Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El autor analiza los proyectos de ley que plantean restablecer la pena de muerte para los que
cometan el delito de violación sexual en contra de menores de siete años. Así, sostiene que las
obligaciones asumidos por el Estado en materia de derechos humanos, tanto a nivel del
Sistema Interamericano como del Sitema Universal de Derechos Humanos impiden volver a
imponer dicho castigo.
[Img #18733]
Es un hecho recurrente en nuestro país que cada vez que ocurre un abominable caso de
violación de un menor de edad se alzan las clásicas voces que exigen la aplicación de la pena
de muerte para los perpetradores de tan horrendos crímenes. Esta indignación –por desgracia
momentánea y coyuntural– es aprovechada muchas veces por quienes tienen la posibilidad de
presentar propuestas legislativas buscando, precisamente, que la pena capital sea aplicada
para esta clase de delitos.
Ciertamente se trata de crímenes que rompen con cualquier consideración de la razón humana
y que merecen el absoluto desprecio por parte de la sociedad. Sin embargo, la solución que se
le pretende dar a este tema a través de la aplicación de la pena de muerte no se constituye
como la más idónea ni siquiera desde un punto de vista práctico. Primero, no existe evidencia
que compruebe (verdaderamente) el carácter disuasivo de la pena de muerte y, segundo, en
un sistema de justicia que innumerables veces nos ha mostrado sus falencias, la pena capital
podría terminar siendo un remedio peor que la enfermedad.
Pues bien, el actual Congreso también ha entrado en este tema habiendo a la fecha tres
proyectos de ley que buscan, con muy similares fórmulas, restablecer la pena de muerte para
los que cometan el delito de violación sexual en contra de menores de siete años.
En este breve artículo se abordará de manera concreta la forma en la que dichos proyectos de
ley abordan lo relativo a la imposibilidad que existe –desde las obligaciones internacionales
asumidas por el Perú en materia de Derechos Humanos– para aplicar dicha pena.
Por último tenemos el más reciente proyecto de ley N° 2482/2017-CR presentado por la
congresista Úrsula Letona. Este proyecto propone, además de varias modificaciones al Código
Penal, reformar el artículo 140° de la Constitución para restablecer la pena de muerte para
violadores de menores de siete años de edad.
Este proyecto propone una forma de “esquivar” las obligaciones internacionales del Estado
peruano muy similar a la del proyecto de ley N° 2069/2017-CR. Nos dice que como en la
Constitución de 1933 se dispuso que el legislador pueda regular la aplicación de la pena de
muerte, éste lo hizo insertando tal pena para el delito de violación sexual de niños y niñas de
siete años de edad o menos a través del Decreto Ley N° 20583 publicado en abril de 1974 (que
modificó el Código Penal de 1924). Esta pena, según el punto de vista del proyecto de ley,
estuvo vigente en nuestro país hasta la Constitución de 1979 que, como sabemos, redujo el
ámbito de aplicación de la pena letal.
Por ello, el proyecto refiere que como el Perú ratificó la CADH recién en 1978, y como en dicha
fecha se encontraba contemplada la pena de muerte para los violadores de menores de siete
años, mal podría decirse que se está añadiendo un nuevo supuesto de aplicación de esta pena,
pues, tan solo se estaría restableciendo algo que al momento de la ratificación del tratado se
encontraba vigente en el Perú.
Ahora bien, para el análisis que aquí importa solo es necesario atender los proyectos de ley
2069/2017-CR y 2482/2017 ya que son los que de alguna manera si tratan de justificar la
convencionalidad de sus propuestas. Aunque claro, hay que decirlo también, el sustento que
estos proyectos presentan para dicho fin es el mismo que en el año 2012 sustentó el proyecto
de ley N° 1173/2011-CR presentado por la ex congresista Luisa María Cuculiza.
Pues bien, si bien es cierto que al momento de la ratificación de la CADH (1978) en el Perú era
posible aplicar la pena de muerte para el delito de violación sexual de menores de edad, luego
dicha posibilidad quedó liquidada con la dación de la Constitución de 1979. Es decir, un hecho
posterior a la ratificación eliminó la aplicación de la pena capital para un delito que, al
momento de la ratificación, si se encontraba contemplado.
¿Esto significa que el Estado peruano pueda volver a introducir dicha pena para ese delito, tal y
como proponen los anotados proyectos de ley? En los términos del inciso 3 del artículo 4° es
claro que no. La Corte IDH ha referido que esta disposición normativa prohíbe de modo
absoluto el restablecimiento de la pena capital si es que el Estado ya ha conseguido eliminarla
para algún o algunos delitos y, en consecuencia, la decisión estatal, cualquiera sea el tiempo en
que se adopte, en el sentido de abolir la pena de muerte se convierte, ipso jure, en una
decisión definitiva e irrevocable.[1]
Este no es un estándar que esté dirigido únicamente a los Estados que han conseguido abolir
totalmente la pena de muerte en su legislación como parecen sugerir erradamente los
proyectos legislativos. Se trata más bien de un estándar que busca evitar que cuando un
Estado elimina la posibilidad de aplicar la pena capital para determinado delito, pueda luego
en el futuro intentar restablecer dicha posibilidad. La interpretación restrictiva sobre las
posibilidades de la aplicación de la pena de muerte que impone el propio artículo 4° y el
artículo 29°, literal a), así lo mandan.[2]
Se trata del Sistema Universal de Protección de Derechos Humanos. De manera concreta, aquí
el Perú se ve obligado por el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (“PIDCP”) que
ratificó en abril de 1978 y cuyo artículo 6° norma todo lo concerniente al derecho a la vida y,
cómo no, lo relativo a la pena de muerte también.
Algunos pudieran pensar que, al igual que en el caso de la CADH, esta barrera se solucionaría
denunciando el PIDCP, sin embargo, hay una precisión importantísima que hacer al respecto.
