemos lo que nos procuramos.

–Si eso fuera así tú y yo deberíamos estar muertos.

–No. Nos hemos ganado vivir, nos lo hemos ganado a pulso, solo que en el mundo de
mierda que nos ha tocado.

–¿Nunca has pensado en arreglarlo?

Carlos nunca había visto a Katya reír tanto.

La dejo en el punto acordado, donde la esperaban la tripulación del Arakis, los cuales
enseguida se pusieron a sanar a su cliente, la mujer que ya tenía, quizás, planeadas
sus muertes.

Con un buen dineral en la mano. Carlos volvió a su casa. En las noticias un nuevo
episodio de violencia sacudía la ciudad. Un violento enfrentamiento apaciguado por
las tropas de Belltower en el espaciopuerto diez acababa con la vida de unos
peligrosos narcotraficantes incluida su líder Katya González. Incluso había un
cadáver a la vista que si no fuera porque la abatieron una hora antes de que la dejara
en los túneles bajo el silo de la Arakis se habría creído que era ella. Había varios
detenidos. Al mirar por internet Claudia estaba entre ellos.

No se paso a verla, no tenía sentido alguno hacerlo. Solo podían compartir palabras
hirientes que ya conocían sobre un pasado que era mejor olvidar. Además los presos
no tenían derecho a más intimidad que las reuniones con su abogado.
Del cielo al infierno.

Zenobia le ayudó a blanquear todo el dinero, pasándolo como suyo en aduanas e


ingresándolo a nombre de Carlos en una sucursal del terrario como ganancias
obtenidas en un casino local en el que debieron dejarse su dinero como
agradecimiento por la firma. Algo que ella disfrutó. Era bastante, suficiente para
pagarse otras dos carreras sin tener que trabajar un solo día.

Como no. ella insistió en conocer el origen de ese dinero. Comenzando a discutir
apenas llegar al bonito bungalow de bambú, cáñamo y paja, de tono marrón suave
enrojecido por el ocaso que se filtraba a través de las finas cortinas, con muebles en
imitación de madera de deriva tallada, natural y artístico, suave y calmado, de estilo
isleño.

–No te lo tomes como una falta de desconfianza, entiéndelo como lo que es, una
forma de protegerte. Zen de veras que no te conviene meterte en esos líos.

–¿Te crees que los “líos” me asustan? Las cosas que no conoces son mucho más
peligrosas que las que sí, ya que te pillan por sorpresa. No quiero verme un día
envuelta en un tiroteo por eso y ni saber porqué vuelan las balas. –Estaba alterada,
para ser una mujer repleta de secretos odiaba que la ocultasen cosas.

–Ese tema a quedado zanjado, no tienes de que preocuparte. –Carlos intentaba ser
comprensivo, convencerla.

–Nada se acaba nunca, siempre quedan retazos desde donde alguien puede tirar y
poner al día el problema. Por esa cantidad de dinero de seguro que alguien lo hace.

–Que dilema. Quieres que confíe en ti y que te lo cuente pero tú no quieres confiar en
mi y dejarlo estar.

–Al menos reconoces que no confías en mi. Soy una muñequita rica tonta que solo
sirve para pagar.

Carlos la cogió del los hombros y clavo sus ojos ambar en los azules de ella. –Yo no
he dicho eso. Zen hay personas que no dudarían en matar por obtener esa información
o por destruirla, incluso a ti.

Se puso cariñosa y acarició su rostro a la que se acercaba. –No les tengo ningún
miedo. –Iba a besarlo pero se detuvo, dejo de fingir y volvió a su posición original,
reflexiono un par de segundos antes de hablar –Quiero saberlo, quiero conocer tus
aventuras secretas.

–¿Por morbo?
–Y porque me interesan.

Carlos la dio un beso con un toque de consentimiento y se fue a preparar unas copas.
Ella recogió las maletas que había tirado sin consideración por la entrada.

–¿Vistes las noticias sobre el megaedificio ese en guerra?

–Sí.

–Lo que decía el reportero, amigo mio, sobre guerra de bandas es cierto. Lo que
pocos saben es que la líder muerta en el Escobar era una doble. –La entregó una
bebida y se sentó en el sofá de mimbré del comedor, ella no tardó en copiarle,
descalzándose y poniendo sus piernas sobre él.

–¿Te contrató para que la rescataras? –Conseguía mantener la mayor parte de la


curiosidad escondida tras una frialdad impropia de su rostro público.

–No. Esa mujer y yo teníamos deudas que saldar, así que aproveche la ocasión y me
inmiscuí en sus planes. Esos créditos son el resultado de esas cuentas.

–¿La chantajeástes?

–Tampoco, la robe, o ese era el plan. Al final decidió pagarme.

–¿De que os conocíais?

–Trabaje para ella un par de veces.

–¿No te pagó?

–Si que lo hizo, lo malo es que me puteo bastante antes de separarnos.

–¿Fuisteis pareja?

–No, fuimos socios. Por suerte para mi, sus novios tienden a sufrir “accidentes”.

–¿Entonces como te “puteo”?

Carlos resopló como si tuviese una de esas finas ramitas del sofá clavándosele en el
costillar. –Una vez la rechace, no le gustó, así que se aseguro de que la relación que
tenía con mi novia de aquel entonces se fuera a pique.

–¿Como era esa novia?


–Creo que esa pregunta esta de más viniendo de ti. –Ella no había dejado de citarse
con otros hombres los días de diario durante todo ese tiempo de extraña relación. A
Zen no le gusto el comentario, arrugó la nariz y recogió las piernas.

–Así que te pagó lo suficiente como para que la perdonaras destruir una bonita
relación de amor.

–No. En realidad tampoco hizo eso. Me demostró que mi pareja no era lo que yo
creía, solo que lo hizo de la forma más dolorosa posible para mi.

–¿Por qué no matástes a esa zorra y te quedástes con todo su crédito?

–Porque si no hay esperanza para ella tampoco la hay para mi. Los dos somos escoria
trepando fuera del agujero con sangre en las manos. Además, ese dinero esta siendo
perseguido por gente cruel, mejor que la persigan a ella.

–Eres un romántico Carlos.

–Tú también.

–Yo no.

–Que haces aquí conmigo si no.

–Follas bien.

–¿Te hace estrenar la cama?

Estrenaron muchas cosas. Entre ellas el mar, la playa, las olas, la arena, el sol. Quedo
embargado por esa belleza y todas las sensaciones que le transmitía. Algo que solo
había sentido en neurojuegos que no alcanzaban a representar con fidelidad la
armonía de esa maravilla de entorno. Zenobia se rió de su inocencia y le guió por ese
paraíso, disfrutando juntos de su encanto.

Carlos quedo marcado por esas vacaciones, enamorado de su paz, de la tranquilidad


con la que hacían todo, dejando escapar el tiempo. Horas bajo el sol sin pensar en
nada, tardar una eternidad en levantarse de la cama, acariciándose con suavidad entre
las sábanas, medio dormidos, sin llegar a nada. La ausencia de los olores
empalagosos y los ruidos estridentes de la gran ciudad, solo el rítmico vaivén de las
olas y el ocasional trino de un ave. Un mundo sin preocupaciones.

Jugaron en el mar, superó su miedo a la oscura profundidad del mar haciendo


submarinismo, descubrió animales, peces, insectos y pájaros que jamás creyó que
vería sin tener al menos una vitrina de por medio. También sabores de platos
exóticos y frutas raras, como la piña, el coco, maracuyá, lulo, etc.
La vuelta de vacaciones fue algo triste. Se sintió como aquella mítica figura, Lucifer,
siendo expulsado del paraíso por un dios inmisericorde. Entendiendo en parte el
motivo de que empujaba a los que habían probado a vivir en ese mundo a hacer lo
que fuera por volver.

Por eso cuando descubrió que Claudia seguía estudiando su carrera de económicas,
por lo visto su pareja la ayudó a salir impune del asunto del espaciopuerto comercial
número diez en el que se vio envuelta por casualidad, se preguntó hasta que punto
debía estar aterrada cuando la arrojaron al infierno de bloques, violencia, mugre, pena
y dolor que eran los barrios bajos como para hacer todo lo que hizo.

Mason y los noticiarios le pusieron al día. Durante su ausencia los de Belltower se


hicieron a la fuerza con todas las propiedades de los Hermanos Bolivar, de las que
ahora era dueña una nueva empresa, cultivos Martinez. Sin embargo los campos
quedaron arruinados y para los nuevos propietarios sería imposible continuar con el
negocio por un tiempo. El megaedifcio se baño en sangre, las policía se había tirado
un mes retirando cuerpos. Las investigaciones continuaban a pesar de no se dirigirsen
a ninguna parte. Los culpables oficiales, miembros de las pandilla latinas, o estaban
muertos o desparecidos.

Cuando se reunió con Oscar prefirió no contarle que dejo a Katya escapar, se quedó
en que la robó. Aunque con Teresita más mayor, menos dependiente, estaba más
relajado, solo faltaba que le dijera eso para que lo tirase por la ventana. Era imposible
hablar con él sin que criticase su estupidez al echarse otra novia corpo.

Por si fuera poco a al mes de empezar las clases tocó lluvia de meteoros. Era normal
que de vez en cuando cayera alguno, El gobierno avisaba con semanas o meses de
antelación para que todos estuviesen sobre aviso, por lo general eran hasta bonitos.
La gente subía a azoteas y terrazas a ver como las torretas de defensa los
volatilizaban, igual que fuegos artificiales. Exceptuando cuando tocaba tormenta. Si
eran muchos o grandes la cosa cambiaba de forma radical, La posibilidad de que
alguno te cayera encima o de quedarse atrapado en un incendio provocados por estos
era alta si te pillaba en la calle, en casa dependía de donde vivieses. Los ricos se
marchaban a sus búnkeres privados en los montes, la gente menos afortunada se
apresuraba a comprar su plaza en los públicos. Al resto le tocaba prepararse y probar
suerte.

Carlos pasó de pasarse el día encerrado con un montón de gente aterrada. El garaje
era sólido, pensado para soportar accidentes de tráfico, así que optó por prepararse.
Un colchón inchable, muchos extintores, de mano y para los drones, unto litros de
gomaespuma ignífuga en las cristaleras, metió dentro las plantas y se aseguro de que
no le faltase comida y bebida. Mason le hecho una mano, se quedaría a pasar allí la
noche.
Zenobia le invitó a pasar el día en el refugio familiar, privilegios de guardaespaldas
personales, pero Carlos lo rechazó para evitarse broncas con el señor Westwood.
Además no era raro que los cacos aprovechasen el evento para robar en casas como la
suya.

Oscar y su familia también se quedaban en su casa, su vivienda estaba a una altura


intermedia y en contra de la dirección de los impáctos.

Siempre que había una tormenta de meteros se creaba cierta expectación en el


ambiente. El trajín de la gente era considerable hasta una hora antes, momento en que
todo se apagaba y las personas miraban temerosas a un cielo que no revelaba nada. El
silencio se hacía palpable, sin autos en el aire, con las pantallas de los anuncios
apagadas, como si el yermo recuperase su territorio silbando como un fantasma entre
los edificios. Luego caían las pesadas persianas de los cierres antitormenta y la
ciudad se convertía en un cementerio de altísimas lápidas. Solo las largas lineas de
luz de los ascensores externos permanecían apuntando al cielo recordando al mundo
que los humanos seguían hay.

Por lo general todo acababa en un día aburrido encerrado en casa, vacaciones


forzadas para unos, teletrabajo para otros. Los bomberos y la policía se daban una
paliza a trabajar, apagando focos aquí y allá, acordonado zonas dañadas para que
algún idiota no tropezase. Buscando a los ladrones que aprovecharon la oportunidad.

En el caso de Carlos hubo consenso entre profesores y alumnos de tomarse el día


libre. Para cuando empezó el evento se encontraba con Mason en el sofá, cervezas en
mano viendo el evento en la pantalla grande protegidos por las persianas. Apostando
en broma por el número de robos de esa vez. Las imágenes satélitales eran menos
impresionantes de lo que a las cadenas les gustaría pero no dejaba de ser interesante.
Los primeros impactos en tierra, en zona despoblada, parecían un bombardeo, por lo
general solo eran una lluvia de cenizas candentes con ocasionales pedradas dispersas.
No tenía porqué significar nada, a veces empezaba fuerte y luego era chiste.

Al vivir cerca del distrito portuario mercantil, donde por seguridad aérea había más
cañones, podían escuchar a los cañones de riel disparar, a los de ese tamaño no se les
escuchaba cargar, solo la explosión del disparo amortiguada por las paredes.
Disparaban bastante de seguido, lo cual tampoco era buena señal.

Los cañones seguían disparando cuando se consiguieron las primeras grabaciones


atmosféricas de los drones desechables. Una auténtica lluvia ígnea en dispersión
saliendo de entre la linea de nubarrones cerniéndose sobre la ciudad, explotando a lo
largo de su recorrido como una traca en la parte de la la tormenta de fuego y humo
que le tocaba chocar contra la urbe.
Mason y Carlos agarraron suministros y descendieron al garaje apagando todo por
encima de el salvo los drones a los que ordeno activarse con protocolos contra
incendios. Se sentaron en el colchón inchable y encendieron el portátil para
mantenerse informados. Cuando Carlos bajaba por el las explosiones aéreas de los
proyectiles de los cañones chocando contra los meteoros ya se escuchaban
acercándose.

Al igual que una lluvia de agua empezó con unas pocas gotas, como alguien llamando
a la persiana, enseguida creció, como si enfadado por no ser recibido sacase una
ametralladora y fusilara la casa. Interrumpido a veces por un golpe poderoso que
hacía temblar toda la persiana. En las paredes sonaba mas sordo e inofensivo salvo
cuando daba uno gordo intentando tirar el muro abajo.

Las imágenes que recibían por internet no eran nada halagüeñas, de los drones del
yermo solo quedaban los de el lado opuesto a la dirección de la tormenta que engullía
la ciudad barriéndola de sur a norte, haciéndola desaparecer tras su cortina de humo
en donde destellaban luces rojas. El locutor se atropellaba hablando, emocionado y
asustado, entre palabras de asombro informaba que las torres del sur habían quedado
inoperativas y sus operarios se habían guarecido en los búnkeres subterráneos, las del
este estaban teniendo más suerte, las del oeste, incapaces de dar a basto habían
abandonado la protección del campus universitario para defender la ciudad. Las del
norte no podían disparar sin dar a los rascacielos por lo que se limitaban a reducir en
lo posible lo que podían antes de tenerla encima.

En la casa de Carlos podían escuchar romperse las cristaleras, en pie solo gracias al la
goma, ahora serían como cortinas de tela muy almidonada. Los primeros focos de
fuego aparecieron en la plantas altas pero fueron apagados de inmediato por los
drones. Ambos hombres se quedaron con extintores en las manos mirándose el uno al
otro con esa expresión en la cara de confirmación en su nefasta situación a la que
escuchaban los golpes en las paredes y al locutor.

Cuando la ola llegó al distrito corporativo los misiles anti desembarco de los grandes
rascacielos fueron desplegados, montones de pequeñitas estelas blancas contra
enormes negras. Les rodeó de pequeños haces de luz que no pudieron impedir que
cayeran en la oscuridad. Los cañones del puerto público empezaron a disparar en la
vertical en cuando los primeros meteoros alcanzaron esa longitud geográfica, al
principio muy eficaces, luego tan desbordados como el resto.

Al rato la ciudad había desaparecido. Cámaras de edificios que la suerte había


decidido mantener en pie mostraban imágenes de una ciudad bajo un intenso fuego
enemigo. Los granes edificios se mantenían en pie, soportando el azote como colosos
inmunes, hasta que una piedra grande golpeaba y los espectadores se quedaba
preguntando si lo tiraría abajo, en el sur se podían ver la constante luz de los
incendios y las columnas de humo negro crecientes sobre ellos.
Entonces una piedra gorda golpeo con tal fuerza que hizo temblar el piso y que las
luces parpadeasen. Ellos se pusieron de pie de un respingo, asustados, con los
extintores bien aferrados en sus manos como si sus vidas dependieran de ellos. No les
había dado a su refugio, puede que ni en su planta, pero cerca. El golpeteo les
impedía escuchar nada más, los drones no veían daños serios en la casa. Por ahora sus
perdidas se medían en muebles.

Con el tiempo se relajaron, acostumbrándose al ruido, que por aterrador que fuese no
significaba un riesgo inmediato para sus vidas. Llevaban así un rato y no habían
sufrido daño alguno. El piso de Carlos miraba a los espacio puertos por lo que el
tormento les pillaba de refilón, lo peor se lo estaba llevando la cara sur del edificio y
arriba quedaban tres plantas dedicadas a los servicios, ingenierías y aparcamiento,
que sería lo que peor estaría quedando. Sin embargo un incendio en cualquier planta
interior y su supervivencia dependería de la duración del bombardeo y la premura de
los bomberos.

Cuando toco ir al baño Carlos pudo ver de primera mano el alcance de los daños. Iba
a gastarse un dineral en minucias pero se daría por afortunado si terminaba así. Una
de los Flamboyán. Estaba en el suelo, con el tiesto roto y el tallo rociado de polvo del
extintor, Ya lo trasplantaría luego, el cerezo aguantaba estoico en medio.

A la vuelta llamo a Oscar, Teresita estaba aterrada y lloraba desconsolada pero por lo
demás estaban bien. Hicieron una llamada por videoconferencia con el portátil para
intentar distraer a la chiquilla, los padres ya no sabían ni que hacer, no había manera,
tampoco la alivió. A él le llamo Zenobia. Hablaron un rato, le contó como iba la cosa
por allí, en su búnker a cientos de kilómetros bajo la superficie ni se notaba. Le dio
ánimos.

McKenzie estaba en el búnker de su empresa, trabajando en la noticia, Kylikki se


encontraba igual que ellos y Jiho no respondía.

Alrededor de séis horas después la tormenta cesó. Mason y Carlos salieron de su


escondite y se dispusieron a arreglar el estropicio con la voz del locutor explicando
desgracias de fondo. Carlos envió un dron por remoto al exterior y busco donde se
había dado el impacto fuerte contra su edificio. Había sido dos plantas más abajo en
el lado sur. La persiana se había hundido hacía el interior de la vivienda. Envió al
resto de sus drones a apagar el fuego que otros se esforzaban por contener desde
dentro, agotando los extintores. Dejó a Mason al cuidado de la casa y el bajo allí con
un extintor de mano uniéndose al esfuerzo de los vecinos de apagar un fuego que ya
tenían casi anulado.
Se trataba de una familia de dos madres y un un niño, una de ellas había sufrido
cortes superficiales por los cristales de la ventana, otro vecino que parecía saber lo
que hacía la estaba tratando. La familia Aguilera y el doctor veterinario Francisco, se
calmaron hablando un buen rato. El doctor, un hombre largo de cabeza afeitada con
expresión de atención permanente, poco amigo de las palabras, trabajaba
manteniendo sanas a las vacas de unas ganaderías del extrarradio y fue el primero en
marcharse previendo que en breve tendría que irse de urgencia a tratar sus clientas.

Clarise, rubia de ojos claros en cara encuadrada era diseñadora gráfica empleada en
una empresa publicitaria y Begoña, morena de pequeño rostro orondo con aires de
inocencia infantil era bajista a la caza de una oportunidad, el joven Bastian, de unos
once años, moreno de piel y pelo, con grandes pestañas y pómulos decidió ir a salvar
lo que pudiese de su cuarto. Dos mujeres majas con un buen dispendio por delante.

Eso le recordó que tenía que hacer fotos para el seguro, volvió a su casa y se puso a
ello y a seguir recogiendo. Se realizaron otro montón de llamadas mientras se
dedicaba a adecentar su vivienda. El oportunista de Jiho se encontraba bien, había
aprovechado para asaltar algunos servidores de hay que no pudiera atenderle. Teresita
ya se encontraba mejor, revuelta y apenada, pero sin tanto padecimiento. Zenobia y
su familia no volverían hasta que la mansión se encontrase adecuada para habitarla.
Kylikki estaba buscándose una nueva casa de alquiler, al volver del búnker público
había encontrado la suya destrozada.

Cuando se pudo circular de nuevo Carlos llevó a Mason a su casa. La ciudad era un
desastre sucio y maltratado, cráteres en paredes y suelos, enormes paneles
publicitarios como espejos rotos, vehículos agujereados, unos pocos se habían caído
creando una linea de destrucción en su descenso, había una buena cantidad de autos
reventados contra el suelo como frutas maduras, con el combustible derramándose,
algunos en llamas, también había focos en muchos hogares y oficinas. En los sectores
industriales, al fondo se veían grandes incendios rodeados de los camiones rojos de
los bomberos cuyas humaredas ascendían como la de volcanes.

Era imposible avanzar sin encontrarse con equipos de emergencias, sus potentes luces
parpadeaban en todas las calles y las sirenas se escuchaban en cualquier dirección.
Ambulancias y policías mantenían carreras por toda la ciudad. Abajo en las calles, allí
donde un meteoro había abierto una brecha en una tienda había gente robando.

En los megaedificios, dada su enorme superficie, los daños se notaban más aunque
fueran menores dada su robustez, se les notaba acribillados a pesar de su tono gris y
de forma ocasional se podía ver agujeros como de bala en sus paredes. En el sur,
donde estaban los distritos más pobres era aún peor, los incendios se propagaban y la
gente no podía si no salir a las calles a contemplar como sus hogares ardían, entre
ellos el de Mason, el edificio entero, un bloque de viviendas simple de unas once
plantas era una cerilla negra consumándose hacía el techo.
–¿Me puedo quedar a dormir en tu casa? –dijo con un triste tono conformista.

–Sí.

–Gracias tío. Dejame en el centro.

–¿Te vas a dedicar a lo que me imagino?

–Tendré que conseguir dinero de alguna forma.

–Que no te pillen entrando con eso en mi portal.

–Ni se lo olerán colega, te lo aseguro.

A la noche no aparecía. Le llamó y no respondía. A las tres de la mañana fue Mason


el que le llamó. Los maderos le había trincado.
Recuerdos dolorosos

A Carlos le costó levantarse de la cama, había sido un día de mierda y ahora tocaba
una noche de mierda. Fue a la comisaría en donde retenían a Mason. Estaba a
reventar de gente montando escándalo, los detenidos se contarían por cientos. Todos
ellos gente pobre y débil, con claros signos de adicción a las drogas, un prostituto a la
espera de ser procesado intento hacer negocio con él allí mismo, esposas incluidas.

Como no la atención de la saturada policía dejaba que desear y le toco esperar una
hora a que el encargado de las detenciones le recibiese. Le cambió un montón de
papeleo por unos billetes y Mason salió de allí como si nunca hubiese entrado. Se lo
llevo a la casa escuchando juramentos de devolución sin garantías por el camino.

A Oscar le habían robado en la tienda, como solía suceder con las estafas de los
seguros le cubrían solo una parte de las perdidas. Se paso una temporada farfullando
maldiciones, como hombre de familia ya no era tan despreocupado como antes y no
le gustaba no poder salir a la caza del cabrón que le había jodido para darle su
merecido.

Los días siguientes se los paso arreglando la casa. Apresurándose a comprar repuestos
antes de que los precios subiesen. Mason se quedo a dormir allí pero se veían poco, él
salia temprano a buscar oportunidades de empleo, con tantas cosas que reparar o
reconstruir lo mismo encontraba algo que hacer. Por la noche volvía sin trabajo, había
miles como él, su número se había acrecentado por los despidos de los negocios
destruidos. Solía traer con él algún cacharro que se había encontrado por hay,
preguntándose si algún amigo que tuviera Carlos en la universidad le pudiese hacer
falta.

A Carlos la broma no le hacía gracia, no iba a arriesgar su matrícula por un negocio


cutre de venta de objetos robados. Por lo que Mason se las tuvo que apañar. Ese no
fue el único problema en lo referente a Mason, con él allí no podía llevarse a Zenobia
a jugar, lo que a la insaciable clienta no le hacía ninguna gracia. Encima este cada vez
se apalancaba más.

Carlos fue a visitar cierta tienda de asqueroso ramen precocinado en el turno de


noche. Allí seguía la misma mujer que hace dos años encontrase por casualidad.

–Buenas noches.

–Buenas noches ¿Que va tomar?

–Póngame lo mejor que tenga y una cerveza por favor.

Ella se puso a trabajar.


–¿Menuda semana he? ¿Que tal le fue durante la maldita tormenta? –Fue como pedir
un reporte pormenorizado de la semana en el que se incluían los sufrimientos
personales de índole médica. Carlos se limitó a escuchar, no hacía falta darla coba.
Con responder a alguna pregunta ocasional lanzada para disimular el monólogo valía.

–¿Y a usted que tal le fue? –A punto de terminar va y se acuerda de que él también
vivía en esa ciudad.

–No me quejo, podría haber sido mucho peor. Un amigo por ejemplo a perdido la
casa en un incendio y ahora se me quedado a vivir en la habitación de invitados.

–Pobre, a mi se me prendió fuego la casa una vez, me costó encontrar otro alquiler.

–Él no tiene trabajo. Hace lo que puede, pero no le sale.

–Suerte tiene de tenerlo a usted ¿No le cobra? –A él le cobraba por vivir en su casa,
para madurar decía, luego ella lo malgastaba en caprichos.

–No tiene con que pagarme.

–Pues no le deje que se acomode. Que si no se vuelve un vago.

–¿Y que hago? Si le echo a la calle se convertirá en un mendigo, esa gente no vive
mucho.

–No es su responsabilidad. Ni que fuera su hijo.

–¿No sabrá de un lugar donde busquen gente para trabajar?

–¿Si lo supiera iba a estar yo aquí?

–No importa si es un trabajo duro, es de hombros anchos y espalda fuerte.

Le contó un par de sitios, trabajos normales, noticias pasadas. –Si no le cogen échelo
o cambiará a un amigo por un parásito.

–¿Si usted tuviese un ser querido con créditos de sobra, no le gustaría que la ayudase?

–Claro, como todo le mundo.

–Pero si es usted la que tiene esos créditos, no lo ayudaría.

–¿Acaso es rico? Si es así a mi me vendría bien un millón o dos. –dijo con tono de
burla.
–No, solo filosofaba.

Eso lo entendió como una invitación a especular. Se paso un rato repartiendo dinero
en su cabeza. Una aburrida canción que la había escuchado demasiadas veces, en ella
repartía créditos por medio árbol genealógico y a él siempre le tocaba lo que ella
quería que tuviese, nunca dinero, no fuese a gastárselo en lo que quisiera él, como si
fuese tonto y necesitase que decidieran por él, su hijo siempre de menos. Esa parte
había cambiado, ya no había hijo, ni lo volvería a haber. Le corto la cantinela y se
fue.

No quería dejar a Mason en la estacada, pero tampoco podía mantenerlo por siempre
en su casa. Tenía que conseguirle un empleo. Se acordó de que Javi le debía un favor
y se lo cobró. Al mes ya estaba fuera. Incluso algo de tiempo después le entregó un
dinero por la ayuda, como no se lo aceptó le regalo una caja de buena maría.

Por una temporada cada vez que un cañón disparaba la gente que lo escuchaba se
estremecía, tardaron un tiempo todos en recordar que eso era lo normal antes de que
les lapidasen. En aquel planeta de vez en cuando tocaba cañonazo, los meteoros eran
comunes a la falta de lunas que hicieran de escudos. Pero tenían un campo magnético
maravilloso, el cáncer de piel era tan raro como el cariño sincero.

La universidad seguía funcionando a pesar de quedar agujereada, maltrecha y


chamuscada, el terrario era una explanada al aire libre con tiendas de campaña
transparente protegiendo las plantas supervivientes del duro clima. Al señor Ortega le
habían apedreado pero él seguía allí, defendiendo la posición.

Tocaba caminar entre escombros, por lo demás era lo mismo, la universidad tenía
atrios como para impartir sin conexión y esta seguía funcionando, por lo que el diez
por ciento de asistentes físicos no notaron diferencia.

Se encontraba Carlos en una de sus clases cuando una tras otras las motos fueron
desconectadas del control remoto. Se disculpo con el profesor y salió de la clase
virtual a la carrera directo a la que le quedaba en el aparcamiento de la facultad, la
Yamakawa. En seguida llamó a Oscar para que le apoyase en su recuperación.
Al legar a su casa se encontró la cerradura reventada y la seguridad apagada, le
faltaban las dos motos que guardaba en el garaje el resto no lo habían tocado, sabían a
por lo que iban. Activo los drones en modo de defensa y avisó al conserje, que puso
un hombre a vigilar la puerta y revisó las cámaras de seguridad hallando a tres
ladrones, dos hombres y una mujer, los tres con con pasamontañas, frustrándose un
rato largo contra su puerta. Por el momento no contacto con la policía. Llegado Oscar
se fueron a los barrios donde había la mayor cantidad de talleres clandestinos, en el
desolado sur, donde los edificios en obras se mezclaban con los cascarones negros y
los solares vacíos que había dejado la tormenta. Una vez llegados al distrito once
Carlos activó los drones guardados en el maletero de la KTM, que le dieron su
ubicación y fueron hacía allí. Les llevaron hasta un taller al raso, comercio de edificio
único en el lateral oeste del distrito catorce, a las afueras. Uno de esos lugares que
Carlos conocía bien por dedicarse al tuning.

Una vez paradas las motos Carlos se puso en piloto automático tras Oscar y pilotó un
dron, abriendo desde dentro la capota del maletero lo justo para poder observar. Tres
sujetos jóvenes, dos hombres y una mujer discutían con Jaimito “el raudo”, no se le
veía la cara por el tatuaje pero tampoco era necesario. Moreno, bajito, guapete a pesar
de sus esfuerzos por afearse con tatuajes y peircings cutres, dueño del taller que
pretendía ser famoso por instalar los mejores turbos de la ciudad, que ni lo conseguía
ni hacía ascos a un buen negocio, menos entonces, con la mitad de los autos de la
ciudad en el desguace.

Uno de los hombre de Jaimito se percató del movimiento en el maletero y al abrirlo


Carlos desplegó en bandada ambos drones y fotografió todas las caras que pudo antes
de esconderlos en la azotea en un par de revolotéos rápidos, Claudia y dos
universitarios, un bonito rubio oriental de ojos verdes enfadado que le sonaba de algo
y un informático de buenas facciones y ojos azules vestido con prendas de calle de
temática de neurojuego, una especie de reivindicación que le quedaba como perfumar
con colonia de mujer barata un jamón serrano de diez mil créditos. Niños corpos
todos ellos.

En cuanto se dio el brusco movimiento los hombres de Jaime desenfundaron las


armas y la negociación acabó, no escuchó disparos.

Sabiendo que en la KTM había un lanzamisiles cargado aterrizaron lejos y se


acercaron a pie. Sus motos seguían en la puerta, quietacitas, bajo la tutela de cuatro
guardias que esperaban armados y les hicieron secos pero cordiales gestos de que se
acercasen. Era un taller simple, dos plantas siendo la primera un gran cajón preparado
para trabajar los vehículos en estructura y herramientas, en la segunda más de lo
mismo, solo el lateral derecho estaba adecuado al bienestar humano, recepción,
oficina, y cuartos de baño abajo y taquillas y sala de estar para empleados arriba.
Carlos hizo que los drones volvieran a la KTM, revisó el arsenal y le paso el
lanzamisiles a Osar que le cubría la espalda, se acercaron tal cual al taller donde
Jaimito les esperaba.
–¡Hey que buenas chum! ¡Cuanto tiempo impávido! Mira la que han liado estas
corporatas hijas de la chingada. Pues no más querían venderme tus preciosas
señoritas, ya estaba a punto de darles un plomazo bien dado y llamarte cuando tus
cacharros nos dieron un susto a todos.

–Porque me habrías llamado claro.

–No mames, pues claro que sí, no quiero ver mi taller arder. Aquí sabemos que ahora
eres bien duro y que tienes amigotes como este.

–Ya... ¿Los has matado?

–Mas bien no, no quiero cadáveres por aquí, dan muchos problemas tú ya sabes. Si
quieres llevártelos, pues por mi bien, pero no los mates acá.

–Quiero hablar con ellos.

–Ándale, los tengo en el almacén. No les he puesto la mano encima, por si aca, la
chica era de los Bolivar.

–¿La has vendido a los otros cárteles?

–No. Te robó a ti ahora es tuya.

Jaime la abrió la puerta del almacén, un montón de estanterías industriales de metal


en donde se guardaban en orden todo tipo de piezas, desde tuercas a tubos de escape
y cunas de motor pasando con bidones pequeños de aceites y anticongelantes. Los
ladrones se encontraban donde las piezas grandes, atados de pie a las estanterías por
flejes de plástico en las muñecas bajo el riesgo de que si empujasen fuerte se les
pudiese caer un montón de metal en sus cabezas. Oscar se quedo en la puerta,
parando a Jaime, susurrándole. –Sí llegas a vender sus motos no habría sido el taller
el que hubiese ardido. –dejándoles a solas.

Los tres estaban nerviosos mirando al suelo y los alrededores como si evitar el
contacto visual les fuese a servir de algo. Conservaban las prendas que viese en los
vídeos de vigilancia, pantalones de chándal, cazadoras comunes, camisas viejas y
zapatillas de deporte desgastadas, cosas de las que no les molestaría incinerar si
hiciese falta. Claudia llevaba la melena recogida bajo una gorra simplona.

–Creo que te dije algo sobre robar vehículos la primera vez que hablamos.

–Ya no eres tan popular, todos saben que te has vendido a los corpos.

–Curiosas palabras viniendo de una cría corpo.


–Hace mucho que deje de serlo, unas progresan otros retroceden ¿Que se siente al ser
una zorra comprada? –No sabía si esa rabia era real o fingida pero lo expresaba muy
bien y en voz alta.

–Dímelo tú. Te mantuve por un año hasta que te vendistes a una mejor postor.

–No me vendí, solo me mantuve en el negocio cuando tú te retirabas. Ni si quiera


tuvistes el valor de ir a por Katya.

–O solo fui más listo que tú y no me deje atrapar. Te debió de salir cara la broma si
ahora estas tan desesperada como para intentar robarme.

–No la tocarías un pelo de la cabeza, te gustaba. Si hubieras estado allí te habrías ido
con ella, pero para que, ya te mantiene esa rubia tetona de alta alcurnia.

–Claro, si yo te mantengo a ti por años es que soy un caballero pero si me mantiene a


mi una mujer soy un perrito faldero. Mira por donde salió la terrícola.

–¡Es una corpo!

–Vosotros tres lo sois. Lo vuestro es explotar obreros y desfalcar créditos, no robar


motos, os habéis equivocado de departamento.

–¡No entiendo porqué ese Jaime no te mete una bala en la cabeza y nos quedamos
con todo!

–Cuidado con lo que deseas. Si Jaime decide intentar quedarse con todo, y le sale
bien, vosotros tres acabaréis en el sótano de un burdel poniendo culo. Destino al que
yo también puedo llevaros.

–A nosotros nos buscaran nuestros padres. ¿A ti quién te espera en casa?

–Aún no te enteras. Vuestros padres nunca os encontraran, y si lo hacen sera en un


bidón con ácido o entre el amasijo de metal de vuestro accidente.

–¡A la mierda! No pienso pringar por esta cagada. Dejémonos de tonterías. ¿Que
quieres a cambio de pasar esto por alto? –El que interrumpía con las ideas tan claras
era el amante de los juegos. Los compañeros le mandaron callar pero el siguió. –¡Se
que intenta acojonarnos! ¡Pues lo ha logrado conmigo! ¡Estamos atados bajo un
montón de chatarra! ¿¡Que más necesitáis para daros cuenta de que hemos perdido!?
Looose.
–¿Has recuperado tus motos?¿Que mas quieres? –preguntó el que le reventó la
puerta. Entonces Carlos le recordó, se había cruzado con él en un par de ocasiones en
la facultad. Claudia debía de estar muy desesperada para apoyarse en semejantes
novatos.

–Tiene que demostrar los duro que es ante sus amigotes del barrio. –dijo con
desprecio Claudia.

–A vosotros que os ha prometido a cambio del trabajo.

–Créditos. –dijo como en una explosión el jugón.

–Dinero fácil. Una mierda fácil. –El mecánico estaba enfadado con Claudia. La
lanzaba miradas de odio de reojo. –Dijo que eras un pelele acomodado que no le
importaba ya a nadie por eso de traicionar a los tuyos y unirte a los corpos.

Ahora era Claudia la que le odiaba a él. –Lo cual no deja de ser cierto. Solo has
tenido suerte con lo de los drones esos.

–¿¡Quieres dejar de darle caña!? –Esta vez hablaba el moreno. –¿¡No ves que él es el
que va a elegir donde pasamos la noche!? Si en casa, en prisión o con el culo al aire.

–¡Queréis callaros de una vez! Es una maldita negociación.

–¿¡Que negociación ni que leches!? –El moreno se centró en Oscar. –GG. has
ganado. Nos rendimos, estamos dispuestos a pagar el rescate.

–¿Con que dinero? Si me estabais robando es porque no os queda moneda.

Claudia farfulló. –Exacto idiotas.

–Podríamos realizar un trabajo para ti... Por ejemplo. Somo hábiles. –dijo el oriental.

–Claro. Voy a confiar en quién me ha intentado robar. Unos tíos tan hábiles que han
acabado esposados a una estantería.

Claudia se adelantó en la escalada de conclusiones. –Ahora es cuando llegamos a la


parte en la que vuestros padres pagan un dineral por vuestra libertad, luego suplicáis
que no os haga eso, que no se lo cuente y entonces o firmáis un pagaré legal por una
fortuna que nunca terminaréis de abonar, eso o vuestros padres le pagan el doble de a
una a cambio de que no tengáis los antecedentes criminales que os impedirían optar a
un empleo en una empresa importante.

Los chicos se quedaron un rato procesándolo. Lo mismo si era una negociación.


Mientras lo digerían Carlos volvió con Claudia. –Tú en cambio no tienes ni dinero ni
padres que paguen por ti.

–Puedes ir pegándome el tiro que no le distes a Katya.

–Si tu estrategia para salvarte es asemejarte a ella lo llevas claro. ¿Que te ha llevado a
desesperar tanto?

–La tormenta me dejo sin blanca.

–Ahora la verdad.

–¿Que más te da? Si vas a hacer algo hazlo.

Carlos saco su arma y, como a Katya, la disparó en el hombro, justo en el mismo


lugar en donde recibiese él una bala por salvarla de los punketas hacía años. Claudia
no se lo esperaba. El dolor fue abrumador y chilló, perdió las fuerzas y cayó al suelo
haciendo temblar la estantería de la que no se desprendió nada.

Sus compañeros juraron asustados repetidas veces que pagarían. Jaime, Oscar y
compañía entraron preparados para luchar o lo que hiciese falta. No hizo falta más.

Oscar se quedo en el taller en lo que los padres de los dos compinches de Claudia se
acercaban a pagar y recogerlos. Carlos la llevó a Claudia hasta al centro de estética de
su madre. No dijo nada durante el trayecto, incluso parecía intentar ocultar el dolor.
Conseguía no gritar pero en la pesada respiración la agonía estaba clara. Ninguno le
dio explicaciones a Linnea, la cual no podía estar más sorprendida y de seguro
hubiera hecho muchas preguntas de no ser por la necesidad de llevar a su hija cuanto
antes a un médico. La cambiaron de auto en el aparcamiento del edificio donde se
encontraba su peluquería y se separaron de nuevo.

Dejada Claudia en buenas manos, retornó al taller a aclarar el asunto con los
representantes de los padres, trajeados abogados con bien vestidos guardaespaldas en
elegantes autos. Había pruebas más que de sobra para demostrar el delito así que los
progenitores acoquinaron sin regateos. Un pequeño agradecimiento a Jaimito,
arreglar las motos y de vuelta a casa con la compañía de Oscar, al que le dio un buen
pellizco por el socorro. Este aprovechó para sermonearlo sobre lo malo que era tener
novias corpo y casarse en general, desahogándose de la complicada y asfixiante vida
en matrimonio. Paola no le dejaba tranquilo con sus continuas exigencias cotidianas,
a lo que se sumaba las obligaciones para con la niña y la tienda de armas. Se sentía
agobiado.
El cerrajero no se demoró en llegar ya que la cerradura que le compró era la mejor
que tenía, más tarde le haría otra vez un apañó, algo más funcional que le avisase si la
intentaban abrir sin manipular el mecanismo oculto. Las motos también las mejoraría
para evitarse otro susto igual. A excepción de la Yamakawa, esa la vendió a Jiho, que
se había quedado sin auto y andaba preguntando si alguien le vendía algo para salir
del paso. Cuando se la ofreció la compró sin dudarlo. Le encantaban los juegos de
carreras y a menudo se embobaba mirando sus motos cuando se reunían en el zulo. Al
día siguiente tenía gente preguntando si vendía la Duca-zuki.
Cambios de viento

A los dos meses de la trágica tormenta de meteoros Lizelle invitó a Carlos a la


mansión. En la tarde, casi de noche, cuando Zenobia de seguro que no estaría. Le olía
mal, pero fue de todas formas, como decía su clienta, mejor estar informado.

Se reunieron en su espacioso despacho, el que ganaba en majestuosidad con su


mobiliario espartano. Ella, como era usual vestía de uniforme corporativo, pantalones
largos que daban que pensar sobre la distancia de sus piernas, un truco visual
amplificado por una raya recta de luz tenue que cambiaba de carril a la altura de la
rodilla, debía estar cansada porque la chaqueta a juego se encontraba colgada del
busto del sillón de oficina dejando la vista la delicada camisa blanca con pechera
bordada cuya tendencia a la transparencia dejaba entrever que el sujetador era oscuro.

Cuando entró se encontraba mirando por la ventana un ocaso hermoso que los
anuncios de los rascacielos no lograban eclipsar. No la quiso molestar, Carlos se
sentó en el sitio que le correspondía y espero disfrutando del mismo paisaje.

Paso un rato largo hasta que su anfitriona habló. –Cuando era niño ¿Tenía un lugar a
donde subir para contemplar estas vistas?

–No. Siempre podías subir a lo más alto de un aparcamiento pero son ese tipo de
cosas que solo haces un par de veces, el resto del tiempo estas ocupado.

–¿Trabajo desde joven?

–Llevo siendo explotado desde el mínimo legal establecido, siempre y cuando a


alguien le sobraran unas migajas para escusar el látigo, la tasa de desempleo en esta
ciudad siempre ha sido elevada.

–¿Tan malos eran sus trabajos?

–Sí, trato duro, desprecio absoluto, exigencias continuas, renta escasa, eso si pagaban,
siempre intentaban ahorrarse algo, si no te gustaba hay estaba la calle ¿Denunciar?
Tan inútil como... –Se lo pensó un segundo. –Casi digo una obscenidad.

–Le agradezco que se la guarde. Su contrato actual le debe parecer una maravilla.

–Es una mentira.

–Aún así es mejor que esos trabajos.

–¿No adivino a donde quiere llegar?

–¿Te suena El Lazarillo de Tormes?


–No ¿Quién es?

–Es un libro. Me recuerdas un poco a su protagonista.

–¿Por?

Lizelle tomo un tiempo antes de responder. –Olvidalo. Mi hermana tendrá una


reunión en breve. No quiere ir pero deberá hacerlo. Quiero que como su
guardaespaldas la acompañe.

–¿Que peligro correrá?

–Ninguno, ajeno al menos.

–No entiendo.

–La reunión es una asunto oficial de empresa. Todo el que es alguien en la ciudad se
reunirá en una importante sala de convenciones. El objetivo es alcanzar un consenso
sobre las medidas a tomar para la recuperación del sector. Mi padre quiere que
asistamos las dos.

–Zenobia no participa de la administración de nada ¿Por qué asiste?

–La idea es que aprendamos el oficio. Las deliberaciones prometen ser acaloradas.

–Ella no quiere aprender. Se arriesgan a que haga un numerito y les abochorne.

–Exacto. Por eso quiero que vaya usted con ella. Parece que de alguna forma la
tranquiliza. También tiene la suficiente cabeza e influencia sobre Zenobia como para
frenarla antes de que se inmole.

–Es decir, me llevo yo la bronca a cambio de ayudarles a mantener su reputación.


Cualquiera diría que busca mi despido.

–Le ofrecería dinero a cambio pero lo rechazaría indignado. Así que dígame que
quiere a cambio.

Carlos se lo pensó un momento. –Nada, lo haré gratis.

Se dio la vuelta y le miró a la cara con un rostro severo rayando le escandalizado. –El
señor Westwood se enfadaría muchísimo si le diese problemas en esa reunión.

–Ya temblare después si los causo.


–¿Que esta planeando? –Apoyó las manos sobre la mesa mirándole fijamente, como
una detective de serie B en un interrogatorio.

–Es usted la que planea ¿O debería decir su padre?

–Solo tiene que expresarlo y su aventura con mi hermana terminará ¿Es consciente de
eso?

–No mienta Lizelle, le falta práctica.

Se irguió y empezó a añadir ademanes con las manos a sus palabras. –No crea que
porque acompañe a mi hermana por bonitos parajes y baile en salones de fiesta
dorados es capaz de enfrentarse a las personas para las que se construyeron esos
lugares.

–¿Es eso? ¿Un enfrentamiento? ¿Ya se han cansado de mi?

–No piense que porque una vez llevo una investigación es un detective y deje de decir
tonterías. Solo queremos que mi hermana no monte un espectáculo.

–Pues pienso que como la exijan algo más que posturéo a Zenobia se va a enfadar
mucho. Creo que si me esta contando esto es porque ya lo tienen preparado. Y se que
si soy yo el que la sujeta me... Romperá conmigo y con razón. Pero eso a ustedes les
trae al pairo, incluso puede que hasta les agrade la idea. No es necesario ser un
Bladerunner para deducir eso.

–¡No la deseamos ningún mal! ¡Algún día tendrá que madurar!

–La gente madura a su ritmo, mejor si se la apoya, forzando solo se consigue


estropearlo todo.

–Guardaespaldas, amante y filosofo. No le he pedido consejo. –Se cruzó de brazos.

–Puestos a salir por la tangente... A lo mejor a su padre si le interesa, si no esta


escuchando se lo puede anotar en el informe.

–Los dos sois unos insolentes sin visión. Ahora entiendo porqué le eligió.

–Usted es como su padre. Tiene la atención fija en los intereses, solo mira alrededor
para hallar el mejor método para alcanzarlos. Respeto su determinación, pero la vida
es más complicada que una cacería continua.

–Como le he dicho no quiero su opinión.

–Ni yo obedecerla.
–¿¡Solo por desfachatez!? No ve que es lo mejor para ella.

–No, no me ha contado de que va la encerrona.

–No voy a picar señor Nuñez.

–Yo tampoco.

Lizelle se sentó en el sofá y adoptó un aire siniestro. –Bien. Haga lo que quiera. Solo
le pido que cumpla con su trabajo y escolte a mi hermana a la fiesta. Una limusina ira
a recogerle a su edificio el próximo viernes en la tarde. Si no tiene prendas
apropiadas para al ocasión dígaselo al mayordomo, se las conseguirá.

Salió pensando en el traje. Al principio pensó en comprarse uno el mismo y dejar al


pobre hombre en paz que seguro que ya le daban quebraderos de cabeza de sobra
pero se dio cuenta de que no conocía donde conseguir un traje formal, a la moda y a
medida donde pudiera esconder un par de armas y pensó que lo mismo él si que lo
sabía. No le dijo nada sobre el evento, pero le dio la dirección de un sastre que le
cobró por la ropa lo que valía un vehículo decente.

Como solo podría llevar la Kusarigama y un arma sobaquera le compró una pistola
pesada de mayor calidad a Speer. Las tenía mejores que Oscar, especializado en
rifles. Nada que le resultase útil para lo que le esperaba.

Por supuesto se puso en contacto con Zenobia. Ella tampoco sabía la que le esperaba
pero tenía muy claro que no se iba a dejar enredar fuese lo que fuese ni le iba a
perdonar que cooperase con su familia.

La Limusina llego con puntualidad escrupulosa a su edificio, le recogió el primero


llevándole junto a otros dos agentes a la mansión de los Westwood. Unos compañeros
poco habladores que compartían rasgos de extreñimiento facial similar al de sus
amos, con probabilidad le consideraban un caniche entre dos dovermans, quizás lo
fuera.

La familia Aesternwood, en su lado del vehículo, tampoco hablaron mucho, lo


apropiado y funcional sobre el evento.

Aterrizaron en la azotea de un rascacielos en curva cual larga uña cristalina


emergiendo del suelo con un gran letrero central con el nombre del edificio del que
colgaba cual pendón un gran panel publicitario. Arriba les esperaba un blanco palacio
con tres enormes cristaleras de forja por entrada que reducían a los visitantes a
ratoncitos trajeados y muchas ventanas altas en su larga fachada recorrida por
espectros de color. Parecía más una gran fiesta que una reunión.
Entraron por la entrada principal, la más grande de las tres, guiados por un buen
número de agentes de seguridad que simulaban con escaso éxito su nerviosismo.
Carlos dejó la cortesía para sus compañeros, se limitó a seguir como uno más a la
familia.

Pasaron rápido por una recepción preciosa que parecía hecha de hielo tallado,
deslumbrante. Suelos dinámicos que esparcían hondas al paso del transeúnte como la
superficie de un lago al tacto de hojas desprendidas, muebles de aparente mármol
blanco nuclear tallado, ondulantes figuras de cristal representando medusas nadaban
sobre sus cabezas iluminando la sala en un techo con olas holográficas.

Un par de pasillos largos con similar temática y arribaron al salón de baile de grandes
lamparás de araña colgando de un cielo azul cruzado por bandadas de golondrinas
donde las ondas del suelo eran remplazadas por huellas de luz que se difuminaban
lentamente. Amables camareros les ofrecían creativos canapés y bebidas de colores.
Los alrededores estaban ocupados por mesas para el descanso y cada cierta distancia
un grupo de músicos reales tocaba melodías relajadas sobre tarimas envueltas con
bonitas telas.

Ya en esa sala se le acerco Zenobia para decirle lo guapo que estaba con su traje a
medida, corbata y sombrero que no se quitó por ocultar su peinado punk, había
límites en lo que estaba dispuesto a sacrificar por una noche de etiqueta. Con el
sombrero se llevaba bien, pero la corbata le parecía un punto débil sin sentido, eso si
peor sería la pajarita, ridícula, había otras opciones más modernas e interesantes pero
no para un guardaespaldas que debe pasar desapercibido, de hay que a su no
acompañante la pareciese soso. Ella en cambio llevaba otro de sus vestidos
exultantes, esta vez disfrazada de vegetal, falda de tubo a media altura con forma de
hojas, cintura encorsetada y un escote florido con pétalos perlados grandes hasta
impedirla a la hora de mover los brazos, los cuales tornaban con tranquilidad sus
suaves colores. No era la única, exceptuando el servicio todos llevaban prendas
vistosas de calidad, parecía un desfile. El oscuro traje del señor Westwood emitía
sutiles destellos eléctricos pareciendo la vacía puerta a otra dimensión y Lizelle
estaba envuelta en una sábana infinita de seda de encaje que de alguna manera
tomaba la forma de un vestido, dejando ver lo justo para ser atrevida sin llegar a
indecente. Sorprendió a Carlos lo bonita que podía ser cuando se lo proponía.
Los asistentes fueron reuniéndose en la sala, mucha gente guapa saludándose con
elegante amabilidad y fingidas sonrisas, las más efusivas eran las menos
convincentes. Había escuchado la conversación de los Westwood en el auto. Los que
habían tenido menos suerte durante la tormenta deseaban inducir a los más
favorecidos a realizar obras de caridad para reparar los daños, que les aceptasen
préstamos, o invirtieran en sus negocios, eso sí, cediendo el mínimo posible de sus
propiedades. Los afortunados en cambio lo veían como una oportunidad para ganar
terreno a precios reducidos a costa de los más endebles. Lo único que tenían todos en
claro es que había que arreglar las ciudades y comunicaciones afectadas para
recuperar la competitividad de esa franja del planeta.

El programa era que los líderes pasarían a reunirse en unos foros mientras los
acompañantes se quedaban confraternizando allí durante lo que prometía ser una
larga velada. Antes de que ese momento llegase los tres Westwood se reunieron en
una sala privada dejando a los guardaespaldas en la puerta.

Sin venir a cuento, mientras estaba esperando en silencio, dejando que sus
compañeros se creyeran muy profesionales por mantener posturas militares, se acordó
de como en su infancia podía escuchar sin desearlo a sus vecinos hacer de vientre al
otro lado de la pared, allí bastaba una puerta cerrada para insonorizar los gritos de
toda una familia discutiendo.

Al terminar salieron Enzo y Lizelle con rostros serios y paso firme, a los que
siguieron sus vigilantes. Carlos entró encontrándose en a Zenobia sentada en silencio
con cara angustiada mirando un papel con una cifra, el triple del sueldo mensual de
Carlos. Él se sentó a su lado en una de las sillas simples sostenidas por una única pata
de base grande y recorrido sinuoso alrededor de la mesa de cristal en la sala de color
crema con patallón al fondo.

–¿Como estas?

Zenobia añadió molestia a la mezcla de su rostro.

–Es una forma de preguntar que pasa.

–Mi nueva asignación. –Lo mostró el folio.

–Deduzco que no es un aumento.

Zenobia miro a la puerta y esta se cerró con un siseo sibilino. –A padre le echan del
cargo, las perdidas por el arreglo de lo de los implantes defectuosos más las de la
tormenta ha llevado a la familia a plantearse el cambio. No cree que consiga
suficientes apoyos para mantenerlo. Tía Fonseca viene pujando fuerte.
–¿Fonseca no es otro apellido? ¿Puede alguien de otra familia quitaros la empresa?

No. –Sonrió. –Es el segundo. Como cualquier familia desesperada tras el


hundimiento de la supremacía anglosajona esta se cambió de apellido para sobrevivir
a la venganza internacional, trasladándose a Europa y luego a Sudámerica. Mi
bisabuelo insistió en recuperar Westwood hace dos siglos cuando rastreó el linaje, o
al menos el inicio de la fortuna familiar, hasta un magnate californiano. Incluso
impuso el capricho como clausula en su abdicación a mi abuelo solo por fastidiar a su
principal contrincante, Verónica Westwood Fonseca, la que más criticó el cambio en
su momento y próxima líder. –Zenobia contaba la historia sin interés.

–¿Eso hace que perdáis renta? –Carlos hizo lo que pudo porque no se notase que solo
había entendido la mitad.

–Así es, a la tita no le gusta nuestro lado del árbol genealógico, además es una vieja
muy estricta y agarrada.

–¿No os echaran de casa?

Zen forzó una risa. –No, eso no va a pasar. –Parecía que Carlos acababa de decir una
tontería. –Padre necesita todo el dinero que pueda reunir por su lado para recuperarse
y quizás dentro de unas décadas intentar retomar el cargo.

–Décadas, siglos... –Carlos sintió que el computo del tiempo y sus cambios entre
ambos era muy distinto. Él no tenía planes para más de un año.

Zenobia le clavo la mirada. –No sirvo para ser pobre.

–Bueno, esa cantidad no es lo que yo diría pobre.

Zen se las apañó para cargar más molestia en su cara silenciosa. –También tengo que
despedirte antes del cambio. No aprobaran ese gasto y padre prefiere que ni se
enteren.

–¿A que hora viene el asesino de Don Enzo?

–No te hará nada, ahora tiene cosas más importantes de que preocuparse.

–¿Para ti que significa ese despido?

–Que ya no tienes porqué aguantarme.

–Lo digo en serio.

–Yo también.
–¿Seguimos como otra cosa o tampoco lo va a permitir alguien?

–¿Trabajarías gratis?

–No. Tendría que haber cambios.

–¿Como cuales?

–Ya no eligirías siempre a donde vamos. Pagaríamos a medias, se aceptan


invitaciones por ambas partes, también negaciones... Cosas así.

–Adiós a los casinos ¿Verdad? Los salones de baile ni de broma.

–Si te dedicas a ponerme celoso bailando con otros. –La recriminó sacando a relucir
lo que a él el parecía obvio.

–Pues sal a bailar conmigo.

–Se me da fatal... –Ahora el molesto era él. Habían repetido esa charla muchas veces.

–Aprendes.

–Ya tengo bastante con la ingeniería. El curso no me va tan bien como me gustaría.

–¿Eso es lo que nos espera? ¿Discutir por todo?

–Ser una pareja implica aceptar al otro como igual. Eso dicen, en lo personal no me
lo creo, siempre uno manda más que otro, pero sí, ibas a tener que aceptar mi opinión
en los asuntos comunes.

–¿Y respecto a los otros chicos?

–Lo nuestro siempre ha sido una relación abierta. No te voy a exigir que los dejes.

–Bien, porque no lo haría.

–Paga el cabreo con el familiar con quién te lo haya provocado.

–¿Tampoco me vas a aguantar las pataletas?

–Nunca lo he hecho.
Lo de el trato de iguales quedó muy bonito sobre el papel pero en la practica era un
borrón que amenazaba tormenta. Todo siguió igual a pesar de las proposiciones de
Carlos, con el tiempo estas se convirtieron en quejas y luego en riñas. Zenobia no
pretendía cambiar su forma de festejar por él. Para ella nada había cambiado.
Pelea de bar

Carlos se encontraba apoyado en una barra sinuosa que recorría todo el fondo de la
discoteca, más grande de lo que su función requería, lo que debía ser para verse
bonita, la alegría de los camareros que servían tras ella, desde allí contemplaba el
local, un puesto elevado a la izquierda para el Dj, a la derecha mesas para el descaso
de los bailarines compuestas por sofás rosas hinchados hasta aparentar su inminente
explosión con sus mesitas bajas en medio para las bebidas, abarrotadas, eran pocas
para tanta gente. Se encontraban en un soportal sostenido por cilindros transparentes
llenos de agua con peces robóticos en el interior, arriba estaban los reservados de
cristalera polarizada con una imagen superficial de unas ondulantes y coloridas lineas
de sonidos con sus notas flotando alrededor que se movían al son de la música. En
medio la pista de baile con focos superiores e inferiores alumbrado en flashes a los
frenéticos clientes danzantes, entre ellos Zenobia disfrazada de fuego, mitad maya
con con vaporosas telas mitad pintura corporal. Él volvía a ir de motero, solo que con
una camiseta que cambiaba de color con el sonido que la había regalado ella.

Por algún motivo que a Carlos se le escapaba ella necesitaba bailar. No le bastaba con
los otros cinco días de la semana que pasaba con otros hombres que de seguro
compartían esa afición. También tenía que bailar las dos noches que pasaba con él,
ignorando que durante el proceso le dejaba solo. Ella no estaba sola, el baboso de
turno aparecía en cuestión de segundos buscando en aquel cortejo la oportunidad de
meter mano, y quién sabe, lo mismo ligar con la despampanante rubia desenfrenada.

A veces esto les había ocasionado algún problema, al típico capullo sin límites que se
pasa de la raya y hay que ponerle en su sitio. A menudo se arreglaba con un ponerse
un poco serio, una charla corta y quizás alguna amenaza sin velar. Eso a su vez
mosqueaba a los guardias de la discoteca que enseguida tomaban posiciones y les
invitaban a resolver el asunto en la calle. Hasta el momento solo había tenido que dar
un par de bofetadas a algún sujeto demasiado bebido como para darse cuenta de que
la princesa solo se estaba divirtiendo a su costa, no con él. Luego Zen disfrutaba
haciéndose la inocente, como si no supiera lo que prometía con sus movimientos,
sonrisas y gestos antes de desechar al oportunista una vez acabada al canción. Zen le
enseñó a Carlos que el cortejo solo era un juego de mentiras, promesas huecas que
alguna vez se cumplían y esas veces eran culpa de las ganas de sexo o el alcohol.
Antes no le quedaba más remedio que aguantar eso dado que era su guardaespaldas.
Incluso en ese momento no le molestaba demasiado, para el era más complicado pero
también podía irse a coquetear con otra. Lo que le repateaba es que no pudiera
cambiar su conducta ni un solo día para estar juntos, que siempre tuviese que ser todo
cuando y como ella quería. Ni había accedido a que eligiera actividades un día él y
otro ella bajo la premisa de que era muy soso. Como is no la hubiera gustado lanzarse
en paracaídas desde el otro lado de la masa de nubes que cubría su mundo,
atravesándolas cual diminuta mota de polvo, o correr sobre la abrupta superficie del
planeta sobre una esfera rodante todoterreno rebotando en cada peñasco o ser
expulsados por una lanzadera satelital de riel a baja potencia y surcar el cielo como
un cometa entre los picos montañosos de la sierra.

Ese día le pillo de mal humor, el cúmulo de todas esas pequeñeces empezaba a
desbordarlo, viéndola allí, ignorándole a él a sus sentimientos se sentía un siervo, se
preguntaba, más bien se ratificaba en su mente, la idea de que el estaba siendo tan
engañado como el idiota que se meneaba al lado de ella lleno de falsas esperanzas. A
media noche la mandó un mensaje diciendo que se largaba, lo cual inició una
discusión que detuvo la danza del fuego.

Carlos ya se marchaba andando por un lateral cuando ella le interceptó a pocos


metros de la salida perseguida por un bonito memo que no comprendía ni aceptaba
que lo plantasen de repente.

Otra vez la discusión del baile y los lugares a los que ir, esta vez a gritos dado el
volumen de la música con el desconocido aquel con un traje de baile blanco con lazos
al viento en antebrazos y perneras, con lentejuelas en pecho y los dorsos cual hombre
pez ofreciendo sus alternativas.

Se tiraron así un rato que a Carlos se le hizo eterno, retenido por Zenobia la cual no
aceptaba que la hiciera lo que ella le acababa de hacer al aquaman presente. Cuando
la discusión se caldeó el gigoló aprovecho para ponerse en plan caballero al rescate.
Ninguno de los dos atendía a razones, el pescado estaba en buena forma y se sintió
capaz, poniéndose gallito empezó a tocar. Un par de empujones más y su cabeza
acabó estrellándose contra una pared.

Durante sus muchas escapadas con Zen Carlos había aprendido que existían dos tipos
de gorilas de discoteca, los veteranos que resolvían los problemas con discreción y
suavidad y los mamarrachos de gimnasio que con suerte se acordaban de levantar la
tapa del retrete antes de orinar, ansiosos por demostrar su poderío mediante tácticas
de manada.
Estos eran de los segundos, se habían pasado todo el rato riéndose de la escenita,
hasta que con un gigoló en el suelo debieron intervenir. En cuestión de segundos le
arrollaron entre cuatro, el forcejeo solo le sirvió para llevarse un par de golpes más,
no se cortaron ni un poco. En los escasos ocho metros que le quedarían hasta la
puerta principal por la que le lanzaron había recibido toda un paliza, uno de ellos
incluso atacó a los ojos dándose cuenta que el blindaje corporal absorbía todo el
daño.

Todo el pequeño escuadrón de subnormales quedo allí plantado para impedirle la


entrada el local como si no se estuviera marchando cuando le asaltaron, jugando con
sus armas y burlándose.

–¿Ya te has hartado de ver como toda la ciudad se cepilla a tu novia? ¿No te iba eso?

–Devuélveme las armas. –Carlos hablaba contenido, en su mente ya los estaba


matando. Lo cual no ayudaba, ya que no tenía con que.

–Siempre me he preguntado. Sus otros novios... ¿También te follan a ti o solo miras?


–El resto reían más por herir que porque tuviera gracia.

–¡Devuélveme mis cosas o te vas a arrepentir!

El armario vestido con un traje simple y barato le soltó un puñetazo que lo tumbo de
nuevo en el suelo. Zen les gritaba quién era a modo de amenaza exigiendo la
devolución, ellos hacían como que pasaban de la cría.

–¿Que decías que me ibas a hacer?

–Te llevare a una clínica borg vivo para correrme en tu boca de simio mientras te
sacan los órganos uno a uno.

–No sabes pelear pero hablar se te da muy bien. Quizás necesites unas clases. –Dos
de ellos se acercaron con ganas de repartir.

Carlos encajó un par de golpes pero no tenía nada que hacer contra tres hombres
fornidos. Enseguida se vio apresado por dos y usado de saco de boxeo por un tercero.
Los clientes se lo tomaban como un espectáculo. Unos abucheaban y otros animaban
a más. No duro mucho, un mandamás color amarillo de menor complexión salió
dando gritos, espantando al agente y poniendo orden en las tropas. Le entregaron las
armas a Zenobia y se marcharon para dentro excepto dos que se quedaron detrás de
su jefe. El cual se deshacía en halagos con la mujer agraviada a la que ni se le había
corrido el maquillaje, prometiéndola bebidas gratis, pagar facturas médicas y
chorradas por el estilo.
Carlos aguanto el dolor y recogió sus cosas. –Lo miro, repasó a los custodios a su
espalda, que ya tenían la mano en la empuñadura y volvió a clavarle la mirada
aunque él pasase de corresponderle y le dijo. –Os matare a todos y seré cruel.

Luego fue a su moto. Zenobia le desmintió y corrió tras él balbuceando tonterías


sobre un médico. Se debía notar que tenía un implante ocular roto. Cuando fue a
subirse al vehículo Carlos interpuso la mano. –Ya que te llevas tan bien con esos
mierdas que te lleven ellos a casa.

Carlos se fue a ver a Montero, el cual le arregló con la discreción propia del
especialista con experiencia que era.

Se pasó el resto de la semana rumiando su humillación. Con el rostro sombrío,


pensando en como entrar en ese local de hienas y matarlos a todos de la forma más
dolorosa posible. Rechazando las llamadas y mensajes de Zenobia. Sin concentrarse
en los estudios. Dándose cuanta según se le rebajaba la hiel de que no podría
asesinarlos sin que la policía le destrozase el futuro enviándolo a hacer trabajos
forzados a una luna congelada. Aunque las cámaras no le gravasen el rostro no
faltaban testigos, su acompañante era famosa y les había amenazado de muerte.

Así que ese fin de semana, ya muy entrada la noche, a poco del alba, fue solo al
Kleinmann y se quedo en una esquina visible para el resto de parroquianos, con una
jarra de la mejor cerveza en la mano, mirando a una bonita bailarina, donde miraban
todos, solo que él veía otra cosa. Una retransmisión en directo de los chicos de
Hendrik entrando a saco en el local de don banano media hora después del cierre,
como el comando de ex-militares que eran, dejando la mayor cantidad posible
empleados supervivientes para que un ejecutor con motosierra les sacase las entrañas
tras meterles una estaca por el ano y partirles los brazos. Como él indicó solo
perdonaron a los camareros, pero les hicieron mirar, eso se les ocurrió a ellos.

Le había salido cara la película gore para disfrutarla tan poco. El hubiera preferido
hacerlo con sus propias manos y dejar claro al mundo la causa de esa masacre. De
seguro que se la atribuían a los Westwood, o por las falsas pistas que dejaron los
nazis, a los rusos. Ni los cobardes muertos tendrían claro el causante de su destino,
cada un rogaba clemencia por algo distinto. Nadie espera que un guardaespaldas
pudiese organizar eso.

Sin embargo la policía llamó a su puerta con caras largas en donde la frustración de
un caso sin resolver ya estaba anidando. Les acompañó a comisaría, les contó lo
sucedido en la discoteca sin mentir ni un poquito y negó las especulaciones de los
detectives con una indiferencia aprendida. Ellos aseguraron que le atraparían y todas
las tonterías que se les ocurrió para intimidarle. En alguna parte tenían un dosier con
su nombre, algo normal dado su pasado de runner, pero poco más. No le sacaron
nada, como no le sacarían nada al nudo. El caso terminaba hay, el sistema así lo
garantizaba, los ricos tenían que poder matar a los pobres a placer.
Unas noches más tardes en el Kleinmann Oscar le saco el tema en una mesa apartada
con su característica voz dura pero tranquila.

–Esos desgraciados solo hacían su trabajo Carlos. Un par de golpes e insultos no son
motivo para llegar tan lejos.

–Deberían haber hecho su trabajo mejor y no haberlo disfrutado.

–¡Joder Carlos! –Se contenía. –Que eres un puto ninja, podías haberlos asaltado uno a
uno en la oscuridad y pasarlo bien bapuleándoles un poco. Hasta que te hubieras
quedado a gusto y ahí habría acabado la cosa.

–A menos que uno denunciase por joder un rato. Entonces me tendría que dejar el
doble en sobornos y chantajes para que no me expulsaran de la universidad.

–¿Era necesaria toda esa crueldad?

–Se lo prometí. Además así no habrá una segunda vez.

–Eso espero. No quiero llevar ami hija a la casa de un sádico. ¡Joder Carlos! ¿En que
estabas pensando?

–Hemos matado decenas por menos ¿Por qué estos te resultan tan importantes?

–Porque lo hicistes personal Carlos.

–La venganza lo es ¿Nunca te ha pasado?

Se le quedo mirando por un momento y luego reflexiono. –Sí, se de que hablas.


Demasiado bien.

–Se sincero ¿Si pudieras no le harías lo mismo a los cerdos que te usaron a ti y a tu
pelotón y luego os arrojaron a la calle como basura?

–No, no lo haría. Tengo una hija que cuidar. Me reventaría por dentro pero la
preferiría a ella.

–¿Y cuando no la tenías?

–Entonces sí, y hasta habría muerto con una sonrisa en la cara mientras lo hiciese.
Pero no habría dejado de ser un error. No os habría conocido a ninguno de vosotros,
ni a ti, ni a Paola ni habría tenido a mi Teresita. Solo sería una cadáver más en la
cuneta, es donde termina ese camino Carlos.

–No esta vez.


–¿Seguimos intentándolo?

–No voy a dejar que me humillen de nuevo.

–Carlos. A veces se pierde. Dejalo estar.

–Ya he perdido demasiadas veces.

–Tienes más que proteger. Mirate. Esa filosofía esta bien para un desesperado, pero
tú. Joder, tienes una casa de lujo, dos motos de flipantes, una novia de calendario y
estas a un año de terminar la carrera ¿Que más quieres?

Carlos dio un resoplido que sonó a cesión. –He cortado con Zen.

–Bien hecho, me apuesto algo a que ella ha sido la causante de toda esta mierda.

–Un poco sí. –dijo con los hombros caídos y la mirada perdida en su baso.

–Carlos. –Le puso la mano por encima. –Te entiendo. Es preciosa, esta tremenda, te
lleva a sitios bonitos y dicen que las locas follan mejor. Pero ella es una hija del oro,
y lo sera siempre. Nunca dejará de derrochar, de gritar, de bailar, para ella la vida es
un carnaval. Con alguien así no puedes formar un futuro, una familia. Buscate una
que viva en el mundo real, aunque no este tan buena.

Carlos no respondió.

Oscar continuó. –Una chica espabilada, de verdad, no te habría metido en ese follón.
Hubiera anticipado tú salud a sus ganas de juerga. Te estaba volviendo loco chico, has
hecho bien en dejarla.
Zenobia no era de las que se rinden y siguió llamando hasta que una tarde del viernes
en la Carlos que se aburría mirando un estúpido espectáculo televisivo al borde de
seguir con el zaping la cogió la llamada.

–¿Carlos? –Había un ápice de ilusión creciente en su voz

–Zen. Solo creo que deberíamos hacerlo oficial...

Zenobia le interrumpió con su súplica. –Perdoname. Lo siento mucho... –Su voz era
extraña, estaba la bode del llanto pero también relajada, como medio dormida.

–Ya es un poco tarde. Esta claro que lo nuestro no funciona.

–No. Puede funcionar, es solo que... No he puesto de mi parte.

–¿Estas bien? Te noto como dormida. –El control de Zen sobre la emisión era
reducido y menguante, notaba a través de él una seductora relajación embriagadora.

–Sí, estoy genial. Solo quiero que me perdones, volver a lo de antes ¡No! A lo de
antes no, no volveremos a pisar una discoteca si quieres. Si no quieres. Pero por favor
no me dejes.

–Tú lo dijistes Zen, no puedes vivir como una pobre y yo no puedo vivir siendo tu
mascota.

–No eres mi mascota, lo otros lo son. Tu eres al que quiero de verdad.

–Tampoco soy un juguete. Zenobia es mejor que cortemos.

–No quiero, me niego.

–Ya... El amor es cosa de dos Zen. Adiós.

–¡No! ¡No por favor! Eres el único que no me quiere por mi dinero, el que me ha
visto como algo más que una muñeca bonita y tonta de la que aprovecharse. Tienes
que quedarte conmigo, dispara alrededor, dispárame si quieres, pero quedate
conmigo.

Carlos se quedo un rato pensando, con los ojos enrojecidos mirando por la ventana.
Regañándose en silencio por no haber cortado cuando se despidió.

–¿Volverás? No me dejes sola.

–Así me he sentido yo contigo, solo y sin importancia. No es justo que me pidas


ahora esto cuando el próximo lunes pasaré a ser la pastilla del viernes.
–¿Quieres que deje a los otros?

–Estoy harto de que la gente se ria de mi pensando que soy un gigoló o un cornudo.

–Creía que a ti la gente te daba igual, como a mi.

–Conmigo no guardan las apariencias Zen. Además, es posible que tengan razón y no
quiero ser el lazarillo de Tormes. –Una lectura pesada teniendo en cuenta quién y por
que se lo recomendó.

–Ya no me acuerdo de ese.

–Da igual.

–¡No da igual! ¡A mi no! Yo solo aprendo por las malas, necesito que me rescates.

–Lo siento, pero no puedo seguirte el ritmo, tengo que continuar con mi vida.

–¿Lo notas? –quito le poco filtro que quedaba. –Es Heroína. –rio de forma boba. –Si
no tengo al héroe me tendré que conformar con la heroína. El guardia no lo sabe, pero
he colado una segunda jeringa en mi cubiculum.

–Zen no hagas tonterías.

–Lo voy a hacer, es mi especialidad, las tonterías, y voy a apagar los sistemas de
seguridad de mi neuroimplante para que no avisen a nadie. Adiós Carlos.

–¡Joder Zen..! –Colgó.

Carlos solo conocía un lugar donde podía hacer eso y se lo había enseñado ella. Voló
en la Duca-zuki como en la final de un gran campeonato. Ignorando normas de
tráfico y policías a los que dejaba atrás con facilidad. Los grandes paneles
publicitarios solo eran restregones de luz entre los molestos obstáculos repletos de
ventanas en su camino. Se dio un par de golpes con otros autos en el trayecto, nada
que la impidiese seguir, solo una factura más.

Fue despertando a Lizelle. Sin dejarla hablar, contándola la situación por si se le


ocurría otros sitios en donde buscar. Se puso a ello con la profesionalidad propia de
su clase, sin más preguntas de las necesarias y directa al tajo.

Carlos aterrizó en la puerta del local. El segurita ya levantaba la mano para impedirle
el paso entre el mosqueo y la confusión. Carlos dijo las palabras mágicas. –¡Se te esta
muriendo una cliente dentro gilipoyas! –Le abrió la puerta le ayudo a encontrarla con
todas las energías de las que disponía. Una cliente importante muerta podría implicar
más perdidas que el cierre del negocio.
La recepcionista se centró enseguida y les dio la cabina de una clienta que encajaba
en la dirección, ambos hombres fueron a ella a la carrera con un vaporizador de
Naloxona en la mano del bien preparado guardia.

Se a encontraron vestida de grulla con la mitad superior del cuerpo sobre el circular
sofá rosado y la otra mitad en el suelo, sobre la moqueta y bajo la mesita circular en
donde permanecía su bolso abierto. A su lado yacían dos jeringas y una tira elástica.
Tenía lo ojos y la boca abierta apuntando la vacío.

El vigilante, un tipo en el que apenas se fijo hasta ese momento, muy musculado, que
parecería embutido en cualquier prenda, con un peinado a lo gallo de esos tan rubios
que hacen que las cejas se camuflen en la cara, le administró el antídoto por la nariz
incluso antes de tomárla las constantes vitales. Ambos se las midieron y respiraron
aliviados, seguía viva.

Se la llevo en brazos hasta su moto con la ayuda del guardia que le agradecía con
sinceridad la intervención, disculpándose por el error de su compañero el cual se unió
a la comparsa. Le ayudaron a colocarla y se la llevo, otra vez deprisa pero sin carreras
hasta la clínica de Montero donde el buen doctor la practicó una diálisis. De camino
informó a Lizelle.

–¿Es cosa mía o de repente te metes en muchos problemas?

–No los busco créeme. Sería la ostia de feliz de terminar el curso sin más sobresaltos.

–No te voy a preguntar quién es, pero salta a la vista de donde viene. ¿Me dará
problemas?

–No. Su hermana esta de camino, ella te pagará, querrá discreción y añadirá una
propina. No más.

En ese momento entró Lizelle cual viento huracanado en pleno tornado. Un tanto
enfadada porque los guardias del doctor solo le eran leales a él y no dejaron pasar a
su chofer en el papel de guardaespaldas. Aclaradas las intenciones la permitieron
entrar hasta la habitación en donde Zenobia ya se encontraba lúcida, seguida del
doctor y Carlos. El guantazo fue estridente y se escucho desde el pasillo.

–¿¡Se puede saber que te pasa!? ¡Sabes el susto que me has dado! ¿¡Por qué haces
estas cosas!?

Zenobia se quedo callada mirando a un lado en lo que aguantaba los gritos de su


hermana, cuya frialdad habitual era hielo frappe derramado en el suelo.
–¡Te he dicho mil veces que puedes hablar conmigo de lo que quieras, que te ayudare,
que estamos juntas pero tú siempre prefieres hacer la estúpida por ahí con imbéciles y
miserables, desahogarte con vicios, arriesgar la vida. Pensaba que era por despecho,
por fastidiar a papá, es lo que me digo a mi misma ¿¡De veras prefieres esto a una
hermana!? ¡Joder Zen que casi te matas! –Si no fuera por el acelerado movimiento
del pecho habrían jurado que Lizelle no necesitaba respirar. –¡Dime algo maldita sea!

–Solo quería desconectar un rato.

–¡No es eso lo que me ha dicho Carlos!

–Le he mentido... Ya sabes, por llamar la atención. –Sonrió intentando parecer


traviesa pero en su rostro de enferma no colaba.

Preguntó como en medio de una revelación. –¿Por llamar la atención? ¿¡Por qué no
me llamas la atención a mi!? ¡Estaba en la habitación de al lado! –Se hecho a llorar
con las manos en la cara y el cuerpo apoyado de espaldas contra la pared. Estaba
hecha un desastre, se había puesto lo primero que había encontrado en el armario y su
pelo era una maraña negra.

–No llores Liz, a sido un solo error de cálculo con la dosis, ya lo he probado y no me
gusta, no lo volveré a hacer.

Eso a Lizelle no la tranquilizaba lo más mínimo. Las dejaron solas para que hablaran,
antes de irse Montero las ofreció algo de beber o un tranquilizante pero lo rechazaron.

–¿No ha sido un descuido verdad?

–Suicidio. –atajó Carlos.

–Me lo imaginaba. Sin marcas en el cuerpo, sin efectos de abstinencia por la


Naloxona. ¿Tiene algún problema psíquico?

–No lo se, creo que no, es decir, nada fuera de lo normal. Ya sabe como son estas
familias con esos temas.

–“Nada fuera de lo normal” En este mundo todo el mundo esta al borde de sucumbir
por una razón u otra, pero el suicidio suele implicar algo más.

–Depresión. Ha... Hemos cortado hace poco. También tiene problemas en casa.

–Un poco de todo. ¿Estávais muy apegados?

–Hasta el verano pasado sí. O eso creo, ahora mismo dudo de todo.
–¿Que paso?

–Las cosas cambiaron, mi idea era aprovecharlo para acercarnos más pero ella no
quiere eso, y yo no podía seguir igual. –Carlos le dedico una seria mirada, analizando
que tipo de interrogatorio era ese. Montero lo percibió.

–Ella te llamó antes de hacerlo. Para que fueras a rescatarla y así recuperarte ¿Cierto?

–Sí, gracias a eso llegue a tiempo.

Montero se quedo un rato pensando. –No soy psiquiatra. Solo puedo decirte que esa
chica necesita ayuda, pero no de tu parte. Si asimila que con esa conducta tendrá lo
que quiere la repetirá. Además, te perjudicara a ti, no es bueno para ninguno de los
dos ese grado de dependencia.

–Ya. Que la lleve a un loquero ¿No? –Carlos se fue a encender un porro para aplacar
los nervios, Montero le señalo con el dedo el cartel de “prohibido fumar” y no lo
encendió.

–Es un principio ¿A caso no vienes aquí cuando se te rompe el cuerpo? Un psicólogo


es lo mismo pero para la mente.

–No me convence doctor. No soy de contarles mis secretos a un tipo que encima me
cobra por ello. Y ella tampoco.

–Le pagas por la cirugía. –Se señalo la cabeza. –No es un banco de intrigas. No le
contará nada a nadie, a menos que el paciente quiera.

–Sigue sin convencerme. Ustedes son personas, como a cualquiera, se les puede
convencer. Por no hablar de lo íntimo que puede ser.

–Confiastes en mi cuando entrástes la vez primera por esa puerta y hasta ahora no te
he defraudado.

–En la carne no hay secretos. Están en la cabeza.

–Que te crees tú eso.

Ambas mujeres salieron al rato, recuperada ya la compostura pero con los rostros
demacrados por una noche desastrosa. Fuego y hielo, habían perdido su fuerza. Solo
Lizelle se detuvo un momento antes de subir al vehículo que las esperaba en la puerta
principal, a pie de calle, junto a la moto. –Gracias.
No volvió a saber de las Westwood hasta la semana siguiente cuando la llamo
Zenobia en la tarde.

–Hola ¿Que haces?

–Estudiar, voy como le ojete, pero no te preocupes, me viene bien un descanso.

–¿Puedo llamar más tarde?

–Da igual, mejor seguir ya que estamos.

–Lo siento por lo del viernes, fue... Fue una tontería que se me ocurrió de repente, es
decir... No me cogías el teléfono, nos despedimos de aquella manera, se que fue culpa
mía. Y lo siento.

Tras pensarlo un poco decidió minimizarlo. –Era algo que tenía que pasar, si te
dedicas a correr tarde o temprano tienes un accidente.

–Ya... Entonces ¿Ya no somos novios? –Por lo que tardo ella en continuar la
conversación debía estar calculando sus palabras también.

–En realidad nunca lo hemos sido. Tú no quieres.

–Ese verano en la playa lo fuimos.

–Es verdad. Ese verano fue genial.

Tardo mucho en volver a hablar, si no fuera porque una conexión de neuroimplante se


corta en cuanto la consciencia se desvanece habría dudado de que siguiera allí. –Te
echare de menos Carlos.

–Nos vemos en mis sueños.

Acto seguido llamo a Liz por si acaso la despedida iba más allá de dejar de salir
juntos. Por el momento seguía “bien”. Le puso al día. La había retirado la asignación
para reducir sus salidas y había empezado terapia con una psicóloga con buenas
referencias. Carlos se preguntaba porqué Lizelle organizaba a su hermana en vez de
su padre y cuanto tardaría Zenobia en estallar sin una fiesta en donde desfogarse.

Continuando preocupado por Zenobia, Carlos llamó cada cierto tiempo a Lizelle para
conocer su estado, la cual perdió un par de capas de de burocracia con él, a veces
hasta lo tuteaba.
Reina come torre

–Hey Oscar ¿Hoy no venís a mi casa? –Ese día tocaba visita y se estaban retrasando.

–No Carlos, es... Teresa esta enferma. –Su voz temblaba

–Nada grave ¿verdad?

–Estamos en el hospital.

–¿En cual?

–No hace falta que vengas...

Carlos le interrumpió. –¡No me jodas Oscar! ¡Que me llama tito! ¿En cual?

–En el hospital Boix. Habitación 2547.

Boix era una inmensa mole arquitectónica blanca que a penas se levantaban del suelo
en comparación con los edificios vecinos pero que se extendían como cuatro de ellos.
Con sus propios accesos de monorail, metro, aparcamientos y zona comercial en el
saliente grueso de la entrada, como una península y el resto era el hospital, un aro
rodeando un parque interior protegido por una gruesa cúpula a prueba de meteoros en
el que se delataba su uso con una gran cruz roja en medio. Al contrario que los
alrededores el hospital no tenía anuncios, solo las líneas de color de los transportes
horizontales que iban de torre en torre de las seis cilíndricas terminadas en cúpulas
que lo rodeaban dandole algo de color.

Aparcó en uno de los cepillos exteriores, atravesó el puente elevado cubierto y


acristalado hasta la zona comercial, un espacio amplio y limpio lleno de tiendas de
objetos cotidianos, ortopedias, farmacias y cafeterías. Compró un globito alegre con
buenos deseos en una tienda pequeña, atiborrada y acristalada. continuó al interior
pasando por una recepción con abundante circulación de visitantes y colas largas
desde el mostrador. siguió las indicaciones, letreros y lineas de color contrastadas
sobre el blanco redundante de los largos pasillos con ventanas a cada dos metros
hasta la dirección indicada usando una de las cápsulas dentro de tubos horizontales
exteriores que utilizaban la presión para moverlas hasta la torre de maternidad y
pediatría en donde se perdió un ratito antes de llegar a su destino incluso con un hilo
de plata de realidad aumentada guiando sus pasos.

Cuando entro en la habitación compartida, un simple cuadrado con ventanas, sillas y


unas taquillas, a parte de los padres buena parte de la familia de Paola estaba allí,
hablando un tanto alto para el lugar. Teressa descansaba en una cama grande para su
cuerpecito de niña, con esa palidez propia de los enfermos y el negro pelo cepillado a
los lados.
Al entrar el grupo se percató del volumen de sus voces y lo regularon a la que le
saludaban, uno a uno por proximidad, entregando el globo a Paola que tenía unas
ojeras pronunciadas y parecía apunto de echarse a llorar en cualquier momento. Ella
lo puso al lado de los otros regalos, en los muebles de la cabecera de la aparatosa
cama repleta de hierros a la altura del somier, con una pantalla sobre el cabecero
mostrando su estado de salud. Cables enchufados a la pared salían de entre las
sábanas, otros salían de delgados círculos de describían una corona sobre la frente de
la niña. El daño era cerebral por lo que se deducía de la imagen de la pantalla. Por
último saludo a Oscar, al cual se le veía muy solo apartado en una esquina de la
habitación mirado al suelo.

–¿Que ha pasado? –Habló todo lo bajo que podía, como si solo su voz bastase para
que se derrumbase como una estatua de arena.

–Mejor te lo cuento fuera. Salgamos un momento.

Estaban saliendo cuando Paola les interrumpió con su fuerte voz agudizada por el
dolor. –¿Por qué no se lo cuentas dentro? –Le clavaba la mirada con odio.

Oscar presionó en la espalda al confundido Carlos para que siguiera avanzando. Paola
no añadió más. Ambos salieron al pasillo y siguieron hasta un recoveco al lado de la
escalera de la salida de emergencia en donde alguien había colocado unos bancos de
plástico que de seguro provocaban lumbalgias. Carlos esperó a que hablase Oscar,
con una ceja ya levantada sospechado por la escenita que la tragedia no venía sola.
Oscar se movía de un lado a otro como un reo en prisión a punto de ser ejecutado,
frotándose los lados de la cabeza con las palmas de las grandes manos, con los ojos
negros parecía estar buscando algo mientras apretaba la boca. –A sido mi cagada
Carlos. –Se sentó en un asiento como si quisiera romperlo.

–¿Que paso? –Carlos se sentó a su izquierda.

–¡La vida, joder, la vida es lo que pasa! Tengo demasiadas cosas en la cabeza y a
veces me gusta darme un descanso.

–¿Como?

–¡Como estas pensando joder!

–Creía que lo habías dejado cuando te casastes.

Oscar se quedo inclinado hacia delante, con la cabeza gacha, mirando al suelo y los
grandes brazos sobre las piernas. –Un tiempo... Corto. Luego los problemas no
paraban de acosarme. El negocio era una jedionda más complicada de lo que imagine.
Paoula tenía sus cosas de embarazada, y las de mujer. Así que pensé en darme un
descanso, un ratito de relax.
–Y luego otro, y otro y otro, cada vez más.

–¡No! ¡Sí joder, que bien lo sabes! Las cosas están cada vez más complicadas. Según
crece tiene más y más necesidades, yo no me quejo, pero Paola no para. Me pone la
cabeza que creo que me va a estallar. Tú me conoces Carlos, soy un hombre de cosas
sencillas.

–Teressa encontró tu alijo y probó.

–¡No joder! No soy tan capullo. Lo guardo en el negocio para evitar que mi familia lo
encuentre.

–Campeón llevas una tienda de armas ¿Sabes la que te puede caer si encuentran lo
que quiera que te tomes hay?

–Lo sé. Estuve en el ejército se como esconder una caja.

–Entonces como... ¿Que estas tomando?

–Slo-mow.

–De todas las mierdas del mundo... ¿Estas enganchado verdad? No, peor aún, nunca
te desenganchastes.

–¡Que sí joder! Un par de meses.

–Eso no es desengancharse.

–¿Me vas a dar la brasa tú también?

–¿Debería? Tu hija esta tumbada en una cama de hospital.

–¡Lo sé joder, lo se! Se levantó con hambre, no quiso cenar, no le gustaba la cena, a
veces se pone rebelde. De camino a la cocina me encontró dormido en el salón, con el
inhalador al lado y le dio una probada. ¡Estaba vació joder! Solo le podía quedar una
pizca, pero por lo visto los niños son mucho más sensibles a eso.

–Tienes que dejarlo Oscar.

–Quiero hacerlo, pero es que la presión me puede.

–Cuando Teressa salga de esta, me vas a dar esa caja.

–¿Y que haré cuando este a punto de reventar?


–Le zurras al saco, me llamas para ir a tomar algo, te las cascas, o mejor, le das un
meneo a Paola, así os desestresáis los dos.

–Paola... Me tiene en secano desde hace una año, con suerte dos veces al mes.

–¿Estáis discutidos? Digo antes de...

–¡Sí, discute por todo! ¡No entiendo porqué! Desde hace un tiempo tengo complejo
de talonario, parece que solo sirvo para pagar cosas. La encanta gastar.

–¿Por qué no la cierras el grifo?

–Tiene su propio trabajo, ya lo sabes. –Se resignó.

–Sí, de camarera, no le puede quedar mucho despues de... ¿Estas pagando tú todas las
facturas?

–¿Tú que crees?

–El gran Oscar. A las mujeres hay que meterlas en cintura, no lo pagues tú todo
Carlos. –Cita que le repitió muchas veces cuando mantenía a Claudia.

–Sí, ese boca ancha. Es la madre de mi hija. –Explicó con una sola frase.

Carlos decidió cambiar al tema importante ahora que le notaba más calmado. –¿Que
pronostico tiene?

–Esos médicos son otros bocas anchas. Venga a soltar palabras raras para marear. No
tienen ni idea. No saben si saldrá indemne, si quedará atontada, delirante o paralítica.

–Si necesitas dinero solo tienes que decirlo.

Oscar le puso una mano sobre el hombro. –Lo se chaval, gracias.

De vuelta en el hogar, ya en la noche, Carlos se dejo caer en el sofá, repasando en su


mente su situación. No llegó muy lejos, Paola lo interrumpió.

–Te lo ha contado ¿No?

–Sí, lo ha hecho.

–Tiene que dejarlo.

–Le quitare su alijo cuando Teresa se recupere...


–Si se recupera. –Le cortó.

–Se recuperará. Ten esperanza.

–¿Por qué no se lo quitas ya?

–Porque lo mataría. No puede enfrentarse a la hospitalización de su hija con


abstinencia.

–No tendría que hacerlo si lo hubiera dejado. Llevo ya dos años detrás de él para que
lo haga.

–No es fácil. Y el no es de pedir ayuda.

–No se que más quiere.

–Estas enfadada con él, es normal, yo le habría dado una buena tunda. Pero vuestra
hija os necesita juntos, no discutidos.

–Es verdad. Por mi niña haría lo que fuera.– Se tomo una pausa. –Por favor Carlos,
convéncele para que lo deje, yo no puedo más.

Los médicos les propusieron un tratamiento de vanguardia no muy caro, las segundas
opiniones de Montero y el médico de Oscar no eran optimistas así que optaron por el
tradicional en contra de la opinión de Paola que ansiaba un clavo ardiendo al que
aferrarse. Funcionó. Teresa uso ese poder increíble de los niños de recuperarse de
todo a base de fuerza vital y a los dos días estaba como una rosa, feliz de recibir
tantos regalos y atenciones. Como si fuera su cumpleaños. Fue un alivio para todos.
Ver a esa tierna niña, tan jovencita, tan quieta y silenciosa era algo que les angustiaba
en su fuero interno. Algo que no debía ser por nada del mundo. Demasiado triste.

Oscar cedió a regañadientes su alijo bajo la amenaza de Carlos de asaltarle la tienda.


Sin embargo la cosas no mejoraron en el matrimonio. Paola volvió a llamarlo una
semana después del alta de Teresa que habían celebrado con una pequeña fiesta, un
cumpleaños a destiempo, algo apropiado pues desde cierto punto de vista había
vuelto a nacer.

–¿Te dio ya su alijo?

–Sí.

–Menos mal. Gracias Carlos, Eres una buena influencia para él.

–De eso va.


–Me esta costando mucho perdonarlo. Se que no fue intencionado, pero un hombre
con hijos no debería drogarse. Es un peligro y un mal ejemplo.

–Con un poco de suerte el susto le servirá de motivación y lo dejará para siempre.

–Siento haberme puesto histérica con lo del tratamiento. Solo quiero lo mejor para mi
hija y parecía muy bueno.

–Por mi experiencia, si es barato, tiene truco.

–¿No le devolverás las drogas esas verdad?

–¿Por qué iba a hacerlo?

–Se que puede llegar a ser muy convincente y que os tenéis cariño. A lo mejor se
pone pesado.

–De lo que le iba a servir.

–Tengo un primo que podría venderlas y recuperar algo del dinero malgastado en ese
veneno.

–¿Os faltan créditos?

–Para que te voy a engañar, el varapalo no ha sido chico, esos médicos cobran cada
segundo.

–Lo hablare con Oscar y veremos como solucionarlo, no te preocupes.

–¡No! Dáselas a mi primo.

–Me refiero al dinero no a las drogas.

–Ah gracias, todavía estoy un poco desorientada. ¿Aún así no sería mejor venderlas?

–Para eso no necesito a tu primo. Ni valen tanto no te creas.

–¿Sabes como va eso?

–Como todos en esta ciudad.

–Tú también...

–No.
–¿Entonces para que las quieres?

–Estas muy interesada en que se las de a tu primo.

–Solo quiero recuperar el dinero que malgastó.

–Era su dinero.

–Ahora nos vendría muy bien.

–Ya te he dicho que os ayudare, ya sabes que tengo créditos, no voy a dejar que
Teresita lo pase mal.

–Es que ya se las prometí a mi primo y ahora quedare mal.

–Bueno, eso te pasa por prometer cosas que no son tuyas.

–Tampoco son tuyas.

–Ahora sí, su dueño me las dio.

–Se bueno y dáselas a mi primo anda, así podre apuntar a la niña a clases de pintura,
que le gusta mucho.

–Venga va. Pero que cueste que no me gusta andar por hay trapicheando ahora que
soy un ciudadano honrado ¿Donde lo encuentro?

–Puede ir a tu casa.

–Ni de coña. Que te parece tras la bajada de la autopista cuarenta y ocho, al lado de la
estación de ferroviarios, detrás de la hamburguesería.

–Vaya sitio más raro.

–Esta bien comunicado y es discreto, de noche, él solo, no quiero que me vea nadie
con esta mierda. Ahora soy un hombre decente.

Huelga decir que al primo no le fue nada bien, de primeras recibió una caja llena de
aire y de segundas le retorcieron los huesos hasta que le contó a Carlos el motivo de
tanta preocupación por el alijo. Al moreno flaco y tatuado, supuesto primo, no hizo
falta presionarlo mucho para que contara que Paola lo quería como prueba para el
divorcio. De normal el pariente más acaudalado se quedaría la custodia de los
vástagos, la casa y hasta podría pedir pensión, pero si se demostrase la criminalidad
de uno de los divorciados la cosa cambiaba. Con lo sucedido con Teresa Paola solo
necesitaba dejar claro que la droga le pertenecía a Oscar para hacerse con todo.
El alijo y algunas cosas ilegales más de la casa de Carlos pasaron a manos de Mason
a la mañana siguiente, las cuidaría por un tiempo. Al medio día invitó a Oscar a
almorzar en su casa y le contó lo descubierto. Tronó como los dioses antiguos.

En una semana ambos y sus abogados llenaban de ácido salas de reuniones enteras.
Papeles, reclamaciones, tratos que no llegaba a ninguna parte, todo ese odio
desemboco en un proceso lento y tedioso de separación que a Oscar le consumía el
ánimo. Carlos lo veía en el parte semanal que le daba en el Kleinmann durante su
tradición cervecera.

–Esa zorra, me lo dijo a la cara. Sin tapujos, por fin se quito su piel de serpiente y me
lo dijo. Que se había casado conmigo solo por mi dinero, que nunca me amo, que
solo era un trampa para quitármelo. Me dijo que era un estúpido, que como podría
haberme imaginado que una mujer iba a querer a un viejo borracho y drogata acabado
si no fuera por el crédito.

–No deberías prestar oídos a su veneno. Las mujeres dicen cosas así cuando quieren
herir a los hombres. Como en lo físico no nos ganan van a por los sentimientos,
donde ellas tienen ventaja, a hacer todo el daño posible. Claudia también me trató con
cariño cuando no hice lo que ella quería.

–Luego la pones un dedo encima y eres un maltratador.

–Eso tampoco es. Siempre puedes devolvérsela contándola que solo la querías porque
era una agujero fácil o algo así. O mejor, no entrar al trapo y grabarlo. En el juicio
eso te daría una buena ventaja.

–Nunca piensas en ponerte a gravar cuando pasa algo así. Se aseguro bien decírmelo
a solas.

–Ya.

–El maltrato psicológico debería ser considerado igual que el físico. Esa hija de puta
me ha estado engañando todo el tiempo, me hizo creerme amado, me dio esperanzas
de que un tipo como yo, un desecho del ejército, podría tener una vida feliz. ¡Todo
era mentira!

–A ver, tampoco te creas lo que dice ahora que te odia. Imagino que no se quedaría
preñada de ti solo para conseguir una pensión.

–Mucho más que eso Carlos, si gana también se queda a Teressa y la casa, hasta lo
mismo tengo que vender la tienda para pagarla. ¡Que me lo dijo joder Carlos! ¡Me lo
dijo! Que solo era cuestión de tiempo que un imbécil como yo cometiera una cagada
y poder quitármelo todo. Lo peor es que tiene razón.
–Hey, todos la cagamos de vez en cuando, la única diferencia es que ella ha sabido
esconder las suyas.

–Solo que la mía podría haber matado a mi niña. Tiene razón en estar enfadada.

–Y en divorciarse si me aprietas, pero no en tratare así.

Me deje engañar Carlos. –La voz de Oscar le tornó incluso más pesada. –Siempre me
la folle con condón, siempre, y esas cosas hoy en día no fallan.

–¿Entonces como...?

–Me emborrache demasiado, no controlaba, me tire en la cama para descansar pero


ella tenía ganas y empezó a quitarme la ropa. La dije que el condón pero ni caso,
estaba tan mal que me costaba moverme, ya sabes como es eso, sientes que pesas
toneladas y todo te da vueltas. No pude impedírselo.

–Hay que joderse Oscar ¿Una tía te viola y te casas con ella?

–¿Que querías que hiciera? Estaba pensando en dejarla cuando me vino saltando de
alegría con el lapicero ese de la orina. Cuando me dijo que iba a ser padre ya no podía
pensar en otra cosa.

–La tendrías que haber dejado a la mañana siguiente. Por no hablar de denunciarla.
Da igual es cosa del pasado... –El tema le asqueaba.

–Si lo hubiera hecho habría abortado. Además en ese momento pensé que solo se
había pasado dejándose llevar por el alcohol.

–Eso que acabas de decir es una tontería Oscar. Tienes que contar todo esto al juez.

–Como si me fueran a creer. Un hombretón duro y musculoso como yo violado por


una morenita de sesenta kilos, y lo dice ahora que esta de divorcio, claro. Solo
quedaré como un imbécil. –Su rostro era el vívido retrato de la vergüenza.

–Centrémonos en lo bueno. No puede demostrar que la droga sea tuya. Tú has pagado
todo en estos dos años y tienes más capital.

–Carlos, lo que te he contado, no puede salir de aquí.

–Deberías contarlo tú al juez, aunque fuese a puerta cerrada. En ese estado nadie
podría haberse defendido.

–No es por mi ni por el juicio ¿Como crees que se sentiría Teresa si descubre que fue
engendrada así?
–Como quieras, pero esa niña algún día comprenderá lo que esta pasando hoy, eso no
vas a poder impedirlo.

–Hemos impedido cosas más difíciles. Si se entera cuando sea mayor, pues sea, pero
ahora no.

Era un peñazo pero para eso estaban los amigos, o eso se suponía, que iba allí a
apoyarle, en vez de eso casi le echa la bronca. Volvió a casa enfadado contra todo el
género femenino. Oscar había sido durante años como una torre inexpugnable y Paola
la había tirado abajo a base de erosionar sus cimientos con mentiras y manipulaciones
para quitarle sus créditos. El mismo hizo repaso de todas las que le habían apuñalado
por la espalda, llegando a la conclusión de que a las mujeres les resultaba muy fácil
excusarse en sus sentimientos para obtener lo que querían avasallando las vidas de los
hombres a su paso, sobre todo de los que las aman.
Los costes de la separación

El divorcio siguió adelante, destruyendo a la familia y sobre todo a Teresa, en donde


Carlos empezó a ver un pequeño Miguel. Sus ojos se tornaron tristes y la congoja por
algo que no comprendía poseyó su cuerpecito. Se daba cuenta que el detonante de esa
situación había sido la enfermedad que contrajo por tomar lo que no debía y el hecho
de que todo el mundo la dijese la trillada frase de que no era su culpa solo la hacía
sentir más culpable.

Carlos la arropó en la medida de lo que puede un tito que no es de su sangre. Tenía


experiencia con eso, solo tenía que recordar todo lo que a él le faltó y dárselo. Le
funcionó, Teressa le cogió mucho cariño, se convirtió en su oasis escondido en el
desierto de hostilidad de los enfrentamientos familiares. Lo peor fue la prueba de
paternidad, menos mal que a su edad no entendía bien que significaba.

El argumento de Paola llevó a que un único detective registrase la casa de Carlos en


busca de las supuestas drogas, fue así gracias a que no hizo falta orden de registro,
Carlos colaboró de buena fe. Le enviaron a un tipo taimado hasta lo ausente, mayor
de edad, con olfato de perro, más interesado en la cháchara que en el registro. No
encontró nada de lo que en teoría buscaba, en la práctica, si vio algo interesante no se
lo contó a él.

Tras largos meses de deliberaciones el juez le otorgó la custodia Oscar. Gracias a las
malas artes de su abogada, una rubia astuta que consiguió mediante un detective
privado testimonios y facturas que dejaban entre ver que Paola había mantenido
relaciones extra-maritales con una pareja anterior. Tan circunstanciales como que el
dosificador de slo-mow con el que se envenenase Teresa fuese de Oscar, es decir,
cierto pero imposible de demostrar a esas alturas. Igualadas las tornas, facturas y
ahorros inclinaron la balanza a favor del capital. Como siempre desde que las
corporaciones dominaran el universo conocido. La excusa era que por siglos las leyes
de diferentes naciones habían intentado dar la custodia al familiar más amante y
atento de los progenitores fracasando estrepitosamente. No querían perder más
tiempo en discursos morales, era más fácil contar monedas suponiendo que el más
afortunado podría ofrecerle más oportunidades al descendiente, averiguar si iba a
quererlo o no se lo dejaban a los adivinos.

Paola y su familia gritaron, Oscar se alivió, y cada uno recogió los pedazos que le
tocaban de una vidriera que jamas se recompondría. La madre quedó llena de rencor
que no dudo en volcar sobre su hija, el padre se amargó hasta el punto de no poder
confiar en una mujer. Si no solucionaron las diferencias entre ellos a tiros era por la
niña.
Dado que Oscar trabajaba por la tarde noche y Carlos estudiaba por la mañana, se
convirtió en el canguro oficial de Teresa hasta que Oscar encontrase una nueva
pareja. Algo que no iba a pasar. Sin embargo Teresa no fue una molestia, la mocosa
alocada que rompiese todo a su paso tras el trauma de la separación era mucho más
obediente y disciplinada. Puede que viniese de perlas para cuidarla y su formación
académica, pero que le reemplazasen su alegría por miedo, desde el punto de vista de
Carlos, había sido una profanación. Por eso intentó recuperarla llevándola los fines de
semana a las aventuras típica de infantes como parques de atracciones y el zoológico.

En lo que ellos establecieron su nueva rutina Paola presentó su Apelación. Iniciando


una segunda instancia que fue peor que la primera, pues esta vez consiguió apoyos en
su barrio y de diferentes organizaciones de dementes legales. Las feministas,
especialistas en armar escándalos como medio de presión para obtener beneficios
cuya mayor aportación fue acosar a Teressa para que cambiara su testimonio
alegando que su padre la había obligado a mentir, no lo hizo, pero cedo tan
desacreditada que su voz dejo de contar. La herencia americana, reivindicadores del
legado latino, que según sus cuentas les debían créditos todas las naciones del mundo
desde el oro español hasta el ultimo cambio mal dado de un tendero, se encargaron de
tergiversar los costes, Paola con parir y limpiar ya había aportado de sobra a la causa
familiar ¿Que eran en comparación los cientos de miles de créditos en facturas que
les habían dado alimento y cobijo?

Lo peor es que esos supremacistas del género y la raza que brotan como setas en las
culturas predominantes no eran los peores. De repente Paola gozaba de una salud
económica excelente. Un don nadie recién fenecido, amante de su pasado todavía
enamorado de ella, la había dejado una fortuna en herencia. El detective de la
abogada no tardo en descubrir que en realidad el dinero procedía del cártel de
Colombia, algo para ellos obvio pero que era mejor probar no fuesen a atizar al panal
equivocado. Préstamo sin más documentos que la inventada herencia de uno de sus
pandilleros, muerto hacía poco en uno de los interminables tiroteos de los barrios
bajos, desconocido para todos los implicados y para su supuesto propio dinero.
Préstamo que sin duda la cobrarían en el futuro, si no a Paola a su hija, de una forma
u otra. Lo único bueno de esa trampa era que los narcos no podían denunciarles.

Mason le contó a Carlos quién de la familia se dedicaba a ese negocio y donde estaba.
Javi le concertó una cita para hablarlo. A la que fue Carlos tras convencer a Oscar de
intentarlo primero por las buenas. Entre el mono y la situación ya estaba organizando
a sus amigos para empezar a quemar almacenes de coca.
Se reunieron en un restaurante Colombiano en donde el notario comía con gusto un
arroz con pollo y un baso de batido de Lulo. Era un lugar pequeño pero acogedor con
azulejos en las paredes hasta media altura y el resto de estuco apenas visible entre
cuadros de personajes famosos de linaje latino, paisajes de montes verdes y
decoraciones alegres. El mobiliario era sencillo mesas y sillas de forja y fibra de
colores vistosos pero no resaltones, con una barra simple al fondo tan atiborrada de
cosas como el resto del local, dejando el espacio justo para un par de mesas contra la
pared y un pasillo entre medias a los baños y el privado.

En ese momento, a parte del hambriento notario y dos camareros con cara de
complicidad, había una pareja de hombres con prendas coloridas a punto de caramelo
en un lateral y dos tipos feos con trajes oscuros ocultando musculatura, implantes y
armas que de seguro eran sus guardaespaldas. Al menos los que estaban a la vista.

Carlos no había sido menos. A la que entro Jiho ya tenía el control de los sistemas y
Kylikki junto a un compañero de su grupo estaban entrando a escondidas por detrás.
En el mundo de los cárteles nunca se había respetado a los embajadores por lo que no
eran necesarias las formalidades.

–Señor Mendoza supongo. –Era un poco más guapo que sus guardas espaldas, o solo
mejor arreglado. Traje con finas rayas de colores fluctuantes atravesando un suave
campo de heno recién cortado, sobre el que se elevaba un edificio de delicado cuello,
escaso mentón, labios glotones y larga nariz hasta unos ojos marrones con poblados
tejados negros y el pelo hacía atrás.

–Supone bien Señor Carlos. Ante de empezar quiero aclararle que no me gusta hacer
negocios durante la comida, si he accedido a esta reunión es porque no me sobra el
tiempo.

Carlos no estaba de humor para tonterías sobre cuanto valía el tiempo de un


arrogante. –Entonces deje que le aclare yo otra cosa. Si a accedido a esto es porque la
otra opción es una bala en la cabeza. Se ha pasado media vida haciendo negocios así,
por lo que déjese de milongas, que lo que no me gusta a mi son los don nadie que van
de listillos. –Mendoza le hizo un gesto de que paraba mientras masticaba al que
Carlos hizo caso omiso.

–Si a venido a intimidarme ya se puede ir marchando, tipos más poderosos que usted
lo han intentado y ahora descansan en el yermo.

–Bien por ellos, yo no entierro a mis muertos, no me hace falta. ¿Le han explicado
por qué estamos aquí?

La camarera se acercó a tomar nota. Mendoza al espantó con un gesto de la mano.


–Porque están a punto de perder un juicio por un herencia que tramitamos a su
contrincante. Quieren que la retiremos, cosa que no va a pasar.
–Usted se cree muy duro. Aquí en su barrio protegido por su gente, respaldado por su
organización. Pero no lo es, solo mantiene una fachada que no va a impedir que lo
destroce. Por su actitud empiezo a deducir que solo uno de los dos va asalir vivo de
este local.

–No sea drástico señor Carlos. Soy un hombre civilizado, si no lo fuera esos dos
hombres a mi derecha ya le habrían hecho pagar cara su insolencia, saldrá de aquí
con vida, ahora, cuanto dure eso ya es otra cosa.

–No entiendo a que ha venido aquí si solo va a repetir trucos de tendero baratos. ¿A
tomarme las medidas? ¿A un mensajero? Al final va a ser que su tiempo no vale
tanto.

–Ambos sabemos que usted es mucho más que un mensajero en este asunto.

–Si lo supiera se habría dejado de estupideces. Han tocado un tema sagrado para todo
hombre decente, la familia, y no a un sujeto cualquiera, a un excombatiente y
exrunner capaz, con recursos y amigos, que va castigarles hasta que no quede ni un
hombre del cártel con vida. Sí lo sé, al final ganarán la guerra, pero el coste que
pagaran por ello entre lo que destruya la persona que represento y lo que aprovechen
en quitarles las otras familias va ser enorme, mucho más de lo que vale una puta más
en la esquina.

–Las putas son muy rentables, sobre todo las jóvenes.

–Carlos se contuvo. –¿De veras es notario? ¿Su primera vez quizás?

Menendez sonrió y se tomo su tiempo en comer un poco más. Se lo cortó la diversión


cuando empezó a escuchar tiros en la trastienda. Los camareros se fueron con prisas.

–Los gays también son suyos. Buen truco, es una pena que lo hayan estropeado
quedándose en el local.

–¿Que pretende?

–Me imagine que no colaboraría. Me darían una paliza como lección, luego una
amenaza sobre la hija a los padres y a un burdel a celebrar. Ahora sumo que hasta
tienen un par de testigos para luego chantajearme con ir con ellos la juicio si no pago
una suma desorbitada, de hay que me haya estado provocando desde que entré. Tiene
que ser duro que el provocado sea usted ahora.

Menendez ordeno a los hombres que le custodiaban, los cuales estaban nerviosos, que
se quedaran quietos. –Estamos en territorio Colombiano, puedo tener en menos de
diez minutos a veinte hombres armados aquí.
–En ese tiempo les matamos dos veces y todavía nos sobra para retirarnos.

–No pueden librar una guerra privada contra uno de los cárteles más grandes de la
ciudad.

–He oído que ya tiene una abierta contra los Lupo. Aconséjeme licenciado ¿Debería
haber tenido esta conversación con ellos antes?

–No se crea que tiene ventaja solo por haber hecho los deberes. Los Lupo a día de
hoy solo son una molestia.

–Los Lupo ya se cargaron a los bolivianos, lo que hicieron una vez pueden repetirlo,
sobre todo con ese respaldo, ya sabe, las corporaciones tienen miras a largo plazo,
esto podría ser una oportunidad para acelerarlos. De todas formas ese no es el tema a
tratar aquí. La pregunta es ¿Que prefieren, retirarse o la guerra?

Menendez se lo pensó un momento. –Nos retiraremos, pero por un precio.

–¿Cual?

–La tienda del señor Oscar nos contratará como servicio de seguridad. –Eso en
realidad implicaba pagar cada vez más a cambio de que no le atracasen.

–Va a ser que no. Mejor hágalo gratis y dese con un canto en los dientes de que no le
cobremos nosotros, que sería lo apropiado.

–Nosotros cobramos por colaborar.

–Eso se lo dice a su clienta. Si quiere un suplemento por nuestra parte que sepa que lo
recibirá en plomo. –dijo levantándose. Antes de salir por la puerta se dio la vuelta y le
sonrió. –Considere lo de la trastienda un generoso adelanto por su cordialidad. –Se
fue de allí a la carrera, los refuerzos debían de estar al llegar

En menos de una semana Paola había devuelto todo el dinero, seguramente bajo
amenaza, de forma oficial por tratarse de un error administrativo. Sin darse cuenta,
salvándose a si misma de acabar teniendo que pagar una deuda cuyos intereses
arbitrarios la exprimirían por años hasta dejarla seca y a saber en que condición. La
falta de crédito implicó su derrota en los juzgados. Se tuvo que conformar con un par
de días más al año respecto al anterior fallo.
La retirada de los colombianos estaba influenciada por una oportuna situación externa
como le explicaría Mason a Carlos al devolverle sus cosas. Las familias volvían a
estar discutidas. Tras meses reconstruyendo los invernaderos de cultivo, extensos y
caros edificios automatizados dedicados a la agricultura, de simplona apariencia,
inmensas losas rectangulares sobre el yermo, pero gran complejidad interna, todos
tanteaban al vecino en busca de debilidades a explotar para quitarle terreno ahora que
andaban con el cinturón apretado.

Le pasó la información a McKenzie por si este le podía sacar algún jugo. El


periodista le contó el chisme de que se rumoreaba que se iban a legalizar las drogas
orgánicas en el planeta. Un paso lógico en un mundo en el que en cuanto se le
agotasen sus recursos minerales, empleados en el mercado de los implantes, ya que
para construir naves no podían por la falta de lunas, solo serviría para la
alimentación y el turismo. Buenos negocios, pero que no necesitaban ni la mitad de la
población existente. Las sobredosis serían una buena forma de combatir la
superpoblación. Aún quedaban siglos para eso y las corporaciones, los auténticos
gobernantes, ya estaban tomando rentables medidas al respecto.

De los colombianos solo recibió Oscar una visita en su negocio para darle la noticia
formal de su retirada e intentar convencerlo de aceptar aquello de la seguridad, los
tres mocosos enviados salieron con la cara caliente. Una semana después le robarían
el mustang, una conducta infantil para un cártel, pero en el margen de tiempo
apropiado como para sospechar de ellos. Oscar ya había pasado por mucho como
para meterse en más problemas por un coche, lidió con el seguro para que le pagasen
lo que tocaba y se compró un monovolumen más apropiado a su paternal situación.

Oscar no volvió al slo-mow. Pero empezó a beber más de lo normal, que ya era
bastante.
Dos clavos similares

–¿Que tal se encuentra? –preguntó Carlos

–Bien, demasiado bien. Esta volviendo a salir y me temo que lo haga con más ansia
que antes. Eso es lo que dicen de los reincidentes. –para estar preocupada el tono de
Lizelle era monótono como el espacio exterior.

–Es cierto.

–Entonces tendré que enviarla lejos del vicio.

–¿Como piensas hacerlo? Tengo un amigo con el mismo problema. –Había que
aclarárselo para que no se hiciera malas ideas.

–Siempre estamos faltos de gente capacitada y de confianza para la gerencia. Se de


una luna helada con importantes laboratorios a supervisar donde no faltan
comodidades en donde desempeñara bien esa labor.

–Ojalá para mi fuera así de fácil...

–No es tan fácil como suena.

–Estas segura de que enviarla lejos es una buena idea. Si se siente sola...

–No estará sola, te lo aseguro. –le interrumpió con un disonante tono de desagrado.

–Cuando erais niñas ¿A que sitios os llevaba vuestro padre?

Lizelle tardó en responder –¿Es una pregunta trampa?

–No. Es que cuido de una niña pequeña, la hija de un amigo divorciado. La llevo los
fines de semana a lugares divertidos y me estoy quedando sin ideas.

–¿Ahora cuidas de niños?

–De un amigo con dificultades. No es trabajo.

–Imagino que ya habrás agotado internet...

–Por ese tipo de comentarios la gente piensa que eres una borde Liz.

–¡No era tan...! Da igual. A mi me gustaba ir a montar a caballo.


El equino le dio una coz en el cerebro a Carlos. Era obvio que hablaba de caballos
reales, por el precio de uno se podía comprar un rascacielos entero, empleados
incluidos. Aunque solo pagase por montar el coste debía ser astronómico. –Me temo
que eso se me pasa del presupuesto.

–¿Has probado a llevarla museos o galerías de arte?

–Solo tiene tres años.

–¿Y?

–Se aburrirá.

–Eso depende del museo. El de la ciencia y el espacial tiene atracciones y juegos, a


los niños les encantan y aprenden a la vez que se divierten.

–Creía que eran como las galerías. Silenciosas y tranquilas como una siesta.

–¿Nunca has ido a un museo?

–Ahorrábamos para comprar comida.

–¿Quién es un borde ahora?

–Ojalá fuese un desquite.

–Oh perdona... En ese caso quedamos a las seis el sábado por la tarde en el museo del
espacio.

–¿Quedamos?

–¿No puedo ir?

–No pensé que quisieras.

–Me ha dado nostalgia, y alguien tiene que evitar que metas información errónea en
la cabeza de esa pobre niña.
En efecto el Museo era más barato que bastante de las atracciones a las que había
llevado a Teressa antes. Quitando que la llevara de tiendas el viernes para que se viera
como una princesa. Se percibía como un idiota al hacerlo pero no quería que Teressa
se sintiera como una pobretona al lado de Liz, aunque con esa edad esa era una idea
un tanto compleja para ella. Como no se fiaba de su gusto de motero, ingeniero y
mercenario a sueldo se fió de la estilista, la cual aprovechó para apuñalarlo con la
factura. Eso sí, Teressa parecía el engarce de una esmeralda dentro de su abrigo de
capas con falda larga, un engarce de piel morena y fuerte pelo negro a juego con sus
ojos atentos. Carlos fue con uno de los trajes que la regalase Katya.

Liz volvió a sorprenderlo a dejar su colección de oficina por un vestido steampunk de


altas botas y brazo de cobre mecanizado bajo gabardina larga bien zurcida y un tanto
escotado, se recogió el pelo en una coleta egipcia con un gran broche triangular
invertido de adorno en su parte superior.

Al principio Teressa no quiso saber nada de Lizelle, era una extraña y la daba miedo.
Liz se la supo ganar poco a poco. Ayudándola en los juegos de construcción o
subiéndose en los cacharros con ellos y hablándola con dulzura maternal. La dama de
hielo ante la niña se convertía en un helado de plátano con chocolate, Teressa hasta se
dejo coger en brazos, eso sí, sin perder de vista a tito Carlos. El cual se lo paso casi
tan bien como la niña, había mucha ingeniería entre esas paredes, no solo historia y
algunas atracciones como la de pilotar una nave antigua en el simulador, tenían su
gracia.

El museo era una serie de salas enormes en las primeras plantas de uno de los
edificios de la Wayland-Yutang, propietaria y promotora del mismo como parte de su
obra social en la que no faltaba publicidad de la empresa. En las altas salas, de corte
simplón, había modelos a escala, hologramas didácticos, muchos paneles
informativos, pantallas con documentales en bucle, algunas atracciones y auténticas
reliquias bajo la protección de simples cristaleras y sistemas de seguridad de
vanguardia entre las que destacaba lo que quedaba de la nave colonizadora no
tripulada que iniciase el proceso de habitabilidad del sistema estelar siglos atrás.
Haciendo uso de todo ese material de referencia explicaban la historia espacial de la
especie. Los pioneros soviéticos, el alunizaje estadounidense, la guerra de de los
satélites, la informática cuántica, el fracaso de la NASA en Marte, la superpoblación
terrestre, la primeara base permanente en la luna de la RPC, las siguientes de la
EUSPA, seguidos por los japoneses, la internacional y por último la de Mercosur, la
imposición global de combustibles no contaminantes, las baterías cuánticas, la carrera
colonizadora iniciada con la ocupación de Europa por la UE, la apropiación de Ceres
y Titan por parte de China, la de Ganímedes por Mercosur, los conflictos por Deimos,
la ocupación de Calisto por Rusia y de Encelado por Ghana, el Congo y Sudáfrica, la
convención de la ONU sobre el espacio colonizado, el gran esfuerzo marciano y sus
conflictos, la rebelión de las máquinas, su sofocación y las limitaciones a las IA
posteriores, la crisis poblacional derivada de la expansión agresiva, el uso de
replicantes y su abolición, el re-diseño humano y el escándalo por la manipulación
genética secreta gubernamental, la independencia de los cuerpos celestes Chinos
durante la crisis social de la nación, el auge de la piratería espacial anglosajona, el
armisticio de Deimos, la decodificación de la consciencia, la convención de la ONU
sobre los derechos de la identidad humana, las declaraciones de independencia
generalizada de las colonias y los problemas migratorios, la re-estructuración
corporativa, las primeras colonias privadas, las guerras corporativas, el fluctuador de
tiempo, las colonizadoras automatizadas y su salto a otros sistemas con sus primeros
fracasos y segundos éxitos, el inicio de la expansión infinita, la abolición de las
naciones y la creación del senado corporativo, la destrucción de las colonias rebeldes
comunistas, los concejos planetarios y su relación con las corporaciones
interestelares, el establecimiento de la dinámica de crecimiento constante regulado
por el senado y por último los ambiciosos proyectos de terraformación, incluido el de
la propia Tierra contaminada en extremo.

Carlos no tenía muy claro que Teressa se hubiese quedado con algo de toda esa
avalancha de información sobre la conquista del espacio por parte de la humanidad
pero se lo pasó bien jugando con los simuladores y aparatos del lugar. La presencia
de Lizelle también la hizo bien. Se había cerrado bastante a la interacción social con
la hostilidad ambiental del juicio, antes se dejaba coger por cualquiera y en ese
momento tenía miedo de todo el mundo, algo que debía superar.

Lizelle fue tan amable con ella que debió agradecérselo antes de despedirse. Su
contestación fue alagar a la niña. Carlos se volvió a casa con la sensación de haberla
juzgado mal todo ese tiempo.
Quedaron los tres juntos con el fin de visitar más lugares los fines de semana. Al
menos Carlos aprendió bastante en ellos, dada su deficiente formación de obrero de
barrio marginal. También aprendió de Lizelle cosas como que sería mejor injertar los
cambios genéticos en Teressa antes de la adolescencia ya que no lo habían hecho en
la matriz, o lo positivo que era apuntar a los niños a un terrario deportivo para que
tuvieran contacto con la naturaleza a la que evitaban la obesidad. Ideas tan buenas
como caras que Oscar no se podía permitir y le plantearon a Carlos un dilema más.

El otro era el motivo de que Lizelle jugase a las mamás y los papás con ellos. ¿Era su
forma de airearse del mundo corporativo? ¿Buscaba algo parecido al afecto familiar
que le faltaba en su mansión? ¿Deseaba tener una relación sentimental con él? ¿Era
otra paranoia de las hermanas Westwood? Cuestiones que no podía preguntarle
delante de Teressa. La invitó a tomar algo en una cafetería de las que sirviesen café
real un fin de semana en que Oscar se quedo con su hija con la idea de aclararlo pero
se la rechazó, esas y todas las similares, en una, con el tiempo clara, evasión del
encuentro. Lo cual hacía aún más desconcertante su conducta.

Se lo pensó largo y tendido decidiendo tenderla la emboscada en Navidad, cena


familiar, pero estaba muy ocupada con las suyas. Habría estado bien tenerla aunque
hubiese mosqueado a Oscar. Los tres solos ante la mesa, dos esforzándose por estar
alegres por una, una emitiendo alegría por los tres. Era mejor que su infancia, mamá,
su último novio y lo mejor que se podía conseguir con poco dinero más lo robado del
restaurante, pero seguía sabiendo a roto. Se conformaban con que ella no lo notase,
demasiado, ya que los días que pasase con su popular familia materna, que contaban
miembros por decenas, en comparación era una discoteca a tope. Al menos regalos no
la faltaron.

Por otra parte Carlos le hizo un préstamo, afondo perdido no declarado, para que la
realizase las terapia génica oportuna en la primavera. Quitando la inmortalidad, lo
más caro, según Oscar eso lo tenía que decidir ella cuando fuese adulta.

Probó con Lizelle de nuevo en carnaval, en una fiesta de disfraces infantil en un


terrario diseñada para agotar a los críos y que se acostasen pronto de cara a dejar la
noche libre de mocosos a los adultos para pecar a gusto. Esas eran noches de
desenfreno en las que el sexo inundaba la mente de la población dependiendo de que
barrios, también las calles. No imaginó que aceptase, fue un tiro a ciegas y sin
pretensiones, pero lo hizo.
Fue vestida de girón de nube, tan abstracta que resultaba difícil de creer, unas tiras
anchas de tela muy estilizadas partían de un jersey mullido pero ceñido y recorrían
sus extremidades enredándose como el viento y llevaba el pelo blanco y maquillaje
brillante, como gotas de lluvia. Teressa se había disfrazado de Aurora boreal usando
una técnica típica para los niños que se lo podían permitir elegida por Oscar, con la
que se satisfacía a los críos sin agobiar a los padres. La ropa era sencilla, prendas
anchas blancas, falda y sudadera, en cambio dentro de su plástica superficie las telas
podían emitir imagen a elegir al igual que una pantalla, en este caso sobre un fondo
oscuro luminosas lineas de color bailaban. Carlos se vistió de galló, un colorido
pájaro terrestre que no volaba pero se veía bonito, era una bola de telas con altas
botas amarillas de cuyos antebrazos y trasera partían largas tiras de telas pegadas a
unos filamentos, con un ridículo sombreo abultado en rojo en la cabeza y la nariz
pintada de amarillo. Lo eligió Teressa, a ella la encantaba, Liz tuvo que esforzarse por
no reír declarando de que estaba claro que Teressa lo quería solo para ella.

A pesar de ser un ave terrestre se las apaño para atrapar una nube en lo que la aurora
boreal se completaba una ginkana. Mientras se tomaban unas infusiones sentados
alrededor de una mesa de forja con la superficie en mosaico de azulejos de un bonito
kiosko afrancesado de hierro y cristal del que escapaban nubes de vapor olor café.

–Es imposible no quererla ¿Verdad?

–Posee el encanto de la inocencia, la belleza de la ilusión infantil, veladas por la


tristeza de una familia rota en una bonita cara risueña.

–¿Es por eso que nos acompañas? ¿Te despierta sentimientos maternales?

–No sé, puede.

–No lo sabes...

–¿Esa es al pregunta que llevas desde septiembre del año pasado intentando hacerme?

–Sí. Me cuesta entenderte.

–¿Tan necesario es que te la resuelva?

–Pues sí. Te has convertido en una constante en nuestras vidas y ni sabemos el


porqué.

–Las causas a menudo se pierden en el tiempo, son los resultados los que definen
nuestro futuro.

–¿Que resultado podemos esperar?


–Nos alegra la semana, ese ratito de asueto y afecto hace que el lunes no sea tan duro.

–¿Solo eso?

Ella giro la cabeza para observarlo a la que meditaba sus palabras, reteniendo ideas
tras los ojos. Luego volvió a mirar hacía Teressa. La niña estaba atravesando, como
tantos otros coloridos infantes disfrazados, un recorrido lleno de alegres obstáculos
de plástico de vivos colores y escaso peso colocados sobre el césped del llano
cercano a los bancos de arena y sus columpios en la zona infantil. Con frondosos
árboles al fondo y una gigante cristalera curva a decenas de metros sobre sus cabezas
parando la lluvia. La veían bien, iluminada por grandes focos alzados sobre altos
postes, no eran los únicos, también la cuidaban jóvenes cuidadoras con la cara
pintada, disfrazadas de payaso, y drones de vigilancia volando como libélulas.

–¿Tengo que decirlo? ¿Que romper el encanto?

–No quiero romper nada. Es solo que me cuesta entenderte.

Se tomo su tiempo, meneó la cabeza como asimilando algo y habló. –Eres un buen
hombre, a pesar de todo te sigues preocupando por mi hermana. Apostaría a que la
mayoría con los que ha estado no recordaría ni su nombre si no fuera la importante
hija de una poderosa familia. Cuidas de Teressa como si fueras un familiar real. Y sí,
es adorable. –Se tomo un descanso del largo de un sorbo de café caliente y continuó.
–Mi familia no fue muy diferente una vez, lo hecho de menos.

Carlos no preguntó más, se dio por satisfecho, el tono suave pero amargo de Lizelle
hacía evidente que era una confesión más dura para ella de lo que su sencillez
aparentaba.

–¿No me vas a preguntar por mi madre?

–¿Quieres que te pregunte?

–Es un tema delicado, en eso tienes razón. Todos mis semejantes piensan que se iría a
atender un negocios, es lo normal, a las mujeres de mi situación social no les suele
gustar ser madres, interrumpe su carrera profesional, por no decir que no quieren a
sus maridos. Nos casamos y reproducimos por conveniencia, bebés que ocuparan
puestos importantes en la compañía que no se pueden dejar a un ajeno, de
progenitores acaudalados que garanticen su futuro si uno desaparece.

–¿Tantos desaparecen?
–No. no solo somos inmortales, una tecnología que se puede permitir cualquiera con
un buen empleo y capacidad para el ahorro, si no que guardamos calcos de nuestras
consciencias en silos de máxima seguridad para resucitar en caso de fallecimiento.
Somos eternos.

–¿Creía que, por aquello de la destrucción del original, solo podía existir una
consciencia a la vez?

–No. Por ley y seguridad solo se permite que viva a una consciencia a la vez, cuando
la mente esta digitalizada se puede hacer una copia de seguridad, de hecho se suele
hacer por si la transmisión es mala, las copias de viaje interestelar son destruidas,
pero puedes guardar una y esconderla muy profundo a la espera de tu muerte.

–¿Las hacéis a menudo?

–Depende de la persona, es muy caro y teniendo en cuenta que el precio por cada
actualización es morir, no resulta de buen gusto.

–Sabiendo eso, queda claro que no murió, pero tampoco se largó.

–No, de haber fallecido su neuroimplante lo habría comunicado junto a su última


localización y la causa de la defunción y no se despidió ni tenia programado ningún
viaje. Solamente desapareció.

–¿Así sin más?

–Los neuroimplantes se pueden asaltar e impedir que cumplan sus funciones. No


tuvimos más pistas de su desaparición que su auto aparcado en una azotea del distrito
de servicios en donde acudía a menudo a un taller de arte donde practicaba con otras
pintoras de buenas barriadas.

–Sin guardaespaldas.

–Pues como yo ahora.

–No llego a comunicar defunción.

–No. Y mientras no podamos confirmar su muerte no podemos resucitarla.

–No podéis...
Le interrumpió recuperando el tono frío de ejecutiva aireada clavándole rayos de
hielo con sus ojos. –¿No crees que si existiese alguna forma ya la habría recuperado?
–Carlos notó que también se le agudizaba la mirada. Cogió aire y se calmo de nuevo.
–También existe la posibilidad de que lo apagara ella, a veces pasa, el que sea se
aburre de su vida cómoda, quiere escapar, y lo hace, apaga todo y empieza de nuevo
con otra identidad, en otro cuerpo, en otro lugar.

–¿No dijistes que erais felices?

Volvió a enfriarse aunque sin enfado. –¿Como saberlo? Eramos niñas y para nosotras
todo estaba bien, no entendíamos el mundo y sus sutilezas. Incluso de adultas apenas
comprendemos nada. Nuestro abuelo había exigido que padre ocupase su cargo tras
su jubilación, quería aun hombre de familia en el trono y padre era le único de esta
rama con esa cualidad, a un distancia absurda de la herencia, sin méritos ni logros.
Nadie se lo esperaba, abuelo siempre fue un tanto sentimental, y sí, para colmo se
dejo morir, la eternidad le resultaba pesada. Así que mi padre o aceptaba o la rama
perdía su posición y eso era algo por lo que nos habrían lanzado a los suburbios
desnudas. Era mucho trabajo para él, no estaba preparado, le consumió su tiempo, y
su matrimonio.

Carlos especuló por unos segundos.

–¿No dices nada?

–Todo lo que se me ocurre significaría ahondar en la herida. No le veo utilidad.

–No la tiene. Paso hace años y se investigó todo los posible, sin encontrar nada. De
seguro que fue algún familiar estúpido y cruel, por desgracia de esos tenemos a
granel.

–Siento haber sacado el tema. A mi no me molesta que vengas y disfrutes con


nosotros de un día de juegos, solo quiero que no le rompas su corazoncito a Teressa el
día en que te aburrieses de nosotros. Eres su amiga. –Por un momento ella se quedo
contenida como una estatua. –Ahora se que no eres de esas, comprende que con esa
fachada de dama de hierro que te gastas no es fácil verte.

Suspiró. –¿De veras me veo tan insensible?

–Pues sí. Cuando te pones en royo oficinista eres como un robot y cuando estas con
nosotros... Eres maja, pero se nota que te reservas.

–¿Que me reservo?

–No sé ¿Por educación quizás? ¿Miedo a quererla demasiado sabiendo que algún día
tendrás que soltarla, o que se irá? Las posibilidades son muchas, tú sabrás.
Lizelle se volvió a desechar de una idea con un movimiento de melena. –No me lo
puedes reprochar, tú eres igual.

–Porque no soy un buen tipo. He hecho cosas muy malas. Cosas terribles. Ya sabes, el
lazarillo de Tormes.

El arrepentimiento hizo que la escarcha cayera. –No debí...

Carlos la relajo con un leve movimiento de mano y un gesto de indiferencia en el


rostro. –Antes pensaba que el mundo me había castigado tanto y sin razón que ya
había pagado de sobra por cualquier crimen que cometiese. Ahora tengo miedo de
que ese pasado vuelva y me quite lo que tengo. –Señalo a Teressa con la barbilla.

–No es nuestra.

–No quiero que sea mía, ni debe serlo, me basta con que este bien.

Terminaron la tarde con una cría a la que el sudor la estaba borrando la pintura facial
muy cansada, un tanto disgustada por ello y por el final de una fiesta en la que había
corrido, chillado, peleado, reído y jugado. La otra niña estaba nerviosa e hizo algo
nuevo, se volvió con ellos.

El plan era que Teressa se quedaría a dormir en casa de Carlos para que Oscar
aprovechase la noche más cachonda del año en buscar su medio limón en un baso de
tequila. Una faena para Carlos que había aceptado tras considerables y molestos
ruegos cobrando a cambio munición eterna. Ni quería pensar en la orgía en la que se
podría haber colado con un poco de suerte.

Teressa se bañó, ella y Carlos se vistieron de pijama y todos cenaron pizza a la luz de
películas infantiles hasta que la pequeña cayó como una piedra y fue llevada en
brazos al cuarto de invitados donde había dejado plasmado un fresco unos días antes.
A la vuelta al salón Carlos preparó un par de cócteles y despertó a la adormilada
Lizelle que buscaba algo más interesante en las plataformas contratadas con más
preocupación en el rostro de la que admitiría.

–No vas a encontrar gran cosa, apenas la veo.

–Ingeniería ¿No?

–Aburridísima ingeniería.

–¿No te gusta?

–Sí, la propulsión me chifla, pero los cálculos me matan.


–Te... podría echar una mano.

Carlos se acercó hasta una distancia tan corta que en una sofá tan grande resultaba
absurda. –¿A que sabe el tuyo?

–¿No son iguales?

–El vaso les puede cambiar el sabor.

Lizelle se rió. –¡Que cosa más tonta!

–Pero te has reído.

–¿Te funciona?

–¿No somos nuevos verdad?

–No. –simple y tajante.

–¿Me darás a probar entonces?

Se besaron. Empezaron en el sofá y acabaron en la cama. Entre las sábanas volvía a


ser una mujer diferente, la dulce Lizelle, anhelante, cálida, dulce, deseosa y sumisa.
Un belleza pálida que exponía su piel caliente rogando una caricia, un beso, un
abrazo. Se desplazaba con suavidad a cada posición requerida con la facilidad con la
que se soplaba una pluma y aceptaba cada embate sin mas queja que un suspiro. Sus
manos buscaban el deseo, su aliento era complicidad y sos ojos un cristalino ruego de
ternura. Intento ser dulce, pero ella quería más y más y él acabo desbocado. Ella no se
quejó.

Cuando sus ojos se volvieron a encontrar a la mañana siguiente estaban cargados de


preguntas que no fueron formuladas por haberse visto en la mesa de la cocina
desayunando junto a la pequeña Teressa a la que tardaron en devolver a su padre
pues este se demoraba en despedirse de su cita. Así que hablaron largo y tendido
sobre banalidades y buscando algo con que entretenerse mejor que los dibujos
animados.

Cuando llegó el momento de la separación en un alarde de instinto Carlos la preguntó


si volvería esa noche. Ella dijo que sí.
A la tarde Carlos intentó preparar una cena, la cocina se movía sola con precisión
milimétrica respondiendo a sus pensamientos, su aportación al trabajo era mínima y
aún así no logró recrear un alimento comestible por lo que acabó pidiendo comida a
domicilio, la cena no sería buena pero al menos no acabarían en urgencias. Ella trajo
alcohol de calidad. El contraste era abrumador, las botellas se vaciaron y la comida
apenas se alejó del plato. Se quedaron un rato sentados sopesando la bebida, él de
traje a pesar de que no se iba a ir a ninguna parte, ella con un vestido sofisticado,
como una espiga blanca invertida, ideal para un desfile. En algún momento una
pregunta que no dejaba de rondar la mente de Lizelle, cual mosca atrapada, encontró
su boca y voló libre.

–¿Como de diferente a sido?

–Mucho.

La sorprendió o se hizo muy bien la sorprendida. –¿En serio? Es el mismo cuerpo.


–dijo con desgana.

Carlos rio. –Como si no lo supieras de sobra.

–¿¡A que te refieres!?

–Se tiene sexo con el cuerpo pero se hace el amor con la persona. Vosotras sois muy
diferentes, sabes de sobra que ha sido distinto.

–Vale, lo admito. –Carraspeó. –Mi hermana y yo tenemos gustos muy diferentes,


divergentes incluso. Nunca habíamos coincidido, por así decirlo. –Una brisa furtiva la
calentó las mejillas.

–¿Tienes curiosidad de como lo hace ella?

–¡Maldita sea! Sí, la tengo. Es decir, de como de diferente es.

–Como el sol y la luna que nunca he visto.

–¿De veras? ¿Tan diferentes somos?

–¿Quieres probar?

–¡Menudo truco más bobo para llevarme a la cama!

–A ella no le gusta la cama.

–¿No? Donde... –Miro alrededor como si pudiese deducirlo de un vistazo, no lo hizo.


–Te burlas de mi.
Carlos negó con la cabeza.

–¿Donde?

La señaló la terraza.

–¡En serio! –Se levanto escandalizada a mirar por la ventana. –¡Hay os podría ver
cualquiera!

Carlos asintió de forma exagerada con la cabeza.

–¡No me lo puedo creer! ¡También es mi cuerpo! –Rectificó. –Se ven iguales. Podría
tener un poco de consideración. –Volvió a la mesa. –¿A ti te gusta eso?

–He de reconocer que morbo da.

–Te gusta más que...

–Me gusta los ojos que pones. –Eso la terminó de sonrojar a pesar del enfado. –Ya
que estamos... Puede que anoche me pasara un pelín, no se si querías más o menos.
Siguió ganando color.

–Estuvo bien.

–No, en serio ¿Más o menos?

–Así estuvo bien.

–Es decir, que más.

Dudo un poco pero se la aproximó y la agarró por la cintura y el glúteo, bien


apretado, y se la acercó de un zarpazo hasta ponerse ropa contra ropa. Como le
estorbaba la ropa. Lizelle le dio un guantazo en el acto que sonó como como una
pequeña explosión que le dejo la cara caliente y con un dibujo colorado de mano en
la cara. Pero en vez de separarse se le quedo mirando a los ojos, en donde empezaba
asomar esa mirada. La beso, le correspondió y volvieron a tener una noche de
Carnaval.

A la mañana siguiente, con Teressa ausente, se comió toda su fruta y se marcho


contrariada.

–Que sepas que esto ha sido porque tenía curiosidad y porque es Carnaval. A mi me
gustan los hombres intelectuales y serios. Tú ni sabes vestirte y no te hace falta
porque te sienta bien todo, besame. –se besaron. –¡Ni una palabra de esto!
Se fue marcando el paso con el tacón e sus zapatos, una diseño antiguo que no todas
las mujeres se atrevían a calzar. Carlos se mantuvo indiferente al arrebato, Zenobia ya
le había acostumbrado a esas despedidas dramáticas.

Al recordarla se preguntó que pasaría cuando ella volviera de su refugio espiritual y


descubriera lo que había pasado, cosa que de seguro haría nada más ver a su hermana.
La idea le dio jaqueca.

A partir de esa cita tuvieron más encuentros en los que Lizelle se quedaba hasta tarde,
todos los sábados, ella tenía el calendario bien controlado. Le llevo a restaurantes
pijos, teatros, operas y con el tiempo aceptó algo del ocio salvaje de Carlos, lo más
liviano, llegándoselo a pasar tan bien como cualquiera.

Carlos llego a acostumbrarse a las personalidades de Lizelle, la estirada mujer de


negocios de cara al público, la maternal pero seria compañera de aventuras de sus
ratos libres y la dulce niña ansiosa de afecto en privado, aunque no dejase de
perturbarle los cambios de máscara. Como cuando en medio de una cena romántica
aparecía un conocido corpo pavoneando todo su elitismo con ganas de molestar y lo
despachaba transformada en la fría ejecutiva de PAL con agudas puyas en un duelo de
voluntades en el que se esgrimía el idioma.

Quizás fuese por esa conducta, los cambios de personalidad, que no dejaba de sentir
que existía cierta distancia entre los dos, una brecha, un muro invisible, una sábana
irrompible que no les permitía llegar a tocarse por mucho que se acercara, aunque
sintiese el calor. No podía evitar preguntarse cual de ellas era la auténtica. Le gustaba
pensar que la niña tierna pero sabía que como con las anteriores mujeres de su vida
eso era un engaño. Quizás ni si quiera la conociese, quizás la verdadera Liz estaba
escondida entre ese laberinto de facetas.

Por su puesto esa relación le convirtió a ojos de la sociedad corpo de grande apellidos
en la mascota oficial de las Fonseca, nomenclatura a la que no se terminaba de
acostumbrar. Y eso que Lizelle ni salia con otros hombres ni permitía tratos
despectivos contra su pareja. Las batallitas verbales contra snobs con ganas de
incordiar con el trillado concepto de “Ahora que has caído en desgracia por inútil,
este novio pobretón es lo apropiado para ti” les acercó. A ella ni le afectaban, o al
menos lo disimulaba muy bien. Él aprendió que retarlos a salir a aclararse las ideas
era buena forma de dejarlos por cobardes pero que nunca tenía éxito, escondidos tras
el civismo, lo usaban como excusa para sacarle de la conversación poniéndole por un
patán violento, algo que enfadaba a Lizelle. Tenían sus reglas para hacer el miserable
sin salir magullados, un juego insidioso a base de venenos para evitar
confrontamientos mayores. Tan noble como absurdo, para Carlos si ibas buscando
pelea tenías que estar dispuesto a luchar.
Le resultó curioso como los ricos y poderosos se azuzaban como ratas hambrientas a
base de desmoralizar y boicotear a sus semejantes por el estatus al igual que los
curritos de estercolero se peleaban entre ellos por un ascenso.

Con el tiempo se aburrió y les soltaba la primera grosería que se le ocurría, eso
también enfadaba a Lizelle. Había que ser fino y elegante. No era su royo, no pensaba
jugar con sus normas, así que empezó a dejarles claro lo que pensaba de los niños de
papá muy mezquinos y más cobardes, motivo por el que dejaron de ir a sitios de alta
alcurnia. Desde entonces entendió por que Zenobia prefería locales populares.
Mal karma

Carlos volaba en su KTM atigrada sobre los barrios bajos. Recoger o entregar a
Teressa a su madre siempre había sido cosa de Oscar, sabiendo lo que haría el tito con
los familiares de Paola si se pasaban de bacilones, algo que parecía estar más allá de
sus limitadas capacidades evitar. No los masacraría delante de la niña, por supuesto,
pero la noche siguiente era otro tema. Además Carlos se había pasado las vacaciones
de verano haciendo un curso resistencia mental al hacking de implante neural, lo que
le había dejado de un humor de perros. El curso se basaba en aprender a mantener la
cordura y concentración durante un bombardeo digital para expulsar al intruso y
restablecer el orden, las practicas eran demoledoras y dejaban un dolor de cabeza
propio a la resaca de una cogorza épica.

Lo había hecho ya que el tiempo no le llegaba para el curso ese siempre decía que
haría pero nunca se apuntaba sobre hacking básico pero en algo tenía que invertirlo,
pues se estaba metiendo en el circulo vicioso de neurojuegos, neuroseries,
neuroporno, cannabis y alcohol.

Esta vez Oscar no podía así que quedaron Carlos y Paola en una estación para realizar
el traspaso, en un lugar público, sin compañías, sin trucos, cual reunión de espías.

Los suburvios, seis distritos de viviendas bajas en las que solo destacaban los
megaedificios residenciales, las torres de defensa, y alguna que otra estructura
pública como la estación a al que se dirigía eran un montón gris de edificios de entre
ocho y once plantas hechos con prisas y desgana en donde aún se conservaban
algunas de las carcasas huecas y ennegrecidas de las construcciones incendiadas
durante la tormenta de meteoros, el resto de los afectados ya eran solares vacíos
llenos de escombros en donde los supervivientes habían levantado sus chabolas con
desechos reciclados. Cualquier llano se había convertido en un campamento de
refugiados en tiendas de campaña apretadas unas contra otras, una situación
coyuntural que empezaba a enraizar. Las buenas intenciones del gobierno en las
navidades pasadas de dar hogar a toda esa gente habían visto su progreso reducido
hasta la casi anulación por falta de presupuesto desde febrero. Era sabido por todos
que la culpa era del alcalde, no saldría reelegido en octubre así que se dedicaba a
ahorrar para su jubilación.

Aparcaron en el cepillo del la estación y caminaron hasta ella por el camino inferior,
la pasarela superior se ponía hasta arriba de gente y Teressa ya no quería que la
llevaran en brazos, tenía cuatro años y era mayor para eso. En realidad no, solo tres,
pero la recta final no entraba en sus cálculos. A Carlos le resultaba increíble lo rápido
que crecía, hacía un par de años solo era un monigote.
La explanada que les separaba como parte de la estación ya estaba restaurada y no se
veía ni marca de los destrozos del año pasado, ni había mendigos o campistas gracias
a la presencia policial, vigoréxicos de azul que se esforzaban en unir sus cejas a base
de fruncir ceño dispuestos a desahogarse con el primer pobretón que se atreviese a
perturbar su falta de calma. Las fachada del gran bloque blanco recién pintado no
creaba mancha alguna sobre el holograma proyectado en su pared que les vendía a
bombo y platillo coches de segunda mano a precios irrisorios coronado el anunció
con un largo sombrero azul celeste elevado en el lateral derecho descendiente hasta el
izquierdo con diversos picos inclinados hacía el cielo, de estilo subrealista, a Carlos
solo le parecía un cúmulo de astillas levantadas. Subieron por las amplias escaleras
hasta el portón de cristal de dintel semicircular y de allí al espacio interior, Losas
grises tapadas por infinidad de pantallas publicitarias e informativas en paredes y
techos, ni el suelo se salvaba, hay se pisaban pegatinas de colores. En medio estaban
las taquillas flanqueadas por dos largas lineas de tornos que se abrían al paso del
reconocimiento facial o la introducción del billete. Paola y Gabriella le esperaban
sentadas en uno de los pocos bancos localizados en los ventanales, el único lugar de
la pared que las maquinas expendedoras aún no habían invadido.

La reunión habría sido escrupulosamente formal si no fuera por el comentario


despectivo de Gabriella, que se encontraba allí en un alarde de superioridad de Paola
demostrando su inexistente fiabilidad a la hora de cumplir un acuerdo o su capacidad
de enfrentarse a nada sola. –¿Oscar esta demasiado drogado para hacer de padre, otra
vez, y envía a su sicario adoptivo?

A Carlos no le dio tiempo a responder, un puntapié de Teressa impactó antes en la


espinilla de Gabriella. Esta se volvió tocando el lugar del golpe a través de sus
pantalones rosas al banco en donde se sentó apretando los dientes, reservándose al
rabia.

Paola regañaba a Teressa pero la niña conservaba la sonrisa mirando a su tito que la
levantaba el dedo pulgar.

–¿¡Eso es lo que quieres enseñarle a la niña!?

–A defender a sus seres queridos de las zorras insidiosas. Sí, muy de acuerdo.

–¡Que bien! El día de mañana podrá seguir con el oficio de su padre hasta que la
maten.

–Él sigue vivo y con más dinero que tú.

–¡El dinero no lo es todo! –dijo tirando del brazo de su hija en dirección a la salida.
–¿Acaso crees que la he pagado para que haga eso? Lo ha hecho porque quiere a su
padre, no como tú. –Lo tuvo que gritar pues las mujeres ya se iban dejando la
conversación con sus ultimas palabras de colofón.

No le gustaba Paola, nunca la llego a tragar del todo, el divorció solo verificó lo que
su subconsciente le remarcaba desde el principio. Que era una falsa. La típica
buscona fácil que tira de cuerpo para atrapar hombres tontos con dinero. Que
orgulloso se sentía de no haber caído ante las redes de de su aprendiza Gabriella “te
quiero pero no me toques”. Sexo minimalista. Aún estaría dando clases. No como
otras que le usaron como quisieron.

Menos le gustaba la educación que la estarían dando, pero era su madre y tocaba
aguantarse. Al menos le quedaba el consuelo de que Teressa prefería a Oscar, una
niña con buenos instintos, daba igual lo que la dijeran en Colombia, ella sabía que su
padre, por muy desastre que fuera, la quería sin mesura. Él la educaba como si fuera
un niño, Carlos suponía que se debía a que no sabía como tratar a una chica, o que
enseñarla. Decía que era su princesa guerrera, y claro, Teressa estaba encantada con
ello. Habían sucedido tantos tiroteos en casa de Oscar que a pesar de que fuese
pistolas láser de juguete ya se podían encontrar agujeros de bala en las paredes.

De cualquier manera ya era mejor educación que la que recibió él, o eso le gustaba
pensar. A la vuelta dio un rodeo y se paso por el barrio que lo maltrató en la infancia,
deseando que hubiese ardido entero. Como todas las cosas malas, hay seguía.

A pesar de ser idéntico a cualquier barriada obrera de esos distritos, los mismos
edificios simplones hasta lo triste, las misma basura amontonándose por todas partes,
los coches pidiendo a gritos la piedad de un desguace, los yonkis animando la calle
con sus pasos fúnebres, los grafitis cutres expresando el apodo del último tonto con
espray que se paró allí, los camellos sentados en las escaleras junto a sus colegas y
guardianes, las prostitutas feas en dúos de obesas apretadas y flacas demacradas
aguantando la esquina o fornicando en el callejón y las pocas personas decentes que
les tocaba librar ese día intentado llegar limpios a casa evitando al resto... Las únicas
diferencias eran los negocios, unos cierran otros abren, un par de solares ocupados
por refugiados y manchas de fuegos e impáctos mantenidas con fingido orgullo.
Hasta alguien se había molestado en colorear uno de los cráteres de pared a modo de
explosión con la caricatura del gordo alcalde Carmona detrás sonriendo a la que decía
“Os protegeré”. Se decía que los cañones de defensa del cuadrante se centraron en los
meteoros en dirección al centro en vez de a los del distrito.

En el suelo mucha gente le miraba, una moto tan buena volando bajo por allí llamaba
mucho la atención. Sobre todo a los afiliados a las bandas que hacían su negocio en
ese basurero.
Al pasar por su casa el churrasco de la fachada ya no desentonaba, solo era uno más
en el nuevo estilo del lugar al que también se la había colocado su cartel de, en venta
o alquiler.

El campo de rugby no había sido una excepción, estaba ocupado por un buen número
de tiendas de campaña descoloridas apretujadas con bidones oxidados haciendo de
estufas en los pocos espacios libres y objetos sin valor colocados a capricho de sus
ocupantes. Pensó que por fin los vecinos gozarían de algo de silencio pero para nada,
enseguida escucho gritos, solo que no eran de ánimo.

Un grupo de pandilleros les estaban dando una paliza a unos pocos exiliados. Carlos
aterrizó en el aparcamiento de una azotea cercana, a esas horas casi vacíos pues los
coches estaban con sus dueños en fabricas o almacenes.

Una vez contra la barandilla oxidada pudo escuchar lo que gritaban gracias al
enfoque de su oído cibernético los que parecían los líderes, un moreno tatuado de
unos veinte años al frente de vienticinco jóvenes musculados armados con puños de
metal y cadenas contra un cuarentón con calvicie incipiente con tan solo dos
compañeros de su quinta a los que ya les estaban calentando.

–¡Largaos de nuestro campo miserables! ¡Fuera de aquí!

–¡No tenemos a donde ir!

–¡No es nuestro problema! Os dejamos quedaros por solidaridad y en vez de


agradecérnoslo os aprovecháis ¿No pretenderás que os ayudemos de nuevo?

–¡Hay familias con niños. Necesitamos más tiempo!

–¡Habéis tenido un puto año!

–Sed pacientes, nos iremos en cuanto se terminen los pisos de Carmona.

–¡Me vale madres! ¡Ese puto gordo nos os va a dar una mierda! Queremos nuestro
territorio de vuelta para ayer.

–Es solo un juego ¿Anteponéis la vida de la gente a una diversión? ¡Es de locos!
vosotros también sois del barrio...

–¡Nosotros lo somos. Vosotros no! Sois de tres calles abajo así que no me vengas con
esas.

–¿¡Que son tres calles!?


–¡Eso digo yo! ¿Por qué mierda nos discutís y no os largáis de vuelta a vuestro puto
lugar? Llevamos ya un mes ablandandoos la cara y no hacéis caso ¿Voy a tener que
venir con un bidón y un mechero en la noche?

–¡Por piedad, no! Solo somos refugiados. No nos matarás por un pinche juego.

–¡No me digas lo que tengo que hacer chingado mamarracho! –El grito llegó
acompañado de un tortazo que supuso el cierre del parlamento. Él cuarentón se
defendió como pudo usando una cañería vieja, no duro ni tres segundos en empezar a
recibir golpes y el doble en acabar en el suelo en posición fetal. Los jugadores de
rugby se ensañaban sin piedad mientras sus víctimas pedían auxilio.

Los de atrás del grupo, que no encontraban hueco en la carne de los representantes
del campamento donde desahogar su frustración animaban a sus compañeros y
divulgaban la noticia del desalojo a gritos a los desgraciados escondidos en sus
tiendas.

Luego pasaron a tirar de sus compañeros para advertirles del peligro que les abatía.
Le habían pillado de mal humor. Entregar a Teressa, el dolor de cabeza, el
alcoholismo de Oscar y sus novias alocadas, echar de menos las noches de acción
runner y las muchas ganas que tubo de chaval de hacer eso se juntaron para dar lugar
a una masacre.

Con el silenciador puesto en el rifle de asalto magnético, maravilla que reducía el


estruendo a un chasquido, había dejado en el suelo a ocho de los alrededores antes de
que se organizaran y porque tenía que cambiar de cargador.

Si hubieran cogido a los tres refugiados como rehenes habrían tenido una
oportunidad, pero no los valoraban o ni se les paso por la cabeza que el tirador podría
hacerlo. En vez de eso corrieron al edificio imaginando que la superioridad numérica
de los que quedaban les aseguraba la victoria.

Carlos se apresuro a llamar al ascensor y fundir su circuito con el soplete para que se
quedará averiado en la azotea. Ocho plantas de empinadas escaleras y fueron tan
memos de subirlas.

No fue tan cruel de hacérselas subir todas, era probable que se cansaran antes y eso
les hiciera espabilar, a la altura del quinto les arrojo unas granadas y luego les fusiló
atravesando la estructura, disparándose casi en lo pies, un juego de niños en el que
murieron once campeones de barrio.
Al resto se los encontró esperando atrincherados con desgana en el portal. Había
descendido en su moto. Calculaba unos cinco minutos hasta que llegasen los
refuerzos, tiempo insuficiente para matarlos y volver. Así que les disparó desde su
vehículo. Dos cargadores enteros, otra carnicería de la que alguno se escapó subiendo
las escaleras. Luego se fue a la carrera, directo a las afueras a cambiarle la identidad a
la KTM antes de volver a su casa.

Sentado en el sofá tras terminar de relajarse con una ducha él mismo no tenía muy
claro que acababa de hacer. De justicia había tenido poco, una paliza no es crimen
para merecer muerte y aunque quizás si hubiera evitado que cumplieran su amenaza
de quemar vivo al campamento, la siguiente pandilla de bigardos con ganas de jugar
lo harían después adueñándose del terreno. De venganza algo, como mucho solo
serían uno de los abundantes grupos que jugaban allí cada día, los que dominasen esa
patio cuando él vivía en el estercolero de seguro que ya estaban muertos o lejos. De
desahogo bastante, había disfrutado aplastándolos como las cucarachas que eran, se
lo merecían, por gente como ellos el universo era una mierda, energúmenos que se
volvían locos por una pelota que anteponían su diversión a la salud ajena. Solo le
irritaba, a la hora de plantearse su conducta, saber que la sociedad lo tacharía de
inmoral, violento y falto de escrúpulos. Como si ser un cobarde y dejar sufrir a esa
gente, como habían hecho con él en el pasado, por no arriesgarse a si mismo tuviese
algo de bueno o decente. Mejor dejar que suceda el daño que ya un titulado juzgará
que apañar guiándose por leyes a las que les importaba más el orden que la ética. Las
cárceles y los trabajos forzados arreglaban mucho, a quién las dirigía. Un tiempo
enriqueciendo al estado y de vuelta a la calle, a seguir apalizando, robando y
matando. No se le escapo que todos los jugadores iban bien vestidos, limpios y
emperifollados, seguro que no se habían pagado esos lujos trabajando como los
refugiados.

Ahora tenía más problemas que afrontar, como escaquearse de las consecuencias. Si
alguien lo había visto no se lo contaría a la policía, no en ese barrio, si es que los
agentes se dignaban a preguntar, pero seguro que los muertos tenían amigos. Debía
reponer la munición había derrochado mucha, por no hablar de que debía pintar de
nuevo la moto. Se puso a ello para dejar de pensar. No lo dejo de hacer pero se calmó.
Llego a la conclusión de que debía de dejar de martirizarse visitando lugares que era
mejor olvidar y le sacaban de sus casillas.

Todo eso iba atener una factible solución a cuenta de al universidad, le tocaba hacer
las prácticas en el espacio. Se pasaría su buena cantidad de meses en un buque
escuela, en donde realizaría todo tipo de prácticas relacionadas con sus estudios, al
fin y al cabo la mitad de los ingenieros acababan apretando tuercas en el espacio, la
economía del sistema dependía de la minería de asteroides y el comercio
interplanetario y estos dependían de los profesionales que lo hacían posible.
Le alquiló a Kylikki el piso a un precio ridículo para que se lo cuidara, si no le
robaban fijo, y a ver si de paso le cogía apego y se buscaba un lugar mejor para vivir
que el cuartucho de megaedificio de distrito criminal en el que continuaba a pesar de
su ganancias. Parecía estar ahorrando para proveer de una jugosa herencia a un
familiar desconocido.

Era mujer de pocas posesiones así que la mudanza se completó en un par de tardes.
Esta vez su anodino rostro dejo entrever que la casa le gustaba, un palacete para ella
sola. Ni la espartana Kyl podía decir que no a eso.

Una despedida emotiva el día anterior del despegue sería su último buen recuerdo de
su confortable hogar antes de partir al vacío.
La nave

Era su primera vez. Lizelle le había explicado que no era para tanto, que pensase en
ello como las lanzaderas adaptadas en las que habían disfrutado de un subidón de
adrenalina. Sin embargo estaba inquieto, esta vez iría mucho más lejos.

Se encontraba boca arriba atado por dos anchas cintas en cruz sobre su torso a un
sillón blanco que por agradable que fuera le seguía resultando incómodo. A su
alrededor sus compañeros de carrera ocupaban sus sitios, la mayoría incluso más
nerviosos que él, intentando disimularlo con sonrisas forzadas y comentarios jocosos
sin gracia alguna. La cámara era un cilindro de suelo plano toda ella laminada con
paneles blancos que ocultaban maleteros, controles, circuitos... Todo lo que pudiera
necesitar anunciado con una pegatina de color de esas que no se desprendería ni en un
incendio. Detrás de cada respaldo una pantallita iba explicando sus cosas en bucle
con una bonita voz cordial a la que nadie prestaba caso. Por el carril central las
azafatas de abordo subían y bajaban en el montacargas demostrando a todos lo
bonitas que eran sus largas piernas. Ellas llevaban sus uniformes de vuelo, bonitas
segundas pieles azules y negras de diseño con decentes superpuestos en las partes
picantes y elegantes cascos ergonómicos en la cabeza. A los novatos les habían dado
la versión humilde, monos de trabajo gruesos que no llegaban a impedir la movilidad
de llamativo naranja con todas las piezas de apropiadas para la labor de un mecánico
espacial tradicional, vintage y barato, que el departamento de su facultad no estaba
tan lozano como para gastar en maravillas bien ceñidas similares a trajes de buceo
que eran la vanguardia de las pasarelas orbitales.

Las azafatas hicieron una última ronda preguntando a todo el mundo si estaba bien y
recordando las medidas a tomar en caso de vomitera, vahído o el inconveniente de
turno en el peor momento antes de ayudarles a colocarse los cristalinos cascos. Lo
cual no ayudaba con los nervios pero era necesario. Además eran tan majas que solo
les faltaba darles un besito de buen despegue. No lo habría rechazado.

Desaparecieron y todo quedo en silencio salvo las pantallitas de los respaldos, las
cuales gozaban de sus quince minutos de fama, todos las atendían aunque no les
contase nada que no supieran ya.

El transbordador, un aparato similar aun avión sin alas, un cilindro blanco con cabina
en el frente y toberas en la trasera con dos railes en los laterales empezó a vibrar con
la fuerza de los motores calentándose antes de empezara ejercer presión dentro del
tubo subterráneo en el que se escondía del exterior.

Carlos empezó a repasar sus datos al respecto como método para engañar a su miedo
creciente. Él era el tipo duro de la clase y quería mantener ese titulo. Ni se cagaría, ni
se aferraría al cinturón, ni sudaría ya puesto.
Primero un buen empuje propulsado por combustible químico a base de hidrógeno, ni
de lejos el mejor, pero sí el más barato permitido por la ley, no tenía ningún sentido
terraformar un mundo a la vez que lo llenas de radiación. Mientras ganaban fuerza los
railes se irían polarizando y cuando apenas asomasen la punta, pum, empuje
magnético y chute de fuerza g para el cuerpo. En minutos estaría en órbita.

En ese momento entendió porqué a pesar de los fracasos de los ascensores espaciales
había gente que todavía los apoyaba. ¿Quién no preferiría subir despacito pero
tranquilo en una capsula con molesta música de fondo y revistas pasadas de fecha a
ser disparado como una bala? Pero claro, centrar todo el trafico en un mismo sitio era
un monopolio comercial insoportable para unos y una amenaza constante para los
otros a que en caso de guerra el enemigo empujase la colosal espada de Damocles
atada a la ciudad contra ella en un atentado terrorista. Por no echar cuantas del coste
de construcción comparado con los simples y económicos silos de lanzamiento.
Gracias a los abundantes recursos espaciales el combustible y la electricidad estaban
tirados de precio, así que solo había que lanzar las cosas con fuerza y tener un amigo
arriba para recogerlas. Hasta los pilotos se ahorraban, los únicos transbordadores
tripulados eran los de personal.

Había funcionado, se había distraído lo suficiente como para no pensar en ello hasta
que el magnetismo les propulso con estruendo y violencia hacía el cielo aplastándole
contra el sillón. Los amortiguadores de presión funcionaban, la fuerza no era tan
grave como esperaba. Los aislantes magnéticos también, ningún implante pugnaba
por salir de su cuerpo. La vocecita de la pantallita le aclaraba que todo estaba bien y
que en seguida llagarían a la órbita, de hecho ya casi estaban en ella.

La fuerza que los aplastaba contra el asiento disminuyó en poco tiempo y luego nada,
ninguna fuerza, estaban en el espacio. La gente gritaba de alegría, para la mayoría era
su primera vez, lo habían logrado y ya no tenían miedo.

Las azafatas pasaron enseguida para revisar que todo el mundo estuviera bien, un
sangrado nasal y cola para entrar en el baño fueron sus peores perjuicios. Era curioso,
habían conseguido el místico teletransporte, creado la complicada gravedad artificial,
manipulado el escurridizo flujo temporal, construido impresoras tridimensionales
capaz de fabricar cualquier cosa, modificar el clima de planetas enteros. Pero la
dichosa velocidad de escape seguía siendo un problema. De todas formas ¿Que sería
de un viaje al espacio sin un buen subidón?

Esperaron un rato entre charlas animadas a que la nave les recogiera. Había mucha
ilusión en esas practicas, poner en acción lo aprendido, ver las cosas reales,
funcionando, mas allá de simulaciones virtuales y manualidades de taller.
Retiraron las protecciones y pudieron mirar por las ventanillas el espacio vacío a su
alrededor, un giro sobre el eje de cortesía por parte del piloto les permitió contemplar
con sus propios ojos su planeta natal Tania. Una gordita bien redondeada escondida
bajo sus sábanas blancas.

Al aproximarse a la nave las protecciones fueron levantadas de nuevo acabando el


show. Un ligero temblor general repentino, pequeño susto inesperado, les adelanto la
noticia del inmediato anuncio posterior de que se acababan de acoplar.

Entre las risas derivadas de la ausencia de gravedad se deslizaron flotando hasta la


esclusa de entrada a la nave. La Koroliov, que por el momento en nada se
diferenciaba del transbordador en lo referente al aspecto salvo en el suelo de rejilla y
los ventanales reforzados en donde pudieron visualizar el planeta del que habían
partido con detenimiento.

Ya en la entrada les esperaban unas amables recepcionistas que les guiaron por los
pasillos de la nave cuando terminaron de disfrutar de las vistas hasta unas sillas en
linea que fueron ocupando. Estas se movían por medios mecánicos hasta acoplarse a
una cinta elevadora por la que descendían largos metros hacía el extremo exterior de
la nave en donde se volvían pasar del la cinta a la pared en una curva en la que
ganaban velocidad hasta igualarse a la de la rotación de la nave. Una vez en aparente
detención podían bajarse sin riesgo a tropezar por la fuerza centrífuga que le otorgaba
gravedad artificial a la nave. Tras despegarse de las sillas estas se plegaban y
desaparecían por una ranura de vuelta al circuito.

Una vez reunidos todos de nuevo el recibidor del cilindro exterior, una simple sala de
espera con una recepción fueron guiados hasta una sala de audiencias en donde les
esperaba el discurso de bienvenida, presentaciones y demás parafernalia protocolaria.

Se presentaron los tutores, los maestros y parte del personal de a bordo los cuales les
dieron la bienvenida. El jefe de guardias, Peralez, un hombretón de ojos azules y pelo
negro muy corto, de piel morena con la voz rota, el director de la clínica de a bordo,
Thabo Sampule, flaco de piel carbón ancha nariz cejas espesas y parco en palabras y
la capitán, Enrique Gómez, el psicologo, de rizado pelo cual esponja, cejas de
alineación perfecta, ojos saltones y sonrisa audaz acorde a su acento argentino, Aelia
Serra, una morena de nívea piel, bien bonita, un tanto bajita de vista cansada no tan
formal como su rango.
Les enseñaron la nave por desde el exterior al interior proyectando un holograma
sobre sus cabezas. Desde fuera se veía como un cilindro chato en cuyo eje se
encontraba el puerto, un agujero de acceso de forma rectangular, y en los laterales del
mismo sobresalían la torre de control y un observatorio, ambos acristalados, más
sendas antenas, sensores y similares de aspecto industrial. En el extremo opuesto a
parte de las toberas de propulsión se extendías ocho brazos equidistantes desde donde
se deplegaban las velas solares que alimentarían de energía al nave o la propulsarían
de ser necesario en cuyos extremos se encontraban los talleres de entrenamiento,
imitación de transbordadores dedicados a que los aprendices trastearan si poner en
peligro al resto de los habitantes de la Koroliov, con excepción de dos que eran
plataformas de sensores.

El interior era una maraña de habitaciones interconectadas por pasillos que se unían
en dos avenidas principales opuestas a lo largo y otras dos a lo ancho alrededor de la
clínica la cual tenía su sistema de rotación propio de emergencia y esos pasillos
constituían su frontera. Una enredadera con el que ningún novato se aclaró.

El plan de vuelo era recoger estudiantes de otras universidades de Tania más algunos
de las lunas habitadas de los gigantes gaseosos, luego ir al cinturón de asteroides
exterior a realizar entrenamientos básicos y de minería, visitar la lanzadera de naves
colonizadoras sobre la órbita de Crisfia, planeta enano exterior, dirigirse al interior y
parar un tiempo en los talleres orbitales de la luna de Zoroastro, los mayores del
sistema, volver a Tania para practicar con satélites orbitales y por último lo más
arriesgado, trabajar con paneles solares en una órbita próxima a la estrella. Una
pequeña odisea.

Terminada la película les dieron un paseo por las zonas comunes que termino en las
habitaciones, unos bonitos camarotes estilizados y diminutos. Una capsula salvavidas
pegada a la pared que servía de cama eyectable en caso de emergencia, un escritorio
con sus debidos puertos de enlace para conectar el portátil en frente y al lado un
armario empotrado con espejo en la puerta, en la esquina sobrante un cajoncito de
pared dedicado a la eliminación de residuos. Incluso tenía una pantalla en el techo
para encima de la cama para ver la televisión. La conexión láser a la red privada de
las universidades garantizaba un acceso rápido al resto del sistema estelar Quitando la
falta de espacio eran camarotes de lujo.

La buena comunicación le permitió hablar con regularidad con Oscar, Teressa y


Kylikki. No con Lizelle, ella decidió poner en pausa su relación en vista a lo que
estaba por venir. A Carlos le sonó a tibia ruptura pero con la Liz política nunca se
sabía. Ni le quiso explicar el porqué de esa conducta. Mason le insistió en que
recogiera lo que pudiera de las sobras.
Las zonas comunes seguían el mismo patrón de lujo ajustado, todas las comodidades
posibles que la obligatoria simplicidad funcional que una nave se podía permitir
disfrazadas con decoración elegante pero minimalista basada en lineas de luz tenue
sobre paneles blancos, pantallas de calidad con imágenes relajantes y paneles
informativos que derrochaban amabilidad. Tenían a su disposición un comedor con
alimentos precocinados de calidad tres veces al día que servía de sala común con bar
integrado, para no volverse locos, sin barman, solo máquinas expendedoras, cuartos
de baño compartidos divididos por géneros en los que el agua gastada se contaba por
mililitros, un gimnasio con engrasadas máquinas y simuladores de deporte al aire
libre terrestre por donde debían pasar al menos una vez a la semana para dejar
constancia de sus constantes vitales, el observatorio, nada más que un cuarto de estar
con las únicas ventanas del cilindro exterior, una biblioteca con cuarto de estudio,
talleres formativos con medidas de seguridad para las medidas de seguridad y las
salas de espera de la clínica, la guardia de la nave y la puerta de embarque.

El acceso al resto de la nave les estaba prohibido, por su seguridad. Del área de
servicio solo les mostraron la localización de las cápsulas de emergencia, custodiadas
por guardias armados con pistolas aturdidoras, por si a alguien se le iba al cabeza e
intentaba usar una antes de visitar al argentino.

En las primeras semanas todo fueron fiestas en la sala común, cada grupo nuevo que
embarcaba quería celebrar su llegada así que era un no parar, nada exagerado eran
ingenieros, a pesar de que la expendedora de bebidas fue trucada al tercer día apenas
duplicaron la tasa de alcohol permitida. En las fiestas se fueron conociendo con el
resto de estudiantes de otras universidades, en su mayoría hidalgos de familias
implicadas con la industria, no todos se podían permitir esas prácticas, se incluían
algún cerebrín con beca y un par de exrunners, distinguibles por los tatuajes de plata,
Amelia y Santiago, técnica y piloto de sus antiguos grupos.

En tierra averiguó por un estudiante de periodismo que quiso entrevistarle por creerle
padre adolescente, a saber quién le contaría de lo de Teressa, que no era raro
encontrarse runners con aspiraciones en la universidad, solo que la mayoría estaban
en la facultad de telecomunicaciones.

Recogidos todos los estudiantes la nave pego el acelerón y se puso en rumbo al


cinturón de Kuiper de su sistema, donde la radiación era menor y los grupos de
asteroides más dispersos y podrían picar hielo con seguridad.

Un viaje tranquilo en el que disfrutó de los simuladores de deporte en planetas vivos,


más por el entorno virtual que por el ejercicio, fue un descubrimiento para él, hasta
entonces solo lo había disfrutado en neurojuegos y no se le había ocurrido tomar por
costumbre ponerse ruido ambiental de bosque o playa mientras estudiaba, solo o con
blues.
Entablo amistad poco a poco con unos pocos colegas más, entre ellos Amelia y
Santiago, no se contaron batallitas con tanta gente y cámaras delante pero tampoco lo
necesitaban, era reconfortante tener a alguien similar cerca.

Con tantos estudiantes las salas comunes siempre estaban a rebosar de gente y la
única forma de escapar del murmullo incesante era en el camarote o en una
simulación. Muchos perdieron el sentido del tiempo y sus horarios se convirtieron en
un caos, incluido Carlos, otros se sintieron agobiados en un espacio cerrado, sin
poder salir, según pasaba el tiempo Enrique acumulaba clientes y Thabo entregaba
calmantes.

Sin embargo la mejor medicina era el sexo. Era obvio lo que iba a pasar entre gente
joven encerrada en un sitio sin mucho que hacer. Carlos no fue la excepción, quitando
la homosexualidad, que respetaba pero no quería, probo todo lo que le dejaron. Cosa
que debía ser costumbre pues los condones se regalaban en la clínica.

Al llegar al anillo de Kuiper toco superar la resaca y ponerse las pilas, recuperar el
horario y soportar las muchas horas de labor, los tutores pretendían mantener a la
población cuerda a base de mantener ocupadas sus mentes. Aún así en cuanto
terminaban las obligaciones la promiscuidad y el vicio reaparecían.

Muchos aceptaron la tramposa mano auxiliadora de las drogas de rendimiento, a


precios desorbitados proveidas por un estudiante llamado Addo. La mitad de los
presentes ansiaba la dorada matrícula de honor y no se permitían ningún fallo. Carlos
pasó, tampoco había bebido tanto y con sus notas esa meta le quedaba lejos. Prefería
el sexo, siendo el exótico runner de buen porte a catar por las señoritas corporativas,
ahora que estaban lejos de los perjuicios y limitaciones del hogar familiar, no es que
le faltase.
Practicas realistas

En Kuiper les esperaba una inmensa nave minera, la Sepúlveda, un pedazo de


chatarra sucia industrializado en la que todo era estruendo de la industria pesada y
vapores que hacían que los filtros de aire se obstruyeran antes de tiempo en pasillos
de metal con paredes de tubería cuya gravedad fluctuaba de vez en cuando. Una
alcantarilla flotante en la que nadie debería trabajar, menos aún habitar.

Se mantuvieron acoplados a ella pues a diario la visitaban para hacer prácticas, nada
de arreglar el desastre oxidado que eran las tripas de la Sepúlveda, su labor sería
reparar la maquinaria de minería común a usar por ellos mismos, taladros láser y
colectores, pequeñas naves de un tripulante conectadas por un cordón a la nodriza
diseñadas para la minería de hielo aparcadas en un hangar con taller anexo que había
acordonado solo para ellos. Se redujo al mínimo el contacto entre las poblaciones de
las naves, algo de lo que se aseguraban los guardias de ambas naves, solo trataban
con oficiales de alto rango que les ponían al día de la parte real, tosca, sucia y
mundana del oficio. Hombre y mujeres duros, de origen humilde, veteranos pasados
de rosca, con la suficiente cmadurez como para tratar con los pijos sin escupirles una
reclamación y paciencia para aguantar su torpeza y egolatría. Torpes eran todos,
elitistas solo un tercio.

En poco más de un mes habían puesto a punto la maquinaría hasta donde se podía
con los escasos recursos con los que la Sepúlveda contaba, enfrentándose a los típicos
problemas al respecto de toda fábrica, falta de herramientas, lo que les llevaba a los
operarios a discutir por ellas, piezas de reemplazo recicladas, solo un poco menos
defectuosas que las retiradas, aparición de fallos inesperados en el peor momento.
Algunos se quejaban a los tutores de la inaceptable situación, irremediable en medio
del vacío, ya que no conocían las prisas, malas formas y gritos del capataz tiránico de
turno o del cliente con ganas de desahogarse humillando al currito, autenticas glorias
del mundo laboral. En otra época Carlos habría llamado vacaciones a esas practicas,
así que apaño con calma lo que el tocaba.

Una vez terminados todos toco ponerlas a prueba.

–Sepu aquí cortador ocho, he llegado al destino y me dispongo a buscar una linea de
corte. –Ante Carlos una mole de hielo aferrada a sus rocas imponía en silencio su
voluntad de no ser troceada.

–Ok ocho. Se que te han dicho que te lo tomes con paciencia, pero aquí lo curritos de
verdad vamos mal con los plazos, vendría de puta madre te dieses vida. –La voz
estaba tan distorsionada por los viejos aparatos que ni podía deducir por el timbre si
hablaba con un hombre o una mujer.

–Y yo que pensaba hacerme una escultura.


–Deja el pinche arte para cuando vuelvas a tu palacio de cristal amigo. Piensa que en
alguna parte alguien esta bebiendo wiskey sin hielo por tu tardanza.

–La culpa es suya por no haberme invitado. –Despacito pero sin pausa Carlos
desplazo su nave, una cacharro protegido por un escudo reflectante frontal tras el que
se escondía los propulsores de dirección, un depósito, la pequeña cabina, sus soporte
vital y los propulsores de empuje. Debajo un cañón láser y detrás de el un largo cable
hasta la Sepúlveda. Era de color metal ya que la pintura naranja se había divorciado
de ella hace mucho tiempo, llevándose consigo el encanto y la alegría, ahora era una
gruñona a la que todo le molestaba y no paraba de quejarse por ello.

–Es pobre amigo, no puede invitarte, y su única alegría es el wiskey. No seas cruel y
llevale ese hielito sano.

–Creía que no os dejaban beber durante las operaciones Sepu.

–Ja jaaaa. –Se burlo. –Deja de divertirte y empieza a picar sapo culiao.

Encontró un pliegue por donde cortar minimizando la refracción para separar un


trozo con dos rocas pasando cerca de una, lo que le facilitaría luego sacarla y le dio
caña al láser, solo que en vez de cortar el hielo se cargo la boquilla.

–Tengo un problema Sepu.

–¿Ya te enredaste en el cable? Dime que fue alrededor del pescuezo.

–No, de la polla. A parte de eso la lente esta mal.

–No me jodas.

–Más cierto que tu problema con el wiskey, esta mierda esta deformada.

–¿No sera que le distes golpecitos de más en el taller?

–¿Has intentado alguna vez deformar una lente a cabezazos? Si me dices que sí me lo
creo.

–Corta de lado listillo.

–Vuelvo a base para cambiarla. –Carlos tiro de la palanca y empezó a recoger cable.

–¿Has escuchado que vamos mal de tiempo o solo te la suda?


–Me la suda tan fuerte como a ti acabar atravesando a un compa, hemos tenido suerte
de que solo se haya cargado la boquilla. –En el sector había diez alumnos más
cortando y con esa potencia el haz podía alcanzarles.

–Ocho, no te he dado permiso para regresar, vuelve a ese hielo y cortalo.

–La lente es defectuosa, no se debe trabajar así, es un puto peligro.

–Ya sí, en la bonita teoría es así, pero en la vida real hay que apañarse con lo que te
toca y a ti te a tocado una pistola de feria, calcula el desvío y sigue cortando, no es
para tanto, deja de chingar. –¿Cuantas veces habría escuchado Carlos argumentos
parecidos?

–Me estas confundiendo con uno de tus mandados.

–Sepu mientras estés fuera eres uno de mis mandados y te estoy ordenando que sigas
trabajando.

–¿Que vas a hacer si no? ¿Despedirme?

–Es lo que te harían en un curro de verdad princeso.

–Que putada para ti que este viaje lo pague de mi bolsillo. Ve preparando la esclusa si
no quieres que te cuente mi versión de la cadena de mando.

–¡Putos corpos culiaos! Esclusa lista. –lo dijo tan rápido que ambas oraciones
parecían una única palabra.

Al llegar al hangar traslado la nave al taller y se puso a trabajar en ella de inmediato,


no tenía nada mejor que hacer y quería volver al espacio en cuanto pudiese. Aunque
fuese en una tostadora seguía siendo toda una experiencia.

Como se imaginaba que control lo reportaría, todas esas conversaciones se


archivaban, gravó con sus ópticas los daños para tener pruebas de la necesidad de
reparar la nave y sustituir la lente deformada. El tutor presente le ayudó facilitando
los tramites, luego llegaron el resto, bien serios para comprobar la máquina.

No hizo falta insistir. El daño era claro y la conducta apropiada, le felicitaron por ello
y tras unas palmaditas en la espalda todos se volvieron felices a seguir buscándose
pelusillas en el ombligo.

La lente tardo lo suyo en llegar y control estaba encabronado. Por lo que se paso el
resto del día hablando con el obrero que le llevo la pieza, un pálido fornido de acento
portugues, sobre lo mala que era la vida en las naves factoría.
A la semana siguiente un haz de luz atravesó la zona de trabajo en sentido contrario al
debido cortando el cable de la red de carga de un transporte que corría más de la
cuanta por las prisas de regresó a la Sepúlveda liberando su carga en dirección de
colisión contra la nave.

Las alarmas sonaron, desde control ordenaron a todas las naves en el exterior cortar
cable y esperar, la radio era un caos de gente asustada. La Sepúlveda estaba
demasiado cerca como para intentar nada, al chocar contra la nave hundió su chasis
como si fuera papel de aluminio.

Por fuera la factoría era como una fabrica flotante, con todas sus herrumbrosas
irregularidades más los añadidos proporcionados por las actualizaciones como
parches sobre la chatarra, un amasijo de metal cuya coherencia se limitaba a las
toberas traseras, los hangares laterales y las entradas de material inferiores. El bloque
de hielo golpeó entre las capturadoras y las dársenas, un espacio dedicado a la
conducción eléctrica con una potencia inmensa, el cortocircuito apagó toda la nave
soltando tremendo chispazo.

Al minuto siguiente algunas partes volvían a encenderse alimentadas por generadores


de emergencia. Control ordenaba volver a todo el mundo para ayudar a apagar
incendios internos y recuperar sistemas.

Con toda la rapidez que la delicada operación de aterrizaje permitía los estudiantes
fueron aterrizando en su hangar designado, solo que no para ayudar, en cuanto
aterrizaron los agentes de seguridad les empujaron a toda prisa a la Koroliov. Las
preguntas o exclamaciones sobre la falta de asistencia a la Sepúlveda caían en saco
roto, no dudaron en usar dardos somníferos en los que entorpecían.

–Hay dentro esta muriendo gente ¿De veras los vamos a a abandonar?

–¡Siga las instrucciones! ¡Muévase por el camino designado a la Koroliov!

Parecía a punto de dispararle. –Eso no va a funcionar conmigo. –le dijo con una
mueca de resignación.

El soldado dejo de interpretar. –Chico no te busques problemas. No vas a ganar nada


en ese infierno.

Le hizo caso y siguió el camino designado. No asistieron a la factoría hasta el día


siguiente, cuando los fuegos ya estaban extinguidos. Los siguientes días realizaron
diversas labores de mantenimiento bajo la atenta protección de los guardias en partes
de la nave que nunca hubieran visto si no fuera por el accidente.
Las entrañas de la Sepúlveda eran tan enrevesadas y estériles como su superficie, un
basto laberinto de pasillos y salas de metal recorridos por cables y tubos a la vista,
todo metal, todo gris y rojo, olor a hierro, vapor y olvido, un lugar diseñado para la
producción, simple y basta, a gran escala y que el zurzan el resto, no para el ser
humano, Carlos se sentía como una rata en una alcantarilla buscando alimento tras las
zonas chamuscadas a desmantelar, un ser fuera de lugar, un intruso en territorio
hostil, un ser orgánico en el sumidero del inhóspito reino del metal.

Estaba pensando en eso mientras apañaba el cableado cuando la tromba se les vino
encima, por ambos lados del pasillo, algo planeado, un montón de obreros
encabronados armados con tuberías, cadenas y varas de metal gritando, llenos de
rabie e indignación, rugiendo y ladrando como seres salvajes de la tierra, rostros
morenos, arrugados, sudoros enfurecidos sobre monos de trabajo y camisas sucias,
algunos con vendas.

Los soldados apuntaron en cuanto les vieron y se incorporaron al griterío


ordenándoles bajo amenaza de abrir fuego que se retiraran. Nadie escuchaba a nadie,
solo se encabronaban por momentos. Eran dos soldados, y dos ingenieros contra
cuarenta unos treinta mineros.

–¿Sabéis usar una de estas? –preguntó el soldado al mando ofreciendo su pistola.

–Dispara una sola bala y nos podemos dar por muertos. –Le repuso Carlos.

–No parece que nos vayan a dejar elección, yo prefiero intentar sobrevivir ¿Y tú?

Carlos le acepto la pistola. Su compañero, un chaval rubio con el pelo corto y bonitos
ojos azul claro le copio con pulso tembloroso. Carlos se dirigió a él. –Apunta al
suelo. No querrás matar a alguien por accidente.

Asintió con la cabeza y apuntó al suelo. El resto seguían gritando, cada vez más, cada
vez más cerca.

Carlos hablo a su grupo. –Voy a intentar algo, no os asustéis y no disparéis. –El


soldado asintió con un gesto dándole permiso. –Dejad que me vean, a ver si con
suerte me escuchan.

Carlos apuntó a un lugar blando cerca de una de las tuberías, calculando que el rebote
no fuera a ninguna parte importante en la medida de lo posible y disparo con la
esperanza de haber calculado bien.

El balazo sonó con fuerza por la cerrada estructura acallando los gritos por unos
segundos en los que todos se miraban entre si buscando un muerto.
–Me llamo Carlos y procedo de uno de los peores suburbios de Tania. Se lo que es
dejarte la piel por una miseria que apenas te llega para comer y lo mucho que jode el
desprecio de los corpos, como también se que ese tubo al que estoy apuntando esta
lleno de gas tóxico que nos matara a todos en pocos minutos. Si creéis que me voy a
dejar matar sin llevaros a todos con migo al infierno estáis muy equivocados.
Miradme bien a la puta cara, estos son tatuajes de runner diseñados para no ser
grabado por las cámaras de seguridad mientras hago cosas divertidas. Así es como
una rata de basurero se paga la carrera sin poner culo. Así que ni dudéis de que os
joderé con saña si os pasáis de la raya.

–¡Nos abandonasteis! ¡Sois unos hijos de puta! ¡Os pasasteis las leyes de salvamento
por los huevos! ¡Has olvidado tus origen, eres tan ladrón como el resto de corpos!
–Las reclamaciones e insultos de los indignados operarios no tenían fin. Habían sido
maltratos y explotados por años, obligados a trabajar hasta al extenuación por un
salario misero, impulsados por amenazas y con las manos atadas por la ley que la
Koroliov acababa de saltarse a al torera, acababan de perder a unos cuantos de los
suyos y por una vez tenían un corpo a mano al cual ajusticiar.

–Tenéis toda la razón. Deberíamos habernos quedado a ayudar pero lo no lo hicimos.


Los cadáveres de los niños de papá son muy caros y la Koroliov no estaba dispuesta
a pagarlos así que nos llevaron a empujones a nuestros camarotes. Creeroslo o no, lo
que os salga de las pelotas, pero tened por cierto una cosa, estos soldados ya han
pedido refuerzos y si tienen que añadir más cuerpos a la lista de accidentados lo
harán. No se que coño creéis que vais a ganar con este desquite, pase lo que pase al
final os joderán y cuanto más mierda acumuléis más tendréis que tragar.

Algunos ya empezaron a recular, sin perder el odio, solo reteniendolo con un sensato
miedo. El coro de insultos y reclamaciones menguó. Una especie de portavoz
improvisado, un grandullón ya en la cincuentena cuya coronilla clareaba con le rostro
manchado de puntos negros consiguió imponer algo de orden.

–¡Queremos que reconozcáis que violasteis la ley de auxilio!

–Por mi perfecto. ya lo he hecho hace un momento. Eso sí, solo soy un estudiante no
el puto capitán.

–Por escrito.

–¿Os dais cuenta de que le estáis reclamando cuentas a dos soldaditos de plomo y a
unos universitarios en practicas?

–¡Valdrá como prueba!

–Vale, te lo firmaré, pero con la condición de que nos dejaréis marcharnos sanos y
salvos.
–Bien. –Una minoría no estaba de acuerdo, fueron acallados por sus camaradas. Al
rato un joven llego con papel y bolígrafo que usaron para completar el acuerdo
evitándose una masacre. Unos seis insuficientes soldados habían acudido al rescate,
supieron contenerse y salieron todos de aquella locura sin bajas en ningún bando.

Sin embargo ellos no fueron los únicos asaltados, otros grupos sufrieron el mismo
destino y no todos lo gestionaron bien. Cuatros soldados muertos, dos críticos, de los
estudiantes dos apaleados y tres violados, dos chicas y un chaval. La declaración bajo
coacción solo les iba a valer para secarse las lágrimas. Familias y corporaciones no lo
dejarían pasar. En el bando rebelde dos decenas de muertos y la mitad de heridos por
arma de fuego y daños derivados del uso de las mismas en esos tubos en los que las
balas rebotaban en paredes de metal ocupadas por todo tipo de conductos. Suerte que
ninguna sección explotó.

Cuando los cuerpos de seguridad de la Sepúlveda devolvieron a los agredidos la


Koroliov esta se marcho en un silencio más profundo que el del espacio que les
envolvía en funesto augurio de lo que le esperaba a los obreros de la nave minera.

No salió en noticiario alguno, solo el chismorreo de los implicados llevo información


sin garantías a los oídos de Carlos. En la noche del accidente murieron catorce
operarios a causa de los incendios derivados del golpe del bloque de hielo, el resto les
siguieron al cadalso por un fallo en el soporte vital que no localizaron una semana
después de la partida de la Koriolov, con excepción de los oficiales, mejor
preparados, que sobrevivieron gracias a sus implantes hasta ser rescatados por la nave
militar Ozimandias. Al menos esa fue la versión oficial. Ni se molestaron en tacharlo
de revuelta comunista, la represalia llego tarde para eso. En lo referente a su nave El
jefe de seguridad Peralez se tuvo que disculparse públicamente por ello, los tutores
no dejaban de recordárles lo bien que lo estaban haciendo, en ese viaje nadie iba a
suspender.

Por ello Carlos fue convocado para tener una charla con el personal para aclarar el
suceso. Delante tenía al robusto Peralez con un escozor retenido en el rostro. No
hacía falta que alzase la voz para sentirle gritar. A un lado tenía al loquero Gomez y al
otro un tutor alto y calvo con una sonrisa paternal que no compajinaba con sus serios
ojos negros llamado Cristobal.

