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TEMA 2 de Aristóteles: VIRTUD Y FELICIDAD .

La ética de Platón, al igual que la socrática, identificaba el bien con el conocimiento,


caracterizándose por un marcado intelectualismo moral. Por naturaleza, el hombre
tiende a buscar el bien, por lo que bastaría conocerlo para obrar correctamente; el
problema es que el hombre desconoce el bien, y toma por bueno lo que le parece bueno
y no lo que realmente es bueno. Para Aristóteles, sin embargo, en consonancia con su
rechazo de la subsistencia de las formas, no es posible afirmar la existencia del “bien en
sí”, de un único tipo de bien: del mismo modo que el ser se dice de muchas maneras,
habrá también muchos tipos de bienes. Por tanto, el punto de partida de Aristóteles es
empirista: el conocimiento, aún cuando vaya más allá de la experiencia, comienza por
ésta. Las ciencias teóricas (Física, Matemáticas y Metafísica) y sus procedimientos no
se pueden aplicar a las ciencias prácticas (Ética y Política); en éstas manda la
experiencia. La ética no puede caer en el terreno de lo abstracto, su objeto es definir el
bien del hombre, pero un bien realizable. En la obra que comentamos, Ética
Nicomáquea, Aristóteles comienza afirmando que toda acción humana se realiza con
vistas a un fin (telos), y el fin de la acción es el bien que se busca. El fin, por lo tanto, se
identifica con el bien. Pero muchas de esas acciones son un instrumento para conseguir,
a su vez, otro fin, otro bien. Por ejemplo, nos alimentamos adecuadamente para gozar de
salud, por lo que la correcta alimentación, que es un fin, es también un medio o
instrumento para conseguir otro fin: la salud. Existe, sin embargo, un fin último, un bien
que se persigue por sí mismo y no como medio: la felicidad (eudaimonía) es el fin
último al que aspiran todos los hombres por naturaleza. La naturaleza nos impele a
buscar la felicidad, una felicidad que Aristóteles identifica con la buena vida. Aunque
no todos los hombres tienen la misma concepción de lo que es una vida buena, de la
felicidad: para unos la felicidad consiste en el placer, para otros en las riquezas, para
otros en los honores, etc. No se trata de encontrar una definición estándar de felicidad,
la ética no es una ciencia exacta, sino una reflexión práctica destinada a la acción, por lo
que ha de ser en la actividad humana donde encontremos qué es la felicidad. Para
Aristóteles, cada sustancia tiene una función propia que viene determinada por su
naturaleza; actuar en contra de esa función equivale a actuar en contra de la propia
naturaleza. Por ejemplo, una cama ha de servir para dormir, y un cuchillo para cortar; si
no cumplen su función diremos que son una “mala” cama o un “mal” cuchillo. Si la
cumplen, diremos que tienen la “virtud” (areté) que le es propia: permitir el descanso o
cortar, por lo que son una “buena” cama o un “buen” cuchillo. La virtud, pues, se
identifica con cierta capacidad o excelencia propia de una sustancia, o de una actividad
(por ejemplo, una profesión). Del mismo modo, el hombre ha de tener una función
propia: si actúa conforme a esa función, será un hombre “bueno”; en caso contrario, será
un “mal” hombre. La felicidad consistirá, por tanto, en actuar en conformidad con la
función propia del hombre; y en la medida en que esa función se realice, podrá el
hombre alcanzar la felicidad. Si sus actos le conducen a realizar esa función, serán
virtuosos; en caso contrario serán vicios que lo alejarán de su propia naturaleza, de lo
que en ella hay de característico o excelente y, con ello, de la felicidad. Así pues, la
felicidad va asociada a aquellos fines que son más adecuados a la naturaleza humana,
aquellos que tienen que ver con el mejor desarrollo de todas las potencialidades del
alma. La vida buena, propiamente humana, consiste, por tanto, en el cultivo de las
virtudes morales (valentía, templanza, y sobre todo justicia) y las dianoéticas o
intelectuales (episteme o ciencia, sophía o sabiduría, inteligencia intuitiva o nôus,
techne o arte, phronesis o prudencia) porque lo que es propio de cada uno por naturaleza
es también lo más excelente y lo más agradable para cada uno. Esto significa que el
hombre encontraría su felicidad suprema en la vida contemplativa, propia del sabio;
pero, dado que, como ser corporal, tiene necesidades físicas, psíquicas y sociales, sólo
puede aspirar a una felicidad limitada y razonable, la propia de un hombre prudente, que
exige la posesión de virtudes morales con el fin de atemperar los impulsos propios y el
trato con los otros, así como la posesión de determinados bienes corporales (salud,
fortaleza, etc.) y externos (medios económicos, justicia, etc.), lo que nos remite al
problema político. {La felicidad de la vida contemplativa conduce de alguna forma más
allá de lo puramente humano: nos pone en contacto con la divinidad, mientras que la
vida conforme a las virtudes éticas no puede sino proporcionar una felicidad humana.}
En resumen, el Estagirita cree que el bien supremo del hombre es la felicidad, siendo
ésta la máxima virtud. Pero a diferencia de su maestro Platón, para quien el Bien es
único, la felicidad (o el bien en Aristóteles) consiste en el ejercicio perfecto de cada
actividad propia del hombre. En este sentido, hay muchos tipos de bien, unidos cada
uno de ellos a una virtud distinta. Es necesario partir de la experiencia propia y de los
hechos para alcanzar el máximo grado de perfección y virtud en cualquier actividad. De
este modo, se alcanza la felicidad o la bondad, a la que se llega por muchos caminos.
Cinco son las características fundamentales que conforman la doctrina teoría ética
aristotélica. En primer lugar, es teleológica, porque toda acción humana tiene un
propósito, la voluntad siempre desea un bien, un fin. En segundo lugar, es eudemonista,
porque concibe la felicidad como el bien supremo de la voluntad, entendiendo por
aquélla la actividad del alma según la virtud. Es, además, naturalista, pues la felicidad se
logra actuando conforme a nuestra naturaleza desiderativa, racional y social. En cuarto
lugar, no es intelectualista, al sostener que la virtud más adecuada a la naturaleza
desiderativa y racional del alma humana es la prudencia, que es una virtud de la razón
práctica, directamente relacionada con las virtudes morales. Por último, es comunitarista
porque afirma que no hay nunca felicidad individual sin una comunidad política justa.
Esto indica la subordinación que hace Aristóteles de la ética a la política, pues la
consecución del bien individual se produce en la polis, y forma parte de la consecución
del bien común o social. El ser humano, además de racional, es social; de ahí que la vida
buena pivote sobre la justicia, la sabiduría práctica (la prudencia) y la amistad como
cohesión entre los miembros de la comunidad. La justicia y la prudencia serán, por
tanto, virtudes fundamentales para el buen gobierno de la polis y, en definitiva, para la
felicidad individual del ciudadano. El hombre sabe que sus necesidades, satisfacciones y
realizaciones solo pueden ser posibles integrado en su comunidad y guiado por la areté
(virtud) para alcanzar la felicidad. El ciudadano (polités) es aquél que puede participar
en los juicios y en el poder, quedando excluidos los esclavos y los extranjeros

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