En el mismo párrafo 38 de este proyecto el aludido Comité refiere que, como el PIDC no tiene
disposición alguna relativa a su terminación, no existe la posibilidad de que los Estados lo
denuncien. Es decir, legalmente es imposible desvincularse del aludido pacto (como si puede
ocurrir en el caso de la CADH).
[1] Cfr. Corte IDH. Opinión Consultiva OC-3/83. Restricciones a la pena de muerte (arts. 4.2 y
4.4 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos), 8 de setiembre de 1983, párr. 56.
[2] Cfr. Corte IDH. Caso Dacosta Cadogan Vs. Barbados. Excepciones Preliminares, Fondo,
Reparaciones y Costas. Sentencia de 24 de setiembre de 2009, párr. 52. “La aplicación de la
pena de muerte debe entenderse en el sentido de limitar definitivamente su aplicación su
ámbito, de modo que ésta se vaya reduciendo hasta su represión final.”
[3] Este proyecto de observación general fue aprobado en primera lectura en el 120° periodo
de sesiones (3 a 28 de julio de 2017) del referido Comité y será puesto a debate final muy
pronto.
[4] Ni siquiera la fórmula de plantear una reserva, como algunas voces sugieren, puede
provocar que el Estado peruano no se vea obligado por lo que actualmente dispone tanto la
CADH como el PIDCP ya que las reservas se hacen siempre al momento de ratificar un tratado,
nunca cuando ya éste se encuentra vigente para el Estado concernido.
Una discusión que se daba por muerta: el estéril debate sobre la aplicación de la pena de
muerte en el Perú
La pena de muerte ha regresado al debate. Si no son los terroristas, los sicarios, los asaltantes
que hieren de muerte o lesionan gravemente a sus víctimas, quienes gatillan la discusión sobre
la pena de muerte en el Perú son los violadores. Es comprensible que tengamos la peor de las
impresiones sobre los delincuentes antes mencionados: los crímenes que cometen son
abominables y todos exigimos que tengan una sanción ejemplar.
Esa sanción, para muchas personas, no es otra que la pena de muerte. Por alguna razón, se
piensa que es la pena «justa» para esta clase de delincuentes. No discutiré sobre su efectividad
(quizá es disuasiva para usted y para mí, pero no para un violador) ni sobre los serios y graves
problemas que tendría su ejecución (no pun intended…) por parte del Poder Judicial. Mucho
menos lo haré desde una perspectiva religiosa, pues tampoco creo que mis creencias religiosas
deban determinar mi posición a favor o en contra de una eventual medida estatal.
¿Parece que estamos tratando un tema ya agotado? ¡Por supuesto que sí! La última gran ‒e
innecesaria‒ discusión sobre este tema ocurrió durante el gobierno 2006-2011.
Concretamente, entre los años 2006-2007 y el año 2010. Desde esa fecha, poco hemos
discutido sobre prevención del delito, políticas nacionales de educación (incluyendo a la
igualdad de género), salud mental, reforma judicial, entre otras. Si bien estamos muy
interesados en ingresar a la OCDE y presentarnos como un país que abandona el «tercer
mundo», nos atascamos en qué hacer con el delincuente antes que pensar en cómo evitar que
suceda.
Si bien la discusión ya no da para más, es necesario «refrescar» algunas cosas desde una
perspectiva constitucional y convencional: a la fecha, la aplicación de la pena de muerte en el
Perú es inviable, salvo para un supuesto específico: traición a la patria en caso de guerra
externa. No obstante lo que señala actualmente el artículo 140° de la Constitución de 1993, la
pena de muerte no se puede aplicar por terrorismo ni por traición a la patria en caso de guerra
interna.
Pero, ¿sería jurídicamente viable aplicarla en el Perú? Con cargo a sonar como el Profesor
Slughorn cuando le explica a Tom Riddle (quien luego sería Voldemort) cómo hacer un
horrocrux, lo cierto es que la pena de muerte en el Perú sólo sería jurídicamente viable si
ocurre lo siguiente:
1) Perú denuncia el Pacto de San José (para retirarse de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos – CADH): La CADH, conocida también como el Pacto de San José, fue
ratificada por el Perú en 1978. Hasta ese momento, Perú no había abolido la pena de muerte.
No obstante, luego de ratificar la CADH, el artículo 235° de la Constitución de 1979 redujo su
aplicación a sólo un supuesto: «traición a la Patria en caso de guerra exterior«. Este hito es
importante, pues el artículo 4° de la CADH señala que no «se extenderá su aplicación a delitos
a los cuales no se la aplique actualmente«, precisando también que «[n]o se restablecerá la
pena de muerte en los Estados que la han abolido«. En otras palabras, si Perú redujo su
aplicación a un solo supuesto con la Constitución de 1979, sólo tenemos dos opciones: (i)
mantenerla para ese delito únicamente, pues no se puede extender a otros delitos; o, (ii)
eliminarla por completo, con lo cual no podremos reimplantarla luego.
Así, es evidente que existe un tratado internacional sobre derechos humanos, ratificado por el
Perú, que impide aplicar la pena de muerte para un supuesto distinto de la traición a la patria
en caso de guerra externa. Si por alguna razón quisiéramos aplicarla para otros delitos, sólo
nos quedaría denunciar el tratado, mediante un pre-aviso de un (01) año (de acuerdo al
artículo 78° de la CADH). En conclusión, la gracia de querer aplicar la pena de muerte implicaría
sacrificar a uno de los más grandes tratados internacionales sobre derechos humanos de los
cuales el Perú es parte.