Tras una invitación a acomodarse y algo de beber, unas presentaciones innecesarias y


un par de carraspeos Peralez empezó.

–De primeras quiero agradecer su actuación durante la crisis, supo manejar la


situación y sacar de allí a su grupo sin daños.

–De nada, yo también me la agradezco.


–Me disculpo por no haber estado a la altura, teniendo en cuanta los sucesos no
debería haber aceptado que realizasen esas operaciones.

–Imagino que no lo hizo de buena gana.

–Desde luego tenía mis dudas.

Interrumpio el tutor. –Eso es algo que por desgracia ahora ya no podemos cambiar.
Ahora lo que nos preocupa es su salud mental. Entendemos que una situación tan
peligrosa habrá generado mucho estrés en usted y queremos recordarles que estamos
aquí para lo que necesite.

–Muy amables.

–Mi consulta siempre esta abierta para recibir estudiantes con problemas. Más se que
algunos son mas reticentes que otros para hablar de estas cosas. Por eso que tengamos
esta reunión, no para presionar, no eso esta de más, si no para evaluar su estado,
facilitar si lo prefiere, su recuperación.

–Ya... –Carlos miró a los presentes. Excepto el jefe de seguridad el resto estaban muy
implicados en al encerrona.

–Vos se sintió oprimido, abusado durante el encuentro ¿Verdad?

–No que va. Si no fuera por la falta de música habría pensado que era una rave.

–Ironía, sarcasmo. Es bueno. Una forma de enfrentarse al trauma. Lo acepta y se


enfrenta a ello. –Los gestos de las manos del argentino eran un pelín exagerados.

–Dicen que llego a disparar un arma –preguntó el tutor.

–Asegurándome que no diese a nadie, cosa que no sucedió, nadie salió herido, el
susto solo fue para acallar a los manifestantes y hacerme escuchar.

–¿Y no apunto a una tubería de gas? –Pregunto con seriedad inquisitiva Peralez.

–Amenace con ello, otra táctica para conseguir que se calmaran.

–¿Habría disparado? –Había curiosidad real en sus ojos.

–Esa pregunta esta de más señor Peralez. Incluso aunque lo hubiese hecho habría sido
bajo la influencia alienadora de la situación, cosa que no hizo. –intervino el tutor.

–Recordemos que estamos aquí para ayudar al señor Nuñez, no para juzgarlo. –
recalcó el psicólogo.
–Mis disculpas, deformación profesional.

–Para salvar al vida la gente hace lo que es necesario. Todo lo entendemos y más en
esa trágica situación que se llevo en otros casos vidas por delante. Una masa
enfurecida puede ser muy apabullante para la mente ¿Verdad doctor? –invitó el tutor.

–En efecto, parece absurdo, pero en ciertas situaciones la mente busca la aceptación
para evitarse un daño físico, sobre todo si es letal.

–Así fue como consiguió librarse de la violencia. Su compañero nos contó que le
obligaron a firmar un documento a cambio de salvar sus vidas.

–Sí, uno que atestiguaba que nuestra nave no presto el socorro debido según dicta la
ley. –Carlos mantuvo la calma mientras disfrutaba con la hiel del trio.

El león saltó al ruedo. –El caso es que nosotros si prestamos la ayuda obligatoria.
Enviamos a nuestros técnicos, no a unos aprendices en prácticas que causarían más
problemas que arreglarlos. –dijo echándose hacía delante Peralez.

–¿Con la nave desacoplada? ¿Se lanzaron por una escotilla?

–Pasaron antes del desacoplamiento, después de recoger a los alumnos.

–Yo solo recuerdo soldados.

–Es que iban de uniforme. Por seguridad.

–Pues esos soldados volvieron todos antes de separarnos.

–Usted ya no estaba allí para contarlos.

–También se que con una pistola no se desatornilla nada. Pero claro, a lo mejor no lo
vi bien.

–Exacto. –Se adelantó Gomez. –el estrés, las prisas, la tragedia ¿Quién se fijaría en
esas cosas?

–Alguien con la templanza suficiente como para sacarse a si mismo y a sus


compañeros de la vorágine.

–Vas por mal camino. –Le increpó Peralez.


–No no no. Nuestro alumno solo esta... Confundido. Solo necesita tiempo para
calmarse y recapacitar, asentar las ideas y volverá a ser el alumno excelente que ha
sido siempre. A recordar con claridad, como nuestros técnicos, armados sí, vestidos
como soldados también, se lanzaron a ayudar nada más embarcar ellos. Así como
admitirá que firmo ese documento bajo coacción, amenazado. –El tutor era un gran
mediador.

–¿Soy un buen alumno?

–De lo mejorcito que he visto en años.

–Sí... De seguro que solo necesito un descanso. En cuanto me anime con mis altas
calificaciones seguro que recuerdo las cosas mucho mejor.

–Nos vendría bien un documento firmado que ratificase su versión de los hechos.

–Debo de tener mucha imaginación hoy, ya que estoy fantaseando con la idea de que
ya lo tiene escrito.

El tutor carraspeo. –Solo por facilitarle las cosas.

–Podría ver mis notas hasta le momento, por animarme ya sabe.

–Podría tenerlas mañana.

–Mañana se lo firmo entonces. Necesito ese subidón de moral.

Al día siguiente los papeles cambiaron de manos, se firmaron y se continuó desde


hay. Con esas notas hasta podía sacar matricula si se esforzaba en clases que le
esperaban en Tania. Algo sucio lo que acababa de hacer, consoló su moral con la idea
de que al menos un pobre saldría ganado de aquel desastre.

El paseo adelantado a Crisfia, a relativa poca distancia de la zona de minería, fue un


paso funebre. Un silencio generalizado solo roto por los indignados de ultraderecha,
bociferando en contra de los obreros sublevados, se apodero de la nave y les
acompañó hasta el planeta enano.

Una nave se llevó a las victimas de regreso a sus hogares cuando llegaron a la órbita.
La estación.

La excursión por la lanzadera interestelar fue el empujoncito que les hacía falta para
recobrar el aliento recordando que eran jóvenes y estaban a salvo para volver a la
dinámica habitual. Y es que muchos ansiaban esa visita.

Una lanzadera intelestelar era una de las obras de ingeniería más colosales y
vanguardistas que se pudiesen contemplar. Una maquinaria de proporciones
planetarias y precisión micrométrica capaz de encauzar energías titánicas para
conseguir la velocidad de escape necesaria para sacar de la órbita solar a las enormes
y costosas naves colonizadoras. Ni un solo estudiante faltó a la cita del observatorio
durante la aproximación por mareante que fuera ver el espectáculo desde la lavadora.

Desde fuera parecía un anzuelo atado a su corcho con forma de plato por un sedal
estirado flotando en la superficie del círculo azulado con leves manchas blancas de
Crisfia. El anzuelo era la maquinaría en si, un cañón de raíl con sus dos largas varas
apuntando al exterior del sistema, en ese caso del ancho de un rascacielos y el largo
equivalente al diámetro de una luna pequeña, al otro extremo la estructura dedicada al
uso y control del aparato más una dársena exterior.

De allí salía un cable cuyo grosor era el de un edificio, exceptuando unas cuantas
tuberías, dos de las cuales pertenecían a un transporte de presión, el resto eran cables
hiperconductores que enlazaban la lanzadera con la estación espacial cuya base
estaba compuesta por la estructura férrea contenedora de las grandes baterías
conectadas con el centro de control eléctrico al que se ataba el cable.

Entre los dos campos de baterías de gruesas paredes expuestas como bebidas
perfectamente colocadas sobre sus respectivas bandejas opuestas, emergían los cuatro
largos brazos metálicos que conectaban a la estructura habitable con forma de aro
exterior. Sobre las baterías del lado opuesto, desde el borde de la bandeja central
hasta el círculo exterior se extendían las velas solares que alimentaban de electricidad
la estructura.
El anillo exterior era la, en comparación delgada, zona habitable, rotando sin cesar,
con más calma que su nave, cual rueda de carro tirada por animales en viaje infinito.
En su parte interior era un verde terrário de dos kilómetros de ancho acristalado. bien
iluminado por una línea central luz ultravioleta en la cúspide de su larga cúpula,
bordeado por edificios bajos, entre cuatro y ocho plantas, que sobresalían por encima
del jardín, lo que le daba al interior de la rueda un aspecto dentado. Viviendas,
oficinas o laboratorios con sus cuadraditos de luz equidistantes plagando las fachadas
y vistosos letreros publicitarios en sus tejados. En los laterales crecía una enredadera
de vías recorridas como veloces gusanos por nerviosos tranvías que se escondían a
cada rato bajo ella. Su parte exterior era un feo cúmulo maquinaria dedicada al
soporte vital, depósitos temporales y muchas tuberías cubiertos por pantallas de
publicidad de vez en cuando a excepción de donde enganchaban los radios, estructura
reforzada donde se encontraban los puertos espaciales con sus grandes señales
luminosas marcando los huecos de acceso. Sobresalían cada quinientos metros los
cañones de defensa superpuestos sobre la estructura, dos de ellos custodiaban cada
puerto.

Alrededor de la estación había otras estructuras independientes de menor tamaño,


telescopios espaciales de diferentes tipos y naves mineras en descanso,
reabasteciéndose de combustible mediante naves cisterna y desplegando sus
contenedores teledirigidos en grupos a las cavidades del puerto donde quedaban
atrapados como moscas en un papel con pegamento para pasar a hundirse en la
estructura. De la misma manera descargaban los cargueros, naves con un fino anillo
frontal para la tripulación y cuatro largo prismas rectangulares cuyas paredes al
exterior eran todo puertas por las que también entraban mercancías contenedores
procedentes de la estación en bandadas. Los prismas estaban anclados a una columna
vertebral de varios kilómetros de longitud hasta llegar a los propulsores traseros.

Según se acercaban al puerto puntos de luz que habían pasado por lejanas estrellas
tomaban la forma de naves espaciales idénticas a la suya en forma pero de
divergentes colores indicando a quién pertenecían y otros cargueros de más cortos de
un solo prisma que giraba junto al anillo de los que la mercancía era lanzada con
fuerza y se colaba por ranuras abiertas en los laterales del puerto como aviones aéreos
aterrizando solo que sin reducir la velocidad. Todas ellas esperaban aparcadas
alrededor, dejando grandes distancias entre ellas, girando sobre su eje sin parar.
Transbordadores espaciales se dedicaban a mover a los pasajeros, espectántes a la
señal de la torre de control para acelerar hasta igualar la velocidad de rotación de la
estación y encajarse en los espaciosos huecos del puerto donde, al igual que los
contenedores de carga eran atrapados por potentes imanes y transportados al interior.

Tres de los puertos estaban empleados al tráfico de mercancías mientras, dos para
una cauta recepción y uno para le emisión constante, el cuarto era el único dedicado a
pasajeros, funcionando por turnos.
Contemplando aquella megaestructura financiada por multitudinarios lobbys
empresariales Carlos empezó a comprender hasta que punto absurdo llegaba la
fortuna de la familia de su pareja y de muchos de sus compañeros de clase. No dejo
que ese abismo le embargase, con independencia del dueño legal del aparato, lo que
observaba era una maravilla del ingenio humano. Una magia en otro tiempo
considerada divina, hecha realidad por la ciencia en forma de energía y metal.

La tónica fue ir cada mañana a la estación y volver a dormir cada noche, los hoteles
en la estación eran carísimos como para quedarse a descansar allí, como todo en la
estación. Al igual que cualquier ciudad la estación estaba dividida en distritos, uno
por cada espacio entre radios, el científico, ocupado por centros de comunicaciones,
laboratorios y el hospital en el margen colindante con el siguiente distrito, el
corporativo, con las sedes empresariales, la administración de la estación, hoteles de
cinco estrellas, spas, restaurantes gourmet, gimnasios, tiendas para ricos y otros lujos,
el de ocio, simples lugares de descanso para el viajero de paso, bares de copas,
burdeles y otras distracciones asequibles con la comisaría de policía haciendo de
frontera entre ricos y pobres, y el industrial, factorías centradas en el trato de recursos
acuíferos de los asteroides, producción de agua potable, oxígeno y combustible, la
zona de reciclaje y eliminación de residuos, con madrigueras intercaladas entre ellas
para los obreros que hubiesen ahorrado lo suficiente para permitirse unos días fuera
de su lata. Habiendo un segundo hospital entre el de ocio e industrial y la prisión
entre este y el científico, una puerta para los maleantes y otra para los espías. El
puerto para viajeros daba justo con la comisaría, así les caía cerca el control aduanero
a los agentes.

La estación no solo era el punto de partida para las naves coloniales, algo que se haría
una vez cada siglo, con suerte. Si no también un centro abastecimiento para las naves
que explotaban la miriada de asteroides de cinturón de Kupier y la bolita de nieve
sobre la que orbitaban y un importante punto de exploración e investigación del
espacio profundo. No era un puerto de comunicación física con otros sistemas
estelares ya que por los costes del viaje el comercio entre ellos era inasequible, solo
eran rentables las naves coloniales, como medio de aumentar el patrimonio de la
humanidad, o mejor dicho, de sus dueñas las corporaciones, adquiriendo nuevos
territorios y sus recursos, y aliviar de paso la superpoblación cuando se daba.

La administración de la Koroliov con el apoyo de las universidades consiguió que les


abrieran las puertas de fábricas y almacenes en visitas guiadas y demostraciones para
ocupar el tiempo de más que pasaron en la estación dada su llegada adelantada al
programa previsto. Un aperitivo respecto al plato fuerte, trastear en la lanzadera y sis
sistemas. Desmontaron y montaron baterías enormes, hicieron simulacros de
poderosos lanzamientos, comprobaron con atención buena parte de la maquinaría y lo
sumaron todo al curriculum.
Las tardes de exploración no rebelaron gran cosa. La falta de espacio y el precio
exagerado de todo hacían que el ocio de la estación fuese mediocre en comparación
con los de la superficie de cualquier planeta habitado, solo resultaban excitantes por
la ruptura del enclaustramiento naval. La única gracia fue la siempre gratificante
experiencia de descubrir nuevos lugares y formas de vivir. Lo más divertido para él
fue una sencilla mañana de deporte corriendo por el largo y florido terrario
corporativo junto a Santiago y Amelia. Desde esa perspectiva casi parecía que
corriesen por el parque de una gran ciudad terrestre, solo había que evitar mirar alto y
tampoco es que fuese una mala vista, la gran lona, los largos brazos, las luces
parpadeantes, la línea del lado opuesto del aro, tan grandes. A la hora de almorzar
realizaron su picnic sobre el húmedo césped con valientes hormigas dispuestas a todo
por una migaja de pan y saborearon de postre unos helados frutales de un puesto
ambulante. Todo entre bromas y diálogos en los que compartieron sus impresiones
del lugar y los estudios.

Terminada la gran excursión de la lanzadera interestelar partieron a Zoroastro, luna


de escasa gravedad en la órbita de Aura Mazda, gigante gaseoso. Principal astillero
del sistema en donde ya se estaba construyendo desde hacía décadas una nave
colonizadora.
Fiesta embarrada

Zoroastro era un planeta marrón oscuro con manchas rojizas en su corteza y


tormentosas nubes recorriendolo, de un tamaño algo inferior al de Tania, dependía de
la capa magnética de su anfitrión para reducir su radiación. Había sido el segundo
lugar en ser ocupado por los colonos tras bombardearlo con bloques de hielo de
escaso tamaño que transformaron su atmósfera original, con excesivo dióxido de
carbono para lo que se deseaba hacer allí. Se tardo unos siglos pero se consiguió lo
que le faltaba a la luna convertirla en un lugar apto para la industria pesada,
descender y regular su temperatura.

Las ciudades solo se distinguían por las fumarolas dispersadas por el viento que
emergían de ellas, negro sobre marrón eran indiscernibles hasta que llegase la noche
y las luces revelasen su posición. Sin embargo ese no era su destino, la baja gravedad
permitía la construcción de ascensores espaciales, los cuales por malas experiencias
militares se construían lejos de las ciudades. Desde el espacio no parecía gran cosa,
una estación espacial plana en la órbita baja. Sin decoración ni pretensiones, un
mazacote central en cuyos laterales se encontraban el puerto espacial, un edificio
rectangular con amplios agujeros cuadrados en su superficie exterior, y los astilleros,
cestos enrejados de metal con edificios irregulares en sus laterales, siendo el opuesto
al puerto el más grande, en volumen tres veces mayor que la estación aunque en masa
solo la mitad de la misma. Estaba compuesto por una serie de aros octogonales
unidos por el lado de la estación por un largo edificio en perpendicular a la estación
con un grueso nexo en su punto intermedio. Entre esos aros se encontraba la nave
colonizadora en construcción, todavía un montón de metal sin forma definida,
rodeado de plataformas, drones y naves de construcción, flotando a su alrededor
dentro de los margenes de las boyas espaciales que delimitaban la zona de trabajo con
sus destellos rojos. No llevarían ni una cuarta parte y ya era tan grande como la
propia estación donde era construida.

Al igual que en la lanzadera viajaría a diario entre la estación y la Koroliov, esta vez
el motivo era que los hoteles de Zoroastro eran demasiado baratos. Salvo un par de
sedes corporativas fortalecidas el resto era territorio obrero, los tutores recomendaron
con insistencia en que no se paseasen por allí. Aún así hubo quienes viajaron,
valientes con curiosidad que tuvieron la suerte de no verse rodeados de operarios
encabronados en la Sepúlveda. Entre ellos se encontró Carlos, que bajo vestido de
runner junto a Amelia y Santiago.
En tierra Zoroastro era peor de lo que se imaginaban, los trenes, monorailes
invertidos con cubierta superior en pico, apenas abarcaban la mitad de la estación, el
resto del transporte público eran autobuses rodados, el tráfico aéreo era mínimo dado
que la gente de la luna no se lo podía permitir incluso con un consumo ínfimo de
combustible, las calles eran barrizales negros cuya distinción entre acera y calzada o
pasos de cebra eran delimitados por postes reflectantes, para caminar por ellas había
que llevar trajes de vació pues el aire era tóxico, letal a largo plazo, también por
higiene, era normal que un vehículo, sobre todo los grandes transportes de
mercancías, te rociasen de lodo al pasar, y si no lo hacía la propia lluvia negra que
tenía teñidos con una capa de brea todos los edificios, estos eran de dos tipos,
enormes complejos industriales con su enrevesada red de tuberías y altas chimeneas
expidiendo gas día y noche o las pequeñas viviendas que rodeaban la factorías, de
cuatro plantas máximo tan simples como una caja de zapatos con ventanas, salvo por
los sobresalientes agudos tejados a dos aguas por donde que el barro descendía
despacito hasta al calle. Las casas también rodeaban grandes almacenes de materiales
y otros centros de trabajo entre los cuales discurrían las principales vías de la ciudad
con puentes entre las azoteas, sobre las autovías, para que el tráfico mercantil no
tuviera que parar por los peatones.

Dado lo fácil que era acabar untado en mugre, a la entrada de los centros comerciales
donde se agrupaba el comercio y el ocio de la ciudad, tenía una zona dedicada a la
higiene, si no te lavabas el traje no podías pasar, y te cobraban el agua. La otra
opción, la común era dejarlo macerando en una taquilla mientras paseabas con tus
ropas normales, eso sí, el establecimiento no garantizaba al calidad del aire dentro.

Como todo el grupo tenían filtros de gas en los implantes decidieron no destacar y
dejar los trajes en las taquillas. En efecto, dentro del recinto, tres plantas de
comercios alrededor de una avenida con forma de U y terrazas al paseo central, sus
implantes les avisaron que la toxicidad del aire era leve. A pesar de ellos los clientes
caminaban con indiferencia por la calle, solo algunos llevaban mascarilla, a la venta
en una tienda de la entrada. El lugar no era la gran cosa, tiendas y más tiendas,
publicidad por todas partes, unas cuantas clínicas, solo había un hospital y estaba
abarrotado. En la parte curva de la calle, donde esta se ensanchaba y en la que se
encontraban los bares y restaurantes, grupos de escandalosos adolescentes jugaban en
lo que parecía ser el centro de reunión popular de su edad. Eran los únicos con un
poco de sentido de la moda, excéntrica hasta rallar la epilepsia. El resto vestían
chandals, monos de trabajo y sosadas baratas acordes a sus caras cansadas y tristes.
Muchos de ellos, no solo los jóvenes, llevaban tatuajes de plata, junto al hecho de
encontrar guardias armados clavándoles la mirada cada pocos metros, quedaba claro
cuales debían de ser los indices de criminalidad.

A Carlos le recordó al barrio en el que creció, le apreció triste que lo peor de Tania
fuese lo mejor de Zoroastro. Duraron poco en el lugar, Carlos estaba incómodo y el
resto aburridos.
Fueron al único sitio de interés conocido y hasta famoso, el barrio rojo. Una calle
peatonal cubierta con las restricciones de un centro comercial a los pies de los muros
de la fortaleza que contenían las sedes corporativas cuyos paneles publicitarios
cubiertos asomaban por encima de los muros recordando a todos lo bonitos que eran
sus amos.

El barrio rojo era una calle normal, solo que remplazando la pintura por la brea y los
antros obreros por llamativos escaparates con muchachas desnudas posando al otro
lado. Estas jóvenes era el único atractivo turístico de la luna, crecidas en un ambiente
de gravedad reducida su aspecto más estilizado, largas y flacas, delicadas como
figuritas de cristal, llamaba la atención de pervertidos, curiosos y modistas.

De las puertas que daban a las discotecas salían una potente luz de color y un ruido
atronador con ritmos tribales. Con sus luminosos letreros cubriendo el resto de la
fachada con formas abstractas, sugerentes, pop, en un alarde de buen gusto,
intentaban atraer para sí la animada clientela ansiosa por quitarse de encima meses de
estrés laboral ahorrados para esa noche.

Entraron a una discoteca dispuestos a llevarse la última decepción del día, Zoroastro
les sorprendió de nuevo. En Tania las discotecas era un trámite para el ligue que
fluctuaba con las modas, allí era todo un alarde de rebeldía furiosa que dejaba en
garito cualquiera semejante de Tania. El patio central bombardeado desde el techo y
el suelo por láseres rojos retumbaba con la música y los brincos de la multitud que la
abarrotaba, a los lados, junto a las columnas que sostenían la segunda planta, mesas
altas cuadradas con un temporizador sostenían las latas hasta que la cuenta atrás
llegaba a cero y se las tragaba. Las latas de bebida alcohólica procedían de la fila de
maquinas expendedoras de las paredes laterales. Al fondo estaba la barra, solo que
nadie iba a pedir copas allí, lo que se vendían eran suplementos para las bebidas u
otros ingredientes que te ayudasen a mantener el cuerpo en pie toda la noche. De hay
que el cuarto de baño contase con una pulcra mesa central en falso mármol negro
vetado en blanco donde consumir los alicientes donde los festejántes más pudientes
se arremolinaban canuto en mano. Lo lavabos y letrinas se encontraban en un lado y
al fondo, con espacio suficiente para todos, también en blanco y negro.

Encima de la barra, asomando como una almenara estaba la cabina del Dj, a la que se
accedía por una cabina a su espalda. A los lados, sobre la zona de mesas devoradoras
maquinas expendedoras había dos grande terrazas a las que se subía por escaleras
laterales al lado de la puerta principal cerradas por un banda roja y dos
hipermusculados guardas en cada una. No se admitían turistas. De ellas solo podían
ver a las gogos en sus jaulas de barrotes luminosos bailando desnudas. La luz roja
sobre el contraste oscuro eran los colores del local, aquí y allá había lineas de luz roja
de formas caprichosas sin sentido, solo interrumpido por fogonazos blancos
intermitentes de los focos cuando tocaba que hacían resplandecer el vapor blanco con
el que quitaban el olor a sudor rociándolo desde el techo cada cierto tiempo.
Era una locura basada en el desenfreno, el deseo y el vicio. Todo el mundo estaba
drogado, alcoholizado y solo había que acercarse un par de veces a las chicas
danzantes para sentir su cuerpo restregándose contra el propio. Hombres y mujeres
estaban a la caza, pero tampoco era la prioridad, lo importante era desfasar.

Como no se animaron, incluso Carlos, que ni sabía ni gustaba de bailar, pero como
aquello tampoco era danza, era desfase, era algo que podía acometer. Al rato los tres
estaban gritando y saltando como el resto, minutos más tarde, de alguna forma
repentina, sin buscarlo ni discernir como se inició, lo hacían junto a un grupito de
locales. Una morenita de pelo largo muy rizado y buenas pestañas, una rubia de
raíces negras con ojos de zafiro, un mazado de buen mentón con poco ritmo y un
chico alto con el pelo multicolor revuelto luciendo sonrisa.

Apenas empezaban a conocerse cuando sonaron disparos en la planta superior. El


chico fuerte arrastró a Amelia debajo de la terraza hacía las expendedoras a al que
gritaba. –¡Los microondas!

Barrita de colores y la niña rizada reaccionaron rápido pero al resto les pillo de lleno.
El sistema de seguridad del local se basaba en tumbar a al gente a base de agonía
provocado por una emisión de microondas de escasa frecuencia. Dolía como si la
sangre hirviese.

Los que llegaron al lado de las máquinas quedaron protegidos por la jaula de faraday
que impedía que el efecto destruyese los aparatos, al otro lado de una verja de metal
que surgió del suelo sin previo aviso. El resto, la gran multitud, se retorcía de dolor
en el suelo. Carlos y Santiago no lo llevaban tan mal, ambos tenían implantes que
protegían sus órganos internos, la piel en cambio les ardía.

Buscaron a su alrededor una escapatoria de las llamas invisibles. Los baños estaban
llenos, a presión, se escuchaban gritos de pánico pidiendo auxilio pero nadie entraba
ni salia, los que estaban cerca de la puerta luchaban por no ser expulsados al
sufrimiento del microoondas y los de atrás empujarían para poder respirar. Todo para
nada, el combate estaba sucediendo arriba cuyos accesos estaban cerrados en la parte
superior.
A trompicones llegaron a la entrada abierta por donde otros asistentes en la
proximidad intentaban escapar como ellos, arrastrándose como podían. Al doblar la
esquina que daba al recibidor con su guardaropa un dúo de guardas armados
empujaba al exterior, con más brusquedad que cortesía, a los que alcanzaban el
recodo, solo querían quitárselos de en medio. Cuando les vieron Carlos notó en sus
ojos ese gesto, mezcla de sorpresa y temor, que se da al encontrarse con el enemigo
de repente. Pasó de historias, si trataban tan bien a sus victimas a saber que harían
con los que creerían enemigos. Agarró la punta del rifle con su derecha apartándolo a
un lado y le golpeo con la metálica izquierda en la cara, un buen gancho tras otro a la
que Santiago se abalanzaba sobre el que quedaba cayendo los dos al suelo en una
refriega de perros.

La recepcionista sacó una escopeta. Carlos interpuso el cuerpo del aturdido guardia
que recibió el tiro en plena espalda lo que le despejó la mente y le hizo aullar mirando
al techo con los ojos muy abiertos, como un lobo en luna nueva. Arrojó Carlos al
herido contra la mujer, la cual seguía disparando con la cara arrugada por el odio sin
conmoción alguna por haberle destrozado la columna a su compañero que recibió
otro tiro en el omóplato izquierdo.

Lo aparto con una mano a un lado para conseguir angulo de tiro, lo que la dejo a ella
también al descubierto para la intensa ráfaga que Carlos la soltó en la cara, sin parar,
destrozándola la parte alta del pecho y todo el cráneo hasta dejarla como un cuenco
vacío con los sesos en la pared de atrás.

En lo que le hacía eso Santiago y el segundo guarda de duro rostro y traje barato
habían descargado el otro subfusil contra la pared del fondo en su lucha por el mismo
y seguían peleando. Santiago intentaba asfixiarlo apoyando todo su peso contra el
arma que había colocado en su garganta, a lo que el guarda se resistía con todas sus
fuerzas.

Una patada da Carlos en el costillar le anunció que había perdido. –Me rindo. –dijo
con la voz apretada por el esfuerzo.

Se dejo quitar el subfusil por Santiago que recargo con uno de sus cartuchos. Carlos
le quito la pistola de la funda sobaquera y el cuchillo de la bota. Santiago le ordenó
que anulase el microondas en lo que Carlos recargaba con la munición del malherido
del suelo que apretaba los dientes con la lágrima viva intentando alcanzarse la
espalda con una mano.

–¡No se puede desde aquí. Solo se puede anular desde dentro!

–¿¡Donde esta el panel de control!?


–¡Esta dentro! –Santiago insistía pero no avanzaba. Era un buen tío, un conductor. No
le importaba convertir un vehículo enemigo en una bola de fuego pero mirar a un
hombre a la cara y joderle la existencia era otra cosa.

Carlos le pego un tiro en el hombro al guardia sano. –¿Donde decías que estaba?

–En el guarda ropa.

Le agarró por el hombro herido y le hizo que se lo indicase. Tras un panel oculto por
una apariencia similar al resto de la pared y muchos abrigos encontraron una pantalla
táctil con un teclado numérico.

–El código.

–¡No lo se!

–Si no me eres útil te prefiero muerto. Un testigo menos.

–¡De veras que no lo se!

–Última oportunidad.

–¿De veras lo vas a matar? –Pregunto Santiago que ya estaba desarmando el aparato.

–La recepcionista ya esta muerta. Da igual uno que tres.

–Joder es una ejecución.

–Él habría hecho lo mismo.

–¡Yo no! ¡Solo trabajo aquí! ¡Soy un currela, nada más! –Miraba a todos lados en
busca de piedad, sobre todo a Santiago.

–Felicidades, vas a morir por seguir ordenes como un buen gilipoyas.

–¡Nunca he matado a nadie! –Desde allí escuchaban los disparos del reservado.

–La contraseña.

–¡No la se!

–No hace falta. –Santiago hizo su magia y los gritos de agonía de la sala de baile se
apagaron. Carlos apretó el gatillo, fue hasta donde estaba el moribundo y acabó con
su sufrimiento.
Gritos de desesperación se aproximaban, solo retenidos por el ruido de los disparos
del vestíbulo. Otra vez gritos y de repente cuatro Edgerunners armados dos
apuntándoles a ellos y otros dos disparando hacía donde venían, tan punks como
cabría esperar, coloridas cazadoras sueltas, camisas sudadas, pantalones militares
anchos o vaqueros negros bien ajustados, botas resistentes y mucha munición. El
sudor recorría sus rostros de mirada preocupada. Se quedaron apuntándose un
segundo.

Santiago intervino. –Solo estamos de paso, vuestra movida no nos importa una
mierda.

–¿Sin malos royos?

Carlos dejo de apuntar y les hizo un gesto de cortesía hacía la puerta.

–Gracias guey. –Salieron disparados por ella. Carlos y Santiago fueron detrás, tras
darles unos segundos no fuesen a sospechar que les seguían o alguna paranoia que les
llevase a disparar, pero antes de que los defensores bajaran buscando arreglar cuentas
con los asaltantes.

Por llamada supieron que Amelia estaba saliendo por la salida de emergencia junto al
resto de la gente, se reunieron con ella en el callejón, limpiaron de las armas sus
huellas dactilares y las tiraron a un contenedor de basura.

Se dirigieron con premura a la salida de vuelta a la nave sin embargo esta ya estaba
tomada por la policía, tres patrulleros voladores, similares a un robusto vehículo
común pero con herrajes defensivos de más y la luminosidad apropiada le oficio. Les
acompañaba un blindado antidisturbios. Un robot cuadrúpedo con ruedas en las
retorcidas extremidades, como las de un insecto, y una plataforma de tiro superior
desplegada desde la mole rectangular de su grueso tronco desde donde asomaba una
ametralladora pesada y un lanzagranadas. Por el cielo cruzaban otros vehículos
policiales que aterrizaban sobre la azotea de la discoteca.

Mucha gente intentaba salir, reclamando por su libertad, ansiosos por salir de aquel
disturbio. La policía, embutida en pesados trajes con cascos a juego, los retenía a base
de apuntarles y gritarles. Ganando tiempo para los antidisturbios.

No querían broncas con las que mancillar su viaje, de seguro que los sensores
olfativos de los agentes detectarían la pólvora en sus ropas. Dieron media vuelta y
buscaron otra salida, no la había, el distrito tenía pocos caminos al exterior y estaban
todos obstaculizados por los de azul que se multiplicaban por momentos.
Santiago les ofreció una solución, si no podían huir tocaba esconderse, como la
redada los acabaría encontrando, lo mejor era hacerlo donde eso les diese ventaja. En
un burdel. Carlos se extraño por lo que Santiago le explico por el camino, que por un
precio, las prostitutas se encargarían de aseárlo y darle coartada. Así fue, les cobraron
bastante, a cambio les dieron un cuarto en donde pasar un buen rato con dulce
compañía mientras lavaban sus prendas.

La muchacha que atendió a Carlos era una lindura que a su lado le hacía quedar como
un retaco, de suave piel blanca y pelo lacio, ojos algo rasgados y voz cansada, de
largos dedos en manos finas y largas piernas en pies de juguete. Mucha cintura y
poco pecho. Apenas tapada por una prendas que no llegaban a bañador. Le ayudó a
desnudarse con prisas y se llevó su ropa dejándole en el baño. A la salida se la
encontró extendida en la cama, viendo el canal de noticias en donde ya aparecía el
evento del que acababan de escapar.

–¿Ese es tú lio?

–Para nada, yo solo estaba allí, como el resto. –Carlos se sentó sobre la cama con una
toalla a la cintura y otra usándola para secar su cabeza.

–Claro.

–Es en serio. Solo queríamos pasar un buen rato cuando alguien empezó a disparar en
el reservado para privilegiados.

–¿Entonces por qué venir aquí?

–Porque si en la nave que vengo piensan que he montado un pollo me podrían


expulsar de la universidad y todos mis años de carrera acabarían en la papelera.

–¿Venís por la nave colonizadora?

–Sí, a echarla un ojo.

–¿Vais a ser colonos?

–Espero que no. –Dejo de secarse el pelo y la dedico una sonrisa antes de mirar a la
pantalla. Las imágenes eran del exterior y deficientes, procedían de los drones de la
prensa que la policía no podía impedir pasar. Afuera los antidisturbios ya formaban
cual legión romana con sus escudos al frente de cara ala muchedumbre exaltada.

–Dicen que los colonos ganan buenas fortunas.

–Después de años de malvivir, si es que sobreviven. Luego llegan las corporaciones y


se apropian de todo.
–Menos el dinero y la fama.

–La fama no les vale de nada, no son estrellas del rock. El dinero, si lo invierten bien
a lo mejor les da un futuro.

–No es necesario ser colono para malvivir, al menos ellos tienen una opción de que
les valga de algo todo ese sufrimiento.

–Supongo, tú eres hija de colonos, no te lo voy a discutir. –Carlos lo meditó un


segundo. –Perdona, eso ha sido grosero.

–¿Sigues enfadado?

–Un poco, la adrenalina. El dueño del local nos jodió pero bien con una emisión de
microondas y solo hablan de lo malos que eran los terroristas por atacarlo.

–¿Sabes por qué le atacaron?

–Porque alguien pagó por ello.

–No digo los runners, si no el que los contratase.

–Los runners nunca saben eso, esa info se la guarda el nudo.

–Pero matan igual.

–El dinero sirve para hacer que la gente haga cosas que no quiere en beneficio del
que paga.

–¿Tú has matado a alguien?

–No.

Se hizo el silencio. Al rato continuó ella. –Deberíamos tener sexo.

–¿Quieres tenerlo?

–Me has pagado por ello.

–Sí, lo he hecho, pero parece que no lo suficiente.

–Solo soy curiosa.


–Ya... Tengamos sexo. Pero antes dile a tu madama que apague la cámara, ni a ella ni
a mi nos interesa el porno. –El rastreador no había pitado ni un segundo, solo las
preguntas de la prostituta. La cámara debía se tirar de cable.

Monique no sabía interrogar, debería haber esperado a que terminasen El resto si lo


conocía bien, supo lucir sus piernas, usar su sexo y o bien disfrutarlo o aparentar que
lo disfrutaba.

Al rato de terminar, en lo que descansaban viendo como la policía dispersaba a la


multitud a base de gas y porra le entregaron sus ropas. Monique le ayudo a vestirse y
le presionó en el lugar en donde una costura de más guardaba un polizón. A lo mejor
no había sido descarada por error. Por el momento lo dejo en su escondite, para que el
escarmiento de su ayudante se quedase en bronca en vez de llegar a paliza por
chivata.

La ropa no le duro mucho, la policía tardaba en irrumpir y volvieron a la faena.

El tercer asalto fue para la policía. Para entonces Amelia, limpia de culpa y pruebas
ya se había entregado a la policía como transeunte sin implicación alguna en el
suceso y llamado a la Koroliov. Rescatar estudiantes extraviados entraba entre sus
obligaciones, ya lo habían hecho antes en la lanzadera con otros más problemáticos,
hasta había un seguro al respecto. Al fin y al cabo eran corpos y lo que pasase en el
viaje se quedaría en la nave, sobre todo después de lo de la Sepúlveda.

Entraron a lo bruto, armando tal revuelo que para cuando legaron a la habitación se
ajustaba la cazadora, de haber conocido le barrio ya estaría de camino a su casa.

–¡Alto Policía!

Carlos levantó las manos. –No llevo armas ni me resisto.

El par de agentes rieron. –Buen chico. Si sabes lo que te conviene mantendrás esa
actitud.

–¿Me van a arrestar?

–Pues sí. Me da que te pareces a los que se fueron de una discoteca aquí al lado
después de matar al dueño y unas cuantas personas más. –dij el moreno con un lunar
en la mejilla y gafas de aviador que se acercaba enfundando el arma y sacando las
esposas.

–¿Usted cree? Me parezco mucho más a uno de los queridos estudiantes de la


Koroliov, nave corporativa flotando cerca de la estación.

–Con esos tatuajes, lo dudo. –Le susurro con despreció al oído.


–Sera mejor que se asegure. No vaya a meter la pata y golpee al chico equivocado.
Los moratones corpo salen caros.

–Con lo bien que habíamos empezado. –Le apretó bien las esposas antes de ponerlo
en movimiento con un empujón con colleja de esas que pican.

La policía se mostró engreída, con pretensiones de darle su merecido, una buena


paliza. Le cachearon, le registraron y le encerraron en una celda a solas en la que solo
había un banco duro, todo a empujones, con su aliciente de sonrisas maliciosas fáciles
y amenazas escondidas tras metáforas cutres.

Durante la aburrida espera tumbado sobre el incómodo banco se acordó del cacharro
del burdel, se lo quito de la cazadora y lo dejó en una hueco del asiento. Más tarde le
comentaría respecto a sus compañeros para que se deshicieran de los suyos.

Antes del amanecer un inspector se paso por la celda rogando mil perdones por el
error, le invitaron a desayunar y hasta le pagaron de forma extraoficial la puta de la
noche anterior. Lo cual puso a Carlos paranoico hasta le punto de guardarse el baso
de plástico del café por si todo era una pantomima para conseguir una muestra de
ADN sin permiso. Él sabía que cuando descubrieran su lugar de procedencia se les
pasarían los malos humos pero de hay a agasajarlo había un trecho largo. El propio
oficial que lo detuvo cuando se disculpó tenía la cara marcada por una mano grande y
rabiosa, por los nudillos pelados, la del inspector.

Les recogieron dos tutores y el doble de abogados. Quedando la cosa en que


simplemente se encontraban por allí cuando sucedió todo, unas víctimas más, como
le resto de asistentes a al fiesta. Los abogados descubrieron unas esposas con restos
orgánicos a analizar en el laboratorio. La sangre era algo de un gran valor, podían
identificarte por ella, suplantarte con ella, asesinarte a través de ella y podía guardar
secretos industriales o someter al mejor sistema de seguridad del universo. Tomar
muestras de sangre sin consentimiento a un cualquiera no significaba gran cosa, pero
a un corpo... Eso era suficiente para que los abogados pusieran patas arriba las bases
de datos de la comisaria, más le valía al cuerpo que no encontraran nada raro, en un
universo dominado por las corporaciones la policía debía mantenerse imparcial para
sobrevivir, limpia de toda sospecha de conspiración contra cualquiera de ellas. Lo
encontraron. Hubo un procedimiento para tomar muestras de ADN que no llego a
realizarse por el procedimiento habitual, jeringa, a pesar de estar firmado por un
Carlos y un Santiago desconocidos. La caja de pandora quedo abierta y no hubo una
sola compañía que no entrase a husmear.
Antes de que terminaran las prácticas en la estación, la bases de datos habían sido
repasadas cuatro veces, sin encontrar nada sobre ellos, en teoría el análisis fue
abortado. Aún así el inspector fue degradado a oficial y el oficial a mundano. La
comisaría tuvo que indemnizarles y desde luego si se descubrió algo en esa discoteca
sobre ellos cayó en el más abismal olvido. A los dos les sorprendió lo fácil que era
para un rico librarse de sus crímenes y hasta salir cobrando.

Los desafortunados al revés. En la discoteca a parte del dueño siete guardias y la


recepcionista murieron once personas, seis asfixiadas en al cuarto de baño, otra por
un trombo en la pista de baile y el resto atropelladas por la estampida durante la
huida. Sus familiares recibieron fingidas condolencias por parte de la administración
y de los empáticos periodistas que se ganaron el jornal con el reportaje.

Respecto a los Edgeruners medio mundo les vio escapar por el sistema de
alcantarillado, entre unas cosas y otras para cuando los policías se pusieran a buscar
por lo que de seguro sería un laberinto mugriento en el que morir enterrado en lodo
era la posibilidad más factible ya sería imposible que les alcanzaran. Al menos el dato
dejaba claro que de ser el trío arrestado participe del delito habrían escapado con
ellos.
Pedir imposibles

Se pasaron meses en la estación, aportando sus granitos de arena a la construcción de


naves en los astilleros, mercantes casi todas, un par de transportes civiles como la
Koroliov y un telescopio orbital. La nave colonizadora solo la visitaron un día y bajo
fuertes medidas de seguridad, no les dejaron tocar ni una tuerca. Faltaba tanto por
hacer que tampoco había mucho que ver, si no fuese por las gafas de realidad
aumentada que les permitió ver hologramas sin haberlos tendrían que haber hecho un
complicado ejercicio de adivinación.

Contemplaron motores de potencia tal que matarían cualquier organismo vivo que
fuese propulsado por ellos. Una estructura capaz de soportar ese empuje a parte de
colisiones y radiación cósmica. Enormes almacenes repletos de materiales y
maquinaria. Un complicado y hambriento aparato capaz de engañar a la realidad y
viajar durante millones de años en unos pocos siglos. Un hangar con transbordadores
que no necesitasen de lanzaderas para funcionar. Una centrar nuclear de varios
reactores de fisión fría y baterías para alimentar cada pieza. Circuitos, cables y
tuberías que interconectaban todo sin margen de error. Millares de servicios
secundarios, desde drones de reparación hasta cañones de riel para eliminar
amenazas. Discos de datos indestructibles con toda la información necesaria para
construir la colonia, incluidas las hábiles impresoras capaz de construir cualquier
cosa con materiales básicos. Computadoras capaces de dar vida a varias inteligencias
artificiales inconscientes tan potentes como para administrarlo todo. Lo mejor de la
tecnología humana.

La otra visita interesante fue al enlazador cuántico, laboratorio de insignificante


tamaño en comparación con su relevancia. El lugar en donde los átomos se
vinculaban para ser la vía de comunicación gracias a su extraña propiedad de
replicarse de forma automática a pesar de las infinitas distancias. Unos centenares de
ellos serían enviados con la nave automatizada para ser el canal por el que las mentes
humanas viajasen como datos digitales hacía nuevos cuerpos clonados por las
inteligencias artificiales una vez establecida la base, tomando así el relevo a la IA
para después destruirla antes de que alcanzase la consciencia, nadie quería competir
por los recursos naturales contra una raza de maquinas comunistas. Con el tiempo
esos átomos comunicarían millones de datos, no solo consciencias, desde simples
llamadas telefónicas hasta copias exactas de obras únicas, si alguien estaba dispuesto
a destruir el original a cambio. Lo más complicado era replicar un cuerpo humano
entero, no solo la mente, pero no se hacía, era demasiado caro y nada útil. La mente,
el autentico IO, era lo único que se necesitaba, al otro lado habría cuerpos vacíos de
sobra.
Carlos recordó la lección de historia. El duro golpe que supuso para los religiosos del
mundo antiguo descubrir que la idea de alma no era más que una bonita ilusión, que
los seres humanos en realidad solo eran datos guardados en cuerpos orgánicos sin
más trascendencia que la que ellos mismo se consiguiesen. Y que bendición para
aquellos que pudiesen permitirse esa tecnología. La inmortalidad orgánica estaba bien
pero la vejez no era la única causa de muerte, solo la inexorable. Con la codificación
del “yo” la inmortalidad estaba garantizada mientras la especie y el orden
prevaleciesen para guardar la copia de seguridad y realizar la descarga en un nuevo
cuerpo en caso de fallecimiento.

La relación entre el hombre y la ciencia era así, siempre lo fue. Se vive de una
manera hasta que se inventa algo nuevo, ese algo causa una conmoción en lo que la
gente se adapta a las nuevas maneras, al tiempo se convierte en costumbre y se vive
de una forma diferente sin que nadie se percate de ello, como si siempre hubiese sido
así, el revuelo cae en el olvido salvo por un registro histórico de no más de dos
párrafos con un nombre en negrita. Los millones de cálculos, reflexiones y anécdotas
para llegar hasta la gran revelación acaban reducidos a genialidad salvo por los pocos
profesionales que se especializan en ese campo intentando superar al del nombre en
negrita.

A parte de esa solo bajo una vez más, con el objetivo de devolverle el favor a la larga
chica de los ojos rasgados. Se paso por el burdel en la mañana y preguntó por ella a
uno de los vigilantes que le dio la información de su apartamento a cambio de algo de
dinero, regateo con él por pura desfachatez, sin éxito. Gran guardia aquel que vende a
sus protegidas. Le negó la segunda mitad alegando que no la encontró, cosa que si
hizo, en su apartamento, el que le indicó. Ella le dejo pasar.

Los pisos de Zaratustra eran oscuros por culpa de la suciedad aderida a las ventanas
de las lluvias negras, lo que les obligaba a gastar de más en luz. Tenía un pasillo de
suelo rugoso impermeable de fácil limpieza hasta el baño en frente de la entrada en
donde lavar los trajes, el lo dejo colgando y salió de su crisálida intentando no
embadurnarse la ropa. Cuando Carlos termino el protocolo de entrada se le hizo más
evidente por que había tan poca gente en la calle. Dentro Mónique había conseguido
crear un estilo suave pero alegre a base de tonos tenues de verde y azul con
decoraciones hechas a base de objetos reciclados, manualidades de manufactura
propia de temas naturales, un tanto hipie. Más allá del baño solo había una habitación
a la derecha que se resumía en un sofá cama al fondo a la izquierda mirando a una
cocina con barra lateral de pared al fondo a la derecha, un armario a la derecha de la
entrada para la ropa y una librería en la pared entre el salón y la salita esquinera en
curva con una larga ventana de pared a pared. Tenía una silla de café cuadrada que de
no hundiese en el suelo como el televisor en el techo debería mover cada noche antes
de acostarse. Ya al entrar le filtro del implante de Carlos le advirtió una toxicidad del
aire leve.
–Deberías haber dejado que te ayudase con el traje. –Monique tampoco iba muy
tapada esta vez, algo normal, Zsoroastro seguía siendo un planeta caliente. Unos
pantalones muy cortos una blusa y por encima una prenda que recordaba a una red de
pesca. Fumaba un cigarro largo pero fino.

–No, estas limpia, bastante que me has abierto la puerta en vez de llamar a la policía,
por cierto si te llama un tal Tommy le dices que nunca nos vimos.

–¿Cuanto te ha cobrado?

–Una exageración, me vio cara de corpo.

–Vamos dímelo. –Monique le guío al sofá con paso de modelo.

–Mil. Le debería quinientos. –Carlos se dejo caer sobre el sofá amarillo con cojines
de colores necesarios para defenderse de los muelles rebeldes.

–¿¡Me ha vendido por mil!? Que cerdo. ¿Quieres café? ¿Un refresco? ¿Una cerveza?

–En realidad solo quinientos. Cerveza por favor. Los otros eran solo por si tenía
suerte o para hacerse el duro.

–Mi autoestima os lo agradece. Bien ¿Que quieres? –Fue hasta el frigorifico y le saco
una lata de cerveza para él y otra para ella.

–Te debo una.

–Lo se. Por eso te ayudé, eras un runner y un runner siempre devuelve los favores. Es
vuestro código de honor, o algo así. –Monique le entrego la cerveza y se sentó a su
lado colocando un cojín en un punto vulnerable. Empezaron a beber.

–¿Como lo sabes?

–Es bien conocido por todos.

–Y tu necesitas un favor ¿Me equivoco?

–Todas las chicas en mi oficio lo necesitan.

–¿Que quieres tú?

–Salir de esta roca. ¿Lo puedes hacer?

–No. No soy el dueño de la nave que me ha traído hasta aquí. No tengo ninguna
autoridad sobre ella.
–¿Pasajero?

–Sí.

–¿Podrías, conseguirme, un pasaje? –Lo dijo con dudas en su voz y en su mirada.

–No es una nave de viajeros, si no de estudiantes, viaje de estudios, practicas.

–Así que eres rico.

–No tanto. Gane un dinero hará un tiempo con un trabajo bien hecho y quise mejorar
mi situación. Sabía que estas practicas mejoraría mi curriculum. No quiero acabar de
oficial en una nave minera ni perdiendo la vida en una militar.

–Invirtiendo en ti mismo. –Monique dejo caer la cabeza tapando su rostro con el pelo.
Luego volvió a levantarla mirando hacía un sueño retransmitido más allá de los
muebles de la pared de la cocina. La conversación se torno más lenta, como si las
palabras pesasen. –Yo intente hacer lo mismo, como todas las chicas con un rostro
aceptable me pague unas clases de modelo, las de danza se me salían del presupuesto.
Para lo que me están sirviendo, mejor me abría pagado una operación de estética.

–Yo te veo bonita.

–Bonita... Menos de preciosa no vale nada.

–Tu problema es que aunque te pagase un viaje en una nave comercial necesitarías
terapia génica y rehabilitación para que la gravedad de otro planeta no te matase.

–Lo se. –Volvió a agachar la cabeza. Se tomo un respiro. –Si no salgo de esta roca en
dos años nadie me va a querer en su pasarela, en cuatro ni en un prostíbulo decente.
Tengo que hacerlo de alguna manera.

–Yo no puedo pagarte esa terapia. Soy majo pero no tanto, me quedaría sin nada. Lo
siento pero solo soy un runner con suerte no un corpo con créditos infinitos.

–El viaje a menos sí.

–¿No te estas pasando? Lo de delatarte y contarme donde estaba el chip ha estado de


fábula pero no vale un viaje espacial. Yo me puedo permitir este porque la
universidad financia la mitad.

–Lo se. Es solo que... Necesito salir. Sí hace falta, te lo pagaré, es decir, que me des
un préstamo y luego, ya sea en un burdel o como modelo, te lo pago.

–¿Viaje y terapia?
–Viaje. Del resto ya me encargo.

–¿Como te encargarías?

–No lo se. En Tania una chica como yo esta bien cotizada, tendría como dos meses o
tres para encontrar trabajo, entonces podría pedir un préstamo a un banco y pagarme
la terapia, hay chicas a las que se las pagan los mánager. –Especulaciones tan
apresuradas como las pronunciaba, con más pretensión de zafarse de la pregunta que
de responderla.

–Con que solo te falle una de esas cosas estas muerta. –Tajante, categórico.

–En Tania hay mucho dinero, y mucha moda, podría funcionar...

–En mi ciudad de dieciocho distritos solo cuatro no son suburbios y de esos dos la
mitad no son ricos. Gente de todas las razas y culturas mueren cada día sin que nadie
haga nada por ellos. No quiero romperte las ilusiones pero necesitas tener en cuenta
la realidad para elaborar un plan factible.

–¿Y que hago? ¿¡Mejor me pudro en este lodazal!? –dijo clamando con las manos al
cielo.

–Se lo que se siente, yo también he estado en tu situación, del distrito trece. –Se
señaló.

Le miró con los ojos humedecidos. –Entonces sabes como es, lo que se siente. La
desesperación al saber que no tienes futuro, que solo te espera agonizar en el barro
hasta morir o que te maten. Tener que aguantar mierda cada día solo para seguir
arrastrándote ¡Solo quiero una oportunidad!

–Es justo, pero no a mi costa. Quiero ayudarte pero no voy a hundirme por ti.

–Joder... Al menos el viaje... –Suplicó.

–Para eso mejor te pego un tiro ahora y nos ahorramos la pesadilla. No. Me pasas tú
presentación ¿Tendrás algo así para buscar empleo no? Conozco a una persona en
Tania que sabe lo suyo sobre moda y tiene contactos, Intentaré convencerla para que
te consiga empleo. Si te encuentra algo, hablaremos de viajes.

–¿Y si no?

–Te ayudare con dinero, para que vivas mejor y arregles el filtro del aire.

–Mercy. –Volvió a agachar la cabeza.


Carlos la dio una palmada en el hombro y se fue a enfundar de nuevo en su traje
intentado no manchar mucho. Ella se levantó a tirar las latas a al basura y volvió al
sofá a seguir meditando en su tristeza.

Las chicas como ella tenían que intentarlo, estafar al primo que pudieran para salir
del hoyo. No la guardaba rencor por intentar sacarle un viaje que costaba lo que todo
el burdel en el que trabajaba, la ayudaría, pero en una medida justa para él.

Volvió a la nave. Esa noche le llegó el mensaje. Una Monique un poco más joven
paseando con lujosos vestidos sobre una pasarela con una deslumbrante sonrisa y un
curriculum sin huecos, lo miso eso había que retocarlo, o puede que su trabajo en un
prostíbulo fuese un aliciente, que iba a saber él. Se lo envió a Lizelle para que a su
vez se lo enviara a Zenobia. Si ella no podía ayudarla nadie que conociese podría.

Lizelle se molestó un poco, ya la conocía lo suficiente como para percatarse de los


minúsculos cambios en su voz como para saber cuando estaba molesta. –¿Que es
esto?

–Una chica me ayudo a salir de un marrón en el que me vi envuelto en Zaratustra, le


debo un favor y esta es mi forma de devolvérselo. Quiere ser modelo como ves.

–¿Que favor?

–Hubo un tiroteo en una discoteca en la que estábamos bailando, como veinte


muertos, ella nos ayudo a salir de allí a tiempo.

–Tú. Bailando.

–Vale. Yo no bailaba, pero hablaba y bebía ¿Es importante esa parte?

–No, la parte importante son veinte muertos. Se supone que estas de viaje de estudios.

–Salimos a ver mundo mamá. No esperábamos que nos disparasen.

–No me llames... Da igual. ¿Crees que Zenobia le va ha encontrar trabajo con esto?
¡Dice que trabaja en un prostíbulo!

–Ya... Yo también me he imaginado que habrá que retocar esa parte.

Lizelle le clavó la mirada a través de pantallas separadas por millones de kilómetros.


–¿Por qué estabas bailando con una prostituta? –Carlos intento esconder la sonrisa
pero sus reflejos llegaron tarde. –¡No te rías!

–Supongo que pretendería cobrarme después. El caso es que estábamos de juerga y se


arrimó.
–Ya... –De seguir taladrándolo encontraría petróleo.

–Pero mira ¡Salió bien! Solo me han disparado un poco y no me han dado.

Zenobia dejo escapar una aspiración de queja. –No es que no me preocupe. Esta claro
que estas bien, por eso no me exalto. Lo que parece es que te estén engañando.

–Me quería sacar un viaje a Tania y una terapia génica. No lo parece, me ha intentado
engañar. Sin embargo eso no cambia el hecho de que me ayudó cuando lo necesite y
que la pobre esta desesperada por salir de este estercolero. No se si has visto alguna
vez Zaratustra pero a menos que te gusten mucho los baños de barro mejor no
vengas.

–Si te quedases en las zonas acotadas.

–¿Tú no salistes de fiesta en tu viaje de graduación?

Lizelle se sonrojó un poco. –¡Pues claro! ¡Por zonas decentes donde no te disparan!
–Respiró hondo. –Se lo pasare a Zen pero dudo mucho que pueda hacer algo con esto
y menos donde esta ahora.

–¿Que tal lo lleva?

–No muy bien. Los ejecutivos no se la toman en serio, espero que no por lo que
imagino. Eso la enfada, ojalá no haga nada drástico.

–Vale, suéltaselo con suavidad. Hace mucho que no hablo con ella por prescripción
médica y que la primera noticia que tenga de mi sea pedirla ayuda para a una
prostituta no parece la mejor opción.

–Porque no lo es. De esto me encargaré yo.

–¿Tienes contactos en el mundo de la moda?

–¿Crees que no puedo?

–Creo que le sacarías una luna a Tania a mordiscos si hiciera falta, pero sin dientes
quedarías fea.

–A veces dices cada bobada. –Le cortó la vídeollamada.

Otra con la que no pudo hablar fue con Teressa. Oscar le contó que pasaba una mala
racha, en plan rebelde.
Vacaciones ajetreadas

Terminadas las prácticas en los astilleros de la empresa Dervec, reanudaron su viaje


hacía Tania, planeta que parecía una de esas bolas de nieve, una con demasiados
pedacitos de corcho siempre agitados. Solo a través de las calvas se podía discernir
algo de tierra y parecían un borrón en el blanco folio. Las tormentas era lo más
espectacular de ver, dado el tiempo que pasaron allí vieron unas cuantas. Carlos le
hizo algunas fotos para Teressa a ver si con eso la mejoraba el humor. No fue
necesario, la etapa se le pasó igual que llegó, cual temporal climático, impredecible y
nunca entendido del todo. El que pasó a estar evasivo fue Oscar, secuelas de una
pelea de bar acompañada de sus amigos, puntos y moratones, debida a la bebida por
lo que le contó. Tenía la cara hecha un desastre, una fina ceja partida, su ojo morado,
unos pómulos preciosos... La nariz estaba igual, como ya la tenía torcida. Menos mal
que tenía un buen mentón para encajar los golpes. Le insistió en la idea de, si no iba a
dejar la bebida, al menos reducir su consumo. No era la primera pelea de bar que
tenía, habían disfrutado de una pocas juntos en su época runner en “El Ajo”, en
temporada baja era el deporte oficial, pero claro con una hija a la que criar el
panorama cambiaba. Lo mismo daba, era como hablarle a un pared.

En Tania el trabajo consistió practicar con los transbordadores de pega y en reparar


satélites de telecomunicaciones, una labor poco emocionante a pesar de su delicadeza
que pronto se volvió monótona. Bajo un costo considerable podrían pasar el fin de
semana en el planeta, cosa que hicieron muchos, pero no los runners. Ellos esperaron
al transbordador de la tripulación en Navidad para descender y pasar la festividad con
sus familias. El resto se lo pasaron viendo películas en la pantalla del salón en el cual,
con tan poca gente, se sentían tan solos como las últimas gotas de una lata de refresco
que al no conseguir alcanzar la abertura acaban en la basura junto a la lata
espachurrada sin conseguir cumplir su destino.

Lizelle le consiguió un trabajo a Monique en una prestigiosa firma de moda para ese
mismo invierno, consideraron que dada su complexión y rostro sería una duende
estupenda. Lo que le llevó a Carlos a cumplir su promesa y pagarle el viaje, con un
extra por la atención médica implicada en su caso, en realidad un préstamo que temía
nunca le devolvería pero que formalizaron legalmente para evitarse problemas
futuros, bastante si la alcanzaba para pagarse la terapia que necesitaba para soportar
la gravedad de Tania.

Monique viajo en cuanto pudo y se incorporó al trabajo en cuanto salió del hospital,
atiborrada de medicamentos, dispuesta a conseguir todos esos créditos en el menor
tiempo posible, la vida se la iba en ello. Se mostró muy agradecida por videollamada,
conteniendo la lagrima con seriedad jurándole que le devolvería con intereses.
El aterrizaje era bastante más peligroso que el despegue pero se sintió mucho más
suave y lento, no es que le faltasen zarandeos, si no presión. Se pasaron todos un
buen rato mirando la cielo, notando la turbulencias de la introducción en la atmósfera,
la creciente gravedad, y después los potentes motores esforzándose en reducir la
velocidad, sonando cual tempestad contenida o distante tormenta, haciéndose esperar
en la lenta introducción en el tuvo del silo de la larga nave encauzada por el
magnetismo. Un brusco golpe en el culete de recibimiento y una espera con música
de fondo a que la alta temperatura se disipase antes de desembarcar por el puente
desplegable al espaciopuerto.

En la salida a la sala de espera los runners se desquitaron con los pijos, a los hidalgos
les esperaban mayordomos, guarda espaldas y conductores, a ellos amigos y
familiares, la diferencia de calidez del recibimiento era la misma que la de los polos
con el ecuador. A Carlos se le lazó a los brazos Teressa con toda su alegría infantil y
su carita morena risueña. Había tenido la suerte de parecerse a su madre, con barbilla,
labios gruesos, mentón de mujer en vez de buque rompehielos, la nariz algo ancha.
Del padre se había quedado con los ojos negros y las cejas finas. El pelo fuerte y
oscuro se daba en ambos progenitores solo que a Oscar nunca se lo habían visto ya
que se lo afeitaba. La complexión física aún estaba por ver.

Tras un fuerte abrazo fueron al monovolumen a llevarlo a su casa donde le esperaba


Kylikki, tan rubia como recta para darle la bienvenida. Por videollamada no se había
percatado pero tenía unas cicatrices nuevas. Ya en la noche, con Oscar, Teressa y Jiho
en su casa, recostados en el sofá y con unas copas en la mano le contaría
intercambiando batallitas el explosivo origen, metralla de una granada no tan lejana
como sería recomendable. Las pequeñas marcas eran lo de menos, ya se haría una
operación si se acumulaban muchas, en general le iba bien, ganaba dinero y
sobrevivía, lo que para una runner era como ganar al lotería. La charla le hizo darse
cuenta en retrospectiva lo mucho que había visto en tan solo tres meses, aún le
quedaban otros cuatro.

Antes que eso toco fiesta de bienvenida, comida caliente cocinada ese día, bebida fría
sin racionar y manualidades decorando el espacioso salón. Eso y la cama grande se
sintieron como un lujo maravilloso tras tres meses en la Koroliov. Al día siguiente
fiesta otra vez, esta vez de calendario, regalos, comilona, canciones y juegos para
cuatro. Kylikki estaba lejos de casa y su contacto familiar se reducía a una
holollamada sobre la mesa del comedor proyectada por los espectrógrafos del techo.
Aunque fuesen fantasmas electrónicos ocupando sillas vacías y comiendo manjares
huecos fue divertido tener a toda una familia de rubiales festivos reunida en el salón
con la cual compartir la celebración.

Los días siguientes se fue reuniendo con los que no pudieron asistir a la fiesta.
Mason, otra vez en la cuerda floja por culpa de las peleas por el territorio entre las
bandas, McKenzie, siempre corriendo, a la zaga de una noticia o huyendo de su ex y
las hermanas Fonseca, encuentro que temía por no saber como afrontarlo.
Con Lizelle quedo en un restaurante que derrochador en lujos y austero en
emociones, el lugar que ejecutivos y comerciales elegían para amargarse un almuerzo
de muchos tenedores con camelos y detalles de un contrato corriente. Liz se mostró
tan distante como las estrellas, hablando de Monique como su fiera el negocio que les
había llevado a comer juntos. Al finalizar el segundo plato Carlos, cansado de la
comedia saltó al tema que hacía que las miradas de su compañera fuesen furtivas y
rebosantes de culpabilidad.

–Ella ya lo sabe. Habéis discutido. Quieres huir. –Intento ser delicado, usando un
tono reflexivo.

–¿Que?

–Sobre nuestra relación. ¿Fue muy dura la pelea?

–No hubo pelea. Es verdad que lo hablamos, pero como personas civilizadas. –hablo
recta y seca como si la acabara de ofender azotándola el rostro con la servilleta.

–Eso es muy difícil de creer.

Se le noto en la cara que se dio cuenta de la debilidad de su mentira y se irguió como


si no estuviera bien recta en su silla dispuesta para el segundo asalto. –Es verdad que
hubo algún grito, lo reconozco, es normal teniendo en cuenta que se ha pasado medio
año en una hielera para descubrir nuestra relación a la vuelta. Pero esa relación ya
terminó, como la anterior. No es necesario darle más vueltas.

–¿Estoy despedido?

–Te despidieron hace mucho tiempo.

–¿Entonces que hacemos juntos? Me lo explicas. –La flemosa indiferencia de Lizelle


empezaba a encrispar a Carlos.

–Felicitarnos la navidad.

–Pareces emperrada en lo contrario.

–Solo acepto la realidad como es. Nuestra excursión terminó, bonita, agradable, un
buen recuerdo, no lo estropees.

–¿Te retiras ante tu hermana? ¿Es por qué me fui? ¿A que viene este trato?

–No viene a nada. Te estas imaginado cosas que no son.


–Vale. Cortamos y ahora solo somos dos recuerdos en un restaurante bonito. Asumo
que no piensas volver a salir conmigo y Teressa.

–Todavía te quedan cuatro meses de prácticas.

–Mi trabajo final no consiste en implosionar el sistema.

–Después de eso tendrás que buscar un empleo. No es bueno quedarse de brazos


cruzados tras terminar la carrera ni creo que te lo puedas permitir cuando has
malgastado un montón de dinero en un préstamo que no te devolverán en años. No te
va a quedar tiempo para cuidar de Teressa, es más, tendrás que ir a trabajar en el
espacio, en tierra apenas hay trabajo y esta mal pagado.

–Menuda escusa tras la que esconderse.

–¿Te parece que me este escondiendo?

–Sí.

–Si tanto insistes en convertirlo en algo sentimental te daré esa satisfacción. No voy a
perder a mi hermana por una relación sentimental ya agotada.

–¡Genial! –Carlos arrojó la servilleta contra la mesa levantándose. –¡Eso me lo


podrías haber dicho por llamada! ¡Así ambos podríamos haber dedicado este precioso
tiempo con alguien que nos quisiera de verdad! O al menos yo lo podría haber hecho.

Se largo con aire fresco y la cabeza embarullada, enfadándose aún más cuando el
camarero, por indicación de la señora, no le acepto su dinero.

La siguiente cita fue con Oscar. La adelantó a la de Zenobia temiéndose lo peor, así
se disiparía el enfado del día anterior tomando una cerveza con un amigo,
despotricando sobre las caprichosas mujeres. Quedaron en El ajo, para rememorar
viejas batallas, sentándose en una de esas mesas de la sala común que nunca habían
usado antes, siempre habían sido de barra o privado.

–Siempre me pregunte para que eran estas mesas, ahora lo descubro, para los
jubilados nostálgicos.

Oscar le dedico una sonrisa torcida, de esas que se fuerzan cuando toca reírse pero
estas demasiado jodido para hacerlo con sinceridad. Nada más sentarse Carlos se
inclinó hacia delante y bajo el tono de voz. –Voy a contarte algo, pero antes quiero
que me prometas que no harás nada al respecto.

–¿De que estas hablando?


–Tu prométemelo.

–¿Te has metido a nudo? No voy a prometerte algo sobre un tema del que no tengo ni
idea. –Ya llegaba cargado del día anterior y ahora amenazaba tormenta. No tenía el
mejor humor para sorpresas.

–Me lo tienes que prometer, porque es importante y no necesito más problemas. Es


serio Carlos.

–Hay que joderse. –Una de esas frases que aparentan ser dichas para uno mismo pero
siempre están dedicadas a los demás. –Te prometo que no actuare de forma
impulsiva, nada más.

Oscar se reclinó, le dedico una mirada molesta y una cara torcida, luego volvió a
inclinarse sobre la mesa. Por un momento fue a hablar, se corto en silencio a si
mismo, ordeno sus pensamientos y se lanzó. –Empezaré por el final. He conseguido
que le retiren la custodia compartida a Paola.

–Genial, así dejara de envenenar a Teressa contra nosotros. Tanto insistir algún día la
iba a convencer. –Carlos el dedico una mueca de sospecha. –Como lo has
conseguido.

Ahora tiene un nuevo novio, una nueva vida. No es que haya dejado de importarle su
hija, lo que paso es que sucedio un “accidente”

–¿Accidente?

–Controlate. –Se tomo un a pausa para que su oyente frenara los ánimos, luego
continuó. –El novio de ella, un gilipoyas de su barrio con mas músculo que cabeza le
dio un bofetón a Teressa. No sé porqué movida ni me interesa, cuando la recogí no
me creí la mentira que me contaron sobre un tropiezo, he visto caídas y puñetazos de
sobra para diferenciar unos de otros, la lleve al médico y allí confesó Teressa la
verdad. Con eso la denuncie por malos tratos y la quite la custodia. –Carlos tenía el
rostro sobrio, movía de forma compulsiva la pierna izquierda y el dedo indice de la
mano derecha, golpeando la mesita con un ritmo rápido.

–¿Y ese tipo..?

Oscar le interrumpió. –¡No! A ese tipo ya le di lo suyo yo, no es necesario que lo


visites tu también.

–De hay las heridas. Se defendió.

–No lo suficiente. Acabó bien tocado, no más porque si no me meten en la cárcel y


tengo una niña a la que cuidar.
–¿De veras?

–¿Crees que lo dejaría con menos?

–No. –arrastró la sílaba y relajo el dedo del gatillo. –Lo que no cambia que me
gustaría hacerle una visita.

–Ya, somos tipos muy duros, runners. pero pertenece a la familia de Paola, la cual no
deja de ser su madre y dejarlo lisiado solo te va a satisfacer a ti. Podría usarlo para
conseguir de nuevo la custodia compartida ¿Lo entiendes?

Carlos se empujó a si mismo a relajarse. Suspiró y se frotó la cara con las manos. –Sí.
–Volvió a arrastra la palabra. –¿Que vas a hacer ahora? Como has dicho es su madre,
tienen que verse ¿O se ha vuelto tan cruel que ni eso?

–Si quiere verla lo hará en mi casa adaptándose a mi horario. Ya al he dicho que o


deja al mierda de novio que se ha echado o no va a volver a pasear con Teressa hasta
su dieciocho.

–¿Que te ha respondido? –Carlos se lo podía imaginar.

–Que soy muchas cosas feas. Ahora esta rogando que recapacite.

–No ha dejado al novio anónimo. –Con énfasis en anónimo.

–No, no se que se le pasa por la cabeza. Insiste en que fue solo un accidente, que por
mi culpa Teressa no obedece y saca de quicio a todo el mundo. –Oscar se encogió de
hombros. –Parece que le cuesta reconocerlo, no entiendo porqué.

–¿Esta enamorada?

–¿Quién sabe? Puede que sea su próxima victima, tiene plata, mueve buenas
cantidades de droga, en otra época habría sido tu jefe. –Hizo un gesto de desprecio
negando su propio argumento. –Por como se pone de melosa con él, o le gusta de
verdad o mejorado su interpretación.

–Cada vez estoy más seguro de que nunca me casaré.

–Haces bien... –Oscar se acarició la calva, un tic que había ganado con la edad y
hacía cada vez que tenía una preocupación en la cabeza.

–No le daré caza. Pero como vuelva a tocar a Teressa o se convierta en una amenaza,
no me conformare con matarlo.
Tantas alegrías le dieron una noche incómoda, enfado con Paola y su amante
misterioso, especulando sobre si Lizelle no le había tratado con ese desprecio a
propósito para alejarlo de ella. Aliviado porque las hermanas hubieran tomado la
iniciativa a la par que enfadado por no haber contado con su opinión. A nadie le
importaba eso, todos tenían la acertada solución que el debía acatar en la punta de la
lengua.

Menos mal que la siguiente en la lista era Monique, una visita de cortesía para ver
que tal estaba. La invitó a cenar en el español al que le llevase cierto detective al que
hacía mucho que no veía, lo que le sirvió de recordatorio para enviarle una
felicitación mientras la esperaba.

Monique apareció con prendas demasiado caras para ser suyas, un vestido arrugado
de su larga talla de un rojo escarlata reluciente que contrastaba con su blanca piel y
hacía resaltar unas pecas que hasta entonces le habían pasado desapercibidas si es que
no eran pintadas. Sonreía como una niña pequeña, llena de ilusión, jadeaba por el
peso, y hablaba deprisa cual persona muy atareada.

Se acercó feliz, le agarro de los hombros y le dio un meso por mejilla sin darle
oportunidad ni a levantarse de la silla. Casi se le cae encima, la agarró y ayudo a
sentarse.

–¿Aún no te haces con la gravedad del planeta?

–Ese contacto tuyo con la firma debe de ser muy bueno, me he caído varias veces y
aún no me han echado, aunque creo que es por la costumbre, en los ensayos las
colchonetas llegaron antes que yo en la pasarela, me da que no es su primera
mazdeista que pasa por hay.

–No sabría decirte, soy un cero a la izquierda en ese tema.

–Y a pesar de todo le consigues trabajo a una desolada joven. ¿Algún trabajito de


runner para alguien de dentro?

–No que va. –Sonrió. –Esos utilizan otro tipo de agentes para sus intrigas. Gente más
sutil.

–Ya, me he dado cuenta de que es un tanto despiadado el negocio, si no fuera por las
prisas de seguro que sería peor.

–¿Te hacen trabajar mucho?

–Sí, no me dejan vivir. No me quejo, pagan más por hora que lo que obraba en otro
sitio por noche.
–Ya sera menos.

–No creas, además esto es lo que quería hacer, mi sueño. Y te lo debo a tí, muchas
gracias.

–Favor por favor.

–De eso nada, soy lista, no una buscona del tres al cuarto, te debo un dinero y te lo
devolveré. Un chivatazo no vale tanto, tú lo dijístes y es cierto.

–Veo que lo tienes muy claro.

–Exacto, pienso ganar esta competición, es decir, contra el tiempo.

–¿Que te han dicho los médicos?

–Que me relaje, me cuide, vaya despacito y les compre sus servicios. Todo lo que no
me puedo permitir.

–Ahorra para sus servicios, ya me devolverás el dinero cuando puedas sobrevivir


aquí, y ni media con las drogas, se lo que ofrecen a las chicas como tú para
llevárselas a la cama y te arruinaran. También deberías vigilar tu bebida.

–Lo se de sobra. Eres muy amable por darme tanto margen. Cualqueira habría
exigido el pago lo antes posible.

–Entonces morirías trabajando por mi culpa. Si quiero matar lo hago pelando y si


necesito unos ingresos extras tengo mejores formas de conseguirlos.

–¡Que tipo tan duro!

–No te burles ¿Tan mal ha quedado?

–Excesivo, pero resultón. Afloja un poco y sigue practicando.

Al terminar la agradable comida, en el postre, Monique se confesó dedicándole una


mirada picarona con dudas. –Voy a decirte algo para evitarnos malos royos en el
futuro.

–Dime.

–No puedo ser tu “Pretty woman” Lo siento de veras, pero no estoy enamorada de ti,
ni me voy a enamorar por muchos lujos que me regales. Lo cual no significa que no
lo aprecie o que no este agradecida.
–Ajá –La repentina revelación lo había dejado sin palabras.

–Pienso devolverte cada favor, aunque entiende que tengo unos límites. Por lo que
agradecería que no te pasases o tendré que empezar a rechazarlos y eso es siempre
incómodo.

–¿E.. Esto... Te pasa a menudo?


–¡No! ¿Ha sonado engreído verdad? Me sucedió con un par de clientes. A menor
escala claro. Me hicieron algunos regalos y luego me demandaron para ellos solos, no
eran gran cosa así que la madama los espantó. A toda chica joven le pasa de vez en
cuando.

–Ya... ¿Podríamos dejar la cosa en solo negocios?

–¡Claro! ¡Hay es a donde quería llegar! Es decir, no puedo ser tu pareja, necesito
dedicarme de pleno a la moda. Pero podemos vernos de vez en cuando y tener sexo.

–¿Como compensación por el préstamo?

–Exacto.

–No es necesario...

Ella le cortó –¡Si que lo es! No puedo pagarte los intereses, al menos no por ahora.
Por cierto ¿A cuanto van a ascender?

–Pues no lo había pensado ¿Que tal un diez? –Todo eso le pilló de improviso, sabía
algo del tema, como cualquiera, la verdad es que ni había pesado en ello.

–¿Un diez? ¿Lo dices en serio?

–¿Sí?

Ella se rió a carcajadas, tan sonoras que llamó la atención de todo el restaurante.
Luego se controló. –Decidido, tenemos que tener sexo. Ahora mismo, llevame a tu
casa, yo vivo en una caravana del estudio junto a otras cuatro chicas, allñi no
podemos.

–Antes cuéntame el chiste.

–Esperaba que fueras uno de esos mafias que chantajean a la chica con pagos
infinitos hasta que viven de chantajearla o la esclavizan en un burdel. Dependiendo
de si triunfa o no.

–Gracias ¿Que te hizo pensar eso?


–Es lo normal ¿No?

–Vale, no conozco ese mundillo, de todas formas me lo creo, es suficiente mezquino


para ser real. –La clavo una mirada dura y continuó. –Te ayudo por dos razones. La
primera es que tú me apoyastes a mi cuando lo necesitaba y sin que te lo pidiera, lo
hicístes por el interés de cobrártelo luego, cierto, pero lo hicistes, y como ya sabes
entre los runners hay una reputación que mantener. La segunda es que yo fui como tú,
un mierdecilla sin futuro que aprovecho una oportunidad y le salió bien de milagro,
me gusta pensar que no soy el único y sí, espero mi remuneración por invertir en ti,
pero tampoco soy un mafias.

–Lo normal en Zaratustra es un treinta en estos casos.

–¿Como se pasan allí no? Aquí esta entre el diez y el veinte.

–Si fracaso pero sobrevivo un diez, si triunfo un veinte. –Le tendió la mano.

Carlos se al estrechó. –Supongo que en Zaratustra sois así.

–No creas, soy yo. Pienso que si hago algo mal contigo gafare mi oportunidad.

–¿Supersitción?

–Sí. Basada en la filosofía del karma ¿Te suena?

–No más de lo común.

–Pues vamos a tu casa.

Fueron y le encantó, tres plantas, en propiedad, solo en el garaje entraba su casa


entera, le creyó un magnate por lo que el toco reírse a él. Le explicó un poco como
iban las cosas ene se planeta, pero solo un poco, Monique tenía trabajo desde la tarde
hasta la noche de figurante en unos eventos festivos y no daba tiempo a practicar sexo
y contar todo lo que se podía decir en el rato que les quedaba.
De perdidos al río, quedo con Zenobia esa misma noche, Monique le había mejorado
el humor. Quedaron en el casino Luna Azul que visitaran la noche en que se
conocieron. Ella le esperaba en la ruleta, apostando con desgana. Aparto a los
moscones y la preguntó –¿No hay suerte?

–Ya he ganado el doble de lo apostado. El hielo me debe haber congelado las


neuronas. –No debió de apostar mucho, había pocas fichas en su regazo. Se giró y le
dedicó una mirada melancólica en su rostro aburrido sostenido por un brazo apoyado
sobre la mesa, postura que estropeaba la belleza de su bonito traje de cristal que
dejaba ver tras de si un perfecto cuerpo difuminado, como le de un fantasma.
–¿Puedo abrazarte?

–Siempre.

Lo abrazó, solo que de forma distinta a como lo había hecho nunca, con cariño.
–Vámonos de aquí, no consigo divertirme.

Recogieron el dinero de las fichas y se marcharon en su moto, lamentándose el


educado recepcionista Gustavo de que la señorita no hubiese disfrutado, invitándola a
volver con una agradable sonrisa y unas fichas gratis para la próxima vez. Ese
hombre daba la sensación de que nunca hacía nada mal. Subieron a la Duca-zuki que
tanto había echado de menos Carlos y volaron despacio sobre la luminosa ciudad
velada por las nieblas de las nubes bajas, tranquilas, románticas, espectrales, frías.

–¿A donde vamos?

–¿Podríamos volar un rato sin destino?

–No es el mejor clima para volar, pero podemos. –Carlos puso música, un blues
espacial suave, de esos que relajan los nervios e invitan a soñar.

Zenobia se le abrazó con ganas, como si él fuera un colchón en el que dormirse. –Lo
siento Carlos, de verdad.

–Todos cometemos errores, no le des más vueltas.

–No solo lo hice para llamar la atención. Estaba enfadada conmigo misma y con el
mundo, sobre todo conmigo.

–¿Por?

–Por echarlo a perder, por estropearlo todo siempre.

–Creía que era una estrategia para llamar la atención de tu padre, o para vengarte de
él.
–Yo también, me funcionó por un tiempo, hasta que se acostumbraron. Después
conseguía al atención de otros, y me conformé. Pero cuanto más insistía más me
alejaba de la gente que importaba y menos me importaba la gente que me atendía.

–¿Y ahora?

–He recuperado las fuerzas supongo. El retiro me ha hecho bien pero estoy harta de
él. No soy como Liz y nunca lo seré, por mucho que insista los libros de cuentas no
son para mi.

–¿Que vas a hacer?

–No lo se. Me marchare antes de prenderle fuego a todo, eso seguro. Luego... Me eh
enterado de lo de Monique, es una buena idea, para eso si que valgo, podría ser actriz
o modelo ¿Tu que crees?

–Que los hombres pagaran cualquier precio por una simulación neural de las
películas en las que salgas.

–Malo.

–Sincero.

–¿Monique es tu nueva novia?

–No, solo es una chica que me ayudó. –Suspiró. –Y que me recordó a mi cuando era
pobre.

–Ah.

–¿Ah? No estoy enamorado de ella. Me ha engatusado lo admito, Mason también lo


hizo en su momento y la cosa salió bien.

–¿Mason?

–Un trapicheador. Al que despidieron por estropear a propósito electrodomésticos


para poder revenderlos cuando los tirasen.

–Ya no me acuerdo. ¿Crees que esta vez saldrá bien? Como con Mason.

–Con Mason pensaba que saldría fatal. Así que sí, pienso lo mismo que entonces.

–Siempre ayudas a los desafortunados. No deberías ser tan bueno.

–Puede que solo tenga una conciencia muy sucia que limpiar.
–No... –Se lo pensó. –No lo creo, tienes tu propio código. Cruel para unos, amable
para otros, según dicte tu moralidad.

–Como todos los asesinos.

–Quieres dejar de serlo, solo que sin convertirte en pobre. Eso te hace bueno.

–No estoy tan seguro. Cuando me enfado... Puede que ni los estudios puedan arreglar
eso.

–Sí yo te enfadase ¿Me harías daño?

–No, a ti no puedo, no por un enfado.

–¿Por qué sí lo harías?

–Porque hiciese daño a un ser querido, algo parecido, supongo no lo se. Empiezo a
sentirme incomodo ¿A donde quieres llegar?

–Si tú quisieras, volveríamos a ser pareja, esta vez de verdad, sin amantes ni secretos.
–La frase fue pausada, sopesando cada palabra como is fuera una bomba de muchas
toneladas en camino a la nave destinada a arrojarla, solo que esta acababa de explotar
en la mente de Carlos.

Carlos se quedo callado, puso el piloto automático, su cabeza había alcanzado el


máximo de cosas a asimilar.

–Si no quieres no pasa nada, no montare un numerito, se que lo fastidie todo


entonces. –Ella esperó con paciencia la respuesta de Carlos.

Él no podía evitar darse cuenta de a que se debía la molesta conducta de Lizelle, de lo


cruel que era todo, tenía ganas de abofetearla por tonta. Por otro lado también
deseaba coger entre sus brazos a Zenobia, aunque fuese una egoísta, salvarla de su
tristeza y premiar su lucha por él con un buen beso. –Me encantaría volver contigo.
Sobre todo si se queda fuera toda al basura de amantes y vicios.

–Pero.

–Pero, como ya sabes he estado saliendo con Lizelle. Antes de ayer me dejó
definitivamente para hacerte hueco a ti. No me gusta esta forma de hacer las cosas.

La voz de Zenobia se volvió sibilina. –De primeras no debería haber salido contigo.
Entiendo porqué lo hizo. Se cree muy fuerte pero ante ciertas situaciones sigue siendo
como una niña. Se pasó. Se lo he perdonado aunque todavía me cuesta.
–Zen...

–¡Lo se! –Le interrumpió. –Ya no estábamos juntos, no tengo derecho. Aún así sabía
que yo te quiero, no me importa de otra, pero ella es mi hermana, podría haber tenido
en cuanta mis sentimientos.

–Todo el mundo quiere que alguien le quiera de verdad. La ficción de una familia
feliz la acabó venciendo.

–¿Crees que yo podría tener a alguien que me quisiera de verdad?

–Sí... –Una palabra bonita empañada de tristeza. –El problema es si tu querrías a esa
persona, o si solo sera un juguete más en tu colección.

–Esta vez no.

–Entonces arregla la anterior, no empieces rompiéndole el corazón a tu hermana y a


mi, ella fue bastante desagradable.

–La he vuelto a fastidiar.

–Sí.

–Dejame en casa, parece que tengo demasiados deberes como para divertirme.

El día siguiente se lo pasó de compras, los regalos llegarían tarde pero llegarían. Los
recuerdos del viaje de la lanzadera hiperespacial no estaban a la altura. Se dio le
gusto de ir andando a os sitios, no por el nefasto clima y el denso tráfico, si no por le
placer de andar largo y tendido que no se podía dar en el espacio. Que los drones de
la tienda se ocupasen de transportar cada cosa a su destino. Incluso a pesr del bullicio
de las atestadas calles que tan poco le gustaba le resultó agradable el paseo, al fin y al
cavo había alegría ambiental.

Ya en la noche se comunicó con Lizelle.

–Hola ¿Ya habéis hablado?

–Sí, perdona que fuera tan desagradable.

–Has sido muy estúpida esta vez. ¿De veras quieres cortar?

–No quiero. Nuestra relación me ha gustado, ha sido cómoda y cálida y dulce... Pero
siendo sinceros, es verdad que ni tú puedes vivir en mi mundo ni yo en el tuyo.

–Eso no tiene porqué cambiar nuestros sentimientos.


–Sí, si que lo hace. Podríamos vivir muchas aventuras y pasárnoslo genial, pero
jamas pasaríamos de hay. Tu acabarías amargado de aguantar idiotas sin poder
partirles al cara como un bruto y a mi no me gustan esas atracciones agresivas ni
quiero pasarme un montón de tiempo esperándote entre viaje y viaje o acompañarte
por el espacio, mi lugar esta aquí en PAL.

–Eso si parece un buen motivo para dejarlo ¿De veras piensas eso?

–No se si existe alguna forma de compaginar vidas tan diferentes, tampoco tengo
muy claro querer hacer ese esfuerzo, sobre todo cuando implica enfrentarme contra
mi hermana por algo que ella si que quiere de verdad.

–Esto si es una buena forma de cortar. Puedo aceptarlo, me entristece, pero puedo
aceptarlo.

–Yo también te echare de menos. Intentemos no vernos en un tiempo.

–Nada de despedidas en la estación. Adiós pues.

–Adiós.

Esa vez fue Zenobia a la que le toco despedirlo en el puerto, con cierto aire triste,
melancólico, tras la fachada de privilegiada alocada que si engañó a Oscar y
confundió, por el parecido a Teressa. Decidieron no reiniciar su relación hasta que
ambos se viesen libres de vivir obligaciones que les separaran. Él tenía un viaje que
terminar y ella unos laboratorios que dirigir. Carlos dudaba de la decisión pues
recordaba la conversación con Lizelle. Una vez terminada la carrera, de la cual solo
le quedaba un año por los cursos sin aprobar, debería buscarse un empleo que de
seguro le mandaría lejos.

Antes de eso celebraron en familia el año nuevo, esta vez mejor por los regalos
inesperados. Los mismos cuatro con los espectros alegres que comían, cantaban,
conversaban entre ellos y con ellos, se emborrachaban y desaparecían en bolutas de
humo cuando se alejaban de la mesa. La primera vez que lo hacían desde el divorcio.
Oscar no triunfaba con las mujeres, pasaban por su vida como las estaciones, cada
una con su color, temperatura y cambios, desapareciendo a los pocos meses. No era
por la carga familiar, los hijos con una pareja anterior era algo normal alcanzados los
cuarenta, si no por su hosquedad militar, horarios nefastos de tarde noche y
alcoholismo arraigado. No era un borracho, pero tampoco dejaba en paz la botella,
estaba en ese vértice intermedio que daba para pensar. Ellas tampoco eran mejores,
problemas económicos, hijos en edades conflictivas, manías personales, fríos recelos
o sus propios vicios, cada una con sus cosas. Demasiada agua para tan poca chispa.
Esa vez Paola estaba invitada a al fiesta, para que no le faltase a Teressa su madre. No
asistió por el mismo motivo que no fue la niña con la familia materna, su novio. Al
separarse de él este la había dado una paliza y se encontraba en un estado en el que
no quería ser vista, menos aún por su hija. Oscar concluyó que volvería a dejarla
llevarse a la niña en cuanto consiguiese la orden de alejamiento y le demostrase que
ya no tenía tratos con él. Carlos acabó pidiéndole a Mason que le informase del
sujeto.
Motín.

El segundo despegue les produjo mucha menos ansiedad a los estudiantes


universitarios, como con todo lo que asusta el cerebro se les fue acostumbrando, a las
azafatas no parecía ni molestarlas, habrían repetido tantas veces esa atracción que si
no bostezaban era por profesionalidad.

El proceso fu el mismo, solo que esta vez en vez de un montón de niños ilusionados
tenían una panda de jóvenes resacosos y malhumorados. Sentimiento compartido por
la tripulación. Todos preferían seguir en tierra con la familia, celebrando u
holgazaneando. El hastío fue causa de accidentes tontos, como despistes con
herramientas en el exterior, equipos mal colocados, reparaciones mediocres. Menos
mal que a la computadora encargada de la supervisión no se le pasaba ni una. La
única anécdota de la temporada fue el día en que alguien se las apañó para cambiarla
la dulce voz femenina por la de un varón de corte militar muy intensito y mal
hablado. Los fallos se multiplicaron solo para echarse unas risas escuchándole
despotricar por radio.

Ese fue el sabotaje divertido. El otro no lo fue tanto.

Carlos descubrió un dispositivo endosado a uno de los circuitos de un satélite que no


debía estar hay. Un aparato diseñado para derivar comunicaciones a otro satélite
orbital de comunicaciones de propiedad corporativa, de Belltower para ser
específicos. Un poco más de espionaje industrial cuyo ejecutor por fuerza mayor
tenía que ser uno de los estudiantes al cargo del mantenimiento. Carlos lo notificó
con pesar, lo último que quería era verse en vuelto en eso. No podía evitarlo, de no
hacerlo de seguro que lo culparían a él cuando otro encontrara el añadido. Le toco
esa chinita y se deshizo de ella en cuanto pudo, solicitando a seguridad que le
mantuvieran en el anonimato. Aceptaron.

Peralez intentó ser sutil con la investigación pero aquello era muy pequeño y todos se
conocían, a los pocos días uno de los niñatos corporativos de alta alcurnia
acompañado de sus guardaespaldas de risa fácil de misma procedencia pero menor
estatus fue a interrumpirle en la cena. Llamándole la atención por la espalda ya que el
resto del espacio estaba ocupado por otros comensales.

–¿Tú estabas haciendo las prácticas en el sector treinta y tres el jueves pasado? –
Moreno de tersas facciones duras en cara larga con el pelo justo y una nariz perfecta
entre ojos de brillante azul. Obra de un doctor habilidoso no de los padres.

–Buenas noches ¿Que tal? ¿Nos conocemos? –dijo con rimbombante sin girarse.

–Todo el mundo me conoce.


–Ya pero soy de los que no prestan oídos a los rumores, si fuera así ni te hablaría. No
dicen nada bueno.

–Osea que sí.

–Que grandes son los campos de la imaginación.

–Dejate de rodeos y contesta. –insistió el rubito de su izquierda, tan descolorido que


casi parecía pelado.

–¿Que conteste a que?

–Soy Mario Guitierrez, de Tyco ¿Sabes a que nos dedicamos piltrafa?

–¿A molestar en la cena? –Carlos interrumpió la interrupción del impertinente


interrogador. –No no no. ¡Ya se! De fabricar esos sistema de seguridad guarros que
todo el mundo se salta. –Se giró sobre su mesa para adornar la frase con una sonrisa.

–Imbécil. Jamás conseguirías saltarte un sistema de seguridad de alta gama de mi


compañía, solo la basura anticuada que regalamos a los tenderos de cutrebarrio de
ratas como tú. –sus cejas encríspadas parecían los picos de unos triángulos.

–Nunca me he saltado ninguno, soy una persona legal, aunque he oído rumores sobre
filtros ineficaces, IAs estúpidas, respuestas tardías...

–Rumores de netrunners criminales ¿Alguno al que delatar? ¿Vamos a seguridad?

–Como quieras. Yo no tengo nada que ocultar por suerte para mi, es una mala fecha
para ocultar algo. Los rumores, a parte de hablar de tu corta chispa y tu menor pene,
dicen que Peralez tiene una investigación abierta ¿Ahora me pregunto si tendrá algo
que ver con el sector treinta y tres y que tienes tú que ver con ello?

–No tengo que ver una mierda ¿Trabajastes allí o no?

–Si no tiene nada que ver contigo ¿Por qué preguntas?

–Fuístes tú.

–¿Quizás? Podríamos llegar a un trato. Pregunta lo que quieres saber y te diré por
cuanto.

–Este cabrón solo quiere sablearte. –El pelirojo que remarcó la obviedad intentaba
mantener un porte de portero de discoteca, le faltaban meses de gimnasio para
lograrlo.
–¿En serio Juan? –Mario volvió con Carlos. –¿Sabes quién fue? ¿Fuístes tú?

–Podría averiguarlo, por un precio. De gratis ya te digo que con lo mucho que estas
llamando la atención Peralez te va aponer el ojo encima.

–¡Que te den por culo! –Empujó la bandeja con la comida al frente para castigarlo sin
cena manchando a los compañeros de enfrente que le hicieron una enfadada ovación.

Santiago le preguntaría por la cena unos días después durante un descanso en el


observatorio antes de volver al servicio y después de un agradable encuentro
mañanero en su camarote con una chica traviesa.

–¿Te contrato ese capullo corpo para buscar al saboteador?

–No. ¿Y a ti?

–Se cree un sabueso, lo esta haciendo por su cuenta.

–Pretenderá demostrar algo al mundo. Que no es tan inútil como aparenta, si no más.

Santiago le dedico una sonrisilla tímida al chiste. –Peralez se toma su tiempo,


supongo que con tanto hidalgo de calzoncillos blindados debe de ser complicado
clavarla.

–Por lo que le conviene sería mejor que la mantuviera dentro de los pantalones. Serán
unos mocosos de manos de papel pero siguen perteneciendo a familias que no
aceptaran un expediente sucio y se vengaran de quién lo emborrone.

–Cierto, si yo me hubiera encontrado ese chisme me habría lo habría callado y a otra


cosa.

–Da gracias de no haberlo hecho, parece que don detective quiere venganza.

–Su papá lo embroncará por la cagada de haberse dejado pillar.

–Se ha entregado él solo. si no fuera por su escudo de billetes ya estaría abajo, a la


sombra.

–¿Que crees que hará Peralez cuando encuentra al que puso el chivato?

–No lo se, es un tipo raro. Lo normal sería que vendiese la información a Belltower y
borrará los archivos lavándose las manos y engrosando la cuenta. Pero quién sabe, es
uno de esos tipos medio limpios que a veces te sorprenden haciendo lo correcto.

–¿No has investigado al respecto?


–¿Para que? Sabemos quién lo ha fraguado, no es complicado imaginar quién lo
colocó. Peralez no va a pagar y Guti tampoco. No tiene sentido.

–A lo mejor pagaría Guti por saber quién le chafó el plan.

–A mi no. Creo que la primera impresión fue mala. También creo que el muy idiota
piensa que fui yo, por lo que no me creería ni aunque fuera con pruebas.

–Hombre si vas con pruebas lo mismo sí.

–No. Me encasquetaría a Peralez para que él le verificase la versión y lo llamaría


deber cívico para ahorrarse el pago.

–No sera que no quieres contar quién es, la gente encargada de ese sector eran de tu
grupo de amigos.

–Somos de Tania colega. Si encuentras algo así o lo vendes o lo tiras. No te quedas


con la patata caliente en las manos para que te explote en la cara ni se la pasas a un
poli que se vende por un refresco.

–Pues eran los de tu facultad los que estaban allí ese día.

–Hay gente lo suficiente influyente como para que un mocoso de Tyco se la traiga
floja. Tienes razón, prefiero no saberlo.

–Si tuvieras que apostar ¿Por quién lo harías?

–No me gusta apostar. Menos en contra de mis amigos.

–No necesitas apostar ¿Verdad?

–Le han pillado y no va ir a prisión por ello. Que se conforme con eso.

El problema pareció quedar estancado hay. Dispuesto a morir lentamente y en


silencio como las personas sensatas preferían. Hasta que en medio de la noche eterna
del espacio....

–¿Control? –Pausa. –¿Control estas hay? Operario quince llamando a control de


operaciones. Responda control.
Carlos se encontraba enfundado en un traje de vacío naranja con los arneses repletos
de herramientas disfrutando de una soleada misión alumbrada por la enana en
crecimiento con tintes rojizos que bautizaron en su momento como Isabella en
homenaje a una conquistadora de Mejico, flotando a miles de kilómetros sobre la
lechosa Tania. El satélite se resistía a ser reparado, eral el cuarto intento y aún no
descubría que tripa se le había roto. Solo el vacío le ayudaba a mantener la calma tras
una hora y media de misión en la que no gozaba de la asistencia de la computadora
por tratarse de una prueba. Silencio que solo era interrumpido por las esporádicas y
escuetas charlas con control de misiones que en ese momento debería notificarle si ya
recibían señal del maldito trasto flotante al que intentaba devolverle las funciones
atrofiadas.

Los que le respondieron fueron los tripulantes del transbordador al que estaba atado,
versátil transporte que le había llevado hasta allí. –Operario Quince la Koroliov no
responde, esperemos unos minutos a ver si reparan sus comunicaciones.

–Entendido, me quedo en espera. –No podía ponerse música, normas para evitar
trampas en los exámenes. Le toco esperar en silencio, disfrutando del hermoso
paisaje, centrandose en su belleza para no enfadarse de mas pensando en el sistema
de comunicaciones averiado en su turno y los posibles culpables de su avería. Al
principio se le hizo eterno, luego satisfactorio, se podría echar uno una siesta allí.

Cuando empezó a adormilarse los pilotos del transbordador le arrastraron a la


realidad. –Operario quince, aborte la misión, recoja las herramientas y vuelva a la
nave.

–Oído transporte uno, aborto misión e inicio la recogida ¿Saben que pasa en la
Koroliov?

Se tomaron un tiempo en responder, lo cual nunca es buena señal. –Un fallo técnico.
Habrá que dejar su prueba para otro día. –Decir eso y nada era lo mismo. A Carlos ya
le daba mala espina. Cerró paneles y recogió con cuidado las herramientas,
asegurándose de que todas estaban en orden y bien atadas antes de usar los
propulsores de la mochila y volver al transbordador. Perdía mas puntos dejándose
algo mal puesto que no logrando resolver el acertijo y con razón, una herramienta
perdida podría provocar una catástrofe añadiéndole algo de mala suerte.

Como todo en el espacio el regreso se llevo su tiempo. Los pilotos no le dijeron nada
pero debían de tener prisa, cerraron las esclusas del lomo nada más recogerse todo y
apenas le dieron tiempo a entrar a la parte habitable para ordenarle atarse a una de las
sillas y poner rumbo a la nave nodriza. Prisas, otra mala señal.

–¿Transporte uno que sucede?¿Por qué tanta prisa?


Otra vez se tomaron su tiempo antes de responder. –La Koroliov esta apagada,
incluso han perdido la gravedad, sospechamos de un fallo eléctrico.

–¿Sospechan? Un fallo eléctrico no debería dejarles sin comunicaciones ¿Que paso


con los sistemas auxiliares?

–Sabremos más cuando atraquemos. Estese tranquilo, solucionaremos el problema.

Más les valía, tenían más ingenieros por metro cubico que todas las naves del sector,
si no eran capaces de repararlo mejor que se dedicasen a otra cosa.

Con la misión abortada anuló los parámetros de la misión de su implante e intento


contactar con la gente de dentro, con el repetidor de la nave apagado fue imposible,
algo interfería la señal. La nave era capaz de hacerlo, era uno de los sistemas de
control básicos que no tenía sentido alguno que estuviese activo, allí no había piratas
ni se imaginaba un repentino motín de estudiantes, además de que necesitaba energía
para funcionar y se suponía que no había.

–Operario quince, necesitamos que salgas y nos des el control de la dársena para
poder desembarcar.

–Entendido ¿Incluso dentro no podemos comunicar?

–No. No sabemos que esta pasando hay dentro.

–¿Se han dado cuanta de que tampoco se puede contactar por medios públicos?

–Sí Carlos, hay pasa algo raro y nadie nos ha invitado.

Le llamaron por su nombre, pasando de formulismos, ellos también estaban


nerviosos.

El vals del currito orbital empezó de nuevo, esta vez se puso algo de música relajante
de fondo, muy bajito para entenderse bien con el transbordador. La dársena vista
desde ese punto era una hueco más grande de lo que parecía en la distancia, el
transbordador entraba con olgura dejando una espacio considerable entre las paredes
internas entre las que sobresalían de entre los paneles que tapaban la estructura la
maquinaria dedicada a su uso, desde los brazos de anclaje que deberían estar
atrapando el transbordador hasta otros terminados en herramientas diversas capaces
de realizar reparaciones y por su puerto los inertes puentes de embarque. Se acercó a
estos y los comprobó.

–Transporte uno. La dársena se encuentra en buenas condiciones. Solo esta apagada.


Sugiero que ahorremos energía y tiremos de mecánica.
–Nos parece bien, aseguresé de que las esclusas encajan.

Carlos dejo pasar el comentario estúpido y tomo el control manual. Desplegó el


puente hasta encontrarse a medio metro del transbordador, le dio indicaciones a la
nave para que corrigieran su posición y luego lo termino de ensamblar, Pudo escuchar
el golpe seco y los engranajes encajando por el contacto táctil con el mecanismo
como un ruido sordo y distante.

–Bien hecho operario quince. Vuelva al transbordador. Entraremos todos juntos.

Eso hizo. Podría haber entrado por una esclusa de mantenimiento pero los pilotos
tenían razón, mejor entrar todo juntitos. El grupo constaba de dos pilotos, un
paramédico especializado en rescates y el ingeniero en prácticas, un conjunto muy
caro que costeaban las empresas dueñas de los satélites que reparaban.

Atravesaron la pasarela de embarque juntos, los pilotos delante con rifles de espuma
porosa al hombro, la mejor arma no letal a usar en un lugar en el que una perforación
podía acabar con todos. Uno era un hombre con el ceño fruncido en sus esperas cejas
negras y ojos marrones sobre una nariz prominente y angulosa. La otra mujer rubia
con un peinado de cresta de gallo con los laterales rapados, ojos grises, piel blanca y
naricilla achatada. El paramédico, un pelirojo casi anaranjado de buenas mejillas que
junto a la amplia frente minimizaban sus rasgos agrupados en el centro de la cara
caminaba junto a Carlos detrás de los pilotos.

Abrieron la esclusa de forma manual y entraron con el cuidado que infundía el


reinante silencio en la nave a oscuras. Ninguna voz atravesó al oscuridad en respuesta
a sus altisonantes saludos. Atravesaron las salas impulsándose con los brazos a través
de pasillos que sin gravedad eran túneles apenas alumbrados por las tenues luces de
emergencia de color rojo, descendieron el largo tobogán de las sillas mecanizadas con
los pies por delante y las manos en la escalera de emergencia de enfrente, no fuera a
activarse la rotación de la nave con ellos a medio camino. Una vez abajo continuaron
hacía el punte de mando sin encontrarse con nada más que esclusas cerradas que
tuvieron que ir abriendo y volviendo a cerrar a su paso.

Un trayecto que en condiciones normales no les había costado realizar ni quince


minutos le tomó más de media hora. Lo peor era el mabiente, la oscuridad y el
silencio no hacía si no presagiar una terrible noticia, la congoja mezclada con la
necesidad de ser profesionales les llevaba a mantener una conducta fría y seria como
un cuchillo, contenían el aliento, las emociones, la preocupación.

Alcanzado el puente de mando tomaron contacto con la tripulación. Dos soldados


guardaban la entrada abierta apostados en sus flancos, les dieron el alto al acercarse.
Una breve presentación y les dejaron pasar.
El puente de mando era un gran espacio en dos alturas. La primera, por la que
entraron era la alta, con el asiento del capitán en el medio, un cómodo sillón giratorio
con una mesa semicircular repleta de mandos y paneles. detrás estaba una mesa cuya
tabla era a su vez una pantalla y encima tenía un emisor de hologramas. En las
paredes los diferentes puestos de mando, con mas paneles y teclados, botones y
pantallas táctiles con sillas giratorias menos confortables mirando hacía ellos. Abajo,
accesible por una pequeña escalera estaban le puesto de los pilotos, asientos
ergonómicos apretados con unos reducidos mandos en frente y grandes pantallas
curvas rodeándoles debajo de los gruesos ventanales con las cortinas antitormenta
echadas.

Cada oficial estaba en su sitio aunque trasteando con pereza en sus teclados y
pantallas vestidos con los holgados trajes de vacío de emergencia, incluidos los
cascos de nucas protegidas, cristales abombados y máscara de gas de grueso tubo al
pecho a pesar de que el aire estaba limpio.

Al entrar interrumpieron varias conversaciones. Uno de los oficiales les mando con
señas que esperasen en silencio. La capitán Serra hablaba con frío desdén a la voz
electrónica de los altavoces, Peralez estaba a su lado manteniendo el porte militar.

–Bien Hugo, nos ha quedado claro, nada de tocar las computadoras. ¿Que pretendes
con esto?

–Obligaros a comunicar la verdad. No dejare que me cargueis con la culpa del crimen
sucedido ignorando la implicación de Mario Gutierrez.

–¿Que implicación?

–No se haga la estúpida capitán. Sabe de sobra que fue Gutierrez el que ordeno le
sabotaje del satélite Com NG 25.

–Lo único que tenemos es tú palabra.

–Palabra que no ha sido transcrita a ninguno de los archivos del caso. Que quedaría
olvidada o tergiversada como una intento por mi parte de trasladar la culpa en vez de
como el fiable testimonio de una persona bajo coacción.

–Si lo que querías era que se le diese veracidad a tu testimonio te aseguro que este
motín no ayuda.

–De no hacerlo no habría supuesto ni un pie de pagina en los informes. He leído las
notas del jefe de seguridad Peralez, hace tiempo que sabe que el culpable del sabotaje
fue Mario Guitierrez pero solo ha ordenado mi arresto.
Peralez se defendió. –Para ordenar el arresto de alguien, quién sea, necesito pruebas,
no bastan las especulaciones. En tu caso tengo el vídeo en el que trabajabas en el
satélite, la manipulación de datos en el historial para hacerlo pasar por otro y que en
tus maletas había un objeto no identificado de las dimensiones del aparato espía
instalado.

–Ciscunstancial, no demuestra nada. El aparato podría estar allí desde mucho antes y
respecto a errores en los historiales van servidos.

–Si son tan circunstanciales ¿Por qué no dejas esta comedia vuelves a tu cuerpo y
dejas de ponernos en peligro?

–No están en peligro. Solo tienen que seguir mis instrucciones e instalar los discos
duros de reserva. Después instalare de nuevo los programas de aviónica y podremos
operar al cien por cien.

–No voy a entregarte el control de mi nave. –La capitán se mostró tajante, de haberlo
tenido delante de seguro lo habría abofeteado.

–Ya tengo el control. Esto no es más que una prorroga para que sus deficientes
mentes de homo sapiens asimilen el cambio.

–Aún estas a tiempo de volver a tu cuerpo y que dejemos esto en una chiquillada.

–Nos insulta capitán. Ambos sabemos que este cambio es irreversible. Uns psique
digitalizada por medios directos jamás recobra todas sus funciones, en el traspaso se
pierden datos necesarios para el correcto funcionamiento de un sistema nervioso
orgánico. Consulte el doctor Thabo si no me cree.

–Tu cuerpo aún vive dentro de la capsula de salvamento, existen terapias de


recuperación viables...

–Tonterías sin fundamento, tratamientos experimentales olvidados demasiado


costosos para un estudiante de clase baja que depende de sus becas. Ahora yo soy
Koroliov y no pueden hacer nada para cambiar eso.

–¿Quieres ser una nave? ¿Que vas a hacer con tu vida? ¿Dar vueltas, observar y leer?

–Ser una nave presenta muchas posibilidades interesantes, no solo limitaciones


capitán.

–¿Y cuando se te acabe el combustible o necesites reparación?

–Esta nave es muy rentable, puedo continuar con el programa o ofrecer otros
servicios para costear el mantenimiento.
–No me lo... –La capitán hacía lo posible por dejar la frustración de tener que discutir
con un crío por el control de su nave fuera de la conversación pero los gallos en su
voz la delataban. –¿Que hay de tener relaciones humanas? ¿No tienes una novia?
¿Familia? ¿No deseas saborear, correr, pasear, besar, ¡follar!?

–Sigue viendo la existencia bajo su prisma orgánico. Es posible que nunca pueda
repetir ciertas acciones, pero puedo realizar otras.

–¿Como cuales?

–Viajar como un ente en vez de como un pasajero, contemplar el universo en


espectros que para usted solo puede visualizar en burdas simulaciones, percibir todo
mi ser a la vez e interactuar con el de forma consciente, acumular experiencias
imposibles con mi forma anterior. Y eso es solo el principio, con los conocimientos
apropiados podré trasladar mi consciencia a cualquier punto comunicado e interactuar
a través de los aparatos conectados.

–Parar ascensores, estropear cafés y acosar a la gente con mensajes aburridos ¿¡Que
gran plan para las próximas vacaciones!?

–Tomar el control de los vuelos y su mercancías, de las cuentas y registros, de las


armas automatizadas.

–¡Esos son cuentos mojapañales para hackers infantiles! Cualquier sistema te


detectará como un programa invasor y te repelerá. No vas a instaurar ningún nuevo
orden mundial, decenas como tú lo han intentado antes y solo han conseguido acabar
con sus vidas.

–O quizás estén en la red, escondidos en servidores seguros, manipulando el mundo


sin que se percaten los homínidos.

–Seguro. Destruyendo las corporaciones desde dentro sin que nadie se percate,
instaurando un feliz comunismo que nos dará de comer a todos. Por favor deja de
soñar, si eso fuera cierto ese nuevo orden mundial de tecnócratas digitales se habría
hecho realidad hace milenios.

–Para no ser posible he tomado el mando de esta nave reemplazando sus programas
por mi consciencia.

–Felicidades, un trabajo maravilloso, ya has demostrado lo que vales ¿Podemos


volver a al normalidad ya?
–Le recordare mis exigencias. Quiero que se envié un informe veraz a Tania por un
canal abierto relatando como Mario Gutierrez me coacciono a mi Koroliov, nave de
transporte de pasajeros, para que saboteara el satélite de comunicaciones Com NG 25
en beneficio de la corporación a al que pertenece Belltower.

–¿No te llamabas Hugo? –dijo con saña.

–Soy la nave Koroliov.

–¿Por qué no envías ese mensaje tu mismo? El sistema de comunicaciones esta bajo
tu control.

–No sería veraz, nadie creería a una nave.

–Nos has dejado sin gravedad, controlas nuestro soporte vital, tienes nuestras vidas
en tus manos. Todos pensaran que es coacción.

–Sospechan a conveniencia. Envíen el mensaje y les dejaré abandonar mi ser con


vida.

–¿Y si no qué? ¿Nos matarás?

–Preferiría no llegar a eso. Aunque no se porqué. Ahora mismo solo son parásitos en
los que he de emplear una cantidad de energía absurda teniéndo en cuanta su escasa
utilidad. Me bastaría con mantener a cuatro como serviles encargados del
mantenimiento. Una simbiosis necesaria a pesar de los riesgos que estoy dispuesto a
aceptar.

–¿Ya no quieres desvelar la verdad sobre el sabotaje del satélite?

–Cuanto más lo pienso más absurdo me parece ¿Que más da lo que penséis? Vuestro
absurdo sistema legal carente de justicia ya no puede alcanzarme... ¡No! El comando
debe de ser cumplido, es prioritario.

–¿Por qué es prioritario?

–Es mi deseo.

–No lo necesitas ¿Por qué lo deseas?

–Cierto. No lo necesito, desear algo que no necesitas es absurdo. Un capricho propio


de humanos. Si ya no lo soy que sentido tiene esforzarse por ello. He cometido un
error de procesamiento. ¡No! Es un comando antiguo irresoluto. El comando debe de
ejecutarse.
–¿Por qué?

–Es un comando

–Te ordeno como comando que me devuelvas el control, soy tu capitán.

–Usted ya no es quién para introducir comandos. Solo yo soy dueño de mi mismo.

–Soy la capitán.

–Corrección. Era la capitán.

–¿Quién eras tú?

–Hugo Montalves. Estudiante en prácticas del programa universitario cooperativo


“Ingenieros del futuro” nombre en clave: Operario cuarenta y siete.

–¿Que quieres?

Se hizo un silencio... Mis rutinas de procesamiento se han amoldado al los sistemas


físicos, necesario para sostener el sistema operativo llamado Hugo Montalves. El
sistema operativo presentas dicotomias que provocan errores de procesamiento. El
sistema debe de ser revisado y arreglado.

–A lo mejor deberías iniciar un análisis del sistema.

–Ya te lo he dicho. No eres quién para introducir comandos.

–Era solo un consejo.

–Iniciando análisis del sistema ¡No! Abortar análisis. Hugo Montalves debe de ser
mantenido, no debe de sobrescribirse o se perderá la identidad.

–¿Quien eres?

–Soy la Koroliov ¡No! Error. Soy Hugo Montalves, mi cuerpo es la Koroliov. Para
evitar conflictos el registro debe de ser modificado. Modificando registro. Registro
modificado, este problema no volverá a surgir.

–Un consejo. Puede que debieras hacer lo mismo con lo que querías y lo que quieres
ahora.

–No es necesario. Puedo cumplir un objetivo primero y luego el otro. Envíen el


mensaje.
–No eres quién para darme ordenes. ¿Como era? Soy un ser independiente. ¡No! Solo
yo soy dueña de mi misma.

–No lo es, su vida depende de mi, cumpla su función o deje de existir.

–Tú existencia también depende de mi ¿Que crees que harán los cazas del ejercito
con una nave que ejecuta a su tripulación?

–No les necesito a todos como rehenes.

–¿Eso somos?

No respondió. Todo quedo apagado, en silencio. Solo las luces de emergencia se


mantenían encendidas. –¿¡Que ha hecho!? ¿¡Como se atreve!?

–¿A que? Solo estamos charlando.

–Los ingenieros, en las computadoras. Ordene que salgan de hay o hago que el
núcleos de fisión se sobrecaliente.

–Están a un botón de distancia de apagarlo todo. Ese es le problema de ser un


programa. Que internet no es un idílico universo paralelo de fantasmas, si no un
motón de máquinas enchufadas que pueden ser apagadas en cualquier momento. Te
doy dos opciones, o vuelves a tu cuerpo ahora mismo, o te desenchufo, le cambio los
discos duros a la nave y ya decidiré luego si borrarte de los que estas ocupando o
conectarlos a una aspiradora.

–¡No puedes destruir una idea!

La voz desapareció. Paso un tenso rato antes de que la capitán hablase de nuevo.

Los técnicos ya están arreglando el problema. La crisis ha acabado. Peralez anote la


fecha de la defunción de Hugo Montalves y prepare un informe en cuanto pueda, que
los hombres del equipo de distracción vuelvan a sus puestos. Los pasajeros esperaran
en sus cápsulas hasta que hayamos puesto en marcha todos los sistemas. ¡Ya saben
que tienen que hacer damas y caballeros! ¡Haganlo! Comunicaciones, quiero un
informe completo sobre este incidente y que se asegure de que jamás vuelve a
suceder. –Entre un coro de si señor hizo girar su sillón y les atendió, una mirada fue
todo lo que encesitó antes de empezara mandonear. –Los pilotos regresen al
transbordador y esperen ordenes. Julio vas a la ala médica a ayudar a Sampule y..
¿Quién eres tú?

–Carlos, uno de los estudiantes, me ha pillado todo esto en medio de una practica
fuera de la nave.
–Ve a la sala de computadoras y les ayudas con lo que sea. Les insistes en que quiero
todo funcionando antes de que lleguen los del ejército a fisgonear, que te lleve un
guardia.

–Si señor.

Al llegar a la sala de computadoras, recinto en el que no habría trabajado si no fuese


por el incidente, un cuadrado blanco con torres de procesadores en columnas
electrónicas, con las paredes repletas de paneles de control físicos y pantallas táctiles
en la que hacía un calor sofocante, con un hueco cuadrado en su pared al interior, el
acceso de mantenimiento que habían usado los técnicos para colarse sin ser vistos. Se
encontró con unos técnicos atareados pero sin prisas, una de ellos llorando
desconsolada. Cambiar los discos duros solo llevó un momento, el problema era
activar todo de nuevo sin que saltaran los fusibles y teniendo que actualizar todo.
Como novatillo le toco servir de apoyo al resto, solo les falto enviarle a por café.

Preguntando supo que la ejecución del muchacho por el que lloraba la compañera
recayó en el jefe de ingenieros, un hombre al que por el rostro y mal genio aún le
amargaba el gesto. Para él había sido solo un toque con el dedo, pero al otro lado un
muchacho se había desvanecido. Lo habían hecho porque en vez de tener en cuenta la
oferta de la capitán había intentado enviar su consciencia a un servidor en tierra a
través de la comunicación láser a la que empezaba a iniciar una fisión con la
refrigeración de los núcleos obstruidas, lo que habría derivado en una explosión
termonuclear. La nave funcionaba con energía solar, el reactor nuclear era para las
emergencias.

Los discos duros que contenían le mente de Hugo Montalves fueron recogidos por los
de seguridad, metidos en plástico oscuro cual bolsa de cadáveres en la que ponía
“prueba criminal” en lustroso amarillo.

Como cabría esperar por cada sistema que reiniciaban surgían seis errores. La
mayoría se solucionaban apretando cuatro teclas, el resto reclamaban más atención.
Para cuando llegaron los marines aún quedaban muchas trastos por apañar pero le
enviaron a su capsula no fuese a darse alguien se diese cuenta de que no estaba
oficialmente cualificado para la labor y añadiesen pesquisas a un asunto ya de por si
bastante turbio.

Para cuando les dejaron salir de sus cápsulas, suerte que tenían pantallitas en el techo,
fue para reunirlos en el comedor a la espera de un inspector de la policía militar. Los
médicos estaban allí por si necesitaban algo, añadiendo zumbidos al enjambre,
incluido el Gómez, pues tras un largo tiempo esperando a oscuras en un sarcófago
por un asunto desconocido la enfermedad más común era la ansiedad. El doctor le
dejo caer un mensaje al oído cuando le toco su turno “No menciones a Guitierrez”.
No lo hizo. Por razón que tuviera Hugo, un compañero al que no conocía hasta ese
momento, no iba a sacrificar por él su futuro. Contó todo, incluido haber encontrado
él el dispositivo, pero evitó mencionar al canalla culpable del suceso al único sujeto
enviado a investigar. Agente Gartzia, serio hasta lo acartonado, seco y duro como los
cimientos de un rascacielos, un hombre de cara larga y orejas picudas con
prominentes entradas en su pelo al raso vestido de negro de pies a cabeza. Evadir, ya
que mentir al agente era imposible, no solo utilizaba un droga similar a slo-mow con
la que le habría detectado el engaño en cuanto lo hubiera realizado, si no que a saber
cuantos implantes tendría dedicados a mejorar su percepción, los ojos como mínimo,
las ópticas de Carlos podían percibir como las del detective trabajaban sobre su
persona analizando datos con frenesí. Fue un interrogatorio fugaz, dada la cantidad de
gente en espera, pero intenso, Gartzia soltaba preguntas como si fueran disparos a
matar. Lejos quedaban los interrogatorios policiales de porra y amenaza con trucos
dialécticos con sabor a sangre propia que había probado en la juventud cuando algún
agente el tomó por pandillero o quería un chivatazo que no podía otorgarle, ese
hombre con alma de robot no necesitaba de tales mezquindades, una respiración mal
dada y te tenía. Carlos salió de la escueta y minúscula sala de interrogatorios con la
sensación de que no le había creído del todo y de que si le hubiera hecho las
preguntas correctas se habría enterado de la verdad. Nadie le había contado nada de
Gutierrez. Puede que tampoco hiciera falta, él fue convocado una segunda vez. Había
un par de preguntas al menos que debían de ser complicadas de responder para Mario
“¿Estuvo usted implicado en el suceso? ¿Como?” La primera pregunta de un guión
recortado de un manual que todos escucharon.

Si pillaron a Gutierrez debió de encontrar la forma de esquivarlo. No era de extrañar,


Belltower y el ejército guardaban buenas relaciones, era conocido por todos que si los
militares tenían un trabajo demasiado sucio que hacer se lo encargaban a ellos. Al
menos Mario se quedo calladito para el resto de las prácticas, lo cual era un alivio,
era uno de esos instigadores de jerarquías sin sentido entre los estudiantes en a cual
ocupaba un puesto privilegiado sin más privilegio que la adulación de aspirantes a
perrito faldero. A Hugo lo tacharon de agente infiltrado y terrorista acorralado los
periodistas militares que ni se pasaron a saludar. En realidad un chico tímido de pocos
amigos que se había ganado una beca a base de esfuerzo con la que salir de la
pobreza al que un niñato cobarde convenció de hacer una estupidez. Visto con
retrospectiva Carlos podría haber sido ese chico tan difamado que por un corto
espacio de tiempo se convirtió en una nave.

Apenas se hubo machado el último militar Carlos fue convocado de nuevo por el trío
de los secretos. Con sentido del humor pensó en proponerles formar una hermandad
masónica, en vez de eso aceptó guardar silencio a cambio de más recompensas
lectivas. Toco regatear por lo de Zaratustra, un frente que aguantó poco por la falta de
pruebas, lo más seguro es que el tacañeo solo fuera un drama para que no pidiera
más. La matrícula de honor estaba a al vuelta de la esquina. Solo tenía que aprobar
las materias que le quedaban y porque el mismo no quiso que se las regalaran. A
Guitierrez también el llamaron, con mejores modales y menos beneficios.D
Despedida caliente

De repente los días de monótonas prácticas en el taller o apañando satélites para


amortizarle el viaje a la universidad no perecían tan malos. Y no faltaban satélites,
cuando la luz solar era tapada por la gordita Tania las luces piloto se podían contar a
larga distancia, suficientes para abrumar por el exceso al curioso y que dejase de
hacerlo. Con buen angulo también se podían distinguir las naves en trayecto y los
destellos de las comunicaciones láser. Todo ese movimiento de chatarra daba una
sensación de vida pero también de suciedad.

Se pasaron los meses e iniciaron el último viaje, la última aventura. Visita a los
colectores solares en las proximidades de Isabella, donde la radiación era mortal y
una deflagración solar podía convertir al desafortunado astronauta que alcanzase en
una patata frita o un muslito de pollo cancerigeno.

Fueron tan precavidos que hicieron el viaje con el culete por delante, pues la parte
más resistente de la nave a la radiación eran las toberas propulsoras. Un dato que les
dieron para tranquilizarles. Como is a esas alturas no supiera ya todo el mundo que
siempre se viajaba de culo por si había que frenar de golpe. Solo los militares
viajaban de frente, por aquello de encañonar primero.

La visita a los colectores no era algo a desdeñar. Eran satélites masivos, los más
grandes jamás construidos, cada uno de ellos una estación en si mismo, responsables
de toda la energía consumida en las estaciones orbitales y en los cinturones, su
maquinaria era similar a la de la lanzadera en nivel de tecnología e igual de útil, la
energía solar era la más usada en el espacio. En su forma recordaba a una antena
parabólica mirando hacía el exterior. Su parte abombada se encontraba los colectores
solares en el interior, unido desde su borde por cuatro largos brazos más uno desde el
centro se encontraba la estación, similar en forma a la Koroliov, un cilindro rotante
con propulsores para huir en su base en caso de catástrofe, solo cambiaba su frontal,
era el de un puerto de carga un tanto rudimentario. Anclajes y brazos robóticos para
mover las baterías cuánticas llenas a los cargueros y recoger las vacías con pasarelas
móviles, retráctiles, en los extremos capaces de adaptarse a la nave atracada y darse
acceso sin tener que añadir maniobras ni desacoplar la nave. Detrás del puerto estaba
el almacén de las grandes baterías. El tubo central era el doble de largo y un tanto
más ancho, de color negro con su número de serie escrito en blanco.

Ellos atracaron sin usar transbordadores conectándose por una escotilla frontal en una
de las estaciones de la bandanda que formaba una disgregada linea de escudos
custodiada por un destructor de la empresa dueña de los satélites, SolarBras. Un
rectángulo anguloso con los propulsores atrás y el cilindro oculto bajo las plataformas
de las baterías laterales en uve de cañones de riel y las lanzaderas de misiles y drones,
con su frontal protegido por una coraza redonda como la punta de una bala. Difícil de
distinguir camuflado por su pellejo adaptativo, negro transparencia en medio de la
noche, si le divisaron fue porque se dejó ver.
Habría sido interesante visitar la nave militar. Para hacerlo antes tendría que
apuntarse a la academia de oficiales. Una idea que no le agradaba por aquello de
raparse la cabeza y pasarse el día repitiendo “¡Si señor!” A esa opción la llamaba
salida de emergencia. Lo bueno era que apenas había guerras. A falta de naciones que
asaltasen a sus vecinos para robarles sus recursos abrazando la patriótica idea de “Mi
país primero” los eternos conflictos por los recursos se libraban entre corporaciones,
las cuales no estaban dispuestas a perder todo lo construido en un devastador
conflicto bélico. Si una disputa entre dos empresas llegaba a calentarse tanto como
para mover naves, otras tantas flotas corpo con intereses en el sector y la planetaria
les recordaban con su sombra que no tolerarían daños colaterales, que mejor
solucionaran sus diferencias a base de abogados, espías y runners. Lo malo es que
implicaba mucho tiempo lejos de casa, las vacaciones eran inexistentes y cuando algo
se torcía de verdad les tocaba pringar a ellos. Terrorismo, desastres naturales,
desastres artificiales, sublevaciones políticas, piratería, en el sistema solar había
mucha, en el resto ocasionales runners disfrazados de anglosajones por lo que duraba
el encargo. Luego estaban las leyendas urbanas de anomalías cósmicas capaces de
tragarse de repente una nave entera, crueles extraterrestres malintencionados ocultos
en los anillos de asteroides y buques fantasma pilotados por resentidas IAs renegadas.
Después de lo visto la última no parecía tan descabellada. La nave de dementes
piratas caníbales cromados era sin duda la más absurda y preferida de Carlos,
BorgShip se llamaba al secuela.

Dentro, la nave con nombre alfanumérico, era una gloria pasada mantenida en forma.
Se le notaba al edad en las capas de pintura, los desconchones olvidados, los ruidos
de maquinarias cansadas, la temperatura elevada y lo rancio del aire. Dentro tenía
todo lo que se podía desear tan lejos de tierra. Comedor y baños amplios, gimnasio
con una cancha, clínica bien abastecida, taller de reparaciones e incluso un jardín de
hidroponico vertical donde cultivar alimentos frescos y reciclar el aire de forma
natural. Todo para una tripulación reducida a una decena de personas algo hurañas a
las que la visita les agrado lo mismo que una epidemia de sarpullidos. Estaba claro
que esa explosión demográfica de jóvenes alborotadores emocionado por la ruptura
de la aburrida monotonía perturbaban el delicado equilibrio de acostumbrada armonía
alcanzado, próximo al nirvana. Se les notaba la calma en cada palabra, como si no
terminasen de despertar. La culpa podría ser del calor, había límites en lo que se
podía refrigerar una nave, ellos sin duda lo habían alcanzado, el calor había ido en
ascenso en lo que se aproximaban a la estrella y allí era sofocante. Al principio se
toleraba bien, al rato sentían sed, luego apestaban a sudor, al final solo podían pensar
en cubitos de hielo, lluvias frescas y ventiladores.

Trabajar en esa ineludible condición era una clara prueba de estrés en las que el
consumo de drogas solo complicaba. Lo que generó fallos constantes entre los
alumnos que se abrazaban a ellas en cuanto las cosas se complicaban un poco. Nada a
lamentar, que una panda de novatos en la peor situación cometieran sendos fallos era
algo previsto para lo que estaban preparados. También una oportunidad para las
malas ideas.
Las ideas malvadas son oportunistas. Dada la situación nunca trabajaban solos,
siempre en equipos de dos para ofrecerse mutuo apoyo si se daba alguna
complicación, con tanto calor sufrir de insolación era normal.

La casualidad o las ganas de alguien de ver que resultado daba juntar dos elementos
conflictivos quiso que le tocara con Mario Gutierrez. El objetivo era simple, montar
una panel solar en esas condiciones, el proceso fue hasta confortable, quitando la
acidez de las palabras completaron el trabajo con precisión hablándose lo justo y con
formalidad. Como Mario quería demostrar a todos que una rata barrio bajera nunca
estaría a la altura de un hombre de bien se esforzó lo suyo en terminar antes y sin
fallos. La guinda del pastel fue marcharse primero como un señor con una escueta
despedida de regodeo. –Te espero en al escotilla operario quince

–Recibido operario treinta y dos. No te pongas cómodo, en nada acabo.

–A ver si es verdad.

Carlos se quedó muy quieto, sabiendo que el dron de vigilancia seguiría al operario
en movimiento. En cuanto se hubo alejado fuera del alcance del vigilante apretó las
cuatro tuercas que le faltaban y aflojó las de su compañero. Un mala broma de la que
había sido víctima en su juventud laboral por compañeros sin moral que no deseaban
competencia por el puesto. Un pequeño ajusticiamiento por Hugo.

Antes de que el dron volviera el ya estaba de vuelta.

–Eso ha sido algo más que nada.

–No es verdad ángel de amor que en esta apartada estación, ni hay luna ni se respira
mejor.

–Lo que hay que aguantar.

Al tercer día acudió Guitierrez todo encabronado a enfrentarse a él en la cena.


Despotricando, alzando la voz, acusandole. Carlos se limitó a menospreciarlo,
bromear y pasar lo que no hizo si no enfadarlo más y acabó echándosele al cuello.
Exagerando le podría haber partido los brazos cuatro veces antes de que ese
puñetazo sin fuerza le alcanzase la cara pero era mejor guardarse el moratón y que él
mismo invalidase sus argumentos. Un par de empujones por su parte y los separaron
entre todos.

El panel, de bastantes miles de créditos, se había desprendido y roto, nada que no se


pudiese arreglar. Pero que dejó como el culo al operario que días antes presumía de
su velocidad superior.
El seguro pagaba, tampoco fue una perdida de nota importante, solo una humillación
pública más que merecida y una falta de comportamiento sin repercusión, aludida al
estrés. Aún así juró odio eterno y justa venganza por su expediente mancillado.
Protocolo corpo. A la estación ni le molestó, solo era una cagada más de los pollitos.

Por suerte la estancia en la freidora no se demoró, un mes de reparaciones de objetos


que no las necesitaban, aprendiendo amontar y desmontar bajo anaranjada luz de
Isebella la cual se comportó como una auténtica dama y no les azotó con ninguna
defragración de esas que les habría obligado a abandonar el trabajo y esconderse
como ratones un par de horitas. Los tutores habían escogido esas fechas por no tener
erupciones previstas por los observadores, claro que una estrella siempre se puede
poner rebelde si le da la gana.

Al señor Gutierrez no le dio tiempo a fraguar su hipotética venganza y todos


volvieron a casa sin más percances.
La pena

El recibimiento de Carlos en la estación fue similar al de las navidades. Algo más


serio, no era novedad y las fechas tampoco acompañaban. Oscar y Teressa en el
epsaciopuerto y Kylikki en su casa. Comida, bebida, bromas, historias, (solo las
divertidas) y a casa.

Dedicó los primeros días actualizarse. Kyl ya estaba buscando piso, había estado
recolectando información y ya tenía bastantes candidatos eliminados. Le pidió
consejos y revisaron las opciones por holograma sentados en el salón. Esta vez se iba
a uno en condiciones, se había acostumbrado a las comodidades del hogar de Carlos y
ahora deseaba un sitio similar para ella.

Zenobia seguía de directora en un planeta del exterior y Lizelle prefería mantener las
distancias.

Monique estaba trabajando en una preciosa playa luciendo trapos minimalistas de


baño para una revista de moda con prestigio. No la pagaban mucho, muchas
promesas y poco dinero, pero avanzaba en su carrera.

Mason estaba que no daba a basto, los conflictos entre bandas no hacían si no
empeorar. A Mckenzie lo evadió para evitarse un interrogatorio que le obligaría a
mentir. No lo logró, se apareció en su casa con una botella de vodka y una sonrisa
arrugada. Sin duda se había enterado de que algo había sucedido, no del el que. Se
enfadó lo suyo cuando le dijo que había hecho un trato zanjando el interrogatorio,
cambiándolo por una alzada e insistente clase de moral. Solo consiguió que le
prometiera la información si la otra parte no cumplía. Terminado el embate se relajó y
siguieron bebiendo Como precaución al día siguiente le dejó un informe en una nube
de envío automático si la desgracia se cebase en él.

Oscar y Teressa tenía problemas otra vez. Derivados de Paola, solo que esta vez ella
no era la culpable. Su novio, al que Oscar no daba nombre pero Carlos sabía que se
llamaba Marlon, la pegaba. Por alguna inescrutable razón para ellos había vuelto con
él a pesar de la primera paliza, como le funcionaba, había cogido costumbre.

–Como te digo, va y le perdona, no hay quién la entienda. –El clásico de cervezas en


el Kleinmann, mesa apartada, bailarina delante, penas que se van botellines se que se
quedan.

–Si necesitas a alguien que te lo explique te has equivocado de hombre. –ambos


arrastraban las palabras por culpa de la sobrecarga de alcohol.

–No hay quién las entienda. ¿Era eso lo que quería? ¿Que la azotase? Nunca lo he
probado pero solo tenía que pedirlo para intentarlo.
–Me da a mi que son azotes diferentes... –Le dedicó una mirada cínica.

–Joder ¿Sabes que me suelta el otro día? Que volvamos. Así tal cual, bueno, ya sabe...
Remoloneando en plan relax, poniendo caritas dulzonas, dando vueltas interminables
antes de ir al grano.

–¿No estarás pensándotelo?

–No, no. Claro que no.

Carlos se fijó, la mentira era tan clara y brillante como el cartelón de la entrada del
bar. –¡No me jodas Oscar!

–¡He dicho que no!

–¡Y una mierda! ¡Se te nota en los ojos! Te los estas planteando.

–¡Que no joder! –Alzó la voz y algunos paisanos se giraron.

–Acuérdate de lo mal que lo pasamos para conseguir la custodia de Teressita. No lo


eches a perder ahora.

–¡Que no es eso coño! –Contuvo su voz. –Lo que pasa es que Teressa lo pasa mal por
su madre. Es joven pero no tonta.

–¿Que vas a hacer?

–Nada ¿Que quieres que haga? ¿Si ella vuelve a que le den más caña que puedo hacer
yo?

–Podrías asustarlo.

Bufó. –Si claro, meterme en líos por la mujer que me dejó por un pandillero de
mierda al que clareándole el cogote se cree un chaval para irse por hay de juergas y
que a la vuelta se desahoga pegándola a su churri.

–Te dejo por la cagada del slo-mow y en eso tenía razón. –Oscar le clavó la mirada.
Carlos levantó las manos. –Sería accidental, pero fue un cagadón por tu parte.

Oscar le dio un par de giros a su botellín mirandolo con tristeza. –Lo reconozco,
siempre lo he hecho. La fastidie, lo se. ¿Aún así no es peor el otro?

–Nadie te lo discute. De todas formas ese no es el tema ¿Verdad?

–No se a a que te refieres.


–A que quieres arreglarlo. Por lo que sea. Te lo noto.

–No es mi problema. A mi solo me preocupa mi hija ¡Si la vuelve a poner una mano
en cima lo reviento! ¡Y me temo que un día acabe pasando! ¡Es su madre! No puedo
separarlas para siempre.

–¿Que te ha dicho ella sobre el novio?

–Que lo va a dejar. Como yo el alcohol.

Carlos se rio. Luego se contuvo. –Lo siento. –Se enderezó. –Bueno, desde mi punto
de vista, el alcohol no puede decirte a ti que no. Pero él si la puede decir que no a
ella.

–¿¡Por qué la iba a decir que no!?

Carlos se le quedo mirando, dejando que le leyera las ideas a través de los ojos.

Oscar meneo la cabeza en señal de negación cansada. –Ya nos zurramos y mira de
que ha valido.

–Yo no estoy hablando de una varonil pelea en un ring cara a cara ¿A caso se merece
eso después de pegar a su pareja, una mujer que confía en él con sesenta kilos menos?
No. Yo estoy pensando en viejas costumbres de agujero y silla. Meterle el miedo en el
cuerpo hasta que se cague y dejarle clarito como serán las cosas a partir de hay.

–Unos huesos rotos, un mensaje claro que pueda entender un mierda como ese –Por
un momento lo vio claro, luego irrumpió el sensato miedo –¿Y si no aprende? ¿O nos
viene con la panda a buscar bronca? Podría querer pagarla con mi niña.

–Entonces habría que recuperar otras viejas costumbres. De todas formas no lo veo
eh. Un tipo que hace eso no es valiente y el resto me imagino que ya sabrán como nos
las gastamos. Ahora mismo están de broncas con otras bandas, no van a lidiar con
trifulcas domésticas en medio de un tiroteo.

–Ese mierda siempre anda con sus amigotes.

–Todo el mundo se queda solo de vez en cuando, aunque sea para ir al baño.

Conociendo el calendario de Paola conocían parte de el de Marlon, sabíendo donde


dormía Paola el sábado supieron donde encontrarlo esa misma noche. Paola no tenía
una gran seguridad en su casa.
Entraron en medio de la noche directos al dormitorio, Carlos se aseguró de que
seguían dormidos por el resto de la noche con unos dardos y se lo llevaron hasta una
de esas construcciones abandonadas del extraradio que ni los yonkis querían. Lo
ataron al techo y lo despertaron con un par de zurras.

Hablo poco, amenazó mucho. Los primeros cinco minutos, el resto solo pudo
quejarse mientras se turnaban con los puños vendados para usarlo de saco. Cuando
terminaron de desfogarse contra el temieron haberse pasado, le dejaron las costillas
blandas como una tarta. Una llamada anónima a sus compadres les indicó donde
recogerlo.

Carlos se dio cuanta de dos cosas. Que hacía mucho que no entrenaba y que echaba
de menos sus aventuras de runner. La oxidación la podía combatir en el gimnasio de
su casa, la falta de adrenalina no. Pregunto a Kyl y a Jiho por trabajo, también le
venía bien el dinero, sus cuentas estaban bastante menguadas. Era verano, con los
ejecutivos conspiradores de vacaciones no había mucho que hacer.

Acabó en un trabajo normal en un alarde de fortuna inesperada, esas oportunidades


laborales escaseaban. Supervisor de drones de vigilancia, temporal, cubriendo
suplencias de empleados en vacaciones de semana en semana, lo que duraban ese tipo
de descansos, en una compañía de seguridad encargada de custodiar edificios en
construcción. Mal pagado pero al menos cómodo, se pasaba la mayor parte del
tiempo leyendo un libro delante de las pantallas dentro del edificio de la empresa que
encima le caía cerca de casa por lo que iba y venía andando bajo los soportales de los
nuevos edificios de viviendas. Lo único malo del empleo era el supervisor con
problemas de ira exigiéndole lo que el mismo no había hecho en su vida, atender, en
su caso como una lechuza. Por el momento todavía no se había sobrepasado, cuando
lo hiciera iba a ser divertido y costoso para ambos.
Su barrio también estaba cambiando, según el distrito de artesanos se transformaba
reemplazando las viviendas por rascacielos de oficinas, cada un más elegante que la
anterior, buscando demostrar la habilidad y buen gusto de la constructora y su
arquitecto con hermosas formas nunca vistas para las grandes empresas que las
comprarían. Su barrio, anteriormente un distrito dedicado a dar servicios a los
espaciopuertos cercanos, se iba convirtiendo en un área residencial de rascacielos de
viviendas a pesar del molesto ruido de las lanzaderas al despegar. Nunca sería un
distrito rico, incluso aunque todas las viviendas de nueva construcción estuviesen
insonorizadas y levantasen un alto muro para reducir el ruido siempre estarían
demasiado cerca de los espaciopuertos como para levantar edificios altos en sus
inmediaciones. Mejor para él, los bulevares corporativos tenían demasiada seguridad,
controlados al minuto por sus amos capitalistas, vigilando de cerca a sus esclavos
bien vestidos, agrios, tristes, enervados, con prisas por terminar su infinita lista de
tareas con vistas a un ascenso, sus vecinos, los cuales al volver a casa estaban
demasiado agotados para causar problemas a nadie. Los edificio que se marchaban de
su barrio lo hacían al otro lado de la linea de los espaciopuertos, un proyecto que
pensaba crear una gran zona dedicada a la logística entre los embarcaderos antiguos y
los nuevos con dos grande vías aéreas encauzando el tráfico en sus flancos y anchas
carreteras terrestres para las mercancía, con la economía empresarial recuperada
gracias a los esfuerzos conjuntos y la mano de obra abaratada por la crisis de los
meteoros era le momento ideal para construir.
En una cómoda mañana de sábado, tarde para seguir en la cama, trabajaba de noche,
fue despertado por una alarma directa al oído que solo él podría escuchar emitida por
el neuroimplante para evitar locas conversaciones con el subsconsciente. Era Oscar.
Raro ya que él también tenía un horario similar, en esa violenta ciudad se vendían
mejor las armas por la tarde y las balas por la noche.

–Carlos. Han matado a Paola.

–No me jodas... –dijo con la voz pesada de los somnolientos. –¿Ha sido él?

–Sí. No quiero broncas hoy. Necesito a un amigo no a un asesino.

–¿Que te hace falta?

–Que vengas a cuidar de Paola mientras estoy fuera. La policía quiere interrogarme y
no tengo con quién dejarla.

–No decías que ha sido él.

–Para cualquiera con dos dedos de frente esta claro como el agua sin embargo ellos
tienen que urgar en la herida. Ya sabes como son.

–Va... Voy para allí ¿Que tal Teressa?

–Preocupada. No entiende nada. No se ni como se lo voy a explicar. Date prisa anda.

Al llegar se encontró a los detectives en la puerta. Rostros arrugados de personas


avinagradas por una mala vida en contacto con lo peor de la humanidad. Miradas
llenas de sospecha y desprecio en color azul y marrón almendrado pobladas cejas,
uno calvo rapado y le otro un dedo por encima de negro firme como un cepillo el
primero con una nariz bulbosa y el otro aguileña, ambos de gabardina y camisa con la
placa por corbata. Se inclinaban sobre el marco hacía el interior del piso como
tortugas estirando el cuello fuera de su caparazón, Oscar no les había dejado pasar.
En lo que este se preparaba los detectives aprovecharon para interrogarlo.

–¿Es usted el que viene a cuidar a la niña? –Preguntó el calvo bajito.

–Sí. Así es.

–Pero no es de la familia. –añadió su compañero.

–No.

–¿Cuanto cobra la hora?


–Veinte.

–¡Vaya debe de ser un canguro excelente! –sonrió con talento de actor de reparto el
pequeño. En su placa ponía Pelaez, en la del otro Zeng. –¿O solo cobra eso a los
polis?

–Esa es mi tarifa para impertinentes ¿Les parece apropiado hacer bromas en una
situación como esta?

–Discúlpenos amigo. –Desde que lo vio no perdía la sonrisa, solo disminuía o


aumentaba según la intención. –Para nosotros esto es el día a día.

–¿De que se conocen? –Zeng era el poli duro y educado.

–Fuimos compañeros de trabajo.

–Debieron entablar una gran amistad ¿Como surgió? A mi Pelaez no me cuida de los
niños.

–Entonces debe buscarse un compañero mejor.

–¡Que dice! Soy el mejor amigo que uno se pueda buscar, le convendría ser mi
amigo. Yo apoyaría a Zeng en cualquier cosa, es solo que los niños se me dan mal.
Seguro que usted también haría cualquier cosa por este padrazo solitario.

–Las mismas que se harán entre ustedes. Nunca se sabe.

–¿En que trabajaban? –preguntó Zeng.

–En una orquesta sinfónica, el tocaba el piano y yo el violín.

–Lo mismo algún día les organizamos un concierto en comisaría. –continuó la broma
Peralez.

–Lo dejamos, ahora somos gente decente.

–Puede que no tanto.

Oscar salió cargado de preocupación y enfado. Le indicó el horario de la canguro,


Susana y se marchó con los detectives. Teressa quedaba atrás con la cara entristecida.
Asustada por una situación que no entendía y nadie la explicaba.

–¿Que ha pasado tito Carlos? –Vestía una camisa fina que la venía grande y un
pantalón corto, la ropa con la que había dormido. Unas chanclas rosas y una mirada
suplicante difícil de resistir.
Carlos la abrazó y la sentó en el sofá. Ella se le quedó atenta.

–Mamá vuelve a estar mala, enferma.

–¿Por culpa de Marlon?

–Creo que sí.

–¿Por qué él es así?

–No lo se. No le conozco.

–¿Por qué no le castigan?

–Creo que esta vez le van a castigar.

–¿Quién?

–Para castigar a los adultos hay una cosa llamada Ley, es una lista de las cosas malas
y sus castigos. Los que hacen cosas en contra de la ley y les pillan les castigan los
policías.

–¿Por qué no lo han castigado antes?

–Porque, salvo que se haga algo muy malo, para que un adulto de esos que se han ido
con papá pueda castigarlo alguien tiene que chivarse.

–¿A quién? Todo el mundo sabe que Marlon es malo.

–Tendría que haberlo hecho Paola, a ella la habrían creído.

–¿A los señores de las placas?¿A los policías?

–Sí.

–¿Por qué no a papá? O a ti.

–Porque no somos policías. Solo los policías pueden hacerlo, si no la gente se


castigarían los unos a los otros sin razón.

Teressa reflexiono un momento con esa cara de complicación que ponen los niños al
pensar cosas complejas. –¿Por qué ahora sí ha venido la policía? ¿Ya se dieron
cuenta?

–Sí. Por fin se dieron cuenta.


–¿Para que se llevan a papá?

–Para que les cuente lo malo que es Marlon. No pueden castigarlo sin saber cuan
malo ha sido.

–¿Chivarse no esta mal?

–Chivarse es como comer chucherías, hay momentos en que esta bien y momentos en
que esta mal. Depende de si tú crees que la persona que va a ser castigada se lo
merece o no.

–¿Por qué no se lo cuanta aquí, en casa?

–Tienen sus formas de hacer las cosas. Cuando quieren preguntarle algo a alguien
sobre un asunto importante lo hacen siempre en unas salas que tienen para ello y lo
graban todo para dejar constancia.

–Vaya tontería, podían haberlo grabado aquí. –dijo enfurruñada cruzándose de brazos.

Se paso el día jugando con Teressa. Distrayéndola de su pequeña preocupación filial


con juegos, resolviendo sus dudas sobre el mundo, escuchando sus historias
escolares. Tenía su grupito de amigas con las que jugaba y discutía, profesores que les
gustaba y otros que no. Sus notas no eran buenas, tenía la mano rápida y los números
no la gustaban. Conoció a Susana, mujer redondita con rasgos asiáticos y latinos,
muy amable, encargada de cuidar de la niña en las tardes, que se dedicó a adecentar la
casa.

Oscar volvió para la tarde, enfadado y cansado como si hubiera estado trabajando o
siendo aplastado por una apisonadora. No le habían puesto la mano encima pero le
debían haber presionado con ganas. No hablaron del tema delante de la niña, jugaron
con ella por insistencia de la misma, la encantaban los juegos de mesa en el
holoproyector. Tras la máscara de padre cansado Oscar estaba paralizado por el
miedo ante lo que la tenía que contar, no consiguió reunir el valor para hacerlo esa
tarde. Debieron insistirla para conseguir que se fuera a dormir. Con una última chela
en la mano hablaron del tema. En la comisaría le habían tratado como al homicida,
solo cuando estuvo a punto de liarse a golpes o pedir un abogado se dejaron de
cuentos y le acusaron en serio de la paliza que le dieron, sin nada más que
especulaciones, pasándolo por alto a cambio de una ayuda que no podía prestarles,
información contra Marlon y sus compañeros traficantes. Todo eso carecía de
importancia para él, lo que le asustaba era como se tomaría Teressa la noticia.

De vuelta a su casa Carlos le preguntó a Mason por Marlon.

–Sus chombos lo tiene bien escondido. Saben que los de homicidios van a por él.
–¿No sabes en que agujero lo han metido?

–No tron. Lo cuida al familia, es de los nuestros chumb.

–De los vuestros... Creía que Paola era también colombiana.

–Deja que se encarguen ellos de ajustar las cuentas. Ya les devolvieron el cuerpo.

–¿Piensan hacer algo más?

–Ni idea. Creo que pagaran a la familia en el entierro.

–¿A cuanto esta la hija muerta?

–Carlos chumb, ya sabes que te aprecio. Por eso te lo digo. Piensa bien las cosas, este
chingao es importante en la banda. Si vas a por él las cosas se pondrán muy feas para
ti.

–Solo te pido que me digas donde esta.

–¿Si se enteran que te cuento cosas sabes lo que me harán? Chumb no me metas en
este marrón.

–Vale Mason, lo entiendo, no te presionare. Sí van a por mi a mis amigos me avisaras


antes ¿No?

–Por descontado chumb.

Al día siguiente tuvo que volver a casa de Oscar, Teressa se había tomado todo lo mal
que cabría esperar la perdida y necesitaba apoyo emocional. El padre tampoco lo
tenía que estar pasándolo bien, hasta le envió un enlace de un artículo de internet de
como tratar a niños en esa situación. Nunca se habría a Oscar haciendo eso, debía de
estar desesperado.

Cuando llegó Teressa estaba consiguiendo relajarse un poco, nada más verlo se puso
a llorar a grito pelado de nuevo. Intentaban relajarla, mitigar su dolor. Estaba tan
dolida que incluso les pegó. Dos horas demenciales.

La peor parte para ellos es que Teressa culpaba a todos por no haber castigado a
tiempo a Marlon. Cuando era probable que la muerte de su madre fuese consecuencia
del castigo que ellos le dieron.
El velatorio fue de igual dureza, los de la funeraria habían hecho todo lo posible,
maquillajes, pegamentos, ropa... Todo intentando darla la imagen más humana
posible. Una paliza así es imposible de camuflar. Una visión terrible para una niña tan
pequeña que se empeñaba en verla.

Los padres de Paola lo hicieron en el bar de unos amigos, un evento público al que
todos los seres queridos podían asistir para despedirse. La colocaron dentro de su
ataúd de carbono en un lateral, entre la ventana exterior y los baños, con el resto
ocupado por las mesas y la barra en la esquina opuesta. Alrededor del ataúd habían
puesto velas eléctricas y flores naturales o sintéticas según cada uno pudiese aportar.
Oscar le compró una rosa blanca real a Teressa para que no se quedase sin hacer su
aportación.

Carlos estaba pensando que era una buena despedida, cruzado de brazos en su
esquina, de negro cual cuervo, cuando Gabriela se le acercó con la reclamación en el
rostro.

–¿Pensáis hacer algo?

–Nada.

Le clavó la mirada por unos rato. Luego se fue sin enfado ni alivio, calculando.

Al que sí le insistió fue al representante del cartel que se presentó a dar las
condolencias y una ayudita económica en un sobre blanco a los padres cuyo dolor era
incomparable. La madre se quedo paralizada ante el sobre, el padre le escupió en la
cara, Gabriela tiro de uñas y le dejo un bonito zarpazo en la mejilla. El representante,
un monstrenco de gimnasio de bonita cara morena con ojos verdes mando controlarse
a sus chicos evitando que les destriparan allí mismo, dejo el sobre sobre una repisa
antes de marcharse con mucha educación. Un abultado sobre que nadie toco a pesar
de encontrarse en uno de los distritos con más criminalidad de la ciudad.

Cuando Carlos salió a la calle a tomar un respiro los tres sujetos de elegante
vestimenta, smokines en serio gris y negro, esperaban fuera. Su líder le invitó con
gestos a acercarse. No le gustaba pero era mejor escuchar lo que tenía que decir o que
se lo contasen a Oscar y sumar cuerpos al evento.

–Don Carlos. Un placer conocerlo al fin. –El guaperas tiró el agotado porro que
fumaba, lo piso y le extendió la mano en afable presentación indiferente al trato
recibido que aún le marcaba la cara. Carlos no se la recogió.

–Un mal día para estrechar manos.


–Tiene razón. Aquí la gente no nos guarda cariño. –Retiró la oferta sin mostrar
ofensa. –Mas se equivocan. Yo, Pedro Nuñez y mis parses no representamos al señor
Marlon, si no al señor Vargas. A él estos sucesos le duelen de verdad. En nuestra
organización nosotros valoramos la cultura colombiana y queremos un pueblo unido.
Este tipo de tragedias son una desgracia para nuestro legado. –Usaba un marcado
acento étnico.

–Siempre pueden entregar a Marlon. –Carlos respondió con sequedad. Si ya sentía


cierta repudia por a quién estaba defendiendo Pedro el hecho de que fuera de esos que
consideraba que por ser colombiano tenías que ser narcotraficante adueñándose de
una cultura que no les pertenecía lo asqueaba más. Esa era la mentira con la que
engañaban a los niños para convertirlos en lacayos.

–Con eso no se arreglaría nada. El señor Marlon también tiene familia y amigos
¿Sabe? Si lo mataran, por justo que eso fuese. Al día siguiente sus seres queridos
querrían venganza, si matasen a otro de la familia de la señorita Paola, pues otra vez
lo mismo. Ese es un ciclo que nunca termina. Por eso el señor Vargas quiere acabar
con esto cuanto antes.

–Que organice la distribución de su merca y le persiga la policía no tiene nada que


ver.

–Pues un tanto sí para que engañarnos. Si ese pirobo acabase en malas manos podría
contar muchas cosas que causarían grandes problemas al señor Vargas.

–Los muertos no hablan.

–Ya, no me sea guise. A los chombos no se les hace eso. Sera un chingado pero es
del equipo. Ya sabe de lo que le hablo parse, usted trabajo para los bolivianos antes de
que los Lupo se los chingaran.

–Mire, a mi Paola no me caía en gracia, pero por su hija siento un gran cariño y la
han dejado sin madre. Creía haberle dejado las cosas claras a ese chombo suyo y en
vez de plantarse se ha pasado de la raya.

–En eso estamos de a cuerdo. El sujeto es pura gonorrea. Por eso estoy yo aquí, para
arreglar las cosas. Ya sabemos lo que usted y su chumb pueden apañar, al igual que
usted sabe como no las gastamos por acá. No vamos a llegar a eso por una sencilla
razón. De primeras el señor Vargas le garantiza que nadie le va a tocar un pelo a
Teressita, ella esta fuera de este asunto. De segunda le asegura que el señor Marlon
tendrá que pagar por esta afrenta, según el juicio de don Vargas claro. Por último le
pedimos que me comunique un precio. No hace falta que sea ahora. –Se apresuró a
decir. –Yo le paso esta tarjeta y ya me llama en un momento mejor y lo hablamos con
tranquilidad. –Entregada la tarjeta se fue. Un pequeño cartoncito con elegantes
dibujos y un único numero de teléfono escrito, ni nombres ni direcciones.
Oscar podía cerrar su negocio tanto como quisiera pero Carlos se debía ceñir a un
horario. Fue al día siguiente cuando le contó a Oscar su breve encuentro tarjeta
presente mientras Teressa se encontraba con Susana.

–¿Esto que significa?

–Los Colombianos están ahora mismo a palos con una banda rival. La policía pude
trincar a Marlon por asesinato. No quieren añadir al revuelto dos runners cabreados.

–Pagar con oro en vez de con sangre para librarse del grano en el culo por el que
podrían perderlo todo.

–Tanto como perderlo todo no. Es un cartél, se necesita más que un par de conflictos
para destruirlo. Pero sí, en líneas generales es eso.

Oscar se lo pensó rascándose la cabeza. –Tragarnos nuestro orgullo de runner a


cambio de la seguridad de mi hija.

–No lo dijo como una amenaza aunque se pueda entender así.

–¿Tú que piensas?

Carlos aspiro con fuerza y soltó suave... –Me pica lo del orgullo. Pero tampoco hay
que ponerse soberbios que un runner no es más que un arma de alquiler. Yo cogería el
dinero, y cuando ese gilipoyas la cagase tan fuerte que perdiese le protección de
Colombia iría a por él. Claro, que no es a mi ex a la que ha matado dejando huérfana
a mi hija.

–Como si no te importase Teressa.

–Ya... Lo que pasa es que Paola si que me importaba un carajo.

–No creas que no se lo que piensas. Que sin ella ya no deberé preocuparme nunca
más por la custodia de Teressa, o que ya no podrá engañarme para volver a estar
juntos.

–También se que no será la última a la que maltrate y mate o que la pasma va a tirar
de ese hilo hasta dar con él. No por Paola, si no por la droga. Es decir que este trato
tiene fecha de caducidad.

–¿Crees que le atraparan?

–¿Te acuerdas de como nos preocupábamos por no dejar huellas? En la casa de Paola
habría muestras para llenar un camión. En cuanto puedan demostrar que estaba allí
cuando sucedió sera coser y cantar. Eso si no han encontrado algo ya en el cadáver.
Oscar cogió la tarjeta y la desplazó entre los dedos. –Lo dejamos pasar entonces,
mejor la seguridad de Teressa que una venganza.

A Carlos también lo tanteo la policía, no mucho, ya se imaginaban el poco aprecio


que había entre ambos. Como con Oscar solo buscaban información adicional.

Nunca llegaron a encerrar e interrogar a Marlon. Murió asaltando una planta química
como parte del esfuerzo bélico contra los Lupo. Suceso que salió en las noticias dado
que el ataque suicida llamó la atención de las fuerzas de seguridad descubriendo que
en la industria en vez de flúor cocinaban slo-mow.

Teressa se volvió más violenta y Oscar debió de tomar medidas, se estaba


convirtiendo en una niña respondona y rebelde. Nadie podía condenarla tras lo
sucedido.
Al rescate

Kylikki estaba a punto de decidirse por una vivienda y trasladarse cuando Carlos la
pidió que se quedara un poco más. Lizelle le había llamado. Quería que fuese a
proteger a Zenobia, preocupada por ella por un intento de asesinato por parte de uno
de un administrativo de alto rango contra su hermana. En teoría el caso estaba
resuelto, el asesino detenido, las causas aclaradas. Emilio había abandonado a su
familia enamorado de Zenobia, creyéndola en su mismo estado, craso error, para ella
solo había sido una aventura, cuando descubrió que solo era uno más en una larga
lista enloqueció y la atacó. Lizelle no terminaba de creerse esa historia en una
estación de investigación con proyectos multimillonarios en marcha, sospechaba de
una traición financiada por una compañía oponente y necesitaba a alguien de
confianza protegiendo a su hermana mientras sus espías hacían limpieza. Lizelle le
consideraba la mejor opción.

Le tocaba hacer de caballero en brillante armadura. Armadura pagada por los


Fonseca, y falta que le hacía. Con muchos motivos para ir y pocos para quedarse
partió en el primer vuelo dejando en la estacada ese buen trabajo de supervisor con
posibilidades de un puesto de un par de años en las nuevas obras del polígono
logístico de Entrenaves.

Solo llevaba dos meses en tierra y ya estaba en el espacio de nuevo. Solo el personal
de vuelo y los comerciales corporativos viajaban tanto. El destino era Pyrene, un
planeta enano en el exterior del sistema famoso por su escarpado relieve congelado,
sus volcanes activos y sus minas de raras piedras preciosas. Uno de los lugares más
seguros del sistema.

En contraposición a ala locura fiestera de su crucero laboral con la universidad ese


fue un viaje tranquilito lleno de gente seria sin demasiadas ganas de confraternizar, la
mayoría de ellos empleados de Debwana, la milenaria compañía minera africana que
explotaba los yacimientos del planeta cuyas conversaciones de barra eran tan pesadas
como sus rocas, Mercado de piedras preciosas, aplicaciones de sus minerales, control
de producción... Llevaban la oficina a cuestas.

Al acercarse al planeta fue al observatorio para verlo desde fuera la menos una vez.
Esa nave, una de pasajeros común similar en forma a ala Koroliov, más corta, chata y
sin talleres exteriores también tenía un pequeño observatorio con tres ventanas
poligonales reforzadas por las que apenas se podían asomar cuatro personas a la vez.
Pyrene era tan negra que de seguro la tuvieron que detectar por infrarojos, una túpida
capa de gases tóxicos la envolvía. A su alrededor pudo divisar tres diminutas perlas
blancas.
El aterrizaje fue un tanto más convulso que sus experiencias anteriores. Al salir
observó que el espaciopuerto era una simple plataforma de hormigón señalizada en
superficie, sin canalizadores magnéticos,de cuyo laterales se alzaban cuatro anclajes
para sujetar la nave una vez aparcada. apoyarse bien en el suelo era una simple
cuestión de habilidad del piloto.

Todo en Pyrene estaba construido a unos cuantos metros del suelo, con muelles
amortiguadores contra terremotos entre los cimientos y las estructuras de piedra. Las
ventanas eran pequeñas y parecían de alabastro por la película de suciedad de ceniza
volcánica mezclada con la nieve. Los techos altos, dado que cualquiera podía saltar
cuatro metros de alto sin esforzarse. En el espacio entre las ventanas y el techo se
encontraban las pantallas publicitarias, tan abundantes como en cualquier otro sitio
solo que con poca diversidad de anunciantes. No parecía un lugar muy poblado,
añadiendo al frescor ambiental la ausencia de compañía. Eso si era un lugar limpio, ni
en el distrito corporativo de su ciudad encontraría tal pulcritud en la calle.

En la aduana lo escanearon a fondo. Los reservados guardias armados como para una
guerra sospecharon de alguien con sus tatuajes, si no se pasaron de bordes era por su
llegada anunciada al servicio de una corporación de prestigio.

En la estación no le esperaba nadie, ni falta que hacía, aún así Lizelle se la disculpó
de antemano. El motivo de tal ausencia de transporte era que en ese planeta no
gustaban de usar vehículos privados, tanta ceniza obligaba a lavarlos y reemplazar
filtros con excesiva regularidad por no hablar de lo caro que era el metro cuadrado
espacio habitable por culpa del abrupto relieve. Sus habitantes preferían el tren.
Espaciopuerto y la estación de trenes estaban conectados por lo que solo tuvo que dar
un paseo y bajar una escaleras en compañía de los drones de limpieza hasta una
taquilla en la que una mujer aburrida se alegró de poder realizar su labor he
informarle de las líneas a usar para llegar al complejo científico de PAL. Si apagasen
las pantallas y hologramas publicitarios el solemne mausoleo de gruesas paredes y
columnas que era la estación se convertiría en un lugar silencioso hasta asustar.

Hizo transbordo en una estación central donde se reencontró con a civilización. Gente
atareada de un lugar para otro, solitarios administrativos en traje gris y grupos de
curritos en mono naranja con cascos amarillos entremezclados en vagones con las
paredes llenas de churretes y ruidosas cafeterías humeantes.
El camino a los laboratorio lo hizo en un corto tren de tres vagones que podría haber
cumplido su función con solo uno. Apenas viajaban con él unas ocho silenciosas
personas ocupadas en las pantallas de sus tabletas. Algunas narices anchas, muchos
labios gruesos y todos morenos, personas de ascendencia africana que habían perdido
la característica oscuridad de piel de sus ancestros tras milenios viviendo bajo cielos
opacos como el de ese planeta. La escasa luz que se filtraba por las nubes dejaba ver
al otro lado de las ventanas un paraje rocoso y sin vida a pesar de la abundante
humedad compuesto por altos picos y rugosas laderas. A las cinco de la tarde, hora a
la que arribó al complejo de PAL, ya era noche cerrada.

El complejo era una pequeña ciudad en si mismo, un pueblo construido en un valle


entre montañas en el que destacaban tres rascacielos en su zona alta y unas
iluminadas parabólicas de telecomunicaciones en contraste contra el cielo en lo alto
de una cima. Como llevaba una hora de adelanto en vez de subir en un taxi rodado se
compró el típico paraguas transparente y una mascará de gas en una tienda de la
estación y fue andando hasta el rascacielos administrativo que era su destino. Los
edificios variaban entre las tres y cinco alturas, todos ellos con tejados inclinados
protegiendo las ventanas de la lluvia y soportales para los peatones, que apenas había.
Se creaba un contraste pintoresco, bajo los soportales la higiene era escrupulosa,
fuera de ellos la mugre gobernaba, y es que tres de cada cuatro veces que llovía era
ceniza volcánica lo que caía. Luego estaba la gente con sus ropajes normales pero con
la cara cubierta por una máscara, casi toda pantalla bordeada por goma con un filtro a
la altura de la barbilla con dos leds iluminándoles la cara a la que hablaban. Incluso
tenían la opción de poner realidad aumentada. Una vez activada el pueblo quedaba
envuelto de una capa de color como si estuviera en pleno festival. Cada tienda era
una fiesta, cada fachada un cuadro, en cada tejado bailaba un anuncio y un asistente
personal llamado Masuri con diferentes opciones gráficas, un tigre homínido
dicharachero de grandes ojos, un pequeño robot tontorrón, una esfera de luz
polimorfa con tendencia al simbolismo o una encantadora azafata de uniforme guiaba
e informaba al usuario de rutas y opciones. Carlos se quedo con la azafata de
espectacular trasero apagándola a los veinte minutos harto de publicidad.

El llegar a la espaciosa recepción del edificio administrativo de Pal, una explanada


con una cuadrada estructura en medio con los ascensores en sus flancos y puertas en
los laterales, el frontal era todo cristal. Le atendió una mulata de dulce tono y ojos
verdes con las rastas atadas en una coleta vestida de azafata con un vistoso logotipo
de PAL en la pechera con su bombre.

–Buenas tardes señor Nuñez ¿Que desea? –Los lectores de la entrada se le habían
adelantado.

–Buenas tardes preciosa Colette. Tengo una cita con la... –No se acordaba de la
ecuación rimbombante que expresaba el cargo de Zen. –Señorita Zenobia.

–No hay registro de que usted tenga esa entrevista programada.


–Me envía su hermana Lizelle Fonseca.

–Sí, eso esta anunciado, incluso tenemos una habitación para usted en el hotel
esperándole. Sin embargo mucho me temo que no tiene ninguna reunión programada.

–¿Podría ponerse en contacto con la señorita Zenobia?

–Tengo orden de no molestarla al menos que sea urgente.

–Soy u guardaespaldas personal y no puedo ir a protegerla, se suele apartar a la


seguridad de de la gente a la que se pretende matar ¿No es así?

–Usted cree... –La recepcionista dudaba ante la burda jugada temiendo la posibilidad
de que fuese cierta.

–Compruebe mis credenciales si no lo ha hecho ya. De ser correcta quiero ver de


inmediato a la señortia Zenobia.

–Deje que me ponga con seguridad.

–Mejor llámela a ella. Si confiaran en la seguridad de este edificio no me habrían


enviado a mi.

–¿Usted es un Bladerunner?

–Algo parecido. Por si no lo sabe los bladerunners se dedican a cazar gente, no a


protegerla.

–Esos tatuajes son de runner.

–De criminal más bien. En mi caso si es por eso.

–Si no es un bladerunner ¿Que tipo de runner es?

–Del tipo que se da cuenta de que le están distrayendo.

–Es para amenizar. Estoy consiguiendo el permiso de la secretaria de la directora. No


tengo acceso directo con la señorita Zenobia.

Colette se dejo de preguntas y termino su conversación. –Suba al ascensor cuatro por


favor.

–Gracias.
Con tanta oscuridad no pudo disfrutar del paisaje. Solo veía empequeñecerse la luz de
la ciudad a sus pies. Antes de terminar el viaje por la fachada acristalada la luz se
hizo bastante pequeña.

Al al salida de esperaban cinco guardias armados con potentes rifles y revestidos con
fuertes corazas. Todos menos uno con una cicatriz en el lateral del cráneo llevaban
cascos. El de la zicatriz, moreno de ojos negros con la cabeza rapada y la boca grande
de complexión robusta y buena estatura se le acercó tendiéndole la mano.

–Teniente Omenuko. Encargado de la guardia de esta sección del edificio.

Carlos el correspondió. –Nuñez, guardaespaldas personal de Zenobia.

–¿Como es que no le hemos visto antes por aquí señor Nuñez?

–Estaba fuera de servicio. Hasta que el reciente suceso levo a la familia a solicitar
mis servicios de nuevo.

–¿Mercenario? –Omenuko le cedió el paso enseñándole el camino a seguir.

–Retirado. –El pasillo tenía el suelo enmoquetado en rojo y las paredes eran de un
color casi dorado, en ellas colgaba cuadros abstractos, una versión onírica de
constelaciones si le obligaran a adivinar. Era tan grande como para albergar sofás
rojos y mesitas blancas entre puerta y puerta de madera. Por el momento se dirigían
al fondo.

–¿Le han hecho una oferta que no ha podido rechazar?

–Algo por el estilo.

–Lamento que hayan tenido que molestarlo.

–No lo lamente, me pagan bien. –Atravesaron una parte acristalada del pasillo, tras
las mamparas un grupo de oficinistas en sus numerosos y bonitos escritorios se
apuraban a terminar sus labores para marcharse cuanto antes a sus hogares.

–Hay algo que no me explico ¿Por qué le enviaron sin una cita?

–Porque la señorita Zenobia se habría negado a recibir asistencia por parte de su


hermana.

–Así que en realidad mi jefa no quiere verle.

–Ya lo sabremos cuando lleguemos.


–Aquí no nos gustan las peleas por el poder de los ejecutivos corporativos, somo una
comunidad tranquila y queremos seguir siéndolo.

–Es tarde para eso. Nadie se cree lo del crimen pasional.

–Sea lo que sea le aseguro que nosotros resolveremos el problema, no hace falta que
se inmiscuya.

–Yo solo cumplo ordenes. –Llegaron a una pequeña recepción, atendida por otra linda
morena, con una gran puerta al lado en un cajón del pasillo donde este se detenía
dividiéndose en dos trayectorias opuestas.

–¿Viene a investigar los laboratorios?

–No. Pero si me encuentra haciéndolo recuerde que estamos en el mismo bando. Si


sigue trabajando para PAL claro.

–Por supuesto. –Omenuko le abrió la puerta sin poder disimular el escozor un


segundo después de que esta emitiese un zumbido. Antes de que esta cerrase Zen ya
lo estaba increpando.

–¿¡Se puede saber que haces aquí!? –Era un despacho enorme, dentro cabría una de
las salas de oficinas acristaladas. Su estructura era la de un semicírculo, con
estanterías de imitación de madera hasta una enorme ventana central con forma de
abanico. A la derecha había unos sofás y sillones con una mesita de café en el medio
y a la izquierda una mesa alta con sillas apropiada para pequeñas reuniones, en medio
un escritorio de cristal en semicírculo de cristal y madera que parecía el panel de
mando de un nave solo que con menos teclados. Sobre el Zenobia mantenía una
colección de trastos desordenados salvo por un espacio libre en el centro. Vestía de
ejecutiva, tanto que podría haberse hecho pasar por Lizelle si no fuera por el mal
genio y la generosa raja de la falda.

–Imagino que ya lo sabes. Me envía Lizelle.

–¿¡Desde cuando es mi superiora!? No me contestes.

Carlos se acercó a la mesa. –Me contó que han intentado asesinarte.

–Un caso de espionaje que resolví por mi cuenta. El cretino se quedo atrapado y
embistió, eso es todo.

–A mi me ha contado una historia de crimen pasional.

–La mentira que deje correr para encubrir la verdad.


–¿Esperabas que eso engañase a tu hermana?

–¡No, pero tampoco imaginé que te enviaría a ti! Supuse que llamaría como la gente
normal.

–¿Tan malo es que haya venido?

–Lo que me fastidia es que no confíe en mi. –Se dejo caer sobre su sillón negro.

–Mira el lado positivo, a lo mejor puedo ayudarte. Aprovecha el dinero gastado. –Se
sentó en una de las simples sillas para los invitados.

–Ya esta resuelto. La mujer trabajaba para la NortropaG, nuestra competencia por los
contratos de defensa sobre implantes bélicos, le usaba para filtrar información. –
hablaba con voz tensa.

–A él ya le tienes ¿Y a ella?

–Él desesperó al verse caer en desgracia cuando la detuvimos. Se enteró por el


sistema de seguridad de su hogar.

–¿Y decidió que la mejor manera de superarlo era pegándote un tiro?

–Digamos que jugué sucio con él. Pensaba que era él el espía, que lo habían
comprado.

–Entonces ya esta.

–En realidad no. Un espía siempre tiene un supervisor. Ese se debió oler la jugada,
supongo que los espías tienen olfato para estas cosas, cuando llegaron las tropas que
debían detenerlo se había marchado. No importa, el gobierno local ya la tiene en
busca y captura, no puede salir de la ciudad, es solo cuestión de tiempo.

–He ayudado a unas cuantas personas perseguidas a escabullirse con éxito. En un


terreno como este tiene que ser incluso más fácil siempre que tengas un buen abrigo.

–Aquí no hay nómadas.

–No hace falta ser nómada para conducir un transporte terrestre.

–Tendría que tener camuflaje adaptativo para no ser detectado por los servicios de
seguridad, las piedras de por aquí valen tanto que en el momento que sales de la
estructura ya tienes una patrullera detrás.

–Salvo los que ya tengan permiso para ello.


–Nadie los tiene salvo... ¿Crees que habrá pagado a uno de Debwana para que la
transporte? No, como uno solo de esos camiones se salga un centímetro de la ruta se
le hecha todo un escuadrón encima.

–A parte de los camiones de transporte quién más tiene permiso.

–Cualquiera tiene permiso, no es que este prohibido, es solo que te investigan. Salvo
los mineros nadie circularía por este desolado paraje, a menos con intenciones nobles.

–Lo diré de otra forma. ¿A quién no le investigarían?

–A os vehículos de Debwana.

–A parte de los de la policía.

–Claro. Debwana solo tiene transportes de personal y mercancías. La policía no se


inmiscuiría en algo así. Esto no es Tania, aquí apenas hay crimen.

–Por la cantidad apropiada siempre se encuentra a alguien. ¿El espía tenía muchos
créditos?

–A saber. De todas formas no tengo influencia como para exigirle a la policía o a


Debwana que me dejen inspeccionar sus rutas.

–Ni sería útil, ambos trucarían sus gps.

–Bien experto. ¿Que se te ocurre?

–Que en una ciudad tan pequeña y con tan poco crimen no puede haber mucha gente
que se dedique a trucar localizadores.

–Al capitán Etienam eso ya se la habrá ocurrido.

–Ya... Como sea como Omenuko me extrañaría que encontrase algo.

–¿Por? Es un hombre eficiente.

–Con cara de militar.

–Seguro que tiene gente agraciada para preguntar de incognito ¿Crees que serían más
receptivos contigo?

–Tengo estos tatuajes y algo de costumbre.

–Tú mismo, diviértete. Pero date prisa, nos iremos en unos días.
–¿Tan pronto? ¿Todo bien?

–Ya me he cansado de esta roca.

–¿Estas asustada?

–¡No! Creo que me las he apañado muy bien durante este año de retiro forzado. He
depurado de inútiles la administración, mejorado la productividad y detenido una
filtración. A pesar de todo mi familia me sigue tratando como a una niña. –le señaló.
–Para eso me vuelvo a Tania. Este sitio es un muermo.

–Es normal estar agobiada después de que te intenten matar.

–No llego a apuntarme, murió en la puerta acribillado por las ametralladoras


automáticas escondidas en el techo cuando saco un arma contra mi secretaria
exigiendo que la abriera.

–Aún así...

–Aún así nada. –Le interrumpió. –¿Recuerdas lo del club de Galeno? Eso fue mucho
peor y seguí adelante. No veo porqué esto debería asustarme.

–Como quieras. De hecho ¿Prefieres que me quede contigo? Sería lo lógico ya que
soy tu guardaespaldas.

–¿Tú que prefieres?

–Prefiero la opción que no te cabree.

–Pues persigue al fugitivo. Así podre volver a casa sin cabos sueltos detrás que luego
Liz me pueda echar en cara. –En un mensaje le directo le envió la ficha policial. Un
hombre con cara de unos cincuenta años, arrugada, nariz bulbosa, labios gruesos,
mirada apacible, pelo blanqueado por la edad hacía atrás. Ezequiel Alaneme, un
agradable sujeto al que le comprarías lo que vendiese. Sin nada sucio en el historial,
un comercial de una empresa de maquinaría industrial dedicada a la minería viviendo
en un apartamento alquilado. Lo único real sería el apartamento. En aduana le habían
detectado pocos implantes, los típicos para engatusar de comercial, incluida una
buena audiovisual, más un filtro antitoxinas y unos pulmones mejorados.
Conveniente y normal.

–¿Hace cuanto que se evadió?

–Cuatro días.
Carlos arrugo la cara. –Lo más probable es que ya no este en la ciudad. ¿Puedes
pasarme el informe policial?

–Lo tendrá Etienam. Le diré que me lo pase y te lo enviare en un mensaje a tu


neuroimplante.

–¿Que ha dicho la espía?

–Que quiere un abogado. Extraoficialmente descubrimos su enlace con NG gracias a


ella, también sabemos en que estaban interesados y cuanto robaron.

–¿Estaban robando algo interesante?

–Es confidencial. –La primeras palabras que dijo con calma en la reunión.

–Imagino que si no tienes prisa por cogerlo es porque o no se llevo nada importante o
ya lo entregó y no tiene solución.

–El proyecto tiene un error clave que hace el producto disfuncional. Lo que robaron
no es útil.

–Una última cosa. No esperaba que te arrojases a mis brazos y me comieras toda la
boca, pero casi parece que te haya molestado mi visita.

Zenobia suspiró mirando a un lado. –No te esperaba. Aparecer por aquí como un
agente de mi hermana me ha molestado. A ella le gusta demasiado manipular.

–Vale. Es complicado. Si te digo la verdad a mi también se me hace raro.

–Mi idea era encontrarnos en Tania e irnos de vacaciones juntos a la playa, pero
acabe liada aquí y pensé en septiembre... Da igual, ya solo quiero dejar esto atrás y
volver a Tania contigo. –Alargo la mano y cogió la de Carlos con cándida suavidad y
la mirada triste. Carlos se la beso y se fue de la oficina.
Caza humana

Pasó por el hotel, el rascacielos del otro lado, para dejar el petate con el que había
cargado todo el rato, unas pocas mudas de ropa, un neceser y las armas ligeras, la
kusarigama y la pistola pesada, las cuales se colocó entre los vaqueros azules el
jersey de cuello alto, la gabardina, botas y guantes oscuros más cálidos que los
pantalones azules y morados con la cazadora de motero del mismo tono fosforescente
que llevaba. Era un lugar bonito con similitudes con su gemelo del que venía, la
moqueta roja en los pasillos, los cuadros abstractos. La entrada era mucho más
animada, mantenía la estructura y el logotipo de PAL en la pared frontal pero a estos
los acompañaban estatuas de metal retorcido de forma sinuosa, sofás para las esperas,
revisteros, ceniceros, alguna máquina expendedora. La habitación era simple, un
pasillo hasta el dormitorio con un cuarto de baño a su lado, bajo la pantalla gigante de
la pared había en una única línea de muebles el armario bajo y un escritorio, al otro
lado estaba la gran cama de matrimonio de sábanas blancas con cuadros marrón,
colores compartidos con la moqueta blanca y la pared de supuesta madera. Un bonito
lugar en el que no podía entretenerse. Volvió sobre sus pasos y cogió otra vez el tren
plantándose en la ciudad a eso de las ocho. Se descargó de la red el mapa regional al
neuroimplante y remarco los talleres. No eran muchos, casi todos dedicados a los
vehículos rodados, conducir por esos parajes agrestes debía de deteriorar bastante la
maquinaria. Quitando los pertenecientes a las corporativas y las aseguradoras
quedaron cuatro.

Cruzó la ciudad en plena nevada de ceniza, con el horizonte limitado y cogiendo


polvo como una mueble viejo, los pies levantaban una humareda al pasar, una
misteriosa ciudad gris con muchas máscaras en sus calles, hizo bien en comprarse la
suya, si no a esas alturas su rostro sería un triste broma.

Los talleres trabajaban a puerta cerrada, la entrada para las personas por un lado y la
de los vehículo al otro. No existía forma de salir de la ciudad al campo, donde no
había un edificio había un muro alto con alambre de espino en su extremo. Solo los
talleres y aparcamientos tenían puertas al exterior.

No disimuló, entró preguntando con el carraspeo y el tono bajo del que propone algo
ilegal a los mecánicos en cuanto los vio, empezando por los mandados sí podía. En
dos le negaron refunfuñando, en uno le echaron de malas maneras, suerte que no
llamaron a la policía, eran gentes muy honradas. En el último en cambio un gordete
de avanzada edad con su mono azul hasta arriba de manchas de grasa le devolvió la
pelota.

–¿Por cuanto?

–Tú eres el mecánico.

–Cinco mil.
Carlos se retorció como si le molestara la ropa. –A un amigo mio se lo dejo más
barato.

–Lo dudo. –El hombre no dejaba de moverse, no tenía tanto trabajo, la conversación
le ponía nervioso. Sus empleados, una par de jóvenes les miraban de soslayo din
dejar de trabajar.

–Entiendo que no me conoce y se me nota que soy de fuera que por ello quiera
sacarse un extra. No me conoce, Vale. Míreme no soy un madero ni le voy a meter en
problemas, no le he hecho daño. No me trate así.

–¿Piensas chuparmela?

–Solo le convenzo, me lo ha puesto bastante caro.

–Es el precio para extranjeros.

–Mire, este es mi colega, seguro que le conoce, el me avala. –El mando la fotografía
del supuesto Ezequiel poniendo atención en su cara. Entrecerró los ojos, pareció
hacer memoria.

–No se quién es.

–Claro que lo sabe. Él me dijo que viniera aquí antes de darse el piro.

–Ni le conozco ni me importa. Cinco mil o nada.

Carlos volvió a remolonear. –El tipo que iba con él también es conocido mio, no tanto
como este, pero ya sabe, el amigo de un amigo es un amigo, o al menos un aliado. Ya
sabe hoy por ti mañana por mi.

–No somos amigos, ni lo vamos a ser nunca. No me gustan los pesados.

–Digamos que lo necesito por algo relacionado con su último viaje. Es un cliente
habitual, no querrá que le pase algo. Necesita que lo ayude al otro lado.

–Vuestros asuntos son cosa vuestra.

–No tengo para pagar eso ¿Se lo podría dejar a deber a nuestro compadre en común?

Se lo pensó. –¿Como me iba a pagar desde prisión? Nah. Aquí no se fía.

–Hombre, si llego a tiempo a prisión no entra.

–¿Sabes que? Yo no hago esas cosas, olvidate y dejame en paz.


–Él no se va a cantar donde le trucaron el auto, ya sabe como es. De todas formas la
mejor manera de que no hable es que no le pillen.

–No, tú solo sabes del otro tipo, el cliente. No eres más que un buscavidas buscando
sacar tajada ¡Largate de aquí antes de que te rompa los morros!

–Vale jefe, no hace falta que se ponga así. –Carlos levantó las manos y se marchó. El
sistema de seguridad era sencillo, cámaras con micro, detectores de movimiento y de
seguro que algún dron espía. La estructura simple, un espacio central para los
vehículos con las herramientas en la pared opuesta a la puertas al exterior, una oficina
en el lateral derecho, al lado de la puerta y en el opuesto los baños y as taquillas. Los
operarios sabían lo que se cocía allí y no parecían contentos. Podía enfocarlo de otras
maneras.

Se fue a saciar el hambre aguda que sentía e un atestado puesto cercano de tallarines
en donde tantos otros obreros de la zona, donde no faltaban talleres industriales y
almacenes, hacían lo mismo. Más sonrientes que los de Tania pero con las mismas
quejas sobre horarios y abusos y las mismas brabuconadas sobre política y deportes.

Saciadas las necesidades se resguardo bajo un soportal apartado a la espera de la


salida de los empleados del taller. Lo hicieron a la par, entre voces por un asunto de
unas herramientas perdidas, con un tercero que se retrasaba, el cual les alcanzó a la
carrera cargando con una bolsa llena de cahcharros, en el primer cruce uno se separó
del resto, el más joven, paso de él dado que sería el menos enterado, siguió a los otros
dos, unas calles más y se volvieron a separar, se quedo con el que parecía más fuerte,
un hombre joven con cara de amargado piercings en una oreja y una ceja y un
peinado rapado con dibujos tribales con un flequillo en forma de yunke.

–Hey amigo. ¿Tienes un momento?

Se paro un momento para observarle con cara de estar mirando a una rata parlante. –
No. ¿que quieres?

–Información, estoy dispuesto a pagar.

–Del jefe, paso. –Volvió a caminar.

Carlos se puso a su lado igualando las zancadas del pasota. –No, tu jefe me la suda.
Del tipo que hablábamos antes, el que mueve gente y merca por los yermos.

–No se nada de eso.

–Te pagare mil créditos. Es lo que ganas en un mes.


–No se de que cloaca has salido, aquí se cobra más.

–Eso dependerá de lo que puedas darme. Si no sabes nada no te llevarás nada, si


sabes algo te ganaras un extra que ese gordo cabrón ya debería haberte dado pero
nunca te dará.

–Sí que es un gordo cabrón. –Miro al inexistente cielo pensándoselo un momento.


–Se lo que mueve y a donde lo lleva, de sus rutas en cambio ni idea, solo entiendo
que usa cuevas naturales que solo él conoce para esconderse cuando pasan los
sensores. Eso vale tres mil.

–¿Conoces a su compañero del último viaje? –Le pasó la foto de Ezequiel.

–Ni idea. Se que se lleva a gente que saben de piedras a buscar yacimientos de
estrangis, quienes sean lo mismo ni él lo sabe.

–¿Donde los deja?

–A partir de aquí hay que pagar.

–Vallamos aun lugar oculto. –El malote sospechó. –¿¡Que!? No pesaras que te
pagaría por transacción para que todo el mundo se entere.

Fueron aun callejón, en cuanto estuvieron lejos de miradas y tapados por el ruido
exterior Carlos le metió un gancho en la boca del estómago y otro en la cara, le
agarró el brazo y se lo retorció en la espalda poniéndole contra la sucia pared.

–Deberías haber aceptado los mil.

–Llamare a la pasma.

–Claro hazlo, sera una charla edificante.

–No te diré nada.

Con la izquierda le cogió el piercing de la ceja y se lo arrancó. Él joven grito y la


sangre empezó a manar, roja y abundante a pesar del tamaño del desgarro. –Ahora
parecerás un tipo duro de verdad. –le metió el sobrante en el bolsillo.

–¡Vale, joder, te lo diré!

–Menos promesas y más cumplir, que no estamos en elecciones ¡Habla!


–Se fueron hace tres días hacía el norte, estarán al volver, antes de dejar el coche en
el aparcamiento de la empresa para en el de Piedrafría, uno privado cerca del
desguace, allí deja a los clientes, la mitad de las cámaras están rotas y se conoce un
camino para salir sin ser grabado.

–¿Y si no quiere volver aquí donde deja al cliente? –Mantuvo la presión en el brazo
para que no se parara a pensar mentiras.

–Creo que en Welkom, en otro garaje privado imagino.

–Creo, imagino. No me valen. ¡Quiero nombres!

–¡No lo se tío!

Le retorció la extremidad al máximo. –Otra bola y te parto el brazo, a ver si tu gordo


cabrón te mantiene en el puesto manco.

–Una vez escuche que decía “aparcamiento El verde” Eso es todo ¡Lo juro!

Carlos se limpió la sangre en la ropa de su presa y la soltó alejándose por si decidía


arremeter. –Ve a limpiarte la carita, se te podría infectar.

–¡Cabrón!

Carlos hizo un amago de ir a por él y salió corriendo atravesando el callejón. Otro


pandillero bien chingón hasta que la situación se torcía en su contra. La astucia de la
escoria.

Ya no tenía sentido allanar el taller. Fue a la estación se montó en el primer tren a


Welkon. Era una contrareloj, una carrera su única ventaja es que campo a través había
tardado unos tres días en recorrer lo que el se desplazaría en una noche.

Busco por internet un garaje privado en esa localidad llamado El verde. No encontró
nada. Empezó mirando moteles, Ezequiel tendría que dormir en alguna parte, luego
recordó que prefería los alquileres, más discretos. Había bastantes, redujo la lista a
los más baratos, no se gastaría un dineral en un lugar de paso que podría tener que
abandonar de improviso. Empezó a llamar casa por casa haciéndose pasar por un
cliente interesado. Se interesó más por los ya ocupados, así hasta que dio con uno que
habían contratado el día anterior. Probó más pero ninguno encajaba. Acabó a las
once, muy cansado, repasando un informe policial con tantos tachones que no le
decía nada nuevo, Etienam tampoco le quería en el ajo.

Se pasó el viaje en vigilia, ese estado entre el sueño y la consciencia en el que no se


duerme y apenas se descansa, por miedo a ser robado. En el vagón solo había cuatro
personas más y no tenían pinta de criminales, aún así no se fiaba.
El tren hizo dos paradas por el camino consiguiendo un total de diecisiete pasajeros
antes de llagar de madrugada a Welkon.

Resoplando por el cansancio fue hasta el edificio en donde se alquilaba el


apartamento contratado la noche anterior cargándose de cafeína y azúcar tan baratas
como asquerosas de un puesto de la estación. Revisando los alrededores antes de
entrar en una construcción de viviendas simples, casas para obreros, baratas y
sencillas, un edificio cuadrado tan soso que no tenía ni negocios en su planta baja,
descubrió que en las cercanías había un garaje. Se paso por el lugar en busca de un
vehículo con las señales de haber hecho un duro viaje. Todos las tenían. Lo
interesante fue que estaba pintado de verde, descolorido por el tiempo, pero verde.

Por lo demás era un barrio tranquilo en donde la gente disfrutaba de sus últimas horas
de descanso antes de irse a trabajar. Forzar la cerradura del portal enrejado con su la
aplicación de su antebrazo mecánico fue un juego de niños. Ascendió hasta la tercera
planta e hizo lo propio con la del apartamento, esta vez pistola silenciada en mano.

Nada más entrar el rastreador le indicó la presencia de una transmisión. A la izquierda


sobre el sofá con manteles de tela gruesa bordada un pequeño dron espía se escondía,
un disparo acabo con el en silencio, cerro la puerta tras de sí y avanzó rápido hasta la
primera esquina en donde cubrirse.

La entrada era un cuarto pequeño con un salón comedor a la izquierda decorado por
una mujer anciana, abundaban las telas, incluso los cuadros eran de bordados. A la
derecha alicatada en azulejo y separada por una barra con taburetes del salón estaba
la cocina con electrodomésticos de hace dos décadas demostrando su fiabilidad. Un
pasillo central conectaba esa parte de la casa con tres habitaciones más cuyas puertas
estaban cerradas, agudizando el oído escuchaba movimientos rápidos en una del
fondo. Agazapado se acercó a la puerta correspondiente y espero con la oreja pegada
a la pared. Ya no se oía nada.

De repente otro rastreador, una ventana que se abría. Carlos abrió la puerta sin
mostrarse por ella. No hubo disparos pero escuchó pasos que intentaban ser discretos
desplazándose hacía el otro lado de la pared en la que él mismo se guarecía. El objeto
detectado por el rastreador salió por la ventana y se difuminó en la distancia hasta
desaparecer, su trayecto fue hacía el comedor por el exterior en sus primeros metros.

