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1.1.

La diversidad social
Las sociedades actuales están formadas por individuos con distintos rasgos. Son poblaciones con
una gran diversidad de realidades personales y colectivas: de edad, de origen cultural o geográfico,
de sexo, de género, de identidad y orientación sexual, de estatus socioeconómico, etc.

Por razón de sus particularidades físicas, psicológicas, socioafectivas, económicas o de otro tipo,
algunas personas pueden tener dificultades para acceder a ciertos espacios y desarrollar
determinadas actividades. Estas dificultades pueden derivar de:

• Limitaciones en las capacidades orgánicas o funcionales de la persona.


• El rechazo del resto de la sociedad.
• La carencia de derechos o de recursos.
• Una combinación de las causas anteriores.

Si las dificultades persisten en el tiempo se origina una situación de desventaja que puede tener
como consecuencia una participación incompleta de la persona en la sociedad que la rodea y
ocasionar la exclusión social de la persona.

1.1.1. La exclusión social


La exclusión social es la falta de participación plena de un individuo o de un grupo de población en
la sociedad en la que vive.

Esta falta de participación puede afectar a determinados aspectos de la vida social, económica o
cultural de la persona: acceso al mercado laboral, a los sistemas de salud, a la educación, etc. O
puede ser total y conllevar la marginación:

• Por falta de procedimientos para garantizar todos los derechos de la persona y su ejercicio.
• Por prácticas explícitas de discriminación. En ocasiones, existen normativas, reglamentos o
leyes que vehiculan la discriminación.

La exclusión afecta muy negativamente a la persona o colectivo que la sufre y también al conjunto
de la sociedad, ya que la fragmenta. Intervenir en contextos de vulnerabilidad poniendo las medidas
oportunas para paliar los déficits derivados de una situación de desventaja modifica el proceso de
exclusión y contribuye a la consecución de una sociedad cohesionada.

1.1.2. Grupos vulnerables


El riesgo de exclusión puede aparecer en cualquier momento de la vida de cualquier persona, pero
por sus características, sus circunstancias o su situación histórica algunos colectivos están
especialmente expuestos a sufrirla: personas en situación de pobreza, personas migrantes en
situación irregular, minorías étnicas, personas con enfermedades mentales, población reclusa o
exreclusa, etc. Pero también personas mayores, niños y niñas, mujeres sin redes familiares o de
amistad y personas LGTBI, entre muchos otros.

La variedad de las problemáticas es muy amplia, por lo que también lo serán los planes de
intervención. En muchos casos, además, pueden concurrir diversos elementos que conviertan a una
persona en vulnerable. Por ejemplo, una madre soltera con discapacidad auditiva o una persona
migrante en situación administrativa irregular en situación de pobreza extrema.
Cada intervención será distinta y tendrá que tomar en consideración la problemática concreta de la
persona o del colectivo al que pretende atender. Entre los grupos vulnerables destacan
especialmente:
• Personas en situación de pobreza. Es decir, que carezcan de recursos que les impidan
satisfacer las necesidades básicas. Pueden no tener acceso a prestaciones económicas,
percibir una renta mínima o cobrar un sueldo que no cubra todos los gastos básicos e
imprescindibles.
• Personas con discapacidad, sensorial, física o intelectual.
• Personas mayores.
• Personas en situación de dependencia. En muchos casos, estas personas presentarán también
alguna discapacidad o serán mayores.
• Población inmigrante. La vulnerabilidad se acentúa si la situación administrativa es
irregular.
• Personas víctimas de violencia.
• Minorías étnicas o culturales, como la población gitana.
• Personas con problemas de adicción, a sustancias tóxicas, alcohol o juegos y apuestas. Estas
personas pueden encontrarse en procesos de rehabilitación o de reinserción social.
• Población reclusa o exreclusa.
• Menores y jóvenes de hasta 30 años procedentes de instituciones de protección de menores.

1.2. Hacia un modelo inclusivo de sociedad


Gestionar de forma satisfactoria la diversidad existente para alcanzar una sociedad inclusiva implica
reconocer la existencia de los distintos grupos, respetar sus características, responder de forma
efectiva a sus necesidades y realizar las acciones necesarias para que todos ellos sean parte plena de
la comunidad.

Es necesario, en primer lugar, conocer dichos grupos, lo que a menudo puede no ser sencillo por la
invisibilidad a la que muchas personas en situaciones de vulnerabilidad están sometidas.

A partir del conocimiento de todos los colectivos que integran la sociedad, será posible emprender
un proceso de gestión de la diversidad hasta llegar a un modelo inclusivo de sociedad.

1.2.1. El ciclo de la invisibilidad


Uno de los problemas que cronifican y agravan la exclusión social es la invisibilidad a la que, con
frecuencia, se ven condenadas las personas que la sufren:
• La persona no accede a los mismos espacios ni
comparte actividades con el resto de las personas,
por lo que resulta «invisible».
• Al no ser visible, la comunidad no es consciente de
las necesidades de la persona y no crea actividades,
servicios o medios para cubrirlas. Tampoco se
desarrollan políticas, públicas o privadas, de
inclusión.
• La falta de actividades, servicios y medios impide
que la persona se incorpore a los ámbitos generales
de la comunidad.
• La persona sigue desenvolviéndose en ámbitos propios o incluso recluida en casa,
reiniciando el ciclo.
Uno de los objetivos de cualquier intervención que pretenda alcanzar la inclusión social debe ser,
por tanto, visibilizar a la persona o el colectivo creando espacios, físicos y de actividades,
compartidos y de encuentro con el resto de la comunidad.

