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Aristóteles define la virtud como la excelencia. La virtud es la acción más apropiada a la naturaleza de cada
ser; el acto más conforme con su esencia. Esta acción propia de cada ser que es la virtud, es también el bien
propio de cada ser. En el hombre, por tanto, la virtud es la excelencia de su parte esencial que es el alma.
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Para hablar de virtud, primero tenemos que especificar lo que es el bien y cual es la relación que
tiene con la Eudaimonía (estado permanente y extraordinario en el cual el ser se siente feliz
consigo mismo pese a las visititudes que puedan ocurrirle. Es es bienestar del "quien", teniendo en
cuenta que el quien se revela mediante la acción y el discurso. Se difierencia de la felicidad
momentánea porque esta dura toda la vida del hombre y se considera que está cerca a la santidad
-sin el sentido religioso). Entonces, la eudaimonía para aristóteles es el bien al que tiende la virtud.
Para que un hombre llegue a ese estado, tiene que vivir en virtud, es decir, ser virtuoso.
El ser virtuoso es aquel que elige con prudencia, para no caer en el vicio (lo contrario a la virtud). A
partir de eso, se establece una diferenciación entre las virtudes éticas y dianoéticas con la
eudaimonía.
Eticas: Son las que se aprenden por la costumbre, tal como decía Aristóteles: uno aprende a ser
justo, siendo justo.
Dianoéticas: Son las intelectuales y provienen de la enseñanza. Estas se complementan con las
anteriores:
Ejmplo: Sabiduría.
Hay que tomar en cuenta que el ser no puede estar compuesto solo por virtudes éticas o
dianoéticas, tiene que tener ambas.
Y todo eso se liga a la eudaimonía ya que, al ver que el hombre virtuoso es el que usa sus virtudes
éticas y dianoéticas para elegir con producencia, podemos concluir que, al vivir en virtud, está en
estado de Eudaimonía.
En conclusión, un hombre que tiene virtudes éticas y dianoéticas, y que por ende es virtuoso, elige
sabiamente alejándose de los vicios, será un ser que llegue a la eudaimonía - bien absoluto al que
tienden las cosas.
De cada rasgo humano el hombre virtuoso habrá de encontrar la exacta medida entre cada
uno de los extremos aunque existan algunas virtudes que, como la justicia, nunca pueden
acusar un exceso. Aristóteles de nuevo demuestra su astucia enunciando esta forma de
excepción ya que de la mayoría de rasgos imaginables podemos imaginar comportamientos
exagerados por exceso o por defecto. Así ocurre con la generosidad, con la templanza o,
como dijimos, con la valentía. Sin embargo, no parece fácil imaginar un hombre del que
podamos decir que es demasiado justo. La justicia, una virtud muy singular de la que nos
ocuparemos específicamente más adelante, no admite la posibilidad del exceso. Nunca
seremos lo suficientemente justos y, por lo tanto, nunca debemos poner en suspenso nuestro
esfuerzo por alcanzar la justicia
Aristóteles definió la mayor parte de sus virtudes como el término medio entre dos
extremos, algo que aún en nuestros días podemos reconocer incluso en algunos refranes.
Parece que somos aristotélicos sin saberlo y es que algo parecido a lo que dijo Aristóteles
queremos significar con expresiones como “ni tanto ni tan poco”, un dicho que condensa el
célebre adagio griego del “nada sin medida”.
La virtud y la felicidad
La felicidad es lo que todos los hombres quieren, pero no está allí donde la mayoría suele
buscarla: la felicidad no radica en la riqueza ni en los honores ni en el éxito. La felicidad
está en la vida virtuosa. ¿Cuál es nuestra función en este mundo? Sólo la respuesta a
preguntas como esta nos dan la clave de la virtud y, en consecuencia, de la felicidad.
Aristóteles, para contestar al interrogante, repara en los tres géneros de la vida que ya Platón
había separado: la vida vegetativa (propia de las plantas), la vida sensitiva (propia de los
animales), y la vida racional (propia del animal racional que es el hombre). En una ética como
la griega, dirigida a la formación del carácter, lo que busca no es eliminar los deseos, sino
más bien encauzarlos hacia ese fin que es la virtud o la felicidad, es decir, tratar de
conseguir que los deseos y la sensibilidad de cada uno no obstaculicen ni entorpezcan el
camino hacia la vida feliz.
Las ideas no son el punto de partida del conocimiento moral: no sabemos qué es el bien
porque conozcamos la definición ideal del bien, como no sabemos qué es la salud a partir
de una definición teórica y general de la vida sana. Aprendemos a ser buenas personas,
virtuosas, en la práctica, enfrentándonos con situaciones difíciles y procurando elegir bien y
tomar la decisión más correcta o la menos equivocada. La virtud es una actividad práctica
consistente en saber escoger el término medio, un término medio peculiar en cada caso y para
cada persona, que escapa pues a las definiciones generales.
La vida feliz es una vida “reglada” por la razón y no abandonada al desorden de deseos y
pasiones, reglas que tienen que ver con la moderación porque las cosas se destruyen (se
“desvirtúan” o dejan de ser ellas mismas) tanto por exceso como por defecto. Aristóteles nos
ha ha dejado distintas listas de virtudes. Para entender el significado de la idea de virtud sobre
todo conviene fijarnos en las cuatro virtudes cardinales: la prudencia, la justicia, la
fortaleza y la templanza.
Las virtudes aristotélicas se clasifican en dos grandes tipos: virtudes éticas y virtudes
dianoéticas. Las virtudes dianoéticas no se adquieren por la costumbre, como ocurre con las
virtudes éticas, sino por la enseñanza. La clasificación es consecuencia del rechazo de su
autor de una concepción puramente intelectual de la virtud, así como de la convicción de que
la vida virtuosa, propia de la existencia humana, no consiste en una actividad exclusivamente
racional, sino también sensitiva, que tiene que ver con las emociones y no sólo con la razón.
Así, las virtudes éticas se originan mayormente por la costumbre, por los hábitos, y son las
que más directamente contribuyen a formar el carácter de la persona. Ser virtuoso no consiste
en realizar de vez en cuando un acto virtuoso, sino en serlo durante toda la vida.