2) Perú modifica su Constitución: Luego de denunciado el tratado, para lo cual debería pasar
cuando menos un (01) año, haber sacrificado la CADH no sería suficiente. Si se desea extender
la pena de muerte a los delitos como violación o sicariato (por mencionar algunos de los casos
que suelen «reavivar» el debate sobre la pena de muerte), sería necesario modificar, cuando
menos, los artículos 139.22° y 140° de la Constitución de 1993. El primero de ellos señala que
«el régimen penitenciario tiene por objeto la reeducación, rehabilitación y reincorporación del
penado a la sociedad«, lo cual no se condice mucho con la posibilidad de matar al condenado.
Si bien soy de la opinión que es necesario discutir ampliamente sobre estos fines de la pena,
no creo que deba ser con motivo de la pena de muerte. En cuanto al segundo de ellos, el
artículo 140° debería mencionar expresamente los delitos a los cuales sería aplicable o debería
dejar una carta abierta, señalando que serán regulados por ley. Ambas opciones tendrían sus
pros y sus contras.
3) Perú modifica su Código Penal: Haber denunciado el Pacto de San José y haber modificado
la Constitución, tampoco sería suficiente. Se haría necesario modificar el Código Penal para
regular expresamente la posibilidad de aplicar esta sanción, conforme con los principios de
legalidad, tipicidad y taxatividad que rigen en materia penal.
Todos sabemos que la pena capital en el Perú se desterró para delitos civiles hace mucho
tiempo, que solo está vigente para el delito de traición a la Patria en caso de guerra exterior,
tal como lo dice nuestra Constitución Política, tal como aparece en el artículo 140°, donde
además se lee que también se aplica al delito de terrorismo, conforme a las leyes y a los
tratados de los que el Perú es parte obligada. ¿Qué significa esto? Pues que al ser miembro el
Perú de la Convención Americana de Derechos Humanos también conocida como el Pacto de
San José, no puede aplicar la pena de muerte a ningún otro delito que no esté contemplado en
este pacto. Dicho en palabras simples...NO SE PUEDE APLICAR LA PENA DE MUERTE, NI A LOS
MARCAS, NI A LOS SICARIOS Y MUCHO MENOS A LOS VIOLADORES-ASESINOS DE NIÑOS. Para
que esto ocurra, tendría que denunciarse el Pacto y salirse de la jurisdicción de la Corte, y eso
que no se están tomando en cuenta los encendidos debates que se darán en el Congreso para
modificar el dichoso artículo constitucional. Y, aunque la polémica esté encendida y el la
población haga marchas exigiéndola, esto, al parecer, no ocurrirá.
Pero, ¿Alguna vez se aplicó la pena de muerte en nuestro país? ¿En algún momento fueron
ejecutados delincuentes los comunes además de los traidores a la Patria? La respuesta a
ambas preguntas es un rotundo SÍ.
UN POCO DE HISTORIA
La Pena Capital es un concepto legal relativamente nuevo en nuestra historia, sin embargo
siempre ha estado presente en ella. Los pobladores antiguos la aplicaban. Eso lo sabemos por
las crónicas que dejaron los españoles y cronistas indígenas como Guaman Poma de Ayala. Los
Paracas, Moche, Nasca, Wari, Chimor y, especialmente, los Incas la aplicaron, mayormente con
fines religiosos. Hay relatos de su aplicación, ya sea por lapidación, desollamiento,
desbarrancamiento, descuartizamiento, decapitación o devorados por las fieras en las
sancayhuasis, una especie de fosas llenas de animales salvajes, donde los condenados eran
arrojados. Claro que si alguien lograba sobrevivir, era porque los dioses así lo querían, por lo
tanto, se les perdonaba la pena y se les dejaba vivir. ¿Cuántos lo habrán logrado? Según
Waldemar Espinoza, un tal Chuquimis, fue el único que sobrevivió. ¿Y por qué se condenaba a
muerte? Guamán Poma da varias razones. Se aplicaba en caso de traición, atentado contra
algún miembro de la nobleza o por delitos religiosos como la profanación de templos,
destrucción de ídolos o violación de las acllas o sacerdotisas del sol. Imágenes de su aplicación
abundan en su Nueva Crónica y Buen Gobierno.
Bajo la dominación española, los caso de ejecuciones aumentaron, especialmente durante las
guerras civiles. Recordemos no más las muertes de Diego de Almagro, Francisco de Carvajal,
Diego de Almagro El Mozo y Gonzalo Pizarro, quienes fueron condenados a muerte en forma
sumaria tras perder sus respectivas rebeliones contra el poder establecido. Pero también se la
aplicaron a los habitantes de este reino como la propio Atahualpa, a Túpac Huallpa o a Túpac
Amaru, último Inca de Vilcabamba. En tiempos virreinales, la pena se aplicó de la mano con el
Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, que no le perdonaba la vida a los herejes, los
hechiceros, los protestantes, los islamizantes y especialmente, a los judaizantes. El
estrangulamiento en el garrote, la horca y la decapitación, se aplicaban a los condenados
cristianos, pero si los que van a morir no profesaban la fe Católica, la hoguera estaba reservada
para ellos. Los casos más sonados fueron los de el luterano francés Mateo Salade, quien fue
condenado por hechicero, debido a que decía que se podía comunicar con los espíritus y el
célebre proceso del 23 de enero de 1639, donde diez judaizantes portugueses y españoles,
entre ellos Luis Rodríguez da Silva y Francisco Maldonado da Silva, fueron quemados vivos.
En las postrimerías del virreinato, la pena de muerte se aplicó a todos los que osasen rebelarse
contra el poder español en búsqueda de la independencia. Los casos más conocidos son los
ocurridos tras la gran rebelión indígena del sur, liderada por el cacique cusqueño Túpac Amaru
II en los tiempos del virrey Agustín de Jáuregui. Por orden del Visitador Antonio de Areche,
enviado especial del Rey Carlos III para sofocar la rebelión, el líder indígena primero fue
torturado y sometido al suplicio para luego ser condenado al desmembramiento jalado por
cuatro caballos. Como no pudieron arrancarle los brazos y las piernas, fue descuartizado y
decapitado. Su esposa Micaela Bastidas también fue decapitada luego que no funcionara con
ella la pena del garrote. Sus hijos, sus parientes y muchos de sus seguidores también fueron
ejecutados.