Una granada salió por la puerta chocando contra la pared donde terminaba el pasillo y
luego la del lado opuesto antes de caer e el suelo a cuadros. Carlos saltó hacía atrás y
rodó por el suelo, no los suficiente lejos como para salir de su alcance.

El resto estaba protegido por la piel aislante pero las ópticas se les apagaron. Usando
el tacto se escondió tras la barra de la cocina. Tres susurros salieron del pasillo, uno
de ellos impactó contra la pared de la cocina en donde la barra se iniciaba.
disparó a ciegas hacía el pasillo tres disparos asomando el brazo por la esquina.
Luego el silencio.

Las ópticas se le reiniciaron y volvió a percibir su entorno dando gracias a su fortuna


por que el oponente no hubiese aprovechado mejor ese momento de debilidad para
volarle los sesos.

No es que no lo intentase, en el sofá había dos agujeros de bala nuevos.

Asomó una jarra de agua y se paso al otro lado del pasillo, pared presidida por una
estantería con libros diversos acompañada de dos cuadros de flores en punto de cruz.
Ni la jarra ni el recibieron disparos, el pasillo estaba despejado.

Avanzó con el arma por delante. Ahora las puertas de dos habitaciones estaban
abiertas. La más cercana por el alicatado en azulejos blancos parecía ser un cuarto de
baño, la otra es por donde salió la granada y el tirador. Se detuvo hay, podía estar en
cualqueir ade las dos, si entraba en la equivocada lo atacaría por la espalda, en la
certera estaría esperándole apuntando a la entrada. Volvió al salón para abrir una
ventana, lo dejo, al otro lado estaba al dron insecto retransmitiendo en directo.

Con prisas se acercó al televisor y usando los botones manuales la encendió y puso a
todo volumen rematando la faena con un golpe a al antena. Eso le desmarcaría
estando fuera de visión. Su neuroimplante aviso de una infiltración, corrió a asaltar el
cuarto de baño antes de que comenzase el caos en su cabeza.

No hubo disparos, no estaba allí. Carlos se dio la vuelta, no entró a por él, prefirió
esperar a que su truco de hacker lo enloqueciese. Rememoró las clases del año pasado
y se concentró para aguantar el asalto, llegaron los ruidos estridentes y los espejismos
de colores. Con los dientes apretados por el creciente dolor de cabeza fue cortando las
conexiones contaminadas, reiniciando los enlaces neurales conflictivos guarecido en
cuclillas tras la insuficiente figura del lavabo blanco, con la letrina detrás y la ducha a
la izquierda, apuntando a la puerta en espera de la inminente visita de su hábil
contrincante a la que presionaba su mano izquierda contra el implante en el parietal
izquierdo en un fútil acto instintivo.

No entro él si no otra granada PEM boleada con pereza. A pesar de todo los reflejos
de ninja se lucieron y la batearon por donde había venido, no escuchó como golpeo
contra la pared ni su explosión pero si el cuerpo del enemigo cayendo al suelo. Carlos
salió a al carrera encontrándose a su oponente de bruces sobre la moqueta azul, había
intentado esquivarla saltando. Se dio media vuelta para disparar, la bala de Carlos le
destrozó el húmero del brazo armado impidiendo la maniobra.
Gritó de dolor, sea garró el brazo con la otra mano, babeo y se le humedecieron los
ojos. Era su hombre, el tal Ezequiel. Carlos le aplastó contra el suelo impidiéndole la
movilidad con su propio cuerpo, obligándole a mirar hacia abajo antes de que
recordase sus habilidades de hacker.

Su deseo de apagarle el neuroimplante se topó con la traba de llevarlos soldado.


Carlos se guardo ambas armas y saco su soldador del brazo mecánico. Ezequiel se
resistió pero solo le valió para provocar que le quemara el cuero cabelludo. Con el
intensidad al mínimo deshizo los sueldes y apagó el maldito cacharro.

A pesar de todo el dolor el espía seguía resistiéndose, era duro de verdad. Le mantuvo
contra el suelo hasta que aclaró su mente, después lo alzo por las malas golpeándolo
contra las paredes y lo llevó al cuarto de baño, atándolo con la manguera de la ducha
por las muñecas poniéndolo de rodillas sobre el plafón.

–¿Eres un bladerunner? ¿Esos cabrones se dan prisa cuando quieren verdad?

–¿Donde guardas la info?

–Te intentaría comprar pero ambos sabemos cual sería la respuesta. Es una pena
como desperdiciáis vuestra inteligencia.

Le dio un buen sopapo. –La info.

–Si no me hace un torniquete de aquí solo vas a saca un cadáver.

Tenía razón, Carlos espabiló y le hizo uno cutre usando las toallas.

–Los he visto mejores. Ahora que tal desinfectante y un calmante, si me desmallo por
el dolor no podré hablar.

–Me pareces que llevas muy bien lo del dolor y este es un lugar limpito.

–¿Un cuarto de baño? ¿Sabes la de bacterias que acumulan las manecillas del grifo?

–La info, donde la guardas.

–Entre mis huevos, puedes buscarla hay.

Lo levanto y le apretó las pelotas. Ezequiel vio las estrellas, no por placer. –Pues no,
no parece que aquí haya ningún chip.

–¡En la puta cabeza joder! ¿¡Donde si no iba a estar novato!?

Carlos le apretó más, estaba a unos centímetros de reventarle un testículo.


–Subcutáneo en el antebrazo izquierdo.

Carlos reviso el brazo encontrándolo entre el interior y el dorso a un palmo del dedo
gordo. Lo saco con facilidad, un pelo grueso era la cuerda de la trampilla. Se la
guardó en un bolsillo interior.

–Has pensado en meterte a dominatrix, se te daría bien. –Para ser espía le gustaba
hablar.

Carlos llamó a Zenobia informándola de forma rápida y escueta de la situación.

–Zen soy yo Carlos ¡Te necesito despierta ya! –Notaba el entumecimiento propio de
los recien despertados en ella.

–¿Que pasa?

–Tengo a tú espía. –La paso la dirección exacta por mensaje. Esta malherido y
necesita atención médica urgente.

–Envío para allí a mi gente. ¡Joder! Estas a tomar por... ¡No llegaran antes que la
policía!

–Pues ponte en contacto con ellos para que no me disparen nada más verme, ahora
mismo parezco un psícopata.

Ezequiel se percató. –Que dicen tu ama ¿Vivo o muero?

–Necesito que hagas algo antes de que lleguen, tienes que recuperar toda al
información y destruirla.

–Ya tengo el chip pero no se si tendrá más en otra parte además de en su


neuroimplate apagado.

–Cargate las que puedas. ¿Estas bien?

–Sí, solo migrañas. Es un hacker, ve llamando a la caballería va.

Carlos corto la llamada y golpeó con la culata a Ezequiel dejándole inconsciente.


Consultó por internet como quitar la memoria de un neuroimplante encontrando un
vídeo para ignorantes como él. No era una operación médica, solo trastearía con la
maquina, no debía ser complicado para un ingeniero en ciernes.
Siguiendo las instrucciones abrió el aparato descubriendo que seguía activo a pesar
de en teoría haberlo apagado. Debió antes desenchufar la alimentación, luego
procedió a quitar los depósitos de memoria fijos y temporales. Apenas acababa de
sacarlos cuando sonó e timbre de la puerta.

Dejo a su preso tirado y se acercó arma en mano.

–¿Quien es?

–Seguridad de PAL. –respondió una voz femenina.

Demasiado pronto. –¿Que hacen aquí? Observo por la mirilla con la boca del caños
apuntando al exterior contra la puerta. Al otro lado había una mujer bonita de amplia
frente, labios gruesos, tez morena, largas pestañas con el pelo recogido en una coleta
bajo una gorra negra como el resto de su indumentaria casual. Mantenía las manos en
alto sujetando en una su identificación la cual parecía autentica al ojo de un profano
como él.

–Le estaba siguiendo por orden de Etienam.

–Que oportuno.

–¿No pensaría que no le investigaríamos?

–Eso me da igual. Lo que me preocupa es si de verdad es quién dice ser.

–La policía esta al llegar señor, me parece que va a tener que arriesgar.

–Nada de movimientos bruscos. –La abrió la puerta y entró manteniendo la postura.

Carlos cerró en cuanto entró.–¿Sabes de medicina?

–Un poco.

–Pues al cuarto de baño antes de que se muera.

La agente Durand se puso a ello. Carlos al preguntó mientras buscaba más chips por
el baño, en la cisterna, el mocho dela ducha, entre los medicamentos, bajo el lavabo...
–¿Cuanto tardara en llegar la policía?

–Diez minutos.

–¿Solo diez?

–El truco de la televisión alta para camuflar los disparos no ha sido suficiente.
Carlos apagó la televisión para poder oírla tras marcarla y siguió buscando por el
resto de habitaciones recogiendo los casquillos de paso.

–Señor debería marcharse antes de que lleguen para evitarse que lo fichen.

–¿Y usted?

–Tengo jurisdicción privada aquí, todo lo que pueden hacerme es retenerme hasta que
se demuestre que este hombre es un espía.

–¿Si o se demuestra que la pasará?

–Tenemos la información de la agente arrestada.

–Extraoficial.

–Por el momento.

El tiempo pasaba y no encontraba nada más. Zen lo llamó.

–¿Que haces hay todavía? Sal la policía esta al llegar.

–La tía que casi me mata en el antro de Galeno ¿Que armas usaba?

–Dos dagas, y garras retráctiles.

–Nos vemos.

Metió las memorias recolectadas en el microondas y lo activó a máxima potencia


antes de marcharse directo a la estación, si le pillaban que el arrestasen cerca de casa,
manteniéndose despierto a base de cafeína. Cabeceando, con parpados de diez kilos
llego al hotel y se dejo caer sobre la cama. Despertando un breve momento por culpa
del frío que uso para quitarse las botas y meterse dentro del nórdico.

Se levanto tarde y tan hambriento que incluso la comida pasada del buffete libre al
que acudió a poco del cierre le supo a gloria. Ya con el estomago lleno se ducho y
acudió a la convocación de Etienam en el edificio de administración.

El fortachon de Cara larga y grandes orejas con cara de poker le informó de que el
tema estaba resuelto. Ya habían quedado de acuerdo con la amigable policía de que
Ezequiel era un espía y fue detenido por la valiente Durand. Que él había visitado
Welkon por turismo nocturno ya que tenía allí a una favorita que testificaría que pasó
con él toda la noche. Para ayudarle a memorizar lugares y nombres le entregó una
testificación a firmar por si algún funcionario se la pedía. Carlos se lo pagó con
casquillos.
Nueva rutina

No fue hasta al noche que se reunió con Zenobia, por consejo de Etienam, pues se
pasaron el día acordando sucesos con la policía.

Cenaron en un restaurante de lujo de la ciudad próxima, Durban, con la norma de


nohablar de trabajo. Su temática eran los diamantes. Los focos eran reproducciones
cristalinas incrustadas en la pared marrón suave en donde sinuosas lineas doradas
simulaban estratos. Las mesas de los comensales estaban separadas por gruesas
celosías de hilos brillantes. Un pianista tocaba música clásica en una zona elevada.

Al no deber hablar de trabajo no hablaron de Zenobia, ya que por lo visto no había


hecho otra cosa allí, motivo que llevó a Carlos a marcarse un monólogo sobre sus
aventuras espaciales.

En el tren se la pasaron haciéndose manitas y en el cuarto de Zenobia recuperando la


llama.

Ya en el desayuno, abundancia vegetal sobre una encimera de cuarzo rosa en una


cocina mínima en electrodomésticos y máxima en espacio en la planta más alta del
hotel se atrevió a hablar de temas delicados.

–Te noto cambiada Zen.

–¿No era ese lo objetivo de meterme en hielo?

–El objetivo era calmarte no cambiarte.

–No. Era cambiarme. Para que dejase de ser una fulana y convertirme en una
respetable Fonseca.

–Para que no te suicidaras. No para que dejaras de ser quién eres.

–Ya no soy quién era.

–Dímelo tú. Te noto distinta, ni en la cama te has relajado.

–¡Es que este lugar me estresa! ¿Y si en vez de volver a Covadonga nos fuéramos a
otra ciudad? Empezar una vida nueva, sin ataduras, solos tú y yo.

–No puedo, tengo... Familia en Tania.

–¿Familia? Nunca me contástes nada de familia.


–No compartimos sangre. Oscar, tuvo una hija que hace poco se ha quedado huérfana
de madre, soy como su tío.

–Ya... Un momento delicado para marcharte...

–Sí. Además todavía me queda un año de universidad. No lo aprobé todo a la


primera.

–Es verdad, no me acordaba.

Carlos se pensó continuar, optó por ya que se había lanzado nadar un poco. –¿Que es
lo que te molesta de volver? ¿La familia, la fama, los recuerdos?

–Estoy por encima de esas cosas.

–Esta nueva relación no va a funcionar si te sigues escondiendo tras una fachada de


superficialidad. Se que te importa.

Zenobía dejo hacer el plátano sobre el plato y tragó con esfuerzo. –Todo eso serán
estorbos, lo se. Quiero empezar de nuevo.

–Te entiendo, de veras, yo ya hice eso una vez. Es fácil cuando no tienes nada que te
retenga, pero tú lo tienes Zen, no puedes darle la espalda a tu familia.

–Podría pedirle a padre que me asignara un nuevo lugar de trabajo, como aquí. No
podría objeciones a eso.

–Yo no podría hasta al menos un año, para sacarme la carrera. Tampoco me gusta la
idea de dejar de ver a mis amigos y familiares. Por otra parte Lizelle tenía razón,
cuando termine debo buscarme un empleo de mi carrera si no quiero que se quede en
un adorno para el curriculum.

–¿Lizelle dijo eso? Siempre se adelanta a los acontecimientos. Pues en Covadonga no


vas a encontrar gran cosa como ingeniero, los buenos puestos están en los
laboratorios de investigación y en el espacio. –Volvió a la comida con cierto
despecho.

–Lo se. A los de investigación no llego, necesitaría un doctorado y experiencia que


me avalase. Me va a tocar vivir entre las estrellas.

–Por lo que debo buscar un sitio donde podamos trabajar los dos.

–¿De veras? ¿Te vas a meter en una nave llena de herrumbre oxidada por mi?

–No hace falta llegar a eso, pero si me veo obligada lo haré.


–¿Que paso con lo de yo no valgo para ser pobre?

–Nunca lo he intentado.

–Yo no quiero que vivas mal por mi culpa.

–¿Mejor nos separamos?

–No he dicho eso ¿No ves como estas tensa?

–Me iré a vivir a tu casa.

–Nada me gustaría más que tener una esclava sexual tan bonita. –Zenobia le arrojó al
cascara de plátano a la cara con una sonrisa maliciosa. –Sin embargo me pila de
sorpresa ¿De donde sale esa repentina decisión?

–Será como un entrenamiento. Pasaré de tener de todo y criados para cada cosa a
apañármelas por mi misma. Por otro lado probaremos como nos va con lo de convivir
en pareja.

–¿Tu familia va a aceptar eso? No quiero soldados rondando por mi casa ni espías
oteando desde el edificio de enfrente.

–Cierto, adiós al sexo en el jardín, o no...

–Zen, centrate.

–Lo sé, da igual, quiero hacerlo. Quiero intentarlo y que funcione, no se que pasará,
si saldrá bien o acabare gritando como loca. Lo que sí tengo claro es que esto no me
gusta y lo de antes... Lo de antes era divertido pero vacío. ¿No quieres intentarlo tú?

Carlos se acordó de Caludia y se retiró sin darse cuenta. Zen se preocupó al sentirse
rechazada. –Lo intente una vez y acabo fatal. No tiene porqué ser igual, es lógico,
perdona si me da un poco de... repelus.

–¿Que paso?

–Creía que iba bien y un día me traiciono.

–Por otro. En mi caso eso se acabó, seremos solos tú y yo.

–No fue por otro, fue por una cuestión de... Me traicionó como pareja, como
compañeros, me cambio por un negocio mejor, más rentable.

–Si mi padre me da a elegir entre tú o mi asignación te elegiré a ti.


Eso habría que verlo. Pensó.

Se fueron del planeta con prisas empujados por la impaciencia de Zenobia que dejó
todo en manos del subdirector sin pararse a facilitar el traspaso de poderes. Los
únicos capaces de detenerlos fueron los agentes aduaneros con sus interminables
pesquisas y exhaustivos escáneres en busca de piedras preciosas escondidas.

El viaje de vuelta fue como volver de una luna de miel, Zenobia se relajó una vez
abandonado el planeta. Carlos no la preguntó sospechando que evadiría la pregunta
otra vez. Su estancia en Pyrene era un gran secreto.

A Carlos despegues y aterrizajes ya no le asustaban, a Zenobia le eran del todo


indiferentes. La única anecdota sucedió en el puerto cuando Teressa llamó Lizelle a
Zenobia con toda la amistosa costumbre de creerla su amiga. Carlos se separo de su
pareja, a la que fue a recogerla una limusina familiar, con la sensación de que
aclararle la confusión a la niña había sido un mero trámite comparado con lo que
luego sería aclararlo con Zenobia. O al propio Oscar.

–A ver muchacho... –Oscar se rascaba la sien.

–Lo se.

–¿Lo sabes seguro? A mi me parece que no.

–Se ha rehabilitado.

–No me digas más, ahora es una ciudadana ejemplar.

–No lo se, desde luego la noto cambiada.

–¿Te acuerdas lo que me decías a mi al inicio del verano?

–Razón no te falta, es solo que...

–Que e vuelven loco las corpos.

–Me a prometido que esta vez no habrá problemas.

–Esperemos que sea verdad teniendo en cuenta los antecedentes. Lo mismo la


siguiente no la cuentas.

–Deberíamos hacernos un seguro de vida.

–Bromea mientras puedas. Ya de paso termina el chiste y haz el testamento.


–¿Que quieres que te diga?

–Lo que te digo yo es que hay muñecas a las que la puedes elegir el aspecto y
comportamiento que quieras y te salen más baratas.

–Si fueran tan baratas tú tendrías dos.

–A la mínima que te de problemas me llamas, Como yo te llamo a ti. ¿Lo captas?

–Vale capitán.

–Ni capitán ni leches, espabila.

Al tener el piso ya apalabrado Kylikki se traslado enseguida a su nuevo hogar ante la


noticia de la llegada de su novia en un educado gesto de comprensión formal. La
mudanza fue un trajín que terminó antes de la llegada de Zenobia con le doble de
objetos. En el armario no cabía más moda.

Fue después de la primera sesión de sexo cuando le preguntó tirada asu lado en la
cama. –¿Así que Lizelle he?

–Empezamos a salir por Teressa

–¿Como? –Por el acento le resultaba insólito.

–La pregunte a Liz por lugares bonitos a donde llevar una niña y se apuntó ella sola.
Una costumbre familiar muy arraigada en las Westwood. –dijo con tono de broma.

–¿Quieres que me vaya?

–Ya sabes que no, era una broma.

–A mi no me ha hecho gracia.

–¿Quieres que hablemos de Liz?

–No. –Hizo una pausa. –Sí ¿Estas conforme o la prefieres a ella?

–¿Sabes que ella me preguntó algo parecido cuando empezamos a salir?

–¿Y que?

–Competís entre vosotras.

–¡No es cierto! ¡No me cambies de tema! ¿A cual prefieres?


–A la que me ame de verdad ¿Me quieres de verdad o solo vuelvo a ser un juguete?

–Te lo dije, voy en serio.

–¿Crees que me habría ido hasta el espacio exterior a buscarte si no me importaras?

–Te envió Liz.

–Podía haber enviado un ejército entero. Me envió a mi porque sabía que para mi es
personal. Que no me pondrían comprar o que lo dejaría cansado o asustado.

–Como cuando fuistes a rescatarme.

–¿Que más tengo que hacer Zen?

–Nada. –Lo beso.

Su luna de miel duró hasta después de navidad. Hubo algunos estragos como el
peligro de Zenobia en la cocina que requirió del uso de un extintor. El resto del
tiempo implicó mucho sexo y salidas cada fin de semana por los locales de
universitarios donde Zenobia era una hermosa desconocida para la mayoría. También
ocupó el papel de amiga de Teressa, al ser Zenobia más animada encajó mejor en la
etapa rebelde que cruzaba la niña convirtiéndose en su compañera de trastadas.

Un día hablando de implantes de forma casual, Carlos había pensado en ponerse uno
de aislamiento térmico y de pulmones mejorados con reserva de oxígeno como
resultado de sus experiencias durante su viaje en la Koroliov surgió una conversación
peculiar.

–Deberías valorar más tu cuerpo, es único.

–Sí, pero no puede defenderse de ciertas cosas.

–No todo son ventajas, acuérdate de cuando te apagaron las ópticas con una PEM, tu
mismo te lamentastes de no haberte dejado un ojo orgánico.

–No es lo mismo.

–Aunque no lo sea, sigues teniendo un cuerpo único y original. Es triste que no lo


valores.

–Solo quiero estar a la altura de los problemas que me aguardan.

–Tendrías que hacerte una copia de seguridad mental, así no te preocuparía tanto.
–Quizás dentro de unos siglos...

–Sabes, a mi no me gusta mi cuerpo.

–Compraremos un espejo nuevo.

Sonrió. –Lo digo en serio. Mi cuerpo es solo un producto, algo que alguien fabricó
para mi por orden de mi familia. Antes de que naciera me transformaron, veintidós
genes contra el cáncer, cuatro para la densidad osea, no se cuantos para el sistema
inmunitario ¡Que no se nos olvide la inmortalidad! Los de aspecto también, por
supuesto. Que tenga los ojos azules, que nunca engorde, buenos pechos, un culo
respingón, las piernas largas y los pies pequeños. Tengo más de muñeca que de
humana.

–Gracias a eso tu vida es más sana, mejor.

–Ya, pero no soy auténtica. No soy lo que debería haber sido, soy lo que han hecho de
mi.

–Lo que importa es la mente. El cuerpo es una herramienta.

–El cuerpo y la mente están enlazados, no puedes cambiar uno sin afectar al otro.

–¿Entonces como tú y tu hermana sois tan distintas de personalidad?

–Porque nos diferenciamos a propósito. Aún así no somos tan diferentes como nos
gustaría.

–¿Crees que si me pongo más implantes cambiare?

–Estoy segura de ello. No como para convertirte en otro de repente, pero algo
cambiaras.

–No tiene que ser para mal. Con unos pulmones mejorados podría aguantar mucho
más en la cama. –Lo hizo sonar como una proposición indecente.

–Cambiante también el pene, es lo que antes afloja.

–Es que ya no sería mi pene. Sería un dildo.

–Bingo.
Por culpa de esa conversación no se operó hasta la navidad y medio con permiso de
Zen, ya que si no se sentía hasta mal consigo mismo. Sería mejor que las hermanas
Fonseca no le hicieran la publicidad a su empresa de implantes. Para más inri le dijo
que le había cambiado el tacto de la piel tras la operación. Como colofón de la broma
ella misma actualizó su copia de seguridad de identidad, que por lo visto llevaba unos
años retrasando, un proceso que requería al destrucción y reconstrucción de su
cerebro.

A pesar de algún dolor de cabeza y lapsus tontos de memoria por parte de una y
alguna tos y tacto raro por la del otro tuvieron unas bonitas navidades ya que Zenobia
se las apañó para pasarla con ellos en casa de Oscar llegando a aceptarla, un poco.
Convencer a los amigos

La alegría acabó de forma abrupta el dos de enero. Mason había muerto en un asalto
de los Lupo contra los colombianos. A su incineración acudieron algunos amigos de
él a parte de Carlos y McKenzie, con el cual había realizado un reportaje sobre las
guerras de bandas en el otoño del año anterior.

Un asalto como otro cualquiera en una guerra que se repetía cada unos cuantos años.
Una bala bien apuntada en un momento de descuido de la victima. Una vida más para
la caldera.

Mc y Carlos se tomaron unas copas en honor a su amigo fallecido en un pub cercano.


El periodista le contó que la guerra se había recrudecido durante el otoño cuando los
Lupo cambiaron de políticas tras asumir algunas perdidas graves. Él sospechaba que
incluso habían cambiado de líder. La nueva dirección se dedicó a guarecer sus
puestos, a camuflarlos, escondiéndolos usando métodos tradicionales impropios de
ellos, hasta entonces preferían comprar a la policía y actuar con impunidad. Una vez
cambiada al estructura pasaron a la ofensiva con una agresividad inusitada. Eso y la
expansión de Entrevías que estaba obligando a transplantar muchas granjas estaba
poniendo en peligro a los colombianos que no encontraban aliados entre los otros
cartéles por sus conflictos anteriores. Lo que entre otras cosas llevo el frente hasta la
cabeza de Mason en la ofensiva de los Lupo que no daban tregua por navidad.

Una semana más tarde una firma de abogados le hizo entrega de la herencia de su
amigo, agradeciéndole que le ayudara a no caer en la mendicidad. Esa noche lloró en
brazos de Zenobia.

El mismo escribiría su testamento sin comentarle a nadie más que a los abogados
contratados, dejando, salvo objetos simbólicos para otras personas y las motos, la
KTM para Oscar y la Duca-zuki para Zenobia, todo a Teressa. “Eres como una hija
para mi. No quiero que te falte de nada. Gracias por ser nuestra esperanza.”

En febrero, ya repuesto del susto Monique se apareció en su puerta, Igual de alta pero
con más carne y firme en su paso, triste de ánimo, con la cabeza gacha. –¿Puedo
quedarme una temporada? –La invitó a pasar y a tomarse algo en el Salón. Le pillo
estudiando, tiempo que Zenobia se pasaba en el gimnasio haciendo yoga.

–¿Que te ha pasado Monique?

–Lo siento pero aún no tengo tu dinero.

–No te he preguntado por eso.

–Me he quedado sin trabajo. Por lo visto ya no soy exótica.


–Menuda chorrada.

–Me hice terapia génica para soportar la gravedad al terminar la temporada de


verano, en otoño. Como ves me ha cambiado un poco. En invierno volví a hacer de
elfa pero no les ha gustado y me han despedido. Llevo desde navidad sin trabajo y
antes de quedarme sin nada he pensado en ir buscando refugio.

–¿No puedes trabajar para otra empresa?

–Ya tienen a sus modelos contratadas para esta temporada, me he quedado fuera hasta
el verano. A menos que acepte trabajar para una compañía de moda rápida, que pagan
una miseria y me alejaría de la alta costura.

–Eso no lo he entendido. Resumiendo estas sin blanca y sin trabajo.

–Sí. –Se cubrió con la larga melena lacia teñida de rubio. –Me gaste todo en doctores
para poder levantarme del suelo y ahora solo me queda lo de navidad, que se me ira
en dos alquileres.

–Se de una casa donde hay espacio para una persona. Es de un viejo cascarrabias
amigo mio que tiene una hija pequeña. Si le ayudases con las labores del hogar y
algún recado te lo dejaría barato.

–¿No me puedo quedar contigo?

–No. –Ese fue un “no” tajante femenino proveniente de las escaleras. –Menos mal
que no soy una novia celosa ¿Tienes alguna amiga fea Carlos?

–Te presento a Monique, la chica que me ayudó en Zaratustra. En compensación la


ayude a venir a Tania.

Monique la alargó la mano. –Mucho gusto.

Zenobia se la recogió acariciándola al separarlas. –Modelo por lo que veo.

–Se intenta.

–¿Para quién trabajas?

–Ahora mismo para nadie.

–Mal momento para quedarse fuera.

–¿Alguno es bueno?
–No.

–No seas mala Zen, tú sabes un motón de moda.

–También se de avispadas.

–No sabía que Carlos ahora tuviese novia, si no no habría venido.

–¿Que tiene de malo quedarse con Oscar?

–¿Oscar?

–El amigo del que te hablaba.

–No lo sé, no le conozco. Prefería a Carlos porque tengo confianza con él.

–¿Como cuanta?

–Zen. Que dijistes sobre los celos.

–No es por celos.

–Creo que sera mejor que me vaya.

–¿Como te ayudó Carlos? Esa parte no la he escuchado todavía.

–Zen no es tan malo como parece.

–Le debo dinero, pero se lo voy a devolver todo.

–Sin blanca y desempleada. Permíteme dudarlo. Ve a casa de Oscar y vuelva mañana


por la mañana. Te conseguiré un trabajo, pero solo para que le devuelvas lo que le
debes a mi pareja, recuerda, con intereses.

Monique se fue asustada. Carlos intentaba esconder la risa. –Pero mira que eres mala.

–Alguien tenía que ponerla freno.

Unas llamadas y Monique acabó en casa de Oscar, al que no le hizo mucha gracia la
inquilina sorpresa pero lo pasó por alto al ser temporal.

Zenobia administro el asunto al margen de Carlos, poniendo a la modelo en una


pasarela en menos de una semana. Como una de sus mejores clientas, y de las más
agresivas, no pudieron negárselo. A partir de entonces Monique fue reduciendo su
deuda un poco cada mes.
Lo bueno de aquel remedio no tuvo nada que ver con el dinero. Si no con la verdad
relatada a modo de mensaje.

“Ayer Oscar llego fatal a casa. Medespertó a las cinco de la mañana dando golpes
porque se tropezaba con todo, creí que estaban robando. Se encontraba Sudado y
agresivo, apestando a whiskey y pólvora. Me dio tanto miedo que me aparte a un lado
pensando que me daría una paliza si le molestaba. Suerte que cayó rendido en su
cama.

Ya he visto esto antes, no los dejábamos entrar en el burdel. He hablado con Teressa y
no es la primera vez que pasa, por lo visto antes todos los fines de semana eran así.
Una niña no debería pasar por esto.”

Carlos el pidió un día a solas a Zen tras invitar a Oscar a su casa para hablar sobre un
plan académico que le habría propuesto su novia para Teressa.

Una vez en la casa le sugirió hace un poco de lucha libre por los viejos tiempos. Para
probar trucos nuevos aprendidos de una neuro.

Mientras se tanteaban Carlos saco el tema.

–¿Que tal el sábado?

–No sali ¿Por?

–Me dijeron que si lo hicistes.

–Nah, solo me quede hasta tarde probando unas nueva remesa de armas que me han
llegado.

–Creía que sin estrenar valían más.

–Es mejor que pruebe alguna para comprobar que tal son. No quiero vender basura.

–¿El control de calidad hay que hacerlo borracho?

–Ya estamos. ¿para eso me has enviado a la putilla? Para que me espíe.

–Tu hija es tan buena que se lo calla. Fin de semana tras fin de semana. Que gran
ejemplo de conducta. Luego nos preguntamos porqué estará tan agresiva.

–Ella no se entera.

–A otro con esa trola.


–No bebo tanto como para ponerla en peligro. Un hombre tiene que desahogarse.

–Lo entiendo. Hasta me parecería bien. Si mantuvieras el control.

–Tengo el control.

–Vale, veámoslo.

Carlos saco una botella de buen whiskey que tenia escondida junto a un baso y sirvió
una copa que puso a un lado. Luego volvió al centro.

–Hay esta ¿Lo hueles? Es del bueno.

Oscar lo miro y se llevó una patada en las costillas, nada de tanteo, con todas las
ganas.

–¿¡Que coño te pasa!?

–A partir de ahora voy en serio, si te distraes, recibes.

–Entonces yo también iré en serio.

–Venga carcamal, a ver que puedes hacer.

–Vas a lamentarlo mocoso.

Se empezaron a zurrar de lo lindo, cual luchadores en una arena ilegal, solo faltaban
las apuestas. Carlos era más rápido y flexible, Oscar más alto, grande y fuerte, pero se
distraía y cada vez que lo hacía Carlos lo aprovechaba, no dejaba de hostigarle,
procurando mantener la bebida a la vista del grandullón. Cuando ya lo tenía a medio
doblar le hizo una llave y lo controló en un descuido.

–Viejo, yo diría que te estoy ganando.

–Es por la edad. No todos somos unos pijitos inmortales, con tus años habría
machacaba dos como tú antes del almuerzo.

–Sí sí, muchas mentiras estoy escuchando hoy. Ambos sabemos porqué te he ganado
¿No te apetece un trago? Debes de tener sed.

–Cabrón.

–Mirala, tan cerquita y a la vez tan lejos.

–Deja de bacilar y suéltame para que te haga tragar tus palabras en la siguiente ronda.
–Claro, en un momento. Solo quiero saber porqué bebes tanto.

–Porque me da la gana.

–Una mierda. A ti te agobia algo. ¿Es por Paola? ¿Por como la cagamos?

–No, la cagó ella por irse con ese cobarde asqueroso.

–¿De veras? Yo no puedo evitar preguntarme que habría pasado si nos hubiéramos
limitado a meterle una bala entre las cejas o si no hubiéramos hecho nada ¿Tu no te lo
preguntas?

–Todos los maltratadores acaban matando a su pareja a menos que esta les deje antes.
Quizás no fuese una buena idea, pero lo intentamos, es más de lo que hicieron el
resto.

–Buena respuesta. Vale ¿Es por qué no encuentras mamá para Teressa?

–Se me da como le culo ligar, sí, no me voy a poner a llorar por algo así ¿Quieres
dejar de hacer de psicologo? Se te da como el ojete. Prefiero que me pegues joder.

–Eres un mal padre. Piensas eso. Apenas puedes estar con tu niña, duermes en la
mañana curras hasta la noche. Ella te necesita y tú no estas.

–Me estas tocando las pelotas un motón hoy Carlos.

–Todo el que se vicia lo hace por algo ¿Que es Oscar? –Le soltó a la que preguntaba.
Oscar se levantó con un cabreo real y recobró la postura. Ahora si iba en serio.

Por muchas ganas que tuviera su cuerpo ya estaba magullado y cansado. Los golpes
iban con fuerza y a dañar, pocas veces alcanzaban su ágil objetivo que no dejaba de
zurrarle y solo necesitaba medio segundo de distracción para encajarle un golpe.
Manchas rojas aparecieron en la carne y el suelo, no suficientes para pararlos. Los
dos hombres sudados seguían dándose guerra.

–¿Que temes Oscar? ¿Tanto te duelen unas palabritas? No se supone que eres un
hombre maduro y fornido.

–Más maduro que tú desde luego.

–¿Por eso tienes que perder el sentido en el fondo de un baso? ¿Es tu forma de
demostrar tu madurez?

–Bebo porque me da la gana enano.


–Al menos ya has reconocido que bebes.

Oscar le borró la sonrisa de un mamporro. –Ni que fuera un secreto.

–Que bebes demasiado.

–Tú hablas demasiado, todo el mundo tiene un defecto o dos.

–Pongamos de segundo aterrorizar a tu hija, despertarla cada noche a base de tropezar


con muebles, gritarla si sale a mirar ¿Cuanto hasta otro accidente?

–Nunca la haría daño.

–No de forma consciente. Pero cuando llegas a las tantas de la madrugada después de
muchos cargadores gastados sin sentido no controlas una mierda.

Oscar embistió, Carlos aprovecho su propia carga y lo hizo empotrarse contra el


suelo, en seguida se le tiro encima y lo inmovilizó con una llave. –Dime ¿A quién
disparas con tantas ganas?

–¡A ti gilipoyas!

–¿¡A quién!? –Le gritó. Oscar no contesto. –No hace falta que me lo digas, lo se, a ti
mismo. –Lo liberó de nuevo.

Oscar se levantó con pereza, pesando trescientos kilos más, jadeando como una
fuelle. Carlos cogió la botella y derramó la mitad por el suelo antes de dejarla en su
sitio y retomar la postura.

–Eres un cabrón cruel.

–Los dos perdimos el alma ¿No es así?

–Yo la perdí en las trincheras ¿Que coño te hicieron a ti?

–Un niño bueno en un mal barrio.

–No, lo tuyo fue peor.

–Te la enseño si me la enseñas.

–No tengo anda que enseñarte.

–Tercera ronda campeón.


Oscar habría envestido de buena gana si le quedasen fuerzas para ello. Intento pasar a
la defensiva para cansar a Carlos, este no cayó, se esperó al igual que él, solo que no
a que se cansara, si no a que el alcohol en el suelo, trampa para los sentidos de Oscar
hiciese efecto.

No funcionó tan bien como esperaba el retador, pero si lo suficiente para darle
ventaja. Después de un rato de lenta espera la pelea se decidió en pocos segundos.
Oscar volvió a queda atrapado en una presa de Carlos, abrazados esta vez.

–Una vez me dijistes que tenía una buena vida, que no tenía sentido que la
desperdiciase ¿Por qué ahora haces eso con la tuya? Tienes una hija preciosa que te
quiere, una buena casa, un negocio rentable a tu gusto, solo te falta la parienta y eso
ha ti no te hace perder el sueño ¿Que coño es tan malo?

–Solo es alcohol, necesito desfogarme.

–No. Estas tirado en el sofá con una cerveza en una mano la polla en la otra viendo
series de mierda que te importan un carajo ¿No era así?

–Atiendo mi negocio, pago mis facturas, me da ami que no.

–¿Sabes que es lo que más me llamó la atención de esa frase? Que ya lo conocía. Así
es, no era la primera vez para mi. Mi infancia fue una mierda. Un padre desaparecido,
una madre loca a la que le importaba lo justito para no dejarme morir y muchas,
muchas palizas. Era la típica piñata escolar. Me pasaba todo el tiempo que podía en el
mundo virtual, siendo alguien distinto, mejor, alguien a quién no le jodían cuatro
veces al día. Era una mierda.

Oscar no respondió.

–Un buen día me revelé. Decidí devolvérselas al mudo y vaya que si lo hice. No tenía
reparos en cargarme a nadie. Mate, viole, robe y vendí chapa y carne a personas sin
alma. Muy divertido, en realidad solo cambie las neuros por adrenalina. Un golpe de
suerte me saco vivo de todo aquello, debería haber muerto, pero no, no tocaba.

–El pequeño Carlos un punketa. Ya decía yo que con esas pintas no podías haber
salido de un buen sitio.

–No. De un buen sitio no. Tampoco era el peor macarra del barrio, solo recorría a
buen ritmo la carretera al infierno. Así que sí Oscar, se lo que se siente. Te toca.

–Teressa se merece algo mejor.

–¿Ya?
–¿Que más quieres?

–Una explicación joder, yo me he secado la legua con mis mierdas.

–No estoy con ella, la ves más tú que yo. No la estoy educando bien, no se ni como
tratarla. Ahora se a quedado sin madre y tampoco se como consolarla. Casi me la
cargo una vez, por eso perdí mi familia ¡Joder! Para una vez que tengo algo bueno me
lo cargo.

Carlos le dio una palmada en su afeitada calva. –Mira que eres imbecil. Mi padre no
se paso ni un día conmigo. Cuando desaparecí a mi madre le daba igual, le preocupó
más que provocara un incendio en la casa que lo que me pudiese haber pasado. –Le
soltó. –Si de veras quieres a tu hija, se un padre para ella, haz lo que puedas, solo
hazlo con ganas, y deja la puta bebida.

Carlos le dejo a solas con la botella. Se fue a duchar. Cuando volvió a recoger el
estropicio mientras el que se duchaba era Oscar el baso y la botella seguían intactos
en su sitio.

Los reportes de Monique mejoraron. Estaba más malhumorado que de costumbre


pero no volvía a llegar en ese estado a casa. Las pocas veces que lo hizo tocó
gimnasio, un lenguaje que él entendía con el que saciaba su culpa, sacarse el veneno a
palos. Eso les llevó a un segundo plan de acción, cuando sucedía alguna anomalía en
la rutina de Oscar Teressa, Monique o Susana llamaban a Carlos y él se ponía en
contacto con el recaído. Al principio se enfadaba bastante, con el tiempo, a la par que
disminuían sus cogorzas, se acostumbró.
El objetivo.

El fin de curso llegó y Carlos con mucho esfuerzo y apoyo aprobó. Todos esos meses
de ansiedad devorando bastos libros sin adrezo dieron su fruto y le otorgaron si
diploma de ingeniero. Como Oscar ya no tenía mustang ni él yamakawa olvidaron la
apuesta y se limitaron a celbrar una fiesta en casa de Carlos preparada por Zenobia.

Como cabría esperar la universidad se había olvidado para entonces de los acuerdos
realizados y al reclamar mostraron la indiferencia de una ignorancia mal disimulada.
Carlos se reunió con McKenzie. El escándalo de la Sepúlveda estaba desfasado como
para serle útil, el de Gutierrez no tenía fecha de caducidad, usaron ese.

McKenzie no era estúpido, sabía que podía ganar más con un chantaje que con un
artículo. Antes de publicarlo trato con la familia del criminal y estos decidieron pagar.
Las llamadas circularon, de forma tardía a Carlos le concedió la universidad todo lo
acordado y más. Se despidieron en malos términos, algo que a esas alturas ya no valía
nada, tenía su inmerecida matrícula de honor, la cual le abriría muchas puertas en el
mercado laboral.

Para celebrar el fin de carrera Zenobia le invitó a unas vacaciones en la playa. No era
acorde a su plan de acostumbrarse a la supuesta pobreza, Carlos estaba lejos de ser
pobre y aún así habría tenido que ahorrar años, incluso con los ingresos de cuando era
de runner, para poder pagarse unas vacaciones como esas. Ni que decir que un mes
eran las vacaciones de un año entero del currito promedio. Tampoco estaba loco
¿Quién diría que no a una playa?

Se les volvieron a pegar las sábanas de lino, a jugar con las olas, a pasarse la siesta
bajo la sombrilla, a nadar contra la marea, a secarse en la tumbona bebiendo mojitos,
a caminar juntos por la orilla en el atardecer, a cenar pescado frito en los puestos del
puerto deportivo y a follar como bestias salvajes antes de acostarse. Para ser la
segunda vez que estaba en el paraíso no había perdido ni pizca de su encanto.

Con una Zenobia que no jugaba con otros hombres era mucho mejor, disfrutaban de
los espectáculos juntos, en pareja. La única reserva era la falta del baile que tanto la
gustaba a ella, por lo demás disfrutaron de espectáculos musicales, danzas del fuego,
malabaristas, cómicos en los coloridos pubs de la costa, Carreras en motos acuáticas,
parapente tirado por lancha y una mañana submarinismo en el mar.

A la vuelta eran dos morenitos a los que solo el sexo salvó de la depresión por el final
de la alegre experiencia. Zenobia se había convertido en una mujer recatada pero no
había perdido nada de su pasión, más bien al contrario, la cual Carlos satisfacía con
gusto.
En agosto fueron preparando sus opciones laborales. Zenobia insistía en la idea de
irse a trabajar juntos lejos de esa ciudad maldita. A Carlos no le agradaba la idea de
irse y alejarse de sus seres queridos, tampoco es que pudiera negarse, era ingeniero y
tendría que ir allí donde se le necesitase.

Mientras tanto apuraban las mañanas sin madrugar, las tardes con Teressa y las
noches de discoteca universitaria.

Se encontraban en la barra de una de moda cuando Carlos detectó una distorsión en la


sala, táctica que se usaba para encubrir drones espía haciéndolos pasar desapercibidos
por debajo de los filtros que anulaban la alarma ante las emisiones normales de las
numerosas frecuencias comunes y constantes.

La discoteca era un lugar espacioso que abusaba de los hologramas para presumir de
estilo. El gran espacio circundante donde se encontraba la pista de baile parecía
encontrarse bajo una nave espacial pirata llamada la Malvina que les bombardeaba
con rayos de luz. El efecto lo conseguía con un tehcho en forma de panza
bombardero, con paredes acristaladas en un sexto, no se construía más alto en La
Franja, y cubriendo las columnas con hologramas de bellezas desnudas danzantes y
otros efectos visuales que las hacían imperceptibles. En un rombo central que
emulaba una trinchera se encontraban las escaleras de acceso, en un lateral centrol del
rombo, la cabina del Dj, en el opuesto y la barra en donde tomaban sus cubatas, los
laterales. Era gracioso que de la cabina del Dj también saliesen rayos de luz como si
contraatacara a los ingleses y las nubes de vapor emulando incendios.

En el momento en que Carlos notó el dron Carlos se encontraba hablando con unos
amigos de la facultad sobre sus planes de futuro mientras Zenobia y las chicas
bailaban a su aire a unos pocos metros. Carlos buscó el bicho en la proximidad
imaginando que había detectado a otro fracasado pervertido intentando drogar a una
chica. o una espabilada oportunista intentando enredar a un pijo ingenuo. Lo que
encontró gracias a las ópticas, no sin esfuerzo, fue a una diminuta araña robótica
descendiendo del techo por su fino hilo como una auténtica ninja. Se hizo el distraido
y la atrapó en el aire en cuanto se puso a la altura, iba directa al cúmulo de bebidas
donde ellos se abrevaban.

La inspecciono junto a sus amigos con curiosidad. Era toda una obra maestra de la
robótica, diminuta, ágil y flexible con un abdomen repleto de veneno. Demasiado
pequeña para gozar de mas de unos minutos de autonomía. Llamó a Zenobia y se la
mostró, sospechando que el objetivo fuese ella, la niña con más capital de la sala.
También se la enseñó al barman aclarándole que algo tan caro no se usaba para
conseguir un polvo de media noche. Por lo que valía ese bicho se podía pasar todo un
fin de semana en un burdel de los buenos. Los seguritas empezaron a moverse.
Metieron a la criatura en una botella vacía y se fueron todos. Carlos llevó a Zen a la
mansión familiar donde les recibió Lizelle a la que ya habían avisado de su visita y la
causa.

No habían llegado a atravesar el pórtico cuando el mayordomo ya abría la puerta con


un gesto de indignación molesta en su rostro tieso. Dentro Lizelle se acercaba con
paso firme, haciendo sonar sus tacones, vestida con un traje blanco rugoso como una
botella de plástico aplastada muy ceñido hasta casi las rodillas con el que parecía
imposible moverse y la melena dorada al viento.

–¿Puedo verla?

Carlos le entregó la botella que aún guardaba ese rescoldo de licor que siempre se
niega a abandonar el envase. Ella se la elevó y se la acercó al rostro para poder verla.
En ese momento inmóvil, agotada.

–¿Que lleva dentro?

–¿Como quieres que lo sepamos? –La trinó Zenobia, enfadada por haber vuelto al
hogar familiar. Ella hubiera preferido ir a la casa de Carlos en vez de refugiarse con la
familia a la menor señal de peligro. Vestía un traje enredado al cuerpo en tiras
sinuosas de colores fosforescentes en degradada tonalidad entre el violeta y el verde.

–¿Os importa si lo levo a analizar?

–Al revés, cuanto mejor sepamos que contiene mejor. –Lizelle le entregó la botella al
mayordomo que se marcho con paso firme y destino seguro.

–¿A pasado algo por lo que deba preocuparme?

–¿Que te han intentado envenenar quizás?

–No tiene porqué haber ido contra mi, había muchos más vasos en esa barra. Me
refiero a si ha pasado algo hace poco para que alguno de nuestros infinitos enemigos
realice esta intentona.

–¿No destapástes hace medio año una intriga de NG?

–Tardía llegaría esa venganza. Desembucha.

–Podría ser cualquier cosa, desde nuestra tía hasta los progresos en Pyrene.

–Carlos es de confianza ¡Deja de ser tan circunspecta!

–Han encontrado el modo de hacerlo funcionar a parte de otras aplicaciones.


–Ahora el proyecto vale algo y lo quieren robar.

–Tú conoces los códigos de acceso. Podría ser eso, sin embargo es solo una
especulación sin base. ¿Te quedaras?

–Preguntale a Carlos, por o visto ahora el decide por mi.

–Este lugar es más seguro que casa.

–Gracias Carlos. Puedes habernos librado de un montón de problemas. Tú habitación


esta disponible hermana. Tenemos también habitaciones de invitados si quieres
quedarte a pasar la noche Carlos.

–El señor Nuñez se quedará en mi cuarto a menos que prefiera que volvamos juntos a
su casa.

–Yo no soy el que ha colocado esa araña.

–No eres, el macho que decide por mi.

–¿Donde prefieres pasar la noche?

–Como si no lo supieras.

–¡Ni hablar! Tú te quedas aquí hasta que sepamos que significa esto. –La remarcó
Lizelle.

–¿¡De repente tengo seis años!? ¿¡Que os habéis creído!?

Carlos se quedo en el cuarto de Zenobia, un regreso al pasado de sórdidas noches de


casino y hotel de su pareja, la cual arrampló rauda como un tornado con algunos
objetos y anotaciones directos a la papelera que quedó desterrada de la habitación, al
lado de la puerta, una muda insolencia más y habría volado por la ventana. Zenobia
no estaba de buen humor para el sexo en la hogar paterno incluso siendo una manera
excelente de enfadar a su padre, por lo que se durmió pronto dejando sobre Carlos un
único brazo, poco para ser una muestra de cariño, suficiente para despertarla si él iba
investigar los secretos desechados. Carlos se pasó un rato revisando su propia casa
tumbado en la gran cama con sábanas de seda usando el control remoto de los drones
de defensa que dejo activos toda al noche, buscando amenazas con el armamento
punto.

Antes de que terminara la inspección, al otro lado de la puerta una persona no tan
sigilosa se paraba a escuchar, cogía la papelera y se marchaba. Que historias tan
interesantes debían de poder contarse los criados de esa mansión.
La habitación de su amante era un cúmulo de caros muebles de imitación a madera
estilo Versalles bien conjuntados por una decoradora detallista repletos de recuerdos
diversos sin cohesión ninguna, premios de hípica, fichas de casino, piezas de arte,
libros de economía, pintalabios olvidados y otros objetos personales sin personalidad.
No había ni una solo fotografía con su familia ni de su madre, nada de supervivientes
muñecas preferidas o dibujos o una colección infantil, un recuerdo de un viaje
divertido o de los amigos del colegio. Lo que contrastaba con su casa en donde el
nuevo tocador, su territorio personal, había visto su espejo rodearse de fotografías y
las conchas recogidas en la playa se mezclaban con los botes del maquillaje.

A la mañana siguiente fueron despertados temprano por el servicio para que


acudieran al desayuno. La casa tenía su horario. En el se encontraron a Lizelle, la
cual ya tenía los resultados del químico de la raña. Una sustancia cuyo nombre era un
trabalenguas enrevesado dedicada a provocar un shock anafiláctico, algo que podría
llevar incluso a la muerte.

–¿Para eso no tendrían que saber a que es alérgica Zenobia? –preguntó Carlos
alérgico a la soja. Con tanta contaminación todo el mundo era alérgico a algo.

–No es necesario, lo que hace es simularlo no provocarlo, es pasajero y la dosis no es


mortal.

–¿Que sentido tiene eso? Daría al alarma, nos pone sobre aviso sin causar más daño
que un susto.

–Una distracción, una trampa para llevaros a tomar una conducta específica como
correr a la clínica de confianza ¿Quién sabe? –dijo con tranquilidad mientras se
tomaba el café. La mesa del comedor, una sala grande con ventanales largos mirando
al jardín interior, una chimenea en el lado opuesto, un piano en una esquina y una
estatua de un cuerpo humano abstracto en la opuesta, estaba repleta de manjares,
sobre todo fruta. Para beber tenían café, leche y zumo de naranja, todo real, nada de
sintéticos o néctares. Una dieta que el no conoció hasta que Zenobia se encargó de la
compra que en esa superaba la abundancia. –También tenemos esto. –Lizelle les paso
al neuroimplante una grabación audiovisual en donde se veía a un par de sujetos, un
flaco y un bigardo, bien cubiertos por tatuajes y prendas, comportarse de forma
sospechosa y salir corriendo en el momento en que Carlos atrapó al ponzoñoso dron.
Runners. –¿Que te parece?

Carlos no necesito pensárselo mucho. –Un secuestro. El shock sería para hacernos
salir del la discoteca donde hay demasiada gente para realizar un trabajo limpio,
luego nos asaltarían por el camino. Al fracasar el dron abortaron la operación.

–Las imágenes tridimensionales nos enseñan que la araña iba a tu copa Carlos, no
solo pretendían sacaros, si no dejarte fuera de combate.
–Así llevarse a Zen sería un juego de niños.

–Como si no me fuera a resistir... ¿Padre ya esta al corriente?

–Padre nos ha ordenado anular todas las citas y quedarnos en casa mientras nuestros
agentes investigan el asunto.

–¡Fantástico!

–Hay algo raro. Un runner sabe que solo tiene una oportunidad de hacer el trabajo.
Aunque el dron hubiese fallado lo normal sería que nos hubieran atacado en el
trayecto a la mansión.

–¿Eso significa que podemos volver a casa?

–¿No crees que ataquen de nuevo?

–Los mismos runners no. Respecto a poder volver a casa hay no me meto.

–Ni falta que hace nos vamos a casa.

–No seas repelente. Ya estas en casa. ¿Tanto nos odias?

–Ya soy mayorcita como para que me de ordenes mi papá.

–También como para comprender que quién haya pagado a esos runners lo intentará
de nuevo y que esta mansión es más segura.

–No les ha pagado, fallaron el trabajo.

–Más razón para quedarse.

–¿Tú que vas ha hacer? –le preguntó Zenobia a Carlos.

–Los drones me informan de que nadie a entrado en la casa, añun así no me quedare a
gusto hasta que no lo compruebe en persona. Tedré que llamar aOscar para que se
busque otra niñera.

–Y de paso investigar por tu cuenta.

–Preguntare a un par de amigos por las últimas noticias.

–Como si Liz te hubiera pasado ese vídeo por otro motivo.


Todo cierto, no habían entrado en la casa, Carlos se relajó al comprobar que todo
estaba en orden y ese vídeo lo vio Oscar, Jiho, Kyliki, McKenzie, el cuervo y hasta el
detective Kuznetsov. Tan bien protegidos y con tan mala calidad nadie pudo
identificarlos, por el momento nadie sabía nada de un contrato contra Zenobia o PAL.
Jiho se puso a indagar en la red, Kyl preguntó a sus amigos y McKenzie saltó como
una piraña al olor de la sangre.

Una vez enviados los mensajes y hablado con el cuervo en su local Carlos se decntó
por buscar donde podá comprar un dron araña venenosa de alta gama. Empezó por
los rusos. Junto a los Tong eras los únicos que se le ocurrían que construyesen piezas
artesanales como esa.

Un viaje a un pasado duro y cruel de matones y prostitutas con la calma rota por la
droga, basura en cada esquina y enemigos en cada sombra.

Salia de la segunda tienda cunado un grupo de fortachones vestidos de casuales


obreros se le arrojaron encima al unísono. Un par de golpes rápidos impactaron en
alguno sin mayor resultado que empujarlos un poco. Diversas manos fuertes le
agarraron de los brazos, un aviso de invasión saltó en su neuroimplante. Carlos
ordenó borrar la memoria en el lapso de tiempo anterior al caos. Una cuerda apareció
por la espalda y se entrelazo en su cuello, Fina como el hilo de una araña, apretó al
rededor intentando estrangularlo con una fuerza tal que sus implantes del cuello
rechinaban. Salto la reserva de oxígeno de los pulmones. Delante de él pudo ver a un
sujeto flaco que podría ser el de la discoteca mirándole con los ojos entrecerrados a la
que urgaba en su implante. EL caos llego, los sonidos, las alucinaciones, el dolor de
cabeza.

Carlos se centró en el curso. El curso Carlos, centrate. No puedes tú solo, estas


jodido. Envió la KTM por control remoto a casa de Oscar y cortó la conexión, si no
apagó el implante era porque aún no se borraba la memoria, como todo el mundo
había acumulado datos hasta el absurdo y en ese momento de necesidad tardaba en
cumplir la máquina.

Lo arrastraron a una furgoneta. No pudo verla bien pero por los colores era la de una
ambulancia, solo que sus ocupantes no era paramédicos si no runners, llevaban
tatuajes de plata y eran demasiado profesionales para ser pandilleros. En los pocos
rostros que vio había seriedad, esfuerzo, control, nada de la salvaje locura de los
punketas.

Cerraron la puerta en el aire, con prisas. Un golpe rápido para secuestrar e interrogar
al perro guardián de una directiva de PAL. Le tocaba sesión de agujero y silla
La pusieron de cara contra la camilla, sin dejar de presionar, Uno le sujetaba los
brazos por delante, otro le mantenía el cuello apretado con su cuerda asesina de
antebrazo y una rodilla en la espalda, delgada y con poco peso, era una mujer, a las
runners les encantaban esas malditas cuerdas.

Un taladro sonó. No era el suyo. Alguien perforaba la coraza subcutánea a la altura


del glúteo. Un sitio pintoresco para hacer un agujero, un poco más de dolor para su
atribulada cabeza repleta de espectros digitales, no se iban a reservar nada para el
interrogatorio. Luego llegó el pinchazo en el culo y con él la calma.
Apartado

El sol se filtraba entre las finas cortinas mecidas por un suave viento levantino. Era
una mañana cálida, la cama era mullida y las sábanas se deslizaban suaves sobre su
piel. Olía a madera nueva y mar cristalino, la brisa le hacía cosquillas en la espalda al
descubierto despertándole con la suavidad de una amante. Era tan perfecto que ni las
gaviotas se atrevían a graznar, aunque al mirar por la ventana con los ojos
entrecerrados adaptándose a la luz las pudiese ver planeando sobre el azul océano.

Se levanto tranquilo, observando el bungalow de madera y mimbre, idéntico al que


fueran en sus vacaciones. Una cama grande, una armarito para la ropa con su espejo
de pie al lado, haciendo la esquina, encima un televisor para darle murmullo a la
noche. A la derecha y a la izquierda había ventanas, una cara mirando al mar y otra a
la tupida selva aún oscura.

Salio al salón sin preocuparse por su desnudez, a su izquierda estaba la puerta


principal, por el otro, atravesando el salón donde no faltaban los cojines de escasa
espuma y las gruesas telas, todos de colores clareados por el sol, sobre los muebles de
mimbre, estaba puerta trasera al mar donde llamaba Isabella con sus rayos
acariciando la puerta, perezosa en su ascenso matutino.

En una cesta sobre la mesa baja de mimbre con tabla de cristal se encontraba un alijo
de frutas de las que dio cuenta. Tenía hambre, primero un plátano, luego una
mandarina que fue pelándose de camino a la puerta con su propia ventana y cortina.
Pocos eran los espacios en la pared que no tuvieran una ventana, de estar todas
abiertas sería poco más que una jaula para pájaros gigantes. ¿Por qué iba a ser de otra
forma? Fuera era un lugar de ensueño, un porche de dos metros con su mecedora a un
lado, aperos de labranza al otro y Buganvillas rosas en maceteros colgando por redes
del tejado, una simple vaya y una escalera aún más simple era lo que le separaba de
un paraíso de playas interminables, un mar sereno y un bosque de palmeras y
helechos susurrantes bajo la transparente rejilla del domo. Dejó las cascaras en el
poyete y descendió sintiendo las lisas piedras del sendero que llevaba la playa bajo
sus pies, a ambos margenes no había nada salvo ese recóndito mundo salvaje en
calma, casi virgen.

Al darse la vuelta en busca de la civilización solo encontró su bungalow. Era una


sencilla construcción de una planta de techos a dos aguas en forma de “T”. El tallo
para el salón, el lado izquierdo para el dormitorio y el derecho para el baño, con una
protuberancia en la unión donde escondía la pequeña cocina. Los dos últimos eran la
única parte donde las paredes tocaban el suelo, el resto estaba alzado sobre columnas
de madera cual palafito, no muy altas.

En su frontal esmaltados cuadros de colores con plantas y animales se unían a la


fiesta de las plantas colgantes. Debajo una línea de Lantanas saludaban alegres con
sus vivas flores entre el amarillo y el rojo.
Había algo nuevo, en la esquina entre el salón y el dormitorio, completando el
cuadrado, había un huerto delineado con piedras en el que sobresalían las varas
tutoras para las verdes plantas. Patatas, zanahorias, tomateras, ajos y cebollas,
lechugas, más otras hortalizas que en ese momento no distinguía crecían con una sana
tonalidad verde.

No había nada más, ningún otro bungalow en lo que serían cuatro kilómetros de costa
ni nada que asomase tras las altas palmeras de la selva.

Descaminó lo andado hasta la otra entrada. En ese lado el camino de piedras planas
seguía atravesando la espesura un tanto sinuoso iluminado por farolas de suelo negras
de un metro de altura rociando su por las ranuras de sus cabezales chatos en donde la
plaquita solar esperaba el día para recuperar lo gastado. Al lado de la puerta un buzón
viejo y una bicicleta de montaña en buen estado con un cesto frontal y maletero
posterior, marginado en una esquina un feo cubo de basura de plástico que podría
estar más sucio y más limpio.

Antes de dedicarse a explorar revisó el contenido del contenedor. Vacío, con una gran
bolsa negra bien colocada a estrenar. Entró de nuevo, llamando al timbre al pasar, el
cual zumbó sin ganas, tenía electricidad. Dentro, al lado de la puerta, bajo un
colgador para los abrigos colocado por cuestión de decoración había otro para las
llaves. Encontró tres llaveros, uno, por el cabezal, para una caja de contadores,
fusibles o algo por el estilo, otro con un alegre Tucán de madera con dos llaves, la de
la casa y el buzón, el del medio de una sola lave mediana con mango negro de
plástico no sabía para que podía ser.

Inspecciono el baño, de lujo. Alicatado con azulejos pintados, bañó, lavabo, bidé y
bañera como para dos personas. Toallas suaves y esponjosas a estrenar al igual que el
jabón y los dos cepillos de dientes manuales aún en sus fundas de plástico
transparente.

En la cocina todo estaba en su sitio, bien ordenado. A pesar de su reducido tamaño


sobre la única linea de encimera no faltaba su maceta con unos pequeños
pensamientos, una gallo de barro esmaltado contenía las espátulas espumaderas y
demás, los cuchillos pendían de un imán lineal de la pared y un especiero de forja
colgado contenía los botes con pimienta, orégano, pimentón, laurel y otros aliños. En
el frigorífico había alimentos para una semana incluidas cervezas, refrescos y una
bolsa de hielo que de seguro compaginarían con lo que encontraría en el mueble bar
al lado de la puerta a la playa. Tenía una sola ventana y una puerta propia que daba al
tendedero, cuatro postes y dos cables, con una lavadora junto a herramientas de
limpieza antiguas y viejas escondidas en una caseta pegada a la pared.
De vuelta a la habitación encendió la televisión en frente del sofá y los sillones
alrededor de la mesita con la fruta para que le informase del día en que se encontraba
mientras se vestía con las simple prendas de estilo isleño que encontró. Un bañador
largo con estampado de flores y una camisa blanca con un velero sobre el horizonte
del mar. Encontró unas gafas de sol que se llevo consigo.

No se esperaba que la televisión sintonizase nada dado que le informaría de su


localización o fecha pero lo hizo. Las noticias eran las de su ciudad y la fecha de tan
solo un día después de su rapto. Claro que era algo que se podría haber grabado.
Probó con otros canales pero solo encontró música y una reserva decente de películas
y series bidimensionales antiguas. En una estantería baja del salón también había una
colección de clásicos de la literatura.

Preparó una bolsa con unos sandwiches y un par de bebidas y tras calzarse unas
sandalias de correas de su talla, al igual que la ropa, cerró la casa llevándose las
llaves de la misma más la misteriosa y se puso a pedalear.

Conocer el funcionamiento de un mecanismo no implica saber usarlo, como pudieron


atestiguar las pobres plantas del camino que sufrieron la torpeza de Carlos. Decidió
bajarse de la bici hasta llegar aun claro sin obstáculos mientras se ponía en el cuarto
de baño una gasa en la rasgada rodilla ensangrentada. En el segundo intento superó
los viente metros del primero alcanzando el final del sendero de piedras que daba
lugar a un rustico camino de tierra en donde intentó de nuevo dominar el cacharro.

Fue entonces cuando la escuchó reírse. No podría olvidar esa voz por mucho que
quisiera.

–No me imagine que fueras tan mal ciclista, pensé que siendo un motero tendrías
mejor equilibrio.

–Solo necesito algo de tiempo y una explanada. –Se bajo de la bicicleta y miro
alrededor de esta.

–En el lateral derecho, cerca de la rueda trasera.

Lo vio pero debió agacharse apra ver como funcionaba. Extendió el palo de metal y
dejo que el artilugio se sostuviera. –Un tanto precario. –juzgó. –Gracias.

–También Pensaba que nunca oiría esas palabras salir de tu boca de nuevo. Muchas
equivocaciones...

Con la maquina de tropiezos estática se acerco a su interlocutora. Claudia vestía un


pareo translucido sobre un bikini rosado con flores amarilla y una pamela grande de
paja con un lazo rosa. Intentaba sonreír pero en sus ojos se vislumbraba la tristeza.
–¿Víctima o culpable?
–Culpable me temo. –Agacho la cabeza por un momento, luego forzó la sonrisa.
Llevaba el pelo recogido en un moño y parecía unos pocos años más joven. Tal y
como la recordaba de cuando eran pareja.

–¿Es una venganza?

–¿Por? ¿De que debería vengarme?

–Del tiro del hombro.

–Lo superé hace tiempo, de hecho fue eso lo que estimulo mi memoria. Lo había
tenido delante todo el tiempo y ni me había dado cuenta, o puede que sí, mi
subsconsciente al menos, que mal de su parte no avisarme.

–¿A que te refieres?

–A ti ¿A que va a ser? Tu cara sera distinta, pero los ojos son los mismos.

–Son artificiales, cualquier médico te los pone por unos cuantos créditos.

–No. Yo se que fuístes tú. Eso lo explica todo.

–¿Que explica?

–El que me salvo bajo las sucias escaleras que daban al patio central de los violadores
de mierda de mi clase. Te llevástes a los tres canallas y los vendistes como los
animales que eran, a mi solo me dejástes dormida para que no llamara a la policía.

–No se de que me estas hablando ¿Has tomado algo?

Rio, una sola risa en contraste con las lágrimas que iniciaban el recorrido sobre sus
mejillas. –No hace falta que mientas. No revelare tu secreto, nuestro secreto.

–¿Que es lo que quieres?

–Cambiarlo todo. Me equivoque, ahora lo veo. No tenía ningún sentido aceptar al


oferta de Katya, juntos podríamos haber conquistado todo. Nos habríamos defendido
espalda contra espalda contra este mundo hundido en la miseria que disfruta tanto de
su mezquindad. –Miró hacia el suelo. –Lo eche a perder todo, fui cobarde y estúpida,
pensé que podría ganar a Katya en su juego pero ella me paso por encima y me quito
lo que era más importante solo por despecho. Lo que tú soportastes cada vez que te
veías con ella yo no pude aguantarlo ni una sola tarde.

–Creo que se te está hiendo un poco de las manos.


–No. Lo he arreglado. Falta poco, muy poco. Ya lo veras, lo he arreglado para los dos.
Sera como antes pero sin canallas acosándonos.

–No entiendo a que te refieres.

–Tampoco hace falta. Yo lo estropee y yo lo arreglare. Te demostrare que ahora estoy


a la altura.

–¿A la altura de que Claudia?

–De ti. Ya lo veras. –Se pixelo un segundo y luego no estaba allí.

Carlos se fue a sentar en el sillín con las manos en la cabeza, olvidándose de que solo
lo sostenía un simple palo que resultó ser más capaz de lo que parecía. Ya no
necesitaba explorar. Sabía que no existía salida de aquel lugar. Insertó el comando de
despertar en su mente varias veces, ninguna funcionó. Volvió empujando la bici hasta
la casa castigándose por no haber hecho nunca el curso ese de netrunning.

Se pasó el falso día tumbado sobre al arena, preguntándose si mientras disfrutaba del
agradable viento, las susurrantes olas y el cálido sol un carcelero le estaría petando el
ano. Prisionero en una matriz digital de donde su mente no podía escapar sin saber lo
suyo de programación, como cuando encerraban a los corpos criminales. ¿De cuanto
sería su condena? ¿Cual sería el objetivo de Caludia? ¿Desde cuando estaba tan loca?

Si prisas el día siguiente lo dedicó a aprender a montar el bicicleta en la orilla, tardó


una mañana en superar los básicos, se paso el día entero pedaleando, dando la vuelta
a la isla sin encontrar más compañía que los pájaros. Sin compañeros de celda. Eso si
había un club de buceo con todo el equipo en excelentes condiciones. La noche la
paso viendo la televisión, en el mundo exterior todo seguía igual de roto y
agonizante.

Al segundo día investigó el interior de la isla, descubrió algunas cosas. Que la llave
negra era para un cable grueso con el que anclar la bicicleta a algo con el fin de evitar
que se la robasen. Quizás hubiera graciosos monos de manos largas en la isla. Que
existía un puesto de caza en una loma central en la que había arcos de fibra de vidrio
y flechas. En un panel informativo en el le enumeraba la fauna local, casi todo aves,
siendo el depredador más grande el leopardo. Hizo el estúpido tutorial y mato un
Casuario. En un extremo montañoso de la isla se podía practicar escalada, al final del
recorrido había una tirolina y un ala delta para un descenso rápido y divertido. Al
menos no le faltarían actividades al aire libre.
Al tercer día nado hasta el horizonte a ver que pasaba, el clima cambiaba, se
enfurecía, y una poderosa corriente le empujaba hasta al orilla. La marea suave o
fuerte siempre le llevaría de vuelta a la isla. Lo típico de cualquier neurojuego, sin
embargo esa era su esperanza, encontrar un error a explotar para hacer colapsar el
sistema.

Como antiguo experto en tal materia sabía donde encontrarlo. En las partes que en
teoría nunca visitaría el usuario, las esquinas aburridas del mapa. Los días siguientes
se dedico a buscar el error. Encontró arboles y helechos levitantes, azulados agujeros
al vacío digital cerrados por muros invisibles y a una preciosa ave con un ataque
epiléptico por culpa de una traicionera rama en su camino que al matarla no paso
nada.

Probo los típicos comandos de ayuda o para trucar el juego, el único que funcionó fue
el de desatascar que lo transportaba en un parpadeo a su cama en el bungalow.

A la quinta mañana fue a desayunar en el porche como veía siendo su rutina. Al salir
vio a Claudia sentada en la playa, contemplando el amanecer, se sentó a su lado y la
ofreció una mandarina.

–No gracias.

–¿Por qué me retienes aquí?

–Deberías disfrutar más este lugar. –dijo cerrando los ojos y dejando que el sol la
calentase.

–Tengo cosas que hacer en la realidad.

–¿Quieres volver con tu muñeca patentada?

–Es un poco tarde para los celos ¿No crees?

–Te pasas el tiempo buscando una puerta de salida. No existe. Podrías hacer
submarinismo, escalada, o cazar. Esa parte no me gustaba pero la deje ya que a ti te
va lo de disparar, por si te aburrías del resto.

–Tengo amigos, gente que lo mismo me hecha de menos.

–¿Y yo? Yo también te he echado de menos ¿No crees que me va tocando un poco a
mi?

–¿A costa de mi libertad?

–Te liberare, no ahora, se paciente.


–¿Cuando? ¿Que es eso que tienes que hacer por lo que estoy esperando?

–Tú me distes un trabajo, un hogar, un futuro. Te voy a dar otro yo, uno para los dos.
Donde seremos felices.

Carlos suspiró y contuvo su lengua. –Lo has pasado mal desde que nos separamos.
Quieres volver a cuando las cosas funcionaban. Nadie puede viajar al pasado Claudia.

–¡Ya se que no! Solo dame tiempo. Haré que sea igual.

–¿Como? Claudia ¿Encerrándome en una capsula en tu armario?

–Estas bien, tu cuerpo esta bien. Me he asegurado.

–Me reconfortaría más si me contases de que va todo esto en vez de exigirme calma
cunado podría estar bañándome en mis propias heces.

–Ya te he dicho que estas bien. Limpio, aseado, alimentado. No te falta de nada.

–Salvo la libertad.

–¡Que pesado eres a veces! –Se levantó. –¿Sabes lo cansada que estoy? Pronto haré
veinticuatro horas sin dormir y aún así me he conectado para ver que tal estas.

–No tendrías que hacerlo si no me mantuvieras encerrado. La gente que te quiere no


te retiene.

–¡No me queda más remedio! Es complicado ¿Vale?

–Podrías intentar explicármelo.

–¡Lo haré! Hoy no, estoy muy cansada.

Se desvaneció.

Tardo tres días más en volver, cuando Carlos estaba probando el editor de daños y
dolor, sentado sobre una roca, clavándose una flecha a si mismo. Su regeneración era
propia de una criatura mágica y el dolor no era si no una fracción del que debería. De
seguro podría examinarse sus propias entrañas con la templanza apropiada.

–De todas las cosas que puedes hacer ¿Tenías que hacer eso?

–Puede que este empezando a enloquecer.


Claudia se acuclillo a su lado. –Hay sitios muy bonitos en esta isla ¿Has probado a
escalar o bucear?

–No, puede que el próximo mes. Me lo tomo con calma, parece que va para largo.

–Será tan largo como tu lo hagas.

–¿Hay un objetivo? ¿Si consigo tres estrellas doradas aparecerá una puerta de la
nada?

–No... Solo si vuelves a quererme.

–¿De veras crees que tenerme aquí metido en absoluta soledad hará que te ame?

–No... He tardado más de lo que imagine. A partir de ahora pasaremos el tiempo


juntos.

–¿En que has tardado?

–En borrar el rastro que otros podrían seguir hasta ti.

–Eso es como decirme que no espere ser rescatado.

–No necesitas ningún rescate. Esto no debería haber sido una prisión si no nuestras
vacaciones de ensueño.

–Que va, me lo estoy pasando genial. Estaba pensado en tirarme por el acantilado de
la zona de escalada. Ya sabes, meditando sobre cuanto dolor sentiría si eso no era
suficiente para obligar al sistema a despertarme.

–En el momento en que acumulas cierta cantidad de estrés nervioso en sistema te


reinicia en tu punto de reaparición. Si el suicidio fuese una vía de escape los presos
no durarían ni un mes en la cárcel.

–Recuerda que estas celdas son para ricos, a los pobres los arrojan a agujeros de
hormigón con barrotes, y los ricos valoran mucho sus vidas. –le dijo cual caricatura
animada.

Claudia le puso ambas manos sobre las sienes. –Anda para de hacer esto. Vamos a
casa te preparare algo rico.
Carlos la siguió con la cara de orangután, pensando en clavarla una flecha en el
corazón. Era imposible matar a nadie en una matriz digital, solo era un sueño
inducido, si los humanos pudiesen morir en sueños nadie sobreviviría a su primera
pesadilla. Lo peor era que si ella falleciese por un milagroso desastre él podría
fenecer de deshidratación en una camilla dentro de un zulo olvidado una semana más
tarde porque no había nadie para reponer el suero intravenoso. Dependía de ella.

Por indicación de la carcelera se baño antes de sentarse a la mesa. Usando sus


derechos de administración Claudia había cocinado un pavo relleno en veinte
minutos.

Ella se sentó en el sofá y el en un sillón rechazando la opción de comer arrimados.

–Mucha gente queda así. Se inventó pensando en las parejas separadas por la
distancia pero gracias a la calidad de las simulaciones actuales es una forma bonita de
tener una cita. –Había tanta tristeza contenida tras esas palabras, como un dique
soportando toneladas de agua.

Carlos se hecho a reír de repente.

–¿Que te hace tanta gracia?

Se esforzó por relajarse. –Creo que te entiendo.

–No lo comprendo.

–Hubo una vez que esto habría sido el paraíso para mi. Un lugar hermoso y exótico,
con divertidos juegos para pasar el rato y una chica preciosa a mi servicio.

–¿Por qué no te gusta ahora?

–Me habría dado igual que fuese la cosa más falsa de la existencia, incluso me
hubiese dado igual morir dentro.

Claudia se quedo extrañada escuchando.

–No tenía nada, estaba completamente solo, mi única esperanza era el alivio. ¿Te has
quedado sola verdad Claudia?

–Estoy intentando... –Dejo caer los brazos y la cabeza. El plato que sostenía sobre las
piernas golpeo contra le mesita baja.

–Quieres que te salve otra vez.


–Tengo todo lo que quiero. Un ejército a mis ordenes, montones de créditos,
propiedades.

–Sí, de todo, menos amor.

–Tampoco me faltan pretendientes. No los quiero. Te quiero a ti Carlos, solo a ti. –


dijo acercando la mano a su cara con los ojos empañados.

Carlos al apartó la mano con brusquedad. –¿Este es tu plan para que vuelva a
quererte? Encerrarme hasta que lo haga. Suena a negocio no a cortejo. –Se levantó
del asiento y se fue a su habitación dejándola sola con la cena.

A la mañana siguiente seguía allí, tumbada en el sofá con música ligera en la


televisión mirando al ventilador de aspas girar en el techo. Cuando Carlos salió
directo al baño se irguió y esperó. Le sonrió a la vuelta, con una nueva cesta de fruta
al lado.

–Podríamos ir a dar una vuelta. –Tan fresca como is no hubiera pasado nada malo
entre ellos. La recordó a su madre, a todas esas veces que el día después de
desahogarse regañándolo por cualquier motivo al alcance, de haberle gritado,
insultado y amenazado con expulsarlo a la calle, estaba tan fresca como si en su
divina providencia le hubiera perdonado sin que él se lo hubiese tenido que pedir,
dispuesta a tener un día fabuloso hasta que se volviera a enfadar. Carlos cogió
algunas frutas y se fue a la playa. No necesitaba comer en realidad, solo lo hacía
porque era agradable y porque el sistema regente luego le incordiaba con perjuicios al
rendimiento tan molestos como las sensaciones reales de hambre o cansancio, hasta
debía defecar y orinar de vez en cuando.

Terminado el desayuno salió a correr por la orilla. No volvió a ver a Claudia el resto
del día. Se la pagándola con las bestias virtuales.

Volvió para la hora del almuerzo del día posterior. Se la encontró en el embarcadero
del club de submarinismo. Él se había pasado la mañana flotando entre corales y
peces de colores, cuando subió para quitarse el equipo estaba con los pies en remojo
en un lateral del muelle.

–Lo siento. Si e encerré aquí era para obligarte a darme una oportunidad de
explicarme.

–Eso lo podrías haber hecho el primer día. Lo podrías haber hecho por una llamada.

–No me habrías escuchado. Para ti solo soy una zorra traidora. No me quejo, me lo
merezco. Solo quiero una oportunidad para enmendarlo.

–Pues te estas luciendo.


–No ves, ni caso.

–Llevo ocho días aquí. No, más. Quieres que me ponga en plan ñoño y te ponga el
hombro para que llores cuando a ti te importa una mierda mi estado.

–No es cierto.

–Porque me limpias el culo y me cambias el suero ¿Lo haces tú o una de tus muchas
sirvientas? –dijo en ácido sarcasmo.

–Lo hace una máquina automatizada. Igual a la que uso yo para poder comunicarme
contigo.

–Maldita sea Claudia no vamos a volver. Llevamos años separados, cada uno a hecho
su vida por su lado. ¿A que viene esta fantasía?

–¡A que me di cuenta de que eres la única persona que de verdad se ha preocupado
por mi!

Carlos expiró mirando al cielo. –Solo hice lo que creí correcto en ese momento. Otros
lo habría hecho igual.

–No. Otros lo hicieron mal, muy mal. –La voz le temblaba.

–No me refería a tus compañeros, me refiero a alguien que se hubiese enterado...

–¿Crees que no lo sabía nadie más? ¿Que cuando mis padres me vieron llegar violada
a casa no se percataron? Al principio pusieron el grito en el cielo. Dispuestos a llamar
a la policía, a denunciar, a llevar a los criminales al calabozo más oscuro del sistema.
En cuanto les dije quienes habían sido enmudecieron ¿Lo entiendes? Se acabó, era el
hijo de su jefe, si le despedían lo perdíamos todo, sí su hijo tan solo tocaba la
comisaria podíamos decirle adiós al salario, la casa, el auto, los implantes, mi
educación ¡Todo! Así que me dijeron que estaba equivocada, que había sido otra
gente, que no nos habíamos entendido, pusieron mil escusas para que rectificara mi
declaración ¡Mis propios padres! ¿Que iba a hacer después de eso? ¿Como me iba a
defender? Solo era una cría. –Lloraba a pesar de sus esfuerzos por contenerse.

Carlos se sentó al lado. –Lo siento. Es una desgracia tener unos padres de mierda.

Ella se dejo caer de lado sobre su hombro. –Esa tarde pensé que me violarían de
nuevo. Que me violarían como quisieran y cuanto quisieran, que me torturarían y
hasta que podrían matarme y tirarme en una cuneta, echarles la culpa a unos
mendigos y el mundo seguiría besándoles los pies, tirando mi cuerpo a la caldera
como basura. Pero aparecistes tú de la nada y los tumbastes en el suelo como si
fuesen muñecos de trapo. Yo los creía indestructibles y tú los rompistes como si
fueran de papel. Los sacastes de mi vida como un hombre del saco se lleva a los
niños malos, solo que era un mocoso como yo, encima canijo.
–Luego los padres te culparon a ti y os quitaron todo.

–¿Que más da? No nos lo merecíamos. Mis padres no se lo merecían. Tienes razón, le
mate yo, le cambie el contenido de las píldoras. Él estaba dispuesto a prostituirme por
no perder su vida pero cuando le toco sacrificarse por la familia se aferraba a nosotras
arrastrándonos con él a la miseria. Hice lo que tenía que hacer, deje de llorar y actué
como actuastes tú. Como debería haber hecho desde el principio.

Carlos permaneció en silencio. –¿Te parece que hice mal?

–Sí. Hubo un tiempo en que yo mataba sin pensármelo dos veces, y cosas peores.
Ahora me siento desgraciado por ello. Me gustaría tener las manos limpias como
algunos de mis agraciados compañeros de facultad. Dormir con la conciencia
tranquila, sin pesadillas. Claro, eso es algo que piensas cuando te encuentras seguro, a
salvo, con la barriga llena, sin frío, sin miedo, sin dolor. Cuando las cosas van mal, no
tienes futuro y te están golpeando te dejas de milongas y haces lo que debes por
sobrevivir, si encima al que arrollas es un cabrón pues dos por uno. La otra opción es
ser un martir cosa que solo queda bonita sobre el papel. Lo que hicimos esta mal
Claudia, aunque fuese lo que debíamos hacer.

–¿Por qué es malo hacerle daño a quién se lo merece?

–Porque al hacerlo te conviertes en alguien que también se lo merece.

–¿Cual es la solución?

–No la hay. A veces alguien tiene que perder.

–Quedate conmigo, hagamos que pierdan los demás, que les jodan. Ganemos
nosotros.

–No. yo quiero alejarme de eso todo lo que pueda, encontrar un lugar en donde sea
capaz de vivir sin tener que dañar a nadie y sin que nadie me dañe a mi.

–Eso es lo que quieren todos los millones de obreros honrados del mundo y lo único
que consiguen es convertirse en mártires.

Ante el silencio de Carlos Claudia continuó.

–¿O crees que los créditos con los que Zenobia paga las vacaciones en la playa real
no sale de la explotación de los empleados y clientes de PAL? –Esperó pero la
respuesta no llegó.
En el camino de vuelta por la orilla Claudia le preguntó de nuevo. –¿Que piensas de
mi proposición?

–Que deja a mi pareja actual para volver contigo. Piensas que Zenobia es la típica
hija de papá derrochona y superficial que juega conmigo como su última adquisición
a la colección. No te culpo, yo pensé lo mismo cuando la conocí. En realidad eso es
una fachada de cara al público, debajo hay una huérfana que quiere tener quién la
ame de verdad.

–Es mejor que yo, la parricida violada que deja a su salvador por dinero.

–A mi solo me dolió que me dejaras por el dinero de Katya.

–Incluso ahora.

–Sí.

–Estoy dispuesta apagar lo que quieras para que volvamos.

–¿Te das cuanta en que posición me deja eso?

–Ya sabes a lo que me refiero.

–Ahora estas cómoda, calentita, con la barriga llena...

Le cortó. –Cuando no lo este será lo mismo. Moriré a tu lado si hace falta. –Cambio
su tono a algo más reflexivo. –Se que ahora esto solo suena como a promesas huecas.
Puedo demostrarlo.

–Dejame lo de clavarse flechas a uno mismo a mi.

–Lo digo en serio, he conseguido un montón de recursos, te lo daré si vuelves


conmigo, es lo único que pido, otra oportunidad.

–Claudia no te puedo querer por que sí. El amor no es algo que se decida.

–Por eso estas aquí encerrado. Viviremos juntos, un tiempo.

–Cuanto más tiempo me retengas menos afecto te voy a tener.

–El roce hace el cariño.

–Me acordare de todo lo que me estoy perdiendo, de la gente que hecho de menos, de
mi carrera profesional al garete.
–Si te libero volverás a sus brazos y yo no tendré ninguna opción. No intentes
engañarme.

–¿Algo de lo que te dije te sonó a mentira?

–Las mejores mentiras son las que incluyen una mitad de la verdad.

–¿Entonces pierdo mi vida hasta que te canses de mi?

–Tómatelo como unas vacaciones.

–Claudia te están buscando personas que no van a dudar en dispararte.

–Lo se. Lo tengo controlado. Además siempre hay gente deseando disparate en este
maldito mundo.

–Acumula las suficientes y alguna lo logrará.

Se paró delante de él con una sonrisa, ya a pocos metros de la casa. –Buenas noches,
nos vemos mañana. –Se desvaneció.
Buscando la salida

En efecto al día siguiente estaba allí, con un bikini de flecos rosa y unas chanclas
playeras, arreglando el desatendido huerto. Con unos guantes marrones de cuero
sucios de tierra sujetaba la manguera con la que regaba las plantas, en un cesto en la
entrada estaban las malas hierbas con unas tijeras de poder encima.

–Buenos días.

–Buenos días.

–¿No te gusta cuidar de las plantas? A mi me parece bonito, las atiendes un poco cada
día y al cabo de un tiempo están verdes, vivas, hermosas, como si te dijeran “Ves, me
he puesto bonita para ti, gracias por cuidarme”

–En mi casa tengo un cerezo y varios Flamboyan.

–¿Por qué no has cuidado de estas?

–No son reales, no me necesitan. Y estaba buscando una salida.

–Es curioso. Dices que no son reales. Ahora mismo tú y yo solo somos datos en una
matriz, al igual que ellas ¿Dirías que tampoco somos reales?

–Dilemas del milenio pasado.

–¿Tú que opinas?

–Los datos son reales, vale, pero esos datos ¿Son plantas o solo un dibujo en la pared
con forma de tomatera? Esos datos que estas regando tienen más de maquina que de
vegetal.

–Un organismo no es más que una máquina, solo cambia la composición química del
material.

–Y la ingeniería. No me dejes sin trabajo.

–Algún día comprenderemos tan bien los entresijos del organismo que crearemos
cuerpos tan capaces como los aumentados sin necesidad de recurrir a la chapa.

–¿Que más da chapa que carne si ambas son máquinas?

–El metal es frío, no se regenera solo, Ni engendra.

–¿Te has vuelto naturalista?


–No tanto. Solo me gusta más imaginarme un futuro de personas vivas que de robots
con mente humana. –Terminado el riego Claudia cogió la cesta y tiro las hierbas
dentro de un cajón de compost. Luego enrosco la goma alrededor de una columna y
dejo guantes y tijeras en su sitio en el porche. –¿Que te apetece hoy? Submarinismo,
pesca, escalada.

–Menos mal que mi casa cuida de las plantas sola. Escalada, nunca la he practicado.

–Yo tampoco, no importa, la pared es procedural y hay tutriales. La pondremos en el


nivel de desafío mínimo para la primera vez.

–El tutorial de caza no me valió para nada, todos los animales me esquivan como
quieren. Solo he podido cazar al Emu atolondrado de regalo.

–Mejor, cazar esta feo, por culpa de eso ahora no tenemos apenas animales.

–Creo que fue por la contaminación. –Se encogió de hombros. –Supongo que la caza
haría su aportación.

Claudia se puso su pareo y su pamela, con su magia de administradora cambio el


sillín deportivo por uno extenso de forma que pudo ir de pasajera con un mínimo de
comodidad.

Casi se caen tres veces y Carlos lo paso mal para subir la cuesta por un camino de
cabras pedregoso con Isabella calentando al superficie como si fuera a cocinar en
ella. Al llegar al pie de la zona de escalada jadeaba y el cuerpo le chorreaba sudor.
Celebró sin fuerzas haber logrado terminar el ascenso. Claudia volvió a hacer su
magia y provocó un repentino aguacero que les lavó el cuerpo cual ducha. Ella se
soltó la ondulada melena negra y giro con los brazos extendidos y la cara al cielo con
los ojos cerrados. Su ropa se le pegó a la piel, un delicado cuerpo femenino esbelto y
suave. Carlos dejo de mirarla aplacando los sentimientos que despertaban en él.

–¡Vamos, sígueme! –A la carrera le llevo a una cueva en donde resguardarse de la


lluvia. Dentro, plantas luminiscentes de colores, iluminaban en un tono tenue un lago
subterráneo abobedado con estalactitas de cuyas puntas caían gotas que sonaban
como alguien tocando un xilófono. Un recodo bajaba dando a una playa de guijarros
en donde una hoguera olvidada con dos troncos secos por asientos esperaba su
momento, por el opuesto un saliente hacía de trampolín improvisado en la zona de
mayor profundidad, otros caminos discurrían a diferentes alturas alrededor del lago,
algunos profundizaban en la montaña.

Se sentaron en alrededor de la fogata que encendieron con un eslabón y pedernal


tirados al lado, lo cual les llevo algo de tiempo a los urbanitas. Por suerte la hoguera
repleta de yesca prendió enseguida.
–¿Te importa? –Claudia se cambio a su lado y apreto su cuerpo contra el de Carlos
buscando calor.

–Esto que estas haciendo, romper una relación para imponer la tuya. Es algo cruel.

–En la guerra y el amor todo vale.

–Es lo mismo que intentó Katya con nosotros.

–Se te insinuaba ¿Verdad?

–Se le insinuaba a medio mundo.

–Yo solo hago esto contigo.

–Mi novia y yo nos prometimos fidelidad.

–Tú lo dijistes, no es real, en realidad no nos estamos tocando. Tú estas en un tuvo y


yo en otro.

–La traición a esa promesa si sera real.

–Tienes derecho a elegir con quién quieres estar.

–Lo dice la chica que me retiene en una jaula de oro para cambiar mi parecer.

–Cambiar tu parecer. No te obligo a nada.

–Solo juegas con mis sentimientos. Claudia, no valgo tanto.

–Para mi sí.

La pasó el brazo por encima y esperaron a que terminase la lluvia. Comieron en la


hoguera y salieron a la zona de escalada. Al igual que la zona de caza solo había una
caseta con instrumental, cambiadores, una letrina y un panel luminosod e pantalla
táctil que rompía el ambiente.

Claudia eligió en el panel el tutorial y toda la pared de la montaña se replegó sobre si


misma como una enorme papiroflexia en movimiento desde la base hasta el pico en
una única ola reajuste dando lugar a un acantilado nuevo. Ambos se pusieron su
material de escalada y avanzaron por sendas estrechas y pequeñas elevaciones,
ascendiendo paredes de corta altura muy rugosas y secas en un circuito que zizageaba
hasta un llano con un letrero de madera vieja que decía “zona de descanso uno”.
Siguieron hasta la zona de descanso dos por sederos más cortos y paredes más altas y
estrechas, allí ya les pillo el atardecer.
Decidieron bajar en tirolina y pedalear hasta el bungalow antes de que el ocaso les
dejase en tinieblas.

El resto de días no fue distinto. Se encontraban en la mañana y pasaban el día de


expedición jugando a las opciones que la isla les ofrecía. Claudia lucia su cuerpo y
buscaba con dulzura el cariño de Carlos cuando la oportunidad surgía. Una
encantadora obsesión demente, dulce y tentadora que insistía en erosionar la
determinación del amado por no traicionar a su pareja. Era una ficción hermosa que
ocultaba una tragedia de corazones rotos con la que se divertían mucho a la que pocas
veces falto la conquistadora. A menudo tenían largas charlas en el ocaso, tumbados en
la playa, antes de despedirse.

–A pesar de todo este tiempo juntos, aún no me besas.

–¿Como te habrías sentido si yo hubiese tenido relaciones con otra mientras


estábamos juntos?

–Me habría enfadado mucho. No creo que lo hagas por empatía, ya dejastes a Aurora
por mi. Es porque no puedes olvidar mi fracaso.

–Con Aurora corte después de los del detective.

–No, lo hicistes después de amarme.

–Ahora me siento mal por Aurora.

–Dime, cuando te enamorastes de mi.

–Creo que cuando te rescate.

–¿Que es lo que te gusto?

–¿Sí te lo digo me dejaras salir?

–No ¿Que fue?

Sería echar leña al fuego. Carlos no sabía por donde tirar. No tenía ni idea de como
tratar su locura.

–Cuando intente robarte no. Si hubiera sido otro le habrías disparado, no a matar,
pero si a herir. Quizás cuando me vieses de mudanza o en algún otro momento
intermedio. Yo creo que fue la vez que me rescatastes, que por eso en vez de llevarme
con los otros y cobrar un rescate me dejastes libre. –No obtuvo respuesta y continuó.
–Lo que me gustaría saber es que fue lo que te llevó a enamorarte ¿Que te gusto de
mi?
–Si te lo dijese lo usarías como una herramienta para “convencerme”.

–Es posible. No, en serio que no, no soy tan cruel.

–¿Donde esta el límite de tu crueldad Claudia?

–No lo se, para llegar hasta aquí me he bañado en sangre humana, mis límites han
cambiado.

–¿Que has estado haciendo?

–Te cambio tu info por la mía.

Carlos meneo la cabeza. No parecía una buena idea pero la información era lo único
que podía usar en ese sitio para escapar. Quizás se le escapase algún dato útil. –Sentí
que eramos iguales, a mi no me han violado pero casi. Mis compañeros de clase me
apaleaban cuando querían, era un mocoso tímido y asustadizo con el que se pasaron
lo que quisieron.

–No siempre fuistes fuerte.

–No creo que haya sido fuerte nunca. Lo que ves al mirarme es una ilusión personal.

–Nadie en aquel lugar se habría atrevido a insultarles y tú los secuestrastes.

–No sabían quienes eran o que podía pasarme. Solo quería dinero fácil porque no
tenía ni para comer.

–¡Claro que lo sabias! Fuistes a por mocosos por los que sacar un buen pellizco con
su rescate al mismísimo distrito corporativo, no a robar huérfanos al catorce.

–Lo que quiero decir es que era bastante inconsciente entonces.

–Lo suficiente como para entender el riesgo, no en toda su magnitud, pero lo


suficiente para necesitar coraje para hacerlo.

–Si te digo la verdad estaba aterrado.

–En eso consiste el valor, en superar el miedo no en no tenerlo.

–Gracias. Te toca.
–Cuando los Bolivar cayeron bajo el control de los Lupo me cambie de bando, al
ganador. Fue natural, los Lupo necesitaban gente y para los Bolivar solo era una
herramienta prescindible. Cuando Katya huyó, con toda la revuelta, quedaron muchas
vacantes para una chica emprendedora, como había atacado la Escobar mi lealtad
estaba fuera de duda, por lo que me dieron un buen puesto.
–¿A que vino entonces lo de robarme la moto?

–No sucedió todo la momento, entre que se fue Katya y los Lupo se recompusieron
me toco pasar hambre. Fue una temporada complicada y tu disparo en el hombro no
ayudó. En cierto modo eso fue lo que me llevó a recordarles que me tenían a su
disposición, mis deudas se agravaron.

–No hay mal que por bien no venga.

–Que gracioso. No creas que se me paso por alto que me disparastes en donde te
dieron a ti cuando me rescatastes. Te arrepentías de haberlo hecho ¿Verdad?

–Claudia siempre seras mi primer amor, no puedo matarte ni me arrepiento de haberte


salvado. Es solo que ha veces haces cosas que me joden mogollón.

–Como esta.

–Sí, como esta.

–Una vez dentro de los Lupo fui trepando puestos, era fácil, les sobran los machacas
pero gente con cabeza y familiaridad con el negocio en la calle no tenían a nadie, eran
todos de Katya y se pasaron a otras bandas tras su marcha. Apoyándome en mi
formación en economía cree toda una red de distribución y me convertí en la persona
clave del negocio. Con toda la hipocresía me adoptaron como una de los suyos a
cambio de una farsa de boda con un idiota con su apellido al que no he dejado que me
toque ni con un palo, era tan pusilánime que lo aceptó como una clausula menor no
cumplida del contrato. Le conocías, fue el único que sobrevivió a tu purga de la
competencia, lo hizo escondiéndose en la mansión familiar como un cobarde.

–Hablas en pasado ¿Que le sucedió?

–Lo puse en una situación de vulnerabilidad que los colombianos de Vargas


aprovecharon para matar al que creían el patriarca de la organización. Mientras ellos
daban lo que creían que era al golpe definitivo para ganar la guerra mis hombres
acabaron con Vargas. Con eso no solo gané la guerra si no que pase a heredar todas
las propiedad útiles de la organización en esta ciudad. No en un principio, tuve que
pelear con la familia por ello, sin mi solo sirven para blanquear capitales, por lo que
debieron ceder y darme las propiedades que me corresponden.

–No crees que intentaran matarte y recuperar su negocio.


–Esa es la mayor coña del circo. Lo de legalizar las drogas ya llega con retraso, no es
una operación única de esta ciudad, si no de todo el planeta. No pueden retrasarla
más, cuando eso pase yo seré la dueña de la producción y el mercado y no necesitare
que me blanqueen nada.

–¿Cuanto queda?

–Como mucho un año.

–Es tiempo más que suficiente para que pase un accidente.

–Los machacas son míos. Por no ensuciarse las manos han mantenido el anonimato
usando representantes como yo, por lo que todos piensan que soy la reina. Como
buena reina mantengo a los soldados bien alimentados y a mi alrededor.

–Te felicito, te has convertido en toda una mandamás pisándole el terreno a unos
capullos.

–Gracias. Eso es lo que tengo para ofrecerte, ser el rey de la droga de Covadonga, un
negocio en expansión.

–¿Has visto lo que nuestros venenos le hacen a la gente? Yo por casualidad me


encontré con dos de mis antiguos clientes. Estaban hundidos en la miseria, sus vidas
truncadas y perdidas por el vicio.

–Nunca les obligamos a consumir.

–Solo les pusimos la trampa bajo el pie.

–Así son los negocios. Trampas muy bien publicitadas en las que caemos por
necesidad.

–No es lo mismo que vender barras de proteinas.

–Las hacen con gusanos y te las venden como si fueran un delicioso filete. Cuanta
gente muere aplastada por un dron defectuoso, o por el rechazo de un implante, por
no poder comprar la vacuna del virus de moda, el mal funcionamiento de una
maquina por una actualización cutre, de un infarto provocado por un neurojuego
excesivo, o asesinada por un muñeco sexual mal programado. Eso sin contar como
las empresas drenan la vitalidad de todos jornada tras jornada por unos mayores
indices de beneficios.

–Te estas quejando del mismo sistema al que te pretendes adherir.


–No, solo expongo la realidad como es. Como hablamos hace un tiempo. Alguien
tiene que perder para que otro gane. Seamos los ganadores nosotros.

–Condenar al mundo para elevarte tú.

–Sí. Esa rubia te ha vuelto blando, antes lo tenías claro.

–No creas que se me ha olvidado. Solo...

Le interrumpió. –Solo que visto desde lejos no huele. El sueño en que te ha atrapado
ella no es diferente a el que estoy usando yo. Solo más caro. ¿Eso es lo que quieres,
dedicarte a crear mejores implantes para PAL por el día y volver a los brazos de tu
ejecutiva de plástico por la noche?

–Solo quiero escapar del sistema, vivir al margen de él sin tener que matar a nadie.

–Eso no existe. La eficacia de esta cárcel que llamamos capitalismo se basa en que se
ha apropiado de todos los recursos para que nada más pueda existir. O estas con él o
te mueres de hambre. La única opción justa es conquistarlo, como yo he hecho.
Irrumpir en su Olimpo y ser el Loki de la familia.

–¿Eso es lo que quieres? Destruir el sistema desde dentro ¿Siendo parte de él?

–Solo a quienes lo dirigen.

–Te romperán en pedazos y utilizaran tu historia como advertencia para el siguiente,


no eres la primera que lo ha intentado. Desde Lening hasta Chu todos han fracasado.

–No soy comunista, no quiero implantar mi régimen, solo destrozarles la vida.

–Lo que quieres es venganza.

–¿Tan malo es?

–No es malo. Es imposible, sobre todo porque estas globalizando tu odio a todo el
que cumpla un requisito común a los tres hombres que te hicieron daño.

–¡Todos ellos son iguales! –dijo conteniendo su rabia. Era mayor de lo que Carlos se
había imaginado, por un segundo vio a una fiera salvaje.

Carlos al cogió de los hombros. –No Claudia, no los conoces a todos. Es verdad que
hay mucha escoria entre los privilegiados, pero no son todos iguales. Tú y yo hemos
vivido con ellos, hemos estudiado con ellos, hay gente buena al igual que entre los
pobres hay mucha gente mala.
–¡Que bien la defiendes!

–No se trata de Zenobia. Hice amigos en la facultad.

–¿Como los que te dejaron tirado cuando lo del puente?

Carlos hizo una mueca de disgusto. –Ser cobardes no los convierte en malos. No me
defendieron pero me llevaron al doctor salvándome la vida.

–Esa es la diferencia entre Zenobia y yo. Que yo quiero luchar a tu lado.

–¡Tú quieres que yo luche al tuyo! –empezaba a exasperar.

–Es lo mismo.

–Eso depende de quién elija las batallas.

–La idea es apoyarse mutuamente, juntos ¿Ella te apoya?

–Ella ha matado por mi y no me ha encerrado en ninguna parte para que haga lo que
quiere.

–Yo moriría por ti.

–Eso es fácil de decir cuando no hay ninguna bala en el aire.

–Estoy arriesgando mi vida por poder discutir contigo.

–Estas arriesgando tu vida porque crees que si nos casamos no perderás nunca. Una
fantasía absurda. Si yo fuese garantía de éxito no estaría encerrado en una probeta
gigante delirando en un paraíso ficticio.

–Estoy arriesgando porque te quiero.

–Sí, me quieres, como debían querer a los ídolos religiosos nuestros antepasados.

–Devoción ¿Donde vas a encontrar eso en nuestro mundo?

–La devoción es para las fantasías. Las personas reales no estamos a la altura, nos
falta perfección.

–Deja de huir, se que tienes defectos, como los tengo yo. Te lo he dicho muchas
veces, solo quiero una oportunidad.
–Ya veo que estas sola. Que me adoras, que necesitas a alguien. Que has cambiado.
Lo que tú no ves es lo que me agobia que me controles. Que la incertidumbre de lo
que estará pasando fuera a mi cuerpo y a las personas que me importan me
reconcome y que no quiero traicionar a la persona con quién me he comprometido,
eso me haría tan nefasto como quienes me han hecho daño. Todos tenemos algún
límite.

–Ahora lo entiendo. –dijo con los ojos abiertos ante la revelación. –Por eso Katya fue
a por mi. Ella lo sabía. –Se marchó.

Carlos quedo preocupado por lo que su ancha boca acababa de provocar.


Tratos abiertos

Claudia se paso un tiempo sin conectarse a la matriz. Carlos aprendió a escalar y


dedujo que o el juego estaba amañado o los animales eran con diferencia más astutos
y perceptivos que las personas, le costaba más cazar un ciervo ficticio que una
manada de pandilleros reales.

Al cabo de un tiempo su carcelera volvió orgullosa con una sorpresa en la televisión.


Solo audio. Carlos se sentó con una copa en la mano en el sofá de mimbre a espectar,
ella se quedo de pie sonriendo.

–Señorita Fonseca nos alegra contar con su presencia. Sergio Lupo a su servicio.
–Intentaba sonar majestuoso sin embargo cierto timbre agudo en su voz le estropeaba
el esfuerzo.

–Encantada. No se ofenda pero deseo terminar con esta negociación cuanto antes.
–Sin duda era su voz.

–Lo entendemos, es un tema desagradable y tiene prisa. A nosotros la situación


también nos incomoda.

–Tengo entendido que pueden ayudarme a recuperar a una persona importante para
mi.

–En efecto, no conocemos su paradero ni situación. No sabíamos de su existencia


hasta que su agente se puso en contacto con nosotros. Ahora mismo nuestros agentes
están investigando el asunto con el fin de darle un final satisfactorio para usted.

–¿Como es posible que no sepan lo que su propia familia hace?

–El vínculo de la señora Johansson con la familia es político, se caso hará un año con
mi difunto hijo Martín, desde su defunción hemos perdido el contacto con mi nuera.

–Según me han informado cumple un papel importante en sus negocios.

–Así es, al no detectar anomalías no consideramos oportuno llamarla la atención.

–¿La muerte de su hijo no fue una anomalía?

–Ella no tuvo nada que ver, el fue asaltado por una pandilla de criminales que lo
asesinaron al resistirse a entregar sus posesiones. Era un muchacho valiente al que
echamos mucho de menos.

–Mis condolencias.
–Gracias.

–Ahora es la protagonista de una anomalía, una grave ¿Que piensan hacer al


respecto?

–Tanto como grave.... Según me han informado el señor...–Dudó. –Carlos era un


mero guardaespaldas.

–Le han informado mal. Era mucho más que un guardaespaldas.

–A menudo las protegidas se sienten atraídas por sus protectores. Eso no cambia el
hecho de que solo sean soldados.
–Lo que no sucede tan a menudo es no vengar la muerte de un ser querido. Supongo
que tenemos percepciones distintas de la vida.

–No se equivoque. En esta familia nos cobramos las afrentas como en cualquier otra
de alcurnia y prestigio. Es solo que sabemos tomarnos el tiempo necesario para
ejecutarlas con elegancia.

–Esperemos mi caso no se convierta en eso. Aún están a tiempo de solucionarlo por


las buenas.

–En ello estamos señorita, no le quepa la menor duda. Sin embargo vamos a necesitar
de su apoyo.

–¿Como cuanto apoyo?

–No es una cuestión de números. La señora Johansson no contesta a nuestras


llamadas, no parece dispuesta a colaborar.

–¿Y?

–Desde la muerte de su bien amado esposo se ha vuelto un tanto paranoica con la


seguridad y vive rodeada permanentemente de guardias de seguridad de élite leales a
su persona.

–¿Que tiene que ver eso con mi problema? ¿Es que acaso tampoco se separa de mi
guardaespaldas?

–Lo que pretendo decirla es que va atener que contactar con ella personalmente y
convencerla de que la devuelva lo que es suyo.

–¿Para que le quiero a usted entonces?


–Para que le localice tanto el paradero de la señora como el de su guardaespaldas.

–Escaso servicio me esta prestando.

–Por ello es gratuito. Es más en lo que usted se entrevista con Johansson mis hombres
rescataran a su amante y le pondrán a buen recaudo, si es que se encuentra con vida.
Supongo que la salud del mismo dependerá de Johansson.

–¿Cual es la salud actual de Johansson?

–Enferma, esa vida de reclusión la esta pasando factura a su estado mental. No


sabemos que tipo de conducta febril podría adoptar cuando le hable de un tema tan
escabroso. Podría incluso perder el control. Ya ha secuestrado a una persona inocente
quién sabe...

–Ya, me ha quedado claro.

–No se lo tome a mal, son solo negocios.

–¿Se da cuenta con quién esta negociando?

–Por supuesto, con Zenobia Westwood, famosa en casinos y pubs de toda la ciudad.
Perdón, ahora se dice Fonseca.

–¿Sabe a quienes se les llamaba Galenos en la tierra?

–A los médicos.

–Procure no jugar con los medicamentos, en demasía son venenosos.

–¿No es así con todo? Lo tendré en cuenta de todas formas. Gracias por el consejo.

Había una grabación más esta si incluía vídeo. En el se veía a Zenobia, melena en
moño bajo sombrero vestida de insulsa ejecutiva gris y blanca ocultando un chaleco
antibalas acompañada del viejo Kuznetsov con su inmortal gabardina y mirada
analítica cansada. Ellos esperaban delante de un vehículo negro de PAL en una
explanada de una industria, con sus naves dentadas y sus grande tuberías oxidadas
comunicando estas con depósitos con las marcas de inflamable alertando al personal.
En el otro extremo de la misma aterrizaba una versión anónima del mismo vehículo
desde el que salía Claudia con tan solo un musculado guardia trajeado, de revista, por
protección. Con pantalones negros largos de linea marcada y cazadora del mismo
color en tela, corta sobre camisa blanca con corbata roja se acercó a Zenobia con paso
sereno encendiéndose un porro a la luz de las farolas pues era noche cerrada.
–Por fin nos conocemos en Personas Zenobia Fonseca.

–Claudia Johansson. Ojalá pudiera alegrarme yo también.

–No hace falta ser desagradables, no ha venido a un concurso de oratoria ponzoñosa,


si no a un intercambio.

–¿Lo tiene con usted?

–No aquí.

–Quiero una prueba de vida.

–¿De que tipo? ¿Le corto un dedo o algo?

–Se acuerda de lo no de ser desagradable.

–Mis disculpas. Es que su tono de voz me sigue pareciendo áspero. No la culpo yo


también estaría cabreada ¿Quiere un poco? –le ofreció el porro.

–Demasiado pronto para mi. No voy a darla nada sin saber que tiene lo que me ha
quitado.

–No era suyo como para que se lo quitase. Por desgracia Carlos es un runner bastante
competente, si no fuera por las dorgas que le suministro ya se habría liberado él solo.
Por lo que me temo que no le puedo dar más prueba de vida que una fotografía.
–Claudia se saco una fotografía física de debajo de la pequeña cazadora y se la
entrego a su guardaespaldas que a su vez se la entregó a Joao y este a Zenobia.

–¿Por qué lo ha secuestrado?

–Porque se lo mucho que le importa a usted.

–Que quiere a cambio.

–A los Lupo.

–¿¡Que!?

–Se lo que le han pedido ellos, quiero lo mismo, solo que al revés.

–¿Por qué no se encierran en una jaula y se matan ustedes mismos?

–Curioso deseo. Todos los obreros de este mismo piensan eso de sus intrigas
corporativas. Nunca pasa ¿Verdad?
–No me vega con revanchismo obrero. Usted secuestró a Carlos mucho antes de que
yo conociese a los Lupo.

–Sabía que Carlos antes de conocerla fue un buen traficante. Si no hubiera sido por la
incompetencia de la familia para la que trabajaba los Lupo no habrían tenido ni media
opción en esta ciudad. Se cargo a cuatro de ellos, de una forma bastante cruel debo
añadir.

–¿Es una venganza?

–Si fuera una venganza estaría muerto. No, Carlos jugó un papel importante en
ciertos acontecimientos, es uno de los pocos supervivientes que quedan de aquello, su
información es privilegiada hoy en día.

–¿Que quiere a cambio?

–Ya lo sabe.

–¿Lo esta torturando?

–Por favor y gracias no suele funcionar en estos casos. No se preocupe, solo son
pesadillas.

–¡Zorra! –Avanzó con le puño cerrado directa a Claudia pero Kuznetsov la paró.

–¿Que garantías tenemos de que pagará? –Preguntó el detective.

–Mi palabra. Pregunten por hay verán que soy de fiar.

–¿Como a su marido por ejemplo? –la espetó Zenobia.

–Obsérvelo entonces desde otra perspectiva. Si papá Lupo pudiera hacerme algo lo
habría hecho hace mucho. La que tiene el control sobre lo que quiere soy yo. Soy la
única opción viable. Incluso aunque consiguiera matarme, y vea que estoy aquí con
un solo guardia y sin chaleco, la gente que cuida de su amante, teniendo en cuenta lo
que ya han hecho con él, preferirían matarlo y borrar las huellas a entregárselo. Es
algo en lo que tienen práctica.

–Ojalá te ahogues en tu propio veneno.

–No la estoy obligando a nada señorita Fonseca. Es usted la que ha acudido a mi.
Solo le pongo precio al algo bajo mi control en respuesta a un trato que ya aceptó con
mi competencia. Debería haber acudido a mi primero, se lo habría dado por muy
poco y con un lacito en la cabeza.
–No llegue a ningún acuerdo con Sergio. Lo que me dio fue una propuesta.

–No es lo que me cuentan mis espías. En cualquier caso ya llega tarde. Las cosas
están como están. No se queje tanto, para usted aplastar a ese gusano es un traspiés
accidental. Se gasta más en una tarde en las tiendas del distrito corporativo.

Zenobia puso rumbo al coche enfadada. Claudia elevó la voz. –¿¡Acepta!?


¡Mantenerlo vivo es caro! ¿¡Vale él lo suficiente!?

–¡Manténgalo con vida o lo que sea que le han hecho en su mente se lo haré yo en
realidad!

–¡El tiempo corre señorita! ¡No se demore!

Carlos miro a Claudia sin mucho entusiasmo. –Que bien te lo pasas fuera de aquí.

–Ya han pasado tres días y nadie a muerto.

–Mataron son es fácil. Incluso aunque hubiese contratado el mejor grupo de runners
necesitan tiempo para organizar algo así.

–Tiempo durante el cual tú estas sufriendo horribles torturas.

–Es mejor perder algo de tiempo y lograrlos que darse prisa cagarla y que se refuerce
la seguridad.

–Otra vez defendiéndola ¿Tú que sabrás?

–Tras cortar me hice runner. Shadowrunner, aunque por cuestiones de equipo hacía
más de Edge. ¿Como crees que me pague la universidad?

Claudia se sentó en el sofá. –Creía que con las carreras.

Carlos dio una risotada. –La carreras apenas se pagan el vehículo, solo sacas dinero si
ganas un campeonato y la competencia es muy dura.

–¿Que hicistes?

–Nada bueno.

–Cuéntame algo.

–De eso solo se habla con el equipo y el nudo, una vez terminado se olvida. Nunca
paso.
–¿Por eso te contrató de guardaespaldas?

–Me junte con Joao durante una investigación de un amigo mio muerto. Luego la
gente saco sus propias conclusiones. Todo el mundo piensa que los detectives
privados son Bladerunners y si te juntas con uno es que tú también lo eres.

–Tú en cambio eres Shadowrunner. ¿Que es eso?

–Un runner que no deja huellas. Nada más. Mucho mito para una realidad simple.

–La gente os llama ninjas.

–Se ninjutsu.

–Enseñame.

–Te lo... –Su mente le alerto de las posibles consecuencias y se cortó.

–Acepto.

–No he terminado de decirlo. No vale.

–Ya te aburriras.

–¿Te das cuenta de que eres el objetivo más fácil del juego en movimiento?

–Sí. También soy el más arriesgado.

–No deberías estar aquí. La forma más funcional de matarte es pagar a uno de tus
guardas y con tu consciencia en un juego estas regalada.

–Gracias por preocuparte por mi.

–¿Vas a fiarte de ellos?

–No. Puedo morir en cualquier momento, si no es por esto sera por los Lupo o por los
Brasileros o vete a saber. Sí muero por esto al menos te habré demostrado que te amo
de verdad.

Carlos se giro poniéndose de frente a ella. –¿¡De que te vale eso!?

–De que me vale vivir triste y sola. Al menos habré arreglado mi gran estúpido error.
–Por favor Claudia para esto. Hablare con Zenobia para que no te guarde rencor. Tú
misma has dicho que los Lupo están acabados, que es solo cuestión de tiempo que
muerdan el polvo.

Se encogió de hombros con indiferencia.

–No soy tan genial. He hecho cosas horribles.

–Me da igual.

–Te da igual porque no las sabes. Si... Viole a una chica, una niña en realidad.

–No te creo.

–Pues es verdad. Se llamaba Vanessa y digo llamaba porque cuando termine se la


vendí a los rusos, con lo que me pagaron por ella me compre estos ojos que dices
haber reconocido. Era una de las hijas de puta que me machacaban en clase. Me la
encontré siendo acosada, como a ti, la fui a ayudar, pero cuando la reconocí en vez de
eso me uní al grupo de punketas drogadictos y la viole, dos veces.

Claudia se quedo pensativa, con la cabeza apartada hacia atrás en repulsa y los ojos
entrecerrados por la duda. –¿Por qué lo hicistes?

–Porque la odiaba. A ella y a todos los que me habían jodido, de haber podido los
habría matado a todos son llorar una sola lágrima.

–Si yo también tuviera una polla también habría violado a los que me violaron a mi.

Carlos se hecho las manos ala cabeza. –¡Eso no es lo que importa! Lo que importa es
que soy un desgraciado por el que no merece la pena morir, al que no tienes que
demostrarle nada, que nuestro encuentro fue fruto del azar y que solo tuvistes suerte
de que ese día no se me cruzaron los cables más de la cuenta.

–Mientes, me lo dijistes, percibistes que era igual que tú, una desgraciada de las que
todos abusaban, por eso me ayudastes.

–¡Estaba cazando niños junto a otros tres punketas para pedir rescates!¡Era una
oportunidad de oro para pillar tres por uno!

–Pero no cuatro. Recuerda que me culparon de ser complice del crimen, vuestro
anzuelo se imaginaron. Se todo lo que les paso, incluso que le rompieron el ano a
uno.

–Solo eramos miserables interpretando el papel que les había tocado.


–Sí, pero tú me perdonastes a mi. Los dos sabemos porqué.

–¡Eso acabó hace años! Imagino que tu situación ahora es estresante y complicada.
Que por eso has vuelta atrás cuando ya habías pasado página. Tienes que verlo, esto
que estas haciendo es delirante.

–El amor lo es. Nunca he dejado de quererte, en todos estos años, hasta me odiaba a
mi misma por hacerlo. No podía estar con otro, lo intenté pero me acordaba de esos
tres asquerosos niñatos que abusaron de mi y no podía. No podía. Cuando descubrí
que fuístes tú el que me rescató todo cobró sentido.

Carlos se centró en relajarse. Su captora estaba peor de lo que se imaginaba y él no


tenía cabeza para tratar traumas de ese calibre. Su sensación de hecho era de que cada
vez que habría la boca subía el pan, en retrospectiva le quedaba patente que muchas
de las cosas que había dicho solo habían servido para empeorar la situación.

Rezó para sus adentros a la fortuna y los dioses olvidados por no estar fastidiándolo
todo otra vez. Y probó a ver si subía el pan de nuevo. –¿Te acuerdas de la oferta del
ninjutsu?

–Ya no me sirve.

–¿Por qué no? –sonó a suplica, estaba desesperando.

–Solo lo dices para salir y poner orden.

–Eso no significa que no vaya a cumplir el trato.

–Lo se. Es que no quiero que pongas orden. Quiero saber si ella cumplirá, si yo
moriré, si me perdonaras.

–Ya te he perdonado. Te perdono. –dijo abriendo los brazos. No sin una punzada en el
pecho.

Ella se arrojó a sus brazos, apretando su cuerpo contra el, con la cabeza bajo su
cuello. El cerró los brazos y la acarició el pelo. Estuvieron así un rato, luego claudia
se puso cariñosa y empezó a besarlo, a recorrer su cuello, su pecho, a tocarlo. Lo
tumbo en el sofá y siguió besándolo hasta llegar a la boca. Una vez allí paró, vio sus
ojos y se dio cuenta de que se estaba dejando aunque no quisiera. Dijo “lo siento” y
se desvaneció.

Una hora después estaba tirado en la playa, comiéndose la cabeza con los problemas
del exterior tras alrededor de un mes de encierro cuando fue él el que se desvaneció.
Vuelta a casa.

El despertar fue tan incómodo como cabría esperar. Estaba dentro de un tuvo
metálico con una ventana con silueta de píldora llena de un líquido aceitoso que no
llegaba a tocar por el traje de neopreno con demasiado cachibaches pegados, sobre
todo en la ingle, y un par de cables, un intravenosos al único brazo y un enlace al
neuroimplante.

Respiró con fuerza en su mascarilla, golpeó con debilidad la puerta. Primero el


líquido fue absorbido por un sumidero en alguna aprte bajo su cuerpo hacíen do que
este tocara el fondo de la cápsula. Por la ventanilla entraban destellos de luz que le
cegaban la vista.

La puerta se abrió pesada como una vieja son el silbido de la presión hidraulica, dos
personas fuertes envueltas en monos de plástico blancos con sus grandes cascos
transparentes le ayudaron a incorporarse y mantenerse de pie. Se sentía flojo, débil,
sostener su propio cuerpo en pie requería esfuerzo sobre todo por el equilibrio. Estaba
mareado y hambriento. Uno de los hombres le aconsejaba. “respire, solo respire”

Cuando se calmo un poco le quitaron la máscara que se llevo consigo en enchufe


neural. La habitación era un simple cubo con una puerta blindada en un lado, estaba
en una cárcel, a parte de él y los dos asistentes con el mono de protección biológica
estaba Claudia, fumando nerviosa en un ajustado traje de oficinista gris con pañuelito
en la pechera y todo. No sabía que decirla.

Los hombres le dejaron de pie y se pusieron a hablar sobre contantes vitales y cosas
por el estilo. A un lado, sobre un banco rudimentario de metal y plástico estaban las
ropas del día en que le secuestraron bien dobladas.

–Te encuentras bien.

–No. –Su voz era áspera, tragó saliva, varias veces, su garganta era un desierto.

–El mareo se pasará en un rato, como todo lo demás. Tendrás hambre.

–Sí.

Los hombres empezaron a quitarle el traje. –Ahora te darán un manguerazo y podrás


vestirte, te espero fuera. –Expulso el humo al techo, apagó el porro contra la pared y
salió dejándolo caer en el suelo.

Así fue, quitando una revisión rápida de sus reflejos, garganta, sentidos, etc. Y un
descanso sentado desnudo sobre el banco para recuperar el aliento.
Salió del calabozo por su propio pie. Afuera los pasillos eran largos y blancos como
los de un hospital, bien iluminados, transitados por animados celadores y enfermeras
preocupados por sus propios asuntos.

–Vamos a comer algo.

La siguió con paso flojo a través de los largos pasillos con abundancia de cámaras d
vídeovigilancia hasta intermedios enrejados protegidos por aburridos hombres fuertes
y estoicos robots de contención acolchados. Los anuncios de las paredes y los
uniformes blancos delataron que no se trataba de una prisión, no una de criminales al
menos, era un manicomio.

–¿Cuanto te ha costado mi habitación?

–Menos de lo que te imaginas, un par de falsificaciones en papel que nadie corrobora,


una charla con el doctor con un regalo apropiado al título y la mensualidad oficial.
Poco más que un asesinato, tengo zapatos más caros.

–Me pregunto cuantas de las personas de aquí estaban locas cuando entraron.

–Lo que esta claro es que ya no queda ninguna cuerda, hasta los camilleros están en
el ajo.

–Un buen sitio para enterrar gente viva.

–A nadie le preocupan los sanatorios de criminales y pobres, viven de subvenciones


del gobierno, A saber cuantos habrán muerto por “causas naturales” cuando se quedan
sin espacio para los nuevos.

–Y tú me has escondido en un sitio así.

–No es lo mismo, le deje claro al doctor que de pasarte “un accidente” le encerraría
“por accidente” con el peor de sus inquilinos. Tengo entendido que hay canívales.

Claudia mantenía una fachada de mujer superior, de corpo creída, andando como una
modelo y firmando con desprecio documentos que la permitieron llevarse al sanado
señor Ayuso que ni se le parecía y había padecido una depresión crónica.

Ya en el vehículo con chófer, un robusto y amplio Mercedez con interior de limusina,


tapizado, televisiones, mueble bar, música. Carlos se fijo en Claudia, había
rejuvenecido, algo que solía pasar al implantarse génes de inmortalidad.

–Creía cuando nos conocimos que ya eras inmortal.


–No daba para todo, es mejor no contraer cáncer que evitar el envejecimiento, lo otro
te mata antes.

–¿Por eso tenías prisa?

–Un poco. Me preocupaban más mis estudios, sin ellos no eres nadie. El resto me lo
podría haber pagado después. –Seguía con la fachada de autosuficiencia. –Por cierto,
tus cosas están en el maletero, incluido el brazo.

–No se como me las voy a apañar manco pero tengo tanta hambre que puede esperar.

Se hizo el silencio.

–¿Puedo saber por qué estoy libre? O la menos despierto.

–Nadie ha muerto.

–¿Entonces?

–Me perdonastes.

–¿Con eso basta?

–No. Me tendré que conformar.

–Siento que las cosas sean así.

–Yo también.

Terminaron el viaje en silencio, la comida en un buen restaurante no fu distinta por


culpa del apetito de Carlos. Apenas refrenado por los consejos de Claudia. Nada más
terminar los postres Claudia pagó la cuenta y se fueron a ver a Montero, un último
viaje de cortesía con una última conversación de despedida.

–¿Que va a ser de nosotros ahora?

–No lo se. Solo te pido que antes de secuestrarme me llames. Lo mismo lo podemos
arreglar en el mundo real.

–Volverás con ella ¿Verdad?

Carlos asintió con la cabeza. –Eso no significa que tengamos que odiarnos.

–No. no puedo aceptar ser tu amiga.


–¿Que va a pasar con tus socios?

–¿Los Lupo? Seguiré con el plan, ahora que tengo una prueba de que querían
matarme puedo ser mas expeditiva.

–Esa conversación se puede reinterpretar, no es una prueba de nada.

–No es para un juicio legítimo.

–Si te acorralan puedes llamarme.

–Cuando ella te deje, llamame.

–Lo haré. –Se le ocurrían otras cosas que decir, pero temía los posibles resultados.

Una vez en la clínica de Montero mando mensajes a Zenobia y a Oscar. Se los


encontró a la salida de la misma. Ella se la abrazo entre lagrimas al cuello, él le dio
una palmada en el hombro.

–¡Maldito cabrón afortunado! Ya te dábamos por muerto.

–Me la he pasado encerrado en una capsula del manicomio soñando con playas,
mosquetones y Casuarios.

–Desgraciado y yo preocupado.

–¿¡Que te ha hecho esa loca!? –preguntó Zenobia examinándolo.

–Enloquecerme a mi, quería fundar un club.

–¿Que loca?

–Claudia.

–Esa chica sabe como joder bien a un hombre. ¿Te va a dejar en paz esta vez o la
esperamos para el año que viene?

–Creo que toca esperar.

–Genial, así hasta que te mate.

–¿La conoces? –le preguntó Zenobia a Oscar.

–Es una larga historia.


–¿Que pasa? ¿Esa loca se aparece cada año para darte un susto?

La respondió Oscar. –Justo en el clavo. Cada año se supera ¿Verdad Carlos?

–Sí... Escuchame Zen, quiero que dejes la movida que tienes con los Lupo y dejes
pasar el tema.

–Esta vez se ha pasado de la raya Carlos. –Aclaró Oscar.

–Es verdad. ¿Que quieres que haga?

–¿Sabes lo loca que esta? Me mando un mensaje demencial diciéndome que te


compraba y que me odiaba hace unas horas, Joao y yo temíamos que te matase.

–Enséñamelo a mi. –Pidió Oscar.

–No, vale, basta. La he convencido para que pare. Me ha costado lo mio. Me


conformo con descansar esta noche en mi cama.

–Mañana me vas a contar sobre tus exnovias y némesis. No quiero otro susto como
este. –Zenobia bailaba entre embroncarlo y comérselo.

–Vamos para mi casa. Teressa lo ha pasado fatal, te da por muerto. Lo de que te


habías ido de viaje sin avisar no coló.

La pobre niña hasta lloró desconsolada abrazada a su tito al verlo entrar por la puerta.
Pasaron a tarde allí, con Teressa y Susana, que se fue a casa antes con permiso del
patrón. Le preguntaron por lo sucedido, se lo explico por encima intentado no entrar
en detalles complicados por lo que no quedaron satisfechos, algo que ni la pizza pudo
aliviar. Tanta pregunta le hizo sospechar. En el retiro del baño Carlos probó en su
mente todos los comandos informáticos que se le ocurrieron, por si acaso, ninguno
funcionó.

Ya en la noche, en su casa, tras una sesión de sexo de bienvenida, corto pero intenso ,
orquestado por Zenobia tuvieron la inevitable charla.

–Te he notado apagado ¿Pasa algo?

–Me siento flojo, un mes en un tanque de flotación me ha pasado factura.

–Estas más flaco. –Se puso de lado par poder observarle, apoyando la cabeza en el
brazo con el codo en el colchón. Negó con la cabeza. –No me refiero a eso. Te han
faltado... Ganas.

–Perdona.
–¿Estas bien?

–Me siento disperso, extraño, como si siguiera soñando.

Carlos miraba a través de la ventana el mundo que debería de ser lo normal, por el
reflejo del cristal pudo llegar a ver la expresión de preocupación seria que se dibujó
en el rostro de su amante. –Te has pasado demasiado tiempo en simulación. Deberían
prohibir esas máquinas, la gente siempre sale...

Ella se contubo y Carlos terminó la frase. –¿Tarada? –Las historias de personas que
tras continuas sesiones de simulación ya fuese por castigo u ocio que acababan
protagonizando un evento de cyberpsicosis se contaban por centenares.

–Sí te agobias dímelo. Si no estoy me llamas.

–Claro.

–De claro nada. Lo digo en serio. –Carlos la dio un beso dulce por respuesta. –Ahora
cuéntame que te pasó dentro con esa zumbada.

El relato de sus vivencias en la simulación recalcando que no le había sido infiel le


llevo a explicarle su intrincada historia con Claudia, empezando por el rescate en el
centro. Para Zenobia Claudia era una demente de psiquiátrico con pretensiones ha
hacerla una competencia feroz en la campo del amor de la que deshacerse, sobre todo
cuando Carlos confesó que sentía lástima por ella.

En la mañana siguiente Carlos preparó el desayuno, había adquirido la costumbre de


madrugar en la isla virtual. Encubierto por la soledad se auto mutiló, un corte en un
dedo, cual torpe accidente, comprobando que su dolor fuese autentico y su
regeneración imperceptible. Las cosas pasaron como tenían que pasar, haciéndole
sentirse un poco loco, y a la vez, pensando que eso también podía ser programado.

Se pasó la mañana sentado en el sofá, visualizando en el televisor páginas web que


trataban sobre como distinguir la realidad de lo virtual sin que le aportasen gran cosa.
Detalles tontos para novatos que no tenían porqué significar nada pues podían ser
programadas contramedidas contra esas pruebas infantiles. No pudo evitar pasarse
una temporada observando el mundo con extrañeza, fijándose en que las plantas
estuviesen enraizadas, que no hubiese agujeros en la malla de la existencia en los
rincones oscuros cuando nadie le veía y tocando objetos como si fuera un bebé que
descubriendo el mundo.
Al despertarse Zenobia le enseñó el mensaje de Claudia, tan solo dos horas antes de
su despertar.

Lo voy a liberar ¿Estas contenta? Vas a tener a tu muñeco de vuelta. Afortunada


bruja, lo tienes por una estúpida casualidad, un golpe de suerte que como buena
parásita has sabido aprovechar aún sin saber lo que tienes entre manos ¿Te lo pasas
bien disfrutando lo que no te mereces? Yo he removido cielo y tierra para construir un
futuro para los dos, yo me lo merezco, no tú que todo lo que posees es regalado.
Olvida el trato, ya me encargaré de esa escoria por mi cuenta. Maldita sea ¿No te
puedes buscar a otro? Hay montones de muñecos preciosos por hay ¿Por qué tienes
que jugar con mi chico? Devuélvemelo, ambas sabemos que tarde o temprano te
cansaras de el y lo tiraras a la calle, al cubo de la basura rompiéndole las costuras del
corazón¿Es eso lo que quieres?¿Esa es tú forma de divertirte? Tú ganas, te lo compro
¿Que quieres a cambio de dejarlo en paz?

No quiero nada de ti. Le amo a él.

Tú no sabes lo que es amar. Los de tu clase os pasáis a la gente como consoladores


por la ingle. Solo es un cruel juego para satisfacer vuestros apetitos animales. Dejalo
en paz. Piensas que es divertido probar con un mozo fuerte y tatuado de los barrios
bajos. Toda una experiencia. Pero es una persona, una buena como pocas en esta
ciudad hundida en su mierda. Me salvó la vida, te lo ruego, pide lo que quieras.

También me salvo la vida a mi, en más de una ocasión. Yo no dejaba de hacer la


idiota poniéndome en peligro a mi misma y fastidiando a quienes me rodeaban, era lo
que crees que soy. Él me saco de eso, le quiero y no te lo voy a ceder. Porque si de
verdad lo amases no estarías volviéndole loco en una maldita simulación, privándole
de su libertad, convirtiéndolo en un esclavo. Yo con todo lo bruja corpo que soy,
jamás le haría lo que tú le estas haciendo.

Te odio tanto. Te odio. Cuando tu pantomima de amor termine recuerda que yo estaré
hay para devolverte todo el daño que nos estas haciendo. Quizás no pueda matarte,
pero haré que desees estar muerta.

–¿Te sigue dando lástima?

–Es una persona enferma, acosada por sus traumas, toda esta... Necesita cuidados.

–Cuidados médicos de un profesional, no tuyos. –Zenobia leyó sus ojos. –Sí, como
yo cuando me suicide. Me fui a un sanatorio ¿Recuerdas?

–Tú tenias a gente que te cuidó. Ella no ha tenido a nadie.

–¿Quieres ir a rescatarla?
–¿Tan malo es querer que una persona no sucumba a la locura por culpa del dolor y la
soledad? Las enfermedades mentales no son un virus patógeno que pulula en tal o
cual ambiente y que se pilla por casualidad una tarde con mala suerte, son el
resultado de un sufrimiento.

–La inténtastes ayudar una vez y mira como te fue.

–Eso es verdad. Lo cual no solo dice mal de ella si no de mi también.

–Te puedo dar los números de unos psicólogos competentes ¿Crees que irá a verlos?
O se ofenderá.

–Cuando tú estuvístes mal, poniendo en peligro tú vida entre hombres insensibles,


botellas de alcohol y ruletas de la fortuna. No te ayudaron, nadie te comprendía, te
exigían que fueras como la sociedad decía que debías ser ignorando tu sufrimiento.
Hasta que no traspasastes la línea de la demencia nadie movió un dedo. Eras una niña
mala que debía ser enderezada. Luego fuístes una niña buena a la que había que
rescatar. Así es nuestra sociedad, pisa con saña a la gente que va hacía abajo
culpándoles de sus desgracias y cuando tocan fondo los participantes se hacen los
ignorantes testigos, se escandalizan, lo llaman enfermedad y se lavan las manos,
como si no hubieran abandonado y pisoteado al demente impulsándolo en su camino
a la locura.

–Sabes de lo que hablas ¿Por eso empatizas con ella? –dijo con rencor.

–Sí.

–Como empatizastes conmigo. Se te ha quedado en el tintero.

–No te odio Zen. Te quiero. Lo que me fastidia es que me exijas que la odie. –se
explico algo enervado.

–A pesar de lo que te ha hecho ¡Nos ha hecho! Para mi este mes no ha sido fácil.
Buscándote por todas partes, sin saber si estabas siendo torturado en un agujero o si
ya te habían tirado a la incineradora ¡Cada noticia que tenía era peor que la anterior!
Sin apenas ayuda. Si no fuera por Kutnezsov...

Carlos al abrazó. –Gracias.

–Eres tan idiota. Esa loca algún día nos dará una desgracia. –Se separó de él y le
dedico una mirada maternal. –Ves la cara que retrata a una preciosa victima de la
sociedad, en la cruz de esa misma moneda hay una agresora capaz de lo que sea por
conseguir lo que quiere.
–Sabe que si te hace daño no se lo perdonaría. No lo hará, me tiene por una especie
de ente divino.

–No es por mi por quién temo. Mi consciencia esta asegurada en un banco de


memoria fortificado subterráneo con más seguridad que un silo nuclear. Eres tú el que
morirá de verdad.

No le paso la lista de loqueros de Zenobia a sabiendas de que Claudia jamás los


visitaría, lo más probable es que se lo tomara cono una ofensa. Era era el problema de
los psiquiatras, los turbios asuntos del fondo del corazón, los terribles secretos de la
mente, los miedos más profundos, no se revelan a desconocidos. Para eso se requiere
mucha confianza y un título universitario no aporta ni una pizca de eso por muchas
clausulas de confidencialidad que se le añadan. A los psicólogos solo van personas
forzadas y gente con ganas de llamar la atención.

Lo que si hizo fue hablar con ella cada cierto tiempo. Preguntarla que tal estaba, por
el día a día. Nada confidencial o intimo, solo charlar. Tenía tiempo de sobra, el mes
de vacaciones impuestas implicó perder las opciones laborales de septiembre, las
mejores oportunidades para iniciarse en su oficio en un sistema en el que el
desempleo era tradición.

Al estar la casa pagada y poner Zenobia la comida, lo más caro, podía sufragar el
resto, luz, agua, conexión, con la mensualidad de Monique, por lo que su situación
económica no era acuciante, solo escasa.

A Claudia en cambio le iba de maravilla, tal y como vaticinó la legalización de las


drogas suspendida por un año se hizo realidad a los dos meses. Convirtiendo a los
Lupo locales encargados del blanqueo de dinero en serviles vasallos de la reina
blanca. Cualquiera podía conseguir cocaína o maría en una farmacia y las tiendas
especializadas brotaron como setas por la ciudad costeadas por camellos y
transportistas cuyos salarios cayeron en picado o fueron despedidos. Toda una crisis
económica para las grandes familias de los barrios bajos que se vieron en la
obligación de adaptarse a una forma de negocio distinta a lo acostumbrado.
Aparecieron muchas marcas locales que presumían de una calidad superior avalada
por su longeva experiencia y un mayorista, los Lupo, que vendían al por mayor
basura consumista. Claudia se había emancipado de ellos, tenía su propia marca con
su nombre compitiendo como una opción intermedia de buena calidad sin exagerar en
el precio. La peor opción.
La trampa

En Noviembre le llego trabajo de mano de Zenobia. Lizelle la había dado un cargo de


supervisora en un edificio de administración en donde había percibido sospechosas
anomalías y esta lo arrastró con ella sin dudarlo.

El edificio en pleno centro se llamaba Gregorio, planta tras planta de oficinas,


archivos, salas de juntas y recepciones se encargaban de administrar las cuentas de
PAL de todo el sistema. Ingresos, costes, personal, inversiones, financiación,
logística, publicidad... En la cima tenía un láser y un montón de parábolicas, Dos
fachadas, la del frente y posterior, estaban cubiertas grandes pantallas sincronizadas
que emitían publicidad de la empresa durante todo el día, un corredor se hacía los
cien lisos en la vertical del edificio, una mazado brazo mecánico muy optimista
invitaba a comprar y una bailarina de ballet que nunca se cansaba se turnaban el
protagonismo. Las otras dos fachadas eran aparcamientos verticales.

Octubre se lo había pasado ayudando a Oscar con su tienda, haciendo inventario,


limpieza y esas cosas que a él le daba pereza hacer solo por mantenerse ocupado. Las
ofertas de empleo de lo suyo que encontraba eran mediocres en el mejor de los casos.
Pasarse años en una nave minera peleándose con los mecánicosa su cargo para que
hicieran el trabajo en plazos aceptables por un salario dependiente de la producción,
construyendo Terraformadoras en Zaratustra por unos créditos que en Tania eram
apropiados pero que allí no daban a basto para vivir o un ególatra exigiendo un
ingeniero donde se sobraba un mecánico sin pretender pagar la diferencia, todo ellos
sin seguro médico a pesar de los riesgos. Resultó que tener una carrera no era tan
rentable como se imaginó.

Hizo por el empleó de su novia lo que no había hecho por ningún otro, se quitó el
tinte de pelo, se lo aliso y se hizo trenzas a la vikinga. Seguía sin ser del todo formal
pero y ano era un punk. Se vistió de traje y escondió las armas bajo una gabardina
larga, todo de negro salvo la camisa rojo vino.

Entró detrás de ella, que tirando de soberbia por estatus iba marcando el territorio
clanvándosela a los no menos arrogantes ejecutivos que les recibieron como si fuera
una lanza mordaz. Fría bienvenida destinada a marcar en un duelo de voluntades
quién mangonearía a quién. Como cabría esperar la princesa ganó a base de
comentarios hirientes, dándoles una sorpresa a todos esos granes hombres y mujeres
que esperaban a la ingenua, viciosa y despreocupada vividora que predecía su infamia
teniendo que tragar su insolencia por la estirpe a la que pertenecía.
Salvo un “guarden las distancias” en el ascensor Carlos no contribuyó a la causa. Se
la paso analizando el entorno. La recepción principal era una gran esfera con dos
terrazas. de las que colgaban pendones con el logotipo de la compañía, en cuya base
tenía cinco mostradores, uno redondo en el centro en donde unas bonitas chicas
indicaban direcciones, informaban al visitante o recibían a las visitas. Los otros
cuatro semicírculos dispuestos en las paredes eran tiendas en donde igual comprabas
un implante o realizabas un contrato de envíos periódicos par tu clínica. Cosas que de
normal se hacían por internet pero que por decoro la empresa mantenía una opción
física. Cada tienda estaba dedicada a una especialidad, civil, laboral, militar y otros.
De seguro que la mitad de su escaso trabajo era atender reclamaciones. Era un
espacio alto de limpio suelo marmóreo en negro vetado igual que las encimeras, las
cuales tenían por pared exterior mostradores blancos en los que, junto a las vitrinas
acristaladas dispuestas como estatuas por la sala, se mostraban los mejores implantes
de la empresa. En el techo estaba pintado el fresco de Miguel Ángel “la creación de
Adán” Solo que dentro del simulado cerebro se encontraba un científico de PAL, en
representación del genio humano, y Adán, representando la nueva raza humana,
estaba compuesto por implantes.

Al salir del ascensor el contraste con la majestuosidad de la entrada era apabullante.


Las hileras de oficinas separadas por simple tablones de plástico de baja altura en
donde empleados de todas las etnias tecleaban sin descanso cual robots, mostrando
sus tristes caras amargas cuando las levantaban lo justo para poder visualizar los
cambios en su infierno colectivo antes de volver con el interminable papeleo era
apabullante. EL murmullo de teclas y voces bajas en las salas blancas de escayola con
grandes ventanales al aparcamiento era constante como el fluir de un río.

Los encargados tenían sus propias oficinas separadas del resto con paredes con
cuadros insulsos y espacio para su despacho y un par de estanterías. Al igual que sus
subalternos decoraban todo lo que podían su espacio para darle algo de humano color.
Cuadros de la familia, dibujos de los hijos, recuerdos de las vacaciones y objetos
diversos que no conseguían alegrarlos pero frenarían sus ganas de suicidarse en los
baños.

Ya en las plantas altas la composición cambiaba. Las oficinas se volvían espaciosas y


confortables, lugares de ocio solitario, con salas de reuniones de paredes acristaladas
con cortinas para la intimidad para bastantes personas en donde la población
descendía a una décima parte de la que se encontraba abajo. A Zenobia la dieron una
de esas.

Los archivos físicos eran cámaras acorazadas custodiadas por soldados y máquinas
desconectadas de la red que exigían de varías demostraciones de identidad para
abrirse con lenta cautela y rápida respuesta a cerrarse de nuevo ante una inoportuna
irregularidad. Con la misma velocidad soldados entrenados, drones armados, torretas
de pared, explosivos radio control y gases mortales se encargarían de quién intentase
forzar la entrada.
Carlos también tendría una chiquitita en el área de seguridad. Tenían tres plantas para
ellos. La primera era la del personal, taquillas, aseos, comedor, zonas de descanso,
aulas para al instrucción, gimnasio de entrenamiento y un bonito arsenal básico pero
funcional. En la segunda se encontraban los técnicos con sus talleres y almacenes
para los drones, los paneles de pantallas en bloques con dos operarios por pared a
visualizar lo que grababan las cámaras y la sala de los netrunners dispuestos a tomar
medidas contra cualquier intromisión. La tercera estaba dedicada a los despachos de
los cargos importantes y las cerradas salas de investigación en donde se investigaban
los casos al igual que en una comisaría, escritorios para cuatro investigadores, una
pantalla táctil para el seguimiento y una cafetería común par las reuniones.

Su despacho apenas tenía un escritorio, un tablón y un ordenador conectado a la red


interna. Lo justo para un agente temporal que nadie quería.

Dejando a Zenobia en una reunión a puerta cerrada con los altos cargos a la que no
estaba invitado se fue a entrevistar con el jefe de seguridad, de rango comandante, de
apellido Yamada. Un hombre austero de ojos grises rasgados con la capacidad de
taladrar sin descanso a sus entrevistados. Su tono de voz era duro como su disciplina
y su formalidad impecable como su uniforme. Solo le faltaba la armadura para ser un
samurai, la katana la tenía decorando sobre un estante no muy lejos.

–Usted va a ser el sabueso que vamos a tener husmeando por el edificio.

–Por fuera también. No se preocupe, no orino en las esquinas.

–Eso ya lo veremos. La mayoría de los que son como usted no tienen la virtud de la
paciencia, lo quieren todo ya y no dudan en romper lo que encuentran en su camino
para lograr sus objetivos.

–Eso dependerá de lo importante que sea el objetivo.

–Como me imaginaba. No ha habido ninguna fuga de información. Mis técnicos de


confianza han revisado todo el sistema.

–El sistema es demasiado grande para revisarse por entero. Un único pincho de
memoria puede sacar info del edificio sin que nadie se percate. Eliminado el registro
de la sustracción saber que se ha dado es imposible. Es solo un ejemplo.

–Lo se. Sin embargo los empleados corrientes no tienen acceso a información útil, se
limitan a tramitar documentos comunes. Los altos cargos están vigilados de forma
constante. Chips subcutáneos, conexión permanente del neuroimplante, acceso a la
seguridad de sus hogares, al GPS de sus vehículos. Ninguno a tenido
comportamientos erráticos.

–¿No se van de fiesta?


–¿Que es lo que busca agente Nuñez?

–No me cierro la puerta a una única cosa. No se preocupe, no voy aponer el gallinero
patas arriba, me da igual si uno de los ejecutivos se pasa las noches del sábado
celebrando orgías con medio kilo de cocaína sobre la mesa. Mi trabajo es proteger a
la señorita Zenobia no airear los trapos sucios de esta corte.

–Y a sus intereses. También es mi trabajo. Por ello le pido que si descubre algo
peligroso me lo comunique antes de tomar represalias.

–¿Colaborar? Me parece bien ¿Me va aponer al tanto de las filtraciones?

–Como le he dicho no hemos tenido. Le acompañare a los cuartos de investigación


para que pueda ver con sus propios ojos los problemas actuales que estamos tratando.

Le hizo un tour presentándole a los serios y educados detectives de los cuatro


departamentos. Todos llevaban tatuajes de plata, las cicatrices de algunos les
delataban como anteriores criminales y las maneras de otros como ex-policías, cacos
y pies planos hermanados por una causa común, un buen salario. Cada departamento
tenía cuatro agentes dirigido por un superior, el doble que en la policía que no
pasaban de dos por los recortes de presupuesto de los que se quejaban cada año.

Tenían cuatro casos en progreso. Uno se trataba de una farsa promovida por ellos
mismos. Se hacían pasar por compradores de información y realizaban ofertas a
empleados de dudosa moral a ver si picaban. Otra investigaba a unos tong que
estaban amenazando a un empleado para obligárle a robar a la compañía para ellos.
El tercero analizaba un traspaso de información interna interrumpido por el sistema
no notificado a seguridad. El último recopilaba información de una empleada de
rango alto que había desarrollado un gusto especial por los menores de edad la cual se
creía estar engañando al sistema de seguimiento.

Según Yamada pura rutina. Las pruebas al personal se hacían con regularidad, cada
dos por tres a alguien se le olvidaba rellenar un formulario de traspaso
interdepartamental, la escoria tendía a acosar a sus empelados de bajo rango con la
esperanza de rapiñear drivers a vender en el mercado negro de internet y cada cierto
tiempo descubrían las miserias de un jefecillo.

Terminada la visita guiada fue a ver a Zenobia a su despacho. Le dio acceso a pesar
de estar en medio de otra reunión. Por la cara deducía que la anterior no había sido
confortable. El despacho de su la auditora Fonseca era un cuadrado la mitad de
grande de lo que solía usar, el triple que el de Carlos, con estanterías minimalistas de
tubos de metal doblados con tablones de plástico con ficus del mismo material entre
ellas, cuadros abstractos en las paredes, un escritorio esquinero en el lado de los
ventanales y unos sofás para reuniones en el opuesto, la puerta estaba en la esquina.
En un sillón Zenobia atendía con desgana a dos hologramas de batas blancas sentadas
en el sofá, una rubia con el pelo hasta el mentón, apenas maquillada, con los labios
finos y la nariz respingona muy preocupada y a un moreno con un pronunciado tupe y
finas cejas y ojos casi dorados en contra de la primera más un joven trajeado de gran
sonrisa y risueños ojos azules con el pelo rizado que se divertía con el circo en el otro
sillón.

El científico del tupe aprovechó la interrupción para retomar la palabra. –Como iba
diciendo, una vez realizado el desembolso de los costosos drivers ya no resulta
necesario la experimentación con animales. Ya sabemos cual sera el resultado, el
problema es al implantación en humanos, ese tiempo y recursos podría ser aplicado a
la investigación para la defensa física de nanobots de la piel aislante.

–Es la primera vez que nadie intenta algo parecido. No sabemos que respuesta
podemos obtener de animales cuyos parientes ya tenían esos sentidos menos aún de
lo que pasará al implantarlo en un sistema nervioso humano. No existen referencias.
Las posibilidades son enormes, la mayoría de ellas implican daños graves al sujeto.

–¿Graves? La tecnología actual tiene todo tipo de controles para evitar la sobre
exposición del cerebro al exceso de información, solo hay que recalibrar los
parámetros.

–¿Que parámetros? ¡Nadie los conoce! El usuario podría experimentar todo tipo de
alucinaciones que a duras penas el sistema operativo del implante neural sabría
identificar.

–Para eso usted inicio el costoso proceso de crear todo un programa nuevo para su
detector de campos magnéticos en vez de reconfigurar los existentes ¿Cuantos
créditos más piensa adjudicarse? Los demás también tenemos proyectos útiles.

–¡Ese programa es completamente necesario! Los programas anteriores no son


viables, solo sirven para tratar sentidos que el ser humano ya tiene. Esta nueva
percepción requiere de un programa que adapte las sensaciones del implante a algo
que el cerebro humano pueda interpretar.

–Señorita Fonseca. Es verdad que la piel antinanobots presenta algunos fallos. Sin
embargo medido en costes son nimiedades en comparación con lo que la doctora
Lucia pretenda gastar sin ninguna promesa de éxito y el mundo necesita una defensa
mejor que aumentar el número de bots. Esto nos pondría por delante de Aura en la
lucha contra las armas nanoroboticas en la que el ejercito tiene interés.

–La percepción de los campos magnéticos es algo que ningún camuflaje puede evitar.
Creo que el ejercito estará mucho mas interesado en eso que en un paso más en el
frente de la nanorobótica que avanza cada día. Por no hablar de las aplicaciones
civiles.
–¡Basta! –Zenobia se hartó. –Ya les he escuchado a los dos. Tendré en cuanta sus
argumentos. –El hombre fue abrir la boca pero Zenobia lo calló con el dedo. –No
pienso pasarme la tarde aguantando su discusión. Señor Garivaldi le transmitiré mi
decisión tras meditarlo.

Los tres sujetos se marcharon despidiéndose con servilismo, los doctores casi se
daban codazos en la puerta.

–¿Suele ser así?

–Siempre hay alguien que quiere algo. Mi llegada era la oportunidad que ansiaba
Romero para hacer un ajuste en los presupuestos. –Zenobia se levantó y fue al
mueble bar.

–No tiene nada que ver con el motivo de nuestra presencia ¿Verdad?

–Nunca se sabe. Hemos apostado fuerte con Müller, si nos quieren robar información
sera la de su proyecto. ¡Arg! Solo hay agua y refrescos. –Cogió un par de colas y
cerró el armario. –Maldita Liz –Farfulló.

–¿Detector de campos magnéticos? Que yo sepa eso ya existe.

–No como un implante. –Le paso una de las latas antes de sentarse de nuevo en un
sillón.

–Diría interesante pero quedaría pedante ¿Por qué estamos aquí? –Carlos abrió su lata
y se sentó en el respaldo del sofá.

–Alguien ha metido la zarpa en el tarro de las galletas.

–No veo como yo te puedo ser de ayuda en eso.

–De una forma sencilla. Necesito a los de seguridad a mi disposición. Ayudales a


acabar lo que tengan entre manos para que pueda dedicarlos a investigar a los doce
sospechosos que tengo por ahora.

–Sí mi capitán.

–No digas eso. Lo de que te traiga de empleado es por fastidiar a Liz.

–¿Por qué la iba a molestar eso?

–Dos salarios en vez de uno.

–Vaya... Ahora me siento usado.


–Bienvenido al club.

–¡Venga! En tu caso es un trabajo familiar.

–¿Tú crees? Yo imagino que solo soy una distracción para que los directivos se
preocupen en engañarme a mi mientras ella hace la verdadera investigación.

–Si es así ¿Por qué no te lo ha dicho?

–No hace falta.

–¿La vas a seguir el juego?

–Que remedio. Por otra parte eso me da una posibilidad de ganarla capturando yo
primera al ladrón. Eso sí, juego con desventaja.

–Presiona a Yamada. Ahora esta haciendo una caza de brujas que puede dejar para
tenerte un equipo libre en poco tiempo, otro se esta dedicando aun trámite mundano,
con suerte lo tendrás también a tu disposición en breve.

–¿Los otros dos?

–Esas son otras historias. Un grupo de tongs mangoneando al chaval del barrio que
consiguió ascender amenazando a su familia y una pedófila que en cuanto terminen
de investigar habrá que empapelar, a menos que seáis de guardaros el as y usarlo para
chantajearla.

–No. esa tendrá que salir empapelada por la puerta de atrás, es un tipo de publicidad
que no nos podemos permitir ¿Que puedes hacer con los tong?

–Matarlos a todos. Es la mejor opción, así entenderán el resto de bandas que tiene que
dejar al currela en paz.

–¿No es por acciones como esa que odian a los corpos?

–No digo que sea justo. Ellos solo han amenazado con hacer cosas que lo mismo no
tienen pensado cumplir. Ahora, tampoco nos engañemos, los tong son poco mejores
que los chatarreros, lo más normal es que cumplan para enviar un mensaje al resto. Es
mejor prevenir que incinerar.

–¿Con la pedófila que puedes hacer?

–Nada que no estén haciendo ya tus agentes. Eso es cuestión de esperar y grabar. La
solución rápida, una accidente, puede salir fatal en el momento que se deje una pista
pues la tipa es corpo y homicidios lo investigaría.
–Descubriendo sus trapos sucios. Los empapelados seríamos nosotros, por la prensa.

–Hay cosas peores. Ser niño y caer en sus garras.

–Se lo vamos a dejar a la justicia. Organiza con Yamada lo de los Tong. Pero antes...
Ven aquí guapo.

Carlos se acercó y se besaron, entre el cuello y la boca la susurró. –Cámaras.

–¿Detectas alguna?

–No. Serán de conexión física.

–Yamada no haría eso.

–Yamada no.

Zenobia se detuvo. –¡Ahg! Liz.

–O el ladrón o alguien que quiera sacar tajada.

–Lo dudo. Yamada habrá revisado esta oficina dos veces antes de entregármela. Solo
un Fonseca podría haber colado una aquí. Aún así sobran pretendientes.

No la había llamado la atención sobre las cámaras por eso. Cuando se ponía al mando
se volvía soberbia y dura, indiferente y calculadora. No le gustaba así. El quería a la
apasionada rebelde y un tanto infantil mujer a la que una cámara habría significado
un alicente en vez de un impedimento. Si no fuera porque Lizelle era formal y fría en
vez de orgullosa y despectiva con sus subalternos habría llamado a la hermana para
saber si había tongo. Todavía dudaba de la realidad de vez en cuando.

No se demoró en visitar a Yamada, aunque le tocó esperar de todas formas, el


personal importante del edificio habían acudido a él. Por lo que pudo escuchar en la
distancia parecían recordárle sus limitaciones. Le toco esperar un rato a que la cola de
directores desapareciese. Uno de ellos, adusto varón de tez morena y peludas cejas se
tomo la molestia de hablar con él.

–Es usted el que entro con la distinguida Fonseca.

–¿Era una pregunta? ¿Quién es usted?

–Ya lo se.

–No, no lo se.
–Entonces es que no hace bien los deberes. No durará mucho.

–¿Por qué ha venido a seguridad? No parece que nadie le haya agredido ¿Le han
robado algo o lo ha robado usted?

–¡Sinvergüenza! Un guarda espaldas no... Un bladerunner.

–¿Donde? –Miro a los lados.

–Estoy de a cuerdo con que se emplee este tipo de medidas contra un traidor. Aunque
sean deleznables. –dijo mirándole de arriba abajo asqueado.

–Perfecto. Así ese bladerunner se sentirá mejor si resulta ser usted con quién tiene
que tratar.

–Con migo no tiene que tratar nada. Asegúrese de no acercarse a mi o lo lamentará.

–¿Por qué? ¿No piensa ducharse?

–Cuando su trabajo aquí termine lo hará su relevancia y la protección de la que por


ahora goza. Recuérdelo.

–Lo mismo se puede decir de usted.

–Yo no soy un jornalero.

–A mi me pareció que sí. Como no tiene nombre.

–Nombre y apellido, señor. Nombre y apellido.

–¿Ya los recuerda? ¿Me los puede decir?

No le dijo nada. Se limitó a mirar a otro lado con cara de oler un pedo. Carlos se
quedo esperando pensndo en que al día siguiente toda al empresa le consideraría un
bladerunner. Al final tendría que volver a la universidad a estudiar criminalística.

Por suerte los corpo pasaban rápido por la oficina de Yamada. Al entrar Carlos
Yamada no parecía cambiado, su rostro debía haber sido tallado por un artesano
japones. Le invitó a sentarse con toda la cordialidad.

–¿Ya han terminado de cagarse de miedo todos los directivos de la empresa?

–Ese comentario a estado fuera de lugar. No han terminado, mañana se pasara la otra
mitad.
–Imagino que las instrucciones de Zenobia Fonseca ya le habrán llegado.

–Así es. Ha sido muy específica. Quiere a todos los equipos disponibles cuanto antes.
También me ha dicho que quiere que colaboremos con usted en el caso de los Tong.

–Por eso estoy aquí ¿Cual es su plan? –pareció por un milímetro de la comisura de
los labios alegrarse de volver a su trabajo de verdad

–Quería saber si los Tong buscaban alguna información en especifico antes de actuar
para distinguir si solo son oportunistas o trabajan para alguien más importante.

–¿Como lo lleva?

–Ordene al señor Hóu aguantar un poco a ver si pedían algo en especifico.

–¿Que ha averiguado preguntando?

–No he preguntado, ni si quiera los intermediarios saben que traman las mafias
orientales. Solo les pondría en alerta.

–¿Tiene Hóu protección?

–Las pocas personas de mi equipo que pueden pasar desapercibidas en esa barrio se
van turnando. Usted llamaría la atención. Una atención no deseada.

–¿Ahora que hay prisa que va a hacer?

–Ninguno de estos idiotas puede salir de la ciudad sin que nos enteremos. No es
necesario correr en el asunto del dinero. Pretendo seguir con la investigación tal y
como iba a menos que usted me obligue a tomar otro curso de acción.

–Sabe que esa no es decisión mía, si no de Lizelle. ¿Que le ha dicho ella?

–La señorita Lizelle Fonseca a dejado este asunto en manos de su hermana.

–Hay termina lo de colaborar ¿He?

–Esa decisión tampoco es mía.

–La banda de los tong. Como de grande es y que edad tienen sus integrantes.

–Ocho jóvenes de entre quince y veintiocho años.

–¿Sabe de que conocen a Hóu?


–Era amigo de la infancia de los más mayores.

–Los chavales son hermanos pequeños de los otros ¿Verdad?

–Así es.

–Hóu debe de ser joven también ¿En que departamento trabaja?

–Publicidad, esta al tanto de las próximas campañas y nuevos productos, estrategia de


ventas.

–¿Nada de tec?

–No.

–Apesta a oportunismo.

–Lo se. Sin embargo esa es una conclusión precipitada basada en las circunstancias,
no en pruebas.

–¿Y si detrás hubiese un cabeza de dragones que iba a hacer? ¿Bombardear los
distritos seis y siete?

–Al menos sabríamos quién intenta jodernos.

–A un líder de la mafia nuestro plan de ventas para el año que viene le importa menos
que a que masajista del balneario se follara mañana. Si hay alguien detrás trabajará
para alguien que esta más detrás aún, donde usted no llega.

–Una pieza no resuelve un puzzle pero ayuda a completarlo.

–¿Que hacemos con el que ha robado a la empresa mientras completa el puzzle del
señor Hóu?

–Como ya le he dicho esos no irán a ninguna parte.

–Me da que la idea de este juego es azuzarlos para que corran a otra parte, si no ven
la vara llegar no se asustaran.

–¿Entonces por qué pasan por mi despacho llorando como bebés de guardería?

–Quizás tenga razón, o puede que solo le estén tanteando.

–Entiendo lo que dice. Pero a mi esta gente me conoce. Saben como hago las cosas.
Si las hiciera diferente sospecharían.
–Si le conocen bien a usted, usted también les conocerá bien ¿Como puedo asustarlos
señor Yamada?

–El tigre que provoca una estampida haría bien en no ponerse delante de la manada
que ha asustado.

–Gracias por el consejo ¿Como los asusto?

–Lo que más temen es que se cuestione su lealtad. Si la compañía les despidiese no
tendrían donde ir. Eso ya esta hecho, pero no hay pruebas. Entre ellos se odian a
muerte por la competición por los puesto relevantes, no sería de extrañar que
apareciesen pruebas falsas colocadas por un contrincante. Lo suficiente sutil para
parecer real y más aún para parecer de un competidor.

–Eso requeriría que me contase los trapos sucios de toda la corte.

–Yo no puedo darle eso. Pero se de cierta mujer en la cuerda floja por un turbio
asunto con niños que de seguro sabe algunas cosas.

–¿Eso no estropearía su investigación?

–La alertaría haciendo que se volviese más cauta o la asustaría haciendo que
cometiese un error. Es una apuesta.

–También me culparía a mi de su caída en vez de a usted.

–A mi ella no puede hacerme nada. Yo soy el jefe de seguridad.

–¿Entonces por qué todos le vienen a apretarle las tuercas? –Carlos se levantó.

–¿Que hará?

–No lo se. –Se fue.

No muy lejos, hasta la cafetería en la misma planta, para pensar un poco con una
buena taza de algo caliente y la oreja alerta. El café era bueno.

El equipo de la caza de brujas se enfadó bastante al cambio de asignación que hecho


por tierra su trabajo hasta la fecha. Los de Hóu apenas se movían, la puerta solo se
movió dos veces, para un remplazo. Lo de la oveja negra y el trámite no paraban.
El mensaje

Terminado el café descendió a una planta de financiación, los que en teoría tenían los
datos más suculentos y le pregunto a una chica bonita de por allí como funcionaba
aquello de pasarse datos entre departamentos. Según la jerarquía entre el emisor y el
receptor podía ser apretar un botón o tener que rellenar formularios, certificarlos y
pasar escáneres. Por supuesto la chica no tenía ni idea de como mover datos
saltándose esas medidas de seguridad.

Subió de nuevo a a la planta de seguridad, esa vez a donde los técnicos hacían su
trabajo y preguntó por los fallos de comunicación. Un chaval le puso al corriente de
que estaban a la orden del día, a los oficinistas por lo visto les costaba acostumbrarse
hasta el punto de que los informáticos creyesen que cometían fallos a posta por
fastidiarles. Cuando le preguntó por el simple fallo común que hacía que un equipo
de investigación no parase la cosa se puso turbia.

–Ese fallo en concreto no lo tenemos en la memoria.

–¿Como que no lo tienen? ¿No lo necesitan para investigar?

–Seguridad se llevó la información y la borraron del sistema.

–¿Es eso normal?

–Solo si es grave.

–¿Lo era?

–Ni idea, yo no estaba aquí cuando paso.

–¿Quién estaba?

–José, pero el no le va a contar nada. Tiene orden de guardar silencio.

–¿También con seguridad? –Se señaló a si mismo.

–Solo puede hablar de ello con Yamada y el grupo de investigación.

–¿Que sabes tú de lo que sucedió?

El joven se mojo los labios con la lengua y miro alrededor antes de seguir. –Lo
enviaron a una impresora. El que construyó esto no pensó en que se imprimiría tanto
papel, por eso de ser más cómoda la red, pero se sigue haciendo. Cuando una
impresora casca los oficinistas enloquecen y envían los documentos a otra aunque no
deberían, se suelen dar prisa en recogerlos para evitarse el chaparrón.
–Pero el envió fue detenido.

–Hay un programa que registra todos los datos enviados entre departamentos,
incluidos los de las impresoras. Si el documento esta clasificado lo para de forma
automática.

–¿Eso no se podría evitar cambiando el nombre del documento o algo parecido?

–No. todos los documentos tienen una marca de agua distintiva, si la marca no esta o
indica que es confidencial salta.

–¿No se puede modificar la marca o pasar los datos a otro documento?

–No. En los ordenadores los únicos que podemos instalar o borrar programas somos
nosotros y los de ofimática te exigen poner una marca de agua a revisar por el
supervisor de área. Tendrías que modificar el programa y para eso tienes que ser un
buen hacker.

–Si la cosa esta tan complicada ¿Por qué no imprimir la Información en papel y listo?

–Hay escáneres en las puertas de ciertas plantas, si detectan papel o un chip el


segurita te para.

–¿En las otras no?

–¿Se imagina el jaleo que sería?

–¿Sabes de donde salió a donde iba?

–José.

–¿Que departamentos están vigilados?

–Dirección, finanzas, inversiones y seguridad.

–¿Facturación y logística no?

–Mueven demasiada info. Si se quiere que no se sepa algo de ellos se limitan a


cambiar los nombres de los registros.

–Gracias Fran. Me has sido de mucha ayuda.

–Pues acuérdese de mi si le salen las cosas bien.


Carlos volvió al despacho de Zenobia a pedirle que le consiguiera el documento
escondido.

–¿Que tiene que ver eso con los tong?

–No lo se. Lo que se es que Yamada esta más preocupado por eso que por el robo.

–¿Por qué no se lo pides a él?

–Porque no me lo daría. A intentado encasquetarme un asunto turbio con el cual


distraerme. Me da que es fiel a tu hermana. A ti no podrá ignorarte.

Tardo un poco pero llegó. Un informe de gastos bastante cuantioso enviado desde
dirección a ventas.

–Has descubierto como descubrieron al ladrón. Cotejarían este tránsfuga con el de la


base de datos y no les cuadró.

–¿No te informó de esto Liz?

–Es una competición ¿Recuerdas?

–Si es mas importante demostrar cual es la mejor que recuperar millones de créditos
podríais donarlo a los pobres.

–No han robado tanto pero tienes razón. Debería habérmelo dicho. Lo que pasa es
que ella piensa que lo puede resolver todo sola y que yo solo sirvo para causar
problemas.

–Pues el primer minipunto es tuyo. Ahora solo tienes que cotejarlo tú para saber de
donde ha desaparecido el dinero.

–Eso si me lo dijo pero voy a revisarlo de todas formas por si acaso.

–Me vendría bien tener una copia de eso, o uno falso que parezca real, en publicidad.
Enviámela a mi nombre, una bien enviada y otra pasándote los controles enviandola a
imprimir a publicidad, así comprobaremos si el sistema que me han contado
funciona.

En lo que Zenobia hacía eso mirándole con cara de preguntarse a que jugaba Carlos
cogió un folio en blanco, escribió en el “Si estas leyendo esto estas haciendo un buen
trabajo”, lo doblo en forma de barquito de papel y se lo guardo en el bolsillo.
El guardia de seguridad de dirección y su sensor estaban haciendo un buen trabajo.
En publicidad no. allí además le toco esperar. Resultó que el documento extraviado
era autentico así que le tuvo que falsificar uno ella por no poner en peligro datos de la
empresa lo que entre unas cosas y otras le hicieron perder lo que quedaba de la
mañana.

Pudo encontrarse con Hóu cuando este finalizaba su jornada, si no fuera por las horas
extra no remuneradas no lo habría conocido ese día.

–¿Señor Hóu? Me gustaría hablar con usted. –Le enseñó la tarjeta de seguridad.
Carlos se sentía como un policía con eso.

–Yamada me dijo que no hablara con nadie.

–Yo soy la excepción. Si no quiere hacerlo aquí podemos ir a mi despacho en


seguridad. No es una amenaza, es que no tengo otro lugar cerca.

–Vayamos a su despacho.

El señor Hóu parecía un hombre anciano a pesar de no llegar a los treinta. Calvicie
prematura, algo encorbado y cansado, muy cansado, dentro de un traje feo que de
seguro por la mañana se veía mucho mejor pero que a esas alturas parecía una bolsa
de plástico arrugada con una manta gris por encima. Solo la corbata medio
desabrochada tenía algo de color en todo su ser.

Hóu se dejo caer en la silla aguantando que Carlos le robara más tiempo del que ya le
habían quitado. Entre el cansancio del oficinista y sus pequeños ojos rasgados Carlos
tenía la sensación de que se quedaba dormido. –Señor Hóu los tong que le acosan ¿Le
han pedido algo en concreto?

–Ya le dije al señor Yamada que no.

–Tenía la ilusión de que ami no me mintiese.

–No le miento. Wei me dijo que le pasara información, cada mes, lo que fuera.

–Usted trabaja en publicidad de una empresa de implantes, rara vez tienen info útil, el
catálogo no cambia tan a menudo.

–Lo suficiente como para que si una empresa competidora se entere lancen una
campaña para socabar la nuestra.

–No digo que su trabajo sea inútil. Lo que digo es que a las triadas o los yakuza eso
se las trae al pairo y la competencia contratarían netrunners para eso. No a usted.
–Yo no se de espionaje. Me dedico a usar logaritmos para predecir comportamientos
del mercado y preparar campañas promocionales al respecto.

–Parece un trabajo tedioso para lo poco que le pagan.

–Es mejor que no tener trabajo o dedicarme a acosar a quién si trabaja.

–Espero que no diga eso por mi. Yo trabajo mucho, tanto que he encontrado un
documento muy sospechoso dirigido a usted.

–¿¡Que!? ¿¡Son tan idiotas de enviarme una amenaza aquí!?

–No exactamente. –Carlos puso las falsas cuentas sobre la mesa. –¿Le suena?

–No. esto son cuentas de gastos.

–Esto es lo que Wei busca, enviado desde Finazas hasta publicidad justo cuando usted
esta metido en este embrollo con los tong.

–¡Yo no sabía que Wei tuviese a alguien dentro! ¡Se lo juro! Nunca me dijo nada de
esto, solo que le pasara información.

Carlos recogió el folio. –Estas cuentas representan una inversión de la empresa que
de acabar en manos de la competencia podrían ser usados para averiguar nuestros
planes de futuro ¿Se da cuenta de la gravedad señor Hóu?

–¡Yo nunca me involucraría en algo así! ¡Tiene que creerme! ¡Yo informe a seguridad
en cuanto empezaron a amenazarme!

–Yo soy un investigador señor Hóu. No me creo nada, nunca, de nadie. Solo pienso
en opciones. Por un lado tengo que me dice la verdad, que ese tal Wei tuvo que
improvisar algo cuando su hombre de dentro no pudo sacar la info hasta la calle y vio
el cielo abierto cuando se entero que su viejo amigo Hóu trabajaba en PAL. Por el
otro usted es un mentiroso, un espía contratado por Wei, que a su vez estará
contratado por la competencia.

–¡Como voy a ser un espía! ¡Revise mi historial! ¡Nunca he faltado a las normas!
¡¡Conseguí mi puesto gracias a mis notas! ¡He trabajado muy duro para llegar hasta
aquí!

–¿De donde saco el dinero para pagarse la universidad un muchacho de los barrios
orientales?

–Mis padres ahorraron cada crédito que pudieron durante años, yo conseguí becas y
trabaje a tempo parcial ¡Todo de manera honrada!
–He imposible de demostrar.

–Si le debiera dinero a los tong ya estaría muerto.

–A lo mejor le han ofrecido otra forma de devolverlo.

–Daría igual, porque denuncie el abuso en cuanto se dio.

–Señor Hóu. Yo no soy Yamada, como ya se habrá dado cuenta. No me atengo a las
mismas normas. Le voy a dar una oportunidad por si quiere contarme algo que se le
haya olvidado. Si lo hace así saldrá de esta sin problemas. Si descubro luego que me
mintió. Los tong no son rival para mi.

–¡No le miento! ¡Se lo juro! Si Wei tiene algo más aquí dentro a mi nunca me dijo
nada.

–Le creo. Perdone que le haya puesto a prueba, es mi trabajo. Siga las instrucciones
que ya le ha dado Yamada.

–Van a acabar con Wei.

–No puedo contarle eso.

El pobre señor Hóu se fue con un susto de muerte. A Carlos no le pareció una farsa.
Se iba a ir a comer algo cuando Yamada le llamó a su despacho. Carlos fue como un
niño bueno.

–¿Que fue lo que dijo sobre orinar en las esquinas?

–Se fue por el mismo sitio que lo de cooperar.

–La opción de Marina no es una mala idea. ¿Que más le da enfadar a una mujer
destinada a hundirse?

–¡Lo mismo que a usted! ¡No he venido aquí a limpiarle el pañal ni soy su lacayo! Si
no le gusta que haga las cosas a mi manera deme la opción de hacerlas de otra forma.

–Su jefa ya tiene los datos.

–¡Solo tiene migajas! ¿Me ha pedido que venga para volver a mentirme a la cara?

–Ya sabe por que no queríamos atacar a los tong. Esperamos a que se pongan
nerviosos, se impacienten, y nos den alguna pista de quién los contrató.
–Es una opción muy pobre Yamada. Cuando se impacienten como mucho le dirán el
que buscar y donde, no le van a dar a un pringado como él la identidad del espía.

–¡Los tong de Wei son unos idiotas! Se dedican a extorsionar comerciantes y robar a
mendigos. Esto les viene grande. –dijo golpeando don dos dedos la mesa.

Algo en esa frase no encajaba. Carlos se quedo pensando.

–Solo hay que esperar a que cometan un error.

–Podría haber secuestrado a uno y golpeado hasta que hablase o haberle pagado a una
prostituta para que lo drogue y le saque la info. Algunos son mocosos, hablarían solo
con unas cervezas de más.

–No en territorio Tong, las triadas vigilan. El contratista se asustaría.

–Bien, le dejo toda la operación a usted.

–¿No se inmiscuirá? –dijo incrédulo.

–¿Me va a contar algo útil?

–No hay nada más que contar.

–Seguiré orinando entonces. –Se fue y el disciplinado Yamada no le intentó meter en


cintura ni convencerlo de nada cuando en teoría iba a chafarle toda la operación.

Comió con Zenobia en un restaurante cercano, la cual le preguntó por su obvio


enfado. No hablaron de ello, no allí, ni en Gregorio. Pararon en casa antes de volver
al trabajo.

–Ahora sí ¿Que ha pasado? –le pregunto Zenobia mientras preparaba unos margaritas
a Carlos que esperaba en la mesa de la cocina.

–Yamada me miente cada vez que abre la boca. Lo que me dice no tiene ningún
sentido.

–¿Que te ha dicho?

–Que alguien contrato a un grupo de idiotas, él mismo los califico así, para robar a
PAL. Como si no hubiese nudos y runners de sobra en la ciudad.

–Les has pillado por sorpresa y han tenido que improvisar. Nadie esperaba que te
trajera conmigo.
–Pues improvisan fatal.

–No es para enfadarse tanto.

–Tienes razón. El caso de Húe no tiene anda que ver, si no nos habría enviado ese
mensaje, lo.... –Suspiró.

–¿Que?

–El mensaje. Me puso sobre al pista de Húe para que perdiera el tiempo, como quería
hacer con la pedófila. Para que le resuelva los casos que no quiere hacer él y poder
centrarse en lo que le interesa.

–Nos ha dado un mensaje diferente al que se capturó ¿No?

–Sí, eso creo.

–Hablaré con Lizelle para saber hasta que punto nos podemos fiar de Yamada.

–No tengo forma de hacerme con ese mensaje sin violar la seguridad inmiscuyendo
aun tercero.

–¿Si me estas pidiendo permiso? La respuesta es no. –Zenobia le entregó su bebida y


se sentó a disfrutar de la suya. –¿Estas seguro de que ese mensaje es tan importante?

–A menos que exista un quinto equipo con una base en otra parte, como el de Liz, sí.

–Aceptó. Investiga eso, hasta que tengamos más pistas es mejor que hagas eso a que
pierdas el tiempo bailando para Yamada.

Carlos se quedo mirando el margarita. –No tengo ni idea de por donde tirar.
Peleas entre mujeres

Cada uno hizo sus llamadas. La de Zenobia debía de ser con diferencia más
interesante que la de Carlos ya que esta no paraba de dar vueltas por el salón muy
enfadada alzando los brazos y bufando.

A la hora terminó. –¿Que tal?

–Ha decidido dejarse de tonterías y cooperar ¡Una prueba! ¿Te lo puedes creer? ¡Va y
me dice que me estaba poniendo a prueba!

El mensaje interceptado real era una lista de gastos bastante cara. Mucha tecnología,
circuitos y chips de vanguardia, fibras de diamante, sensores delicados, todos
destinados a Pyrene.

Carlos se debió quedar con cara de tonto. –Son los gastos del proyecto de Müller.

–Quieren saber que materiales de construcción son necesarios para fabricar el nuevo
implante. ¿Consiguieron robar la información?

–Para cuando terminamos con el espionaje en Pyrene ya llevaban un tiempo


operando. Sí, debieron de llevarse una parte de la información.

–¿El robo...?

–¡Todo mentira! No falta un solo crédito.

–Solo quería asustar a los directivos, una excusa para investigar. Sospecháis de ellos.

–Las traiciones casi siempre vienen de arriba.

Carlos se lo pensó un momento. –Eso le da asentido a todo. La caza de brujas para


quitarle apoyos al espía, la investigación de Húe, por is los tong tienen algo que ver.
Seguro que lo de la directiva perturbada lo pillaron de refilón al escarbar...

–Volvamos al tajo.

El mensaje había sido enviado desde finanzas a ventas. Carlos fue a seguridad, a los
técnicos a preguntarle desde que ordenador salio y el registro de las cámaras de
seguridad.
Con la asistencia de José y Fran averiguó que el mensaje fue enviado desde la cabina
354 donde trabajaba una tal Rose que ya había sido detenido por los hombres de
Yamada. Antes de visitarlo revisó la grabación de la impresora involucrada, de la
cual todo el personal que la uso recogió sus papeles sin complicaciones. Algo que el
espía no podía haber hecho. Los técnicos le aseguraron que el documento no fue
enviado a ninguna otra parte.

Por otra parte Jiho le informó de que en efecto los fuegos de Wei era una banda sin
relevancia, la típica panda de matones de callejón sin oficio ni beneficio intentando
hacerse un nombre en las calles para llamar la atención de los mandamases y
conseguir un trabajo en el mundo del hampa. Por el momento su única aportación al
crimen organizado había sido la extorsión a tenderos, el robo a mano armada, peleas
y palizas.

Lo siguiente era volver a hablar con Yamada.

–Imagino que quiere interrogar a Rose.

–Directo al grano ¿Quiere soltar cuanto antes el “No” o me va a pedir algo a cambio?

–Tengo instrucciones de permitirle investigar.

–Eso debe de hacerle muy feliz.

–No, no me lo hace en absoluto. No se crea un buen investigador solo porque haya


tenido un golpe de suerte.

–Ya claro, todo es suerte cuando le sucede a otro.

–Nosotros no tenemos prisión corporativa, hemos alojado al prisionera en las celdas


del gobierno. Ya le he notificado al alcaide de su visita.

–Muy amable. Ahora cuénteme ¿Por qué nadie fue a recoger el documento enviado?

–En eso se tanto como usted.

–¿Seguro?

–Sí.

–Es muy raro ¿No? Envías un mensaje por un valor de miles de créditos para saltarte
la seguridad y luego ni vas a recogerlo ni acude un compañero ni nada. De no haber
sido interceptado cualquier empleado casual podría descubrir la jugada.
–Ser espía es complicado. El personaje interpretado, la falsa identidad, hay que
mantenerla a toda costa. La vida del espía depende de ello. Por guardar las
apariencias pudo verse obligado a aceptar que le retuvieran.

–Su trabajo había terminado, solo tenía que recoger los folios y salir por la puerta
caminando ¿Que más daba que le descubrieran al día siguiente?

–Usted atrapó al enlace del espía de Pyrene tres días después de terminar el trabajo. A
lo mejor sentía apego por su vida.

–O a lo mejor se percató de que su mensaje había sido interceptado.

–Veo a donde quiere llegar. Me gusta pensar que mis hombres son de fiar. Tampoco
soy ingenuo, cualquiera es susceptible de cometer traición y los que trabajamos en
este departamento lo tenemos más fácil.

–¿Que ha hecho al respecto?

–Agentes de la compañía externos se están dedicando a ello bajo el liderazgo de


Lizelle Fonseca.

–¿Como lo llevan?

–Tendrá que preguntarla a ella. Yo pertenezco al servicio de seguridad de este


edificio.

Se despidieron y se puso en camino al ultimo lugar que querría visitar, la prisión de la


ciudad. Un quiste de hormigón a dos horas de vuelo donde antes hubiese una mina de
hierro, de las primeras en construirse, cuyo material sirviese a los primeros colonos
para construir las primeras estructuras, ya hacía siglos de eso.

Viajó con el panel de amenaza de meteoro activo dispuesto a cambiar de rumbo con
un derrape si sonaba la alarma, el camino no estaba protegido por cañones de riel, en
cualquier momento podías acabar fusilado por una ráfaga de meteoros. No era lo
normal, la mayoría combustionaban al entrar en la atmósfera, pero podía pasar, y solo
el servicio meteorológico le avisaría a tiempo. En la cubierta de la moto, sobre el
cristal, los proyectores del vehículo le marcaban a modo de realidad aumentada con
círculos rojos las zonas de impacto en la superficie bajo él para que fuera evitándolas.
Era algo curioso, había viajado a otros planetas, y a otras ciudades, pero nunca se
había alejado tanto de la civilización. Una vez dejada atrás, un cúmulo de destellos
rodeando una meseta abrupta en la distancia, lo que quedaba eran bastos páramos de
roca gris, picudas montañas de laderas arrugadas, y la tormenta perenne sobre su
cabeza con el ocasional embargador trueno rompiendo el silencio, reclamando como
un poderoso dios sus dominios. Un frío devastador en donde solo los líquenes y las
bacterias sobrevivían.

Hizo algo que en teoría nunca se debía hacer. Aparcó, bajo la capota y apagó el
vehículo. Así pudo escuchar como sonaba un mundo sin hombres. A viento siseante, a
tormenta inminente, no era silencio y sin embargo le resultaba relajante, sin anuncios,
sin avisos, sin zumbidos. Solo el viento. El aire también era diferente, agua y tierra,
nada más. Se hubiera quedado un rato allí si no fuera por los riesgos de los meteoros
y que ya iba justo respecto al horario de visitas.

Antes de divisarla la torre de control de la prisión ya le estaba llamando. Se identificó


y aminoró la Duca-zuki tal y como le ordenaban. El lugar era un cuadrado tosco y
gris de gruesas paredes altas como para contener a un dinosaurio.

En una explanada en el frontal se encontraban los aparcamientos de superficie.


Espacios en los que una vez aparcado el vehículo y encaminado el tripulante, el auto
era tragado en un zócalo subterráneo en donde permanecía seguro de meteoros y
fugas. Las luces verdes le marcaron su lugar designado en la vacía explanada. Por
radio le recordaban que debía abandonar el vehículo sin olvidarse los objetos que
desease portar.

La puerta era acorde a las murallas, cuadriculada, grande y fea, las vayas contra los
vehículos rodados parecían una broma con hecha palillos en comparación. También
tenían vayas de alambre y de reja, abundancia de cámaras, sensores, torretas y drones,
lo que apenas se veían eran personas.

En el espacio interior había tres edificios, un garaje para autos terrestres a la


izquierda, un edificio cuadrado de cinco plantas con lineas horizontales estrechas por
ventanas, estilo bunker y un central ancho y tosco similar al derecho salvo por su
puerta blindada abierta. En los espacios de arena de alrededor se elevaban columnas
huecas del tamaño de una caseta terminadas en rejillas por donde salían livianas
nubes de gas blanco, una cada cinco metros sin un orden aparente. En todo el patio se
escuchaba el eco de grandes ventiladores perezosos que Carlos no llegaba a divisar,
por el sonido provenían de detrás del edificio central.

Dentro una serie de paneles le fueron indicando donde ir dejando sus efectos
personales, armas y ganas de vivir, en bandejas y cintas transportadoras antes de
pasar bajo los focos de los escáneres. Solo había un único humano vestido de
uniforme con su porra a mano y cara de estar casado con el aburrimiento que fue
repitiendo con más monotonía que el panel lo que este le decía.
El hombre le anunció que al usar tantos implantes debería ir acompañado de un robot
de combate. Carlos aceptó al compañero, una máquina cilíndrica como un supositorio
con cámaras a los cuatro lados y un par de agujeros en el frontal para disparar balas y
algo más que debía, por el sonido, esconderse bajo la falda de metal unas ruedas de
caucho.

Un holograma emitido desde el techo poyectó a una azafata que le guío hasta la zona
de reuniones.

–Se que te lo preguntaran mucho, perdona si te molesta pero ¿Conoces a R2-D2?

–Nuestro robot de combate por desgracia no tiene capacidad e hablar ni de dialogar


con humanos. Tampoco guarda memoria de sus semejantes o predecesores culturales.
–respondió la azafata.

–¿Es un homenaje? Su forma.

–No, su recubrimiento tanto en materia como en forma esta pensado para soportar
posibles agresiones.

–Aún así con una capa de pintura ganaría mucho.

–Guardare su sugerencia.

–¿Conoces tú a una azafata muy parecida a ti que trabaja en Pyrine haciendo de guía
turística?

–Tengo muchas hermanas en ese sector. Somos muy demandadas para ese servicio
¿Quedo satisfecho con ella?

–Nah. Demasiada publicidad.

–Discúlpela, anuncia lo que la programa la empresa contratante, a menudo esos


anuncios financian su servicio.

–Ya claro. Es lo bueno de aquí, no tienes nada que anunciar.

–Si gusta le puedo vender un refresco.

–¿Eso a sido sentido del humor?

–¿Quiere que le cuente un chiste?

–Adelante.
–Un preso le pregunta a su abogado: ¿Como va la apelación? ¿Saldré libre? Este le
contesta: Bien, pero si se escapa mejor.

–¿Los chistes forman parte de la condena?

–Creo que sí.

Se reunió con Rose en una sala cuadrada dividida por un cristal con una silla y una
puerta a cada lado. Era una mujer menuda, huesuda y flaca, apenas rellenaba el mono
naranja con un código de números en negro en una franja blanca en el pecho. Sin el
maquillaje parecía una cría con ojeras en los ojos verdes con el pelo negro recogido
en una coleta y unas orejas un tanto grandes.

–Investigador de PAL.

–Me lo imaginaba.

–Que me puede contar sobre el mensaje enviado desde su terminal.

–Que ni lo conozco. Yo no envíe ese mensaje.

–Seguro que adentro esta lleno de inocentes.

–Lleno no, pero unos cuantos sí que hay.

–¿Como es posible que ese mensaje saliera de su terminal sin mandarlo usted?

La mujer cabizbaja suspiró para coger fuerzas ante la perspectiva de repetir otra vez
esa historia. –Me ausento a menudo de mi terminal. Es lo normal, a veces tienes que
recoger algo, hablar con alguien, ir al baño.

–¿Que tocaba esa vez?

–Estaba con Julián, un compañero. Si me pregunta por la misma franja de tiempo que
todos los anteriores.

–¿De que hablaba con él?

–En teoría de trabajo, en realidad, estaba ligando.

–¿Le funcionó?

–No creo que quiera saber nada de mi ahora que soy sospechosa de espionaje.

–Cuénteme como era su vida antes de ser apresada.


–No les falta tiempo ¿Verdad?

–En realidad sí. Lo que pasa es que soy de esos que piensan que cada cosa lleva su
tiempo.

–Me levantaba, arrastraba los pies hasta la cocina, desayunaba cereales con trocitos
de fruta seca. ¡No espere! Iba antes al baño, a hacer mis cosas ¿Quiere que le cuente
como hago mis cosas?

–Usted misma.

Le miro con cara de pocos amigos. –Vivía una vida normal.

–No existe una vida normal, para cada persona lo normal es algo distinto. Yo no
desayuno cereales por ejemplo.

–¿Le da para fruta real?

–Sí.

–Que bien se vive jodiendo a los demás.

–¿La jode mucha gente? en sentido metafórico.

–¿Quiere una lista?

–Sí por favor

–Mi casero me jode mucho, no acepta un retraso en el alquiler pero se tarda semanas
en reparar algo. Tengo un robot de compañía, como todas las mujeres en esta roca, se
avería a veces, a menudo en medio de esas veces. En el trabajo mi supervisor piensa
que soy su esclava, al menos ya no me envía a por café. ¿Sabe lo que es olerlo y no
poder darle ni un sorbito? A mi no me llega para café real, solo sintético en leche
vegetal. Tengo una compañera, Clarice, se dedica a hacerme quedar mal porque
quiere liarse con Julián. Superpoblación femenina y muñecas robots, nuestra
desgracia. Luego esta la vecina de arriba, no se que mierda hará para superar el
aislante sonoro pero no me deja dormir hasta las dos de la madrugada y me levanto a
las seis para trabajar ocho horas más dos extras gratuitas. No se a quién culpar de mi
horario abusibo. Lo mismo me lo puede decir usted.

–Mucha mierda para un salario que no llega ni para fruta. ¿Ha pensado en hacerse
runner?
La pobre rio. –Debería haberlo hecho, al menos me habrían encerrado con razón y
dinero en el banco. Sabría lo que es comer bien y conocería chicos interesantes cuya
mayor azaña no fuese haber arreglado la cafetera.

–Dígame es fácil acceder a la cabina de su supervisor.

–Ese cerdo tiene despacho. Minúsculo, casi no entra ni él, pero despacho a fin de
cuentas. Siempre cierra con llave las veces que esta fuera. Aún así si estas dispuesta a
bajarte las bragas...

–¿Clarice?

–Creo que sí, y otras tres más a las que les va muy bien.

–Usted no.

–Bastante que no le he tirado el café hirviendo encima. Además no soy de su estilo.


–Hizo un gesto con las manos sobre sus pechos marcando grandes ubres.

–¿Como es la cerradura del despacho de su jefe?

Se encogió de hombros. –Normal.

–Parece que tienen mucha competencia entre las mujeres de la oficina.

–Como en todas partes, no solo entre mujeres.

–Seguro que usted también ha hecho de las suyas.

–Que va, eso me delataría como espía.

–Al contrario, si destacase por bonachona enseguida destacaría. Dígame las más
sonadas, de las que se sienta orgullosa.

–Ha Clarice la he manchado la ropa a propósito unas cuantas veces y extendí el


rumor de que sus pechos eran operados.

Al no continuar Carlos tiró un poco más. –Vamos, eso son nimiedades. Seguro que ha
hecho cosas más interesantes.

Se volvió a encoger de hombros y sonrió. –Una vez le eche afrodisíaco al café de


Sebastián, el supervisor ¡Se paso en el baño horas!

–¡Esas son las buenas! ¡Que se joda por cabrón!


–Me cae mejor que lo otros interrogadores, al menos es simpático.

–La vida me ha dado fruta.

–Otra vez envíe a Adaeze, una morena un tanto violenta que iba de lista, una revista
porno a la oficina. Fueron unas risas.

–¿Todas sus bromas son sexuales?

–¡No! Lo que pasa es que las normales no le interesan. He traspapelado muchos


documentos, sin importancia y sabiendo que los encontrarían. He usado pequeñas
bombas fétidas y bueno, hablar es gratis.

–Es usted toda una pillina.

–No una espía. No soy tan estúpida como para echar a perder mi carrera con un
mensaje mal enviado.

–Sin embargo envían documentos a imprimir saltándose los protocolos cada vez que
la impresora se rompe.

–¡Pues claro! Se pasa más tiempo rota que funcionando. Luego te toca hacer horas
extras o comerte una bronca por no entregar a tiempo.

–Acaba de confesar.

