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PARTE II

DEL DOCENTE QUE TRANSFORMA

TEXTO 5

EDUCADOR: LLAMADO A REPENSAR Y LANZAR


SU MISIÓN EN UN NUEVO Y COMPLEJO CONTEXTO SOCIAL

Los nuevos rostros que interpelan al educador


Patricio Bollan
Ponencia para el Encuentro Anual del Consudec•1
Curso de Rectores. C6rdoba.

Agradezco esta invitación v la posibilidad de venir a compartir nuestra re­


flexión con ustedes. Y digo nuestra porque, detrás de estas palabras que traigo,
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está la labor y la reflexi6n de muchísimos maestros y edttcadores de distintos
puntos del país, a los que acompaño en su tarea áYlica, con el humilde servicio
de ayudar a construir prácticas educativas y evangelizadoras que promuevan un
mu+1do más justo y una sociedad más fraterna, en la clave que nos señala el Rei­
no revelado en Jesús.
Hablo como educador y maestro qwe soy, v que trabajo en un aula, en un
barrio, en esta sociedad concreta. Hablo de mí y de mis pregttntas, tas que com­
partimos a diario en la escuela donde trabajo, junto a una hermosa comunidad
de educadores.
Les propongo estos tres ptmtos para reflexionar juntos:

1. El rol del educador.


2. Los desafíos de hoy.
3. Algunos indispensables eJi el proceso de configurar el rol del educador.

27 El público de esta ponencia eran más de 2000 directivos y educadores cat61icos venidos de distintos
puntos del país, provenientes mayormente de congregaciones religiosas y escuelas parroquiales. Este
texto que presentamos en este libro lo hemos mantenido prácticamente igual a aquella ponencia, con
las breves referencias religiosas explicitas que tenia.
1. Algunas reflexiones sobre el rol del educador
Cuando leo y releo el título de este momento de reflexión que s e denomina
"Los nuevos rostros que interpelan al educador" y el lema de este encuentro
"Educador: Uamado a repensar y lanzar su misión en un nuevo y complejo con­
texto social", me surgen estas siete ideas para compartir en esta mañana como
consideraciones previas:

1.1 El rol del educador es una práctica social, política y cultural

El rol del educador no tiene una función social fijada desde siempre y esen­
cial izada, sino que es un rol construido socialmente y que guarda relación con
el momento soci ohistórico en donde se desarrolla. Por eso podemos en esta
mañana reunirnos y reflexionar juntos sobre cuál es el educador que necesita
nuestra sociedad. Hoy y en cada momento, podemos detenernos, mirar lo que
vivimos como sociedad y preguntarnos qué tipo de educador necesitan los hom­
bres y las mujeres con las que compartimos el presente. La práctica educativa es
una práctica social, una práctica política y una práctica cultural, y es por eso por
lo que el rol del educador dep enderá de cada momento sociat, político y cultu- 78
ral, y del modo en que se quiera responder a cada sociedad. El rol del educador
dependerá de la forma en cómo se lea, se interprete, se juzgue y se responda al
tiempo presente. Y también dependerá de la distancia crítica que se tiene frente
a cada momento histórico. Cabe preguntarnos en esta mañana, ,de qué manera
pesa en nuestra conciencia una mirada esendalista del rol del educador? me
qué manera tenemos y permitimos la libertad para que los educadores poda-
mos redefinir nuestra función y nuestra labor desde una distancia crítica con el
momento pres ente? ,o somos funcionales y reproductores del sistema, como
muchas veces se nos ha criticado? Hablar de práctica social es hacer referencia
a unos y otros desde donde nos definimos. y eso es una cuestión de opción
política, religiosa y epistemológica de nuestra parte. lOesde dónde vamos a mi-
rar el mundo? Wesde qué sector de la sociedad vamos a construir nuestro rol?
¿A qué sectores y para qué sectores vamos a orientar nuestra práctica? En una
Argentina donde más de la mitad de los menores de dieciocho años son pobres,
üuál es el lugar desde dónde, como educadores cristianos, vamos a mirar y a
definir nuestro rol?
1.2 El rol del educador debe poder constituirse desde su componente
utópico, esperanzador y amoroso de lo humano
Esto quizás es una de los elementos más hermosos de nuestro rol docente,
este componente utópico, amoroso de lo humano y esperanzador que nos hace
definir nuestro papel en función de lo que viven nuestros hermanos con quienes
compartimos la e;,dstencia: ¿qué les queremos brindar para que su existencia y
nuestra existencia sea más plena, más humana, más feliz? Porque cuando este
componente se pierde, cuando este componente utópico, amoroso y esperanza­
dor desaparece, entonces ya no hay más rol del educador que pensar, y la tarea
docente se hace rutinaria, y lo que se transmite es un contenido muerto, y nos
hacemos apáticos, y nos hacemos servidores de un sistema de muerte, y nos ha­
cemos técnicos fríos, y nos hacemos acríticos, superficiales, pobres. Como dice
con gran verdad y mucha fuerza el autor de Ética para Amado�ª. "solo educa el
que está enamorado de lo humano".
Este es el corazón del acto educativo: el enamoramiento de lo humano. Esta
es la razón por la que vale la pena transmitir la cultura, construir el saber, trans­
formar lo que deshumaniza, soñar nuevos mundos, forjar comunidades escolares
alternativas. La fueria transformadora de la educación tiene, en este enamora-
?9 miento de lo humano, su raíz.