Más tarde, los criollos rebeldes también perecieron bajo la pena capital, ya sea por
ahorcamiento, decapitación o fusilamiento, entre ellos los hermanos Mariano, José y Vicente
Angulo, Enrique Paillardelle, Juan José Crespo y Castillo, Gabriel Aguilar, Manuel Ubalde,
Mariano Melgar y Mateo García Pumacahua. Todos ellos, ejecutados durante el gobierno del
virrey Fernando de Abascal, en la coyuntura revolucionaria que azotó hispanoamérica a inicios
del siglo XIX, aprovechando la crisis en la que se encontraba el gobierno del Rey Fernando VII a
causa de la invasión napoleónica. Poco después, con la promulgación de la Constitución Liberal
de Cádiz de 1812, la pena de muerte es abolida en España y sus colonias, sin embargo, será
restituida tras la expulsión de los franceses y la liberación de Fernando VII.
Con la llegada de San Martín, el régimen virreinal incrementa su crisis, pues la presencia de un
ejército extranjero desestabiliza la ya endeble estructura virreinal. El Virrey Pezuela es
destituido por José de la Serna, por medio del Motín de Aznapuquio, pero su gobierno dura
poco, pues tras una serie de infructuosas negociaciones con los altos mandos del Ejército
Libertador en Miraflores primero y Punchauca después, se ve obligado a abandonar Lima,
dejándola a merced de los invasores. José de San Martín, su líder, proclama la independencia
el 28 de julio de 1821 y forma un gobierno provisional conocido como el Protectorado, donde
va a abolir la pena de muerte en todo el territorio nacional controlado por él y su ejército.
La pena de muerte en el peru 2
2. patria y homicidio calificado, pero es con la Constitución de 1979 que se decide “abolir la
pena de muerte”, por lo que no se puede restablecer dicha pena en nuestro país. La propuesta
recogida en base a el clamor popular, justificado moralmente por cierto, sugiere someterlo
incluso a referéndum o consulta popular, siendo imposible de plano, pues según el artículo 32°
de la Constitución. Raúl Carranca y Trujillo, dice que "la pena de muerte es en México
radicalmente injusta e inmoral, porque el contingente de delincuentes que estarán
amenazados de condena judicial de muerte se compone en su gran generalidad, de hombres
económica y culturalmente interiorizados; los demás delincuentes, por su condición
económica o social superior no llegan jamás a sufrir proceso y menos llegarían a surgir la
irreparable pena; pero además el delincuente de otras clases sociales delinque contra la
propiedad y solo por raras excepciones contra la vida e integridad personales, y jamás tendrían
como consecuencia la pena de muerte. Por lo tanto, esta pena se aplicaría casi exclusivamente
a hombres humildes; delincuentes estos que son víctimas del abandono que han vivido por
parte del Estado y la sociedad, víctima de la incultura, de la desigualdad y miseria económica,
de la deformación moral de los hogares donde se desarrollaron, mal alimentados y tarados por
herencia alcohólica, y degenerados. El Estado y la sociedad entera son los principales culpables
de esto, y en lugar de la escuela de la solidaridad que los adapte a una vida social digna y
elevar el nivel económico de la población. Como el artículo señala que la pena de muerte debe
ser aplicada conforme a los tratados de los que el Perú es parte obligada, entonces para que se
condene a muerte a alguien en el Perú por delito distinto al de traición a la Patria en caso de
conflicto exterior, o bien tendremos que salir como país del Convenio de San José de Costa
Rica (cosa que no sería deseable), o bien tendremos que lograr que se modifiquen las normas
restrictivas de la aplicación de la pena de muerte que él contiene. En conclusión según los
derechos humanos, cada persona tiene derecho a la vida y ser respetado con la pena de
muerte, ¿Qué principio de justicia puede justificar la muerte humana? A nivel religioso, nadie
tiene derecho a decidir por quitarle la vida a alguien, de eso solo se encarga Dios.