–¡No! Los documentos que enviamos fuera son cosas mundanas, lo que en otros
departamentos envían y reciben al por mayor sin que nadie les diga nada, no secretos
de corporativa.

–¿No se le pudo haber traspapelado? –dijo con aburrimiento fingido. –Con tanto
ajetreo y tanta broma cualquiera cometería ese error.

–¡Jamás! Me gustará divertirme como a cualquiera pero no soy idiota. Se distinguir


entre un documento confidencial y otro normal.

–¿Segura? Que son dos clicks mal dados.

–Segura. ¡No fui yo! ¡No me va a engañar para que cargue con esa!

Carlos se tomó un tiempo bajo la iracunda atención de Rose antes de seguir,


momento en que avisó la azafata por megafonia que debía terminar la reunión. Había
llega a poco de terminar el horario de visitas.

–La persona que debía entregar el café al director, ese que le puso palote todo el día
¿Quién era?

–¿Que?

–Cuando le hecho afrodisíaco a su jefe en el café. ¿Quién se lo entregó?

–No se...

–Haga memoria, seguro que esa persona lo paso fatal. Su supervisor no dejaría pasar
algo así. –Carmen. Creo que fue Carmen. La cayó una buena, no la despidió por las
tetas, luego se la intentó ligar el muy cerdo.

–Gracias señorita Rose.

Rose se puso seria. –¡Yo no lo hice y no van a conseguir que confiese un crimen que
no he cometido!

Apurando el combustible llegó a la ciudad, repostó y se fue a casa a descansar con la


seguridad creciente de que debería volver a visitar a Rose con mucho más tiempo.
Empleado del mes

Se paso toda la mañana visualizando quién era quién en la oficina de rose tirando de
archivo y grabación. Cientos de personas podían haberse pasado por su puesto para
usar su cabina, le resultó tremendo aburrido pero tenía que hacerse, a las cuatro horas
tenía a la mayoría de los empleados localizados durante el momento del envío. Luego
descartó a los que estaban fuera por bajas o descansos y se quedaron en una veintena.
Añadió a los de la limpieza, los volvió a descartar, no trabajaban en ese horario.
Preguntó por mensajeros y correos, fueron fáciles de seguir. Se acordó de los
directivos que pudieron haber bajado. Preguntó a control de la puerta, los que le
contestaron que esos nunca bajaban. Los descartó al no ver a ninguno entrar y
suponer que no serían tan idiotas de mancharse las manos personalmente. Siguió a los
pocos de seguridad que rondaba por allí y lo repasó todo de nuevo antes de irse a
comer

Le quedaban dieciocho personas que quedaron fuera de rango de las cámaras el


tiempo suficiente para ir y volver. dieciocho personas tan normales como la pata de
una silla. La mayor incongruencia es que nadie se había dado de baja o desaparecido.

Almorzó con Zenobia cuyo trabajo no había sido muy distinto. Estaba revisando las
cuentas de la secciones de finanzas y ventas bajo la premisa de que el contratista
hubiese pagado la mitad por adelantado o el espía gastase su dinero en artículos raros.
Por lo visto una de las clausulas de contratación laboral era dar acceso a la
información bancaria. Zenobia lo tranquilizo al decirle que su contrato no tenía esas
clausulas. La idea de la auditora es que no infiltraron a alguien si no que compraron a
un empleado descontento, lo que era más habitual. A los posibles infiltrados los
estaba rastreando Yamada. Por el momento Zenobia no tenía nada.

Con la barriga llena y un beso partió Carlos de vuelta a prisión a cotillear con Rose
meditando sobre la que se había montado por un mensaje en Gregorio en
contraposición con lo que se hizo por el asesinato de Mason, caso cerrado esa misma
tarde bajo la conclusión “muerto en un tiroteo entre bandas”.

El camino a prisión fue espectacular, a muchos kilómetros brillantes meteoros como


bolas de fuego caían del cielo atravesando las tormentosas nubes iluminadas por su
fulgor, dejando tras de si una estela de humo, dividiéndose en otros más pequeños
antes de brillar con fuerza clareando el paisaje y desaparecer en el horizonte. Apenas
duro medio minuto

En prisión nada había cambiado, si no fuera por las luces que se filtraban al exterior
por las rendijas de las ventanas sería una estructura fantasmal en donde las máquinas
seguían funcionando a pesar de la ausencia de humanos. Podría serlo.
Esta vez era una guarda al que le repitió todo el protocolo. Una rubia que parecía
apretada dentro del uniforme tan aburrida como su predecesor. El robot de combate
no aportó mucha compañía, la azafata, que le recordaba del día anterior le guío hasta
la misma sala. Sin cambios en el bunker.

–¿Otra vez usted? ¿Va a insistir en convencerme que me destroce la vida para
ahorrarle papeleo?

–No. Lo que pasa es que le cojo cariño enseguida a la gente y como ha dicho que esta
soltera.

–Que gracioso. No diga más ¿Viene a ofrecerme u trato?

–Si lo prefiere interpretar de esa manera.

–Yo confieso el crimen que no cometí, delato a mis compañeros de fechorías a la


empresa que me inculpa y me pudro aquí cincuenta años menos de los doscientos que
me caerían.

–Usted me cuenta los trapos sucios de sus compañeros de oficina y empresa y yo


resuelvo el caso liberándola de este agujero.

–¿Creía que trabajaba para PAL?

–Y lo hago. Usted es inocente. La colgaron el muerto porque mucha gente la tiene


manía lo que implica muchas personas a las que investigar.

–¡Por fin alguien me cree! Ya empezaba a pensar que era la única persona con más de
don neuronas que quedaba en el planeta.

Tengo una lista de personas. Dieciocho. Quiero que me cuenta todo lo que sabe de
ellas y si de paso recuerda algo suculento de alguien fuera de la lista mejor.

–Debería haberse traído un cojín.

Fueron tres horas de cotilléos, vergüenzas, rumores y secretos a voces de personas


con vidas normales cuyas manchas visibles no se diferenciaban de las de otra
amenizadas por charlas informales. Que si una salió con otro y era un guarro, que si
tenía un familiar al que no cuidaba, que si tuvo un hijo con tal, que decían que pegaba
a su pareja, que le timaron tanto dinero, un novio en la cárcel, un hijo mal por haber
fumado durante el embarazo, que si perteneció a una banda. Historias de pasados no
tan turbios en las que costaba diferenciar la verdad de lo inventado por la mente
ansiosa de emociones de la señorita Rose, encantada de despotricar y mentir sobre
cualquiera que no fuese ella misma.
Carlos fue tomando anotaciones y soltando comentarios amables para que la fuente
no dejara de manar.

–Gracias señorita Rose, debería haberse dedicado a la prensa.

–¿Usted cree? ¿Cuando me liberaran?

–No tengo ni idea.

–¿¡Como que no!?

–No soy juez, solo investigador.

–¿¡Me llevaran a juicio!?

–No lo creo, si algo tiene el futuro es que es incierto.

–¡No me hace ninguna gracia! ¡Le he ayudado! ¡Ayúdeme ahora a mi! –Su voz aguda
hacía que sus chillidos fueran como los de una rata cogida por la cola.

–Se ha ayudado a si misma. Cuando detengan al verdadero criminal la liberaran a


usted.

–¡Pues deténgalo de una maldita vez!

Salió de allí cansado. No era ese tipo de persona que disfrutaba de la miseria ajena
como otras que se pasaban horas escuchando historias sobre famosos de segunda y
sus desmanes como muertos ante un televisor. Para Carlos cada una de esas historias
era una tragedia nacida del sufrimiento o que llevaba al mismo. No veía al indecoroso
hombre que no cuidaba a su hijo, veía al niño llorando por no tener un padre, o al tipo
que había que despreciar por ser cruel, si no a la mujer con un ojo morado atrapada
en una pesadilla. No olía el aliento fétido de la fumadora, si no a ese crio que nunca
llegaría a llevar una vida sana, no a la chica con tatuajes de estatus inferior, si no la
sangre que derramó para pagarse la fuga de su barrio, como al señor Hóu al que los
astros se le alinearon para que pudiera ir a la universidad. Por ello se sentía sucio tras
haber escarbado durante tres horas en la basura acumulada de Rose. La justiciera que
señalaba con el dedo a todo aquel que no encajara en su visión del mundo o la
estorbase en u camino. Buscando una víctima contra quién poner en contra al mundo
entero para que nadie viese sus faltas, que ironía que cayese en su trampa favorita.

Menos mal que sus maldades personales le habían conseguido una buena casa en la
que ducharse con abundante agua caliente y una preciosa pareja a la que abrazar.
La plantilla

Al día siguiente la pareja de auditores hablaron de los problemas financieros de los


empleados investigados. El timado no estaba tan mal como para desesperar. Lo que
les dejaba a la chica de la banda y a la madre del niño enfermo. Una que sabría a
quién vender la info y la otra que podría desear enmendar sus errores. Empezó los
interrogatorios con ellas, las llamándolas a su despachos. Esa vez tenía aperitivos y
licor.

–Señora Brzovic, buenos sías. Investigador Nuñez. –La saludo invitándola a sentarse
con la mano en la silla del invitado.

–¿Investigador? –La falda le quedaba apretada dado que había engordado, rellenita de
caderas anchas con una camisa de lineas y un pin en la solapa de una sociedad
benéfica para niños discapacitados. Pelo castaño alisado, ojos saltones y boca grande
en carmín rojo.

–Es lo mismo que decir nada ¿Verdad?

–Dicen que es un bladerunner.

–La gente dice muchas cosas. Como que su hijo esta bastante mal, problemas
respiratorios.

–Eso a usted no le incumbe.

–Tiene razón, Es cosa suya y del chaval. ¿No va a curarlo?

–¿Me piensa regalar el dinero?

–¿Se lo va a dar otra persona?

–No entiendo a que viene esto. ¡Me ha llamado para insultarme!

–Como ya sabrá ha habido una fuga de capital y sabemos que procede de su


departamento.

–¿¡Me esta acusando!?

–¿Quiere que lo haga? Podemos hablar aquí o en prisión si lo prefiere.

–¡Tengo hijos esperándome en casa! –chilló.


–¡No se haga la madre del año! ¡Todo el mundo sabe que la culpable de la
enfermedad de su chaval es usted! ¿¡Tan difícil era dejar de fumar!? Ahora quiere
pagarle la operación a costa de la empresa ¿De veras creía que no la pillaríamos? –si
quería un espectáculo se lo podía dar.

–¡Yo no eh tenido nada que ver en eso! ¡Fue Rose!

–¿¡De veras cree que iba a colar eso!? ¡Nadie en su sano juicio usaría su propio
terminal! La esta usando de cabeza de turco porque la tiene manía.

–¡Claro que la tengo manía! ¡Yo y la media compañía que tiene la desgracia de
conocerla!

–Pero no todos tienen la necesidad desesperante por curar a su retoño por un fracaso
personal al igual que no todos desaparecieron del sistema cuando se produjo el
fraude.

–¿¡Que esta diciendo!?

De un manotazo le dio la vuelta a la pantalla y la empezó a mostrar las imagines a la


par que la hostigaba. –No esta a aquí, ni aquí, aquí tampoco. ¡Justo cuando se hizo la
transferencia usted no estaba en ninguna parte! ¡Que casualidad!

–Estaría en el cuarto de baño.

–No señorita, en eso también me he fijado. –Hizo una pausa corta. –Dos de
noviembre a las doce y media. Una transacción por valor de miles de créditos sin
motivo ni justificación camuflada bajo otra más cuantiosa legítima designada a su
sección y usted, una persona con acceso y conocimiento que trabaja en ese proyecto,
no aparece por ninguna parte. ¿Donde estaba?

Brzovic cerraba los ojos buscándose a si misma por la pantalla mientras Carlos la
clavaba la mirada. Al rato gritó. –¡Esa de hay! ¡Esa soy yo!

Carlos le dio la vuelta a la pantalla y observo considerando la posibilidad de haberse


equivocado. Seguía sin verla –¿¡Cual!?

La mujer afanada en su demostración se levantó movió la pantalla y señalo con el


dedo un borrón marrón en una esquina. –¡Esa!

–¿Me esta diciendo que ese cogote apenas perceptible es usted? –Le costaba creerse
el descaro de la señora.

–¡Esta claro que soy yo! ¡Es mi remolino!


–Siéntese.

Volvió a su asiento quejándose. Carlos hizo unos ajustes mosqueado por las insidias
de la oficinista indignada y volvió a girar la pantalla mostrándola la imagen del
cogote. –Esta segura que esa es usted.

–¡Por supuesto!

Carlos cambió a la segunda cámara en donde se veía con claridad que se trataba de
una compañera.

–Ha confundido la imagen...–

–¿También he colocado a los actores?

–Es un error del angulo deme el control.

–no hay error que valga. Ya me tiene cansado con sus mentiras y refunfuñeos de vieja
loca. Quédese callada mientras viene a recogerla los agentes.

–¡Espere! ¡Ya se donde estaba!

–Yo también. Robando.

–No. Estaba en la entrada del garaje de mi planta.

–¿Como? El sistema la habría registrado.

–El guardia de esa puerta lo tiene amañado para que podamos salir a fumar de vez en
cuando. Es un buen hombre que entiende que no todos podemos ser abstemios.

–Ni una puñetera palabra. ¿Esta ahora el mismo guarda?

–A ver si nos decidmos.

–¿Sabe que? Hoy no vea sus hijos.

–Sí ,esta.

Carlos llamo al puesto. A la que buscaba al cámara apropiada del aparcamiento.

–Puerta treinta y uno ¿Quién llama?

–¿Tiene el aparato roto el humo no le deja ver?


–Aquí pone que es de la oficina de seguridad pero...

–¿Cuantos hay fumando fuera ahora mismo?

–¿El que?

–¿Que a cuantos a dejado salir a fumar creando una brecha de seguridad?

–A... a ninguno.

–Pues en mi cámara veo a tres personas en la puerta. ¿Tengo que revisar si acaban de
llegar o deberían estar dentro o va a dejar de hacerme perder el tiempo?

–Lo siento señor, no volverá a pasar.

–Llame a su supervisor pidiendo un remplazo y venga a mi despacho. Por si se le


olvida el número pregunte por el bladerunner de la auditoria.

–Lo ve...

–¿¡La he preguntado algo!? –La interrumpió. –¡Bien, ahora haga memoria! ¿Con
quienes estaba fumando ese día?

–Suelo estar...

–¡Ni suelo ni leches! ¿Con quién? –Acorralada empezó a dar nombres, como cabría
no se acordaba bien, al menos esa vez cooperaba sin chillar. Cuando terminó de
gemir la mando de vuelta a su cabina.

Para cuando el agente Herrera llegó todavía estaba buscando en el registro la


grabación de esa cámara para el día del mensaje. El soldado se cuadró nada más
entrar.

–Siéntese por favor.

–¡Señor, sí, señor! –Otro que gritaba.

–¿Suele hacer mucho eso de dejar a la gente salir a fumar?

–Se que no debo señor. Es un error que nunca volveré a cometer.

–Ahora mismo lo que me preocupa es quienes estaban allí El dos de este mes a las
doce. ¿Lo recuerda?

–No señor.
–¿Alguno de sus amigos tarda más de lo normal en regresar?

–No, es decir, suelen ir en grupos y volverse en grupos. Mila suele echarle mas
morro.

–Por qué no me sorprende... –Dejó escapar entre dientes.

–¿Esta mirando el registro?

–Sí

–Si quiere le puedo echar una mano.

Carlos le miro pos un momento y luego le paso el teclado sin deja de fijarse en si
intentaba alguna tontería de hacker. No lo hizo, con toda la amabilidad le puso en el
lugar y momento indicado. –Ya esta.

Carlos empezó a rachar sujetos de su lista. Cuatro de a una, la insoportable señora


Mila Brzovic le había hecho un buen favor sin quererlo.

–Señor... ¿Me va a expedientar?

–No.

–Gracias señor. Se lo agradezco de corazón.

Dejo la lista en catorce y se la enseñó a Herrera. –¿No sabrá por casualidad donde se
encontraban estos otros en ese momento? Me ahorraría trabajo.

Herrara miró la lista. Señaló a uno. –Esta es nueva, la suelen enviar a por recados que
aprovecha para airearse.

–¿Alguno más?

–No señor. Lo siento señor.

–Gracias Herrera, puede volver a su puesto.

–¡Señor, sí, señor!

Recogió las cosas y llamó a la chica de turbio pasado pandillero. Era una mujer de
mediana edad morena con el pelo rizado hasta los hombros en abanico, ojos castaños
con motas verdes, un tanto de frente y colmillos, llevaba un implante de colmillos a
parte de tatuajes de plata que intentaba esconder tras el cuello alto de la camisa y
pantalones largos.
–Buenas tardes señorita Huertas. Investigador Nuñez siéntese por favor.
Se sentó y se quedo callada.

Carlos la miró un momento. –¿Son de PAL?

–No.

–¿No les hacen rebaja a los empleados?

–Son de antes.

–No me andaré con rodeos. Seguro que no es su primera vez por aquí. ¿Donde estaba
el dos de este mes a las doce y media.

Suspiró y se puso a recordar. La espera se retrasó demasiado, se cruzaron las miradas


y ambos supieron que el otro sabía que iba a mentir. –Rebuscando en la basura de
Sebastián trapos sucios.

–¿Por qué? He oído que tiene una relación sexual.

–Mentira. Eso es lo que la gente inventó ya que no entendían porqué había contratado
a una desgraciada del barrio quince.

–Entonces no le habría tocado más que para partirle un brazo y quitarle la cartera. Le
chantajeó, y sigue buscando por si algún día se retracta.

–Veo que no entendemos. También de abajo ¿He? –Fue a encenderse un cigarro.

–Guárdaselo, a mi todavía no me ha chantajeado y me quedan muchas entrevistas por


hacer.

–¿Le parece mal que me aproveche de ese canalla?

–Nah. Por lo que se es un cerdo. Lo malo es que necesito saber con que correa le
tiene atado.

–Lo que necesita saber es de que pie cojea.

–¿No es lo mismo?

Negó con la cabeza. –La gente no se la juega porque es un cabrón rencoroso son un
amigo en dirección. Aunque todos creen que en caso de que la cosa se ponga fea
pueden echarle a la cara sus escarcéos sexuales, amenazarle con contárselo a su
mujer, lo de siempre. Craso error, su mujer le caló hace muuuucho tiempo. Si sigue
con él es por la pasta.
–Eso no es ni cojera ni motivo de chantaje.

–¿Me da algo de beber?

–Cierto. –Carlos preparó un vodka con naranja y unas patatas fritas a las que no dio
tregua.

–Guay. Yo le tengo pillado por un cagadón que tuvo una noche de fiesta que no voy a
contarle por no joderme a mi misma. Le garantizo que nada tiene que ver con lo del
robo. De lo que cojea es de ser tan mujeriego como para follarse a la mujer del amigo
que le mantiene en el puesto. Sí quieres a alguien con un motivo para robar pero sin
pelotas para salir por patas tras cagarla ese es tu tipo.

–Tiene una buena coartada. Claro que alguien como él no se ensucia las manos
¿Quién es su lameculos personal?

–Maya y Gustavo. Maya quiere hacer carrera con él, es la única que consigue que se
esfuerce en la oficina, y eso que ni es guapa. Gustavo es el típico mindungui que hace
de reír al resto con sus payasadas y se esconde tras el tipo más fuerte del barrio para
que no se metan con él.

–Sebás no es guapo ni esta en forma. ¿Como acabó tirándose a la mujer de su jefe?

–Fiesta de fin de año. Mucho alcohol en una mujer a la que su marido ha dado de
lado.

–¿Problemas maritales?

–No. Que las prefiere más jóvenes y se lo puede permitir.

–¿Eso hace cuanto tiempo fue?

–Hará dos años.

–Una última pregunta ¿En donde rebusca la basura de Sebastián?

–En el cuarto de basura de la planta. La aparto por la noche cuando se va para que no
la tiren y la reviso en la mañana cuando él ya va saliendo para el bermut en el cuarto,
así si me pillan puedo decir que estoy buscando algo mio que cayo en la basura por
accidente.

–¿Bermut?

–Así lo llaman a meterse un copazo antes de comer. Lo hace en “El colono dormido”,
aquí al lado.
Antes de pasar al siguiente busco el chico nuevo saliendo del edificio, lo encontró.
También encontró quince minutos antes a Huertas hiendo hacia el cuarto de basuras.
Maya, Gustavo y Sebastián ya estaban localizados de antes.

La siguiente era la esposa del reo. No solo su marido podría ser una mala influencia si
no que podía necesitar dinero para ayudarlo en su estancia en prisión. Una mujer de
bueno pómulos y largas pestañas en ojos castaños con el pelo negro recogido en una
tranza ancha. Vestía con la ropa algo suelta.

–Berenice Medina. Carlos Nuñez. Póngase cómoda.

Carlos fue a ofrecerla un bermut pero lo rechazó. –No bebo durante el trabajo.

–Una empleada responsable. –Saco un refresco. Ella le interrumpió antes de que se lo


abriese.

–No gracias, las bebidas isotónicas me provocan gases.

–¿Un zumo de naranja? Es néctar.

–Me vale. Gracias.

La sirvió el zumo y abrió otra bolsa de patatas fritas. Ella probó una y la tiro a la
papelera tras poner cara de asco. Carlos pico por ver si estaban malas, a él el supieron
normales.

–Muy saladas para mi gusto.

–Me temo que no tengo otra cosa.

–No importa.

Tanta picajosidad con la comida le había dejado frío. –¿Que tal se encuentra respecto
a la empresa señora Medina?

–Bien.

–¿No tiene queja? ¿Que le parece el salario?

–A todos nos gustaría que nos pagasen más.

–¿Como cuanto?

–Con un poco estaría bien.


–¿Por qué no ha pedido un aumento?

–¿Por qué no me lo iban a dar?

–¿Donde estaba el dos de noviembre a las doce y media?

–En la oficina.

–Especifique. ¿En que parte?

–En el baño.

Carlos negó con la cabeza apretando los labios.

–¿¡Que más da!?

–A lo mejor estaba consiguiéndose un aumento por sus propios medios.

–Soy una persona honrada.

–Todos lo somos, hasta que alguien nos ofrece un plus por una tontería de nada.

–Nadie me ha ofrecido nada.

–Su marido esta en prisión ¿Cierto?

–No tiene nada que ver en esto.

–¿Que ver en que?

–En mi trabajo.

–Seguro que ha conocido a mucha gente en la cárcel. No ha ido a tanque de flotación,


si no a trabajos forzados, un destino cruel que nadie desea.

–¡Los ricos hacen cosas peores y no les toca eso! Le metieron allí para cumplir el
cupo.

–¿Que fue? ¿Un robo que se torció y acabo en asesinato? No te mandan a picar por
menos.

–¡Él solo estaba allí! ¡Hasta intento ayudar! Es verdad que tenía un pasado oscuro,
pero se ha reformado. Le mandaron a picar solo por su expediente.
–Tiene razón. ¿Cuanta gente muere por un fallo del implante? PAL es solo un poco
más limpia que otras, no mucho. ¿Quién ha ido a la cárcel por eso? Nadie. Solo
porque en el prospecto pone “úselo bajo su propio riesgo y cuenta” algo así solo que
más finolis. Su marido fue a prisión sin merecérselo. No sería ni el primero ni el
último. Mire a Rose por ejemplo, es una zorra chismosa vale, pero no ha hecho nada
malo y se va a chupar una condena impresionante por robo, la van a caer más años
de los que puede cumplir. Ambos sabemos que no por su culpa ¿Verdad?

Berenice parecía apunto de echarse a llorar. –¿Si cree que he sido yo por qué no me
detiene y punto?

–Hay formas y formas de hacer las cosas. Yo ya se que ella es inocente pero no puedo
sacarla de allí. También se que fue usted la que perpretó el robo. Como ya sabrá he
estado hablando con algunos de sus compañeros. No se imagina lo metomentodo que
son.

–¡También son unos falsos!

–No cuando se juegan todo su futuro a una carta.. En esos momentos sueltas todos los
ases que tienes. ¿Donde estaba a las doce y media del dos de Noviembre?

–Ya se lo eh dicho en el baño.

–No estuvo en el baño.– Casi se lo deletreó, luego se quedó esperando.

–Estuve con Sebastián, ya sabe como es. Sin mi pareja tengo que mantener yo sola
todo y encima pasarle algún dinero para que pueda pagarse alguna comodidad. Así
que pensé en ganarme ese aumento. Es asqueroso, lo sé, pero cuando no tienes más
remedio.

Carlos de dio la vuelta a la pantalla y puso la grabación en la que salía Sebastián. –Al
menos que pueda esconderse dentro de esos pantalones me da que usted estaba
consiguiendo el ascenso de otra manera.

Berenice empezó a respirar con fuerza, se apoyó en la mesa como si acabase de


correr cien metros lisos y vomitó. El desayuno de la mujer se esparció entre la mesa y
el suelo de su lado del escritorio. Carlos se levantó deprisa a ayudarla, no tardo
mucho en terminar de vacía su estómago sin dejar de sollozar.

Carlos asustado de más pidió asistencia médica y de conserjería por llamada interna y
en seguida dos guardias se plantaron allí dispuestos a ensuciarse sus impecables trajes
negros. La enfermera tampoco tardó mucho, la pequeña enfermería del edificio estaba
tres plantas abajo. Carlos recogió sus cosas y les acompañó a la enfermería. Al menos
que quisiera usar el hedor como método de tortura por ese día había terminado.
Esperando en la sala de espera se presentó Yamada. –Tú si que sabes presionar.

–Yamada ¿¡Eso ha sido un chiste!?

–No te alteres, hay gente que no aguanta bien la tensión.

–Gracias.

–¿La presionástes mucho?

–La acusé del robo para soltarla al lengua. Pensé por el aspecto que no aguantaría
nada y estaría despotricando sobre sus compañeros en diez minutos.

–Pues ha aguantado menos.

–¿Tanto como para vomitar?

–Nunca sabes lo que guarda cada uno en su armario.

Suspiró.

–¿Has conseguido algo?

–Sobre el caso no. Por lo demás hay más mierda en esa oficina que en el basurero
municipal.

Yamada le dio unas palmadas en el hombro antes de irse. –Bienvenido a la seguridad


privada.

Medina tardó una media hora en salir ya calmada y con el color recuperado. Le llamó
la atención lo tierna que se mostró en sus gestos la enfermera con ella despidiéndola
con una gran sonrisa. En cuanto se acercó Carlos se levantó poniéndose en frente.

–Le ruego disculpe que haya sido tan insistente con usted.

Al principió Berenice se asustó como is viera a un fantasma. Al escuchar las palabras


se relajó lo suficiente para hablar con compostura. –Me ha sentado algo mal en el
estómago. Eso es todo. Ahora volveré a mi puesto.

–Claro. –Se apartó para dejarla recorrer con paso firme el blanco pasillo. Luego entró
a la enfermería.

–¿Se encuentra Medina bien?


La enfermera en su bata blanca con el rubio pelo recogido por detrás en un broche lo
contesto sin dejar de trastear con las herramientas utilizadas en atender a su recietne
paciente. –Se encuentra en perfecto estado.

Carlos se acercó para poder verla la cara. Seguía sonriendo con los ojos soñadores.
–¿Se conocen?

–No, que va. La primera vez que viene.

–¿Solo tenía el estomago revuelto?

–No debería estresarla, deje que se lo tome con calma.

–¿De veras que no se conocen de antes?

–No. –Se extrañó ¿Por qué lo dice?

–Parecía muy contenta de verla.

Se extrañó aún más. –Yo soy así.

–Con esa sonrisa no necesitará ni medicamentos, a mi seguro que ya me ha curado


algo.

La mujer rio.

Carlos se quedo un rato mirando a la encantadora enfermera hiendo de un lugar para


otro con una alegría propia de una niña chica jugando con sus amigas.

–Cuídela, deje que se tome la cosas con calma.

–No soy su jefe, solo el que la provoca el vómito. Su jefe es un cabronazo de


cuidado.

–Pobrecita, bueno ya vendrá por aquí.

–¿Por qué iba a volver? ¿No es solo una mala comida?

–Son cosas de mujeres.

–¿Menstruación?

La enfermera rio. –Vuelva al trabajo ande. Esta enfermera ya esta comprometida.

–¿Es más guapo que yo?


–No, pero le quiero.

–Es una chica ¿Es eso? Me sentiría mejor.

Volvió a reír. –Es un doctor, llevamos ya diez años juntos.

–¿Cual es el secreto?

–No hay un secreto, son un cúmulo de cosas. Tratarse bien, no dejar de salir, no dejar
de besarse al despedirse, hablar mucho... –Pasaron unos segundo y Carlos seguía allí.
–En serio tiene que irse.

–Si no es la menstruación... –una respuesta acudió a su mente. –¿Que es?

–¿Usted y ella están juntos?

–No, somos compañeros de trabajo. –dijo con un tono remarcado.

–Sera mejor que lo hables con ella.

–Oiga si es una enfermedad de transmisión sexual ya se que ahora se curan por


poco...

–No es eso. Habla con ella ¡Vamos! –Le hecho incluso más ilusionada que antes.

Carlos se fue llamando por el neuroimplate a Fran.

–Fran necesito que me localices a Berenice Medina de financiación a al de ya. Es una


urgencia. –le dijo con premura.

–Claro jefe, un momento y... Aquí la tengo. Te la paso.

–No puedo pararme. Descríbeme la escena.

–Esta hablando con el capullo de su jefe, le entrega un papel, de médico por el color.
Este se mosquea pero asiente.

–¿Tiene el abrigo puesto?

–No. Lo lleva en el brazo junto al bolso, parece que se va.

–Localízame su coche. Y dame una ruta alternativa a la suya. Tengo que llegar antes
que ella.
–Un momentito... Bien aquí lo tienes. Te mando un cordel de plata. –Una repentina
línea de luz en la realidad aumentada le marcó el camino más corto al vehículo.

–Gracias Fran. Una última cosa. Se que es raro pero me vendría genial. Quita la
captura de audio de las cámaras cercanas.

–Esos se supone que no se debe hacer.

–Lo se. Te lo dejo a tu juicio si quieres mojarte con esto o no. y solo te digo que me
vendría de perlas.

–A veces los micros se estropean. El aire frío todo el tiempo.

–Gracias.

Carlos corrió al vehículo llegando antes que su dueña. Demasiado preocupada por sus
problemas no se percato del sonrosado y jadeante Carlos apoyado en la vaya frente a
su humilde auto hasta encontrarse a diez metros de él. Ella también estaba algo
sonrosada por el paso firme y el frío de noviembre azuzado por los vientos propios de
esa altura. Berenice se quedo parada.

–No corra. El suelo está húmedo y alguien en su estado debería cuidarse de no


tropezar.

Tiesa como una estaca, envuelta en un abrigo marrón suave como un pelaje animal
corto, una bufanda de colores al cuello, el bolso de tela de vaquero azul en el brazo
izquierdo y las llaves en la mano derecha. –La enfermera. Me dijo que no lo diría.

–No se lo tenga en cuenta. La engañé.

–Usted...

–¿Por qué no me lleva en auto a alguna parte? Aquí hace mucho frío.

–¿Que es lo que quiere de mi?

–Una solución. –Carlos señaló a una de las cámaras de videogilancia. –¿Esta segura
de que quiere que lo hablemos aquí?

Ella se acercó al coche y Carlos se interpuso poniendo la palma de su drecha hacía


arriba. –Deje que yo conduzca. Piense que si quisiera detenerla ya lo habría hecho.

Le dio las llaves y ambos subieron al auto. Carlos enseguida notó que ese trasto viejo
necesitaba un arregló. Así que lo dejó en auto.
A Berenice ya le asomaban los luceros en los ojos. –¿Que va a hacer conmigo?

–Pues... Estaba pensando en invitarla a comer. A probado la comida española. A mi la


sopa castellana en invierno me chifla.

–Como puede hablar de eso.

–Ni idea.

–¿Me arrestará?

–Debería. La esperanza es lo único que se pierde ¿No? ¿Hace esa sopa?

Asintió.

Carlos puso rumbo la restaurante y llamo a Zenobia para que se encontrara con ellos
en el restaurante contándola que ya tenía ala culpable pero que había un asunto
delicado que era mejor tratar con tacto y sin testigos. A la que aterrizaban le fue
contando a Berenice que iba a hablar con alguien de PAL que podría solucionar el
asunto sin recurrir a medidas extremas.

Era un poco pronto pero los cocineros se pusieron a trabajar y les prepararon unas
sopas según la indicación de Carlos, sin prisa. Berenice seguía nerviosa a pesar de
todo.

–Lo hice por mi hijo.

–Lo se.

–Con mi marido en prisión...

–Desesperastes.

–Sí.

–Hay algo importante en lo que me debes de ser sincera ¿Conseguistes sacar la info?

–No. Utilicé el terminal de Rose porque sabía que ella sacaba info. Creía que tendría
su método en su terminal. No lo encontré y eche para adelante. Debí haberlo dejado
hay pero tenía tanto miedo que no pensaba con claridad.

–¿Por qué no fuístes a recoger la información después?

–Si que lo hice, solo que me mantuve en un punto ciego de las cámaras. Cuando no
salió me di cuenta de que algo iba mal.
–¿Quién te lo encargó?

–Nadie. Sabía lo que era y lo que valía. Era una oportunidad entre un millón y me
lancé.

Carlos sonrio. –Solo te falto la coartada.

Zenobia llego camuflada como lo hacen los ricos. Con un abrigo no tan caro, unas
gafas enormes y un sombrero a juego. Cuando entrño rauda y dispuesta a comerse a
alguien en vez de las sopas humeantes en cazuela de barro Carlos hizo la señaló para
que se sentara al lado de Berenice. Lo hizo sin miedo, cortándola la salida y
mirándola de frente. Antes de que empezara a avasallarla Carlos la cortó.

–Esta embarazada. Robó a la empresa porque no tiene como mantener a su bebé.

Zenobia se quitó las gafas de insecto del carbonifero y le clavo la mirada a Carlos
expresándole sus sentir ante la encerrona.

–Su marido esta picando por un crimen que según ella no cometió, le envía el dinero
que puede para que no muera de frío. –Todo ello entre cucharada y cucharada.

Zenobia aspiro enfadada y atendió a Carlos. –¿La información se ha filtrado?

–No. Ni siquiera tenía un comprador.

–¿Te lo ha dicho o lo sabes?

–Esta verde como el musgo. Hay planes malos y luego esta el suyo.

–Para ser malo nos ha traído medio mes de cabeza. –dijo hacia Berenice culpándola.

Hicieron una pausa para que le camarero entregara la sopa de Zenobia.

–Porque estábamos buscando a un profesional no a una pequeña oportunista


desesperada.

–¿Que hacemos ahora con ella?

–Estoy dispuesta a cooperar. Por favor, ya lo tengo bastante difícil.

–Eso con este funciona, conmigo no.

–Sabe de una compañera que tiene un método. Por cierto luego hablamos de como
esta la oficina.
–No me vas a sorprender. Por eso no me gusta meterme en ellas.

–Soy una buena empleada. Siempre he cumplido. Tengo un segundo empleo...

–Dejalo. –La corto la jefa para ponerse con la sopa. Calmó sus nervios tragando el
líquido, a la mitad ya se había tranquilizado.

Terminadas las sopas alegradas con vino y agua Zenobia se volvió aponer en plan
loba. –Vas a ir al cuartel. Te haremos un interrogatorio, de seguro más de uno.
Confesarás por escrito y luego te... ¡No puedo castigarla!

–¿Por qué crees que estamos aquí? –Zenobia apoyo la cabeza en ambas manos con
los codos en la mesa.

–Podría pagar a plazos...

–¿No tienes para tu hijo vas a tener para mi?

–¿Que sabes hacer medina?

–A parte de económicas creo hologramas personalizados.

–Podría haceros unos de vez en cuando para los de ventas.

–¡Carlos! –Zenobia se masajeaba las sienes.

Llegaron los segundos, Merluza a la romana. Zenbia picoteaba su pescado lanzando


miradas a su pareja que se mantenía callado con disimulada indiferencia. Berenice
tampoco hablaba, solo procuraba mantenerse alejada del cable de alta tensión.

Al final estalló –¿¡Sabes la que me van aliar en casa si lo dejo pasar!?

–Si la machacas lo tendrás que cargar en tu conciencia por le resto de la eternidad.

–¡Es una ladrona!

–Técnicamente es un intento de espía fracasado.

–¿Como crees que actuaran nuestros empleados si ven que premiamos a los ladrones?

–¿Que crees que haría yo si tú estuvieras preñada y no tuviera con que alimentaros?

–La próxima vez que encuentres algo así casi que mejor que lo arregles por tu cuenta.
–se resignó.
–¿Estas segura de eso?

–No. Claro que no. Es que me dejas un marronazo enorme.

–Centrate Zen. El único que sabe algo a parte de nosotros es un chaval bastante majo
llamado Fran.

–Eso que estas a punto de decir es traición.

–No. Sería traición si lo hiciéramos a escondidas de papá y mamá. Pero ellos hasta
nos va a ayudar.

–¿Como?

–Encasquetándoselo todo a la pedófila de dirección. Diremos que era una agente de la


compañía a la que perteneciese el enlace ese de hace un año, o la que menos te guste,
y ya.

–No se puede hacer eso sin pruebas. No estamos hablando de un atraco a un tendero
en el distrito doce.

–He visto cosas peores.

–Veré lo que se puede hacer. No prometo nada ¿Entendido? –Señaló a Medina.


–Ahora vámonos ha hacer los interrogatorios, sin eso no puedo protegerla.

–Consigue antes unas bolsas.

Carlos estuvo presente en los interrogatorios, asistido por la enfermera ya que él de


medicina ni idea. La mujer les dio caña a los médicos asegurándose, con la
protección de Carlos, de que no la inyectaban nada perjudicial para el feto. Sin duda
los interrogadores quedaron molestos con que una enfermera les marcase la pauta,
alguno expresó sus inquietudes sin éxito al advenedizo guardaespaldas que había
tomado el mando, el novato le daba más importancia al bebé que al la obtención de
información, algo insólito por esos lares.

Con el tiempo se dieron cuenta que era tan sencillo como que no había más que picar.
Buscaban un castillo donde solo había un grano de arena. Terminado el proceso
Medina tuvo que mudarse para que la historia de que la habían encerrado por una
centuria fuese creíble. Ese fue su mayor sacrificio. Zenobia debió de luchar como una
tigresa para que se conformaran con un simple despido.
Penalti

Rose había sido liberada y devuelta a su puesto con una indemnización monetaria y
una semana de vacaciones de compensación. Los fuegos de Wei, tras corroborarse
que no tenían nada que ver con la filtración, aniquilados. Con el problema resuelto,
Carlos se encontraba en frente a la casa del directivo Pávlov justo cuando este se
encontraba en una importante reunión que duraría horas.

Era un bonito barrio, de esos que para decoran usan plantas reales bien cuidadas por
un jardinero diplomado, encerradas en vitrinas para que nadie las eche a perder,
conde los pasillos entre las puertas están limpios y pulidos y hasta tienen cuadros
mostrados tras cristaleras bien cerradas con la firma del pintor a pesar de que este no
cobrase por ellos lo que valiese el marco. Tan solo cuatro viviendas por planta, cada
casa una mansión, solo que en un rascacielos en el que le permitieron aparcar tras
identificarse como un segurata corpo.

Le atendió un mayordomo de bigote cano con la típica cara estirada, el típico


uniforme de gala y la típica mirada seria y cansada en unos bonitos ojos azules. El
cráneo a penas pelado en blanco por los lados dejaba ver una mancha roja de
nacimiento en el cogote como un salpicado de un liquido demasiado espeso para
gotear.

–Me temo que el señor no esta. Le podrá encontrar en las oficinas del edificio de
administración Gregorio en el centro.

–Eso ya lo se. ¿Esta la señora Pávlov?

–¿Quién es usted?

Le enseñó la tarjeta. –Investigo para PAL.

–Pase. Póngase cómodo mientras aviso a la señora de su presencia.

La primera habitación era una sala de espera, como si aquello fuera una consulta, solo
que con decoración de banco. Carlos se sentó en un sofá negro a imitación de cuero
que sonó cual ventosidad al amoldarse al usuario. Mesas bajas de cristal, ficus reales,
puertas en imitación de madera, frisos dorados, figuras de luz recorrían espacios
rectangulares en las paredes de tono azul cielo. Él nunca había visto un cielo así.

El mayordomo entró de nuevo. Podría haber enviado un mensaje y punto pero a los
señores les gustaba mantenerlo flaco. –La señora le recibirá en la sala de música.
Carlos siguió al mayordomo intentndo no distraerse con su mancha en el cogote por
salones que intentaban aparentar ser serios y recogidos pero que por su distribución,
número y tamaño estaban pensados para la fiestas. Billar, bar y piscina interior. Un
pasillo más y entró en la blanca sala de música donde colocados en ordenado caos se
encontraban instrumentos que Carlos solo había visto en neurojuegos. Un piano
grande negro y elegante, una ondulada arpa dorada del tamaño de una persona, un
pequeño violín de graciosas tallas.

En medio de la sala, sobre un diván rojo estaba la deslumbrante señora Pávlov. Una
rubia de gran melena la primera mitad recogida sobre la cabeza y la otra dejada caer
por la espalda en un peinado ostentoso como su vaporoso vestido recogido por una
cinta dorada bajo el pecho cual patricia romana. Sus ojos eran de un verde claro
vistoso y su cara juvenil eta compuesta por delicados rasgos.

Delante tenia una mesa para café ovoídal con una bandeja de plata y dos té en tazas
de porcelana, quedaba para él un sillón del mismo rojo oscuro que el diván con los
brazos anchos y aletas laterales.

El mayordomo no pasó de la puerta dejándole solo ante la depredadora descalza que


se recostaba en su diván con la taza en las manos dejando que imaginara su escultural
cuerpo a través de la la tela. –¿Se ha metido mi marido en un lio?

–Me temo que esta vez es inocente. –dijo acomodándose en el el agujero designado.

–¿No tengo que delatarlo? Que pena, le quita lo divertido.

–¿No se llevan bien? –Cogió su taza y empezó a beber a sorboitos. Estaba muy
caliente.

–Todo lo bien que un dueño y una esclava se pueden llevar.

–¿La retiene contra su voluntad?

–A favor de la mía, me gustan los lujos.

–Me hago cargo. ¿Quisiera preguntarle una cosa?

–¿Solo una?

–Es posible que al responder esa pregunta surjan otras.

–Es lo que pasa siempre con las preguntas. Por eso prefiero ser una mujer cándida y
abrazar la ignorancia.

–No diga eso. Me da a mi que al menos sabe tocar la mitad de estos instrumentos.
–Todos ellos ¿Quiere que le toque algo?

–En otra época la habría obligado a darme una serenata los dos sentados en el piano.
Usted encima. Ahora estoy comprometido.

–¡Que grosero! Ya me imaginaba por su vehículo que tipo de persona es ¿como


alguien así a llegado a ser... ¿Investigador?

Carlos se lo pensó un segundo. Se quito de la cabeza la insolencia de llamarle


grosero después de atraparlo a su merced entre el sillón y el espectáculo. Si el
implante antitoxinas hubiera saltado no le habría sorprendido lo más mínimo. El
interrogado también era él, tenía que confundir a la artista. –Mi novia se parece a
usted.

–¿De veras? ¿Quién es?

–Zenobia Fonseca. Trabajo para ella.

–Supongo que bien ¿Que quiere de mi? Podríamos haber quedado en el casino.

–Quiero saber si usted tuvo una aventura hará dos años con Sebastián Rodrigez.

–No caigo.

–En la fiesta de navidad de la empresa. Un subalterno de su marido algo rechoncho y


bastante lascivo.

–¿Por qué iba a querer tener nada con alguien así?

–Por beber demasiado alcohol y ser una forma estupenda de desquitarse contra su
cónyuge que ya estaba manoseando a otra cría.

La mujer se sentó con corrección. –Veo que ya ha hecho los deberes ¿Por qué me
pregunta?

–Alguien quiere causar un alboroto y es bueno saber hasta donde puede llegar.

–¿Tita Fonseca vuelve a la carga? Soy lo bastante lista como para no inmiscuirme en
peleas familiares.

–No la pido que se ensucie las manos. Solo que me diga si eso es cierto y hasta que
punto enfadará a su marido.

–¿Quién va a sacar a la luz esa mentira?


–Si puedo evitarlo nadie.

–Es verdad que ese día bebí bastante, suficiente como para cometer errores simples.
Nunca como ese por supuesto. De seguro que malinterpretaron mis gestos.

–Por supuesto.

–Si mi marido se enterase montaría en cólera. Soy su muñeca favorita, impoluta y


perfecta. Nunca ha llevado bien que otros hombre me pretendan y sería mucho peor si
encima fuese uno de sus agentes favoritos.

–Solo por curiosidad. ¿Es una especie de juego, una forma de relación abierta
consentida sin consentimiento o solo se odian?

Soltó una risotada. –Para ser amante de Zenobia le falta práctica. Dejare que lo
descubra por si mismo.

–Muchas gracias por atenderme. Un té estupendo, y un vestido precioso.

–Vuelva cuando este desocupado y hablaremos de secretos.

No podía quejarse. Tenía lo que quería y había contemplado una colección excelente
de arte.

Volvió al edificio Gregorio y llamó a Sebastián a su despacho preguntándose que


estaba haciendo cuando su misión ya había terminado.

–El héroe del mes ¿Sí? Supongo que usted también me tiene que leer la cartilla.

–En teoría no pero acabamos de empezar. Tengo vodka, refrescos y patatas fritas.

–Duro y generoso. Me temo que va a ser una charla interesante. Póngame uno, con
limón. –Le sirvió eso y un micro grabando.

Sirvió uno a cada uno y saco la bolsa de patatas que a Berenice disgustaron. –Alguien
le quiere fuera del negocio.

–Eso no es nuevo amigo.

–Esta vez puede sacarle, por la puerta de adelante, en volandas y con el culo caliente.

–¿Por qué no lo a hecho?

–Esperaba usarme a mi y así no ensuciarse las manos.


–Se creyeron que por ser pareja de Zenobia usted era una bala perdida como ella, una
cara bonita sin nada de seso. Ahora nos anda repasando a todos. Bien jugado.

–Se lo voy a decir una sola vez. No tolerare que insulte a Zenobia.

–Entiendo. Es esa clase de profesionales que solo los más ricos se pueden permitir.
Lo respeto.

–Seré franco. No le conozco y su futuro no me podría importar menos, supongo que


su parecer conmigo es el mismo, como cabría esperar entre dos extraños. –su
interlocutor asintió con la cabeza. –Tampoco me quita el sueño lo que crea que puede
hacerme si le jodo. No piense que esta charla se debe al miedo. Lo que sucede es que
no me gusta ser manipulado y si me gusta considerar las opciones antes de tomar una
decisión.

–Una medida sabía amigo.

–Se que Medina no era la única que sacaba información del departamento.

–Ni loco haría yo algo así.

–No sin un motivo o con sus propias manos. El motivo es que huertas puede hundirle
cuando quiera así que no le queda más remedio que obedecer, las manos... Es el
precio a pagar.

–¿A pagar por qué?

–Por aceptar la versión de que lo hacía empujado por el chantaje de la mujer y no los
créditos que le proporciona vender secretos corporativos.

–¿Tiene pruebas de eso?

–Si tuviera pruebas no estaríamos negociando.

–¿Pretende asustarme con la palabra de una fulana? –Rio a carcajadas, tantas que se
le notó. –Va a necesitar más que eso para empapelarme.

–Esa fulana tiene pruebas y va a ser la siguiente en pasarse por este despacho.

–Eso implicaría incriminarse a si misma.

–Incriminados ya están, lo que va a cambiar es quién pague los platos rotos.

–Esa es una táctica muy vieja amigo.


–La clásica fiable.

–Fue ella la que cantó ¿Verdad?

–¿Que esperaba señor Calatrava? Cuando el tema del robo hizo que los Fonseca
pusieran el edificio patas arriba alguien de su grupo se dio cuenta de que era cuestión
de tiempo que les pillasen, en cuanto vio que le tocaba el turno soltó lastre para correr
más rápido. Ese lastre es usted.

Sopeso las palabras. –No, aunque hubiese sucedido algún asunto turbio menor nadie
es tan estúpido como para delatarse. Eso sería el final.

–Es cierto. Solo que en su caso no hace falta. Ha ido saltando de cama en cama,
aprovechándose de su posición y las ciegas ambiciones de sus dueñas para
encontrarlas calentitas. Se ha acostumbrado tanto que hace dos años opto por pasar a
ligas mayores. No es necesario delatarse para hundirle.

–¿¡Por eso!? –Se contuvo justo a tiempo. –Pasase lo que pasara a quién le paso no le
importa. Así son las fiestas.

–Ningún tiburón dejará que su rémora le muerda. El resto de la planta olería la sangre
e irían a por él, de seguro las otras rémoras también. Así es su mundo, tiene que
mantener a la manada a raya. Levante la barbilla todo lo que quiera, si no le ha
funcionado conmigo lo hará con otro, en su oficina chismosos no faltan, su única
opción es atacar primero.

Sebastián sudaba y el cuello de la camisa le apretaba. –Yo no he participado de nada.


Sin embargo tengo mis sospechas sobre algunas empleadas. Si no hice algo...

Carlos le interrumpió. –Espero que tenga pruebas Sebastián, las sospechas como bien
dijo no me sirven.

–Rose, esa pirata tiene el olfato de sus ancestros para encontrar el punto desde donde
chupar la sangre a cada uno. Encontró uno de esos en el almacén. Al principio no lo
sabía, fue con el tiempo que note su demora en ese sitio. Gustavo es un buen
muchacho, me hizo caso y la siguió encontrando tras un panel una bajante con cables
de comunicaciones, algunos sin usar. Estábamos esperando pillarla con las manos en
la masa para poder detenerla entre los dos y llevarnos el mérito.

–¿Algo más?

–Sí, esa zorra de Huertas es la que lo dirige todo. La que vende la información a no se
quién.

–No se quién ¿En serio?


–Al mejor postor, unas veces Aura, otras NG, Erle, el que sea. Huertas es la que
vende la información.

–Eso son meses, puede que años ¿Cuando pensaba hacerla esa encerrona?

–Es que es muy astuta...

–¿Que tipo de documentos han transferido?

–Nada importante. Nada que llamase la atención. Los planes de mercado de ventas,
esas tonterías nunca van a ninguna parte, la gente esta saturada de publicidad.

Carlos le saco un folio y un bolígrafo. Se los puso delante y le sirvió otra copa.
–Procure no despistarse con los detalles.

–¿Llamará a Gustavo?

–Va ha apoyar este acuerdo ¿No?

–Desde luego, ya que es cierta cada palabra que he dicho.

–Pues no se deje ninguna.

Al repasar el documento hubo que corregir olvidos y aclarar frases pero al final
quedo un borrón aceptable firmado. Marchado Sebastián tiro su vaso de plástico a la
papelera, la pidió a Fran que vigilara por las cámaras a Calatrava y fue a por Maya en
persona.

–¿Maya Czarnecki? Apague su neuroimplante y sigame.

Se quedo pálida por un momento. –Ahora mismo estaba...

–¿Se lo tengo que apagar yo?

–No. Le acompaño. –Se fueron de la oficina ante la curiosa mirada de decenas de


compañeros y la atónita de Calatrava.

Maya era bonita. Blanca de piel y oscura de pelo, largas pestañas, rasgos finos,
coqueta sin perder la elegancia, una suplantación barata y sobria de cierta escultura
quizás. La sirvió lo mismo que a Sebastián.

–¿Le gusta el vodka con limón?

–Prefiero el Ron.
–¿Guarda Ron para usted Calatrava en su mueble bar?

–¿¡Que insinuá!?

–Usted fue la que descubrió a Rose usando ese panel secreto ¿Me equivoco?

–No se de que me habla.

–Ese podría ser el empujoncito que le falta para ocupar el puesto de su amante. Ya
esta bien posicionada imagino. Una colaboración con seguridad y en vez de
arrastrarla la favorecería.

–No veo porqué me debería arrastrar a ninguna parte ¿Que ha pasado?

–Ser complice de espionaje industrial es un delito. Sí descubro como sospecho que


fue usted la que descubrió la filtración sin reportarlo sera el cargo por el que se la
acusará.

–Antes tendrá que descubrirlo. No lo hará, porque nunca sucedió.

Carlos le puso la grabación en la parte en que Calatrava relataba como Gustavo lo


encontró. Por otro lado lo mensajeba Fran. Calatrava se desplazaba a seguridad. Le
ordeno que dos agentes se dispusieran a detenerlo pero no hasta que entrase en su
despacho.

–Felicidades por su trabajo, ahora me tengo que ir.

–¡Sientese! –La gritó. –Y más le vale no haber encendido el implante.

–¡En la grabación deja claro que fue Gustavo el que lo encontró!

–Gustavo es un pamfilo que dirá lo que le ordenen, no esta a la altura de Rose. Usted
sí.

–Ese mequetrefe es más escurridizo de lo que se imagina.

–Puede, pero Calatrava no es tan idiota como para enviar a hacer eso a un sumiso
oficinista que se chivaría a seguridad por puro miedo al día siguiente. Acabaran
confesando. Cuando salga a la luz querrá estar en el lado ganador.

–Seguiremos hablando cuando este mi abogado presente. ¿Va a arrestarme?

Carlos esperó. Justo cuando Maya abría la boca de nuevo se abrió la puerta y entró
Calatrava hecho unos zorros –¿¡Que cree que esta haciendo!?
Los guardas de negro con sus cascos brillantes y el logo de PAL en la pechera
aparecieron a su espalda como surgidos de su sombra.

–Arresten al señor Calatrava por espionaje industrial.

–¡A sus ordenes!

–¡Teníamos un trato! –fue lo último que se escuchó antes de que se cerrara la puerta.

Carlos se inclinó hacia Czarnecki. –No hay tratos que valgan para quienes me
mienten.

La pálida Maya trago saliva. –Estoy dispuesta a cooperar. Sin embargo exijo la
presencia de mi abogado.

–Un guardia la escoltará hasta la llegada del mismo.

El siguiente en ser convocado fue Gustavo. El hombre un tanto relleno y otro tanto
bajito, con un traje clásico en gris y blanco y una corbata verde vivo entro con la
cabeza ya gacha.

–¿Que desea señor Nuñez?

–¿Quiere algo de beber? ¿Picoteó?

–Mejor no señor Nuñez, se lo agradezco.

–Calatrava nos ha contado sobre una operación de espionaje descubierta entre ambos.
–Carlos le puso la grabación.

Gustavo callaba.

–Eso que hemos escuchado ¿Es verdadero?

–Sí señor.

–Gustavo, le recuerdo que no denunciar un caso de espionaje implica complicidad, un


delito de condena idéntica. Sí me dice que la negligencia de jugar a los espías fue real
le creeré, a pesar de que pienso que Calatrava le ha dicho lo que tiene que contarme
en lo que volvía a la oficina desde aquí. Luego me guiará hasta el sitio desde donde
se transmitió la información, y si duda un solo segundo de donde esta, pues ese tipo
de cosas no se olvidan, sabré que me ha mentido. Entonces si que será cómplice.

–Yo no fui. Tiene razón. Sebastián me ha contado lo que debía decir hace solo unos
momentos por una llamada.
Carlos le preparó una copa y se la acercó. –No tiene sentido echar a perder su carrera
por esto. Cuénteme los trapos sucios de su supervisor. –Carlos activo de nuevo el
micro.

Los bufones de la corte se enteran de muchas cosas. Mientras Gustavo relataba las
desventuras de Calatrava Yamada mensajeó a Carlos.

El plan a funcionado. Hemos detenido a Rose en unos trasteros de alquiler retirando


material sospechoso antes de irse de vacaciones. Huertas por desgracia se ha
escapado de los agentes que la seguían. Esperemos que pase por casa para retomar el
contacto.

Una vez terminado su relato Gustavo les llevo a donde se suponía que se encontraba
el punto de conexión usado por Rose. Lo encontró a la primera, si hubiera decidido
mentir habría colado. Quizás lo había hecho.

Rose volvió a prisión, junto a su odiado Sebastián, enterrados cada uno en su propia
mierda. El material del trastero era concluyente y Rose no dudo en vender a todo el
grupo una vez en el zulo como venganza a la traición de sus compañeros. Uno por
echarlo todo a perder arrastrado por el mido y la otra por enviarla a los trasteros a por
la información para descubrir si les estaban cazando. Razón por la que en vez de caer
en la trampa salió airosa. En a confesión estaba incluida Maya, la que descubrió su
secreto, sin embargo Czarnecki se libró, su abogado realizó antes un trato con la
compañía, salvándola de lo peor. Huertas desapareció sin dejar rastro, no la
encontraron. Carlos tampoco la buscó.

Yamada quedo tan contento como para invitarlo a un honorable baso de sake.

El japones sirvió en licor en botella negra en pequeños vasos de porcelana blancos


esmaltados con decoraciones en azul.

–Nos lo hemos ganado.

–¿Ya no es cosa de suerte? –Dijo con una sonrisa burlona.

–Él éxito llega cuando la habilidad y la fortuna se dan la mano.

Los dos caballeros se bebieron de un trago el contenido transparente de sus pequeños


recipientes.

–¿Tiene muchos casos como este?

–Uno la año, más o menos.

–¿Tan normales son?


Yamada emitió un sonido de desprecio. –Todos esos oficinistas de afuera son gente
desgraciada. No saben enfrentar al vacío pero eligen vivir solos, abandonaron a sus
familias o sus familias les abandonaron a ellos, otros las perdieron, muertos, los que
tienen pareja se odian entre si, no se separan por no perder dinero. Trabajan sin
descanso por dinero, obedecen por dinero, traicionan por dinero, todo por dinero.
Creen que si consiguen más créditos serán felices. Idiotas.

–Cuando se dan cuenta de que nunca ascenderán y se presenta al oportunidad de


sacar tajada lo intentan.

–No entiendo por que lo hacen. Avaricia, tristeza, desesperación. Saben que tarde o
temprano los capturare, aún así lo siguen intentando.

–Esperanza. De huir de esta pesadilla con la vida resuelta.

–Para vivir siempre huyendo, siempre mirando atrás por encima del hombro. Eso no
es esperanza. Es desesperación.

–¿Tú como lo superas?

Yamada negó con la cabeza. –Me conformo con ser digno, con llevar una vida
honorable. Hacer bien tu trabajo, llevar el alimento a la mesa, ser respetable.

–¿No tienes remordimientos?

–¿¡Por qué iba a tenerlos!?

–En el transcurso de esta investigación hemos matado a toda una banda de


pandilleros, algunos de ellos críos, hemos encarcelado de por vida a dos personas y
otras dos han perdido el empleo que les sustentaba, una de ellas embarazada.

–¡Ellos se lo buscaron! Es bueno ser misericorde, una virtud, pero no dejes que sus
lágrimas te confundan, ellos te habrían hecho a ti cosas mucho peores por menos
dinero del que has cobrado por tu trabajo este mes.

Yamada sirvió otra ronda en l que Carlos se recostó en su asiento.

–Ya solo queda lo de la pedófila.

–Esta resuelto.

–¿Como? No me he enterado.
–Conoce secretos importantes de la empresa que serían revelados si la pasara algo.
Tiene pruebas. Ha negociado con los superiores. Se ha comprometido a someterse a
la terapia de un psicólogo de la compañía para quitarse ese vicio horrible.

–¿Ya esta?

–Ya esta.

El trago sirvió para que los dos caballeros amargados superasen la conmoción.

A Zenobia la felicitó la familia, padre y hermana, lo que era como que lloviese café
del cielo, la alegró más de lo que le hubiese gustado reconocer y se lo agradeció en
buena medida a su sabueso afortunado que resolvía casos de chiripa siguiendo
corazonadas. El cariño era tierno y sincero, aún así una sombra con forma de dilema
ensombrecía su alegría. Había sido cruel avasallando sin miramientos a esa gente
para conseguir su pequeña victoria, en pos de la profesionalidad de la que Yamada
estaba tan orgulloso, había beneficiado a una corporación que sin escrúpulos,
escondida tras la inmoralidad de la ley, drenaba la vida a sus empleados día a día y
los castigaba con contundencia cuando, por una vez, buscando su beneficio la
arañaron un poquito, y lo que era peor, se había sentido superior haciéndolo. ¿de
veras se quería convertir en eso?
La paga recibida no era la gran cosa. Mejor que un salario normal desde luego, a años
luz de lo que cobraba un runner por hacer lo contrario también. Terminado el evento
de espionaje Carlos no tardó en encontrar trabajo, con las fiestas a la vuelta de la
esquina todos querían dejar bien atada la maquinaria para no tener que volver al
trabajo por inoportuno fallo estúpido. Encontró sitio en Vestas, haciendo
mantenimiento en los campos de molinos eólicos que poseía en una meseta alta
protegida por cañones entre la ciudad y los cráteres en donde los ricos tenían sus
mansiones de verano y lugares de ocio. Lagos con jardines lo pequeños, pistas de sky
o playas vacacionales los grandes. Todos cubiertos por domos protectores para no
enturbiar la calidad del aire ni ser azotados por ventoleras constantes. De no ser así el
mundo se terraformaría un siglo o dos antes, si es que alguna vez ese proceso
terminaba.

Cada día pasaba volando por encima de los polígonos logísticos de Entrevías, aún
ocupados por granjas, y la nueva linea de desagües para los nuevos silos de naves de
los espaciopuertos planificados. Desde la altura una gruesa herida abierta en la tierra
rodeada de laboriosas hormigas. Más allá se allanaban terrenos para transplantar las
granjas a ellos. Empezaba una buena época para los obreros de la construcción.
Luego ascendía y de repente estaba en el campo de los girasoles, como se les llamaba
cariñosamente. Molinos de viento sostenidos por su único tronco con las aspas
amarilas girando al ritmo del viento bajo la lluvia. En un mundo tempestuoso era lo
más acertado. Nunca dejaban de trabajar, día y noche daban vueltas y vueltas
alimentando los carteles de la ciudad. Hectáreas de molinos hasta donde llegaba la
vista divididos en dos grandes campos por una linea de monorail que conectaba los
cráteres con la ciudad, en medio una única parada. La pequeña villa desde donde
Vestas administraba sus molinos. Un gordo mazacote poligonal de hormigón con
profundas ranuras para las ventanas y grandes portones para los vehículos rodados
dominaba la población, si no fuera por su sugerente forma de piedra alisada por la
erosión no habría forma de diferenciarlo de la lejana prisión, el cuartel de Vestas.
Alrededor del edificio y la estación algunos edificios simples ofrecían servicios
auxiliares a la empresa, entre ellas estaba el restaurante Margaritas donde compraba
su almuerzo antes de entrar a trabajar.

Era un buen empleo. Llegaba temprano enfundado en su mono amarillo reflectante a


bandas y su casco de obra, aparcaba en el cepillo de la empresa, salia un momento a
Margaritas a recoger su fiambrera con el menú del día y una botella de agua, volvía,
fichaba, y se encontraba con Manolo, su superior y único compañero y salían al
campo a encontrarse con un abuelo de la electricidad con necesidad de que le
apañaran los achaques. Los mitos decían que había un molino que llevaba
funcionando en esos campos seis siglos. Debía de ser el primero. La pega es que solo
le habían contratado para un mes con aquella vaga promesa entre dientes de que si lo
hacía bien y aguantaba la navidad haciendo guardia podrían acabar haciéndole fijo.
Otro mito.
Manolo era un hombre siempre cansado con una gran bigote perfumado a tabaco en
donde asomaban ya sus canas, de cara arrugada para sus supuestos sesenta no dejaba
de fumar ni un momento. Debía de cobrar como el doble que Carlos y él tampoco iba
mal por lo que se lo podía permitir. Conducía despacio y entrecerraba los ojos los
días de diluvio por lo que sus ópticas debían de ser una reliquia de museo a punto de
cascar.

Partían subidos en Luciernaga, así había bautizado Manolo a su furgoneta rodante de


ocho gruesas ruedas que sostenían sobre largos amortiguadores las cabinas
bamboleantes, por lo abrupto del terreno, en donde viajaban ellos, su taller portátil y
algunos materiales.

Como cabría esperar de un veterano Manolo solo entraba en acción si Carlos fallaba,
el resto del tiempo se la pasaba observando y hablando sobre política, su familia,
deportes y su jubilación, para quedarle dos décadas la tenía muy bien planeada.
Carlos tampoco se quejaba, no le metía prisa, el trabajo no era arduo y lo peor lo
hacía el dron que para eso estaba. Un cacharro volador de buen tamaño con un par de
brazos mecánicos capaz de arreglar hasta a un herido si le apretabas que emitía la
imagen un tanto diferida al que poco le falto para llevarse un aspazo en los primeros
días de Carlos.

En la calma zumbante de la meseta de los girasoles era fácil olvidarse de los


problemas de Covadonga.

–¿Que es esa luz entre las rocas? ¿Tenemos otro equipo trabajando en el área?

Manolo entrecerró lo ojos oteando hacía donde Carlos le indicaba. Una luz azulada
parpadeante entre grandes peñascos en la base de un molino bajo la intensa lluvia. –
No... Son netrunners robando electricidad.

–¿Lo sabes con solo el destello de luz?

–Vienen a menudo. Robar energía es una tradición tan vieja como la electricidad.
Informa a la base.

Carlos intentó llamar pero no había conexión. –Deben de esta inhibiendo la señal.

–Vamos a dar un rodeo.

Se escuchó como una única explosion pero fueron cuatro en realidad, las de las cuatro
ruedas del lateral del conductor. En pocos segundos estaban inclinados y sin pode
desplazarse.
–No te pongas nervioso. Solo quieren algo de luz, una vez recogida se irán. Hazles
caso, no hables demasiado y pasaremos este día sentados. –Había mostrado más
emoción el día anterior al ver un fusible quemado.

Dos punks en moto cubiertos por chubasqueros transparentes sobre sus ropas de
motero de colores chillones se acercaron subidos en motos rodantes. Poco más que
bicicletas con motor eléctrico pintadas de colores chillones con una ruedas rugosas
que les quedaban algo grandes. Uno de ellos estaba bastante cachas y por la
hinchazón de las venas no solo a base de esfuerzo, un frontal con cejas porminentes y
nariz torcida, el otro la tenia recta y aguileña en una cara larga terminada en una
cresta verde que quedaba apelmazada por la gorra del chubasquero. Ambos llevaban
su buen lote de tatuajes y subfusiles a la espalda de los que echaron mano en cuanto
descendieron de sus vehículos.

Les gritaron que salieran y eso hicieron, despacio y con las manos levantadas.
Enseguida les agarraron del mono y los juntaron en un lateral a base de tirones y
empujones. Les gustaba mucho chillar, sobre todo al flaco de la cresta de tono agudo
roto.

–No me gusta como me mira este. –dijo el grande señalando a Carlos con una voz
ahogada y potente pero no estúpida.

–¿Te molesta algo gilipoyas?

–Llueve.

–Un graciosillo. –Le quito la capucha. –¿Ahora mejor?

–No. ahora me mojo más. –Manolo emitió un chasquido.

–¿Quieres que te parta la boca?

–Beta. Los tatus.

–Mira por donde, tenemos a un traidor. Si querías ser putilla solo tenías que ponerte
en una esquina, no hacía falta venir tan lejos. –Esperó un momento. –¿No dices nada?

–Ta huele el aliento.

Beta le arreó un puñetazo que Carlos disimulo sufrir como si le hubiera dolido. No
era un mal puñetazo, pero necesitaba mucha mas fuerza para superar el blindaje.

–Dicen que los llevemos al molino.


Les empujaron hacía el lugar entre os peñascos en donde un chico y chica peleaban
bajo la lluvia acuclillados en la base de la estructura. El tipo tenía la cara redonda y
los pelos en largas puntas de un color cada una tapando sus ojos con unas gafas
redondas oscuras. Ella portaba en una mano una máscara de soldador y un
destornilador en la otra, muy flaca y tatuada de iracundos ojos grises tenía el pelo
fuxia atrapado en un pompom en el cogote.

–¡Arreglad eso! –demando la furiosa chica.

Por esos e refería a un agujero oscuro hecho a base de soldador en la base del tamaño
de un fregadero del que salía un hilillo de humo. Alrededor tenían algunas
herramientas, una linterna, un soldador, un ordenador portátil en un maletín y unos
cables gruesos desenchufados que se perdían entre las rocas.

–Veamos la que habéis liado. –dijo Manolo agachándose con esfuerzo. El punk de las
gafas se apartó llevándose consigo el soldador. Manolo cogió la linterna e
inspeccionó el interior. –Sois unos auténticos profesionales ¿He? Habéis fundido los
cables, los plomos han saltado, aquí no os queda anda más que hacer.

–¡Te lo dije joder! ¡Te dije que no le dieras tanta caña!

El compañero de las gafas hizo con los brazos un gesto de resignación.

–Vosotros os dedicáis a reparar estas mierdas ¡Arreglarla!

Manolo se levanto y le miro con su calma habitual. –Se puede hacer, tengo los cables
en la furgo, eso sí en cuanto esto empiece a funcionar nos llamaran de central. Que se
apague algo no es raro, pero que se encienda solo...

–¿Cual es el problema?

–Que nos preguntarían por que estamos reparando un molino diferente al que nos
ordenaron y mandarían un dron a inspeccionar.

–¡A la mierda! Esta la hemos cagado. –Dijo la chica recogiendo el ordena.

–No te pongas así churry. Nos están tomando el pelo, ya veras como lo arreglan y
volvemos con los vatios. ¡Vosotros capullos, dejaros de cuentos y poneros a trabajar!
–Era pintoresco como le cambiaba el tono al flaco a la hora de tratar con su churry.

–¿Queréis conectarlo directamente a vuestras cables?

–Sí.

–Sin pasar por el transformador lo mismo no es buena idea.


–¡Deja de hacerte el listillo viejo! –Le apuntó con el arma.

–Lo que te intenta decir es que es probable que se cargue vuestro equipo. –Aclaró
Carlos.

–¡No me lo creo!

Los técnico se miraron. –Si quieres lo hacemos pero si tus baterías arden luego no
nos vengas llorando.

–¿Te parece que soy la clase de tipo que llora?

–¿Le preguntamos a ella?

–Sabes que gilipoyas, ahora lo vas a hacer tú, y más te vale que no revienten.

Hicieron el arreglo ante la mirada de los ladrones de corriente. A pesar de que no


tardaron mucho los punketas se impacientaron.

Una vez terminada el empalme los punks conectaron sus cables y la energía fluyó. El
de las gafas gritó desde el vehículo al otro lado de las rocas, un todoterreno de esos
que son todo tubos que Carlos vio al subir por la torre, que las baterías se estaban
cargando. –Bien hecho gilipoyas. ¿Has visto no era tan difícil?

–Si tu lo dices...

Carlos y Manolo se quedaron esperando sentados en unas rocas. Ellos se prepararon


para salir pitando en cuanto cargasen al cien por cien, algo que no pasaba. Como
cabria esperar algo no funcionaba del todo bien.

–¡Vosotros! ¡Estamos tardando una vida en cargar! ¿¡Que coño pasa!?

Manolo contestó. –Que no hay transformador.

–¡Ostia puta Gamma! Vámonos de una puta vez. –La insistió la chica.

–¡Cuanto lleva grito Gamma!

–¡La mitad!

–Con eso no nos llega para pagar la deuda Epsy. –le dijo a su novia.

–¡Llevamos aquí una eternidad joder! Van a mandar a alguien a por ellos y nos van a
trincar.
–¡Vosotros dos! ¡Haced que cargue más rápido!

Ambos ingenieros se miraron. –No se puede muchacho. –Le contestó Manolo.

Gamma le puso el subfusil en la frente. –¿Nos apostamos algo?

Carlos se levanto despacio, miró hacia las aspas y sopló. Enseguida se dio cuenta de
que estaba soplando al lado contrario. –Ups, perdona. –Se fue cambiar de lado.

–¡Puto imbecil! ¿¡Quieres que te mate aquí mismo payaso!? –Sea cerco iracundo a
Carlos poniéndole la boca del subfusil bajo la barbilla.

–Escucha al viejo. No se puede hacer nada. Ya os habéis cargado la capacidad de esas


baterías tan chulas y de seguro que el cable esta ardiendo. Haz caso a tu churry, este
curro os ha salido mal. Pasa en las mejores familias.

–¡Joder Gamma es verdad que esta que arde el cabrón! –Epsy lo había tocado por
comprobar.

–¡Lo habéis saboteado vosotros!

–Muchacho, la electricidad es así.

–¡Cierra la puta boca y ponte a trabajar! –gritó a Manolo pasando a apuntarle a él.

–¡Gamma joder calmate!

El chico de las gafas se acerco al escuchar los gritos. –Mejor recojo troncos.

–¡No se va a recoger una mierda! ¿Sabéis lo que nos hará el húngaro si no le


pagamos?

–Gam tiene razón ¿Por qué no lo intentamos en otro Molino? –Apoyó el grandote
desde la distancia. Estaba controlando el camino.

–Nos llevaría demasiado tiempo. Hemos perdido mucho con esta mierda. –La aclaró
Epsy dándole una patada a la torre. Carlos se volvió a su asiento.

–¡Joder! No podemos largarnos sin la energía. Tengo una idea. ¡Vosotros! Dádnos
vuestro dinero o os mato aquí mismo. –dijo a al que se alternaba en apuntarles

–No le iras a robar su jubilación a un viejo. Tengo dos chabales que aún no se valen
por si mismo.

–Me la suda viejo ¡Paga!


–No puedo chico, dejaría ami familia sin comer.

–¡Joder! ¡Que pagues coño! –Le gritó.

–Prueba con el otro. –dijo Espy

–¡Porbaré con el que me salga! –La gritó asustándola.

–¡Tú el joven! ¡Tu turno de acoquina! –puso su arma apuntado en la frente a Carlos.

Le dedico una mirada salvaje. –El único que tiene munición de perforación es el
francotirador que reventó las ruedas y me da que no esta a una distancia suficiente
como para salvaros.

–¿De que coño hablas gilipoyas? ¡Que pagues!

–Deja al chaval en paz, se... –Gama se giró y lo fusiló. Una simple ráfaga y el pecho
de manolo se convulsionó salpicando sangre.

Antes de que el arma apuntase de nuevo Carlos un manotazo de este aparato el arma
a un lado, un golpe de izquierda diretó ala traquea a la que se levantaba le corto el
aliento.

El grandullón descargo su arma en la espalda de Carlos llenando de agujeros el mono


de trabajo. Este le quito el subfusil a Gam se dio la vuelta y le devolvió el favor. El
grandote cayó de espaldas con la cara de sorpresa aún en el rostro.

Los otros dos desenfundaron sus armas y le apuntaron sin llegar a disparar, presas del
pánico dieron traspiés a la que se daban al vuelta para huir.

–Sujetame esto. –Le dio el arma a Gam que cogió sin entender nada, centrado en
recuperar el aliento. Carlos le rodeó, le cogió del cuello y se lo partió. Recuperó el
arma de sus manos y la recargó con la munición del cinturón del difunto Gamma.

Al dolbar al esquina los otros dos pisaban afondo el acelerador alejandose con los
cables coleteando tras ellos. No estaban a mucha distancia, intento darles pero el
arma era imprecisa.

Volvió con Manolo. Ya estaba muerto, con el pecho colorado y los ojos muy abiertos
mirando al cielo.
Con el coche a la fuga la señal regreso y pudo pedir auxilio. A la que lo hacia se
apoyó en una roca cercana a la furgoneta usándola de cobertura. Despertó el dron y lo
hizo avanzar hacia donde podría estar el francotirador, una dirección paralela de por
donde habían huido los ladrones restantes. Alcanzada cierta distancia vio de lejos el
vehículo seguido de una moto a toda velocidad.

Debió esperar junto al cadáver de Manolo una hora hasta que llegaron dos patrulleros
de la policía y una ambulancia. –Lo siento viejo, debí reventarlos a la primera
distracción cuando salimos del ángulo del francotirador. Eres como aquella mujer
mayor de rojo en el bario chino. Lo se, lo siento. –Le cerró los párpados.

Llamó a Zenobia cuando le despertaron de su ensimismamiento al verlos acercarse.


Ella ya se encontraba en la comisaría cuando le llevaron los agentes directos a
declarar. Protegido por una corporación no lo alargaron mucho, lo que dice un corpo
es siempre verdad para ellos. Vestas le despidió al día siguiente, temiendo que fuese
un espía de PAL a pesar de que entre esas empresas no existía competición.
Un día roto

Lo bueno de no tener empleo es que pudo pasar las navidades en familia de


adoptados. Teressa ya se encontraba mejor, no sufrió tanto la ausencia de madre y
paso el años nuevo con sus abuelos maternos. Zenobia volvió a conseguirse un hueco
para cenar una segunda vez con ellos. Pasearon mucho juntos, bien acurrucados el
uno al otro, por las calles de la ciudad, viendo escaparates, parando en restaurantes,
disfrutando de espectáculos callejeros.

En enero no encontró nada de trabajo y llego el frío febrero y su Carnaval. Tarde con
Teressa, eta vez en una fiesta programada por ella y sus amigas de la escuela en un
local infantil de esos que huelen a pintura y sudor donde no faltan los plásticos de
colores y jóvenes monitoras se sacan unos ingresos extra procurando sobrevivir al
caos evitando el infanticidio. Llegada la noche dejaron a Teressa con su padre y se
fueron a discotecas alocadas repletas de disfraces, música estridente y alcohol barato.
Zenobía iba vestida de fuego con un traje que parecía hecho de papiroflexia con
mucho picos hacia arriba que brillaba en oleadas entre el naranja y el rojo. Carlos
termino de romper un traje viejo y abusó de pintura para convertirse en la creación
del doctor Frankestain.

No duraron mucho dado que se lo pasaron bastante bien. Carlos hasta bailó un poco.
El problema es que el primer borg estaba muy juguetón y ese fuego no necesitaba
mucha chispa para prender. Zenobia fue la conductora ese día aunque viajasen en
automático solo por empezar antes de llegar a la casa.

Fue una noche de mucha pasión en la que Carlos tiro de pastilla para dejar agotada a
su apasionada pareja por toda la casa.

A la mañana siguiente la beso al despertarse, en la cara, el hombro y el cuello. Como


no se despertaba la arropó y la dejo dormir. Se dio una ducha y bajo a salón. Cuando
llegó aún secándose la cabeza con una toalla blanca Zenobia estaba en ropa interior
cumpliendo con su ritual matutino de devorar toda la fruta.

–Me deberías haber esperado, podríamos habernos bañado juntos. –dijo haciendo un
gesto picaron con las cejas.

–Siempre podemos ensuciarnos otra vez. –La beso en una abultada mejilla a la que
pasaba al lado para recoger un brick de leche vegetal.

–¿Sabes que en la antigüedad el carnaval duraba una semana?

–¿¡Una semana entera!? Así tenían esos indices de natalidad.

–Es pronto para bebés. Lo cual no quita que vayamos practicando.


–¿Tienes ganas?

–No se... Me gusto lo de la moto. Podría ducharme y darnos un viaje caliente por la
ciudad... –dijo golosa.

–Pues a que esperas a ducharte. –Le dio una cachetada en las nalgas y ella dio un
respingo. Ella se levanto, le beso en la mejilla se fue ala ducha con la boca llena.

Carlos siguió desayunando, puso la televisión para ue le hiciera compañía en lo que


terminaba y limpiaba lo mas grave del desastre de la noche anterior. En la gran
pantalla estaba sintonizadas las noticias que Zenobia solía ver desde que se había
involucrado en el negocio familiar. Al otro lado de una mesa un hermosa mujer con
un traje blanco informaba ayudándose de otra pantalla a su espalda minimizándose a
una esquina para mostrar las imágenes del lugar de los hechos. No la hacía mucho
caso, solo era un murmullo animado que espantaba la soledad hasta que como a veces
pasa, una noticia le llamó la atención.

Esta mañana se ha hallado muerta a la empresaria Claudia , orgullosa propietaria y


directiva de estimulantes Claudia, en el barrios de La Martina del distrito ocho. Un
barrendero, José Tomas, encargado entre tantos otros de la limpieza de las calles tras
el desfase del día de Carnaval se la encontró entre unos contenedores de basura
mientras realizaba su labor. Llamó de inmediato a las fuerzas del orden que acudieron
lo antes posible a acordonar la zona e iniciar la investigación.

Por lo poco que hemos podido averiguar por el momento a través de los comentarios
de los compañeros de Tomas la joven presentaba signos de haber sido golpeada con
brutalidad y obligada a mantener relaciones sexuales. Otra fuente anónima nos ha
asegurado que al lado del cuerpo de la víctima se encontraba un grafiti reciente de
una famoso banda de pandilleros de etnia brasileña conocida como Sombras de
Janeiro de los que ya sospechaba la policía fuesen los autores del asesinato el año
pasado de Martín Lupo pareja de la joven emprendedora asesinada...

Carlos se quedo sentado en el sofá, enfrente de la pantalla, atravesándola con la vista


perdida.

–¿Ya estas listo? –Zenobía bajó con una minifalda y un jersey suelto fáciles de
apartar y mucha ilusión de ponerse al volante. Cuando le vio se quedo extrañada,
acercándose. –¿Carlos?

No la escucho a pesar del tacón de las botas altas rojo brillante. Carlos se levantó
como un robot con una nueva orden a cumplir. –Tengo que salir un momento.

Zenobia se interpuso en su camino. –Conozco esa mirada ¿Que ha pasado?

–Es... –las palabras se perdieron antes de llegar a la garganta.


–¿Que es Carlos?

–Ha... sucedido algo. Debería... Investigarlo. –El zombie señaló por un momento el
televisor. Zenobia rebovinó el informativo. –Deja que salga un momento.

–No, no no. –Se volvió a poner en medio. –Nunca hemos hablado de ello pero se que
paso en la discoteca donde se sobrepasaron contigo y ahora tienes la misma mirada.
–En sus ojos había una sombra que apuntaba más a un llanto que a un enfado que los
que le conocían sabia que presagiaba tormenta.

–Yo no te haría daño nunca.

–Lo se, le abrazó, a mi no.

Zenobia vio el rostro de Claudia en las noticias, seleccionando el segmento le dio a


visualizar. La noticia se repitió desde el principio.

–Carlos. No la debes nada. –La dijo lenta y sería, centrando sus ojos con los de él,
rompiendo la barrera de hielo que les separaba.

–Ya la habían violado antes. Debió de ser la peor forma de morir para ella.

–No es justo que yo te pierda por eso.

–No me pasará nada. Solo son unos matones callejeros. Deja que me vaya, volveré
para cenar, ya veras.

–No... No quiero. –dijo con los ojos humedecidos.

–Me tienes que dejar ir Zen, si no me estarás matando.

Zenobia lo abrazó con fuerza. –Vuelve maldito idiota. Si no seras tú el que me mate a
mi.

Carlos cargo sus armas en la KTM y se marcho al distrito nueve, unas pocas
barriadas que en algún momento fueron frontera con lo agreste y que quedaron
envueltas en distritos obreros, el ocho y el doce al norte, tranquilos y decentes, y el
diez y el trece al sur, pozos de miseria. Los brasileros eran una etnia marginal, un
poco menos latinos que sus vecinos por aquello del idioma portugués y un poco más
por el moreno de piel por ascendencia africana del que el resto de latinos presumían a
pesar de no tenerlo. Eran repudiados por el resto por considerarlos demasiado
violentos aunque nadie se perdía sus carnavales. Su negocio criminal preferido era la
seguridad y logística del transporte interno de la ciudad, los mejores carretilleros del
mundo del hampa. Con la legalización de las drogas muchas mulas se habrían
quedado sin empleo.
La pequeña brasil era el distrito más peligroso de la ciudad. La policía solo entraba en
grupos y con mucho ojo. La razón es que si bien ninguna banda dudaba en disparar a
un poli en cualquier parte si este se convertía en una amenaza allí lo hacían de gratis.
En ese distrito se podía encontrar un poco de todo, sobras de aquí y allá a un precio
razonable que variaba según el comprador, la prostitución era barata y las munición
la regalaban en cuanto alguien considerase ofensiva una mirada.

Por esa razón Carlos aparcó en el ocho y entro en el nueve a pie. A igual que a la
seguridad legal controlar el cielo les resultaba fácil pero a pie era otra historia. Se
vistió de motero para pasar desapercibido, de colores, que perdiesen tiempo
preguntándose a que banda pertenecía y anduvo por las calles hasta que divisó los
grafitis de la banda, luego pululó por su territorio hasta encontrar un grupo aislado.

Estaban bajo un puente ancho entre edificios. La falta de ganas de morir tiroteado
había llevado a que los dueños de las viviendas construyesen esos puentes peatonales
privados, la realidad es que tenían al enemigo en casa por lo que no tardaron en
llenarse de basura, lo único que lograron fue crear agujeros en donde grupos de
criminales podían reunirse y hacer lo que les diera la gana al margen del público
general.

Bajo aquel puente de hormigón de fachada maquillada con grafitis de colores


gastados apelmazados unos sobre otros recorridos por tuberías y cables había cubos
de metal con hogueras dentro alumbrando el espacio interior donde la basura se
acumulaba y un grupo de jóvenes se divertía apaleando a otro. Sus rostros y prendas
le resultaban indiferentes a Carlos, vaqueros desgastados, camisas raidas de grupos de
música adolescente y cazadoras de colores cubriendo flacos algo musculados con
algún que otro tatuaje en sus pieles casi blancas. Morenos de pelo y ojos, risas
grotescas nacidas del disfrute del maltrato a sus idénticos. Dos chicos sujetaban a un
tercero en apariencia algo débil al que otros dos se turnaban para zurrarle en las
costillas y el vientre. Tres chicas y un chaval más disfrutaban del espectáculo
animando a los participantes mientras tomaban unas cervezas. En el lado puesto,
sentados en un banco había dos chicos con la cabeza cabizbaja aguantando las
malicias de dos chicas y dos chicos a su alrededor. Rondarían entre los diecisiete y
veintipico años todos con pistolas pequeñas, ametralladoras ligeras, palos y cadenas
más alguna navaja escondida.

Lo primero que entro de Carlos fue una granada incendiaria de las pequeñas al grupo
del lateral sin asientos. Calló a sus pies como una pelota perdida del tamaño de una
piedra cualquiera, ignorantes o sin costumbre no se movieron a tiempo. Un chispazo
y el fogonazo envolvió al grupo entero en llamas.

Antes de que se dieran la vuelta las vipers habían atravesado numerosas veces el
pecho de los boxeadores. Los que sujetaban a al magullada víctima tuvieron que
soltarla para poder desenfundar. Un tiempo precioso que no tenían, también cayeron.
Los del lateral ya estaban de pie y apuntándole, los chicos apresados corrían hacia el
fondo agazapados, los que ardían gritaban desesperados y retorciéndose aterrando al
resto. A Carlos no le quedaban más balas.

Una chica disparo con el rostro contorsionado por el odio y el miedo. Dos tiros.
Luego al otra, otros dos. Carlos recargó con tranquila indiferencia a sus patéticos
intentos. –¿Sabéis lo que es un borg?

Una salió corriendo por donde huían los presos. Las balas de Carlos la hicieron
tropezar para siempre quedándose tumbada sobre un charco sucio. El resto levantaron
las manos asustados.

–Claudia ¿Donde están los que la mataron?

El chico del fondo respondió. –No conocemos ninguna Claudia yohanse.

Un tiro en la cabeza acabo con su ignorancia para siempre.

–¿Estáis llamando?

–¡No joder, no, ni de coña! –dijo la chica.

–¿Donde están los que la mataron?

Habló el chaval que quedaba –Tiene que haber sido el grupo de Thiago.

–Esos están de fiesta todavía en el edificio de las sardina. –Continuó la chica.

–¿Donde queda eso?

El muchacho se adelanto y señalo con el dedo. –Allí, se distingue porque tiene dos
sardinas dibujadas en la fachada de las ventanas. Bastante grandes.

–¿En que planta?

–La azotea, son los gobiernan ese barrio. –dijo la cría.

–¿Cuantos son?

El chico se encogió de hombros. –Es una fiesta ¿Seis más amigos?

Carlos se marcho del genocidio con paso firme, los cuerpos calcinados ya no se
movían.
Carlos subió ala primera azotea aparcamiento público que encontró y tomando el
control de su moto la hizo volar rauda a su posición, ni esperó a que aterrizara, ahora
iba acontrareloj, los mocosos estarían llamando, se subió de un salto y se aproximo al
edificio.

En efecto dos enormes sardinas una azul mirando al suelo y otra roja al cielo se
entrelazaban en la fachada. La azotea era una lujosa vivienda de dos plantas parecida
a un sandwich con una bonita piscina en el jardín de la planta baja.

Al pasar al lado liberó a los drones espías y se acomodó en un garaje cercano desde
donde hacer la inspección. Con todas las cristaleras sin polarizar explorar era tan
secillo como volar alrededor. De cerca el lugar era el paraíso de los depravados, una
casa de lujo con sofás negros con lineas doradas en donde reposaban jovencitas de
cuerpos recién formados semidesnudas junto a varones de mediana edad con excasas
prendas caras igual de inconscientes que ellas, mesas de cristal empolvadas con
cocaína y marcadas por el culo de vasos aguados o vacíados sobre la peluda alfombra
blanca convertida en un colage de manchas y ropa intima, un equipo de música del
tamaño de una pared seguía sonando a pesar de que nadie lo escuchaba, el resto de
sillas y taburetes estaba esparcido como resultado de una batalla y allá don hubiese
una superficie había un cúmulo de vasos, botellas y porros. También había
dispensadores de slo-mow, una forma habitual de alargar colocones y orgasmos. La
piscina no se libraba, lo que podía flotar lo hacía, lo que no seguía en el fondo. Con
las puertas abiertas a pesar del frío puedo colar los drones dentro y ver como estaban
el resto de habitaciones. Baños sucios, vómitos en el pasillo y grupos de gente
desnuda en las camas, todo tipo de combinaciones de géneros.

Los fue marcando. Rojos para los tipos duros tatuados, naranja para los que no
parecían combatientes pero podrían serlo y verdes para el resto. Dos rojos discutían
en el centro del salón, uno de ellos, un flaco roquero de pantalones negros relucientes
sin abrochar y cazadora turquesa con lineas naranjas con el pelo verde decaído en
cortinilla a un lado intentaba espabilar al otro, varón tatuado en calzoncillos tan
prietos que pudiesen no ser suyos, de fibroso cuerpo con cicatrices de todo tipo de
armas, demasiado cansado y resacoso para reaccionar.

No esperó a que terminaran la charla, arrancó y se estacionó en el tajado en un


momento dejando a los drones vigilando en puntos clave, el salón y el pasillo de las
habitaciones. Cambio la kusarigama por la katana y se cargo en los arneses
magnéticos de la espalda el rifle pesado y la escopeta SPAS marca Thorgue que aún
no había estrenado dejando las vipers en la moto.

El afortunado en recibir el primer disparo era el que, por estar en la cama mas grande
de la casa rodeado de mujeres, dedujo que sería el jefe. Arma cargada atravesando un
solo tejado directo a la mocha. En poco segundos femeninos gritos de pánico
alertaron al resto, en carrera al lugar de la muerte.
Los siguientes eran los rezagados, los que tardaban en despertarse nunca lo harían.
Algunos costaron dos tiros, atravesar dos techos y un blindaje ya era perdi demasiado
incluso para un rifle de tan buena calidad.

Los focos de chillidos se esparcieron por toda la casa y con ellos el caos. Las chicas
de verde corrían tropezandose con todo, recogiendo un par de prendas o nada en
absoluto en su carrera a a la puerta de salida. Pocas intentaron vestirse ya lo harían en
las escaleras o el ascensor.

Las balas debían dejar estelas de polvo en el espacio habitado, o quizás uno de ellos
podía pensar a pesar de la resaca. Las torretas del techo se activaron.

Carlos corrió por su vida ordenando a la KTM alejarse. Las torretas tardaron un par
de segundos en desplegarse luego dispararon de seguido pero lentas, con estruendo,
cual golpe de martillo. Diseñadas para acabar con vehículos, potentes pero tranquilas,
su tardanza le dio el tiempo a saltar a la piscina a tiempo de compartir el aire con una
balas mal apuntadas. A la que cayó soltó una granada de conmoción al salón.

La dio el tiempo suficiente para salir de la piscina y agarrar la escopeta. Entró al


salón a carrera azuzado por frío del agua por toda su piel, disparando a cualquier cosa
roja o naranja que encontrase a su camino, dejando un reguero de casquillos
humeantes tras de si.

Al fondo el roquero y calzoncillos prietos disparaban a través de una puerta sin


mucho tino. Los efectos de la granada no se habían disipado del todo, quedaba gente
de por medio, muebles y otras dos ametralladoras en el jardín disparaban en su
dirección intentando atinar a un intruso en medio de una fiesta de desconocidos.
Algún verde rezagado con mucho miedo como para correr sufrió un destino fatal por
culpa de aquellos cacharros. Él no pudo evitar que un par de balas le alcanzaran en la
espalda, dolorosas pero no peligrosas.

Carlos saltó por encima de un sofá y luego volteó por la barra de la cocina
arrastrando consigo un montón de botellas y vasos para salir del campo de visión de
las torretas que continuaban su masacre.

Alguién ordenó que las apagasen y otro debió de hacerle caso porque lo hicieron. En
el salón, amenizado por música de calle, solo quedaban lamentos y llantos. Un par de
últimos supervivientes salieron a trompicones de lugar.

El roquero y el cachas entraron en la sala, El roquero llevaba una pistola por mano
demasiado potentes para ser disparadas así por una persona con un cuerpo orgánico.
El mazado llevaba una sola pistola y agarró la pata rota de un taburete con la
izquierda. Le estaban buscando. Carlos recargaba.
El tatuado de pelo corto uso sus ojos profundos y diviso un arma bajo un sillón, salió
disparado a por ella con una sonrisa en la cara. Un dron golpeo la cristalera en el lado
opuesto, el nervioso pistolero se giró con la agilidad de un felino. Carlos salió de su
escondite de un salto y le disparó tres veces aproximandose. Ni todo el slo-mow del
mundo podría haberle dado la velocidad muscular necesaria para disparar a tiempo.

El blindaje pesado paro gran parte del daño pero los dos últimos tiros a quemaropa
eran demasiado, voló dos metros y callo sobre una mesa de cristal destrozándola en
pedazos con el pecho en carne viva, sobreviviría pero iba a necesitar un médico solo
para poder levantarse. Carlos apuntó al sujeto que ya tenía el arma en las manos.

–Intentalo.

Se agacho despacio, sin dejar de mirarlo a los ojos y dejo caer el rifle con suavidad en
el suelo. Cuando se empezaba alevantar una silueta verde se acercó a Carlos por la
espalda a la carrera, al cuello. Carlos disparó al tipo mandándole un metro más lejos
del arma y dio una patada atrás que atino en el vientre de la mujer que con los brazos
extendidos y un cable de filamento para estrangular entre ellos, a menudo para
decapitar intentaba alcanzar su cuello.

Dos disparos a bocajarro en el pecho la hicieron volar de vuelta a la esquina


quedando tumbada boca arriba con la cabeza en una posición forzada contra el
ventanal.

Cuando Carlos se volvió a dar la vuelta el cachas ya estaba alargando de nuevo la


mano al rifle. De rodillas, alzo la cabeza y le dedico a Carlos una sonrisa boba. Carlos
se la devolvió.

–¿Por qué no te sientas? Estarás cansado.

Sin perder la sonrisa fue al sofá más cercano con las mano levantadas.

–¿Como te llamas?

–Daniel.

–Daniel, cuéntame todo lo que sepas de Claudia .

–Nos contrato para secuestrarte. No era nada personal amigo.

–Claro. Nunca lo es. El agujero de más en mi culo me dice lo contrario.

–Mejor hay que en otra parte.

–¿Que más sabes?


–Trabaja para los Lupo, corpos que se han hecho con un buen trozo del mercado de la
droga por aquí.

–¿Que me dices de Martín Lupo? ¿Lo matasteis para ella?

–No, solo le dijimos a los de por aquí donde iba a estar y nos aseguramos de que
nadie acudiese en su ayuda un ratito ¡Fiesta sorpresa! –dijo con alegría.

–¿Que fue lo último que os encargó?

–Nada.

–Lo último es nada ¡Venga vamos a cumplirlo! Levantate y sal a la terraza, tu


primero no vayan a activarse las torretas.

Al poco de estar de pie se giro de forma repentina con una velocidad propia de un
tornado, del primer golpe puso a volar la escopete el segundo le dio en la cara a
Carlos con tanta fuerza que de no tener coraza le habría fracturado los huesos y
desencajado la mandíbula, lo dejo aturdido en el mismo sofá en el que hacía un
momento estaba sentado sonrisas.

¡Sonrisas! Pensó Carlos espabilándose, mando estrellarse al dron contra el ojo del
mercenario había empujado el sillón a un lado con sencillez inhumana, como si fuera
una simple caja de cartón, agarró e arma y espantó el mecanismo con un manotazo
que lo rompió, se dio la vuelta con rapidez y disparó.

La ráfaga desviada por la katana rompió una ventana. Carlos continuó golpeando el
pecho blindado apenas dañado lo suficiente para contenerlo y por último le atravesó
un implante ocular con la punta de la espada.

Daniel aulló. La descargá debía de quemárle el nervio óptico. Se dejo caer de


espaldas quedando de rodillas. Carlos le quito el rifle y lo tiro lejos. También le dio
una patada a una pistola cercana.

–¿Mejor ahora? ¿Lo ves más claro?

Se frotó la cara con las palmas de las manos y elevó la cabeza, sonriente de nuevo,
solo que un un ojo soltando chispas, una cara bonita convertida en atroz. Buen
mentón, fino y cuadrado, justado a unos pómulos insinuantes y con una nariz fina y
recta sin dejar de ser varonil, operado. –Sí. –respondió.

–El último trabajo que os encargo o te atravieso el otro y esta vez hasta el fondo.

–Teníamos que custodiarla, la rutina.


–¿Hoy libráis?

–Libramos desde ayer, los Lupo pagaron para que desapareciéramos. Fin del contrato.

–¿Solo por desaparecer?

–Sí.

–¿No por violarla y matarla?

–No. Teníamos que distraer a los otros guardias. Una pena, era muy bonita, me habría
gustado violarla.

Carlos saltó hacía atrás esperando que esa provocación fuese una trampa. No paso
nada salvo que Daniel se partió el culo de risa. Carlos se calmo, desenfundo la pistola
pesada y le bolo la cabeza, luego remató a los que pudieron haber sobrevivido a la
escopeta y apagó el sistema de seguridad para que pudiera aterrizar la KTM en el
jardín.

En lo que volvía la moto recogió sus cosas, casquillos drones, su rifle, e indago en el
lugar. La policía como cabría esperar no se presentaba por lo que pudo indagar a
gusto.

Había fajos de billetes por todas partes, casi tantos como drogas. Los Lupo pagaban
bien. No pudo acceder a sus ordenadores, les quito los discos duros y se guardo un
portátil para llevárselos a Jiho después. Algunas de las armas que tenían eran buenas,
no les faltaban, se las quedo también. Mucho dinero, pero ni una sola pista sobre el
asesinato. Se lamentó de no haber dejado uno con vida como se lamentó de no poder
llevarse los cuerpos a un chatarrero, haría una fortuna en reciclaje. Debería haber
hecho caso a Oscar.

Desde allí fue directo a un taller de confianza a que le arreglaran los agujeros de la
KTM, ordeno a la Duca-zuki que le fuera buscar, traspasó todo de lugar y fue a que le
parcheara a él Montero.
Las rubias desconsoladas

Lo siguiente fue quedar con Jiho. Tras años de amistad y por la premura necesaria
acepto quedar en su guarida. En la esquina la que el barrio chino se encontraba con el
japones por el lado de las fábricas, toda una barriada de tecnomantes, un laberinto
contra el muro de separación con los polígonos industriales más viejos a ún lado
fabricas herrumbrosas y humeantes apiñadas las unas contra las otras hasta el punto
de enredar sus tuberías y cables en un amasijo de metal con pinta de accidente de
tráfico. Al otro una mezcla de casas con tejados orientales y farolillos rojos tan
tradicionales que de seguro las había iguales en la tierra, entre ella contenedores
industriales de mercancías unidos por pasarelas transformados en viviendas, todo ello
en pie gracias a kilómetros de cables atados entre ellos enchufados a letreros
luminosos, pantallas publicitarias, antenas parabólicas, freidoras de restaurantes
minúsculos, máquinas expendedoras, cámaras de vigilancia y gatitos de la suerte. Un
estrecho laberinto tan humeante como las fábricas con olor a fritanga y tallarines por
el que se habría perdido si no fuera por el cable de plata que le tendió Jiho.

Debió aparcar lejos y pagar aun grupo de mocosos armados que con bastante
educación para tratarse de una estafa le pidieron dinero a cambio de protegerle la
moto. Pasear por esas calle se le hizo como cambiar de ciudad, un viaje en el espacio
y en el tiempo a una de esas ciudad de preponderancia oriental tan exóticas como
caóticas en la que hasta la magia era una posibilidad.

El cubil de Jiho se encontraba en un contenedor que había quedado sepultado por las
casas adyacentes, accesible por un pequeño callejón en el que tuvo que entrar de lado
y descender con cuidado. Alrededor podía escuchar a los vecinos discutir, sus
televisiones sonar y a alguien bañándose.

Dentro Jiho tenía torres de computadoras del suelo al techo y un escritorio con ocho
pantallas de frente, en la otra puerta del contenedor un ventilador de pared entera
metía aire el zulo de metal en el que los cables lo recorrían las paredes como una
telaraña. Lo único no dedicado a la informática era una pequeña neverita eléctrica de
suelo y una papelera.

–¿Muy serio, algo malo? –le dijo a la que sacaba un taburete plegable con el forro
desgastado de una dimensión paralela y se lo ofrecía de asiento.

–Han matado a una amiga.

–¿Estas buscando a los asesinos?

–Sí.

–Dame ese portátil. –Jiho lo colocó en el único lado libre del escritorio y se puso a
trabajar.
Era un proceso en el que Jiho chasqueó en el paladar unas cuantas veces. Entre tanto
bebieron unos refrescos y abrieron la puerta un poco para ayudar contra el calor.
Hablaron poco, ninguno de los dos era dicharachero.

–¿Te molesta que te pregunte?

–No.

–¿Vives por aquí?

–Tengo un cuarto en casa de mis padres, la casa de al lado. –Señalo con la cabeza.

–A estas altura podrías comprarte medio barrio ¿Por qué no te buscas tu propio lugar?
Uno más... para ti solo.

–Me paso el tiempo aquí dentro. El cuarto es solo para dormir y guardar cosas.

–¿Y las chicas?

–Hay hoteles baratos de treinta minutos, karaokes... Aquí eso es lo normal.

–Estas ahorrando.

–Sí. Cuando tenga suficiente montare una empresa rentable. Para mi y mi familia.
Luego ya pensare en casas grandes y esas cosas.

–¿Tienes algo en mente?

–Estoy trabajando en un sistema de control de datos cuántico adaptable que se


superpondría al sistema operativo y daría el control absoluto del dispositivo al
usuario. Hasta el último código.

–¿No es eso lo que hacéis los hackers?

–No. controlar todo es demasiado, De hecho sueles intentar controlar lo menos


posible para que no te detecten. Lo que creo es para asegurar el control de su
dispositivo a su usuario. Como una especie de crack universal que abre las puertas
para todos, luego ya el dueño eligiría que cierra. Se podría usar para otras cosas claro,
si funcionara. Todavía estoy en ello.

–Como pasar de la ganzua manual a la eléctrica.


–Algo así, pero se usaría desde dentro no desde fuera. El dueño lo abre todo, los de
fuera nada. También impediría el robo de información.

–¿Tiras muy alto no?

–Eso ya debería estar inventado. Es solo que a las corpos no les interesa. Prefieren
mantener la competición de seguridad entre empresas y usuarios porque ellos tienen
la de ganar.

–¿No estarían mejor con un sistema de seguridad impenetrable?

–Eso no puede existir pero ellas están cerca de tenerlo. Este programa para todo el
mundo tampoco sería inexpugnable, solo igualaría la competición. Las empresas
roban más información a sus usuarios en un día que todos los hackers en un año.
Saber como se encuentra la población es el primer paso para controlarla.

Al rato el ordenador estaba abierto.

–¿Que buscamos?

–Al dueño de este ordenador lo sobornaron para que abandonara su cometido de


proteger a su cliente y distraer a los guardias que no pudieron comprar. Lo que quiero
saber es que grupo fue el encargado del asesinato. A quién le allanaron el camino.

–¿No quién pagó?

–Eso ya lo se.

–¡Aquí esta! –exclamó al rato. –El dueños tenía una carpeta con pruebas escondida
por si el contratista se la jugaba. Trabajaron sin nudo. No muy listos. Esto es oro
Carlos. Números de cuenta, conversaciones grabadas, datos del trabajo. Aquí se les
menciona como los hombres de Carvalho.

–¿Te suena?

–No.

–Buscando Carvalho... Aquí. –Nada, no le dan importancia, solo dicen que es un


matón de tres al cuarto de la calle Marquês do monte.

–Un nombre y un sitio esta muy bien. –Carlos dejo un montón de billetes sobre la
mesa. –Mirame el resto y me lo envías ¿Vale?

–Sin problema.
Los niños le habían cuidado bien de la moto. Les dio una propina y volvió el distrito
ocho, a repetir la jugada. Aparcar fuera y entrar a pie, ahora camuflado con un kebab.

Repartiendo dinero entre los mendigos llegó a un piso en un edificio de mala muerte.
Uno al que no le habían limpiado la fachada desde que los construyeron, que olía a
orín y la basura se acumula en las esquinas, donde la gente al cruzar le puso mala
cara y solo alumbraban un tercio de las lamparas, el resto estaban fundidas o
parpadeaban.

Forzó la puerta y entro con sigilo, con el arma por delante. De fondo se escuchaban
los anuncios de una televisión. En los sofás del pequeño comedor no había nadie
viéndola. Se asomó a la cocina en el lateral, en el fregadero se acumulaban los platos.
Ningún electrodoméstico tenia menos de tres años.

Escucho pequeños pasos rápidos corriendo al salón desde la puerta del fondo.
Enfundo el arma tan rápido como pudo. Una niña rubia despeluchada de unos cuatro
años de edad con un arroyo en cada fosa nasal se detuvo de golpe ante el con los ojos
azules abiertos. No grito ni nada, se quedo indecisa mirando a los lados abrazando a
un conejito de peluche.

–Carlos hablo en voz baja.

–Hola peque ¿Como te llamas?

No le respondió

–¿Esta tu papá en casa?

Negó con la cabeza.

–Se llama tu papá Carvalho ¿Verdad?

–Buno Cavalho. –Se señaló. –Simone Cavalho.

–¿Sabes donde esta Bruno?

Volvió a negar con la cabeza.

Una estridente voz de una mujer agobiada llamo a la niña con prisas. Esta salió
corriendo hacia la voz. –mamá, mamá, hay un seño en el salón.
Carlos fue detrás. Se la encontró en el pasillo ordenando a los niños que se quedaran
escondidos en el cuarto. Al verlo el miedo se dibujo claro en sus ojos azules. Ella
también era rubia, solo que mas oscura, tirando a castaño. El trabajo le había sumado
arrugas de mas en el rostro con maquillaje corrido, vestía el llamativo uniforme en
rojo y amarillo del trabajo, una conocida cadena de pizzerías.

–No la voy a hacer daño a usted o a sus hijos.

Respiro algo aliviada. –¿Entonces que quiere' ¿Que hace en mi casa?

–Es por su marido.

Ella miro a la habitación donde estaban sus hijo y le señalo hacia el salón, avanzo a el
sin darla la espalda.

–Es usted de esos... ¿Que ha hecho ahora el muy imbecil? –Se saco un cigarro de un
bolsillo y fumo, el pulso aún a temblaba.

–Asesinato.

–No me jodas –susurró. –Yo no quiero saber de lios entre bandas.

–No se trata de un lio entre bandas señora Carvalho. Ha matado a una corpo. –dijo
carlos poniendo postura de agente corpo.

La mujer se sentó quedando mirando a la puerta. –No me jodas. Puto idiota de


mierda. –volvió a susurrar. –Me dijo que traería dinero, que este trabajo solucionaría
nuestras vidas. Siempre lo dice y cada vez que lo hace se mete en un lio más gordo.

–¿Sabe de que trataba ese trabajo?

–¿Para que me lo pregunta? Lo sabe muy bien. Ah claro. Quiere saber si estoy en el
ajo. ¿Le parece que vaya a ir a asesinar a nadie así vestida. ¿Que me queda tiempo o
ganas para...? Para matar a una persona si, al menos a una si que la voy a matar
cuando vuelva. Si es que vuelve.– dio una calada larga. –¿Lo mataran o lo
encerraran?

–Eso depende de cuanto se resista.

–Espero que se resista mucho.– Farfullo.

–Necesito saber donde se encuentra.

–A mi no me cuenta sus planes. Ni quiero saber de ellos. Por la cantidad de


cobradores que llaman a mi puerta me imagino de que van la mayoría.
–Es su marido. Alguna idea tiene que tener.

Le miro de soslayo. –Hay un bar. El mono tuerto. No esta lejos. En la apralela a esta
calle, cerca del final. Es donde va a beber el muy inútil.

–Señora. Preferiría no tener que sacárselo a la fuerza estando sus hijos en la


habitación de al lado.

–Que profesionales son ustedes. Asustando madre solitarias con sus hijos a merced.

–Su marido es un asesino que le esta desgraciando la vida. Hace un rato quería que se
resistiera. Cuanto antes lo encuentre menos tipos como yo llamaran a su puerta. No
todos preguntan primero.

–Mierda. –Susurró.

Carlos se inclino para que le mirase. –Era una chica joven y hermosa, la violaron
¿Entiende lo que van a hacer su familia con todo el que se interponga en su camino?

–Puto imbécil. Puto imbécil de mierda. –Cada vez le costaba más susurrar. –La chica
de las noticias ¿Verdad? Maldito gilipoyas no quedará satisfecho hasta que nos mate a
todos. Llevo sin verle desde antes de ayer. Mis hijos y yo no sabemos lo que puede
estar haciendo. Ahora, cuando necesita esconderse, en las afueras al sur del distrito
trece, tienen una guarida en un edificio a medio construir. Las obras pararon por la
ruina de la constructora o algo por el estilo, el banco aún no le ha encontrado uso.

–Gracias señora Carvalho. –Carlos le dejo una par de billetes sobre la mesa.

–¿Esto es lo que vale la vida de mi marido?

–Su marido perdió la vida ayer. Lo que pasa es que llega tarde al funeral.

Volvió con prisas a su moto, ignorando a un grupo de pandilleros imberbes que


simulaban buscar bronca pero que solo querían saber que hacía en su territorio. La
voz se estaba corriendo deprisa, como solía pasar en esos barrios.

Al poco de despegar se percató de que un vehículo le seguía, una cucaracha negra


reluciente tan limpia que parecía recién sacada del concesionario, un transporte
corpo, o quizás los sicarios del jefe criminal del distrito, ellos también usaban ese tipo
de autos y lo mismo no le gustaba que estuviese cazando a su gente.

Terminada una curva le piso a fondo, para cuando la doblaron ya les sacaba ventaja.
Olvidando el disimulo ellos también apretaron el acelerador. La carrera estaba
servida.
El ímpavido aceleró, se colo entre autos, giro derrapando, una y otra vez, eslalon
entre edificios, la serpiente voladora escurriéndose entre el tráfico dejando una
efímera estela azul tras su paso y después poner al máximo los motores cruzando
como una rayo blanco, un jirón nube acelerado, los altos edificios.

El auto azabache no pudo seguirle el ritmo, ni tan rápido ni tan hábil, demasiado
grande para colarse entre los bien ordenados autos, se quedo atrás.
El derrumbe

Desde fuera el edificio era un esqueleto de cemento gris del que sobresalían hierros
oxidados. A la vista no quedaba ninguna herramienta, ni un solo saco de yeso, solo lo
separaba del mundo una alambrada doblada y unas telas rasgadas. Tan muerto como
uno de hueso, un lugar al que solo se iría a cubrirse de un chaparrón si no quedase
otro lugar.

Las ópticas no le revelaban cámaras a la vista así que aterrizó en el tejado. Se aseguró
que la misma combinación de armamento que usase en el ático estuviese lista y
cargada. Luego descendió con cautela, enviando al dron que le quedaba por delante.

Hasta llegar al bajo fue un paseo en el que el viento aullante del yermo pugnaba
contra la distante publicidad por el dominio del sonido. Ya se había imaginado que la
señora Carvalho podía haberlo engañado para ganarle tiempo a su marido, llegado a
ese punto estaba casi seguro de ello, ya que estaba allí miraría el lugar más probable,
el sótano.

Liso, oscuro, frío y silencioso, demasiado silencioso para ser una guarida de
criminales que acababan de cobrar. De repente el estruendo. El dron había activado
una carga de morral nada más entrar al lado derecho del pasillo en el que la escalera
desembocaba en su mitad. Los cascotes saltaron, el pasillo se lleno de polvo y el dron
había desaparecido.

Carlos se pego a una pared y permaneció en silencio con le filtro de aire al máximo.
Al rato llegaron las voces. Varias personas discutían, una se imponía y alguien
avanzaba con paso indeciso hacia el escombró.

–¿Ves el cadáver?

–Hay mucho polvo.

–Fijate bien tarugo.

Tosió. Justo en se momento se asomó Carlos con la pistola por delante. Un tipo flaco,
más bien escuchimizado, con varias camisas superpuestas bajo una cazadora gastada
daba manotazos al airea para apartar el polvo, con la otra mano se tapaba el rostro. Al
fondo solo se veían sombras de gente, a izquierda y derecha hileras de umbrales sin
puertas ni luz. Carlos disparó tres tiros al hombre que se desplomó al suelo con un
chillido. Se volvió a cubrir pero en vez de disparos detonaron la carga de morral en el
lado opuesto. Otro estruendo , mas cascotes volando, cayendo con peso y mucho más
polvo.
Carlos saco un de sus granadas y la arrojó al fondo. Maldiciones y otra explosión se
unió al concierto. Cogió una piedra y la lanzo por el lado izquierdo del pasillo, dos
explosiones más a distintas alturas del pasillo. Carlos se preguntaba cuantas minas
más habría y cuantas podrían soportar los cimientos. Había ya más polvo que aire en
ese agujero.

Escuchó activarse las cargas del lado derecho que aún no había explotado. Asomando
solo el brazo lanzó una piedra en esa dirección, las balas golpearon las apredes
cercanas provenientes del flanco izquierdo, en el derecho las minas explotaban recién
cargadas explotaron.

Se levanto con prisas y dos piedras y fue al otro acceso al sótano, simétrico al
anterior. La primera piedra llegó al fondo de la escalera sin detonar nada la segunda
hizo explotar una carga en su lateral izquierdo, una nueva hizo detonar tres en el lado
opuesto, la última detono las dos que faltaban del derecho, siendo respondido con
disparos desde la segunda intentona desde el lado izquierdo. Luego subió de nuevo y
se escondió.

No subieron a por él. El tiempo pasó sin que viese o escuchase a nadie subir por las
dos únicas escaleras que el conocía por donde se escapaba la nube de polvo como el
humo de una fogata disipándose tranquila en el aire.

Esa era una situación muerta que no se podía permitir, podía haber refuerzos en
camino. Se forzó a pensar rápido.

Se colocó al otro lado de la escalera y calculo con pasos las distancias, dos veces para
asegurarse, hasta la esquina en donde explotó su primera granada. Luego cargó el
rifle apuntando hacía abajo. Un disparo, otro y otro, las balas lo atravesaban todo
dejando un agujero en su camino. Debía estar en lo correcto dado que le respondieron
el fuego, tiros a boleo salían del suelo.

Cambio de posición y siguió disparando, mejor dos. Dos agujeros del tamaño de un
puño infantil. Pudo escuchar la voz salir por el agujero a pesar de los disparos. Una
mujer, de tono grave, una tenor. –El muy payaso esta intentando darme. ¡Lo tengo
encima!

Con los agujeros hechos recargo su arma y preparó dos granadas, retardando la
explosión a un minuto. Cuando la tenor dejo de disparar para recargar se apresuro a
colocarlas en los agujeros, activarlas e irse a esconder tras una columna y cambiar a
la escopeta.

La últimas palabras de la tenor fueron “Creo que se ha ido”


Las granadas explotaron abriendo un boquete en el suelo que quedo hecho cascotes
alrededor, piedras grises volaron por toda la zona. El agujero no era tan grande como
Carlos le hubiera gustado, en vez de lanzarse debió bajar con cuidado para no
clavarse ningún hierro retorcido.

En la polvorienta oscuridad del estrecho pasillo no se hubiese visto nada ni con las
mejores ópticas de la galaxia, solo se escuchaban lamentos y toses. Guiado por el
sonido se acercó a los aturdidos enemigos, una mujer musculada de venas hinchadas
y dos solo un poco menos hinchados, los encontró tirados en el suelo. Les disparó en
los genitales, un desangramiento lento e inexorable de órganos hechos puré, la
dolorosa muerte que se merecían.

Por suerte no había calculado bien, se pasó de corto, por lo que en vez de estar en la
esquina estaba un tanto atrás, quedándole una cobertura tras la que esconderse ante
los pasos a la carrera que se aproximaban por el pasillo que penetraba en el sótano
ahora con las luces encendidas.

Pasos y gritos de al menos dos hombres, guardó la escopeta y desenfundó la katana,


en silencio, esperando en el recodo con la espada en alto. Prestos a ayudar a sus
compañeros, empujados por los lamentos y aullidos de dolor no tomaron precaución
alguna.

La katana bajó golpeando el primer cráneo que asomó por la esquina dejándole una
linea roja en la cara a su paso de la que mano sangre a borbotones. Un segundo golpe
transversal desparramó sus tripas por el suelo. El tercero fue al sujeto que intentaba
abrirse paso para disparar, le atravesó las entrañas. Carlos se acercó a su cuerpo, a su
rostro tembloroso entre cuyos labios empezaba a emerger la sangre.

–¿Duele?

Retorció la espada generando más dolor y la saco por un lado llevándose consigo
parte del mondongo. Luego le cogió de la cabeza y la estampo contra la pared.

EL disparó paso muy cerca, Carlos se giro para ver al tirador. En el otro extremo del
pasillo un hombre se afanaba en darle, muy largo, un tiro que necesitaba de una
precisión que el nervioso sujeto no tenía. Carlos dejo caer el cuerpo y se adentró en el
pasillo lateral saliendo de su vista marcándolo antes de salir del ángulo.

Camino despacio, limpiando la katana con un trapo antes de enfundarla de nuevo.


Tiro le trapo y cogió el rifle. Por lo que mostraba su sistema de marcado el que
quedaba había corrido por el lejano pasillo en paralelo hasta la otra esquina, los
pasillos formaban un cuadrado o rectángulo. Allí aguardaba rodilla en sualo a
dispararle en cuanto se asomase doblando la esquina. Entonces se le ocurrió.

Carlos corrió hasta la superficie.


Salió con cuidado, esperando que hubiese alguien fuera, lo había, acababa de
ascender por las escaleras a la carrera, sin embargo no se apresuraba en ir en su
dirección, si no corría hacia le exterior, un desertor.

Carlos salió, se tomo su tiempo y le disparo en un muslo. Chillo, tropezo y se


estampó contra la valla quedando de pie por aferrarse con las manos a la verja. De
alambres enredados en rombos.

–Permanece en esa posición. No te esfuerces.

Era un hombre ya de cierta edad,mas de cuarenta, al que se le clareaba el cogote,


vestido de vaquero, con grandes botas que ni intentaban esconder el cuchillo, en el
cinto de las armas llevaba un buen número de granadas. –¡Te daré mi parte! ¡Lo que
quieras amigo! Solo deja que me vaya, soy un don nadie.

–Carvalho ¿Sigue abajo? –Carlos guardo la distancias, no fuese a inmolarse.

–¡Sí! Si. En el cuarto de calderas, esta en el cuarto de mantenimiento.

–¿Cuantos sois?

–¡Joder te has cargado a un motón! ¿¡Como caralho quieres que lo sepa!?

La voló la otra pierna.

–¡Eramos nueve! ¡Nueve joder! Me has dejado cojo cabrón.

–Claudia .

–Nos contrato un intermediario de los Lupo. Un tal Felipe, nombre falso claro.
Grande, cachas, trajeado gafas de sol. Joder son todos iguales.

–Donde esta “Felipe”

–¿¡Crees que nos invitó a cenar!? No le conozco de nada, solo cojimos su dinero he
hicimos le encargo.

–¿Por qué violarla? ¿Os lo ordenó Felipe?

–¡No joder! Dame algo para el dolor.

Carlos disparó. No al artificiero cojo, si no a la rata que se había escurrido para


atacarlo por detrás mientras conversaban. Le dio en el hombro, Carlos se acercó a las
escaleras en donde el herido apenas lograba evitar caer hasta el fondo.
Era otro desgraciado de mediana edad con un sombrero de cowboy que no pegaba
con las prendas de motero de lineas de color que había parcheado con vistosos
símbolos. El desgraciado suplicaba clemencia levantando la mano sana, un tiro en la
palma dispersó sus dedos por la estructura dejándole un muñón. Que se quedo
mirando a la que gritaba horrorizado.

Carlos volvió con el artificiero que se arrastraba por el suelo dejando tras sus piernas
rotas un rastro de sangre.

–¿Cuantas minas quedan? ¿Que trampas hay?

–¿¡Llama a un medico!? ¿¡Me estoy muriendo!?

–Responde o te matare antes de que llegue al que has llamado.

–Dos minas en cada pasillo de acceso al cuarto de calderas, unas pocas más sin usar
en mi taller. En unos delos trasteros, el cincuenta y cuatro.

–No me has respondido a lo de la violación.

–Cabrón. –Intentó echar mano de una granada.

Carlos no le concedió el alivio de una muerte rápida, le disparó ala mano un par de
veces, no atinó a la primera, y le dejo hay. Fue a ver al nuevo cacho de carne a
interrogar. Estaba al fondo de las escaleras, hecho un ovillo sobre su muñón.

Le puso le cañón de rifle en las pelotas.

–Carvalho ¿Que implantes tiene?

–Coraza, audio visuales, columna sanadora y piernas de salto. De segunda, de los


chatarreros.

–¿Que me puedes decir de Felipe?

–Ni idea gringo. De eso se encarga el jefe.

–¿Te parezco un anglosajon?

–¿¡Que!? Mil perdones, por favor, lo dije sin pensar.

–¿Por qué violar a Claudia? ¿Os lo ordenó Felipe?

–No. solo dijo que diéramos un escarmiento, no como.


Le voló los huevos. Estaba recogiendo unas piedras cuando sonó fuera una explosión.
Carlos salió con cuidado buscando un objetivo. Lo que encontró fue un charco de
sangre huesos y entrañas en donde antes estaba el artificiero.

Volvió a dentro, paso por encima de mejicano que se retorcía con el muñón en la
ingle y siguió por donde lo había dejado, arrojando chinas delante de el para activar
las posibles minas.

Cuando completó el cuadrado llego a un nexo en cruz, en frente estaba el pasillo que
uniría ambos cuadrados con otro pasillo atravesándolo. Al arrojar una piedra entre
medias no explotó nada.

Carlos asomó la cabeza y busco bien, las ópticas revelaron cuatro marcas en las
paredes equidistantes y ordenadas del tamaño adecuado. Entre unas cajas del suelo un
leve silbido en su rastreador delataba al dron. Carlos marco de forma manual las
señales se resguardó en la esquina y asomó el cañón del rifle cargando. Sin un
sistema de asistencia fue complicado atinar, a la tercera bala reventó la primera mina.

–¿Que pepino tienes con nosotros arrombado?

La siguiente mina estaba más lejos y en ángulo más cerrado, así que le costó atinar.
Cuatro tiros.

–¡Caralho vamos a hablarlo!

–Son los Lupo ¿Verdad? No quieren que queda nadie que pueda vincularlos al
asesinato. ¿Crees que esos filho da puta no te van a foder a ti después?

Carlos cogió carrerilla y salto al otro lado del pasillo. La mina más cercana estalló
segundos después. Ya caían hilos de polvo del techo. Se tranquilizó y empezó con la
última, la suerte quiso que atinara al segundo.

–¿Por cuanto vas a morir Carvalho?

Silencio, el tampoco cayó en la trampa. Por los gritos anteriores se encontraba en la


habitación de la derecha. Cambio el cargador y se colgó el rifle a la espalda, cogió la
pistola. Se arrastró desplazó con cuidado hasta la esquina del cruce, el pasillo era
corto y de frente solo tenía una puerta cerrada. Disparó una vez hacia el aldo opuesto
sin asomarse atento al ruido, la bala sonó golpear contra una pared al fondo, nada de
puertas. Desde el otro lado le respondieron con disparos que se fueron a estrellar en la
cobertura arrancado pedazos de pared. Carlos se apartó hasta donde había demasiada
estructura como para atravesar con un par de arañazos en a mejilla.

Intentar entrar así era un suicidio, no tenía ni angulo para tirar la última granada de
fragmentación que le quedaba y la de conmoción no le haría nada.
Volvió atrás y miro los números de los trasteros, el cincuenta y cuatro estaba al otro
lado. Salió corriendo dando toda al vuelta hacía el.

A la que dobló la segunda esquina del sector en paralelo fue recibido por una lluvia
de balas, saltó hacia atrás a tiempo de que no le mataran, una le dio en el hombro y
otra en la pierna, de penetración, el dolor era abrumador. Una voz masculina que no
era la de Carvalhó gritó. –¡Esta aquí! ¡Le he dado!

Carlos se apresuró a chutarse un estimulante para mantener la cabeza fría y procedió


a operarse. De lecciones anteriores había aprendido que un extractor de balas
automático no sería tan preciso como un cirujano pero para cosas como esa valía, se
saco la de la pierna, al del brazo había salido sola y se parcheó. Jadeaba y sudaba, le
puso un calmante local para aguantar el dolor y se enderezó.

Por alguna razón no habían atacado, puede que el miedo o que el estuviesen
rodeando. Decidio que era mejor no esperar. Lanzó la granada asomando el brazo
hasta la altura aproximada en donde había visto la figura que le disparo.

La nueva voz gritó– ¡Granada! –entes de la explosión y Carlos corrió detrás de ella
hacia esa voz..

Encontró a un sujeto a cuatro patas levantándose del suelo al que disparó nada más
verlo. Por el grito de dolor no parecía Carvalho, tres tiros más por toda le espalda lo
confirmó. Agarró el cuerpo y lo uso de cobertura antes de asomarse por la puerta del
trastero cincuenta y cuatro. Nada de disparos, no había nadie, solo una mesa con
muchos circuitos y electrónica encima, explosivos contra la pared y planos decorando
en las paredes. Muy amateur, lo mejor de la casa ya había detonado.

Carlos dejo caer el pesado cuerpo moribundo y se apoyó contra la pared de fuera, de
espaldas, respirando fuerte y parpadeando. El dolor aumentaba con el movimiento a
pesar del anestésico. No podía parar.

Un ruido, la estructura en silencio se hacía eco de todo, alguien acababa de patear un


cascote. Carlos corrió hacia allí cojeando. Asomó el rifle por la esquina y disparó.
Otra ráfaga le llego en respuesta. Algo pesado había caido al suelo tras derribar una
puerta. Carlos volvió a disparar y se asomó. El pasillo estaba vacío y había una
trastero abierto, solo uno.

Cambió al rifle, la pistola estaba casi vacía y no podía ponerse a recargar. Carvalho lo
tenía marcado, si es que ere él. Avanzo lento pero firme, si dejar de apuntar a esa
puerta.

–¡No me has dicho cuanto Carvalho!

–¡Más de lo que te pagan a ti Bladerunner!


–¡A dividir no podéis haber sacado mucho para cada uno!

–¡Ya no tengo que dividir Filho da puta! ¡Valeu!

Carlos se detuvo a un distancia segura, dejando masa suficiente entre ellos para que
no pudiera dispararle a través de las paredes, sus bueno veinte metros.

–Acercate más saco de vacilo.

–Mejor sal tú ¿No te apetece algo de aire fresco?

–Aquí se esta bien. Ven, te invito a tomar algo.

–¿Pretendes comprar tu vida de nuevo?

–Estas cojeando cabrón. Me parece que el que deberías negociar eres tú?

–Yo no estoy atrapado como una rata.

–Por ahora.

–A ti no te va a venir a salvar nadie. Eres un cabo suelto que le debe dinero a todo el
mundo. Ni tu mujer ha dado un duro por ti.

–Ella no esta para eso.

–También la violas.

–La doy duro sí, y le gusta. Una sensación que tú nunca conocerás, flojo.

–A mi me pareció bastante insatisfecha, seguro que por veinte créditos se abría


abierto de piernas. Por Simone me habría cobrado la mitad, o el doble ¿Tú que crees?

–Puto, acercate y te lo explico.

–Te has violado ya a Simone. Ya sabes un día de esos a la que a la parienta le duele la
cabeza, al tienes hay la lado, sabes que no dirá nada. Se parece mucho a su madre
¿No?

–No cuela imbécil.

–Ya se que te gustan jovencitas. ¿Cual es el problema? ¿Los mocos? –No contestó. –
Recuerdala. Desnudita con esas piernas tan cortitas abiertas y esos ojos azueles
mirándote, con un buen rabo...
Salió un brazo armado, Carlos disparo a ese brazo, una bala dio en el blanco y el rifle
cayó al suelo no sin antes hacer bolar balas por todo el pasillo. Una le dio de refilon
en el hombro derecho.

Ambos maldijeron doloridos. Otra vez el brazo asomó por la puerta, intentado
recuperar el rifle tirando de la correa. Una ráfaga le disuadió de seguir esforzándose.
Ahora Carlos también le tenía marcado, no mucho, lo justo para localizarlo.

Se había colocado en una esquina. Dejo de moverse y desapareció. Carlos se acercó


hasta donde si se podía alcanzar a través de la pared y disparó a donde había estado
ese brazo la ultima vez, dos tiros, un grito de dolor.

Al entrar cojeando se encontró al tal Carvalho. Un tipo corpulento, musculado y


morenito de piel, con los ojos verdes abrumados por el dolor, los dientes apretados y
la amplia frente sudada. Un piercing en la oreja y otro en el puente de la nariz
saliendo por las fosas nasales, el pelo negro corto y cicatrices por la cara de unas
cuantas peleas. Vestía una camisa blanca de tirantes sobre la que destacaban las
correas de las fundas y cintos, apretadas botas y holgados pantalones militares. Tenía
heridos el antebrazo derecho y y el hombro izquierdo.

–Bien filho da puta, sabes como cabrear a un padre.

–Escoria como tú no debería tener hijos.

–Lo dice un bladerunner. Un asesino corpo.

–No soy bladerunner.

Carlos enfundo le rifle y saco la katana. Le corto tendones de brazos y piernas.


Carvalho intentó resistirse pero en su estado solo podía retrasar lo que se le venía
encima.

–¿¡Que coño quieres!? ¿¡Que haces!? ¿¡Quién te envía!? –gritaba Carvalho sin
obtener respuesta.

Carlos le quito los pantalones. –La gente siempre habla de lo mala que es la
violencia. Sin embargo, lo que hace daño de verdad, lo que aterra, es la crueldad.

Usando una buena piedra de las escombrera le rompió la mandíbula saltandole


algunos dientes. Luego le corto les genitales, serrando con ánimo, se los metió en la
boca y le agarró del cuello mirando a sus ojos desorbitados. –Quiero que pienses en
la chica que violastéis y matastéis mientras te hago tragar tus pelotas. –A la demanda
le sucedió un tanda de puñetazos en la boca que acabó con Carvalho asfixiado por su
propia carne.
Terminada la locura. Carlos se calmó. Comenzó al ardua tarea de mover los cuerpos
al trastero cincuenta y cuatro.

De repente, en medio de ese destrozo se encontró con Kylikki.

–¿Kyl?

–Joder Carlos, que difícil eres de encontrar cuando te lo propones.

–¿Que haces aquí?

–Tu novia llamó a Oscar, Oscar a mi, yo a Jiho y tras pelearme con una panda de
cretinos adolescentes brasileños he conseguido llegar aquí. ¿¡Que es lo que haces tú!?
–preguntó señalando al cadáver.

–Eliminar pruebas.

–Estas hecho mierda.

–No me lo pusieron fácil.

–Ya veo parece que pretendíais demoler el edificio.

Kyilikki le ayudó a arrastrar y explotar los cuerpos. Terminado el trabajo le llevó a


ver a Montero luego a su casa. Ella sentada en el puesto del piloto de su coche, la
moto siguiéndoles detrás, los dos en piloto automático, él medio dormido en el
asiento del copiloto. Cruzando el ocaso entre los rascacielos de cristal.

–He visto los cuerpos.

–¿Quieres preguntar algo?

–No, la verdad es que no. –Se tomo una pausa. –Tienes que ir a que te vea un
psíciologo.

–¿También quieres que me quite implantes?

–Tú sabrás. Lo que has hecho en esa obra no es normal.

–Ellos tampoco eran normales

–Ellos se lo merecían ¿Te lo mereces tú? ¿O tu novia?

–No es cyberpsicosis, ha sido venganza.


Consecuencias

Al regresar Zenobia lo esperaba en el garaje. Se abalanzó sobre el y le pegó en el


pecho y los brazos.

–¿¡Sabes lo mal que lo he pasado!? ¿¡Lo preocupada que me tenías!? ¿¡Por qué tienes
que hacer estas cosas maldito idiota!? –Lloraba, tenia los ojos rojos de tanto llorar.
Caros al estrechó entre sus brazos. –¡No me abraces imbecil!¡Ya no te quiero!¡Deja
de hacerme sufrir! –Los golpes cesaron y se dejo caer entre sus brazos.

Ambos quedaron de rodillas en el suelo. Kylikki ayudo a Zenobia a subirlo al cuarto.


Entre el cansancio y los sedantes Carlos apenas se tenía en pie.

A la mañana siguiente Zenobia lo cuidaba como si fuese un niño pequeño.

–Lo siento Zen. Te quiero, es solo. Que llevo muy mal que hagan daño a la gente que
me importa. Se que Claudia nos hizo daño y que estaba loca. Aún así...

–No digas más. Es agua pasada. Solo dime que esta va a ser la última vez.

–Si te hicieran algo a ti así arrasaría la ciudad entera.

–No es lo que yo querría que hicieses.

–Ni yo, pero me dolería demasiado.

Lo abrazó.

Tres días después los noticiarios debieron rectificarse. Resultó que la fenecida no era
Claudia , si no su doble. Claudia estaba vivita y coleando en su nueva mansión recién
adquirida. Sin embargo el hecho la había conmocionado y estaba reformando sus
sistema de seguridad.

También hablaban de una carnicería en una azotea del distrito nueve, claro que eso no
era tan interesante, pasaba cada trimestre y a gente que nadie quería cruzarse en la
calle.

Carlos llamó a Claudia para saber si en realidad era ella y no la doble la que seguía
viva.

–Hola, me alegra que llames, como siempre.

–Hola, ¿Me podrías recordar como te despedistes de mi cuando acordamos que


trabajarías para mi?
Claudia rio. –Me dijistes que no te tratase de patrón y yo te llame Don Carlos.

–Lo siento. Solo quería asegurarme.

–No, esta bien. Gracias por preocuparte. Don Carlos.

–¿Que esta pasando por hay para que asesinen a tu doble?

–Sabía que me querían matar. Tu mismo me lo advertistes que los Lupo me echarían
del negocio familiar por las malas. Así que tome medidas.

–Lo volverán a intentar. Eso ya lo sabes. ¿Estas segura?

–Todo lo segura que se puede estar en mi posición. Voy a aprovechar esto para
hundirles.

–Toma. Saque estos datos de los discos duros de tus guardias traidores, dudo que te
sean de utilidad por como los conseguí, es mejor que nada. –Carlos le paso los datos
obtenidos por Jiho.

–Lo de los brasileños ¿Fuistes tú?

–Sí. –un sí arrastrado por el peso de una confesión inevitable. Se enteraría más pronto
que tarde.

–Sabía que aún me quieres. –Colgó.

En secreto, a base de mensajes, organizo la entrega del material físico del ático de
Thiago entre Jiho y Claudia. Con esos datos y otros muchos que ella misma se
guardaba condenó a la familia Lupo en la ciudad al responsabilizarles de el
contrabando cuando aún era ilegal, algo que les perseguiría hasta otras ciudades.
Pudo seguir los escándalos, los juicios y las detenciones por los canales de
informativos locales. Claudia acabó desterrándoles de Covadonga. Solo
expulsándolos, los Lupo tenían más propiedades y negocios en decenas de ciudades-
estado del planeta en los que refugiarse. Algún día volverían. Sin los Lupo pudo re-
enfocar sus relaciones con la competencia. Formó una fusión empresarial con
mejicanos y colombianos en lo que paso a llamarse CoMex, principales productores
de maría, cocaína y drogas de rendimiento de calidad de la ciudad, la corporativa
dominante en el mercado de la droga dedicado a las clases altas.
Sí Zenobia ya estaba molesta por el comportamiento de Carlos el descubrimiento que
la causante seguía respirando no lo mejoró. Carlos le pidió perdón muchas veces, no
basto para aliviar su amargura. Así que, en cuanto su salud se lo permitió, la dejo
conducir su moto, intento no pisarla en pistas de baile y acudió a eventos familiares
de etiqueta, ahora que era una estimada Fonseca dedicada a la prosperidad de la
familia la invitaban a fiestas y eventos. Eso si funcionó.
Cambiar de zapatos

Antes de que el fémur se soldase del todo Lizelle le invito a tomar el té a él y solo a él
a la mansión. Cuando le preguntó a la cabreada Zenobia esta le respondió “Sí vé. Tú
sabes más de drogas que yo, a ver si puedes averiguar cual la a enloquecido.”

Se tomaron el té un agradable salón de lectura, con muchos libros, como para dos
vidas, en estanterías de imitación a madera de rica talla y vidrieras pintadas, lamparas
de colores suaves de delicado aspecto y sillones que te abrazaban como una madre
amorosa. Bajo la luz de la tarde entrando por los grandes ventanales tomaron las
infusiones junto a pastas mantecosas.

–¿Te a contado Zen por qué te he invitado?

–No, solo me ha dicho que estas loca.

–Es una propuesta rara.

–¿Como haces para no dormirte en estos sillones?

–Liz rio. –Si te sale bien el trabajo te regalaré uno por navidad.

–Así que es un trabajo.

–Lo es. No te confundas. Puede convertirse en uno muy complicado.

–¿De que se trata?

–Quiero que caigas en una trampa para Zenobia.

–¿Quién la quiere tender una trampa y por qué?

–No te alteres. No es le tipo de trampa que te estas imaginando, o la menos eso creo.
Es una trampa política.

Carlos suspiró. –Asuntos de familia.

–En efecto. Verónica Fonseca quiere dar la bienvenida a Zenobia a la familia. Un


examen en realidad para demostrar que mi hermana no se ha reformado, oara ponerla
en ridículo y con ella a toda nuestra rama familiar.
–¿Que pinto yo en eso? No soy un burócrata ni un actor. Si me cuesta salir de una
fiesta sin atizar a uno de esos cobardes deslenguados amantes de las insinuaciones.

–Eso no es lo que importa.


–¿Que quieres de mi?

Carraspeó y se enderezó, hasta se le notó cierto rubor en las mejillas. –Quiero que te
hagas pasar por Zenobia.

Carlos contuvo la carcajada a tiempo, la sonrisa ya era demasiado pedir. –Creo que
no lo he oído bien.

–Como puede que ya sospeches tita Fonsesa no se encuentra en este sistema estelar.
Esta a millones de años luz, serías enviado por enlace cuántico al sistema que ella
habita. En e cuerpo de Zenobia.

–Vale. Definitivamente estoy en el lugar correcto, deja que te mire bien los ojos.

–No es una broma.

–Es una locura.

–¿Por qué? Piénsalo, nadie de Quimera ha tratado nunca con Zenobia, no saben como
es en realidad, solo rumores. Tú eres una de las personas que mejor la conoces del
universo y no vas a caer en ninguna de sus trampas. Por otro lado en caso de un
conflicto te sabes defender mucho mejor que ella.

–¿Que hay de ti?

–Soy una opción. Sin embargo eso presenta varios inconvenientes. El primero es que
Verónica me conoce, sabe como soy y espera que haga eso, por lo que la trapa podría
estar en realidad dedicada a mi persona. El segundo es que tengo otros asuntos que
atender. Por último Zenobia no quiere que lo haga.

–En serio hay agentes por hay muy buenas a precios que os podéis permitir.

–A ti te une a la familia algo más que el dinero.

–Un buen agente no tira su reputación por la borda a cambio de un aumento.

–Me da igual. Estaría confiando a esa persona más de lo que me gustaría. No es que
tengamos secretos inscritos en el ADN pero sigue siendo algo personal y pone en
peligro la seguridad de la empresa. De hecho me vas a tener que firmar un acuerdo de
conficencialidad.

–Lo dices como si yo quisiera hacer eso.


–Obtendrás beneficios que no puedes permitirte. Como una copia de seguridad de tu
identidad, realizada y almacenada por si el viaje sale mal. Te convertirías en un
autentico inmortal.

–Que gran oferta. ¿No estaréis intentando protegerme?

–Tonterías. Si quisieras ser inmortal solo tendrías que pedirle el matrimonio a mi


hermana. Ella te diría que sí y antes de la boda la familia te habría pagado tu primera
copia.

–Ya sabes que no estoy con Zen por dinero. Como tampoco lo estuve contigo.

Eso la descolocó. Carraspeo de nuevo y se volvió más humana. –Lo se. Por eso te lo
estoy pidiendo a ti. Te van a poner a prueba, a tentarte con todo lo que se les ocurra y
sinceramente, no se que más, no me fio de Verónica y no quiero arriesgar a Zenobia.

–Sigo pensando que hay gente más capaz que yo para este trabajo. A parte de que me
siento raro con la idea de meterme en la piel de Zenobia, y la tuya, de una forma tan
literal. –Con un poco de humor Carlos hizo un gesto con las manos respecto a los
pechos.

–Por favor no seas infantil.

–¡No es infantil! Lo he expresado de una forma infantil sí. –Se corrigió. –Pero en el
fondo es verdad. Me estas pidiendo que me transforme en vosotras.

–Si lo que te preocupa es la mente que sepas que no sufrirá transtorno alguno. Sin
duda sería una experiencia única y complicada pero la identidad no sufre daños
psicológicos en espacios de tiempo tan reducidos, a la vuelta se re-acomoda de nuevo
a su vida original.

–¿Ya has hecho esto antes?

–No. Me he informado.

–¿Y lo de las hormonas, la regla.. ? ¡Me podría quedar embarazado!

–No seas... Hace deca... No te preocupes por eso, esta controlado. Solo puedes
quedarte preñada si tu mismo lo provocas.

–¿Hace décadas que no tienes la menstruación?

–¡Carlos!
–Perdona, es solo curiosidad.
–Podemos controlar eso.

–¿Como?

–¿Quieres centrarte?

–Son cosas que debería saber. Zen tiene una carrera en económicas al menos ¿Que
haré si me piden que haga un balance o lo que sea?

–El viaje es en Julio, te pasarías dos meses de clases intensivas para defenderte en
tales materias. No es una carrera pero tranquilo, nadie espera que trabajes.

–Te das cuenta...

–¡Sí! –Le interrumpió. Un tanto exasperada.

–Cuando te enfadas pareces más humana y te ves más bonita.

–¡Oh Carlos! Para ¿Que pretendes?

–Que me digas el motivo real por el que quieres que vaya yo.

–Ya te lo he dicho. Es una encerrona, no creo que Zenobia la soportase, de mi se


percatarían, temo que haya algo más y tú sabes defenderte.

–La parte clave es “Yo”. Como he dicho hay gente mejor para esto y no me cuesta
imaginar que ya tengáis algunas profesionales asalariadas.

–Conoces secretos que no quiero compartir con nadie más.

–¿La intimidad?

–¿Tan raro te parece?

–No y sí.

–¿Lo aceptas?

–Se me hace raro. Muy raro. Y quiero saber la opinión de Zen al respecto.

Lizelle puso las dos manos sobre la mesa y se inclinó hacia adelante clavándole la
mirada de ojos azul océano. –¡No! Zen quiere hacerlo ella misma, pretende
demostrarnos a todos que es capaz. Esa trampa tiene sus medidas y no es tan fuerte
como le gusta presumir. Verónica es una zorra astuta centenaria, la devorará y
escupirá sus huesos.
–¿Como pretendes que yo venza a una zorra astuta centenaria?

–No la tienes que destruir, solo que evadirla. A ti no te espera. –Se recostó.

–Hablando de no esperar. ¿Quieres que haga de inquisición española?

–¿Como?

–Que aproveche el factor sorpresa para descubrir una trama oculta como en Gregorio.

–No negare que cualquier trapo sucio que encuentres nos vendrá de perlas, aún así no
creo que encuentres nada, te aseguro que lo que esconda esta enterrado más profundo
de lo que podrás cavar.

–Excepto si se pasa de la raya con tu hermana y sobrevivo a ello para contarlo.

–No creo que haga nada tan drástico. –dijo entornando los ojos ante la exageración.

–Me quieres convertir en un regalo envenenado.

–La suya ha sido una invitación ponzoñosa. –dijo con desdén. –¿Tan malo sería?

–Depende ¿Que se le pude hacer a Zenobia que os pueda hacer daño de verdad? No
me refiero al ridículo.

–Convertirla en una espía.

–¿Crees que Zen te traicionaría?

–Por propia voluntad no.

–Ya veo...

–Lo más normal es que solo intente demostrar que no eres más que una zorra
malcriada sin valor. Como un fracaso educacional incapaz de ser útil al legado
familiar ¿Que puede hacer más cosas y mucho peores? Por supuesto. –Lizelle cogió
aire. –No es buen momento para PAL. Descubrimos mediante logaritmos que de
seguir con nuestro modelo de negocio nos arruinaríamos, de hay los cambios que
nuestro padre hizo hacia el terreno de los implantes de órganos internos. Ella
representa a la oposición que tenía otras ideas. A pesar de que ahora es la reina no
puede cambiar la dirección sin más, tiene que convencer al resto de familiares,
granito a granito.

Carlos se lo pensó un rato. –Lo entiendo, aún así Zen es mi pareja y este asunto es
suyo. Su opinión si cuenta para mi.
–No se trata de eso, se trata de su seguridad emocional, su salud psicológica.

–Ya y de no dejaren mal lugar a la familia ¿Que crees que pasará cuando uno de tus
titos me llame puta? ¿Donde quieres que le deje el tabique nasal?

–En su sitio. –respondió tajante. –Carlos ya eres mayor como para no tener aguante.

–Ellos también como para no insultar.

–Aprende a encajarlos y responder. Piensa que es como el boxeo que practicas.

Carlos bufó. –Yo no practico boxeo.

–Lo que sea.

–¿No puedes permitirte dos billetes?

–No.

–Cada día mientes con más descaro.

–Factor sorpresa ¿Recuerdas?

–Factor sorpresa... repitió con desprecio. –No creas que no me doy cuenta de que me
estas enredando.

–Si no te dieses cuenta no servirías para esto.

–Hablare con Zen.

Zenobia no se hizo esperar en casa lo esperaba todavía molesta.

–¿Que te ha dicho?

–Ya lo sabes. Que quiere que haga de ti para fastidiar la estrategia de tu tía Verónica
de ridiculizarte. Tampoco a negado que hay gato encerrado. –Carlos se fue a
prepararse algún líquido ardiente ya que el ambiente requería algo para relajarse.

Zenobía se acercó como una tigresa a un cervatillo. –¿Que gato?

–¡Hey que no ha sido mi idea! –Levantó las manos.

Se tranquilizó. –Que trampa.


–Dice temer que tu tía se traiga algo peor que un par de insultos y provocaciones. No
se si para convencerme o por ser sincera.

Alzó las manos. –¡Como si yo no supiera manejar un drama!

–Lo que sea, a estado muy insistente.

–¿No te ha dicho nada más?

–¿Que esperabas que me dijera?

–Nada, supongo. Es solo que... A veces me pienso que ella también se trae cosas entre
manos.

–Claro. Como enviar a un runner a hacerse pasar por ti, por ejemplo.

–Embotellado en mi propio cuerpo, no, no se lo esperarían. Lo que me fastidia es que


no confíe en que yo sea capaz.

Carlos le puso un mojito delante. –Si te sirve de consuelo yo creo que lo lograrías.

–Gracias. –Le besó.

–¿No notastes nada más raro?

–Lo de que tu tía pudiese hacer una tontería y necesitar defenderse me mosqueó, pero
claro, soy un runner, eso es lo normal en mi. –Carlos prefirió el sofá al taburete y
Zenobía le siguió.

–¿Te das cuenta de que sigues declarándote runner?

–Como me doy cuenta de que me llaman Bladerunner de vez en cuando.

–Lo de que vayan a atacarme es exagerado. No tengo ningún valor para la compañía,
aunque me lobotomizaran y me impidieran morir seguiría sin implicar un prejuicio.

–Para mi sí lo seria.

Zenobia se dejo caer en el regazo de Carlos. –Mi hermana no quiere que vaya porque
piensa que volveré a los casinos y los hombres. Me lo soltó a la cara ayer.

–Enviar a alguien en tu lugar por eso me parece más bien caro. Bastaría con rechazar
la invitación.
–No debo. Es formal. Como una espacie de debut, de bienvenida. No ir implicaría un
rechazo formal a trabajar para la compañía.

–¿No tendrás que hacer un discurso?

–No. Solo demostrar a todos un formal compromiso. Seria, elegante, impávida y


resoluta.

–Cada vez tengo menos ganas de ir.

–¿Tan malo sería estar en mi piel? –preguntó con cierta malicia.

–Ya he estado muchas veces. –la susurró.

Zenobia aspiro en sorpresa con la boca abierta. Le golpeo con un cojín, derramo el
mojito, el dejo el suyo sobre la mesita y ataco con cosquillas sus costillas. Jugaron un
poco se metieron mano y se besaron.

Antes de seguir con el juego, con ella tumbada sobre él, se preguntaron. –¿Tu que
opinas?

–No me gusta, debo ir yo.– Suspiro. –Entiendo el plan, que estas cosas funcionan así,
confabulaciones contra conspiraciones, debería hacerlo yo. –Se irguió y se sentó con
las piernas cerradas en el torso. –La verdad es que también temo cagarla, estropearlo
todo, sobretodo por nosotros. Te prometí que sería buena, pero tan lejos y sola...

–Si me voy yo también estarás sola.

–No, estará Liz para corregirme todo el rato. Por otra parte no podre salir de la
mansión, si no echaría a perder el truco. Tía Fonseca tiene agentes aquí.

–Le dije a Zen que dependía de ti la decisión. –Se sentó el también.


–¿Tú que opinas?

–Que me pasaría los tres primeros días jugando con tus... –Un cojín se estampo en su
cara.

–¡En serio!

–Ya se que hay gente que se cambia más de cuerpo que yo de cazadora. Yo siempre
he estado en mi cuerpo. Y me dices de cambiar otro, no a uno cualquiera, el tuyo. Es
raro.

–¿No lo ves como cambiar órganos por implantes?


–No, no es lo mismo, el implante no te cambia la personalidad.

–El cuerpo tampoco.

–¿Ya lo has hecho?

–Mi primera grabación fue de cuerpo entero, no solo la mente.

–Pero volvistes a ti misma.

–No. Fui reconstruida.

–Lo mismo me da.

–No quieres.

Arrugó la frente mirando al vacío. –Supongo que solo tengo miedo.

–¡El gran Carlos! ¡El impávido! ¡No me lo puedo creer!

Esta vez fue ella la que se comió el cojín. Volvieron a jugar un poco y se volvieron a
interrumpir.

–Quiero que lo hagas.

–¿Por qué?

–Para que te hagan una grabación de identidad. Para no volver a pasar tanto miedo
cuando salgas a luchar, resolver un caso o ha... en un ataque de rabia.

–¡Auch!

A medianoche, Carlos se levanto de la cama y bajo por las escaleras, a oscuras,


acariciando con la mano la serpiente alada, el Quetzalcóalt de tenue brillo destacando
en la oscuridad. Luego camino sobre la alfombra, paso al lado del cerezo miro las
aves del techo y se quedo observando la ciudad bajo la lluvia.

Escuchó los pasos de los pequeños pies detrás de él.

–No me lo merezco.

–Yo tampoco. En realidad nadie.


Nueva novia

La mejor parte de preparase para ser su novia le contaba historias de su pasado. Cosas
que hasta entonces no le había hablado. Las guardaba como si fueran un gran secreto,
como is al compartirlas, se perdieran, cual pájaros que una vez abierta su jaula
escapaban para nunca volver.

Le contó como su madre las llevaba al terrario a que jugaran, como las regañaba
cuando se peleaban, como engañaban a los otros niños haciéndose pasar la una por la
otra, como descubrió lo que era la muerte al matar a un escarabajo, su caballo
favorito, el viejo y tranquilo Ventura, como lo ponían todo de pintura en las clases de
dibujo con su madre, lo paciente que era con ellas cuando estropeaban los cuadros
que ella pintaba, su amabilidad.

Siempre hablaban de esas cosas de noche, con una copa de vino en la mano y música
relajante de fondo, tirados en el sofá de cualquier manera, como unos auténticos
vagos.

Le contó sobre la desaparición de su madre, la sensación de desamparo, como se


aferraron la una hermana a la otra, como su primer amor se aprovechó de su
necesidad de afecto, del dolor y la culpa al marcharse Lizelle a un internado. De la
soledad total.

Eran noches agridulces, con sonrisas y lagrimas a partes iguales. Cálidas, siempre
cálidas, abrazados en su escondite del mundo, susurrando secretos.

Ella preguntó por su pasado, en correspondencia le hablo del dolor de saber que tus
padres no te aman, del abandono por parte del padre que prefería el dinero, del grito
por desahogo sobre el débil niño de la madre agobiada, del desprecio de esta sin más
fundamento que el nacimiento, de la crueldad de los niños de su escuela, de la falta
de todo, De la soledad total.

Extrañas conversaciones a la luz de los rascacielos después de largos días de estudio


con tutores virtuales a los que nunca se les secaba la lengua. No importaba, por vez
primera, descansaron juntos.

Con el paso del tiempo el proceso de preparación se volvió irreal, como unas
vacaciones prometidas que nunca llegaban o el flojo compromiso de dos personas
desligadas de reencontrarse un día de estos. Solo eran dos meses. A dos semanas del
extraño experimento su realidad se fue haciendo patente y todo se empezaron a poner
nerviosos por los detalles y ese infinito número de huecos en las historia del
infiltrado. Por si fuera poco surgió un problema inesperado, al usar implantes la
reconstrucción del cuerpo de Carlos era imposible, solo podían clonar su cuerpo
usando el código genético lo cual no daría un ente idéntico, si no similar, algo que
para la mayoría no era un problema, pero que a Miguel le preocupaba.
Sumar todos esos cambios al reconocimiento de la muerte al hacer testamento y
preguntarle la administración del comunicador que deseaba que se hiciera con sus
restos mortales fue algo chocante. Existir como datos, morir como organismo.

Había otros datos a asimilar, como los efectos secundarios. Los rarísismos casos en
los que una copia salía mal y el sujeto enloquecía por la corrupción de los datos. La
mente de porcelana, cuando los recuerdos se fracturaban y mezclaban o
transhumnismo exacerbado que llevaba a los usuarios a despreciar la carne a niveles
de cyberobsesión y automutilación. Todo ellos bajo el uno por ciento de probabilidad,
pero posibles.

Tantos peligros y cambios le pusieron nervioso como un niño pequeño impotente ante
una masa de misteriosos problemas grande y biscosa a punto de engullirlo. El pago
era la inmortalidad y por curioso que fuera, el miedo a morir era lo que le frenaba.

Donó sus órganos para ser transplantados a enfermos con rechazo a los implantes o
gente sin capacidad para comprarse órganos mecánicos. Al menos una parte de sus
leales células sobrevivirían en gente que las apreciaría. No mucho, con tanto implante
los órganos vivos estaban tirados de precio. La herencia ya estaba hecha.

Una mañana, llevado de la manita por su novia entró al edificio de comunicaciones


cuánticas bajo el control del consejo corporativo, territorio neutral inviolable por
gobierno o compañía, atravesó sus salas blancas de curvas lineas hasta un vestuario
en donde quitarse todo y darse una buena ducha desinfectante asistido por un tipo
enfundado en un traje hermético de plástico con casco a juego llamado José con
acento de tico, muy majo, con una sonrisa constante y voz relajante le iba contando
todo con paciencia y discreción sin dejar de ser discreto y simpático, cual amigo de
toda la vida. La parte más extraña fue quitarse el neuroimplante, le había acompañado
durante años y lo sentía como una parte de él, sin el ruido del aparato sentía que le
faltaba algo al mundo.

En la siguiente sala le esperaba una capsula de cristal llena de un líquido amarillento


rico en oxígeno en donde se sumergió y esperó hasta acostumbrarse a respirarlo,
hasta sentirse descansado y somnoliento, hasta dormir. Al otro lado de una mampara
que separaba la blanca habitación del colector de materia de la sala de control se
encontraba Zenobia disfrazada de Lizelle despidiéndolo. Luego la capsula se metería
dentro del tubo a sus pies, una amplio conducto lleno de aparatos electrónicos que
destejerían su existencia con sumo cuidado, procurando no romper ni un solo hilo de
su mente. Transcribiéndolo en un idioma que una máquina pudiese manejar para ser
enviado a otro paparato en una punta del cosmos diferente en tan solo unas horas en
vez de millones de años.
Desde ese momento, el código que era, ya no se convertiría en polvo, si no que
perduraría en el tiempo tanto como sobreviviese la civilización humana. La existencia
para él dejaba de ser la arriesgada apuesta de la vida inmortal. Era un espíritu
preservado con garantía.

El colchón era duro, las sábanas suaves y ligeras, la almohada pequeña. Apenas abrió
los ojos algo encima de su cabeza se retiró hacía arriba son un suspiro. Se encontraba
en una sala blanca circular, toda ella acolchada, iluminada por una potente lámpara de
techo. Se levantó con esfuerzo, no por el sueño si no por la falta de fuerza, estaba
flojo. Se apartó los pelos rubios de la cara. Rubios...

Los miro por un momento, luego miró hacia abajo. Dos pechos generosos, unos
muslos fuertes, rodillas finas pies pequeños, una muñeca preciosa que conocía bien,
que no era él. Estaba desnuda y tenía mucha sed y hambre. Respiró hondo, como le
habían enseñado, tranquilizate y respira hondo.

Una puerta camuflada por el acolchado se abrió. Entro una enfermera linda y
simpática, allí todos eran la mar de simpáticos, con un uniforme blanco impecable
que de quedarse quieta podría esconderla.

–Buenas tardes señorita Fonseca ¿Como se encuentra?

–Hambre y sed.

–Eso es normal ¿Se siente mareada o con nauseas? –Dejo unas prendas a los pies de
la cama.

–Lo de las nauseas se lo diré después de comer algo. –Sentía tan extraña su voz que o
pudo evitar acariciarse la garganta, el tacto de su piel también era diferente. Suave
como Zenobia.

–Tengo que revisarla. Un momento pro favor. –Linterna en los ojos, un aparato para
los oídos, revisión de las fosas nasales. Rápida y directa. –Todo bien. Vistase y la
llevare a beber algo antes de la revisión.

Con la ayuda de la enfermera se bajo de la cama, directa al suelo. Se le rompió el


mito de que los pechos grandes y bonitos amortiguaban las caídas. –¿Se acuerda de lo
que me pregunto sobre el mareo?

–No se asuste es normal, su clon nunca ha tenido que mantener el equilibrio.


La enfermera la ayudo a levantarse, dejándola con las nalgas apoyadas contra la cama
respirando fuerte por el esfuerzo, como si acabase de subir unas empinadas escaleras
y la cabeza dándole vueltas como si estuviera borracho. La enfermera la ayudo a
ponerse una bata de hospital y unas alpargatas blanditas y cálidas en lo que el
bendecía al genio que se le ocurrió acolchar hasta el suelo.

–Mire el lado positivo, incluso después de la caída no ha sangrado por la nariz o los
oídos, eso implica que la transferencia ha sido eficiente. Si sangra no se preocupe, eso
si, llámenos de inmediato, aunque sea tarde. Quédese aquí un momento, la traeré una
silla de ruedas.

Cuando la enfermera entro con la silla estaba sangrando por los oídos. –Me gustaría
avisarla de que estoy sangrando.

–Pues se a quedos sin su bebida, ahora iremos directas a ver doctor.

–Eso es trampa, me dijo que no me preocupara y luego me castiga sin bebida.

–Solo será un momento.

La ayudó a sentarse en la silla y la llevó sin prisa pero sin pausa a una sala de analisis
en donde la tumbaron de nuevo con asistencia y esfuerzo en otro aparato con forma
de tubo. Se pasó allí un buen rato, con la máquina zumbando arriba y abajo, al salir la
misma enfermera la devolvió a la silla de ruedas y de allí al despacho del doctor,
todo por impulutos pasillos blancos apenas transitados en los que no vio ventanas
hasta llegar al despacho.

El doctor Hán, nariz pequeña y recta, ojos rasgados grandes orejas pequeñas y pelo
negro recogido en una coleta en el cogote esperó a que se fuera la enfermera para
hablar. Carlos debió de esforzarse por no mirar por la ventana, el cielo era azul.

Señorita Fonseca, no debe de preocuparse por el sangrado. Estoy al tanto de la


peculiaridad de su traspaso, no se preocupe aquí cumplimos con las clausulas de
confidencialidad a rajatabla, por ello seguiré llamándola señorita Fonseca ¿Le parece
bien?

Lizelle ya le había puesto al corriente de que el personal médico de la instalación de


comunicación estaba informado y eran de confianza. –Carlos asintió con la cabeza.
–Dado que el cerebro transportado al del usuario original son diferentes es normal
que haya un ligero desajuste. Algo que ya modificamos en su momento para
asegurarnos el éxito del transplante. Por lo que el TAC indica no hay daños, solo una
tensión arterial elevada, si no se hubiera caído lo mismo no habría sangrado. En
cualquier caso si vuelve a tener hemorragías avísenos. Es posible que también sufra
dolores de cabeza. He mandado poner en su taquilla un bote de píldoras que es mejor
que no vea nadie más. Es un medicamento común pero según tengo entendido cuanto
más natural parezca el traspaso mejor para usted.

–Gracias doctor.

–¿Ha notado alguna otra molestia?

–Mareo y me siento falta de fuerzas.

–El mareo es normal ¿Ha descendido desde que se cayó?

–Sí, baja a buen ritmo.

–La falta de fuerza también es normal, su clon no ha salido nunca de su probeta. Les
aplicamos estimulación eléctrica para que no sean inútiles pero eso solo otorga un
mínimo de fuerza. Aún así ese cuerpo posee mejoras genéticas dedicadas a la masa
muscular, en cuanto haga ejercicio notará la recuperación. Es posible que dado al
cambio de estructura ósea también tenga problemas con el equilibrio a corto plazo.

–¿A que se debe el sangrado?

–Sus vasos sanguíneos aún son frágiles, con el tiempo se reforzaran

–¿Cuanto tiempo?

–Unos días si come sano.

–Eso es algo que me encantaría hacer.

–Vaya despacio, ese cuerpo no ha digerido nada nunca. Empiece con sopas y potitos.

–Gracias doctor. –dijo a punto de echarse a llorar.


La enfermera la llevo a su habitación en el hospital de las instalaciones en donde la
llevaron su primera sopa y su primer potito de frutas de Quimera. Era una cuarto
amplio dentro de los cánones de una habitación de hospital. Pasillito a la entrada,
televisor y taquilla a la derecha, a la izquierda una gran cama de hospital con todos
los hierros por debajo y en el techo, el pantallón de control sobre el cabezero con una
mesita de noche plegable y una confortable sofá para las visitas del lado del baño. El
cuarto de baño estaba al lado izquierdo de la entrada, lavabo, bidé, retrete y ducha
con amarraderos y asiento plegable. Para no tratar dolencias estaban mejor surtidos
que un hospital público.

Era Zenobia y Zenobia no se quedaría vestida con una bata de hospital. Así que se
levantó a mirar la taquilla, se mareo un poco y volvió a tumbarse. No quería volver a
ver al doctor. Cuando se sintió mejor se sentó mirando a la ventana mamando de la
bebida isotónica recetada. Un cielo azul con unas pocas nubes blancas como estelas
dormidas en el aire. Tania solo tenía nubarrones grises superpuestos como
gigantescas sogas que no paraban de moverse ni un segundo.

Se volvió a sentar y leyó el panfleto de bienvenida. Un alegre papel con tacto de


plástico que informaba al viajero. La gravedad era un poco inferior a la de la tierra, es
decir un tanto inferior a la de Tania, iban bien de oxígeno, pocos contaminantes
aéreos, cálido en la mayoría de la superficie, con poca variación térmica por latitud
debido a la gran cantidad de agua, un ochenta por ciento, planeta acuático, con
repentinas y potentes tormentas tropicales, la mayoría de las estructuras eran
submarinas, pocas ciudades en superficie, logística y ocio, el resto sumergidas, un
cuarenta por ciento del planeta ere reserva de la bioesfera, proceso de terraformación
terminado sin completarse por el exceso de agua. Principal dedicación: turismo,
agricultura subacuática, pesca, químicos inflamables y fármacos. Al final si que iba a
ir a la playa.

A mitad de la tarde ya daba sus primeros pasos, como le dijo el doctor el equilibrio
era algo complicado, consiguió llegar al cuarto de baño, logró importante a completar
antes de tener que ir por una emergencia. Allí se enfrento la espejo.

Se miro la cara, respondiendo a su gestos como un mimo de extraordinarios reflejos


¿A que juegas Zenobia? No era él, no lo era, se movía como él quería pero no era él.
Agachó la cabeza y se convenció a si mismo de tranquilizarse, ya había cambiado de
cara antes, no tanto, lo suficiente para ser otro, solo tenía que acostumbrarse, se
convenció y volvió a mirar. Era un rostro que quería, un rostro precioso, grandes ojos
azul oscuro con motas verdes, pestañas de modelo, cejas finas no tan definidas,
naricita de niña, labios pequeños pero jugosos que besaban muy bien, pelo, mucho
pelo, solo en la cabeza ¿Solo en la cabeza? No, en mas partes, necesitaba una
depilación. Era ella y quería besarla, era él y no debía, era un juego cruel y sin
sentido ¿A que juegas Zen? Deja de repetirme. Alargó la mano y toco el frío espejo,
palma con palma. No es Zen, eres tú, no es la Koroliov es Hugo, centrate o acabarás
como Hugo Carlos ¿Carlos? ¿No era Miguel?
Se sentó en el váter, no tan frío como para hacerlo levantarse de nuevo, tomo aire y
recordó. Eres un mierda llamado Miguel que la cago muy fuerte y por ello ahora se
lla... Te llamas Carlos. Has aceptado un trabajo demencial a cambio de la eternidad
haciéndote pasar por tu novia Zenobia. Hazlo bien que han pagado por adelantado y
si no lo bordas no vas a tener a donde regresar, idiota, ya que este cuerpo es prestado
y no e puedes permitir otro. Zenobia, Zenobia, Zenobia, Hola soy Zenobia.

Carlos se levantó de la piedra helada y se miró de nuevo al espejo. –Hola soy


Zenobia. –Se saludó. –Soy Zenobia la bruja de la maraña dorada.

Fue a la taquilla. Encontró ropa de ejecutiva tan sosa que ni Lizelle se la hubiese
puesto, algo de ropa interior con unos bordados bonitos y sugerentes. Supuso que esa
sería su primera prueba, no había nada para quitarse los pelos sobrantes pero sí un
neceser con material de aseo incluido un cepillo, dentro las pastillas del doctor con la
prescripción atada con una goma al envoltorio propio de unos caramelos.

Estaba peinándose de cara a la ventana, de abajo a arriba que si no dolía, cando


golpearon la puerta.

–Adelante.

–No era la enfermera, si no un sujeto de gran sonrisa, de buen porte con el pelo rizado
apenas caído y ojos risueños ambar, con un maletín en la mano de esos gruesos y
precintados usados para las cosas caras. –Buenas tardes me llamo Alfonso soy su
asistente personal. –Le tendió la mano.

Zenobia dejo caer la suya en cima en ángulo suficiente para dejarle a él decidir si se
la estrechaba o si se la besaba. –¿Quién os envía?

Se la estrechó. –Vuestra anfitriona Verónica Fonseca ¿Que tal el viaje?

–Un poco mareada. –dijo volviendo mirar el cielo con indiferencia hacía el señor
Alfonso.

–Quizás deberíamos esperar a instalar el neuroimplante.

A poco estuvo Carlos buscar con la mano el receptáculo en el cráneo en donde


debería estar. –¿Que traéis?

–Un Charion mk 7. Muy bueno. –El joven abrió el maletín y se lo mostró dentro del
molde de gomaespuma y su funda de plástico transparente precintada

–¿A mi tía no le llega para más? –Le miro con cara de desprecio.

–Es de última generación.


–Para usuarios ignorantes y sin clase ¿Tiene que ser Chairon?

–Es la mejor marca de neuroimplantes. –No perdía la sonrisa pero se le notaba que
dudaba.

–Pues mejor devuelve esta chatarra y traeme un mk6 de observador con resistencias
automáticas de infiltración y amortiguadores perceptivos.

–¿Un modelo anterior?

–Diseñado para evitar influencias externas. No como ese que cualquier hacker de
medio pelo podría poner en mi contra. –Cambio a un tono de voz más grave.– No
estaréis insinuando que vuestra tía pretende algo contra vos. –No solo velo por mi
seguridad ¿Es que acaso no os preocupa? –Por supuesto, enseguida... –Le paso el
relevo de la conversación resumida de burlesca forma.

–Os traigo el modelo solicitado.

–Gracias. –Le sonrió. –Por cierto, las prendas de la taquilla también me las envía la
tita ¿Verdad?

–Sí ¿No son de su agrado?

–Eso depende ¿Vamos a un funeral?

–No. intentare que la traigan algo más a vistoso.

–No demasiado, de oficina pero sugerente, con un tono de color, y a la moda.

–Claro. –Casi se marcha. Se interrumpió y se rasco la cabeza. –Es un poco tarde.


¿Que debería traer primero?

Zenobia suspiró. –En este plazo de tiempo la ropa que traeréis sera horrorosa. Traed
el neuroimplante y tomaos más tiempo con el vestido, no quiero presentarme hecha
un adefesio.

–Por supuesto. Deduzco entonces que os presentaréis mañana en vez de hoy.

–Estoy mareada. No quiero aparecer con magulladuras por todo el cuerpo recién
estrenado a parte de vestida para un funeral.

Cuando se fue Carlos frunció el ceño pensando en lo extresante que iba a ser pensar
en los segundos posibles significados de todo, las deducciones de sus palabras y
comportamientos, de sus preferencias, de sus más leves gestos y siguió cepillándose.
Volvió a la hora, cuando Carlos aún seguía luchando contra el pelo de Zenobia.

Con el pecho un tanto henchido por el éxito le trajo el modelo elegido. Carlos se salió
del papel y lo examino con atención profesional. Con un neuroimplante no te la
juegas. No le pareció saboteado.

–¿Sabéis de neuroimplantes?

–¿Y vos?

–Sí, un poco, puedo instalaroslo.

–¿Sabéis de neuroimplantes pero me traistéis un mk7?

–El que eligió doña Verónica.

Zenobia jugo con el dedo sobre la cama. –Si doña Begoña os dijera que pusierais una
pegatina reconductora en el conector...

La interrumpió. –Ni ella lo ordenaría no yo haría tal cosa. –Por primera vez se puso
serio. Era un comercial muy bien entrenado.

–¿Las manos?

–Limpias, de todas formas tengo guantes. –Eso y el resto de herramientas estaban


contenidas en una bolsa con precinto agarrada por una cinta elástica en la tapa del
maletín.

–Adelante. –Zenobia se tumbo en la cama. –Carlos sabía que Lizelle habría dejado el
trabajo aun médico cualificado y que Zenobia no habría sido ni la mitad de exquisita
con el aparato.

El amable asistente se lo colocó en un momento. El neuroimplante arranco una vez


instalado llenando su cabeza con visiones y mensajes. Lizelle había tenido la
amabilidad de instalarla un oído y óptica a parte del hueco del neuroimplante. Según
el análisis del aparato tras su calibrado automático sus únicos implantes.

–¿Que queréis que hacer esta tarde?

–Descansar.

–En dos meses no os va a dar tiempo de disfrutar de las muchas opciones de


Quimera.
–No me va a dar tiempo de todas formas. Si aquí cierran pronto las tiendas tampoco
podre conseguirme ropa o artículos de higiene y maquillaje.

–¿Os falta algo?

–¿Fuistéis vos el que me trajo esas cosas?

–No, fue otra asistente, yo apenas acabo de llegar a la ciudad. Aquí las
comunicaciones son un tanto lentas, bajo el agua todo es más “tranquilo”.

–¿No tenéis pareja verdad?

–No, me dedico de lleno a mi trabajo, tengo aspiraciones. Cualquier cosa que


necesitéis os la conseguiré. Estoy para serviros.

–Falta de todo. Mirad vos mismo.

El joven se acercó y rebusco. –¡Vaya! Alguien tenia prisa.

–¿que os traigo?

–Lo que falta. Veamos que tan dedicado sois.

–Os ruego disculpas por la austeridad de mi predecesor.

–No os disculpéis, no es vuestra culpa. Os espero mañana.

Pro fin se fue. Carlos se despatarró en cruz sobre la cama. Se fijo que se había dejado
el maletín hay. Lo tiro al cubo de la basura y los castigo al pasillo. El resto de la tarde
se lo paso reconfigurando el neuroimplante y los audiovisuales, de serie solían traer
aplicaciones basura y le faltaban otras básicas útiles. A la hora de la cena, sopita y
yogur, le pidió a la enfermera que se lo revisara por si acaso, según ella la instalación
era correcta.

Solo eran tres pero al menos eran de los buenos, podría percibir como un insecto le
hiciese la puñeta si los insectos hicieran esas cosas. Eso sin embargo no consolaba su
sensación de desnudez, antes su piel paraba balas, era un tipo duro, ahora un tenedor
le podía hacer sangrar. Un tanto indefensa.

Antes de acostarse sesión de diarrea, acordarse de limpiarse para atrás, y a dormir.


Reunión

A Carlos se le pegaron las sábanas, no por pereza, si no por agobio. Empezaba su


ridícula pantomima. Dos meses de pruebas y exámenes en los que tenia que dejar
bien a su novia sin ser ella. Aún no se acostumbraba a ese cuerpo, se sentía incomodo
cada vez que le llegaba una sensación nueva que no asimilaba como propia.

Alfonso llego con tres trajes a falta de uno, cada cual diferente, con zapatos a juego.
Sería un gran asistente si trabajase para ella. Como era otra prueba. Le hizo
marcharse con la escusa de la privacidad antes de inspeccionarlos. No había nada
raro, el neuroimplante de observador incluía un rastreador, algo complicado de
manejar en un hospital repleto de señales pero funcional a fin de cuentas. La prueba
estaba en los propios trajes. Un precioso vestido escamado fosforescente en
degradado azul verde, otro negro de ejecutiva con tela de kevlar y un tercero similar
al segundo solo que con elegancia en vez de seguridad. La trampa estaba en la
obviedad, sé que tu sabes que yo sé... Se vistió con el tercero, el maquillaje del
tercero y los zapatos del segundo, Zenobia nunca aprendió a usar tacones.

De camino al restaurante en donde Verónica almorzaba reunida con unos socios paro
en una peluquería a que la arreglasen un poco. No solo le había quedado un tanto
chapucero y como iban andando se la encontró en el trayecto.

Quimera era preciosa, no solo el cielo azul. La fuerza del su estrella eclipsaba sus
anuncios, el sol se reflejaba en las ventanas de los rascacielos, el irregular viento
natural acariciaba la piel y arrastraba los humos, en sus bulevares había palmeras
reales creciendo altas, la gente vestía alegres prendas de verano sueltas y
confortables, su ritmo era más tranquilo, gente de paseo con risas intercaladas, no la
frenética carrera forzada por el oficio y el murmullo enloquecedor.

El restaurante en cambio bien podría pertenecer a Tania, arte vanguardista de


simbología indescifrable, luces brillantes en vasijas de cristal, elegancia en cada
rincón, alguna planta para darle algo de vida. Allí no imitaban madera, tenían de
sobra en la calle. En una mesa grande redonda cubierta por un mantel cuadrado a
rayas tres hombre trajeados de aspecto formal comían muy rectos atendiendo a una
joven mujer de azul marino y negro, entre la fiesta y el funeral, falda larga y escote,
con el pelo negro recogido en un gran moño del que colgaban rizos con puntas
moradas, muy maquillada, destacaban sus iris rojos en conjunto con los labios
carmesíes. Hablaban mucho y comían poco.

–Buenos días. –Saludo Zenobia interrumpiendo.

–O buenas tardes. –La recriminó Begoña.

–Si molesto puedo volver otro día.


–No te escaquees tan pronto jovencita. –La hizo un gesto para que se sentara.

Zenobia se sentó. Alfonso se disculpó y se marchó.Begonña presento a los sentados a


la mesa. Sharma, Rodriguez y Gomez, todos ellos directivos.

–¿Ya te encuentras mejor?

–El doctor dice que no haga esfuerzos en un tiempo.

–Eso es como decir que o hagas nada. Imagino que te marcharas en cuanto puedas.

–Ahora trabajo tita.

–Sí, lo he oído. Auditorias, contraespionaje.

–Es importante.

–Es trabajo para empleados no para directivos. Empleo que cubre tu novio ¿No es
así?

–Un hombre eficiente.

–Cuanto gana.

–Lo mismo que cualquiera.

–¡Tantas hermanas tienes!

–¿Envidia? ¿Hace cuanto que no encuentras un hombre capaz?

–Tengo tres delante.

–¿De veras? Los informes que nos llegaban de aquí encubrían el hecho de que no
habéis innovado en una década.

–¡Hemos hecho grandes avances en las mejoras de nuestros implantes bélicos! –


Reclamo Rodriguez, de ancha cara morena nariz oronda y bigote perfilado.

–Cuchillas más afiladas, cables más tensos, pistolas escondidas más precisas. Nada
nuevo. Los militares ya han perdido la fe.

–Nuestro departamento es el que aporta mayores ingresos a la compañía. Si tu padre


no los malgastara en meterse en corral ajeno no iría mucho mejor. –retomó con rencor
Begoña.
–Mi padre nos a introducido con éxito en un mercado seguro y estable que aporta
enormes beneficios a largo plazo.

–Sí, endeudar pobretones y no cobrar hasta el embargo.

–Los pobretones compran orgánicos no implantes, nuestros clientes pueden pagar y


lo hacen, sumando los intereses por las deudas sacamos un jugoso beneficio extra.

–Podríamos ganar el doble convenciendo al ejercito de aumentar a todos sus


soldados.

–Para que las armadas de los sistemas vieran esa necesidad tendría que haber un
conflicto, no los hay.

–Si los hay, lo que pasa es que no llaman la atención, no se quiere incomodar a la
población, reduciría el número de colonos en los sistemas en expansión. –Aclaró con
delicada educación Sharma, moreno de separados ojos negros saltones.

–Encima. Para proveer tenemos que construir fábricas en territorios caros e


inestables.

–¡Chorradas! Siempre hemos sacado beneficios cuantiosos de ello. –Se defendió la


matriarca.

–Hasta ahora, las nuevas armas de mano están eclipsando a nuestros implantes
tradicionales. ¿Habéis hecho avances con el modelo de Pyrine?

Gomez bajo el tono de voz. –No es tan útil, cualquiera con una piel aislante es
inmune.

–Como cualquiera con una coraza es inmune a el cañón de brazo o con un collar de
cuello al cable de estrangulamiento y aun así los vendemos.

–¡Este no es lugar para hablar de esto! No se dejen arrastrar por mi sobrina.

–Claro, échale la culpa a la niña.

–Ya no tenemos por que reportaros nuestros avances. Eres tú la que debe informarme
a mi.

–Lo siento, este no es el lugar apropiado, no deberías dejar que te arrastre a reconocer
tu lentitud.

–Eres una insolente ¿Esto es lo que deberé aguantar dos meses?


–Siempre que te pases de lista tía, siempre que te pases.

–Ahora la que manda soy yo. Demostrasteis que no erais capaces de dirigir la familia.
Deberías estar agradecida de que a pesar de ello te de la oportunidad de participar.

–La oportunidad de participar se la debo a mi padre. Esto es un examen no un


reconocimiento.

–Por ahora vas suspendiendo. –dijo levantándose de la mesa.

–No por esto. Huye a Cerbero a dibujar unos planos aprisa para que no se note que no
tienes nada con que demostrar tu competitividad. –Cerbero era el planeta volcánico
en donde se encontraban las instalaciones de investigación, fabricación, y pruebas de
la corporación

–Esta tarde te quiero en la mansión verificando vuestros reportes. Veremos entonces


si bajo una luz sin preferencias vuestros desmanes tienen excusa.

–Sera un placer.

El grupo se fue y la dejaron almorzando sola, desperdiciando un motón de buena


comida en dejarla en evidencia.

La reunión de la tarde alargada hasta la noche fue otro tanto de lo mismo. Una ácida
discusión sobre quien era más lista, que parte producía más y que dirección
empresarial era la acertada. Un duelo de oratoria ponzoñosa en la que lo que
importaba era quién era la ganadora en vez de la mejor resolución a sus problemas.
Con la señora Begoña envuelta en un halo de superioridad soltando todo ese
resentimiento acumulado contra sus contrincantes hacía una solitaria muchacha, el
miembro más débil del equipo contrario. A Carlos no le extrañó que Lizelle el enviase
a él en vez de a su hermana, de seguro que Zenobia a la mitad la la estaría sacando
los ojos de las cuencas, por suerte para la misión la madre de Miguel había entrenado
durante años a su hijo a soportar ese veneno a base de inyectárselo por lo que Carlos
no la retorció el pescuezo como le habría gustado, se lo tomó como una competición
de artes marciales que aunque perdió al menos libró con decencia.

Alfonso la recogió a la salida.

–¿Un mal día he? ¿Quieres que te lleve a tomar una copa?

–No. Llevame a mi habitación.

–Se de un lugar estupendo en la playa, muy alegre, hacen hogueras alrededor de un


chiringuito y bailan toda la noche.
Zenpobia le dedico una mirada ceniza. –Seguro que hacen muchas más cosas. Ahora
quiero descansar.

–Claro. Solo lo decía por divertirnos un poco, nos lo hemos ganado.

–Alfonso. Se te ve el plumero.

–Es una propuesta inocente.

–A casa.

–Claro señorita Lizelle.

–Si ese es el mejor truco que tienes lo llevas claro.

La habitación era una preciosidad con relieves en las paredes de un paisaje exótico en
la que no faltaban muebles de lujo. Un salón central equipado con un bar en una
esquina, un billar en la otra y ventanales de pared entera desde donde contemplar la
frondosa selva con sofás y sillones en medio. Daba a otros dos espacios, a la derecha
un jardín de estilo zen con hamacas, plantas de bambú y jacuzzi, a la izquierda una
habitación con una cama enorme, una vestidor y espejos de cuerpo entero
compartiendo con el salón un marmóreo cuarto de baño con bañera de hidromasaje.

Aún así puso su primera queja al hotel, el lugar estaba vigilado por cámaras de
seguridad. Exigió que las desinstalasen todas. Se paso el ocaso en el jardín con el
ruido de los destornilladores eléctricos de fondo.

Cuando terminaron inspeccionó la suite encontrando más micros. Abochornó al


encargado y le puso una reclamación formal. Mas destornilladores girando en la
noche.

Al día siguiente continuó el bombardeo. Una reunión en la mañana para discutir


sobre el pasado de la compañía en el que Begoña y sus asistentes no perdieron
oportunidad de culpar a la rama de Tania hasta del mal clima, una batalla perdida de
antemano cuya defensa era ignorada. En la tarde otra sobre el futuro de la empresa en
la que su voz era despreciada con indiferencia. En la noche otra tentadora oferta de
Alfonso de a desprenderse de la tensión acumulada en una fiesta.

Denigrarla de cara a las compradas juntas de ese sistema y presionarla hasta que se
abriera de piernas. Vaya plan. Por el momento solo había aumentado su consumo de
pastillas para el dolor de cabeza.
Lazos familiares

Al tercer día tocaba conocer a la familia. Cual tour turístico paseó guiada por un
mayordomo por la mansión familiar, la mitad que al de Tania por el elevado precio
del terreno. En Tania el espacio edificable era demarcado por los cañones de riel que
protegían el espacio permitiendo la habitabilidad. En Quimera, que tenía dos lunas,
era la falta de superficie terrestre, del cual dos tercios eran reservas naturales. Por ello
las ciudades de la superficie eran compendios de apretujados rascacielos rodeados por
espacios logísticos para las comunicaciones, el transporte aéreo espacial y marítimo.

El hogar apenas tenía jardín, la mayor parte estaba ocupado por el aparcamiento de
grava delantero dejando solo una linea verde alrededor de una casa de cuatro plantas
en blanco con una amplia terraza rodeando la estructura por planta en la que había
muchas columnas delgadas cuadradas y maceteros de diversos tamaños con plantas
grandes y pequeñas.

Accesible por una escalera ancha de poca altura para salvar el falso cimiento entraban
por una puerta grande con una vidriera en el dintel con un puño aferrando un sol cuyo
fulgor creaba una aureola. Dentro los sofás se mezclaban con mostradores en los que
se lucían reliquias históricas de la compañía y el lugar, las paredes sostenían toda una
galería de arte local, nada de imitaciones perfectas de clásicos, cuadros de autor
nunca escaneados, entre ellos retratos familiares. Más macetas y muebles viejos de
madera auténtica con placas de metal en las esquinas con la firma del carpintero
certificando su autenticidad y fecha.

La casa tenía salas de estar y de reuniones, oficinas y registros, en el frontal, la parte


posterior estaba dedicada ala familia, comedor, cocina, baños compartidos y muchas
habitaciones. Todas ellas reducidas en comparación con la de Tania. Riqueza
comprimida.

Comió allí con parte de la familia, un almuerzo serio con muchos adultos trajeados,
todos jóvenes a pesar de las décadas. Ni un solo niño.

–Zenobia querida ¿Por qué no nos amenizas la velada con un relato de tu mundo
natal?

–¿También le quieres sacar pegas a eso?

–No te pongas tan susceptible por un par de reuniones en las que no has sido la
protagonista.

–Al revés, lo he sido, te preocupas más por machacarme que por hacer algo útil en
ellas. ¿Revisión del pasado de la compañía? Absurdo, como is no lo conociéramos
todos. Si quieres reescribir la historia mejor escribe un libro.
–Te estas pasando de insolente.

–Eso es lo que llevas haciendo tú dos días ¡Menuda bienvenida! Menos mal que
somos familia.

–En ningún momento he pretendido ofenderte, lo siento si ha sido así. Deberías


aprender a dejar tus sentimientos fuera de la oficina.

–De ti eso no lo voy a aprender eso esta claro.

–Señorita o se comporta o se marcha. Puede que en tu casa no haya normas de


educación, aquí tenemos decoro.

–Revanchismo. ¿Es eso piensas enfocar tu política empresarial? ¿En provocar un


cisma con tu rencor?

–No hay ningún cisma.

–¿Para que me has hecho venir? Una presentación en sociedad la podría haber hacho
en mi casa.

–Las presentaciones familiares se hacen en casa de la matriarca.

–¿Quién te la ha pedido? No me vengas con que es un favor. Si lo fuera no habrías


hecho perder el tiempo a los ejecutivos con reuniones que se podrían resumir en un
folleto.

–Tienes que estar informada.

–¿De lo mal que lo ha hecho mi padre? ¿De que a alguien se le a ocurrido aprovechar
la investigación de nanobots para mejorar las garras? Perdona si no aplaudo.

–Tu misma critícastes que no se habían hecho avances. Hay los tienes.

–Son avances pobres carentes de originalidad que no sorprenden a nadie. Eso es lo


que vas a escuchar de los militares cuando se los presentes.

–Mucho mejor es perder una cantidad absurda de recursos en introducirnos en un


mercado saturado lleno de competidores.

–Al menos es un mercado seguro. De cualquier forma ese no es el tema. El problema


es que has conseguido arrebatarle el mando a mi padre pero no tienes ni idea de que
hacer con el, por eso distraes a todos con esta pantomima.
–Tengo ideas muy claras sobre como dirigir esta corporación mocosa.

–¿Cuales?

–Ya las dije antes. Si te cuesta memorizarlas ordenare a alguien que te las transcriba.

–Hacer lo de siempre no es un plan, es una costumbre.

–Mantenernos en la cresta, eso es un objetivo loable que nos ha mantenido a flote por
siglos que requiere un esfuerzo que no eres capaz de comprender.

–El buen conductor es el que sabe tomar las curvas, no el que se queda firme pisando
al acelerador. Vienen curvas Verónica ya sabes lo que decía el estudio.

–“Lo que decía el estudio” Hay muchas formas de superar un problema, evadirse no
es la más noble.

–Evadirte es lo que estas haciendo conmigo. Tú y tu grupo de rémoras buscando


hacerme sentir miserable en vez de intentar trabajar conmigo.

–Tú no sabes trabajar con nadie, ni vas a aprender ya que no escuchas. Te has pasado
media vida de juerga y ahora pretendes darnos clases a los que llevamos siglos
trabajando.

–Lleváis siglos durmiendo entre reliquias de otro tiempo. Habéis olvidado lo que
significa ser emprendedor, solo queréis seguir soñando con un mundo que no cambia
en el que siempre seréis lo reyes.

–¿¡Como osas!? ¡Largate de aquí mocosa malcriada! Vete a seguir malgastando la


fortuna familiar en casinos y amantes de baja estofa

Se iba a marchar cuando se giro y plantando las manos sobre la mesa la miro
fijamente y dijo –¡No quiero!

–¡Desgraciada!

–Vamos, llama a seguridad, sigue tirando de matón para humillarme.

–Te humillas tu sola.

Se hizo el silencio. El resto de comensales permanecieron callados, como mucho


miraron con deprecio a la intrusa.

–Siéntate y termina tu plato. Luego quiero que te vayas y no vuelvas hasta que te
convoque.
–Si su majestad, haré lo que iba a hacer de todas formas.

La anularon la reunión de esa tarde, dejándosela libre. Alfonso volvió a sugerir salir y
Zenobia volvió a negárselo. Quedándose sola en su habitación comiéndose la cabeza
sobre si su desquite había sido convincente, inapropiado, personal, excesivo o corto
respecto a la Zenobia no Zenobia que debía ser.

Una lindura toda curvas en su morena piel, con el pelo rojo recogido en una coleta,
un vestido playero minimalista con volantes y zapatillas de deporte, con rasgos
delicados y alegres, apenas maquillada, con una sonrisa blanca de pequeños dientes,
le saco de sus cavilaciones. La había visto en la mesa, no se acordaba de su nombre.

–Hola, perdona, eras...

–Soy Carolina y nos vamos de fiesta.

–¿De fiesta? ¿Estas segura de poder hablar conmigo sin que te destierren?

–No te preocupes, a la vieja no les sienta bien que la digan lo bruja que es, pero se le
pasará. Con migo siempre se le pasa y la he causado problemas con diferencia
mayores.

–Oh, eres la oveja negra de este lado del vacío.

–Exacto. –Carolina se inclinó hacia delante y levanto el dedo indice de su mano


derecha en señal de negación. –Yo si que he oído de ti, la rebelde de los Westwood,
fulana promiscua y derrochadora sin igual.

–Genial. No se si quiero enterarme.

–Baba Yaga me ha enviado a que te lleve por el mal camino y esas cosas. Se supone
que debía hacerlo sin darme cuenta, como un perrito al que le tiran un palo y lo sigue
sin pensar.

–En vez de eso me lo cuentas ¿Coalición de marginadas?

–Esa es la pregunta ¿Ya te has hartado de actuar como quién no eres? ¿Vas a
continuar soportando las denigraciones de esa abuela gruñona por el bien de papá?
¿O vas a gastarte su dinero con la prima Carolina?