1.3 El rol del educador debe poder construirse con una mirada crítica y
profética, y desde ella, a la historia que vivimos
Debemos tenerle miedo a que desaparezca el sentido utópico, esperanza·
dar y amoroso de nuestro ser educador. Pero también, es necesario pensar en
desarrollarlo, construirlo y formarlo, sobre todo en un rol como el nuestro, en
el que muchas veces hemos recibido una formación que ha minimizado nuestra
función social, que nos ha dado ojos chatos y miopes para mirar la educación y la
escuela, el conocimiento y la sociedad, lo político y lo cultural, constituyéndonos
en funcionarios reproductores de los sentidos dominantes de un sistema muchas
veces perverso. Esta ausencia de sentido crítico muchas ocasiones en nuestro rol
de educadores es lo que lo llevó a decir a Ernesto Sábato que "la primera huella
que la escuela y la televisión imprimen en el alma del chico es la competencia, la
victoria sobre sus compañeros y el más fanático individualismo, ser el primero,
el ganador_ Creo que la educación que damos a los hijos procrea el mal porque

28 Savater, F. (2008). ltico para Amador. Ariel. Barcelona.


lo enseña como bien: la piedra angular de nuestra educación se asienta sobre el
individualismo y la competencia"29.
La mirada acrítica en nuestra historia de educadores nos ha hecho y nos sigue
haciendo cómplices muchas veces de situaciones de injusticia que vivimos como
sociedad.
Y en este punto quiero centrarme también en esta mañana porque, si nos
encontramos que mayoritariamente somos educadores cuyo rol ha perdido esa
dimensión dialógica en la definición de lo que somos y hacemos, ,qué se hace?
,Qué hacemos si nosotros, los directivos, hemos perdido la dimensión dialógi­
ca de la definición de la función social de nuestra escuela? ¿Qué pasa si como
conjunto educativo, si como conjunto de escuelas de una asociación o de una
congregación, hemos perdido la capacidad dialógica de nuestra función social, y
solo les estamos preguntando a las editoriales, a las casas de computación o de
artefactos tecnológicos, cuáles son las últimas novedades para pensar nuevos
proyectos educativos, pero no estamos dialogando con nadie más? ¿Qué pasa
cuando los rostros de siempre y los nuevos rostros no entran en diálogo con
nuestras estructuras educativas, y cuando entran, no somos capaces de interpe­
larnos críticamente? ,Quiénes son los que definen nuestro rol?
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1.4 Lo definición del rol del educador es una toreo de responsabilidad


social con la historia que vivimos
Como educadores, como comunidades y equipos de ciudadanos adultos en
distintas obras educativas del país, tenemos el mandato de ayudar a ingresar
críticamente a las nuevas generaciones en la sociedad en que vivimos, por medio
de la transmisión y construcción de un conocimiento socialmente significativo,
que posibilita esa inserción crítica y que nos permita a la familia humana vivir en
mayor plenitud. Pero ¿cuántas veces a lo largo de un año, en las distintas institu­
ciones educativas, los directivos y los educadores reflexionamos desde nuestro
lugar de trabajadores de la cultura, desde nuestro lugar de hacedores de cultu­
ra? lHacia dónde vamos a acompañar y a conducir a las nuevas generaciones?
Preguntarnos en esta mañana por los nuevos rostros que interpelan al educador
es esto: es reconocer nuestro rol social, desde nuestro componente utópico y
amoroso, con una mirada crítica, hacia donde vamos a caminar con estos niños,
adolescentes, jóvenes y adultos.