4. este punto contraviene al Artículo 4° inciso 3 del Pacto de San José, el cual menciona que no
se restablecerá la pena de muerte en los Estados que la han “abolido”. Es cierto que la
Constitución de 1933 contemplaba la pena de muerte para los delitos de traición a la patria y
homicidio calificado, pero es con la Constitución de 1979 que se decide “abolir la pena de
muerte”, por lo que no se puede restablecer dicha pena en nuestro país. La propuesta
recogida en base a el clamor popular, justificado moralmente por cierto, sugiere someterlo
incluso a referéndum o consulta popular, siendo imposible de plano, pues según el artículo 32°
de la Constitución. ARGUMENTO DE AUTORIDAD Raúl Carranca y Trujillo, dice que "la pena de
muerte es en México radicalmente injusta e inmoral, porque el contingente de delincuentes
que estarán amenazados de condena judicial de muerte se compone en su gran generalidad,
de hombres económica y culturalmente interiorizados; los demás delincuentes, por su
condición económica o social superior no llegan jamás a sufrir proceso y menos llegarían a
surgir la irreparable pena; pero además el delincuente de otras clases sociales delinque contra
la propiedad y solo por raras excepciones contra la vida e integridad personales, y jamás
tendrían como consecuencia la pena de muerte. Por lo tanto, esta pena se aplicaría casi
exclusivamente a hombres humildes; delincuentes estos que son víctimas del abandono que
han vivido por parte del Estado y la sociedad, víctima de la incultura, de la desigualdad y
miseria económica, de la deformación moral de los hogares donde se desarrollaron, mal
alimentados y tarados por herencia alcohólica, y degenerados. El Estado y la sociedad entera
son los principales culpables de esto, y en lugar de la escuela de la solidaridad que los adapte a
una vida social digna y elevar el nivel económico de la población. ARGUMENTO DE
EJEMPLIFICACION Como el artículo señala que la pena de muerte debe ser aplicada conforme a
los tratados de los que el Perú es parte obligada, entonces para que se condene a muerte a
alguien en el Perú por delito distinto al de traición a la Patria en caso de conflicto exterior, o
bien tendremos que salir como país del Convenio de San José de Costa Rica (cosa que no sería
deseable), o bien tendremos que lograr que se modifiquen las normas restrictivas de la
aplicación de la pena de muerte que él contiene. En conclusión según los derechos humanos,
cada persona tiene derecho a la vida y ser respetado con la pena de muerte, ¿Qué principio de
justicia puede justificar la muerte humana? A nivel religioso, nadie tiene derecho a decidir por
quitarle la vida a alguien, de eso solo se encarga Dios. COMENTARIO D E S A R R O L L O C O N C
LUCION
8. le tenemos que dar la pena de muerte a esta forma de manejar la conciencia durante 500
años y a la época republicana, y estos últimos años para nacer de nuevo, nosotros desde la
organización trabajamos por la vida y por la paz, y trabajamos por que se respete los derechos
de las personas sea quien sea, no tenemos filiación política ni religiosa, y tenemos que dar una
opinión como peruanos a la inquietud de nuestros gobernantes. Nosotros trabajamos para que
se respete los derechos de todos y sus derechos están en su propia sociedad en su propio país,
y se le aplique en justicia lo que amerita su error, o su delito, respetamos la institucionalidad
de cada país, y colaboramos y contribuimos a la buena marcha y hacia el desarrollo de cada
sociedad, en Perú y en América, por falta de capacidad de visión hacia el futuro no podemos
estar de acuerdo con medidas desesperadas desde el poder es decir desde arriba hacia abajo,
creemos que se debe trabajar el nacer de nuevo, como país y sociedad, para eso planteamos
realizar una CONFERENCIA DE DERECHOS HUMANOS, una conferencia a nivel nacional con la
colaboración y la participación de las instituciones del estado que tiene que ver con la justicia y
los derechos humanos; por cuanto, nosotros , no nos consideramos mejor que nadie,
menos ,tener el complejo de ADAN. Nosotros somos una organización como muchas que
trabajan por los derechos humanos, no somos mejor ni peor que otras organizaciones, a las
cuales reconocemos su trabajo, cabe resaltar que muchos de ellos tienen años trabajando en
la defensa de la dignidad de la persona. En esa conferencia nacional de derechos humanos
desde abajo hacia arriba, tendremos la participación de muchos organizaciones e instituciones
aún con la persona común y corriente que tiene que decir algo, porque la violación a los
derechos humanos empieza desde la persona, se recogerá y se levantará desde abajo muchos
opiniones con la participación de las organizaciones internacionales que trabajan la defensa de
los derechos humanos; queremos o debemos trabajar esta conferencia con la comisión de los
derechos humanos del Congreso y el Ministerio de Justicia y el auspicio de la ONU y la OEA,
Amnistía Internacional, luego terminaremos la conferencia a nivel internacional con delegados
nombrados desde abajo, y tendremos un documento real, para la discusión en el Congreso y
los Poderes del Estado, desde allí, desde este documento el Perú tendrá un mejor nivel de
decisión con respecto a la nueva legislación de leyes que mejoren que ayuden a superar los
temas actuales, como la pena de muerte, por cuanto se trata de una acción que repercutirá en
la historia y en la conciencia del ciudadano peruano; planteamos levantar y respetar la
decisión, el fruto de un esfuerzo mancomunado de nuestra organización y las instituciones del
estado, las organizaciones nacionales e internacionales. Claro que planteamos no dejar esa
riqueza de la conferencia en los archivos, nosotros nos esforzaremos porque se trabaje y tenga
repercusión en la conciencia del peruano y en la legislación peruana y sea tema de formación
en las universidades, donde se prepara a los jóvenes, para cuidar y a aplicar las leyes y la
justicia, y los derechos humanos para el futuro. Asimismo tenga repercusión en los tratados de
derechos humanos en el Perú y en toda América, sería un baluarte en la defensa de los
derechos humanos, y no como violadores a los derechos humanos, pues nosotros creemos que
después de la conferencia de los derechos humanos a nivel nacional, éste mejorará el trabajo
del Congreso por cuanto tendrá la propuesta desde abajo con respecto a todo tema, pero
sobre todo en derechos humanos y al tema de hoy “pena de muerte”.
9. Sabemos que esto de la conferencia es un trabajo duro y complejo, pero será una
conferencia de los derechos humanos por primera vez en el Perú, sembremos juntos desde
abajo vida y justicia, para que mañana cosechen las nuevas generaciones frutos de mejor
calidad.
Mohamed Mursi, el ex presidente egipcio, acaba de ser condenado a muerte por espionaje,
aunque la sentencia todavía no es firme. El líder islamista fue encontrado culpable por haber
conspirado en 2011 con la organización palestina Hamas y la libanesa Hezbolah para organizar
una fuga carcelaria masiva. La sentencia será revisada.
Todos los días recibimos noticias similares procedentes de China, Estados Unidos y el Mundo
Árabe. La pena capital está muy solicitada por los tribunales de justicia, en una humanidad que
sufre precisamente terrorismo, guerras, violencia mortal, en los cinco continentes. Corremos el
riesgo de olvidarnos que toda vida humana está hecha a imagen y semejanza de Dios.
En el Perú, el artículo 140 de la Constitución política señala que la pena de muerte sólo puede
aplicarse por el delito de traición a la patria en caso de guerra, y el de terrorismo, conforme a
las leyes y a los tratados de los que el Perú es parte obligada. Nuestra legislación constitucional
restringe la pena de muerte a casos extremos.
