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La pena de muerte en el Perú de nuevo en “debate”

Elard Ricardo Bolaños Salazar | 6421 Jueves, 12 de Abril de 2018

El autor analiza los proyectos de ley que plantean restablecer la pena de muerte para los que
cometan el delito de violación sexual en contra de menores de siete años. Así, sostiene que las
obligaciones asumidos por el Estado en materia de derechos humanos, tanto a nivel del
Sistema Interamericano como del Sitema Universal de Derechos Humanos impiden volver a
imponer dicho castigo.

[Img #18733]

Es un hecho recurrente en nuestro país que cada vez que ocurre un abominable caso de
violación de un menor de edad se alzan las clásicas voces que exigen la aplicación de la pena
de muerte para los perpetradores de tan horrendos crímenes. Esta indignación –por desgracia
momentánea y coyuntural– es aprovechada muchas veces por quienes tienen la posibilidad de
presentar propuestas legislativas buscando, precisamente, que la pena capital sea aplicada
para esta clase de delitos.

De hecho, si se revisan brevemente los proyectos de ley presentados en cada periodo


legislativo en el Congreso de la República, se aprecia que en todos los periodos se ha
presentado al menos un proyecto de ley en busca del restablecimiento de la pena de muerte
para los que cometen abusos sexuales en contra de niños y niñas.

Ciertamente se trata de crímenes que rompen con cualquier consideración de la razón humana
y que merecen el absoluto desprecio por parte de la sociedad. Sin embargo, la solución que se
le pretende dar a este tema a través de la aplicación de la pena de muerte no se constituye
como la más idónea ni siquiera desde un punto de vista práctico. Primero, no existe evidencia
que compruebe (verdaderamente) el carácter disuasivo de la pena de muerte y, segundo, en
un sistema de justicia que innumerables veces nos ha mostrado sus falencias, la pena capital
podría terminar siendo un remedio peor que la enfermedad.

Pues bien, el actual Congreso también ha entrado en este tema habiendo a la fecha tres
proyectos de ley que buscan, con muy similares fórmulas, restablecer la pena de muerte para
los que cometan el delito de violación sexual en contra de menores de siete años.

En este breve artículo se abordará de manera concreta la forma en la que dichos proyectos de
ley abordan lo relativo a la imposibilidad que existe –desde las obligaciones internacionales
asumidas por el Perú en materia de Derechos Humanos– para aplicar dicha pena.

El primer proyecto de ley bajo comentario es el N° 2069/2017-CR presentado el 2 de


noviembre del año pasado por la congresista Karla Schaefer. Este primer proyecto propone
reformar el artículo 140° de nuestra Constitución para establecer que la pena de muerte
también deberá aplicarse para aquellos que cometan el “delito de violación de la libertad
sexual cometido contra menores de siete años de edad seguido de muerte”.

En la exposición de motivos este proyecto intenta sortear la imposibilidad convencional de


aplicar la pena de muerte a nuevos delitos aduciendo que cuando el Perú ratificó la
Convención Americana sobre Derechos Humanos (“CADH”), en julio de 1978, estaba vigente la
Constitución de 1933 que facultaba al legislador a crear los supuestos para la aplicación de la
pena capital. En ese sentido, se sostiene que al establecerse en el Código Penal de 1924
(vigente por entonces) la posibilidad de aplicar la pena de muerte para los violadores de niños
menores de siete años, no se estaría ante un incumplimiento del artículo 4° (derecho a la vida)
de la CADH debido a que al momento de la ratificación de dicho tratado en el Perú ya estaba
contemplada la aplicación de dicha pena para ese delito.
Luego tenemos el proyecto de ley N° 2330/2017-CR presentado por el congresista Modesto
Figueroa el 17 de enero de este año que también propone reformar el artículo 140° del texto
constitucional para sancionar con la pena capital el delito de violación sexual cometido en
agravio de menores de siete años de edad. Este proyecto no elucubra ninguna fórmula para
sortear las imposibilidades normativas impuestas por el Derecho Internacional de los Derechos
Humanos, sino que sin más, propone que de ser necesario para la aprobación de dicho
proyecto, el Estado peruano debe “salir” de la CADH.

Por último tenemos el más reciente proyecto de ley N° 2482/2017-CR presentado por la
congresista Úrsula Letona. Este proyecto propone, además de varias modificaciones al Código
Penal, reformar el artículo 140° de la Constitución para restablecer la pena de muerte para
violadores de menores de siete años de edad.

Este proyecto propone una forma de “esquivar” las obligaciones internacionales del Estado
peruano muy similar a la del proyecto de ley N° 2069/2017-CR. Nos dice que como en la
Constitución de 1933 se dispuso que el legislador pueda regular la aplicación de la pena de
muerte, éste lo hizo insertando tal pena para el delito de violación sexual de niños y niñas de
siete años de edad o menos a través del Decreto Ley N° 20583 publicado en abril de 1974 (que
modificó el Código Penal de 1924). Esta pena, según el punto de vista del proyecto de ley,
estuvo vigente en nuestro país hasta la Constitución de 1979 que, como sabemos, redujo el
ámbito de aplicación de la pena letal.