29 Sábato, E. (2001). La resistencia. Sill Barral. Buenos Aires.


Por eso podemos hablar en esta mañana de rostros que interpelan a nues·
tra función social, porque podemos preguntarnos: ¿qué nos demanda esta
sociedad que vivimos?, ¿qué sociedad queremos construir?, lqué estamos dis­
puestos a llevar a cabo para responder a estas demandas y a estos desafíos?
Hablar de rostros que interpelan es hablar de sensibilidad para captar estas
demandas sociales v ser creativos en dar respuesta. Porque hay varios rostros
de los que vamos a hablar en esta mañana, que no son nuevos, que son muy
viejos, y que no hemos podido mirarlos en todo este tiempo y ahora se nos hacen
nuevos porque ahora los podemos ver. El problema de los rostros que desatian
nuestro rol y nuestra función de educadores es el problema de con qué ojos mi·
ramos, con qué oídos escuchamos. con qué corazón sentimos, con qué cabeza
interpretamos y juzgamos, qué cuerpo nuestro ponemos en juego para atender,
contener y transformar la vida que atendemos.
Los nuevos rostros pueden ser nuevos porque la sociedad muta o porque
recién decidimos verlos, o porque los otros con sus rostros van cobrando mayor
visibilidad social. Y en los tiempos que vivimos, los sectores populares, los secta·
res empobrecidos y los grupos minoritarios van cobrando fuerza en su capacidad
de hacerse presentes y de expresar sus realidades.
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.2.5 La definición del rol docente implica procesos comunitarios de


formación y de conversión
Si la función docente es una función política que se construye en diálogo con
una realidad que nos interpela como adultos y como ciudadanos, como parte
de esta sociedad que vivimos, es necesario pensar en procesos formativos de
educadores para la lectura de la realidad, la construcción de sentidos v el di·
seño creativo de modos de ser docente, habitar la escuela y llevar adelante la
transmisión crítica del conocimiento. Y esto es responsabilidad primera de los
equipos directivos: el diseño de procesos formativos y de procesos de conver·
sión personal y comunitaria, que nos permitan constituirnos en los educadores
que nuestra sociedad necesita. Lamentablemente, hemos caído mucho en la
práctica de ªterceri2ar" la formación y convertirla en capacitación. Y no es eso lo
que necesitamos: en estos tiempos nuevos y complejos, necesitamos comuni·
dades de educadores que vivan procesos formativos y de conversión, animad os
por equipos directivos que saben construir, animar y señalar horizontes. Sobre
esto nos detendremos al final.
1.6 El rol del educador es un rol que debe ser revalorizado
Primero por nosotros mismos, los educadores, pero también por los cuerpos
directivos y por la sociedad en general. Y la revalorización del rol del educador
pasa por seguir sosteniendo nuestro papel más cercano al del intelectual prác­
tico que al del técnico aparentemente apolítico. Sabernos hacedores de cultura,
hombres políticos, ciudadanos responsables en la historia, forjadores de sub­
jetividad v de cultura, es lo que nos posiciona en un lugar de mayor relieve y
dignificación de nuestra tarea educativa. Sin apuesta por el educador no hay po­
sibilidad transformadora en la educación.