DARDO LÓPEZ-DOLZ
En primer lugar, no sé de ningún ejecutado que haya reincidido o cometido otro delito.
Respecto a las dudas sobre el carácter disuasivo de la pena de muerte, cuidado, que la misma
duda puede usarse válidamente sobre el carácter disuasivo de las penas de cárcel.
En términos absolutos, la pena de muerte ha cumplido con eficacia a lo largo de la historia con
la doble función de asepsia social de predadores bípedos irrecuperables y disuasión de
potenciales delincuentes. Pero antes de entrar en el debate acerca de los delitos para los que
debe o no aplicarse (homicidio premeditado y terrorismo encabezarían tal análisis) es
necesario analizar la realidad de la justicia peruana.
“Aplicar la pena de muerte acarrearía la responsabilidad internacional del Estado por incumplir
el tratado al que este mismo se obligó”.
ALBERTO DE BELAUNDE
Alberto de Belaunde
Pena de muerte
Alberto de Belaunde
30.10.2017 / 01:23 pm
1. La pena de muerte no es disuasiva. Existe la idea de que con la pena de muerte los crímenes
disminuyen, que el malhechor lo pensará dos veces antes de poner su vida en peligro. Sin
embargo, la evidencia nos demuestra lo contrario. En Japón, por ejemplo, un estudio
presentado este año con información oficial de la policía japonesa concluye que la pena de
muerte no evita que se produzcan delitos graves (Muramatsu, Johnson, Yano, 2017). Lo mismo
ocurre en Estados Unidos, el Death Penalty Information Center ha analizado data sobre la pena
de muerte desde 1987 hasta el 2015 y ha concluido que no existe evidencia alguna para
sostener ese lugar común.
NOTAS RELACIONADAS
Sheput: "No creo que haya votos" para aprobar la pena de muerte
Juan Sheput
2. Nuestro sistema de justicia no es confiable. De las instituciones públicas, las que tienen
menos confianza entre los peruanos son el Poder Judicial y el Ministerio Público (solo
superados por el Congreso de la República). No se confía en ellos, ¿pero estamos dispuestos a
darle la posibilidad de acabar con la vida de las personas? De acuerdo con el Death Penalty
Information Center, en los últimos 10 años Estados Unidos –con un sistema de justicia más
institucionalizado y confiable– ha anulado 34 sentencias de pena de muerte. Los motivos para
ello son falsa acusación, inconducta de los oficiales que procesaron el caso, falsas o confusa
evidencia forense, inadecuada defensa legal, etc. ¿Se imaginan lo que podría ocurrir en
nuestro país, con un problema grave de institucionalidad y de acceso a la justicia? Recordemos
el caso de Jorge Villanueva Torres, conocido como el ‘Monstruo de Armendáriz’, condenado a
pena de muerte en 1957 por supuestamente violar y matar a un menor de edad, cuya
culpabilidad se cuestionó después de ejecutada la sanción. En dicho proceso no solo hubo una
deficiente labor probatoria, sino también un marcado prejuicio racial contra el condenado. En
los casos de pena de muerte no hay sentencia revocatoria que pueda eliminar la condena.
NOTAS RELACIONADAS
Úrsula Letona
Miguel Torres
En este tipo de coyunturas, los políticos tenemos que ser especialmente cuidadosos y
responsables con las propuestas que apoyemos. Hay que guiarnos por la Constitución y la
evidencia, no por las encuestas. Para enfrentar este grave problema, debemos modificar
normas penales para tener sanciones más fuertes, sin duda. Pero no nos quedemos en la
reacción que debe tener el Estado una vez ocurrido el delito, es necesario plantear una
discusión más profunda sobre por qué ocurren estos abusos y qué hacer para que no sigan
ocurriendo. No hay “varita mágica” que solucione esta crisis, el problema es complejo y la
solución también lo será. Pensemos en el país y no en lo que resulta políticamente rentable.
Share
Hace pocos días recibimos perplejos las declaraciones del ministro de Justicia y Derechos
Humanos, Enrique Mendoza, mostrándose partidario de la pena de muerte en el Perú y
además de que las penas aplicadas a los mayores de edad se apliquen también a partir de los
16 años.
Siendo ministro y abogado, Mendoza debería saber que una vez que hemos suscrito al Pacto
de San José de Costa Rica, no podemos desentendernos de la disposición que prohíbe la
inclusión de la pena de muerte. Claro está, salvo que el Perú renuncie o se sustraiga a vivir en
una comunidad jurídica internacional. No podemos cambiar nuestra Constitución para
favorecer lineamientos que no se corresponden con los derechos humanos.
La crítica se ha asentado y con razón, importantes sectores del foro se mostraron contrarios a
lo que se ha denominado “populismo jurídico”, al punto que el propio presidente de la
República, Pedro Pablo Kuczynski, tuvo que enmendar la plana a su ministro.
Con la aplicación de las penas lo que se busca es: 1. Sancionar al infractor, que fácilmente lo
podemos entender como una retribución del daño que este ha infligido a otras personas. 2.
Con el anterior punto se pretende lograr que el sancionado aprenda de sus errores y, de esta
manera, logre su reinserción a la sociedad y finalmente, mediante la sanción o la amenaza
latente de castigo. Se busca también, 3. Intimidar a potenciales delincuentes futuros.
Este primer argumento es problemático, pues nos daría a entender que la vida de una persona,
en este caso la víctima, vale la vida del victimario (ley de talión, en la que una afectación es
compensada con otra idéntica). Siguiendo dicha lógica, en el caso de violación, la pena capital
se vería excesiva, por lo que por el principio de ‘‘reciprocidad’’ de la pena se vería
evidentemente desproporcionado.
