La ética en la actualidad es la rama de la filosofía que reflexiona sobre el bien, la moral, la
felicidad, etc. A pesar de que Aristóteles es considerado el fundador de esta disciplina filosófica, él habla más bien de “la ciencia práctica de la felicidad”, la cual se ocupa de investigar en qué consiste la felicidad y, sobre todo, cómo podemos alcanzarla. Para Aristóteles, la ciencia de la felicidad tiene dos ramas: la Política, que se ocupa de investigar cuál es la forma de organizar políticamente el Estado y qué leyes son más adecuadas para la felicidad, y la Ética, que se ocupa de investigar el tipo de vida y la clase de bienes que conducen a la felicidad del individuo. Según Aristóteles, la felicidad es el fin al que el ser humano está orientado por naturaleza, y las virtudes éticas son el medio principal para lograrla. Éste filósofo piensa que la naturaleza ha dotado a la seres humanos de las capacidades que les permiten ser felices y virtuosos, pero no nacemos ya felices ni virtuosos. Por ello, Aristóteles propone que existe un arte de vivir bien y de ser felices que puede aprenderse a través de la experiencia y de la práctica, y también con la ayuda de otros individuos y de la comunidad, mediante el cual podemos desarrollar las excelencias del alma humana, es decir, las virtudes. A este arte de vivir bien Aristóteles lo llama sabiduría o inteligencia práctica la cual es propia del hombre prudente, por lo que sobre todo requiere de madurez y experiencia. La ética tiene una finalidad práctica por lo que pretende lograr ciertos conocimientos que sean útiles para la praxis. Sin embargo, presenta ciertas limitaciones entre las que destacamos dos: La primera de ellas consiste en que, al tratarse de un saber práctico, la ética solo puede alcanzar un conocimiento probabilístico, nunca exacto, debido a que estudia objetos variables y contingentes, a diferencia de los saberes teóricos, los cuales son exactos y rigurosos. La segunda limitación consiste en que el conocimiento que nos aporta la Ética por sí solo no nos hace buenos o felices, es decir, conocer qué es el bien no es suficiente para ser buenos, sino que para ello son necesarios la práctica y el ejercicio.
Las virtudes éticas consisten en la excelencia en el funcionamiento de la parte apetitiva o
deseante del alma irracional y son hábitos o disposiciones para actuar que se adquieren acostumbrándonos, mediante la repetición de acciones virtuosas. Sin embargo, según Aristóteles, la naturaleza ha dado a algunos individuos ciertas tendencias que definen la naturaleza individual de cada uno y marcan las diferencias de temperamento. De la misma manera que se adquieren las virtudes, también se adquieren los vicios, es decir, adquiriendo hábitos malos. Estos vicios y virtudes son los que definen el carácter de un individuo, es decir, son hábitos que, o bien nos alejan del fin natural de la felicidad, o bien nos aproximan a él. Además, Aristóteles defiende que el carácter es como una especie de “segunda naturaleza” que siempre es adquirida. De ahí que el filósofo afirme que no nacemos como somos, sino que nos hacemos libremente. El hecho de que el ser humano fabrique su propio modo de ser (êthos), marca una diferencia fundamental con el animal, el cual no puede elegir su conducta. De este modo, la expresión máxima de la humanidad consiste en la creación de su propio carácter de manera racional y excelente, y el hombre virtuoso es aquel que está dispuesto a las acciones virtuosas, pues brotan de su carácter de forma espontánea y fácil. A modo de conclusión, se plantea la interesante cuestión de la responsabilidad moral de nuestras acciones. Una vez que alguien ha desarrollado un vicio y ya no puede volver atrás, se ha corrompido irreversiblemente. Si el carácter determina hasta tal punto nuestras acciones que es imposible elegir actuar de forma contraria, ¿es el malo moralmente responsable de sus acciones?. Antes que Aristóteles, Sócrates había abordado el problema de la responsabilidad moral. Para él, el malo actúa mal porque desconoce lo realmente bueno, por lo que el malo es solo un ignorante que no elige voluntariamente el mal. Sin embargo, Aristóteles no está de acuerdo con este planteamiento. Ciertamente, reconoce que el vicio puede cegar al hombre malo en su percepción del bien y, de este modo, hacerle actuar mal por ignorancia. Sin embargo, según él esto no elimina su responsabilidad moral, pues el vicio y la virtud están en nuestra mano y son responsabilidad nuestra. Por consiguiente, el malo ha elegido en cierta forma su carácter del cual es autor.