1.7 El rol del educador demanda de claras opciones polt1icas y religiosas


Ser educador crítico y con conciencia de la dimensión política y religiosa de
su hacer implíca la capacidad de poder decidir y explicitar qué subjetividad y
qué sociedad se quiere construir, más allá de los mandatos del mercado, de la
sociedad de consumo y de la cultura posmoderna. Unos educadores con capaci­
dad de romper con paquetes curriculares prediseñados que no demandan ni de
creatividad, ni de lecturas críticas. Pero para esto hace falta de equipos directivos
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que puedan instalar en las distintas comunidades de educadores las preguntas:
lqué subjetividades vamos a ayudar a construir aquí?, la quiénes vamos a be­
neficiar con lo que hacemos?, ¿qué miradas del mundo y de la sociedad vamos a
propiciar?, ¿qué experiencias de Dios vamos a fomentar? Sin preguntas últimas,
no hay respuestas profundas.
Nos lo hemos dicho muchas veces y nos lo han señalado muchos estudios:
la escuela es capaz de producir desigualdades sociales, de legitimar la injusticia
social, de propiciar la acumulación de un sector social, de anestesiar conciencias
y corazones: ya lo sabemos y ya lo hemos hecho, de modos más o menos cons­
cientes. Debemos poder poner a cada educador y a cada comunidad educativa
frente a la pregunta política y religiosa: lqué hombre vamos a formar?, lqué mu­
jer?, ¿qué sociedad? No hay neutralidad en el acto educativo.
Sintetizando este primer punto, desde estos a priori que hemos mencionado,
vamos a entrar en nuestra reflexión:
El educador es un amante de este tiempo y de esta tierra. Lo que no se asu­
me, no se redime... Así reza una antigua máxima escrita por San lreneo, quien,
contemplando el accionar salvador de Dios, en su Hijo Jesucristo, reconoce el
misterio de la encarnación como el programa salvador de Dios y su forma de
ser amoroso con la humanidad. Meterse en la historia, asumir la historia, ser
parte de la cultura, embarrarse en ella, abajarse, nacer de nuevo allí mismo en el
meollo de la cultura, fue el modo amoroso de Dios para salvar en su Hijo Jesús.
Cuando leemos el Evangelio, vemos al Hijo permanentemente en esta actitud:
meterse en la historia, en la cultura, en la sociedad de la que forma parte. Oír sus
necesidades, saber de sus anhelos, alegrías y dolores, conocer sus angustias.
Solo desde ahí, desde el centro de la cultura, el Hijo puede llevar adelante su
programa amoroso y educativo.
Lo mismo podemos decir del acto educativo: lo que no se asume, no se educa.
lQuién puede sostener que hay acto educativo auténtico en una gran cantidad de
agentes educativos que descreemos de los niños, de los adolescentes y jóvenes,
de sus familias, de esta cultura en la que vivimos? Y podemos traer a colación
muchas de las frases que comúnmente nos decimos:
"No quieren aprender."
"Los padres no colaboran."
"Pobrecitos, no pueden aprender."
"Ahora no son como antes."
"Los adolescentes son apáticos, indiferentes, irrespetuosos y no tienen inte­
rés en aprender."
Seguramente. ustedes recordarán muchas frases análogas a estas. lCómo
sentirnos desafiados por los nuevos rostros cuando no se cree en los otros?
Por eso, debemos poder decir con San lreneo que, mientras no nos dejemos
impactar, abordar, interpelar por los otros, por la sociedad en que vivimos, por
sus reclamos, necesidades y potencialidades, no podremos llevar adelante ac­
tos educativos en clave cristiana, y que sean significativos para la vida del otro.
Los educadores tenemos que posicionarnos como trabajadores de la cul·
tura, como hombres y mujeres de la cultura, como personas que amamos este
tiempo y que queremos ser parte de él. Pero no se trata de un amor complacien­
te, sino de un "amor bien armado" como diría Paulo Freire. Un amor que ama a
estas personas y que quiere conducirlas y acompañarlas por procesos educati·
vos que lleven a más y mayor humanidad. Unos educadores con un amor bien
armado, que quieren ser parte de estos procesos educativos que nos transfor·
man a todos.
• Es imperioso y urgente abandonar el discurso de la desesperanza, de la
nostalgia improductiva de que todo tiempo pasado fue mejor; abandonar
el discurso que mira la carencia y la demonización del otro (pobrecito).
• Es imperioso y urgente abogar por una mirada y una práctica esperanza­
dora, posibilitadora y habilitadora del otro.
• Es imperioso y urgente abandonar el paradigma de una educación que
quiere ser universal para pasar a procesos educativos dialógicos y al edu­
cador como trabajador de la cultura, como político, como agente que lleva
una práctica social, política y religiosa.