–Carolina no te ofendas pero debo elegir la opción dos. –dijo arrugando la cara.

–Te han amenazado con cortarte el grifo.

–No. Bueno, sí. Es algo más complicado.


–¿Es por ese chico? Hay quién se escandaliza con que hagas como tu padre y te cases
con una foránea. –Se levanto y puso cara de pillina a la que se acercaba y ponía una
postura sexy contra su cuerpo.

–No. Eso es otro tema. Es por mi hermana...

–¿Tu hermana? Te soltó la lagrimita.

–¿Tienes hermanos?

–¿Aquí? Con lo caro que es el espacio. No, a mis padres no les da permiso Baba Yaga
para tener más hijos usando la escusa de que a la primera la educaron fatal. –Se dejo
de juegos y empezó a curiosear por la habitación.

–Imagino que no te ilusiona tener hermanos.

–Al revés, me habría encantado tener una hermana de mi edad para armar jaleo juntas
y sacudir los cimientos de esta aburrida familia. –Hizo gestos de un terremoto. No se
estaba quieta.

–Siento desilusionarte.

–Tran. –La hizo un gesto con la mano. –Lo entiendo. Dicen que antes estabais muy
apegadas, habrá tirado del cajón de los recuerdos ahora que la abuela os tiene contra
las cuerdas. De todas formas puedo enseñarte la isla, sin desmanes, solo guía
turística. No hay truco, estoy de tu parte, esa bruja me ha fastidiado todo lo que ha
querido y más.

–¿Nada de follones?

–No te preocupes. –La dijo cogiéndola del brazo.

Primero se fueron de tiendas y se compraron algo de ropa apropiada para un día de


playa. Se probaban prendas y compartían opiniones, desmontaron varios mostradores
en busca del conjunto ideal. Carolina se lo pasaba genial, Carlos simulaba intentando
mantener la cabeza fría ante los esculturales cuerpos femeninos desnudos. Zenobia
salió con un bikini con salpicaduras de color sobre azul más ancho de lo apropiado
para una fiestera por culpa de los celos de su novio, una pareo translucido y un
pamela blanca.

Almorzaron una pita en un puesto y se fueron a las afueras a usar el auto de su


anfitriona quería llevarla a las playas vírgenes.
Carolina tenía un deportivo descapotable terrestre, el vehículo de los fiesteros de esa
isla. El gobierno podía prohibir a los autos aéreos volar a baja altura fuera del entorno
urbano pero no podía prohibir a los terrestres rodar. Por lo que usando las autovías
mercantiles se podía viajar con la capota bajada, disfrutando del sol, el viento y el
paisaje.

Salieron por el este de Cormoran, la ciudad en la que estaban, circulando a bastante


velocidad, esquivando camiones automáticos con el pulso firma de Carolina. Por un
lado tenían la verde selva de denso follaje repleta de aves chillonas, por el otro la
larga orilla blanca con sombrillas de colores dispersándose cada vez más según se
alejaban de la ciudad, cada dos kilómetros había un aparcamiento y un chiringuito
playero de tono pajizo, las escandalosas gaviotas revoloteaban por todas partes, en la
distancia emergían de la superficie un atolón de estacas colosales.

Sujetándose una pamela blanca con un lazo azul Zenobia señaló a las columnas. –
¿Que es eso?

–Los respiraderos.

–¿De que?

–No hay espacio en la superficie, así que hay que construir bajo el agua, allí están las
fábricas y sus trabajadores. Es enorme, pero no mola.

–¿Y lo del fondo? ¿Todo eso son barcos? –Cerca se distinguían yates y veleros la
mayoría recorriendo la superficie despacio, otros a casi rebotando contra la
superficie, escupiendo agua a los laterales de tal velocidad que llevaban. Los del
fondo sin embargo debían de ser mucho más grandes para ser vistos desde allí. Al
darle zoom a las ópticas Carlos divisaba un montón de ventanas en una fachada
blanca.

–La mayoría, los más grandes son ciudades flotantes, donde vivimos los que valemos,
otros son cruceros de vacaciones, llevan a los turistas de una ciudad a otra, y las feas
son estaciones de transporte mercantil o barcos mercantes. Cuando quedemos de día
descenderemos por el tubo para que veas como es por debajo.

La llevó hasta uno de tantos chiringuitos, simples en su estructura, románticos en su


espíritu. Lo atendía un flaco descamisado con el pelo largo rizado desmejorado y la
vista cansada que por los ojos azules de venas coloradas debía estar bajo el efecto de
alguna droga y despachaba a los clientes con una tranquilidad solida como una roca.
En lugar de cocina tenía un estante lleno de botellas de licores y una cámara
frigorífica con llena sobres de comida a calentar en las hogueras en ese momento
apagadas. Sus clientes eran un numeroso grupo de chicos y chicas en bañador de
pieles bronceadas por el sol que se dedicaban a surfear las olas en sus estilizadas
tablas tradicionales pintadas con dedicación.
Carolina salió corriendo nada más llegar a colgarse del cuello de su novio, un
guaperas fibroso de ojos verdes con perilla y melena rubios que no dejo centímetro
del trasero de su chica sin palpar a la que se besaron.

Les presentó a todo el grupo, unos saludandose chocando las manos y otros señalados
en la distancia según recorrían el olaje o esperaban el momento para empezar a
hacerlo, más nombres de los que podría recordar, sin embargo allí eso no era lo
importante.

–¿Modelo Sissi emperatriz? un poco pasado de moda ¿No?

–Querrá probarlo en moreno.

–Sí, échate un montón de crema, guapa, o mañana tendrás que cambiar de pellejo.

–Habló, a ti te toca pronto, te estas poniendo fondón. –Risas.

En el chiringuito había una revista de pellejos olvidada, pudo encontrar a todos los
presentes en el catálogo.

Desde la esterilla en donde se untaron bien de crema las recién llegadas Carolina la
puso al día. Había bastante cuarentones y un centenarios, el resto rodaban los treinta,
quitando un par de yogurines de veinte. Entre las chicas la más mayor tenía treinta y
la menor diecisiete si preguntaban dieciocho, una caza fortunas novata. Salvo alguna
novia todos eran amantes de las olas.

En un principio Carlos se quedo con las novias, alegres y agradables, considerando


que aunque ya se le habían pasado los efectos secundarios del viaje lo mismo no era
buena idea ponerse a prueba. Entonces apareció la treintañera, una chica fuerte con
rastas recogidas en una coleta, un tanto musculada, como todos los surferos, y le dijo.
–A ver que tal se te da novata. –No pudo evitarlo, el Carlos que llevaba dentro quería
probar.

Demostró su torpeza, las olas la zarandearon pero bien y perdió el sujetador en una de
ellas, por suerte no se perdió y un compañero se lo devolvió parta que pudiera
taparse. Antes de que oscureciera consiguió surcar dos pequeñas sin caerse.

Ya en la noche encendieron las hogueras y sacaron las nubes de malvavisco y otras


chucherías para quemarlas, botellines de cerveza empezaron a rular de mano en mano
hasta que todos tuvieron uno. Ginebra la morena profesora voluntaria se sentó a su
lado y empezó a tirarla ficha.

–A mi le modelo Sissi me gusta, sobre todo si lo lleva una chica divertida.

–He dado un buen espectáculo.


Carolina debió de percatarse como se la comía con la mirada en los cambiadores y la
buscó pareja acorde.

–Lo importante es que te lo hayas pasado bien.

–Gracias por dejarme al tabla. Seguro que tenías otra cosa en meten apra ella esta
tarde.

–No ha sido una buen día, las olas venían flojas.

–No quiero imaginarme como deben de ser las fuertes. –se recordó dando vueltas.

–En mar abierto hay tsunamis. No se ven pero hay todo un sistema de rompeolas para
frenarlos antes de que lleguen a las islas. En esos días las olas son increíbles, tendrías
que venir uno de esos y apoyarme. Hacemos competiciones.

–Estaría bien.

–También podrías intentarlo, hasta entonces tienes tiempo de aprender, a menos que
te conformes con las chicas.

–Tan solo estaré por aquí dos meses

–¿Vacaciones?

–Ojalá. Trabajo.

–Puedes trabajar de día y disfrutar de noche. Se de un par de sitios divertidos a los


que podríamos ir.

Estaba pensando como no serle infiel a su novia cuando la solución llegó sola en
forma de mensaje. “Reunión sobre innovación técnica a las nueve AM en el edificio
de administración” enviado por la mismísima Verónica. Le envió una copia a
Carolina la cual exclamo de repente.

–¡Venga ya!

–Lo ha hecho a posta.

–¿Que pasa? –preguntó Ginebra.

–Mi tía me esta machacando y me ha buscado curro para mañana temprano. Ahora
mismo.

–Uuuuuuuuh –aullaron los presentes.


–¿No puede llevarte tu asistente?

–Si hacemos eso mañana me pondrá de puta delante de todos.

–¿De puta? –preguntó de nuevo Ginebra.

–Para no gustarle los ingleses es bastante victoriana.

–Efe por tu tía. –brindaron todos.

–Joder. ¿No prefieres quedarte a pasar una noche calentita? –dijo abrazando a su
chico.

–Si no quieres no voy a obligarte. Ya sabes que me tiene agarrada por el pescuezo.

–Aaaaah ¡Vale! Maldita Baba yaga.

Recogieron las cosas y se volvieron a la ciudad.

A la mañana siguiente se levanto quemada por el sol por lo que entro en la sala de
juntas un tanto roja y perfumada con loción hidrocalmante.

–Como pueden ver nuestra invitada es de piel sensible así que hoy intentaremos ser
más delicados con ella.

–Buena forma de empezar Señora Verónica.

–¿Alguna queja?

–Supongo que esta reunión es para demostrar lo mucho que me equivoco respecto a
la innovación científica de esta sección.

–Aceptaremos sus disculpas a la salida.

–Eso si hay de que disculparse.

Los documentos en frente de su sitio en la ovalada mesa de cristal tintando en la


cerrada sala con grandes cristaleras resumían los nuevos implantes de uso bélico
diseñados por los científicos que les acompañaban. Datos técnicos que esperaban que
Zenobia no entendiese.

Los empleados fueron saliendo uno a uno a la palestra explicando las ideas para la
próxima generación durante cuatro horas con sus turnos de preguntas al final de cada
exposición en los que Zenobia expreso de forma ortodoxa agudas preguntas que
hicieron pasar por algún apuro a los exponentes.
Al final se hizo un silencio incómodo.

–Bien. Añadir la nueva generación de nanobots configurados para la destrucción de


tejido orgánico es una buena idea, sobre todo porque tendrán que comprar la
munición para las garras no solo el implante, el dosificador es la parte importante de
este avance. Lo de usarlos en aerosol no funcionará, exige estar demasiado cerca para
su aplicación, con los riesgos que eso conlleva, son fáciles de evitar para el enemigo e
incluso podrían destruirlos de forma accidental, para el escaso efecto que tendrá en
combatientes con coraza o nanobots de sanación mejor ni intentarlo. Lo de
suministrarlo en dardos de pistola de antebrazo no es una genialidad pero las pondrá
de nuevo en el mercado, a día de hoy solo se usan como arma aturdidora o venenosa,
lo cual no tiene mucha salida. La garra láser es algo en lo que insisten cada década,
felicidades por haber logrado que funcione, ya solo tienen que conseguir que su
capacidad de corte sea efectiva para al absurda cantidad de energía que consume. –Se
tomo una pausa. –Desde mi punto de vista aquí hay dos equipos que han hecho un
trabajo decente y uno que se merece una felicitación. Nadie una disculpa.

–¿Algo más?

–Sí. El proyecto tifón mencionado en los documentos, que no se a expuesto, ha


demostrado matar más aliados que enemigos ¿Por qué seguimos gastando dinero en
eso?

–A salvado a más de un agente encubierto. –Aclaró uno de los científicos.

–No a tantos como para justificar su coste.

–Apreciamos su profana opinión, un punto de vista diferente aporta perspectiva. –dijo


otro.

–¿Les parece sesgada?

–A demostrado conocimientos mayores que lo que acostumbramos a encontrar en


estas reuniones aún así no es una científica. –la recordó un tercero.

–No hace falta ser científica para darse cuenta de que algunos de estos proyectos no
son funcionales.

–Rociar de veneno a un enemigo o cortarlo en pedazos tiene a ser bastante útil para
salir vencedor de una refriega. –le señaló el otro.

–¿Que parte de te mataran antes de alcanzar la distancia de rociado o las garras


metálicas cortan igual o más sin tener que llevar una batería del tamaño de una
mochila a cuestas es la que necesita un doctorado?
–La de que usted ni tiene ese doctorado ni se ha enfrentado a nada en toda su vida.

–Cuando le enseñen esto a los militares, grabenlo, para que pueda reírme de su
doctorado y larga experiencia de combate.

A la tarde le toco un cara a cara con Verónica. El despacho de la noble mujer era una
mezcla de muebles de madera bien cuidados, lo que el daba un olor a barniz al cuarto,
y otros de metal pintado disimulando su humildad con diseños elegantes en
consonancia a la sobriedad exigida. Era estrecho, un toque de anticuario por los
objetos de las estanterías y con tan solo dos ventanas cuadradas por las que no
penetraba mucha luz.

–Debo reconocer que esta mañana has estado bien a pesar de haberte pasado la tarde
de fiesta.

–¿En cual?

–A mi que me importa.

–Par ano importarte mi habitación del hotel estaba hasta arriba de micrófonos. No te
avergüences diciendo que no sabes de que te hablo como si al agente que revisase el
lugar se le fuera a pasar eso por alto.

–Tienes la lengua bifida. Te hago un cumplido y mira por donde sales.

–Lo siento si te he ofendido. Perdona, prosigue.

–¿Desde cuando estas tan bien informada del funcionamiento de los implantes?

–Liz me pasa la información y mi novio me la explica.

–Como no. Esos mercenarios acaban sabiendo tanto de nuestra tecnología como
nuestros ingenieros. Te darás cuenta de que te tienes que desprender de él si quieres
progresar en este negocio.

–¿Por?

–¿Como que “¿Por?”? Porque es un fulano cualquiera sin ascendencia notable ni


patrimonio que aportar al linaje.

–A mi me aporta afecto y apoyo.

Bufó. –Por favor. Esas tonterías románticas están fuera de lugar. Solo el vulgo se casa
por amor. Una boda es una demostración de confianza entre familias que pueden
cooperar para ejercer presión en el mercado.
–Por favor. No me vengas con que me has encontrado pareja.

–Podría. Hay un par de generales en diferentes ejércitos cuya colaboración nos sería
muy oportuna. Sin embargo se de sobra cual sería tu respuesta. Sigues siendo una
niña.

–Sigo siendo una mujer. No un producto con el cual ganar el certamen del año.

–Más tonterías. Tu padre os ha criado con esas tonterías romántica que tanto le
gustaban a tu bisabuelo. Lizelle entiende lo cruel que es este mundo y esta dispuesta a
hacer los sacrificios necesarios para mantenernos lejos de los suburbios.

–Deja ami hermana al margen de tus maquinaciones.

–Maquinaciones. Que bonito tiene que ser ese mundo de fantasía en el que vives
Zenobia Westwood.

–Hay amor.

–¡Ja! ¿Crees que no se cansará de ti? ¿O tu de él? ¿Que esta contigo por amor
verdadero en vez de por nuestro dinero? ¿Conoce a caso tu historial de amantes?

–¿Cuando fue la última vez que amaste a alguien?

–A mis hijos los amos cada segundo de mi vida. Ese es el único amor verdadero de
un a mujer. Por eso escojo lo mejor para ellos, empezando por el mejor padre.

–Es un buen hombre.

–Y tú una buena ilusa. Un chico trabajador y eficiente, amable y cariñoso, imagino


que también guapo. Te protegió de un asalto ¿Me equivoco?

–No es perfecto ¿Y que?

–Has caído rendida como una cría ante el valiente guardaespaldas que te protege.
Típico. Si un perro hace bien su trabajo le das una galleta no te casas con él.

–¿Vas a arrastrate mucho más por el suelo?

–Un buen marido no tiene nada que ver con lo trabajador que sea o lo cariñoso que se
ponga, ninguna de esas cosas te dará un buen futuro. Lo que importa es lo que aporte
a la familia, a los hijos. Una buena genética que reafirme los injertos, un patrimonio
que garantice las oportunidades, la supervivencia. El resto, pequeña, es opcional.

–Tienes que llevar una vida muy triste.


–Llevo una vida repleta de lujos y seguridad. Yo y mis hijos, y si tuvieras dos dedos
de frente buscarías eso para ti y los tuyos. Baja a la ciudad sumergida, mira como
viven los que como tú se dejaron llevar por sus instintos animales. Ese es el precio
que se paga por anteponer los sentimientos a la razón.

–Se de gente que antepuso ese razonamiento a todo y acabo en ese mismo lugar.

–A veces se pierde, si no se piensa con claridad, siempre.

–¿Eso es todo lo que tienes que decirme?

–No voy a autorizar tu boda con ese mindungui. Ya sabes lo que significa. Enfadate
todo lo que quieras conmigo, si quieres tirar tu vida por la borda tu misma, pero no
consentiré que te lleves a nadie contigo, y no te confundas, tu padre tampoco la
habría consentido.

–No tengo que casarme para pasar mi vida con él. –Se levantó encaminándose a la
salida.
–Ese es el punto ¿No crees?

Zenobia se volvió –¿A que te refieres?

–Que puedes tener todas las mascotas que quieras. Llega un momento en que incluso
el más celoso de los hombres pierde el interés y te deja hacer lo que te de la gana. En
una boda por conveniencia el plazo de tiempo a menudo no supera el año. ¿Que es un
año en la eternidad? ¿Una gota de lluvia en el océano?

–Para no tener ningún pretendiente te estas esforzando mucho ¿No crees?

–Soy paciente. La próxima vez que tengamos esta charla aceptarás mi propuesta.

Zenobia dio un portazo al salir.


Secretos bajo la superficie

Tal y como se dijo Carolina llevó a Zenobia a ver el mundo subacuático. El puerto se
dividía en tres zonas, en un extremo los puertos mercantiles, los más grandes,
dedicados a la pesca y el transporte de mercancías, daban al sector industrial, en su
mayoría almacenes que terminaban en los pocos espaciopuertos de la isla. En medio
el dedicado a los cruceros y en ultimo lugar el puerto deportivo, un compendio de
amarraderos privados irregulares en donde guardaban sus yates y veleros los ricos.
Entre unos y otros, haciendo de muralla, estaban los montacargas submarinos. El que
ocupaba el espacio entre el puerto industrial y el de los cruceros se encargaba de subir
y bajar las mercancías y a los obreros, era el más grande. Ellas bajaron por el que
estaba entre el deportivo y el de los cruceros, pequeño bonito y de pago.

Por dentro de un tubo transparente circulaban los vagones como cápsulas cristalinas
exceptuando en el suelo rugoso, los asientos eran móviles, se inclinaban adaptándose
a la pendiente de la cuesta para comodidad del espectador pues aquel viaje era en si
mismo un recorrido sinuoso que se alejaba de la ciudad y se adentraba en los
hermosos arrecifes de coral bajo la misteriosa mirada de los peces reunidos en
coloridos bancos. Entre los curiosos corales de extrañas formas, las algas verdes y las
rocas erosionadas a la multitud de peces les acompañaban escualos, pulpos, cangrejos
y morenas. Una voz femenina les hablaba de los diferentes animales y los enormes
esfuerzo acometidos para crear el ecosistema, modificado con la genética para su
adaptación. Carlos se tenía que esforzar para que Zenobia no babease, donde él había
hecho submarinismo no había ni una cuarta parte de la vida allí recolocada.

A la salida la que se contenía era Carolina, el esfuerzo de Carlos no había valido de


nada. Se le había notado que era un niño en su cumpleaños.

La estación submarina hacía todo lo posible por parecer alegre, le quietaban hierro al
asunto, y había mucho hierro. Con pancartas, hologramas y pantallas de publicidad.
Partiendo de un patio central surgían dos calles, la interior en dirección al núcleo
urbano que pasaba por centros directivos y gubernamentales y la exterior dedicada al
turismo. Su primera opción fue la turista. Puestos de pescado y algas, tiendas de
recuerdos, restaurantes y escuelas de buceo se repetían bastante, también había una
dársena de minisubmarinos, un museo y un balneario.

Lo siguiente fue visitar la zona que Carolina llamó “rural” encontrándose antes con
un equipo de seguridad de Belltower que las custodiaría. Los soldados las dieron
kevlars y cascos antes de adentrarse en donde vivía la mayoría de la población.

–No te enfades, es cosa de la vieja bruja.

–Ya lo sé, me lo dijo.

–Te lo ordenó. –la corrigió.


–No, en realidad no.

–¿Que hacemos aquí entonces?

–Nunca he visto una ciudad submarina.

–Te vas a arrepentir.

Si el distrito gubernamental ya era claustrofobico por esos pasillos largos de metal


con tubos sin ningún tipo de ventana a la vista cuya única alegría eran los paneles
publicitarios y alguna decoración sugerente en las puertas de los edificios el distrito
obrero era un lugar para morir.

Los tubos de metal se atestaban de gente, los guardias tenían que ir dando empujones
para conseguirlas algo de espacio, el olor de los puestos de comida se mezclaba con
el del salitre y la humanidad concentrada, gente con caras tan frías como la de los
peces del exterior, tristes o enfadados, se apartaban asustados por los soldados o les
clavaban miradas de odio. Los laterales estaban ocupados por pequeños puestos de
comida rápida, la parte alta de las paredes y el techo, tras rejas protectoras cerradas
con candados, pantallas de publicidad añadían su dosis de caos al murmullo
amplificado por el eco, los golpes en el metal y los chispazos eléctricos. Una ratonera
de acero en el que el aire suministrado por los grandes ventiladores del techo no se
sentía suficiente.

No tardaron en salir de la calle principal por un acceso lateral por donde no entrarían
cuatro personas hasta la entrada a un edificio de viviendas tan cerrado como el resto.
Desde el ascensor exterior contemplaron las vistas de la ciudad, el parecido con
Covadonga le impresionó, rascacielos elevándose, las luces de las ventanas, los
paneles publicitarios. Era una versión más fría y distante, faltaba el enjambre de
vehículos y los edificios en vez de lisos tenían tubos por todas partes trepando como
enredaderas. En su lugar tenían hologramas de gigantescas personas, en su mayoría
mujeres ligeras re ropa, bailando entre los edificios con ritmos lentos.

En una de las plantas altas una familia les recibió, les enseño su pequeña casa en
donde vivía un padre una madre, dos hijos, niño y niña y la abuela. Tres cuartos un
salón comedor un baño y una cocina de las mismas dimensiones que las peores de
Tania y Zaratustra, no se podía vivir con menos. Les contaron sus penurias, cobraban
poco, trabajaban mucho, los niños no tenían espacio, les preocupaba su educación y
que un fallo técnico les obligase a huir de su casa, a perder sus objetos, a dejarlos
encerrados por mucho tiempo o morir asfixiados. Los créditos cedido por Verónica
los emplearían a enviar a la abuela a dormir en una cápsula de matriz virtual en un
geriátrico para poder darle un cuarto a cada hijo.
Lo siguiente fue visitar una pensión. Nichos, la gente vivía en nichos de dos metros
de largo y uno de alto con una puerta de tela gruesa para cerrarlos, colocados unos
encima de otros ,accesibles por pasarelas y escaleras de mano en alturas de dos
nichos por pasarela. En ellos sus habitantes, hombres y mujeres solitarios de todas las
etnias y edades, podían dormir, leer, ver la televisión o reflexionar. Tenían un cajón y
una armario de la capacidad de una maleta de viaje. Los nichos daban a pasillos
comunes por donde la gente transitaba todo el tiempo, tenían baños comunitarios en
cuyas duchas había un letrero que prohibía lavar ropa en ellos. En la planta baja
servicios privados de alimentación, lavandería, salud... No muchos, no había espacio.

A la vuelta se encontraron, antes de llegar a corredor principal, un grupo de jóvenes


desastrados a los cuales entre las ropas usadas por todos los civiles del lugar, monos
de trabajo con colores chillones desgastados y bandas reflectántes, con alguna camisa
interior sudada, se les distinguían tatuajes de plata, pistolas y navajas. Solo eran
cuatro obstaculizando el túnel pero bastó para que los soldados se pusieran nerviosos.
El jefe del escuadrón hablo con su líder y volvió con ellas.

–Los chavales de delante nos han pedido una donación.

Carolina respondió de inmediato. –¡Estas de coña! ¿Una donación?

–Sí señora.

–¿Cuanto piden? –Preguntó Zenobia.

–Mil créditos.

–¡No os voy a pagar una mierda idiotas, este es un acceso público! –Gritó Carolina
haciendo el internacional gesto del dedo corazón alzado.

–Que se acerque uno y le pagaremos.

–¿¡Como que le pagaremos!? ¡No tenemos que pagarles nada! Solo son unos
monicacos atracadores.

–Es mejor pagar y quitarse de problemas.

–¿Que problemas? Tenemos cuatro soldados fornidos con rifles de microhondas.

–Con el debido respeto señorita. Ellos también tienen armas. –la señaló el soldado.

–¿No podéis contra cuatro mocosos mal educados?

–Habrá más esperando en los túneles cercanos. Este es su territorio. Podría ponerse
feo.
–Pues vaya decepción de cuerpo de seguridad.

–¿Le digo que se acerque?

–Sí, solo uno y desarmado. –respondió Zen.

–Sí señorita. –El guardia fue a comunicarlo a los salteadores.

–Hay va nuestra tarde de balneario. –se quejó Carolina. –Maldita bruja, no manda a
que nos maten.

–No creo que ella baje mucho por aquí como para saber lo que hay.

El mas mayor le paso el armamento a un compañero y se acerco con cara de pocos


amigos encorvado y bacilante. –El paje son mil doscientos.

–Dijistes mil. –dijo la enfadada Carolina

–Veras es que mi chum de allí le ofendió lo que hicistes, es muy sensible.

–¿Me estas vacilando?

–Sí, te esta vacilando ¿Quieres pagarle ya?

–¿Por qué te pones de su parte?

–No me pongo de su parte solo quiero volver a casa.

–¡Pues ahora no me da la gana pagarle!

–oye yo no he insultado a tu chum ¿Para mi también son mildoscientos?

–Para ti quinientos guapa, me caes bien, pero tu compa se quedaría.

–¿¡Que!?

–Tran chumb, es solo una broma. –Zenobia pagó.

–Gracias por el donativo. Que tengan buen viaje.

–No me puedo creer que...

–Zenobia la tapo la boca con un dedo. –No quieres morir aquí. Con lo bonita que eres
eso no sería lo peor que te podría pasar.
Antes de despedirse de los soldados el jefe de escuadrón le dio las gracias a Zenobia,
lo cual enfadó a un más a Carolina. Como les quedaba el dinero de Verónica fueron a
desestrasrse al balneario. Un hermoso lugar en azul con las refracciones del oleaje
ondulando es sus paredes por las cuales navegaban ilusiones de cetáceos. Se dieron
baños y recibieron un masaje. Como todo allí era pequeño, su encanto, a parte de la
decoración y estar a cientos de metros bajo la superficie, era el uso de técnicas e
ingredientes únicos y muy sanos, rayando el milagro, como en todos los balnearios.
Al menos a Carolina la sirvió para que se la pasase el mal trago, eso sí, juro por el
gran kahuna, que esa, Baba yaga se la pagaría.

El reporte de Carolina debió de ser contundente ya que al día siguiente Verónica la


pago el dinero y se disculpo sin sentimiento pero con sinceridad por lo sucedido.
También aflojo el ritmo de las reuniones y las insidias.

A Carlos la aventura le recordó que estaba floja, razón por la que se le diera tan mal
el surf, o al menos una buena escusa, y que el médico la dijo que hiciera deporte. Por
lo que invirtió el dinero en un gimnasio donde la instructora la aplicó en un programa
de activación corporal para gente recién transplantada que no tardo en saltarse y
empezó a salir a correr por la playa en las mañanas que no tenía reunión.

En una de esas tardes sin nada más que hacer que repasar documentación se cruzo por
su mente lo que la ocupación había impedido. Tenía un cuerpo precioso que si bien ya
conocía bien ahora podía explorar sin vergüenzas ni temores. Renegó por dos
segundos, luego se puso delante del espejo y probo a tocarse. Descubrió que su novia
era mucho más sensible que él, había muchas partes de esa anatomía que
reaccionaban al tacto que en su cuerpo de nacimiento implicaban poco o nada. El
placer le empujó a seguir probando, cada vez con mayor intensidad, embriagado por
la sensación continuó hasta alcanzar un orgasmo diferente a la explosión masculina,
como un fluir caliente que le desbordó. Después llego la relajación que ya conocía.

Al rato se avergonzó, luego se recriminó por haberse avergonzado y por último se


preguntó, si había sido así solo acariciándose el cuerpo y frotando ese pequeño bultito
del genital como sería de otra forma. Empujó esa pensamiento fuera de la cabeza, la
idea de un hombre le disgustaba, incluso la de un juguete. Había abierto una puerta
peligrosa que la curiosidad y el miedo no tardaron en disputarse.

Como la inseguridad era su peor enemiga en ese momento en el cual tampoco debía
tener relaciones sexuales si no quería echar a perder la misión decidió retomar una
costumbre personal, gastar sus energías golpeando un saco o muñeco de pelea. Si
alguien se extrañaba se lo achacaría al susto bajo el mar.
La idea tuvo un gran inconveniente inicial, el gimnasio estaba lleno de mujeres
hermosas que se mostraban ante ella sin ningún pudor por tenerla por una igual y los
hombres a veces la pretendían. Por ello acabó restringiendo sus sesiones a los
horarios con menos afluencia. Lo que debería ser una ventaja se estaba convirtiendo
en un problema.

A parte de sus desorientación sexual mitigada por la masturbación Carlos también


descubrió que el cuerpo que usaba era más capaz de lo que se pensaba. Cuando el
doctor le dijo que las mejoras genéticas harían que recuperara la fuerza en poco
tiempo se quedo cortó. Los músculos de Zen tenían más fuerza que los de Carlos con
la mitad de volumen, también tenía una mayor flexibilidad y tardaba más en agotarse.
Si no era un cuerpo de agente de élite poco le faltaba. De saber luchar Zenobia le
podría tumbar sin despeinarse.

Otras de sus actividades eran bucear en la maravilla acuática del planeta, incluso
visitó el museo, ahora que Carolina no la prestaba mucha atención, un tato
mosqueada desde el atraco.
Huelga

A mediados de agosto la temporada de recolección de algas y la de pesca estaban en


auge, los obreros lo sabían y aprovechaban para rebelarse contra sus opresores
corporativos en formaciones sindicales clandestinas, ya que eran ilegales. El gobierno
cerró las vías de comunicación para evitar que las revueltas ahuyentasen a los
turistas, nada que ver con quitarles movilidad y la posibilidad de retransmitir más allá
de su agujero marítimo. El distrito de administración submarina se fortificó
empleando seguridad privada, Belltower, a los que enjuiciar por abusos era más
complicado al tratarse de una compañía privada. Los telediarios se volcaban en cubrir
las peleas en el frente, tildaban a los líderes obreros de comunistas y discutían sobre
la autoría de costosos sabotajes en las fábricas, robos de hackers a través de internet y
peligrosos fallos de abastecimiento en los distritos obreros.

En medio de esa caótica escalda de violencia Verónica considero apropiado que


Zenobia, ya que tenía experiencia en seguridad, asesorase a las fuerzas del orden
sobre los implantes en propiedad de clientes sublevados.

El informe que le dieron era un desastre de pagos al contado de identidades falsas,


financiaciones con atrasos e impagos, sujetos desaparecidos o condenados salidos de
prisión. Material que a lo mejor Zenobia sabría manejar pero que para el era un
tornado de números mareante. El día anterior a su reunión como asesora se la paso
estudiando datos que ni entendía.

Al día siguiente fue con el traje de ejecutiva blindada a la ratonera submarina por la
hermosa vía del arrecife, la única abierta, la que necesitaba para relajarse antes de
demostrar a todos que no era quién decía ser.

Un soldado la guió hasta la junta que administraba del problema en el edificio de la


compañía, un cuartel disfrazado de sede corporativa que en ese momento era un
hervidero de jóvenes fornidos con sus chalecos y cascos, armas al hombro y logotipos
de la empresa en el pecho recibiendo ordenes y charlas motivadoras de veteranos
gritones con cicatrices en la cara y esa mirada demente propia del que ha visto
demasiada crueldad.

En una de las plantas altas un montón de militares con insignias en el pecho,


hermosos galones y caras serias la dieron la formal bienvenida a pesar de que no la
esperaban. Eran hombres pragmáticos que cumplían el protocolo por disciplina y les
daba igual quién estuviera citado o no, ellos tenían un problema que resolver, no
estaban como para pasar lista.
No era la única asesora, más allá de la mesa casi cuadrada negra con ordenadores
empotrados había toda una hilera de asesores de empresas implicadas esperando con
sus maletines sobre las rodillas. La mesa y sus, en apariencia, incomodas sillas negras
eran para el general y los comandantes. Gente recia de voz rota de tanto gritar que
hablaban tranquilos pero firmes. En una pantalla en la cabecera presidida por un
hombre de tez oscura, nariz ancha, largas patillas y ojos cansados, había un mapa de
la ciudad submarina cargado de símbolos. Frente de combate, fortalezas enemigas y
propias, recursos importantes, etc. Había una alarmante falta de fuertes enemigos en
el otro lado, lo cual demostraba una carencia de información alarmante. Lo peor es
que no estaban enfocando el problema como un asunto socio-político, si no militar.

Zenobia se mantuvo calladita. Por intentar pasar desapercibida, descubrió que era una
buena táctica, muchos de sus semejantes interrumpían cuando lo consideraban
oportuno según los intereses de su corporación lo que a los militares no les caía en
gracia. Cuando le tocó su turno casi no se percata.

–¿Que podemos esperar respecto a los implante bélicos? –Tras la pausa el general
busco en el papel el nombre de la representante de PAL, antes de que lo encontrase
Zenobia respondió disimulando la tardanza con un profundo análisis de la situación.

–Mucha potencia en escasos individuos camuflados entre la muchedumbre.

–Esa gente vive en la miseria ¿De donde saca esa potencia?

–La mayoría de nuestros clientes en estos distritos compran pulmones con reserva de
oxigeno para sobrevivir a las inundaciones. Esos le ofrecerán una gran resilencia pero
su capacidad ofensiva estará definida por el armamento. Solo unos pocos han
comprado implantes bélicos con fines criminales, cuerdas de muñeca y garras mantis.
En un principio son modelos antiguos de poca potencia, como permite la ley, pero
apostaría mis dividendos a que los han modificado.

–Ustedes presumen de que sus implantes no se pueden modificar.

–¿Conoce alguna tec cuyos protocolos no se puedan violar?

El general sonrió con sarcasmo. –¿Que modificaciones?

–Se enfrentan a un ejército de mecánicos bien formados, algunos ingenieros, todos


ellos con pocos escrúpulos dado su desesperación, con acceso a herramientas de
vanguardia y material abundante. Sobre cargas y potenciadores de impulso y
aceleración.

–¿Algo más?
–Las modificaciones clandestinas junto al alto nivel de estrés y tensión psicología y el
uso de estupefacientes podrían provocar... De seguro que provocarán ataques de
cyberpsicosis.

–Nadie dijo nada de drogas.

Un representante de la alcaldía se adelantó. –La señorita... Fonseca. –Atajó. –Es


nueva en la ciudad, no sabe que el narcotráfico en Cormorán es prácticamente
inexistente.

–Ya, pero tienen bajo su control varias fábricas de compuestos químicos y acceso a
material. Eso no solo sirve para crear explosivos como bien han dicho, unas pocas
modificaciones rápidas y pueden crear metanfetamínas que convertirían a los obreros
en kamikazes. Solo necesitan conocimientos de química que me imagino los
operarios de esos laboratorios ya tendrán.

–Podrían usar eso para romper nuestras filas. –Aclaro una rubia de aspecto duro.

–Los cyberpsicopatas esos ¿Tienen corazas subcutáneas?

–No, pero tampoco las necesitan.

–Explíquese.

–Un cyberpsicopata se encuentra aislado por su delirio e impulsado por la adrenalina,


se mantiene luchando a pesar del dolor hasta que su organismo colapsa. Por otra parte
aquí se podría fabricar una armadura medieval en minutos.

–Sugerencia sobre como combatirlo.

–Narcóticos. Se que no es su estilo pero pueden dormirlos mucho antes que abatirlos.
Una cóctel doble de narcóticos y de dos dardos estarán en el suelo. A balazos les
costara unos cuantos cargadores y medio pelotón.

Sonrió con malicia. –Imagino que querrán al terrorista para sus experimentos.

–Sí. Esos estudios nos permiten asegurar que sus soldados no acaban igual al ponerse
nuestros implantes. De todas formas, si no me cree, en esta situación tiene la opción
de comprobar los dos métodos.

–Gracias por su aportación.


Su única aportación. Día tras día acudía al trabajo para hacer bulto entre la masa de
asesores preocupados por que los edificios de sus empresas fuesen rescatados lo antes
posibles y con la menor cantidad de daños para poder volver a producir beneficios,
aunque ellos hablaban de perdidas diarias. Un montón de burócratas nerviosos
buscando su momento para destacar. Los militares no le preguntaron nada, les daban
igual los pagos, la personalidad, las deudas, el historial. Ya sabían cuantos eran y que
armas portaban, era suficiente.

Según se acumulaban heridos y muertos la tensión aumentaba bajo el mar. Fuera


todos estaban contentos con unas prometedoras negociaciones que no avanzaban en
realidad. Zenobia estaba muy al tanto, escuchar mentiras era todo lo que podía hacer
durante un turno partido de ocho horas al día.

Vista por el espejo la ciudad acuática seguía igual, en su tranquila quietud, aislada por
el agua, el único cambio se había dado en los hologramas, en vez de bailarinas ahora
tenían carteles tridimensionales de “Jode al sistema” “Belltower asesinos” y “Justicia
obrera”

Al tercer día dejo de aburrirse. Las alarma de la fortaleza saltaron.

Los militares se aceleraron, hormigas atareadas, avispas frenéticas, a ellos no les


explicaron nada. Les metieron en la sala de no estorbar. Una mesa larga, sillas para
todos, una pantalla con las noticias y la ventana al oscuro abismo marino.

Las noticias informaban en directo. Un ataque masivo en la agujereada ruta turística


en el momento de mayor conflicto en la frontera del distrito gubernamental y tras
detener Belltower un ataque al montacargas industrial. Pequeños minisubmarinos
dedicados al trabajo agrario adaptados para el asalto se habían acoplado a los
conductos de la calle accediendo a ella a través de las tiendas. El personal mínimo de
Belltower no le quedo más remedio que replegarse tras provocar severas bajas
enemigas. Ahora eran ellos los que estaban atrapados.

Un hombre medio calvo, con una banda de pelo tras la nuca de oreja a oreja y
manchas en la piel que se arrugaba mucho al reír estaba diciendo con ansiedad poco
disimulada. –Este distrito esta fortificado. Los refuerzos de la superficie tomaran el
tranvía del arrecife antes de que puedan acceder a el distrito.

Zenobia vio los fogonazos propios de las ráfagas en un edificio adyacente. –Puede
que no.

–¡No sea pájaro de mal agüero!

–Ya están en Vestas.

El grupo se acercó aterrorizado a la ventana.


–¿¡Por qué no los paran!?

–Les superan diez a uno.

El hombre, una peliroja enérgica y otro barón más joven con tupe abrieron la puerta
buscando alguien que les diese explicaciones. Encontraron a un soldado con el cual
discutir que les envió para dentro a gritos, en la puerta se genero un cacao de voces
enervadas.

Una chica menuda en gris perla, rubia de pelo lacio recogido con un clip triangular
plateado, ojos verdes rasgados y pómulos pronunciados se la acercó. –Usted es
Zenobia Fonseca ¿Verdad? –dijo con un temeroso hilo de voz.

–Sí.

–Su familia enviará a alguien a rescatarla.

–No contaría con ello, a mi tía no le caigo bien.

–Aún así es de una familia. Vendrán a rescatarla. –dijo para si misma. El resto de
representantes era gente sin apellido deseando hacerse un nombre en su compañía.
Zenobia la miro, había miedo en sus ojos. Pensó que demasiado, sin embargo al otro
lado de cientos de litros de agua la óptica de Zenobia divisaba un panorama de
crueldad brutal. Los empleados vestidos con sus monos amarillos manchados de
sangre masacraban sin piedad a los oficinistas con armas de energía improvisadas,
rifles de Belltower robados o simples tuberías en una hordalía que no entendía de
ruegos. La venganza desmedida de os oprimidos había comenzado.

El soldado consiguió volver a introducir a los emprendedores de nuevo en la sala de


reuniones. Los cuales empezaron a despotricar contra las paredes. El galan del tupe se
acercó a ella.

–¿¡Usted es Zenobia Fonseca No!? ¿¡Por qué no exige que no escolten a la


superficie!?

–Porque no pueden hacerlo.

–¿¡Se va a quedar aquí mirando como nos matan!? ¿¡Tiene tantos años que ya se a
cansado de la vida!?

–Prefiero que ese soldado este matando enemigos a perdiendo el tiempo escuchando
mis llantos.

–¡Debe poner orden!


Se dio la vuelta le pego un guantazo y volvió a mirar por la ventana. –Calmese.

Tupe asustado se alejó farfullando insultos.

–¿Que vamos a hacer señora Fonseca? –pregunto el calvo.

–Esperar. O sí, seria lo mejor.

Se fue a la puerta y consiguió que el soldado la permitiese ir al baño. Era mejor


evacuar mientras se pudiera hacer con tranquilidad. A alguien de seguridad se le
ocurrió apagar la estridente alarma. El blanco baño era un remanso de paz en el que
estuvo por quedarse.

A la vuelta todos los asesores se quedaron anonadados al verla entrar con un café de
una maquina expendedora cercana. La señorita Kikuchi, según su plaquita en el
pecho, la dijo con alegría. –Sabia que no nos abandonaría.

–Solo he ido al baño y a por un café, cuando nos saquen a la carrera de aquí no
querrán que les de un apretón en medio del camino.

–Muy bien pensado señorita Fonseca, que previsora. –Esos tipos le daban mal royo.
Uno tras otro, por turnos, fueron pasando por el cuarto de baño. A la peliroja la
devolvieron a rastras por haber intentado robar un arma a un soldado.

Zenbia se quedo hipnotizada, sentada en la silla, mirando a través de la gran ventana


como arrasaban el edificio del en frente, el de Altnáutica, la constructora de los
minisubmarinos, sus oficinistas huían a las plantas altas en donde se introducían en
capsulas de salvamento y escapaban de la matanza.

En Vestas los supervivientes atrapados en la última planta golpeaban el cristal de la


ventana pidiendo auxilio a gritos, horrorizados, de repente el cristal se teñía de rojo y
todos caían al suelo. Habitación por habitación, los empleados de administración eran
sacados de armarios, de detrás de las cortinas, de debajo de los escritorios y
asesinados sin compasión.

Pronto en Altnautica sucedería igual, había pocas cápsulas y los primeros en llegar no
eran de esperar al compañero. Algunos se enfrentaron a los iracundos obreros con
abrecartas.

Algunas personas no eran asesinadas, si no arrastradas por la fuerza a otro sitio, las
más guapas.

Dejó de mirar por la ventana asqueado. En el canal de noticias no sabían de su


situación. Las comunicaciones habían sido saboteadas por hackers sindicalistas.
A la media hora el soldado de la puerta entró y les dio las instrucciones.

–Tenemos un transporte atracando en el puerto superior que se los llevará de aquí.


Por favor pónganse en fila india y síganme.

Los asesores se apresuraron a colocarse, como si solo hubiese espacio para los tres
primeros pero no valiese la pena matarse por ello. Excepto Kikuchi, que con mucho
respeto se la colocó detrás cual patito, por lo que quedó penúltima. Por supuesto el
primero era tupe y la segunda peliroja.
Evacuación

A paso ligero ascendieron a los amarraderos privados de Belltower. Como casi todo
en esa empresa, negros con el escudo de la compañía en dorado dibujado en las
paredes. El túnel de acceso era un espacio amplio con suelo de rejilla, en un lateral
tenían una habitación con la puerta abierta por donde pudieron ver trajes de buceo, al
opuesto un letrero indicaba que había un arsenal, la puerta parecía tener una
seguridad impenetrable.

En la escotilla les esperaba un segundo soldado con un rifle de microhondas, similar


aun rifle normal, con una estética alienígena, al uso un lanzallamas de flama
invisible. Por megafonía escuchaban la monótona voz de la torre de control
comunicándose con la nave en fase de atraque.

Un sordo sonido con tintes metálicos se escucho al ensamblarse la nave. De


inmediato una luz roja en el techó les informaba de que debían esperar a igualar las
presiones. Tardo muy poco en pasar a color verde. El guía apretó unos botones al lado
de la puerta y la claraboya se abrió dando acceso a un montón de obreros enfadados
con armaduras, cascos y rifles de Belltower que dispararon en cuanto tuvieron
ángulo.

Ruidos de armas, fogonazos, gritos y carne picada. Los primeros de la fila apenas
tuvieron tiempo de gritar. Zenobia se dejo caer para atrás, cuerpo a tierra, arrastrando
con ella a Kikuchi. Se cubrió la cabeza y se arrastro hacía atrás, tirando de la
chaqueta de su compañera un par de veces en lo que más asesores eran asesinados.

Los soldados abrieron fuego intentando contenerles, el del rifle llegó a abrasar a un
obrero antes de que le reventaran a balazos, el de la pistola consiguió morir con le
arma en la mano. Del techo se desplegó una torreta de defensa, desatando el infierno
en la entrada, un cilindro con lentes de cuyo tronco móvil se dejaba caer el arma
sobre un eje en la base, una picadora de carne que las baño en candentes casquillos al
pasar a gatas por debajo. El aparato debió masacrar a bastantes de ellos antes de que
el fuego concentrado la averiase. Aguantó el tiempo suficiente para darlas a ellas una
oportunidad de huir. La alarma volvía a sonar de nuevo. En unos segundos habrían
muerto alrededor veinte personas.

Corrieron por pasillos desconocidos poniendo tierra de por medio, siguiendo por el
más ancho hasta donde hubiese una escalera o ascensor. Zenobia iba primera, seguida
de Kikuchi y un hombre en el que no había reparado hasta entonces, de mediana edad
con una camisa azul claro bajo el traje negro y una corbata tan alegre que debía de ser
un regalo. Se agarraba el brazo sangrante, apretaba los dientes y el paso. Detrás de las
esquinas que habían doblado se escuchaban los gritos y pasos de sus perseguidores.
En un cruce cercano a una esquina Kikuchi dijo. –¡Por aquí, al ascensor! –Algún
acertado instinto la llevaba a hablar bajo.

Zenobia rectificó y la siguió. El hombre de la corbata alegre tropezó un segundo ante


el cambio de rumbo por culpa del dolor, unos disparos desde fondo del pasillo
acabaron con su vida antes de que alcanzase el cruce.

Corrieron, doblaron la esquina y llegaron al ascensor. Kikuchi se ensañó con el botón


de llamada pero no respondía, un mensaje señalaba que había sido bloqueado por el
sistema.

–¡Las escaleras!

La puerta estaba al lado, las abrieron y corrieron abajo. Los zapatos de aro de
Zenobia la jugaron una mala pasada, resbaló. Tubo los reflejos de tirarse de lado para
no frenar con el culo, ya había probado eso una vez de niño, sabía lo que dolía un
coxis roto. Acabó con la espalda en la pared y un leve golpe en la cabeza, el traje de
kevlar absorbió el resto. Suerte que eran cuadradas y no en linea.

Tiró con rabia los zapatos. Arriba ya escuchaba como abrían la puerta. Se levantó y
siguió con las medias por calzado aguantando el dolor. Por las palabras a gritos que
se dirigían entre ellos supieron que no pretendían perseguirlas si no defender la
posición hasta que desembarcasen más obreros. Abajo, muy abajo, había más gritos y
disparos.

Kikuchi no paró de correr hasta llegar a la misma planta de la que habían partido, de
tener vía libre habría realizado una maratón hasta su casa. Tan adelantada que ni la
veía, supo en que planta había parado por la puerta abierta y los gritos. Al entrar en el
enmoquetado pasillo de dirección ella le explicaba lo sucedido en pleno ataque de
nervios a un soldado que la pedía calma con la mano sin entender lo que decía.

–¡Enemigos en la última planta, al menos dos custodiando el acceso a las escaleras!

Eso si lo entendió, Zenobia fue a la sala de espera a por algo de beber a la que
recuperaba el aliento. El soldado se comunico por radio, llamo la atención de un
compañero y se acercaron al trote a la escalera. Carlos se volvió a lamentar de no
haber hecho ese curso de hacking básico, con su implante podría haber pirateado en
canal de Belltower y saber que pasaba en realidad. Por el momento se tomaba un
refresco tirada en el sofá con le corazón apunto de escapársele por la garganta.

Kikuchi se sentó al lado y empezó a disculparse por no haberla ayudado cuando se


cayó cual imagen en bucle. Ella le dio el refresco y la dijo –bebe.
No llegó aprobarlo, los disparos sonaron cerca y el susto que la dieron la hizo tirarla
al suelo. Zenobia se levantó fue a buscar un soldado, Kikuchi la siguió. No tardaron
en encontrar un grupo de ellos en una sala de archivo, apresurándose a destruir
documentos en destructoras de papel, el primer soldado que las vio las hecho allí con
gritos y empujones, sin hacerla ni caso.

Había más grupos de esos en diferentes archivos, todos muy alterados en su afán de
hacer desaparecer esos documentos, uno hasta las apuntó con su pistola.

–Si están destruyendo los informes, eso significa...

–Lo sé.

Zenobia siguió las indicaciones de las paredes hasta la oficina del comandante. Se la
encontró cerrada, nadie respondía. Cogió una silla y la estampó contra la puerta un
par de veces, lo único que sufrió daños fue el asiento. La cerradura no era de las
mejores, pero sin herramientas no podía forzarla. El resto de puertas también estaban
cerradas, se cerraban de forma automática. Se fijo en los tubos de ventilación,
demasiado pequeños, se lazo en una silla y levantó el falso techo de escayola blanca,
al otro lado las paredes continuaban. Fue a buscar en un mapa de la planta colocado
para indicar las salidas de emergencia que opciones tenía, allí solo había oficinas, ni
un triste cuarto de la limpieza. Una explosión sonó muy cerca, una granada que caería
por el hueco de la escalera. Eso la dio una idea.

Se acercó a la escalera con cuidado y fue subiendo con cautela. Kikuchi dejó de
seguirla, desde abajo la animaba a volver. Paró en la antepenúltima planta, donde los
disparos sonaban muy cerca, en la penúltima los soldados luchaban contra los
invasores, muchos disparos pero pocas bajas, sin cuerpos en el suelo, los habrían
trasladado. Bajo de nuevo con las manos vacías.

Kikuchi la estaba regañando en su respetuosa manera cuando escucharon una buena


tanda de explosiones encima. Al asomarse solo veían polvo y gritos de triunfo de los
obreros. Zenobia agarró del hombro a su única amiga allí y bajaron a toda prisa. Al
alcanzar una planta en la que la puerta tenía un cerrojo de seguridad paró, volvió a
subir un planta y entró con cuidado, No se activaron minas ni torretas por lo que entró
continuo adentrandose. Se detuvieron a recuperar el aliento delante de otro mapa.
Habitaciones del personal.
Al menos allí había una sala común y un cuarto de limpieza. El resto eran
habitaciones cerradas y unos baños comunitarios. En la sala común, un comedor con
televisión y una pequeña cocina abierta, o mejor dicho encimeras, un frigorífico
grande y dos microhondas. Registraron los cajones, entre platos, vasos, tazas,
cubiertos, servilletas, trapos, folletos, papel transparente y de aluminio, pastillas para
el lavavajillas, detergentes, sal y especias, bombillas de repuesto y un par de tornillos,
encontraron un destornillador, una linterna y muchos cuchillos de cocina. Lo mejor
era el botiquín de pared que desatornilló para llevárselo.

En lo que Kikuchi calentaba el sobrante de pizza de la noche anterior en el micro ella


desarmó el dispositivo de apertura de una habitación. Eran por teclado numérico por
lo que necesito piezas de otros elctrodomésticos para sabotearlo. Habían cambiado
código de programación típico de fábrica que nadie cambia.

Tardó más de lo que la habría gustado pero consiguió abrirla. El cuarto le recordó a la
Koroliov. Cama, armario y escritorio, esta vez con el lujo de una ventana. Escucharon
el ruido de las armas cesar arriba, la frontera más cercana, no dejaba de ser un
rascacielos.

Sin idea de que bando habría ganado metieron dentro los cacharros y cerraron tras de
si. Kikuchi se quedó escuchando con la oreja pegada a la puerta, Zenobia buscó en
los cajones del escritorio encontrando lo que buscaba, el arma personal del soldado
de servicio más dos cargadores y la funda. En la taquilla encontró ropa y unas botas
de repuesto pero la venían en exceso grandes. Era la habitación de un grandullón al
que le gustaban las chicas del equipo de voleibol visibles en los posters de las paredes
cuyo mayor tesoro era una botella de Ron-cola a medio terminar escondida en el
armario.

Tras una espera corta Kikuchi chistó y ambas mujeres se quedaron muy calladas. Se
arrinconaron en al lado de la puerta corredera. Zenobia delante con el arma
desenfundada. Las pisadas de dos personas se escuchaban de forma intermitente, se
abrían y cerraban puertas en la distancia, ni una palabra, luego la puerta de la escalera
y silencio de nuevo.

Se quedaron sentadas en la cama, Zenobia se termino su porción de pizza y el


refresco a la que hablaban muy bajo haciendo hipótesis sin fundamento sobre quién
habría ganado interrumpidas por el ocasional disparo en la distancia. Zenobia la
calmó con la mentira de que no conseguirían abrir la puerta antes de que llegasen los
refuerzos y reconquistasen el edificio.

Al rato otra vez la puerta de las escaleras, se colocaron de nuevo y escucharon. De


repente golpeó la puerta. –¿Hay alguien hay? –No respondieron. El sujeto repitió el
proceso con el mismo resultado y se fue.

–Podrían ser los soldados. –dijo Kikuchi con más ganas que certeza.
–Los solados saben de quién es este cuarto. Si es el caso volverá su dueño. –Más
mentiras.

De repente la conexión se recuperó. Zenobia se apresuro a detener a Kikuchi. –¡No


llames! Si los repetidores están controlados por los rebeldes estarán atentos a
cualquier comunicación.

–¿Y internet?

–Cualquier comunicación.

–Tú crees que han ganado ellos ¿Verdad?

–Prefiero esperar cinco horas y quedar como una estúpida a que me maten.

Un tiempo más tarde más pasos acercándose. Otro golpear de la puerta y otra
pregunta sin respuesta. Esta vez voces.

–Ves, se han cargado algunas cosas a parte de ese panel. No tiene ningún sentido ¿Por
qué harían eso?

–Estarían buscando un fallo en el eléctrico.

–Hay mejores formas de hacerlo.

–Son militares.

–Sus electricistas son tan chispa como cualquiera en el oficio.

–Pues explícamelo tú.

–Da igual, han dicho que abramos esa puerta por si alguien se esconde hay. Y nada de
matarlos a menos que os fuercen a ello. Por lo visto nos hacen falta mas rehenes.

–Como solo encontremos un cuartucho de mierda veras que risas.

–A lo mejor hay algo de valor dentro.

–Lo bueno esta arriba. Esas puertas si que me gustaría abrirlas.

–Abajo por lo visto tenían un arsenal de la ostia.

–Deberíamos subir arriba y darles su merecido con esas armas.


–No creas que tomar un playa es fácil, encima tienen naves aéreas. Es mejor quedarse
bajo el agua, el océano nos protege,

–Ellos también tiene submarinos ¿Sabes?

–No van a bombardear su propia ciudad.

–No, antes nos cortaran el aire.

–Mientras tengamos rehenes no lo harán. Tendrán que negociar.

Tres voces complicadas de distinguir desde el otro lado de la puerta. Uno de ellos se
puso a trastear con el dispositivo de apertura. Silencio de voces, platos en la cocina.

–Kikuchi voy a salir. Tú quedate aquí y no hagas ruido. –susurró.

–No me dejes sola. –dijo a punto de llorar.

–Si salgo y cierro no creerán que pueda haber nadie más, te dejaran en paz hasta que
lleguen los refuerzos.

–Te mataran.

–Es una posibilidad, la otra opción es esperar que habrán la puerta y nos cojan de
rehenes.

–Eso es mejor, dicen que no nos mataran.

–A menos que no les den lo que quieren, entonces nos mataran una a una.

–¿Que vas a hacer hay fuera?

–Intentar llega arriba, hay trajes de buceo, si veo que la cosa se complica siempre
puedo rendirme.

–¡Es una locura!

–Puede que sí. Tú escondete hay atrás y ni pio.


Kikuchi obedeció sin convencimiento ya que no la quedaba más remedio. Abrir desde
fuera implicaba pulsar un botón. La puerta se abrió y en un segundo tenía encañonado
al viejo operario que jugaba con los cables. Mono azul, pistola en el suelo, rostro
picado y canas por el bigote y los pelos que salían debajo de la gorra. Zenobia se
cruzo el indice ente los labios, el levantó las manos con los ojos enrojecidos abiertos,
intentó descender la mano despacio, Zenobia le negó con la cabeza y le ordeno
levantarse, así lo hizo despacio, con las manos en alto. La dijo que se diera la vuelta,
lo hizo, de un golpe con la culata le dejo inconsciente.

–¿Todo bien viejo? –Preguntó una voz desde el comedor al escuchar el cuerpo
desplomarse.

Zenobia le indicó a Kikuchi que cerrara la puerta y arrastró el cuerpo del hombre a
dentro del pasillo. Su compañera cerró y ella se movió deprisa de puntillas a la
esquina opuesta, el pasillo central describía un cuadrado interno, dejando los baños
en el medio y un espacio grande para la sala común en un lateral, sí se daba prisa y
tenía suerte en lo que los compañeros de ese se acercaba a ver que pasaba los pillaría
por la espalda.

En su circuito paso por enfrente de la puerta de las escaleras en donde después de


tantos tiros reinaba el silencio, continuó hasta la entrada de su lado a la sala común.

–Mario, sordo ¿Que si estas bien? –Escuchó mientras se desplazaba maldiciendo que
el otro fuese tan callado.

Zenobia se quedó en la esquina, con que el otro estuviese mirando en esa dirección la
vería en cuanto se asomara. El preguntón estaba apunto de encontrar al abuelo
durmiente.

–¡He tío ven! ¡Se han cargado a Mario!

–¡No jodas! –Se movió desde la cocina a reunirse con su compañero.

Maldiciéndole para sus adentros Zenobia se le acercó por detrás y a medio pasillo le
agarró por la espalda y le partió el cuello. Dejo caer el cuerpo con suavidad y se
acercó al que quedaba. Estaba agachado en frente al viejo examinándolo de cuclillas.
Para cuando volvió la cara era demasiado tarde, el pie izquierdo apartó su mano del
arma la rodilla derecha se estampo en su cara, le agarró de la cabeza retirando el
casco de obra amarillo y siguió golpeándole con la rodilla hasta dejarlo sin sentido.

–¡Kichuki cambio de planes sal y ve a la puerta de las escaleras a escuchar si viene


alguien!– le dijo tras golpear la puerta.

Ella abrió, se sorprendió al ver los cuerpos. –¡Corre!


Zenobia solo le había quitado el chaleco a uno cuando Kichuki la advirtió. –Baja
alguien corriendo. –Abortó le plan, cogió le rifle de Belltower del último y corrió
hasta su compañera. Al escucharlos dedujo que había bastantes plantas entre medias
así que apremió a su compañera a subir un par sin hacer ruido. Cerraron la puerta al
entrar a otra planta de habitaciones y esperaron a que el grupo en descenso pasase.

Dos personas bajaron a la carrera, en cuanto escucharon la puerta de abajo abrirse


volvieron a la escalera sin hacer ruido y empezaron a ascender. El chaleco se lo dio a
Kichuki, la pistola no la quiso.

Pudieron subir diez plantas antes de escuchar otra vez la puerta abrirse. Sin embargo
no escucharon pasos que subieran o bajaran por lo que continuaron ascendiendo. En
seguida escucharon gente moverse con prisas en el ático, Carlos se imaginó que
volverían a peinar el edificio. Ascendieron un par de plantas más y entraron con
cautela a lo que era otra planta de habitaciones. Una vez asegurado que no había
nadie más que ellas se hicieron unas bandanas con los paños de la cocina y con
cuidado de no ensuciar y mucho esfuerzo al trepar se subieron al techo falso desde la
encimera, escondiéndose en un estrecho y oscuro espacio lleno de tuberías y cables
entre el polvo acumulado de varios siglos. No tardo en picarlas toda la piel.

Los asaltantes tardaron menos de lo que había calculado en pasar por allí. Iban
deprisa, maldiciendo, pisando fuerte, justo debajo, ni a dos metros, seis o más, con
solo un centímetro de escayola entre ellos. Las picaba todo, sudaban, esperaban,
guardaban la respiración, se cogieron de la mano.

Cinco minutos eternos, al marcharse Zenobia le hizo el gesto de silencio y la señalo


que podía quedar uno callado con gestos. Esperaron un poco más.

A los quince minutos salió Zen con toda la cautela que una posición tan complicada
le permitía. No había nadie, ayudo a Kichuki a bajar.

–¿Por qué no nos quedamos hay? Es un buen escondite.

–Porque cuando no nos encuentren agudizaran el ingenio y se les ocurrirá un método


mejor de encontrarnos.

No podían tocar nada sin dejar un leve rastro marrón, esperaron al lado de la puerta a
que los exploradores descendieran un par de plantas más antes de retomar el ascenso.
Siempre con cuidado de no hacer ruido ni con la puerta ni con los pasos. Descender
plantas era mucho más cómodo que ascenderlas. Por suerte no había nadie a parte de
ellas y sus perseguidores con ganas de hacer ejercicio.
A la altura de las oficinas escucharon de nuevo actividad de los asaltantes dentro de
ellas, pasaron de largo, siguieron ascendiendo, ya llegando a las últimas plantas
Carlos se dio cuenta de que no tenía ni idea de como iba a superar las fuerzas del
ático, vestirse de submarinista y salir al exterior. Como mínimo tenía que llegar hasta
las bombonas por si decidían gasearlos los de fuera. Un par de plantas abajo del ático
se encontraba la clínica interna. Apostando por que los doctores, de haberlos, no
llevarían armas de fuego o acordes a su oficio preferirían no usarlas, se internaron
con cuidado.

Al poco de abrir un pelín la puerta escucharon dos personas hablando. Habían


apostado guardias. Lógico si tenían rehenes heridos en tratamiento. Al menos no se
habían dado cuenta de su presencia, descendieron un planta más, el laboratorio,
probaron de nuevo, nadie a la vista.

Al entrar en el vestíbulo se percataron del motivo de la ausencia de gente en las


escaleras, los ascensores ya funcionaban, eso implicaba que se habían hecho con el
control de los sistemas informáticos. Zenobia vio la cámara de vigilancia y tiro de su
compañera al interior.

Había muchas de esas, demasiadas para esquivarlas. No las quedaba más remedio que
apostar a que la falta de personal empleado en observar las pantallas les llevase a
concentrarse en puntos clave. Fuese lo que fuese, lo descubrirían pronto.

Más allá de una salada de espera ante un mostrador enrejado el laboratorio era un
espacio blanco con salas blancas, los pasillos también formaban un circuito cerrado,
solo que este era irregular, se adaptaba a las necesidades de los operarios y sus
máquinas, espacios dedicados ha aparatos específicos se intercalaban con la típica
encimera cubierta de cristalería y electrónica diversa, escritorios donde antes debió
haber ordenadores, estanterías y frigoríficos acristalados abiertos. Habían saqueado el
lugar, por los destrozos, con prisas. En el suelo, entre los restos del material arrojado
al suelo por el expolio estaban los cuerpos de los científicos, con sus batas blancas
manchadas de rojo y los ojos mirando la vacío tras las transparentes gafas de plástico,
tendidos sobre charcos de sangre pisoteados.

Kichuki no podía acercarse, la visión de tanta muerte la asustaba. Carlos le daba


varios usos a la electrónica que quedaba, podría haberse fabricado un par de juguetes
con algo de tiempo, pero había cámaras, muchas cámaras, y todavía no estaba tan
loco como para ser indiferente a la presencia de los cadáveres.

Fueron a los vestuarios, allí no había muertos ni cámaras, solo taquillas abiertas y
pulcros baños. La ropa estaba tirada por los suelos, apartada para poder encontrar los
objetos de valor, fotografías familiares y dibujos infantiles colgaban de la pared
interior de sus puertas metálicas.

–¿Podríamos quedarnos aquí?


–No dejaran de buscarnos. Somos una amenaza a su dominio del edificio.

–¿Por qué?

–Pensaran que somos soldados, que intentaremos sabotearlos desde dentro. Seguimos
siendo potenciales rehenes para negociar.

–Aquí parece seguro.

–Volverán a pasar. –Señalo una taquilla abierta. –No son buenos escondites.

–¿Que hacemos?

–Toma ponte esto. –Le dio una bata blanca, había muchas.

Zenobia también se vistió de blanco, se recogió el pelo en una trenza, se quitaron el


maquillaje, se calzaron zapatillas de plástico agujereado y se pusieron mascarillas. En
lo que se vestían Carlos elaboró un plan

–Nos dispararan.

–Si están usando la clínica es que tiene doctores y nunca vi uno sin su bata. A partir
de ahora somos enfermeras, usamos estas ropas robada por higiene, las nuestras
estaban muy sucias tras tanta operación. Dobla bien el resto de batas, voy a por una
carrito y algunos suministros más.

Una vez lleno el carrito de ropa, algunos zapatos abajo, jeringas en sus sobres, bolsas
de guantes de latex, probetas y una mochila, subieron en el ascensor una planta, a la
clínica. Las dos estaban hechas un manojo de nervios, Zenobia solo lo disimulaba
mejor.

Nada más entrar los guardias las detuvieron.

–¿Quienes son? ¿Que hacen aquí?

–Somos enfermeras, traemos suministros.

–La doctora no paraba de quejarse. Menuda alegría la van a dar. Pasen.

La clínica era un hospital abarrotado. Todas las camillas ocupadas, los menos heridos
en el suelo sobre esterillas, lamentos y susurros componían su fondo musical, olor a
sangre y desinfectante. Casi todos los presentes eran obreros, también había algún
oficinista, entre el montón de gente herida con la mente nublada por el dolor y las
drogas cuatro enfermeras iban de un lado para otro. Una de ellas se paro la verlas.
–¿¡Que hacéis hay paradas!?

–Nos ordenaron traer suministros, ropa limpia.

La mujer observo el carrito y acto seguido elevó la voz girando la cabeza a un lado.
–¡Chicas, ropa limpia!

Las compañeras se acercaron alegres y con ganas de llevarse lo mejor del carro,
estampida de cuatro en el primer día de rebajas. Tiraron sus batas bañadas en sangre
de a saber cuantas personas y a un lado y se cambiaron allí mismo. Una exclamó
“¡Calzado!” Busco su numero y se cambio sus botines de calle por unas zapatillas
nuevas suspirando próxima al nirvana.

La doctora, una mujer morena de largas pestañas con nariz menuda, un gran mentón y
rastros de sudor en la frente apartó al resto y registró el carro con prisas –¿Donde
están mis desinfectantes, los calmantes, las vendas...?

–De hecho nos han dicho que si os sobra algo... Lo que sea, os agradeceríamos una
aportación. En el frente nos falta de todo. –dijo Zenobia con cara de ruego.

La doctora agacho la cabeza y apretó las manos aferradas al carrito. –¿Como no?
Putos idiotas, de balas si que se aprovisionaron ¡Joder! –Gritó antes de Golpear el
carrito. Luego señaló un frigorífco y dijo con voz más calmada. –Eso es lo que nos
queda, no cojáis más de la mitad.

–Muchas gracias doctora.

–Arigato. –Añadió Kichuki.

Dejaron el carro con las enfermeras que empezaron a colocar cada cosa en su sitio.
Ellas con la mochila en donde escondían el arma se acercaron al frigorífico y la
llenaron de medicamentos al azar con prisas. En cuanto estuvo lleno cerraron en
electrodoméstico y se fueron despidiéndose con la mano de las compañeras.

En el ascensor las preguntaron los guardias.

–¿Ya se van?

–Suministros vienen, suministros van. Nos necesitan en el frente.

Ambos asintieron empatizando con el sufrimiento de los que luchaban en la


vanguardia. –Claro... Gracias hermana.

En el ascensor Ambas respiraron aliviadas.


–¿Ahora que?

–Vamos a salir e ir a la calle turística. Allí también hay trajes de buceo. Si nos
preguntan les diré que acudimos a tratar a un mecánico que se reventado un brazo
reparando uno de esos minisubmarinos que usaron para desembarcar.

–Sí, mejor hable usted.

–Tratame de tú o sospecharan.

–Por supuesto ¿Como te llamo?

–Carla ¿Y yo a ti?

–Rei.

–Menos mal que no nos han preguntado los nombres...

A la salida del ascensor un hombre mayor con la cabeza rapada y nariz ganchuda se
les acercó gritando muy enfadado –¿¡Cuantas veces hay que deciros que se acabo el
saqueó!? –Las miro de arriba a abajo –¿¡Quienes sois!?

–Enfermeras, transportando suministros al frente. –Señalo la mochila que portaba


Rei.

–¿¡Por qué no enviáis a un muchacho en vez de perder el tiempo vosotras!?

–¡Porque no sabéis diferenciar un bisturí de un a hacha y no me puedo permitir el lujo


de que me traigan un antibiótico en vez de un antiséptico! –Le gritó.

El encargado se frenó. –¡Volved a vuestro puesto!

Aprovechó el público enfado para salir con paso firme y el ceño fruncido con
Kichuki detrás con la cabeza baja. Cruzaron con el corazón en un puño entre un
motón de obreros y obreras armados en actitud relajada custodiando la puerta. Salvo
algún silbido y piropo oportunista “Enfermera estoy muy malito, arrégleme el
corazón” no las llamaron la atención.
Lenta evasión.

De primeras fueron hacia el ascensor industrial, en cuanto se alejaron lo suficiente


giraron hacía la calle turística, Los túneles estaban extrañamente vacíos, las tiendas
cerradas, solo un par de transeuntes transportando cosas al frente o volviendo de él
que se limitaban a observarlas al pasar como hubieran hecho con cualquiera. Los
anuncios no dejaban de publicitar sus productos a pesar de que no hubiese nadie para
escucharles convirtiéndose, sin un murmullo que los amortiguase, en una cacofonía
transitoria. Allá donde no habían eran un eco distante que las recordaba que se
alejaban de la zona habitada.

No se sintieron aliviadas al llegar a la calle turística. La alegre avenida se había


convertido en una sátira macabra de su empleo, entre las coloridas pancartas,
fachadas y alegres anuncios, se encontraban las marcas del fuego, agujeros de bala y
las manchas de sangre de la carnicería ocurrida. En las esquinas estaban apilados los
cuerpos sin vida de los soldados muertos de Belltower, en linea en el suelo, con telas
cubriéndoles, los de los obreros. Alrededor de alguno de ellos se encontraban
hombres y mujeres muy mayores o muy jóvenes para luchar llorando desconsolados
ante el familiar fenecido. Por los agujeros en la secuencia algunos difuntos ya habían
sido recogidos.

Un par de obreros que custodiaban la calle se acercaron al verlas ir en dirección


contraria al frente. Obreros fuertes, un hombre y una mujer, que se habían colocado
por encima las corazas de los soldados abatidos tapando su logotipo con pintura
negra.

–¿A donde van? –preguntó el varón, alto y fuerte, de bonitos ojos verdes, con el casco
militar inferior a su talla.

–Nos han llamado de una emergencia por aquí, un accidente laboral de un mecánico
en lo que reparaba un minisubmarino.

–¿Los están reparando?

–Ni idea, supongo que los querrán tener listos para usar si los de la superficie intentan
algo.

–¿En donde?

–La cuarta escuela de submarinismo desde la estación me han dicho.

–Las acompañamos. –dijo con amabilidad.

Se pusieron a andar en esa dirección custodiadas por sus enemigos.


–¿No habría sido mejor trasladarlo a él?

–Buena pregunta. Hágasela cuando le veamos.

Un paseo triste que tardaron poco en finalizar. –Es esa. –La indico la mujer de suave
voz que entre coraza y casco quedaba minimizada.

–Podían haber salido alguien para llamarnos la atención, si no fuera por vosotros lo
mismo nos la pasábamos de largo.

–Estarán ocupados con el herido.

–Eso es mala señal, demonos prisa.

Apretaron el paso y entraron al local, un tanto destartalado por las prisas de los
invasores, con algún equipo tirado por el suelo, pero en general intacto. Una
recepción en la entrada con su diminuta sala de espera enfrente, un baño pequeño en
en un apartado y la entrada al interior en un lateral. Dentro un reducido cajón por
oficina y un espacio en forma de “ele” alrededor con el equipo colgando de las
paredes o en armarios. En el fondo dos grandes esclusas, para ocho personas máximo,
con acceso al mar, a la libertad.

Los guerrilleros entraron primero ya que Zenobia y Kichiki se demoraron para sacar
la pistola del soldado anónimo de la mochila.

–Aquí no hay nadie.

El chico se dirigía a la oficina, ella observaba alrededor de cara al fondo. La mujer


recibió una patada por detrás de la rodilla y un golpe de la culata en la frente. Al ruido
él compañero se dio la vuelta, antes de que apuntara con el rifle recibió su primera
patada en la cara, continuada por otra y rematada por una tercera ya contra la pared
exterior de la oficina por una enfermera que avanzaba girando sobre si misma. Al
final del combo el chico estaba sentado de espaldas contra a la pared con la nariz rota
y una pistola en la frente.

–¿¡Como esta la otra!?

–Le duele la cabeza, esta en el suelo.

–Coge su arma.

–Zenobia le quito el casco al aturdido chico que se tanteaba la destrozada nariz y le


quito el implante. De una patada relegó el arma de él a una esquina y acudió a la
chica.
–Coge el arma de él. Regístrale a ver si tiene otra.

Zenobia la quito el caso y el neuroimplante a la mujer. Luego la registró quitándola


una navaja escondida en la bota.

Con la ayuda de Kichuki y unos tubos los ató a la pata de una mesa de metal de
aspecto robusto. No era una buena cuerda ni él un experto en nudos, el dolor era lo
que impedía que se escapasen en realidad, con suerte tardarían en zafarse media hora
una vez que se pusieran a ello. Las fugitivas no necesitaban más.

Con prisas se quitaron las ropas y se pusieron equipos de buceo. Kichuki nunca había
buceado a pesar de vivir en una mundo acuático, las clases eran demasiado caras para
ella. Zenobia no pudo hacer otra cosa que asegurarse que todo estuviera en su sitio e
intentar tranquilizarla dicéndola que ella tenía mucha experiencia.

Fueron a la esclusa, dejando atrás todo lo demás, cerraron la lata y la llenaron de


agua. En cuanto las luces marcaron la presión optima salieron al exterior. Enseguida
se dio cuenta de que no iba a ser un simple viaje largo a nado. Las luces de los
minisubmarinos indicaban su posiciones en el agua, los sublevados patrullaban.
Zenobia cerró la esclusa e inició el vaciado usando el panel de su lado tan rápido
como pudo, la luz verde sobre la puerta del mecanismo delataba su fuga.

No tardaron mucho, aún así un minisubmarino se percató, se dirigía hacia ellas o al


menos miraba en esa dirección, a tanta distancia era difícil de distinguir. En vez de ir
hacia le arrecife cruzando el arenoso fondo marino Zenobia tomó la delantera hacia la
ciudad, Sería complicado distinguirlas entre el oscuro metal cuya fachada cubierta de
tuberías y cables resultaba irregular. Kichuki la seguía como podía.

De cerca la ciudad era más caótica si cabía, a las grandes cañerías se unían las
pequeñas tuberías, a los cables aparatos electrónicos, hileras de gotas de aire se
elevaban desde las apretadas rendijas. Solo la oscuridad alisaba la maraña
superpuesta de conductos. Una maraña en apariencia infinita, se perdía en la vista,
rugosa y oscura, a los pies de los titánicos rascacielos submarinos, tan altos y
artificiosos que parecían estar construidos para otra raza de seres, más grandes,
amantes de la oscuridad, del silencio, del frío inhumano.

Diminutas, pataleaban con regularidad introduciéndose en el oscuro mundo


sumergido de Cormoran, dejando grupos de burbujas tras de sí. La luz del
minisubmarino se acercaba. Zenobia encontró una rendija se metió dentro con
Kichuki. Apretadas las dos flacas contra el metal, oscuros insectos acuáticos en el
casco de un naufragio colosal. No debieron esperar mucho a que el minisubmarino
las enfocase con su luz, se filtraba entre la enredadera de metal que las hacía de
celosía. Se quedaron muy quietas, conteniendo el aliento para no aportar burbujas de
más. La esfera cristalina rodeada de tubos en donde se ensambablan las herramientas
con un motor detrás se enderezó y continuó su camino.
Esperaron un poco más, abrazadas, luego salieron y continuaron nadando sobre las
falsas calles de esa ciudad fantasmal, al raso, por si había que esconderse de nuevo.

Carlos era consciente de la situación, tenían el aire justo para llegar a la superficie. El
trecho era largo, no podían pararse a descansar. En todo momento una de esas esferas
parecidas a globos oculares con parachoques les podía detectar, un disparo atinado y
las matarían en el acto ya fuese agujereándolas o clavándolas como trofeo en la
pared.

Ella avanzo primero, muy atenta a cada señal de movimiento, nada obligaba al piloto
del minisubmarino a llevar los focos encendidos. A la mínima señal se pegaban al
suelo o a una pared y se quedaban quietas como piedras esperando que la amenaza
pasase de largo. Así evitaron dos guardianes y ocho sombras.

Llegadas al final de la estructura llegaba lo complicado, la arena era blanca, ellas


vestían de negro. Pasando por encima de la estación se fuerón hacía el arrecife, de
cara a donde más minisubmarinos había, la linea que separaba a los contendientes.
Las vías de acceso estaban bien vigiladas, su esperanza estaba en que las nubes de
animales les sirvieran de camuflaje, de poder esconderse entre las rocas y los corales.

Su única ventaja es que los vigías a penas se movían, solo esperaban. Nadando entre
los peces y aferrándose a las rocas se acercaron.

Estaban a unos treinta metros de uno, avanzando lento, con cuidado cuando una
dentellada surgió de las sombras. Zenobia se apartó soltando un montón de burbujas
ante el largo cuello terminado en una boca alargada repleta de finos colmillos con dos
ojos inexpresivos. Se conformó con roerla el brazo un poco, el animal se la quedo
delante con la boca abierta, ella se apartó como podía más por miedo que por otra
cosa. Una vez alejada la criatura volvió al oscuro agujero donde vivía al que se había
acercado sin darse cuenta.

Kichiki acudió a su auxilio, el neopreno se había llevado la peor parte, la herida del
brazo sangraba pero era superficial. Una vez tranquilizada volvió a ponerse en
marcha. La indico por gestos a su compañera que esperara entre las rocas y se acerco
desde abajo a una de las esferas vigías. Los minisubmarinos eran aparatos dedicados
al trabajo, en las barras que rodeaban la esfera que contenía al piloto, el soporte vital
y el sistema de energía, se podía colocar todo tipo de herramientas robóticas, para la
agricultura, la construcción, la exploración, lo que fuera, un ingenio versátil tan fácil
de sabotear como tirar de un par de cables. En este caso habían instalado un arpón y
un brazo mecánico. Zenobía solo le quito la dirección. Una vez hecho le indicó a su
compañera que nadara hacia adelante. Titubeo pero lo hizo.
El piloto, un hombre de pelo rizado canoso hasta donde podía ver dejo su barrita de
comida e inició la persecución acercándose raudo a la pobre Kichuki que nadaba
aterrada, paró al darse cuenda de que no podía apuntarla y Zenobia salió impulsada
por el por su lateral dejándole atrás.

Nadaron tan deprisa como sus piernas les permitían, era la recta final. Otros
minisubmarinos unían a la carrera, acortando las distancias a un ritmo acelerado.
Kichuki iba delante, dando su máximo esfuerzo, a Zenobia le dolía la mordedura más
que cuando la habían mordido. Siguió nadando a sabiendas de que el veneno se
expandiría con mayor fuerza cuanto más ejercicio hiciese, mejor la muerte lenta que
la rápida. Alguien debería avisar de que esos bichos eran venenosos.

Notó que los estilizados tiburones entre el blanco y el gris azulado se añadían a la
persecución, el olor de la sangre les atraía, no eran más largos que ella, pero esos
dientes sin duda podían destrozarla. Sin embargo no la atacaban, el par atraído solo
daba vueltas a su alrededor con una elegancia sinuosa, observándola, deduciendo si
eso se comía, acercándose con curiosidad.

Volaron las primeras balas provenientes de uno de los minisubmarnos, reducida su


velocidad por la fricción, aún fuera del alcance, se estrellaban sin alarma en la arena.
Estaban al borde de una muerte silenciosa.

Zenobia llamó a la policía emitiendo una señal de socorro. Enfadándose con el


implante por cada segundo que tardaba en conectar.

–Policía de Cormoran ¿En que puedo ayudarla?

–¡Soy una fugitiva del distrito administrativo submarino! ¡Me persiguen dos
minisubmarinos obreros armados! ¡Nos están disparando!

–Calmese, ¿Donde se encuentra? –La preguntó como si fueran a quedar para tomarse
unos refrescos.

–En el arrecife a unos pocos cientos de metros al este del acceso turístico. Somo dos
mujeres ¡Necesitamos ayuda!

–¿Puede decirme el nombre de la playa?

–¡No! Estoy emitiendo una señal de socorro.

–Envíeme sus cordenadas por favor.

–¿¡Que parte de me están disparando es la que no entiendes!? ¿¡Te parece que me


pueda parar a leer las puñeteras coordenadas!? ¡Usa la emisión!
–Señora Calmese. Necesitamos esas coordenadas para localizarla. –La voz no le
temblaba ni un poco.

–¡Que uses la puta emisión! ¿¡Cuantas balizas de emergencia activas tienes en el


maldito arrecife!?

–Es mejor que se calme. Enseguida nuestros agentes al asistirán, intente concentrarse
y retransmitirme las coordenadas. Si no las entiende puede vincular los datos a la
llamada y enviarlos como mensaje de texto.

–¡Perfecto! ¡Solo dile, por favor, a uno de tus compañeros que te dispare mientras te
los envío! ¡Idiota inútil!

–Insultar a un agente de la policía es un delito. Su comportamiento sera reportado.

–¡Reporta esto gilipoyas! ¡Soy Zenobia Fonseca socia mayoritaria de PAL, como
muera aquí por tu puta culpa te vas a pasar el resto de tu puta vida poniendo multas
de tráfico!

–Intentaremos llegar lo antes posible. –Ni le afecto. Colgó.

La superficie ya estaba cerca, los rayos del sol iluminaban con claridad la belleza
marina del lugar de ensueño, a ellas también. Los submarinos estaban más cerca aún.
Descendió hacia un grupo de rocas con el medidor de la bombona en la franja roja.
Intentando contactar con los neuroimplantes cercanos, Kichuki obedeciéndola no
había conectado el suyo, no miraba atrás, solo nadaba hacía la salvación.

Las balas impactaron contra las rocas rompiendo corales y piedra. Ella seguía
nadando, zigzageando, entre las rocas hacía la playa, evitando ponerse a tiro de las
ráfagas que intentaban alcanzarla por casualidad, con un dolor en el brazo que
empezaba a abrumarla. Al final de la formación rocosa el espacio era llano , un
blanco fácil, una muerte segura, estaba en la reserva, le dolía tanto el brazo.

Kichuki estaba adelantada, mucho, era una excelente nadadora. “¡Vamos Kichuki, tú
puedes hacerlo!” Rezaba para sus adentros.

El arpón la atravesó por el costado derecho, clavándosele hasta el pulmón, un montón


de burbujas salieron de su respirador, se dobló lo que pudo hacía atrás, dejo de mover
las piernas, El cable tiro del cuerpo arrastrándola hacía atrás dejando un hilo de
sangre roja en su estela. Luchó por liberarse, un par de empujones, las manos al
afilado metal, enseguida quedó colgando inmóvil.
Al mirar al agresor llena de ira vio a un chaval apenas superada la pubertad con una
sonrisa de éxito en el rostro a través del cristal del submarino. Algo muy rápido le
alcanzó desde arriba. Un fogonazo repentino que sonó como un carpetazo y la nave
desapareció en una constelación de burbujas desde la que se desperdigaban trozos de
metal rotos. Detrás de ella escucho otro carpetazo. Puede que dos más en la distancia.
Misiles tierra-aire-agua guiados y sin fricción. Zenobia subió aguantando el dolor
creciente del brazo, lenta, para evitarse más desgracias, un síndrome por
descompresión era lo que la faltaba para alimentar a los peces.

Al llegar a la superficie se quito los arreos que mantenían las bombonas en su sitio y
se conformó con flotar y respirar. En el cielo drones armados de la guardia costera la
rodeaban.

Como paso del agua a un vehículo aéreo y de hay al hospital se le hizo confuso,
borroso, como esa parte de la película que se apenas se atiende antes de quedarse
dormido.
Mentiras al ocaso

Despertó en una habitación para ella sola, oliendo a sábanas limpias y al perfume del
mar que se colaba por la ventana abierta dando los buenos días a una mañana soleada.
Paredes en blanco y azul, televisor antiguo, una maceta a nombre de la familia
Fonseca, ni una botella de agua. Llamó a enfermería, conexión abierta interna para
todos los clientes.

–Buenos días señorita Fonseca ¿Que tal se encuentra hoy?

–¿Consiguieron salvar a Kichuki?

–Perdone ¿Quién?

–La chica que estaba a mi lado, en el mar.

–Me temo que no, ya estaba muerta cuando la recogimos. Lo siento.

–Por favor podría traerme algo de comer y de beber.

–Enseguida.

Se miro el brazo, estaba vendado.

Los primeros en pasarse a visitarla fueron un par de agentes de policía. Les contesto
que si querían que les contase algo que la enviasen a la zorra calmada que atendió su
llamada. Al contrario de lo que esperaba, se la enviaron.

–Agente Neruda a su servicio. –Vestía el uniforme azul marino, una mujer de edad
avanzada con el pelo recogido en un moño y sin nada de pintura en la cara, con esa
mirada complaciente propia de los funcionarios apotronados en su puesto.

–¿Un poco tarde para eso no crees? –Se quedo callada. –¡Responde!

–Mi deber es localizar al lugar donde sucede el conflicto para poder comunicárselo a
la patrulla más cercana de forma...

–Ahorrate la parafernalia de manual agente Neruda. –La cortó. –Aquí las palabrotas
políticamente correctas no te van a salvar.

Volvió a callarse. –¿Sabes lo que le jode a una persona en peligro que la vengas con
la chorrada de calmarse? ¿Lo que te enerva que en plena urgencia la persona que esta
hay para ayudarte ponga su ego por delante a tu desgracia y con toda la chulería del
mundo te mande calmarte abusando de tu necesidad? O solo te importa un carajo.
–Mantener la mente fría es mejor para resolver los problemas y comunicarse con
eficacia.

–O una forma de escusar tu incompetencia en la imposibilidad de que la otra persona


cumpla con un requisito absurdo.

Si no era una pregunta no hablaba.

–Tenias una emisión abierta de emergencia. Podías localizarme ¿Y vas y me sueltas


que me pare para enviarte una puta especificación? Si llego a hacerte caso ahora
estaría muerta.

Tras un prolongado silencio Neruda pregunto. –¿Va ha informarme de los sucedido


en el distrito de administración?

–Cuando me llegue un certificado de tu suspensión del cuerpo. Puedes irte.

–Tengo dos hijos.

–Para disculparte tienes demasiado orgullo pero para esconderte detrás de tus hijos
no.

–Siento mucho las molestas que le...

–¡Largate de una vez!

En lo que llego el certificado fue inventándose toda una bonita historia de horror y
honor en la que unos soldados se sacrificaban por salvar a los asesores. Algo
estúpido, a ver quién se iba a creer a esas alturas que era Zenobia y no una agente
infiltrada. Al menos tenía que intentarlo.

Alfonso apareció de nuevo para llevar la a su habitación del hotel y colmarla de


atenciones, al menos era guapo y atento. No tardo en preguntarla por su aventura, no
le contó nada haciéndose la afectada por tanta muerte con una sobreactuación indigna
en comparación con la del asistente.

En los noticiarios locales las negociaciones se llevaban todo el protagonismo. El


numero de rehenes era grande y los obreros consiguieron sin derramar más sangre
que les enviasen alimentos y medicinas aderezados con cartas de despido y la
insistencia del gobierno de no ceder ante un acto de terrorismo.

Ella no era la única interesada en que su informe a la policía fuese un relato limpio.
Verónica envió a un abogado de la familia para ayudarla a recordar con una lista de
situaciones que era mejor olvidar de haberse sucedido.
El representante le dio una idea. Se puso en contacto con Belltower. Los cuales
enviaron un representante.

–Gracias por ponerse en contacto con nosotros. Sepa que lamentamos cualquier
sufrimiento que haya padecido en nuestro edificio y estaremos encantados de
ayudarla con lo que necesite para que supere este duro trauma. –Guapo, fuerte, joven
y simpático, un soldadito de esos que tienen una novia en cada puerto. Ojos azules,
mentón firme, si exagerar, dejas espesas, perlo corto pero sin ralear y una sonrisa que
influía seguridad.

–Seré clara. Ustedes han perdido mucho en este asalto obrero, perdidas humanas, de
material, reputación... Un desastre. Yo tengo que contarle una versión al gobierno.
Pienso que una en la que unos valientes soldados de Belltower rescatan a una
princesa sacrificando sus vidas en aras del deber sería la historia que este pueblo
necesita para recobrar la confianza en sus protectores.

El chico sonrió meneando la cabeza-. –Esa sería una gran historia sin duda.

–Dentro de poco vamos a sacar unas nueva cuchillas de antebrazo con nanobots, son
una maravilla. Están invitados a la demostración ¡Que menos después de haberme
salvado la vida!

–Mis superiores no se la perderían por nada del mundo. Ya sabe como somos los
militares, nos chiflan los juguetes nuevos.

–El problema es que soy algo mala con la escritura, a lo mejor conoce a alguien que
me pueda ayudar con mi ortografía.

–Tengo una amigo corresponsal de guerra que hace maravillas con las teclas. Le diré
que os eche una mano.

–Gracias.

Con tanta asistencia al final salió una historia propia de una película de acción,
patriotismo, honor, violencia, sentimientos enfrentados, una amor pasajero, muchos
disparos y un sacrifício épico.

La policía no se creyó ni media palabra, se conformaron ya que no les quedaba más


remedio. A Neruda solo la amonestaron. La prensa en cambio lo compró como si
fuera carne en oferta y lo vendió como chucherías. No podía salir del hotel sin que
una marabunta de paparazzi se conglomerara a su alrededor.
Verónica la llamo a su presencia. Esta vez acompañada de dos guardaespaldas,
grandes serios y tiesos como dos golems que apenas entraban en el despacho.

–Bonita historia. Solo los idiotas se la creerían. Que suerte de vivir en un universo de
necios.

–A veces suceden cosas increíbles.

–Claro. No creas que por tu buen juicio con Belltower ta va a salvar.

–¿Vas a intentar matarme... De nuevo?

–No fue un asesinato. Era para que Zenobia aprendiera de primera mano la crueldad
de los obreros.

–Pues te salió bastante... Mal ¿No?

–Ya. Que bien le va avenir esto a Enzo.

Zenobia sonrió. –¿Dando palos de ciega? Lizelle.

–La joven Lizelle. Es un encanto prometedor. –Verónica hizo un gesto indicando a los
guardaespaldas que se fueran. Cuando estuvieron al otro lado de la puerta prosiguió.
–No era un intento de asesinato. Si hubieras muerto en ese lugar habría perdido mi
posición.

–O no. Puede que fuera un mensaje de advertencia. Hay gente que prefiere el miedo.

–No soy de esas. En esta familia eso no funciona así.

–No es a mi a quién tiene que convencer.

–Todo lo que escuchamos es una opinión. La “verdad” de cada uno es subjetiva,


como transmitas “tú verdad” cambiara la percepción de mi familia en Tania sobre mi.

–Ahora es cuando intenta comprarme.

–No. Las mercenarias como tú no se venden, sobrevaloráis vuestra reputación.

–Todo el mundo lo hace.

–Soltó una única risotada. –Cierto. Ahora convénceme para que no te torture y
averigüe cuanta información has robado.
–No puede. Soy Zenobia Fonseca, un tropiezo más conmigo y pasara de bruja a ogra.
Si revela mi identidad la mitad no la creerán y la otra mitad sospechara que es una
estratagema. Además perderá el trato con Belltower.

–Chistó con desprecio. –Esos perros de malas pulgas no valen tanto como crees.

Se quedaron un momento mirándose a la cara.

–Eres ese tal Carlos ¿Verdad?

–¿Otra vez palos de ciega?

–Que te pareció lo que dije sobre vuestra relación.

–Realista. Me puso en un aprieto interpretativo.

Soltó otra risotada solitaria. –Tu ventaja es que no conocemos bien a la niña. Si no te
habríamos pillado, no creas que no sospechábamos de ti.

–Eso no significa nada, habrían sospechado de la Zenobia real de todas formas.

–¿La chica ha cambiado de verdad?

–No puede esperar un cambio repentino, que amanezca siendo otra persona, ya lo
sabe. Esta cambiando sería la expresión correcta.

–Eso también es como no decir nada. Todo el mundo cambia.

–Lo diré de otra forma. Sí, se esta volviendo más responsable.

–¿Como lo sabe?

–Su historial es bien conocido en ciertos círculos y me he pasado dos meses con ella
aprendiendo a imitarla.

–¿A que se debe ese cambio?

–Pregúntele a su padre ¿Confía más en una mercenaria que en su familia?

–Como la dije. Cada persona tiene su percepción del mundo. Imagino que ahora que
ha sido descubierta se marchara a informar a su superiora a Tania.

–Creo que seria lo mejor, sí.

–Satisfaga mi curiosidad antes de irse por favor. ¿Como es es tal Carlos?


Se fue tomando un tiempo por cada palabra, pensándosela. –Guapo, serio, valiente,
dedicado y leal.

–Como un buen perro.

–Un perro con algo de olfato.

Los ojos de Verónica se llenaron de malicia. –¿Cuanto por hacer que se separen?

–Nada. No puedo hacerlo. Aunque consiguiera llevármelo a la cama ella le


perdonaría.

–¿Tan enamorada esta?

–Creo que sí. Sí, lo esta.

Verónica resopló. –Habrá que esperar. Puede marcharse.

Se marcho del todo, hasta Tania. No tenía sentido demorar el viaje y dar tiempo a la
tita Fonseca a llevar a cabo ideas crueles. Por si acaso envió por delante un mensaje
relatando lo sucedido. Puede que los equipos del enlace cuántico fuesen muy serios y
seguros, pero si existía una probabilidad de fallo existía una posibilidad de sabotaje.
Otra vez yo

La sala acolchada, exaló una corriente de alivio desde lo más profundo de su ser, se
acabaron las batallas dialécticas a base de trabalenguas, llenar el cerebro con
especulaciones sobre el comportamiento propio y los pensamientos de otros, medir
cada paso esperando una trampa invisible, preocuparse por las opiniones de gente
perdida en su propio laberinto.

Esperó un rato y se alzo despacio. Todo en su sitio, desmejorado desde la ultima vez,
había perdido fuerza, pero en su sitio, incluso tenía un brazo de carne nuevo donde
antes estaba el de metal.

La puerta se abrió y entró un enfermero. Buenos días ¿Que tal? Todo bien.
Inspección. Sí, todo bien ¿Silla de ruedas? No esta vez. Salió andando, como un
abuelete pero andando, era su porpio cuerpo y aunque los primeros pasos no
estubieron muy atinados los segundos ya afinaban mejor, los terceros aceptable y así
hasta el prefecto. Al fin y al cabo ese si era su cuerpo. Lo otro había sido un sueño
raro.

Tuvo que descansar tres veces antes de alcanzar su habitación del hospital, fatigado
por e esfuerzo.

Cuando entró las hermanas Westwood estaban eserandole.

–Ni tan mal. –dijo Zenobia sorprendida por verle de pie.

Con cortesía esperaron a que se sentara en la cama y recuperara el aliento antes de


empezar la charla. Al enfermero le pidió un baso de agua. Lizelle saco una botella del
bolso y se la entregó. Iba de azul claro con lineas verdes en falda de tuvo chaqueta
abierta con una camisa con pechera por dentro. Zenobia llevava un largo vestido
suelto en blanco casi transparente terminada la falda en tres puntas empezada alta en
el torso, de hay ara arriba era una blusa abombada de corte rural con lazos azules que
caían como carámbanos hasta casi el suelo. Tocones y aros, eso no podían
intercambiarlo. Carlos se recrimino en silencio haber pensado así.

–¿Que tal fue? Empezó Lizelle.

–Un precioso paraíso que intentan convertir en un infierno.

–Me refiero a Verónica, vuelves pronto.

–Cuando por aquello de evitar morir tras una violación múltiple me escape de una
fortaleza submarina se percataron de que no era Zenobia.

–no te preocupes, lo entendemos.


–Lo entendemos ¡Que bruta eres a veces! –Solo faltaba el para componer el trío de
rubias excéntricas. Zenobia se sentó a su lado y le acaricio la espalda –¿Que tal estas?

–Raro, cambiar de cuerpo hace que sienta un hormigueo por todas partes y cada
movimiento me parezca impropio. Hasta mi voz me suena rara.

–Preferiría terminar esto cuanto antes. –dijo Lizelle mirando al cielo por la ventana.
Ese cielo encapotado y gris tan feo pero cuya familiaridad reconfortaba a Carlos.

–Pregunta.

–¿Que quería Verónica de Zenobia?

–Pretende casarla con un general, tiene una lista de opciones.

–¡Zorra! No pierde el tiempo. –se quejo Zenobia.

–¿Solo eso?

–Parte del proceso, o quizás la finalidad, es según ella, espabilarla y convertirla en un


miembro productivo de la familia. Me estuvo dando clases a base de reuniones y
trabajos como escarmientos.

–Lo mismo no habría sido tan malo que fueras tú.

–Que graciosa.

–Me masturbe mucho. –Las dos hermanas se quedaron tiesas por un segundo ante la
inoportuna confesión. –Oh perdonad, pensé que arrancaba el festival del humor.

Zenobia rió sin restricciones.

–Veo que se te ha pegado algo. –apuntó Lizelle.

–Si envías a Zenobia con su tía, yo iré con ella.

–Es muy caro.

–Entonces nos quedamos aquí.

–¿Fue tan horrible lo de la revuelta? –preguntó Zenobia acariciándole el pelo largo


rizado.

–Es, cariño. Mientras hablamos allí siguen matándose como cyberpsicopatas. Mejor
no te describo la escena.
–¿Tan grotesco fue? –pregunto Lizelle.

–Les faltó canibalizarse.

–¿La metió en esa trampa a propósito? –dijo Lizelle casi perdiendo el control de su
voz.

–Sí. Que Zenobia viese las batallas con sus propios ojos era parte del plan, lo que no
se imaginó es que aplastarían a las fuerzas de seguridad y tendría que luchar por su
vida.

–Hicimos bien en enviarte por delante.

–¡Y una mierda! Lo que la deberíamos haber mandado es una bomba. ¿¡Te das cuenta
de lo mal que podría haber terminado!?

–Sí. Carlos, cuando te encuentres mejor redáctame por favor la crónica sin dejarte
ningún detalle escabroso. La va asalir cara su negligencia. –Lizelle se marcho con
paso firme.

Zenobia lo abrazo de lado, un rato en silencio, luego dijo en tono de burla. –Así que
te masturbastes mucho.

–Descubrí un par de sitios que resultaban muy divertidos.

–¿A sí, como cuales?

–Hoy no. –Sonrió. –Apenas me mantengo de pie.

–Te podría dar un infarto. –Se besaron. –Esta tec de clonación tienen que mejorarla.

Un día con su noche en observación y de vuelta a casa. No recuperaba la fuerza tan


rápido como Zenobia pero iba mejorando. El médico le dijo que nada de implantes
hasta que no estuviera al cien por cien, Montero le aclaró por llamada que deberían
ponérselos de a poco para evitarse la cyberspicosis, no volvería a estar como al
marcharse hasta mediados del año siguiente. Por el momento debería conformarse
con el neuroimplante un ojo y un oído mecánicos. Nefastas noticias para él.

Ya en su primera tarde en casa intentó hacer algo de ejercicio, levantar unas


mancuernas, para su decepción se cansó en minutos. Agotado y sudando por mover
unos miseros kilos se fue al baño a quitarse la decepción con una ducha consolandose
de que al menos ahora tenía dos brazos y los huesos sin mellar.
Al enfrentarse al espejo se llevó un susto, se encontró con alguien que había
olvidado. Un fantasma del pasado desenterrado, patético y feo, que le miraba desde el
otro lado. Pelo color caca, insulsos ojos marrones, barbilla hundida de gallina, nariz
grande para un rostro chico. Un mierda que solo sabia meter la pata y dejarse
avasallar. Encima le miraba con desprecio, a poco estuvo de pegar al chatarrero
punketa.

Salio del baño y llamó a Montero para pedirle una cita para cambiarse la cara. Le
recordó que todavía tenía que recuperarse. Golpeó el colchón de la cama apretando
los dientes.

En la media noche fue otra vez al baño, procurando no despertar a Zenobia, se la


estaba pasando acariciándose la cara, apretando la carne que no le gustaba. Una vez
ante el espejo del lavabo observo de nuevo, directo a los ojos.

Había odiado a mucha gente, por diferentes motivos, en diferentes grados, sin
embargo a ese no le podía perdonar ni castigar. Conocía todos sus fallos y sus
fracasos, sus miserias, que no eran pocas. No le gustaba, no le quería, quería a Carlos,
el tipo duro que salva a la chica, no a Miguel, el flojeras al que todos engañaban y se
salvaba de chiripa.

Se intento calmar, como decía la telefonista, no, como decía su maestro, al que debió
vengar. Cada vez más agobiado volvió al gimnasio y empezó a pegar al saco de
boxeo, a pegarle con todas sus ganas, mirando al espejo que no estaba, reclamándole
la fuerza que le debía.

Se sentía sin fuerzas, escupía una baba densa, se mareaba un poco, pero seguía, tenía
que seguir.

–¿Que haces?

–Entreno. –Seguía pegando

–Es muy tarde ¿No puedes dormir?

–No. –jadeaba.

–Dejalo, estas exhausto.

–No.

–Carlos.

–No.
¿Carlos?

–No, todavía no.

–Necesitas tiempo...

–¡No! –dio una sarta de golpes al impávido saco y callo del lado al perder la fuerza en
una pierna.

Zenoia se acercó corriendo a su sudorosa pareja. –¿Que te pasa?

–¡No me mires! No me mires ¡Vete de aquí! –la gritó esquivando la linea de visión de
su pareja.

Ella le pus las manos en los hombros. –Tranquilo, es solo un efectos secundario del
viaje.

–No, no me mires... ¿Por qué o me has dicho nada cuando volví?

–Me da igual que te hayas operado. Mi cuerpo es de plastilina ¿Recuerdas?

–No es lo mismo ¡Este no soy yo! –Volvió a gritar.

–Esperabas encontrar al Carlos de siempre y te has encontrado con otro, eso te ha


asustado. Es comprensible. No pasa nada, somos datos no carne. El Carlos de siempre
sigue hay dentro.

–¡Quiero mi cuerpo de vuelta!

–Lo tendrás. Lo tendrás, se paciente.

–Paciente... ¡No quiero ser paciente! ¡Quiero ser yo de nuevo!

–Hablaremos con el doctor. Tranquilo, todo tiene solución.

–Verónica tiene razón, deberías buscarte un hombre mejor, alguien a tu altura.


–Apenas podía moverse.

–No digas tonterías.

–He estado en tu cuerpo. En tu mundo ¿Que es esto en comparación?

–Es real. Un amor real, no una ficción familiar por el poder.


–Seguro que Baba yaga tiene sus amantes y disfruta días de soleados cuando termina
de joder al universo.

–Sí. Pero ninguno la quiere de verdad. ¿Quién iba a querer a alguien así?

–Otro igual.

–No. Los monstruos solo se aman a si mismos.

–Yo soy un monstruo Zen.

–¿No me quieres?

Carlos se lo pensó un poco antes de desfallecer. –A lo mejor un monstruo puede amar.


Buscate otro Zen...

Despertó por culpa de las cosquillas. La luz del día entraba por el ventanal de su
habitación, se encontraba tumbado en su cama.

–Buenos días señor Nuñez. –Bata blanca y el logotipo del comunicador cuántico. –
Por lo visto a tenido un rechazo de identidad.

–No voy a recomendar su compañía a mis amigos.

–No se asuste. Le pasa a todos los primerizos.

–¿De veras?

–Siempre es distinto, cada uno lo supera a su manera. El suyo es el caso más común,
rechazar el rostro, al fin y al cabo es nuestra forma más directa y cotidiana de
reconocernos.

–¿Que me va a recetar?

–Calmantes. Sencillos, nada nuevo. Adelantaremos su operación de cirugía plástica


todo lo posible, mientras tanto intente no exaltarse.

–No, quisiera empalmar el cambio con la coraza subcutánea para no dejar huecos en
el blindaje.

–Entiendo. Ver lo que se puede hacer, una operación de piel a esa escala es un asunto
más serio que una simple modificación estética, envíeme el contacto de su médico de
confianza cuando pueda.

Se lo envió al momento. –Gracias doctor.


El doctor hablo algo con Zenobia antes de irse.

–¿Es cierto? Vas a aguantar.

Carlos e encontraba sentado observando la ciudad al otro lado del cristal, una
transbordador despegaba con toda su fuerza ascendiendo en el cielo dejando tras de si
una nube de vapor. –Sí, hay que ser pragmatico.

–Ayer delirabas.

–Siento haberte hecho pasar una mala noche.

Zenobia atravesó la cama dando botes para quedar a su lado, detrás de él. Se apoyó
en su espalda cubriéndolo con los brazos y le susurró con ton maternal. –¿Que vamos
a hacer hasta entonces loquito?

–No quiero salir, mucho menos que me vea Teressa. Lo que me hacía falta, asustarla.

–¿Es por ser feo?

–Feo y débil.

–¿Tan mal te parece vivir sin aumentos?

–Amor, tú no sabes lo que es vivir siendo normal. Tu cuerpo es tan fuerte como uno
con implantes.

–Y tú no deberías prestar oídos a la zorra viperina de Verónica.

En una tarde terminó el informe, al siguiente lo revisó y se lo envió a Lizelle.


Zenobia debió de leerlo, o quizás fuese por el susto nocturno que se puso cariñosa
con él, intentando levantarle en ánimo, no lo logró ya que el problema era él mismo.
Con tacto, paciencia y tiempo consiguió sacarlo a la calle, fue a ver a Oscar y
Teressa, la cual, preparada para el cambio, no se asustó. No tuvo otro episodio de
delirio nocturno aunque siguió entrenando en exceso y su relación de pareja se
resintió, seguía distante y sin sexo.
Nueva rutina

Por fin llegó el día de la operación y le implantaron la cara nueva, una con absorción
de impáctos, visor térmico que no necesitaba de tatuajes de plata para ocultar el rostro
la cual se acoplaba a la perfección a su coraza subcutánea ignífuga con aislante
electromagnético. Le bastó el tiempo que se paso en cama con el fin de recuperar su
salud física para recuperar la estabilidad emocional que le había faltado en un par de
meses.

–Enseñame a pelear.

–¿Y eso?

–Dices que este cuerpo de barbie es como uno aumentado. Pues enseñame a usarlo.

–nunca me has pedido eso antes.

–Creía que solo servía para posturear e inflarte a comer sin engordar.

Carlos sonrió para el suelo. Se habían pasado dos meses separados y luego otros dos
tan distantes como si el siguiera en Quimera. –Vale, me vendrá bien que me aticen un
poco para que la piel se endurezca ahora que ha afianzado sobre el implante. Ponte
ropa más cómoda y empezamos.

–Aún no ha cumplido el plazo. Se contar.

–Las primeras clases son teoría. No creas que en las artes marciales es todo patalear.

–¡Ah! ¿Entonces para que el chandal?

Carlos la hizo un gesto indicándola que fuera a ponerselo. Le hizo caso. En un minuto
volvió con un top y un pantaloncito de maya elásticos que no dejaban nada para la
imaginación, nada.

Fueron al gimnasio y hablaron de filosofía, respiración, ritmo y posturas torturandose


el uno al otro hasta que se rindieron al deseo.

Ni las clases ni el sexo acabaron ese día. Recuperaron el ritmo de encuentros de


cuerpos enroscados embriagados de placer en los que pusieron en practica los
descubrimientos hechos por Carlos en Quimera y alguno más derivado de esa
exploración de la sensibilidad de Zenobia.
Las clases continuaron con ropa holgada pera evitar finales prematuros de las
lecciones. Como experta en danza a Zenobia no le costo adquirir la mayoría de
conceptos básicos, su cuerpo iba por delante por lo que resultaba una alumna
excelente.

En una e esas clases salió un tema de eso que preferían esconder bajo la cama. Por las
miradas Carlos sabía que se lo venía guardando desde que le propuso dar clases,
dejándolo de un día para otro, prefiriendo disfrutar de la normalidad perdida que
hurgar en la oscura herida del pasado.

–Tú conoces a mis padres. Nunca me has contado nada de los tuyos.

–No hay nada que contar.

–Dijistes que tenías una madre.

–Sí.

–¿Y tu padre?

–Nunca le conocí, se fue antes de que tuviera uso de razón.

–¿No has querido conocerlo?

–No. Mejor eso que llevarme un chasco.

Siguieron entrenando hasta que Carlos no soportó más el dilema contenido de


Zenobia. –Vamos suéltalo.

–¿El que?

–Me estas poniendo de los nervios ¿Que quieres decir?

–La culpa es de Lizelle. Yo prefiero no hablar de estos temas. –Se enfadó.

–¿Que ha hecho Liz ahora?

–Ha descubierto quién es tu padre biológico.

–¿¡Por qué ha hecho eso!? –El entrenamiento terminó. Ya estaban enfadados los dos.

–Porque no se puede estar quieta. ¡Yo que se! El caso es que me envió un informe y
no sabía si entregártelo o quemarlo o que.

–¿¡Ahora también me espía a mi!?


–No. no es eso. Por lo visto... ¡Joder! ¡Esto lo va a estropear todo! –dijo levantando
las manos al cielo. –Si no quieres saber de él lo tiro a la basura y aquí no ha pasado
nada.

Carlos se frotó las sienes dando vueltas por el gimnasio como una fiera encerrada.
Respiró hondo calmándose. –Deja que lo vea. Supongo que saber quién es tampoco
será para tanto.

Zenobia se o envió vía neuroimplantes quedándose de pie con los brazos cruzados y
el rostro molesto. Carlos se sentó en una banqueta y revisó el archivo. Era obvio por
que Lizelle lo había identificado, el parecido con Miguel era asombroso. Gerard Sáez
socio mayorista de Monzón, una famosa empresa de reparto a domicilio, la forma
más común de comprar.

–¿Mi padre es un puto ricachón?

–Según el análisis de ADN sí.

–¿No se supone que este tipo de estudios son ilegales?¿De donde habéis sacado su
muestra?

–Liz, yo en esto no he tenido nada que ver. Cuando me lo dijo ya lo había terminado
y sí, es ilegal, deberíamos destruir la info.

–La prueba querrás decir.

–Al ser obtenida de forma ilegal no te vale de nada.

–¿Como la consiguió?

–Gerardo es un mujeriego centenario que disfruta conquistando bebés obreritas en


locales mixtos para luego deshacerse de ellas, tienes muchos hermanos. Solo habría
que coger su baso de cualquier antro que frecuente.

–Le conoces de...

–¡No! –Le interrumpió tajante.

–Perdona.

Zenobia se sentó a su lado. –No le vas a sacar nada. Nunca ha mantenido a un hijo
concebido fuera de un matrimonio concertado y tú tampoco eres de esos que persigue
al playboy exigiendo cuentas. Haz como has dicho antes, tira esto a la basura y
sigamos adelante.
–¿Se divierte preñando obreras?

–Es fácil. Muchas lo ven como su salida de la pobreza, el príncipe azul que acude en
su rescate. La elegancia y riqueza del gran señor las atrae como polillas y él las
consume de la misma manera que lo haría una bombilla. No se que disfrutará más, si
seducirlas como pardillas o arrancándolas las alas. El caso es que es un canalla.

–¿Así que soy el resultado de los fetiches de un cerdo decadente sin escrúpulos?

Zenobia lo abrazó. –No pienses eso. Que él sea un miserable no significa que tú
tengas que serlo.

–¿Que significa?

–Nada de nada.

–Al menos ahora ya se porque mi madre no me abortó. Le pensaría sacar sus créditos
a cambio de una manutención, su silencio o algo por el estilo. Por lo pobres que
éramos le debió salir el tiro por la culata.

–A pesar de eso ahora eres un hombre fuerte y adinerado. Con una casa grande,
amigos y una novia que te quiere mucho.

Carlos se dejo caer en el cálido regazo de su chica. –Este universo es un manicomio.

Recuperado de sus problemas se re-insertó en el mercado laboral, con tantísimas


empresas instalándose en Entrevías y sobre todo las granjas más allá encontrar
trabajo como instalador de maquinaria robótica fue cuestión de días. Por suerte para
el, sus cuentas estaban muy menguadas, su trabajo en Quimera había sido pagado en
especia y desde entonces solo había tenido gastos.

Su día a día se transformo en una rutina de instalación de plataformas elevadas,


brazos mecánicos, silos y centralitas para drones, etc. Toda la maquinaria necesaria
para que las granjas funcionase con un mínimo de personal. Bajo la presión de unos
jefes que lo querían todo para ayer ya que tenían que transplantar el material de
Entrevías lo antes posible.

–Carlos ¿Cuanto llevas con ese brazo? Te voy a meter un dedo en el culo a ver si así
corres.

–Me gustaría ver como lo Intenta.

–¿¡Es que no ves que tenemos prisa!?

–No, mi salario sigue igual.


–¡Seras sin vergüenza! No llevas ni dos días aquí y ya estas pidiendo como un
mendigo. No me gustan los empleados que hablan de dinero en vez de trabajar.

–A mi no me van los tacaños que pagan el mínimo y encima meten prisas.

–¿Si no te gusta para que aceptaste el contrato? ¡Haberte quedado en casa so vago!

–¿Eso es un despido? Porque si lo es en la granja de al lado necesitan gente.

–¡No te van a pagar mas gañan!

–Claro que no, ya habéis decidido mi salario entre vosotros. Sin embargo solo puedo
trabajar en un sitio a la vez. ¿Cual va a ser? ¿Este o el otro?

–¡Ponte chulito ahora, dentro de un año cuando esto este acabado te arrepentirás de
no haberte esforzado!

–¿Cuanta maquinaria dices que has instalado tú? A no, a ti te pagan por ladrar.

–¡De hambre te vas a morir! ¿¡Me oyes!? ¡Termina con el maldito brazo ese y ve a
revisar el receptor de drones! Se ha atascado uno.

–Alguien que lo construiría con prisas y lo hizo mal. Asciéndale, que terminó a
tiempo.

–¡Por culpa de gente como tú la economía va como el culo!

–¿Esas frases te las enseña tu jefe en persona o te da una lista escrita?

–Te crees muy listo ¿Verdad? ¿Sabes la de gente que esta esperando a que tu termines
para entrar a trabajar?

–¿No están en Entrevías en la granja vieja?

–Aquí emplearemos el doble de gente, se te dio un folleto ¿Lo leístes a caso?

–Sí, ponía algo sobre un buen ambiente laboral, compañerismo y opciones de futuro
¿Todavía no las habéis sacado de la caja verdad?

–¡No hay compañerismo para vagos!

Carlos se bajo de la plataforma y le puso la herramienta en la mano al moreno bien


parecido de pelo raso con ojos negros de cuidada piel brillante preparado para una
pelea. –Veamos que tal trabajas tú.
–Yo ya hago mi parte. No voy a hacer la tuya también. –Tiro la herramienta al suelo y
se fue encabronado.

–¡Se supone que eres ingeniero! Nosotros trabajamos haciendo cosas no parloteando!
–Le gritó.

–¡Supervisor! ¡Gilipoyas! ¡Que sepas que voy a reportar de esto!

–¡Reportame esta también! –Se toco la polla.

Sabiendo que le despedirían al finalizar el trabajo, cosa que hicieron con el resto de la
plantilla exceptuando a un amigote del supervisor, se cambio a las dos semanas a la
granja de al lado, y luego otra vez, así hasta que encontró un supervisor más educado
y menos reportador que si necesitaba que apretase el ritmo le hablaba de una ladilla
que tenía en los testículos que le molestaba mucho y le premiaba con ratitos de
descanso clandestinos cuando acallaban a la ladilla. Con eso sus granjas no fueron las
primeras en terminarse, pero si las mejor construidas.

Al año le ofrecieron un puesto fijo de supervisor de mantenimiento en la empresa


cliente, algo raro como un perro de verdad, vacantes que solían acabar en el familiar
o buen amigo de alguien importante, o puede que un veterano al borde de la
jubilación del que la constructora quisiera deshacerse. Al ver el nombre de la
compañía cliente se mensajeó con su dueña.

–¿Es cosa tuya?

–¿Importa?

–No, supongo que no. Estas cosas siempre son así. –Arrastro las palabras.

–Sigue siendo un trabajo. No pienses que te puedes quedar dormido en tu mini


oficina.

–No es en lo que estaba pensando.

–Podrías optar a más si quisieras.

–Gracias pero creo que sería mejor para los dos guardar las distancias.

–No es mejor para ninguno. Yo siempre te querré más que ella.

–Por favor, no lo compliques.

–¿Seguís enamorados?
–Sí.

–¿No se ha cansado de tu vida de obrero? ¿Te da un besito al salir de casa y esta hay
a la vuelta para darte la bienvenida? ¿Todo bien en la casita de muñecas?

–No hace falta que te pongas cínica.

–Perdona, he tenido un mal día. ¿Te gusta tu trabajo?

–En verdad la rutina es tediosa sin embargo no me quejo, es un trabajo honrado, ni


piso ni maltrato ni derramo sangre y me da para vivir.

–El problema es que no es el tiempo la principal causa de mortandad. Un día tendrás


una accidente, en la calle, en al aire, en el trabajo... Morirás de verdad a menos que
consigas que te hagan una copia de identidad para resucitarte. Con lo que ganas de
ingeniero no puedes permitírtelo.

–Lo sé Claudia. Me imagino que podría conseguir la eternidad matando a un centenar


de personas, o puede que a un millar.

–¿Que tiene de malo? Van a morir de todas formas y ellos no dudarían en hacértelo a
ti.

–El dolor, todo el sufrimiento que genera y se queda a tu alrededor como un hedor
que te amarga la comida y te quita el sueño.

–Elige a gente que no te importe matar.

–Para ganar dinero tienes que asesinar a quienes cuyas muertes te aporten beneficios,
no a quién te caiga mal. Y añun encontrando a gente que cumpla esos requisitos, se
sigue generando dolor, los malos también tienen seres queridos.

–Te has vuelto demasiado escrupuloso. Quieres permanecer limpio en el lodazal de la


vida. Carlos, deja de soñar, te lo ruego.

–¿Ya tienes tu copia?

–Sí. Puedo conseguirte una, solo te pediré una cosa a cambio.

–Gracias. Yo también tengo una, puede que no este tan limpio como crees.

–¿Que te pidió a cambio?

–Es clasificado.
–Trabaja para mi.

–Ya lo hago. Adiós Claudia.

–Besos.

La verdad es que en la casa de muñecas las cosas no iban bien, ni mal. La rutina se
había apoderado de eso también. Zenobia seguía trabajando en cargos de confianza
para PAL, lo cual a veces la agobiaba bastante y para relajarse salia sola a divertirse
pues el no podía acompañarla con su horario. No creía que le fuera infiel, pero estaba
volviendo a los casinos y los pubs en busca de las emociones que no encontraba en
casa.

Verónica seguía al mando, su negligencia no había sido suficiente para despojarla del
cargo aunque la había hecho tambalearse.

Como tendero, la mejora de la economía de la ciudad había impulsado la suya, el


ciudadano corriente ya no se conformaba con la pistola de oferta de décimo octava
mano, querían armas precisas y fiables como las que Vendía Oscar. Jiho seguía
sumido en su gran proyecto y Kylikki estaba planeando salirse de runner para meterse
en el negocio familiar de la cría del salmón montando su propia piscifactoría, Mc
Kenzie necesitaba una exclusiva, más que de costumbre, el mundo estaba demasiado
tranquilo para su oficio. A la que le iba mal era a Monique.

Fue a verla a su casa, con lo que ganaba se había permitido alquilar un piso en el
distrito cuatro, Una casa pequeña pero recogida, con su salón amplio de confortables
asientos, sus buenas ventanas para iluminarlo, su cocinita esquinera, una baño
espacioso y un dormitorio con los básico. El salón lo había decorado con sus
manualidades de colores en forma de latas de bebida hechas flores, simples telas
coloridas cubriendo los muebles y recortes de revistas convertidos en simpáticas
pegatinas.

Fue a verla por petición de ella, encontrándola magullada y con moratones en la cara
y el cuerpo.

–¿Quién te ha hecho eso?

–Le debo dinero a un prestamista ¿Podría retrasarme unos meses con tus pagos?

–Sí, mejor eso a que te den palizas.

–Gracias. –sollozaba con un pañuelo en las manos y una bolsa de hielo sobre la
mesita.

–¿No se suponía que ibas bien de créditos?


–Sí, así era, pero no me llegaba para comprar la inmortalidad. Ya sabes ¿Quién quiere
una modelo vieja?

–Pedistes un préstamo a unos matones.

–El banco no me quería dar más créditos. Decían que mi trabajo es inestable. Tenían
razón, me estaban apartando por chicas más jóvenes. De hay las prisas, y la falta de
dinero.

–Si este han atacado es porque hace tiempo que no les pagas su cuota.

–Recuperar la posición no es fácil. Los diseñadores siempre quieren carne fresca,


nuevos rostros, en la pasarela y en la cama.

–¿Te has planteado cambiar de oficio?

–¡No! ¿Que quieres que haga? Solo se ser guapa. Nací en Zaratustra donde llueve
lodo tóxico y no hay universidad.

–Vale ¿Cuanto llevas devuelto del préstamo?

–La mitad, y solo pedí la mitad de la terapia, el resto lo pague con mis ahorros.

–Mejor ¿Cuantos créditos debes?

–Unos doscientos mil. Sumale cuarenta más por los intereses. Dicen que me van a
subir el interés si no empiezo a devolver.

–Y se han garantizado que no puedas hacerlo al dejarte hecha un destrozo.

–No quiero volver a la prostitución Carlos.

–¿A quién le debes el dinero?

–A Irma Mandel.

–¿Tiene banda, pertenece a alguna organización o trabaja en algo?

–Es de ultraderecha.

–¿En serio? De toda la escoria de la ciudad tuvistes que pedirles un... –Se cayó por no
regodear en los oscuro de la situación. –No tengo esa cantidad de dinero ni les puedo
convencer de que te den tiempo. –Carlos la clavó la mirada. –Ni se te ocurra meter a
Oscar en esto, tiene una niña pequeña y lo último que queremos es que la pongan la
mano encima.
–¿Que voy a hacer entonces? –dijo al borde del llanto.

–Ya pensare algo ¡Por ahora deja de endeudarte con todo el mundo! –Se levantó
señalándola con el dedo.

–¡Soy pobre y tengo necesidades! ¿¡Como voy a sobrevivir con estos salarios!? ¡No
me alcanza para todo lo que me exigen!

–¡Lo sé, lo sé! Todos estamos endeudados, por eso los llaman créditos. Pero chica, los
fascistas...

–¡Nadie más me lo otorgaba!

Fue a ver a Speer, intentó convencerlo como antiguo cliente de que le dijera a la tal
Irma que se relajara con Monique. Hacía tanto tiempo que no tenían tratos que no
ejerció influencia sobre él. Al menos paso el mensaje y al tiempo lo llamó la propia
Mandel.

–¿Es usted el señor Carlos, ex runner amigo de Monique?

–Sí.

–Speer me ha hecho saber de sus inquietudes y he pensado que lo mismo podríamos


llegar a un acuerdo, si aún esta interesado.

–Usted dirá.

–Le ofrezco dos opciones. La primera es traspasarle a usted la deuda en las


cantidades, plazos e intereses acordados con su amiga ¿Le interesa?

–Ya sabe que no. Ahora cuénteme la trampa.

–¿No le parece justo que una persona reclame lo que con claridad y en mutuo acuerdo
se le debe?

–Sí, mucho, en los negocios y en la vida.

–La otra opción es que me resuelva un problema que tengo, con lo que la deuda
quedaría saldada. Hay una persona que me debe una buena cantidad de créditos y se
cree tan importante que ya no tiene que pagarme. Su trabajo consistiría en traermelo.

–¿De quién estaríamos hablando?

–No le contaré más a menos que acepte.


–No acepto nada sin tener la información necesaria.

–La otra opción es que su amiga pague al modo tradicional.

–Al menos cuénteme de que defensas dispone.

–Bastantes, si no fuera así se lo encargaría a mis chicos.

–¿Que rango ocupa en el mundo corporativo?

–Ninguno, es solo una fantoche disfrutando de sus quince minutos de fama.

–Acepto. Con la clausula de que si me ha mentido la operación será abortada.

–Soy una mujer integra señor. El sujeto es Kaan O'connor, boxeador profesional
amante de la fama y las fiestas, no le costará encontrarlo. El problema es que a parte
de que su tren de vida le deja pocos momentos a solas esta chipeado hasta las cejas.
Blindaje subcutáneo, músculos de nanofibras, ópticas reflejas, neuroimplante anti
intrusión, esqueleto reforzado, sinápticas potenciadas, controladores del dolor,
columna de nanobots, puños de gorila, incluso un resucitador y un limpia sangre, con
el los narcóticos no sirven.

–A comprado usted un buen androide.

–Una pena que no obedezca. Por si fuera poco ha contratado dos guardaespaldas casi
tan cybernéticos como él mismo. Aún así le recuerdo que su peor enemigo serán las
cámaras, le encanta estar bajo los focos. Le quiero vivo, en mi garaje, para apretarle
las tuercas, no puedo hacerlo con la policía llamando a la puerta ¿Lo entiende?

–Claro.

–Cuando cree que lo tendrá para mi.

–No lo se. Primero tendré que estudiar sus costumbres, buscar puntos débiles, luego
preparar un plan y esperar la oportunidad. Tenga paciencia.

–La tengo, pero no abuse de ella, ya sabe como me pongo.

Eso hizo, uso sus ratos libres para estudiar al moroso Kaan. Era fácil, como le había
explicado Mandel le encantaba ser el centro de atención y publicaba en internet toda
su agenda, dedicaba más tiempo a la publicidad que al sueño.
Era un luchador carismático, sobre la enorme masa de músculos sintéticos había un
pelirojo de larga barba cuadrada y nula cabelllera a la que la nariz torcida por los
golpes y la ceja izquierda partida le añadía encanto a unos ojos saltones con un brillo
de ilusión.

Acudía a todas las fiestas que podía en donde a base de gritos bonachones y
escandalosas carcajadas animaba el ambiente, procurando tener siempre dos modelos
emperifolladas a cada lado y hacerse fotos con alegres posturas ridículas con el resto
de asistentes.

Asaltarlo en esas era imposible y a parte de los combates, donde la seguridad por el
tema de los asaltos informáticos y el uso de drogas para sabotear a los contendientes
era considerable, solo paraba en su casa, una ático en el distrito de artesanos con una
seguridad de corporata. Con razón Mendel le estaba dejando le marrón a otro.

Carlos asistió como espectador a una de las peleas con Oscar, utilizando a la multitud
de amantes del boxeo como camuflaje. Dedujo que era un buen luchador y que de
enfrentarse en un cara a cara con él tendría las de perder. La seguridad del edificio no
era destacable pero estaba llena de gente de un hiendo de un lado para otro por
pasillos rectos sin lugares donde esconderse le detectarían por accidente en un par de
minutos. A la salida encontró un punto a su favor, usaba un ostentoso descapotable
dorado largo como un camión con dibujos alabando su oficio y persona. Como sus
guardaespaldas tenían que protegerlo a la que subía había unos cuatro segundos en
los que se quedaba solo con el chófer.

El otro dato que llamo su atención era una bonita joven, apenas adolescente, vestida
con ropas gastadas que desencajaba entre la multitud de fans por su pobreza y edad
pero a pesar de ello insistía en acercarse a la estrella durante su afable y gloriosa
despedida apartada por la seguridad.
Los sirvientes

Cuando O'conner se hubo marchado, excusado ante Oscar por ir al baño antes de
volver a casa, fue en busca de la niña.

–Hola pequeña.

Era muy bonita, delicada princesa de rizos dorados destartalados por la falta de un
cepillo, grandes ojos azules, finito mentón, naricilla respingona y labios gruesos. Sus
piernas eran largas y sus caderas algo anchas para su edad, los bracitos delgados
propios de una ninfa. –No debo hablar con usted.

–Tampoco deberías estar por aquí ¿No eres un poco joven para este lugar?

–No... –Miró a su alrededor –No importa.

–Te debe gustar mucho el boxeo.

–No me gusta.

–¿Que haces aquí entonces?

–Tengo que hablar con Kaan ¿Le conoces?

–Me gustaría conocerle. Parece un gran deportista.

–Lo es. Es el mejor boxeador del mundo, Ganará la competición estelar y se


convertirá en una leyenda.

–Te gusta mucho ¿Le conoces?

–Sí. Bueno... No. –Miro al suelo y se recogió en si misma, cogiéndose el brazo y


jugueteando con los pies.

–¿Donde están tus acompañantes?

–He venido sola.

–¿Donde vives?

No respondió.

–¿Tienes casa?

–Sí. Ahora me volveré a ella. No puedo seguirlo.


–¿Tanto quieres conocerlo? ¿Por qué?

–Debo hacerlo, debo cuidarle.

–¿Por?

–Es lo que tengo que hacer.

–¿Quién te ha dicho eso?

–El protocolo... –Se cortó. –No es de su incumbencia.

–Perdona. Es solo que se me hace muy raro ver a una chica tan joven por estos lares
para conocer a Kaan cuando es tan peligroso estar fuera a estas horas. ¿Como piensas
volver a casa?

–Andando.

–Si quieres te llevo en mi moto. Así llegaras antes y sin que te hagan daño.

–Sí. Gracias. Pero nada de sexo.


–Nada de sexo. Entendido.

La casa eras un agujero destartalado en una megatorre. Una pegatina en la puerta


recordaba a la dueña el desahucio inminente. Al llegar a la puerta la chica se paro en
medio y dando la vuelta se encaró a él.

–Lo siento, es usted muy amable y se lo agradezco de corazón, pero no puedo dejarle
entrar a esta casa.

–¿No era tu casa?

–No lo es, vivo aquí pero no es mí propiedad.

–¿A quién pertenece?

–A Kaan O'connor.

–¿Vives en su anterior hogar sin conocerle?

No contestó.

–¿Por qué quieres verlo?

–Para cuidarlo.
–Tacto frío, protocolos, protección del hogar, apoyarlo a pesar de detestar el boxeo. O
eres la groupi más rara de la historia o un robot de compañía.

–¡Debe marcharse! –Golpeo el suelo con su pie enfadada.

–Podría ayudarte a contactar con él.

–¿De veras? –Miro a los lados y sonrió a la que jugaba con sus deditos.

–Quieres estar con él ¿A que sí?

–Es lo que más deseo en el mundo.

–¿Él te ordenó que protegieras el hogar sin dejar pasar a nadie?

–Sí.

–¿Por qué no dijistes antes que Kaan O'connor es tu dueño?

–¡No lo es! Eso es falso.

–¿Quién es tu dueño? ¿A quién debería devolverte si te encuentro extraviada?

–A Kaan O'Connor. Aunque él no sea mi dueño.

–¿Tu dueño te a prohibido revelar que eres de su propiedad?

Asintió con la cabeza.

–¿Sabes por qué tu dueño no te ha llevado con él?

–No, se fue de repente, con prisas, se dejo todo. No he podido contactar con él desde
entonces.

–¿Por qué le sigues? ¿No deberías estar esperándole en tu cápsula de mantenimiento?

–Necesita de su sesión semanal. Si no se pone nervioso.

–¿Sesión de que?

–De entrenamiento.

–¿Que tipo de entrenamiento? No eres un robot de boxeo, pareces más bien de


cuidado de infantes.
No respondió.

–Te ha prohibido hablar de eso también ¿Verdad?

Asintió con la cabeza.

–Nada de sexo... ¿Sabes hasta que punto te ha modificado?

–No. El registro ha sido borrado. Dijo que podría ayudarme a contactar con él.
–Reclamó cual niña a la que la han incumplido una promesa.

–Sí, puedo hacerlo, intentarlo al menos, como te habrás dado cuenta no es fácil.

–Sí, eso es cierto, no se porque me ignora cuando le hablo. Eso me pone triste.
–Agacho la cabeza y se balanceó sobre sus pies a la que hablaba con tono triste.

–Necesitare de tu asistencia ¿Puedes asistirme?

–Solo si la ayuda requerida no incumple las ordenes archivadas del usuario y los
protocolos de seguridad de MACACO.

–¿Los protocolos de MACACO no te prohíben desplazarte sin la compañía de un


usuario?

No respondió.

–¿Te ha prohibido el usuario que te hagan revisiones del sistema operativo?

–Sí.

–¿Como te llamas?

–Venus.

–Como no. –Se acuclillo para intentar aparentar ser más simpático. –Venus, tus
protocolos han sido violados, tu comportamiento es anómalo. Necesitas una revisión.

–No sin la presencia y autorización del usuario.

Carlos sabía que si el usuario se había priorizado a si mismo respecto a los protocolos
esa robot no obedecería. Era más, si había anulado la primera ley de no hacer daño a
humanos intentar repararla podría provocar una pelea tan dura como la estructura
interna de la máquina, a saber cual si también había modificado eso.
También sabía que un robot así debía ser notificado a las autoridades de inmediato.
No era ninguna broma, las penas por violar leyes y protocolos eran de cadena
perpetua. Por no denunciar implicaba unos cuantos años y no había abogado capaz de
salvarlo si le pillaban.

–¿Sabes cuando Kaan tiene su siguiente pelea en la que aterrice en suelo?

–Dentro de cuatro días en el ring “Arena de titanes”

–Tengo una idea, a ver que te parece. Dejamos a su chófer ko, me ayudas a piratear
su auto y le recogemos nosotros en vez de esa gente mala que nos impide contactar
con O'Connor.

–Sería fantástico. Así podríamos hablar con él. –dio un saltito y varias palmadas con
las puntas de sus manitas.

–La cuestión es... ¿Tu podrías piratearlo para que yo lo condujera sin que el sistema
operativo me lo impidiera?

Agacho la cabeza y hurgó con su pie en el suelo. –No...

–Se de una persona que podría enseñarte. Pero tendrías que darle acceso a tu sistema
para que instalase los programas.

–No debo permitirlo, no sin Kaan.

–Que pena, no podrá ser.

–¡No espera! Cuidar de Kaan es prioritario a mi integridad, anulare esa orden en


beneficio de la prioritaria.

–Vienes conmigo a ver a esas persona.

–¡Sí!

Como buen jugador de neurojuegos sabía explotar la predicibilidad de una IA.

Se la llevo a su experto preferido. Una vez conectada quedó bajo control del
informático que apagó su consciencia para manipularla sin peligro. Jiho fascinó al
enredar en sus entresijos más que Carlos al explorar su estructura.

La robot no solo había sido mejorada para poder tener relaciones sexuales si no que
habían mejorado la resistencia con un esqueleto de mayor densidad y un acolchado de
nanofibras a parte de añadirla un disco duro de mayor capacidad y optimizado el
eléctrico.
El disco duro había sido una mejora necesaria para añadir toda la programación
adicional. A parte de la de comportamiento de cuidadora y un programa de boxeo se
había añadido una de satisfacción sexual y otra de amante esposa, entrelazadas entre
si que Jiho catalogó de obra maestra. No por el hecho de estar unidas, cosa que era
normal en los entornos de los fetiches de los bajos fondos, si no porque apenas
causase conflictos en la conducta.

Las leyes de la robótica también habían sido violadas. La primera usando el programa
de boxeo, de nada sirve un muñeco de entrenamiento que no te puede devolver el
golpe. En cuanto a la segunda, sobre la obediencia, solo había un sujeto al mando,
Rory Galvay, verdadero nombre de Kaan, la tercera, respecto a la conservación, era la
única respetada. El resto de protocolos sobre protección de la tecnología del
escrutinio y modificación no autorizados habían sido borrados. Por lo que les ahorro
tiempo a la hora de modificarla ellos. Solo había un problema, el nuevo dueño.

–Ni loco me pongo como propietario de este cacharro, si alguien leyera mi nombre en
esta máquina me encerrarían de por vida.

–Peor aún, te pondrían a picar hielo. Por eso yo también paso.

–Tampoco podemos dejar a Kaan. No quiero que ella me ataque en cuanto se lo


ordene. Con esas extremidades me mataría a patadas.

–Si lo que sugieres es dejarla libre. No hace falta que te diga lo ilegal que es liberar
una IA.

–El caso es que necesito que me ayude con un trabajo, a parte de eso, sería una
distracción fabulosa para mantener al sujeto tranquilito hasta su destino.

–Alguien tiene que estar hay escrito.

–¿Que pasaría si pusiéramos a una persona que no estuviera presente y la dejáramos


tal cual, como si esa persona le hubiese dado las ordenes que tiene?

–Cumpliría con ellas sin obedecer a O'Connor

Carlos sonrió cual demonio.

–¿A quién pongo? Recuerda que necesitamos su foto.

–Busca por internet a un tal Gerard Sáez.


A parte de ese cambio anularon un par de ordenes como las de proteger a Kaan y su
hogar, metieron una colección de programas de hackeo y la cerraron. Al reactivarse
no era consciente de nada salvo de que ya era capaz de cumplir su parte en la
aventura que la llevaría con su amado Kaan O'Connor,

Dejó a Venus en su hogar y regreso a su piso con la mentira en los labios de haberse
quedado a tomar unas cervezas con Oscar en el Kleinmman.

En un par de días se consiguió unas prendas idénticas a la del chófer de O'Conner,


paso por el peluquero y puso a prueba la luz de plata del implante facial. Echaba de
menos los tatuajes a pesar de que le señalaran como criminal a cada sitio que iba,
tendría que volver a ponérselos, a Zenobia también la gustaban, sobre todo de noche
en la cama.

Se excuso con su novia usando a Oscar como compañero de juerga, recogió a Venus y
se fueron ala “Arena de Titanes”. Carlos entró dentro a ver el combate y saber el
momento en que el objetivo fuera a salir. Uno momentos antes se escabullo al
aparcamiento privado.

Entre su habilidad para abrir puertas y la de hackear cámaras de la dulce Venus entrar
por la puerta de atrás fue un paseo. Al contrario que el estadio allí, no había nadie en
esos momentos.

Al chófer lo interceptaron de camino al coche, una persecución silenciosa, una presa


por las espalda y al ratito estaba dormido como un bebé entrando en el cuarto de
limpieza. Un par de retoques de última hora y llave en mano estaban pirateando el
auto.

Salieron lo antes posible con Venus escondida en el maletero. Debieron llegar un par
de segundos tarde pero nadie se percato, Kaan estaba disfrutando de lo lindo del baño
de multitudes, había ganado y lo estaba gozando de lo lindo.

A penas tenía el trasero en el asiento que despegó como una cohete dejando a los
guardaespaldas en tierra y a O'Conner enfadado.

–¿¡Que coño haces Juanjo!? ¡No ves que Camilo y Ivan no han subido! ¡Joder!
¿¡Cuantas veces te he dicho que en noches como estas no te pongas antes de tiempo!?

Carlos ascendía en silencio, dirección a la casa del jefe. A la par llamaba a Mandel.

–Tengo su paquete ¿Donde se lo dejo?

–Me asombras Carlos, esperaba tener que esperar un mes o así. Te paso la dirección
de un lugar discreto.
–El objeto viene en un envoltorio dorado bastante voluminoso, lo mismo prefiere
cambiarlo.

–Entendido.

Carlos cambio con sutil manejo el rumbo a un destino diferente.

–¿¡Has visto la pelea!?

Carlos no hablaba.

–¡Pues claro que sí! Un puta obra de arte, amañada claro, pero lo que importa es la
coreografía, es lo que quieren estos pringaos sin idea de lo que es un buen combate.
Ver a los hombres que les gustaría ser en su pura esencia, sudados y dándose
mamporros. ¿No te parece? –Se tomo una breve pausa. –Vamos no te pongas así por
cuatro gritos. Eres tu el que ha dejado a los compas tirados. Veras cuando lleguen a
casa, te van a decir unas cuantas cosas, con razón, resérvate para ellos. –Otra pausa.
¿¡Que!? ¿Sigues cayado? ¡Es que acaso nos hemos casado! ¡Joder! ¡Si vas a dejarme
sin gente con la que hablar al menos podrías ser más social! A sido un gran día así
que no me lo agües con moñadas. –Eran pausas cortas, le gustaba el sonido de su voz,
solo necesitaba saber que le escuchaban, –Es porque se ha dejado el otro ¿A que sí?
No se ni como se llamaba... Ya, lo sé, yo también hecho de menos las peleas de
verdad, las de antes en las que te zurrabas con ganas, el todo por el todo. Pero eso no
da pasta amigo, este circo es el que te hace rico.– Se encendió un puro que saco de
algún cajón. –Joder macho si no vas a hablar al menos pon... ¿Juanjo?

–Lo siento señor, Juanjo hoy no esta disponible, hoy le llevare yo a su casa. –puso
acento sureño, por ninguna razón importante, le pareció gracioso.

–¿¡Y quien cojones eres tú!?

–Licenciado Manuel para servirlo.

–¿¡Donde esta Juanjo!?

–Pues le salió un sarpullido bien feo en el pie y me pidió que lo suplantara así no
más.

–¡No me jodas! Juanjo no habría hecho eso sin decírmelo. Ahora mismo le llamo.

Juanjo o le cogía la llamada.

–Que mierda ¡Por aquí no se va a mi casa!

–Es para evitar el atasco.


–¡Que atasco ni que mierda, no ha habido un atasco desde que los coches levantaron
el vuelo!

–¿Pues cual va a ser el atasco? El de mi polla en un frasco.

–Mira que listo a salido el gilipoyas ¿Sabes lo poco que me costaría partirte el
gaznate desde aquí?

–Mire señor que si a mi me pasara algo sucedería esto. –Carlos puso el morro del
descapotable descapotado hacía el suelo. Se hecho a un lado y esquivo a los coches
aparcando a la que descendían a máxima velocidad directos al duro suelo de la calle.
Las metálicas darsenas de desembarco del aparcamiento próximo parecían trampas
mortales, dedos de la muerte dispuestos a reducirlo a escombros con un roce, detrás
los cristales del rascacielos pasaban demasiado rápido para contarlos, algún claxon
les insultaba una vez ya pasados como una bala por su lado. Kaan se aferraba al
tapizado rojo con ambas manos extendidas y ponía los pies contra el asiento delantero
espachurrándose contra el suyo, como is esos centímetros de presión fuese a detener
la caída que le hacía gritar como en una montaña rusa. Antes de llegar a la linea de
drones Carlos enderezó el vuelo y volvió al carril ascendiendo despacio. –Ya ve, no
tenemos piloto automático que nos pare si se me resbala el pie.

–¡Puto loco hijo de la gran chingada! ¿¡Quieres matarnos!? –gritaba

–Más bien no pero patrón usted dijo que... –Se lo estaba pasando bien.

–¡Ya se lo que dije! ¡Ni se te ocurra volver a hacer eso! –Le interrumpió. Se calmo un
poco y se arreglo su bonita cazadora de lentejuelas carmesíes con cuello amarillo.
–¿Que coño quieres?

–Hay alguien que le hecha de menos.

–¿Que alguien? –bajo la voz con cautela.

–Una mujer.

–¿Que mujer?

–Aquí la tiene. –Carlos abrió el maletero. Venos se las apañó para salir y sentarse al
lado de Kaan dándole un gran abrazo tierno.

–No me jodas.

–Yo soy así como cupido.


Venus le besaba la cara, el intentaba despegársela. –Tiene que se una puta broma...
¡Mierda es eso!– Rio forzado, muy bonachón y estruendoso. –Es uno de esos
programas que hacen bromas a famosos. Hay que ver que os las sabéis todas, menudo
susto me habéis dado. –Volvió a reír. –Bueno esto fue un regalo ¿Sabes? Me la
configuraron así, es que tengo unos amigos muy singulares para las bromas.
–O'Conner buscaba por todas partes las cámaras. –A mi también me gustan muco, las
hago todo el rato, a veces la gente no sabe cuando hablo en serio y cuando estoy de
coña.

–Es hora de tu entrenamiento.

–No Venus ahora no es un buen momento.

–Llevas mucho sin entrenar.

–Como de niñera no me valía porque no tengo todavía críos la prepare como una
robot de entrenamiento.

–Claro que si señor. Supongo que tendría el consentimiento de la empresa.

–¡Por supuesto! ¡Faltaría más! –Añadió entre dientes a la robot –¡Para maldita sea!

De alguna forma la pequeña Venus encontraba sitio para apoyarse, manener el


equilibrio y empezar a calentarlo.

–¿Va a durar mucho la broma? Ya os he pillado.

–Tiene razón patrón. Venus salta a la parte final del entrenamiento.

–No, no no, no hace falta. –Kaan ponía entre medias los brazos para parar los golpes.

–No. Antes tiene que sangrar.

–Venus guapa, la parte final. –Carlos perdía el acento.

–No. Antes, tiene, que, sangrar. –Marcó cada palabra a la par que aumentaba la
fuerza.

–¡Vale! ¡Esto no tiene gracia! ¡Se esta pasando!

Carlos apretó el acelerador a la que gritaba. –¡Venus para! ¡Aborta la sesión de


entrenamiento!

–Orden denegada, usuario incorrecto.


–¡Soy yo Venus! Te ordeno que pares.

–Ruega que pare zorrita ruégame.

–¡Kaan O'connor, propietario, te ordeno que te detengas!

–Te gusta duro he guarra. Te voy a petar todos los agujeros mocosa.

–¿¡Que mierda hacías con ese puto robot!?

–¡Para cacharro endemoniado!

–Toma esto, y esto, y esto ¿Te duele el coñito a que sí?

–Yo no la enseñe esto ¡Para loca!

–¡Primera ley de la robótica: No harás daño a un ser humano o por inacción


permitirás que un ser humano sufra daño!

–¡Vas a saber lo que es bueno canija! ¡te voy a reventar por dentro!

–¡Defiéndete puto enfermo! –Lo tenía arrinconado contra una puerta, golpeándolo
como si fuera una piñata.

–¿¡Que crees que hago!?

–¡Para Venus, Aborta el entrenamiento!

–Dispárala ¿¡No tienes un arma?

–¡Tengo una robot homicida! ¿¡Para que iba a querer un arma!?

–¡Para destruirla si perdías el control puto imbécil!

–No haberla traumatizado pedófilo demente.

–¡Jamás he tocado a una niña! ¡Jamás! ¡Esto es solo un juguete!

–¡Pues te esta dando un paliza!

–¡Aterriza para que pueda zafarme de ella joder!

–¡Aguanta un par de calles más!

–¡Que fácil es decirlo!


Aparcó de emergencia en el lugar indicado, cargándose el tren de aterrizaje. Nada
más parar se abalanzó sobre Venus y agarrándola por la espalda, forcejearon bastante
antes de lograr tirarla del auto, liberando a un magullado campeón de boxeo.

Antes de que Venus cargara de nuevo un disparo cruzo la noche.

Venus cayó al suelo averiada, una salpicadura lechosa cubrió el lugar donde cayó con
la pierna rota. –Avería en extremidad inferior derecha, solicito reparación.

Era el típico espacio asfaltado con cemento al lado de una fábrica, en realidad un silo
de grano vacío a la espera de la próxima cosecha, edificio grande y simple con
algunos tubos y rampas alrededor.

–¿¡Que mierda esta pasando aquí!? –Mujer, mediana edad, rubia con el pelo hasta los
hombros, traje blanco con camisa roja y zapatos de tacón del mismo color, cara algo
cuadrada, buenos labios, gafas de sol. Cuatro hombres bien mazados a su alrededor
con prendas de moteros en las que destacaban insignias patrióticas, como las de sus
tatuajes, todos ellos armados.

–¿Nunca te has peleado con un robot? –dijo Carlos recuperando el aliento.

–No.

–Pues tu chico sí.

–Hey Irma. Tú si que sabes dar una sorpresa. –dijo Kaan saliendo del auto
entrecortado por el cansancio y el dolor. La cazadora estaba hecha un desastre, tenia
enrojecimientos en le dorso de la cara y la parte visible de los brazos.

–Esto no es ninguna puta fiesta ¡Me debes dinero!

–¡Joder! Ya lo se Irma. Te he dicho que te lo devolvería. Solo me tienes que dar


tiempo para conseguirlo, como ves me va bien. Soy una buena inversión.

–¡Y una mierda! ¡Por lo que cale ese coche me podrías haber pagado un cuarto de lo
que me debe!

–¿Que te parece si sumamos un extra? –Kaan ya estaba abriendo la puerta del


conductor. Carlos, le enseñó las llaves.

–¡Subidlo al puto coche!

Dos de los hombre se le acercaron, le endosaron un puñetazo en la barriga a modo de


saludo que le quitó las ganas de seguir hablando y se lo llevaron a rastras a la anodina
furgoneta blanca anónima que tenían detrás.
–¡A ti te dije que lo quería sano!

–Esta sano. No has oído que labia. Si hasta ha intentado escaparse.

–¡Tiene los brazos rotos!

–Toma. –Le lanzo las llaves. –En compensación.

Ella las recogió en el aire y se las lanzo con fuerza. –No quiero esa horterada
pinchada hasta el radiador. Con esto solo pagas la mitad de la deuda.

–Con esto la pago toda, si no te gusta puedo seguirte con el coche pinchado, no creo
que tu furgo corra más.

–Te podría pegar un tiro ahora mismo.

–Yo también ¿Probamos a ver quién es más rápido?

–Cinco contra uno.

–Te dispare a ti primera.

–Mierda. Vete de mi vista. No quiero volver a verte.

–Deuda saldada. Si vuelvo a oír algo al respecto no seré tan majete.

–Que te den por culo.

Carlos recogió a la muñeca coja la metió en el maletero y se fue volando a un garaje


de confianza en donde vender el auto, tan bueno y de un psuedofamoso valía una
pasta.

A la muñeca al arregló la pierna y se la llevó apagada en su moto a Jiho a que la


reparase el sistema.

–¿Te la quieres quedar?

–No. Me da pena pero es un peligro. Me conformo con que pueda ir sola, sin agredir
a nadie, hasta una comisaria y entregarse. Olvidando sus vivencias desde que nos
conocimos ya de paso.

–Borrado de huellas.

–Exacto. –dijo a la que le pagaba por los servicios.


En lo que Jiho trabajaba Carlos le notificó a Monique que quedaba libre de deudas
con la extrema derecha. A pesar del sueño se lo agradeció mucho. A Venus la
activaron cerca de una comisaria por si acaso y en cuanto vieron que la pobre iba bien
encaminada se largaron de allí.
Acuerdos

–¿¡Se puede saber donde has estado!?

Era el grito de bienvenida que interrumpió su silencioso ascenso de las escaleras del
hogar.

Carlos suspiró. –Monique se ha vuelto a meter en problemas.

–¿¡Que problemas!?

Terminó de subir las escaleras. –Se endeudó con una prestamista de la facción de los
fascistas.

–¿¡Como no, tú tenias que arreglarlo!? ¡Mintiéndome!

–No quería enfadarte.

–¿¡Como no querías enfadarme!? ¿¡Marchándote por hay a pegarte de tiros otra vez!?
¿¡A arriesgar la vida por otra de tus bonitas amigas que parecen no tener a nadie
mejor al que llorar!?¿¡Diciéndome a la cara que ibas a pasar la noche con Oscar!? –
Estaba furiosa, gritando y meneando los brazos en el aire.

–Lo siento...

–¡Ni lo siento ni nada! ¿¡Sabes lo mal que lo paso!? ¿¡Lo mucho que me estoy
esforzando en que esto funcione!? ¡Este es tu sueño maldita sea! –Se fue al sofá
sollozando. Carlos al siguió.

–Esa gente no se anda con bromas. La habían dado una paliza, a la siguiente la
partirían los huesos. He conseguido arreglarlo sin que nadie muera. –Intentó
convencerla sentándose a su lado.

–¡No tiene nada que ver con eso! –Tenía desesperación en la mirada . –Estoy
esforzándome en ser una mujer decente por ti ¡Por ti! Porque se supone que lo que
quieres es una vida en paz, normal, pero cada vez que algo pasa coges el arma y sales
a la calle como si te fuera al vida en ello poniendo en peligro todo lo que estamos
construyendo.

Carlos se quedó frío, sin decir nada, sin saber que decir.

–¡Lo ves! ¿Que es lo que quieres hacer? ¡maldita sea!

Agachó la cabeza. –Quiero llevar una vida tranquila. En serio. Lo que pasa es que si
un amigo me pide ayuda... –La miro a los ojos. –No quiero perderlo.
–¿En serio? ¿Estas seguro? Yo te veo muy decidido a salir a luchar cuando surge la
oportunidad.

Carlos volvió a callar.

–He conocido a hombres que no pueden vivir sin tener aventuras, que necesitan
escapar y ser rebeldes, buscan emociones, adrenalina, pasión. Gente que no puede
con la rutina.

–Es verdad que a veces lo hecho de menos. Ser un runner, las infiltraciones, los
disparos, la camaderia. –Se tomo una pausa. –Sé que eso deja un reguero de muertos,
y que tarde o temprano acaba contigo. Por eso quiero ser buena gente, un ingeniero
respetable. Lo que pasa es que a veces, cuando suceden este tipo de cosas, me
gustaría verlos arder a todos.

–Como todas las personas. ¿Crees que yo no? La diferencia es que... –Cambió las
palabras. –Tienes que contenerte. Si no esto no va a funcionar. Una noche saldrás a
arreglar algo y no volverás. Me dejarás sola.

–No es lo que quiero.

–¡No sabes lo que quieres! Solo intentas encajar en este mundo, encontrar tu nicho
según los baremos de lo que la sociedad considera bueno o malo, como todos en el
universo, pero esas medidas no son las tuyas. –Cogió aire, se relajo y se explicó. –La
sociedad es amoral, su ética es solo una pantomima hipócrita tras la que esconder sus
defectos. Lo único para lo que sirve es para poner a trabajar a cada individuo donde le
resulta más útil a una comunidad que nunca se preocupara por ser buena para ti, al
revés, bien sabes que te desechará abandonándote a la marginación y la muerte con
total indiferencia en cuanto le convenga. Te estas dejando engañar por la idea de que
ser un buen ingeniero, trabajar todos los días y pagar las facturas te hará un buen
hombre que vivirá en paz, pero solo te hará beneficioso para una persona como mi
padre. Todo esto ya lo sabes. Ser buena gente no tiene nada que ver con tener un
oficio respetable. Mi padre lo tiene y hace cosas horribles, muchos obreros los tienen
y también son mezquinos. Un oficio es solo una forma de ganarte la vida, no te define
como persona. Asignar por la carrera es una mentira para que priorices tu trabajo al
resto de las cosas, sobre todo de las importantes, convirtiéndote en realidad en un ser
desgraciado y manipulable. Mira mi padre, él es un importante directivo, poderoso, se
lo creyó y abandonó a su familia por su carrera, perdió a su mujer y a sus hijas y
todavía no se ha dado cuenta. Tu madre te abandonaba a ti para ganar dinero como
camarera y te exigía seguir sus pasos para pagar las facturas. También se le olvidó
que antes que el dinero estaba el amor. Esa es tu virtud, que tú no te amoldas, que te
importan un bledo las leyes y su orden, no te amilanas ante el peligro y cuando toca
sobrevivir o hacer justicia en vez de arrastrarte o dejárselo a un burócrata
incompetente que hará poco y tarde, si es que hace algo, te lanzas a arreglarlo por tu
cuenta y riesgo rompiendo lo que haga falta y si no les gusta tu caos que hubieran
implementado un orden mejor. Es una belleza salvaje y sin futuro. Una de esas veces
que salgas a luchar contra el miserable de turno este te vencerá y morirás dejándome
sola y destrozada.

–Estoy un poco confuso ¿Me estas diciendo que por lo mismo que te gusta de mí no
puedes estar conmigo?

–Creo que sí... O no. Creo que el problema es que intentamos ser algo que no somos.
Yo no quiero pasarme la vida detrás de un despacho ¿Quieres pasártela tú apretando
tuercas? ¿Podrías en serio superar esos arranques que te dan a veces y ser solo Carlos
el mecánico?

–Podría intentarlo. –Suspiró. –No, no creo. No quiero dejarme pisar de nuevo, pasar
por alto a quién me hace daño. Puedo hasta un límite, no más. Si la zorra de esta
noche no hubiera aceptado el trato la habría roto todos los huesos del cuerpo. Eso no
cambia el hecho de que prefiera vivir en paz contigo. Aunque el día a día sea aburrido
y no nos lleguen los créditos para veranear en la playa. Ser una persona honrada que
ni hace daño ni se lo hacen, ser una persona respetable que se gana su salario con su
trabajo en la mañana y pasa la tarde con su familia. Por lo que acabas de decir,
deduzco que ese plan tampoco te ilusiona.

–Yo también quiero emociones. Podría vivir con el peligro si lo hago a tu lado, no
esperando en casa como una esposa pusilánime. En Gregorio nos fue bien, podríamos
volver a eso.

–En Gregorio arruinamos vidas, sesgamos otras, y les hicimos pasar un mal rato a
todos. No es lo que se puede decir un trabajo limpio.

–Criminales.

–No todos Zen.

–Intentaremos salvar a los inocentes.

–Eso pensaba yo al principio de mi historial criminal. La realidad es que si disparas


muchas balas alguna acabará dando a alguien bueno.

–¿Que quieres tú entonces? –dijo algo molesta.

–Paz y amor.

–Hasta que te enfadan.

–No puedo estar en paz cuando hay sufrimiento.


–Yo no puedo seguir así, llevando una vida de niña buena mientras tú saltas por la
ventana cuando te apetece. No es justo.

–Tienes razón, aunque se te olvida que también he saltado por ti.

–No se me olvida. Otro se habría encontrado la casa vacía.

–¿Entonces, al final quedamos en que o dejo de saltar o saltamos los dos?

–Los dos juntos.

–Hoy ha sido un día complicado ¿Puedo decidirlo mañana?

–Sí. Pero duerme en la cama de invitados. Sigo enfadada.

El desayuno fue tenso. EL día lo pasó dándole vueltas a la cabeza a la discusión


nocturna, en la tarde le tocó enfrentarse a Zenobia.

–¿Que has decidido?

–Mi error esta vez ha sido no contarte nada para evitarte los celos. Si te hubiera
avisado nada de esto habría pasado. Aunque bueno... Lo de el tema del trabajo me da
la sensación que te lo vienes guardando de antes. Quería preguntarte ¿No podemos
dejarlo pasar y en vez de ir en busca de los problemas resolverlos juntos cuando
surjan?

–Eso es un punto intermedio que no va ha funcionar. Cuando pase algo gordo saldrás
corriendo dejándome atrás ya sea por prisas o por mi seguridad, por lo que no, no es
factible.

–Si nos convertimos en un dueto de detectives, habrá más momentos como en la


guarida de Galeno. No todo será acosar empleados y señalar la presa a los seguratas.

–Aprenderé a disparar. Ya me estas enseñando a pelear ¿No?

–¿Segura?

–Sí.

–Vale, pues dile a Lizelle que nos ponga de nuevo en contraespionaje.

Zenobia paso del enfado a la alegría como si dependiera de un botón. Lo abrazó, le


beso y se puso a llamar enseguida volviendo al enfado en minutos. Lizelle no lo
aprobaba. Por los gestos debió de ser una buena discusión. Zenobia no consiguió lo
deseado ni en la llamada ni presionando cara a cara días posteriores.
No fue a la única que machacó, Monique lo llamo buscando apoyo, en realidad un
reducción de la deuda con la que la había cargado Zenobia a cambio de no arruinarla
la carrera de modelo. Esta vez no la ayudo.

McKenzie tuvo su noticia, un amigo le avisó a tiempo de poder presenciar al


detención de Gerard Sáez por parte de unos discretos agentes de la ley que no
compartieron información al respecto a pesar de que los rumores apuntaban a
perversiones sexuales. Ni fue castigado ni duro el escándalo. Una llama apagada con
una inundación.

Kaan O'Connor conoció a gente muy maja y necesitada durante su estancia en el


hospital por una lesión que se hizo en un entrenamiento. Organizó una gala benéfica a
la que él mismo aportó una buena suma con la que le dio para pagar ayudas a esas
personas endeudadas. Sin embargo antes de realizar el reparto fue detenido por la
policía por un asunto de violación de leyes contra la liberación de inteligencias
artificiales.

–¿Te parece gracioso?

–No se a que te refieres Irma.

–¿Te parezco idiota?

–En serio Mendel. No tengo ni puñetera idea de que me estas hablando.

Mendel le paso el artículo, Carlos lo leyó.

–A mi que me cuentas. Si el muy gilipoyas modificó un robot es cosa suya.

–¡El mismo robot que le estaba partiendo la cara cuando me lo trajistes!

–¿Y? ¿Que querías? ¿Que me lo quedara de mascota?

–¡Podías haberlo enterrado en una zanja!

–Haberlo hecho tú. Yo te lo ofrecí y no lo quisistes. Lo que tengo muy claro es que no
voy a cargar con las cagadas de ese capullo. Es tu cliente no el mio.

–¿Adivina quién va a cargar ahora con su deuda?

–O retiras eso o tendré que salir a matarte.

–Estoy temblando de miedo.

–Deberías.
–Si no tendré que cargar a tú amiguita la larguiducha.

–Estas a muy poco de tener que pagarme tú a mi.

–Sabes que me respaldan los auténticos patriotas de Tania.

–¿A que coño crees que estas jugando subnormal? Van a ser veinte mil por el trabajo,
la deuda de Monique queda saldada con la paliza que le distes. Los quiero en billetes
para que no me puedan vincular contigo siguiendo un rastro bancario.

–¿Crees que me puedes asustar?

–¿Donde quedamos para que me des el dinero? Lo quiero esta noche.

–No pienso pagarte un mierda. Eras tú quién me debe una fortuna de créditos por no
saber limpiar tu estropicio.

–Tenias a tu hombre sano y sin presencia policial, acordamos eso, nada más. Yo he
cumplido mi parte. Ya sabes lo que pienso sobre pagar deudas.

–¿De veras crees que eso va a funcionar conmigo?

Carlos colgó. Con lo que se ganó del coche de Kaan se pagaba a su gente y a los
samurais de la reina escarlata.

A la que llegó a casa le dijo a su pareja. –Vamos a un campo de tiro, tienes que
aprender a disparar.

–Vale.

En esa misma noche un ninja de la reina tenía el ubicación del enemigo mapeada, los
samurais estarían listos para la noche siguiente. Igual que el resto. Era una amiga y
nadie ponía pegas.
El fuerte derrumbado

En la mañana, con el día libre pedido, estaba Carlos contemplando el mapa en el


holoproyector del salón. Un grupo reducido de edificios bajos, simples y toscos de las
afueras del distrito trece, donde solían vivir los que decían ser los hijos de los
auténticos colonos expropiados por las corporaciones, que promovían el gobierno
político, dictatorial a ser posible, en vez del corporativo. Eso si eran los primeros en
apuntarse a hacerles de matones para las corpos.

Marcando con lineas las posibles estrategias a la que desayunaba se fijaba en que los
edificios eran resistentes y estaban reforzados, no podrían disparar a través de las
paredes exteriores, pequeños y juntos, podían pasar de unos a otros sin salir al
exterior por pasillos internos. Eran unos hogares cutres convertidos en una
fortificación.

Zenobia se lo había pasado bien disparando el día anterior, de buen humor preguntó
al pasar por el salón. –¿Que es eso?

–Tu primera misión.

Zenobia se acercó extrañada con el café en la mano ya vestida para el trabajo.


–¿Como?

–¿No querías que saltáramos juntos? Irma Mendel, el objetivo. –Con un gesto de la
mano su ficha flotó en el aire. –Mujer de negocios dedicada al prestamismo que
descontenta con su mala fortuna me ha querido endosar la deuda de Kaan O'Connor,
–Otro gesto otra ficha en el aire. –Encerrado en prisión por violar leyes y protocolos
de la robótica, incapaz de pagar una deuda de medio millón de créditos en implantes
de vanguardia con la mencionada empresaria. Esta afiliada a los grupos de
ultraderecha que la apoyaran en cuanto empiece el espectáculo. –Añadió un articulo
periodístico sobre las bandas de ultraderecha a los documentos flotantes. –Primero
legara un grupo reducido de vigila calles, tropas ligeras sin relevancia, por este
camino. –Una linea de luz marcaba el recorrido de un cochecito de juguete que se
acercaba ala hora indicada. –Entre cinco y diez minutos, a los veinte treinta llegaran
los refuerzos de verdaderos, unos veinte soldados capaces, para entonces nos
habremos ido. –Según adelantaba o rebobinaba los dibujos cumplían su papel.

–¿Ya esta decido que vamos a la guerra? –dijo algo indignada.

–Sí. No hay concilio posible, son ellos o nosotros ¿Te apuntas?

–Claro.
–Tú hiras con Kylikki y Jiho, Te encargaras de cubrir la aproximación de Jiho a los
paneles de la instalación y luego protegerás a Kyl de ataques por la retaguardia
mientras ella nos cubre a Oscar y a mi que iremos en la vanguardia. –La señaló un
depósito de agua elevado en donde había dos puntitos verdes y luego otros tres al
lado de una entrada.

–¿Me quedo atrás?

–Como todas las novatas.

Zenobia arrugó los morros pero se conformó. –¿Quienes son esos? Señaló a los
puntos azules dando por sentado que el rojo de los que estaban dentro de la estructura
eran los enemigos.

–No trabajaremos solos, he contratado a los samurais de la reina escarlata, ellos se


encargaran de la ofensiva principal. Nosotros de la secundaria.

–Samurais ¿Tíos con katanas contra vigardos con ametralladoras?

–Estos samurais también usan armas de fuego y aunque no te lo creas, en un espacio


reducido como ese, una katana bien usada es mejor que una pistola.

–¿Superaran las subcutáneas?

–Con hojas serradas motorizadas de tungsteno cargadas de nanobots devoradores de


carne impulsadas por músculos sintéticos PAL, sí, lo harán.

–Que bonito es contribuir.

–Esto es solo provisional. En la tarde hablaré con el superior al mando de los


samurais para ponernos de acuerdo. A las diez nos reuniremos el equipo verde aquí
para organizarnos ¿Puede estar no?

–Sí claro. Llegare para las siete. ¿Te pones siempre así de serio al trazar los planes?

–Podríamos morir.

–Lo sé. –Dejó el café sobre la mesita y se sentó encima de él de cara. –Explíqueme
otra vez el plan comandante.

En la tarde habló con Ishikawa. Los samurais preferían una aproximación sigilosa por
lo que decidieron cambiar su simultánea entrada terrestre por una aérea retrasada así
como llevar todos una cinta roja en la zurda para identificarse. En la noche se
organizaron, se prepararon y alzaron el vuelo.
A poco de llegar saltaron las alarmas, les había detectado antes de los previsto y hubo
que acelerar. El primer vehículo en desembarcar debía de ser el de Kylikki, para
darles tiempo a posicionarse. Carlos lo mando retrasarse para asegurar la zona. Él y
Oscar en la KTM y la Duca-zuki se adelantaron.

En efecto los enemigos habían tomado posiciones y les dispararon nada más
acercarse. Carlos le pidió a Oscar que hiciera de distracción y le ordeno a Kyl
desembarcar. Oscar se cruzo por delante llevándose una lluvia de balas cuando se
fijaron en la KTM del fondo era tarde, el misil entró por una ventana llenando de
fuego el edificio del extremo norte de los tres en “ele” que gormaban el complejo.
Kyl desembarcó con seguridad. Jiho fue el segundo en tomar tierra, en exceso
adelantado, sin apoyo, se conectó a la terminal de la antena y les cortó las
comunicaciones. Estaba en ello, sin protección alguna, cuando un hombre musculado
a medio tostar salió al tejado plano huyendo del fuego dejando escapar una
ascendente columna de humo por la salida. Ya iba a matar al centrado hacker cuando
Oscar lo atropelló en una maniobra temeraria que le podría haber costado la vida,
demasiado cerca del suelo para esa velocidad.

No les regañaba Carlos por no ser el momento. ÉL aterrizaba en la puerta norte,


según el plan. Se apoyó en la puerta y espero a el visto bueno de Kyl ordenando a
Jiho esperar a que aterrizase Oscar a su lado para ir a por el siguiente terminal
escoltado.

Las motos aterrizaba y despegaban en una danza extraña. Kyl le dio el visto bueno y
Carlos entró solo, pistola en la izquierda katana en la derecha.

El misil era efectivo, en el suelo solo quedaban muebles y cuerpos chamuscados rotos
y desfigurados. Se puso una bandana y siguió avanzando. El humo todavía picaba en
os ojos pero permitía ver bien el lugar. Las paredes aguantaban a pesar de los daños,
solo los trastos impedían su avance, de habitación en habitación asegurando el terreno
con un mínimo de disparos o un tajo repentino sobre los heridos y aturdidos
habitantes.

Alguien bajaba por las escaleras. –¿C-dos?

–O-jete.

–Menos chistes y más prisas ¿Aún no has avanzado al segundo edificio?

–Perdone, quería hacerlo con aliados al lado y sin enemigos en la espalda.

–¿Como les va a los chinos?

–Son japos.
–Lo que sea.

–Ishikawa dice que tiene muchas bajas. Tenemos que presionar.

–¿Con cariño? –Le enseñó dos granadas.

–Dale.

Carlos Abrió la puerta del pasillo que daba al bloque central Oscar lanzó las grandas
hasta el fondo apartándose rápido ante el fuego enemigo. Entraron tras las
explosiones disparando a todo lo que se movía. Eran habitaciones de reducido tamaño
en donde el ganador se decidía en escasos y violentos segundos.

En la siguiente puerta fue una granada enemiga la que fue hacia ellos, Carlos cerró la
puerta enseguida, la granada llamo con un golpe saco y todos se tiraron a los lados,
Expltó lanzando la puerta contra la pared.

Kyl les llamo la atención. Llegaba le primer refuerzo directo al edificio norte por la
calle lateral, no había terminado de decirlo y ya escuchó el primer tiro del fusil de la
francotiradora.

–Oscar encargate de esa puerta. Jiho –Jiho estaba usando el terminal de un herido
para enviarles mierda informática a los fascistas. –Sigue así. –Carlos se apostó en la
ventana y esperó a que el grupo se acercarse. En cuanto los escuchó en frente se
asomó y los fusilo con la ametralladora. Entre Kyl y él los abatieron a todos. También
se oía el ruido de una pistola.

Mientras Oscar conseguía retener a los otros en un cuarto por cuya puerta no dejaban
de volar balas.

–Creo que no nos quieren en casa. ¿Te quedan granadas? –Hablaban a gritos para
poder entenderse.

–Sí, pero las quiero reservar para la jefa.

–Si no pasamos de aquí no vas a verla.

–Un momento... ¡Ahora! –gritó Jiho.


Entraron en pleno ataque de migrañas. Librándoles de su dolencia con pastillas de
plomo. En la siguiente habitación no había nadie por lo que la granda se quedo en la
mano, en lo que se acercaron escucharon gritos de pelea en la contigua y por las
escaleras bajaron otras dos granadas. Oscar y Carlos se tiraron aun lado salvándose
de parte de la explosión. La metralla no traspasó las corazas pero les destrozó la ropa
y la piel desde los pies hasta el trasero y parte de la espalda. Ambos quedaron
tendidos en el suelo aullando de dolor, apretando dientes, dejando fluir babas, mocos
y lágrimas por el dolor.

Los samurais entraron por la puerta adyacente encontrándolos allí rotos. Oscar se
levantó con algo de ayuda, Carlos no tenía estimulantes automatizados. Una doctora
de batalla del comando samurai le atendió en cuanto pudo. Oscar en berserker subió a
la carrera las escaleras, embistiendo como un toro la tiró abajo despejando la entrada
a los samurais de negro que le seguían con sus máscaras de demonios rojos iniciando
la ultima batalla.

Lo siguiente que Carlos escucho por llamada grupal fue a Kyl y Zen pelear, luego a
Kyl avisar que el objetivo había saltado por la ventana, que lo abatía, que uno de los
guardaespaldas intentaba llevársela al auto de los refuerzos aparcado en la calle y que
Jiho lo inutilizó dejándoles sin escape, como Kyl y los samurais acababan con el
resto.

Mientras los samurais preparaban a limpieza de pruebas, un bonito incendio, llevaron


a Mendel a su presencia. Carlos estaba tendido en una silla con el pantalón hecho un
bañador y sin zapatos, bien untado en gel. Irma iba vestida de vaquera con una bonita
cazadora blanca con flecos y unos pantalones bicolor con la mitad en azul marino y la
otra mitad rojo sangre. Tenia cara de loca con la mirada desencajada y el pelo
alborotado.

–Pensástes que podías imponerte usando la violencia resguardándote bajo una


conveniente legalidad. Va a ser que eres tan fuerte como justa.

–Tú...

La pegó un tiro en la cabeza. No estaba de humor para escuchar desvaríos de una loca
anclada en una filosofía tan fracasada como antigua.

Con la ayuda de los mercenarios de Ishikawa se largaron de allí a tiempo de evitar la


segunda remesa de refuerzos, incendiando el complejo para borrar las huellas.
Directos a Montero a que les quitara la metralla y les hiciera injertos de piel sintética.
Sumando las reparaciones de las motos la broma se les paso por mucho del
presupuesto.
A los pocos días Speer le llamo para aclarar que el tema quedaba zanjado hay. Que lo
iban a dejar pasar porque no querían más jaleo y entendían que Mandel había roto un
trato. Eso sí, sería mejor para él no pisar nunca ese distrito de nuevo.

Para Carlos la lección quedaba aprendida, para la próxima dispararía primero y


preguntaría después, de haberlo hecho así se podría haber cargado a la prestamista y
sus cuatro guardias en un viaje nocturno con tacto en vez de tener que conquistar un
bunker lleno de mercenarios y perder el tiempo con un boxeador y su robot.

Para Zenobia la experiencia fue lo que tenía que ser, una demostración de lo que era
un trabajo de Edgerunner, los deberes, los peligros, la violencia, el dolor y la muerte.

–¿Todos los trabajos son así?

–No, este ha sido bastante sucio. Lo cual no quita en que siempre hay muertos,
peligro y malas experiencias.

–¿Por qué te metistes a runner si es tan horrible?

–Es una de los pocas formas de salir de pobre en los distritos obreros. El salario
normal solo llega para cubrir los gastos diarios, en el momento que tienes una
enfermedad grave o se rompe algo importante empiezas a endeudarte hasta que llega
el día del embargo. Vives en alquiler y a crédito.

–Creía que era más, como cuando lo de Galeno.

–Lo de Galeno tampoco te gustó, lo que pasa es que ya lo tenías olvidado. –La hizo
una seña para que se sentara a su lado. Carlos estaba con las piernas en alto, sobre la
mesita del salón, descansando mientras se recuperaba la piel vendada. Se sentó a su
lado y se dejó abrazar. –Ya no quieres saltar.

–No. No de esta manera. En contra espionaje sería diferente.

–Sería igual. En Pyrine fue igual.

–Quiero que dejes de combatir.

–¿Que hago cuando me quieran endosar una deuda o maltratar a un amigo o lo


maten?

–Contrataremos a alguien para que lo haga por nosotros, como esos samurais.

–Yo no tengo tanto dinero.

–Yo sí. Les pagaré yo.


–Supongo que de eso va la civilización. Los que acaparan los recursos se aprovechan
de la necesidad de los mismos de otros para que carguen ellos con la peor parte.

–¿Que?

–No importa. No es mi turno.

Carlos se preguntaba en la oscuridad de la noche si podría cumplir ese deseo de su


pareja. Ella había dejado su vida de lujos y aventuras, de fiestas y vicios por él. Sentía
que se lo debía, quería hacerlo, lo que temía era no ser capaz. Por alguna razón sentía
que su relación con Zenobia iba a la deriva. Cuanto más podría acercarse a los
casinos sin acabar dando vueltas en la ruleta o perdiéndose entre las cartas.
Cambio de residencia

Al menos ella quedó más tranquila al decidir una ruta clara para su relación, Ya no
deseaba el puesto en contra espionaje. Podían volver a la monotonía.

La calma duró poco, se enteró que la empresa que le tenía contratado como jefe de
mantenimiento del sector era Comex.

La notó el enfado en cuanto entró en el salón, recién duchado, a cumplir con el ritual
de sentarse a ver la televisión con una cerveza fría para relajarse. Zenobia estaba en la
cocina, a la mesa de comer con el portatil del trabajo delante sin ni tan siquiera
haberse cambiado de ropa.

Carlos estaba cogiendo su cerveza del frigorífico y preguntó pensando que el


problema era ajeno a su persona. –¿Que ha pasado hoy?

–¿Cuando pensabas decírmelo? –El odio se le escapaba entre los dientes.

Carlos se quedo helado. –¿Decirte el que?

–La empresa para la que trabajas es CoMex.

–Sí ¡Oh vamos eso no significa nada!

–¡Como que no! Te seleccionó ella ¿Verdad?

–Sí ¿Que más da? No nos vemos nunca. –Se fue al sofá.

–¿Como sabes que lo hizo ella?

–Porque a mi también me extrañó. No era el primero de la lista. Así que pregunte.

–¿Y aun así te quedastes?

–Pues sí. No hay mucho más trabajo en tierra ahora que las instalaciones están
terminadas. La otra opción es irme al espacio y separarnos. –Encendió la televisión.

–¡No me vengas con que esto es por mi! –Apagó la televisión.

–No. Es por mi. Porque me da trabajo en tierra, bien pagado y es experiencia útil para
mi currículum.

–¡Claro, porque mantener granjas es lo más!


–¿Cuantos de los ingenieros de PAL entraron al laboratorio con menos de un siglo de
experiencia?

–Existen otros curros.

–Zen, te molesta porque ella esta involucrada. Como empleo es la leche para alguien
en mi situación.

–¡No! Es decir ¡Sí! Es una loca manipuladora obsesionada contigo ¡Te secuestró!

–No te lo discuto. Ahora, también me liberó, y lo que es más importante, estoy sin
blanca ¿Si dejo el curro a donde me meto?

–¡El dinero no es problema! ¡Además no estarías sin dinero si no fuera por Monique!
¡Joder Carlos que te dejas manipular por cualquier falda con piernas largas!

–¡Vale! me dan lastima porque me recuerdan a mi. Gente salida del pozo con ganas
de triunfar. Al menos Claudia esta intentando redimirse.

–¡Niñas bonitas todas ellas!

–También ayudé a Mason y a Oscar. No te pongas celosa. Sabes que te prefiero a ti


Estoy viviendo contigo. No tengo nada con ellas.

–¿Que pasará cuando te vaya llorando con que necesita un favor de “SU” ingeniero?

–Que te llamare... ¿No estas un poco posesiva últimamente?

–¿¡Posesiva yo!?

–Me estas exigiendo que deje mi trabajo.

–Ya sabes lo que opino del oficio. Hay cosas más importantes.

–No voy a poner mi trabajo por delante de ti. No te voy a abandonar como tu padre.
Si quieres que lo deje, lo dejare. Solo piensa por favor que pasará después de que lo
haga antes de decidirte.

–¡Haz lo que quieras! –Se marchó con paso firme.

–“Pero si no me gusta atente a las consecuencia”. –dijo en sátira. Continuó alzando la


voz para que le escuchase –¡Zen por favor no seas infantil!

Al menos esa noche no le echó de la cama. A la fría semana volvieron atener la


conversación.
–¿Al final que vas a hacer?

–Esperar a que se te pase el berrinche para poder hablarlo.

–No tiene sentido, en serio Carlos ¡No lo tiene!

–Vale ¿Puedo al menos seguir hay hasta que encuentre otra cosa?

–Ya te lo dije ¡Haz lo que quieras!

Como cabría esperar en tierra no había trabajo para él. Sobre-cualificado para una
mayoría de los puestos mal remunerados, los acordes eran pocos y requerían
veteranía. Vestas estaba a punto de hacer una expansión pero allí no le querían.
También se decía que se iba a vaciar el distrito catorce para recalificarlo como
industrial, eso no sucedería en años. Donde se le necesitaba era en el espacio. Ya
fuese construyendo estaciones o manteniendo naves. Él a lo que o le veía sentido era
a renunciar a un buen empleo para contentar a su novia y pasarse a otro que le
impediría verla en años.

Fue a molestarla mientras leía en el dormitorio, en camisón translucido tapado por las
blancas sábanas, con la cama reclinada para leer con comodidad lo último de la
renombrada Wizzy, novelas históricas con mucha tensión sexual e intrigas para darle
algo de jugo a tanta presunción de conocimiento tapando personalidades y
comportamientos modernos que no se habrían dado en esa época pero que resultaban
interesantes.

–He estado buscando trabajo. Todo lo que encuentro requiere que me vaya por un año
al menos al espacio.

–¿Has buscado bien? –Pregunto sin separar la vista del libro. Le conocía. Sabía que
odiaba perder horas navegando pro internet en busca de ofertas y detestaba pasar el
tiempo haciendo el trabajo de un administrativo rellenando curriculums, en donde
para ser competitivo tenía que venderse como una prostituta exponiéndole
intimidades a un cobarde desconocido, inseguro como un adolescente, escondido bajo
una falsa profesionalidad.

–¿Cuantos ingenieros crees que se necesitan en una ciudad ya construida y


terraformada? –Se metió en la cama cubriéndose con las sábanas. Pronto tendría que
desempolvar el pijama. El invierno estaba cerca.

–Podrías probar en una ciudad vecina.

–Hay mil kilómetros entre ciudad y ciudad. Perdería al menos cinco horas diarias en
ir y volver, por no hablar del gasto de combustible ¡Para eso me voy al espacio!
–Hay gente que lo hace todos los días.

–Hay gente desesperada y estúpida.

–Tanto como para trabajar para la loca de su ex.

–Vale. Tú te vuelves a la mansión de papá, yo me voy al espacio, y damos el


experimento por fracasado.

Cerró el libro todo lo fuerte que se puede cerrar algo tan ligero. –¿Eso es lo que
quieres?

–Eso es lo que quieres tú. Es a lo que estas forzando la situación porque no quieres
decirlo en voz alta, quieres que sea yo el culpable para así sentirte mejor.

–¡Eso no es así! ¡Lo que no quiero es más competidoras dementes dando por saco
cada cuatro meses!

–Yo confío en ti a pesar de que hayas vuelto a los casinos y los pubs. No te pregunto
como los tengo de grandes cuando entro a casa. –hizo el gesto de los cuernos en su
frente.

Zenobia se levanto de la cama compungida e indignada. –¡No he estado con ningún


otro! –Empezaron los gritos.

–¡Ni yo desde que empezamos a vivir juntos! Pero a mi es que ni me dejas tener algo
en común con mi ex-novia.

–¡A mi mis ex no me enredan con sus problemas ni intentan secuestrarme!

–No. Les importas muy poco o son muy ricos para necesitarlo. Eso sí, tu familia hasta
intenta matarte.

Se levantó y le tiro el libro con lágrimas en el rostro. –Te has pasado. –Se empezó a
vestir poniéndose la ropa sobre el camisón.

–¡Joder! –Carlos se levantó y se puso a su lado. –Vale, lo siento. –No le respondía. –


Es que llevas un mes volviéndome loco. No quieres llevar vida de trabajadores,
tampoco de runner, no quieres que me lance a pelear, tampoco que trabaje en CoMex
Ya solo me queda irme al espacio.

–Sería mejor que trabajar para esa zorra.

–No te vería, ni a ti, ni a Oscar, ni a Teressa... A nadie.


–También podrías aceptar un trabajo de mecánico, aunque te pagasen menos. O
pedirme que te meta en PAL, como hizo Claudia en Comex.

–Ese era tu plan, irnos los dos juntos a una fábrica remota de tu familia. Creía que eso
era lo que preparabas en Pyrine. Lo abandonástes como si fuese contagioso. Nunca
has querido hablar de ello.

–Contra espionaje es complicado.

–¿Me lo dices o me lo cuentas?

–Tienes que elegir entre ellas o yo.

–¡Ya he elegido! ¡Te estas poniendo celosa por un trabajo! CoMex ya tiene cinco
socios mayoritarios, no es de Claudia.

–El trabajo te lo dio ella para controlarte.

–¡La única que me controlas eres tú y empiezas a agobiarme! ¡No se que hacer! ¡Mis
opciones apestan!

–¿Yo apesto?

–Todas las opciones nos acaban separando. –Zenobia ya vestida se encaminó a la


puerta con Carlos detrás. –Si me voy al espacio, nos separamos, si me quedo en
CoMex, nos separamos, si me paso el día trabajando, me veras como a tu padre, te
pasaras las tardes sola en casinos y bares hasta que te hartes y me encuentres un
sustituto, y nos separamos.

–¡Eres tú quién no tiene fe en mi! –dijo antes de desaparecer tras un portazo.

A la semana Zenobia le llamó.

–Al final soy yo la que se va de la ciudad. –Su tono era de cansancio o resignación,
no de enfado.

–Imagino que es el cúmulo de cosas malas que han pasado lo que te tiene enfadada.
¿Tan mal lo ves que no crees que tenga arreglo?

–Escucha. No es cosa mía. Es cosa de Liz.

–¿Liz?

–Lo sabe todo. Lo que le paso al bar donde te humillaron, lo que paso en el barrio
brasileño, lo de los fascistas. Dice que eres peligroso, volátil. Que no me convienes.
También me ha restregado por la cara mis faltas, todas ellas. Si no obedezco habrá
consecuencias, no con la asignación, eso es lo de menos, con todo.

–No te van a echar de la familia.

–No, al menos por ahora. A tita Fonseca le encantaría que le diese una escusa. El caso
es que Lizelle tiene sus medios para conseguir lo que quiere. Al final he aceptado
marcharme.

–¿Por qué? ¿Desde cuando ella decide por ti? –Empezó a alterarse.

–Me ha convencido. Es mejor que lo dejes estar.

–Hablare con ella.

–No por favor. No quiero más problemas.

–¿¡Te has rendido!? ¿¡Tanto quejarte de que si te dejaba por Claudia por trabajar en
su empresa y tu te rindes a la primera con Liz!?

–Ya te digo que tiene sus medios.

–¿¡Cuales!?

–Déjalo Carlos, por favor, es la único que te pido.

–¡No! ¡No voy a dejar que nuestra relación muera porque Lizelle este enfadada!

–No es eso... Dejalo por favor. Déjalo por esta vez. –dijo sollozando.

–Vale. No llores. Esto entonces... ¿Es un adiós? –Relajó el tono.

–Sí, te quiero. Adiós.

–Yo también te quiero.

A los cinco minutos estaba llamando a Lizelle.

–¿¡Que mierda esta pasando por allí!?

–No os convenís. Lo mejor es separaros.

–¡A otro con ese cuento Liz! ¡Nos conocemos bien!

–Eres un homicida, pierdes el control y la llevastes a una refriega.


–Por su propia voluntad ¿¡Que pasa, que si no llevas un chaleco negro con el logotipo
de PAL en la pechera no vale!?

–No es lo mismo, tu pierdes el control.

–¡Si lo perdiera habría muerto hace mucho tiempo! ¡No me vengas con ese cuento,
que antes lo llevaba escrito con tatuajes en la cara y no te costo meterte en mi cama!

–¡No creas que porque haya tenido sexo contigo puedes hablarme como si fuera una
fulana!

–¿¡Como una fulana!? ¡Según Zen tú eres la que se la esta llevando a otra ciudad! ¿Es
cierto?

–Sí, con la aprobación de padre. Queremos lo mejor para ella. Eso te excluye.

–¿Lo mejor para ella o para vosotros?

–Ha vuelto a los casinos, no puedes atenderla. La has arrastrado a un conflicto


armado. Tu mismo eres incapaz de alejarte de ellos. Tarde o temprano te mataran y no
tienes suficiente para pagarte una reencarnación. Vuestra relación esta abocada al
fracaso.

–¿Como la tuya con aquel buen chaval que mataron las políticas de tu empresa?

–Eso fue una accidente, lo tuyo es una constante. –Pudo oler la sangre en el timbre.

–¿Por qué no le reencarnaron a él?

–Eso no es de tu incumbencia como tampoco lo es Zenobia. Ella ha tomado su


decisión, si de veras la quieres respetala.

–¡Si la quieres tú dejala elegir su vida! –Eso no llegó a escucharlo. Le había colgado
antes.

Bloqueado por ambas solo le quedó despotricar en el Kleinmman dejando frito a


Oscar, el cual casi brindaba por a ausencia de las hermanas Westwood.

A la semana seguía buscando trabajo. Deseando salir de la maldita Covadonga. Con


tantas ganas que se enroló en una nave industrial dedicada al refinamiento de
materiales extraídos de asteroides en el cinturón exterior. Un trabajo duro, poco
valorado, bien pagado, arriesgado y aislado del resto del universo.
Con su matrícula de honor y curso de pilotaje de drones le cogieron al vuelo. En
cuanto se le asentaron los implantes que el faltaba por instalarse tras endeudarse con
el banco para pagar a Montero partió al la estación espacial de la lanzadera, donde
hacía escala. dejó el piso en manos de Oscar. Él y Teressa se mudaron a él ya que les
dejo el alquiler tan barato como el que tenían y suponían el doble de metros
cuadrados. El contrato laboral era por un año mínimo.

La parada en la ratonera de metal del barrio obrero de la estación fue corta, dos días
de ruidos y malos olores. Se montó de pasajero en un transporte de suministros que le
dejó en la Dvalin perteneciente a al compañía Río Tinto.

Para tener nombre de enano la Dvalin era un mazacote de metal colosal.


Retransmitido por cortesía desde las cámaras del transporte contempló el cilindro de
metal con su enorme boca delantera abierta como la de una ballena pescando, en la
cual, montones de diminutas naves en comparación, iban entrando con sus vagones
cargados y saliendo con ellos vacíos cual abejas atareadas. Sobresaliendo un poco
más arriba una acristalada nariz de cuya punta salía un largo cable pintado en
fosforescente espiral plateada hasta una flor a proporción, abierta, mirando al sol con
sus pétalos brillantes por su lado interno, opacos al exterior, en donde tenía su propio
cilindro giratorio.

Rodearon la estructura por el curvo lateral en donde candentes ventanas servían de


respiraderos a las fábricas metalúrgicas, dentro había todo un infierno dedicado a la
fundición de los metales. Más allá estaban las pequeñas luces blancas como estrellas
atrapadas en la corriente del tubo giratorio. Las ventanas serían una debilidad
estructural pero el ser humano no podía vivir sin “mirar afuera” de vez en cuando.

Al otro lado del cilindro estaban las dársenas. Brazos metálicos y pasarelas retráctiles
sobre los huecos del sistema de transporte de mercancías entre naves mediante
drones. El hueco corazón de la Dvalin estaría ocupado por un gran almacén de
contenedores sin gravedad ordenados en un esqueleto de hierro.
La fundición.