1.2.2. Modelos de gestión de la diversidad social


Las sociedades pueden afrontar su diversidad en relación con los grupos y personas vulnerables de
cuatro formas distintas.

De mayor a menor participación de estas personas en la vida


social general, se diferencian:
• Exclusión. Se mantiene a la persona o al colectivo
fuera de la comunidad y se le niega el derecho a su
participación.
Esta exclusión puede ser explícita, con normas que
impiden ejercer el derecho a participar en uno o en
todos los ámbitos de la vida, o puede ser implícita. Por
ejemplo, es explícita cuando se invita a una familia a
no llevar a su hijo o hija con trastorno del espectro
autista (TEA) a una actividad de verano e implícita
cuando se ponen condiciones económicas no motivadas
por la propia actividad para que actúen de filtro con
personas de nivel económico bajo.

• Segregación. La participación del colectivo se da en un


ámbito paralelo y aislado de los ámbitos generales.

Se crean espacios o actividades diferenciados de uso


exclusivo para unas u otras personas según sus
características: escuelas, deportes, mercado laboral, etc.

Aunque el colectivo y el resto de las personas accedan a un mismo espacio, no hay


convivencia ni relación real. Por ejemplo, cuando en una instalación deportiva se programan
actividades específicas para niños y niñas bajo tutela institucional fuera del horario de
funcionamiento habitual y restringiéndolas a determinadas áreas o equipamientos para que
no haya contacto con el resto de la población.

• Integración. La práctica es conjunta, por lo que la persona o el grupo vulnerable participa


en la vida social, pero no lo hace en condiciones plenamente equivalentes al resto de la
sociedad.

La incorporación se realiza a partir de estrategias compensadoras, con adaptación del


entorno y las actividades, y aportando los apoyos necesarios para que la persona pueda
realizar las actividades de manera similar al resto.

Aunque es un paso más, a menudo no se dispone de todos los recursos imprescindibles.


Además, el esfuerzo real de adaptación se hace recaer sobre la persona que parte de una
situación de desventaja.
• Inclusión. La finalidad es asegurar que todas las personas participan plenamente en todos
los ámbitos en condiciones equitativas.
Se comparten espacios y actividades de forma indiferenciada, ya que el diseño y las
modificaciones de las propuestas parten originalmente de la diversidad para que nadie quede
atrás.

Esto supone transformar los planteamientos, valorando a todas y cada una de las personas,
sus capacidades y potencialidades y prever todos los recursos, modificaciones y ajustes
necesarios para hacer posible la práctica de todas ellas.

Por tanto:

La inclusión es la situación resultante de todo el conjunto de actitudes, políticas, estrategias y


acciones que tienen por finalidad incorporar a todas las personas dentro de la sociedad para que
participen en ella en condiciones equitativas.

1.2.3. Elementos condicionantes y facilitadores


El proceso de avanzar hacia una sociedad inclusiva y cohesionada pasa por eliminar barreras que
impiden un acceso equitativo a las oportunidades y, de forma paralela, promover facilitadores que lo
hagan posible.

Barreras

Una barrera es un elemento o circunstancia que condiciona una actuación dificultándola


notablemente o impidiéndola.

A menudo, las circunstancias concurren e interactúan, por lo que las barreras que aparecen para la
inclusión no son simples y suelen requerir intervenir de forma diversa sobre distintos factores
externos a la vez.

Condicionantes familiares

La familia, o incluso las amistades, pueden de- salentar la participación en ámbitos inclusivos.

Los motivos son múltiples, desde desconocimiento de las oportunidades a miedo a que la persona
pueda sufrir algún daño, físico o fruto del rechazo social, pasando por la falta de recursos para
apoyar la participación, entre otros.

Condicionantes sociales

A pesar de los progresivos avances sociales a favor de los derechos de todas las personas, muchos
colectivos siguen teniendo una presencia nula o muy baja en muchos ámbitos.

Más allá de las dificultades objetivas, esa realidad es fruto, en parte, de la pervivencia de prejuicios
y tópicos falsos. Por ejemplo, sostener que el objetivo del deporte es ganar relega a las personas con
menores habilidades o afirmar que los puestos de decisión deben reservarse para personas jóvenes
excluye a las personas mayores, desaprovechando su experiencia.

Condicionantes institucionales
Actualmente, las condiciones y oportunidades no son las mismas para toda la población. Incluso
dentro de un mismo colectivo, las realidades frecuentemente son distintas para quienes viven en
núcleos urbanos o en zonas alejadas, donde los programas, ofertas e intervenciones públicas son
escasas o nulas.

A esto se suma la falta de formación de los y las profesionales responsables de las actividades
educativas, deportivas, recreativas, etc., que, por desconocimiento o hasta por miedo, pueden
mostrar reparos e incluso oposición a situaciones inclusivas.

Condicionantes del entorno

Progresivamente, van aprobándose normativas y disposiciones relativas a los espacios y servicios


públicos, los edificios, los transportes y la presencia institucional en Internet para asegurar su
accesibilidad y usabilidad por todas las personas.

A pesar de ello, muchas personas con movilidad reducida o discapacidad siguen teniendo problemas
porque sigue habiendo barreras arquitectónicas o la señalética no es inclusiva.

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