2. Los nuevos rostros y los nuevos desafíos


Tal como se deduce de lo que decíamos antes, se hace imposible pensar en
un solo tipo de educador para todas las realidades, ya que estas son muchas,
variadas y desafiantes en distintos sentidos. Pero buscando hacer una mirada
de conjunto, y con el riesgo de pecar de simplistas, podemos decir que estos son
algunos de los rostros y de las realidades que creo personalmente que más nos
interpelan hoy.
Ante un sistema educativo que se fragmenta y se hace injusto año a año,
ofreciendo escuelas muy ricas para ricos, y escuelas muy pobres para pobres, los
educadores tenemos el desaño de constituir el conocimiento como un derecho
de la humanidad y un bien público, y no un privilegio de los que pueden pagarla,
o que pueden adquirirlo por un cierto capital cultural acumulado. Nuestro ma- 84
yor desafio como educadores es poner al alcance de todos los niños los mismos
beneficios de la humanidad, para que podamos construir un mundo en donde
quepan todos. Eso implica desnaturalizar y deconstruir las desigualdades educa-
tivas y las desigualdades sociales que estas esconden. Frente a esta realidad de
tanta fragmentación educativa, debemos devolverle a la escuela el lugar central
de transmisión del conocimiento para la inserción crítica, ya que en muchas oca­
siones tenemos escuelas contenedoras para pobres y escuelas de iAteriorización
de valores y lealtades correspondientes con los intereses de los sectores domi­
nantes, en sectores ricos. Pensar la escuela en esta clave es pensar en el rol de
educadores como distribuidores de saberes y capitales simbólicos, culturales y
sociales, con mayores sentidos de equidad y justicia social.
A veces pareciera que educamos para que los estudiantes '"estén en la es­
cuela", "vivan en la escuela", "'aprendan a sobrevivir y a zafar en el medio de la
escuela". Los educadores debemos recorrer el mundo de la educación superior,
las universidades, profesorados; debemos recorrer el mundo de la política, la
calle, las empresas y los talleres. Pero debemos recorrerlos con la conciencia de
que somos nosotros los agentes culturales que estamos preparando a las nuevas
generaciones para la inserción crítica a todo lo que hace la sociedad del siglo XXI.
Cuando vamos a una empresa, preguntamos: ¿qué se necesita para que nuestros
estudiantes estén trabajando aquí? Cuando vamos a un partido político, a una
organización social, a una fundación, a una asociación civil, a un comercio: lqué
se necesita para que nuestros estudiantes estén insertos, pertenezcan, puedan
participar de estos espacios? Cuando vamos a un museo, a un teatro, al cine, a
un concierto: lqué se necesita para que nuestros estudiantes participen de es­
tas cuestiones? Y así con todo lo que hace a nuestro mundo. Somos iniciadores.
Debemos vivir y caminar el mundo, participar del mundo y pertenecer a este,
con la conciencia de que detrás nuestro y junto a nosotros, otros también deben
poder hacerlo y mejor que uno. Si el mundo nos pertenece a los educadores y no
les pertenece a los estudiantes, ¿qué sentido tiene nuestra tarea educativa, sino
para la reproducción del statu quo? La iniciación crítica al mundo implica eso: al
mundo del trabajo, de los estudios superiores, de la vida democrática, de la vida
cultural y social, del disfrute de nuestro mundo natural y artístico.
En una sociedad de mucha inequidad, de cada vez más fragmentación so­
cial, de cada vez más distancia entre los sectores empobrecidos y los sectores
dominantes, con una justicia social largamente esperada, tenemos el desafio de
pensar /os procesos educativos como procesos de acercamiento,,bcortamiento
85 de las brechas socia/es, desde el trabajo educativo sobre los sentidos comunes
dominantes internalizados que naturalizan posiciones sociales y formas de mi­
rar, entender y actuar el mundo, en donde se reproducen estas injusticias. Desde
el trabajo de redistribución y fortalecimiento de los saberes y capitales cultura­
les, sociales v simbólicos con los que ingresan y con los que deberían egresar
nuestros estudiantes. Desde la construcción de procesos educativos que sean de
conocimiento de las realidades que vivimos como país, como continente, como
humanidad, haciendo hincapié en tomar contacto con las realidades de sufri·
miento, miseria, dolor, desesperanza, del sector mayoritario de nuestro mundo.
Unos procesos educativos que sean de reconocimiento del otro, sobre todo del
