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CONTRATOS CONSENSUALES

Contratos Consensuales Es El Último Que Se Conoce En El Proceso


Histórico De Roma Y El Más Importante. Nace En La Época De
Justiniano. Este Tipo De Contrato No Exige Formas De Ninguna Especie,
Ni La Presencia De Los Contratantes, Ni Escritura, Ni Tradición Basta
Solo Con Que Exista El Consentimiento Prestado De Una Manera Cierta
Segura Y Clara.

Contrato consensual es aquel que se perfecciona por la mera voluntad


explícita en la manifestación del consentimiento de las partes contratantes.
El consentimiento no puede tenerse por sobreentendido ni cabe por
omisión, siendo estrictamente necesario que se manifieste de forma
expresa.

Contratos simplemente consensuales. Que se formaban por el solo


consenso, esto es, por el solo consentimiento de los contratantes,
manifestado en cualquier forma. Tales eran: compraventa

Uno de los mayores inconvenientes que presenta el consensualismo es en


cuanto a la prueba de las obligaciones, pues siendo el contrato perfecto
entre las partes con su sola voluntad, no queda vestigio o prueba del
mismo; principalmente en aquellos casos donde la obligación
consistente en el pago de una suma de dinero tiene un valor por encima
de los treinta pesos, cuya prueba debe presentarse por escrito.

Tan dominante es en nuestro derecho el principio del consensualismo que


el art. 1138 del Código Civil, relativo a las obligaciones de dar,
dispone que la obligación de entregar la cosa es perfecta, por solo el
consentimiento de los contratantes; que hace al acreedor propietario y
pone a su cargo aquélla desde el instante en que debió entregársele, aun
cuando no se haya verificado la tradición.

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El cambio o permuta, que al tenor del art. 1702 del Código Civil es un
contrato por el cual las partes se dan respectivamente una cosa por
otra, se efectúa, según el art. 1703 del mismo código por el sólo
consentimiento, al igual que la venta.

Lo mismo ha dicho la jurisprudencia dominicana cuando consagra que


las reglas establecidas para la compraventa son las mismas que rigen
para la permuta excepto en lo que concierne al precio.

En cuanto al mutuo consentimiento como único requisito para la validez


de la promesa de venta, la Primera Cámara de la Suprema Corte de
Justicia, ha dicho, que de la combinación de los arts. 1584 y 1589 del
Código Civil se determina que desde el momento en que las partes han
consentido mutuamente sobre la cosa y el precio, la promesa de venta
equivale a venta adquiriendo el comprador el derecho de propiedad
aunque la cosa no haya sido entregada ni pagada, convirtiéndose el
vendedor en deudor de la entrega y el comprador en deudor del precio.

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En lo relativo a la venta, la jurisprudencia dominicana al interpretar el
art. 1583 del Código Civil ha dicho lo siguiente: “Considerando, que el
art. 1583 del Código Civil prescribe que la venta es perfecta entre las
partes, y la propiedad queda adquirida de derecho por el comprador,
respecto del deudor, desde el momento en que se conviene en la cosa y el
precio, aunque la primera no haya sido entregada ni pagada; que por
tanto la promesa de venta como la oferta o policitación producen los
mismos efectos jurídicos que los señalados en el citado texto legal, la
primera, cuando las dos partes han consentido mutuamente respecto
de la cosa y el precio, y la segunda, cuando el destinatario de la oferta
ha manifestado su aceptación”.

Sin embargo, más adelante observaremos que tratándose de


transferencias de bienes inmuebles, para fines de oponibilidad a los
terceros, es preciso someterlos actos jurídicos al cumplimiento de ciertas
formalidades de publicidad.

En contraposición de los contratos consensuales existen los


denominados contratos solemnes y los contratos reales.