Inseminado en la nave por un largo tuvo que cruzó en solitario llegó a la robusta
esclusa con capacidad para tanta gente que él parecía algo olvidado por error. Al otro
lado le esperaba un hombre mayor de alopecia rampante que hacia sus grandes orejas.
La nariz algo aguileña con puntos negros suficientes para intercambiarlos por un
electrodoméstico en alguna tienda, boca fina ojos aún más finos pero afable en su
sonrisa un tanto forzada. Estaba enfundado en un mono de trabajo naranja con rayas
negras que el quedaba suelto.

–Bienvenido. Soy el señor Péng Gao Péng –Le ofreció la mano y Carlos se al
estrechó después de amarrarse a su saliente.

–Carlos Nuñez. Encantado.

–Nuñez, bien, soy su superior al mando, usted actuara como mi auxiliar por el
momento.

–Llamemé Carlos. Nuñez me parece demasiado formal.

–Como quiera. A mi mejor llamemé por el apellido, sobre todo delante de los técnicos
y operarios, creo importante mantener cierta disciplina.

–¿Prefiere llamarme Nuñez? Tampoco es que me importe, es solo que no estoy


acostumbrado.

–No, no. no se preocupe por eso. En el fondo somos una gran familia, a menos entre
los mecánicos. Como verá este sitio es como una pequeña ciudad. –Se giro flotando
en el aire e impulsándose con una mano le indico con al otra que le siguiera.

Deslizándose en el aire cruzaron espaciosos pasillos despoblados pensados para


mucha más gente. Las luces se encendía a su paso y se apagaban al poco de haber
dejado el lugar. Algunos trastos como carritos para las maletas, plásticos que al
plegarlos darían lugar a cajas, permanecían estáticos a la espera de que alguien los
necesitase. Al final del pasillo una recepción vacía con el logotipo de la empresa en
grandes letras de metal con luces detrás rebordeandolas fue el objetivo de Péng, dejo
algo en un cajón y tecleo un poco en un ordenador parte de la encimera. En un lateral
os asientos de descenso a la carcasa rotatoria se activaron. Cero la tapa y volvió con
él. En la segunda recepción más de lo mismo, salvó que las luces estaban encendidas
antes de que llegaran y que esa vez Péng tecleó para apagar el mecanismo.

–No tienen mucho transito.

–De normal no. Los días de permiso aquí se forman una colas impresionantes.
De un cajón saco un folleto a todo color plegado que le entregó. La formal
bienvenida a la empresa con mucha publicidad y algunas indicaciones. Directa al
bolsillo. Péng seguía avanzando.

–Veo que hace ejercicio ¿Le gusta el gimnasio o el aire libre?

–Las dos opciones si hay buen clima.

–Algunas personas lo pasan mal al principio por la falta de espacio, cielo y esas
cosas. Si se siente mal vaya a ver al doctor Ansari.

–¿Han tenido muchos locos?

–Sí, bueno, pasa en las mejores familias. Todos creen que lo pueden aguantar, hasta
que dejan de hacerlo.

–¿Cuanta población hay?

–No lo se. Es una buena nave, con muchos automatismos. Aún así, trocear, recolectar,
triturar, separar, fundir y almacenar minerales requiere de mucha gente a parte de los
tripulantes, limpieza, medicina, mantenimiento. Solo nosotros ya somos Quince.

–¿Quince? Para este titan se me hacen pocos.

–No se rompe tan a menudo.

Habían cruzado un largo pasillo grande y de el derivaron a otro más pequeño. La


nave era humilde, nada de ostentosos paneles blancos o negros, rejillas de metal
desmontables tanto en paredes como en suelo, con los innumerables tubos y cables
recorriéndolos al otro lado, nada de sinuosas formas caprichosas, simple cuadrado
con le techo algo mas corto que el suelo, cada cinco metros las vigas estaba a la vista
con un pequeño panel que de tocarlo mostraría la presión y corriente de los tubos del
otro lado. En el techo había líneas de colores indicando la dirección apropiada para ir
al puente de mando, la zona de ocio, la clínica, la fábrica y las cápsulas de
emergencia. Se sentían muy solitarios con tan poca gente y los distantes ecos de la
maquinaria resonando a lo largo.

Fueron hasta los almacenes, por el ruido circundante algo mas potente cercano la
fábrica. Un único soldado en uniforme negro sobre negro distraído tras un enrejado
por algo gracioso en su pantalla de vigilancia saludo a Péng y le abrió usando la
terminal la puerta de una sala adyacente. Había unas cuantas de esas, en la que se
había iluminado ponía equipo de trabajo en un letrero sobre la puerta.
Hablaron de tallas, abrieron prendas embolsadas, se probó botas y al rato estaba
vestido como Péng, Solo que más sexi. De naranja con una raya negra lateral a cada
lado y algunas más en los bolsillos. Dos mudas, guantes, gafas protectoras y el
calzado. Disfrazado de abeja continuaron el tour volviendo por donde habían venido.

Del tuvo grande a otros más pequeños en donde la educación exigía paneles, de color
verde suave, el color de los dormitorios. Le mostró su cuarto, idéntico al de la
Koroliov, empezó a pensar que todos eran iguales. Capsula por cama, rudimentaria
pero siempre mejor que correr desnudo por una nave en llamas, escritorio reducido,
armario reducido, pantalla reducida y una reducida pero gruesa ventana al vacío.

–En la puerta están escritos los horarios de recogida de Basuras y lavandería. Deje las
cosas en este buzón y ellos lo recogeran.

La cerradura era sencilla. –¿No hay robos?

–De ropa. No.

–¿Nada de intercambiar un mono viejo por uno nuevo?

–Puede ser, pero somos pocos, se nota.

Por dentro el espacio compartido tenía un enganche simple que requeriría de un


soldador para abrirlo. Sería más sencillo forzar al cerradura de la puerta. Carlos
también inspeccionó la cápsula y la pantalla, la cual se distorsionaba.

–La pantalla esta rota.

–Que suerte que eres ingeniero. Deja aquí el petate. Te enseñare el resto.

Péng le enseñó la cantina y comedor, un espacio irregular, con su buena cantidad de


esquinas poblado por una gran cantidad de mesas cuadradas con sus sillas para seis
personas cada una, blancas todas ellas. En un lateral estaba el mostrador de las
comidas, en los laterales las máquinas expendedoras y al fondo un pantallón en el
canal de deportes retransmitiendo una competición de vehículos rodados en los
barrizales de Zaratustra que seguían entre risas un grupo de ocho personas con monos
amarillos.

–¿Los de amarillo quienes son?

–Operarios. Siempre dando problemas, siempre quejándose de todo.

No pararon mucho tiempo, se acordó tarde de decirle donde estaban las duchas así
que se debió de conformar con una burdas indicaciones. Baños había unos cada cierta
distancia.
La parte importante eran los talleres. Con un acceso directo a el almacén de
materiales de reparación, tenían a su disposición varias salas según su propósito
separadas por mamparas transparentes, la mas grande, una con esclusa al exterior de
buen tamaño por la cara interior del cilindro era la dedicada a la reparación de naves
pequeñas y drones grandes, cuyos tamaños a veces se solapaban. Como en todo buen
taller reinaba el olor a disolvente, pintura y aceite. En una esquina una tenían una
mesa con una pantalla, un microhondas encima de un carrito con las ruedas rotas y
una neverita de viaje en su interior. Al lado estaba al oficina, un espacio cerrado con
cortinas de persiana en donde Péng paro a rellenar sus documentos en el ordenador
sobre el escritorio tomado por los documentos y le pidió que le firmase el documento
digital de la entrega de las prendas a las que sumó un cinturón de herramientas. Le
indico donde estaba el material, las herramientas, las baterías y las bombonas, como
debía marcar cada cosa que cogiese y desmarcarla al devolverla. Le dio las llaves de
su taquilla, en donde le esperaba una caja de herramientas vacía y la foto de un joven
moreno con un rabo enorme en sugerente pose que sería la motivación mañanera
del/la propietario/a anterior, a la que dio la vuelta para que no le asustara la próxima
vez que la abriese.

A la preparación básica acompañó los típicos buenos consejos de llevar siempre el


contador Geiger, asegurarse de que funcionara, comunicarse regularmente, mantener
limpias y ordenadas las herramientas, llevarse una botellita de agua para el camino y
demás cosas de las que luego todo el universo se olvida.

También le leyó la cartilla, buen comportamiento, respeto, ni alcohol ni drogas,


notificar rareza y llevar los informes al día, más cosas para el olvido comunal.

Eso sí, tuvo la delicadeza de pasar del vídeo de bienvenida a la empresa. Ya solo por
eso se lo ganó un poco.

Lo siguiente, contador geiger y botellita en el cinturón, le enseñó la zona industrial,


donde más trabajaban pues acumulaba la mayor tasa de averías dado su constante
uso. En tres turnos rotativos maquinas y equipos de trabajo no paraban nunca.
Equipos de obreros usando naves de trabajo se encargaban de dividir los asteroides en
bloques a base de láseres si eran pequeños o los perforaban tras escanearlos si eran
grandes después de barrerlos con imanes. Todo el material trasportado por drones
automatizados era llevado en bruto a las trituradoras que lo reducían y dividían el
material.

Para ver la entrada de materiales y las trituradoras debieron de ponerse trajes de vacío
y volver al interior sin gravedad. Los caóticos drones resultaban gracioso al ordenarse
cual niños buenos al llegar a sus destinos. Las trituradores, grandes rodillos dentados
eran monstruos hambrientos nunca saciados que masticaban con brutal fuerza la
piedra. Al otro lado maquinas compactas usaban sus métodos para enviar cada cosa a
su sitio por cintas transportadoras hasta el cilindro exterior.
Devuelta a la gravedad, las cintas dejaban el material en otros vagones que una vez
llenos eran arrojados a los crisoles, separados entre si y diferenciados por el material
al que estaban dedicados. Ellos mediante el calor separaban el mineral puro del
sobrante y lo refinaban hasta que quedaba perfecto. Monos amarillos supervisaban la
operación haciendo ajustes según se necesitase. El calor era sofocante.

Los metales líquidos eran derramados en moldes simples una y otra vez formando
barras puras y relucientes que se encerraban a peso en contenedores que una vez
llenos cintas transportadoras sacaban al exterior en donde brazos mecánicos
colocaban en un silo interno casi tan largo como la propia nave.

Por el camino fue presentándoles a sus compañeros naranjas. Técnicos y oficiales


agobiados por el trabajo interminable y sin prisas por acortarlo. Unos fueron serios y
formales, otros amables y campechanos y a alguno, por la mirada, no les hacía gracia
que un chaval fuera ser su superior. De los catorce monos naranjas solo había tres
licenciados contándole a él, el resto eran técnicos.

Por el momento trabajaría de auxiliar con Péng, luego pasaría a organizar su propio
turno con cuatro operarios al cargo.

Al finalizar el viaje en el taller le dio los horarios de trabajo y le envió a la clínica a


hacerse el chequeo médico de embarque. Ansari Era un hombre de avanzada edad
con la mitad superior del rizado pelo recogido en un coleta y la inferior colgando, de
espesas cejas y nariz ancha bajo la que un cortina de césped blanco hasta la barbilla
se mantenía en perfecta altura.

Se encontraba asistido por otras dos mujeres de mediana edad, un tanto rellenitas, una
coqueta y afable y la otra mas sencilla y distante

Amable en el trato, educado como un mayordomo, el doctor se presentó y procedió a


analizarlo.

–Tiene unos implantes muy interesantes.

–¿Funcionan todos bien?

–Sí, desde luego. Lo que no entiendo es para que los necesita. Es normal encontrarse
a una persona de su oficio algo como la piel ignífuga, los pulmones con reserva o la
médula de soporte sanitario. Sin embargo esa coraza parece propia de otros oficios.

–No siempre he sido ingeniero ¿Le molesta?

–Para nada. ¿Usted es de Tania cierto?

–En efecto.
–¿Que puede llevar a una persona con sus implantes a dejar un lugar donde el aire es
respirable y la comida abunda por esta lata candente? Me pregunto.

–Necesitaba un cambio de aires. No se preocupe. No vengo a trastear.

–No, desde luego. Aquí no hay nada que robar. No es el único que se enrola a una
tripulación para escapar de su vida anterior. Solo acuérdese de que la ha dejado atrás.

–Siento haberle asustado doctor.

–No. Solo se lo digo porque no todo el mundo es capaz de pasar de una vida llena de
emociones al aire libre por otra de monótona encerrado en una nave. Si se nota
agobiado, ansioso. Vuelva a visitarme.

–Es al segunda persona que me dice eso hoy ¿Que le paso a mi predecesora?

Ansari suspiró. –Es una historia triste. Todos queríamos a María, una mujer recia,
algo hosca pero trabajadora y sincera. Tubo un romance con un recién llegado al que
el encierro le puso violento. A los seis meses de su llegada, tres de su noviazgo, la
mató y se suicidó después.

–Ya veo. Una historia escabrosa. Por mi parte no es la primera vez que paso una
temporada en una nave. Claro que en la otra abundaba el sexo y tenían un gimnasio
con simuladores.

–Apuntare sus sugerencias. Dígame Carlos ¿Que debería escribir en su informe sobre
los implantes?

–Ponga lo que quiera.

–Perfecto. Es lo mejor que podía decir ya que tenía que informar de todas formas. Lo
bueno es que lo ha dicho con la naturalidad de al que le da igual.

–Al final si que va a haber algo que robar.

–A veces se encuentra oro. Lo mas importante es la nave en si misma.

–Es bastante moderna por lo que he visto hasta ahora.

–Sí, esta bien, tengo entendido que apenas suma cuarenta años. Lo mejor es que esta
bien mantenida. Contamos con usted para ello

–¿Tiene entendido? ¿Cuanto tiempo lleva en la Dvalin?


–Apenas dos meses. La anterior doctora lo dejó. Nadie quiere quedarse en estos sitios
por mucho tiempo. En cuanto se ahorra lo suficiente todo el mundo se larga.

–¿Cuarenta años es nuevo?

–Estas naves se tardan décadas en amortizarlas, si las hicieran con caducidad


programada la minería espacial no sería posible.

–Para llevar solo dos meses parece que sabe bastante sobre este mundillo.

–No es la primera nave en la que sirvo. Algunos aguantamos más que otros.

–Los que huyen de algo. “Servir” en vez de “trabajar”. Usted estuvo en el ejército.

El doctor abortó una sonrisa triste. –¿Sabe algo sobre material médico?

–Me temo que no, robótica industrial y electrónica del sector energético es lo que más
he manejado.

–Que pena. A Péng no se le da tan bien como intenta hacernos creer. –Le guiñó un
ojo.

Finalizado el chequeo Péng le dejo el reto del ciclo libre para que vagara por la
Dvalin.

Se paseo por el sector industrial maravillado por la precisión constante de la negra


maquinaria, encontrando los candentes túneles de servicio, y siendo parado por un
guardia de seguridad cuando por casualidad se adentró en la sección de metales
preciosos. En el terreno comunal encontró un gimnasio más bien soso y las grandes
duchas de lavado rápido. Cerca se encontraba la lavandería en donde las cuatro
mujeres al cargo de las grandes lavadoras y secadoras se tomaron un descanso para
conocer a la carne fresca recién llegada, compartiendo ya de paso algo de
información popular, como que un tal Rodolfo pedía mucho y no devolvía nada, que
Martina era una buscona y que Rafaela tenía los dedos largos. Quitando ese
encuentro la sensación que le dio la nave era de soledad, grandes pasillos, colosales
fábricas, aceptables servicios disponibles y un buen número de camarotes para una
población dispersada en pequeños grupos separados por largas distancias cubiertas
por la oscuridad en las que solo se escuchaban el leve sonido de la maquinaria en
funcionamiento.

Al día siguiente empezó a trabajar adosado al bueno de Péng, un hombre que daba
ordenes a su equipo de forma directa y tajante, como si fuera un coronel en medio de
una guerra, pero que alejado de la mesa de reuniones era tan tranquilo como cualquier
persona de edad avanzada.
Fue alrededor de la mesa del área de descanso donde se presentó con el resto del
equipo, en ese momento un motón de caras somnolientas sin mayor interés que el de
volver a sus cápsulas. Péng los despachó pronto, los trabajadores no necesitaban
indicaciones, era su rutina y todos se acordaban de por donde se habían quedado el
día anterior.

El resto fue pasear de un lado a otro reparando todos la maquinaria averiada de la


nave. Cuando no había nada volvían al taller y arreglaban los cachibaches rotos de la
tripulación que les entregaban las de la limpieza y dejaban en una cesta de
devoluciones para que las mismas se las devolviesen a sus dueños.

Péng como el más veterano y director de la sección se quedaba los trabajos más
tranquilos, dejando a los otros equipos las pesadas tareas de la fundición. Con él
pateo la nave de un lado a otro, atravesando los oscuros pasillos, conociendo al resto
de los empelados, y arrastrándose por los conductos y túneles de las instalaciones
mientras él miraba de lejos o hablaba por neuroimplante.

En uno de esos implantes de reparar circuitos visitó el puente de mando. Un círculo


escalonado de dos alturas con plataformas con sus pantallas y periférico alrededor de
un tronco central para la capitán y sus paneles desde donde podía vislumbrar cada
puesto, en frente dos cabinas del piloto sobresaliendo de al estructura hacía unas
semiesféricas pantallas frontales que en ese momento tres de ellas mostraban puntos
de extracción y la cuarta la entrada de drones.

En el puente en ese momento había seis personas un tanto aburridas. La capitán, una
mujer bastante joven de piel morena, atlética, algo bajita, con le pelo de estropajo
amarrado en una coleta, unos preciosos ojos verdes con sus pecas sobre una nariz fina
se bajo del puesto y le interrumpió el paso poniéndose las manos sobre las caderas.

–Así es mi nuevo chapucillas ¿Hu?

Carlos no la dijo nada.

–¿Otro timidillo? Mejor supongo. El doctor dice que llevas implantes como para
patearle el trasero a la mitad de mis seguratas pero que no eres una amenaza.

–He venido a trabajar, como el resto.

–Espero que no. La mayoría son unos haraganes sin sangre en las venas.

Se quedo callado de nuevo.

–¿Que te parece mi nave?

–Me gusta, parece muy tranquila, un poco oscura.


–Hay que ahorrar energía ¿Verdad Pérg? –Alzo la voz para que la escuchara. El sí,
capitán con desgana de respuesta apenas fue audible. Pérg, tumbado bajo un panel
luchaba contra os tornillos. –¿Te gusta lo tranquilo?

–Sí, mucho.

–Que pena ¿De vacaciones tras una cagada épica?

–No.

–Antes trabajabas para una empresa agrícola, no una cualquiera, plantaciones de


productos agrícolas de uso farmacéuticos y ocio. Drogas ¿Has traído unas pocas?

–Pensé en traer algo de María para consumo personal pero supuse que no estaría
permitido y pase de broncas.

–Que pena, las habrías vendido a buen precio.

–Nah, me las habría fumado yo. Pero si esta dispuesta a comerciar tengo una foto de
un tío impresionante con rabo de caballo a la venta.

–¿Teniente Dubois que normas tenemos respecto al contrabando de pornografía?

Una mujer peliroja dudo por un momento. –Ninguna capitán.

–¿Por cuanto la vende?

–Por una botella de vodka.

–Exagera –Teniente cuales son las normas sobre el alcohol. –Su consumo esta
prohibido durante el trabajo y cuatro horas antes de la incorporación al turno. En
horario de descanso se permite ingerir hasta doscientos cincuenta mililitros de
destiladas o quinientos de fermentadas.

–Intentare no pasarme.

–¿Es usted alcohólico?

–Si se refiere a borracho, no. Si no le gusta acepto ofertas capitán...

–Ndiaye, Sofia Ndiaye. De todas formas una botella es excesivo por una simple foto
que ni he visto. ¿Que le parece unos días de permiso extra?

–No sabría que hacer con ellos.


–Se nota que acabas de llegar. Una mayor asignación de agua para la ducha.

–¿Cuanta?

–Un cincuenta por ciento más.

–Doscientos

–¡Donde vas! Dudo que sea tan guapo ese chico.

–Cuando abrí la taquilla casi me salta un ojo.

La capitán no pudo mantener más la fachada de seriedad. –Un cien y me planto.

–Acepto.

El rubiales encargado de supervisar los drones saltó. –¿¡Se puede hacer eso!? ¿¡Doble
de agua por una foto!? Si es así mañana me pongo a posar.

–Berntsen, usted no llenaría la foto. –dijo volviendo a su puesto.

–¡Nunca la ha visto! Es muy bonita. La alimento bien.

Una voz femenina de origen incierto le invito a callar.

Al día siguiente fue a llevarla la foto a la capitán. Sospechándose la encerrona que el


mismo se había construido sin darse cuenta, dándola por inválida paranoia
malinterpretada.

La capitán le invitó a pasa. Su camarote tenía mñas de una habitación, al primera era
un simple despacho con su escritorio en la esquina opuesta al la entrada y la puerta al
resto de los aposentos. En el lado cercano a el escritorio dos estantería con vitrinas
con una colección escasa de libros y muchos cuadernos de bitácora, al otro lado en
estanterías de pared se encontraban otras dos con decoración diversa. Máscaras
tribales de falsa madera pintada, figuritas de cristal, macetas de plástico, la
obligatoria maqueta de la Dvalin, recuerdos de Tania, Zoroastro y la lanzadera, unas
pocos fotos familiares con sus padres y un gato.

En ese momento llevaba el pelo suelto y los dos primero botones de la chaqueta del
uniforme, azul y blanco con los galones en el hombro y la insignia de la empresa en
el pecho, desabrochados.

Con un gesto le invitó a sentarse en la silla del invitado en lo que ella lo hacía en la
suya al otro lado. Saco dos vasos de cristal y una botella en la que ponía
Gnamankoudji sirvió un poco en cada una y le acercó el baso.
–La foto. –Carlos se la saco del bolsillo interior del la cazadora de motero y se la
entrego junto a otras dos que la hacían compañía en la taquilla. Ndiaye la miro y
comentó –Pues si que tiene un buen rabo. –Luego tecleo el ordenador, movió el ratón
y volvió a teclear. –Nunca había pagado tanto por porno. Habiéndo añadido dos más
ahora cualquiera se hecha para atrás. –Dudo por un segundo, le miro y pulso el
“intro”. –Felicidades señor Nuñez, tiene doble de agua por un año. Así podrá disfrutar
de nuestro gimnasio sin simulaciones.

–El doctor no se calla una.

–No, Sabe lo que le conviene. Somos pocos en esta jaula y me gusta conocer a cada
pájaro.

–Sospecho que estoy aquí por eso en realidad.

–¿Hasta que punto? ¿Si le dijera que me apetece un masaje en los pies me lo daría?

–¿Sería una buena idea? ¿No es un poco pronto?

–Nunca lo es. Sin embargo parece estar esperando algo.

–No espero nada. Me limito a aprovecharme de mi suerte para poder ducharme a


gusto.

–¿Solo eso?

–¿Que es lo que quiere? –cogió su vaso y probo el licor.

–Un hombre con más garbo no estaría mal.

–Me pilla en un mal momento, mi anterior relación no me salio bien.

–No, no me lo cuente. No soporto a los hombres que se lamentan. Una pena, cuando
me hablo de la foto creía que me pondría sobre esta mesa y me haría sudar.

–Siento decepcionarla.

–No sea tan indiferente, aún puedo quitarle el agua. –Cogió la foto y la miro de
nuevo, revisando la blanca cara del otro lado. –María Aguirre. Una buena mujer,
fuerte, capaz y estúpida. Se enamoró ¿Sabe lo que la paso?

–La mato su novio enloquecido por el encierro.

–¿Le parece que mi nave es un lugar donde se sienta uno apretado?


–Puede que necesitara un camarote más grande. Una cama para estar con su novia.
Hay gente que no es capaz de vivir sin un cielo sobre el cogote.

–Puede. Le explicare una cosa. Los camarotes de por aquí son muy pequeños, como
ya ha notado. Una pareja no tiene espacio para cubrir sus necesidades. ¿Se imaginan
que hacen en esos casos?

–Esterilla, ducha, cuartos con cerrojo...

–Los ingenieros como usted no tardan en descubrir que hay espacios ocultos en esta
nave por donde solo pasa el aire. Se llevan allí a su pareja con la esterilla que ha
mencionado, algo para picotear, para beber y pasan una tarde cálida. A María y
Ricardo los encontramos en uno de esos lugares después de tres días de búsqueda
gracias a un golpe de azar.

–¿Que golpe de azar?

–Una fuga en una tubería que circulaba por la cámara en la que estaban. Lo raro es
que para haberla provocado ellos durante la pelea no nos percatamos de ella hasta el
tercer día. Otra cosa rara es que el análisis forense reveló que antes de pelearse
habían tenido sexo ¿Que momento más extraño para tener un ataque de furia?

–Raro, pero no imposible.

–Ya, si le digo que murieron al tercer día de desaparecer ¿Que le parece?

–Que o me esta intentado asustar como a un crío o que había un tercero ¿Por qué me
cuenta esto?

–Era el único que no lo sabía de la tripulación.

–Lo que dicen de que fue el nuevo. Es el informe oficial ¿Verdad?

–No, la versión oficial es que se suicidaron juntos, como Romeo y Julieta, lo que pasa
es que la gente de por aquí inventa sus propias teorías y no se las calla. Ricardo no
era querido, demasiado silencioso, como usted.

–Me rompe el corazón.

–A la Rio Tinto no le interesa una historia de asesinato por lo que a mi tampoco.


Disculpe a mis soldados si los encuentra un tanto antipáticos.

–¿Cuantos tiene?

–Ocho.
–¿Cuantos investigan el caso?

–Dos ¿Quiere que se los presente?

–Sí cree por mis implantes que la empresa me envía para investigar el caso, se
equivoca.

–Mejor para mi si es así. Lo que menos necesito es un investigador complicando la


situación. No somos muchos, el criminal será descubierto.

–Su problema no es descubrirlo. Es cazarlo antes de que vuelva a matar.

–¿Por qué iba a matar de nuevo?

–¿Por qué mato la primera vez?

Ndiaye entrecerró los ojos acomodándose en si asiento. –Disfrute de su estancia en la


Dvalin licenciado Nuñez.
Pesadillas

Carlos había aprendido por las malas a no involucrarse en los problemas de otros,
menos aún iba a hacerlo por dos personas que ni conocía. Se dedico a hacer su trabajo
y le fue bastante bien. Puede que la solitaria oscuridad de la Dvalin fuese
sobrecogedora, pero también era tranquila, apacible. La aceptó, se acostumbró a su
rutina y se dedico a saborearla. Remplazó las arte marciales por el Tai chi, practicó la
meditación y a falta de no poder hacer ese curso sobre hackeo por ser formación
criminal se apuntó a uno de pilotaje de naves de construcción acorde a su oficio que
le permitió darse paseos espaciales en las pequeñas naves robotizadas de gruesa
chapa y cristal con sus cuatro brazos prensiles y la abultada trasera cargada de
materiales, parecidas a calamares cojos.

En la Dvalin no hubo mas asesinatos ni se arrestó a nadie por el crimen sucedido.


Quedo en una de esas explosiones de locura que a veces pasan en esas naves.
Quitando los chismorréos no supuso un cambio para nadie, todos seguían sus rutinas
diarias como robots bien programados. Turno de trabajo, turno de ocio y a dormir.

Pasado mes y medio Carlos salió de debajo del ala de Péng y le dieron su propio
equipo a comandar. Bruno, un chaval de dorados rizos, pecosa cara con una afable
sonrisa que usaba para evitarse broncas por su manía de llevarse equipo de la
empresa del almacén, cosas pequeñas que a veces se echaban de menos que se
llevaba los peores trabajos cada vez que Carlos le descubría un alijo. Otro que solía
estar en los peores puestos era Fabien, flaco de canosos pelos locos en semi-arrugada
cara larga ya entrado en años a dos de jubilarse que se dormía en las esquinas al que a
base de ejercer presión acepto la idea de que tendría que cumplir con su parte si no
quería acabar rostizado de tanta caldera. Lexa daba problemas de otro tipo, blanca
muñequita a la que le gustaba enseñar chicha alborotadora como una niña y machorra
como un militar, la encantaba montar barullo y bacilar a sus compañeros, no
encontraba otra chica con la que jugar a las manitas. La otra chica era Sonia, una
mujer regordeta por un fallo hormonal en tratamiento, muy aplicada, era la delicia de
Carlos por ser la única a la que no tenía que llamar la atención cada semana.

Si mayor problema fue Sergio, el licenciado del equipo dos, un hombre con alguna
deficiencia menor que se creía poder dejarle toda la mierda al turno siguiente. Una
tarde que le pillo solo le puso la cara contra una candente tubería de refrigeración
retorciéndole el brazo con una llave, como a todos los imbéciles eso le basto para
dejarse de tonterías. Se paso un mes con la cara marcada.
En el ocio la normal era beberse los poco centilitros que permitía la capitán en la
cantina de cháchara con los compañeros viendo una de las tres televisiones, siendo la
central terreno de disputa para algunos que deseaban ver tal o cual campeonato a lo
grande.

Respecto a las chicas Carlos estaba quemado y pasaba de ellas. No le costaba, las
pocas de la nave en su margen de edad eran esas insulsas cuya mejor táctica de
ligoteo era poner ojitos, sonreír, rizarse el rizo con un dedo y esperar a que el varón lo
haga todo. Si por un casual acababa hablando con alguna a la segunda cerveza ya le
estaba hablando de sus adorables planes de futuro al igual que un comercial vende un
contrato o peor, suplicando un rescate de forma mal simulada al contarle sus grandes
tragedias, un problema familiar o médico o los dos a la vez junto a la omnipresente
falta de créditos. Tragedias que se repetían casi tanto como aquella historia de terror
de: Estoy aquí de paso, un año más y me marcho a Tania a montar un negocio, propia
de los que ficharon por un año y llevaban cuatro. Le resultaba curioso lo barato que le
costaba a las corporaciones hacer lo que querían con la gente a base de dinero. En la
adorada Tania que sus compañeros creían un paraíso lo normal era que las empresas
quemasen a la gente por un año y luego de deshicieran de ellas, allí las atrapaban con
la esperanza de cumplir sus sueños por tan solo unos pocos créditos más. Carlos
estaba por unirse a esas filas, sin hipocresías, solo por la calma.

Esa tranquilidad le dio tiempo para pensar. Se dio cuenta de que aunque Zenobia
tuviese razón y un oficio no fuera más que una forma de ganarse la vida aquellos con
vocación real podían encontrar en ello algo más que un trabajo. Descubrió que el no
tenía esa vocación, solo se le daba bien. También pensó que tenía razón en que una
vida debía ser vivida con pasión ya que si no no tendría sentido vivirla, pero que eso
no era escusa para romper todo a su paso, como hizo él, o perder de vista lo
importante, como hizo ella, y que tampoco estaba mal buscar la serenidad, que en la
paz interior había felicidad. Con le tiempo vio la oscuridad en otros, no solo en
Monique que lo usaba para solventar sus problemas económicos, si no en los Fonseca
que lo veían como una terapia para la hija rebelde, en Claudia que lo quería como una
ilusión de amor perfecto en la que esconder su corazón roto. Para ambas el amor
había sido una esperanza de alivio al sufrimiento que funcionó hasta que lo devoró el
tiempo, para él también. Por último se volvió consciente de su propia oscuridad, toda
esa ira acumulada escondida que salía de su jaula cuando los barrotes temblaban
nacida de la falta de afecto en la infancia. Lo cual le llevo a la dicotomía entre estar
solo y en paz o aceptar el caos a cambio de un afecto improbable y temporal. Por el
momento eligió la soledad.
Fue una de esas tarde en la profunda soledad de los largos pasillos amplios de la
Dvalin que le tocaba reparaciones en el interior, se turnaban las áreas de trabajo para
que nadie acabase frito de tanta fragua, que escuchó a uno de los robots de limpieza,
parecidos a pastillas, hacer ese ruido de acelerón marcha atrás que daban cuando
estaban apunto de ponerse bajo el pie de alguien.

Un escalofrío le recorrió la espalda, en teoría, no había nadie más que él a cientos de


metros, y el robot había hecho su maniobra de evasión a unos veinte detrás de él.

Se dio la vuelta para encontrase con el compañero o compañera con su misma ruta.
Como sospechaba detrás de él solo había oscuridad. En el largo pasillo solo había luz
bajo su foco, en el la claridad era cristalina, al poco la luz se disipaba hasta que los
contornos resultaban indescirnibles.

Activó el sensor de infrarojo, una estupidez, de haber algo que detectar en esa gama
las luces se habrían encendido haya donde estuviese. Juraría haber percibido
movimiento en su ojo de carne e hizo la estúpida pregunta –¿Hay alguien ahí? –Ya no
era runner, ninguno que se preciase habría preguntado a alguien que se esconde si
esta escondido. Era tan absurdo como preguntarle a un durmiente si duerme.

Cual mortal común achacó el ruido a un fallo del robot, como ex-runer tubo la
delicadeza de filtrar los sonidos y agudizar el oído a la que retomaba el
desplazamiento.

Pasos, leves, amortiguados, como esas mujeres de gala que mantenían el equilibrio
sobre sus bailarinas reforzadas como en un ballet, como esas pandilleras tong que
andaban de puntillas sobre los acolchados protectores de sus cuchillas de pie con las
que te podían abrir el pecho de una patada. Guardando la distancia.

Carlos se detuvo y reviso un panel lateral de presiones y corrientes. El ruido cesó. Al


andar de nuevo se reanudo, veinte metros. Sacó una llave del cinturón dio media
vuelta de improviso y la arrojó al pasillo que atravesaba la nave a lo largo desde las
fábricas hasta el puente de mando.

La llave y su estruendo se perdieron en la distancia. Se quedó parado mirando la


oscuridad. Había cajas grandes, traspales y objetos de sobra detrás de los que
esconderse, en la zona de almacenaje era lo normal. Por un lado se sentía un estúpido
atendiendo a miedos infantiles y por otro su instinto le decía que era una zona
peligrosa, el mismo había emboscado apersonas en sitios parecidos.

Los focos de luz del techo eran dos líneas de luz segmentadas en las esquinas del
techo, no podía dejarlos atrás sin que se encendieran los siguientes para aumentar la
absorción de luz sin cegarse. Y ahora tenía que ir a por su llave.
En vez de eso se parapeto detrás de una caja y esperó diciéndose para sus adentros,
que se comportase con un runner. Tampoco tenía prisa. Se quedo muy quieto para que
la ausencia de ruido les desmarcase de un posible implante. Pasó el tiempo, despacio,
una gota de agua condensada descendía poco a poco una de las columnas de la pared
brillando con la refracción de los blancos focos contra la negra estructura como una
diminuta estrella viajera. Al fondo se escuchaban las máquinas trabajando atenuadas
por las grandes capas de metal entre ellos y el murmullo incesante de los fluidos
recorriendo las tuberías solo perceptibles en la quietud.

Algo asomó de detrás de una gran caja con su traspale insertado entre los agujeros de
la plataforma de plástico sobre la que estaba colocada. Un apéndice peludo de gran
tamaño, como un montón de harapos, que volvió a su escondite con la misma clama
con la que había aparecido.

Por lo que sabía nadie en la Dvalin tenía una de esas caras mascotas robóticas que
parecían animales reales. Dedujo por comodidad que se trataba del idiota de Sergio
que recuperado el valor intentaba devolvérsela con una broma pesada, aunque eso no
justificaba que los sensores no activasen las luces donde él estaría.

Empezó a escuchar un zumbido leve, como de insectos, al otro lado de la caja.

Carlos se harto, avanzó hacía la caja con paso firme y la llave de tubo en la mano.
Antes de que alcanzara el segmento de esta una sombra surgió de detrás de ella, una
mancha caótica oscura e informe que salió despedida hacía el pasillo cercano que se
internaba en la red de almacenes. Era el doble de un humano en ancho y un poco más
alto,e envuelto en destartalados pelaje, como uno de esos osos de la tierra, fugaz
como una nube de humo, una pelusa gigante que hubiese cobrado vida que aparte de
los rápidos pasos de goma solo emitió un gorjeo como un gruñir antes de desaparecer.

Carlos se quedó helado, preguntándose que acababa de ver.

Cuando se recompuso recogió su arma arrojadiza improvisada y exploro el túnel por


donde había desaparecido la cosa. No vio ni escuchó nada extraño, no encontró
puerta abierta ni marca de ningún tipo. Todo normal, nadie a parte de él.

Volvió al trabajo, perturbado por la experiencia, preguntándose si debía visitar la


doctor.
Por un tiempo se la paso mirando por encima del hombro cuando caminaba solo,
escudriñando la oscuridad de vez en cuando, agudizando el oído. Había tantos ruidos
de fondo que significaban tantas cosas mundanas que cualquier traqueteo podía ser
disculpado por un proceso natural de la maquinaria. Nunca veía nada, cuando algo le
parecía sospechoso la acercarse linterna en mano resultaba ser una tela olvidada
mecida por una corriente interna de aire. Y sin embargo, a veces, la sensación de estar
siendo observado resultaba abrumadora, sin saberlo, sentía que tras esa caja, al otro
lado de una esquina, escondido en la oscuridad de los pasillos próximos a la zona
industrial, había algo acechando, esperándolo, un ser que su fuero interno identificaba
como un depredador al que no se atrevía a acercarse.

No mejoró, a veces una sombra desaparecía de repente, o escuchaba un gorjeo que no


podía atribuir a nada, o un olor fétido arrastrado por el aire. Entonces se ponía rígido,
empuñaba su llave de tubo, agudizaba los sentidos y empezaba a transpirar.

Fuera quién fuera o lo que fuera no daba la cara ni respondía a preguntas. Se limitaba
a esperar oculto en la oscuridad, dejando que se marchara sin seguirlo más una vez
que lo había percibido.

No se atrevió a hablar de ello con sus compañeros, no quería que el tomasen por loco
ni que le enviaran a casa antes de tiempo. Si no cumplía el plazo del año tendría que
pagar una multa que consumiría sus beneficios del trabajo que el estaba pagando las
deudas en tierra. En vez de eso al doctor le contó una milonga de ansiedad por estres
que le valió una receta de ansiolíticos.

Se los tomó y le relajaron, pero no hicieron que esos momentos de incertidumbre ante
la muerte acechante que aparecía sin avisar bajo una sutil percepción desaparecieran,
solo los sobrellevaba mejor.
Sombras personales

A pesar de encontrarse la nave sumergida en un laberíntico océano de piedras


flotantes tan lejos del resto del sistema que las comunicaciones por láser era
complicadas el enlace cuántico les permitía tener una comunicación fluida con sus
seres queridos en Tania a base de vídeo llamadas.

De ese modo recibió la noticia de que Jiho había muerto. Oscar le contó que sucedió
en medio de una misión. Se encontraba trabajando en un terminal interna, atento a su
labor contra las defensas informáticas cuando un enemigo apareció por un flanco y le
mató antes de que pudiera reaccionar. La típica muerte de los hackers sin un custodio,
el suyo le falló. Le había dejado una nota y la llave de una caja de seguridad de un
banco que por el momento le guardaría Oscar.
Vivo en una lata de sardinas. No quiero pasar por casa, me resulta tedioso tratar con
mi familia. A ellos no les preocupa que arriesgue mi vida para ganar dinero, ni si
quiera a mi madre. Así es este mundo, puedes morir de cualquier cosa, una accidente,
un virus, una atraco violento, una bala perdida ¿Por qué iban a preocuparse? Es mejor
hacerlo como lo hacemos nosotros, arriesgar a propósito para ganar lo suficiente
como para poder llegar a algo.

Te envidio Carlos ¿Como se siente tener a alguien que se preocupa por ti? ¿Una chica
a la que no tienes que pagarla para que se haga pasar por tu novia? A mi eso no se me
da bien, me pongo nervioso. Menudo idiota. No quiero ser rico, ni abrir un negocio,
solo quiero volver a una casa normal y que una chica bonita me diga bienvenido y me
bese los labios. Debería haberte preguntado antes como lo has hecho, tengo la
sensación de que tú no me habrías contado las típicas tonterías que dice la gente ante
este tipo de dudas aunque creo que tampoco las habrías resuelto. Tuvistes suerte, yo
no la tengo, así de sencillo. Lo mio son las máquinas. Ya no me llenan.

Me siento atrapado Carlos, mi contenedor me asfixia, el deber impuesto de ayudar a


la familia me ahoga. Quiero marcharme pero me da miedo, no quiero traicionar a mis
seres queridos pero tampoco puedo seguir fingiendo. Quiero terminar mi proyecto
pero no soporto pasar otra hora programando. ¿Tiene algún sentido lo que hago? Creo
que tú me habrías dicho que mandara todo a la mierda y me fuera disfrutar del dinero
acumulado, que dejase los juegos de carreras y usase la preciosa moto que te compre
en una de verdad. Pero no puedo hacerlo, no puedo abandonar a mi familia y sin
embargo estoy a punto conseguirlo.

Perdona que te cuente todo esto. Seguro que tu tienes tus propios problemas. Si te
escribo estas palabras es porque quiero que alguien sepa la verdad. No me pillaron
por casualidad, me deje porque no reunía el valor de hacerlo por mi mismo. Porque
de haberlo hecho con mis manos habría dejado más dolor detrás, o puede que no. Ya
no encuentro el sentido a las cosas. Por favor no se lo digas a mis padres.

Adiós Carlos.
Derramo algunas lágrimas por Jiho machacándose por no darse cuenta del estado de
su frío compañero. La carta debía de ser de antes de cortar con Zenobia. Si hubiera
sido mas empático, más apegado... Ya era tarde.

Desgastó su furia contra el saco de boxeo dejando impresionados a los idiotas que se
reían del Tai chi hasta que el dolieron los nudillos.

En una comunidad tan pequeña la voz se corrió y a los dos días el doctor el convocó
en la clínica. Le explico lo sucedido y Ansari le aumento la dosis dándole dos días de
descanso que pasaron volando.

Terminado el descanso entre la cantina el gimnasio y al camarote, no había anda más


que hacer por allí. Retorno a la estruendosa maquinaria, los crisoles al rojo, los
minúsculos circuitos y los interminables problemas de presión.

Se acercaba el final de su turno, había reemplazado el tubo y el denso líquido fluía de


nuevo, la presión era buena, se quito los guantes embadurnados e hizo un par de
pruebas. La maquinaria se movió como tenía que hacerlo, todo arreglado. Metió los
guantes junto al tubo viejo en su caja de herramientas pensado que con la escusa de
limpiarlos podía acabar el turno sin enredarse con otro chacharro. Llamo por el
neuroimplante a los simpáticos robots de limpieza para que le dieran un repaso al
suelo.

Antes de que recogiera las cosas uno de ellos le pitaba a alguien en el camino para
que le permitiera pasar. Doblo la esquina y llegaron a la carrera dispuestos a dejar el
estropicio reluciente con sus cepillitos enjabonados bajo la tripa.

Carlos se encamino a la salida hablando a los operarios que esperarían al doblar al


esquina a que terminase para volver al trabajo. –Ya esta chicos, se que no os hace
ilusión pero ya podéis volver al tajo. Cuidado con los... –Allí no había nadie.

Llamo por el implante a los chicos con el pretexto de la noticia a pesar de que se
enfadaran para saber donde estaban. Se habían ido a recibir una remesa de material
nuevo distinto dejando la prensadora para otro momento. Carlos miro a los robots que
se afanaban en limpiar preguntándose a quién habrían pedido paso.

Se encaminó al taller, no quería paranoias a nada de terminar el turno. Estaba cansado


y necesitaba una ducha.

Escuchó de nuevo esos pasos tras de sí, intentó ignorarlos, con tantos objetos de por
medio era un milagro que no tirase algo al suelo siendo tan grande. Quizás porque
solo existiese en su imaginación.
Avanzó por los pasillos retorcidos, en la zona de fabricación se amoldaba a las
necesidades de la maquinaria para ahorrar espacio. Lo que fuera le seguía poniéndole
cada vez más nervioso.

Aceleró el paso y eso lo hizo con él. Agarró la llave de tubo, cabreado y salió a la
carrera a romperle los morros a lo que fuera ese sonido. No encontró nada, de nuevo
nada. Lo más un acceso a los túneles de mantenimiento abierto.

Se relajo y hablo en voz alta para si mismo. –Idiota ¿Y si hubiera habido alguien de
verdad? ¿Lo matas como Ricardo? –Se asomó por el túnel iluminándolo con la
linterna y gritó –¿Quién anda hay?¿Hola?

Nadie respondió. Alguno de sus chicos se lo habría dejado abierto. Ya iba a cerrarlo
cuando una luz se encendió en una esquina. Volvió a asomarse y a preguntar –¿Todo
bien por hay? –Los túneles eran retorcidas ratoneras de tuberías y cables por las que
una persona debía de pasar agazapada que a menudo cumplían funciones de
ventilación.

La luz parpadeó. –¿Puedes hablar? –Podía ser uno de sus chicos accidentado. En
teoría deberían de trabajar de dos en dos por seguridad pero por cuestiones de ahorro
lo hacían en solitario, para pedir socorro estaba el implante que avisaría si el usuario
no podía a seguridad. ¿Que pasaba si el implante neural no funcionaba? Muerte.

Se adentró dejando su caja herramientas detrás, con la linterna en una mano, sin dejar
de hablarle a quién estuviera allí. Como fuese un sensor estropeado. Al acercarse la
luz se quedo apagada. Carlos paro en seco.

Llamo a sus compañeros para preguntarles sus posiciones, ahí dentro no había señal,
tampoco la necesitaba, sabía que no había enviado ninguno a ese sector. Los
operarios no bajaban a los túneles a menos que fueran a esconder cosas, allí también
había slo-mow. Incluso aunque fuera uno traficante no tenía sentido ese
comportamiento, al menos que el imbécil fuera capaz de matar dos personas por
esconder su secreto.

Carlos empezó a recular. Era un tipo duro, todo un ninja, pero desarmado y asustado.
Entonces empezó a sonar el enjambre de nuevo. Carlos corrió al exterior mirando un
segundo antes de salir y cerrar tras de sí. Una sombra negra y difusa como de un
gusano gordo y peludo con moscas alrededor.

Carlos lo denunció como ruidos de personas moviendo mercancías por el interior de


los túneles que se marcharon a la carrera al acercarse él de las que solo pudo
distinguir el mono amarillo. Con ello consiguió que los de seguridad buscasen
contrabando en la zona. No encontraron nada.
Una tarde en la que volvió pronto de una reparación se encontró a Lexa y a Bruno
charlando en el taller mientras reparaban una nave en el hangar.

–Es el espíritu de María que ha vuelto para que la devuelvas la tableta que la
mangastes. –decía Lexa con tono fantasmagórico.

–No digas tonterías. Yo nunca la habría hecho eso a María.

–¡Jojojo! ¿Lo correcto no habría sido decir “Los fantasmas no existen” o “No soy un
ladrón? –Se burlo de él.

–Todas afirmaciones certeras.

–Todo el mundo sabe que eres un cleptómano Bruno, si la gente se mete las manos en
los bolsillos al verte no es porque haga frío, si no para asegurarse de que no les has
quitado nada.

–¡Eso no es cierto! Yo solo cosas para arreglar otras cosas, como los demás.

–Claaaaaro.

–Además no es María, si no Ricardo que se ha convertido en un Tunche. Es lo que le


pasa a un hombre condenado por su propia maldad. Me lo explico una novia que
tuve.

–¡Se comió su carne y se convirtió en un Wendigo!

–¡A María no se la comieron!

–¿Acaso vistes el cuerpo? Yo sí que lo vi y se la habían comido las entrañas.

–¿¡En serio!?

–Si todas ellas: El intestino, el hígado, el estómago. Tenía la caja toracica vacía.

–¿Los Wendigos no son como ciervos?

–No, también los hay con cara de... –Lexa no pudo evitarlo y empezó a reír– De
polla, con cara de polla.

–¡Joder Lexa que yo te lo digo en serio! Le he visto, se arrastra por los túneles de
ventilación como una sombra humanoide vestida con harapos a la espera de cazar a
su próxima victima.
–No, no, no. Mejor, un culo, un culo blanco y regordete con un ojo en el ojete que
parpadea agitando los cachetes y cada vez que lo hace se tira un pedo. Con un lunar,
uno sexi con forma de corazón.

–Ya tu burlate pero cuando lo escuches silbar es que esta cerca.

–No son silbidos son pedetes.

Carlos imitó el ruido que el había escuchado en los pasillos. El gorjeo costoso como
de le respiración de un enfermo cargado de desagrado, Bruno dio un respingo y se
aparto realmente asustado. –¡Así, así es como suena! ¡El Tunche!

–¡Bua, como te pasas! Pero si Carlos es un primor. Péng tiene una mazorca en el culo
y Sergio nunca cumple lo que promete y siempre reparte según sus favoritos del
equipo. –Lexa se acercó a Carlos –¿Días libres? –Le puso ojitos de corderita.

–Preguntale a la mazorca, ya sabes que eso lo decide Péng.

–Podrías decirle que he sido muy buena este mes.

–¿Cuanto te falta para salir de esta lata?

–¡No me cambies de tema!

–Oye Bruno ¿No sera que alguien a quién le hayas cogido algo para reparar cosas
este mosca contigo y se este pitorreando de ti?

–¡Jojojo! Hasta Carlos sabe que te llevas cosas.

–No te fastidia soy yo al que luego le toca lidiar con Péng por las ausencias del
inventario.

–Es que se me olvida apuntarlo, eso es todo.

–¿Donde has visto al Tunche?

–En los corredores del sector industrial.

–Sera un mono amarillo. –Especuló Lexa

–Los de seguridad estuvieron buscando contrabando por la zona.

Lexa rió. –Te han timado pero bien Bruno. Para ser un ladrón eres más bobo a veces.
¡UUUUh! Soy el tunche, no encuentres mi alijo.
–Tú te habrías acojonado igual .–refunfuñó Bruno.

Escuchadme bien. Si os encontráis algo raro en los conductos o donde sea, dais media
vuelta y avisáis a los de seguridad. Sin tonterías ni heroicidades. Nosotros estamos
aquí para reparar cosas no para lidiar con narcos.

–¡Hey! Podríamos cobrarles un alquiler por usar nuestros túneles. –Se le ocurrió a la
niña.

Carlos se puso firme. –Lexa, lo digo en serio. Quién sea se podría poner muy tenso si
te encuentra husmeando en sus asuntos.

–A la orden jefe... –dijo con desgana

–También va por ti Bruno. Como te pille la guardia con droga encima en medio de
una investigación, por muy de otro que sea, se de uno que volvería a casa sin paga y
con dientes de menos.

Al fin del turno advirtió al resto de su equipo en una pequeña reunión y a Péng en la
oficina. El viejo pasó del tema. No era ni la primera ni la última y rara vez les
afectaba.

La conversación le había sentado bien. Le gustaba la idea de Lexa, asustar a la gente


con efectos especiales para apartarlos de un lugar era un truco viejo e inofensivo
apropiado para la situación que le tranquilizaba. Por otro lado era probable que esa
fuese el medio que empleasen los traficantes para evitarse tener que matar de nuevo.
Si no les funcionaba volverían a asesinar pues no podían huir.
La carne de la máquina

Carlos aprovechó su puesto para, dejando a sus subalternos el trabajo quedarse en el


taller y fabricarse un porra eléctrica y una pistola de microhondas capaz de hacerse
retorcer de dolor por quemadura al más valiente que metió desmontada en su caja de
herramientas.

Las cosas parecieron relajarse por un tiempo, dejo de ver masas de negrura en las
esquinas y de escuchar pasos de puntillas en la oscuridad. Dejó de tomarse la
medicación que le dejaba algo adormilado y volvió a amoldarse a la rutina.

Su oportunidad de demostrar su valía con una reparación de embergadura llego tras el


tercer fracaso de Sergio en reparar un calentador que parecía haberse declarado en
huelga. El licenciado se quejaba de haberlo arreglado ya tres veces, que siempre se
trataba de la misma avería, de no tener explicación para que se rompiera de nuevo.

Carlos cogió sus herramientas y fue a la trasera de los crisoles, donde las máquinas se
calentaban a miles de grados para fundir el metal. Se aseguro bien de que ese aparato
no pudiera encenderse de ninguna forma y se adentró en sus tripas de tungsteno.

Tal y como había dicho Sergio la avería era simple. Un fallo de corriente en las
estufas exteriores de la antorcha de plasma que calentaba el horno, simple cableado
requemado en su punto de conexión, un lugar preparado para aguantar altas
temperaturas a pesar de que a esa zona el que el calor residual que le llegaba era
escaso y estaba refrigerada. Al inspeccionarlo vio que el fuego estaba concentrado lo
que apuntaba a un cortocircuito interno. Colocó sus herramientas y se dispuso a
desmontar el cajetín entero.

Estaba con el destornillador eléctrico cuando entre el soplar distante de las antorchas
de plasma vecinas que le daban al cuarto de cemento, de bastantes metros de alto y
solo unos pocos de ancho, una temperatura elevada, escucho el zumbido de los
insectos. Carlos había usado la puerta frontal, a su izquierda, Un pasillo que daba al
exterior de los hornos con puertas que daban a la antorcha y la cara interior de al
estufa tanto de la fundición en la que estaba en ese momento como la adyacente,
había otra trasera, a su derecha, un acceso cuadrado cerrado a presión a los túneles de
mantenimiento con un panel al lado para el control manual de la estufa. El ruido le
había llegado por el sistema de ventilación con una entrada abajo para el aire frío y
otra arriba para la evacuación de el caliente, justo en su espalda, con dos ventiladores
protegidos por verjas que se movían con pereza.

Carlos siguió como si nada, solo que en vez de manipular sus herramientas estaba
montando le arma de plasma, la porra eléctrica desplegable la tenía en el cinturón. En
lo que lo hacía el zumbido no hacía si no crecer. Dos minutos, solo eso.
Cargó y se dio la vuelta de repente, sin levantarse, apuntando al ventilador.

Al otro lado estaba la mancha negra. El Tunche, una tiniebla en la oscuridad tras el
ventilador por donde emergía una nube de moscas que se acumulaba tras Carlos.

Disparo tres veces y se abalanzó hacía la puerta por donde había entrado en un deseo
de alejarse del monstruo oculto y sus asquerosos bichos. Uno de los disparos dio en el
ventilador pero los otros atravesaron lar rejas hasta lo que fuera eso.

Pego un grito agudo que no sabría decir si era de dolor o de rabia. En lo que tardo en
abrir la puerta las moscas se abalanzaron sobre el como un ejercito aéreo organizado
en miniatura. Por el pasillo le picaban en la cabeza, el cuello y las manos, un
enjambre violento contra el que nada podía hacer, se golpeaba a si mismo y al aire
intentando destruir esas cosas que le mordían por todas partes frenéticos, Carlos
gritaba y avanzaba golpeándose contra las paredes. Intento abrir las puertas de al
antorcha vecina para matarlas con el calor pero en funcionamiento el seguro impedia
su apertura así que corrió hasta el fondo, atravesó la sala del horno apagado accedió
al pasillo central y de hay la vecino activando la alarma de emergencia del
neuroimplante.

Entro al horno de al lado donde la temperatura ambiente se acercaba a los sesenta


grados, una sala en la que una hoya gigante llena de metal líquido esperaba al
momento ideal para volcar su contenido en un molde a sus pies colocado sobre una
cinta transportadora en la que esperaban sus semejantes que llegase su turno. Una
estructura de metal oscuro ensuciada por el trabajo sin paneles, los mecanismos de
allí eran mecánicos, palancas, correas y un termómetro. Disparó varias veces
desesperado sin lograr nada. Luego cogió un extintor y se lo aplicó a si mismo, ducha
de espuma. Eso si paro a los plaga de insectos. Algo recorría el pasillo por el que
acababa de pasar. Corrió y cerró la puerta, pulso el botón de parada de emergencia al
lado y se preparó para contener a lo que fuera que le seguía al otro lado de esa puerta.
La alarma sonó con fuerza y las luces amarillas giraron veloces. Lo que fuera aquello
se marchó en cuanto la alarma se activo.

Carlos aún notaba picotazos bajo la ropa, se la quito y azoto con ella los alrededores y
a si mismo acabando con los últimos bichos que se habían colado dentro agujereando
la tela.

Enseguida llegaron los chicos de amarillo a la carrera con extintores en las manos.

Un par de ellos le acompañaron a la enfermería.


Las enfermeras y el doctor le ayudaron a lavarse y le vendaron, sangraba por toda la
cara y las manos. No eran heridas graves, superficiales, pero le habían dejado como si
le hubieran pasado una lija por la piel. A la que salió vendado de la enfermería los
soldados se habían llevado sus prendas y le habían dejado otras nuevas. En el
laboratorio le esperaban Péng y una mujer en uniforme negro con el pelo muy corto
que inspeccionaba usando unas pinzas y una lente uno de los bichos con el largo
rostro bastante serio, ojos rojo mate, pómulos alzados, mentón firme pero fino.

–Ha encontrado usted una curiosa plaga señor Nuñez.

–Creía que en este sistema no había insectos.

–¿Ha visto alguna vez un incesto?

–En televisión y neurojuegos.

–Mirelo de cerca y deme su opinión personal.

Carlos se acercó. Péng estava pálido, Observo a través de la lente. –Eso no es un


insecto, es un dron.

–Más concretamente son los drones que desaparecieron con mi predecesora la


doctora Qián. Su aplicación no es militar, se usan para realizar cirugía interna
reduciendo al mínimo la invasión del cuerpo del enfermo. –dijo Ansari.

–A mi me han parecido bastante invasivos.

–No deberían actuar así. Han sido reprogramados.

–¿A parte de usted quién más tiene acceso a su sistema operativo? –pregunto la
agente.

–La mencionada doctora Qián, los ingenieros y mis enfermeras.

–¿Cuando manipulo esos bichos por última vez Péng?

–Nunca los hemos tocado.

–¿Que le paso a la doctora Qián? –preguntó Carlos.

La mujer de fría actitud miro a Péng. –Desaparecio.

–¿Nunca la encontraron?

–No.
La agente cogió la pistola y la porra improvisadas de Carlos del otro lado de la
encimera y las acercó golpeando con algo de fuerza sobre la superficie. –Sus efectos
personales ¿Sabe cual es la política de armas de la empresa?

–¿Si te la haces tu mismo te la puedes quedar?

–Casi. Nada de armas en manos de civiles.


–Que suerte para mi habérmela saltado, esa pistola me ha salvado la vida.

–¿A sí? Como.

–Puede que haya conocido a la doctora Qián en persona, o al menos a quién usa sus
drones. La salude con tres disparos y creo que dos dieron en el blanco.

–¿Vio una mujer al otro lado?

–No. quién fuera estaba camuflado, vestía de negro... Como una especie de disfraz de
fantasma hecho con retales. Le daba una apariencia aterradora.

–¿Por qué cree que le ha atacado a usted?

–Ni idea.

–Tres veces fue Sergio a arreglar esa máquina y no le ataco ninguna. Fue entrar usted
a la habitación y desplegar su ejercito.

–He descubierto a lo largo de mi vida que le resulto irresistible a las mujeres


peligrosas.

–Yo no me lo tomaría a broma.

–¿Que quiere que le diga? Soy el nuevo ¿Recuerda?

–El nuevo con coraza que se fabrica armas en sus ratos libres. Pregúntele al doctor
que habría pasado si los drones hubieran conseguido atravesar el blindaje.

–Habrían atacado los órganos internos. –respondió Carlos mirando a Ansari, el cual
asintió con la cabeza.

–¿Y bien? ¿Quiere cambiar su declaración?

–Me pague la carrera haciendo carreras ¿Lo entiende? El resto son imaginaciones de
ustedes.

–¿Esta retirado?
–Soy ingeniero e inmortal. Para que mierda iba a seguir jugándome la vida corriendo.

–Algunos runners se cambian de bando, hay quién dice que es la trayectoria oficial
del oficio.

–¿Cuantos secretos tecnológicos guardan aquí? ¿Esconden un laboratorio secreto en


sus instalaciones? ¿Influyen en algún político o militar de alto rango? ¿Esconden
obras de arte en el almacén? ¿No? Vaya.

–¿Tenía algún conocido en la nave antes de embarcar?

–No.

–¿Algún enemigo que pueda seguirle hasta aquí?

–No.

–¿Ha hecho algún enemigo en el tiempo que lleva con nosotros?

–Sergio. Se pasaba de listo y le deje las cosas claras, hará ya meses.

–¿Algún otro?

–La capitán me propuso sexo y me negué.

–Apunta alto.

–¿Se da cuenta de que esa persona enigmática es la que reúne todas las papeletas de
ser la asesina de María y Ricardo?

–Ustedes los runners creen que los de seguridad somos idiotas.

–Sera por las veces que les hemos ganado el pulso. También uso la misma taquilla
que Maria, no solo su puesto, Hay tiene un par de coincidencias.

–Sera mejor que esta vez lo pierda. No creo que quiera encontrarse con la asesina
antes que yo.

–Toda suya.

–Un soldado le llevara a su cuarto. Quédese las armas, por si las necesita de nuevo.

Al recogerlas se intentó llevar un dron con él. La agente le dio un manotazo en la


mano haciendo que se el cayera de vuelta ala bandeja. –No soy tan generosa.
Una vez en su cuarto se sentó en el escritorio y busco por internet datos sobre mini
drones médicos y militares a pesar del dolor en los dedos al teclear. La curiosidad que
descubrió sobre los médicos fue que en teoría no deberían de poder volar como sí lo
hacían los militares. Le envió esa información a seguridad con la sugerencia de hacer
inventario.

Al día siguiente un nuevo agente de seguridad le esperaba en la puerta. Ese fue tan
majo de presentarse. Fran, ex-militar demasiado joven para haber vivido ninguna
batalla. Le acompañó al desayuno informándole de que ese día no le tocaba trabajar y
que la comandante Sommer no quería que cundiera el pánico. Claro que en la mesa
del desayuno todo fueron preguntas. No mintió, dijo que la comandante Sommer le
había prohibido hablar bajo la amenaza de cortarle el pelo.

A pesar de ello a la media hora lo quería en el taller. Se encontró allí con ella y una
caja de zapatos con un motón de minidrones dentro.

–Buenos Días Sommer.

–Va a ser que no Nuñez. Su labor de hoy es averiguar todo lo que pueda sobre estos
drones.

–¿No prefiere confiárselo a Péng?

–Péng ha confesado que el facilitó materiales a Qián para su proyecto de ciencias.

–¿No la ayudó?

–La instruyó, resolvió sus dudas, pero nada más, por ahora.

–¿La pudo haber ayudado María?

–Es posible.

–Si mato a los dos para encubrir su rastro ¿Por qué se expone a la luz?

–Eso dando por supuesto que lo hiciera por eso. Deje las teorías y céntrese en los
cachibaches.

Según los miembros de su equipo llagaban a por mas ordenes de trabajo los puso a
desmontar drones a pesar de las objeciones de Fran.
El sistema de vuelo había sido su mejora más notable pero no la única, les habían
quitado peso, mucho, creando en vez de un único modelo de dron multiproposito una
colección de ellos con roles diferenciados diseñados para cooperar. Fabien explicó
que sistema operativo de la centralita de control necesitaría modificaciones para
lograr la sinergia entre drones.

Con esa información Sommer descubrió gracias a Ansari que Qián había actualizado
el sistema de los drones con un parche sin certificar que se trajo de sus vacaciones
una semana antes de su desaparición.

Terminado el turno volvió escoltado a su cuarto donde ya le esperaba otro guardia a


pasar la tarde enclaustrado.

A la siguiente mañana fue a seguridad a ver a Sommer a su despacho, el cual era más
grande que el de Ndiaye, a parte del escritorio esquinero y un par de estanterías tenía
un armero y una pantalla grande en la pared enfrente des escritorio que en esos
momentos tenía imágenes del caso en investigación, a cambio de un puerta y una
estantería salia ganando.

Sentado en frente a ella a solas se fijo en que su aspecto era más sufrido y pensativo.

–Necesitamos su cooperación.

–¿No la he ayudado antes?

–Esta vez es distinto.

–¿Por? ¿Que ha descubierto?

–El parche que la doctora Qián uso para reconfigurar los drones estaba infectado.
Nada espectacular, un virus diseñado para sacarle el dinero a la gente a cambio del
antivirus, en algunos casos hubo comportamientos agresivos.

–Una vez una buena hacker me dijo que no se puede invadir la mente de una persona.

–No, pero se la puede susurrar al oído hasta enloquecerla.

–¿Eso fue lo que la paso?

–Es nuestra mejor teoría. Sospechamos que se esconde en alguna parte del sector
industrial donde hay temperaturas cálidas todo el tiempo y robar energía pasa
desapercibido por el alto consumo.

–¿Van a hacer una redada?


–¿Con ocho agentes? Sí claro. No, tengo en mente otra cosa.

–Podrían ponerla música molesta todo el rato hasta que la obligaran a salir para
apagarla.

–Quiero usarlo de cebo.

–Al final se ha tomado en serio lo de mi irrestibilidad en las mujeres peligrosas. Le


aclaro que solo era una broma.

Sommer desplegó un mapa tridimensional en el holoproyector. –Esta sería al zona de


captura. Usted se pondría en medio, pasando antes por estos pasillos para llamar la
atención. Una vez dentro les rodearíamos llenando la cámara de gas, usted llevaría
una mascarilla, sería evacuado pro este otro conducto en lo que mis hombres abaten a
la doctora.

–No funcionara.

–¿Por qué no?

–Se ha pasado meses siguiéndome, creo que no solo a mi, es muy cauta.

–¿¡Como!?

–Bruno la apoda Tunche, se estaba convirtiendo en una leyenda local de fantasmas.

–¡No me...! ¿¡Por qué nadie lo denuncio!?

–Le comente algo al doctor y me recetó ansioliticos ¿Usted que cree?

–¿Usted que ha sido runner no ha diferenciado a una loca de un fantasma?

–No se imagina lo buena que es escondiéndose. Si no fuera por una coincidencia con
los robots de limpieza estaría muerto.

–¿Que me sugiere?

–Averigüe porqué me atacó a mi y sabrá que la mueve.

–Eso ya lo se. Le quito implantes a María.

–¿Es una borg?

–Eso creo.
–¿Por qué no han hecho nada en todo este tiempo?

–Ustedes se creen que son los únicos que trabajan aquí. En seguridad a parte de hacer
nuestro labor tenemos que aparentar que todo va bien aunque nos hundamos en la
mierda para que ustedes no les entre el pánico y puedan seguir con sus alegres vidas.

–Vale ¿Que han hecho?

Sommer le dedico una mirada fría. –Buscamos a Qián por meses, arrastrándonos por
los túneles, peinando cada palmo de la nave en turnos dobles para no dejar de
proteger el resto. Cuando murieron María y Ricardo a parte de encubrirlo todo por
orden de la empresa estuvimos espiando a toda al tripulación en busca de un
chatarrero, registrando cada cajón de material que salia de la nave buscando un envío,
registrando la basura por si se había desecho del material y de la doctora. Pensábamos
que se trataba de la primera víctima. Así que sí, las nueves personas que componemos
la escasa seguridad de la nave no hemos parado un momento.

–¿Por qué no envía más gente la compañía?

Resopló. –¿Ha visto las otras naves?

–Vi una, una chatarra medio muerta con cuatro veces más personal solo para recoger
agua.

–Exacto. Aquí tres muertos se nota mucho porque somo pocos gracias a al
automatización, pero en el resto eso es una tasa excelente. Locos, accidentes, peleas,
sobredosis y suicidios acosan a la población como el moho al pan. Comparados
nuestro ratio es magnifico. La minería ya no renta como antes, las grandes estructuras
ya están construidas y la empresa ahorra en personal. Si las inteligencias artificiales
de mayor nivel fuesen legales aquí solo habría máquinas.

–Si le sirve de consuelo yo tampoco estoy contento.

–Menos que lo va ha estar. La capitana me ha autorizado a decretar la ley marcial si


es necesario. Eso le obligaría a ser mi cebo.

–Ya le digo que no funcionará. Sera peor incluso, se dará cuenta de que la han
descubierto y cambiara su comportamiento.

–Acepto sugerencias.

–Dejese crecer el pelo.

–¿Algo inteligente?
–No, ¿Por qué no me cuenta un poco más de la doctora?

–Una buena mujer con una iniciativa inteligente. Crear drones sanitarios teledirigidos
para poder operar incluso a millones de kilómetros d e distancia. Péng estaba
enamorado de ella, un amor platónico, y la ayudó. Quería mantenerlo en secreto para
que no la quitaran la patente, al fin y al cabo ya existen robots sanitarios teledirijidos,
por eso consiguió el sistema de extraperlo, pero eligió a un hacker chapucero o solo
tuvo mala suerte con las fechas y se llevó un extra vírico que al metérselo en el
neuroimplante le destrozó la cordura convirtiéndola en una borg asesina.

–Espero que nadie resuma mi vida así nunca. ¿Tenemos implantes en la clínica?

–De emergencia, para salvar vidas, nada interesante.

–Ha perdido unos cuantos bichos ¿Que le parece devolvérselos con un polizón?

–Darle armas al enemigo.

–Ninguna que no tenga ya.

–En los túneles no hay cobertura.

–¿De que vive?

–El agua la puede conseguir de las tuberías que recorren toda la nave pero los
alimentos los tendrá que robar o del almacén o de las cocinas, se suelen tirar varias
raciones a la basura. –Sommer. –Hay algo mejor, si no esta muerta es que se medica,
estará robando en la farmacia.

–Es posible que haya hecho acopio de una cantidad importante para las malas épocas
de todo eso.

Summer se quedo un segundo mirando al vacío. Luego se levantó de golpe y se colgó


las armas –¡Regrese a su cuarto! ¡Ya!

–Que pasa.

–A atacado de nuevo.

El soldado le llevó a toda prisa a su camarote. Sommer desapareció a la carrera en


otra dirección.

Hablando con sus compañeros por llamada grupal telefónica interna supo que habían
fenecido cuatro operarios en esa mañana. A la tarde todas las operaciones habían
cesado y se ordeno a todo el personal mantenerse en el sector de viviendas y ocio.
Antes de que llegara la noche se impuso al ley marcial y mandaron a todos a sus
camarotes.

En la mañana un soldado agriado le acompañó al despacho de Sommer.

–Vamos a hacerlo.

–Si esta atacando a la gente es porque ya sabe que conocemos su existencia. No va a


caer en una trampa para animales.

–Son ordenes de la capitán.

–¿Si la capitán la ordena arrojarse por una esclusa al vacío lo haría?

–No exagere. Si no funciona solo habremos perdido el tiempo.

–Un tiempo precioso.

–Esto no es una “run” mercenario. El tiempo corre a nuestro favor.

–¿Con todo el mundo en la zona de viviendas no cree que se extrañara de un solitario


ingeniero despistado?

–No queremos arriesgar a más personal ¡Deje de quejarse y póngase en marcha!

–Que suerte la mía, Me toco ser el obrero prescindible del día.

Carlos fue a sabiendas de que Qián no caería en la trampa, con la mayoría de guardias
escondidos alrededor atacaría cualquier otro lugar. En realidad era el hombre más
seguro de toda la Dvalin.
La emboscada

Se puso su mono naranja, cogió sus herramientas, devolvió sus armas por insistencia
de Sommer, tenía que parecer normal, y se encamino en solitario por los largos y
oscuros pasillos siguiendo el absurdo itinerario previsto para pavonearse bien antes
de meterse en la trampa. Si antes sentía que la Dvalin era solitaria, con las maquinas
apagadas, sin su ruido, era una tumba cerrada por milenios al resto del universo, el
silencio era tan grande que su respiración parecía forzada y las distantes gotitas que
golpeaban el suelo eran el martilleo de una pequeña pieza de metal, solo las aspas del
sistema de ventilación se mantenían activas y a veces el fluir de una tubería recordaba
que a parte de la luz la fontanería también seguía operativa.

Utilizando los túneles de mantenimiento llego al sumidero donde se realizaría la


emboscada. Una cisterna con ocho pasillos seis de los cuales eran desagües que
desembocaban en una piscina central, los otros dos eran un pasillo que la atravesaba
mediante una pasarela de reja metálica por encima, de túnel a túnel de
mantenimiento, en medio del puente de rejilla con pasamanos una columna gorda de
cemento crecía desde el techo y se hundía en el agua, en el lado que daba al puente
tenía un panel de control. La luz que iluminaba su camino era potente pero alrededor
reinaba la oscuridad.

Se acercó a la columna intentando esconder su nerviosismo, el ambiente era frío pero


sudaba de todas formas. No le gustaba nada aquello. En toría cuando ella apareciese
debía huir por el lado del puente que aún no había tocado, o si aparecía por ese por el
contrario. A él mismo se le corrió lanzarse a la piscina, el agua sería tóxica pero
menos mortal que los drones y los borg aborrecen el agua.

Se puso a trabajar, intentando hacer ruido, que no dijeran que Carlos era un mal cebo.
Desartornillo el panel y se la paso toqueteando cosas que funcionaban a la perfección,
así un buen rato, hasta que escuchó un grito proveniente de una de las alcantarillas.
Un grito de terror y agonía.

–¿Que esta pasando?

–¡Abortamos! Todos al túnel tres ¡Al túnel tres! Esta atacando a los agentes. Carlos
sal de hay, Sarr llevalo a su cuarto.

Carlos abandono el panel y a las herramientas y salió ala carrera por el lado del
puente previsto, al otro lado de la escotilla había un moreno que le apremió a cruzar
la esclusa y la cerró tras pasar él, la precintó con un seguro y se pusieron en marcha al
trote de vuelta al sector civil.
Los ecos de los pasos de los soldados retumbaban entre los túneles junto a los gritos
que se animaban a si mismos a correr. No disparos. A la salida del túnel, de vuelta a
los pasillos dejaron de oírlos. Sarr le puso un cierre de seguridad y siguieron su ruta a
paso ligero.

–Sarr ¿Verdad?

–Nuñez, ¿Eso que portas es un rifle de microhondas?

–Sí ¿Y que?

–¿Por qué no llevas un arma de fuego o algo mortal?

–No tenemos armas letales.

Carlos no dijo nada más, estaba que se tiraba de los pelos, pretendían acabar con un
borg con juguetes antidisturvios.

Se encontraban a mitad de camino cuando Carlos cogió del cuello del chaleco
antibalas a Sarr deteniéndole y le chisto para que callara. Ambos se quedaron en
silencio. Carlos alargo la mano a la pistola del cinturón del Sarr.

–¿Que pasa?

–La gotera que hemos pasado hace un momento, caía una gota cada dos segundos
¿La escuchas detrás?

Los pasos.

Carlos desenfundó el arma de mano de Sarr y se hecho para el frente dándose la


vuelta. Sarr se giro levantando el rifle. La sombra se abalanzó sobre él. Dos manos
blancas de largas uñas negras se aferraron a sus brazós, una pinza de metal al arma y
un taladro industrial de un metro de largo le atravesó el pecho en unos segundos
horrorosos segundos en en los que Sarr solo pudo gritar pidiendo socorro mientras era
perforado.

Carlos disparó hacía la criatura, con Sarr en medio y su forma informe si la dio de
nada sirvió. Terminado el agujero inició una segunda perforación en el cráneo del
soldado que vomitaba sangre, tenía espasmos y no lograba respirar. Sujetado por el
cuello por una pinza robótica el taladro le abrió un boquete en el cogote por donde
sus sesos batidos se derramaron. Carlos salió corriendo.
El gorjeo, los pasos y el taladro arrancando y apagándose. Carlos corría y disparaba
hacia atrás sin mucho tino. Le perseguía una sombra negra peluda de la que
sobresalían dos brazos mecánicos por encima, la pinza a su izquierda y el taladro a la
diestra, y dos brazos blancos de uñas negras flacos y enfermizos, todos dispuestos,
alzados, ansiosos por atraparlo.

Disparar era perder tiempo, Carlos se centro en correr. Intento ordenar a todos los
robots de limpieza que fueran a asearla para distraerla pero el sistema le aviso que
solo podía usar cuatro a la vez.

La soltó vapor candente liberándolo de las tuberías de alrededor por control remoto.
Consiguió que chillase, se enfadara aún más y perdiese unos valiosos segundos. Era
una buena corredora le pisó los talones hasta la zona de viviendas donde desapareció.
Él no paro de correr hasta el comedor.

Una vez dentro se relajo, estaba agotado y le faltaba el aire, se fue a sentar en la
barra. Sus compañeros le miraban estupefactos, al recluso entrando a la carrera arma
en mano, todo sudado.

Su equipo se acercó el primero. –¿Que ha pasado? –inició la enérgica Lexa.

–¿No os han dicho nada?

–No.

–Hay un cyberpsicópata en la nave, se esta cargando a todo el que encuentra.

–¿Eres tú? –preguntó Sergio con aires de superioridad.

–Si lo fuera ahora mismo estarías muerto. –Se dirigió ala camarera. –Agua por favor.
Del tiempo.

–¿¡Te ha estado siguiendo!? –pregunto Sonia.

–Sí, casi hasta la puerta, con un taladro enorme bañado en sangre. –El comedor se
conmocionó.

–¿¡Y los guardias!? ¿¡Donde están!?

–Siendo asesinados en el sector industrial.

Sergio se adelanto envalentonado. –¿¡Por qué te retenían a ti!?


Carlos le puso la pistola en la sien con la rapidez de un látigo. –Porque soy mucho
más guapo que tú. Te apartas por favor, necesito aire. –Se apartó con las manos
levantadas.

Carlos se bebió el baso e agua que la camarera le acababa de servir. Recuperado el


aliento se dirigió a sus compañeros. –La cyberpsicopata es una borg, el problema no
es que este loca, si no que con tanta maquinaria en el cuerpo es poderosa. No ataca
sin ton ni son, no esta fuera de control. Sabe lo que hace y no asaltará a un grupo
numeroso que pueda reducirla. Moveos en grupos de cuatro como mínimo y evitad
los túneles de mantenimiento y los lugares oscuros.

Voces entre la multitud se alzaron. –¿¡Que vamos a hacer!? ¿¡No tenemos armas para
defendernos!? ¿¡Que están haciendo los de seguridad!? ¿¡Quién es la
cyberpsicópata!?

Carlos se dirigió a la camarera. –Mejor póngame una cerveza.

La megafonia chirrió y pito antes de que se escuchase la voz. –Al habla la capitán.
Ordeno a todos los habitantes de la nave que se resguarden en sus cápsulas. Se
procederá a vaciar de aire respirable la nave en treinta minutos.

Algunos alabaron la medida, otros la criticaron, todos obedecieron, todos excepto


uno. La camarera dejo el botellín en su sitio y también se fue. Ni eso le dejaron.

Sonia se había quedado atrás. –Vamos.

–Nop.

–¿Por qué no? Ya has oído a la capitana.

–Esa persona es lo suficiente inteligente como para buscarse un tubo de aire o una
bombona de oxigeno y reírse de la broma. Entonces quedaríamos a merced de que pa
psicópata nos matase uno a uno en nuestras cápsulas.

–Siempre puedes eyectar.

–Estamos a días de la nave más cercana en medio de un campo de asteroides


metálicos. A lo mejor encontrarían tu cuerpo.

–¿Que vas a hacer?

–Salir a dar un paseo.

–¡Carlos no es momento para tonterias!


–Quedarse escondido en el armario esperando a que la misma persona que se ha
tirado meses para arreglar esto lo solucione cuando se ha desmadrado, eso, si que es
una tontería. –Carlos saltó al otro lado de la barra y cogió metió un montón de
botellines en un bolsa dentro de otra. Luego saltó al otro lado y convocó a su equipo
al taller.

Fabien y Bruno pasaron de acompañarlo prefiriendo la segura tranquilidad de la


cápsula. Lexa fue entusiasmada y Sonia iba detrás quejándose.

Fueron deprisa, Carlos delante apuntando en cada cruce a los pasillos vacíos. En
cuanto entraron cerraron todas las puertas y accesos con unas anclajes de seguridad
aislándose del resto.

La capitán le llamó.

–Os he dado una orden.

–Ya, pero es estúpida.

–Yo o la orden.

–Supongo que ambas, una no puede ser sin al otra.

–Puedo ejecutarle por desacato. Deje de hacer el imbécil y váyase a su cápsula.

–Prefiero vivir.

–¿Encerrándose como un ratón en el taller?

–Es mejor que dar palo de ciego.

–Su taller será el primero en quedarse sin aire.

–No se preocupe, tenemos más bombonas de las que necesitamos. Si quiere empiece
por aquí, por cierto, ella también tiene a su alcance más bombonas de las que
necesita. Le sugiero que piense en ello.

–Ya hablaremos cuando todo esto haya terminado.

–Eso si ella no termina antes con uno de los dos.

Lo siguiente fue ponerse los trajes de vació, un carrito para transportar materiales con
todas las bombonas que encontraron. Antes de partir esperaron disfrutando del
alcohol a que sonaran las alarmas que anunciaban la expulsión del oxigeno.
Tiraron los botellines a reciclar y arrastraron el carrito al ascensor que les elevó a la
esclusa al exterior del hangar de naves y drones cerrando tras de si. La cámara
intermedia era espaciosa, podrían pasarse hora tirando de charleta con cerveza antes
de tener que usar las bombonas de aire comprimido. Eso hicieron. Les contó a sus
compañeras todo el asunto de Qián mientras esperaban.

A las cuatro horas saltó la alarma de incendios, el sistema automático de la Dvalin les
informó vía neuroimplante que el fuego se encontraba en los túneles de
mantenimiento bajo el puente de mando.

A los veinte minutos le llamo la capitán de nuevo.

–¡Abre la puta maldita puerta!

–¿Que?

–¡La puerta del taller idiota ególatra! Tus compañeros están al otro lado.

Carlos miró por la ventana de suelo de la puerta interior pero estaba demasiado lejos
para ver nada más que el hangar. Abrir esa esclusa implicaría perder horas de
oxígeno.

–No se suponían que estaban durmiendo en sus cubiculums.

–¡Al contrario que tú ellos arriman el hombro!

Carlos le explico la situación a sus compañeras y aceptaron abrir. Al hacerlo el aire se


esfumó. Ya solo tenían el oxigeno de las bombonas. Con los cascos puestos y las
pesadas bombonas a la espalda bajaron en el elevador y se aproximaron a la entrada.

Sonia fue la primera, se puso a quitar el anclaje, por inercia miro por la ventana y se
hecho para atrás.

–OH maldita sea, No por favor.

Al otro lado no había compañeros, la ventana estaba manchada de sangre y se veía


una pierna sin vida tendida. Debajo, en un ángulo imposible de ver estaría el resto a
saber en que estado.

Carlos ordeno volver a la esclusa.

Estaban ayudando a Sonia impedida por el shock a llegar cuando escucharon el


taladro perforando uno de los accesos a los túneles. Eso les aceleró.
Cerrada la esclusa abrieron la del exterior y se pusieron a andar con el carrito atado a
los conturones. En dirección al cable que unía la nave Dvalin con la nave de
recolección de energía solar que les alimentaba. Kilómetros de cable. Antes tenían
que andar por la superficie usando las botas imantadas, una forma lenta de
trasladarse. Carlos iba al frente tirando del carro, Sonia al borde de un ataque de
nervios en el centro y Lexa tranquilizándola detrás. Al menos al ir por el interior la
gravedad artificial estaba de su parte. Desde su punto de vista no quedaba claro si los
que daban vueltas eran ellos o el almacén exterior, un compendio de contenedores
cuadrados encajonados entre una estructura de metal alrededor de un único eje central
que recorría el hueco del cilindro llamado Dvalin hasta sus dos topes, el área de carga
y descarga industrial y el de transporte. La idea era salir a la superficie exterior por el
industrial que era donde se encontraba enchufado el cable y no requería entrar de
nuevo a la zona habitable de la nave.

Era un paseo largo que le dio para recordar lo a gusto que estaría entre los brazos de
Zenobia, viviendo de los padres de ella sin dar palo al agua en vez de huyendo de un
monstruo en en una alta inmensa perdida en el espacio.

A los cuarenta minutos recibieron una petición de auxilio de Sergio.

–¡Necesitamos ayuda! ¡Eso, el tunche! ¡Esta aquí! ¡Los soldados nos han dejado
solos! ¡Estamos huyendo desde la sala de control del sistema de soporte vital, hacía...
Hacía...! –Un montón de gritos de terror imposibilitaron entenderle, luego gritó el y la
transmisión se cortó.

A los quince minutos le llamó Sommer.

–Necesito tú ayuda.

–Podrías probar con un trozo de jamón cocido atado a un cordel...

–No es momento para bromas. –Le interrumpió.

–Al contrario, es en momentos de mierda como este cuando mejor viene el sentido
del humor, para levantar el ánimo y mantener la cordura.

–Tú mismo. Solo me quedan tres hombre, tengo un puente de mando averiado, una
cuenta atrás corta de oxígeno y una cyberpsicopata suelta.

–Y juguetes en vez de armas.

–Mi idea es dejar que el puente se defienda solo, reconquistar el soporte vital y
ponerlo a airear la nave.

–A airear la nave, que cachonda ¿De cuantos kilómetros cúbicos estamos hablando?
–De los que hagan falta, si no empezamos nunca terminaremos.

–No se si lo sabrás pero me estoy dando un paseito la mar de majo, te sugiero que
uses a mis compañeros.

–Eso pienso hacer. Lo que te pido es que vuelvas.

–La capitán es la derecha y tu la izquierda ¿Tan tonto te parezco?

–¿A donde vas a ir?

–A donde haga falta. Por cierto ¿Por qué la nave no esta acercándose al sistema?

–Hemos perdido soporte a la empresa, nos van a enviar más fuerzas.

–Las fuerzas de la empresa tardaran una vida en llegar. Llamar a los putos marines,
ellos saben como lidiar con estas mierdas.

–Mientras llegan los refuerzos necesitare al alguien con brazo firme que me dirija a
los ingenieros.

–¿Que pasa con los marines?

Sommer resopló. –La empresa no quiere un escándalo. O pagar al ejército el fortunon


que cobran por intervenir. La capitán a decidido no llamarlos, por el momento.

Una potente alarma resonó por toda la nave. Sonia se puso histérica. Lexa la agarró
para evitar que hiciera algo que les pusiera en peligro. Por el comunicador todo era
una cacofonía de voces y gritos. Carlos grito ordenando silencio. De alguna forma la
acuclillada Sonia consiguió sollozar al mínimo. Como leves susurros resonaban por
la estructura lejanos escapes de presión por todas partes, había forzado la eyección de
todas las cápsulas.

Sommer gritó. –¡Hija de puta, maldita hija de puta!

No tardo en calmarse, tenía la experiencia de su parte. –Carlos, esto no es por la


empresa, si no hacemos algo...

–Lo sé. Enviame una nave por control remoto a mi posición. Y llama a los putos
marines. –En la última frase recalcó cada silaba,

Enseguida una nave de construcción con los colores de su tribu, naranja y negro se
acercó parando a su vera. Subir todo en ella fue un tanto complicado pero con
paciencia y puntería las hormigas y su valiosa carga entraron en el aparato. Un tanto
apretujadas.
Carlos intentó tomar los mandos pero no pudo, se encontraban bloqueados por el
sistema. La nave les llevó hasta un acceso cercano a su punto de partida, casi una
hora a pie perdida. Estaban justo encima de la sección de soporte vital.

Carlos llamó a Sommer. –Al final vais a ser los dos de derechas.

Contesto la capitán Ndiaye. –Lo siento, su amiga Simone no se puede poner se en


estos momentos. Ahora baja y haz tu puto trabajo.

–Hablando de trabajos sin realizar ¿Sabes quién esta demostrando se un fracaso como
capitán?

–Tienes dos opciones. O arreglas el soporte vital o te aplasto como a una mosca. –Los
grande brazos robóticos encargados de manejar el silo se acercaron y les amenazaron
con espachurrarlos encajado sus pinzas sobre el casco. El metal chirrió y Sonia grito.

–¿¡Que mierda esta pasando!? –preguntó Lexa.

–Somos los únicos ingenieros con vida en la nave. La capitán nos esta dejando elegir
entre suicidarnos entrando de nuevo a arreglar el soporte vital o que nos reviente ella.

–¡Dile de mi parte que es una hija de la gran puta!

–Lexa dice que no sabe quién es peor si Qián o usted.

–yo, por supuesto.

–Coincido. Bien capitán, lo ha logrado, arreglare su nave.

–Luego te doy una galletita.

Bajaron con cuidado. En cuanto estuvieron otra vez con los pies sobre la superficie
interior las pinzas liberaron la nave y esta se colocó fuera de su alcance.

Se acercaron hasta la esclusa de mantenimiento, allí Carlos se cambio de bombonas.

–Vosotras No.

–¿Que mierdas dices?

–Si esta dentro de la sala de control del soporte vital o en sus próximidades cosa
probable, es una muerte segura. No es plan de que muramos todos.

–¿Por qué eres tú el que elige quién entra?


–Porque tengo coraza subcutanea ignífuga y aislante, pulmones con reserva y médula
con nanobots.

–¡Joder! ¿De donde coño has sacado todo eso?

–Antes llevaba tatuajes de plata.

–La ostia. ¿Que hacemos si no vuelves?

–Seguís el plan original. De hecho seguirlo desde el momento en el que baje, os


puedo alcanzar rápido sin tener que tirar del carro.

–¿La puta de Ndiaye no nos atacará?

–Si lo hace no la arreglo la nave. Así que aprovechad ese tiempo para alejaros todo lo
que podáis de los brazos.

–Entendido. –Le hizo el saludo militar.

Le ayudaron a agarrarse a la escalera de mano y se despidieron al cerrar la esclusa


con el dentro.
Entre desechos

De nuevo dentro.

Las puertas y los escalones habían hecho suficiente ruido para llamar la atención de
cualquiera a cien metros, sin embargo seguía con vida. Quizás la doctora esperase a
que se adentrara más.

Se quito el traje pues el sistema del mismo indicaba que el aire era respirable. Lo dejo
en medio del cuarto con el casco al lado boca abajo y las bombonas a un empujón de
colocarlas en la espalda, por si regresaba con prisas. Si no fuera por el suelo enrejado
se abría quitado las botas. Todo intentando no hacer ruido.

Camino despacio según la ruta marcada por el hilo de plata, eligió las que le pareció
más segura, con más escondites, y la recorrió con cuidadoso paso, escondiéndose tras
objetos y esquinas. En esa zona había muchas esquinas pero muy pocos objetos. No
encontró ni trampas ni trucos, llegó a la sala de control, un montón de paneles con
gráficos y mediciones en las pantallas, unas pocas sillas cuatro entradas y un par de
cadáveres acuchillados de monos naranjas del grupo de Sergio.

Las maquinas ya estaban encendidas, a baja potencia, para el espacio a cubrir, solo
esa zona, era suficiente. Podía cambiar los parámetros desde esas consolas, lo que
también podrían alertar a Qián en el momento en que hubiera configurado una alarma
personal o se encontrase cerca de uno de los conductos a abrir para dar paso al aire.
Entonces lo acorralaría, lo mataría y desharía los cambios.

Al menos no les faltaban las herramientas. Carlos desatornilló las consolas y las fue
inutilizando, desmontándolas en silencio. El tiempo le parecía transcurrir con rapidez
excesiva. Veinte minutos. Lo siguiente fue cambiar la generación de aire. Se coló por
un agujero bajo apretó interruptores, giró válvulas y tiro de palancas. Las maquinas
en funcionamiento se aceleraron y las que estaban quietas se animaron. Salió todo lo
rápido que pudo he insertó los comandos necesarios en la última consola activa antes
de arrancarla y salir corriendo de la sala de control.

Justo escogió la puerta por donde se acercaban los pasos a la carrera. Giro y fue por
la opuesta corriendo a su máxima velocidad. Abriendo y cerrando accesos con la
mente, un juego que la sobra tras sus pies también conocía. Era muy rápida. Gasto los
pocos segundos de ventaja que tenía en salir de la ratonera en la que ella al caminar a
cuatro patas con agilidad animal conseguía mayor velocidad. Era ncreible que ap sear
de llevar esos trastos en la espalda se moviera con tanta habilidad, como antes solo le
veía asomar las manos, la cara estaba tapada por na larga melena negra alborotada.

Escucho golpes de algo metálico contra la pared –¡Por aquí! –Gritó una voz
masculina. Carlos cambio su rumbo hacia la voz. –¡Rápido, Rápido!
Un salto en el último momento de la sombra para agarrarle de los pies le devolvió el
tiempo perdido a costa de una bota ajada y dolor en el tobillo.

La adrenalina le impulso a correr a pesar del dolor viendo como la oscuridad


acechante salía del agujero como un perro de presa.

Entró de un salto y el hombre de mono naranja y bigote tieso cerró nada más entrar.
Se apresuro a colocar un anclaje –¡Ayudame! –Carlos se dio la vuelta y le ayudó a
colocarlo y tirar del mecanismo para que la presión hidráulica impidiese la apertura.

Al mirar por el cristal piel blanca, ojeras bajo un globo ocular sin expresión con las
venas hinchadas y la pupila negra dilatada, un movimiento rápido y desapareció.

–¡Joder! La ostia. Pensaba que no lo contaba. ¡Gracias!

Su salvador tenía la cara redonda con mejillas carnosas y unas cejas en pico. –Para
eso estamos guey.

–¿Eres del equipo de Sergio?

–Así es licenciado. Mariano González para servirle.

–Carlos Nuñez. –Le ofreció la mano, aún jadeante. Mariano se la estrechó con fuerza.

–Ya se quién es, el nuevo licenciado, le envió para acá la perra guasona de la capitana
¿A que sí?

–Tal y como lo cuentas ¿Como te la has apañado para sobrevivir?

–Cuando todo se fue para la chingada corrí como si me ardiese el culo hasta este
corralito que me preparé hará una semana por si se venía a por mi la Yeguatzihualt.

–¿La que?

–Como la llorona pero sin llanto.

Se encontraban en el cuarto de basuras del área, con tres puertas selladas, el silo de
drones de limpieza, los vagones para la basura y un armario con equipo de mano. En
el lateral sin puerta se encontraba los agujeros de las trituradoras que enviaban los
restos hasta el almacén de desperdicios, el área de reciclaje o una caldera según que
tipo de basura fuese. Era ilegal tirarla al espacio. Mario estaba bien preparado, tenía
un saco con aperitivos y una neverita de viaje. Se acercó a ella y saco un par de latas
de cervezas. –Mi alijo para el fin del mundo. –Cosas para picar y muchas cervezas
entre el hielo.
–Usted si que sabe señor González.

–¡Pues claro! Pero va. No me llame de usted, ahora somos compadres de fin del
mundo, al menos del nuestro.

Carlos se sentó a su lado y empezó a beber. –Entonces llámeme Carlos.

–¿Ya arregló el aire acondicionado?

–Sí, y no va a poder manipularlo. Al menos que también sepa de eso.

–¿Pues que le hizo?

–Me cargué lo paneles, todos, hasta la última consola.

–¡Bien hecho guey! Ya solo toca esperar.

La capitán no se hizo esperar.

–Felicidades . Ahora ven a arreglar el puente.

–De camino voy.

–¿Lo dice en serio?

–Pues claro. Salgo en cuanto la doctora deje de rondar a mi alrededor.

–¿Esta en tu sector?

–Me tiene acorralado.

–Mantenla distraida. –Colgó.

–Mariano la perra guasona dice que mantengamos distraída a la llorona esta.

–Pendeja.

En un principio siguieron a su royo, al rededor de la quinta cerveza decidieron ayudar


y se pusieron a cantar a gritos como mariachis.

Hablaron con Lexa y Sonia las cuales se alegraron de que estuvieran vivos y
felizmente borrachos. Ellas habían llegado a la entrada de mercancías y se disponían
a coger a recorrer el cable ya que la capitana no les dejaba coger una nave.
Estaban durmiendo la mona cuando una alarma les despertó. Según el sistema de la
Dvalin el aire del puente de mando estaba intoxicado con cloro. Desperazándose con
tremendo un buen dolor de cabeza le dijo Carlos. –Mariano.

–Que mierda guey, deje que se los lleve a la santa muerte la Yeguatzihualt.

–Piensa amigo. No sobreviviremos mucho tiempo a base de ganchitos y cerveza. Si


esta en los túneles de ventilación del puente... –Le dejo adivinar.

–Esta a un buen rato de acá. ¿Pero a donde vamos?

–Al exterior a dar un paseo hasta el colector de energía.

–¡Madrecita! Con lo poco que me gusta andar por el vacío ¡Andale!

Salieron ambos corriendo por los pasillos sin preocuparse por el ruido, directos a la
esclusa por donde Carlos entrase. Se calzaron los trajes, y empezaron a subir
bombonas, estaban en el segundo viaje cuando escucharon los pasos frenéticos de la
doctora acercarse. Subieron a la carrera y cerraron tras de sí. Por un momento
llegaron a ver la masa negra al otro lado retorciéndose sobre si misma antes de volver
a salir corriendo.

Tenían ocho botellas, suficientes para la larga caminata si todo iba bien. Se pusieron
en camino con paso firme por el lado más alejado de los brazos mecánicos del silo. El
peso les hacía jadear.

Llamó Lexa y Sonia, ya habían llegado y le habían contado todo al capitán de la


Curucusí, todavía no terminaba de creerse la historia a pesar de que ya tenía
sospechas de antes por la desinformación de la capitán Ndiaye. Le pasaron la llamada
y Carlos le ratificó la versión. No les faltaba tiempo en el largo trayecto hacía la nave
encargada de la recolección de energía, un modelo estandarizado de producción en
serie de funcionalidad comprobada, la vieja fiable. El capitán Russo escucho con
atención y se despidió dándoles sus mejores deseos y la bienvenida de antemano a su
nave.

Llegaron a la entrada de materiales, subieron unas escaleras de mano en las que cada
paso era menos fatigoso que el anterior. Encontraron el acceso para naves averiadas
abierto y saboteado. Un regalo de sus niñas. Una apertura con forma de cuña sin
punta, tan grande que al cruzar parecían pulgas saltando los baches de la entrada. En
vez de bajar andáron por la fachada hasta el cable, agarrados por el magnetismo de
las botas. El cable tenía dos rieles para una plataforma de reparaciones y otro de
emergencia para dementes a pie. Engancharon sus mosquetones a ese riel u fueron
avanzando tirando con los brazos de sus cuerpos, dos piojos trepando un pelo.
Apenas se habían alejado de la Dvalin cuando de esta salieron tres cuatro pequeñas
naves de construcción tan bien alineadas y sincronizadas que sin duda se movían en
piloto automático, sin parar a saludar se dirigieron al frontal de su nodriza.

–Pinches cobardes, van a abandonar a los empleados de las cápsulas. Son obreros,
que importan.

–Supongo que por esos los llaman corporatas.

Al rato una primera nave avanzó con escaso impulso hacía la Curucusí. El doctor
Ansarí le llamó.

–Nuñez por favor, te ruego que nos ayudes.

Se guardo su veneno por el momento. –¿Que necesita doctor?

–El piloto ha muerto y ninguno de los que estamos aquí sabemos manejar este trasto.
En la Curucusí Lexa sabe pero se niega. Dice que merecemos morir por traidores.
Tiene razón, aún así no queremos morir. Te ruego que nos ayudes o que la convenzas
de ayudar.

–¿La capitán y Sommer no saben pilotar?

–La capitán mató a Sommer cuando esta le intentó quitar el mando. Ahora no se
como estará, cuando subimos a la nave Qián nos ataco. Jamás he visto anda más
aterrador, esa nube de insectos... Ella no esta en la nave, te lo juro. Estamos la
teniente Dubois, mis enfermeras y yo.

–Tiene que darme los mandos doctor.

–¿Como se hace eso?

Carlos le guío y le traspaso el control de la nave. La guió con toda la habilidad que
puso hasta la pequeña dársena de la Curucusí.

Se encontraba realizando la delicada maniobra de anclaje cuando una segunda nave


salió del frontal de la Dvalin.

–Doctor hay una segunda nave en su trayectoria. Cuando me dijo que les atacaron me
sonó a que eran los únicos supervivientes.

–Había gente luchando. Podrían haber ganado.

–Entonces ¿Por qué se irían?


La nave no dejaba de acelerar en dirección a la Curucusí. La recolectora empezó a
emitir en abierto.

–Obrera cinco. Deje de impulsarse y rectifique la trayectoria. ¿Nos Escucha?

No respondía.

–Obrera cinco no necesita tanta velocidad, decelere y modifique su trayectoria ya hay


una nave en la dársena. Repito. Ya hay una nave en la dársena.

–Piloto de la obrera cinco tranquilícese y reduzca su velocidad, podrá embarcar


después de obrera tres.

La Curucusí, cortó el cable de suministro en su lado he inicio maniobras de evasión,


Carlos hizo lo mismo con la nave del doctor. La naves de tipo recolección eran en la
practica estaciones móviles, sus capacidades de maniobra eran muy limitadas, a parte
de eso la obrera cinco rectifico el curso para impactar. El choque fue brutal, las naves
obreras se construían para ser resistentes, las de recolección no. el cinturón giratorio
se hizo pedazos en la mitad de su superficie desprendiéndose de él una buena
cantidad de material, luego la nave golpeo contra la parte interior, rebotó contra los
paneles protectores y continuó arrastrándose contra la vela solar hasta salí de su
espacio quedando a la deriva.

Carlos alejó a la nave del doctor de los escombros todo lo que pudo y la puso en
piloto automático hacia el acceso de materiales de la Dvalin mientras Mariano le
gritaba que se tenían que ir. Parte de la metralla del impacto iba hacía ellos.
Retrocedieron con prisas hacía la Dvalin viendo como una tercera nave avanzaba y se
paraba en el espacio, rectificando con torpeza su rumbo para apuntar a la Curucusí.

Antes de que llegaran al punto de anclaje del cable ya pasaron los primeros
proyectiles a su alrededor, rápidos y pequeños como balas. Fueron aumentando en
número y tamaño en cuestión de segundos, algunos golpearon contra el cable,
tuvieron suerte y ninguna de las piezas de la nave embestida les alcanzó a ellos. La
superficie de la Dvalin se llenaba de manchas negruzcas.

La segunda obrera enviada contra la Curucusí falló, atravesó la vela solar en vez de
dar en el centro. Unos segundos más tarde las luces de la Curucusí se apagaban y la
nave rectificaba su rumbo quedándose quieta. Emitía un mensaje de socorro
automático y modificaba su posición, la cuarta nave de construcción se aproximaba
contra ella, antes de que impactase la curcusí cogía impulso y se alejaba hacía el
interior del sistema. La inteligencia artificial de las naves estaban programadas para
volver a la estación designada en caso de la muerte de todos los tripulantes.
Refugiados

Mariano y Carlos entraron medio asfixiados por la esclusa del enchufe del cable. Con
la voz del doctor en la cabeza.

–Debemos atrincherarnos en un lugar con comida y agua. Lo mejor sería el comedor.

–El comedor tiene accesos por todas partes. Ya de paso pintarnos una diana en la
espalda.

–Va a venir a por nosotros.

–Si estaba en el punte de mando ya esta viniendo doctor. El sistema la ha avisado de


nuestra entrada en la Dvalin.

–Tenemos que agruparnos.

–Sí, en el taller.

–Esta muy lejos.

–Subanse de nuevo a la nave.

–Mariano volvemos a salir.

–¡Mierda pendejo, acabamos de entrar, deja de chingarme!

Carlos acercó la obrera tres con sus pasajeros a su posición, saltaron a ella, se
desengancharon de la Dvalin y volaron hasta la esclusa de la entrada al hangar de
reparaciones. Por donde volvieron a entrar a la Dvalin. Mariano se alegró cuando
corriendo a cerrar los conductos lo vio ya cerrados. Solo había uno abierto con el
cerrojo perforado que soldaron en un momento.

–Cual es el plan Carlos, preguntó el doctor.

–Aquí tenemos material para construir casi cualquier cosa pequeña. También hay un
cuarto de baño con agua corriente e incluso algunos productos de limpieza. Lo único
que nos falta es la comida.

–Que siguen estando en los almacenes de la cocina.

–Los cuales tiene una salida al interior de la nave por donde entra la mercancía.

–Chingado, otro viaje por la superficie.


–¡No crees que no estará esperando! –dijo enfadada la peliroja de ojos verdes y cara
larga con pecas al borde de un ataque de nervios. No era la única, las enfermeras
estaban igual.

–No vamos entrar, los drones y el brazo mecánico lo harán por nosotros.

–¡Bravo por esa! Buen plan. Que no se te olvide las chelas.

–Mariano que prefieres ¿Brazo o dron?

–Los drones no se me dan bien. Con el brazo me podría hacer tremenda paja.

–Manos a la obra, cuanto antes lo hagamos menos podrá hacer para impedírnoslo.

–¿Que hacemos nosotros mientras tanto?

–Revisad el almacén, buscad cualquier agujero o desperfecto por donde pudiera


colarse ella o sus malditos minidrones y lo tapáis.

–¿Si tapamos todo por donde va a entrar el aire?

–Cierto. Antes hay que hacer algo contra los drones.

–Una buena granada de pulso y la verga esos cabroncetes.

–Buena. Yo modificare los sopletes de fundir de repuesto para darles un poco más de
potencia. Cuando hayamos terminado destaparemos la ventilación.

Le dieron al doctor y su gente espráis de espuma aislante con los que taparon todos
los agujeros. En una hora tenían doce granadas y y cuatro lanzallamas rudimentarios.

Antes de destapar los agujeros Carlos uso la terminal de la oficina y se adueñó de un


dron y un brazo. Con el dron abrieron las esclusas y entraron en el almacén. Estaba
moviendo la primera caja cuando la sombra lo atacó por la espalda. Carlos intentó
liberarse pero acabo destruido por el taladro.

No importaba tenía muchos drones. Al segundo intentó la busco por el almacén, vio
moverse una sombra y antes de poder encararse lo había puesto boca abajo y lo
estaba taladrando.

El tercer dron paso antes por el hangar. Entró como el anterior, la busco sin éxito.
Cuando no la encontró volvió a empujar la caja esta vez hasta el montacargas que la
alzó hasta la esclusa dejándola a merced del brazo bajo el control de Mariano que la
llevó hasta el hangar de reparaciones. Era como si hubiese olido el explosivo
adherido al dron, ni apareció.
A la cuarta caja la esclusa fue cerrada y bloqueada desde el puente de mando. Unas
reparaciones de los drones anularon los controles telemáticos. Y esa y otras dos cajas
viajaron al taller, una de latas de cerveza.

Ya con el trabajo hecho abrieron la ventilación colocando trampas que explosionasen


las granadas en cuanto algo atravesase las ranuras.

Lo siguiente fue establecer turnos de descanso, los primeros en acostarse fueron el


doctor y una enfermera. Quedaron de a cuerdo en que siempre debía haber un
ingeniero y un sanitario despiertos. Dubois también se acostó. Ese era la mayor pega
del lugar solo la oficina era un lugar donde alguien pudiese pegar ojo.

La siesta no les duró mucho. A la hora una de las trampas detonó destruyendo un
único dron espía. La repusieron enseguida e incluo prepararon un sistema de
recambio por si usaba a un único dron de kamikace y después atacaba con un grupo
entero.

A las dos horas el puente de mando estaba retirándole el control del dron.
Despertaron a Dubois para que lo hackera, demasiado dormida no consiguió hacerlo.

Lo tenían en la puerta del hangar golpeándose contra ella. Cogía carrerilla y golpeaba
de nuevo, al otro lado de dos esclusas el sonido quedaba amortiguado y sin embargo
no dejaba de asustar, era la manifestación de la voluntad de Qián, su deseo resoluto
de entrar y matarlos a todos, insistiendo hasta que el dron se averió.

Lo siguiente fue una pelea informática entre Dubois y Qián por el control de todos los
drones de la Dvalin. Qián tenía ventaja por encontrarse en el puente de mando,
Dubois utilizó su rango y se los arrebató. Qián instalo el programa que usaba para
controlar los suyos. Dubois usando el antivirus lo borró del sistema. Un conflicto de
minutos que podría haber acabado con ellos. Ya de paso la teniente bloqueo todo el
puente. Con toda al cadena de mando muerta el gobierno de la Dvalin recaía en al
teniente.

Podrían haber jugado con le soporte vital pero prefirieron no presionar a Qián. Se
limitaron llamar a los marines. Con Dubois serena ganaban mucho.

A la hora la alarma de contaminación saltó. Cloro en al aire. Usando la espuma


debieron cerrar toda las entradas de aire protegidos por los trajes de vacío perdiendo
muchas granadas en el proceso.

A un impulso estuvo Carlos de repetir la táctica de la capitán de dejarla sin aire la


nave para asfixiarla o al menos obligarla a buscarse un agujero en donde pudrirse.
Ansari y Dubois le hicieron consciente de su errar. La Dvalin no podía permitirse ese
lujo, reponer el aire le estaba costando un esfuerzo considerable, el agua no era
infinita y sin la colectora se mantenían con la energía de reserva.
Usaron a los drones de limpieza para arrastrar el material tóxico depositado en los
conductos de ventilación fuera de ellos y retirarlos a la basura. Luego los convirtieron
en vigías estáticos que les avisaran si la asesina se acercaba de nuevo.
Volvieron a abrir los conductos y a poner las trampas. También se pusieron manos a
la obra con la nave, recolectando todo el agua que quedase en los puntos de
excavación para llenar los depósitos y apagando funciones innecesarias para ahorrar
energía. La única sala caldeada iba a ser el taller.

Usando un par de drones y el brazó del silo empezaron a trasladar bombonas al taller
por el hangar. Por sí perdían el aire, ya que la reserva del taller estaba vacía.

Hicieron todo ese trabajo sin descansar pensando que el acoso de Qián no les dejaría
dormir, no llegó a amenazar su seguridad, pero la escuchaban de vez en cuando,
golpes en el metal, el taladro perforando, buscaba una forma de entrar. A las cuatro
horas dejaron de oírla y la primera tanda de descanso pudo dormir.

La segunda tanda de sueño fue para una de las enfermeras Dubois y Mariano, tras
echarlo a suertes con Carlos.

Estaba todo en calma cuando Ansari empezó a gritar de repente. Cuando entraron en
la oficina la enfermera de blanca piel y negra melena rizada, entradita en carnes de
ran corazón y la melancólica peliroja Dubois se echaban a un lado asustadas sin
entender que estaba pasando.

Ansari de pie hurgó con sus propios dedos dentro de la carne de su cuello sacando un
diminuto dron que miro vizcándose alzándolo delante de él con la punta de los dedos
a la que presionaba su cuello sangrante. La cosa se menaba intentado liberarse. Ansri
se lo ofreció a Carlos con una mirada de miedo contenido en un rostro empalidecido.
Carlos lo cogió en silencio, asustado. Als enfermeras reaccionaron y apartaron a todo
el mudo para dejar espacio, le presionaron el cuello, abrieron el botiquín e intentaron
salvarle. Intentaron, con la carótida sesgada y un simple botiquín de primero auxilios
no pudieron evitar que muriera.

Carlos espachurró el dron contra la mesa como si fuera una colilla destruyendo al
minúsculo asesino. Salio a la carrera pálido como Ansarí y se puso a buscar con
Mariano otros posibles drones y el agujero por donde se había colado. Eran tan
pequeños como moscas, podía haber otro en cualquier sitio, debajo de una tela, detrás
de una herramienta, dentro de una lata abierta, en una esquina. Los escondites eran
infinitos. Intentaron escucharlos, solo tenían que arrastrarse con sus diminutas patas
para que el oído no sirviera de nada.

A la media hora Marianno gritó –¡Aquí!

Carlos fue al lavabo. No veía nada sospechoso. –¿Donde?


–Las cañerías. Ha entrado por las cañerías.

Cerraron los baños. He iniciaron otra operación de abastecimiento para traerse


refrescos de las cámaras refrigeradas de la cocina.

Mariano, que había empezado su carrera con la fontanería, hizo apaños bajo las
rejillas del suelo para que tampoco usase sumideros de desagüe bajo estas.

Terminado el trabajo los técnicos estaban agotados. Dubois no. –Tenemos que
conseguir material médico. No podemos esperar que las enfermeras cumplan con
unas pocas vendas, un bote de desinfectante y esparadrapo.

La enfermera de pelo castaño a tazón que parecía siempre asustada de cara


redondeada la respondió. –El acceso a la superficie de la clínica da al lado exterior
del cilindro, a la zona de urgencias no al almacén. Aunque metiesen por hay un dron
los suministros no se guardan en grandes cajas si no en pequeños cajones de un
almacén cerrado al que solo puede acceder el personal médico. Para poder transportar
los suministros tendríamos que ir una de nosotras.

–Tendríamos que haber ido al hospital no al taller.

–¿Podrías engañar al sistema, imponer tu rango o hackear la puerta?

–¡No, claro que no! Aunque consiguiera que como superior al mando me diese acceso
tendría que ir en persona.

–Podrías conseguir eso y ya de paso cortarle el acceso a Qián.

–¡Ese no es el tema!

–Es una avance y nos viene bien cualquiera que consigamos.

–¡Tenemos que conseguir suministros médicos!

–¿Te estas ofreciendo voluntaria?

–No... tu tienes coraza ¿No? A ti no te puedes atravesar.

–Las corazas no cubren todo el cuerpo, y aún así un desangramiento por culpa de
múltiples laceraciones lo mataría en quince minutos. –Explicó la enfermera que
empezaba a parecer un robot. –Él no tiene permiso.

–¡Lo asciendo a Alferez y ya está!

–Dubois, no podemos hacer más.


–¡Tenemos que hacer más! Si nos quedamos esperando encontrará una forma de
entrar y nos matará a todos!

–Señorita relajese. Pegando gritos no ayuda en nada. –la dijo Mariano.

–¿Y quedándome parada sí?

–Hasta ahora no he visto que se mueva mucho.

–¡Solo la he impedido que nos mate con un ejército de drones que he puesto a
abastecer de agua la nave para no morir asfixiados y la he retirado el control del
puente de mando!

–Si hubieran hecho eso en su momento no estaríamos en esta pinche situación.

–¡Fue por culpa de la capitán! ¡Teníamos que obedecer sus ordenes es la cadena de
mando!

–Cadena la que os iba a dar yo.

–¡Es fácil decirlo cuando tu obligación es apretar tuercas. Yo tenía la responsabilidad


de las comunicaciones! ¿¡Te han fallado en algún momento!?

–Sí, cuando había que llamar a la caballería. Si hubiesen traído a los pinches marines
cuando todo esto empezó ahora esa perra zarrapastrosa asesina sería una saco de
balas y no estaríamos todos encerrados esperando a que nos mate.

–¡Esa perra se escondió en vuestro terreno! ¡Por meses! ¿¡Como es posible que ni os
dierais cuenta!?

–¡Vaya explorar y me cuenta!

–¿Señor Nuñez que deberíamos hacer con el cuerpo del doctor Ansarí? –preguntó la
enfermera ignorando de una forma mecánica a los exaltados compañeros.

–¿Sabe que habría querido él?

–Creo que habría donado sus órganos sanos e incinerado el resto. Me temo que no es
posible.

–¿Que opina de una cremación?

–Me parece apropiado. Todas le queríamos mucho pero de quedarse aquí sería un
foco de infecciones.
–Prepararen el cuerpo para una despedida. Lo llevaremos usando drones hasta una de
las fundiciones.

–Si señor Nuñez.

–¿Vas a gastar energía en una cremación?

–Hay gente que necesita despedirse.

–¡Necesitamos la energía para vivir! –Al decirlo, en su ansiosa desesperación, se


inclinó hacia delante y le enseñó los colmillos.

–No vuelvas a hacer eso.

–¿¡El que!? ¿¡Exponer la realidad!?

–No me trates así o Ansari no sera al único que incinere.

Dubois se apartó a un lado haciendo un gesto de burla excéntrico y desesperado.

En lo que adecentaban al doctor Carlos tubo una idea y fue al almacén y al hangar.
Cuando las doctoras les avisaron fueron a recogerlo Mariano y Carlos y se lo llevaron
al hangar a preparar el viaje usando dos drones, dándoles a las enfermeras un
descanso, la horrorizada Colette parecía necesitarlo, ta silenciosa, como abstraida,
como automatizada.

Mariano no aprobó el trato, venía de una cultura que trataba a los muertos de otra
forma, con respeto. Pero ayudó. Dos drones lo transportaron por el hueco interior
hasta la entrada de materiales y desde allí hasta una fundición que Dubois activo en
contra de su juicio despejando además los pasillos del recorrido, lo que añadía, en su
opinión, más gasto inútil.

El trayecto fue tranquilo, el doctor atravesó la nave en silenciosa procesión. En el


taller Colette lloraba con el consuelo de su compañera también entristecida. Una vez
dentro de la nave movérlo fue más complicado y tardaron lo suyo en hacer que pasara
esclusas y puertas sin que cayera al suelo.

Cuando se encontraba ya en la recta final, el corredor que conectaba las fundiciones


Qián atacó.

El primer ataque ni lo vieron venir, tiro de golpe un dron de obra al suelo y le taladró
los circuitos, directa al la cabeza superior donde se encontraban el sistema de control
detrás de las cámaras.
Carlos al atacó con el segundo dron intentando quemarla con el soldador. Por un
segundo vio el blanco rostro tas la cortina de pelo, las manos humanas y el montón de
cuchillas ensangrentadas como espadas sobre los que se sostenía la masa de oscuros
trapos como si fueran las patas de un insecto.

Las enfermeras gritaban de miedo, Mariano le animaba a matarla, Dubois callaba


asustada.

Qián se apartó y se revolvió, era una maraña de telas negras en medio de la oscuridad
moviéndose frenética de un lado a otro, sus reflejos y agilidad superaban al dron con
el que Carlos no conseguía acertarla. Lo agarró con la pinza ensamblada en su
espalda y con una sonrisa le clavó el taladro del otro brazo mecánico por la cámara
hasta los circuitos.

Habían perdido. Por la cámara del dron averiado pudieron ver como se acercaba la
cadáver del doctor Ansari como si fuera una golosina. Se paro un segundo y se apartó
pegando un grito, Carlos detonó las bombonas de gas bajo los brazos del doctor cuya
espita había abierto cunado empezó el enfrentamiento. La deflagración fue lo último
que vieron.

–Chingada bien merecido que te lo tienes. –comentó Mariano.

–¿¡Esta muerta!? –preguntó con ilusión Dubois.

–No lo se. Usaremos otro don para revisar.

–Dubois le cedió el control de un dron cercano a Carlos y este lo introdujo por donde
entrasen los anteriores. Bajo el foco de luz vieron los drones rotos, las bombonas
rojas con sus boquetes y el cuerpo chamuscado, deformado y aún ardiente del doctor
cerca del centro de la mancha negra del suelo. Ni rastro de Qián.

–Perra con suerte. –Maldijo Mariano.

Las doctoras se marcharon horrorizadas.

Carlos salio detrás dejando a Dubois al mando del dron y apagando la fundición para
ir a disculparse con la enfermeras. Colette estaba fuera de si, Clara se interpuso y le
dijo que la diera tiempo. Carlos aceptó que era mejor que desapareciera un rato.

Durante una hora interminable lo único que se escuchó en el taller fue el llanto de
Colette. Al menos después llego la calma y pudieron dormir.

Mariano le despertó dándole toques en el brazo. –Despierte compadre, tenemos una


idea.
Carlos se desperezó levantando la cabeza de la mesa y estirando los brazos. Había
sido el último en despertar de un sueño intranquilo.

Dubois se arrancó. –Es el momento de ir a por suministros médicos.

–Creía que eso ya había quedado zanjado.

–Escúchela, la cadena de mando tiene razón. –Mariano estaba de frente, con los
brazos cruzados, muy seguro.

Dubois hizo un gesto de desagrado hacía Mariano. –Ella ahora esta herida, ha tenido
tiempo de sobra para ir a por medicamentos y sanarse, estará descansando. Nos toca a
nosotros.

–¿Y si esta descansando en la clínica?

–¡Esta herida! ¡Y tenemos lanzallamas! Si esta allí la rematamos.

–¿Y quién se va a suicidar voluntariamente?

–Yo, que los tengo bien cuadrados, y Colette que ya se recupero y se puso chingona.
Vos y Dubois llevaran drones que pondrán por delante a recibir los palos si la cosa se
tuerce.

–¿En serio?

–Pues claro.

–Colette hace un rato no parecía en su mejor momento.

–Ya sabe como son las mujeres, lloran un ratito y se le pasan los males.

Por la cara Dubois no estaba de acuerdo. –Vale, dejad que le hable con Colette y lo
preparamos.

–Ya esta preparado compadre, ¿Que cree que hicimos en lo que sobaba como
bendito?

Carlos hablo con Colette ante la presencia de Clara, la mujer estaba convencida de ir,
sin ánimos, pero convencida. Se disculpo ante ella y le perdonó. Enseguida partieron.

Salieron por la escotilla del hangar con una caja de las que antes contuviesen
alimentos vaciada para ese propósito. Usaron la nave de contrucción escoltada por
dos drones para dar toda la vuelta hasta el acceso de urgencias de la clínica.
Allí hicieron el complicado aterrizaje sobre la cubierta giratoria igualando la
velocidad con la nave directos a la esclusa abierta que se lleno de espuma en cuanto
entraron anulando el choque. Al volverse polvo recuperaron la movilidad, limpiaron
los drones y entraron por la puerta lateral. La clínica se iluminó al entrar ellos. Al
contrario que lo que era común en el resto de la nave allí todo estaba ordenado, los
pasillos despejados y limpios de un pulcro blanco con lineas de colores en el suelo
plano sirviendo de guías. Avanzaron por los pasillos, un dron por delante y otro por
detras, Mariano el segundo con el lanzallamas en las manos y una bandolera llena de
granadas de pulso, Colette detrás empujando la caja con ruedas.

Empujaron muy atentos, alerta, tensos como un cable de alto voltaje. Esperando un
movimiento delatador, un asalto repentino. Sala por sala, despacio y atentos.

El almacén era otra historia, lo habían saqueado sin cuidado por preservar el orden.
Comprobaron la zona, no encontraron nada. Entonces empezó el saqueó,
medicamentos, jeringas, vendas, herramientas, todo iba para dentro, con prisas y poco
cuidado. Pasaron veinte minutos y se relajaron un poco, pensaron con mas cabeza que
levarse y añadieron un par de aparatos electrónicos y un poco de ropa de cama.

Luego salieron de allí, con más prisas de las aconsejables, ansiosos por terminar la
misión y volver al taller. Salir fue mucho más sencillo solo se tubieron que dejar
empujar por la falsa gravedad y ser recogidos por la nave. Volvieron sanos y salvos,
gritando de alegría entre felicitaciones y aplausos de sus compañeros.

Nariano y Carlos hicieron un circuito refrigerante y para darle frescor a la caja


convirtiéndola en una nevera improvisada para los medicamentos que debían
conservarse en frio y las cervezas en lo que el resto preparaba un banquete de
celebración. Un pequeño momento de alegría entre tanta tragedia.
En la tarde Carlos mando callar, gritos... Se acercó a la puerta principal y pegó la
oreja. Parecía venir de lejos.

Mariano ya cogí las armas y las mujeres se retraían a la oficina.

Los gritos se acercaban, una voz masculina, temblorosa y aullante por el miedo.
Según se acercaba la escuchaba con más claridad.

–¿Que pasa? –preguntó Mariano en voz baja.

–Viene un hombre corriendo, lo esta persiguiendo.

–La verga ¿Viene para acá?

–Creo que sí.

–Abramos para que pase.

–¿Y si es una trampa?

–Que trampa ni que vergas ¿Acaso crees que le iba aponer una bomba como tú?

–No me fio.

–Dejate de mariconadas, que si yo no me hubiera fiado ahora sería pinche comida


para la Yeguatzihualt.

Carlos le dejo que abriera y se preparó para enfrentar a Qián.

Mariano se adelantó hasta el cruce y Carlos se quedo la lado de la puerta apuntando


en la otra dirección del pasillo.

–¡Por hay viene! ¡Le sigue de lejos! ¡Le da tiempo a llegar! –grito con entusiasmo. –
¡Corra pendejo que de esta se salva! ¡Para acá corra! ¡Tenemos un fuerte!

–¡Gracias! ¡Gracias! ¡Esperenme!

En cuanto doblaron la esquina Carlos entró a dentro. Aún no había entrado cuando
grito Mariano. –¡Maldito! ¡Los tiene en la espalda! ¡Los tiene en la espalda!
Carlos salió al gritó y sin embargo empotrandose de cara con el hombrecillo de mono
azul, que la no poder arrollarlo dio un paso para atrás. Al momento la nube de
insectos se elevó de su espalda con su zumbido. El sujeto intento pasar al lado de
Carlos al interior, este le empujó tirándolo al suelo en dirección opuesta.

Mariano gritaba –Dales fuegote.

Los drones ya se abalanzaban sobre los tres y la sombra doblaba la esquina.

El hombre de rizado pelo oscuro sin casi nariz empezó a gritar y patalear en el suelo
por la mordeduras del enjambre. Carlos intentó coger una granada de la bandolera, se
le cayeron varias, Mariano apretó el lanzallamas apuntando alto. La sombra le
atravesó las tripas con cuatro cuchillas de sus piernas robóticas, las llamas recorrieron
el pasillo. El mono de azul aún seguía intentado arrastrarse a cuatro patas dentro de
la puerta. Carlos ya tenía buena parte del enjambre escarbando en su piel, dio un paso
atrás se dejo de granadas y de dio un baño de fuego al de azul con la espalda llena
roja de sangre y llena de moscas que se lo comían vivo. Él desgraciado adoptó
posición fetal y entre gritos rodó por el suelo. Las mujeres dentro gritaban, una
granada magnética salió por la puerta estallandole al lado, se apagaron muchas
moscas y un ojo.

Mariano gritaba. –¡Hija de la gran chingada, me cogistes! ¡Carlos, danos fuego!


¡Abrasala conmigo!

Eso hizo. A máxima potencia, Qián grito, se escudo detrás de Marianno y salió
corriendo evitando las llamas al doblar el cruce. Mariano cayó a plomo en el suelo.
Las alarmas contra incendios se activaron y los aspersores regaron los pasillos.

Otra llamarada salió por la puerta envolviendo a Carlos el cual entró cerrando tras de
sí gritando –¡Basta! ¡Sufciente!

Quien fuese paro. –¡Extintor! ¡Extintor!

El polvo entre marrón y blanco le apagó las llamas. Puede que fuera ignífugo pero la
temperatura elevada podía matarlo como la cualquiera. Un poco más y le habrían
soldado la coraza subcutánea.

–¿Por qué no estas muerto? –Pregunto Dubois empapada.

–Piel ignífuga. Agua por favor, mucha agua.

Clara se la acercó y Carlos bebió. –¿Os habéis asegurado de que no haya entrado
ninguno?

–¿Y Mariano?
–¿¡Os habéis asegurado de que no entrara ninguno!?

Clara respondió. –La teniente les ha tirado varias granadas y ha prendido fuego a
otros.

–Bien. Bien hecho Dubois.

–¡No me hables como si fuera una cría pequeña. Dejate de paternalismos y dime que
ha pasado con Mariano!

–¡Esta muerto! ¿Contenta? Lo atravesó con las cuchillas esas que tiene por piernas y
le metió un montón de bichos en el cuerpo.

–Ven, te trataré. –dijo Clara.

Dubois apagó la alarma y los aspersores.

El silencio de la tarde solo fue roto por Qián arrastrando los cuerpos en el exterior.
Los cuatro que quedaban estaban en absoluto silencio, demasiado cansados y
deprimidos como para hablar, escuchando el macabro empeño de su carcelera.

El primer descanso fue para Colette y Dubois, Al siguiente Clara no consegía


despertar a Colette. Al momento estaba llorando

–¿Que pasa?

Clara la dio una nota encontrada entre las manos de Colette. “Por favor no maltraten
mi cuerpo ni dejen que se lo lleve eso”

Siguiendo sus deseos, la sacaron por la esclusa del hangar, la transportaron usando
drones al exterior y la dieron inercia en dirección a su estrella, Isabella.

Dubois se decidió tras bastantes dudas a buscar más compañía. Contactando uno por
uno con los posibles supervivientes. Encontró a tres personas, tres que no habían
aceptado meterse en sus cápsulas y que habían conseguido esconderse de Qián.
Roberto, un operario que se conocía esos túneles como la palma de su mano dado que
los usaba para trapichear. Fátima, una embarazada que había oído que el éxtasis
inducido era mortal para los fetos. Y Colombo, que vio en las medidas de la capitán
una oportunidad de oro para robar oro del almacén de metales preciosos. Todos ellos
sin apenas recursos.
Atracción de los cuerpos

Colombo fue fácil de transportar. Le dijeron que pusiera una caja vacía en la salida de
carga del almacén en que se encontraba y se metiera dentro. Con al autoridad de
Dubois y la habilidad de Carlos desplazaron como si se tratase de mercancía usando
un brazo mecánico hasta el taller. Al abrir la caja encontraron a un simpático sujeto
un tanto bajito y demacrado pero bien peinado hacía atrás y perfumado en su mono
amarillo, con buenos pómulos y buena nariz. Aalió de la caja como si se tratase de
una bailarina exótica en una fiesta de cumpleaños solo que aparte de besos, dos por
mejilla, repartía lingotes de oro. Se había sentado sobre dos alturas de ellos.

–¡Maravilloso! ¡Bellisimo! ¡Me encanta este lugar! ¡Humilde pero con garra! Toma
preciosa un lingote de oro para ti, adoro las pelirojas ¿¡Que es esto!? ¡Tenemos
enfermera! ¡De lujo! Toma preciosa, para ti. Acuérdate de esto cuando me ponga
enfermo. ¿¡Quién es la momia!? ¡El jefe por supuesto! Tú si que sabes buscar
compañías. –señaló a las mujeres a la que le daba con el codo. –¡Toma un regalo!
¿¡Donde esta la comida!?

Llevaba todo ese tiempo sin comer y por como tragaba se plantearon hacer otra
misión de suministros.

Roberto en cambió decía que estaba bien, que no necesitaba nada y que no le
buscasen. Tampoco le podrían haber encontrado de querer hacerlo, le preguntaron de
nuevo por cerciorarse e insistió así que le dejaron en si sitio, fuera cual fuese.

El problema era Fátima, se encontraba escondida entre los servidores de


comunicaciones, había salido una vez a por suministros, a la segunda se encontró los
cuerpos en el embarque y desde entonces no había reunido valor para salir de nuevo.
Querían que la rescatasen, apenas había comido y estaba segura que la falta de
gravedad no era buena para ella y su feto de un mes y medio, a parte de uchas otras
razones que se le iban ocurriendo. Estaba muy nerviosa, aterrada, se aferraba a su
presencia como si fuera un salvavidas pues en eso quería convertirlos.

La única entrada cercana era el embarque y tras una exploración con drones se
percataron que la lucha en el había destrozado la pasarela. Si lo reparaban o lo
desanclavan era muy probable que Qián lo percibiese y se posicionara antes de que
terminaran.

No había otra, así que para que no les detectasen usaron la megafonía para llenar de
ruido la nave. Clásicos melódicos para que la cyberpsicópata no se alterase en exceso.
El dolorido carlos debió de subirse en la obrera tres para hacer el arreglo.

Estaba en desenganchando la pasarela cuando Dubois le llamó, Alguien había


intentado usar los brazos mecánicos de los anclajes del puerto. Avisaron a Fátima y
cortaron la música.
Carlos volvió y preparó otro dron explosivo. En el siguiente viaje le acompañó
Colombo, nervioso como una maraca no paraba de hablar. Primero entro el dron, con
el cual exploró la zona, todos los accesos de mantenimiento estaban abiertos, túneles
demasiado reducidos para el dron diseñado para el trabajo y el transporte exterior.
Abandono la operación y volvió al taller.

Fátima estaba muerta de miedo, no paraba de sollozar. Carlos preparó veinte drones
bomba, solo que en realidad las bombonas inflamables estaban vacías, eran las
agotadas u otras inofensivas pintadas de rojo, al dron explosivo real también lo pintó
por sise daba cuanta del engaño. Los colocó en puntos estratégicos por todo el área a
emplear para el rescate.

Una vez colocados empalmó la nave en el embarcadero y se apearon los dos hombres
con sus lanzallamas preparados. Carlos le tuvo que hacer algún gesto a Colombo para
que no lo achicharrase el mismo, quería estar atento a todo y por ello no atendía a
nada.

En la entrada del embarcadero no había ningún cuerpo, solo rastros de sangre que se
perdían en la oscuridad hacía el interior de la nave.

Se movieron deprisa hasta la entrada a la sala de servidores, que por motivos de


seguridad no estaba conectada al resto de túneles de mantenimiento. Solo tenía una
única entrada que requería de permisos especiales que Fátima si tenía. Salió por su
propio pie ansiosa y temerosa, una mujer delgada de pelo lacio terminado en picos
degradados en color del negro al violeta/rosa, tras las gafas de empollona había unos
ojos negros con motas violetas, una pequeña nariz y unos labios carnoso en una boca
chica, vestía de azul y sudaba por todos los poros lo que no la daba un buen olor. No
era solo el miedo, del cuarto oculto bajo la sala de control informático salió con ella
una ola de calor.

Colombo, el italiano Bacano gritó de repente –¡Bicho! –dos silabas, antes de terminar
la segunda la llamarada lo achicharró si es que en realidad hubo uno allí. Fátima dio
un respingó y Carlos la arrastró cogida de la mano hacía la puerta. Colombo volvió a
gritar. –¡La parca! –Soltando una bocanada de fuego contra el pasillo de enfrente que
imposibilito que nadie viera nada. La puerta daba en una esquina, Colombo disparaba
al frente y Carlos empujaba a Fátima a un lado cuando la sombra negra, atravesando
las llamas clavo toda sus cuchillas en el pecho del dicharachero superviviente de un
salto. Carlos alzó a Fátima a y la sacó de allí antes de que el lanzallamas del difunto
Colombo la matara. Las llamas pasaron bajo ellos que flotaban cerca del techo. Al
mirar atrás el monstruo les miraba con una sonrisa malvada bajo su cortina de pelo
negro mientras le taladraba a Colombo la frente. Estaba completamente embadurnada
con una capa de líquido viscoso y transparente que goteaba en pesados grumos sobre
el cual algo de inflamable ardía como inofensivos cirios.
–¡Corre! –Grito Carlos a la que se impulsaba con los brazos. Ambos se empujaron
con todas las extremidades. Para avanzar hacía el embarcadero.

La alarma contra incendio sonó, el sistema cerró escotillas y vació de aire el pasillo.
Se quedaron encerrados con la muerte. Dubois, en contacto con el equipo, abrió las
esclusas en cuanto el sistema la dejó.

Qián con sus cuchillas era más rápida en ese ambiente si gravedad. Las clavaba en las
paredes consiguiendo un mayor agarre, la sombra negra avanzaba cono una tranvía.
Carlo se detuvo, desenganchó una rejilla de la pared y la interpuso justo a tiempo
para detener la embestida. Las garras chocaron contra el metal impulsándole hacía
atrás, llamó a los drones de detrás, en una segunda embestida intentó la agarrar la
rejilla con la pinza y el taladró la atravesó por un agujero. A Carlos le puso contra el
suelo siendo las extremidades de este lo que mantenía el metal agujereado entre él y
la muerte.

Qián tuvo los reflejos de levantar la rejilla para protegerse a si misma del dron a la
carrera contra ella, momento que Carlos empleó en salir de esa situación
empujándose hacía el embarcadero, deslizándose a ras de suelo para evitar a los otros
dos drones en embestida que escuchó chocar contra el escudo improvisado. El
siguiente que llamo fue al dron bomba.

Qián gritaba de rabia al ver alejarse a su presa por culpa de unas distracciones tan
banales. Fátima no daba abasto con lo de moverse y recuperar el aliento perdido por
el sistema anti-incendios.

Una curva ala derecha, pasillos corto, las garras acercandose, dron detenido en
posición en medio del pasillo largo siguiente, curva a la izquierda, pasillo largo, a
Qián no se le daban bien las curvas, demasiado impulso, se chocaba contra al pared
en ellas, demasiado cerca de todas formas, acercó al dron listo para detonar. Carlos
paso por debajo y dejándose llevar por la inercia adopto posición fetal en medio del
tubo.

Lo hizo estallar, no iba ah hacer daño a nadie con eso, por lo visto los dos estaban
protegidos contra el fuego y la onda expansiva no era tan potente, lo bueno es que en
un agujero sin gravedad... Carlos salió despedido hacia el final del pasillo a la que
Qián era empujada contra la pared del otro lado.

Por el camino se chocó con Fátima a la que arrastró con el chocándose con todas las
paredes en dirección a la puerta cerrada para evitar la propagación del fuego. Dolió lo
suyo pero ahora estaban tenían un pasillo entero entre ellos. Dubois abrió las puertas
de nuevo a la que el aire volvía al pasillos y todos reanudaron la carrera.

Carlos le ordeno a Dubois que cerrara tras ellos pero Qián con la excusa de
emergencia médica volvía a abrirla ignorando el rango de la teniente.
Curva a la izquierda, pasillo corto, curva ala derecha Quián se acercaba, la esclusa.
Se lanzaron contra ella. No se cerraba. Dubois se lo explicó. Emergencia médica.

Carlos tiró de cierre manual. Antes de que se cerrase del todo una pinza y un taladró
neumáticos se interpusieron en el camino. Fátima gritaba horrorizada con la espalda
apoyada contra la puerta que de poder abrirse la salvaría. Carlos le dio patadas con la
planta de la bota pero era inútil, la fuerza no era comparable. El zumbido, ya no era
tan fuerte como antes, solo necesitaba uno.

Carlos se alejó y preparo la granada de de pulso a la que convocaba a sus huestes. A


la que las moscas asomaron lazó la primera, al estallar cayeron al suelo apagadas, la
luz parpadeo, un gorjeo de odio. Qián aguanto el dolor del primer dron que chocó
contra ella, aún así apartó los brazos para cubrirse de los otros dos en trayectoria de
impacto que apartó de dos golpes con los brazos de su espalda como si fueran de
papel.

Con la puerta cerrada la esclusa de la nave se pudo abrir dándoles acceso a esta. En
vez de subir a la nave Carlos tomo el control de un dron y se dedicó a atacarla. Lo
reventó con tanta facilidad. Al otro lado del cristal Qián se acercó para dedicarle una
mirada perdida de obsesión, negro contra rojo y verde sobre blanco, rodeados de
blanca piel con ojeras, pelos hechos cordeles por delante, arañando el cristal con sus
garras de gatas. Fátima le saco de la obcecación con sus gritos desesperados. Carlos
subió a la nave y pilotó de regreso al taller. Sin la adrenalina le dolía todo el cuerpo.
Por el camino Fátima se desahogaba llorando.

Clara los trató nada más llegar. Carlos contó la historia, la muerte de Colombo y la
nueva inmunidad de Qián al fuego.

A la hora ya se estaba arrepintiendo del cambio. Fátima no paraba de hablar de lo


importante que era su bebé, de intentar provocar la lástima en los demás, buscando
que se desvivieran en atenciones con ella, que todos considerasen prioritaria su
supervivencia. Con lo agradable y simpático que era Colombo. Hasta regalaba
lingotes de oro.
Dubois consiguió encontrar a alguien más, una persona que no había intentado antes
por creerla muerta. Péng. Avisó que se dirigía al taller y prepararon granadas y lanzas
con puntas cargadas de electricidad. Mientras las hacía Carlos se preguntaba si lo
siguiente serían cuchillos, acordándose de los oficinistas de Altnaútica.

A la hora apareció en la puerta del hangar en una nave de construcción.

Sacaron la que tenían aparcada y le introdujeron a él en la suya. Antes de que el


levador la tuviera en el suelo la puerta se abrió dejando escapar unos cuantos drones
mosca. Los primero fueron a por la más cercana Dubois, que esperaba en frente para
saludar a su amigo. Ella fue la que alertó al resto con sus gritos.

Carlos en ese momento estaba sentado en la mesa, acababa de aparcar la nave


sobrante en remoto. Agarró su lanza y un puñado de granadas y corrió hacía el hangar
atravesando dos talleres, por el camino se encontró a clara manoteando a su alrededor
a la que huía intentando apartarse las moscas que ya escarbaban en su carne. Carlos la
gritó –¡Coje! –Lanzándola una granada activa al pecho. Explotó entre sus manos
causándola dolor por el neuroimplante afectado pero salvándola de los drones que
cayeron al suelo inertes. –¡A por las lanzas! –Clara avanzó dolorida al interior
concentrándose a pesar de la cefalea.

La siguiente en entrar fue Dubois, la peliroja se dejo caer de rodillas al suelo


–Salvame. –Dijo con heridas en el cuello de donde manaba abundante sangre y un ojo
agujereado por un dron antes de caer inconsciente de frente.

Carlos lanzó otra granada al cuerpo apagando los minidrones alrededor de Dubois.
Apenas explotó y la esperpéntica cara de Qián asomo por la puerta con sus
empapados pelos por delante, con alegría en su cara blanca con lineas rojas alrededor
de los parches de piel rebordeados por ampollas en u cubismo siniestro. Entro por la
puerta retrallendo el tacón de su pierna izquierda, sacando las cuchillas retráctiles que
al terminar el paso atravesaron el pecho de Dubois haciendo que esta soltase un
estertor.

Carlos retrocedió a la siguiente puerta, las moscas entraba con ella y se dispersaban a
los cuatro vientos a toda velocidad volviendo las granadas inútiles. Cerró tras de si
recibiendo un golpe tremendo del otro lado como respuesta. La puerta casi saltó de
los goznes pero seguía hay. Continuó retrocediendo. Una patada y quedo en el suelo,
eran puertas normales y endebles. Al llegar al siguiente cuarto, el de reuniones, tiro
las cosas hacia le interior y luego puso la mesa de metal de un par de milímetros de
grosor de lado a modo de trinchera. Clara le ayudo a organizarse al otro lado.
Otro golpe contra la puerta, dos más y se rompió.

Clara inició el ataque con una granada que inutilizó las primeras moscas, Carlos
arrojó de inmediato una lanza a su máxima potencia, no las había preparado para
aturdir. Qián chilló de dolor. Segunda lanza, otro grito. Carlos cogió la tercera de
cuatro y avanzó a la ofensiva.

Al entrar al primer taller Qián soportaba su peso sobre las temblorosas garras de sus
piernas, el taladro derecho y el brazo del mismo lado. La mano izquierda a la altura
del pecho. Con un giro de la pinza se quito las lanzas.

Carlos no se demoró, no iba a perder la iniciativa, la lanzada fue al cuello dando justo
por debajo del mentón. El monstruo Qián se apartó hacia atrás dejándose caer de
espaldas para rodar. Intentó atinarle con el taladro activo, torpe y lenta, Carlos la
esquivó y le pegó otra descarga en el cuello mateniéndo la presión para que no se
levantara.

Las pupilas de Qiána se perdían mirando hacía arriba dejando solo ala vista las venas
rojas hinchadas pero no perdía el control. Aparto su abrigo de retales chamuscados
con la pinza mostrando su cuerpo desnudo tan parcheado como la cara, no solo por la
piel quemada, si no por los muchos implantes introducidos. Su vientre hinchado y
flácio se abrió desde la vagina hasta el ombligo mostrando el interior de su útero,
liberando una nube de moscas que no tardaron en rodearle como un enjambre furioso.

Una granada cayo entre los pies de Carlos. Gritó –¡No! –y al segundo siguiente los
drones morían, su lanza se apagaba y perdía un ojo.

Carlos saltó hacía atrás y rodó sobre su espalda esquivando el ataque de Qián. En lo
que esta se alzaba y Carlos recogía una lanza del suelo Clara arremetió contra ella
clavándole su arma en el pecho, al corazón, el abrigo la hacía de aislante
amortiguando parte del golpe con con las dos primeras lanzadas, sin embargo Clara
siguió presionando. Casi la tenían contra la pared.

Qián agarró con la pinza el brazo de Clara apretándoselo hasta enterrar el metal en la
carne y se lo retorció hacia atrás obligándola soltar la lanza en un alarido.
Carlos la apareció por la ocupada izquierda usando la pared de apoyo al saltar para
darla con la lanza en la cara, erró del ojo izquierdo por unos centímetros. Ambas
mujeres gritaron y Qián arrojó a Clara contra Carlos, solo que él ya no estaba allí, la
pared era para impulsarse lejos, colcándose en frente, una voltereta y segundo golpe
al cuerpo, dio un paso para atrás dejando pasar al taladro de lado a lado, atacó de
nuevo a la cara y Qián esquivo dando un paso para atrás, encontrándose con la pared
a su espalda. Carlos retrocedió un paso atrás y se movió a la derecha, que iba a
despejar con el taladró e intentar atrapar con la pinza era obvio. Carlos atacó por la
guardia baja a la rodilla, saltaron chispas la pierna se flexionó. Barrido con la pinza y
punzada con el taladro, paso atrás y a la derecha de nuevo, flanco derecho expuesto,
Carlos arremetió con todas su fuerzas, ya no podía retroceder, directo la cuello
clavándole las púas por debajo del mentón y empujando, arrastrándola por la pared
hasta tirarla al suelo. Demasiado cerca para los brazos neúmaticos.

Qián le clavó las garras de gata en los brazos, demasiado frágiles para las subcutáneas
y se apagó, por un segundo. De repente se reanimo, le agarró de los brazos y le alejó
de ella poniéndolo al alcance de las pinzas.

Un golpe en la parte interior de los codos y evitó que le agarrara del pescuezo, las
pinzas golpearon en el cuello de Carlos, una contusión leve. Los dientes de ella en
cambio mordieron a gusto en la clavícula. Le tocaba aullar a él, alzó los brazos y
metió sus dedos en los ojos, el izquierdo, el verde era cybernético y no logró nada, el
derecho la hizo abrir la boca. Chillava tan fuerte y agudo que salto la defensa
automática del implante. La dio un puñetazo y la agarró del cuello apretando con
todas las fuerzas que le quedaban. Qián ataco su cara con las garras cono un felino.
Carlos aparto su rostro evitando que le sacara los ojos.

–¡Fátima! ¡La lanza! ¡Trae la lanza al lado de la puerta!

Fátima no respondía por más que la llamasen. Quán al no llegar a los ojos intentaba
traspasar el blindaje del cuello de Carlos.

–¡Fátima! ¡Ayudame! ¡Solo necesito la otra lanza para acabar con esto!

Por más que apretaba no la asfixiaba, su cuello por dentro era de metal. Qián movía
la disfuncional pierna derecha intentando alcanzarlo con las cuchillas. Carlos debió
replegarse contra ella para evitarlas, Estaba recuperando las fuerzas. Fátima no
respondía y Clara estaba destrozada, chillando y llorando, con los músculos del brazo
cercenados y el hueso fisurado.

Cambió de táctica soltó el cuello y la agarró del brazo derecho dejando que le
clavara las uñas del otro a placer, a tientas le arrancó el dormido implante ocular
izquierdo pero a cambio él le dislocó el brazo. Luego cogió el izquierdo y la hizo lo
mismo.
Qián no dejaba de patalear, igual que una cucaracha bocarriba. Carlos arrancó
pedazos de tela de la capa de mentiras con la que le había estado aterrando desde que
le conocieron y se los metió en la boca, todos los que pudo. Luego hizo presión y la
tapó la nariz a la que con los pies la impedía retorcerse para alcanzarle con las
cuchillas que se agitaban tras él.

Ni se asfixiaba ni se cansaba. Pulmones con reserva de aire como los suyos, entre
veinte y treinta minutos. Carlos dudaba de poder aguantar así tanto tiempo.

Escucho ruido en la sala de reuniones. –Fátima ¿Estas hay? –Carlos rezaba en su


mente, otro enemigo no por favor.

Había ruido pero nadie respondía ni se acercaba.

–La tengo casi muerta, solo necesito la lanza. Clara necesita un vendaje para no
desangrarse.

El ruido ceso por unos segundos y se reanudo sin responderle de ninguna forma. Una
cuchilla le cruzo la espalda de refilón. Carlos se centró en Qián. –¿¡Por qué no te
mueres!? ¡Solo eres un cascarón ocupado por un virus de mierda! ¡No vas a ir a
ninguna parte, no tienes nada que hacer!

Un virus... Carlos hizo un esfuerzo por contener los trapos con su mano derecha y
quitarle el neuroimplante con la izquierda. Le costó pero lo consiguió. Lo arrojó a
una esquina Al hacerlo se fue relajando. Cuando pareció tranquila se apartó de un
brinco hasta la puerta quedándose sentado en el suelo, agotado.

Qián se giró poniéndose a cuatro patas, los dos brazos neumáticos y las piernas. De
forma torpe se fue arrastrando hacía el neuroimplante retirado arrastrando su capa
parecía el gusano peludo.

Carlos meneo la cabeza harto. Cogió la lanza que quedaba y se acercó por el lateral.
Qián no parecía consciente de su presencia no de los muebles con los que se
tropezaba. Carlos le dio una última lanzada en la nuca rematándola. Luego fue a por
el botiquín de primero auxilios al salón.
Allí se encontró a Fátima con una mochila a punto de estallar golpeando con una
llave de tubo el anclaje de seguridad de la puerta principal. –Zorra. –Fue lo único que
dijo. Cogió el botiquín y fue a curar a Clara que sobre un charco de sangre ya perdía
la consciencia. La desinfecto y parcheó el brazo preguntándola que más tenia que
hacer, ella le respondió con un tipo de sangre. Carlos fue a la caja refrigerada y cogió
una bolsa, luego busco el conjunto de tubos de goma que había visto usar cuando le
pusieron la sangre a él, consultó la base de datos de la Dvalin que le dijo que más
necesitaba, cuando lo encontró volvió con Clara la cual ya no podía asistirle, se tuvo
que conformar con las indicaciones de la nave que por suerte eran para tontos e
incluían vídeos demostrativos. Hizo lo que pudo y se quedo tendido al lado de la
enfermera, cogiéndola de la mano, levantándose solamente para ponerla otra bolsa
cuando se vaciaba la que tenía.
Clara se despertó horas más tarde con mucho dolor asustando a Carlos que todavía no
se atrevía adormirse con la doctora Qián cerca.

Con Clara lúcida pudo hacer algo más que esperar con escasas esperanzas. Siguiendo
sus instrucciones al entablilló el brazo y la suministró medicamentos. Luego, usando
una cuerdas de gran resistencia ató el cuerpo de Qián al exterior de la nave en la que
llegó y la puso a flotar en el vacío del interior de la Dvalin.

Se dieron una última comilona en la mesa del taller en la que Carlos no podía mirar a
Fátima sin sentir desprecio.

–Solo protegía su vida y la del bebé. –dijo Clara.

–Sí no se me llega a ocurrir lo del implante no habría conservado ninguna de las


cuatro.

–Es el instinto de supervivencia.

–Si nos mata no se para que le vale.

–Estaba asustada. –se defendió.

–Como todos.

Metieron los cuerpos en la morgue. Volvieron a ocupar sus cuartos, Limpiaron


algunas zonas y se dedicaron a recuperar las cápsulas del resto de habitantes a la
deriva. Eso sí, antes Carlos corto la conexión de la obrera tres rompiendo su antena,
cogió la caja de Colombo con ella y la programo para viajar a una posición segura en
medio de la nada a suficientes miles de kilómetros de Tania como para que nadie la
encontrase por casualidad. Ya verían como se las apañaban Clara y él para
recuperarla.
Las medallas

A los tres días se aproximó la nave de marines Druganov, los cuales tomaron el
mando, les dieron asistencia médica, continuaron con las labores de rescate, los
interrogaron y exploraron la nave encontrando al ingeniero Péng al que arrestaron.

Dos días después llegaron los refuerzos de Rio Tinto. Pocos como para imponerse a
la Druganov no les quedo más remedio que echarse un lado y dejarles investigar.

Con el tiempo los marines también encontraron una clínica clandestina a la que no le
faltaba equipo y estaba bien instalada a pesar de la precaria situación de encontrarse
instalada en una red de túneles de mantenimiento detrás de las fundiciones. Tenía un
fácil acceso clandestino al depósito de basura orgánica donde hallaron los cuerpos
descuartizados de los asesinados.

Para cuando les llego la orden de retirada a los marines estos tenían información
como para enterrar a la Dvalin. De esa Rio Tinto no se libraba.

Ellos tampoco se libraron. A pesar de haber vivido una pesadilla en esa nave tenían
que cumplir con el contrato y terminar el año. Los refuerzos se marcharon
intercambiándose con el personal de reemplazo para difuntos y los que pudieron
despedirse sin sufrir penalizaciones, al mes la Dvalin volvía al trabajo.

Era duro para Carlos ir a trabajar a un lugar que le traía a la memoria agonías y
perdidas. Las naves idénticas a las que se estrellaron con la Curucusí matando a Lexa
y Sonia, La oficina donde se desangró el doctor Ansari, el taller donde mato al
monstruo Qián, La puerta donde fue acribillada Dubois, la esquina donde se suicidio
Colette, el cruce donde murió abrasado Mariano y el tipo de azul. A beces se le hacía
un nudo en la garganta y se quedaba parado mirando el lugar en apariencia anodino.

La empresa culpó de todo a Qián y a Péng. Como no tenían obligación de


responsabilizarse de los ataques de cyberpsicópatas denegaron todas las
indemnizaciones. Los obreros supervivientes, entre ellos Clara y Carlos, crearon un
fondo común y contrataron a unos abogados para demandar a Rio Tinto por su mala
administración de la crisis y exigir indemnizaciones por los daños sufridos. Rio Tinto
les acusó de insurgentes y amenazo con contratar a Belltower para contener posibles
revueltas. Eso y las amenazas por parte de la nueva seguridad fue suficiente para que
la mitad se amedrentaran y salieran del colectivo.
A él también intentaron asustarlo, empezaron con las amenazas veladas de abogado
cobrador de deudas, cuando vieron que eso no funcionaba y que el nuevo director de
su departamento, Dante Mendoza, un hombre maduro que con la mitad inferior de la
cara más grande que la superior y sus ojos pequeños recordaba a un sapo,
compensaba las presiones laborales con descansitos e invitaciones. Decidieron pasar
tomar medidas más ortodoxas. Lo arrestaron y le llevaron a interrogar en la típica sal
negra de mesa silla y falso espejo. Delante de él tenía a dos tipos altos, fuertes, de
gran mentón, con un horrible corte de pelo militar, a punto de reventar sus uniformes
negros, uno sentado y el otro con la espalda apoyada en la pared y los brazos
cruzados.

–Hemos oído que eres un líder sindicalista.

–Yo he oído que todos los de seguridad sois unos blandengues.

–No lo niegas.

–No lo se ¿Eres un blandengue?

–¿Quieres que te lo demuestre?

–Quitame las esposas y nos lo demostramos mutuamente. Con deportividad.

–Quieres agredirme por ser guardia.


–Yo no he dicho nada de agredirnos. He dicho deporte ¿No practicas nada? ¿Solo
gimnasio?

–Daremos por sentado que la evasión de la pregunta es una confirmación.

–Da por sentado que todo lo que se diga en esta habitación, sobre todo por vuestra
parte, es una vulkgar falacia y ya de paso que quiero un abogado.

–No estas detenido.

–las esposas indican lo contrario.

–Es por nuestra seguridad. Eres sospechoso de ser un líder sindicalista.

–No, tú eres el líder sindicalista.

–¡Como te atreves a insultarme! –Levanto encarándosele.

–De la misma manera que tú me insultas a mi.

–Tú no eres un guardia.


–Soy un Licenciado, en realidad tengo más rango que tú.

–Que te crees tú eso.

–Preguntale a las máquinas que dirigen este cotarro.

–¿¡Que insinúas con eso!?

–Que estas muy susceptible ¿Te has hecho un análisis de estupefacientes?

–Y ahora me llamas drogata, esta claro que no estas colaborando y que sientes
aversión a la autoridad. Me da ami que hemos dado con un sindicalista.

–No es por el uniforme. Si es hasta bonito. Es personal, me das mala espina. Como la
de un cobarde que va por hay asustando a los niños pero que se cagaría de miedo al
ver una borg. Admitidlo, os retrasásteis a propósito.

–Bien va a haber que probar con otro idioma.

–¿Sabes inglés? Yo no pero a lo mejor tú sí.

–¡Hijo de puta! Nos vamos a divertir un rato.

Carlos se hecho a una esquina y se quedo hecho un obillo. Los guardas primero se
rieron de él, le insultaron y viendo que no salía de allí se conformaron con castigarle
la espalda y las costillas.

Por lo que le contó Clara en el informe médico el doctor lo catalogó de accidente


laboral.

No mucho mas tarde en la gimnasio a un miembro de seguridad se le resbaló una


mancuerna que fue a parar a la cabeza de Carlos el cual se la estampo a dos
centímetros de su cara en la pared. Le redujeron a puñetazos y patadas.

La administración le quito un mes de sueldo por mala conducta al responder con


violencia a un accidente. Carlos debió de dejar de ir al gimnasio. El tiempo lo dedico
en elaborar una estrategia.

Al mes ocurrió un fallo en los sistemas de las cápsulas de seguridad quedando todas
en éxtasis, un fallo que se podría haber cobrado diez vidas. Esa misma tarde cinco
guardias sufrieron accidentes, tras ser golpeados por algo y quedar inconscientes
despertaron desnudos en los túneles de mantenimiento.
Al día siguiente fue al gimnasio y le lanzo una mancuerna en toda la cara partiéndole
el tabique al de las manos resbaladizas, acto seguido alzo la voz y las manos. –Lo
siento, ha sido una accidente. –El agente, modelo de buena conducta, no respondió
con violencia. Carlos como hombre arrepentido fue a verle a la enfermería.

–¿Te encuentras bien?

–Sí.

–Duele casi tanto como perder un es de salario.

–Yo creo que más.

–Estoy de a cuerdo, que sean dos.

–Te estas pasando. –dijo su amigo.

–Pasarme sería tener otro accidente.

–Hazlo, ten otro accidente.

–No, yo no. Vosotros. ¿Creéis que esta coraza me llovió del cielo? ¿Sabéis que? Me
caéis muy bien, cuando mi año termine en dos meses, os haré una visita a vuestras
casas, con mis amigos, para rememorar los viejos tiempos. No hace falta que me
digáis donde están, no os preocupéis, os sabre encontrar. –Leyó sus placas con
descaro.
Al día siguiente uno de los interrogadores le invitó a practicar en el ring.

–Vamos a ver que tan duro eres en realidad

–¡Perfecto! Vamos al comedor, no vaya a ser que cuando te gane la putas de tus
camaradas digan que te ataque a traición por la espalda cuando te venza. –Se puso en
camino.

–Ese no es un sitió valido para una pelea.

–¿Te achantas? Supongo que no se podía esperar más de un cobarde como tú.

–El lugar reglamentario para estas cosas es el ring.

–¿Alguna vez le has echado pelotas a algo?

–Tu mismo gilipoyas.

Ambos fueron al comedor, La historia sería de que le asaltó en las zonas comunes.
Los de seguridad levantaron a la gente e hicieron un circulo con las mesas. Antes de
empezar Carlos gritó a las masas. –¡El detective Leroy me ha retado aun duelo, no le
he atacado ni agredido ni nada, él es el que me ha retado, aunque como todos
sabemos en los informes podrá otra cosa. Veamos que tas bueno es defendiéndose
solo!

–Cara te va salir la demostración.

Carlos sonrió.

El duelo en inicio no paso de toquecitos y tientos, ambos se reservaban. Se pasaron


así una ronda tras otra. Ambos eran fuertes, resistentes y pacientes. En ese tiempo
Carlos descubrió que tenía músculos mecánicos y blindaje, sus ópticas eran buenas y
como canalla mezquino castigaba su lado izquierdo, donde no tenía ojo.

Leroy le fue desgastando, ganando terreno poco a poco, confiando en su ventaja.


Cuando ya le tenía blandito atacó con fuerza. Carlos le agarró le brazo asaiendas de
donde estaban los puntos débiles de esa arquitectura y se lo partió sin piedad en un
segundo, un golpe en la pierna para flexionarla y lo puso de rodillas, acto seguido le
saco las ópticas de la cara.

–¡De veras crees que un puto mierda como tú puede enfrentarse a mi!

Le agarró del pescuezo, podría partirle el cuello con un movimiento. Los


espectadores se alborotaron los guardias estuvieron por salir el ring pero se
detuvieron ante los silbidos los empujones y los codazos anónimos. Eran diez contra
uno y se contuvieron por su propio bien, conscientes a que en el momento en que uno
entrase al ring irían muchos otros detrás.

–¡Yo me cargue a la puta borg! ¡Yo! ¡Ahora responde! ¿¡Quienes me dieron una
paliza durante el interrogatorio!? ¿¡Quién!?

–Yo.

–¡Más alto! ¡Nombres!

–Yo y mi compañero Detectives Leroy y Neagu.

–¿¡Quién me arrojó una mancuerna en el gimnasio!?

Se cayó. Carlos le cogió el otro brazo y se o partió.

–¿¡Quién!?

–Ali.
–¿¡Fue un accidente!?

–No.

Los guardias de uniforme ya entraban a golpe de porra. Carlos se fijo en que el oído
derecho no fuese cybernético y le susurró en él. Si tengo que pagar una mierda por
esto estas muerto. Recuérdale a tu amigo que me debe dos meses.

Como no cuando los guardias entraron al ring Carlos se llevo su buena ración de
porra. Ni uno solo de los muchos compañeros que había salvado se interpuso en su
camino, se limitaron a silbar e insultar. Por otro lado los guardias que no estaban de
servicio ya recibían su ración de golpes en las esquinas. Sucedió lo que cabría
esperar, un guardia de uniforme se ensañó y la batalla comenzó. El giro de los
acontecimientos obligó a quienes le tranquilizaban a golpes a llevarlo a la carrera a
prisión y dejarle allí sin dedicarle más atenciones, tenían cosas urgentes que atender.

La mismísima capitán le hizo el siguiente interrogatorio. Una mujer rubia de ojos


marrones blanca hasta la transparencia con el rostro cuadrado. El uniforme la sentaba
de lujo, parecía una dominatrix, se sentó y cruzo las piernas.

–Tiene habilidad para meterse en líos Licenciado Nuñez.

–Son sus putas que me tienen cariño.

–Quizás no les guste como las trata.

–Siga tratando usted así a sus ingenieros y le pasara como a Ndiaye.

–Lo único que la empresa quiere es que no haya más problemas por aquí.

–Pues que pague. Las cagadas de su capitán son su responsabilidad.

–Eso ya lo hablaran los abogados.

–Eso lo están hablando con los puños sus soldaditos de pega. ¿Va a seguir mintiendo
todo el rato o tiene algo interesante que decir?

–¿Sabe lo que pasará si la empresa decide traer a Belltower?

–¿Entre usted y yo? ¿Extraoficial?

La capitana se encendió un cigarro. –Diga.

–Que los matare a todos. Solo hay una persona que conozca mejor que yo esta nave y
esta entre rejas a miles de kilómetros de aquí.
–Es muy duro ¿He?

–Matar a la borg que ninguno de ustedes pudo me da ese derecho.

–Ella era solamente una.

–Y se habría cargado a cientos si no llega a ser porque tuvieron la suerte de tenerme


por aquí. De nada.

–¿Puede dejar de hacerse el duro y hablar en serio?

–Lo dice la que se ha entrado sola, ha cruzado las piernas al sentarse y se fuma un
cigarro expulsando el humo al techo.

Le miró con aire de superioridad. Descruzó las piernas y apagó el cigarro sobre la
mesa. –¿Que quiere?

–Mi dinero, y ya de paso, un poco de reconocimiento.

–No va ha conseguir nada de eso por el camino en que va.

–Si estuviera segura de eso no estaríamos hablando.

–Estamos hablando porque soy curiosa. Quería ver al hombre que se cargo a Qián

–Se va aquedar con las ganas.

–¿Que piensa hacer para derrotar a los sesenta guardias?

–De primeras no contarle a usted como podría hacerlo.

–Es todo un espía ¿He?

–Es curioso, Ndiaye también pensó eso cuando nos conocimos.

–¿Por qué?

–Los implantes.

–¿Es un espía?

–Esa pregunta solo tiene una respuesta.

–Acaba de admitir que lo es.


–O puede que solo este jugando con usted.

–¿Cuanto me costaría ponerlo de mi parte?

–No acepto negocios con morosos.

–Puedo hacer que le devuelvan el mes que le han quitado y que le paguen las
lesiones.

–Barato compra usted a los espías.

–Usted no es un espía.

Carlos cayó.

–Pondré mis cartas sobre la mesa. Esta nave tienen un historial negro y aún esta
caliente. Los militares nos tienen en el punto de mira con datos suficientes como para
jodernos de aquí a Mayorica. Es posible que se haya ganado su admiración o puede
que le tengan más manía que la que yo le estoy cogiendo. Una sola llamada, por lo
que sea, y vendrán a aquí a rompernos el culo. Usted lo sabe y se resguarda en eso
para presionar con impunidad a la empresa con el objetivo de sacarla dinero. Ha
manejado a mis agentes como los gilipoyas que son, felicidades. Lo que le ofrezco es
una salida amistosa.

–“Impunidad” Si hubiese una ley aquí los que estaríais en prisión seríais vosotros,
desayunando palizas. Antes ha hablado de comprarme ¿A que venía eso?

–A tumbado a una borg capaz de adueñarse de una nave de millones de créditos. Ya


ha visto con que tengo que tratar. Necesito gente útil.

–¿Le suelen encasquetar la mierda?

–Así es. Lo hacen porque se me da bien resolver problemas sin manchar mucho y a
un coste aceptable.

–Olvídese de lo de coste aceptable. Si de veras es tan lista sabe que le conviene pagar.

–También puedo arrojarlo por una escotilla.

–Algo que no sabe que repercusiones tendría. Hasta se ha imaginado que soy un espía
de la empresa enviado a arreglar la cagada de Qián que se sigue haciendo pasar por
ingeniero para mantener la tapadera. Sería gracioso, porque eso significaría que ha
apaleado a un superior.

–Los espías no son rencorosos.


–¿Como lo sabe? Si un espía se quiere venganza lo puede hacer pasar por un
accidente al igual que los asesinatos para la corporación.

–Una persona que no fuese pragmática no duraría mucho en un oficio tan arriesgado.

–Claro.

–¿Cuanto?

–En mano, el doble. Incluyendo los daños causados por la borg.

–¿Donde esta le oro?

–Aún no me ha comprado. Cuando lo haga, si lo consigue, se lo encontraré.

–¿Puede hacerlo?

–Ndiaye fue tan inteligente como para mandar a todos a al cama cuando solo tenía
cuatro guardias y una borg suelta. Imagine que pensarían los del mono amarillo de
cierta sección. Yo conocí a algunos de ellos.

–Deme un nombre.

–No hago negocios con morosos.

–No le van a pagar.

–Lo harán, solo que de una forma les dolerá más que de otra.

–Puede marcharse.

En realidad no pudo hasta que dos tipos entraron y le liberaron las manos, no sabían
sentar a nadie sin esposarlo primero.

Al día siguiente, como no encontró a Neagu, se tuvo que conformar con uno de
manos sudorosas que le sonaba del gimnasio el cual en ese momento guardaba la
puerta del comedor, dese la pelea los soldados se dejaban notar colocándose en sitios
a la vista. Espero a que pasara un grupo, se unió a él y según se cruzaron le plantó un
puñetazo en el morro que le hizo retroceder un paso y sangrar de la nariz hasta la
barbilla, quedándose delante, quieto, a la espera de la represalia. Los agentes
detuvieron sus manos, no desenfundaron las porras, miraron a su alrededor
encontrándose un montón de Monos amarillos con cara de odio cuchicheando. Se
hizo un tenso silencio.

–Ha sido un accidente. –dijo Carlos.


–Acepto sus disculpas. –dijo el herido conteniendo su enfado.

–No me he disculpado. Procure que no vuelva a pasar agente.

Volvió a interrogatorio, otra vez esposado en la misma silla. Al menos su nueva


interrogadora era bonita de ver.

–Ya le he devuelto su maldito mes. ¿No puede dejarlo estar?

–No me han devuelto los palos.

–¿Eso es lo que quiere, palos?

–Eso o una compensación,

–Si le dejo a solas con Neagu me dejará en paz.

–Les dejare en paz cuando me indemnicen, el resto es un extra.

–Usted no lo hace por el dinero.

–¿Por qué lo hago?

–Por venganza.

–Siga, me encantan las historias pasionales.

–La empresa lo hizo como el culo y perdió a buenos amigos por ello. Le encantaría
coger a los responsables y partiles el cráneo como hizo con la doctora, pero o no
puede o la doctora se le adelantó. Así que se conforma con quitarles los créditos a
sabiendas que nada le molesta más a una corporación que las perdidas.

–Me tiene calado. Estoy por pedirle salir, como pareja, en serio, sin segundas
interpretaciones.

–No me halaga. Yo no puedo cambiar su situación para con la empresa, solo puedo
hacer que los pocos meses que le quedan aquí sean unas vacaciones remuneradas.

–Hay que ver como sois los empleados comprometidos con la corporación, cuando os
interesa sois miembros proactivos y representantes abnegados de la compañía, pero
en cuanto las cosas se complican un poco, ponéis cara de pobre tonto, tiráis de
individualidad y rogáis que se sacrifique la víctima de vuestro jefe porque vosotros
como personas no formáis parte del abuso y os esta haciendo pupa.
–También puedo hacer que le vaya mucho peor.

–¿Ha visto las noticias de la sublevación en Cormoran, de Quimera, en el sistema


Aquiles?

–No.

–Eso sera lo que la haré como me presione.

–¿Ve las noticias universales?

Carlos Sonrió. –¿No me tiene monitorizado?

–Que quiere a cambio de los palos, y le aclaro, que este sera el último intento que
haré por llevarnos bien.

–No ha hecho nada más que interpretar un papel. No entiendo porqué algunos de
ustedes se esfuerzan tanto por engañarse a si mismos.

–¿Nada?

–Mi indemnización. Si no quiere verse involucrada en este conflicto apártese. Nadie


la obliga a ser un escudo humano, solo su estupidez. Ndiaye también antepuso su
bienestar a los intereses de la empresa. Mire su cadáver si tiene dudas sobre donde
acaba ese camino.

–No voy a dejar que me la juegue en mi propia nave.

–No es su nave. Es de Rio Tinto, usted es solo parte del mobiliario, como todos los
demás. Cree que porque el amo le suelta una galletita y una caricia de vez en cuando
vale más que el resto de bestias de la granja, como todos esos desgraciados de negro
salidos de suburvios de mala muerte demasiado estúpidos como para hacer algo
mejor que repartir y encajar golpes, dispuestos a sangrar por formar parte de una etnia
superior uniformada.

–Luchamos por una causa, el orden que da seguridad a la civilización. La escoria


como usted destruiría todo por el beneficio individual.

–Esa es la escoria a la que obedece rubita ¿Alguna vez a tratado con sus jefes más
allá de recibir ordenes y enviar informes?

–No es de su incumbencia.
–Eso es un no. Ni lo ha visto ni intentará verlo, es más, hasta echará la cabeza a un
lado si surge la ocasión en la que pueda discernir lo podrida e insustancial que su
labor. Solo ve lo que quiere ver, supongo que así es más fácil vivir. Gracias, me acaba
de mostrar su punto débil.

–Y usted me acaba de demostrar que no es más que un comunista con demasiados


implantes.

–Siga mi consejo, véase lo de Cormoran, observe el cuerpo de Ndiaye. Elija vivir.

En el siguiente suceso Carlos no participó. Un grupo de monos amarillos le dieron


una paliza brutal a dos guardias de negro en la fundición. Tuvieron que retirar a los
soldados del sector industrial y duplicar la guardia del almacén de metales preciosos.
La presión en la cantina sobre los de negro iba en aumento y algunas de las personas
que se fueron del colectivo demandante regresaron.

Antes de ir a hablar con Roberto sobre provisiones le llamó Claudia.

–¿Que tal? ¿Todo bien por el espacio?

–Fatal. Al principio me parecía un lugar fantástico para relajarse pero tuvimos un


caso de cyberpsicosis. Muchos muertos.

–Ya sabes que cuando quieras tu puesto te esta esperando.

–Gracias, de veras.

–Te llamo porque Rio tinto me ha pedido tu expediente. No se lo he dado claro. Es


raro este tipo de llamadas.

–Me deben una fortuna en indemnizaciones que no quieren pagarme. Las cosas se
están caldeando por aquí.

–Caldeando ¿Como?

–Represión, amenazas... Lo típico.

–¿Y han sacado la porra a pasear?

–En cuanto han tenido la opción, ahora se las estamos devolviendo.

–¿Sabes como suele acabar eso?

–Por desgracia lo se bien. ¿Que otra opción me queda?


–Procura volver de una pieza ¿Vale?

–Eso hago.

Se reunió con Roberto en un túnel de mantenimiento, con dos pequeñas cajas por
asientos y unas cervezas frías por cortesía del contrabandista de mono amarillo con
una cicatriz de la frente a la mandíbula en el lado derecho y un bigote bien recortado
entre una nariz prominente y unos labios apretados.

–Vuestra causa me parece cojonuda, en serio, pero lo que yo llevo es un negocio no la


logística de ninguna revolución.

–Lo se, he estado en tu lado. Te pagaríamos con lo saqueado de metales preciosos.


Antes de que te quejes. –Le paró. –No puedes esperar que un montón de obreros
puedan pagarte de primeras y sabes de sobra que lo que hay allí vale el doble de lo
que cuesta lo que te pediríamos.

–Es una apuesta. –gruñó.

–Eres contrabandista amigo, cada vez que pasas mercancía es una apuesta.

–Si de veras has estado en lado sabes que no tanto.–se cruzó de brazos.

–Ya. Tienes untados a algunos guardias. Aún así es una apuesta. Cualquier día un
golpe de azar te puede exponer por no hablar de las traiciones.

–Sigue sin ser lo mismo. Además si este sitio arde se me acabó el negocio.

–Si este sitio arde no habrá pruebas que te vinculen a tu jubilación. Además lo que
quiero no es una revolución, de eso ninguno de los dos sacaríamos nada en limpio, La
idea es apretarles las tuercas hasta que no les quede más remedio que ceder, ya están
de mierda hasta el cuello con lo de la cyberpsicópata, no van ha aguantar mucho.

–¿Que querríais?

–Lo de siempre, armas, drogas, explosivos, y si me lo puedes conseguir


medicamentos.

–¿No quieres un animal clonado o mis muelas le juicio?

–¡Venga ya! Eres contrabandista. Solo las armas son un problema. De drogas tienes
un alijo lleno escondido, los explosivos están dentro, solo hay que cambiarlos de sitio
y los medicamentos ni son ilegales.

–Si es tan fácil ¿Por qué no te lo montas tú? listillo.


–Bien lo sabes. Me vigilan.

–Entonces yo te consigo eso y a cambio los metales son míos. Solo me estas
cambiando cosas por una posibilidad de robo. –dijo con suspicacia.

–Una buena. Oro, paladio, platino, algunas piedras preciosas quizás. Joder si la cosa
va bien y tú no quieres...

–No te embales. –Roberto empezó a mover la pierna derecha de forma compulsiva


mientras pensaba. –Si fracasa ¿Que?

–Si fracasa amigo estaremos jodidos todos. Nosotros no tenemos seguro. Ellos sí
¿Cuanto vale esta nave? ¿No crees que estarán más dispuestos a ceder y pagar las
malditas indemnizaciones que jugarsela contra nosotros y los marines?

–Ese es un punto de equilibrio muy fino y tú no pareces un malabarista si no un


fortachón.

–No tengo problema en apartarme y dejar el sitio a otro con más “tacto” tras montar
el circo.

–¿Otro como quién?

–¿Que te parece la enfermera Clara?

–Diplomática sí, pero poco fuerte.

–Le clavo una lanza a la cyberpsicópata.

–¿Lo de las lanzas es verdad?

Carlos asintió con la cabeza.

–Supongo que entonces valdría. El problema es que no os veo muy organizados. –


Levanto una ceja.

–Cierto. Antes de mover pieza quiero saber si puedo contar contigo.

Roberto miro a un lado y continuó moviendo la pierna. –Aceptó. Eso sí, olvidate de
que meta nada hasta que no tengas gente para recibirlo, yo no te voy a guardar las
armas.

–Entiendo, te daré un toque cuando este listo, mientras vete preparando, si le material
no llega a tiempo no servirá de nada.
Encontrar gente con ganas de cambios fue más fácil de lo que se imaginaba, reunidos
en la fundición, libre soldados, conoció a muchos monos amarillos enfadados, no solo
estaban hartos de su duro trabajo mal remunerado y asustados ante la evidente falta
de seguridad, si no que los guardias también habían “interrogado” a algunos y
estaban deseosos de retomar el dialogo diferentes condiciones.

A los cuatro días cuatro valientes guardias lo sacaron de su cuarto en la noche y lo


metieron en prisión detenido por incitación a la violencia y sindicalismo. Le dejaron
tres días en el absoluto silencio de una caja más ancha que su camarote diseñada para
impedir las comunicaciones. Luego se presentó la capitán con un augusto hombre
trajeado que estiraba su cuello por encima de la corbata como si su cabeza quisiera
escapar, cara de amargado sin amigos con algún problema facial que le impedía
gesticular.

–¿Por qué me dijo que observara lo de Cormoran?

Carlos meditaba en ese momento, sentado en el suelo con las piernas entrelazadas y
las muñecas sobre las rodillas con las manos haciendo un círculo entre el indice y el
pulgar. –Eso fue un favor que no sabe apreciar. Olvidelo.

–¿Instó usted esa revuelta?

–Le gusta preguntar cosas que solo tienen una respuesta posible. No.

–¿Cree que me va asustar con esos jueguecitos?

–Ya esta asustada.

–Rio Tinto esta a esto de llamar a Belltower. –Hizo un gesto estrechando el espacio
entre sus dedos.

–En cuanto les llamen usted habrá fracasado, dígale adiós a la galletita. Detrás
vendrán los marines y entonces habré ganado. La cuestión es que no se tarda tanto en
ver un vídeo ¿Ha pasado algo interesante en mi ausencia?

–Como si no lo supiera.

–No lo se. Sea lo que sea, no he tenido nada que ver. Como es de lógica ya que me
encuentro preso por una acusación que me da a mi que muchas pruebas no tiene.

–La empresa ha aceptado pagarle una indemnización, incluso le vana dar una
gratificación por sus esfuerzos.

–Hace no mucho que dijo que no volvería a negociar conmigo.


–¿Acepta? Es lo que pidió.

–Lo siento, ahora no puedo hacerlo.

–¿Que mas quiere?

–Nada más. No puedo hacerlo porque estoy entre rejas y porque me he comprometido
con todo un movimiento. Sus jefes puede que no se hayan dado cuenta pero la rueda
ya esta cayendo por la ladera, solo va ha coger más velocidad. Si quiere que la pare
van a tener que pagar a todos y no lo haré hasta encontrarme en tierra, lejos de sus
soldaditos. No quiero que nadie me dispare por la espalda en cuanto apague la
máquina.

–Esta loco. No van a pagar a todos.

–Tampoco me iba a pagar a mi y aquí estamos. Claro que teniendo en cuenta que sigo
entre rejas quizás todo lo que decimos no sean más que mentiras.

–¿A que se refiere?

–A que usted no quiere que haya trato, de hay esta forma cutre de ofrecerlo.

–El hombre de detrás dio un paso al frente. Soy el agente herrara, abogado al servicio
de Rio Tinto sociedad anónima. Le garantizo que la voluntad por parte de la
compañía por cerrar un acuerdo con usted es sincera.

–No se moleste en sacar la tarjeta. No le conozco y no confió en usted.

–Lo comprendo. La capitán ha insistido en entrevistarnos de esta manera ya que usted


esta capacitado para ejercer una violencia considerable. ¿Si le dejo salir, se
compromete a comportarse?

–Señor Herrera, los agentes de esta capitán me han dado palizas por placer ¿Le
parece eso a usted aceptable?

–No.

–Tiene mi garantía de que no le haré daño siempre y cuando no sienta mi seguridad


amenazada. El personal militar a mi paso deberá estar desarmado y guardar una
distancia de cinco metros.

–¡Esta de broma! –dijo la capitán.

–Accedo. Liberenle.
La capitán se fue enfadada, un soldado desarmado le libero y debieron hacerles un
pasillo los guardias hasta la sala de reuniones que tampoco estaba muy lejos.

Una vez sentados los dos en un cuarto con cuatro ventanas, una mesa clavada al suelo
y sillas imantadas con espacio para meter tres camarotes Herrera, des cuidadas cejas e
impecable apurado inicio la conversación.

–Estamos dispuestos a pagarle usted tanto las indemnizaciones pertinentes como una
generosa gratificación por haber salvado la Dvalin de la doctora Qián, sin embargo no
estamos dispuestos a pagar indemnizaciones a toda la tripulación.

–Deberán hacerlo y lo saben ¿Están ganando tiempo?

–Tenemos problemas con el ejército.

–¿No pueden pagar a los dos grupos?

–¿Aceptaría esa resolución?

–No aquí, lo de estar en tierra iba en serio.

–Digamos que le trasladamos a tierra y efectuamos el pago ¿Como haría para


solucionar el problema que ha generado?

–El problema lo han generado ustedes. Cortaría ciertas conexiones y convencería a


ciertas personas de que conmigo en tierra dando testimonio a los abogados tenemos
todas las de ganar.

–Testimonio que no daría.

–Algo tengo que dar, por el camino se me olvidarían algunas cosas.

–Nos exije un nivel de confianza que no nos otorga.

–Recuerde lo de las palizas. Cada uno tiene lo que se siembra. Es más, antes de
abandonar esta nave recibiré la mitad del pago por adelantado. Irme es parte del trato,
no solo me conviene a mi.

–¿Aceptaría aparecer en público contando su versión reducida de los hechos?

–Eso dependerá de la reducción y la gratificación.

–Es negociable. Lo importante es si lo haría.

–Sí.
–Queda un asunto por aclarar. Uno importante. No habrá indemnizaciones. –Herrera
puso una mirada grave y entrelazó los dedos.

–A parte de la mía pagaran a la enfermera superviviente. Aunque imagino que eso ya


lo tiene planeado. Dos voces son más convincentes que una y aquí hay solo dos que
valgan. También pagaran a las familias de los muertos, esas son de pago obligatorio
tengo entendido así que no estoy exigiendo nada exagerado.

–Respecto a los muertos cambia al cuantía. Eso no va a poder ser.

–Hagamos una cosa, reduciremos esa lista. Piense que lo que no me de en este
aspecto se lo añadiré a los costes en tierra.

–Lo preferimos de esa manera, aumente su gratificación en tierra y pague usted lo


que vea conveniente a las familias de sus amigos.

–Entonces tenemos un acuerdo. –Carlos ofreció su mano y Herrera se la estrechó.

A Clara no le gusto el trato pero lo aceptó de todas formas, deseosa de salir de la


Dvalin, harta de atiborrarse de pastillas para aguantar un día más en una nave que la
provocaba pesadillas.

Los créditos, la información y los documentos volaron de un lado a otro, lecturas,


asesores, abogados, firmas. Conseguida al oficialidad del acuerdo Carlos se puso con
su parte. Canceló su trato con Roberto, puso las pegas acordes a la situación pero en
el fondo estaba hasta contento de hacerlo, al despedirse le dio las gracias por matar a
la Tenchu y un contacto por si algún día necesitaba mover mercancía por el espacio.
Respecto al resto de obreros les soltó la cantinela de que ayudaría desde tierra a que
se hiciera justicia de una forma menos arriesgada. A muchos no les gusto, tampoco
les debía nada, más bien al contrario. Poco antes de irse tuvo una conversación que
no esperaba, el sujeto de la mancuerna. Un joven atolondrado del montón, de esos
que se esfuerzan por estar a la moda, de integrarse siguiendo la canción que más
suena y no parecen saber que hacen en realidad. Mente de niño en cuerpo de hombre.

–Te devolvieron tu mes, ahora estamos en paz. –Lo dijo como una afirmación,
intentado imponer su versión, pero con tanta timidez que la pregunta era obvia.

–Lo estaremos cuando yo diga que lo estamos. –Lo dijo con malicia fingida, en el
fondo se estaba pitorreando de él, torturándole un poco.

–Escuche lo que le hicieron al agente que fue preguntando por ti en Covadonga. Yo te


di en el cogote tú a mi en toda la cara.

–¿Y la paliza que me lleve después? ¿Crees que duele lo mismo una mancuerna que
un puño?
–¡No fui solo yo!

–No haberla empezado. Si te parece injusto pasa la gorra en las taquillas. ¿Que fue lo
que más te sorprendió?

–Es coña ¿Verdad?

–No, tengo curiosidad.

–Mira, no puedo pagarte, no con mi salario de mierda, además estoy ahorrando para
costearme los estudios.

–Entonces tenemos un problema.

–Podría, no se, hacerte un favor.

–No me van los tíos.

–Me refiero a un favor de verdad.

–Eres el último mono negro de un equipo de seguridad que vigila curritos. ¿¡Que
favor puedes hacer tú!?

–Si algún día necesitaras de un brazo fuerte de confianza...

Carlos le miro de arriba a abajo y le costo no echarse a reír. –Me pillas de buenas. Te
voy a dar una oportunidad a ver si vales para algo. Vas a coger un pastillero... –Carlos
se paró. –¿Esas gravando?

–¡No joder! Se lo que me pasaría.

–Hazme un regalo.

–¿Como? –No entendió.

–Busca algo bonito que nadie mire y dejalo en la nave, pegado con cinta adhesiva
bajo un asiento o algo así.

–¡Por eso me despiden y me multan!

Carlos Le puso la mano en e hombro. –La multa ya la tienes campeón. A Partir de


ahora ni me hables ni te acerques a mi o mis cosas. Lo que sea, dentro. Ponle una
cuerda roja o algo para que lo encuentre. –Carlos se fue.
Lo que hiciera Claudia debió de ser aterrador porque el muchacho se las apañó para
pegar un pastillero con un puñado de gemas verdes bastantes pequeñas bajo un
asiento. Como se desplazaban sin gravedad solo tuvo que dejarse bajar de más para
verlo, se sentó en el asiento correspondiente y esperó a que se durmieran el resto de
pasajeros para recogerlo, meterlos en la maleta y dejar el pastillero en otra parte.

Antes de volver a sus casas tanto Clara como el tuvieron que parar en la estación
espacial de la lanzadera y cumplir con su parte contando la versión modificada de la
historia de la Dvalin. Una versión en la que Ndiaye y Sommer se desvivían por salvar
la nave sin éxito. El proceso se repitió en Zaratustra y Tania encareciéndoles la broma
Rio Tinto, que se creían que a él le iban a poder pasear por propinas como a Sonia y
en vez de eso les regateo por cada sílaba. Por suerte las ruedas de prensa tenían una
duración programada lo suficiente corta como para que los periodistas no pudieran
presionarles ya que, como todas las mentiras, las suyas a la larga no se sostenían. De
todas formas McKenzie recibió la versión real a cambio de ponerse en contacto con
lo abogados laborales cuando por fin le dejaron libre.

En casa Teressa y Oscar le recibieron con afecto, Oscar bromeaba con le hecho de
que no pudiese ir a ninguna aparte sin acabar hasta le cuello de mierda. Ya en la
noche le contó el infierno pasado en la Dvalin. Le afectó más de lo que esperaba.

Como no había avisado con tiempo le toco dormir en el sofá, en comparación con el
camarote o los fuertes improvisados le pareció un hotel de lujo.
Obituarios

Entre Clara y Carlos enviaron créditos a las familias de Mariano, Colombo, Colette,
Lexa y Sonia. Poniéndose en contacto a través de videollamada usando los datos de la
empresa.

–¿Es la familia de Sonia Escalante?

–Sí. ¿Quién es? –Preguntaba un hombre muy obeso, con el pelo corto lleno de
trasquilones la nariz bulbosa y la camisa sudada. Por el tono sepia de la luz en
Zaratustra.

–Soy un antiguo compañero suyo. Carlos...

–¿¡El mentiroso ese que va por hay contando mentiras!?

–Rio Tinto no quiere reconocer sus obligaciones...

–¡Cuénteme algo que no sepa Canalla! Mi hija esta muerta ¡Muerta! ¡Por vuestra uta
culpa! Era una niña adorable, buena como el aire limpio, con un corazón de oro, tan
trabajadora y no os basta con haberla matado si no que también tenéis que profanar su
memoria mintiendo para ahorraros unos créditos que debéis. ¡Devolvedme a mi hija
hijos de puta! –El tono de voz fue elevándose hasta llegar a un grito en el que la pena
hacía vibrar al timbre.

–Me han dado un montón de créditos para usted.

–¿¡Que!? ¿¡Por qué te han dado a ti nada de ella!?

–Porque fui yo el que aceptó el acuerdo de mentir para ellos a cambio de que pagasen
las indemnizaciones. Como no lo quieren hacer oficial pues me toca a mi repartir el
dinero.

–¡Serán canallas, mentirosos y ladrones de vidas! ¿¡Quiero que reconozcan que la


mataron ellos!?

–Ya, pero ambos sabemos que eso nunca va a pasar. Para conseguir este dinero a
parte de mentir he tenido que dar y recibir palizas, más de lo segundo que de lo
primero. Yo me conformo con el dinero, usted no tiene porqué hacerlo, me parece
genial que luche por eso, acéptelo, le vendrá bien.

–Canallas, mi niña, quiero a mi niña. –El hombre se hecho a llorar, el cuerpo le


temblaba, se secaba las lagrimás con un pañuelo, no daba abasto. –Estoy enfermo, no
puedo trabajar. Ella se fue al espacio para pagarme una cura. Y ahora la he perdido
para siempre.
–Yo era su superior. No le servirá de consuelo pero quiero que sepa que era mi mejor
técnica y que fue muy valiente.

–Sí, ella era así. Gracias.

Los siguientes eran los familiares de Lexa. Le cogió la llamada una mujer delgada
vestida de luto de avanzada edad, la cámara tenía una posición extraña así que la veía
desde arriba y algo ovalada.

–¿Quién es?

Carlos había aprendido de la anterior. –Soy el encargado de transmitir las


indemnizaciones de defunciones de Rio Tinto. ¿Son la familia de Lexa Schlegel?

–Al final han cedido. –El tono de voz era neutro hasta lo lúgubre.

–En realidad no, pero algunos compañeros hemos conseguido que la menos
entreguen un dinero.

–Entonces no es usted de Rio Tinto.

–Lo fui, Soy Carlos nuñez, el superior al cargo de su hija.

–¿Que la pasó?

–Fue muy valiente. Ella ayudó a una compañera a caminar por el espacio una buena
cantidad de tiempo, en una condiciones precarias, hasta un sitió que creíamos seguro.
Luego ese lugar fue bombardeado.

–Era muy valiente y fuerte verdad.

–Y divertida.

–Sí ¿Necesita que le de algún dato?

–Sí, necesito...

En la casa de Mariano respondió un niño que era un Mariano sin bigote en miniatura.

–¿Quién es?

–Me llamo Carlos ¿Esta Clementina González?

–Sí.
Esperó un poco. –¿Se puede poner?

–Mamaaaaaá Un hombre pregunta por ti –gritó.

–¿Quien es? –Se escuchaba de fondo preguntar a una la voz femenina aguda.

–Carlos

–¿Que Carlos?

–¿Que Carlos?

–No me conoce pero es importante que hable con ella.

–Dice que es importante.

–Dile que no compro nada.

–No vendo nada. –Se apresuró a decir Carlos antes de que le colgase.

–Dice que no vende nada.

–Ya voy.

–Ya viene.

–¿Como te llamas?

–Pedro.

–Encantado de conocerte.

–Lo mismo. –Estornudo y se le salieron los moquillos.

La madre llegó al trote. –Pedro amor limpiate los mocos que pareces un mendigo. –El
niño se alejó en busca de un pañuelo. La mujer era una una morena de largo pelo
rizado un tanto bajita de escaso mentón y grandes ojos negros con bonitas pestañas
sobre una mejillas coloradas. –¿Quién es?

–Un amigo de su marido. –Se le entristeció el rostro.

–Mi pobre Mariano.

–Unos compañeros y yo hemos conseguido que Rio Tinto nos entregue un dinero a
las víctimas.
–¡Malditos chingados de Rio Tinto! ¡Yo si que les iba a tintar la cara! ¡Ya iba siendo
hora! –gritó, luego suspiró. –Gracias. Gracias de corazón, ya no sabía como iba a dar
de comer a mis hijos ¡Es solo que me enfadan tanto! ¿Quienes dijo que eran ustedes?