otro excluido, de sensibilización frente a su padecimiento, de cuestionamiento
sobre nuestra participación en las dinámicas sociales injustas de esta sociedad y
de las posibilidades de llevar a cabo acciones solidarias y de justicia social, junto
a otros. Un desafío importante que tenemos los educadores es la formación de
ciudadanos solidarios que tengan en sus horizontes la construcción de un mun­
do más equitativo.
En una sociedad que va creciendo en niveles de participación democrática y
organización, diálogo democrático y construcción de consensos, los educado­
res tenemos el desafio de construir los procesos educativos como procesos de
educación para la vida democrática. Los educadores debemos ser iniciadores
para la vida comunitaria y democrática. Como sociedad argentina y latinoameri­
cana, vamos pasando del "que se vayan todos" al "aquí estamos", .. cuenten con
nosotros". En los últimos años ha habido un crecimiento de la presencia en los
espacios públicos y en los espacios políticos, y venimos pasando de la apatía a la
participación. Nuestro desafio como educadores es la de ser impulsadores, par­
ticipantes y motivadores para sumar a este tiempo político nuevo. Hay una nueva
ciudadanía que está latente, y los educadores debemos poder ser iniciadores en
ciudadanía. Todavía queda mucho por caminar en la construcción de una sacie·
dad radicalmente democrática.
Otro desafío es el de reconocer como educadores cuáles son los procesos
sociales y políticos que estamos viviendo, y cuáles son las organizaciones,
sectores sociales y movimientos que están empujando y propiciando la cons­
trucción de sentidos democráticos y de justicia social, y sumar allí, articulando
y tejiendo redes. En una sociedad que crece en la toma de conciencia de los
derechos humanos, de los derechos de los niños, de los derechos de las mino­
rías y en conciencia ecológica, los educadores tenemos el desafio de ayudar a
construir y transmitir un conocimiento socialmente significativo que nos ayude
a crear una nueva sensibilidad social, de cada vez mayor respeto por el otro, y 86
de cada vez más respeto y cuidado por nuestra tierra, como don de Dios y patri-
monio de todos.
En tiempos de definición de un modelo de país, en un marco latinoamericano,
los educadores tenemos el desatio de pensar la escuela como lugar de construc­
ción de sentidos sociales: lqué sociedad queremos vivir? lCuál es la sociedad
que estamos viviendo? ,Cuál es la sociedad que nos permitirá vivir a todos? La
escuela debe ser el lugar en donde puedan entrar todos los conflictos, tensiones
y desaffos sociales; donde estos puedan ser leídos, anatizados, interpretados,
junto a padres, organizaciones, vecinos y la sociedad civil. La escuela y los edu­
cadores no podemos darle la espalda a lo que vamos viviendo como sociedad.
Necesitamos poder hablar de ello, y para eso, necesitamos de educadores que
tengan conocimiento de lo que pasa y que puedan habilitar y educar para el diá­
logo respetuoso, plural, democrátic.o y crítico.
En una sociedad donde los medios de comunicación ocupan un lugar central
en la construcción de la realidad, en la configuración de las representaciones so­
ciales, en el armado de qué pensar, sentir, opinar, actuar, la escuela debe poder
ser el lugar de análisis critico de estos, y de educar para miradas complejas y
nuevas sobre lo que llamamos "'la realidad".
En una cultura en donde muchas veces nos encontramos huérfanos de refe­
rentes adultos, y al mismo tiempo vacíos de horizontes, reducidos los ideales
comunes a placeres y deseos personales, los educadores debemos poder ser
testigos y sabios, iniciadores existenciales para la construcción de una sabiduría
personal y colectiva sobre el mundo, y la sociedad. Lo que la escuela, y en ella,
todos sus educadores, transmite y construye es una mirada del mundo que con­
lleva valoraciones y prácticas. En esta modernidad líquida, hoy más que nunca,
es necesario de educadores que puedan iniciar en la construcción de esa sa­
biduría que también es mirada trascendente. Necesitamos ser educadores con
capacidad de hacer síntesis personales y colectivas de nuestra experiencia y
del conocimiento que transmitimos. Necesitamos ser educadores que podamos
explicitar nuestras intencionalidades pedagógicas y pastorales en relación con
nuestras miradas del mundo, con el testimonio de nuestra vida, con nuestra sa­
biduría personal... (¿Por qué enseñamos lo que enseñamos?, ¿con qué sentidos?,
¿qué subjetividades queremos construir?, ¿qué cultura?).