Lo dicho nos conduce al absurdo, pues la justicia se vería obligada a cometer los delitos que
ella misma prohíbe por inhumanos. Categóricamente consideramos que alcanzar la justicia no
implica de ninguna manera hacer lo mismo, retribuir un daño con otro daño, más bien se trata
de castigar recortando la libertad del delincuente con mesura, respetando ciertos parámetros
básicos que demuestran que la justicia no se rebaja al mismo nivel de la fechoría y sobre todo
que somos personas civilizadas, pues la venganza física o de sangre no se corresponde con los
tiempos actuales.
De este modo, entendemos que un auténtico castigo justo respetaría el derecho a la vida y la
integridad física y psicológica del delincuente. En las cárceles, el condenado no puede ser
torturado ni aislado eternamente de otras personas, por más atroz que haya sido su delito,
pues si lo que se busca es su reinserción a la sociedad; aislarlo y tratarlo inhumanamente no es
el camino correcto. Lamentablemente, estas condiciones no están dadas en las cárceles
superpobladas[1] del Perú, donde los delincuentes más poderosos deciden sobre los derechos
del resto.
Es importante recordar que en el Perú se ha dejado de aplicar la pena de muerte desde que
entró en vigencia la Constitución de 1979. En el texto aprobado en 1993 se amplió su
aplicación única (para casos de traición a la patria en caso de guerra) al delito de terrorismo,
pero nunca llegó a reglamentarse ni mucho menos a ejecutarse. A nivel internacional, es
inviable porque Perú firmó el Pacto de San José o Convención Americana de Derechos
Humanos de 1969, que finalmente se aprobaría en 1978. Renunciar a los tratados
internacionales a los que nos hemos adherido implicaría llegar a tener tal vez la condición de
una paria en relación al respeto a los derechos humanos.
Por lo dicho, queda claro que la evolución del derecho internacional ha seguido, primero, una
tendencia de afirmación del derecho a la vida, y después, una tendencia claramente
abolicionista en el mundo, todo lo cual haría aún más imposible una supuesta aplicación de la
pena de muerte en el Perú.
Algunos países como Argentina o Ecuador han considerado que basta con tener 16 años para
obtener el derecho ciudadano al voto, pero nadie, en ninguna parte del mundo han prescrito
que, en caso de delitos graves, basta con tener 16 años para hacerse imputable a penas
mayores. Pero ello es una realidad totalmente distinta a la que defiende el ministro. Una cosa
es otorgar derechos, otra muy distinta, castigar. Por ello, suponemos que lo que tal vez está
pretendiendo el ministro es frenar, con tales medidas –bastante exageradas y absurdas–, la ola
de sicariato y violaciones que existe actualmente y que se cree está incrementando.
Es sabido que la Convención de los Derechos del Niño y UNICEF, que es el organismos de las
Naciones Unidas encargado de interpretar las normas sobre la Convención, han sido claros en
manifestar que los Estados parte, que son la gran mayoría de los estados del mundo, no
pueden juzgar a los adolescentes menores de 18 años como adultos. Esto es, los que tienen
entre los 16 y 18, puede ser objeto de sanción, pero con las limitaciones correspondientes a su
condición. La forma de combatir el delito no funciona enviando a eliminar personas, sino
estaríamos retrocediendo en el tiempo. Por lo que escuchamos decir a nuestro propio
ministro, no está de más recordar que el Estado no busca la venganza con el derecho penal.
Más que endurecer las penas, lo ideal es hacer efectivas las que ya existen. Las condenas
privativas de libertad tienen como objetivo el reformar al delincuente. Sin embargo, los
psicópatas no se regeneran y pueden llegar a inducir a otros a cometer crímenes, ello agravado
por los problemas ya mencionados, como el hacinamiento y los tratos crueles e inhumanos
que muchos viven a diario. La cadena perpetua podría ser una alternativa a la pena de muerte,
otra alternativa podría ser la aplicación de medidas como la castración química[7] –en los
casos de violaciones–, que viene siendo aplicada exitosamente en países occidentales como
Francia, en donde los crímenes de violación han tenido una drástica caída en torno al 70%.
Ante todo, queda claro que castigar la violencia ya sea cometida por mayores o menores de
edad no se soluciona aplicando más violencia. Tenemos el emblemático caso de los países
nórdicos que así parecen demostrarlo. La ley penal establece además –como ya
mencionamos– que entre los 18 y 21 años existe aquello que se llama responsabilidad
restringida.
Finalmente, el reto es, una vez más, fortalecer la educación. Diversos estudios demuestran que
el delincuente se desarrolla en la adolescencia temprana, aproximadamente a partir de los 12
años. Entonces, para evitar la delincuencia hay que trabajar con los niños desde las escuelas.
La adolescencia, una etapa caracterizada por la rebeldía o el cuestionamiento del mundo,
también es fácilmente seducible por retos de cualquier índole, por ello los adolescentes que se
inician en el mundo de la delincuencia a corta edad, ven a esta como un desafío a superar.
Ahora cabe la pregunta es: ¿se trata solamente de optimizar aquella educación impartida en la
familia o la escuela? La respuesta parece obvia: no, pues un papel crucial, esencial, sin el cual
todo lo demás sería banal, es el rol de los medios de comunicación y las redes en el siglo del
Internet.
A modo de conclusión
En cuanto a la aplicación de la pena a los menores de edad. Esto no tiene ningún tipo de
antecedente en nuestro sistema jurídico y no concuerda en lo absoluto con la convención de
las Naciones Unidas, las reglas de Beijing o el Código de Niños y Adolescentes y aun de nuestro
propio Código penal; enfrentándose con el concepto de imputabilidad restringida aplicables a
quienes cometen delitos entre los 18 y 21 años de edad. Es necesario que nuestro país cuente
con un ministro de Justicia que se encuentre debidamente preparado para ser el asesor legal
del gobierno.