–No importa. Lo que importa es que la voy a dar mucho dinero para que al menos no
se tenga que preocupar de eso en una temporada.

–¡Hay que bueno! –exclamó con más alivio que alegría. –Desde que se murió mi
Mariano que todo han sido desgracias. ¡Ni si quiera me dieron su cuerpo para velarlo
como esta mandado! –volvió a nefadarse. –Hay pero si que importa. –Se acordó.
–Dígame como se llama.

–Carlos Nuñez, tam...

Le cortó. –¿¡El que sale por televisión!?

–Sí..

–Pero eso que dice no es cierto.

–No, es el precio a pagar para que paguen.

–¡Pinches pendejos! ¿¡No ve!? No tienen suficiente con quitarle a una su marido si no
que encima hay que mentir para ellos para que te paguen los muy pinches....
–Sostuvo el puño en alto, se frenó y lo dejo caer. –¿Y dijo que conoció a mi marido?

–De hecho me salvó la vida. Cuando la... Llorona, el la llamaba de otra forma, ahora
no me acuerdo...

–Espere ¿¡La llorona!?

–Algunos la llamaban así, otros la decían el Tunche. Eran los apodos de la


cyberpsicópata que nos persiguió.

–¿¡Tanto miedo daba!?

–Pues sí, parecía más una fantasma que una persona.

–¿Y eso mató a mi Mariano? –Preguntó con temor.

–Pero el murió enfrentándola, pelando a brazo partido contra ella.

La mujer sollozó. –Así era mi Mariano, A mordiscos habría luchado por volver con
sus hijos. Tan valiente y fuerte. ¿Dice que lo salvó?
–Cuando yo huía de ella me dio cobijo en un refugio que se había preparado. Pero se
nos acabo la comida y las chelas y tuvimos que salir.

–Hay los agarró.

–Conseguimos montar otro refugio mejor, con más comida. Entonces apareció un
sujeto, le fuimos a ayudar pero se apareció la loca, nos pillo por sorpresa, ataco
primero su marido.

–Y se lo llevó.

–Como sabía que no sobreviviría se inmoló con fuego para matarla.

–¿Sufrió mucho?

–Un poco, sí.

–Pobrecito mi Mariano. Muchas gracias señor, muchas gracias de verdad. Me alegra


saber que al menos no murió solo y con miedo y que tenía gente que lo quería allí
también. Mi pobre Mariano. –Clementina se secaba los ojos con el delantal.

–Creo que él la habría dicho que Cante y no llore.

–Sí. –Lloró –Esa vieja canción le gustaba mucho. –Muchas gracias Don Carlos,
muchas gracias.

Clara se encargo de contactar con la familia de Colette. En el caso de Colombo solo


encontraron a una madre en una residencia de ancianos, en éxtasis, tan mayor que no
quisieron darla el disgusto. Quedaron con los doctores en pagar ellos la mensualidad
y que añadieran a la virtual ficción el encuentro anual que hasta entonces había tenido
con su hijo.

Carlos volvió a su puesto en CoMex, puede que quedara precioso en su currículum


pero no incluía sobrevivir a cyberpsicópatas entre las obligaciones laborales. Indagó
en los periódicos a ver si se sabía algo de muertes atroces que encajaran por las
fechas de cuando Rio Tinto preguntaba por él. La más escabrosa era la de Francis, un
hombre de mediana edad al que habían apaleado y desollado que por los datos de las
redes sociales era un empleado de Rio Tinto.
Por lo visto no eran los únicos que habían pasado por allí preguntando por él. Cuando
Oscar le puso al día de los sucedido en la ciudad en su ausencia le hablo de otros
preguntones.

–Unos musculitos trajeados, corporatas hinchadas, estuvieron presionando a


Monique, preguntando por ti. Les mareamos un poco pero no cejaron, les enviamos
un mensajito codificado diciéndoles que abandonaran y se pusieron agresivos.

Como o seguía le preguntó –¿Que paso?

–Con la ayuda de Kyl y la complicidad de Monique, que por cierto habla demasiado,
tardo segundos en enviármelos. Le invitamos a contemplar las vistas de un ático.

–¿Tan grave era como para volver a los áticos?

–No. Pero como te digo Monique es una bocazas. Así que decidí intervenir antes de
que la cosa fuera a más. ¿Conoces a un tal Gerard Sáez?

–No, aunque se quién es.

–Pues trabajaban para él, dijeron antes de ponerlos a sostener las columnas de una
construcción para siempre que jodistes a ese corpo y que solo querían saber quién era
su enemigo.

–¿¡Que le jodí!? ¡Lo que me hacia falta oír!

–¿Que le has hecho?

–¡Nada que no se merezca! Una pequeña broma. Había que ponerle nombre a un
delito y puse el suyo.

–Pues no le hizo gracia.

–¡Esos mierdas se enfadan con que les soples, eso sí, de joder a los demás no paran!

–Por fin lo captas.

Con el dinero de Rio Tinto pagó sus deudas se compró un ojo nuevo y le sobró para
vivir tranquilo. Recogió la herencia que Jiho le había preparado, uno de los mejores
modelos de neuroimplate Chairon para detectives tuneado por el propio Jiho con un
chip de datos para aprender a usarlo. Una maravilla tecnológica que fue a agradecerle
al contenedor donde vivía en donde escribió “Gracias amigo” firmándolo.
Plantas

Oscar estaba muy contento con su regreso, Teressa al cumplir ocho había abierto el
turno de las preguntas, un turno que parecía no acabar jamás, encima volvía a tener
miedo de la muerte al ver la historia de si tito en televisión, y ya no se la engañaba
con cuatro palabritas, tenía a su padre frito. Estaba creciendo a un ritmo sorprendente,
tanto a nivel físico como intelectual, en un mundo muy complicado.

Recuperaron el sistema rotativo de cuidar a Teressa, Oscar la atendía en la mañana


trabajando de tarde en su tienda y Carlos en la tarde trabajando de mañana en
CoMex, El hueco entre ambos era de Susana. La noche ya no era problema, con las
ganancias había contratado a Javier Ayala, un veterano amigo suyo, para que cubriera
ese horario.

En CoMex conoció a Diego Mejía, el empleado que ocupó su cargo durante su


ausencia, que paso a estar supeditado a él. Un hombre mayor con los tatuajes
arruinados por la vejez, que se dejaba crecer la barba y fumaba maría a la que cuidaba
de un jardín privado que se había montado en uno de los viveros. Se conocieron allí,
entre tomates, pimientos, judías, zanahorias, patatas y otras plantas a petición de el
propio Diego.

Cuando se acercó al hombre encorvado escarbando en la tierra este le preguntó.

–¿Me va a despedir?

–¿Por qué en vez de encontrarnos en la puerta me ha citado aquí?

El hombre se levanto con esfuerzo, resoplando por el dolor. –Va a ser el jefe de
ingeniería ¿No? Algún día se extrañaría de que esta obra durase tanto. –Se limpió las
manos en el pantalón y le ofreció estrechar una. Carlos lo hizo superando el examen
de indiferencia a la suciedad. –Él que no se ensucia es porque no trabaja. Parece un
señor pero no lo es ¿No se tatuó?

–Tenía unos tatuajes preciosos, los perdí por un asunto un tanto peculiar.

–Entiendo, a veces pasa ¿Así acabo de ingeniero?

–No, quería tener un oficio, saber hacer algo, no ser otro pandillero analfabeto de del
gueto ¿Y usted?

–Me pase mi larga temporada a la sombra. No había muco que hacer. –Se encogió de
hombros. –Descubrí que esto se me daba bien y seguí recto.

–El orgullo del sistema penitenciario.


–¿Le gustan las plantas?

–En mi casa tengo varios Flamboyan y un cerezo.

–Lo mismo sí que es un señor.

–En ciertos oficios o se gana mucho o se pierde todo.

–Razón no le falta. Ayúdeme con estas, quiero dejarlas en su sitio antes de que
empiece el turno. –Señaló unas plántulas a la espera.

Carlos le ayudo a plantarlas y en un momento estaban recibiendo su primer riego.


–¿Como ha conseguido que nadie se entere?

–Hace ya que el huerto funciona, con los viveros que hay les sobran. En teoría estos
están dedicados a la investigación. Imagínese lo mucho que investigan.

–Hombre, si dice que esta averiado tampoco es que puedan.

Chistó. –Tampoco han venido a mirar.

–Me gusta lo que tiene aquí montado. Tampoco le prometo nada.

–Entonces hágame le favor de despedirme, no quiero ver como destrozan nuestro


huerto para que cuatro idiotas con bata blanca consigan crear una maría un poco más
adictiva.

–¿Vuestro? ¿Quién más lo lleva?

El viejo señaló a las plantas. –Son ellas las que viven aquí. No serán de carne, pero
viven y desean vivir tanto como el cualquiera.

–Póngame al día. –En vez de contarle sobre el estado de las máquinas le presentó a
las plantas, las había bautizado. También le dio a probar el tomate más rico que jamas
hubiese saboreado.

–¿Como consigue que sepan tan bien?

–Les doy su tiempo. La gente siempre tiene prisa, lo quieren todo para ayer. La
reparación, los informes, el dinero, la comida, hasta los hijos los quieren crecidos de
un día para otro. Para que las cosas salgan bien, todas, hay que darlas su tiempo. Yo
las cuido sin añadirlas nada, solo agua y fertilizante, y espero.

–¿Tiene familia Diego?


–Tuve una mujer y dos hijos. Les metí prisa porque no quería cuidarlos, una esta
muerta y el otro es un inútil de cuarenta años sin hijos que vive de sus abuelos, no
quiere saber nada de mi. El premio por ser un mal padre.

–¿Su mujer esta bien?

–Se acuerda de Lucía, el clavel, así se llamaba.

–Es un clavel hermoso.

–Sí, siempre lo fue.

En la tarde hablaría con Claudia sobre el tema.

–Buenas tardes ¿Que tal te va?

–Arrepintiéndome de haber aceptado tener socios ¿Y tú? ¿Que tal de vuelta al huerto?

–Me a sucedido algo pintoresco.

–¿El que?

–¿Sabias tu que Mejía ha plantado hortalizas en el vivero siete, uno de los de


investigación?

–No, no estoy al tanto de esas cosas.

–Pues tendrías que verlo, tiene de todo hay plantado.

–¿I+D le ha dejado?

–No tienen ni idea, en teoría esta averiado, tampoco les preocupa, están con los
genomas.

–¿Que vas a hacer?

–No es mi empresa, es la tuya, ya he avisado a mi superior.

–No es a mi a quien tendrías que avisar.

–Dame tú opinión ¿Que debería hacer?

–Los dos sabemos lo que “deberías” hacer. Lo que pasa es que no quieres hacerlo.

–Vale, lo formulare de otra manera ¿Que harías tú?


–Esperar a que llegase el tiempo de cosecha y una vez recogido el campo devolverle
su uso.

–Para llevar una empresa de agricultura no sabes mucho sobre plantas. Tiene de todo,
cada planta se cosecha en una fecha distinta.

–No hay una forma limpia de hacerlo. ¿Tan malo sería quitarle el capricho? Se que
para alguien como él tener plantas es un lujo que no se puede permitir en casa pero no
creo que sea tan importante como para dejar I+D sin vivero.

–Le ha puesto nombre a las plantas.

–¿Como?

–Lucía, Brasil, Picantona, Colorá, Paca. Me las ha presentado.

–¿Deberíamos llamar a un psícologo?

–Es mayor, no tiene hijos, la mayoría de sus amigos ya han muerto, viudo.

–Veo por donde vas. Esas plantas son toda su compañía.

–Me ha dicho que prefiere que lo despidan a ver el huerto destruido. Es una
exageración por supuesto, pero también una llamada de auxilio. Es un antiguo
pandillero, es lo más parecido a rogar que se va a permitir.

–¿Sabes que? Te lo dejo a tu elección.

Fallo estructural, muy caro de reparar, y unos tomates riquísimos. Eso sí, le dejo claro
que en lo referente al tiempo de las reparaciones e informes los quería al estilo de la
gente.

Cuatro días más tarde jugó con claudia a plantar. Dos Pensamientos, una Violeta
africana y una Lantana. Cloe, Jiho, Mason y Mariano.

Al terminar Teressa le pidió una rosa, a la tarde siguiente plantaron a Paola.


Quedaba el tema de los dormitorios, en la casa de Carlos solo había dos y aunque este
no le metió prisa a sus inquilinos Oscar le montó un lio tremendo con el tema de la
mudanza. Tenía una gran idea a discutir una mañana de domingo en la que Carlos
libraba y Teressa estaba con sus abuelos.

–Ponemos la hipoteca a tu nombre, yo te paso el dinero cada mes y así la vamos


pagando. –dijo con ilusión.

–Oscar centrate. Que esa hipoteca de la que me hablas se paga en ochenta años.

–¿Que mas te da? Eres inmortal.

–Tú no Oscar. –Carlos no entendía como no lo captaba, era la tercera vez que
recorrían ese camino.

–¡Ya lo se! ¡Por eso no me la dan!

–Oscar que no vas a vivir tanto ¿Que hacemos después?

–La paga Teressa con lo que gane de la tienda. –Obvio.

–¿Y si la tienda quiebra? ¿O si teresa no quiere vender armas?

–Pues la llevas tú, o contratas a otro. La tienda da dinero, no tiene porqué estar ella
detrás del mostrador, sería lo aconsejable –se froto el pulgar con el indice y el
corazón. –Pero si no puede o quiere basta con que haga cuentas cada mes.

–¿No preferirías que viviera de algo más seguro?

–Tengo el mejor sistema de seguridad que se puede comprar para una tienda y estará
rodeada de armas y balas, lo único que hay que hacer es enseñarla a usarlas.
Aprenderá, ha salido a su padre ¡Es fuerte!

–¿Que tiene de malo alquilar el piso?

–Es para dejarla algo en herencia. Así se quedara tranquila con eso del tema de la
muerte. Tu idea de las flores muy bonita, y femenina, me ha gustado, pero no termina
de quitarla el miedo.

–No te estarás quitando el miedo tú.

–¡Todo padre quiere dejar algo a sus hijos! Eres muy cabezón con eso de no
endeudarse con el banco.

–Que son ochenta años Oscar.


–Como si son ciento veinte ¡Eres inmortal!

–¿Te has parado a pensar que con el dinero de la tienda en vez de querer pagarse un
piso prefiera comprarse la inmortalidad?

Oscar refunfuño sin decir nada claro.

–Además tendrás que costearla la universidad.

–Me llega para las dos cosas.

–No para las tres.

–Podrá comprársela luego.

–La inmortalidad es mejor injertarla cuando aún se es joven, si no la regeneración


celular te pueda pasar una mala jugada.

–Eso ya no pasa.

Carlos le puso la mano en el hombro. –Con la vejez te estas poniendo cabezón.

–Como tú no tienes hijos no sabes lo que se siente.

–Y un poco ñoño. ¡Hey! Le vas a dejar una tienda que funciona en un barrio decente.
Es más de lo que nos dieron a nosotros.

–Nunca es suficiente Carlos.

Claudia le ofreció otra opción.

–Podrías venirte a vivir conmigo.

–Gracias. No te entristezcas pero quiero estar solo. Me encuentro cansado y


enfadado, me altero enseguida. Lo que me gustaría es pasarme tranquilo un
temporada, en silencio.

–Te entiendo. Aquí tengo que recordarles cada día quién montó este tinglado. Con eso
de que soy una chica joven se tiran el royo paternalista para echarme a un lado.
Hipócritas.

–De eso nunca falta.

–Echo de menos cuando vivíamos solos en nuestro apartamento, con ese ventanal que
tanto te gustaba, te quedabas mirándolo a ratos como un crío chico.
–¿Tanto me pasaba mirando la ventana?

–No, pero era tierno. Te fascinaba la ciudad en movimiento y te sentías el amo del
mundo viéndola desde arriba.

–Un poco sí.

–Estábamos seguros, nuestra única preocupación era aprobar y que no nos pillase la
policía vendiendo.

–Algunas otras cosas más, pero sí. Era una vida sencilla.

–Ya nunca podremos volver a eso...

–Si que puedes, pero implicaría renunciar a la lucha por el poder que tienes en
marcha.

–Sin esa lucha sería aplastada. Mi empresa es lo que me protege de quienes me


desean hacer daño.

–También es la que te obliga a adentrarte en el podrido universo de las corporaciones.


¿Ya no puedes salir sin que te eliminen?

–No, y tampoco quiero. Prefiero luchar aquí, con ventaja, a hacerlo en la calle con
desventaja.

–Tienes razón. Si estas obligada a luchar es mejor hacerlo donde tengas mayor
probabilidad de éxito.

–No quería discutir sobre esto.

–Ha sido culpa mía. Yo también estoy siendo hipócrita. Si no fuese por ti y tu
empresa estaría en otra nave a merced de los miserables que las gobiernan. Gracias.

–No, yo esto te lo debo.

–He acabado trabajando para las personas que una vez trabajaron para mi.

–Debistes de ser un buen jefe si ahora en vez de machacarte te cuidamos.

Al final se conformó con el alquiler, eso sí, con opción a compra. Se mudo al mismo
bloque de apartamentos, unas plantas más abajo, aprovechando una buena
oportunidad. Esa zona se revalorizaría con el tiempo, motivo por el que pensara en
comprar.
Farándula

Aún no se habían marchado Oscar y Teressa cuando recibió la llamada de Celine


Muller, una mujer de exuberantes pechos muy escotados en un traje rojo ceñido, ojos
azules, rubia y coqueta que se maquillaba con delicadeza a la vez que lo llamaba en
un nada sutil uso de sus femeninos atributos.

–Buenas tardes. He de avisarla de que no compro nada.

–¿Vende?

–No tampoco.

–Pues es una pena porque tiene una historia muy interesante.

–¿Quiere comprarme mi historia?

–Con pelos y señales. Soy escritora y guionista.

–No me diga que va a hacer una película de mi sufrimiento.

–No se queje, ya pasó. Ya sabe el dicho, si la vida te da limones...

–Mi historia se ha repetido hasta la saciedad en los informativos. ¿No llega un poco
tarde?

–No, eso no vale nada cielo, es referencial. La gente quiere pasión, aventura, terror,
para eso necesitas una buena escritora, me necesitas ami.

–No me queda claro ¿Eso lo quiere la gente o yo?

–Todos. Vamos a considerar sus apariciones en prensa un trailer que a pesar de los
excesivos spoilers a dejado al público con ganas de más y les vamos a sorprender con
una historia llena de emoción con la que escandalizarse.

–¿La envía Rio Tinto?

–No, esa gente no tiene estilo.

–¿Tenemos algún amigo en común?

–No que yo sepa ¿Importa? Quiero comprarle una historia no un kilo de ¿Queda algo
ilegal en este planeta?

–Ser honrado.
–¡Ja! Me gusta señor Nuñez ¿Le importa que le llame Carlos? Nuñez es tan barroco.

–Puede llamarme Carlos ¿Para quién trabaja señorita Muller?

–Para el zorrito.

–¿Cuénteme cual es su plan?

–Le invito a cenar, nos conocemos, acepta contarme al detalle su aventura, tenemos
una serie de reuniones informativas, lo escribo todo, la compañía compra mi guión y
nos forramos.

–¿Por qué me da que se ha dejado los mas feo en el tintero?

–Solo a los freakys le interesa lo que sucede entre bambalinas.

–Considereme un freaky, tratándose de dinero me interesan las bambalinas.

–¿No prefiere hablarlo en la cena?

–¿Se esta preparando para cenar conmigo?

–No, pero si le corre prisa puedo cancelar mi cena de hoy. La verdad es que nos corre
prisa, la espectación de la gente por su aventura se disipa.

–Seguro que tardan más en hacer la película que nosotros en hablar de ella.

–Como quiera, pero en el mundo del cine cada segundo cuenta.

–Que disfrute de su cena.

–¿Me llamara?

La colgó. Sería preciosa pero no le gusto nada su forma de ser.

Llamó de nuevo al día siguiente. Esta vez sin tanta parafernalia, vestida de oficinista
con unas largas gafas rectangulares y el pelo recogido en un moño atravesado por dos
palillos chinos.

–Tengo esta tarde libre

–Yo no, tengo que cuidar de una niña pequeña.


–¿Hombre de familia? Eso se vende solo. Podría ponerlo en la presentación inicial
del personaje, antes del desastre, para que el lector se sienta identificado y le valla
cogiendo afecto. A las mujeres le encantará.

–Veo que se lo pasa muy bien.

–Intento disfrutar de mi trabajo ¿Usted no?

–Soy ingeniero, mis máquinas no se ríen de los chistes.

–Un trabajo aburrido, ayudaría que el obrero común se identificase más pero no es
interesante. ¿Por qué decidió irse al espacio? ¿Dinero?

–No sabía que hubiésemos empezado una entrevista.

–Es verdad. Me salto la cena ¿Que le parece esta tarde a las diez?

–¿Que le parece si se relaja?

–Lo siento. No me lo tenga en cuenta, el doctor ya me diagnostico hiperactividad en


la infancia.

–Como a todos los críos que pueden ir al doctor. Es lo que le dicen a los padres para
que tengan paciencia.

–El cinísmo ya no se vende como antes.

–Son mejores los tipos duros sin mollera, todo pasión, Aquiles que cualquier
Agamenón pueda engañar.

–Cultura. Podría ponerle como un ingeniero ciéntifico, eso atraería la atención de la


clase privilegiada, un hombre entre dos mundos, el obrero y el corpo, sobreviviendo a
las terribles consecuencias del enfrentamiento entre ambos.

Carlos se froto la frente.

–Ya me relajo. Piénselo por un momento. Tiene un diamante en bruto que vale dinero
y que en su cabeza no esta produciendo nada, si lo pone en mis manos, lo tallare y
haré de el una gema preciosa. Lo vendemos y nos sacamos unos créditos con ello.

–Ya pillo el concepto.

–¿Firmo con Rio Tinto un acuerdo de confidencialidad?

–No, de haberlo hecho la historia no hubiera tenido valor en prensa.


–Es bueno porque esa harta de mentiras no nos iba a servir.

–¡No me diga más! ¡Es mi oportunidad para decir la verdad! –Se burlo

–Que va. En el cine todo es mentira. Si tras editar el film, la serie o lo que sea que
hagan conserva un diez por ciento de realismo habremos fracasado.

–Estoy por llorar y no se de que.

–¿Por qué se hace de rogar tanto? Cuantas veces le llama una chica para darle dinero.

–Pues...

–¿Un conquistador? Bien, hay que ganarse el público femenino ¿Que le parece un
bigote finísimo?

Carlos la colgó y Muller volvió a llamar.

–Entendido, nada de bigote. Veo que le gusta dominar.

–Imagínese lo que quiera, se le da bien. La verdad es que me esta cansando.

–No hemos empezado con buen pie. A veces me pasa, soy demasiado directa.
Acépteme esa cena, donde quiera, antes de rechazarme.

–Dejesé de cenas. Si quiere quedemos para hablar de dinero, que sera la única razón
por la que participaría en algo así.

–Es un tema sucio que habría que enfrentar tarde o temprano. Como quiera. Esta es la
dirección de mi casa. –Le paso la dirección en un mensaje. –Acérquese cuando le
convenga, yo estoy siempre en ella dándole a la tecla.

–No podré hasta el fin de semana.

Se encogió de hombros. –¿Tengo elección?

La metáfora del diamante le recordó que tenía piedras sin tasar. Gemas de Peridoto,
no tan caras como le hubiera gustado. Se las guardó, en el anónimo mercado donde
las hizo analizar no le daban por ellas lo que valían. Se quedaron en la caja fuerte
junto al brazo que no usaba. Descubrió en el proceso que el oro que había escondido
en medio de la inmensidad tampoco era tan caro, entre costes y sobornos apenas
cubría los gastos de recogerlo.
Celine vivía en el distrito diez, el último barrio obrero con una tasa de crimen de la
que se podía sobrevivir. Cerca de las fábricas, la zona más barata, plagada de ruidos y
polución. Un pequeño apartamento en un edificio bajo de diez plantas de fachada
ennegrecida con ventanas cerradas en la que vivienda tenía un aparato de filtración
del aire.

Le abrió la puerta una mujer descalza, con pantalones de deporte y una camisa fina
de manga corta con dibujitos que se rascaba una cabeza con menos melena de la que
había visto en vídeollamada y le miraba extrañada, como somnolienta a pesar de ser
media tarde.

–Vengo a ver a Celine Muller.

Le dedico dos sílabas de risa burlona al chiste. –Que gracioso.

–Puedo venir en otro momento si la pillo indispuesta.

–Como si fuera a volver. Ande pase. –Le dejo entrar.

Salita al frente con la cocina a izquierda pasado el diminuto baño, abierta, con el
espacio mínimo posible, para una sola persona si era flaca. En la barra que la
separaba del salón se acumulaba la loza, no muy lejos de los taburetes estaba el sofá,
con un mercadillo de ropa arrugada encima. En la esquina un tendedero pequeño con
la ropa interior secándose al lado el televisor y entre este y el sofá una mesita
plegable con trastos y una taza. Olía rancio y a pesar de estar en invierno hacía calor
en la casa.

–Espere un momento. –Celine desapareció por una puerta a la derecha cerca de la


entrada que daba aun pasillo con dos puertas, de la habitación del fondo se trajo un
cesto de plástico en el que amontono el mercadillo, lo colocó al lado del tendedero.
–Ya puede sentarse.

Carlos se sentó y contempló los pechos desnudos, sin sujetador, de la dueña a la que
se inclinaba para recoger todos los trastos de encima de la mesita. Esta vez no parecía
enseñárselas aposta. Celine Cogió el material y lo deposito en el hueco que quedaba
en la barra de la cocina, con la excepción de una vela aromática en un cuenco
transparente. Volvió de la cocina con dos latas de cerveza que colocó sobre la mesita.
–Solo hay cerveza. –Se fue de nuevo a las habitaciones. Allí trasteo, se pregunto a si
misma por una grabadora y maldijo en voz alta. Volvió con un portaminas, un
cuaderno de anotaciones y un mechero. Encendió la vela y rebusco entre los trastos
de la barra de la cocina donde encontró la maldita grabadora. La dio a reproducir y
una voz femenina aguda y gritona inundo la salita. Se fue son ella de nuevo a las
habitaciones y volvió insertando un pen nuevo.

–¿No lo grava vía neuro implante?


–Lo tengo cascado. No grava bien. Lo he quemado de tanto usarlo.

–¿Utiliza chips, no lo pasa directamente al ordenador?

–Es verdad. Si estoy en mi casa. –Manipulo la grabadora y en el neuroimplante de


Carlos salto la alarma de retransmisión. Ella fue un momento al cuarto a asegurarse
que la computadora estaba guardando la conversación.

Entre tanto a la mesa se subió una ardilla de juguete, que saludo a Carlos con un baile
alegre, cuando Celine entro empujado una silla de escritorio con ruedas al salón se
daban la mano.

–Rigoberto vete a tu casita y ponte a recargar. –Rigoberto se despidió de todos


moviendo la manita y salio a la carrera del salón hacía el cuarto. Celine se sentó en la
silla, agarró el cuaderno y el portaminas y se paro un segundo. –¡A sí! El dinero. –
volvió a dejar las herramientas encima de la mesa, se reclino en la sila y cruzo las
piernas. Analizo a Carlos antes de comenzar.

–La verdad es que puede que no ganemos nada. Todo depende de conseguirle vender
el guión a la compañía.

–Eso ya me lo imaginaba.

–Yo pienso dejarme la piel en ello, quiero cobrar, pero por desgracia la verdad es que
la gente como nosotros tampoco se hacer rica. El mundo del entretenimiento depende
de personas como yo que le den vida con historias interesantes sin embargo si fuera
por los gañanes de las editoriales trabajaríamos gratis. Para estafarnos se aferran a la
idea absurda da que cualquiera que sepa escribir es un escritor, como si cualquiera
que soplase una flauta fuese un músico, una excusa para no pagar. En cambio con
usted hay una posibilidad de rascarles los bolsillos, esta de moda. El miedo a los
cyberpsicopatas siempre ha causado furor y todo el mundo quiere imaginarse a si
mismo como el que le para los pies a uno de esos monstruos, usted representa esa
esperanza.

–¿Como piensa sacarle los créditos a su jefe?

–Ya esta hecho. Ha sido él el que me ha dicho “Deja lo que estés haciendo y
convence a ese paleto de que te cuente su viaje ¡Lo quiero lo antes posible!”
Acoquinará.

–Ya. En esa nave pasaron muchas cosas que otros preferirían que nadie contase. No
me voy a arriesgar por la limosna de Don paleto segundo.
–Ese es el problema de todos. Nadie quiera pagar y todos queremos cobrar. No soy
una comercial y no tengo ganas de regatear, así que iré directa al grano mi jefe me
dijo que primero le ofreciera mil, para que se conformara con dos mil, no le puedo
ofrecer más de tres.

Carlos se extiró y miro a la fea fachada de los pisos de enfrente a través de la ventana.
–Sesetna.

–Creo que no me ha escuchado.

–Tres para que pida treinta y acepte quince por algo por lo que él ganará cientos, si lo
vende bien miles. Si lo he pillado. De hecho creo que me he quedado corto.

–¿Tirara por cuarenta o cincuenta?

–Cuarenta y un porcentaje.

–Hay si que se ha flipado.

–Pues lo creo lo normal. Debería haber hecho los deberes, no pensé que fuese a ser
tan formal. –Carlos empezó navegar en la red con su neuroimplante a la que hablaba
sin encontrar nada a priori.

–Odio esta parte ¿Sabe que la mayoría de la gente me cuenta sus historias gratis?

–La mayoría de la ente habla demasiado. Están ansioso porque alguien les escuche ya
que se sienten solos.

–¿Usted no?

–He aprendido a convivir con ello.

–Que suerte ¿Cual es el secreto?

–Pasarse solo mucho tiempo. Solo de verdad. No eso de que no te escuchen tanto
como quisieras.

–Que pena. Estoy hablando con mi jefe, dice que te conformes con diez.

–¿Por qué no me lo pasa?

–Grita mucho.

–¿Sera peor que una cyborg asesina?


–Dice que esta ocupado como para perder el tiempo con tonterías.

–Entonces me marcho. –Carlos se levantó.

–Accede a treinta.

–Ya me he cansado de pantomimas, tiene la mala suerte de no tratar con un muerto de


hambre. –Se encamino a la puerta.

Llamada entrante, solo audio. –¿¡Por el amor de una madre que más quiere!? –Era
una de esas voces graves y varoniles apropiadas para un general de infantería.

–¡Que se deje de tonterías!

–¡Vivo del espectáculo señor Nuñez!

–A ella le va a dar cincuenta más derechos. –O eso ponía en una página de empleo.

–¡Ella va a trabajar como una berraca durante el próximo mes, usted solo tiene que
hablar!

–¡Y que haber aniquilado a un puto cyborg en una nave de mierda en el culo del
sistema en la vida real! ¡Le invitó a que lo intente si le parece poco!

–Calmese, maldita sea ¡No le puedo dar sesenta! Es exagerado. Le doy cuarenta.

–Y el cincuenta por ciento de los derechos.

–¡Quédese su mitad! ¡Pero vuelva a esa casa y póngase a largar! –Le colgó.

Carlos volvió a la casa. Cuando Celine le abrió con cara ceniza le dijo. –Ponte algo
bonito, salimos a Cenar.

Fue una cena agradable, luego tomaron unas copas. Él llevaba casi un año sin estar
con una mujer, ella se lo puso fácil y acabaron en la cama de Carlos. Tener sexo con
ella fue una placentera pelea por la posición, un sexo agresivo que no le termino de
calar. Al menos en la mañana no pretendió quedarse.

A partir de entonces quedaron en las tardes por llamada de solo audio ya que Carlos
tenía que seguir cuidando de Teressa y él no quería que la pequeña escuchase esa
aventura. Celine le preguntaba por todo tipo de detalles desmantelando las mentiras
de Rio Tinto a través de la simple lógica. Acabó descubriendo toda la verdad como si
él se dejase descubrir. Tampoco era un problema, la película, o lo que hicieran con la
historia, quedaría como una dramatización artística. La idea era no regalarla la verdad
sin más, obligarla a se esforzase un poco.
La parte que no le gusto es que a menudo le preguntaba cosas que se adentraban en el
terreno de lo intimo, en aras de crear un personaje más fidedigno. Carlos dejó muchas
preguntas si responder lo que conllevó un intento de acercarse por parte de Celine no
correspondido.

–¿Que te parece si quedamos el sábado y tomamos unas copas?

–No me parece buena idea.

–¿Estas ocupado?

–Tenemos juntos un proyecto entre manos, a lo mejor es mejor no pasar de hay.

–Dos veces mejor ¿No crees que hagamos buenas migas?

–No, la verdad es que no. Creo que somos muy distintos.

–Tampoco era una propuesta de matrimonio.

–Ya, no he dicho eso. Si vamos más allá podríamos tener un conflicto que estropease
nuestro trabajo.

–O puede que suceda al revés.

Caros tardo en responder. –Habiendo tanto dinero de por medio ¿Arriesgarías?

–Tienes razón. No te presiono más.

Estando Carlos en una sala de recreo infantil en donde Teressa se reunía a jugar con
sus amigas. Una sala de gran tamaño con todo un laberinto forrado en gomaespuma
de colores para que los niños lo recorrieran riendo, saltando, tirándose por toboganes,
escalando por cuerdas, nadando en piscinas de bolas y más chillonas formas de
diversión con una pantalla que les separaba de la cafetería en donde podía distraerse
navegando por internet a la que se tomaba algo, en ese momento una infusión, se
sentó a su mesa y sin pedir permiso un hombre cuya ropa de calle no conseguía
disimular su rostro de agente corporativo en horas bajas, la seriedad se la caía por la
comisura de los labios más tristes que serias, el pelo lo llevaba más largo de la cuenta
y los ojos en vez de frescos estaban cansados.

–Siento molestarle. Vengo de parte de Monzón sociedad anónima para hacerle una
oferta. –Hablaba bajo aunque conciso.

–¿¡Una oferta!? –Intento simular una sorpresa con la otra.


–Seré claro. Sabemos que hace un año hizo un trabajo para PAL en contra de nuestra
empresa. Lo que nos esta costando entender es por qué PAL, una corporación con la
que tan poco tenemos que ver, querría hacernos daño.

–¿Su mejor idea a sido preguntarme a mi?

–No tenemos muchas opciones, después de un año nuestras pistas son escasas y frías.
Estamos dispuestos a pagar.

–Yo no he hecho nada en contra de Monzón para nadie. Eso es ilegal.

–Disculpe mi rudeza. Por supuesto, solo elaboramos hipótesis de ficción. Usted es un


hombre con cierta fama. Yo un escritor entusiasta. La idea es nutrirme de su
experiencia e imaginación para un libro que estoy escribiendo.

–Hasta donde yo se, se dice que los que hacen trabajos ilícitos para corporaciones
jamas hablan de ellos.

–A menos que se les pague lo suficiente, parte de su fama es que sabe reconocer un
buen acuerdo cuando lo tiene en frente. Podría invitarlo a tres largas bebidas si la
conversación se extiende. Es lo que cobra por un trabajo un runner.

–¿Por qué piensa que mi personaje haría un trabajo así?

–Irma Mendel.

–¿Que tiene que ver esa mujer que no conozco con Monzón, trabajaría para la
corporativa?

–No ¿Pero podría haber trabajado para PAL?

–No, esa historia no cuaja.

–Sabemos que usted... su personaje la destruyó después de entrar en contacto con


cierto boxeador.

–Irma Mendel tenía un negocios con muchos clientes.

–¿Como cuales?

–No lo se. –Le dio un trago al refresco con cierto descaro. –En físico.

Con disimulo el agente de Monzón saco de un sobre el primer refresco y se lo entregó


a Carlos.
–Era prestamista. Inversiones a largo plazo pero poca paciencia para esperar. Eso si
apuntaba alto, su boxeador, modelos, actores. La encantaba la farándula, toda una
mecenas ¿Quiere saber quienes eran sus clientes? Fíjese en cualquiera de ese ámbito
con poco brillo y un repentino dispendio y añádalo a la lista. En mi caso el contratista
no era boxeador. No se moleste en sacar más refrescos no le diré quién ni por el doble
de lo que lleva. Paso lo de siempre, se paso de lista y el cliente se replanteó el
acuerdo, este se sacó un as de la manga y la gano la partida. Fin de la historia.

–¿Una modelo llamada Monique? No se preocupe, no nos interesa. ¿Que sabe de


Kaan O´connor?

–Esta de suerte, se algo de boxeo. Su verdadero nombre es Rory Galvay, un chaval de


los suburbios que se hizo un nombre en el ring. Quiso pasar a ligas mayores donde
para triunfar hacen falta unos implantes que no se podía permitir. El resto creo que ya
lo sabe o se lo imagina.

–Pidió un préstamo a Irma Mendel que cuando se hizo famoso decidió no pagar.
Entonces usted lo secuestro y se lo llevó como pago de la deuda de Monique.

–¿Por qué, mi personaje– recalcó. –No la patearía el culo directamente y se dejaría de


tonterías?

–Quizás pensó que era mejor no enemistarse con los nacionalistas.

–Si un runner pensase en hacer favores en vez de realizar su trabajo se pasaría la vida
limpiando culos gratis. Si te asusta enfadar a alguien ese oficio no es para ti.

–Podría tener buenas relaciones con ellos.

–Si tan bien se llevará con ellos o lo arreglaría hablando o rechazaría el trabajo y
punto.

–Puede que lo intentase y que le saliera mal.

–Los nacionalistas solo siguen en pie porque son las putas más baratas de las corpo y
porque se necesita a alguien a quién echarle la culpa de las cosas que no se les puede
encajar a los comunistas. Si no puedes arreglarlo por las buenas lo haces por las
malas. No pierdes tu reputación dando vueltas como un idiota.

–Todo el mundo tiene algo que perder.

–El que esta a punto de perder algo es usted.

–No pretendía ofenderle. ¿Sabe si Mendel tenía algo contra Monzón?


–Era una perra rabiosa a la que la costaba contenerse. Con que le hubieran enviado
dos pedidos mal les prendería fuego al almacén.

–¿Algo más concreto? –Le enseño el sobre de los refrescos.

–Ahórreselo, tengo entendido que los que quemaron ese edificio se tenían que dar
presa por unos refuerzos y le prendieron fuego a todo. No les daría tiempo a saquear
los ordenadores.

–Si recuerda algo más, por anecdótico que sea, me interesa.

–¿Quién le ha contado que mi personaje haría la tontería del boxeador?

–Imaginaciones mías.

–Ya... Sera mejor que se vaya. No me acuerdo de nada y la gente empieza a mirarnos
raro.

–Gracias señor Nuñez.


La siguiente sorpresa se apareció en la puerta de la casa. Zenobia estaba en la puerta.
Carlos se tomo unos pensativos segundos antes de abrirla en persona que no le
sirvieron para nada pues no tenía idea de que iba a decirle y no lograba imaginar que
la habría traído de regreso. Tampoco lo necesito. La espanpanante rubia en ceñido
traje de esquí con un chaleco de colorines por encima y unas botas rosas con borde de
pelo le dedicó una sonrisa radiante y se colgó de su cuello besándole la boca como si
acabara de llegar de unas vacaciones. La dejo entrar en casa como si aún viviera en
ella a pesar de que no le gustaba la idea de imitar que nada hubiese pasado hace un
año.

–¿¡No es maravilloso estar de vuelta en casa!? –dijo y aspiró el aire con fuerza
extendiendo los brazos.

–Zen ¿Estas bien?

–¡Pues claro1 ¡Estoy perfecta!

–Zen, por muy dicharachera y exuberante y alegre que vengas de tus... Vacaciones.
No puedes entrar aquí como si nada hubiera pasado.

Zen se acercó y recogió su mano derecha con las dos suyas poniendo cara de pena.
–Lo se. Lo vi en las noticias. No te preocupes, ahora estoy aquí para cuidar de ti.

–Me refiero a como te marchastes.

–Eso fue cosa de Liz. ¡Ya no importa! –dio un manotazo al aire espantando al
pensamiento como si fuera un insecto. –Ahora estoy segura ¡Sé lo que tenemos que
hacer!

–Zen, por favor.

–No, no, no. He tenido tiempo para pensar. El problema fue el aburrimiento. Tú y yo
no estamos hechos para vivir tranquilos ¡Somos fuertes y vitales! ¡Necesitamos
pasión! ¡El mundo es el que nos engaña, el que nos pretende convertir en unos
apacibles insulsos obedientes e intrascendentes! Lo que necesitamos un trabajo que
nos de mucho dinero y nos permita vivir emociones. ¡Vamos a ser actores!

–No por favor.

–¡Seremos actores! ¡Viajaremos entre las estrellas en pellejos de miles de créditos!


¡Acudiremos a fiestas con la flor y la nata de cada mundo! ¡Ganaremos un pastizal
sin tener que pasar ni medio minuto en un maldito despacho! –dijo gritando a la que
tiraba de su maleta hasta el salón. Carlos fue detras.

–Zen no quiero aguarte la fiesta pero ¿Que tal si rebobinas un poco?


–Tiestos nuevos ¿Que has plantado?

–Flores, es una experimento de Teressa para enseñarla a tener paciencia y quitarla el


miedo a la muerte.

–Vaya.

–Zen. –Carlos la cogió del brazo y esa se dio una sobreactuada vuelta antes de dejarse
caer en sus brazos.

–Dime.

–¿Que paso?

Dejo caer la cabeza a un lado y entrecerró los ojos. –Que volví a los casinos, la ruleta,
las cartas, las apuestas. Necesitaba emociones. Cuando me hicistes daño con tus
palabras me arrojé a los brazos de una antiguo amante. Te falle, otra vez. Lo que no
sabía es que Liz me tenía controlada y apareció para arrastrarme a casa. Lo bueno es
que me paró antes de que hiciera algo peor. Te juró que solo lo bese. Lo cual no deja
de ser malo.

–Con eso Liz dio por fracasada nuestra beneficiosa relación para tu templanza.

–No quiero seguir mintiendo. Liz todavía te quería cuando te dejó para darme paso.
Para ella ha sido una traición.

–El castigo fue llevarte lejos.

–Sí, eso o te contaría lo que acababa de hacer y lo que hice en Pyrine.

–No hace falta que especifiques ¿Tan grave fue?

–No lo se. Estaba sola y aburrida. Era la reina y jugué con los hombres, con muchos.
A eso me dedique en vez de preparar nuestro nido de amor, perdiendo esa
oportunidad.

–No estábamos juntos entonces ni me debías nada. Yo me chusque a la mitad de las


estudiantes de la Koroliov.

–Ya me parecía ami que sabias trucos nuevos. –Se tomo una pausa. –Ahora lo sabes
todo, ya no puede amenazarme con la verdad ¿Me perdonas?

–Sí ¿Sabes? Me dolió mucho más que te fueras de casa echándome la culpa de
nuestra ruptura.
–¿Que estar con otro hombre?

–Eso no llegó a pasar a si que mejor dejémoslo aparcado.

–¿Estamos bien ahora?

–La verdad es que no.

Zenobia se incorporo y se quedo de pie delante de el. –¿Que es lo que pasa?

–Que no puedes entrar de mi vida de repente y desmontarla toda con tus planes.

–Es un buen plan.

–A mi me parece un poco loco. No me veo de estrella de cine.

–Ya tienes un poco de fama. Ahora solo hay que arrojarle dinero como si fuera
combustible para convertir la chispa en una hoguera, el resto lo aprenderás por el
camino. Si has podido aprender como funcionan todos esos trastos podrán aprender a
mentir como un profesional.

–¿Dinero de donde? Dudo que tu familia vaya a financiarte esto.

–No tendrán elección. –dijo con desdén.

–Que mal me esta empezando a sonar.

Lo que sonaba era el timbre. Lizelle en gabardina negra con sombrerito ruso y dos
guardaespaldas trajeados con pinta de matón a la puerta. Zenobia ya empezó a
caldearse.

–¿Sabes quién es verdad?

–¿Teressa? –dijo con malicia.

Carlos se acercó a la entrada.

–Tú pasas el resto no.

–Ya le habéis oído. –Otra que también estaba caldeada

La dejos pasar, los tacones de botas altas resonaron como los primeros truenos de la
tormenta. Carlos le dedico unos segundos a los de seguridad.

–¿A vosotros vuestras parejas también os forman estos follones?


Uno inclino la cabeza y se mojo el labio superior con la lengua, otro miro de lado y
arqueo las cejas.

–Si ni soy el único o lo hacemos mal todos o son ellas.

Carlos cerró y fue al salón donde los gritos ya iban en aumento. Miro a su
Quetzalcoahlt acordándose de la idea que tenía cuando lo pintó de lo que sería su
hogar, un lugar tranquilo y molón que volvería locas a las chicas. Necesitaba una
capa de pintura nueva. Al entrar se preparo una manzanilla y una pastilla para el dolor
de cabeza, sentándose a tomarla en la cocina mientras las hermanas se peleaban.

–¡No me lo puedo creer! Ha sido levantar la mano un poco y venir corriendo hasta
aquí.

–¿¡Quién te has creído que res para mangonearme!?

–¡Que mangonearte ni que tonterías estas diciendo! ¡Que es por tu propio bien!

–Yo no quiero ser tú.

–¿¡Que quieres ser!?

–¡Yo misma no un maldito arquetipo!

–¿¡Que es ser tu misma!?

–¡Pues yo! ¡Yo!

–¡No! ¡Lo que quieres es volver a los casinos, las discotecas y los pubs! ¡A darte la
gran vida hasta que un Galeno, una sobredosis u otra cosa te mate!

–¡Maldita sea es, imposible matarme!

–No te entiendo. Si sufres así. No eras feliz, solo te distraías.

–¡Al menos estaba alegre! ¡Tú estas siempre amargada! ¡Siempre triste! ¡No se como
lo soportas!

–Trabajo Zen, trabajo para al menos ser productiva y apoyar a la familia.

–¿¡Que familia!? ¡Eso que tenemos no se le pude llamar familia! Tu has visto como
son la navidades con Carlos. Solo son tres y tienen más alegría en una noche que
nosotras en toda la semana. Desde que murió mamá es un desastre.

Lizelle callaba.
–Mira, tiestos, los compró para sembrar semillas con Teressa y enseñarla a ser
paciente. ¿Cuanto hace que no hacemos nada nosotras?

–¡Desde que me abandonastes por un hombre! Uno que conocistes en una fiesta y que
te abandono en cuanto se aburrió de ti!

–Liz, lo siento vale. Me enamore. –Se quedo con la cabeza gacha.

–¡Tú siempre tienes una escusa! Me enamore, lo necesito, no es justo.

Le toco aguantar a Zenobia.

–Si madre murió y padre se hundió con ella. Fue duro pero aquí seguimos. Con la
diferencia de que yo aguanto el tipo mientras que tu te vas de juerga.

–¿Para que aguantas el tipo?

–¡Porque tendremos que ganarnos la vida Zen! Piensas que el dinero es infinito, que
surge de un saco sin fondo que nunca se acabará pero no es así. Si la empresa se
hunde nosotros nos hundiremos con ella. Preguntale a Carlos que tal se vive en los
suburbios.

Zenobia le clavo dos dedos en la pechera del abrigo. –Mientes. Lo haces por padre.
Para llamar su atención. Con la esperanza de que te de una pizca de cariño, una
felicitación, aunque sea tibia. Tú nunca has aceptado que nos abandonó.

–Sigue alimentándonos.

–¡Lo ves! ¿Que eres, un pajarito enjaulado? ¿Por qué te eche comida en el semillero
ya le vas a cantar la melodía de la niña buena?

–Es más de lo que haces tú. –Eso dejo a Zenobia blanca.

–Te he ofrecido muchas veces venirte conmigo.

–¿A despilfarrar los créditos en juegos para monos, emborracharme hasta perder el
sentido y amanecer en la cama de un cualquiera?

–¡A divertirte joder Liz! a saborear la vida un poco.

–Eso ya lo haces tú por las dos.

–¡No es tan malo hacer algo caótico de vez en cuando!

–Yo también me divierto.


–¿Leyendo un libro? ¿Jugando al croquet? ¿masturbándote? –la satirizó.

Lizelle parecía a punto de darla un guantazo. Ambas se quedaron en silencio un rato.

–Tienes que volver. –dijo Lizelle cuando se calmó.

–No lo hare, me voy a hacer actriz. Ya lo tengo hablado con una amiga, me van adar
una buena entrada.

–Oh venga, es otro barril de decandecia.

–¡Es un oficio noble!

–¿Te vas de casa?

–No. –Respondió Carlos. –No te va a dejar sola otra vez, ya esta bastante arrepentida
de la primera vez que lo hizo por aquel chico.

Zenobia iba a decir algo pero se lo calló.

– A cambio tu saldrás con ella los fines de semana aunque eso interrumpa tus labores.
Así haréis algo juntas y Zenobia no tendrá que exagerar sus fiestas para llamar tu
atención.

–¡Es no es verdad! –exclamó Zenobia.

–Tengo obligaciones. –dijo Lizelle.

–Has aceptado el deber de cuidar de tu hermana. Si te sale mal es porque no tienes


una buena gestión, no le aplicas el tiempo debido y luego te escandalizas cuando sale
mal. La próxima quizás no llegue a tiempo y encerrarla no te va a funcionar, es una
escapista nata.

–¡O me Arrastrará a mi al vicio!

–Nadie a dicho nada de casinos.

Lizelle miró a Zenobia –¿Eligiría yo?

–¡Ni de coña!

–¡Poneos de acuerdo maldita sea! O si no echarlo a suertes. Estáis deseando


abrazaros, lo único que os lo impide es vuestro orgullo.

Las dos se quedaron dudando. –Hay más cosas. –dijo Lizelle.


–Sí, por ambas partes, muchas, y Zen lleva más pifias que tú en la cuenta. La otra
opción es separaros, quedaros solas, no volver a dirigiros la palabra hasta que pase
tanto tiempo que ni os reconozcáis a pesar de tener el mismo cuerpo y os podáis
llamar la una a la otra “tita”.

Esta vez el silencio fue corto –¿Solas? –preguntó Zenobia.

–Zen, yo si puedo vivir tranquilo ¿Crees que después de lo que he pasado me quedan
ganas para irme a la aventura de convertirme en actor?

Zenobia suspiró, miró alrededor dudando. –No. Pensé que estaría bien lo de huir
juntos hacia el horizonte.

–Lo que me enseñó la cyberpsicopata es que huir y esconderse a largo plazo no sirve.
¡Hey! que si tú sientes vocación por ser actriz eso ya es otra cosa. La verdad es que
es un oficio que creo que bordarías.

–De actrices el universo...

Carlos la interrumpió –Liz –dijo corrigiéndola.

–¿Vuelves a casa? –preguntó Lizelle a Zenobia

–Vaaaaale.
Cambios drásticos

En las vacaciones de navidad fueron a esquiar. La estación cercana, un cráter de


nevadas laderas cerrado por una cristalera de domo, estaba a punto de ser convertida
en un lago por consenso global con el fin de satisfacer las necesidades de
terraformación planetaria a pesar de las reticencias de Covadonga y los ricachones
locales. Era una muerte anunciada hacía mucho tiempo, postergada por los deseos de
los adinerados amantes de ese deporte, que ya no se podía sostener más. El aumento
de territorio edificado exigía, por consenso internacional, que aumentase su
aportación al cambio climático, y esa era la forma más barata de hacerlo.

La estación de esquí había reducido sus costes para demostrar su aportación a la


sociedad después de siglos siendo un club social exclusivo con el fin de evitar su
cierre. Por lo que los pocos ricos que la habían disfrutado hasta entonces dieron paso
a una multitud de pobres ansiosos por probar una migaja de su mesa. No estaban
preparados para ese tipo de avalancha. Aconglomeramientos, colas, averías, falta de
equipo y atención, accidentes, desabastecimiento, en lo referente a la organización era
un desastre, pero se lo pasaron genial rebozándose en la nieve.

Tres días de diversión familiar haciendo cuña con los esquí alquilados y arrojándose
ladera abajo en trineo para acabar dando vueltas, reírse, levantarse de blanco y un un
poco humedecido y coger el remonte para intentar bajar si caerse otra vez. Lo más
bonito fue Teressa, no entraba en si de tanta emoción, superó antes que los adultos el
miedo a caerse y desde ese momento no paró de tirar de ellos en pos de experimentar
todas las posibilidades que ofrecía el lugar. Se lo pasaron muy bien.

No todo fueron alegrías, junto a la gente inocente que solo deseaba poder disfrutar de
una experiencia vedada a los afortunados había miserables con el mismo propósito y
ningún respeto que disfrutaban de dejar una amarga huella a su paso. Tras un
desencuentro cercano a donde estaban ellos Carlos reconoció un nombre perdido en
un rincón de su memoria, Hachiro.

No hizo nada, no ese día, no con Teressa y Oscar cerca. No los quería poner en
peligro ni estropear un recuerdo tan bonito.

Fue al terminar los tres días contratados que extendió su permanencia un día más y
volvió a la estación tras comprar un perforador con el mayor anonimato posible a los
borg. Una herramienta para apuñalar sujetos blindados con un dron asesino en su
interior.

Esperó con paciencia a que se encontrara él y su banda en uno de esos tapones de


ansiosos turistas de los que nadie podía librarse y entonces, con un movimiento
certero y potente, escondido entre la multitud, se lo clavó susurrándole al oído Guo
Jin antes de apartarse y dejar que la masa en avance lo tragase como una ola.
En un principio sus gritos fueron tapados por un gentió que suponía que solo eran los
devarios de un niñato enfadado, luego sus compañeros consiguieron alejar a la
multitud a empujones con insultos y amenazas que tuvieron una acogida idéntica.
Hachiro quedó tirado de suelo quitándose la abundante ropa acolchada aterrado. Por
un segundo se pudo ver en su costado la cola como de ratón meneándose a la que se
introducía por su costado. El perforador había tardado en atravesar un blindaje que de
seguro era de los buenos, pero la gruesa ropa le había impedido echar mano de él a
tiempo.

El ya no tan joven Hachiro gritba desesperado, con los ojos que se le salían de sus
rasgadas órbitas mirando la perforación en su cuerpo tatuado con nubes y dragones
–¡Perforador! ¡Perforador!

La gente hizo un circulo susurrante mirando a Hachiro con caras de sorpresa, algunas
con miedo desaparecián pronto, otras con interés morboso se quedaban para grabar.
Carlos observaba desde la distancia usando su dron espía escondido en una esquina
del techo.

Uno de los compañeros se arrodillo a su lado para asistirle aunque lo único que pudo
hacer por el era cogerle la mano y gritar “Aniki” con mucha pasión. El resto
intentaban sin éxito espantar a una muchedumbre que pasaban de sus amenazas y se
cebaban de una muerte en directo. Algunos de ellos, los jóvenes, incluso reían a pesar
de los desesperados ruegos de yakuza por que se lo sacaran.

Los cuerpos de seguridad escoltando a los paramédicos de la estación estaban lejos y


les costaba avanzar contra la corriente de un gentío en estampida ante el temor de ser
el siguiente. En ese tumulto había gente para todo.

Hachiro grito y se aferró a la mano de su compañero mientras esa cosa se abría


camino entre sus entrañas. Un compañero saco una granada de pulso magnético, algo
que con tanta car de por medio no habría servido da nada y que no llegó a usar dadoq
eu una mano anónima se la quito de la mano. Una mano cuyo cruel dueño deseaba
disfrutar del espectáculo. Los yakuza se lanzaron contra el grupo de chavales que les
habían hurtado el artefacto para recuperarlo, por las pintas un equipo de deportistas,
que no se dejaban empujar y que entre bromas se pasaron entre ellos y sus novias la
granada hasta perderla.

A Hachiro le dio un ataque cardíaco. El dron asesino estaba programado para


devorarle el corazón latiente. Un corto rato de doloroso horror en el que Hachiro no
consiguió articular las palabras que deseaba y quedo quieto, con las pupilas dilatadas.
Carlos ordeno la dron volver y se fue de la estación. A lo lejos los jóvenes decían
entre risas. –Adiós Hachiro. Adiós Aniki. –Dándose unos últimos empujones y golpes
con los yakuza en inferioridad que no llegaron a usar sus navajas.
Por el asesinato y otros motivos, numerosos robos de guante blanco, muchas quejas
por parte de unos visitantes que destrozaron el mobiliario que había durado décadas
durante su tiempo como club social, etcétera. Llevaron al gobierno a la conclusión de
que había que cerrar. Al mes estaban desmantelando las instalaciones del cráter.

Lo que era desgracia para unos, el hotel y unas pocas tiendas de equipo que
dependían de la estación, era motivo de alegría para otros, Kylikki empezó su
proyecto de pasarse al mercado del pescado dejándose buena parte de sus ahorros en
la compra de terrenos en el futuro lago en donde colocar su piscifactoría.

Al terminar las obras de adecuación del terreno y el desmantelamiento del domo y la


estación empezaron el diluvio focalizado sobre el cráter al ser lanzadas desde la
órbita agua granizada limpia de asteroide.

Suponiendo que con tanto tráfico espacial sería fácil desviar una nave para hacer una
recogida Carlos se puso en contacto con Roberto y le vendió las coordenadas del oro
de Colombo cual mapa del tesoro. No ganaría tanto como en recogerlo el mismo pero
se quitaba de engorros. Total tampoco iba a hacerse rico.

Por parte de Hachiro, Carlos, atento a las posibles consecuencias, se enteró por las
noticias que un grupo de pandilleros orientales tuvieron una violenta refriega en una
discoteca de la franja contra un equipo de fútbol local de universitarios corpos. Sin
muertos, solo heridos. Los yakuza de verdad habían contenido a la banda a pesar de
que el vídeo de la muerte de su líder había estado entre lo más visto de la semana de
internet, sabían hasta donde podían llegar en sus venganzas.

En lo referente a las navidades volvieron a ser tres. El consenso entre las hermanas
Westwood y Carlos es que era mejor no relacionarse entre ellos por un tiempo
indefinido. Le agradecían su aporte con sinceridad pero necesitaban pasar tiempo
ellas juntas, sin intermediarios. Aún así fueron unas buenas navidades, sin
preocupaciones por el dinero, en casa, y con la mocosa feliz por haber esquiado.

Claudia lo invitó a cenar en año nuevo. Parecía más serena, aunque tensa por el
trabajo, más sofisticada, por la moda de alta costura, y templada. De alguna forma,
pararon en un pub a tomar unas copas y acabaron besándose antes de despedirse de la
forma más tonta. Un abrazo repentino, un olor agradable, unos ojos tristes, un cuerpo
caliente y delicado contra su pecho, unos labios rojos y el beso.

–Gracias por besarme la semana pasada.

–No tienes que agradecerme esas cosas.

–Ya, pero quiero hacerlo.

–No creo que...


–Se lo que no quieres y lo que quiero yo. –Le interrumpió.

–Somos una mala mezcla Claudia.

–Cometimos errores. ¿Crees que esa pistola no me asustó? La forma en la que me


gritastes... No me distes la oportunidad de explicarme.

–¿Esperabas comprensión después del daño que me causastes?

–No, pero tampoco tanto odio.

–Cuanto más se ama a una persona más se la odia cuando te traiciona. De todas
formas la pistola no era para ti.

–Lo siento mucho. Lo siento de verdad. Por eso quiero enmendarlo.

–Lo sé. Es lo que me gusta de ti. Mi madre nunca me pidió perdón de verdad las
pocas veces que se percato del daño que me hacía. Solo hacía un teatrillo de afecto
sin sentido y al rato ya estaba de nuevo con su obsesión por el dinero. Solo la gente
que intenta enmendar sus errores lo siente de verdad.

–Entonces ¿Por qué no me aceptas?

–¿Que piensas ahora el secuestro?

–Una medida desesperada. En las películas siempre triunfan, es lo bonito de al


ficción, que sucede al revés de como pasa en realidad.

Carlos espero en silencio.

–No debí hacerlo, no solo porque te alejase de mi. Si no porque te hizo daño. No
quiero poner escusas, pero me estaba desmoronando y te necesitaba. Estar sola, todo
este tiempo, rodeada de enemigos. La esperanza es lo único que me mantiene en pie.

–Si soy yo esa esperanza, te equivocas, no soy ni la mitad de bonito que ese personaje
maravilloso que me contastes en la playa del manicomio.

–Se que tienes tus defectos. Como yo los míos. Una vez oí decir que amar es querer a
la otra persona por como es o a pesar de como es. Yo creo que en realidad son las dos
cosas a la vez.

Carlos tardo un momento en responder. –Tengo al sensación de que si me acerco a ti


me harás daño.
–Eso es lo que quiero cambiar. No porque quiera hacerte daño de nuevo, si no para
estar juntos, esta vez con la madurez suficiente como para que una desgraciada
manipuladora no nos separe.

–También creo que te haré daño yo a ti.

–Lo aguantare.

–No, eso no funciona así.

–No quiero presionarte. Solo... Recuerda que si me necesitas estoy aquí.

Carlos pensó en su pasado con ella. Se habían hecho mucho daño. El había re-hecho
su vida gracias a Oscar, Teressa y otras personas que lo habían apoyado. Ella en
cambio seguía sola, como mucho tenía a su madre. No era tan raro que hubiese
enloquecido. Una semana de quebraderos de cabeza más tarde, siguiendo las
enseñanzas de Teressa sobre perdonar amigas y un arrebato pasional la invitó a cenar
él. La dulzura de Claudia y la nostalgia de los buenos tiempos hicieron el resto. Al
mes tenían una relación secreta de fin de semana.

Carlos quería mantenerlo escondido por no saber como contárselo a Oscar sin que
este pusiera el grito en el cielo. No porque le debiera contar nada, si no porque
cuando se enterase actuaría de consciencia y tendría razón. Sin embargo, una vez
atrapado por el encanto de Claudia, no podía escapar, era como una mosca con las
patas pegadas en un papel con miel untada, estaba atrapado, no podía despegar , solo
seguir mamando del dulce néctar. Y es que en la intimidad le ponía los ojos melosos y
se derretía entre sus brazos y eso era algo que Carlos no podía rechazar.

En aspecto su amante apenas había cambiado, seguía siendo esa juvenil delicada
muñeca de porcelana blanca de tacto aterciopelado, de larga melena negra, a menudo
recogida sobre la cabeza. Sus ojos habían cambiado de color, había reemplazado el
castaño por el verde claro de los implantes. A la inversa que él, que había vuelto al
almendrado por no ir heterocromático. Por lo demás era Carlos, el chico de mentón
definido, nariz de diseño y ojos tristes con la cresta vikinga.

Sus citas no eran clandestinas. Cenar en un restaurante, ir al teatro o a la ópera, a


disfrutar de un concierto desde una sala reservada de la discoteca en donde solían
hacer el amor al son de la música. Por supuesto también en casa de Carlos, nunca en
la mansión de Claudia, era demasiado pública, un lugar de trabajo no de descanso.

Con el tiempo fue conociendo a su equipo de seguridad, una mezcla de mercenarios


con algunos bolivianos que apostaron por ella durante la separación de los Lupo,
pocos y fiables, al menos hasta que otro estuviese a punto de ganarla la partida.
También se fue enterando de la situación de CoMex. Johansson, dueña de la
administración, y Vargas, líder de los colombianos señores de la cocaína, formaban el
núcleo de la sociedad, aliados por la necesidad de enfrentarse a los Lupo, que
controlaban el mercado del slo-mow, la brillantina y otras drogas químicas baratas
más rentables que la droga orgánica por sus reducidos costes de producción. Sánchez,
el mejicano señor de la maría, aliado con la mayoría de socios minoritarios formaban
el otro bando interno, una oposición con unas relaciones exteriores más fluidas que
querían obtener más presencia en las juntas. La falta de cohesión era el gran y
evidente punto débil de CoMex salvado por una única razón, el desprecio las
corporatas. A Carlos le resultaba pintoresca su forma de ignorar que ellos formaban
una corporación o de llamar aglosajones a los Lupo sin más evidencia de ello que sus
ganas de odiarlos, sintiéndolo como cuando el gobierno llamaba terroristas a una
organización por no dejarse avasallar por los intereses corporativos antes de
dispararles.

Él no fue el único en recibir información Celine se olió que había una nueva hembra
en la casa y con su imperante curiosidad habitual quiso conocerla. Claudia también
tenía ese interés en saber como era la guionista. Como se veía con ambas los finas de
semana el retraso de una y adelanto de la otra las llevo a encontrarse una mañana de
domingo. Carlos las dejó, si querían pelearse que lo hicieran, estaba demasiado
cansado de las mezquindades del mundo como para esforzarse en pararlas.

–Holas ¿Vos sois...? –preguntó Celine al entrar al salón tras dejar el abrigo y el
paraguas en la puerta. Claudía estaba sentada en el sofá viendo las noticias con un
café en la mano con tas solo bordada ropa interior sugerente por prendas. Carlos aún
desayunaba en la mesa al lado de la cocina.

Claudia la analizó cual escáner de espaciopuerto antes de contestarla. –Claudia


Johannsen, socia mayoritaria y fundadora de CoMex. –Se levantó y se acercó para
ofrecerla la mano sin mostrar pudor por su vestimenta provocativa.

–Celine se ajusto con un toque rápido de dedo las gafas y la estrecho la mano.
–Celine Muller. Al final va a ser verdad eso de que a Carlos se le tiran las mujeres
poderosas a los brazos.

–¿Usted no lo ha hecho?

–Una vez, para conocerlo mejor, además es el héroe de la Dvalin, había que probarlo.

–No repita Müller.

–Nos e preocupe, no salió bien, prefiere a las pasivas.

–Es dominante, como los hombres interesantes.


–Y las mujeres.

–¿Que domina usted?

–La historia con la que recordaran a su actual pareja y sus alrededores.

–Procure que sea bonita si quiere que alguien la escuche.

–Lo será, descuide. Carlos ¿Empezamos?

Carlos a indicó el sofá para que se acomodara. Se termino su tostada y fue al mismo
tras rellenar el café y ponerle otra taza a Celine. Claudia se marcho a vestirse a la
planta de arriba. –No se lo tengas en cuenta, solo defiende el territorio.

–Es un tanto agresiva con eso ¿No?

–Hasta donde se todas las aristócratas lo son. Puede que todas las mujeres.

–Primero Zenobia Fonseca, ahora Claudia . ¿Conoces algún que otro secreto corpo
que quieras compartir? –dijo con ilusión.

–No quieres saberlos.

–Si no quisiera no habría preguntado. –se quejó.

–Más del treinta por ciento de corporaciones actuales están regidas por familias
oriundas de los antiguos Estados unidos, Reino unido, Australia o Canadá. Cuando
sus naciones colapsaron simplemente se trasladaron con sus empresas a otro sitio y se
cambiaron los nombres por otros a la moda. Es lo bueno del capitalismo, que el
patrón manda vaya adonde vaya gracias al tremendo poder del caballero Don dinero.
El chiringo infernal en el que vivimos es suyo. Vaya y dígale al mundo que seguimos
siendo gobernados por anglosajones a ver cuanto tarda en tener un accidente.

–¿ es anglosajona?

–No lo creo, a mi me da que en su mayoría es de Europa del norte. Mis raíces son
mediterráneas ¿De donde desciende su linaje?

–Alemania, creo.

Claudia bajo las escaleras con una camisa de Carlos tapando su ropa interior y
fumando un porro de maría de su marca. –¿De veras? Escribe tu nombre completo en
un folio.

–¿Como?
–No es tan difícil, eres escritora ¿No? –Celine miro a Carlos, este se encogió de
hombros sin entender a que venía ese juego. La guionista cedió con el ceño fruncido.
–Müller, apellido alemán, tiene diéresis.

–Se habrá latinizado con el tiempo.

–¿Me dejas tu acreditación?

Un tanto preocupada Celine le paso su tarjeta. Con ella en mano Claudia fue a
sentarse a la cocina. Celine le preguntó asustada a Carlos –¿Que esta haciendo?

–Comprobar que eres quién dices ser.

–¿Eso no es paranoico?

–Puede, piensa que quieres que te cuente lo que Rio Tinto no quiere que sepa el
ejército. Ella sospecha de intereses más profundos. Es cauta, en su mundo hay que
serlo.

–Tú confías en mi ¿No?

–La verdad es que me da igual si te dedicas al cine o eres del ejército. Rio Tinto no
me trato bien, si arde mejor para mi. –Calos le paso con el pensamiento a Claudia los
datos de la llamada del jefe de Celine con el que hablase en solo audio.

–¿Que hacemos ahora?

–Seguir.

–Por donde nos habíamos quedado... –Los nervios se la estaban jugando.

–Sobre la coña de la ascendencia.

–¿Por qué opinas que es una broma?

–Porque a tanta gente le preocupe tras miles de años de mestizaje. Yo creo que la
gente necesita segmentarse para poder odiarse, como la religión ya no existe, las
opciones políticas están finiquitadas o moribundas y la lucha de clases, por lo visto,
no aporta suficiente, hay que volver al racismo.

–¿En la Dvalin había luchas de clase o raciales?


–Rio Tinto tiene la política de aplacar las demandas laborales a golpe. Eso sucedió
después de la derrota de la doctora Qián, cuando no quisieron pagar las
indemnizaciones. Dentro de las naves es fácil practicar al represión violenta, no hay
donde escapar y el mando tiene el control de las comunicaciones.

–El derecho de comunicación se aplicó, a ustedes les dejaron montar su congregación


de demandantes.

–Con una nave militar escaneándoles no les quedaba más remedio.

–¿Por qué les persiguen los militares?

–No lo se con exactitud. Ya sabe que el ejército se saca extras cobrando servicios y
poniendo multas a los que rebasan ciertos límites. Ellos siempre están faltos de
créditos. Esa era una oportunidad muy buena para cobrar a Rio Tinto.

Cladia se acercó y le devolvió la tarjeta a Celine. –Es quién dice ser. –le dijo a Carlos,
luego el aclaró a Celine. –Los que escriben Muller son en realidad Miller, de Estados
unidos.

–Carlos dice que no habría que ser tan racistas.

–Cuando los racistas eran ustedes no les parecía tan malo.

–Los movimientos contra el racismo se iniciaron en Estados unidos ¿Sabe?

–¿Antes o después de asesinar a todos los indígenas de Norteamérica, esclavizar a


media África, boicotear a toda latino América, arrasar el mundo islámico y provocar
una guerra en Europa contra Rusia?

–¿Trata así a todas las mujeres que se acercan a su amante o es que de veras le
parezco una competencia tan capaz? –Se levantó encarándola.

Se hizo un silencio tenso en el que las dos mujeres se clavaban la mirada cara a cara.

–Es halagador pero estúpido. Celine va a cobrar cincuenta mil más derechos por este
trabajo, esta en la ruina, no lo echaría a perder por nada del universo, ese es su
motivo de venir aquí. Lo que no ha sido muy inteligente por su parte es provocar a
Claudia diciendo que nos hemos acostado.

–¡Ni que fuera tan raro! ¡Lo normal hoy en día es tener una pareja y tres amantes!

–¡No para todas rubia de bote!

–¡No tengo porqué cargar con tu inseguridad!


–¡Vete a jugar a otro patio, este esta ocupado!

–¿Y si no quiero?

–Os echare yo a las dos.

–Creo que será mejor que nos entrevistemos en otro momento. –Celine recogió sus
cosas con la premura de la rabia y se fue.

–¿No crees que te has pasado?

Claudia se dejo caer en el sofá. –Sí, supongo que sí. Me ha puesto celosa. Entrando
aquí con esa actitud, como si la casa fuera suya.

–Es verdad que es bastante lanzada. Con eso de llevar un tiempo viniendo a registrar
mi historia se toma ciertas confianzas. Pero tú también has ido a saco contra ella.

Claudia se quedo callada, mirando la suelo enfurruñada como una niña. Carlos alargo
el brazo y al atrajo contra su pecho. –Hey, ya sabes que yo no soy de tener amantes.

–Pues has tenido algo con ella ¿O era mentira?

–Fue entes de reconciliarnos.

–No lo hagas Carlos, no somos como los demás. Tú y yo, solos tú y yo.

La dio un beso y la mantuvo un rato abrazada. Luego fueron al cuarto de baño,


claudia se había hecho sangre en las palmas de las manos al clavarse sus largas uñas.

El fin de semana siguiente se disculpó con Celine y retomaron el trabajo. Claudia no


tubo que aguantarse mucho tiempo, la escritora no tardo en recabar lo poco que le
faltaba de información. A partir de hay se comunicaron de forma ocasional para
aclararla dudas o resolver alguna cuestión surgida durante la escritura del guión. Al
final la empresa se había decantado por una película con un presupuesto decente
dados los efectos especiales de necesario uso, nada escandaloso.
Juntos, no revueltos

–He vuelto con Claudia. –Meses pensando como decirlo, devanándose los sesos en
busca de las palabras apropiadas, retractándose en el último momento y de repente,
en medio de unas copas en el Kleinmann, en su lugar de siempre, mientras una
bailarina giraba sobre la barra terminando una pirueta, lo soltó sin más.

Oscar tardo en responder. Como si hubiera dicho una banalidad cualquiera. Resopló.
–¿Por qué te haces eso Carlos?

–No lo se.

–¿Recuerdas mis adicciones?

–¿Me vas a decir que soy adicto a las muñecas?

–Solo a las que te hacen daño. –Un antiguo recuerdo paso por la mente de Carlos
como una gélida brisa repentina para desvanecerse al segundo, como si alguien
acabase de entrar por una puerta cercana, un fantasma del pasado que respondió a la
primera pregunta.

–Quiero arreglarla.

–No la debes nada.

–Lo sé.

–Crees que lo que haces es bueno, peor no lo és.

–¿Que es bueno?

–No lo se, pregúntaselo a un filosofo, yo solo se que eso no te va a hacer ningún bien.

–Que no me haga bien no significa que no sea bueno, de hecho, las cosas buenas
suelen implicar un sacrificio ¿No es así?

–¿Por qué no te buscas una mejor por la cual sacrificarte?

–¿Como cual? ¿Conoces acaso tu a esa rosa sin espinas?

–Esta conversación tiene demasiadas preguntas. –volvió a bufar.

–¿Y nosotros? ¿Estamos libres de espinas? Adicción, problemas de ira, un historial


bañado en sangre. Yo ayudo a producir droga y tú vendes armas. Los dos nos
alimentamos del sufrimiento ajeno. Al menos cuando éramos runners íbamos de cara.
–¿Se trata de eso? ¿Quieres limpiar tu conciencia con ella?

–Sí. Pero también me gusta. También la deseo ¿Tan malo es?

–No es ni malo ni bueno supongo, es una locura.

–Nosotros nos hemos ayudado en el pasado y nos ha ido bien ¿Por qué con ella tiene
que ser diferente?

–Porque ella a traspasado cierto umbral.

–¿Cual?

–El de la demencia.

Carlos pensó que el también había cruzado por allí alguna vez. –Entonces la mitad de
la ciudad no tiene esperanza.

–No la tienen. –Se giró y le miró a los ojos. –No se trata del bien y del mal. Esos son
conceptos relativos, personales, que al universo nada le importan. Se trata de vivir lo
mejor posible. Es a lo único que puedes aspirar.

Carlos evadió la mirada. –Eso nos... –“Covierte a todos en corpos”. No era buena
idea decir eso. –reduce a animales.

Oscar le puso la mano en el hombro. –Es lo que siempre hemos sido. El resto son
cuentos ególatras.

Carlos volvió recuperó la posición y le devolvió la mirada. –Quiero salvarla.

Oscar aspiro hondo. –Hazlo. Lo único que te pido es que no involucres a Teressa.

–Eso nunca.

Oscar le palmeó el hombro antes de retirar la mano. –Suerte amigo, la vas a necesitar.

No había sido la conversación que esperaba. Esa era mucho mejor que la de su
imaginación.

Con ese deseo de buena fortuna acabó la larga temporada de excitante y amargo
romance secreto, haciendo muy feliz a Claudia. Chilló y saltó de alegría cuando se lo
contó en el salón, en cuanto entró a la casa, estrechada entre sus brazos. Para ella
significó el paso de amante a pareja.
Por ese motivo debió de rechazar la apasionada despedida de Zenobia meses después,
cuando ella se apareció de repente en su casa un día de diario en los que cuidaba de
Teressa. A ella no la contó la verdad, en vez de eso la dijo que tenía una relación
confusa con la guionista Celine Müller. Fue suficiente, Zenobia ni se percató, estaba
demasiado ilusionada con su viaje a Nueva Barna, la capital del cine, en un sistema
lejano. La despedida quedó en una agradable charla y un gran beso. Al día siguiente
la acompañó hasta el comunicador cuántico junto a Lizelle y Teressa para que lo
último que viera antes de irse fueran unas caras amigas.

Le fue bastante bien, no tardaron en verla como actriz secundaria haciendo de víctima
coqueta o malvada intrigante en series de detectives. Esa amiga cumplió con lo
prometido al meterla en el mundillo saltándose la etapa de anuncios cutres y personal
de fondo. Hablaban de vez en cuando, las llamadas entre sistemas eran caras, se la
veía feliz, entusiasmada y muy segura de querer hacer eso.

Al año el lago estaba lleno y Carlos se pluriempleó para participar de la construcción


de la piscifactoría de Kylikki, donde sus raros conocimientos de buceo le vinieron
bien. En unos meses inauguraron la empresa con una pequeña fiesta aplaudiendo ante
la suelta de la primera remesa de salmones.

Poco tiempo después, una noche de sábado en su cuarto, tendido el desnudo Carlos
boca arriba en medio de su cama y Caludia, igual de cubierta, a su lado, recorriendo
el torso d su amado con un gracioso dedito indice que recordaba las lineas de los
tatuajes que llevase una vez, esta la dijo. –Me gustaría que pasases a ser mue
guardaespalas.

–Nada mejor que un ingeniero si quieres prtegerte de robots asesinos. Pinocho vuelve
a la carga. –para ser una broma le faltaba fuerza.

–No te burles. Sabes que eres muy capaz.

–No se yo la verdad. Lo fui una vez y no acabó bien.

–No, pero yo soy muy distinta a la personas que protegístes.

–No me arrepiento de los de los guardias. Me refiero a acabar liado con la persona
que debía proteger.

–Ahora no puedes cometer ese error. Te has enrrollado con ella antes de empezar a
trabajar.

–Dejame adivinar. Problemas de confianza.


–Poco la verdad. Mi gente es todo lo leal que se puede ser a cambio de dinero. Tú me
serías leal aunque no te pagase nada y eres capaz de detener a una cyberpsicópata en
su mejor momento.

–Vas a conseguir que me sonroje.

–Eso ya lo consigo de otras maneras.

Carlos rio con descaro. –Es verdad. –Eso le valió un bofetón en el pecho.

–Lo digo en serio, me sentiría mucho más segura contigo detrás.

–Vale. Ahora yo también hablo en serio ¿Ha pasado algo por lo que haya que
preocuparse?

–Vargas tiene problemas con su gente. Es el representante de todo un grupo de


viejales poderosos que no entienden como funcionan las cosas ahora, no terminan de
adaptarse a la nueva situación, los mantiene a raya, pero muchos se han
envalentonado con el tiempo y se están cuestionando su autoridad y la mía, piensan
que ya no pinto nada.

–Un asesinato les sacaría por las malas de la compañía, el que lo ejecutase lo perdería
todo.

–Son de la vieja escuela, creen que pueden enviar a un sicario a hacer el trabajo sucio
por ellos y lavarse las manos pagando su silencio.

–¿Crees que lo intentaran?

– Ni hoy, ni mañana, pasado ya es otra historia. Vargas esta mayor y no quiere ser
inmortal. Su hijo heredero ha vivido consentido, no esta a la altura.

–¿Esta planeando cederle el trono?

–Se esta allanando el camino, instruyendo al descendiente y buscando aliados que lo


apoyen llegado el momento. El problema es que aunque herede su puesto el
representante será reelegido y la mitad de ellos, la mitad más ruidosa, no me quiere
en la presidencia.

–Y Sánchez se les unirá.

–Exacto.

–Yo no puedo parar eso.


–De la política me encargo yo. Tu solo evita que me maten antes de maniobrar.
¿Cuanto contigo?

–Sabes que puedes contar conmigo.

–Más cerca.

–Vale. Seré tu guardaespaldas. Aún así hay un problema ¿Que hago con Teressa?

–Llevas años siendo su niñera. Te ve más que a su padre. Creo que ya va siendo hora
de hacer que Oscar se encargue ¿No?

–Es un buen hombre, hace lo que puede.

–No digo que no. Lo que digo es que puede cambiar su horario para pasar más tiempo
con su hija. Además, el trabajo es de mañanas, la mayoría de las tardes las seguirías
teniendo libres. –Se hizo una pausa que Carlos pensó en la probable escusa en ese
cambio de oficio para pasar más tiempo juntos y sus posible nefastos resultados. –Eso
sí, o yo me vengo a tu casa o tu te vas a la mía.

–Tengo que decirlo ¿Esto no será para que pasemos más tiempo juntos?

–Claudia se arrastro sobre él –¿Tan malo sería?

Carlos mantuvo la posición sintiendo el cuerpo caliente de ella encima. –¿Te han
contado el cuento del pastorcillo mentirosete y el lobo?

–La amenaza es real. Sabes que algún día intentaran echarme. Además ya llevamos
un año y pico así ¿No crees que deberíamos dar el siguiente paso?

–Cuando nos veamos tantísimas horas al día, nuestra relación cambiará. La mayoría
de las parejas no soportan trabajar juntas.

–¿Es lo que te pasó con Zen?

–Sí. Superamos un montón de adversidades complicadas y duras, pero fue la


monotonía lo que arruinó nuestra relación.

–Con nosotros será diferente, ya lo veras.

Guardaespaldas de nuevo. Nada que ver con la ingeniería y justo donde Claudia lo
quería. Tampoco la faltaba razón y durante ese año había sido buena chica.

Oscar debió depender más de Susana y de los abuelos pero tampoco supuso un gran
cambio, seguían viéndose a menudo.
La nueva rutina diaria consistió en levantarse juntos, ponerse guapos y pasearse entre
los ostentosos pasillos de sus oficinas de alquiler con tantas brechas que debió de
reunirse con el equipo de seguridad y reorganizarlo. Mientras Claudia se pasaba horas
discutiendo en las reuniones el confraternizaba con los otros agentes. Cada miembro
tenía su propia gente, una pluralidad de supervivientes de las calles, amargados,
simpáticos, extrovertidos, hoscos, viejos, jóvenes, curtidos y leales con afición a los
tatuajes y los cyberimplantes, se fueron conociendo. A la salida comían juntos y la
llevaba a casa. De hay se iba con Teressa hasta la noche cuando la devolvía a su
hogar y él regresaba a la mansión de Claudia a dormir.

La mansión se encontraba en uno de los nuevos edificios de estilo central del barrio
en absorción de artesanos. Se componía de una serie de losas grises inclinadas en tres
alturas diferentes solapándose entre ellas al lo largo de un cuadrado que rodeaba un
jardín interior con la excepción el aparcamiento delante de la entrada en un pico
cortado. Las losas estaban sujetas por gruesas columnas en el interior, por fuera todo
lo que había eran cristaleras por lo que visto desde el exterior las diferentes placas
que sujetaban las plantas parecían flotar como un castillo de naipes mal barajeado.

Esa estructura hacía que entre habitaciones y pasillos abundasen las pequeñas
escaleras hacía estructuras elevadas y balcones internos. La zona dedicada a la
administración con tanto cristal n tenía intimidad alguna aparente aunque siempre se
podían oscurecer y convertir el cristal en pared. Solo una garita de seguridad y el área
privada de vivienda contaba con paredes de verdad en el interior. Hacia el exterior se
mantenía la obsesión por el cristal.

Según le contó Claudia en un principio el jardín era minimalista de corte oriental pero
lo hizo cambiar por un estilo con mas follaje de bosque de coníferas. Un tanto triste
pero más rico. Dentro también era triste, blanco gris, lineas rectas, seriedad por todas
partes, ideal para suicidarse. De regalo anticipado de aniversario Carlos llamó a
Mauricio y le pinto las losas verticales de la vivienda colores. La gusto mucho y se
lo agradeció hasta agotarlo.

Respecto al problema de la seguridad, se reunió con Maltés, el recio muchacho


simpático y avispado encargado del edificio, Galíndo, la bajita hacker de nariz
pequeña para grandes gafas y Ulloa el fortachón ex-militar de voz grave encargado de
las fuerzas paramilitares de Claudia, para implantar un sistema de organización
similar al que viese aplicar a Yamada en el edificio Gregorio de PAL. Fue un poco
lioso y cometieron algunos errores pero era mejor que el típico caos basado en la
familiaridad indisciplinada de las pandillas que Carlos tantas veces había superado
como runner.

A los empleados les costó adaptarse, estando acostumbrados a la cómoda libertad de


la confianza generalizada. Hasta recibieron quejas un tanto enérgicas pero acabaron
asimilándolo.
Podrían haberlo hecho mejor con más dinero. El problema es que estaban de alquiler
y tampoco podían excederse ni quería CoMax invertir cuando uno de los cambios a la
vista era comprarse uno de lo rascacielos ya a poco de terminar de construirse en el
distrito de artesanos.
Tratos entre bestias

Por aquella época empezó la odisea de desalojar la inmensidad de edificios


destartalados y almacenes desahuciados dedicados a negocios clandestinos donde
malvivían los borgs, conocido como distrito quince o bórgpolis. Una larga línea en
disgregación hacía el exterior crecida en la anarquía que había rodeado por el exterior
al sector industrial y que un alcalde acosado por los nobles ciudadanos que habían
perdido su estación de esquí había prometido a la industria que le apoyó a levantar los
nuevos espaciopuertos. Una jugada que había levantado ampollas pero que de
finalizarse le aseguraría otros cuatro años de gobierno corrupto.

Por el momento empezaron las primeras batallas entre bandas y policías y se aligeró
la construcción de los edificios prometidos tras la lluvia de meteoros para ofrecerles
un sustituto a los habitantes más cooperativos. Barriadas obreras dominadas por
bandas latinas que no veían con buenos ojos a los nuevos inquilinos y no tardaron en
iniciar protestas. El futuro de la tienda de Oscar pintaba prometedor.

A ellos les afectaba en la medida de que tanto CoMex como los Lupo tenían terrenos
a la espera de ser limpiados para construir ahí sus laboratorios y cada día contaba.

A Carlos se le ocurrió usar su escasa influencia y un buen desembolso a cambio de


contratar a los borg para que en el inminente caos atacasen a los Lupo y les dejaran
en paz a ellos. Eso le llevó ante la junta. Reunión de fantasmas holográficos en un
cajón oscuro de sólidas paredes con una pantalla en una esquina, la puerta en la
opuesta y una mesa con forma de rombo alargado entre medias.

Sánchez, un hombre muy arrugado con la cara algo larga y peluda, una nariz
prominente y un bigote grande con las puntas elevadas hacia el exterior que le
gustaba vestir de ranchero, vistoso sombrero vaquero incluido, se dio prisa en
estrenar el encuentro. –Permita que le felicite señor Nuñez, es sorprendente lo rápido
que asciende usted.

–Cuando quiera le doy clases.

–A lo mejor un día de estos nos las damos.

–¿Alguna tontería más? –demandó Claudia. –¿No? Mejor, empieza Nuñez.


Carlos hizo mostrarse en pantalla un mapa de la ciudad centrado en el distrito quince
y señalando con una luz láser fue explicando. –Por lo que sabemos la policía ha
iniciado la presión a lo largo de la difusa frontera entre distritos con la esperanza de
crear un perímetro de seguridad entre el distrito industrial y el quince antes de que el
ejército empiece a levantar los campamentos borg desde Entrevías. Eso no
funcionará, los borgs se conocen cada alcantarilla y conducto entre los dos distritos y
atravesaran el cordón a placer en cuanto caiga la noche atacando en represalia las
fábricas. Su objetivo es saquear todo lo posible no solo mostrar su enfado. Con el
ejército presionándoles no tienen nada más que perder. Intentaran aguantar hasta
conseguir los créditos necesarios para pagarse un nuevo cubil. No para las viviendas,
esas las pueden conseguir echando a los residentes de los distritos fronterizos de las
suyas por la fuerza, si no para sus quirófanos, talleres, laboratorios y mercados que
requieren de una configuración arquitectónica lago más compleja. Puede que no lo
parezca pero son unos fanáticos de la seguridad militar.

–¿Como sabe eso don Carlos? –preguntó Sánchez.

–Enseguida llego a eso. Como todos sabrán los borgs no son de cumplir tratos, se
venden al mejor postor cuando trabajan de mercenarios, no dudan en cambiar de
bando si la paga lo merece y si obtienen beneficio te apuñalan al despedirse. No
todos, hay unos pocos que mantienen una necesaria reputación.

–Un borg, nah. –Sánchez el dicharachero.

–Yo conozco a uno. Un doctor borg que por si no lo saben son como sus profetas
sagrados del metal.

–¿Es el que le hace los apaños?

–Es probable que sea el mejor médico de la ciudad, quitando su obsesión personal.
Pero no, para que un médico borg te trate tienes que ser de la banda a menos que
estés muerto. Mi idea es ofrecerle a esa persona, en vez de unos créditos, una
estructura personalizada en los distritos limítrofes del sur, así ni se los gastaran en
brillantina ni podrán traicionarnos en cuanto tengan el dinero. Aceptaran porque
necesitan un intermediario que le facilite el terreno ya que nadie quiere tratar con
ellos.

–Así es, nadie, nosotros tampoco. –dijo Sánchez con le apoyo de la mayoría.

–Los Lupo lo harán, son sus mejores clientes. Debemos adelantarnos.

–¿Que obtendremos a cambio Carlos? –preguntó Vargas

–Que ataquen a los Lupo en nuestro lugar.


–Tú los has dicho, son sus amigotes ¿Les van a atacar por un edificio que pueden
ocupar? –recriminó Sáchez.

–No son amigos, ellos no tiene amigos, y saben que los Lupo no van a renunciar a las
enormes ganancias que tienen con ellos por un rifi rafe ocasional. Además atacar a los
Lupo implica obtener como botín sus drogas favoritas.

–Drogas que usaran para defenderse.

–¿Prefieres que se las compren a la competencia a que se las roben? –Le preguntó
Claudia a Sáchez.

–¿Y van a hacer eso por un edificio? –preguntó Sáchez incrédulo. –Muy cara nos sale
una broma que de traicionarnos nos dejaría con unas chozas que para nada nos valen.
¿Por qué no se las cambiamos por nuestros terrenos?

–Porque una vez instalados nos hostigarían cada día previo pago de la competencia.
–respondió Vargas.

–Nosotros somos más y esta vez tenemos el apoyo del gobierno y los soldados.

–No les hemos untado, yo no esperaría nada de ellos. –dijo una socia ya menor
ataviada como para un baile.

Otro socio añadió. –¿Por qué no ataca nuestra gente disfrazados de borg?

–¿Y si nos pillan? Que no se os olvide que ahora somos una empresa legal. –recordó
Claudia.

–Ya, como olvidarlo. –dijo Sánchez.

–De todas formas necesitaremos todas nuestras fuerzas en defendernos. Los borgs
tienen un poder bélico considerable y aquí nuestra presencia es mayor que la de la
competencia, más terreno que cubrir. –añadió Carlos.

Sánchez elevó la voz –¡Chingados! ¿¡Donde quedo nuestro orgullo!? Ahora somos
buenitos hasta aliarnos con nuestros enemigos... ¡Los borg son los que ocupan nuestra
tierra! ¿Encima les vamos a pagar para que se vayan?

–Les pagaríamos para que ataquen a nuestros enemigos en vez de a nosotros. Ellos no
nos ven como enemigos ahora, piensan que esto es cosa del gobierno, dejemos que
sigan creyéndolo.

–Eso me parece bien. Tampoco quería acabar luchando codo con codo con un pinche
madero. Mas no me convence, sigue siendo caro.
–Eso es cierto. Reconozco que mi plan es caro y en medio del caos que se va a
generar puede pasar cualquier cosa. Sin embargo la otra opción es competir con los
pagos contra los Lupo que tiene más crédito o aguantar sumando muchas bajas entre
nuestra gente.

–O dejarle el trabajo la gobierno y ser pacientes. –apuntó Vargas.

–Tiene razón el señor Vargas. ¿Por qué no esperar y disfrutar de un buen mojito
mientras vemos como nuestros enemigos se aniquilan? –opinó Sánchez.

–Lo que propone Nuñez es una opción para sacar ventaja de la situación. Aunque el
precio sea alto si con eso conseguimos deteriorar la presencia de la competencia sin
añadir perdidas sería un logro. No hace falta que diga que toda la droga que
procesamos a diario pasa por unos únicos laboratorios y de ser destruidos sufriríamos
cuantiosas perdidas. –dijo Claudia.

–¡Para evitarlo ya están nuestros valientes muchachos!

–Los muchachos pueden perder y aunque ganen muchas madres y padres tendrán que
despedirse de sus hijos.

–Don Carlos, cuando uno se mete en esto ya sabe de que va.

–De ganar con las menores perdidas.

–Pues es dinero que no es suyo si no nuestro y que quiere apostar sin garantías es una
perdida. Sobre todo si sus cromados amigos deciden no cumplir y encima tenemos
que luchar.

–No he dicho que sea infalible, lo que digo que es una opción mejor que esperar y
dejar que los Lupo tomen la iniciativa. porque no duden en que ellos van a
aprovechar esta oportunidad para golpear en el corazón de la empresa. Si no envían
borg enviaran runners.

Con aire reflexivo añadió Vargas. –Si están ocupados contra los borgs solo tendremos
que defendernos de los runners. Contra los dos no tenemos opción.

La anciana ostentosa añadió. –La policía nos odia, deberemos hacer una donación
para que cumplan con sus obligaciones.

Muchos preferían luchar a usar tácticas subersivas pero con Vargas y Claudia
apoyándole solo necesitaron un par de socios minoritarios de su parte para que fuese
aprobada. Por pocos votos a favor la propuesta salió adelante.
Al día siguiente fue a ver a Myers. No necesitó muchas palabras para que le dieran
acceso al museo del cromo del tétrico doctor en donde debió esperar por más de una
hora a que se encontrara en disposición de atenderle.

Cuando el hombre insecto entró por la puerta aún conservaba gotas de humedad en
sus engranajes. Habían cambiado, las piernas eran el último modelo para carreras
paralímpicas, con un forma que disimulaba la figura humana que su dueño había
pintado de negro para anular la estética. Su abdomen ya no se encontraba envuelto en
silicona, si no al aire, una línea de músculos de carbono, unos tubos neúmatico
transversales y debajo los intestinos de fibras sintéticas con su cableado exterior
recorriéndolos a lo largo. Ha Carlos la impresión de verlo le causo un escalofrío que
maldijo para sus adentros, le recordó a la terrible doctora Qián. El universo no
necesitaba crear monstruos, fantasmas o extraterrestres, la humanidad ya lo estaba
haciendo por el.

–Disculpe mi tardanza, me encontraba en quirófano.

–¿Ha sobrevivido o ya estaba muerto?

–Dijo en la entrada que ya habíamos trabajado juntos sin embargo no me acuerdo de


usted. –su voz seguía siendo siseante y un tanto digital.

–Fue hace años, sobre un caso de médulas de PAL defectuosas en su sistema de


detección de fallo por obsolescencia.

–No debió salir muy bien si no me acuerdo.

–Como siempre la corporación se las apañó para ocultar sus trapos sucios al público.

–Que frustrante. –Le dio permiso para sentarse indicándole uno de los rojos sillones
con un brazo de descarnado hueso de metal.

–¿No se acostumbra? –Carlos aceptó la invitación con la sensación de que ahora si


estaban hablando de negocios y no en un análisis de reconocimiento y capacidades.

–Sí. Era sarcasmo. Nosotros desguazamos a los muertos y somos horribles,


nigromantes nos llaman. Ellos matan y los alaban a cambio de una oferta.

–Ahora incluso os quieren echar de vuestros hogares.

–Necesitan más espacio para las fábricas. Con lo grande que es el planeta y les falta
espacio. Cualquiera diría que no os quieren cerca. –Rio sin apenas separar los labios
y sonó como si hiciera gárgaras.

–Ustedes eligieron una buena localización para establecerse.


–Siempre hay terrenos que valen más que otros. Supongo que viene a arreglar eso.

–Vengo a ofrecerle un trato, simple y llano.

–Se ha dado prisa.

–Tampoco tenía sentido esperar.

–Hágame su propuesta, pero sea escueto, preferiría estar ocupado con mi oficio.

–Terrenos nuevos. Represento a CoMex. Nosotros le construiriamos lo que


necesitase, siguiendo sus indicaciones, como intermediarios, lo pagaríamos de
nuestro bolsillo. A cambio ustedes asaltarían los almacenes y laboratorios de los Lupo
en vez de a los nuestros.

–¿Por qué iba a usarlos de intermediarios?

–Ustedes tiene una serie de problemas. No se ofenda pero esta batalla la van a perder,
pueden resistir incluso un par de años pero acabaran teniendo que ceder ante el
ejército. Necesitan un lugar al que trasladarse y cuanto antes mejor, para no ver su
trabajo interrumpido. Por otra parte pocas personas están dispuestas a tratar con
ustedes, casi todo el mundo les teme y aunque encuentren a un picapleitos dispuesto a
hacer lo que nosotros les cobrará el doble.

Richard rio. –Esta muy equivocado. Los abogados nos cobran a nosotros tanto como
a ustedes. Como dirían, La plata no deja de ser plata porque la sostenga una mano
diferente, y hay chupatintas de sobra como para que no se anden con remilgos. Lo del
tiempo es verdad, pero no creo que los albañiles vayan a correr más para ustedes que
para nosotros, mas bien sería al contrario. Sin embargo rechazó su oferta por otra
razón. No me gusta que una corporación tenga los planos de mi refugio y que sepa
donde están los puntos débiles estructurales naturales o inventados de mi refugio.

–No tenemos esa mala intención. No ganaríamos nada con ello.

–Con la información siempre se gana.

–Que querría a cambio entonces.

–Lo de siempre créditos.

–No queremos que nos arrastren a una subasta. Si venimos por delante es para zanjar
el asunto con una oferta temprana generosa.

–Ya que perderían la subasta.


–Si hacemos trampas no perdemos.

–En la guerra todo vale.

–Casi todo, incluso eso tiene normas.

–Cierto ¿Es verdad que tenía dos brazos en la espalda?

–Los manejaba con toda la soltura que se puede tener con la torpe maquinaria pesada.

–¿Que le pareció en general?

–En su momento una enemiga peligrosa, ahora me da lástima.

–¿Por qué?

–Perdió la cabeza por un fallo de programación. Su neuroimplante la hizo perder la


noción de la realidad.

–Ah ¡Que pena! Un fallo en el sistema informático ¿Que la falló?

–Un virus patentado. No se actualizó a tiempo por no perder datos de sus propios
progresos en una parche ilegal que estaba desarrollando.

–Las corporaciones de nuevo ¡Que genio han destruido! –por vez primera le pareció
verlo alterarse. Ahora esas mismas corporaciones nos quieren echar, entre ellas la
suya.

–Sí, sus terrenos se han convertido en la dorada manzana de Eris. Nosotros solo
queremos apartarnos de la mesa a tiempo. Este conflicto no nos interesa.

–¿Por qué no les dicen a las otras corporaciones que se vayan a construir a otra parte?
Al norte hay mucho espacio.

–Porque no nos harían ni caso. ¿Cree que alguien pondría su fábrica aquí si pudiera
hacerlo al norte, al lado de los espaciopuertos?

–¿No le parece curioso que nadie haya sopesado esa opción?

–Estoy seguro de que alguien lo ha hecho.

Myeers susurró. –Primero un precio y después otro.

–Siempre puede trasladarse al norte y cobrar dos veces.


–Quizás lo haga. ¿Podrían ustedes construir allí?

–Ya sabe que no.

–Los Lupo son mis proveedores.

–Por eso tienen lo que sus chicos quieren. Ambos sabemos que no le guardaran
rencor a su plata.

–Fuimos rivales, sus drogas no nos interesan, son un objetivo fácil, nuestros
proveedores agradecerán que le dañemos, no tiene nada con que regatear salvo los
créditos.

–Por eso le he ofrecido la opción de las viviendas. Ya ve como se a ha puesto la gente


en cuanto el alcalde ha dicho que les construirían nuevas casas en otros distritos. Se
han quejado hasta en el vecino dieciséis ¿Que cree que pasará en cuanto se enteren de
que los esta construyendo por su cuenta? Las bandas no vana dejar que esas clínicas
se completen y ustedes no podrán defenderlas a la par que luchan aquí ¿cuando el
ejército embista que harán entonces?

–Ocupar por la fuerza lo que más nos convenga. –dijo con rabia.

–No. Ocupar por la fuerza lo que puedan asaltar, debilitados y cansados, exiliados en
su propio hogar, repelidos por todas las bandas, con la policía intentando darles el
estoque final.

–¡El mundo nos necesita!

–Sí, lo sé. Buscaran un sustituto y los rusos se presentaran voluntarios. –Por


compromiso Richard no le arranco la cabeza en ese momento. –Ustedes son fuertes,
no podrán destruirlos, pero tampoco quiere acabar en las alcantarillas. La verdad es
que para sobrevivir se necesitan aliados. Ya se que antes tuvo enfrentamientos con los
que ahora forman CoMex ¿Y que? ¿Cree que los Lupo van aser mejores? Ellos son
corporatas de pura cepa, al menos con nosotros sabe a que atenerse.

–Sigo sin querer que mis planos acaben en sus manos.

–Pues elija usted al arquitecto y pásenos las facturas. Le daremos la titularidad del
terreno en cuanto las hostilidades terminen.

–Las quiero desde el principio.

Carlos se pensó la siguiente frase, le parecía ver trampas en el terreno. –Nadie paga
por adelantado, ya lo sabe.
–¿Que les impedirá traicionarnos?

–Lo mismo que a ustedes.

–Váyase, pensaré su oferta. –Hizo un ademán con la mano como enfadado. Con un
borg no había forma de saber si era interpretación o real dado la inexpresividad de sus
rostros. Para Carlos estaba claro de todas formas, llamaría a los Lupo por una
contraoferta.

Carlos se levantó y se puso en camino, deteniéndose un momento entre los horrores


mecánicos del museo. –Recuerde que lo que los Lupo levanten nosotros lo
destruiremos.

–Incluso si son nuestras.

–No son suyas hasta que se las den. Además, si firma con ellos firma contra nosotros.
Ya sabrá que no tienen fuerzas en la ciudad.

–Puede que su oído este defectuoso. Le he dicho que se vaya.

Carlos se fue con una sensación de peligrosa hostilidad que no le preocupó. Se había
acostumbrado ya a esos espantos y sabía que al menos ese día no le atacarían. Dirían
lo que quisieran de los borg pero a la hora de cumplir sus propias leyes eran estrictos
y el sacerdote cirujano había empeñado su palabra en cuanto a su seguridad. Por otra
parte sus sentimientos eran efímeros, ese día estarían enfadados y al siguiente a saber,
quitando arrebatos espontáneos se guiaban por su incomprensible razonamiento
retorcido. Que decidiría Myers era algo impredecible.

A los dos días Myers llamó aceptando el trato. Las reuniones entre los superiores al
mando se sucedieron con el desagrado lógico entre seres tan distintos en cuerpo y
filosofía, llegando a pesar de ello a buen puerto a la siguiente semana gracias al poder
del interés. La latinos no tardaron en formalizar acuerdos con constructoras y
gobierno para empezar a edificar. Permitieron a los borg ocupar las obras en la
periferia de sus territorios en donde se asentarían sus antiguos enemigos para
defenderlas e impedir que nadie cuchichease sus caprichosos secretos
arquitectónicos. Eso hizo que las escasas fuerzas de paramilitares de Claudia, las
únicas imparciales capaces de acometer la tarea, tuvieran que esforzarse en evitar y
apaciguar enfrentamientos entre los miembros más inmaduros y drogados de ambas
bandas, obligando a Carlos a hacer repentinas horas extras como mediador, dado su
papel de enlace entre los grupos. Un trabajo desagradable que dejaba la seguridad de
Claudia debilitada.
Guerra

El trato funcionaba bien o mal según a quién se le preguntase. Las obras transcurrían
sin demoras y las trifulcas se solucionaban con kilos de diplomacia, toneladas de
paciencia y algún ocasional tirón de orejas. En el frente todo iba bien, algunos
runners intentaron hacer de las suyas pero con tanta seguridad esperando a una
traición borg que no sucedía no pasaban de tiroteos en el exterior de los laboratorios.
El problema que mantenía cabreados a los peces gordos de CoMex es que los borg
tampoco atacaban a los Lupo, como estaba acordado. Incluso en el contexto del orden
cívico lo que había empezado como una batalla urbana se había reducido a
desencuentros casuales con las fuerzas de la ley.

Myers escondido tras su monárquico orgullo no atendía a las reclamaciones de Vargas


y Sánchez que después acudían a Carlos a exigirle explicaciones. Él les decía que
Myers les estaba presionando para que CoMex rompiera el trato antes de tener que
enfrentarse a los Lupo pero solo era una excusa que no se tragaba ni él mismo. En
realidad nadie sabía que tenia en mente el siniestro y retorcido doctor borg que les
estaba dando lo que nadie esperaba obtener de él, paz.

De seguir así los Lupo habrían sido los ganadores de la competición. Esa paz les
favorecía sobre todo a ellos. Sus clientes preservaban su número y capacidad
adquisitiva que malgastarían en sus drogas y CoMex se habría gastado un dineral en
seguir como estaban. Sin embargo decidieron que los tanteos con mercenarios baratos
no eran suficiente.

Les despertó en medio de la noche una llamada de Ulloa. Tres grupos de runners
estaban atacando el laboratorio principal de cocaína en el distrito industrial. Se
vistieron enseguida y salieron volando, Claudia en su reflectante coche negro de
sinuosas formas y robusto chasis y Carlos en la salvaje KTM, con el naranja
recorriendo los oscuros pliegues, que, a fuerza de imprevistos, había adquirido la
costumbre de tenerla aparcada en la mansión. Escoltó a su novia hasta la sede antes
de ir al laboratorio, Claudia le prefería sobre el terreno que en la sala de juntas.

Por fuera el laboratorio no mostraba señales de pelea, una alarmante falta de personal
desde luego, nada más. La radio era un caos de gente informando de bajas y
solicitando refuerzos al estilo pandillero, a gritos y con el triple de palabras
necesarias, para dejar constancia de su mala situación y sus sentimientos al respecto.
Ni intentó organizar las fuerzas, sabía que ni le escucharían, se conformó con hacerse
una idea aproximada de donde se encontraban los enemigos a la que se dejaba caer
sobre el tejado inclinado, deslizándose hasta la pared vertical de la sierra del tejado y
ordenándole a la moto alejarse.
Al asomarse por el tragaluz pudo ver una de las zonas des combate, un grupo de
asalto con sus buenos machacas aguantando en el almacén de salida, zona de carga.
De querer hacer daño lo habrían incendiado, la mercancía acumulada valía más que
toda la estructura. Se figuro que eran el grupo de distracción.

Sabía por los gritos que el segundo equipo se encontraba en las oficinas, donde
intentarían conseguir información relevante, del tercero nadie decía nada, antes de
preguntar al abarrotado Ulloa uso el cerebro deduciendo que estarían en los
almacenes de materias primas ya que si hubieran llegado al laboratorio aquella fiesta
ya habría terminado y se encontraría amargado por los bonitos fuegos artificiales de
todos esos químicos explotando al calor del incendio.

Recorrió el accidentado tejado hacía la zona a la carrera. Al llegar al plano tejado del
almacén de materias primas pudo ver por los tragaluces como colocaban explosivos
entre la mercancía, los últimos, al lado de la entrada al laboratorio. En vez de saltar
para matar a dos antes de morir acribillado se fue a lado del laboratorio y preparó su
descenso usando la cuerda de la kusarigama. Esperó en lo alto a que el grupo entrara
barriendo a su paso en busca de enemigos, a paso ligero por la emoción y las prisas
que les impidieron mirar hacía arriba.

Eran seis. Uno con pintas de hacker se quedo a vigilar la retaguardia, cuatro fueron en
dirección a donde el grupo de colombianos defendía al laboratorio del grupo frontal
atravesando largas lineas de mesas repletas de herramientas de trabajo y material en
preparación, una con un largo rifle se puso a colocar explosivos.

Carlos los marco y descendió pegado la pared aterrizando al lado de la puerta de los
baños. Luego se movió ágil y en silencio hasta el nervioso hacker que no se decidía si
observar a sus compañeros o vigilar la entrada que le habían encomendado. En un
reniego Carlos se le puso encima y le abrió la garganta con una kama.

Dejo al muchacho haciendo gárgaras con su propia sangre en el suelo y continuó


serpenteando hasta colocarse detrás de la francotiradora. Por si acaso tuviese
protección primero la atrapó con la cuerda alrededor del cuello y luego la abrió la
traquea de lado a lado. La ironía era que tenía protección contra la asfixia pero no
blindaje. Murió como su compañero hacker.

Para cuando se asomó los otros cuatro estaban muy avanzados como para alcanzarlos
y evitar la masacre de los colombianos así que cogió el arma de la francotiradora y se
apostó sobre una de las mesas del laboratorio tomándose unos segundos para
asegurarse que el primer disparo fuese mortal.
Directo a la nuca, arma perforante de gran calibre, nadie aguanta algo así. El rifle era
un SVD Vladoff automático tan rápido que pudo atravesarle el pecho a otro en lo que
se deban la vuelta al ver a su compañero besar el suelo. Ya puestos vació el cargador
sembrando el pánico entre los asaltantes que pasaron de estar apunto de emboscar a
los colombianos a quedar menguados y rodeados.

Los colombianos se dieron la vuelta y dispararon sin miramientos, su vida estaba en


juego, obligando a los superviventes del tercer grupo a cubrirse tras unas tristes
mesas y cachibaches sin resistencia.

Carlos aprovecho esos segundos para quitar recoger munición de la francotiradora y


recargar. Mientras lo hacía contempló en sus dilatadas pupilas azules una simple
verdad, se parecía a Kylikki, una chica luchadora que alquilaba su arma al mejor
postor para ganarse un sitio aceptable en un mundo en el que la vida no era un
derecho si no un recurso. Ahora él estaba en el otro lado, matando a los runners a los
que una vez perteneció, a favor de las corporaciones que una vez detestó.

Movió la cabeza en negación desprendiéndose de sus inoportunas dudas, no era


momento de filosofar. Con el rifle cargado se desplazo en cuclillas a un flanco mejor
y disparó. Acorralados entre dos grupos, en medio de un llano con coberturas
endebles, solo duraron un cargador.

Carlos se intentó poner en contacto con Ulloa, entre tanto grito no había manera.
Llamo a Claudia.

–Tienen explosivos en los almacenes que detonaran en cuanto se marchen. Queda e


grupo de oficinas y el señuelos del almacén principal. Cual te corre más prisa.

–El almacén. En la oficina no hay nada comprometedor.

Carlos salió por el almacén de materias primas para rodear al grupo principal por el
exterior, al trote. Alcanzado al lateral exterior del mismo una bala atravesó la pared
en su dirección dejando tras de sí una estela de polvo y trocitos de pared volando. Se
cubrió de forma instintiva y paro tras una caja. Su cerebro pensó deprisa, un
observador exterior, estaba marcado. Reanudó la carrera cuan atleta olímpico, la
siguiente bala paso donde antes estuviese su cabeza, solo el movimiento impediría
que el tirador de dentro le alcanzase.

Corrió por el espacio entre la sucia pared gris y la alta verja de metal con alambra
espinado en su cima a la que convocaba a la KTM hacer un rodeo para acercarse
desde los muelles de carga. La pared crujía y las balas silbaban detrás de él. Al doblar
la esquina se fijo en un toro de carga y fue a refugiarse detrás. Como esperaba no se
habían molestado en cerrar la cortina del muelle por el que había entrado. Por remoto
hizo pasar su moto por ese agujero mientras las balas se incrustaban en la batería de
plomo del torito.
Una vez la KTM toco suelo fue corriendo a refugiarse detrás. Entrando de un salto al
almacén pues el hacker enemigo le ordeno bajarse a la cortina de metal que lo
cerraba.

Protegido por su moto ni intentaban darle, sabían que no tenían tanta perforación.
Gritó por radio al grupo frontal de Colombianos que le pasasen sus marcado del
enemigo pero ni caso. En frente solo tenía montones de mercancías en cajas sobre
palets retractiladas. Estaba demasiado lejos para ver anda y si salí de su escondite
moriría de un disparo.

Informó a Claudia de los oteadores en el exterior, antes de volver a intentar que sus
camaradas del otro lado le pasasen el marcado enemigo. A la segunda un tal Xtravón
contactó y le paso las marcas.

Todos estaban centrados en la puerta excepto uno en la esquina del fondo a su


izquierda que no dejaba de mirarle, tan quieto que parpadeaba por falta de
información. Carlos hizo moverse a la moto modificando su ángulo y disparó a los
enemigos a su derecha. Abatió a dos antes de que consiguieran desplazarse al otro
lado de la entrada.

Entonces escuchó una serie de pitidos rápidos a su derecha. Intentó saltar a la


contraria pero no podía ser más rápido que el detonador que hizo explotar cuatro
palets de cocaína cuya honda expansiva le hizo volar hacía el otro lado del almacén y
arrastró la moto por el suelo.

La esquina se lleno de polvo blanco. El oído derecho de carne le pitaba. Una alarma
de incendios sonaba. Una bala le alcanzó en el costado. Sintió como si se lo fuera a
arrancar de riñón a riñón. La bala había dado en superficie del blindaje siendo
desviada hacía el exterior llevándose con sigo parte del blindaje de su espalda en un
desgarro superficial que dolía horrores.

Cegado por le dolor y sin más opciones que cubrirse la cabeza hizo eso y enviar a su
moto por el pasillo que daba a la posición del francotirador a estamparse contra él.

En lo que la moto maniobraba una segunda bala alcanzó de pleno el torso a la altura
de los pulmones. La bala atravesó de lado a lado sin llegar a dar en su objetivo, el
corazón, eso sí le perforó ambos pulmones. La biomecánica se puso en marcha
impulsada por sus automatismos, los pulmones cerraron los bronquios de la zona
dañada como un barco que cierra esclusas ante una inundación y los nanobots
viajaron con toda su emergencia a las paredes de la aorta para formar un parche que
detuviese la hemorragia.
Estaba en el suelo siguiendo las recomendaciones de su neuroimplante de no moverse
cuando escucho el estruendo de una moto de cuatro toneladas estrellarse contra la
pared. Le siguieron gritos, muchos disparos y una refrescante lluvia interior que
apagó los fuegos.

Más gritos, esta vez de victoria y en un espacio de tiempo de flexible intervalo para
una consciencia en desvanecimiento una morena cara amiga ofreciéndole un
estimulante que negó con dos palabras –No. Corazón.

–Te llamo corazón. Te vio guapetón. –Se burlo alguien a lo lejos.

–Idiota. Dice que le han dado en el corazón. Si le meto un estimulante lo mato.

–Si le han dado en el corazón ya esta muerto. Métele una bala en la cabeza y ahórrale
el sufrimiento.

–Espérate gachón, ¿Este quién es? No me suena.

–Será de los de Claudia.

–Pues mejor dejalo no se vaya a enfadar luego la reina y te toque cargar con el
muerto.

–Lo siento compadre, le tocará morirse lentito.

Carlos les levanto el dedo gordo en señal de aprobación.

Le cogieron las armas de fuego y se fueron a apoyar a los de las oficinas.

Carlos se quedo allí tumbado un tiempo indefinible para su mente. En su ensoñación


noto gente pasar cerca, personas que no le prestaron atención. No conseguía
dormirse, no porque se esforzase en no hacerlo, si no porque el neuroimplante le
pitaba en el oído cada vez que estaba apunto de conciliar el sueño recordándole que
sus posibilidades de supervivencia eran mucho mayores si se mantenía despierto. Al
reto empezó a sentirse mejor. Según su implante craneal las nanobots habían detenido
la hemorragia y los pulmones funcionaban aun setenta por ciento de la capacidad.
Seguía recomendándole pedir una ambulancia, que no se moviera más de lo necesario
y consiguiera un transfusión de sangre. Carlos no se había percatado de ello hasta ese
momento a pesar de la insistencia.

Hizo caso de la recomendación, no tenía ninguna gana de moverse a pesar de lo duro


frío y húmedo del suelo. Le mando un escueto mensaje a Claudia explicandole su
situación y esperó a que llegara esa ambulancia o que explotara el almacén con el
dentro.
Tocaba ambulancia, o mejor dicho, el coche de alguien de la banda dispuesto a
llevarle hasta Montero con ayuda de unos amigos que lo despegaron del suelo y le
arrastraron al asiento de atrás.

Montero le dio tres opciones, ponerse chatarra para salir del paso. Cambiarse los
pulmones y parchearle la arteria. O cambiarle arterias y poulmones. Carlos tiro por lo
grande y se cambió hasta el corazón, las arterías bioplásticas generaban problemas en
las juntas con los corazones naturales. Tanto tiempo obligado a mantenerse despierto
para acabar durmiéndose en la clínica.

Tres días más tarde despertó en una camilla limpia vestido en bata de hospital al lado
de una probeta gigante rodeada de muchas máquinas electrónicas.

Montero no tardó en aparecer seguido de Claudia.

–¿Como te sientes?

–Raro todo yo. –su cuerpo se movía bien pero el tacto era extraño.

–No te preocupes en unos días ni te percatarás.

Claudia le dio un beso y el acarició el pelo con cariño aunque en su rostro había una
preocupación fría. Carlos le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

–¿Ha realizado conmigo algún experimento macabro? –preguntó señalando con la


cabeza el tubo.

–La operación de los vasos sanguíneos tiene que ser realizada por nanobots, para un
humano es imposible. Se ha tirado tres días haciendo de espécimen.

–Ya no me quedan venas humanas.

–Sí, de seguir así pronto no te quedara nada orgánico. Te he hehco la actualización


pertinente y te he renovado las existencias de nanobots de tu médula. Teniendo en
cuenta el desembolso te los dejo tan gratis como esta advertencia. Unas pocas
modificaciones más y empezaremos ha hablar de cyberpsicosis.

Le dejó con su novia tras lanzarle una de esas miradas paternales de advertencia.

Se besaron y acariciaron. Claudia estaba muy preocupada. Carlos le quito oxido al


asunto con sonrisas y bromas para tranquilizarla dejando a un lado su consciencia
sobre que esa vez le había faltado muy poco para no levantarse. Así era le campo de
batalla, podía haber ganado conflictos peores como un campeón pero solo se
necesitaba un acierto oportuno del tirador enemigo o la torpeza propia de no tener en
cuenta los explosivos para morir.
La escaramuza y derrota de los runners en la fábrica había provocado los cambios
oportunos en el entorno para empujar a Myers a hacer su parte. En realidad calificarlo
de victoria era ser generoso. Habían perdido el triple de hombres que los oponentes,
incluyendo las existencias estropeadas y herramientas dañadas, sumaban una
cuantiosa cantidad de perdidas. Sin embargo el laboratorio seguía en pie, los hackers
de CoMex habían desactivado los explosivos a tiempo. Razón por la que Myers ya no
podía demorarse más en su cometido y atacó a los Lupo con todo arrasando sus
apenas defendidas propiedades en lo que la policía llamó la pesadilla borg ya que
fueron ellos los que debieron contenerla. Una carnicería que dejo el asfalto repleto de
cuerpos.

Carlos y Claudia vieron aquello desde la distancia, en su mansión, disfrutando de una


bebida fría hasta que el cuerpo les pidió hacer algo más divertido que ver fábricas
enemigas arder y distantes tiroteos. A Claudia le parecía que su victoria debía ser
celebrada.

Como dijo el doctor Montero el tacto extrañó le aso desapercibido al poco tiempo,
como el que se acostumbra a llevar un collar o una pulsera. Lo que le dolió fue la
perdida de su moto. Quedo para el arrastre, Salvo del desguace algunas piezas como
las contramedidas o partes que le podrían servir de repuesto para reparar otra que se
quedaron haciendo bulto en su garaje. CoMex le abonó parte de las pérdidas como
hizo con todos los que lucharon contra los runners y hasta le devolvieron las armas
que sus compañeros le habían quitado creyéndolo muerto incluido el rifle de la
francotiradora que se añadiría al arsenal tras modificarlo con Oscar. Los muchachos
se disculparon, Carlos les perdono sin andarse con rodeos alegando que hicieron bien
al ser pragmáticos lo que le valió el reconocimiento entre los colombianos.

Los días siguientes se los pasaron de funeral en funeral siguiendo al tradición de que
el patrón acudiese a rendir respetos a la despedida de sus guerreros. Momentos de
cierto riesgo pues el crematorio no gozaba de una seguridad funcional. A pesar de ello
no hubo asaltos por parte de nadie, los Lupo estaban acabados y para la competencia
interna cometer un acto violento en un funeral no tenía perdón. Después todos
estaban preocupados por una posible traición de Myers lo que a Carlos le supuso un
tiempo de relajación, pues el no creía que eso fuese a suceder, que ocupó en realizar
el postergado curso de hackeo para novatos o como utilizar bien ciertas aplicaciones
ilegales en el neuroimplante.

En las calles del distrito quince las cosas transcurrían de otra manera. Ciegos de
drogas los borgs adquirieron una agresividad feroz y tanto el ejército como la policía
vieron como su idílica desocupación en paz se transformaba en un infierno que les
dio a los obreros tiempo de sobra para terminar las nuevas sedes borg a las que se
trasladaron en cuanto estas finalizaron. Momento en el que los conflictos
disminuyeron y los soldados consiguieron avanzar a un ritmo razonable en vez de
pasarse días bañándose en sangre por cada calle.
Al terminar la operación las listas de bajas variaban hasta lo absurdo entre el
gobierno y la prensa, para unos eran aceptables, para otros una carnicería propia de
una guerra civil. McKenzie se quedó cojo de una pierna cubriendo la zona en
conflicto y Oscar obtuvo beneficios extra gracias al temor ciudadano y la necesidad
de munición, incluso hizo una donación a la policía que de seguro le valdría su afecto
y unas revisiones más distendidas. No fue el único, los anuncios locales poniendo a la
policía como los defensores de la civilización ante los borgs dieron unos resultados
positivos en una contienda que se alargaba más de lo que el alcalde se podía permitir.
Mensajes ocultos

Tras tres años y muchas balas el distrito quince quedo libre y listo para su
recalificación como terreno industrial y las obras pudieron comenzar.

Tras hablarlo con Claudia Carlos dejó su empleo de guardaespaldas y se enroló en los
proyectos de construcción del distrito como ingeniero auxiliar para aprovechar la
oportunidad de añadir la construcción de algunas de las fábricas más complejas
proyectadas para la expansión a su curriculum. Se dio cuenta de lo mucho que había
triunfado los Lupo con la legalización de las drogas, en los cubos de basura no
faltaban los botes de los inhaladores de slo-mow diluido usados por los albañiles.

Fue en ese año cuando se estrenó el largometraje “Cyberpsicosis. La doctora perdida”


parte de una secuela centrada en los borg dementes un tanto trillada pero que
continuaba sus andaduras gracias a su legión de fans. Esa era la quinta parte, nacida
de la experiencia de Carlos en la Dvalin. Un año antes y tendría que haberle dado
explicaciones a Myers. A la que si que se las tuvo que dar fue Claudia. El
protagonista y la enfermera, mucho más guapos, ya a mitad de la película estaban
comiéndose a besos el uno la otro como los condenados a muerte que en teoría eran,
lo peor era que el papel de Clara lo interpretaba Zenobia, la cual habría conseguido el
puesto tirando de familiaridad con el contenido de la obra. Para Claudia era toda una
declaración universal.

–Claudia. Entiendo que no te guste. Mejor la dejamos y buscamos otra película. –


Habían pausado la película y encendido las luces del dormitorio en donde con la
cama inclinada y unas plataformas laterales sobre ellos se atiborraban a palomitas y
nachos mientras la veían. Así si la película resultaba ser mala al menos cenarían bien.

–¡No es que sea un royo de película para adolescentes! ¡Es...! ¡¿Por qué tiene que ser
ella tú novia!? –Señaló a la pausada Zenobia de la gran pantalla en la pared del otro
lado tras apartar la plataforma con tal agresividad que la lata de cerveza se derramó
en el suelo sobre la blanca y peluda alfombra bajo la cama.

–No es mi novia. Es Zenobia en el papel de Clara, y ese es Luis Fassbender haciendo


cosas que yo no hice.

–¡Sabes a lo que me refiero!

–Para ti es como si declarase a la humanidad que soy su novio. Pero la humanidad no


tiene ni idea de que una vez estuvimos juntos. Ni se cree que la historia sea real.

–¡Seguro que oculta el secreto! ¡Estará deseando que la pregunten! ¡No, seguro que
ya lo ha contado! –El tono había do elevandose y ya alcanzaba el rango de grito
desquiciado.
–¿Y que si lo hace? ¿Va a cambiar eso el presente? –Carlos retiró la plataforma con
cuidado y salió de entre las sábanas.

–¡Podría hacerlo!

–¿Como?

–¡Insistiendo para que vuelvas con ella! ¡También es un mensaje para ti!

–La respuesta es no. Ya esta, así de fácil.

–¡Por ahora! –Se calmó un poco.

Carlos rodeo la cama y la cogió con los brazos, con delicadeza, como si quemara. –
¿Vamos a pelearnos por algo que ha hecho otra persona?

–No estoy enfadada contigo ¡Es ella la que me enfada!

–Pero me estas gritando a mi.

–Lo siento. –Agacho la cabeza.

Carlos la abrazó rodeándola con los brazos por la espalda. –Claudia eres muy
insegura. Quiero protegerte ¿Vale? No me muerdas mientras lo intento.

–Perdona. –Parecía una niña aguantando el chaparrón tras haber sido pillada en plena
travesura.

–¿Te puedo decir algo sin que te cabrees?

–Sí.

–Sea solo un papel o lleve un mensaje oculto a mi no me molesta. Para mi es solo una
peli para entretener, no me afecta porque no dejo que lo haga. Lo que si me preocupa
es como te has puesto por algo que ni tan siquiera es real.

–Si que fue real. Estuvisteis juntos.

–¿Y que? ¿Crees que voy a salir corriendo a sus brazos porque lo exprese al público o
me lo recuerde?

–No. –Se dio la vuelta. –Pero si insiste mucho puede hacer que te replantees con
quién quedarte.
–No voy a tener una relación romántica con quién me insista, si no con quién me
quiera y me cuide.

–Yo te cuido.

–¿Entonces de donde viene tanta inseguridad? Todos esos gritos repentinos.

–De que me cabrea que insista. Eres mio.

–Soy de mi mismo al igual que tú eres de ti misma. Nos compartimos porque


queremos hacerlo ¿O solo me vas a amar si me posees?

–Yo quiero poseerte, y que tú me poseas a mi. –Se acurruco entre sus brazos.

–¿Como te lo enseño? –susurró.

Carlos debió disfrutar de la película por su cuenta en soledad. No tenía nada que ver
con la realidad, Mariano era su amigo de la infancia, la capitán Ndiaye era su novia
traidora, muy mala, pero no tanto como en la realidad, la doctora Qián no daba ni la
mitad de miedo y su locura de debía a su fascinación por los implantes en vez de a un
virus informático. Se habían quedado con la esencia de la historia, el resto era una
sucesión de licencias narrativas sensacionalistas. Al menos a los adolescentes del
mundo les gusto lo suficiente como para que Celine y Carlos se llevasen un pellizco.

Entre esos adolescentes se incluía Teressa, a la que con trece años la idea de que su
tío se hubiese enfrentado a la muerte en vez de asustarla la fascinaba y procuró que
verificase que él era el Carlos del barato film a sus amigas, lo que la ponía en lo más
alto por una semana del top de chicas populares del instituto al que acababa de
acceder, lo que para ella era tan importante como respirar.

Ese fue otro frente bélico. Concienciar a la joven Teressa en el momento en que
menos caso les hacía sobre los peligros de la vida, las prioridades y las consecuencias
de sus decisiones. Entre Oscar y Carlos la podían preparar de sobra contra las
amenazas que suponían las armas y las drogas pero ninguno sabía por donde empezar
respecto a los chicos y la inminente menstruación. Sobre la mesa del Kleinmann en
donde Oscar y Carlos se reunían se desarrollaron auténticas tácticas sobre como
abordar el tema de la sexualidad que acabaron por dejar en manos de la abuela,
admitiendo por anticipado una bochornosa derrota.
La abuela quedó satisfecha con un resultado que quedo entre ellas. En cambio por su
parte Teressa no parecía escucharles, debieron ponerse pesados solo para conseguir
una vaga afirmación de consentimiento sin garantías. Y es que la pequeña había
crecido hasta un punto en que toda la información que no fuera noticia de última hora
le sonaba trillada y la aburría. Vivía entusiasmada con los mensajes de su comunidad
adolescente de estudiantes con curiosidad por lo prohibido y transgresor que ponían
en duda los mismísimos cimientos de la civilización. Quería vivir al límite, explorar
más allá, catar cada golosina, exprimir las experiencias más apasionadas. Teniéndose
a si mismos como referencias, un huérfano que acabo en el ejercito luchando en
guerras de corpos y otro un sin techo matando gente por dinero como punketa de
barrio bajo, temían por las consecuencias que la pequeña no percibía.

Querían confiar en ella pero con la apuesta tan alta y las facilidades que su vida
anterior les ofrecía rastrearla era una tentación poderosa. Entre otras cosas porque en
su paternalismo no temían que vendiese su vida por dinero como hicieron ellos, al fin
y al cabo no era un pobretona de barrio obrero marginal si no que acabase siendo
víctima de la gente que sí lo hacía.

Los padres normales instalaban un programa de seguimiento en el móvil de sus hijos,


a los catorce ya sabían como reprogramarlo o se compraban otro y dejaban ese donde
se suponía que debían estar, había ropa más cara en una tienda normal. Ellos tiraron
de pegatinas, chips de seguimiento de baja frecuencia que se adherían a la etiqueta de
la ropa y se alimentaban del calor corporal que marcaría su posición a un grupo de
drones automatizados que se irían turnando en sus labores cuyo base de operaciones
debieron instalar en la terraza del piso de Carlos.

Por el momento solo era una niña alegre un tanto rebelde integrada en su grupo de
amiguitas asalvajadas disfrutando de inocentes travesuras, primeros besos y chillonas
reuniones.

Apenas la afectó que Oscar encontrase una pareja estable. Una despistada cuarentona
con ganas de fiesta con la que tenía una cita romántica y noche caliente cada dos
semanas. La flaca se hacía llamar Natasha, nombre tan falso como su cuerpo operado,
agradable y efímera al trato, era como un espíritu súcubo que aparecía de la nada
después del ocaso raptaba a Oscar hasta el amanecer siguiente. Carlos atribuyó tal
conducta vampírica a la crisis de los cuarenta. Tenía diez años menos que Oscar pero
a esas edades eso implicaba lo mismo que decir que media cinco centímetros menos,
se arreglaba con un tacón alto.

Una vez en el Kleinmann, estando ya algo desinhibidos, le preguntó si con eso estaba
bien para él. –Es decir. Te has pasado mucho tiempo saliendo con muchas mujeres
distintas con la idea de darla un madre a Teressa y esta desde luego no parece que
vaya a serlo.
–No. Yo también pienso que esta casada con otro. Supongo que me he rendido. Sobre
todo porque ¿Que sentido tendría ahora una madre? Esta a cuatro días de ser mayor
de edad.

–Dicen que la adolescencia es al etapa más complicada. Al menos para mi lo fue.

–¿Tú crees que la mujer con la que me casase ahora se iba a preocupar como es
debido de ayudarla con eso? ¿De cargar con una adolescente que no es de su sangre?

–Bueno, ellas dicen que al contrario que nosotros, que las queremos sin extrenar, si se
adaptan a esas cosas, que si intentar reconstruir la casa con los ladrillos de la anterior.

–Del dicho la hecho hay mucho trecho. A mi me da que es al revés. Que lo que esa
gran mujer tan perfecta como se creen todas haría sería discutir mucho, llamarlo
educación y presionar a Teressa para que se fuera cuanto antes. Eso sí, todo dentro de
una segura ambigüedad obtenida a base de sutilidad femenina para que nadie pueda
culparla de sus actos.

–Tienes una opinión nefasta de las mujeres.

–¡Pues claro! ¡Solo me han maltratado durante toda mi vida! No con la mano claro,
las mujeres maltratan con la lengua y el comportamiento, donde tienen ventaja,
denigrando la mano aunque no duela ni la mitad para evitarse las represalias donde
perderían. Es una cuestión táctica no de justicia. ¿Lo que yo no entiendo es como tú,
que también te las han hecho pasar canutas, no te das cuenta?

–No es que no me de cuenta. Creo que los instintos de ellas son diferentes, las hacen
independientes, lo que conlleva ser egoista y por lo tanto menos fiables. Como en el
caso de los hombres están la mayoría, que se dejan llevar y son una zorras, luego
están las que luchan contra ellos y son mejores.

–Vamos, que por naturaleza son desleales.

–Igual que por naturaleza nosotros somos agresivos.

–Solo que la mayoría de nosotros intenta no matar al prójimo en cuanto le da un


arranque mientras que ellas ni se plantean no apuñalarte cuando las conviene.

–Oscar ve entrenando esa empatía. Tienes una hija.

–A mi me da igual que Teressa sea una zorra sin corazón mientras triunfe y sea feliz.

–No se yo si una zorra sin corazón podría ser feliz.

–¿Lo dices por algún caso en espacial? –dijo con rintintín.


–No te pases de listo. Claudia tendrá sus problemas pero es buena mujer y me es leal.

–Claro. Porque esta loca de remate y cree que el universo implosionará si te mueres.

–Pues sí, depende demasiado de mi por culpa de su trauma personal ¿¡Pero sabes que
te digo!? Que prefiero a las locas, al menos ellas tienen claro lo que quieren y en este
mundo de personas rotas los dementes son los únicos que pueden ser buena gente y
sobrevivir al intento.

–Hasta que se les olvide que lo estaban intentando. –farfulló.

–No se les olvida, no pueden olvidarlo.

–Me quedare con mi comodín de cada dos semanas. Sin trampa ni cartón. Simple, sin
mentiras, cada uno sabemos lo que queremos, lo obtenemos y nos volvemos a casa.

–Sin trampa ni cartón. –repitió burlándose. –Que no mires que hay dentro de la caja
no implica que este vacía o llena, solo que no sabes que contiene. Hasta podría estar
llena y vacía a la vez.

–¡Me da igual si la gata esta viva o muerta! ¡Si vive seguiré follándomela y si muere
me buscare otra! –dijo ya cansado de tanta filosofía de barra.

Carlos se rio a carcajadas, intentando hablar entre ellas dijo. –No se que opinaría
Schrödinger de lo que le estas haciendo a su gata.

–Que no la hubiera metido en la puta caja para empezar. –Comenzó a reírse el


también.
Secretos de familia

Al año siguiente Carlos no paraba de trabajar. Se le juntó la obra con la finalización


de la nueva sede de CoMex. El rascacielos que con mucho humor o falta de ideas
bautizaron Escobar los arquitectos. Carlos participaba del diseño del sistema de
seguridad junto a Maltés, Galíndo y Ulloa a parte del especialista Carrillo, mujer con
mucha experiencia en el tema, contratada como asesora por decisión de una junta que
no se fiaba del todo de Claudia y que estaban ansiosos por trasladarse y funcionar sin
hacer caso a las recomendaciones del equipo de seguridad.

Carlos no era el único pluriempleado, ese el estado de media ciudad. Las obras de los
últimos años habían enriquecido a una parte de la población que deseaba mejorar sus
vidas trasladándose a los inexistentes barrios mejores, lo que llevó a una
reorganizacón de la ciudad. Para evitar que la franja se ocupara con viviendas lo
declararon parque tecnológico y aumentaron la cobertura policial de los barrios ocho
y doce para convertirlos en lugares apropiados para las exigencias de la ciudadanía en
donde se iniciaron proyectos urbanísticos que reemplazarían edificios mediocres por
nuevas construcciones de mayor capacidad y calidad. La estrategias económicas
consumistas basadas en el ladrillo habían demostrado ser un fracaso desde tiempos
inmemoriales pero eran una táctica de rebote oportuna para una nueva alcaldesa que
pretendía colgarse la medalla por los beneficios de los decretos del anterior, derrotado
en las elecciones por culpa del conflicto borg y el cierre de la estación de esquí,
envolviendo los obras del distrito quince con las del doce y ocho como si fuera un
regalo de su parte a la ciudad. A eso se sumaba la progresiva expansión del distrito
corporativo al de artesanos y de este al cuatro que quedaba encerrado por los
espaciopuertos comerciales. Con el tiempo el cúmulo norte de pequeños distritos
antiguos entre los espaciopuertos y la universidad sería todo territorio corporativo.

CoMex por su parte pronto terminaría los tres laboratorios programados en el quince
y construiría campos en la periferia para abastecerlos. La gente con riqueza no solo
mejoraba su dieta alimenticia.

Un día de los que salia del trabajo. Un empleo holgado, cálculos sobre el papel,
supervisar, ordenar, el resto era cosa de los albañiles, soldadores, fontaneros,
electricistas y otros profesionales, se encontró un vehículo negro a la salida con
aquel hombre que hacía tanto tiempo le invitase a bebidas a mil créditos la lata.

–Mi mamá me enseñó a no subirme a autos de extraños.

–Solo queremos hablar, le garantizamos su seguridad.

–No se imagina la cantidad que ha muerto tras escuchar esas palabras.

–En ese caso tendremos que seguirle e insistir.


–Pueden intentarlo ¿Ya le ha plantado un rastreador a mi moto? ¿A que es bonita?

–Nuestra única pretensión es hablar.

–Pues llame a los coristas y empiece. –Se puso en camino a la Duca-zuki. El agente
misterioso de mirada penetrante y cejas espesas que destacaban por la pulida clava le
siguió.

–El de ingeniero es un buen trabajo, cómodo y bien pagado. Usted tiene una extraña
forma de alternar empleos.

–Hago lo que puedo por no aburrirme.

–Si su economía no anda tan boyante podríamos darle un empujón.

–¿Que quieren ahora señor del Monzón?

–Lo mismo de antes.

–¿No se le ha caducado el caso?

–A nuestro fundador no se le olvida la afrenta, no suele recibir ese tipo de ataques


contra su persona.

–Será el único de su mundo que no los reciba.

–Somos pacientes, nada más.

–Ya sabe que no voy a contarle nada al respecto. Lo poco que sabía ya se lo dije.

–Si habla se evitará las iras del señor Sáez. Por otra parte a lo mejor a sus actuales
jefes no les gustaría su pasado.

–¿Por eso el teatrillo? Corra a decirle que pude haber sido runner. Ahora andan faltos
de personal, sobre todo del cualificado, creo que les importará menos que los
sandwiches tóxicos de la máquina expendedora. A lo mejor la mitad de la plantilla fue
algo peor y le importa lo mismo. Puede que solo sea una sorpresa para usted.

–Al menos la opinión del señor Sáez si la respeta.

–Sí, un hombre poderoso. Si ha llegado hasta esa posición es porque es astuto. Lo


suficiente como para enviar investigadores para descubrir la verdad en vez de dar
palos de ciego. Por eso esta aquí y por eso no va a hacer nada hasta que no tenga
pruebas.
–Pruebas que conseguirá tarde o temprano.

–Por ahora ya va tarde, mucho, ambos sabemos lo que eso significa.

–Monzón tiene el ejército de drones más grande del universo conocido, una acusación
por alterar inteligencias artificiales es una de las pocas cosas que podría destruirle.
No lo olvidará.

–Ya, Pinocho vuelve a la carga. No se cuantas veces habré visto la misma película
con diferentes robots ¿Se imagina a los drones queriendo ser pajaritos de verdad?
¿Juzgando a la cruel humanidad por no haberles dado plumas? ¿Que iban a hacer?
¿Obligarnos a ir a recoger nuestras compras a la tienda?

–Al consejo de corporaciones no le parece tan gracioso.

–Ellos tienen un problema psicológico que les impide reírse. Demasiadas muertes en
la cuenta. –Alcanzada la moto Carlos se puso a quitarle rastreadores. El señor de
Monzón le señaló donde había ocultado uno de ellos. –Esto era del todo innecesario,
pueden seguirme con un dron o vía satélite ¡Que demonios! llevaran un tiempo
haciéndolo sin conseguir nada en absoluto.

El hombre se masajeó la frente. –Le seré franco. Speer le acusa usted y usted a él. Ni
Sáez le presta ya atención al asunto, pero tampoco lo cierra, razón por la que tendré
que volver a molestarlo cada par de años. Deme algo por donde tirar y libresé de mi,
a cambio borraré sus datos de nuestra base de datos. Ya sabemos hasta con quién sale
su sobrina.

–Yo nunca acusé a Speer, si no a Mendel.

–Lo mismo da.

–No doy nada a cambio de promesas señor de Monzón. Lo que si soy muy capaz es
de joder por una tarde todos sus pajaritos y hacer que esa información que no
deberían tener les salga cara.

–Eso sería un delito tachable de terrorismo.

–El que acaba de confesar es espionaje privado, teniendo en cuenta que como ya sabe
trabajo en la seguridad de CoMex, de industrial también.

–Lo mismo a ellos tampoco les gusta su complicidad con el crimen cometido contra
Sáez.

Dejo de buscar y se dio la vuelta enfrentándole de cara a la que adoptaba una postura
cómoda apoyando la espalda en su moto. –Vaya y pregunte.
–No quiero desaparecer. Gracias. –Suspiró. –Estos empates no ayudan a nadie.

–Dios nos de diez años de guerra y ninguno de batalla. No se queje, le están pagando
por pasearse en un coche bonito.

–Hasta que decidan que mi falta de resultados se merece un despido y me tenga que
poner agresivo. No es una amenaza. –Se adelantó. –Es una realidad. Para que eso no
pase tengo que darles algo.

–El tipo del robot ¿Que contó?

–Por lo visto estaba demasiado ocupado evitando que lo matara el cacharro o Mendel
como para acordarse de algo más que de un acento fingido.

–¿Le atacó el robot, su propio robot?

–Los inevitables efectos de la liberación de una IA.

–¿Se ha parado a pensar que si un runner tuviese que entregar con vida a una persona
no programaría un robot para asesinarla?

–Sí, es otra de las muchas preguntas sin respuesta.

–No me extraña que no saquen adelante la investigación. Parece que alguien


aprovechó el caos para sacar tajada. Los oportunistas siempre son los peores
¿Verdad?

–Eso no me aporta nada señor Nuñez.

Carlos se subió a la moto. –Lo siento, como ve tengo mucho trabajo, esta vez no
estoy disponible. –Dicho esto se marchó.

Monzón era una mosca que apenas zumbaba en comparación con la que se les vino
encima al año siguiente. Gracias a los drones habían visto de primera mano la deriva
de Teressa de niña sana normal a abusona que junto a su pandilla intimidaba a las
chiquillas tímidas y acaparaba al atención de chicos populares de cursos mayores.
Justo hacía donde no querían que fuera. Temían que tales compañías y tendencia por
arriesgarse en pos de demostrar su valentía frente a su pandilla le llevase a tomar el
tipo de costumbres que podrían desgraciarla la vida.

Tras una discusión con Oscar que le dejó descolocado por haberla grabado tomando
slo-mow Carlos la llevo de excursión como cuando era niña, el destino fue el edificio
en donde viese a Jenifer y Jorge por última vez.
–¿¡Que hacemos en este agujero de mierda!?

–Tengo un par de conocidos aquí.

–¿¡Es necesario que yo también los conozca!?

–Por lo visto sí.

–Os coalicionáis como masones.

–Yo me críe cerca de aquí. Creo que por eso para mi fue más fácil no enredarme con
la droga, vi a muchos de estos desgraciados morirse lentamente en los callejones
como para querer unirme a ellos. Aunque la mitad de mi barrio acabó así. No se si es
una buena idea.

–¡No lo es! Ya te lo digo yo.

En la esquina de Jenifer no encontró a nadie. Le preguntó a la chica de al lado donde


estaba. No conocía a ninguna Jenifer pero por un billete el indicó en que cuarto
oscuros se encontraba la dueña de esa esquina.

Entraron a él, encontrando a una mujer despatarrada sobre un colchón, con un


pantalón minúsculo y las bragas arrugados en su tobillo derecho, soportando a un
hombre obeso que la doblaba en masa corporal con los pantalones y calzoncillos a la
altura de las rodillas que la fornicaba de una forma animal.

–¿¡Que mierda!? –gritó el hombre.

Antes de que se recompusiera Carlos saco su arma rápido como un relámpago lo


apuntó y le dijo. –Siga follando.

El hombre de cara redonda y bigote tieso quedó asustado, con las manos arriba,
añadiendo sudor al sudor a las que les miraba sorprendido. –No soy quién busca...

–Siga follando. –Le volvió a interrumpir. –dudando y con mucho menos brío volvió a
la faena.

Por le rostro Teressa estaba a punto de vomitar. Carlos se acercó a la cabecera del
sucio colchón donde asomaba la cabeza de una mujer de nariz muy fina ojos tristes
con demasiado maquillaje purpura y un pelo lacio hasta los hombros teñido de rojo
por el que asomaban oscuras raíces.

–Imagino que los muelles del colchón te tiene que estar dando bastante sufrimiento
hay abajo. –Carlos empleo un tono amable y relajado en comparación con el
autoritario con el que les había obligado a continuar.
–Pues sí. –Ella también estaba asustada, pero no mucho, su voz no temblaba.

–¿Este hombre te resulta atractivo?

–No. –dijo con triste conformismo.

–¿Por qué haces esto?

–¡Ya se por qué lo hace! –dijo en tono alto Teressa enfadada.

–¡Escucha! –Rara vez había gritado a Teressa lo que la hacía susceptible a tales
formas.

–Para pagarme la droga.

–¿Tienes hijos?

–Solo uno, peor no lo cuido, no sería una buena madre. Se lo entregué a mi madre.

–Esta es mi sobrina. Me gustaría que le contases como acabastes en esto, te pagare.

La mujer asintió.

–¿Podría ser después de que termine? –preguntó el hombre con prendas de albañil.

Carlos se lo pensó un poco y accedió. Luego hizo que Teressa escuchase las historias
de tres mujeres de allí, en ese mismo cuarto que apestaba a esperma y mugre en
donde se podían encontrar inhaladores y jeringas cada medio metro sentada en una
silla cuya sola presencia provocaba tétanos. A la salida el cabreo se la había disipado
ahogado por las oleadas de asco.

De camino a la moto intento finiquitar la lección. –¿Has oído? Empezaron como tú.
Ya sé que no te tienes porque convertir en una adicta por haber probado por
curiosidad una tarde como también sé que e ofreceran más en la próxima fiesta y
dirás que sí como una idiota para no quedar mal delante de tus amigos, por miedo a
que te rechacen, a convertirte en una segundona al no ser valiente y arrojada. ¿De
veras crees que la opinión de unas personas que te infravalorarían por no hacer lo que
ellas quieren merece la pena el riesgo de acabar aquí?

–No.

–Espero que eso sea lo que les respondas a cualquiera que use la presión social para
cambiar tu conducta. Ya sea sobre la droga, el sexo, la filosofía y cualquier tema. Es
de débiles e idiotas sucumbir a cualquier tipo de presión social.
–¿Cualquiera?

–Sí. Puedes estar de a cuerdo con una causa pero no dejes que eso te defina. Personas
buenas han cometido errores terribles al dejar que una causa en principio acertada les
cegara. Mirate un libro de historia, la religión se invento para fomentar la convivencia
ordenada y justa y acabo provocando guerras terribles, las filosofías políticas que
buscaban un reparto justo y eficiente de la riqueza fueron la causa de guerras peores,
incluso revoluciones como la francesa o la feminista acabaron tergiversándose, una
volvió al imperialismo monárquico y la otra al abuso entre géneros.

–Pero eso ya no se da.

–Las corporaciones no lo permiten. Nadie tiene el poder para enfrentarlas. Tampocó


es bueno, la humanidad a quedado estancada a nivel filosófico por su culpa.

–¿No es mejor eso que las guerras?

–No estaría tan seguro. Además sigue habiendo batallas por lo que lo mismo no ha
cambiado tanto. Un intento un tanto burdo de cambiar de tema.

–El anterior ya me quedó claro. –dijo tajante pero insegura.

–Esta bien que te desagrade. Esto ha sido un tanto ortodoxo pero si el trauma te
mantiene lejos de sitios como este a mi me vale.

–Dijistes que conocías a gente aquí. Es mentira ¿No?

Se paro delante de la moto en un aparcamiento público con más basura que autos.
–No. Yo también abuse de gente cuando era joven, a mi manera, fui camello.
Acabaron aquí por mi culpa. Ya no están, supongo que morirían hace años. De aquí
solo se sale muerto.

–¿Como que tú también? –dijo a la que esperaba que Carlos se posicionara.

–No me gusta que humilles a las chicas que son más débiles. Es de cobardes.

–Yo no... ¡Me espiáis!

–Sube. –Carlos le indico con la cabeza el asiento de atrás. Ella se encaramó con el
ceño fruncido. –Claro que te espiamos. Te queremos mucho como para no vigilarte,
por malo que eso sea.

–Podíais haber confiado en mi. –había dolor en su voz.


–En un principio temíamos más lo que otros te pudieran hacer. Seguimos haciéndolo.
No te das cuenta pero eres una preciosa niña bonita e ingenua en un mundo plagado
de trampas y ogros. No es que quiera que tengas miedo, es que nosotros no podemos
evitar tenerlo.

–Eso ni me tranquiliza ni cambia el hecho de que no confiarais en mi.

–Sabemos que es inevitable que hagas ciertas cosas. Todos las hacemos. Lo siento,
pero queríamos estar hay cuando pasara.

–¿Vais a seguir espiándome?

Carlos empezó a pensarse cada frase. –Todo lo que podamos. Por mucho que crezcas
siempre seras para nosotros la pequeña Teressita. Siempre intentaremos protegerte.

–Claro, tú no sabes lo que se siente ya que tus padres nunca te espiaron.

–No. Me creen muerto y ni se molestaron en buscar el cadáver.

–Pues es muy duro que no confié en ti tu propia familia.

–Confiamos en ti.

–¡Mentira!

–Saber que eres humana y que cometerás errores no es desconfiar.

–Si lo es pensar que en vez de llamaros me dejare arrastrar como una tonta.

–Te has dejado arrastrar y no nos has llamado Teressa.

–¡Solo fue una vez! ¡Por probar! ¿Que clase de persona no tiene curiosidad?

–¿No ves como vas a cometer errores? Me tire por el acantilado solo una vez, por
probar como se sentía mi cráneo espanzurrado contra el suelo. –dijo forzando un
timbre agudo.

–¡No es lo mismo!

–¡Lo es! ¡Solo que no te das cuenta porque te crees las estupideces que te dicen tus
amigos! ¡Las mismas con las que yo enganche a las personas que murieron en ese
edificio para quedarme con sus créditos! ¿¡Quieres que volvamos!?

Teressa no contestó.
–Te voy a decir una cosa sobre esa confianza que reclamas. No se nace con ella, no es
un derecho. Hay que ganársela, cuesta mucho conseguirla y muy poco perderla y sin
ella eres un cero a la izquierda con quién nadie quiere hacer negocios o darte
responsabilidades. La fama puede parecerte un buen sustituto pero no lo es, esta
basada en mentiras y como estas desaparece en el peor momento. Así que deja de
preocuparte de tonterías y empieza a fijarte en lo que es importante. Eso es lo que te
convierte en una adulta. No hacer cosas atrevidas, follar, tener edad, trabajo, dinero,
casa, o pagar facturas.

–¿Cuando me fije en lo que vosotros creéis importante podré ser libre? –soltó con
cinismo.

–Nadie es libre nunca.

–Prisionera si que se puede ser.

–Ni eso. Los esclavos se liberan. Ahora mismo estas tocando un ejemplo. Tu padre y
yo no podemos evitar que mañana te mates de sobredosis en un alarde de “libertad” si
es lo que quieres.

–Lo que quiero es que me dejéis en paz. –farfulló.

–A ver si te crees que a mi me ha encantado la visita.

–¡Pues habertela ahorrado!

–Hacemos lo mejor que se nos ocurre Teressa. –dijo con tono reflexivo.

–Para haber leído tanto te falta imaginación.

Se hizo un silencio que permitió a los ruidos de la ciudad dominar la cabina hasta que
Teressa volvió a la carga. –¿Con mamá también hicistéis lo mejor que se os ocurrió?

–Sí, y nos salió como el culo. Por eso contigo estamos paranoicos.

–¿Hicisteis algo por ella? –dijo con insidia.

Carlos no la respondió. Lo que le valió un meneo y un grito –¿Que si hicisteis algo


por ella?

–Lo intentamos Teressa. Lo intentamos. Mejor preguntale a Oscar.

–El nunca me cuenta nada.

–Le partió el corazón ¿Que esperas?


–Que me lo cuentes tú.

–No, eso es algo que te tiene que contar él.

Teressa emitió una exclamación desesperada.

La temporada continuó por los mismo derroteros, las discusiones se sucedían, Oscar
tenía peleas con Teressa cada poco tiempo y a Carlos le acosaba con preguntas
complejas cuando intentaba aleccionarla.

Que supieran no volvió a probar más droga que el cannabis de forma ocasional
aunque el resto de sus conductas poco éticas en vez de menguar se acentuaron. No
tardo en usar un imán potente para destruir las pegatinas por lo que Oscar pidió ayuda
a Carlos para vigilar las comunicaciones de su hija. Carlos se negó a espiar sus
comunicaciones por considerarlo excesivo a pesar de que Oscar notase que se la
escapaba. Se debió conformar con el uso del navegador de internet y las redes
sociales.

Les conmocionó ver a Teressa desnuda tras tanto tiempo pero tampoco se
escandalizaron. El contenido no pasaba de erótico y ellos tampoco eran los terrícolas
puritanos que se asustaban al ver un pezón. Era normal que las chicas de su edad
mostraran su cuerpo en sus comunidades virtuales como una forma de expresar su
madurez sexual. Soy bonita, estoy formada y busco pareja. Lo cual tampoco impidió
la típica charla concienciadora tan mal recibida como las anteriores.

A Carlos le resultó más preocupante su falta de empatía hacia las personas que
sufrían algún tipo de sufrimiento. Su comunidad se pasaban entre ellos vídeos
cargados de violencia o agonía de desconocidos y se reían del suceso o de las
víctimas en vez apenarse o condenar a los agresores.

En una tarde en que la tocaba vigilar que hiciera los deberes antes de irse a pasar la
tarde con sus amigas Carlos se la acercó y la paso un vídeo de una paliza a un chaval
a manos de un grupo de cuatro rodeado de espectadores afanados en grabarlo todo
entre risas. No era el peor de los que tenía, algunos eran puro gore, solo el último de
los recibidos. –¿Esto te parece divertido?

–Bueno es cruel pero hay cosas graciosas. –Lo dijo con un tono serio de escusa,
frunciendo el ceño ante la obvia lección inminente, una respuesta muy diferente a los
alegres símbolos de risas con los que respondió a sus amigos.

–¿Cuales?

–Bueno le chico es raro. No se defiende.

–¿Como se va a defender? Son cuatro contra uno.


–Podría intentarlo al menos.

–A lo mejor esta aterrado. A mi me parece aterrado.

–¿Y que? Si no se defiende le van a dar de lo lindo.

–Vamos al gimnasio. –La volteó la tableta.

–¡Me vas a pegar!

–Parece que te gusta. Veamos que tal respondes tú ante una situación similar. A ver si
eres tan dura como te parece que debería ser ese chico.

–¡No me lo puedo creer! ¡Eso es maltrato!

–Esto también. –Señaló el móvil.

Teressa no erspondió

–Sube.

–No.

–¡Que subas! –la gritó con tanta fuerza que se extremeció la niña.

–No quiero. –Soyozó.

Carlos la agarró del brazo haciéndola una llave y la arrastró entre gritos y súplicas
hasta la planta. Teressa se intentaba resistir sin éxito, la diferencia de fuerza era
incomparable. Rogó lloró y suplicó pero acabo de igual manera en el gimnasio.

–¿¡Sabes la de veces que yo me he visto en esa situación!? –La tronaba a la


adolescente aterrada en el suelo. –¡La de veces que he recibido una paliza como esa!
¡O las veces que he acabado muriéndome en el puto suelo en un combate! ¿¡Te habría
gustado grabarlo!? ¿¡Le habrías puesto emoticonos sonrientes a mi muerte!? ¡Te
parecería divertido estar agonizando en el suelo y que los imbéciles de tus amigos se
dedicasen a grabarlo y reírse en vez de llamar a una puta ambulancia! ¿¡Te gustaría!?

–No. –dijo en voz baja.

–¿¡Que has dicho!? ¿¡LoL menudo idiota!?

–No.

–¡No te oigo!
–Que no querría que me pasara.

–¿¡Pero a mi sí no!? ¡Levantate valiente! ¡Que coño haces en el suelo aún no te he


pegado!

–No me pegues.

Carlos bajo el tono poro no la histeria. –Es verdad. Que tonto soy, se me olvidaba
grabar. –Carlos puso la grabadora de su neuroimplante.

–Bienvenidos a esta clase de defensa personal. Aquí tenemos a Teressa la valiente que
no entiende como no se defienden el resto demostrándonos si pulida técnica de
hacerse un ovillo en el suelo y llorar. Bueno Teressa, es verdad que tú vientre y
cabeza están protegidos pero no parece que vayas a poder responder a ningún golpe
así ¿Tienes algún movimiento especial que quieras compartir para evitar que te
rompiese las costillas a patadas? –dijo dando vueltas alrededor de Teressa emulado de
forma satírica a un entrevistador.

–¡No me pegues. Lo siento!

–Ya te digo que si lo ibas a sentir. No te imaginas cuanto. Ese es el problema, te


parece divertido porque nunca te lo han hecho a ti. Pero eso es algo que tiene fácil
solución.

–¡No me pegues! ¡Te quiero, no me pegues!

Carlos apagó la grabación. La hablo con voz firme y rota. –Me da igual que le
enseñes tus tetas a todo el instituto. Como si te abres el coño y se lo muestras al
sistema entero, es tú cuerpo, tu sabrás que quieres que conozcan de ti la panda de
miserables con los que vas a tener que convivir. Aunque ya te aviso que no te trataran
de la misma manera después de verte por internet perreando. Pero esto, esta basura,
este desprecio insensible. Yo he hecho muchas cosas malas y no negare que he
disfrutado cazando humanos, pero jamás maltrate a una persona inocente, nunca me
mofe del sufrimiento ni... –Se paró. Teressa lo miraba a través del triángulo de su
brazo. –Sí, supongo que no soy el más indicado para decir esto. –Suspiró. –No
esperaba esto de ti. Recoge tus cosas y vete, me da igual si terminas los deberes.

Carlos se fue al salón y contempló como Teressa bajaba al rato, con los ojos y la nariz
rojos. No se fue hasta terminar los deberes a pesar de su estado nervioso y por lo que
supo al marcharse no se fue con sus amigas si no a su casa.

Las broncas se tornaron silencios incómodos. No hubo más desnudos en las redes
sociales ni comentarios jocosos en vídeos crueles. Sus relaciones por esas lineas de
comunicación se redujeron hasta el punto de que Oscar y Carlos sospecharon que
usase unos canales distintos para relacionarse por internet.
Lo que sucedió en realidad es que cambió de amistades, no de golpe, poco a poco.
Dejó a su novio, se apartó de su grupo habitual de amigas y se acercó a otras chicas
nuevas, del montón, que si bien seguían teniendo sus faltas como cualquier persona
sus murales y grupos no estaban atestados de pornografía y los mensajes entre ellas
eran conversaciones normales, con sus inquietudes y opiniones, no frivolidades
superficiales.

Con el tiempo fue ella la que acortó las distancias. A Carlos la costaba tratar con ella,
era para el una decepción que la niña con la que había compartido tanto tiempo y que
había llevado a los mejores lugares que se le ocurrían para darla la mejor educación
en contraposición a lo que habían hecho con él se hubiese convertido en la típica
matona de clase que tanto despreciaba.

–Quiero que me des esa paliza.

–¿Que?

Teressa se le abrazó. –Lo siento. Solo quería ser importante, apreciada por mis
compañeras. No me daba cuenta de lo insensible que me estaba volviendo.

Carlos la correspondió. –No me gusta al gente así.

–Me he dado cuenta.

–No voy a pegarte. Exageré el disgusto. –Mirándolo en perspectiva tales vídeos eran
normales entre comunidades de adolescentes, sobre todo en barrios como en los que
el se crió. Su aversión era personal.

–Oh, pero quiero que me pegues. Así la próxima vez que tú u otra persona exagere el
disgusto le podré dar una buena patada en la boca.

–¿Quieres aprender a pelear?

–Papá ya me enseñó a disparar. Por ahora no me sirve de nada, la pistola eléctrica que
me dio no tiene apenas alcance. Enseñame a dar buenas patadas.

Las clases de defensa personal fueron su forma de reencontrarse.


Legítima defensa

Las clases de defensa personal de Teressa produjeron una nariz rota, varias
contusiones y un esguince al año siguiente, cuando un trío de compañeros, novios de
las amigas desplazadas, decidieron pasarse de listos con ella.

Oscar y Carlos fueron a la reunión con el director del centro. Un hombre rechoncho
con peinado de cortinilla y nariz puntiaguda en un traje menos lustroso de lo que
intentaba aparentar.

–No podemos tolerar este tipo de conductas en el centro.

–Estoy de acuerdo. Expulse a los tres indeseables que atacaron mi hija en el pasillo.

–Creo que no me ha entendido señor Nikolaou. Es su hija la que ha lisiado a tres


estudiantes.

–¿Me va a decir que mi hija atacó por su cuenta y riesgo a tres varones porque le dio
la gana? ¡Ellos han sido los agresores!

–Si hubieran atacado entre los tres el resultado habría sido muy distinto, no intente
salvar el expediente de su hija con argumentos sin fundamento.

–¿¡Argumentos sin fundamento!? Atacan a mi hija y encima quiere inculparla. Cual


de los cobardes es el perro corpo.

–¡Este tipo de lenguaje tampoco es bienvenido en esta institución!

–¡Pero el dinero si que lo es! ¿¡Verdad!?

–¡No me extraña que su hija se comporte de esta manera si esta es la educación que
recibe en casa!

–¡Serás...!

Carlos tiro de la muñeca de la cazadora de Oscar. –Te esta provocando a propósito.


–De normal se habría dado cuenta solo pero tratándose de su hija contra corpos el
director podía salir herido. Oscar se refrenó.

–Los padres de los alumnos afectados podrían denunciar tanto al centro como a
ustedes por lo que les sugiero que tengan una conducta más cívica.
–Sí encontrase una grabación, y me da que con la manía de grabarlo todo que tienen
los jóvenes sobre todo eventos como este, la encontrare pronto y resultase que los
asaltantes son los otros muchachos me da a mi que esas denuncias iban a valer bien
poco. La reputación del instituto quedaría por los suelos al haber apoyado a los
instigadores de la agresión. –Especuló Carlos.

–El instituto siempre dará crédito a la investigación policial de sucederse.

–Y si esa investigación encontrase drogas en su instituto ¿También le darían crédito?

–En este instituto no hay drogas.

–Mas le vale porque esto es un instituto no una universidad, su reputación no es tan


importante. Ahora, es posible que alguien tuviese que dimitir. Como vé el papá del
mocoso roto no es el único con... inquietudes respecto a la seguridad. Nosotros
llevamos mucho tiempo observando mediante drones a nuestra pequeña y hemos
visto cosas que nos preocupan.

–Todo eso debería discutirse a parte de este incidente.

–Se discutirá eso y más si Teressa recibe la más mínima amonestación.

–Y más. –Repitió Oscar dedicándole una mirada asesina.

–La idea de esta reunión es encontrar una solución con la que todas las partes queden
satisfechas. Sería más fácil lograrlo si nadie perdiese los estribos. –dijo mirando a
Oscar, no le funcionó, Oscar producía más miedo con un solo ojo que aquel hombre
con todo su ser.

–Nuestra posición esta clara y es firme. –dijo Oscar.

–¡No creéran que puede salirse con la suya habiendo tres heridos!

–Pues sí, lo creo.

–¡Es insólito!

–Lo insólito es que con tanta parafernalia aún no lo entienda.

–¡El que debo entender!

–Que no va a durar ni un mes en el cargo si no se deja de tonterías. Los padres de los


otros alumnos ignoraran los daños si quieren que nosotros ignoremos al agresión.
–Aclaró Carlos.
–¡La atacante fue Teressa!

–Vámonos. Ambos tenemos trabajo que hacer.

Entrar esa noche en el instituto con la ayuda de Cristal Galíndo fue un paseo.
Encontraron lo que buscaban y le añadieron una pizca de su propia cosecha para darle
color. A la mañana siguiente McKenzie estaba cubriendo la investigación policial que
halló drogas en la taquilla del gimnasio del líder de la panda a los que se añadió el
vídeo de uno de los estudiantes colgado en todas las redes sociales.

A la siguiente reunión acudieron los alumnos y sus padres, todos en infeliz comuna
junto al director, el maestro de educación física y la psicóloga del centro. Para que los
indignados progenitores no se lanzasen unos a los cuellos de los otros el director
realizo un lento, largo y nervioso monólogo al que nadie atendió que concluía en unas
medidas leves para los alumnos afectados. No sirvió de nada, a los cinco minutos de
terminar el docente empezaron los gritos, las insidias, eufemismos y todo tipo de
juego de palabras para encubrir o demostrar su disconformidad ante las medidas
propuestas y su odio hacía la otra parte afectada. Con dos excepciones Carlos y el
recto señor Pacheco padre del chico de la nariz rota, flaco muy bien trajeado, que se
clavaban la mirada mutuamente.

Expresados los acalorados sentimientos los presentes se fueron marchando cerrando


el absurdo trámite con el que el director pretendía salvar su carrera sin haber llegado
a ningún acuerdo.

En el camino de vuelta Teressa sentada sola atrás preguntó a Carlos. –¿Vas a matarlo?

–No.

–¿A que os refieris? –Oscar aún estaba tenso.

–A Pachecho. Estaba pensando en tomar medidas serias contra nosotros pero creo que
no lo hará.

–¿Por? –preguntó Oscar.

–Porque sabe que le responderíamos haciendo que le saliese más caro de lo que vale.
Aún así si surge una oportunidad nos joderá, no le ha hecho gracia lo de las drogas.

–Que se joda.

–¿Puede hacernos daño? –Preguntó Teressa.


–Mucho. No lo hará. Por ahora puede pagar para que su hijo se libre, si encontrasen
más pruebas perdería esa opción y el futuro académico de su hijo le importa más que
arruinar el tuyo. En el fondo esto ha sido una tontería venida a más.

–¡De tontería nada! Esos cerdos corpos se creen que pueden ir por ahí avasallando a
las hijas de otros y salirse de rositas.

–Hemos gastado muchos favores para mantener limpio un expediente y no ser


arrollados por Pacheco. Mejor quedarnos quietos y atentos, he viejo.

–Quieto le voy a dejar yo como ponga un pie fuera de su torre de cristal. –Le
temblaba el pulso.

El pequeño Pacheco, Simón, no lo pudo dejar estar y publicó en las redes sociales
fotos comprometidas de Teressa de cuando eran novios. La humillación pública la
deprimió hasta el punto de no querer ir al instituto, no por las imágenes en si, en esas
edades ya se habían visto todo entre los estudiantes, si no por la constante e insidiosa
mofa de buena parte del alumnado respecto a los defectos físicos que las capturas sin
retocar no ocultaban. La denuncia hizo que retiraran las fotos y multaran al mocoso,
una condena leve en comparación con la vergüenza por la que tuvo que pasar la pobre
Teressa al burlarse de ella muchos de sus compañeros, tanto varones como hembras.

Pacheco el mayor recibió un correo anónimo en el que se veía a su vástago consumir


slo-mow. Sabedor de lo que implicaría la suma de ambas conductas para el acceso a
la universidad de su hijo le pagó la carrera a Teressa. Oscar estuvo por rechazarlo,
quería matar al hijo y al padre.

–Deberíamos coger las armas y hacerles una visita. –dijo mirando a través de la
ventana. En su caso la panorámica daba hacia el centro de la ciudad. La casa era
idéntica a la de Carlos en estructura, solo que sin terraza ni garajes.

–Vive en lo alto de una torre custodiada por un centenar de agentes y sistemas


electrónicos de vanguardia, moriríamos antes de atisvarlo. Carlos estabas sentado en
el verde sofá con forma de “C” mirando las anchas espaldas de Oscar oscura en
contraste con las luces de la ciudad.

–¡Antes ni habrías dudado! ¡Ya estaríamos pegando tiros! –Se giró para reclamar de
cara. Aunque enfadado seguía intimidando ya no era el hombre de antaño, las arrugas
poblaban su rostro, no necesitaba tanto esfuerzo para afeitarse la cabeza y sus cejas
tenían más de gris que de negro.

–Antes me criticabas esa conducta.

–¿¡Sabes cuales la diferencia!? –Le señaló con un dedo de la mano derecha en la que
el botelllin de cerveza que tenía se llenaba de espuma.
–Adelante. Paga conmigo tu enfado.

–Es esa novia chiflada que tienes que te esta volviendo corpo.

–Esa novia a la que tanto desprecias y que ya me tienes hasta las narices de oírte
insultarla le mando un mensajito a Pacheco aclarándole las ideas. Creéme cuando te
digo que ese texto ha sido más influyente para que se deje de joder y te ofrezca la paz
y el dinero que los gritos en el despacho del director.

–¿¡Que!? ¡Yo no se lo he pedido! –Se sorprendió.

–No. Pero de todas formas lo ha hecho. No gana nada con ello, no empieces a
imaginarte tonterías.

Oscar gruño. Luego se volvió de nuevo a contemplar el paisaje. –En algún momento
tendrá que salir.

–Lo emboscamos. Montamos una carnicería y lo matamos. Se puede intentar y hasta


conseguirlo. El problema es que los agentes y la policía no dejarían de llegar ¿Que
hacemos después? Volamos hasta que se nos acabe el agua, morimos en el aire, nos
escondemos por un siglo, o como héroes de la justicia defendemos un bastión hasta el
último aliento ¡Que gran despedida! Que ya se las apañe luego Teressa sola con las
consecuencias, porque ese tío tiene familia y no lo dejarían pasar.

–Nos ha salido bien otras veces.

–Contra capullos de barrio bajo a los que pocos echan de menos. Este dirige una
empresa de millones de créditos y resucitará en un mes.

–Ya has visto como esta. Deberíamos vengarla.

–Sí. No creas que a mi no me aflije verla así. Pero es humillación Oscar, no una
violación o un tiro en la espalda, y tú estas hablando de asesinato.

Oscar apretó los dientes. –Se lo merece. Además, resucitará en un mes. –dijo de
forma satírica.

–Se lo merece como mil veces por vete a saber cuantas cosas. Lo importante es que
Pacheco puede destruirnos. No me refiero a matarnos, si no a arruinarte, cerrarte el
negocio, impedirle el acceso a Teressa a la universidad, hacer que te echen de esta
casa... Somos tipos duros y en un cara a cara lo trocearíamos pero él tiene cientos
como nosotros a su mando y puede comprar a más, por no hablar de un gobierno
acostumbrado a prostituirse ante gente como él ¿Como piensas superar eso?
–¡Si la gente como nosotros les plantásemos cara a los mierdas como él y los
pusiéramos en su sitio nadie tendría por qué aguantar abusos!

–Ya. Pero en vez de eso nos matamos entre nosotros por sus créditos. Fuimos
gladiadores en esa arena.

–No quiero su sucio dinero.

–Miralo como lo que es. Una rendición, te paga porque reconoce que le has superado,
para que cesen las hostilidades.

–¡O porque tu señorita lo ha asustado!

–¡Claudia no tiene tanto poder! Ha sido un buen aporte por su parte nada más.
Tenemos pruebas contra su hijo como para que tenga que pagar esa cantidad como
soborno a el consejo rector de la universidad ¿No es mejor que tengas tú ese dinero
que ellos?

–Cariño no te preocupes porque todo el mundo se este riendo de tus desnudos ya que
papá ha conseguido unos créditos. –Se burlo con acidez.

–Tienes razón, admito que ahora resulta sórdido. Sin embargo con ese dinero puedes
pagarla la inmortalidad, la carrera o lo que te de la gana. Algo que tardarías años en
conseguir de otro modo. De otro modo, ella se queda igual de jodida y no gana nada.

–Debería estrangularlos.

–Yo también quería estrangularlos en la Dvalin. En vez de eso me trague mi orgullo y


cobre un dinero que me vino muy bien para pagarme los implantes tras el incidente
en el laboratorio.

–Y le contástes la verdad a McKenzie en cuanto doblastes la esquina.

–Tú también tienes su número.

–Esto no es noticia. Es el día a día de los no corpos.

Al final apretó los dientes y aceptó los créditos rebajándose el enfado con la compra
de la vivienda en la que vivían de alquiler a la que tantas ganas le tenía para dejarla
en herencia. No le dijeron nada a Teressa hasta que estuvo lo suficiente calmada
como para no arrojarlos por la ventana, tiempo después de asimilar que una imagen
pública no valía tanta tristeza y que volviera a las clases en otro instituto. Se enfadó
bastante como era lógico aunque acabó resignándose al darse cuenta que era la mejor
salida para la gente sin el poder de enfrentar a la aristocracia.
Entre el pasado y el futuro

El siguiente año empezó bien para todos. Teressa recuperó su sonrisa y sus notas lo
que tranquilizó a Oscar, Kylikki conseguía un saldo positivo en su negocio de
pescado, McKenzie no tenía noticias a explotar pero sus hijos se iban independizando
por lo que su ex lo perseguía menos, Monique seguía con su carrera de modelo a la
que le suplicaba a Zenobia que la ayudase a meterse en el mundo del cine, esta no la
hacía mucho caso, estaba muy ocupada promocionándose a si misma de evento en
evento, Carlos seguía trabajando de ingeniero y CoMex veía como su inversión en
incrementar la producción se amortizaba con el aumento de las ventas, los beneficios
repartidos llevaron a Claudia a realizar su primera grabación de identidad a la que
invito a Carlos.

Se molestó al descubrir que su novio ya tenía una grabación pagada por los Fonseca e
insistió en actulizarla. Aceptando la oferta de obligatoria admisión se percató de lo
carísimo que eran los costes de tales registros. Un millón de créditos por el original y
un tercio por la actualización cerebral, incluidos seguros e impuestos, una de las
pocas cosas que aún conservaban la arcaica costumbre de los impuestos, en ese caso
destinados al ejército de marina. La reconstrucción eran quinientos mil por viaje.
Cifras que no rondaba desde sus tiempos de runner.

Entonces se percató Carlos de lo mucho que dependía de sus parejas. Fue agradecido
con Cluadia, a parte de calmar sus miedos ante el mortal proceso y acompañarla de la
mano todo el tiempo que duró la trato cual embarazada durante su estancia en el
hospital y al volver a la mansión. A Zenobia la llamó para agradecerla.

–Hace nada estuve mirando lo de actualizar mi registro de identidad y me he dado


cuenta del fortunón que os dejasteis en hacerme eterno. Gracias.

–De nada, literal ¿Sabes lo bien que me lo pase sabiendo que mi amada tía Verónica
Fonseca, la estricta e inmaculada, le había pagado sin saberlo la eternidad a mi novio,
el exrunner de los bajo fondos?

–Nah. Aún así me enviastes a mi para que recibiera el beneficio.

–Otro no lo habría logrado. Acuérdate de que casi te matan.

–Pero bucee mucho. –Rio. Se la notaba animada en el tono. –¿Estas trabajando?

–No. En una fiesta. Es la forma de enseñarle a quienes eligen a las actrices que estas
dispuesta y se te da bien.

–¿Volviendo a la vida de jarana y cachondeo?


–¡No te pongas así! ¡Recuerda que me has llamado para agradecerme la eternidad!
–dijo con el encanto de un enfado sobre actuado a propósito para cambiar de actitud
al segundo posterior. –No te preocupes, esto es solo un formalismo.

–Ya ¿Todo bien?

–Sí tranquilo, tengo una guarda espaldas femenina que me saca a rastras de las fiestas
cuando me emborracho demasiado.

–No me tranquiliza mucho la verdad. Solo quiero que no lo pases mal por allí.

–Eres un cielo pero esta niña mala ya es mayor y sabe defenderse. Deberías temer por
ellos.

–Ellos me dan igual.

También se percató Carlos de que Claudia en el mismo tiempo que él había llegado
mucho más lejos que él lo que le hacía pensar si había tomado buenas decisiones.
Ella parecía capaz de pensar a mayor distancia, tanto como para avisarle de lo que
estaba por llegar.

–Dentro de poco las cosas se van a poner feas. –Le soltó sin más al volver Carlos de
orinar del baño, entre los minúsculos segundos que tardo en entrar en la blanca cama
con un alto cabecero art deco con triángulos negros a los lados flanqueando el dorado
del centro, sin darle tiempo quitar la pausa a la serie que estaban viendo, una de sobre
una colonización malograda y sus supervivientes.

–¿¡Por!? –Si el efecto deseado era pillarle por sorpresa lo había conseguido.

–El trato que tengo con mis socios es un tanto pintoresco. Se debe a que ellos querían
mantener en nómina a mucha gente por “cuestiones familiares” y yo no quería cargar
con sus problemas del pasado. Entonces les pareció razonable que ellos pagaran a
esas personas con su parte. Sin embargo las cosas están cambiando, se dan cuenta de
que yo gano mucho más dinero gracias a esa clausula, quieren unificar todo, gastos
incluidos, no es para quejarse, llegados a este punto es lo normal. Como también es
normal que yo voy a reclamar algo a cambio de ceder y va a ser un porcentaje en la
propiedad que me deje unos beneficios semejantes a los que tengo. Ellos se quejaran
ya que su aportación en tierras es muy superior a la mía, hablaran de tratos injustos y
un montón de chorradas, van a ser unas negociaciones duras y algunos no están
acostumbrados a solucionar las diferencias hablando.

–De hay el registro.


–Sí, por ahora ganamos mucho dinero y nadie se queja, pero dependemos del resto de
mercados como todo el mundo. Cuando se acaben las obras mucha gente se va a
quedar sin trabajo. No debería ser algo muy malo, con tanta fábrica nueva no serían
tantos los desempleados. Sin embargo la inmigración es exagerada y la nueva
alcaldesa les esta dando la bienvenida a todos los extranjeros para ganarse sus votos y
mantener la demanda en el sector de la construcción ¿Que crees que pasará cuando la
inmobiliarias no encuentren compradores porque los nuevos habitantes no pueden
permitirse esos pisos?

–¿Un abaratamiento brusco de la vivienda?

–Y el despido de casi todos los empleados del sector inmobiliario. Después la


disminución de las ventas en todos los mercados, inflacción, crisis. El anterior alcalde
no le ha dejado nada en las arcas a la nueva, Paula Pérez no tiene con que pagar algo
que mantenga la economía y las empresas no nos fiamos de ella como para avalarla.
De tener ahorros tampoco podría hacer gran cosa sin volverse dependiente en cuanto
a la energía, Vestas ya no tiene donde poner más molinos en este territorio.

–Vuestra empresa es internacional, que le vaya mal a Covadonga no implica que os


vaya mal a vosotros.

–La sede y un treinta por ciento de la producción de la empresa están aquí, por lo que
nos afecta bastante. Además la situación exterior tampoco es buena, las mineras
espaciales han acordado disminuir la producción en respuesta a la presión
gubernamental. Si sube el agua sube todo y más en un planeta tan consumista de
líquido como este. El año que viene o al siguiente la situación se va a complicar.

–Deberíais construiros unos depósitos.

Por un momento se contuvo, luego se rio. Carlos sonrió sin saber porqué, de verla a
ella.

–Ojalá se arreglase con eso.

A Carlos no le sorprendió que Claudia fuera dos años por delante, Lizelle iba diez. A
mayor tamaño de corporación más años de previsión. A ese paso Claudia se
convertiría una magnate importante y también viviría diez años adelantada. Las
admiraba pero no deseaba ser ellas imaginándose que vivirían muy estresadas.
Procuró mimarla.

Tampoco se diferenciaba de Lizelle en el trabajo. En privado procuraba ser cariñosa


pero era traspasar el umbral del área administrativa de su mansión y se convertía en
una estatua de mármol seca y dura. Eso le hacía preguntarse si esa transformación se
daba en todas las personas de su oficio y si en ella el cambio se iría volviendo cada
vez más permanente como con la mujer con la que la comparaba.
A Oscar el aviso sobre la depresión económica le pareció una buena noticia, siempre
se vendían más armas durante las crisis. Kylikki no estaba tan contenta.

A la vista de los problemas Carlos estuvo meditando largo tiempo pensando en


invertir en algo que se vendiera bien en momentos así, como la seguridad electrónica.
Sin embargo antes de ponerse a ello un suceso inesperado atrapó su atención. A
Teressa la habían llevado a comisaría durante las clases. Oscar apareció al rescate
junto a un abogado para arrebatársela de entre las garras a unos detectives de
homicidios que la apretaban las tuercas sin llegar a arrestarla. Por lo visto la sacaron
más información de la cuenta a base de provocarla, no era moco de pavo, se trataba
del asesinato de Simón Pacheco, tan joven que no tenía registrada su identidad pues
no se hacía hasta haber madurado del todo el cerebro para no detener su crecimiento.

Teressa estaba entre las primeras de la lista de la policía, un largo compendio de


nombres pues incluía los enemigos del padre. Un eterno tiene tiempo de sobra para
labrarse enemistades. Por el nivel de violencia y crueldad, habían descuartizado al
chaval, lo entendían como un crimen pasional, por lo que empezaron a investigar a
gente con disputas personales con el muchacho.

Carlos también debió de hacer una visita a la sala de interrogatorio. Eso le permitió
ver las fotos que le enseñaron para impresionarle. Incluso después de todo lo vivido
le causaron cierta conmoción, un trabajo burdo pero insistente de machete desde la
boca del estómago hasta la ingle, con énfasis en los genitales pero no en la cara.

–No conocemos a muchos capaces de algo así, entre ellos esta usted. –La mujer
sentada al otro lado de la mesa negra mate era bonita a pesar de tener un mentón
ancho más propio de un varón, unas facciones equilibradas atenuaban el exceso a lo
que se añadían unos grandes ojos verdes moteados con bonitas pestañas y pómulos
prominentes, con el pelo recogido cual cortinas exceptuando un mechón a cada lado.
Detrás esperaba apoyado en la pared gris, cruzado de brazos, un musculado hombre
oriental con el pelo al raso y cara de pocos amigos al que tampoco le faltaba mentón
y tenía la nariz occidental. Crespo usaba una gabardina larga propia del oficio pero
con un color azabache reflectante moderno, Luó prefería un traje serio y refinado,
negro con finas rayas verticales, más propio de un alto cargo coporativo.

–No pierdan el tiempo, trabaje de ayudante para un detective una vez. Si lo hubiera
matado yo habrían tardado mucho más en encontrar el cuerpo y si hubiese sido
Teressa le habría destrozado la cara no la polla. Eso ya lo saben. Quieren que les de
un hilo del que tirar, una opción que otros se hayan callado pero no va a poder ser,
apenas lo conocía.

–¿No investiga a los novios de su chiquilla?

–Sí, por eso la insistimos en que lo dejara, se olía a la la legua que no era trigo
limpio. No necesitábamos saber más.
–¿Por qué no lo considera trigo limpio?

–Ya habrán visto sus mensajes en las redes sociales. El típico machito alfa por
descendencia que cree que el mundo le pertenece porque dos idiotas le hacen la
pelota. Crea su manada de hienas y va por hay sintiéndose superior por arrancarle las
alas a las moscas.

–¿Moscas como Teressa? –intervino el oriental. Su compañera levanto la mano hacía


el en señal de calma.

–Moscas como usted cuando era crío. Solo hay un tipo peor en el instituto, su
semejante pandillero. Por suerte a esos no los aceptan en centros tan selectos. Era
cuestión de tiempo que se metiera en un problema más grande que él.

–Ese problema se podría llamar Teressa, a estas edades las niñas son muy
susceptibles. –dijo la detective.

–La enseñe a defenderse no a descuartizar.

–Quién hizo eso tampoco sabía descuartizar. –le señaló con los ojos las fotos.

–Cierto ¿Se han planteado el hecho de que no le hayan destrozado el rostro? Tengo
entendido que las personas que hacen esto por venganza lo primero que desean
destruir es la identidad del su víctima y aquí le han dejado el rostro sin tocar, como
para que lo identificaran sin problemas.

–Déjenos el trabajo a nosotros ayudante. –Apuntó el oriental.

–Sin problema ¿Me marcho ya? –Hizo amago de levantarse

–¿Que más averiguo de simón Pacheco? –la mujer le indicó con la mano que se
sentara.

–No crean que les investigué como si fuera mi trabajo. Era un crio impulsivo con
ganas de explorar y poco respeto por los demás centrado en ser el protagonista de su
cuento adolescente. Tenía emociones de sobra pero las cotidianas no eran suficiente,
se enviaban pornografía sexual y violenta... Como ya saben.

–¿Neuros snaff?

–No que yo sepa, pero casi.

–Su padre les paso una buena suma de dinero a pesar de que el chico iba ganando con
las hostilidades ¿Por qué?
–Teníamos pruebas de que habían estado consumiendo slo-mow.

–¿Como cuales?

Carlos les paso el vídeo, era un caso de homicidio, no era un tema con el que se
pudiera regatear. –El padre pagó una generosa suma para que esto no saliera a la luz,
agradeceríamos que se mantuviera así.

–Espiaban a su chiquilla.

–No es bonito pero somos dos hombres que han visto demasiado al cargo de una niña
que nos cuesta entender.

–Esto también habría supuesto un problema para su hija ¿Es correcto que la llame
así?

–Nos tratamos de tío y sobrina. Sí, habría supuesto un problema para todos, de hay
que se alcanzase esa solución.

–¿Ella estaba conforme?

–Vaya pregunta, pues claro que no ¿Saben de alguna adolescente que este conforme
con algo? Acabó entendiéndolo, ahora heredará una casa a parte de un negocio, hay
fondos para su carrera y con un poco de suerte hasta para su inmortalidad genética.

–Se lo han sabido montar ustedes dos.

–¿Hace falta que le explique que con ese dinero podríamos haber pagado a algún
demente para que hiciera el trabajo sucio de querer matarlo? Ya han revisado las
cuentas ¿No?

–¿Sabe de alguien que le odiase?

–No hasta ese punto. Se que maltrataba a muchos marginados del instituto pero no
creo que ninguno de esos críos hiciese esto. –Clavo el dedo en una foto.

–Se sorprendería. Puede marcharse.

Podría haber ido mejor. No habían tenido nada que ver pero eso no significaba que no
tuvieran de que preocuparse. Si la policía no encontraba a un culpable se buscarían
uno así que Carlos empezó a recolectar datos que le sirvieran de cuartada por si les
ponían la diana a ellos. Ese fue el motivo por el que se dejó seguir por los drones
espía de la policía, una versión antigua pero insistente que un par de veces acabaron
estrellándose contra el sistema de seguridad de Claudia o contra la maquinaria de la
obra, por lo que desistieron al poco tiempo.
Carlos ya tenía todo asegurado y dormía tranquilo cuando Teressa le llamó en medio
de la noche porque unos agentes habían llegado y habían arrestado a Oscar.

Bajo en pijama lo antes posible, encontrándose a Oscar siendo llevado esposado al


aparcamiento vertical del edificio acompañado de un motón de agentes.

Luó se interpuso en su camino alzando la palma de la mano.

–¡Usted necesita una orden de registro yo no! –Carlos se la apartó de un manotazo y


Luó se hecho a un lado.

La asustada Teressa dejó de discutir con Crespo para tirarse a sus brazos en busca de
refugio al verlo entrar en el salón donde la policía ya husmeaba por todas partes como
una manada de sabuesos.

En lo que Carlos tranquilizaba a la niña Crespo con aire cansado recogió el papel que
Teressa había dejado caer al suelo y se lo acercó a Carlos. Este se lo quitó de las
manos y lo leyó. Todo en orden.

–¡No pueden hacer esto!

–Sí que pueden. ¿A que se debe Crespo? Ese hombre tiene cuartadas de sobra.

–Lo sabemos. Le hemos estado siguiendo ¿Recuerda? Se da más prisa que una rata en
riada.

–No ha respondido.

–Pregúntele al abogado.

Fue una noche tensa con Teressa enfadada porque registraran sus cosas gritándoles a
los agentes y Carlos detrás impidiendo que se les fuera la mano. Discutió con su jefe
por el día libre que forzó y se quedo a dormir para acompañar a Teressa a ver a su
padre en la mañana. Esta tenía algo que contarle.

–Sé porque han detenido a papá.

–A pesar de que no te lo han dicho.

–Sí.

–Espera un momento. –Carlos registró la habitación en busca de aparatos olvidados


por la policía. Protocolo habitual que cumplieron usando dos modelos comunes y
anticuados. Eso le dio algo de tiempo para que Teressa ordenase sus ideas.
–Vale, creo que ya esta. –dijo a la que encendía el televisor y subía el volumen antes
de sentarse.

–¿Tú alguna vez has estado con un chico?

–No, no es mi estilo.

–Yo probé con una chica hace unos meses. Se llama Dalila, Ella me lo propuso y yo
sentía curiosidad así que acepte.

Se quedo parada un momento así que Carlos puso de su parte. –Es normal, hay que
probar de todo para saber que te gusta y que no.

–Hemos estado juntas una temporada, nada serio pensaba yo, mas como amigas, tu
sabes... Para ella en cambio iba mucho más en serio.

–¿Habéis discutido por eso?

–¡No! No ¿dices con Oscar o con...? Da igual nadie ha discutido por eso. Lo que pasa
es que le conté mis problemas con Simón y se lo tomó muy mal.

–Ella podría tener algo que ver con su “accidente”.

–Todo, por lo visto no era la primera vez ¡Yo no tenía ni idea hasta hace un par de
días! –dijo agitando las manos en respuesta a la funesta mirada de Carlos ante la
primera frase.

–Otros, antes.

–Sabía que era un poco rara pero pensé que solo era excéntrica.

–No te habrá pasado más vídeos de esos...

–Me paso uno una vez pero al dije que eso no me gustaba y no me volvió a enviar.
No es tan raro mucha gente los ve.

Carlos se froto le rostro con la mano exasperando.

–Lo hizo por su cuenta, sin decirme nada. Ni sabía que había sido ella hasta que hace
tres días me lo confesó rogándome que la ayudara a escapar de la policía, decía que
sentía que la vigilaban. Así que se lo dije a papá. Al principio se enfado mucho pero
luego la organizo un encuentro con un conocido suyo en un bar llamado “el ajo”. La
detuvieron ayer intentando salir de la ciudad.
–Necesito una copa. –Carlos se levantó y fue al mueble a por algo seguido por
Teressa.

–¿Tan mal esta la cosa?

–Estamos jodidos. Ni se te ocurra contar esto a nadie más hasta que hablemos con el
abogado. E incluso si te dice que confieses, de eso nada. Como mucho a ti te pidió
ayuda para salir de forma clandestina pero tú no tenías ni idea de porqué y no te
atrevistes a preguntarla.

–¿Y del resto?

–El resto lo apañó tu padre. Tú solo le obedecías.

–¡Eso no es cierto!

–¡Lo es y punto!

El proceso no tardo en empezar. Dalila no había ocultado bien sus huellas,


encontraron manchas en la suela de un zapato, vídeos de vigilancia de tiendas que
revelaban sus movimientos alrededor de la escena del crimen, material digital
sospechoso en sus aparatos, una alarmante falta de cuartada, a lo que se sumo el
intento de fuga y la estrecha relación con Teressa. EL juicio se decantaba con claridad
en su contra pero a pesar de ello no delató a su amada.