3. Algunos indispensables en el proceso de configurar


el rol del educador
87
El elemento central que nos constituye como educadores: el saber
Venimos escuchando hace tiempo que vivimos en la sociedad de la informa­
ción y del conocimiento. Se ha cuestionado mucho el lugar del educador en una
sociedad que sobreabunda en información, sobre todo en las clases sociales más
acomodadas. Pero no es lo mismo la información que el saber. La información
hace alusión a un conjunto de verdades que, por lo general, tienen un sentido
práctico. Saber hace alusión a una síntesis personal y existencial entre lo que se
sabe y el sentido último de lo que se sabe. Wikipedia, Google, monogratia.com
o cualquiera de los libros escolares que habitualmente manejamos en las aulas
pueden tener mucha información, y casi siempre mucha más información que la
que tenemos los educadores. Pero solo nosotros, los educadores, somos los por·
tadores de saberes como frutos de síntesis existenciales, de miradas propias de
la vida, que podemos testimoniar, compartir y construir junto a tos estudiantes.
Todo saber está unido no solo a una serie de informaciones, construidas en
síntesis de modo personal, sino también a comportamientos éticos v opciones
vitales profundas, a miradas existenciales sobre la vida y el mundo, a miradas
trascendentes de la vida. Es por esto por lo que necesitamos acompañar a los
educadores en procesos formativos que los constituyan como sabios, en los que
el eje de su servicio sea compartir y transmitir esta sabiduría personal construida
con conocimientos socialmente significativos y valiosos. La transmisión de ese
conocimiento va junto con esa sabiduría del educador.
Lo central del educador es su conocimiento. Ser portador de saber es lo que
nos constituye como educadores. Un conocimiento que debe ser transmitido,
construido y pasado con una intencionalidad política y una significatividad so­
cial. Lo que nos constituye como educadores es poseer un conocimiento y un
saber que porta una mirada existencial del mundo: una mirada que es social,
política y religiosa.

El rol docente es una cuesti6n vital, de opciones profundas, que se construye


en el seno de una comunidad educativa, viviendo procesos formativos

Lo decíamos antes: formación no es capacitación. Hablar de formación de


los educadores es hablar de procesos formativos existenciales que partan de la
lectura de la propia vida, del propio servicio, de la realidad circundante y que
vayan por caminos de construcción de opciones personales y comunitarias. Es
imposible constituir al educador como sabio, como intelectual y como político,
sin habilitar tiempos para juntarse, dialogar, confrontar, debatir, mirar la vida,
leer. estudiar juntos y decidir comunitariamente. Por lo tanto, es necesario seguir 88
construyendo la idea de que el trabajo del educador no es solo las horas frente a
estudiantes. El trabajo educativo también es el tiempo de narraciones de nuestra
propia experiencia, de compartir. de salir a recorrer el barrio y dialogar con los
alumnos y sus familias, de estudiar juntos, de diseñar colectivamente y de rezar
en comunidad de educadores.
Formarnos es una tarea comunitaria, de construcción de horizontes conjun­
tos, de definición de proyectos y de criterios prácticos. Formarnos es una tarea
comunitaria de compartir preguntas de modo conjunto y de construir respuestas
que nos den sentidos y den sentidos a todos.

La animaci6n y conducción del centro educativo, y la tarea fundamental de


señalar horizontes y ayudar a constituir educadores
Solo hay un nuevo rol docente cuando hay una comunidad de animación, con·
ducción y gestión que señala el horizonte, garantiza la unidad y construye una
comunidad de educadores en proceso formativo que camina hacia el horizonte
señalado.
Ayudar a constituir un nuevo rol de educadores tiene como punto de partida
inicial la constitución de equipos y comunidades de conducción y animación de
los centros educativos, que lideren procesos de construcción de proyectos edu­
cativos que definan qué tipo de país, qué tipo de sociedad, qué tipo de hombre y
mujer queremos ayudar a constituir. Y desde allí, definimos los procesos forma­
tivos que definen los roles de los educadores.
Los procesos formativos que buscamos son aquellos que, partiendo de la
práctica cotidiana v de la existencia de cada uno de nosotros como educadores,
y de cara al proyecto educativo. y a los que atendemos y su realidad, alcanzan la
construcción de una práctica educativa significativa.
Los procesos formativos tienen que poder ayudarnos a nosotros como educa­
dores a tomar opciones personales y comunitarias, a buscar formas. a fortalecer
nuestra identidad, a constituirnos como comunidad educativa, a construir un
proyecto educativo y una práctica educativa consistente y a encontrar a Dios, la
raíz de todo bien y justicia, detrás y dentro de todo esto que hacemos y vivimos.

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