DIVISIÓN DE CONTRATOS REALES Y SOLEMNES

Se denominan contratos reales aquellos que para su formalización exigen,


además del consentimiento, que es un requisito indispensable en todo
contrato, la entrega de la cosa. Estos contratos, al igual que los
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solemnes constituyen la excepción de nuestro derecho, porque el
principio en materia contractual es el del consensualismo. El
consentimiento por sí solo no es suficiente para la existencia de un
contrato real.

El Código Civil contempla la existencia de cuatro contratos reales, que


son:
El préstamo a uso o comodato, el cual es definido por el art. 1875
como el contrato por el cual una de las partes entrega una cosa a otro
para servirse de ella, con la obligación en el que la toma de devolverla
después de haberla usado.

A propósito del comodato la Primera Cámara de la Suprema Corte de


Justicia ha dicho en una especie juzgada que el examen de la sentencia
impugnada revela que la Corte a-qua para confirmar la del primer grado
estimó que si el préstamo ha sido acordado, como en el presente caso,
sin fijación del término, la restitución de la cosa prestada se hace exigible
en cualquier momento, pero que los jueces pueden, de manera
discrecional estimar que hay necesidad de fijar un plazo para cubrir
con el uso de la cosa una necesidad determinada.

Que la obligación de restituir la cosa prestada, es de la esencia del


contrato: que efectivamente, cuando no ha sido fijado un término para la
conclusión del contrato de préstamo de uso o comodato y habiendo
determinado la corte a-qua que no existe la necesidad determinada que
justifique la continuación del préstamo, el tribunal puede, conforme al
art. 1889 del Código Civil obligar al prestatario a que devuelva la cosa
prestada y fijar un plazo discrecional para hacerlo, sobre todo si el
prestador requiere el objeto prestado.

El préstamo de consumo, considerado por el art. 1892 como un contrato


por el cual una de las partes entrega a otra cierta cantidad de cosas que
se consumen por el uso, quedando obligada esta última a devolver otro
tanto de la misma especie y calidad.

El depósito, el cual es considerado por el art. 1915 como el acto por el


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cual se recibe un objeto de otro, con obligación de guardarle y
devolverle en naturaleza.

La prenda, que de las disposiciones combinadas de los arts. 2071 y 2072


resulta el contrato mediante el cual el deudor entrega una cosa
mobiliaria a su acreedor para la seguridad de la deuda.

A estos cuatro contratos reales previstos por el Código Civil, hay que
agregarle la donación en mano o donación mobiliaria; la cual no es
considerada como un contrato solemne, y la jurisprudencia exige para
su validez la entrega de la cosa donada, sin necesidad de someterse al
requisito del acto auténtico previsto por el art. 931 del Código Civil.

La jurisprudencia considera el transporte de mercancía como un


contrato real, observando que ese tipo de transporte incluye un depósito,
y que sólo se formaliza con la entrega de la mercancía.

La desposesión del propietario de la cosa es de esencia del contrato


real. Aunque no se requiere que sea el propio contratante que haya
tomado posesión de la misma. Se considera que el contrato de prenda
es válido cuando la cosa ha sido entregada a un tercero con cargo de
conservarla como en el caso en que aquélla ha sido recibida por el
acreedor prendario.31 Los profesores Mazeaud y Mazeaud, extienden
este criterio al préstamo y al contrato de depósito, cuando la cosa haya
sido confiada a un tercero subdepositario.

Se considera que el contrato real va precedido de un precontrato


consensual: la promesa de celebrar un contrato real. Tal como lo
manifiestan los Mazeaud, se considera que el prestador se obliga
válidamente a realizar un préstamo.

Existe ahí un contrato consensual unilateral es decir, que no crea


obligaciones sino a cargo de una de las partes: el prestador es el único
deudor (está obligado a entregar la cosa). Este primer contrato va
seguido del contrato de préstamo cuando la cosa prestada se entrega al
prestatario, contrato real unilateral: el prestatario es el único deudor
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(está obligado a restituir la cosa). La promesa de préstamo cuando versa
sobre una suma de dinero, lleva el nombre de apertura de crédito, y es
de uso corriente en las relaciones entre los bancos y sus clientes.