[2] ‘‘Los estudios científicos realizados no han podido nunca encontrar pruebas convincentes
que demuestren que la pena capital tiene un mayor poder disuasorio frente al crimen que
otros castigos’’. Fuente: Amnistía Internacional: La pena de muerte, un fracaso de la justicia.
Podrá reducirse prudencialmente la pena señalada para el hecho punible cometido cuando el
agente tenga más de dieciocho y menos de veintiún años o más de sesenta y cinco años al
momento de realizar la infracción, salvo que haya incurrido en forma reiterada en los delitos
previstos en los artículos 111°, tercer párrafo, y 124°, cuarto párrafo.
Está excluido el agente integrante de una organización criminal o que haya incurrido en delito
de violación de la libertad sexual, homicidio calificado, homicidio calificado por la condición
oficial del agente, feminicidio, sicariato, conspiración para el delito de sicariato y ofrecimiento
para el delito de sicariato, extorsión, secuestro, robo agravado, tráfico ilícito de drogas,
terrorismo, terrorismo agravado, apología, genocidio, desaparición forzada, tortura, atentado
contra la seguridad nacional, traición a la Patria u otro delito sancionado con pena privativa de
libertad no menor de veinticinco años o cadena perpetua”.
Para hacer más entendedor este apartado iremos enumerando las diferentes ideas:
1) Razón de Justicia: esta idea se sustenta por un lado, por fundamentaciones religiosas, cuya
máxima expresión se encuentra en el Antiguo Testamento, como puede ser la Ley de Talión:
"Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente"; También cabe destacar desde
fundamentaciones religiosas, que las penas deben tener como base la necesidad de expiación.
En definitiva, el castigo supremo siempre ha estado presente en la sociedad.
Por otro lado, se fundamenta en las Teorías Absolutas de la pena, cuya máxima era la pena
justa (punitur quia peccatum est). Estas teorías se basan en la libertad e igualdad naturales de
todos los hombres. Por lo tanto, cuando un hombre comete un delito, se ha de retribuir al
autor del delito con una pena equivalente al mal que ha ocasionado.
6) Costes económicos: Los partidarios de la pena de muerte sostienen que la pena de muerte
es, en términos económicos, más rentable, que las alternativas que se presentan a dicha
sanción.
EN CONTRA
Volveremos a estructurar este apartado como el anterior, es decir, enumerando las diferentes
ideas. Además, podemos ver que la mayoría de las argumentaciones, son las réplicas a las
anteriores.
Por último, cabe recordar también la Teoría del Intercambio de Homans, en la que el autor,
apunta: " Cuanto más golpea uno, más golpea el otro, pues resulta satisfactorio lastimar a
quien nos lastima". Quizás, bajo el supuesto de la realización de justicia, se esconda el placer,
como apunta Homans. Ello es debido al intercambio de castigos.
2) Utilidad Social: No está demostrado, que la pena cumpla una función de prevención general
negativa, o sea de intimidación a los potenciales infractores. Prueba de ello, es que si fuera así,
en primer lugar, ya no existirían delitos. Y en segundo lugar, se parte de que el delito es una
acto racional, en el que el delincuente evalúa los costes y beneficios. Esta premisa puede ser
falsa, pero en el caso de que fuera cierta, el sujeto delincuente, espera o bien que no lo
descubran, o bien, salir mejor parado del proceso judicial.
También cabe destacar la argumentación de que, en contra de obtener una prevención, se
genera una espiral de violencia. El hecho de asesinar a una persona, por parte del Estado,
puede conllevar que ese acto se copie y provoque así, la violencia que quería disminuir.
Por último, cabe destacar que, como afirman los partidarios de la pena de muerte, sea posible
que en algunos países en los que la pena de muerte ha sido abolida se haya producido un
incremento en la criminalidad registrada. Pero esta afirmación hay que matizarla, en el sentido
de que es posible que una parte de esta criminalidad fuera anteriormente oculta ( no
registrada), o bien, que este aumento sea debido a la consecución de delitos menos graves.
Por tanto, se puede afirmar que la función intimidatoria de la pena capital, está aún por
demostrar.
5) Irreversibilidad de la pena de muerte respecto del error judicial: Si bien cada día más, los
errores judiciales son menos frecuentes, hay riesgo de condenar a un inocente. Pero además
con el agravante de que en el caso de la pena de muerte no se puede compensar al sujeto por
el error.
6) Costes económicos: En los costes sobre la pena de muerte, no sólo hay que computar el
coste que tiene en si misma la ejecución, sino también, el coste de todo el proceso judicial, es
decir, apelaciones, jueces, y, además, los costes sociales de esta sentencia. Estos costes
sociales, deberían ser estimados, para ver si realmente, la pena de muerte es rentable o no. El
argumento de los costes económicos, lleva consigo una parte oculta, se pueden computar dos
veces los mismos costes, etc...Además, diferentes estudios realizados revelan que la pena de
muerte es menos rentable que el mantenimiento en prisión del sujeto. Las diferencias entre
los diferentes estudios cabría analizarlas, pero además se debería computar, como hemos
dicho los costes sociales.
Por ello, creemos que este tipo de argumentaciones no deberían ser tenidas en cuenta,
aunque sin duda, en la sociedad en la que vivimos actualmente, tiene, para el sistema político
y los ciudadanos un gran interés.
7) Discriminación de la pena de muerte: Los Tribunales ejercen una selección entre los autores
de los delitos, ya sea por motivos económicos o étnico-raciales. Así, por ejemplo, la diferencia
de recursos económicos que existe entre los que poseen un buen nivel adquisitivo y las clases
más desfavorecidas, provoca que frente a un mismo hecho delictivo, los primeros puedan ser
asistidos por profesionales con mayor rigor, que los otros. Este factor es especialemente
importante en EE.UU, en donde el coste de defensa es muy elevado y las clases bajas no
pueden costearlo, lo que significa, con mucha probabilidad una sentencia condenatoria. Por lo
que se refiere al factor étnico.