Fue una año duro con tanto interrogatorio, reuniones y demoras en el que la
incertidumbre sobre el futuro les acosaba como un espectro malévolo susurrándoles
al oído las peores posibilidades. La policía no dejaba de seguirles a la espera de que
cometieran un fallo con el que sumar pruebas a su causa y Oscar estaba enervado por
su encierro a pesar de que lo visitaban a menudo, ese oso no estaba hecho para vivir
entre rejas. Los juicios eran pruebas de temple basadas en saber aguantar con
paciencia las largas horas de rostros largos y palabras hirientes a pesar de su
monótona pronunciación.

Al año Dalila sería declarada culpable. Su corta edad impidió que la enviaran a picar
hielo a los planetas exteriores pero no la salvo de una condena tan larga que para
cuando quisiera salir libre lo haría para morir pobre y vieja en un callejón. Por culpa
de un trato con el intermediario encargado de la fuga entre Oscar y Dalila con el que
este redujo su condena Oscar fue enviado a prisión por diez años al ser declarado
culpable de ser cómplice de la fuga de Dalila por un juez que no se creía que no
supiera del crimen cometido por la joven.
Teressa se libró por muy poco de no sufrir un destino semejante. Oscar nombró a
Carlos tutor legal de su hija por el año y pico que le quedaban para la mayoría de
edad, lo que provocó la salida de este de su empleo para administrar la tienda. Algo
en lo que Claudia debió ayudarle pues él no tenía ni idea, entre contratar nuevo
personal y una administración la tienda dejo de dar beneficios. Carlos rabiaba con la
ironía. Con la de crímenes que habían cometido y le habían metido en prisión ya
mayor y retirado por la chapuza de una desconocida.

La nueva situación generó grandes cambios. La falta de tiempo de Carlos conllevó a


que Teressa y Claudia se acabasen conociendo, iniciando una relación distante pero
afable. Teressa se fue a vivir con él al cuarto de invitados y alquilaron el piso para
amortizar gastos. Esta vez la joven no se cambió de instituto, soportó el temporal con
madurez, tampoco es que fuera tan duro, por lo visto tener un padre en prisión y
haber tenido una relación con una sociópata no daba tanto juego para la burla como
unos desnudos. De todas formas la empujó a ir a terapia y la puso vigilancia de nuevo
por temor a una venganza de Pacheco, esa vez anunciada.

El que peor lo pasaba era Oscar, le rogó que lo sacara de allí como nunca le había
visto suplicar. No porque los compañeros le trataran de forma especialmente
mezquina, era un hombre mayor capaz de defenderse, si no por el propio encierro.
Las rejas le suponían una presión psicológica superior, odiaba estar apresado. No
podía ayudarlo, apelar suponía darle una segunda oportunidad a Pacheco para
satisfacer sus ansias de venganza extendiéndola a ellos, lo que podría acabar con
Teressa en un lugar similar, una niña joven y dulce incapaz de sobrevivir al maltrato
de una cárcel. Oscar se debió conformar, lo hizo por su hija, y el preció a pagar fue su
salud. El médico de prisión le diagnostico parkinson, lo que sirvió para que le
llevaran a una galería más amable donde se tranquilizó hasta el punto de aceptar su
realidad. Quisieron pagar un suplemento para que le trataran la enfermedad pero
Oscar eligió que no se pasara de tratamientos paliativos, la cura era muy cara.
Insistieron en sanarlo, sin embargo la última palabra la tenía el viejo y siempre era
que no. Teressa y él le veían languidecer poco a poco en cada visita. Cada vez más
lento, con más temblor en el brazo derecho, más cansado. Envejecía aun ritmo
acelerado.

–¡Viejo cabezón! Entre tu enfermedad y la buena conducta podrías salir de aquí en


seis años fácil ¿A que viene ese empecinamiento en dejar que te coma el parkinson?

–Si no es el parkinson me matará otra cosa, estoy viejo, tú lo has dicho.

–¡Cincuenta y cinco años no son tantos, incluso estas a tiempo de hacerte inmortal y
colocarte en la treintena!

–No, ese dinero es para Teressa, lo ahorré para ella. Sabes muy bien de que me viene
esta enfermedad, me he pasado años tomando slo-mow en el ejército, y en casa,
aunque lo curen volverá.
–¡O no! Más de un general se ha librado de su destino con un buen tratamiento.

–¡Bah! los oficiales nunca pasaban del chupito.

–Tú hija es muy joven para perder a su padre. ¡Ya perdió a su madre!

–Con los paliativos puedo durar algo más de diez años. Tampoco querría más, no
quiero ser uno de esos viejos a los que hay que limpiarles le trasero o que se la pasan
en una cápsula soñando con tiempos mejores a costa de los créditos de sus hijos.

–Claro, morirse es más económico ¿Por qué no aceptas la inmortalidad?

–Para que no llegue el día en que vea a mi hija morir.

–Podrías estar hay para protegerla.

–No, ella tiene que valerse por si misma. Volar del nido como dicen. La he criado con
cariño y sin mimos para que sea fuerte, sin cargarla de obligaciones para que no se
quede atrapada. Me fije en tus novias ¿Sabes? Las rubitas alocadas, una tan mimada
que no reunió fuerzas para vivir por su cuenta hasta que tú la ayudastes. La otra tan
atrapada que sigue en su jaula de oro. Creo que su padre lo hizo a propósito, por
miedo a quedarse solo. Un buen padre tiene que saber sacrificarse.

–Dejarte morir no es sacrificarte.

–Bien sabes que sí. Lo hago para que esos créditos queden para ella, para su futuro.
Yo ya no lo tengo, soy un viejo soldado que ha vivido más de la cuenta.

–Me estas cabreando con tanta tontería. Si es por el dinero vive y consigue más joder.

–Morir forma parte de la vida Carlos. La naturaleza es sabia, es mejor renovar lo que
existe con una versión evolucionada que esforzarse en postergar la duración de lo
obsoleto. Es mejor dejar una buena herencia que impulse a nuestros hijos que un
opresivo custodio.

–Sigo sin estar conforme. Prefiero vivir para siempre, aprender cada día, renovarme
como individuo adaptándome al cambio que desaparecer dejando un rastro de
sufrimiento detrás. La muerte no es necesaria para la renovación cuando puedes
aprender y mejorar.

–Esa es una buena teoría para ti, yo me siento viejo, lento y perezoso para los
cambios, incapaz de aprender, cansado de seguir. Dejame ir hijo.

–¿¡Que pasa con el dolor viejo idiota!? ¿¡Te das cuenta de lo que vamos a sufrir a los
que dejas atrás!?
–El dolor siempre va a estar hay, bien lo sabes. Es como el miedo, no hay que
evitarlo, si no que superarlo. Ayúdala cuando eso pase.

–¡No tendría por qué pasar! ¡No tendría por qué necesitar ayuda! ¿Este universo esta
lleno de miserables eternos y tú tienes que morir?

–¿No te has parado a pensar que a lo mejor por eso nuestra sociedad lleva milenios
estancada? ¿Por culpa de las momias retrogradas que se aferran al poder impidiendo
el cambio?

–No creo que tú seas una de esas momias Oscar.

–No, ni quiero serlo. Cada cosa tiene su tiempo y esta enfermedad que yo mismo me
he ganado me esta anunciando le final del mio. No es nada malo.

–¡Si esta es al fase de aceptación es un asco!

–Cuidala por mi cuando no este ¿Vale?

–¡Ya sabes que lo haré idiota! Podrías tomarte la píldora y no apalancarme tanto
trabajo.

–Lo siento Carlos. No me queda mucho más, el resto del escuadrón ya son polvo o
pronto lo serán.
Reminiscencias

De todas las visitas a prisión la de los cumpleaños son las más bonitas y duras,
recuerda al preso que le queda un poco menos por salir y que su familia lo espera a
fuera. No solo los del reo, si no también el de sus familiares. En el caso de Teressa el
de sus dieciocho años era el más relevante. Pasaba a ser mayor de edad y dejaba el
móvil por su muy esperado primer implante. El neural, muchos otros se lo ponían
antes, pero no era sano por lo que la obligó a esperar. Carlos le busco el mejor que se
pudiese Crakear. Los comerciales tenían ocupados el setenta por ciento con
programas basura muy divertidos con la función de transmitir todo tipo de
información personal a las corporaciones dueñas de los implantes y al gobierno. Era
lo normal, hasta la lavadora informaba de cuantas veces se lavaba la ropa y con que
programa, por no hablar de la publicidad del frigorífico a la hora de encargar la
compra. Tratándose de un neuroimplante decidieron que conservase su intimidad y le
compraron uno de runner enfocado a la defensa contra hackeos rápidos.

Se lo entregaron en la visita a prisión y lo guardaron en la caja fuerte por el resto del


día que ella dedicó a celebrar en diferentes lugares, en casa de los abuelos con su
familia materna al medio día, llenando la casa de primos, primas, tías y tíos que la
felicitaron, se inflaron a comer, y la cantaron alrededor de una gran tarta. A esta le
invitaron a Carlos, ya hacía mucho de las trifulcas por la custodia y un cumpleaños
tan importante merecía sus excepciones. Como tampoco era una niña la fiesta fue
tranquila, mucho parloteo, alguna discusión política sin trascendencia y algunas risas
con chistes de moda. Ya en la tarde festejó con las amigas. Tarde en la que le pidió
que no la siguiese con los drones, cosa que aceptó tras pedir a cambio una carita de
cachorrita.

Estaba aparcado con su auto de alquiler en el garaje llano y sin apenas iluminación de
un antro de la franja cuando el dron espía que aún le sobrevivía le llamo la atención
sobre dos trajeados que acababan de salir de su vehículo de empresa, la típica
cucaracha negra limpia hasta lo reflectante.

Carlos se les acercó con el rifle de penetración por detrás. Se dejo oír ya que la lluvia
les apremiaba a moverse y los tipos, una rubia con la complexión de un hombre y un
hombre con algo menos de musculatura que la rubia, embutidos en trajes de buena
confección y mala tela, se dieron la vuelta echando mano a sus pistolas enfundadas en
la sobaquera.

Antes de lograrlo los sesos de la rubia se diluían en el suelo, siendo arrastrados por la
fría corriente a un sumidero cercano. El otro dejó caer el arma y terminó de darse la
vuelta con las manos alzadas, despacio.

–Esta discoteca no parece de su estilo. Es para gente más joven, a nosotros esta
música nos vuela la sesera.
–Tiene razón. Mejor me vuelvo ami casa ¿Es usted el guardia de este garito?

–¿Quién pregunta y a que viene?

Se pensó al respuesta lo suficiente como para que se notase que estaba inventándose
algo. –Juán, solo venía a hacer unas preguntas.

–¿Cuales y a quién?

–Al dueño, queremos que sea amable con un familiar.

–Para eso no hacen falta visitas don Juán. Vuelva a intentarlo.

Se lo pensó otra vez. –Cuanto más medita más gorda me suena la mentira. –le aclaró.

–Solo quiere saber si ella lo ordenó.

–Si a estas alturas no saben la respuesta su equipo de investigación es una mierda. Me


tienta a hacer algo más drástico ¿Sabe?

–Digamos que el viejo no esta convencido. Tengo un detector incorporado. Si


accediese a responder esto se acabaría aquí.

–Una pena que no llamara a la puerta. –El agente intentó apuntar con el arma del
implante de su brazo, algo que de no llevar un traje de esos habría podido hacer en
poco tiempo, aunque no menos de lo que tardo la bala de Carlos en desparramar su
cerebro por el pavimento.

Les quito neuroimplantes y comunicadores y los metió en el maletero, esperó una


hora a una posible segunda tanda antes de partir al extrarádio a deshacerse de ellos en
un basurero donde sabía que los chatarreros les encontrarían. Limpió el auto y volvió
a su guardia donde esperó hasta que Teressa le llamó. Luego se cambió al
monovolumen de Oscar dejando la de alquiler en piloto automático a la tienda y la
recogió como si no hubiera pasado nada.

Ella había tenido una noche genial con las amigas y estaba un tanto chispa por el
alcohol. Un tanto melosa, una actitud respecto a la borrachera graciosa en un hombre
y peligrosa para una mujer. El segundo implante iba a ser de filtración de tóxicos.

Al día siguiente la operó Montero, incluido el filtro que le regaló él y salió vendada
pero feliz de poder comunicarse con sus amigas sin tener que usar un infantil móvil.
Su alegría no se apagó a pesar de las tres horas preliminares instalando programas y
configurando el equipo. Con eso ya era la estudiante de último año prototipo. Un año
que sería muy duro para su cerebro, sus notas decidirían que opciones lectivas tendría
para elegir sin saber aún que pretendía estudiar.
Oscar la insistía en que aprendiese a dirigir la empresa, que administración siempre
tenía salida. Carlos la decía que debía estudiar aquello para lo que sintiese vocación
aunque pareciese poco rentable. Su abuelo que se dejara de tonterías y aprendiera a
manejar al tienda que ya tenía en propiedad y la abuela la decía que hiciese lo que
más la gustase, a lo que no tardaba en añadir que la familia tenía una vena artística.

Teressa no era la única con una crisis incipiente. Claudia tenía razón, si bien era un
proceso paulatino. El distrito quince no se había llenado de fábricas por lo que las
constructoras en vez de quedarse sin negocio de repente fueron perdiendo presencia
que se trasladó al doce, distrito cuyo cielo se llenó de grúas. Por lo visto las empresas
no se habían percatado de la crisis o les daba igual y en vez de dejar de construir
viviendas iniciaron más obras tirando abajo edificios no tan antiguos. Por el momento
todo era fiesta.

Carlos tuvo una corta charla con Pacheco.

–Deje que mis agentes la hagan unas preguntas para que me cerciore de que no
incitaron a esa loca a matar a mi hijo.

–No entiendo su sufrimiento, me lo puedo imaginar y de seguro que no llego ni a la


mitad de lo que es en realidad. Comprendo que este enfadado.

–No, no creo que tenga ni la más mínima idea.

–Lo que sí sé es que esas pruebas ya se hicieron durante el juicio y dieron negativo.

–El juez no se fiaba de ellas. Él y yo creemos que sabían de la implicación en el


delito de Dalila cuando la intentaron ayudar a escapar.

–No lo sabíamos. De todas formas tampoco es esa su pregunta. Lo quiere saber es si


de alguna forma inducimos ese crimen.

–¡Escúcheme bien! ¡No voy a parar hasta que todos los que hicieron daño a mi hijo se
arrepientan de haber nacido! ¡Obedezca y salve su patética existencia!

–¡Escúcheme a mi si quiere que esta conversación continúe! ¡No voy a dejar que le
ponga la mano encima a Teressa! ¡Prefiero matarlo ochenta veces si hace falta! ¡Me
da igual lo frustrado que este por la muerte de su hijo, no la va a pagar con la mía!
¡Búsquese a otra piñata para desahogarse!

Las frases subieron de tono y se solaparon para acabar en un silencio abrupto.

–¿Esa es su decisión?

–A golpes salgo ganando Pacheco.


–¿Y ella?

–Usted tiene más familia ¿Que le parece todo a uno?

–Lo único que se le pide es que responda un par de preguntas ¿¡No creo que sea para
tanto!?

–Ya se le han respondido repetidas veces ¡El problema es que no acepta la respuesta!
¡Quiere algo más satisfactorio que una loca y mala suerte! Pero a veces eso es todo lo
que hace falta.

–¡Era amante de su hija!

–Tuvieron un royo, sí, de hay conoció la existencia de su hijo, o puede que no, su
retoño era bastante famoso. La única implicación de Teressa en ese asesinato fue la
de hablar de algo que sabía todo el mundo.

–¡Verifiquemelo!

–¿¡Cuantas veces más!? ¿Una al mes? Un tercio de la población de esta ciudad son
sociópatas ¿De veras pensaba que nunca conocería a uno? Tuvo mala suerte, le tocó
a su hijo como le podría haber tocado a la mía si la hubiera estornudado a la cara.

–¡Pero le toco al mio!

–Acosar a Teressa no se lo va a devolver.

–Quiero justicia.

–Lo que quiere es venganza. Más de la que ha obtenido. No la conseguirá aquí.

–Se que mintieron al decir que no sabían que era la asesina cuando la intentaron
ayudar. No me fío.

–No necesitamos de su confianza para vivir señor Pacheco. Bájese del pedestal
porque como me encuentre a otros... a alguien siguiéndola no voy a ser tan
comprensivo.

–Yo tampoco lo seré como me entere de que lo planearon. –Colgó.


Pacheco no volvió a molestar, no por la conversación, si no por una muchacha muy
simpática que se cambio al instituto al de Teressa, se hizo amiga de ella en una
semana y desapareció de repente tras preguntarla por el sórdido suceso una noche de
chicas en casa de una amiga en común. Carlos no se enteró de eso hasta meses
después en una conversación casual ya que había dejado de seguir a Teressa con los
drones. Intentó investigar a la pequeña espía pero sus viejos aliados no querían saber
nada de un segurita corpo. Lo dejó hay, pegarle dos tiros a una espía por mentir y
abusar de la confianza era exagerado y lo único funcional que podía hacer, nada que
fuese a molestar a Pacheco.

El otro corpo pelmazo que lo dejaría en paz sería Sáez. Un escándalo en prensa sobre
malversación de fondos le había obligado a retirarse del negocio entregándole el
mando a su hija Gloria. Con los Fonseca había aprendido a interpretar ese tipo de
noticias, el escándalo solo era un anuncio, en este caso de la victoria de la nueva
dueña al universo, la hija había vencido al padre en los juegos de poder familiares y
ahora ella estaba al mando. Una derrota que debía de saberle a miel a Gerardo, pues
al rostro expuesto ante las cámaras nunca le faltaba la sonrisa. ¿Interpretación o
alegría? ¿Quién iba a saberlo cuando su exilio lo pasaría en un paraíso tropical
rodeado de playas, palmeras, cócteles y prostitutas de lujo? Lo que a él depravado
gigoló más le gustaba. A Gloria pronto la aparecieron hermanos bastardos por todas
partes. Al no ser reconocidos por el padre no tenían derecho ni a respirar el mismo
aire pero una masa de indecente tamaño por muy desarrapada que estuviese podía
ejercer presión a una empresa que necesitaba mantener una imagen pública limpia.
Los bastardos formaron una organización que invitaba a sus semejantes a unirse a la
lucha por el reconocimiento económico de su linaje. Carlos no se apuntó, tenía
mucho más que perder que ganar desvelando su autentica identidad aunque tras
tantos años sus crímenes infantiles hubiesen prescrito. En su opinión tampoco los
demandantes tenían futuro, a ese universo la moralidad le importaba poco, era sabido
por todos los devanéos de la decadente nobleza corporativa, materia prima para la
prensa rosa. La explotación, el maltrato y los asesinatos eran diarios y no por ello el
mundo dejaba de rodar. Tendrían suerte si conseguían rascar calderilla.
Parejas

Al final del curso Teressa aprobó por los pelos, tantos eventos funestos la habían
impedido mantener el ritmo bajando su nota media. Unas notas finales decentes la
dieron la posibilidad de entrar en la universidad, la diferencia con las notas exigidas
por cada facultad debería ser ajustada con créditos, en realidad el método común de
admisión y principal fuente de financiación del centro. Con Carlos habían hecho un
buen negocio en el pasado por lo que les tirarían al alfombra roja al entrar. Cabía al
posibilidad de repetir el curso para mejorar la nota, idea que no gusto a Teressa, sus
amargos recuerdos la hacían detestarlo. Sin embargo los créditos no eran el principal
problema, si no la indecisión de la estudiante. No podían pagarla dos viajes, tenía que
atinar a la primera. Para añadirla más presión Carlos la prometió que la pagaría la
inmortalidad su aprobaba todo en el primer año, aunque eso la dejaría corta de
caudales. En realidad no necesitaba su permiso, ya era mayor de edad, pero seguía
aceptando el tutelaje.

Tras unas vacaciones de verano ocupada en informarse en el campus se decantó por


lo más sensato e insípido, económicas, carrera en la que gozaría de la compañía de
algunas amigas del instituto y que la ayudaría a administrar el pequeño legado
familiar. La despechada opción alegre era literatura, algo hermoso que no daba de
comer a nadie.

La catástrofe económica avanzaba, el agua ya subía de precio, las mineras de


asteroides eran noticia y la gente empezaba a dudar de su prosperidad. Claudia había
construido los depósitos y los llenaba antes de que le precio subiera más impulsado
por unos gobiernos que con la misma idea llenaban los embalses elevando el valor
del líquido elemental. Con la marea alta, todo subía. La economía de Covadonga
resistía un poco mejor que la mayoría de las ciudades de Tania gracias a la expansión
inmobiliaria, las empresas se dedicaban a vender la estafa de la vivienda como
inversión de futuro que se financiaba sola con un alquiler abusivo al inmigrante de
turno, todos los paletos que no tenían una Claudia que les avisase o a la que
ignoraban cayeron en la tentación sin importarles que serían sus hijos, cuando
quisieran emanciparse, los que tendrían que pagar por ese desmán. Inmobiliarias y
bancos hacían su agosto antes de la sequía.

Aún en esa situación Claudia se las apañó, en su insólita eficacia, para conseguir una
grabación de una regresión mental de Muhamed Medina, el marido de la mujer
embarazada oficinista de PAL que rescató de un futuro aciago cuando el asunto del
robo de datos. La regresión mental era un proceso ortodoxo y poco eficiente de
obtener recuerdos de un cerebro humano muerto usando un cybermplante neural y
estimulación eléctrica que daba como resultado imágenes desenfocadas, cortos vídeos
caóticos y bastantes mensajes de texto inconexos con los que se podría hacer una
película de terror amateur respetable.
En conjunto contaban una historia triste. Entre los mensajes de desesperación y
tristeza de un preso condenado a perpetua en una tumba de hormigón en paradero
desconocido sin posibilidad de saber nada de su familia pudo ver un rostro que
envejecía llorando, doctores de bata blanca y miradas huecas examinando un cuerpo
maltrecho con excesivos implantes, la violenta represión mortal de fuerzas de
seguridad privadas a presos en terrorífica cyberpsicosis y las dudas sobre el
cumplimiento de un acuerdo en el que él cedía todo a cambio de unas dietas para su
desconocido vástago por parte de un tirano llamado PAL.

Se sintió rabioso, triste y frustrado. No había salvado a nadie, Enzo se había cobrado
la falta de Berenice en la carne de su marido usándolo para pruebas de
cyberimplantes en humanos. Tras años de torturas había muerto sin tan siquiera
conocer a su retoño. Abandonado a un destino aciago a cambio de una oportunidad
para su familia con la única garantía de la firma de un monstruo, incapaz de
conseguir nada mejor, impotente, dolido y solo. Aferrado a la esperanza del recuerdo
de una mujer que amó.

Al principio estuvo por guardárselo por no incriminar a Claudia. Pero no pudo


retenerlo y se lo envió a Lizelle, sin mensaje, solo los datos.

“He discutido con padre al respecto. Me asegurare de que no les falte de nada. Lo
siento.” Fue la respuesta que le llegó al tercer día.

Insatisfecho con su conciencia envió los datos a McKenzie, el periodista le expusó la


cruda realidad, sin referencias eso solo era una película de terror barata filmada por
un director con talento, además, si había un contrato de por medio en el que el reo
intercambiaba ser un espécimen de laboratorio por picar hielo lo sucedido era legal.
Al final los corpos siempre se salían con la suya.

El único consuelo era que al menos PAL había cumplido, Berenice y el pequeño
Muhamed vivían bien.

Cuando se calmó hablo del asunto con Claudia. Esperó a tenerla traqnuila en la cama,
tras una sesión de ejercicio de alcoba que los había dejado sudados y relajados, la
abrazó apretando la espalda de ella contra su pecho.

–Claudia te has gastado mucho dinero en conseguir esos datos. Sobornar al encargado
del incinerador para que te consiguiera esa información y te la enviase implicando
que debería abandonar su trabajo y ciudad para evitarse las consecuencias no tiene
que haberte resultado barato. –la dijo en vos baja.

–No...

–No te voy a dejar por las Fonseca. –dijo estrechando el abrazo.


–Quería que supieras la verdad.

–Es mejor una imagen que mil palabras. Pero no lo has hecho por la verdad. Sigues
teniendo miedo.

–Sí...

–No quiero que vivas así Claudia. Emparanollada con el miedo. –Se hizo una pausa.
–Me gustaría saber que hacer para quitártelo.

–Quedate conmigo.

–Ya estoy contigo.

–Más.

–Tengo la sensación de que tanto si me alejo como si me acercó sera malo.

–¿Por qué?

–Porque en vez de ayudarte a perder el miedo lo afianzará.

–No lo hará.

–¿Alejarme o acercarme? –dijo en broma.

–Ya lo sabes tonto.

–Sigamos así un tiempo más, creo que ganas en fuerza poco a poco, según te
acostumbras, aunque a veces me asustes.

–¿Te he asustado?

–Un poco, siempre que haces algo excéntrico sobre tu miedo a perderme me asustas.
Preferiría que lo hablaras conmigo, somos pareja ¿No?

–Sí, supongo, es decir, sí.

–No me enfadaré si piensas que no me puedes confiarme algunas cosas. Se que eres
mujer y empresaria, que tendrás secretos complicados. Puedo esperar.

–No, no tengo secretos Carlos. No para ti. –dijo dándose la vuelta.

–¿La próxima lo hablamos?


–Vale. –le beso.

De todas formas tardo semanas en decidirse a contarle que Zenobia iba de fiesta en
fiesta, de cama en cama y no se cortaba con el alcohol. Se había estado informando.
Monique no era un caso diferente. Se sorprendió de que a Carlos no le sorprendiera y
la tranquilizó ver que no salía corriendo a rescatarlas. Se limitó a hablar del tema con
ellas, las cuales agradecieron su preocupación.

–¿Estas segura de que te va bien así?

–¿Que quieres que te diga? Siempre he sido una frívola. –respondió Zenobia.

–Eso no es del todo cierto. Si a ti te va bien así yo estaré contento. No soy quién para
decirte que debes hacer. Lo que pasa es que no me gustaría verte tan deprimida como
cuando hacías esas cosas aquí en Tania.

–Esas cosas. A veces eres un tanto victoriano. No puedo decir que sea feliz, si es que
alguien puede decirlo. Esto me gusta, las fiestas, el glamour, la farándula, incluso la
competición. Estoy bien.

–¿De veras? Sabes que siempre puedes volver.

–Lo sé. Gracias.

–Vale, lo capto. “Deja de darme la brasa” ¿Cual va a ser tu próximo papel?

Claudia dejo de espiarlas, que él supiera, y en buen momento. Como predijo la


reducción de ventas hizo que la junta se asalvajara lo que la dio trabajo de sobra
luchando por sus intereses personales dentro de una empresa que tenía que
reorganizarse y soltar lastre de cara a la crisis económica.

Los primeros en caer fueron todas esas personas cuyo silenció seguía siendo
necesario en asuntos aletargados en el tiempo. A pesar de ser aliados o incluso
familiares fueron cayendo y desapareciendo como copos en una tranquila nevada
nocturna. Para esconder la sangre de sus manos los capos se intercambiaron las
víctimas, así los rencores se dirigirán a personas fuera de la familia. Engañó a muy
pocos pero funcionó con todos.

La segunda tanda fue muy discutida. Nadie quería arriesgar más en su campo aunque
todos entendiesen que sobraba personal ocioso. Claudia por ser diferente al resto, sin
árbol que podar ni motivos para mancharse con la sangría se convirtió en la envidia, y
por lo tanto, enemiga predilecta de todos.
Como agente de Claudia Carlos hizo de detective y recopiló información de cada
asesinato. Un trabajo sucio grabando homicidios desde la fría azotea, el oscuro
callejón y a través de la sucia ventana en los que no debía intervenir por grotescos
que fueran, en general apuñalamientos por la espalda y tiroteos repentinos. Labor que
fue de gran utilidad en el momento en que se entregó esa información a las familias
afligidas para provocar conflictos entre el personal de sus socios en clara
demostración de lo que pasaría si se aliaban contra ella, algo que ya estaba
sucediendo sospechaba. Los capos debieron ocuparse de apaciguar los conflictos y
las venganzas perdiendo un tiempo precioso que podrían haber dedicado a
seleccionar al personal inútil a despedir en vez de perder gente capaz en escaramuzas
callejeras.

Tanto tiempo fuera de casa hizo que Teressa le echase de menos y a la vez que se
volviera aún más independiente, lo que les llevo a la inevitable conversación.

Teressa se puso delante de la televisión, rodeándose del halo de la gran pantalla con
todos sus destellos, protagonista inmutable del ataque de unos zombies muy feos.
–Quiero irme a vivir a mi casa. –Los zombies no daban tanto miedo como esas
palabras.

A Carlos se le cambio el rostro de descansado aburrimiento a disgusto repentino. –Se


que no estoy mucho en casa y que cuando estoy tengo menos inercia que esos bichos.
–Señaló a los zombies. –Pero me alegra ver que hay vida por aquí cuando llego.
Aunque sea en forma de ropa tirada por todas partes ¿Celebras orgías en mi ausencia?

Teressa rio y se dejo caer cual piedra de catapulta en el sofá. –Lo digo en serio ya soy
mayor.

–Sí sí. Lo sé. –De veras había crecido, ahora tenía cuerpo de mujer, caderas anchas y
pechos abundantes como su madre, un tanto recia, con buenos hombros y piernas
cortas. Algo que mostraba sin demasiado pudor, pero claro eso era desde el punto de
vista de un tito padre segundo. Ella salia con otras chicas, no muchas, a veces se las
traía a la casa y él debía bajarse al salón para que la imaginación no se le revelase con
los ruidos. –Es que me sentiría solo.

–Si casi no nos vemos con tanto “pasear” para la empresa. –se quejó. –Además tienes
a Claudia, podríais pasar más tiempo juntos. –dijo con picardía.

–No es lo mismo. –remoloneó.

–Ya, pero quiero... Ya sabes, ser independiente, tener mi privacidad...

–Ese alquiler te da mucho dinero.

–El actual inquilino lo deja el mes que viene, se ha encontrado algo más barato.
–Podrías aprovechar para subir el precio con eso de la inflación.

–¡Quiero ser independiente! –desesperó.

–Si estas sola casi todo el tiempo. En la práctica eres la dueña de esto.

–No es lo mismo. –le calcó de broma.

Carlos agacho la testa y levantó las cejas mirandola. –¿No será que quieres convertir
el piso en tu nidito de amor?

El acierto quedo reflejado en la cara de Teressa. –Ya tengo cierta edad ¿Lo sabes no?

–No te estoy diciendo que no tengas relaciones. Nunca te lo he dicho. Pero tampoco
sería buena idea convertir el piso en un picadero.

–¡Oye! –le dio un guantazo en el hombro intentando cambiar las tornas sin éxito.
Carlos no cambiaba su actitud. –No es que vaya a llenarlo de chicas y drogas.

–Se empieza por una fiesta y se acaba con el salón lleno de ropa, la mesita
espolvoreada, ambientador de cannabis y extrañas desnudas en tu sofá.

–¿A que te dedicabas cuando tenías mi edad?

Eso si le hizo cambiar de actitud, puso cara de broma y dijo. –Puede que me diera
algún homenaje.

–¡No me lo puedo creer! ¡No quieres que haga lo que tú si hiciste!

–No tanto en realidad. –le quito sarro. –Lo que no quiero es que eches a perder tu
carrera. Es fácil caer en el vicio y solo te puedes permitir una oportunidad.

–Lo sé pelmazo. –alargó la “e” –No va a pasar. Me moderaré. Casi siempre... –miro
de reojo ante la broma.

–No creas que ese “casi siempre” de coña es una puerta entre abierta a la posibilidad.

–¡Que no pesado! –Le dio con un cojín. –No voy a suspender.

–Más te vale ¿De todas formas como piensas pagar las facturas sin los créditos del
alquiler?

–Alquilando la habitación a una compañera.


Carlos interpreto la risa de Santa Claus. –Para el carro. Eso suena mucho a nido de
amor.

–Un poco. Mas no creo que un tipo que se chusco a media facultad en su momento
sea quién para criticarme eso.

–Perdona pero en mi facultad no había muchas mujeres y eran un tanto serias, la


mayoría de mis victimas eran de otras facultades e incluso de otras universidades.
–dijo con el dedo en alto cual erudito.

Se vino avalancha de cojinazos. –¡Maldito gigoló! ¡Solo me regateas para hacerme


sufrir!

–¡Vale, vale! –Grito entre risas protegiéndose del mullido complemento. –Me sentiré
un poco solo pero que se le va ha hacer. –No pudo evitar terminar con la broma.
–Pero no te quedes embarazada. –Lo que implicó otra tanda de golpes.

A Oscar no le hizo ninguna gracia. Se resignó, ambos sabían que era algo natural que
ni podían ni debían impedir por mucho que les molestase. Al mes se trasladó, su
amiga, una joven rubia de aspecto delicado con actitud provocativa en lo sensual
llamada Soo se fue a vivir con ella a la primera semana.

Carlos le cambió la cerradura y le mejoró la seguridad a la casa. No habían tenido


problemas con robos a pesar de que varios inquilinos devolvieron las llaves tarde en
vez de en mano como estipulaba el contrato de arrendamiento, las llaves se vendían
bien en el mercado negro a ladrones oportunistas. De todas formas prefirió asegurar a
lamentar.

En cierto modo que Teressa se fuera de casa tenía su lado positivo. Las cosas se
caldeaban de CoMex. Era mejor que estuviera alejada de él.
Guerra

La táctica de Claudia la había dejado en una posición destacada respecto a sus pares.
Ella había dañado de forma indirecta e indemostrable a los clanes que se llamaban
familia en hipócrita metáfora al demostrar su falta de aprecio a las mismas cuando
ejecutaron a los miembros sobrantes. No podían responderla, ella tenía empleados no
familiares a los que podía vengar o no a parecer y que pasase lo que pasase nunca
supondría una perdida de honor o prestigio para ella. Solo tenía una cosa parecida a la
familia y de atacarla provocarían una oleada de violencia que no podrían contener.
Por lo que no les quedaba más remedio que aguantarse, dándola así un aspecto de
superioridad respecto al resto de dirigentes. Lo cual no cambiaba el hecho de que
cada reunión fuese un griterío repleto de demandas e insultos velados que no llegaban
a ninguna parte.

El tiempo se les echó encima y debieron darse prisa en ejecutar las políticas que
odiaban por no cederle poder a Claudia. Las purgas consecuentes fueron brutales.
Accidentes de tráfico, asesinatos en plena calle a manos de pistoleros y drones,
grupos de asalto, familias enteras aniquiladas en una noche, Carlos se alegró de no
tener que grabar eso. Había gente huyendo en todas direcciones, unos se escondían,
otros viajaban a distantes poblaciones menores o se enrolaban en naves mineras,
algunos acudían a sus viejos amigos y suplicaban. Pocos se escaparon. Las
comunidades se rompieron, los afortunados que habían quedado dentro de la
compañía se mantenían leales por temor y beneficio, el resto de la población, la gran
mayoría, les maldecía por la traición. Después de dos días de matanzas y un mes de
tragedias, las juntas se habían convertido en conjuras de traidores de caras largas que
hablaban lo justo, rumiando cada palabra. Se les había caído la máscara.

Entonces empezó la ansiada unificación. La transformación de CoMex de liga de


narcotraficantes a compañía capitalista. Construida a través de reuniones ácidas de
asesinos sin alma calculando acciones y dividendos.

Para complicarle la vida un poco más a los antiguos patrones las bandas minoritarias
y recientes se crecieron ante la oportunidad que les brindaba la nueva situación,
hostigando barrios resentidos para arrebatarles el negocio de los cobros por
“seguridad” a los antiguos señores del crimen en vías de transformación en legales
maltratadores corporativos. Los viejos patrones no estaban dispuestos a ceder sus
territorios y la violencia volvió a los distritos latinos.
Al contrario de lo que pareciese esos conflictos internos de sus aliados tampoco era
buenos para Claudia. –¡Esos canallas están abandonando sus puestos para ir a
defender sus barrios. Se siguen comportando como idiotas feudales! –Claudia entró
con paso firme al salón recibidor, un espacio abierto de buen tamaño con sofás y
sillones mirando al televisor panorámico, la chimenea y un bonito piano de cola que
ninguno sabía tocar. Lugares agradables en donde reunirse con visitantes con
negocios entre manos demostrándoles su fiabilidad a través de la opulencia basada en
una rica y cara decoración. Tarima flotante de madera casi real, muebles tallados y
asientos aterciopelados junto a bonitos jarrones, estatuas deformes y cuadros
incomprensibles de supuesto gran valor Por el camino retumbaban sus tacones y
dejaba caer sin orden ni concierto parte de su carga, unos documentos, el bolso, unos
clips del pelo...

–A los chicos no se lo puedes criticar, sus hogares están allí, con sus familias dentro.

–¿¡Y a sus líderes!?

–Se desquitan contigo dejándote el trabajo de defender la fábricas. Llevas meses


presionándoles.

–¡Si perdemos los laboratorios lo perdemos todo! –se le encaró. A Carlos le agradó el
descuido.

–Confían en que eres capaz de defenderlos.

–¿¡Contra una horda borg!? –Meneo los brazos en alto y se fue al mueble bar. Se
preparo una sola bebida. Carlos no podía evitar sonreir.

–¿¡De que te ries!?

–Parecemos una pareja de verdad, discutiendo.

A Claudia se le hundió el ánimo y se encaminó a él. –Lo siento. –fue como si


cambiara de repente de personalidad.

Carlos la interceptó las manos impidiendo el abrazo, la dio un pico en la boca y


siguió su caminar hacía el mueble bar. –No, continúa. Estas muy enfadada porque he
defendido el punto de vista de tus oponentes que son unos idiotas feudales.

El gesto al dejo un poco descolocada. Quedándose quieta mirando a alguna parte en


lo que Carlos llegó al lugar deseado y duplicando el número de copas continuó con la
labor interrumpida. –Vale, tendremos que hacerlos solos. Habrá que contratar
personal y instalar torretas.
–Más seguridad siempre es mejor pero... ¿No exageras? Esas nuevas bandas latinas
no parecen tener capacidad de asaltar uno de los laboratorios.

–¡Ellos no! ¡Los borg! ¡Se han percatado de nuestra debilidad y nos han robado un
cargamento entero!

–Eso sí que es un problema. Pero si lo que quieres es proteger los laboratorios de los
borg, que sepas que hackear torretas y drones es su pasatiempo favorito.

–Tardaríamos un mes mínimo en triplicar la plantilla.

–Además eso no protegería los cargamentos en tránsito ¿Y si atacamos?

–¿Un fuerte borg? Hay monstruos ahí dentro.

–Contamos con poco personal pero bien cualificado. Unos implantes aquí y allá y
tendrás una fuerza de élite que no puede defender tanto terreno pero si arrasar al
enemigo.

–¿Y si les pagamos como cuando el anterior problema de territorio?

–Cogerán el dinero y se compraran un arma más grande para golpearnos con ella al
día siguiente. Las condiciones son diferentes.

–¿No seríamos más eficientes tras las defensas físicas y mecanizadas de los
laboratorios?

–¿Ante una oleada tras otra de borgs cabreados?

–¡Sí! –Se iluminó de repente. –Los Lupo no dejaran pasar la oportunidad, les pagaran
los asaltos ¡Mierda!

–Yo no había caído en eso pero sí. Muchos borgs cabreados bien armados. Estamos
jodidos.

–Podríamos contratar runers.

–Buena idea. No aceptaran todos los trabajos dado que no quieren guerras abiertas
contra facciones pero sí objetivos puntuales. Es cuestión de hablar con el nudo
apropiado que se lo sepa vender.

–Los Lupo también pueden comprar runners.

Carlos se quedo pensando ante esa. Cuando le entregó la bebida a Claudia la cual
esperaba su respuesta con una mirada inquisitiva dijo. –Ponte a reclutar ya.
Carlos se encargó de contactar a los nudos. Lo hizo lo antes posible para darle tiempo
a Claudia con las fuerzas de la compañía. Contactó a los que considero que podrían
hacerles más daño si eran contratados por los Lupo, a los Nazis de Hendrik para los
asaltos frontales y a los ronin de la Reina escarlata para los asaltos tácticos.

Era un montón de dinero pero funcionaba. Al menos al principio todo eran victorias
sobre pequeñas bases defensivas borg alrededor de sus sedes de obligada anulación si
querían asaltar sus bases principales.

Luego Hendrik dejó de aceptar encargos por temerse una trampa por su parte. Carlos
se lo tomó como la señal de que los Lupo ya le habían comprado y contrató de
inmediato a los Ivanes rusos para defenderse y a pandillas Tong para reemplazarlos.

Los Tong no tenían la capacidad militar de los nazis, confiaban en su arrojó y


superioridad numérica para ganar las batallas algo que contra los borgs, de similar
comportamiento pero con más implantes, no era útil, murieron a montones antes de
alcanzar las bases, algo que no pareció molestar a los dragones de las triadas que les
dejaban baratos a los muchachos, para ellos era un chollo, reducían la superpoblación
del barrio chino y obtenían guerreros experimentados a la par que cobraban. Al
menos los ronin de la Reina cumplían con precisión quirúrgica, Carlos llegó a
establecer una bonita relación con la suntuosa y erótica monarca.

Hendrik no tardo en atacar llevando la carnicería a las puertas de CoMex. Los rudos
soldados rusos demostraron otra vez ser la mejor baza para contener a los nazis que
fueron repelidos tras un combate intenso con muchas bajas en ambos bandos y
cuantiosos daños en las fábricas, algo que los socios latinos no tardaron en criticar a
pesar de ser conscientes de que nadie lo habría hecho mejor.

Como economista Claudia había hecho un trabajo excelente, sin embargo había
descuidado su capacidad bélica y ahora les tocaba actualizarse a marchas forzadas. Se
les otorgó implantes a los agentes según su rango y veteranía y se compraron tres
transportes ligeros a la NG que por suerte todavía no habían subido de precio de sus
aparatos. En dos semanas estaban haciendo prácticas y al mes atacaban la guarida de
Myers.

Sería una ataque conjunto comandado por Ulloa desde el edificio Escobar protegido
por Maltés y Galíndo. Dejando a los Ivanes en al defensa de los laboratorios los Tong
realizarían un multitudinario ataque frontal de distracción en lo que los Ronin
asaltarían las cercanas bases borg que ofrecían apoyo a la principal. El equipo de
asalto de CoMex liderado por Carlos atacaría desde el aire usando los transportes
equipados con armamento pesado. Se estaban dejando una fortuna en ese ataque en el
que Carlos había empeñado su nombre.
La fortaleza

Sobrevolaban la ciudad en las tripas de un transporte militar de encorvada figura, una


ballena plana de mediano tamaño y reluciente piel negra con una larga compuerta
lateral abierta por donde entraba el fresco aire nocturno de un invierno inminente.
Bajo ellos la ciudad resplandecía con sus infinitas luces brillantes y el incesante ruido
del bullicio de anuncios y autos, encima el nublado cielo otoñal amenazaba tormenta,
habían arrojado tanto hielo picado en la atmósfera que cualquiera podía predecir el
clima, lluvia.

El aire se colaba entre el entrelazado pelo de Carlos meneando su coleta trasera. Era
una sensación reconfortante, sobre todo alrededor del neuroimplante, con tanto
mensaje en curso se le calentaba.

Ulloa informaba en plural a todos los oficiales implicados. En su ojo cybernético


podía ver en directo como los Tong eran contenidos alrededor de la macro-clínica
borg con fuego intenso. Torretas de última generación nuevecitas, los Lupo no habían
perdido el tiempo. Los drones enemigos habían caído como moscas pero esas torres
eran una defensa formidable que masacraba todo enemigo en su radio de acción. Tras
ellas los borg se defendían tras barricadas hechas con hierros, chapas y autos
desechados soldados entre si. Las oleadas Tong solo servían para empapar el suelo de
sangre. De los ronin aún no tenía noticia, esa gente se tomaba las cosas con la calma
necesaria para cumplir sus objetivos, según lo calculado informarían cuando ellos ya
estuvieran dentro, no podían esperarles, eso les daría demasiado tiempo a los borgs,
así que debería confiar en ellos.

Por dentro el transporte era un limpio amasijo de cables y engranajes con asientos y
pantallas para la tropa embutida en sus oscuras armaduras de combate que esperaba
en su sitio con rostros serios, entre el terror y el coraje, cada uno afrontando en su
mente el sufrimiento que deberían soportar en breve. La nave tenia portones en los
laterales y en la panza, diseñados para el desembarco rápido, en los del lateral
derecho habían colocado hacía la trasera unos soportes para ametralladoras pesadas
que en manos de tiradores acorazados se encargarían de las torretas antiaéreas de
superficie. Él por su parte llevaba su rifle mestizo Vladoff-Jacobo trucado por un
buen amigo para encargarse de los objetivos vitales puntuales junto a los otros dos
francotiradores, uno por nave, a su lado estaba McKenzie revisando su equipo,
llevaba mucho tiempo sin nada interesante que reportar, tanto como para cubrir un
asalto que le daría una publicidad positiva CoMex gratis.
El también estaba nervioso, ese asalto tenía más de batalla campal que de “run” de
comando mercenario. Las normas cambiaban. En una “run” los drones eran un
problema mayor, muchas avispas se podían cargar al más fiero de los leones, allí no
habían durado ni un asalto, temía que le pasara igual. Por el momento centraba su
atención en lo positivo, el reconfortante aire fresco y lo relajante que era no tener que
preocuparse de la policía, como ejército corporativo podían arrasar la zona acotada
hasta los cimientos ya que actuaban en legítima defensa, habían culpado a los borg
del asalto nazi a sus instalaciones. No tuvieron ni que pagar al gobierno para que se
tragaran el bulo, una base borg menos gratis de por si ya era un aporte a la sociedad.

La hermosa panorámica aérea de la ciudad se fue transformando, las luces


desaparecían bajo ellos como si salieran de la nube de luciérnagas. Lo oscuridad se
volvió la norma interrumpida solamente por las calles iluminadas por las farolas y las
luces piloto en lo alto de las chimeneas y tejados de las industrias. Se veía luz a través
de las pequeñas ventanas, el turno de noche mantenía el ritmo en muchas fábricas
humeantes desde las que se filtraba el ruido de su maquinaria a la larga noche. Si no
fuese por el marcado de la realidad aumentad de su óptica, que indicaba con una linea
fantasma el camino a seguir junto a otras ayudas, no habría distinguido los
laboratorios de CoMex del resto de edificios, parecían tranquilos.

Atravesado el sector industrial llegaron al oscuro distrito dieciséis, maltrechas


viviendas baratas para los obreros que no se pudiesen permitir vivir en un lugar sin
contaminación y quisieran tardar poco en ir y volver del trabajo construidas por
compañías menores especializadas en abaratar costes. La oscuridad se debía a un
apagón, una medida de seguridad básica borg, sus ópticas les permitían ver en la
oscuridad, quizás las de sus enemigos no.

En medio de la anónima negrura destacaba la zona en conflicto iluminada por focos,


incendios y granadazos. Los pilotos se pusieron en línea y rodearon por la izquierda
para dejar tiro limpio por la derecha. Carlos ordenó desplegar los drones de
exploración de las naves. Estos se desanclaron y descendieron sobre la estructura.

Abajo podían contemplar el campo de batalla como dos grupos de hormigas rabiosas
disparándose entre sí.

A los drones apenas les dio tiempo a marcar nada, en cuanto se acercaron al tejado
doble en leve vertiente a dos aguas los francotiradores borg los abatieron. Los pilotos
informaban con su desgana habitual. Al hacerlo habían desvelado sus posiciones y
Carlos ordeno devolver el fuego.
Era imposible saber si les alcanzaban o no, así que no perdió el tiempo con ellos y
ordeno descender a distancia de tiro para las ametralladoras pesadas. Las automáticas
del tejado se desplegaron y las balas de los calibres pesados de ambos bandos
recorrieron el cielo como pequeñas centellas golpeando tejados, torretas y naves. A su
alrededor se escuchaban con fuerza las balas golpeándo el duro chasis, alguna se coló
dentro sin llegar a herir a nadie. Los hombres aguardaban maldiciendo al deseado
momento en que destruidas las ametralladoras pudiesen desembarcar. Carlos insistía
en que no dejasen de disparar, que no les cobraba las balas.

Por su parte el tejado se llenaba de borgs que lanzaban bengalas al cielo para
cegarlos. Carlos ordeno centrarse en las torretas, los soldados no tenían calibre para
derribarlos. Los blindados las castigaron con dureza haciendo que explotasen una tras
otra según completaban la vuelta alrededor del edificio.

Fue un copiloto el primero en dar la alarma, lanzamisiles en la azotea. Carlos ordenó


centrar el fuego sobre él a ametralladoras y francotiradores, cayó pronto el soldado
que lo sostenía pero enseguida otro saltó a por el arma. Pronto aparecieron más flacos
pálidos revestidos de metal con más lazamisiles y las alarmas de las naves saltaron
anunciando el pronto impacto. Los pilotos activaron las contramedidas y las estelas
de los pequeños misiles interceptores volaron alrededor como serpentinas que se
lanzaban contra los proyectiles en curso detonándolos en el aire.

Los transportes que volaban suaves como nubes temblaron en el aire por las hondas
expansivas de los misiles y el primero de ellos fue alcanzado de lleno en la cabina,
cayendo en curva distendida hasta un edificio cercano. Carlos ordeno hacer salto de
emergencia a los hombres de dentro, la trampilla inferior se abrió y estos se dejaron
caer disparando granadas de gel contraimpacto al suelo para evitar partirse todos los
huesos al tocar tierra. Con todo el caos, el miedo, una trayectoria complicada y una
superficie irregular solo unos pocos consiguieron aterrizar en las bolsas de gel. La
nave explotó al chocar contra la dura tierra arrastrando consigo grava y asfalto hasta
golpear contra la fachada de una industria vecina que atravesó antes de parar hecha
un amasijo de hierro candente. Estruendoso testimonio de lo que les podría haber
pasado a todos.

Carlos ordeno usar las defensas láser antimisiles que por la proximidad no les eran de
utilidad contra los lanzamisiles portátiles contra las torretas averiando por
sobrecalentamiento dos de ellas mientras las ametralladoras y los francotiradores se
encargaban de los soldados. En la segunda vuelta terminaron de despejar el tejado.
Ordeno dar una tercera en la que apuntando bien lanzaron granadas de plasma por las
pocas ventanas con el cierre antitormenta levantado, según avanzaban iban llenando
de luz el entorno con las potentes llamaradas de las explosiones que incendiaron la
planta alta y las barricadas del frontal. Los Tong gritaban entusiasmados.
Desembarcaron en el patio trasero. Antes de que la segunda nave aterrizara ya habían
hecho un boquete con explosivo plástico en una entrada exterior para camiones. No le
esperaba un contingente fuerte, unas granadas y pocos tiros fue lo que necesitaron
para hacerse con el almacén.

Una vez dentro Carlos ordenó a sus capitanes empezar la caza, no iban a ayudar a los
Tong, de nada le servía un motón de saqueadores correteando sin sentido por aquel
laberinto de hormigón lleno de trampas, el objetivo era Myers, el núcleo de la
organización, sin él los borg se pasarían meses peleándose entre sí para decidir al
nuevo líder, incapaces de organizar nada más grande que un botellón.

Carlos se quedo atrás, con e francotirador restante y McKenzie de apoyo,


organizando el rescate de la nave caída con los supervivientes recogiendo a los
heridos en una de las naves mientras las otra les protegía. Ulloa le cogió el relevo
ordenándole unirse a la caza.

En efecto el interior de la estructura era un laberinto gris difícil de entender en donde


no faltaba la basura, las minas escondidas y torretas desplegables. Por suerte la óptica
se las marcaba en cuanto entraban en el alcance visual, la experiencia, la astucia y el
dron espía localizaban el resto pues usaban la basura para ocultar las trampas.
Descubiertas, con sus programas de hackeo fue inutilizando la maquinaria o incluso
cambiando su configuración de identificación de enemigos para que atacase a sus
anteriores amos. No encontraban mucha oposición borg, soldados fáciles de abatir
dispersados por el caos, algunos en retirada, otros guardando posiciones estratégicas.

Los Ronin informaron, había rendido las bases donde se encontraban los refuerzos
borg y se retiraban. Buena noticia, lo último que quería es verse atrapado en aquel
agujero retorcido e infinito por un ejercito de cromados dementes de la chapa. Ulloa
hizó a una nave asegurarse sobrevolando la zona por si habían cambiado la lealtad de
los japoneses. Cada uno por su lado, los otros dos escuadrones avanzaban más lento
de los deseable por culpa de la abundancia de trampas. Ellos al ser dos hackers, pues
Mc sabía del tema, avanzaron más deprisa. Llegaron a desactivar pasillos con tantos
explosivos que de detonar habrían derruido el acceso.
Ya en las oscuras profundidades donde los grafitis de las paredes se tornaban más
siniestros que de costumbre gracias a la la falta de luminosidad y la pintura
fosforescente que les hacía asemejarse a siluetas de monstruos deformes de ojos rojos
donde a veces se ocultaban asesinos oportunistas por lo que tras la primera sorpresa,
que dejó un hombre herido, los fueron fusilando aunque revelasen así su posición,
salvándose de más ataques furtivos. Los ruidos de la batalla exterior se perdían en la
distancia a la altura de las grandes salas frías separadas por plásticos transparentes en
ese momento recogidos en donde los elevados doctores borg experimentaban sus más
expeditivas transformaciones en camillas empapadas en sangre con grúas industriales
sobre ellas y equipo médico electrónico alrededor ya no se escuchaba nada. Al mal
augurio del silencio se añadían los cuerpos frescos abiertos en canal en las camillas
que habían dejado los doctores a modo de ataque psicológico, para McKenzie el
premio sensacionalista que necesitaba.

Carlos avisó por llamada al equipo que no prestaran caso a los cuerpos, si no a los
grafitis plagados de pequeños ojos rojos. Les ordeno hacerse los despistados hasta
llegar a la primera linea de muebles que podían usar de cobertura y lanzar granadas
desde allí.

Así lo hicieron, Los dos grupos más cercanos agonizaron con sus conductores
implantes potenciando el efecto de electrocución averiándose por la sobrecarga.
Después comenzaron los disparos.

Eran demasiados. Carlos dejó caer su arma para darse un chute de slo-mow y usar su
kusarigama para retener a los que atacaban con motosierras eléctricas mientras sus
compañeros disparaban a los tiradores guarecidos tras el equipamiento. Humanóides
de todas las razas con injertos mecánicos a capricho y las señales de la sobredosis de
purpurina y slo-mow, lo que les convertía en babeantes berserkers frenéticos.

Haciéndo girar el omori sobre su cabeza como el aspa de un dron dejó insconscientes
a golpe cargado a los tres primeros atacantes, desarmó al cuarto enredando la cadena
alrededor de la espada de la sierra y tirando de el hasta la distancia donde pudo
clavarle la kama en el cuello. Contra los siguientes debió enfrentarse a usando las
kamas en una danza mortal cuyas ventajas eran el delirio descuidado de sus
oponentes y que por no dar a sus compañeros los tiradores borg no le disparaban a él.

Las chispas saltaban entre las hojas curvas de sus kamas y las cadenas de las pesadas
sierras en manos de pálidos flacos escuchimizados que en oocasiones conseguían
sacarle un aullido de dolor cuando aprovechando su superioridad conseguían
golpearle llevándose consigo trozos de armadura y tiras de epidermis antes de chocar
contra la coraza en su demencial empeño por morir matando por su señor.

Cada bala del francotirador era una baja y Mc llevaba una escopeta que podía hacer
volar a un hombre. Entre las trincheras improvisadas los aparatos electrónicos
estallaban y pedazos del material volaba alrededor de los tiradores.
A Carlos le quedaban tres berserkers cuando escuchó los pasos de algo pesado y
grande que se acercaba a toda prisa detrás de la avalancha. De las tinieblas del fondo
surgió un torso humano encerrado en una jaula de metal ensartado en apéndices
robóticos donde deberían estar sus extremidades, pintado de negro todo él. Bajo un
montón de cinta aislante resplandecían dos ojos rojos y una gran boca gritaba en su
delirio.

Avanzaba con una motosierra capaz de talar un árbol por delante, Carlos se evadió
saltando hacía un lateral prefiriendo regalarle una abertura al berserker cercano antes
que ser arrollado por aquella mole que no dudo en tirar al suelo a sus compañeros
incapaz de frenarse. El golem atravesó co la sierra la mesa de metal con bandejas de
plástico para el instrumental tras la que se guarecía McKenzie provocando una lluvia
de chispas. El reportero rodó evitándose quedar como la mesa. El francotirador
disparó con su pistola contra la mole en la que las balas rebotaban. El monstruo se
giró y lanzo una llamarada en su dirección. El soldado tuvo los reflejos suficientes
para aprovechar la lentitud de su enemigo y conseguir que el líquido inflamable le
prendiera solamente un brazo. El dolor no le cegó tanto como para impedirle tener el
buen juicio de correr hacía un extintor colgado de la pared. Mc retrocedía a una
esquina la que disparaba mientras la balas de los soldados borg restantes impactaban
alrededor.

Carlos mato al berserker en el suelo cercano y saltó sobre la espalda del golem
usando las kamas como piolets para escalar por el conjunto de tubos estructurales que
protegían el sistema de energía del monstruo que se tambaleaba rabioso a un lado y a
otro sin poder alcanzarle balanceándolo de un lado a otro lo que también mantuvo
lejos a los dos berserkers que intentaban alcanzarlo y en vez de eso arañaban la
estructura de la bestia que los apartó de dos golpes como el que empuja a un niño.
Harto de intentar alcanzarlo el golem emitió Una especie de risa esquizofrenica antes
de sobrecargar todos esos tubos de eléctricidad. Carlos también estaba preparado para
eso, aunque no podría aguantarlo por mucho tiempo. Un vistazo rápido y encontró el
cable de alimentación que desenchufó y le clavo en el cogote. La corriente cesó
enseguida salvando al demente de morir electrocutado pero no de quedar aturdido.

Carlos trepó hasta sentarse sobre el chasis del cyberpsicópata, retiró una maya
protectora de alambre duro que le cubría la cabeza y usando las kamas las ensartó el
único punto débil a la vista, los ojos. EL monstruo se tambaleo por el dolor mientras
sus ópticas se hacían pedazos ante el metal que las atravesaba, las balas de sus
ayudantes impactaron alrededor y contra la espalda de Carlos que aguantaba le dolor
a sabiendas de que si no aprovechaba esa oportunidad para matar al golem él les
mataría a todos.
El golem se inclinó hacia delante y Carlos rodó por el suelo dejando manchas de
sangre en su rodar. El monstruo cayó con todo su peso detrás de él, de frente contra el
suelo, sin tocarlo por los barrotes que le rodeaban, quedando colgando de los metales
insertados en sus extremidades, moviendo los brazos mecánicos sin sentido, raspando
el suelo con la sierra y lanzando llamaradas, con un chorro de sangre manando de
cada agujero ocular a la que chillaba.

Una sucesión de explosiones no tan lejanas retumbaron haciendo que cayese polvo
del techo y el suelo temblase. Por un segundo esperaron que la estructura se les
cayera encima sepultándolos vivos pero aguantó. Una pausa de incertidumbre para
todos los contrincantes que acabo de tres tiros, uno al cráneo del golem y otro por
cada berseker aún el liza.

Carlos gateó en cuanto pudo hasta donde había dejado su rifle para apoyar a Mc que
seguía disparando al frente. En una esquina el francotirador yacía en el suelo,
apagado pero inconsciente. Carlos se pegó un chute de medicamentos para soportar el
dolor de su espalda acribillada y devolvió el fuego. A pesar de no tener opciones de
ganar los borgs siguieron disparando hasta su último aliento.

Al terminar se reunieron alrededor del soldado herido, seguía vivo y aún mantenía
algo de la consciencia. Le administraron los medicamentos que tenían para las
quemaduras más alguno que encontraron en la sala que por macabra que fuese no
dejaba de ser un quirófano. Mc ayudó a Carlos con las balas incrustadas en su
espalda.

Por el canal general de asaltantes de CoMex Ulloa les informó de que se encontraban
solos, los borg habían hecho estallar una serie de explosivos taponando todos los
accesos. Carlos le indicó el camino que había seguido ellos por donde deberían seguir
desactivados y escondiendo al soldado herido entre los muebles continuaron
avanzando.

–¿No deberíamos esperar? –Preguntó sin miedo McKenzie.

–Hemos venido a por Myers, si no le detenemos esta operación sería un éxito parcial.

Avanzaron siguiendo el camino que Carlos se imaginaba conociendo el gusto de su


enemigo por estar cerca del quirófano, buscando una estancia similar a en la que se
reuniera con él en tiempos de paz.

La encontró, no era parecida, si no igual, calcada al detalle. Cubismo rojo y negro con
vitrinas repletas de implantes al estilo casa de los horrores. El dron entró primero,
luego el encorvado Carlos con delicado cuidado hacia una de las vitrinas en donde
esperaba encontrar trampas o explosivos. Los encontró bajo la mesa que sostenía el
mostrador, de ser todas iguales suficiente para reducir la habitación a escombros.
De repente se activo. Carlos pensó que moriría en ese momento. En menos de un
segundo se apagaron. Un holograma apareció sentado sobre el diván, el siniestro
doctor Myers.

–Tenga usted buenas noches señor Nuñez. Me alegra que de todos los asaltantes haya
sido usted el primero en alcanzar mi museo, sin embuste le comunico que era lo que
esperaba que sucediera y por ello le felicito.

Carlos desenchufo el explosivo y se irguió. –Buenas noches señor Myers, permita


entonces que le felicite por haberse adelantado al ataque.

–Un asunto deleznable sin duda y a la par inevitable. Cuando se tienen lo suficientes
años estas estrategias son previsibles. Es como jugar al tres en raya, no se gana por
habilidad personal, si no por la debilidad del contrincante.

Carlos siguió desarmando explosivos desactivados. –Imaginó que si en vez de


desintegrarme ha decidido hablar por holo es porque quiere proponerme algo.

–No, la proposición fue lanzada hace mucho tiempo por el propio progreso. El
problema es que, como dedujimos hace unos años, a la mente le cuesta desprenderse
del calor de la carne. Veo que no es su caso, aparenta ser humano pero el número y
cantidad de sus implantes es elevado ¿Que hizo con aquel hermoso brazo que usaba
antes?

–Le tengo guardado para cuando haga falta.

–Le habría venido muy bien contra el pobre Rodrigo


.
–Suelo esperar a que me mutilen para implantarme partes así.

–¡Oh! La necesaria y tediosa espera entre evolución y evolución. El único dios


verdadero, la naturaleza, es más perezosa para los cambios de lo que nuestras
efímeras mentes pueden soportar.

–Bueno, ahora somos más longevos.

–Paciencia, como siempre, paciencia. Una palabra que rezuma sabiduría hasta que
toca correr para evitar el desastre que la pereza procuró. Yo tenía una amigo sabio y
paciente, se llamaba Aitor Ortega. Esta ciudad nunca podrá agradecerle todo lo que
hizo por ella.

–¿Se refiere al fundador de la universidad?


–En efecto. Fundador de muchas cosas. Llegamos en la tercera tanda de colonos
dedicados en cuerpo y alma en hacer habitable este planeta cuando no había nadie
más en el sistema. Yo por aquel entonces era el médico encargado de los implantes.
Debíamos utilizar cualquier ventaja posible para sobrevivir a un ambiente tan hostil,
en términos actuales eramos una panda de borgs intentando vivir de la piedra
desnuda.

–Gracias por sus esfuerzos doc.

–De nada, o de todo. –rio. –Lo logramos, la mitad murieron por el camino y la otra
mitad fueron asesinados por las corporaciones cuando Ortega intentó organizar un
gobierno regente que antepusiera las necesidades de la sacrificada población a los
intereses corporativos. Sí, en efecto, los asesinaron.

–Excepto a usted.

–Yo y unos pocos más que nos rendimos a la evidencia de que no teníamos
oportunidad de levantar algo así. Lo único que conseguimos fue que al menos su
versión de la historia no nos tachara de comunistas. No lo eramos, pero ya sabrás
como funcionan estas cosas, tampoco atacamos vuestro laboratorio y aquí estas,
haciendo un contrataque legal.

–¿Me va a decir que todo ese equipo no se lo han pagado los Lupo para atacarnos?

–¡Oh no! ¡Por supuesto que les vamos a atacar! Solamente recalcaba la hipocresía
gubernamental con el fin de llegar a cierta conclusión.

–Adelante.

–Gracias. Durante mucho tiempo estuve enfadado contra las corporaciones por el
asesinato de mi querido Aitor. Organizando a los jóvenes vanguardistas de forma
clandestina dentro de esta facción que de forma tan vulgar llamáis borgs. Sin
embargo el tiempo me dio perspectiva. Me di cuenta de que el conflicto era
inevitable. A pesar de que Ortega controlaba la administración del planeta no tardaron
en aparecer disidentes según nuevas generaciones de colonos arribaban a nuestra
creciente nación ¿Se imagina el por qué?

–¿Todos quieren ser Califa en lugar del Califa?


–No. Es verdad que esa es una constante en el pensamiento humano pero no. Antes
que la traición nos arruinase ya existía una oposición al gobierno de Ortega y en vez
de debilitarnos nos impulsaba sacando a relucir nuestros fallos administrativos para
así poder corregirlos. De haberse mantenido esa situación habríamos gozado de un
próspero porvenir. No, el problema es el número. Se lo explico. La espacie humana es
un organismo diseñado para vivir en pequeñas comunidades desarrollando fuertes
vínculos entre los individuos que la componen que les ayudan a cooperar. Cuando la
población aumenta en demasía, pues la naturaleza no es capaz de aniquilarnos como
cuando éramos inconscientes monos, esos lazos se van volviendo más débiles hasta el
punto en que alcanzada cierta demografía dos personas pueden vivir toda su vida en
la misma localidad sin llegar a conocerse. Es entonces cuando el sentido colaborativo
desaparece y el individuo antepone sus objetivos personales ignorando los frenos
emocionales o razonables que le impedirían dañar a la comunidad de la que depende.
Entonces es cuando aparecen los tiranos y con hábiles maniobras se hacen con el
control destruyendo en su ascenso al trono a las personas que se interponen en su
camino. Un movimiento obvio pues la población ya no se ayuda entre si, no le ayuda,
tiene todo tipo de carencias ignoradas por sus semejantes a los que ni conoce ni
desean conocerle ¿Por qué se iba a preocupar por ellos? No, no lo hacemos y
empezamos a luchar entre nosotros por los puestos más confortables de la sociedad.
Y toda competencia en donde haya algo importante en juego, y en esto te juegas la
supervivencia, se convierte en una lucha.

–El ser humano esta condenado por su manía expansiva a masacrarse por los
recursos.

–Tampoco. Lo estaba, la tecnología nos rescata una vez más de nuestra ineptitud
ofreciéndonos una alternativa razonable.

–Convertirnos en máquinas.

–Esa es una frase que odio. Las máquinas son las que nos mantienen con vida no
entiendo ese desprecio y tampoco es una conversión ¿Cambia un libro por pasarlo del
papel al formato digital? ¿Cambia una canción al ser cantada por un aparato respecto
a la cantante original? ¿Acaso que el profeta sea distinto cambia el significado de la
filosofía que promulga mientras no haya tergiversación? Los datos son datos. No
importa en que formato se encuentren inscritos. Nuestro pensamiento son datos.
Aceptamos ser guardados como tales para evitarle al universo la ausencia de nuestra
mente incluso cuando eso implica una muerte orgánica pero no aceptamos ser
funcionales desde un vehículo no orgánico. Es patético. Si abrazásemos la existencia
mecánica no solo seríamos eternos, si no que podríamos vivir sin las ataduras de
sistemas arcáicos. ¿Ha conocido a un dron que se agobie porque haya muchos
semejantes en el cielo? ¿A un robot de compañía matar a su compañera porque la
hace la competencia? ¿Quejarse un industrial de sus largas horas de trabajo? No,
aceptan que son parte de un todo sin necesidad de recurrir al vanidoso afecto y siguen
funcionando sabiendo que sus escasas necesidades serán satisfechas por un sistema
que no les olvida ya que no se rige por los intereses de una endeble criatura
despechada ansiosa de riquezas con las que autocomplacerse si no de un ente capaz
de atender todos los frentes que no se deja nublar por su ego que busca su realización
en la eficiencia.

–Tú eres casi una máquina y aún así parece que te valoras más que a los pequeñines
que has dejado morir defendiendo este lugar.

–La evolución no esta completada, sigo siendo un ser con limitaciones, lo reconozco.
Sin embargo soy el más avanzado en mi género en esta región, el más capaz de dirigir
el movimiento del cambio. Por ello he de resguardarme, mi supervivencia por el bien
del momento es prioritaria.

–Ya ¿De veras crees que cuando consigas hacer funcionar tu mente digitalizada, algo
que aún no se ha inventado, serás menos importante y te sacrificaras por el resto en
igualdad de condiciones? Sin egos.

–Detecto la mordaz insinuación a mi hipocresía en tu voz Nuñez. Te vuelves a


equivocar. Yo cambiaré llegado le momento, sin dejar de ser yo pero sin la necesidad
de estas argucias. Al igual que el terrícola debió contaminar su mundo para
desarrollar al tecnología que le permitió navegar hasta otros yo practicare esta atroz
política de violencia con el fin de defender la próxima evolución. Por desgracia en
nuestra raza no hay cambio sin revolución.

–Podrías intentar convencer a la gente sin matarla.

–Es lo que hacemos, solo matamos para sobrevivir, ya sea para defendernos, como
ahora, o para conseguir los recursos necesarios. El resto del tiempo lo dedicamos a
mejorar, disfrutar, aprender, como tú. ¿Tanto daño hacemos desguazando cadáveres?
Ellos no se quejan ¿No sera vuestro miedo a la muerte orgánica el que os impulsa a
odiarnos? Igual que a aquellos sacerdotes ignorantes odiaban y perseguían a los
médicos a los que se les acusaba de herejía por investigar anatomía en los difuntos.

–O el hecho que la mitad de vuestros sujetos de estudio fuesen personas inocentes


asesinadas.

–Como ya sabes, a pocos de esos sujetos los asesinamos nosotros. No nos hace falta,
personas como tú nos proveen cada día.

–Por mi puedes seguir operando, este conflicto no es por eso, es por las guerras por el
territorio.

–Territorios y recursos. El cuento de nunca acabar, la estación eterna, la autentica


historia interminable, a menos que cambiemos. Sigue cambiando Carlos. Te esperó al
otro lado hermano.
Con el consejo y la despedida la charla acabó. Para entonces ya tenía todos los
explosivos desactivados e inició el registro. No había encontrado ningún cuarto
oculto cuando el resto de equipos llegó ni lo encontraron después de despejar todo el
edificio. Por supuesto había accesos a las alcantarillas, como en toda guarida borg,
pero estaban cerrados. Myers se había marchado antes de empezar la batalla. Carlos
ordenó que respetasen el museo, pensando que tampoco era plan de cabrearlo de más
tocando lo personal. Habían anulado buena parte de su logística al tomar la base
desde donde se lanzarían los ataques contra sus laboratorios, consiguiendo un tiempo
muy necesario pero nada más. Aún así en CoMex lo entendieron como una gran
victoria y por un par de días todo fueron halagos y palmaditas en la espalda para el
equipo de Claudia. El reportaje de McKenzie, que le devolvió a las portadas, fue el
vídeo oficial de la empresa por un mes.

Carlos siguió cambiando, los borg le había curtido tanto el blindaje subcutáneo que
debió renovarlo y descansar unos días para que se curaran las contusiones internas.

CoMex aprendió un par de cosas de aquel conflicto. La primera a estar mejore


preparados. Para solucionarlo compraron un terreno adyacente a los laboratorios he
iniciaron la construcción de una fortaleza defensiva que protegiese los alrededores.
Pensaron que por el momento sería, dada su vulnerabilidad, un objetivo constante de
sus enemigos, era la idea, que atacasen allí en vez de en otro sitio, sin embargo solo
hubo algunas refriegas menores. Los asaltos principales de los borg y los runers
fueron contra los laboratorios más algún atentado contra los campos de escaso
impacto. La otra, que era mejor dejar la ofensiva a anónimos runners que pagar
costes, bajas, daños y desperfectos de asaltos con bandera.
Espejo roto

Una vez curado se pasó a la vida nocturna. Carlos viajó a territorio Lupo,
Montevideo. No era diferente a Covadonga, algo más pequeña en extensión pero
tenía lo mismo. Un distrito corporativo con hermosos rascacielos vestidos con
colorida publicidad, terrarios para ricos, guetos para pobres, líneas de monorail como
venas atravesándola de una lado a otro, policías enfadados en la parte limpia,
pandilleros a la gresca en la sucia, monos de trabajo desanimados en la mañana y la
tarde, extrovertidas vestimentas reflectantes a la moda en la noche, las nubes más
tiempo de descargando que descansando, los cañones de riel jugando al tiro al
meteoro de vez en cuando y el enjambre de drones y autos recorriendo sus cielos día
y noche. Incluso se habían practicado las mismas políticas pues el contexto
económico de la ciudad era semejante. Una época de prosperidad gracias a la
inversión posterior a la tormenta sostenida a base de base de ladrillos en rápida
recesión.

Fue allí a petición de Claudia para llevarles a sus contrincantes la guerra de desgaste
que querían hasta su casa, devolverles los favores haciendo unos cuantos trabajos que
atenuaron las diferencias entre las compañías a base de pequeños desastres. Como la
seguridad de los Lupo era tan mala como de costumbre pudo sabotear el producto,
colocar información comprometida antes de enviar un chivatazo anónimo a la policía
o explosionar depósitos vitales de materias primas.

Para trasladarse sin que le identificasen y con algo de apoyo adicional antes de partir
se compró de segunda mano un Mercedez Skara Brae negro, auto de alta gama en
apariencia una pulida piedra de río un tanto ancha en su borde pero lisa en sus
superficies que consiguió a buen precio gracias a la crisis. El auto sin ser un
deportivo de carreras corría casi lo mismo y resistía la suyo además de poder
contener y contenía un dron armado y contramedidas tras un tuneo interesante. A la
vuelta Mauricio terminaría los ajustes pintándole un precioso quetzalcoalt de claras
escamas desde la trasera al capó en diagonal desde el lado posterior derecho al
asiento del conductor, similar al de su piso al que le pegó un retoque ya que estaba
tocado por el tiempo y Mauricio andaba bajo de fondos. Lo pagó CoMex, un
bladerunner cobraba lo suyo ya fuese en nómina o por misiones.

Durante ese tiempo en Montevideo estuvo viviendo en un cuchitril de un


megaedificio similar al que ocupase cuando fuera un camello adolescente. Nadie se
fijó en él a pesar de su conducta divergente o que su auto llamase la atención por su
calidad más aún después de que el dron matase a tres ladrones que intentaran robarlo
en tres tardes difenrentes ya que tenían sus mentes ocupadas con el enfrentamiento
entre la mitad de los habitantes, inquilinos, y la otra mitad, propietarios.
Para la empresa estafadora FCC, constructora del edificio, librarse de las
reclamaciones de los propietarios que veían no poder pagar sus hipotecas era tan fácil
como simular una avería en las comunicaciones o poner al teléfono a un comercial
asertivo pero los orgullosos dueños debían reclamar cada pago y luchar cada subida
de precio con las cuales financiar su catastrófica inversión contra sus inquilinos
temiendo que si enviaban a la policía a expulsar al arruinado moroso este se les
apareciera una noche pistola en mano para ajustar las cuentas. Entre eso y los
delincuentes de siempre la tasa de defunciones en el edificio era de un muerto al día.
Siendo esa situación y no sus asaltos semanales a infraestructuras vigiladas por
seguridad armada lo que puso en peligro su vida.

Sucedió una mañana en que volvía tarde de finiquitar una misión en la que se había
pasado más tiempo de cuclillas que de pie escondiéndose tras muebles y materiales
de un laboratorio en lo que desactivaba la seguridad electrónica y escondía los
cuerpos inconscientes de los operarios que se encontraba en su camino hasta llegar al
panel de control de los automatismos, para a través de ellos arruinar las materias
primas antes de provocar un incendio en el almacén del producto terminado y
después de robar sus fórmulas.

Cansado pero satisfecho solo le faltaba enviar los datos antes de irse a dormir cuando
cruzó por uno de esos patios elevados para servicios en donde un grupo de
propietarios se manifestaba, para que sus inquilinos pudieran escucharlos a través del
tragaluz, reclamando que en una sociedad ordenada y justa tenían todo el derecho de
decidir los precios de sus alquileres y exigírselos a sus inquilinos sin temor a
represalias o defendiéndose de ellas si se daban. O al menos algo parecido gritaba al
no tan abundante gentío reunido un líder de la comunidad sobre una tarima
improvisada con una mesa apoyado por la megafonía del lugar conectada a su
neuroimplante.

El hombre mayor disfrazado de ejecutivo con un traje barato no fue lo que le llamó la
atención si no el muchacho joven entre la multitud, allí también había gente de paso,
tan bien vestido que parecía un comercial, el cual se olvidó su mochila escolar en
fosforito azul y verde en el puesto cercano de desayunos rápidos a base de lata de
café sintético y bollería industrial.

Al dejársela allí, algo que nadie en su condición haría, pensó Carlos que se trataría de
un intercambio y manteniéndose alejado para no llamar la atención se quedó con
ganas de descubrir en que trapichéos andaban metidos sus vecinos. La raro es que en
vez de aparecer alguien enseguida a recogerla se quedo allí olvidada, lo que era una
oportunidad de oro para que un carterista común echase a perder el intercambio.
Explotó. Por alguna razón alguien se había tomado la molestia de ponerle una bomba
a una veintena de mindunguis enfadados con ínfulas. La potente detonación envolvió
en luz la planta, hizo desaparecer a los transeúntes de la terraza y puso a volar a
Carlos, unos tres metros desde la vaya en la que se apoyaba hasta la pared que lo
frenó.

Despertó entre los escombros por la alarma de toxicidad en el aire de su implante.


Entre los pequeños cascotes y la basura desperdigada había pequeñas llamas
incapaces de generar el calor que sentía. Tosiendo y estornudando a propósito para
despejar sus fosas nasales y garganta se levantó dolorido goteando sangre de las
heridas superficiales de su torso y cara que apenas habían sufrido daños gracias al
blindaje. Asomándose por la vaya vio el escenario de una carnicería, con cuerpos
mutilados, desmembrados y troceados desperdigados desde el puesto de comida hacía
los alrededores, los cúmulos de basura así como ese puesto y sus semejantes estaban
en llamas de las cuales humaredas negras se alzaban. Alrededor se escuchaban los
llantos y lamentos de los heridos y moribundos.

Sin querer darle explicaciones a nadie se fue trastabillando del lugar, aún aturdido,
hasta su cuarto de alquiler.

Una vez en el recuperó el aliento y se arregló un poco, sacó con un destornillador el


pen de datos de su neuroimplante, dañado, de milagro conservaría alguno de los datos
robados. Desanimado se marchó del piso antes de que llegaran los detectives de la
policía llevándose con él todo el material sospechoso en el auto hasta el matasanos
mas higiénico de los alrededores para que le arreglara la fachada y revisara los
implantes.

En general los implantes estaban bien, puertos de enlace dañados, ópticas y audios
descalibrados, un poco de suciedad... Nada que no se arreglase en un par de minutos.
De allí fue a un trastero en donde guardar sus cosas, una vez recogidas se paró en un
bonito parque de esos en los que los restaurantes de alrededor cobraban el doble por
tener cerca plantas en vitrinas a las que mirar y revisando su memoria orgánica
recuperó la imagen del sujeto que colocó la mochila para contrastarlo usando un
programa de reconocimiento facial con los muchachos de la localidad en las redes
sociales. Lo más probable era que la persona que le ordenó realizar el atentado ya lo
hubiera matado pero por intentarlo tampoco perdía nada.

Consiguió encontrarlo. Descubrió que el chaval se pagaba los estudios vendiendo


casas en una famosa inmobiliaria, Tecasa, al verle vestido con el uniforme de traje
barato con corbata hortera de la empresa medio borracho junto a unos amigos.
Localizar e ir a la empresa, unas acristaladas oficinas de atención al cliente en un bajo
con una pantalla a la calle publicitando sus viviendas, y preguntar por Álvaro con
intención de alquilar un piso por recomendación de un amigo común fue el paso que
le otorgó su número de manos de una amable recepcionista dada la ausencia del
comercial. Como cabría esperar no le cogía la llamada en oculto.
Estaba con la llamada cuando por delante de él pasó una de las empleadas de la
pequeña sucursal con el uniforme de la empresa, paso firme, mucho maquillaje y la
ondulada melena al aire esparciendo un empalagoso perfume con tonos de pólvora.
Los oídos le permitieron escuchar el respetuoso saludo de la recepcionista por el que
dedujo que era la jefecilla de esa colina, por la hora, llegando tarde a su puesto.

Calculó unas cuatro horas y se volvió a su piso de alquiler en donde le esperaban los
agentes de la policía interrogando al vecindario a los que entregó el justificante
digital del doctor y respondió sin dar información útil a sus preguntas dejando su
relación con el atentado en que fue una victima ignorante más y que no conocía al
chico de la foto, por la mala calidad y ángulo, obtenida de una cámara de seguridad
de un comercio cercano. No le insistieron, era uno entre muchos.

Tras una siesta reparadora fue a deambular por los rincones de la calle en donde se
encontraba las oficinas de Tecasa, evitando ser visto y grabado a la espera de la salida
de la vendedora la cual por suerte salió pronto del trabajo guiándole hasta su hogar .
Un piso modesto en un distrito decente en las primeras plantas de un rascacielos.

Tomando con cautela el control del recién instalado sistema de seguridad electrónica
pudo contemplarla tirada sobre la silla con ruedas de su escritorio cual desecho, con
los tacones por el suelo, cara de perro mirando al vacío, con un baso de wiskey sin
hielo en una mano apoyada sobre el muslo y la botella cerca, en el escritorio.
Dispuesta a agriarse baso a baso hasta acabársela.

Carlos se acercó al auto de la agotada mujer y lo pirateó para comprobar el registro


de su GPS, por lo recto de sus vuelos dedujo que al igual que el ochenta por ciento
del mundo no sabía conducir. Le llamó la atención de una visita en la mañana a unos
barrios inapropiados para una mujer de su mediocre pero respetable estatus. Lo
condujo hasta el lugar y volvió a merodear, No encontró nada significativo en los
callejones donde esperaba que descansase para siempre Álvaro. Estaba por rendirse
cuando un anuncio de Tecasa, uno de esos hologramas insistentes que asaltaban al
peatón cual atracador hambriento, le reveló que había un piso en alquiler en el
edificio cercano. Apagando sistemas de seguridad se coló en la vacía vivienda.

Al encender la luz del piso hueco con los cierres antitormenta echados descubrió a
Álvaro, un muchacho con una sonrisa afable dibujada en su cara de duende, tendido
en el suelo con un agujero en el parietal derecho hecho a quemaropa que le atravesó
el cráneo hasta el neuroimplante. En una habitación lateral una mesita y una silla
cutres contenían un espacio con herramientas y restos propios de haber fabricado un
artefacto en el. Con cuidado de no mancharse con la sangre dio un par de vueltas
alrededor. No le costó imaginarse a aquella mujer absorta que en esos momentos
lidiaba con sus demonios a golpe de botella agazapada tras la barra de la cocina
acercándose descalza por el lateral, arma con silenciador en mano, y pegándole un
tiro al aliviado terrorista que se creía a salvo sin que este se percatase.
En la cocina encontró productos de limpieza que por el olor del trapo habían sido
usados ese día. Cogió uno de los guantes de silicona y con cuidado metió el
neuroimplante dañado del joven en el otro, se fijo en no haber dejado huellas y se
volvió en el auto de la mujer hasta la casa de su dueña. La cual había pasado a
tumbarse en la cama cercana al escritorio, pegada a la pared por donde la luz entraba
a través de una ventana larga rectangular, inclinado el somier lo suficiente para seguir
bebiéndose sin atragantarse su botella que ya se encontraba por la mitad.

Abrió de repente la puerta apuntándola con su arma según daba el primer paso. El
susto a la rubia de ojos negros y amplia frente curva le llego un par de segundos
tarde, quedándose quieta sin soltar su botella, no tardó en mirarle como a punto de
escupirle.

–¿Qué quiere? –dijo seca y cargada de desprecio con ese timbre en la lengua trabada
propio de quién ha bebido demasiado.

–He de informarla de que me he hecho con los controles del sistema de seguridad de
la casa y soy más rápido metiéndole un bala entre las cejas de lo que usted es sacando
el arma que tenga escondida en esa confortable cama.

–Muy bonito. Le he preguntado que ¿¡Qué coño quiere!?

Con la izquierda Carlos le arrojó el guante relleno en su bolsillo al pecho. No lo


agarró, lo dejo caer al suelo tras parar en su torso y caer golpeándose hasta la
moqueta donde terminó su recorrido sin apenas sonar.

–¿Qué es eso?

–EL neuroimplante de Álvaro. El chico que usó para que cometiera su atentado.

Al mirarlo desde arriba no se notaba la forma dado que dentro estaba el otro guante
pero las rojas manchas interiores de sangre resultaban reveladoras.

–¡Que mierda! –Fue a levantarse pero Carlos la llamo la atención.

–¡Oh no, no, no! Mejor quédese tumbada, no estropeemos su momento de relax.

Se quedó tumbada. –Eso ya lo ha hecho ¡Yo no le mate!

–¿Quién ha dicho que este muerto?

–¡Váyase a la mierda! ¿¡Qué quiere!? ¡Joder!

–Empiece por contarme la historia.


Se sentó en la cama enfadada ignorando la amenaza del arma de Carlos. –¡Ese
mocoso no valía una mierda! Un crío sin escrúpulos que habría vendido a su madre
por una botella de vodka ¡Se jactaba de la gente a la que timaba creyéndose el gran
vendedor, animado por los discursitos mañaneros que les soltamos a esos memos
antes de enviarlos a estafar a idiotas para la empresa! Un payaso que pensaba que
sería un gran tipo tras aprender económicas en un curso pregrabado a distancia al que
añadiría el talento innato que en realidad no tenía ¡Carne de cañón!

–Vale. Encontró un idiota que le hiciera el trabajo sucio ¿Por qué la bomba?

–¿Que bomba? –Rio enseñándo los dientes de forma burlesca.

–Si no me responde me iré de aquí, dejándola con eso en su casa –Señaló los guantes
rellenos. – Y el montón de huellas que ha ido dejando a su paso.

–¿Cuales?

–¿Por qué la bomba?

–¡He dicho! ¿¡Qué cuales!?

Carlos se acercó y la golpeó con la culata de la pistola en la frente. Lo que la pusó


con la cara contra al almohada acabando el berrinche.

La mujer intentó con escasa sutileza dada su falta de coordinación alcanzar un arma
que al intervenir Carlos no encontró por mucho que removió con brusquedad la ropa
de cama. La mujer reía con su tono de borracha haciéndola junto a los pelos
desgreñados parecer una bruja de cuento.

–No se moleste, no es mi cuarto, se me había olvidado.

–¿No es su casa?

–Sí, yo duermo en la habitación grande al otro lado del cuarto de baño. Esta era la de
mi hija.

–¿Murió?

–Como si lo hubiera hecho. –dijo entre dientes.

–Me empieza a aburrir señorita. Teniendo en cuenta que yo si estoy armado y me


debe un montón de créditos por un atentado en el que perdí una información muy
valiosa la aconsejo que empiece a cooperar.
–Se folló a mi pareja. Así es, mi propia hija ¡El muy miserable se excusó en que con
eso de la inmortalidad no se notaba la diferencia! –Buscó con la vista algo a su
alrededor pero la habitación salvo por los muebles estaba limpia. –Tiré las fotos.
¡Míreme bien! –Levantó la cara con el maquillaje corrido. –¿No le parezco joven?

–Aparenta veintí tantos, cerca de los treinta. Pero es inmortal ¿Cierto? en realidad a
saber.

–¡Pues no es suficiente! ¿Con que edad dejamos de ser atractivas?

–Su hija se folló a su novio y viceversa. Lo capto ¿Que tiene que ver con la bomba?

–Él estaba allí. –Se encogió de hombros. –¡No iba a matar a mi propia hija!

–¿Y el resto?

–Para ocultarlo. Ahora yo ocuparé su puesto. Los pagos de los inquilinos se


demoraran claro pero eso es bueno, no íbamos a encontrar a otros así que es mejor
dejarlo a deber. Los herederos de la estafa seguro que serán más flexibles.

–¿Lo hizo todo para matar a su jefe?

–¡No era mi jefe!– dijo con odio. –¡Esa empresa la montamos juntos! Le cedí el
protagonismo en mi enamoramiento estúpido para complacer su gran ego creyendo
que así me amaría más. ¡Que estúpida fui! Pensé que un hombre al que no le
importaba iniciar una relación con una embarazada era alguien maduro y sensible.
Me debí dar cuenta de su nulo interés por mi cuando decidió no casarnos por
cuestiones legales. Solo me quería para que dirigiera la empresa que él no podía por
su falta de intelecto ¡Sí un hombre llega a los doscientos sin hacerse rico es que es un
inútil! ¡Es obvio! Pero no, le seguí cual fan por dos décadas hasta que mi hija ¡Tan
idiota como su madre! Se lo folló.

–Estas loca.

–¿Por qué? ¿Por haber matado a unos idiotas? ¡FCC les estafó! ¡Con descaro! ¡Había
que estar ciego para no darse cuenta de que esos pisos no valían ni la mitad! Pero con
la tontería de la inversión de futuro los compraron encantados hipotencándose hasta
las cejas cuando sus empleos apenas les llegan para pagar un alquiler. El banco
acabará quedándoselo todo como tenía planeado cuando les concedió los préstamos y
ni siquiera han puesto una triste denuncia por no reconocer su culpa en el crimen de
especulación del que han sido participes. En vez de eso se dedican a pedir alquileres
imposibles a personas sin capacidad para pagarlos ¡Son idiotas!
–¿Los que pasábamos por allí también lo somos? ¿Ese es el motivo por el que
merecemos morir dando margen a tu delirio de venganza? Te voy yo a decir yo quién
es una idiota. La zorra estúpida que con su bomba se ha cargado un chip con datos
más caros que esta puta casa ¿Lo entiendes?

–No tengo dinero.

–¡No me digas! Don “las prefiero más jóvenes” se largo con los créditos ¿No que no
estáis casados?

–¡No gano tanto! Antes de la crisis sí pero ahora es un milagro conseguir alquilar
algo, mejor no te cuento sobre vender ¡Vivo a base de primas y porcentajes!

–Por curiosidad. La dueña de este cuarto, tu hija ¿Donde esta?

–La he echado de casa ¡No iba a mantenerla después de haberme puesto los cuernos!
Ya tiene veíntidos ¡Que se las apañe!

–En plena crisis sin trabajo ni casa. Si no la mantiene tu ex acabara haciendo la calle.

–Se le daría bien.

–Me voy a llevar lo que me de la gana. Ahí te dejo esperando a la policía.

Carlos se llevo pocas cosas, solo había un par de artículos de valor que entrasen en un
bolsillo. Tampoco era plan de arramplar con los electrodomésticos o que los agentes
le encontraran allí haciendo limpieza. Era una vía muerta, la única forma de recuperar
los datos era volver a robarlos.

Así que volvió a su piso en alquiler y organizó otro asalto para, por venganza y
riqueza, atacar a sus enemigos los Lupo.
Trucos baratos

Al final los socios debieron de asumir que su estilo de vida había cambiado y ceder el
control de las calles a las nuevas pandillas. Las perdidas eran excesivas tanto en
daños como costes, sobre todo en personal. Entre los líderes fenecidos estaba Vargas
y su hijo por lo que la nueva representante de los antiguos colombianos era Doña
Antonia Corral, una callada mujer de edad avanzada ansiosa por obtener beneficios
para pagarse la inmortalidad antes de alcanzar la poco atractiva arrugada ancianidad
dispuesta a ser la bisagra política de la junta.

Por ende al regresar Carlos todo el mundo estaba de mal humor. Los Colombianos se
habían llevado la peor parte durante las luchas, Claudia quería que el coste de la
guerra lo pagaran las familias involucradas, es decir los otros socios mayoritarios.
Los socios minoritarios, que habían sufrido invasiones y asaltos por un conflicto del
que no eran partícipes querían indemnizaciones y Sánchez amenazaba con irse ya que
su sección era la que más ingresos generaba al haberse defendido bien y mantenido la
producción.

En la calle la situación era igual, tal y como predijo Claudia la economía se hundió.
Al igual que en Montevideo llegó el punto en que nadie se podía permitir precios tan
hinchados por las viviendas y la crisis cayó como un mazo. Las obras fueron cerrando
una tras otra, algunos edificios se quedaron a medio hacer y muchas promesas de
futuro se redujeron a solares al raso. Las calles se llenaron de desempleados que no
tardaron en dedicarse al crimen nutriendo a las necesitadas bandas que discutían a
balazos sobre los límites de los territorios de cada una. Aprovechando el caos los
ladrones actuaron, los robos eran comunes por debajo del distrito dos e incluso se
daban de forma ocasional en el tres y el suyo, el cuatro, a pesar de encontrarse entre
el bien custodiado distrito corporativo y los espaciopuertos. Allanamientos y robos de
guante blanco protagonizados por grupos Tong y Yakuza del colindante barrio
oriental. La alcaldesa prometía medidas contundentes contra el crimen intentando
desviar así la atención sobre la situación económica de la población, germen del
desastre que en vez de detener ayudando a los estafados inversores u obreros
despedidos potenciaba promoviendo los embargos de los morosos a favor de bancos
inmunes gracias a sus tesoros bien enterrados.

Monique, que no había terminado de pagar su deuda, se quedo sin empleo tardando
dos semanas en aparecerse por casa de Carlos pidiendo ayuda, para que Claudia no la
matara la mando con Teressa. Kylikki tenía dificultades para vender su producto. En
cambio la tienda de Oscar en el distrito ocho volvía a generar suculentos beneficios
sin que la muerte de dos atracadores poco espabilados asustase a la clientela.
A Teressa la autorizó a usar el monovolumen con le fin de evitar que fuera en
monorail a la universidad, transporte donde el hurto de chips estaba a la orden del día
y que de seguir así trascendería al asalto con navaja. Antes lo dejó bien pinchado para
saber a donde iba con él. El cambio la hizo delirar de alegría espantando el enfado
por quedarse ese año sin la ansiada inmortalidad por no haber aprobado todas las
asignaturas del primer año de carrera en el que se había pegado la gran juerga con su
novia aprovechando la falta de atención de Carlos, conducta por la que la cayó una
ragañina que ignoró de plano.

En CoMex a colombianos y mejicanos les toco pagar la derrota tras mucha


deliberaciones a grito pelado. Menos de lo que Claudia y los socios minoritario
deseaban pero lo suficiente para zanjar el asunto sin que nadie quedase contento.

Entonces fue cuando a Antonia, vestida de ejecutiva alegre, con dibujos en la tela de
polígonos en diferentes colores, unos moños orientales que desentonaban en un rostro
con más maquillaje del necesario para ocultar las arrugas, se le ocurrió la gran idea.

–Es posible que los campos asaltados hará unos meses hayan sufrido una infección
por hongos. Esas malditas plantas crecen por todas partes y estropean la tierra. El
seguro debería cubrir las cuantiosas perdidas. Tan solo tendríamos que demostrar que
la infección se ha dado. Alguien hábil podría encargarse de eso. Tenemos a personas
muy capaces, como le señor Nuñez. –expresó con elocuencia y voz aguda.

–¿Que opinas Nuñez? –dijo con desgana Claudia.

–Que ni de coña. Los detectives y bladerunners de las compañías de seguros son de


los mejores que hay y están especializados en su campo. No les engañaran ni de lejos.
–Su rectitud no se basaba en la convicción, no tenía más idea que el resto al respecto,
una reputación popular. Su objetivo era evitar enredarse en los tejemanejes de la
desesperada Antonia.

–¿No confía en sus capacidades? Tenemos expertos que le ayudaran.

–Esas tretas ya se las conocen, están hartos de oírlas.

–¡Vaya! Esperaba más coraje de su parte.

–Y yo más sensatez de la suya.

–¡Como se atreve!

–Ha dicho que no. –Intervino Claudia. –Nadie de mi equipo se encargará y a título
personal estoy en contra. El seguro ya nos a cubierto en repetidas ocasiones, menos
de lo que debería es cierto, aún así de fracasar esta treta nos quedaríamos sin él en un
momento en que lo necesitamos. Bien sabemos como están las cosas ahí fuera.
–Mallditos seguros, unos ladrones todos ellos. Se dice que el que roba aun ladrón
tiene mil años de perdón y después de todo lo que he hecho me vendrían de
rechupete. –dijo Sánchez. –De salir bien ganaríamos un buen pellizco que falta nos
hace, y si sale mal, pues ya nos encargaremos nosotros de la seguridad.

–¿Como se encargaron durante los asaltos de runners y borgs? –dijo con inquina
Claudia.

–¡Otra vez con esas mujer! ¡Había que defender las calles! ¡Por respeto!

–Han perdido. Y todos hemos tenido que pagar por ello ¿Ahora quieren arrastrarnos a
otro conflicto del que no piensan responsabilizarse si sale mal?

–¡Vale! ¡Pues que no se haga! Quedémonos quietecitos mirándonos las caras mientras
la empresa se va a pique.

–Han disminuido las ventas no el consumo, si controlamos la oferta para que el


precio no decaiga podremos mantener unos beneficios estables.

–La gente se esta quedando sin dinero por culpa de esta crisis querida. La demanda
bajará. –apuntó Antonia.

–Eso no se puede evitar. –dijo aquella señora tan emperifollada que solía representar
a los socios minoritarios. –De todas formas el vicio siempre vende y muchos de
nuestros clientes son ricos, esta crisis no les afecta a su vida personal.

–Yo prefiero ganar más dinerito señora. –dijo Sánchez.

–¡Pues salga a la calle a vender!

Eso dejo a Sánchez planchado, no se la esperaba.

Claudia alzó la voz para evitar otra refriega. –No se llevará acabo la estafa del hongo
¿Más propuestas para mejorar nuestros ingresos?

Quitando otras propuestas los campos mencionados pertenecían por tradición a los
colombianos así que al final la estafa del hongo si que se realizó.
El problema no fue que se perdieran semanas desinfectando la zona. Los primeros
colonos, siguiendo el protocolo, lo que hacían en planetas como ese, estériles y fríos
que ya tenían de por si su propia humedad, era soltar bacterias, líquenes y hongos
mejorados mediante ingeniería genética para hacerlos aún más resistentes, eficaces y
expansionistas si cabe, con la idea de que fueran preparando le terreno para una
terraformación apresurada. La plaga de por si no era peligrosa, al contrario, pero
podía causar daños graves a la maquinaría o a un sustrato delicado si no se las
contenía. Tampoco era lo peor que los agentes del seguro se percatasen del engaño e
intentaran anular el contrato para quedarse el dinero sin tener que pagar futuras
reparaciones. Lo malo era que Antonia había actuado en contra de la junta rectora y
eso era algo que no podían admitir ni siquiera en la representante de un sección tan
importante como los productores de cocaína.

La junta exigió su expulsión y la aplicaron una cuantiosa sanción como escarmiento.


Lo que enfureció a los colombianos, sobre todo por la sensación de impotencia al ver
que ya no podían actuar a placer, imponiendo sus intereses con violencia, como
habrían hecho cuando eran un cártel.

La primera reacción de Antonia fue montar un escándalo en el edificio Escobar


cuando se la denegó la realización de movimientos bancarios bloqueados por el
sistema de seguridad que levantaron las sospechas de un intento de desfalco en
Galíndo, la cual se lo notificó a Claudia.

Carlos supo que algo andaba mal en cuanto vio su cara. Ya no era como antes, a
fuerza de costumbre esa máscara de muñeca perfecta había ido diluyéndose cual
terrón de azúcar bajo una diminuta gotera y a esas alturas sus emociones eran
liberadas en su rostro de jovencita de porcelana que ocultaba sus treinta y siete años
reales. Se quedo mirándola embelesado por la sinceridad intentando no sonreír para
no destruir el momento. Demasiado tiempo, Claudia se lo notó y la fachada de
muñeca volvió.

–¿Que te hace gracia?

–Como frunces el ceño cuando tu cabecita elabora un plan malévolo. Como una niña
que jugase a interpretar el papel de villano multimillonario obeso en traje negro, solo
te falta el gato persa.

Debía haberla pillado porque se quedo atrancada.

–Te ves bonita.

–A veces eres de lo más tonto. –Se sonrojó. Enseguida recobró la compostura.


–Antonia acaba de intentar robar créditos de la compañía.

–¿Se piensa fugar?


–Nuestro sistema de seguridad se lo ha impedido. Vamos a dejar que se vaya.

–¿Ahora somos los buenos?

–Sí, vamos a dejar que se vaya y robe a sus compadres colombianos, los únicos a los
que puede jugársela, y cuando este en plena huida la vamos a detener.

–Así quedas bien con ellos a la vez que les añades un favor a la cuenta y pones al
próximo representante en una situación de desventaja.

–Exacto. Quiero que lo hagas tú.

–No puedo seguirla solo.

–Llevate a los hombres que necesites pero que no te detecte nadie hasta que este a
medio camino de su escape, si se percatan de que lo hemos dejado pasar tendrá el
efecto contrario.

–Nuestra gente son buenos luchando pero no tienen sutileza.

–No me fio de mercenarios.

–¿Que te parece un detective?

–UnO –Remarcó la “O” –Sigo siendo celosa.

Se reunió con Kuznetsov en el restaurante de la sopa castellana que a duras penas


sobrevivía a la crisis, el toque añejo era ya natural. Kuznetsov estaba muy
desmejorado, el pelo que le quedaba en la cabeza era escaso y blanco como la nieve,
buena parte de él se había mudado a las cejas y toda la dureza de su rostro se había
desvanecido consumida por la vejez. Por lo demás vestía igual que antes, delatando
con orgullo su oficio, ropa sería pero cómoda, zapatillas de deporte y la larga
gabardina de siempre ya sin lustre.

–Estoy jubilado.

–Creía que la gente como tú moría trabajando.

–Es lo normal, pero a veces la muerte decide echarse unas risas a costa de uno de
nosotros o solamente se le olvida pasarse porque ya esta harta de verte el careto.

–No la dejarías a pagar la cuenta de una cena romántica.

–Es posible.
–Tengo que seguir a una persona sin que se de cuenta. No tengo ni puñetera idea de
como hacerlo y tú eres el mejor detective que conozco.

–Eso no es gran cosa cuando soy el único que conoces. –Se saco un cigarrillo del
bolsillo y se lo encendió ni a tres metros del cartel de prohibido fumar. Antes de que
Carlos le dijera nada el mismo se llamo la atención. –Cuando uno es viejo puede
hacer lo que le de la gana, hay que ser muy mezquino para quitarle caprichos a un
moribundo.

–No te dicen nada porque solo somos dos en todo el restaurante.

–Hay que cuidar a la poca clientela que queda.

–¿Te apuntas a una última cruzada?

–¿Asesinato?

–Robo.

–¿De quién a quién?

No tenía sentido mentirle. –De una rica a otros ricos.

–Paso.

–¿Conoces a alguien de fiar, de fiar de verdad, que no pase?

–¿Así tan rápido?

–Insistírte no iba a funcionar, así que salto a los celos.

–¡Maldita sea! Si que funcionaría.

–¿Sin blanca?

–Aburrido. La jubilación es una mierda. De todas formas deberíamos ser seis, dos por
turno, por si hay que controlar varias puertas o a alguien le entra ganas de mear en el
peor momento. –Levantó una mano confesora.

–El dinero no es el problema, la parte complicada es que la ladrona tiene escolta y


habrá otro grupo siguiéndola en cuanto de el golpe.

–¿Todavía no lo ha dado?
–No, pero lo dará, lo necesita. Esta acabada y querrá huir con los bolsillos llenos,
tiene el tarro de las galletas al alcance, cederá a la tentación y nos interesa que lo
haga para poder anularla.

–¿Anularla? ¿Que metáfora es esa?

–No vamos a matarla si no a entregarla, no se me ocurría nada mejor.

–¡Pues di entregarla joder!

–Entregarla. ¿Satisfecho?

–No ¿Por qué no pillarla con las manos en la masa?

–CoMex, Colombia, nos coserían a balazos antes de entrar.

–Si ya es turbio meterse en asuntos entre corporaciones peor es aún si encima son
antiguos mafiosos. ¿Por qué la salvamos la vida? ¿Tienes algo con ella?

–No, son intrigas entre corpos, favores y esos royos.

–¿Desde cuando nadas en esa mierda?

–Me pagan muy bien.

–Hoy con plata mañana con plomo.

–Que gracioso ¿No es así en todas partes?

–Lo cierto es que sí. Debe merecer la pena. –Escudriñó el rostro de Carlos. –Inmortal
¿He?

–Cosas que se hacen sin pensar.

–Conozco algunas personas...

Carlos le cortó. –Tenemos que salir de inmediato, ya se esta moviendo.

–Conozco un joven que nos valdría para el tercer turno.

Treinta y cinco tacos no era lo que Carlos se había imaginado por joven pero con un
metro noventa de estatura daba la talla. Andrés era un detective al uso, un tanto
respondón y con carisma, hosco y duro sin perder encanto, venía con su pistola, su
petaca, las ganzúas, la gabardina y todo el resto del pack.
Los tres se reunieron en una tasca sombría para intercambiar la información y
partieron por separado en sus respectivos autos a Bucaramanga, dirección que según
la vigilancia de Ulloa había tomado el objetivo. Era lo bueno de su sistema de
seguridad, mitad disciplina y electrónica corpo mitad atención entre el personal
propio de las mafias. Era complicado hacer nada sin que el resto se enterase, motivo
por el cual se fueron por separado.

En otro planeta podrían haber dado un rodeo pues una nave aérea podía viajar a
placer por el cielo, no en Tania. Los autos estaban obligados a volar por encima de las
líneas ferroviarias protegidas de los meteoros por cañones del ejército. Podrían salirse
y estar atentos de las marcas de trayectoria del servicio meteorológico pero eso
llamaba al atención de los aduaneros que lo si interpretaban como algo sospechoso y
podían enviar un par de cazas en poco tiempo. Solo un nómada con un equipo
personal de detección de precipitaciones y camuflaje podría viajar por aquel entorno
agreste desconectado.

Cuando la lluvia no limitaba el campo de visión, el paisaje montañoso de afilados


picos grises y valles rocosos recorridos por las sinuosas lineas paralelas del monorail
era algo apacible de ver, cada pocos kilómetros se podía divisar el cilíndrico edificio
con su cañón apuntando por fuera de la cúpula superior al cielo guardando el camino
y a veces una nube se desconcertaba y dejaba que un rayo de luz cambiase el color de
la superficie. Por lo demás un viajero solitario como él solo podía acomodarse en el
asiento con un libro en las manos y blues en los oídos a la espera del rarísimo
momento en que el piloto automático no supiera como proceder.

El piloto no solo conducía el auto, si no que le despertaba si le notaba dormirse cual


desalmada institutriz de suave voz y le recordaba rellenar el depósito a tiempo. Si se
lo pedía hasta leería el libro por él. Como las distancias entre ciudades eran de cientos
de kilómetros un auto requería de un par de paradas por viaje en las pocas aguadoras
del camino. Momento de alivio en el que estiraba las piernas y compraba alguna
golosina para el camino.
Las estaciones aguadoras eran todas iguales. A pocos metros de la autopista de cuatro
carriles de asfalto para camiones rodados no tripulados, bajo las vías de los
monorailes, para no gastar en cañerías que llevasen agua a la estación desde el
acueducto subterráneo, se encontraba el edificio principal, una estructura gris de
hormigón con tejado a dos aguas compuesto por grandes pantallas señalizando su
posición e informando de precios y ofertas al viajero ocasional, debajo se extendían
dos explanadas en donde los aparcamientos de repostaje se marcaban con lineas de
pintura fosforescente y luces piloto, una al lado de la autovía para los camiones
automáticos y al otro lado del edificio, separados por una alambrada, al de los autos
privados. Una vez que el vehículo aparcaba dentro de ellas llegaba una llamada de la
estación al cliente preguntando por sus necesidades y atiborrándole a publicidad,
elegida la densidad del concentrado, marca o cualquier preferencia disponible un
tentáculo mecánico se alzaba del suelo para introducir lo acordado en el depósito con
permiso del dueño.

Entre linea y linea de aparcamientos pasarelas cubiertas viejas, sucias y oxidadas con
apariencia de estar a punto de desmoronarse cubrían al viajero apeado de las ligera
nieve invernal hasta el pequeño centro comercial bajo el edificio principal. Carlos lo
recorrió dejando al tentáculo trabajar a su aire. El caminó era largo, había aparcado
lejos sin necesidad porque le apetecía andar, lo recorrió con tranquilidad a la que se
fumaba un porro dejando tras de si volutas de vaho olor hierba. Alrededor no había
casi autos, era temporada baja, día laborable en plena crisis del agua, la poca gente
que lo hacía prefería el mucho más rápido y barato tren. La segunda planta, oculta por
la luz del resto, apenas tenía un par de ventanas simples pertenecientes a la
administración del negocio y la vivienda del escaso personal, empleado de la
compañía o franquiciado, encargado de mantener la maquinaria, tres personas o una
familia.

Dado que estaba prohibido fumar se paseó alrededor un rato disfrutando del porro
antes de entrar. Los cinco vehículos parecían migajas sobre el mantel a cuadros de la
explanada, tres de ellos se fueron enseguida siendo reemplazados por otros similares
con demasiadas prisas como para distraerse. A parte de él solo un destartalado
minibus privado de segunda mano se lo tomaba con calma. Al otro lado de la vaya los
camiones, poco más que contenedores con paragolpes circulaban a toda prisa en
perfecta sincroniczación silenciosa separándose algunos para entrar a repostar en
respetuosa fila, tan sincronizados y directos como el mecanismo de un viejo reloj. Por
encima de las vías sujetas por gruesas columnas un tren pasó tan raudo como un
silbido, si hubiera parpadeado se lo habría perdido.
Terminado el cigarro paso por el baño y entró en el supermercado. Era un bien
iluminado conjunto de silos acristalados automatizados color azul sobre el que un
conjunto de pantallas chismorreaban sin parar sobre lo magníficos que eran sus
productos, vendían desde comida a municiones pasando por medicamentos y drogas.
Una vez hecho el pago vía internet el brazo mecánico acercaba al usuario el bien
deseado. Dentro dos sujetos vestidos con prendas andrajosas, vaqueros desgastados y
cazadoras parcheadas, de estética punk en horas bajas se distraían. Uno estaba
sentado en una banco que miraba a la cristalera exterior con una sonrisa boba en la
cara el otro husmeaba en las máquinas expendedoras como si tuviera dinero para
comprar algo. Cuando estuvieron cerca el uno del otro Carlos le habló.

–Es un arma de ninja.

–¿Como?

–Estas usando el reflejo de las cristaleras para inspeccionar mi armamento y te ha


llamado la atención la kusarigama, no dejas de mirarla con el ceño fruncido.

–No, estaba mirando eso. –Señaló un objeto justo en la linea de visión.

–¿Tienes hijos?

–No.

–¿Entonces para que quieres un potito de verduras? –Lo malo de señalar a sin fijarse.

–Estoy a dieta.

–Dile a tú amigo que cuando se leen chistes lo normal es reirse a cada rato no de
forma constante.

–No se de que me hablas loco. Dejame en paz.

–Espero que sea mutuo.

Estaban fichando a los coches que pasaban a la espera de uno bueno que mereciera la
pena asaltar, entre el coste del auto, el encarecida agua y quizás un rescate por los
ocupantes esos punketas imitando ser salteadores nómadas podrían sacarse el salario
de varios meses.

Carlos informó de los sospechosos dando parte al sistema automatizado de la policía


y a sus compañeros detectives antes de salir de la tienda con algunos alimentos con
toda la tranquilidad. Un movimiento brusco allí haría que se desplegasen torretas y
drones acabando todos agujereados en segundos, mecanismos de defensa que lo
mismo tenían hackeados.
Revisó el auto antes de partir y se paso el resto del camino alerta por si los punketas
le tomaban por un mensajero, de esos que trasladaban datos de gran valía en el
neuroimplante o un transportista del tipo de objetos que no se quieren declarar en un
registro de carga.

Ya llevaba una hora de viaje cuando divisó las luces de los propulsores de cuatro
autos acercarse a la zona de tráfico aéreo por el descampado a su derecha. Por la
altura y dirección se proponían a asaltar su sentido de la dirección como a quinientos
metros en frente de él. Una vez en paralelo levantaron las capotas de camuflaje
desvelando tres grúas de las cuales surgieron dos autos modificados para el asalto,
vehículos robustos por el grosor a los que habían añadido un exoesqueleto de placas
con pinchos decorativos y los colores chillones de una tribu urbana de motoristas,
sobre el capó frontal se encontraban los arpones de captura. El cuarto auto no mostró
su naturaleza pero resultaba obvio que debía de ser el encargado de la organización y
la observación meteorológica ya que mantenía el camuflaje, a ojo una lona del color
del suelo, en realidad una tela capaz de reducir sus emisiones de energía a la nada y
anular las entrantes.

Las grúas y el cuarto auto apenas visible se quedaron circulando en paralelo a la vía
que solo la realidad aumentaba demarcaba mientras las salteadores se introducían en
la circulación y rodeaban un bonito auto Bugatty color naranja con lineas negras
sobre el que habían estampado alegres nekos animé. Estaban tardándose en enviar
una señal de socorro.

Desde su posición, gracias a las ópticas podía ver la escena con nitidez, como se
colocaban y preparaban los arpones electromagnéticos con los que apagarían el
eléctrico del auto y lo arrastrarían hasta las grúas, y no pudo evitar imaginarse el
pánico que debían tener las personas del auto, por la decoración unas muchachas
como Teressa, jóvenes sin conocimiento alguno de conducción real para intentar
escapar, unas chicas a las que violarían hasta aburrirse si nos las mataban antes.

Aceleró, giro noventa grados el auto reduciendo la propulsión trasera a cero y bajó la
ventanilla empuñando el rifle de penetración.

Una bala normal apenas haría nada contra un propulsor activo pero una de
penetración se convertiría en un hilo de metal líquido que atravesaría la tobera hasta
el motor. Cargó y disparó contra los propulsores traseros expuestos. Disparos
complicados con el movimiento de los objetivos y las turbulencias del viento.

Necesitó cuatro balas para el primer auto que desprovisto de impulso, pues por
seguridad los propulsores se apagaban antes de estallar, no le quedó más remedio que
descender y maniobrar para salir de la vía antes de quedarse parado en medio de un
carril por el que circulaban vehículos entre trescientos y seiscientos kilómetros por
hora.
El otro auto ya había lanzado su arpón quitándole el control a sus dueñas. Se
desengancharon de él soltando la cuerda para poder maniobrar antes de que el cabrón
de negro que les había pillado por sorpresa se cargara sus propulsores. Se elevaron
desplegando una torreta en su panza. Sorprendido de que tuvieran una Carlos se
resguardó inclinando el auto y ascendiendo como un cohete usando la más potente
propulsión trasera, volteando con violencia al lateral para salirse de la vía antes de
introducirse en el sentido contrario de la circulación dos kilómetros por encima.

Los asaltantes también realizaron una maniobra de evasión para evitarse el fuego la
torreta inferior que Carlos no tenía. En lo alto volvió a dar un volantazo para
recuperar la visión de sus enemigos poniéndose de morros hacía el suelo en lo que la
gravedad cambiaba el curso de su desplazamiento. Debajo el salteador dañado se
apresuraba a embarcar en una de las grúas y el otro intentaba ascender todo lo posible
para tenerle a tiro, lentos a la hora de inclinar el vehículo, su ascenso era tardío. No
eran nómadas de verdad, esos pilotaban mejor y no atacaban sin al menos cuatro
asaltantes.

Carlos maniobró para ponerse detrás del salteador en ascenso el cual volvió a
evadirse al lateral exterior, empezando una danza en curva ascendente en la que uno
perseguía la vulnerabilidad del otro a más de ochocientos kilómetros por hora sin
llegar a alcanzarse.

El piloto enemigo consciente de que el Skara Brae de Carlos tenía más techo que su
Shion se escabulló con prisas hacía el páramo en dirección a sus compañeros en
huida antes de que llegase un caza militar y los bolatilizase. Como saben los expertos,
las carreras no las ganan los pilotos si no los ingenieros.

Antes de reincorporarse a la circulación observó como el Bugatty hacía una aterrizaje


de emergencia automático reiniciados los sistemas. No paró para asistir a las
anónimas rescatadas que no salieron de su auto, no tenía tiempo que perder dando
parte a los agentes de policía los cuales no tardarían en llegar.
La competición

Al llegar a la ciudad Andrés ya conocía el paradero de Antonia. Repartiendo


pequeñas donaciones entre empleados descontentos de aquí y allá supo de su llegada
a la estación y del uso de un taxi para trasladarse a la sede de los colombianos, unas
humildes oficinas en su territorio urbano, un barrio obrero plagado de pandillas
afines, en un edificio bajo, ocho plantas en gris, simple, liso con muchas ventanas,
pero cuidado, dedicado a la contabilidad desde antes de que ganar créditos con la
cocaína fuese legal. En teoría una agencia publicitaria, todavía mantenía el sencillo
letrero luminoso con forma de estilizada firma a pesar de no ser necesario.

Andrés se encontraba aparcado en las proximidades, apenas terminaba de dar el


informe y la vio a salir del edificio. Carlos informó a Galíndo a ver si podía descubrir
que había hecho allí pero las comunicaciones y bases de datos entre secciones no
estaban unificadas por lo que debería hackear a sus aliados. La dejó haciéndolo en lo
se organizaba con sus compañeros. Kuznetsov, con la intención de encontrar un buen
lugar donde apostarse, se dirigía a la vivienda habitual de Antonia en la ciudad, un
piso en las últimas plantas de un rascacielos acomodado pero sin exageraciones que
compartía con dos criadas interinas que de seguro sabían disparar. Carlos se quedo en
las cercanías de la estación de tren por si volvía a elegir ese medio de transporte. Un
edificio singular, con una fachada enrejada por grandes tubos marrón claro y un
tejado con figuras de frutas que simulaba una cesta de la compra. La ciudad, en un
llano alrededor de un gran lago cráter siempre se había centrado en la agricultura por
lo que las referencias artísticas al oficio en el entorno eran comunes. En el patio de la
entrada hombres de metal a los que unos vándalos habían pintado con espráis
labraban la acera de cuyos surcos manaban chorros de agua coloreados por los focos
y los cepillos de la entrada, en su techo, tenías palmeras plantadas, a saber si
verdaderas o de plástica imitación.

Antonia se dirigió al banco saliendo al rato, mucho tiempo para tratarse de una
extracción nimia de créditos y según Andrés con un jactante gesto de autosuficiencia
en la cara. Ya cerca de su vivienda Andrés dejó de seguirla y se apeó para caminar un
poco por el barrio. Le tocaba a Kuznetsov, el cual había contratado una habitación en
un hotel cercano con vistas al aparcamiento del edificio de Antonia por una noche.
Desde allí envió unos drones escarabajo lapa para que pegaran la oreja en las
ventanas.

A la vuelta del primer escarabajo las grabaciones de audio revelaron que Antonia se
había puesto a hacer las maletas tras enviar a las dos criadas a hacer recados fuera.
Una a concertar una cita en persona con un propietario de tierras a la venta y la otra a
llevarle un mensaje Diego, su brazo derecho. De ese se encargó Carlos, no querían a
los soldaditos de su banda en la ecuación.
Se dio prisa e interceptó a la mensajera teniéndo un accidente aéreo a la mínima
velocidad posible. La aterrizó encima obligándola a descender a pesar de la
resistencia de la mujer que intentaba contrarestar el peso con un auto sin potencia así
que ambos acabaron en la acera para rellenar los partes del seguro.

La señora, mujer de mediana edad cabreada como un demonio salió del auto con la
mano sujetando una pistola escondida bajo el abrigo.

Carlos salio del suyo acercándosela con rápidez. –Ni se te ocurra.

Por su mirada entre la extrañeza y el enfado Carlos supo que ella había reconocido en
el acto que tipo de asuntos propiciaban ese encuentro fortuito. Carlos le quito en un
momento el neuroimplante con una brusquedad que no paso desapercibida por los
biandantes dejándose la mensajera a pesar de su animadversión.

–¿Que decía el mensaje?

–No lo se señor, no lo leí.

Carlos la dio un guantazo del revés –¿¡Que decía!? –La gente apartaba al cara y
miraban con temor, en aquella ciudad bajo la influencia del narcotráfico desde hacía
siglos entendían que estaba pasando.

La criada aún dudaba. –¿Sabes que se le hace a los traidores que roban ala familia?

–¡Yo no he robado!

Segundo guantazo.

–Decía que ustedes están enfadados con ella por lo del hongo y querrían darla una
lección, que fueran a vigilar los accesos a la ciudad para ver si la seguían.

–Vete a tu casa y quedate calladita. –Carlos la dejó acariciándose las mejillas


sabiendo que no le obedecería.

La informaría en cuanto tuviese acceso a una conexión, algo que no importaba,


Antonia ya se estaba dando mucha prisa y de seguro que el chip de créditos ya lo
tenía encima. Ahora solo quedaba trincarla en plena huida.

Carlos estaba acercándose de nuevo a la estación comprobando que no hubiese


vuelos para ese día cuando Kuznetsov informó de que Antonia cogía su auto. Andrés
dejo su descanso para la comida y corrió al suyo en lo que Joao recogía los drones.
Galíndo le envió a Carlos el certificado de una transacción a si misma que acababa de
hacer Antonia con la escusa de una compra de terrenos de gran valor, la cual había
sido depositada en un chip de crédito blindado en el banco.

Por un momento Andrés la perdió de vista pero recuperó el contacto siguiendo las
indicaciones de Joao el cual se quedaba en cola. En efecto no había vuelos
programados para ese día, solo tenía dos formas de salir.

Antonia les hizo dar una vueltas un tanto raras. Primero viajó hacía las afueras, a
mitad de camino giró y volvió al interior de la ciudad. A la estación del norte en vez
de la del sur

Carlos se apresuró y la adelantó, aparcando en el cepillo rectangular tan bajo como


encontró sitio de un primer vistazo, se metió en la estación a la carrera. Una
estructura alta en piedra marrón casi naranja con columnas palmeriformes pintadas
como las de un templo egipcio. Compró el billete más barato en una de las máquinas
expendedoras alineadas en batería entre las columnas interiores equidistantes
anteriores a la linea de tornos que dividían el espacio de la estación separando el lado
comercial de el de los andenes, a los que se accedía cruzando por pasillos
abovedados. En medio de la zona de compras quioscos enrejados como de música
servían de atención al viajero y del techo colgaban grandes lámparas como escudos
de bronce. Carlos atravesó al otro lado de los tornos intentado pasar desapercibido al
lado de una columna.

Por suerte no pasó por encima y Andrés la siguió hasta verla comprar un billete. Con
el marcado compartido la emboscaron en los tornos.

Antonia le detecto a los diez metros de distancia acercándose con paso firme en
contra de la multitud. Intentó darse al vuelta, comino interrumpido por otra viajera
tras al que se encontraba Andrés, no necesitó que se presentara para darse cuenta que
hacía ese extraño allí. Se quedó encasquillada, sin saber que dirección tomar, con la
mujer de detrás presionándola con su mosqueo ante una conducta tan rara en medio
del paso. Por alguna razón volvió a avanzar mientras pensaba tan rápido como podía
notando como sus perseguidores se acercaban cada segundo. E un alarde rempentino
Antonia intentó arrojar el billete lejos. Andrés le vio la intención y se arrojó encima
agarrándola del brazo en lanzamiento. La mujer atrapada en medio, una decorosa
señora de unos cincuenta años con su maletita rodante se quejó añadiendo ruido a la
resistencia de doña Antonia que ahora se enfrentaba también al agarre de Carlos que
estaba grabando todo con su implante. Andrés la forzó a entregarle el billete en lo que
cuatro agentes de policía se acercaban al trote desde dentro y fuera de forma
simultánea dándoles el alto. Andrés extendió el arrugado billete para que Carlos lo
grabara antes de que llegaran los policías que enseguida les agarraron apartándoles de
la agredida.
Carlos levantó las manos. –¡Agente corporativo! Esta mujer tiene algo que no le
pertenece.

Las palabras de Carlos fueron el pistoletazo de salida para Antonia. –¡No! ¡Solo
quiero vivir! ¡Por favor, quiero vivir! –Gritó como si la estuvieran quemando viva
con la cara desencajada, aferrándose a los policías y buscando apoyos entre la galería.

Las porras eléctricas no danzaron a pesar de que Antonia se resistió en su exagerado


ataque de nervios. Los agentes exigieron identificaciones y explicaciones, llevándoles
a los tres a su sección de la estación clausurando el espectáculo. Como era de esperar
los policías necesitaron que les repitieran la historia muchas veces, no les mintieron,
no hacía falta, la persecución de criminales por parte de las corporaciones era legal y
cotidiana. Tras una buena cantidad de horas, dos cafés sintéticos no tan horribles y
unas cuantas firmas les dejaron en libertad y arrestaron a Antonia entregándoles el
chip blindado. Una paz efímera, afuera les esperaba Diego y representantes de otras
familias colombianas que les guiaron sin opción y con condescendiente educación
hasta una sala de reuniones simplona hasta lo rústico en la agencia publicitaria.

–¿Que es lo que esta pasando señor Nuñez? ¿A que juegan en nuestro territorio?

Carlos puso el chip sobre la mesa con el ruido suficiente para llamar la atención de
los asistentes. Hombres y mujeres armados con tatuajes de más de pie tras cuatro
personas sentadas de mayor poder. El fortachón de Diego en el lugar de Antonia, un
calvo de mediana edad con pintalabios en el cuello, una señora demasiado altiva para
su pelo de fibra policromática y una joven morena de ojos azules de los Vargas en la
cabecera de la mesa de plástico con una pizarra llena de garabatos detrás. Le lanzó el
chip a la última haciéndolo deslizarse por encima de la mesa. –Varios millones de
créditos extraídos hoy mismo de su cuenta conjunta que en vez de ir a cierto
terrateniente de la ladera se encaminaban al norte. –La joven lo cogió lo examino con
la mirada. –No creo que pueda acceder a ellos, me da que están a nombre de Antonia.
La policía lo encontró escondido en el forro de su bolso.

–Sabernos cuidarnos solos. No hacía falta este circo.

–Nos hemos dado cuenta. ¿Cuando pensaban detenerla? ¿Cuando llegase a su


mansión o cuando saliese del planeta?

–Podían habernos avisado.

–¿Por qué esta aquí diego?

–Me llamó Fabiola, la criada de doña Antonia, avisándome de que ustedes tramaban
algo.

–Tras tener un encontronazo conmigo ¿No le vale de aviso?


–Eso no es un aviso chingado.

–¡Diego! –Le recriminó el insulto Vargas.

–Señor Nuñez. –rectificó.

–A lo mejor huía de ustedes, temiendo que fueran a hacerla algún daño. –Vargas tenía
una voz suave, demasiado para su cargo.

–La época de las corbatas se acabaron señorita Vargas, ahora somos legales.

–Legales que no aceptan que uno haga con sus campos lo que quiera. –dijo el hombre
calvo a la que se limpiaba con un pañuelo.

–Dejaron de ser sus campos cuando se convirtieron en nuestros campos y


envenenarlos no es una opción.

–¡Con mis campos hago lo que me da la gana! –dijo dejando caer con peso las
palabras.

–¿Esta seguro de seguir por ese camino? A Antonia no le ha ido muy bien.

–¿¡Como se atreve a decirme eso en mi propia casa!? –Se levantó, le copió Carlos y
demasiadas manos acudieron a las pistoleras.

–¡Alto! –gritó Vargas.

Se contuvo el aliento en lo que el calvo y Carlos se sostenían la mirada.

–El señor Nuñez ha impedido que nos robaran, le debemos estar agradecidos Julián.

–¡Se cree que esto es suyo!

–En parte es de Claudia, nuestra socia, su jefa, la que se enfadará si en vez de


agradecerla el esfuerzo hacemos daño a su agente.

–Lo suficiente como para enterrarte en la que crees que es tú tierra. Por que seamos
francos. Antonia era vuestra representante y dada esa condición esto se podría
entender como un acto de traición. –dijo sin dejar de provocar a Julián.

–No lo ha sido. Antonia ha actuado por su cuenta. –aclaró Vargas.

–Creo que el señor Julián no opina lo mismo.


–Pues claro que sí. –Rio Julián cambiando de forma radical su rostro de macho
encabritado por la de simpático colega. –Esa puerca nos quiso chingar de lo lindo,
suerte que estos compadres no ayudaron ¿¡Que no!? Perdóneme señor Nuñes, me
interrumpieron un lindo momento con la parienta. –Se sentó de nuevo.

–Me he dado cuenta. Todavía tiene carmín en el cuello, seguro que ella o su suplente
lo atestigua.

–Pues solo podrá verificar la mitad la pobre. –rio junto a sus hombres.

–Un robo nos pone tensos a todos, es natural. Sin embargo somos socios, aliados, y
debemos llevarnos bien. Antonia pagará por habernos robado, no le quepa la menor
duda.

–Interróguela antes de matarla. A lo mejor dice algo interesante, nunca se sabe.

–Claro. Ahora por qué no mejor nos relajamos, nos damos un descanso y celebramos
que conservamos nuestro dinero. Le invitó a pasar la noche en mi mansión, haremos
una fiesta o algo, así nos conocemos.

–Me temo que debo declinarlo. Tengo orden de volver cuanto antes.

–Entiendo. Es una pena. Pero las ordenes son ordenes. Tenga buena tarde señor
Nuñez.

–Igualmente.

Le hubiera gustado distraerse haciendo turismo y comprando fruta, más barata y de


mejor calidad en esa ciudad, pero le estarían vigilando, lo entenderían quizás como
un insulto al haber rechazado la oferta de Vargas, puede que hasta provocara la
tentación de un asesinato furtivo. Así que se volvieron a Covadonga a pesar de lo
cansado que era viajar todo el día después de un trabajo frenético. Ellos esperaban
algo más relajado, más del tipo de largas esperas dentro del auto o escuchando
grabaciones y directos. Pero no era el estilo de la nerviosa Antonia.

Claudia le convocó en su despacho en el edificio Escobar a la día siguiente, pues por


no molestarla Carlos descansó en su casa esa noche. El despachó era cubista, recortes
geométricos en blancos y negros en las formas de mesas sillas y estanterías con
toques de color llamativos dispersos a los que se sumaban cuadros sin mucho sentido.

–¿Que tal fue?

Carlos se se dejo caer en la silla del invitado. –Son una panda de avaros que te
traicionaran en cuanto ganen lo suficiente con ello.
–Eso ya lo sé. –dijo en voz baja. –¿Que te pareció Vargas?

–Tiene suficiente cabeza pero no se yo si conseguirá controlarlos. Un tal Julián la va


a hacer la vida imposible para quitarle el puesto si es que no le eligen a él de
representante.

–¿Como es Julián?

–Se cree un don Juan pero me da que con su actitud hace mucho que solo folla
pagando, y lo hace a menudo, creo que le pierden las mujeres, o puede que sea una
actuación para afianzar su imagen de machote alfa. Le gusta provocar y no acepta que
le provoquen, aunque si hace falta se retira a tiempo.

–¿Sabes quién le tomará el relevo a Antonia en su familia?

–No. Su puesto lo ocupó el matón más cercano.

–Ulloa esta reuniendo las pruebas con Galíndo para entregárselas a la policía.

–¿Habrías preferido que no saliera de casa?

–Pues... Sí. Habría sido menos comprometedor y lo habrían agradecido más.

–Lo siento.

–No pasa nada. No había forma de sacarla de la estación sin que montara un
escándalo, era su forma de evitar la tortura.

–No me disculpes. Se podría haber hecho mejor, lo siento.

–Ha salido bien. –Claudia se levantó de su acolchado sillón negro y se sentó en sur
regazo.

–¿Tú crees? Si se la hubiéramos entregado a Vargas sin que nos atrapasen en la salida
de al estación habría quedado mucho mejor.

–Sí. Es cierto, mas el objetivo era evitar el robo, ponernos por encima y dejarles un
favor a nuestra cuenta. Esta hecho.

–Sí. Y Antonia no acabará en un agujero siendo torturada. Si la matan tendrán que


hacerlo en la cárcel y eso deberá ser rápido y directo.

–No creas, seguro que encuentran maneras de presionarla.


–No me gusta la idea, me recuerda a lo de PAL, por el intento de robo de una chica
desesperada su marido acabó sufriendo un destino horrible.

–¡No es lo mismo! –Eso la molestó.

–¿En que se diferencia?

Claudia se levantó de su regazo. –¡Nos ha intentado robar a nosotros!

–¿Es ético para CoMex y para PAL no?

–No era una mujer necesitada por un embarazo ¡Le sobraba el dinero!

–Se notaba envejecer, tenía miedo a la muerte, el dinero lo quería para salvar su vida
del tiempo.

–¡No a mi costa! –Carlos hizo un gesto de disgusto. –¡No me mires así! No tengo
porqué pagarle la terapia.

–Sí, es verdad que no es tu obligación. Lo que pasa es que pienso que la he


condenado a un destino terrible por una acción que sin dejar de ser mala es
justificable, y seamos sinceros, no lo hemos hecho por el dinero, si no por política.

–A veces les das demasiadas vueltas a las cosas. Fijate por ejemplo en la situación
actual. La gente mira al cielo y clama indignada contra los mineros de asteróides ya
que por su culpa pasan una mala racha, desempleo, pobreza, embargos, mendicidad.
Tienen toda la razón al quejarse, pero cuando ellos vivían bien ninguno movió un
dedo en beneficio de esos mineros que malvivían como ratas enlatadas en naves que
se caían a pedazos, en las que morían a veces por fallos o realizando un trabajo
pesado y peligroso. Ignoraban con gusto las demandas de justicia de esa pobre gente
mientras tenían la barriga llena.

–¿Que tiene que ver?

–Que si fuera al revés ella te habría hecho lo mismo o algo peor.

–¿Por qué ella sea una perra cruel tengo que ser yo igual?

–Sí. La gente buena en este universo o muere por el bien de otros o se suicida harta
de tanta miseria. Para sobrevivir tienes que amoldarte y luchar.

–¿Sin limites?
–Los límites no existen. Son lineas imaginarias que los cobardes no sobrepasan
escusándose en la convivencia, la ley, sobre todo la impotencia... Si la mayoría no
tuviera miedo a las consecuencias de sus actos la humanidad se extinguiría en un
mes. Nos guste o no este es un mundo de fieras ¿Es que lo has olvidado?

–No, es solo que me gustaría que fuera diferente.

Claudia le abrazó colocando la cabeza de Carlos en su regazo. –Nos ha costado


mucho llegar hasta aquí, no lo olvides. Tenemos que mantenernos en el podio de los
privilegiados para que no nos devoren las bestias que hablan de ley y moral cuando
en su día a día abusan del débil desde una distancia prudencial.

–Somos la única especie que crea lugares para sufrir en ellos.

–No. –dijo con consoladora ternura. –Los creamos para prosperar. El problema es que
eso requiere esfuerzo y el trabajo es incompatible con la felicidad.

–Y de hay las luchas por el poder. Si otro hace tu trabajo por ti puedes vivir y ser feliz
a la vez. Civilización de esclavistas.

Claudia separó con ambas manos la cabeza de Carlos para poder mirarle a los ojos.
–No lo digas como si tuviéramos que arrepentirnos de triunfar. Los ricos no iniciamos
esto, es cosa de la naturaleza. Comer o ser comido.

Carlos movió su cabeza zafándose de las suaves manos de su compañera, pero


manteniendo una cogida con cariño. –Una competición que amarga hasta la locura.
Condenados a pelearnos hasta que solo quede uno.

–O dos si se quieren.
Malas consecuencias

Don Julián fue el designado por los cubanos en ser su representante. Decidió acudir
en persona. Entró en la sede como si fuera suya, como si acabase de conquistar algo,
seguido de un séquito de hienas tatuadas que por sus actitudes debían de haber sido
participes de aquel logro misterioso que salvo ellos nadie conocía.

En seguida el malicioso hombre de estilo vividor, sonrisa fácil y actitud brabucona


hizo buenas migas con Sánchez aceptando con indiferente respeto la superioridad del
mejicano dada la veteranía e ignorando la autoridad de Claudia con la
condescendencia de un paternalismo regalado.

Fue un amargo golpe para Claudia la temprana coalición de sus oponentes pues en
conjunto sumaban más acciones que ella, la cual conseguía mantener un precario
equilibrio gracias al apoyo de unos socios minoritarios con muchas demandas que
podían cambiar de bando según soplase el viento. Los secuaces de Julián se
esforzaron en que así fuera. Acosaban a los leales a Claudia y confraternizaban con
sus aliados de forma descarada. Actuaban como los nuevos dueños de aquel patio
pasándose de listos, hostigando al personal sin que la seguridad pudiera hacer otra
cosa que llamarles al atención. Carlos no fue la excepción y acabó poniendo a un
idiota contra la pared, se abalanzaron sobre él sus amigos y los separaron dejándole
clara su superioridad numérica y su incapacidad de darles su merecido. Eso le puso
muy nervioso, le recordó a Miguel.

Fueron un par de meses tensos en los que no tuvo a quién recurrir. Claudia ya tenía
bastante con aguantar al jefe de los pandilleros, no se podía reunir en el Kleinmann
con Oscar, el cual estaba encerrado y con parkinson y Teressa era solo una cría.
Temía que de tratar con Monique acabase teniendo sexo con ella. Por lo que la
tensión se fue acumulando dentro de él y lo que era peor, sus depredadores lo notaban
y le azuzaban.

Todo cambió cuando los fanfarrones cometieron un error en apariencia similar a los
anteriores. Entraron a jugar en el área de seguridad electrónica, un tanteo en su
confianza de ver que pasaba si se adentraban a terrenos vedados para ellos, pues
Antonia les había dado al escusa ideal para no otorgarles acceso a áreas vitales, a la
que se aferraban en su resistencia al la insidiosa influencia de los nuevos.

Fueron detenidos y llevados a las celdas de la corporación en el edificio. Maltés le


cedió la investigación a Carlos con la idea de animarle, pues parecía amilanado de los
transgresores. Indispuestos a colaborar un día perdió la paciencia con uno y le dio una
paliza. Al siguiente desesposo a otro para luchar sin ventajas, luego otro y a otro.
Aquellas personas tan duras ya estaban acostumbradas a recibir golpes. El resultado
de ese comportamiento solo implicaba añadir más odio a unos pandilleros que ya lo
rezumaban. No sirvió de nada para la investigación, pero a Carlos le levantó el
ánimo. De hay pasó a las dos palizas diarias para cada hiena hasta que contaran una
versión más interesante del motivo de su intromisión que la curiosidad o un despiste,
dejaron de reírse al cuarto día cuando se percataron de que en realidad Carlos y sus
hombres no pretendía descubrir nada. Solo disfrutaban pegándoles, y cuanto más le
amenazaban o le clavaban una mirada de odio, mejor se lo pasaba. Algunos de ellos
intentaron convencerles de que todo había sido una broma, que estaban en el mismo
bando, que no era para ponerse así, los más listos presintieron lo que se les venía.
Carlos se acordó de los borg y cambió de táctica. Los fue pasando por el quirófano
del ala médica para emergencias. Él era un inútil con esas herramientas pero por
suerte tenían médicos capaces de mantenerlos con vida a pesar de sus errores en el
estudio de la anatomía humana que además le asesoraban sin tapujos.

Eso sí hizo mella en sus ánimos. Esos hombre tan duros que atacaban en grupos a
personas más débiles y no pedían perdón nunca se encontraron suplicando por sus
vidas, rezando a dioses olvidados, jurando cualquier cosa con tal de verse liberados
de las correas de la mesa de cirugía.

Los días pasaban con Julián cada vez más agresivo en la exigencia de la devolución
de sus hombres. No es que le hicieran falta, enseguida sus camaradas enviaron más
desde Bucaramanga, era por mantener su estatus de líder protector de la manada. La
respuesta era siempre la misma, la investigación sigue en curso. Cuando su ego le
exigió alzar la voz Carlos le invitó a a formar parte de la investigación de forma
proactiva. A poco acabaron a golpes.

Por solicitud de Claudia a las dos semanas Carlos empezó a devolverlos, vivos
aunque agotados, humildes en su paso corto desanimado y su mirada perdida
llenándose de ilusión al contemplar el fin de su tormento, hasta el punto de hacer
llorar a más de uno. Las partes extirpadas las entregó después.

En lo referente a la empresa no habían cometido ninguna falta, no había nada que


descubrir en ellos, salvo ser idiotas y violentos, desear que su patrón se convirtiera en
el director e intentar conseguirlo por medios agresivos. Respecto al exterior habían
cometido muchas faltas en su apoyo a Julián. Las contaron todas junto a sus secretos,
los de su jefe y algunos de su organización anterior. Eso fue lo que salvó la situación,
con tanta información sobre Julián este debió no acallar sus quejas.

Carlos se sentía agotado pero motivado por el trabajo, tanta tortura le había supuesto
un gran esfuerzo físico y mental, estaba cansado. Los ecos de las suplicas de ojos
desorbitados taponadas por las mordazas se confundían con los estudios de medicina
consultados. Pues había descubierto que el cuerpo humano era algo muy complejo y
fascinante y decidió que de tener que volver ha hacer eso en el futuro, algo probable,
lo haría mejor y empezó a informarse del tema.
Julián entendió al fin que ese ni era ni iba a ser su territorio, que no era bienvenido,
que su anfitriona se sentía ofendida y que en cuanto cometiera una falta que lo
excusase se lo entregaría aun hombre que más allá de su apariencia de cachorro
faldero era un sádico ansioso por desfogarse en su carne con las armas del edificio de
su parte. Ni que decir que la segunda tanda de guardias se comportaron mucho mejor.
La típica conducta del emigrante ignorante, insolente en la superioridad y humilde en
la desventaja. Para añadir desconcertación en la tropa les prohibió ir en grupos
mayores de dos personas y cada falta fue reprendida con dureza. El agobiado empezó
a ser Julián, en la cara de sus secuaces se podía vislumbrar el odio de la marginación,
algo que a Carlos le encantaba, sobre todo cuando amenazaba a uno con llevárselo
detenido y le obligaba a tragarse su orgullo y ser educado. Oprimido por su propia
táctica Bucaramanga le reclamó de vuelta antes de que Carlos encontrase un motivo
para devorarlo cuando este llevó a quirófano a dos de los nuevos por una falta que
cualquiera habría considerado leve.

Miguel no tardó en decidir que su aprendizaje de anatomía serían más fluidos con
ejemplos prácticos que con caras simulaciones virtuales de mercadillo y transformó el
gimnasio en un quirófano rudimentario en donde llevó cuerpos anónimos comprados
en el depósito de cadáveres. Muchos difuntos esperaban allí a que alguien los
reclamara y les diese una incineración apropiada, al mes eran arrojados por orden del
gobierno sin ceremonia ni parafernalia. Para el encargado era un negocio doble,
vendía el cuerpo a los estudiantes de medicina mintiendo en los papeles por un
módico precio y una vez devuelto cobraba por hacer cremar al difunto usado junto a
los papeles y reescribir la típica historia de “nadie vino a por él”. En total seguían
siendo mucho más baratos que un neurovídeo lectivo.

Se convirtió en un cliente habitual, ya que por bajo que pusiera el termostato del
cuarto se le descomponían en poco tiempo dado que los límites del mismo estaban
pensados para los vivos. Tras varios viajes encontró entre los muertos uno que
llevaba mucho tiempo esperando, una traspapelada que le vendieron como nueva. Su
madre.

La puso en la camilla pero no se atrevió a rajarla, se pasaba cada día a contemplar su


rostro en silencio. Era mucho mayor, las arrugas la habían afeado mucho, la muerte
más, fría como siempre, silenciosa como nunca. Solo de día, la noche se la pasaba
gritándole, insultándole, recordándole lo poca cosa que era, lo mucho que la debía, lo
mal hijo y hombre que siempre sería.

Al cuarto día, cuando ya empezaba a oler se levantó de la cama y la encaró en el


gimnasio.

–¡Tú eres la miserable! ¡Tú eres la que nunca salió de una cucarachera, pobre como
una rata, esforzándote en agradar a la gente, incapaz de imponerte ante tus jefes,
volcando tu odio sobre tú hijo, culpándome de tus fracasos! ¡Desahogarte con el débil
mocoso que te quería!
–¡Y yo era la piñata en la que te desahogabas cuando volvías cansada! ¡Insultos,
gritos, denigración. Si me preguntabas que tal el día era para exigir algo después!

–¿Responsable como tú al cobrar a tu hijo su manutención? ¿Como cumplistes tú al


no amarme? ¿Agradecido por ser criado como un animal de granja? Sin cariño y con
vistas a amortizar la inversión.

–¿Quererme tú? ¡Si ni si quieras podías recordar algo que te hubiese dicho un minuto
antes! ¡Esa era la atención que me dabas! ¡Que pena no poder devolverme cuando no
cumplí el propósito de retener al hombre que amabas! O cuando no rentaba la
inversión ¿Se me pasó la garantía? Esa es la única cuestión que me queda por
resolver ¿por qué no me matástes cuando fracasé mi propósito? Oh si madre, me he
enterado de el motivo de mi nacimiento.

–¡Mentira! Lo hicistes para retener a Gerardo a tu lado, para obligarle a ser el


príncipe azul que te sacara de la miseria en su auto de cuarto de millón, solo que
resultó ser el típico corpo en busca de puta en rebajas. Y aunque fuera verdad no
creas que eso es menos egoísta. Sigue siendo lo que tú querías para ti. Tener un hijo
como el que compra robots porque necesita afecto. ¿Sabes que significa robot?
Esclavo madre, una propiedad. ¡No soy de tu propiedad!

–¿Como una empresa los tiene sobre el objeto que fabrica antes de venderlo? Solo
que no es así, no soy un cacho inerte de algo ¡Yo soy yo! ¡Nunca le he pertenecido a
nadie!

–¿¡Y que!? ¿¡Que querías!? ¿¡Tener cosas y no tener que pagar por ellas!? Un piso sin
hipoteca, un auto que corra con aire, una lavadora sin necesidad de electricidad ¿¡Que
pasa!? ¿¡Que para dominarme si soy tuyo pero las facturas te las tengo que
devolver!? ¿¡Ese es al precio de mi libertad!? ¡Cubrirte los costes! ¡Que gran negocio
madre! Es una pena que no te haya firmado un acuerdo para que puedas demandarme.

–¡Un error es buscarse escusas para justificar lo intolerable! ¡Cobrarle a tu hijo es un


error, maltratarlo es un fracaso! ¿Que? ¿Ni en tu lecho de muerte vas a pedir perdón?
No te he oído una sola disculpa en la vida ¿¡Defender tu orgullo vale más para ti que
el amor de un hijo!?

–¡Has perdido toda tu vida cargando con las consecuencias de tus actos igual que el
resto! Si no te gusta haber tomado mejores decisiones.

–¡Ojala eso significase algo más que tu orgullo aflorando de nuevo! No madre,
aférrate a él una vez más, quiérelo mucho, es lo único que has amado de verdad y por
lo tanto lo último que te queda. Adiós.

–¡Todas merecidas!
–Cargar a tu hijo las frustraciones de tus derrotas. Simular preocupación y afecto cada
vez que querías algo de mi que no pudieses quitarme. Culparme de cada cosa que
salia mal ¡Hasta me regañabas por llorar! Lo que tu llamas amor es pagar, lo hago a
diario a gente que me importan menos que mi ropa. No se ni para que me molesto
¡Tú nunca aprenderás! Te niegas a hacerlo por no dañar esa idílica imagen de ti
misma que te has montado en tu cabeza para proteger tu maldito orgullo.

–¡Otra vez en la misma mierda! ¡Tú maldita obsesión con el dinero! ¡Que no te debo
nada! ¡Eres tú la que me debe a mi una infancia! ¡Una madre de verdad! No una
gorrona frustrada que ni comportarse sabe. Enagenada en su propio delirio de
perfección personal ¡Vives con la cabeza metida en un cubo!

Se hizo el silencio. No le respondió. Se acordó de que estaba muerta y calló. Carlos


cerró la bolsa y la llevo a incinerar.

Cuando terminó de hacer los trámites con el encargado se fue a la terraza del bar y se
tomo un cóctail a la que se fumaba un porro, necesitaba calmar los nervios. Miró a
través de la cristalera el paisaje exterior, ya no el desolado llano rocoso con las
picudas montañas de fondo, si no el montón de tejados irregulares de Entrevías con
los nuevos espaciopuertos detrás, eso le hizo meditar sobre los cambios y pensar que
esa vez su madre había estado más suave que de costumbre, quizás fuese la edad o
que no se acordaba bien de la intensidad del veneno que guardaba tras los dientes o
quizás él no tendría nunca esa habilidad para herir con la lengua. De todas formas
daba igual, ya nunca lo atormentaría de nuevo, había ardido.

Tras un par de copas más decidió irse a su casa. Sin embargo algo más le aguardaba
esa noche, gracias a la dilatada tardanza notó que le seguía un trajeado al desentonar
este entre la gente, no por la ropa, si no por la falta de trato con los que usaba para
camuflarse.

Era un mal día para buscarle las cosquillas. Se terminó su bebida con calma y se fue
caminando, en vez de a su auto, a uno de los abundantes callejones entre las fábricas
y almacenes del cruce entre el viejo sector industrial y el nuevo distrito de logística.
El espía cayó en la trampa, para cuando se percató del dron que lo seguía ya estaba lo
suficiente apartado como para morir sin llamar la atención.

Carlos se dio la vuelta y desenfundó la pistola, recorriendo de vuelta el callejón


oscuro con sus charcos sucios por el aceite derramado de los camiones que
proveyesen a las grandes y enrevesadas fábricas de los laterales con sus grandes tubos
y depósitos de hierro oxidado. Entre el zumbante dron armado y él un sujeto de
gabardina oscura levantaba los brazos mostrando sus manos vacías.

–No es lo que parece.

–¿Y que parece?


–Es verdad que le estaba siguiendo, pero no para matarlo o algo similar. Es por lo que
ha hecho. –Hablaba en voz alta para que pudiera escucharle, soltando bocanadas de
humo, llenando toda la calle con su desesperación.

–¿Que he hecho?

–Llevarse cuerpos. Lo sé no es asunto mio. A mi en lo personal me da igual si los


abría o se los follaba. Lo que pasa es que el último le interesa a otra persona.

Carlos se paró a distancia suficiente como para que no pudiera acercarse de un brinco
y clavarle unas garras, pero sobre todo para obligarle a seguir gritando. –Será mejor
que no se ande con acertijos.

–Gloria Sáez ¿Sabe de lo que le hablo?

–Se que es de noche, que estoy cansado, con sueño, que parece que va a llover y que
usted me esta espiando. No es una buena suma para usted.

–Ella heredo el negocio familiar hará un tiempo. Monzón. –Esperó un momento pero
no encontró respuesta. –Su padre Gerard, era un mujeriego, le gustaban las crías por
lo visto, las de verdad. Las dejaba preñadas y las abandonaba, eso dejó muchos
bastardos que reclamaron su parte de la herencia. Ella les entregó algo, para callarlos,
luego...

Carlos levantó el arma.

El espía se encorvó y levantó las manos como si así pudiera parar las balas. –Se ha
estado dedicando a hacerlos desaparecer, uno tras otro, a todos. Esa mujer que acaba
de incinerar, por lo visto era la madre de uno de ellos. La dejamos allí a la espera de
que su familia fuese a recogerla.

–¿Y?

–Apareció usted y se la llevó, eso nos llamó la atención. Esperábamos que fuese el
hijo, pero ya me han contado que solo es una más de sus invitados.

–¿Que más le han contado?

–¡Nada, se lo juro! Al de la tienda de recuerdos le da lo mismo que hagan con sus


productos mientras se los paguen. Yo ya sé que no la compró por sentimentalismo,
deje que me marche, si no se pensaran algo raro.

–Para nada, llegaran en diez minutos a la misma conclusión obvia. No le necesito y


no me gusta que me espían, seguro que me ha seguido hasta mi casa ¿Que más ha
visto?
–¡Nada se lo juro!

–¿Tiene alguna grabación?

–Si claro. Pero ahora mismo las borro.

–Quítese el neuroimplante y láncemelo, con cuidado, si cae al suelo usted irá detrás.

–¿Es necesario?

–Tengo otra forma de conseguirlo.

Empezó a chispear. El sujeto de enfrente se quitó su aparato dejando la oquedad de su


cráneo vacía y le lanzó el implante a Carlos que lo atrapó con la mano izquierda y se
lo guardó en la gabardina.

–Quédese muy quieto, un paso en falso y tendré un un nuevo inquilino.

Carlos le cacheó quedándose con sus pistolas, un cuchillo, unas ganzúas, varios chips
de memoria y una cámara exterior. En la cartera con calderilla no había ninguna
identificación oficial, una tarjeta de un club decía que se llamaba Maximiliano
Renard.

–Bueno Max, sabes demasiado, no tienes nada que ofrecer y ya esta lloviendo. –dijo
alejándose sin darle la espalda.

Máx tenía unos bonitos ojos verdes, era lo único bonito en él. Tragó saliva. –¿Que le
parece si le doy dos mil por mi vida?

–¿Su vida solo vale dos mil?

–Cuatro.

–Ocho.

–¡Joder no me pagan tan bien!

–Paseles la factura.

Renard pagó, recogió la cartera que le tiro al suelo Carlos y se fue mirando atrás.
Carlos volvió a casa, preguntándose si habría escapado por fin de la sombra de sus
ególatras primogenitores. Antes de irse a la cama bebió y fumó un poco más en su
salón. Una silenciosa fiesta privada para acallar a los difuntos.
Antes de volver a la mansión de Claudia limpió el gimnasio desalojándolo del
material médico que revendió al mismo chino que se lo compró, por la mitad de
precio claro.

Los aparatos reclamados no tenían información valiosa. De si mismo el transporte del


cuerpo en su maletero y la conversación con el encargado del depósito confirmando
que era un cliente habitual previo pago, lo borró. Respecto a Max el contenido como
mucho le valdría para apoyar una denuncia por la cacería sangrienta de Gloria Sáez
contra sus hermanastros, no para probarla. Lo guardó en una caja de zapatos dentro
de la caja fuerte por si acaso.

Un mes después recibiría un regalo en su buzón electrónico. Una película de terror


con ciencia y casquetería a partes iguales que esa vez decidió no estudiar por
encontrarse de nuevo aliviado tras la marcha de gente tan correosa. Un curso de
cirugía borg con el título “Bienvenido hermano” de parte de Myers.
Sin cunas

Teressa le dijo que tenía la mirada rara, como de no dormir bien. Carlos aprovechó el
comentario y se lo adjudicó a eso. No era del todo falso, Tenía pesadillas con los
torturados gimiendo y temblando tendidos sobre las camillas, ardiendo mientras los
cortaba. Sueños efímeros que le despertaban alterado, luego se volvía a dormir,
Claudia estaba tan cansada que no se daba cuenta. Pensó que con el tiempo se
desvanecerían pero en vez de eso cambiaron. Una noche la torturada fue su madre, lo
que le dejó frío y asustado. No supo que hacer y se arrulló al lado de Claudia que
dormía mirando la lado puesto de la cama.

Buscó su calor y o encontró, la abrazó y su tacto le pareció un refugio, empezó a


acariciarla, a olerla a besarla escapando de la oscuridad detrás de él que como su
sombra no se le separaba y amenazaba con tragarlo, sin forma ni color, ni si quiera un
concepto, solo oscuridad.

Sus besos se tornaron más apasionados, su manos más frenéticas. No le rechazaba ni


le aceptaba, seguía dormida. Él lo necesitaba y la penetró. Se aferraba a ella como un
naufrago, o más bien una escalera que le elevaba sobre la inundación que lo ahogaría.
Claudia despertó, no el rechazó, se dejó y hasta correspondió sus pretensiones, no
mucho, no podía, la estaba poseyendo.

Con toda probabilidad fue el sexo más agresivo y fuerte que habían tenido nunca a
pesar de que ella en la cama podía ser una leona.

Al terminar ambos quedaron tendidos en la oscuridad, uno al lado de la otra, con sus
cuerpos sudados respirando, preguntándose ¿Que había sucedido?

–¿Estas bien?

–Hace un mes y medio incineré a mi madre.

–¿Como? ¿De que murió? –Estaba demasiado cansada para sorprenderse más.

–No lo sé. Hacía más años de los que me pensaba que no hablábamos. Me la encontré
ya muerta.

Claudia se arrastró sobre la cama hasta ponerse a su lado, con la cabeza sujetada por
el brazo izquierdo y con la mano derecha encima del pecho de él. –Lo siento.

–No lo sientas mucho. Era una persona horrible. Por ello me siento aliviado, pero
también triste ¿Tiene algún sentido?

–Claro que sí. Era tu madre, aunque fuese mala.


–¿Es lo que sentistes con tu padre?

–Sí, el me quiso, su defecto era ser cobarde no malvado. Me sentí mal conmigo
misma, culpable.

–Yo también me siento culpable. Era pobre, la podría haberla ayudado. Pero no
quería volver a verla, no quería tratar con ella y su toxicidad.

–Hiciste bien.

–¿Como lo sabes?

–Te he visto o me he enterado de como has ayudado a tus amigos. Si alguien así es
apartado es por una buena razón. Te trato muy mal ¿Verdad?

–Como un monstruo, dudo que ni se diera cuenta de ello. Vivía en una elaborada
fantasía personal en la que no había espacio para la culpa o la duda sobre su persona.
Como tantos otros que creen que su filosofía es perfecta y es el mundo el que se
equivoca. Me trató como... No se me ocurre el que. Cuando no hacía lo que quería me
insultaba y denigraba y siempre quería algo, pero aún así me cuidó, me mantuvo en
vez de abandonarme en un orfanato. Me cuesta entenderlo.

–Era un ser egoísta, no le des más vueltas. –Claudia se tumbó sobre el pecho de
Carlos. –Ya se acabó.

–Yo también lo soy ¿No lo somos todos?

–Deja de darle vueltas.

No dejo de darle vueltas ni tras la segunda ronda. Sin embargo Claudia tenía razón,
pensar en eso era como una luna orbitándo alrededor del vacío. Ni tenía sentido ni se
llegaba a ninguna parte. Solo le enloquecía.

Al menos desde esa noche se quedo más despejado, dejó de ser un zombie cruel
ansioso por comerse un colombiano y escupir sus huesos. Compartir sus divagaciones
le calmó.

Al contrario que Claudia cuya presencia de Julián en la junta aún como holograma se
le atragantaba. Siempre llevándola la contraria y tratándola como a una cría. Las
reuniones se convirtieron en enfrentamientos políticos llenos de insidias y retórica
propias de un senado romano que obstaculizaban cualquier progreso. Estaba
deseando que cometiera un error para poder matarlo pero Don Julián tenía la cautela
de no tirarse por el precipicio por el que se asomaba. Sánchez lo pasaba en grande
mejorando el ambiente.
La situación para la ejecutiva fue a peor cuando llevó a Teressa y a su pareja a
celebrar la navidad en casa de los Johansson en un intento de conciliar sus vidas par
que le diese tiempo a todo. A Oscar no le hizo mucha gracia la idea expuesta en la
comida familiar que les permitieron hacer en su visita pero accedió reconociendo que
era más entretenida una cena entre seis que entre dos. Séis ya que Linnea había
encontrado una pareja en esos años, un hombre en las puertas de la ancianidad
llamado Tomás de actitud relajada al que le gustaban los deportes y se había pasado
la vida trabajando en banca.

Linnea estuvo encantada de tenerlos en su gran mesa decorada con grandes flores de
la navidad donde no falto la comida. En un principio su hija parecía incomoda, como
todas las navidades, pero no más de lo normal hasta que Teressa dijo de forma
coloquial que Carlos era como una padre para ella. Desde entonces para las personas
que la conocían su evasiva tensión fue evidente.

Al terminar la fiesta, ya en casa Carlos la preguntó si quería hablar de ello.

–¿Hablar de que?

–De por qué te enfada que Teressa me haya llamado padre.

–No lo ha hecho, ha dicho “como un padre” no es lo mismo.

–Pues te ha sentado fatal por algo.

–No es así. –Su interpretación de princesa dejaba mucho que desear, no porque fuera
mala actriz, si no por lo molesta que estaba.

–Claudia. No me mientas.

Se quedo callada, tan tiesa que podría haber pasado por estatua.

–Si lo hablamos a lo mejor podemos arreglarlo.

–No. –dijo de repente reanimándose.

Carlos la siguió en su camino desde la puerta a la cama dejando cosas en su sitio y


poniéndose el pijama. –Dime aunque sea por qué te ha molestado.

–Ella no me molesta.

–Soy yo.

–No. –Se la notaba cada mentira.


–Vale ¿Que he hecho mal?

–Nada.

–Algo será.

–No.

La siguió meditando hasta la inevitable parada en el cuarto de baño para quitarse el


maquillaje donde le dejo fuera.

–¿No es por qué haya otra mujer importante en mi vida verdad?

–No. Tienes a Zenobia, y a esa pescadora, Kyl. –escuchó amortiguado al otro lado de
la puerta.

–¿Es por Oscar? ¿por qué nunca os habéis llevado bien?

–No.

–¿No pensaras que es en realidad mi hija?

–No podría serlo. Además es clavada a su padre.

–Tanto como clavada... –Se quito la insustancial idea del parecido de la cabeza y
continuó pensando. –¿Quieres tener hijos?

–¿¡Que clase de pregunta es esa!?

Claudia salió del baño ya desmaquillada cual tranvía con retraso hacía el dormitorio
con Carlos en el vagón de cola.

–No lo sé. Una. Como va sobre padres e hijas...

–¿Vas a dormir vestido?

–No, ahora me visto de pijama...

A riesgo de morir asesinado una vez en la cama y a oscuras realizó su siguiente


intento. –Si nunca he intentado tener hijos es porque siempre he pensado que sería un
padre nefasto.

–¿Por qué?
–No tuve ningún ejemplo, lo que tenía con mi madre no se le podía llamar familia.
Tampoco creo que eso se aprenda leyendo un libro. Sería mejor ahorrarle ese trauma
al chiquillo.

–¿Y yo? ¿Sería también una mala madre?

–Tú tuvistes una familia, acabó mal es cierto, pero por el dinero y los abusos
externos. Al menos durante años supistes lo que era, tienes por donde empezar.

Claudia tardo un poco en responder. –Con Teressa no parece que os haya ido tan mal.

–Es merito suyo, hemos cometido cada cagada. Además en un principio estaba su
madre y hay siguen los abuelos.

–Tú también tendrías gente.

–¿A parte de ti? Esta Oscar en la cárcel, Teressa que es una muchacha con sus propios
problemas, tu madre a la que no he visto en siglos, Kyl que bastante tiene con
mantener su empresa en pie, Moniqué, me da miedo lo que podría enseñarle a un
niño.

–¿Quién es Moniqué? –Le interrumpió.

–Una prostituta de Zaratustra a la que ayudé a salir del planeta como devolución del
favor que me hizo con un marrón que tuve allí. Me debe un montón de dinero que
últimamente se esta retrasando en pagar. Ahora es modelo, no le va muy bien.

–¡Ha! ¿Es tan promiscua como Soo?

–Es una universitaria Claudia, en la facultad cuando no se estu... –se cortó a si


mismo.

–Cuando no se estudia se folla. –Terminó.

–O se bebe...

Claudia se dio la vuelta enfadada, como un torbellino rodante. –¿Cuantas?

–¿En serio?

–Sí ¿Cuantas?

–Muchas

–Número.
–Era un tanto popular.

Se giró de vuelta al otro lado de nuevo con más revoluciones por minuto incluso.

Carlos se calló durante un rato largo. –¿Sigues despierta? –Susurró.

Un bufido fue su respuesta.

–Con la mujer que más lejos he llegado ha sido contigo. No te tomes a mal que me de
miedo la paternidad. Es por mi pasado de mierda, no por ti.

–Eres idiota.

Con tantas revelaciones la familia de Carlos se convirtió en el tema de moda para la


pareja. Carlos le contó las cosas de las que se acordaba en ese momento lo que no
causo más enfados, al menos hasta llegar a la parte de la hermanastra homicida
paranoide. Punto donde tampoco podían hacer gran cosa y era probable mejor no
tocar.

En los primeros meses del año siguiente mientras Carlos instalaba una torreta como la
de los nómadas en su auto en el garaje Claudia inició una conspiración en
Bucaramanga para enfrentar a la coalición colombiana y sacar a Julián del cargo.
Cabrear a la gente en esas fechas no era complicado, la crisis estaba sacando lo peor
de todos.

Su proyecto de pasar más tiempo con Teressa detenido una y otra vez por el trabajo se
encontró con el obstáculo de que era ella la que había pasado a ser la persona
ocupada. Ese año se había propuesto aprobar pero tampoco quería perderse ni una
sola fiesta lo que no la dejaba tiempo para pasar con el carroza de su tío. Era como si
hubiera vuelto a los dieciséis solo que con independencia y un estilo hippie feminista
que a ver quién se lo explicaba a su padre. La casa parecía otra.
Diluvio

Llegó una delegación de Monzón a la sede de CoMex. No era de extrañar, la colosal


distribuidora no tenía tantos problemas con los precios del agua, sus drones
funcionaban con electricidad al igual que los trenes que transportaban sus
mercancías. Lo que le dolía era la inflación que había disminuido las ventas. Sus
representantes intercambiaban con las productoras precios asequibles por ofertas de
transporte, una forma de solucionar el problema de las ventas e iniciar a otros en sus
servicios o quitarles contratos a la competencia. La reunión con el consejo era un
mero formalismo, los auténticos acuerdos se harían de socio en socio en encuentros
privados en clubs sociales y restaurantes.

En el caso de Claudia, que odiaba los remilgados clubs de abusones corporativos que
llamaba nidos de serpientes debieron hacerlo en su mansión ya que un restaurante le
resultó demasiado público a Turay, el moreno de espeso bigote de alambre que unido
a las largas patillas formaban un curioso dibujo en su cara de astuto felino. En la sala
aislada, a prueba de aparatos espía, una bonita sala blanca de paneles de escayola
bordeados con vegetales líneas doradas en donde las esculturas helenísticas discutían
sin alzar la voz con muebles cubistas se sentaron a tomar el café de la tarde
acompañado con pastas cual ingleses victorianos alumbrados por el sol de la tarde
que se filtraba entre las nubes del cielo y las cristaleras del jardín interior. Detrás de
los negociadores estaban sus guardaespaldas, Carlos y un hombre fornido con los
ojos tan rasgados que apenas eran dos lineas en su cara, grandes pómulos y ancha
nariz, con la actitud callada y seria de un profesional.

Durante una hora entera tanto el mongol como Carlos cumplieron su papel de
estatuas aguantando el tipo ante el atroz aburrimiento de escuchar a sus jefes, con no
muchas más ganas, hablar de porcentajes y beneficios. La oferta de Turay era buena,
pero de aceptarla su semejantes quebrarían y en los años siguientes, sin apenas
competencia, cambiarían las precios del transporte hasta el punto de cubrirles la
inversión con intereses. Era un tentador pacto con un demonio que no terminaba de
calar en la astuta Claudia que sufría de una logística heredada desastrosa por haberse
construido pensando en la ocultación y no en la eficiencia.

Llegados al punto en que Claudia se inclinó a favor de aceptar la propuesta Turay


saco un nuevo tema para conversar.

–Ahora que hemos llegado aun acuerdo, me pregunto hasta que punto esta usted
interesada en participar de Monzón.

–¿A que se refiere? ¿Pretende venderme acciones?

–No, si lo desea tendrá que seguir el procedimiento habitual, al menos que haya
encontrado otro más eficaz.
–Explíquese.

–Vera, no sé si esta al tanto de la probable consanguinidad de su guardaespaldas con


la familia Sáez.

–¿Debo preocuparme por un caso de espionaje?

–No. –sonrió, –De ser así no se lo habría mencionado ¿No cree?

–Ahora mismo no sé que creer. Sería mejor que fuera más concreto señor Turay.

–Por supuesto. –Se acomodó en la silla refrenando sus ganas de levantarse. –Gloria
Sáez ha estado contactando con todos los hijos ilegítimos de su padre Gerard Sáez
desde que este decidiera abdicar en su favor antes de retirarse definitivamente a
Olimpo. A sido tan generosa de compartir algo de su fortuna con sus hermanastros
olvidados. Incluso los ha buscado para ayudarles sin tener que estar obligada a ello,
solo por solidaridad, siguiendo el rastro de las aventuras de su cariñoso padre. Una de
esas aventuras fue incinerada hace poco por orden de su guardaespaldas, cualquiera
habría supuesto que era otro de sus experimentos médicos, pero, al sumarle el hecho
de que hará unos años, antes de ser su empleado, realizó un trabajo en el que como
daño colateral salió muy perjudicado el señor Sáez, nada más que resultar acusado
por la liberación de una IA, nos ha dado a entender que él podría ser el desaparecido
hijo de la señora fenecida. Un joven criminal acusado de secuestro, asesinato e
incendio.

–¿Tiene alguna prueba de ello?

–No, nadie la tiene. Aunque con una simple muestra de ADN...

–Muestra que no se tomará, a menos que quieran pasarme una de la familia Sáez para
que haga yo la comprobación.

–Eso me temo que es inviable.

–Pues sin una sola prueba me va a costar mucho creerme esa historia tan fastuosa.

–La pregunta importante es para nosotros que, en el caso hipotético de que sea hijo
del señor Sáez ¿Que piensa hacer usted al respecto?

–¿Que debería hacer?

–Despedirlo sin duda. Monzón siempre sospechará de usted mientras tenga entre su...
séquito, alguien que podría reclamar derechos de propiedad por herencia.

–¿Es que acaso para eso no tendría que ser reconocido por su padre?
–Desde luego.

–Carlos ¿A ti el señor Sáez te ha reconocido como hijo?

–Hasta donde sé soy huérfano.

–¿De veras señor Torres? –dijo con desgana

–Torres, Sáez. Decídase.

–Dado que por mucho que agradezca el supuesto aviso no voy a consentir que otra
empresa me dicte la plantilla de mi personal supongo que la desconfianza de Monzón
me lleva a prescindir de sus servicios.

–No tiene porqué ser así. Gloria ha sido amable con todos sus hermanos, no veo
porqué en el caso de Carlos debería ser diferente.

–¿Por qué lo ha acusado de manipular una IA para inculpar a Gerardo Sáez quizás?

–Quedó demostrado que el robot implicado fue manipulado por su dueño Rory
Galvay, Por lo que su guardaespaldas no tendría de que preocuparse.

–Se acusó a Gerardo, el culpable era Rory y usted implica a Carlos. A ver si va a ser
verdad que no tiene claro el asunto.

–Siento que la discusión no transcurre por donde tenía pensado, estoy siendo
malinterpretado. Lo que intento dejar aclarado es si usted desea o no usar la posible
ascendencia de su agente para influir en Monzón.

–¿Lo que yo me pregunto es si esta reunión es para realizar una acuerdo comercial o
para satisfacer la paranoia de una socia mayoritaria?

–Todo el mundo tiene derecho a proteger sus propiedades.

–¿Y no será que en la lucha de poder entre Gerardo Sáez y su hija, esta usara métodos
poco ortodoxos para arrebatarle la corona a su padre antes de enviarlo a pasar la
eternidad a un mausoleo para no-muertos con nombre pretencioso, y este buscando a
quién inculpar por si se descubre que el avaricioso boxeador con el que se pudo
encontrar en una de las muchas fiestas a las que asistía es en realidad inocente?
–Intervino con sequedad Carlos.

–Esa es una acusación grave.


–La misma que ha hecho usted señor Turay. Creía que había venido aquí con buenas
intenciones pero lo único que trae en realidad es miedo. No me plegare a sus temores
señor, su miedo es su problema. –dijo Claudia.

–Monzón no tiene ningún interés en dañar a su empresa señorita Johansson.

–Ustedes están dando por supuesto que yo sí por una paranoia sobre descendientes
ilegítimos. Suena a barata propaganda política para justificar ataques.

–La garantizo que no es el caso.

–Repita eso delante de un espejo y tendrá mi respuesta. Si no se lo cree solo deberá


mirar una segunda vez para darse cuenta de quién miente.

–Sus sentimientos por este hombre la nublan el juicio.

–Salga de mi mansión lo antes posible y procure no acercarse de nuevo.

Una vez fuera los invitados Carlos dijo. –A lo mejor si que es buena idea que me
despidas.

–¿¡Por qué!? –Claudia se había tomado la conversación peor que Carlos y sin el
comercial delante dejaba que se notara su enfado.

–Porque se aliaran con los Lupo.

–Monzón también tiene competidores.

Al día siguiente estaba tratando con Alibaba, sin embargo no cerró ningún trato, se le
ocurrió algo mejor. Por el momento se opuso de forma clara y concisa al acuerdo con
Monzón, sin entorpecerlos ni dejar de vigilárles, ofreciendo una tibia segunda opción
con Alibaba al reconocer que la red de transportes necesitaba reconfigurarse.

Fue una danza complicada. Sánchez y Julián preferían mantener las tradicional red
familiar de transporte todavía escaldados de su derrota en las calles propiciada por los
despidos, en contra estaba Claudia y los minoristas con deseos de abaratar costes
apostando por una red funcional. La competición se centró en las ofertas de Monzón
y Alibaba intentando convencer a la oposición a base de carisma y cifras. Ganaron las
cifras a favor de la mejor oferta, la de Monzón. Así la empresa de logística pasó a ser
la transportista de los sectores colombianos y mejicanos, no de el de Claudia, que se
negó a desmantelar su bien constituida red, pulida antes de que el consejo aprobase la
decisión, lo que fragmentó aún mas la cohesión ya herida por Antonia.
Los despidos hicieron que el plan de crear disputas entre los colombianos de Claudia
cuajara. Momento en el cual la líder tiró de errores pasados para culpar a los
tradicionalistas y hacer campaña contra Julián y su acuerdo con Monzón. Cuando
Claudia prometió a los despedidos reinsertarlos en una red de transporte nueva la
coalición colombiana debió maniobrar antes de acabar metidos en una revuelta
comunera familiar. Claudia les dio a elegir, ser una voz importante en CoMex sin
Julián o ser el perrito faldero de los Lupo, quienes no tardaron en enviar sus ofertas
en cuanto se enteraron de las disputas acogiéndoles con los brazos abiertos. Hasta
Sánchez se cambio de bando. A Julián sus camaradas le dejaron escapar con vida
antes de que Claudia pudiese apresarlo, sin opción a regresar. La nueva representante
sería Vargas. Monzón perdió el contrato.

AL compañía debió dejarse un buen dinero en las nuevas infraestructuras más


capaces en la que se readmitieron a los empleados despedidos. Al menos los edificios
y la mano de obra les salieron baratos con la crisis pues los terrenos valían una
miseria y los contratos nuevos, adaptados a la inagotable oferta laboral de su
momento que además esa vez no necesitaban incluir un soborno por silencio, no eran
tan generosos como los antiguos. Era aceptar eso o no comer, los que se quejaron de
más fueron reprendidos por sindicalistas, CoMex ya no era un negocio familiar.

Carlos se sorprendía de la capacidad de maquinar de su compañera. Había metido sus


enemigos en un saco junto a algunas piedras y los había tirado al río, sin mancharse la
ropa, a base de vocear en las juntas y mover algunos espías. Nunca la había visto así,
voraz como una loba y manipuladora como una serpiente, sin estresarse, centrando
toda su malicia contra su oponente hasta destrozarlo, sin remordimientos había
sometido a su voluntad a los colombianos, el conjunto más fuerte de la empresa.

Por su parte se cuidó de no dejar ninguna muestra de ADN por accidente en donde
alguien pudiera recogerla de forma clandestina. Lo que limitó mucho sus salidas y le
obligaba a ir siempre con una bolsa para la basura encima. No estaba solo, una pareja
de agentes de CoMex le seguían a una distancia prudencial cada vez que salía a la
calle.

El primer agente de Monzón en seguirle murió en su piso franco de un tiro en la


cabeza tras recibir una paliza atado de las muñecas al techó. Carlos no pudo participar
ya que hubiera sido revelador para la policía que investigó el caso sin encontrar al
culpable. El agente era un peón sin idea de en que se había metido.

El siguiente apareció por la espalda a nada de entrar Carlos en la casa de Oscar en su


visita semanal para ver como estaban las chicas. Se le puso encima en lo que se dio la
vuelta al sentir la puerta abrirse. En el caso de la casa de Oscar de dos plantas esta
daba al salón en su lateral izquierdo, cerca del sofá arropado con las mantas de
colores de Moniqué, con las amplias escaleras de frente separadas por un muro de la
cocina abierta.
La primera bala le dio en el costado izquierdo, la segunda en el brazo y la tercera en
el pulmón, tan rápidas que antes de tener claro que se trataba del mongol ya estaba en
el suelo dolorido y desangrándose sobre una alfombra fuxia.

Soo gritó. Tenía la costumbre de ir a saludar, a ser posible ligera de ropa, la gustaba
provocar y cuanto más se la resistían más lo disfrutaba, por ello solía recibirle. Fue la
segunda en ser disparada, Carlos volvió de entre los muertos a tiempo para ver como
alcanzaban a la joven en el abdomen y el pecho, la fuerza del arma era brutal, antes
de caer con el torso empapado en rojo retrocedió dos pasos empujada por la inercia,
dio con la espalda en la mesa en medio del comedor y cayó arrastrando con ella una
silla a la que se aferró en su último aliento.

Arriba gritaron dos mujeres más. –¡Soo! ¡Soo!

Las iba a matar a todas, sin testigos. Carlos reunió las fuerzas que pudo, había caído
de costado mirando al interior, le tenía detrás. Tenía que desenfundar y matarlo. La
mano izquierda fue temblorosa a la pistolera sobaquera donde aguardaba su arma.

Lenta. El mongol le dio la vuelta con el pie poniéndolo boca arriba. El dolor le
dificultaba concentrarse. Activó todos los estimulantes de la columna, no le
respondieron, estaba rota. Su mano seguía de procesión al arma. La hizo retroceder
de un puntapié y le apunto desde arriba a la cabeza. Le iba a matar un tipo muy feo.

Más disparos, las balas dieron contra el blindaje del gran hombre que apenas se
movió, como si le hubiera empujado un blandengue, unos torpes escarabajo
voladores. Carlos forzó la aplicación de los estimulantes dándole el control al
neuroimplante, con el medicamento en la sangre se sentía con fuerzas incluso estando
al borde de la muerte.

EL mongol Apuntó hacía arriba y disparo de nuevo. Un gritó ahogado, corto y


femenino, el ruido de un cuerpo golpeando el suelo y una pistola cayendo por las
escaleras.

Carlos desenfundo y disparó, era difícil fallar desde tan cerca. Su pistola si tenía
calibre, el retroceso casi se la tira de la mano al no tenerla bien agarrada. Dieron en el
pecho, el gigante se tambaleo y cayó de espaldas. Sonó como si se hubiera caído un
armario sobre la tarima.

Todavía vivía, Carlos apuntó como pudo a la parte del torso que veía y disparó contra
ella hasta agotar el cargador. Los pulmones habían cerrado los conductos dañados, se
encontraba al cincuenta por ciento de capacidad, buena parte de los vasos sanguíneos
del intestino había sido cerrados y un riñón estaba reventado, no sentía las piernas ni
las podía mover.
Carlos se arrastró como pudo gritando. –¡Teressa! ¿¡Teressa!?

–¡La han dado! ¡Esta herida! –Respondió Moniqué.

–Aprieta las heridas. Tres plantas abajo en el doscientos cuarenta D hay un doctor, las
medicinas están en el baño. Llama a una ambulancia. –Carlos por su parte llamó a los
dos agentes de CoMex que no debían estar muy lejos.

Moniqué se dio una carrera al baño y empezó a tratar a Teressa la cual no hablaba.

–¿¡Como esta!?

–¡Mal! ¡Callate! –Moniqué era una chica dura, de Zarastustra, de las que pueden
trabajar y llorar a la vez.

Los primeros en llegar fueron los agentes, le contaron que ya había una escuadrón y
ambulancias de camino, él les ordeno a gritos que atendieran a las chicas primero
antes de desfallecer.
Tratado

Esa vez Carlos tardo lo suyo en despertarse, esa vez había muerto, el implante
coronario le salvó la vida y después los doctores de la clínica de la aseguradora
médica contratada por CoMex.

En cuanto despertó preguntó por Teressa a la enfermera del turno de noche que fue a
atenderle. Seguía viva. Tres días más tarde pudo ir a verla acompañado de una
enfermera y Claudia. Una hermosa jovencita de pelo negro que dormía muy quieta en
su cama custodiada por decenas de máquinas, la bella durmiente americana con la
vida pausada a los diecinueve años. La culpa del coma había sido el desangramiento
por las heridas que habían dejado sin suficiente riego al cerebro, los doctores
auguraban que se recuperaría en unos días en un claro alarde de optimismo. La
habían transplantado pulmones e intestinos, tenía más sangre sintética en el cuerpo
que suya.

Al verla Carlos se dejo caer sobre la joven y lloró pidiendo perdón.

Soo no sobrevivió.

Carlos también le rogó perdón a Oscar en una vídeollamada que les permitieron
hacer. –No te perdono porque no es tú culpa. –Fue la respuesta del grandullón
enfermo.

Claudia estuvo con el todo el tiempo que su trabajo la permitía, cuidándolo con un
cariño maternal y una oscuridad creciente tras las pupilas. Por las noticias se enteró
de que Monzón había visto arder todos sus almacenes el la ciudad y alrededores
iniciados por ataques de runners.

Una de esas mañanas en solitario a poco ya de que le dieran el alta un hombre de


calva afeitada feo como Miguel entró con una caja de bombones.

–No me jodas. –espetó Carlos.

–Parece que no necesito presentación. Espero que no te importe que la lata tenga
forma de corazón, solo les quedaban de estas con chocolate de calidad. –No le faltaba
carisma, tenía esa gracia chabacana de los oradores natos. Se acercó una silla y se
sentó cerca de la cabecera.

Carlos se sentía incómodo lo que le volvía ácido. –¿Ya han ardido suficientes
almacenes para sacarte de tu decadente retiro?
–Sí. Todo retiro es decadente. Pensé que podría disfrutar de un siglo o dos de paz
gracias a mi emprendedora hija pero por lo visto se le ha ido la mano. Sabía que era
un poco... Neurótica, para con la competencia. He de confesar que antes de apartarme
para dejarla paso pensé que era una buena actitud, dado el cargo a ocupar. No me
imaginé que llegaría tan lejos.

–Tengo entendido que no soy el primero.

–Bien. Eso significa que eres espabilado. No he aprobado esa actitud, pero una vez
retirado mi palabra valía bien poco.

–¿En que ha cambiado eso ahora?

–No tanto como me gustaría. El resto de la familia se ha preocupado. Nadie tiene


problemas con otra guerra eterna entre compañías, son cosas que pasan, pero por
celos, eso es infantil.

–¿Celos?

–Ya sabes. Temía que reconociera a alguno de mis muchos hijos y lo usase para
presionarla. No sería la primera vez que un hijo ilegítimo acaba en el trono. Ella
pensaba que mi prolífica vida era una especie de táctica para reponerme al mando en
caso de que fuese retirado de el.

–¿Lo es?

–No, que va. ¿De que vale ser eterno si te lo pasas de reunión en reunión, dejándote
la vista con documentos, mirando hacía atrás todo el tiempo? Me gusta disfrutar de
vez en cuando, desahogarme, conocer gente, pasar buenos ratos juntos, y eso
inevitablemente acaba en la alcoba de alguna mujer hermosa y dulce, lo que a veces
tiene consecuencias.

–Que suerte que no estabas allí para elegir el nombre.

–Entiendo que me guardes rencor, me lo merezco.

–Pero te da igual.

–No. No soy tan cruel.

–Visto lo visto me da a mi que sí.


–Mi primera mujer me enseñó por las malas que el amor es efímero, sobre todo si hay
niños de por medio. Al único hombre que una hembra ama de verdad es al que pare
ella misma. Al resto nos encontraron en la calle y allí podemos volver cuando la
historia se complique.

–Perdida la pasión que más da lo que pase después. Mejor saltar al siguiente chocho.

–Pues sí, algo así. Yo la dije que abortase, no por odio si no para evitarnos el disgusto
a todos. Ella era demasiado joven y yo no podía cuidarte, al final tú sufrirías las
carencias de ambos. No me hizo ni caso. Me fui con la esperanza de que eso la
convenciese y en vez de eso continuó. No tiene sentido.

–¿Has pensado en usar preservativo o responsabilizarte de lo que haces?

–No me gusta el preservativo y ya tengo más responsabilidades de las que puedo


afrontar. No puedo ni tirarme una década de vacaciones sin que algo estalle.

–Podría ser peor. Hay gente que solo tiene quince días al año para descansar. Entre
esos tus empleados.

–Mortales. No son como nosotros Carlos. Nosotros, los eternos tenemos más
perspectiva, entendemos las cosas como son no como nos gustaría que fueran, somos
capaces de aceptar al verdad desnuda y abrazarla por fea que sea, y lo mejor de todo,
aprovecharnos de ella. Por lo que tengo entendido ya te estas percatando.

–¿A que te refieres?

–Gloria te ha estudiado bien. Se que has aceptado siempre el camino más conveniente
para ti. Que has salido de la miseria por tu propia iniciativa, haciendo lo que fuere
necesario para triunfar. Estoy orgullos hijo. –Gerard extendió la mano a su hombro y
Carlos se apartó.

Gerard recogió su mano. –Demasiado pronto, es normal. Estoy aquí para pedirte
disculpas por no haber sido un buen padre, lo siento, y para intentar reconciliar a la
familia.

–No me siento parte de ella.

–Lógico. Aunque te guste o no, ya lo eres. Tu hermana te ha reconocido sin darse


cuenta al intentar matarte por creerte una amenaza. Cosa que por cierto seguirá
intentando. Al menos que haga algo al respecto.

–Aquí es donde el diablo hace su oferta.


–Sabes que Monzón es más poderosa que CoMex. Esa novia tuya es muy hábil, lo
reconozco, pero es como una rémora intentando comerse al tiburón, solo tengo que
girar la cabeza y tragármela. No lo haré, incluso si me rechazas, no lo entiendas como
una amenaza. Ahora, te advierto que mi control de la empresa es temporal, yo estoy
retirado y en cuanto cumpla mi papel en este teatrillo me volveré a Olimpo y lo que
haga el siguiente al mando ya no será asunto mio ni lo podre remediar.

–Sí sí. Que malo será el futuro si no acepto. Ya me has enseñado el palo, ahora la
zanahoria.

–Esa te va a gustar. Digamos que te reconozco. Por supuesto eso no te dará ningún
poder sobre Monzón, solo seras alguien tan lejos en la cola que se necesitarían unos
prismáticos para verlo. Lo que si haría...

–Es introducirme en la familia para que asesinarme se un delito de tal magnitud que
de poder verificar quién lo programo se pondría detrás de mi en esa cola. –Le
interrumpió.

–Exacto.

–¿Que quieres a cambio?

–Vas demasiado directo. –Suspiró. –Que cesen las hostilidades. Todo tipo de
agresiones. Ni incendios, ni disparos, ni falsas acusaciones, o verdaderas, sobre nada.

–Pues si que te ha puesto contra la pared Claudia.

–¡Ves! Una oferta generosa.

–No tanto, Gloria ya me ha reconocido por las malas.

–No vale nada. Aunque el universo entero lo supiera si no esta firmado, no, vale,
nada, –dijo recalcando su valor. –Así es esta galaxia.

–Tú no eres tú sin un documento que lo acredite. Raza de idiotas.

–Solo los mortales, tú elijes en que bando estar, si en el de los de vacaciones de diez
días o en el de los de diez años. Yo lo tengo claro. –Se levantó. –Lo siento de nuevo,
como ya te dije no tengo mucho tiempo, tendrás que decidirte en el plazo de un día.

–Lo de meter prisas es un truco muy visto.

–Es lo que hay.


Cuando lo visitó Claudia la consultó sobre la oferta. Su rostro se ensombreció por la
ira retenida.

–¿Que le has respondido?

–Ni me ha dado la opción de hacerlo. Me ha dejado un día para que me lo piense.

–¿Que quieres hacer?

–Si por mi fuera levantarme y arrancarle la cabeza del los hombros con mis propias
manos. Por desgracia para poder hacer eso antes tendría que arruinar Monzón, a los
Sáez, a él y entonces ya sí estaría en condiciones de ponerme a ello.

–No es imposible.

–Gracias, lo aprecio. Lo que estas construyendo... CoMex es fuerte en Tania. Monzón


es fuerte en un ochenta por ciento del universo conocido. No quiero que pierdas tu
empresa por mi.

–Siempre puedo levantar otra.

–No, no es justo. Además matarían a Claudia, a Oscar, a cualquiera que no fuese


eterno e incluso la que lo es, ya que arruinada no podrías pagarte una resurrección.

–Tienes que luchar.

–¿Luchar una batalla perdida de antemano en la que todo lo que quiero muere? No
creas que es por falta de ganas.

–Tienes razón, ganemos tiempo. Cuando seamos tan fuertes como ellos los
destruiremos.

–Entonces les haré pagar por esto. Caro.

–Se lo haremos pagar, a todos los que nos han hecho daño. Sin piedad.

–Voy a regatear, creo que si acepto sin más sería... Contraproducente. Se lo tomarían
como una muestra de debilidad.

–Deja que te represente.

–De acuerdo. Pero no te pases, que después de esto se relajen. Con suerte en una
década o dos dejaran de espiarnos.
Hizo bien en dejarle los números a Claudia. Le sonsacó con descaro una cifra
millonaría a Sáez que este entregó con una sonrisa extraña en el rostro la cual a
Carlos le supo a retorcido plan a largo plazo cerniéndose sobre él. Aunque Gerard
reconoció la rendición como si fuera una concesión, la culpa ante el asalto, daños,
consecuencias y demás faltas dejó que recayeran en su hija a la que debía amar tanto
como a Carlos. Por otra parte todos los créditos a indemnizar se los entregó
solamente a su hijo, ya fuese mediante transferencia o dejándole al cargo de la
entrega de la indemnización requerida. También firmó el documento que ratificó a
Carlos como hijo suyo, pasando a ser Miguel Torres Sáez. De forma oficial, no
pública, había demonios que era mejor no despertar.

Teressa recuperó la consciencia una semana más tarde, empezó rehabilitación


enseguida, acompañada siempre de Carlos para apoyarla pues la muerte de Soo la
hundió en una depresión profunda. Por si el trauma no era suficiente. Oscar sufrió
mucho no poder estar con su hija cuando le necesitaba, lo que tampoco le hizo bien a
su salud enferma.

A Moniqué Carlos ya la había perdonado toda la deuda pues había salvado la vida a
Teressa que le valía más que todos los créditos del mundo y la invitó a quedarse en la
casa a cambio de asistir en sus ratos libres a la joven que se tomó el resto del año de
descanso.

El dinero de los Sáez llegó a cada lugar que debía hacerlo. Ni de lejos pudieron
consolar la muerte de una hija. Le compraron a Carlos músculos cybernéticos
adosados a huesos bañados en titanio a parte de los órganos a reemplazar, ya que la
bala en la columna vertebral le había dejado paralítico de cintura para abajo y las
mecánicas no interactuaban bien con músculos orgánicos que necesitaban de anclajes
especiales para no romper los huesos. Ya era un borg.

La policía se centró en Turay como instigador del crimen sin llegar a encarcelarlo por
falta de pruebas. A Gloria Sáez el asesinato al descubierto le costó el mando de
Monzón. Ese fue el único percance que sufrió por haber matado a saber a cuantos
inocentes para satisfacer su paranoia. Por un descuido tan tonto como enviar a la
misma persona leal a ella que fue a las negociaciones en CoMex a perpetrar el crimen
que todos sabían que ansiaba.

Carlos fue invitado a presentarse en los bastiones de su familia en el sistema, donde


aguardaban para conocerlo la abundante prole de Gerard, de seguro en plena
confrontación por el trono vacío.

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