Según los afamados juristas, entre las promesas de contratos reales,


solamente es nula la de una donación en mano.

En cuanto a los contratos solemnes dice Eugene Gaudemet que son


aquellos que tienen particular importancia. Para ponerla de manifiesta
y para que su prueba sea más sólida, así como para evitar a veces una
excesiva multiplicación de estos contratos y para obligar a las partes a
recurrir a los consejos de una persona competente, la ley impone
determinadas formas.

Los contratos solemnes son los que exigen, además del


consentimiento, que es un requisito que debe estar presente en todos
los contratos, una formalidad que sin su cumplimiento el contrato
carecería de validez: forma dat esse rei (la forma da el ser a la cosa). La
formalidad exigida para su validez consiste no solamente en la
intervención de un notario, sino en la redacción de un documento notarial.

Es importante destacar que en nuestro país el notario es definido por la


Ley núm. 302 de 1964, Ley del Notariado, como los funcionario
públicos instituidos para recibir los actos a los cuales las partes deban
o quieran dar el carácter de autenticidad inherente a los actos de la
autoridad pública y para darles fecha cierta, conservarlos en depósito y
expedir copias de los mismos. Tendrán facultad para legalizar las firmas
o las huellas digitales de las partes, en la forma establecida por la ley.

De la anterior disposición legal se infiere que el notario puede actuar


en su ministerio de dos maneras diferentes: instrumentando actas, para
lo cual deberán someterse a las previsiones de los art. 22 y siguientes de
la mencionada Ley núm. 302; o para darle carácter de autenticidad a las
firmas estampadas por los otorgantes de un acto bajo firma privada,
según el art. 56 de la misma Ley.
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Cuando el notario actúa instrumentando un acta, según lo prescrito por el
art. 21 de la aludida Ley, todo lo que se le diga a él o todo lo que
compruebe, hará fe hasta inscripción en falsedad; mientras que si la
intervención del notario se limita a la legalización de firmas,
solamente el asunto relativo a la veracidad de la firma es que se
mantiene hasta la inscripción en falsedad; los demás aspectos del acto
son impugnables por la prueba en contrario.

De lo anterior se deriva que el acto autentico hace fe de sus


enunciaciones respecto de las comprobaciones materiales que hace el
notario personalmente, o de aquellas comprobaciones materiales que
han tenido lugar en su presencia durante el ejercicio de sus funciones.
Pero las afirmaciones hechas en el acto por el notario, fuera de sus
atribuciones legales, pueden ser combatidas por toda clase de pruebas,
sin necesidad de recurrir a la inscripción en falsedad.

A mayor abundamiento, el acto auténtico es fehaciente hasta inscripción


en falsedad, pero sólo en cuanto a los hechos que el propio oficial
público actuante haya comprobado personalmente. Por el contrario,
puede impugnarse de cualquier manera, la declaración o enunciación
hecha en dicho acto por un compareciente y que no ha sido
comprobado por el notario actuante.

Ha sido juzgado por la Primera Cámara de la Suprema Corte de


Justicia “que el acto de que se trata, si bien es de aquellos que los
notarios, de una manera general, tienen el derecho de recibir y de
conferirles autenticidad en la forma, su contenido puede ser combatido
por la fuerza contraria y no solamente por vía de la inscripción en
falsedad, en razón de que es un acto por el cual una persona hace
comprobar un hecho y no el que recoge, como lo prescribe el art. 1319
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del Código Civil, el acuerdo de voluntades de dos o más personas y, por
ello no es auténtico en cuanto al fondo; que en ese orden ha sido juzgado
por esta corte que las afirmaciones que emanan el oficial público no
hacen fe, sino cuando se trata de comprobaciones que tenía la misión
de hacer y no de aquellas que son simplemente la expresión de su
apreciación personal”.

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