Por ello, el proyecto refiere que como el Perú ratificó la CADH recién en 1978, y como en dicha
fecha se encontraba contemplada la pena de muerte para los violadores de menores de siete
años, mal podría decirse que se está añadiendo un nuevo supuesto de aplicación de esta pena,
pues, tan solo se estaría restableciendo algo que al momento de la ratificación del tratado se
encontraba vigente en el Perú.

Ahora bien, para el análisis que aquí importa solo es necesario atender los proyectos de ley
2069/2017-CR y 2482/2017 ya que son los que de alguna manera si tratan de justificar la
convencionalidad de sus propuestas. Aunque claro, hay que decirlo también, el sustento que
estos proyectos presentan para dicho fin es el mismo que en el año 2012 sustentó el proyecto
de ley N° 1173/2011-CR presentado por la ex congresista Luisa María Cuculiza.

Debemos empezar por desentrañar las obligaciones internacionales que el artículo 4° de la


CADH, que reconoce el derecho a la vida, impone a los Estados. En lo concerniente a la pena
de muerte, los incisos 2 y 3 de dicho artículo establecen, respectivamente en lo que nos
interesa, que la pena de muerte no se extenderá en su aplicación para delitos a los cuales no
se aplique al momento de la ratificación y que no podrá restablecerse dicha pena en los
Estados que la han abolido.

Pues bien, si bien es cierto que al momento de la ratificación de la CADH (1978) en el Perú era
posible aplicar la pena de muerte para el delito de violación sexual de menores de edad, luego
dicha posibilidad quedó liquidada con la dación de la Constitución de 1979. Es decir, un hecho
posterior a la ratificación eliminó la aplicación de la pena capital para un delito que, al
momento de la ratificación, si se encontraba contemplado.

¿Esto significa que el Estado peruano pueda volver a introducir dicha pena para ese delito, tal y
como proponen los anotados proyectos de ley? En los términos del inciso 3 del artículo 4° es
claro que no. La Corte IDH ha referido que esta disposición normativa prohíbe de modo
absoluto el restablecimiento de la pena capital si es que el Estado ya ha conseguido eliminarla
para algún o algunos delitos y, en consecuencia, la decisión estatal, cualquiera sea el tiempo en
que se adopte, en el sentido de abolir la pena de muerte se convierte, ipso jure, en una
decisión definitiva e irrevocable.[1]

Este no es un estándar que esté dirigido únicamente a los Estados que han conseguido abolir
totalmente la pena de muerte en su legislación como parecen sugerir erradamente los
proyectos legislativos. Se trata más bien de un estándar que busca evitar que cuando un
Estado elimina la posibilidad de aplicar la pena capital para determinado delito, pueda luego
en el futuro intentar restablecer dicha posibilidad. La interpretación restrictiva sobre las
posibilidades de la aplicación de la pena de muerte que impone el propio artículo 4° y el
artículo 29°, literal a), así lo mandan.[2]

El anterior es el escenario que se nos presenta en el plano del Sistema Interamericano de


Protección de Derechos Humanos, sin embargo, hay otro sistema al que el Perú también
pertenece que es necesario observar para verificar si el Estado estaría quebrantando alguna
obligación internacionalmente asumida en este plano en caso de restablecerse la pena de
muerte para el delito propuesto en los proyectos.

Se trata del Sistema Universal de Protección de Derechos Humanos. De manera concreta, aquí
el Perú se ve obligado por el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (“PIDCP”) que
ratificó en abril de 1978 y cuyo artículo 6° norma todo lo concerniente al derecho a la vida y,
cómo no, lo relativo a la pena de muerte también.

Sobre el particular, el Comité de Derechos Humanos (órgano encargado de vigilar el


cumplimiento de las obligaciones contenidas en el PIDCP) ha elaborado un proyecto de
Observación General N° 36 en el cual aborda precisamente algunos puntos sobre las
posibilidades que tienen los Estados de cara a la aplicación de la pena capital.[3]
En el párrafo 38 de este proyecto de observación general el Comité de Derechos Humanos
señala que los Estados no pueden transformar un delito que, ya sea en el momento de la
ratificación del tratado o de manera posterior, haya dejado de ser castigado con la pena de
muerte, para volver a imponer dicho castigo. Esto quiere decir que desde el Sistema Universal
también existe una prohibición expresa para restablecer la pena de muerte si es que dicho
castigo ha sido eliminado para determinado delito.

Algunos pudieran pensar que, al igual que en el caso de la CADH, esta barrera se solucionaría
denunciando el PIDCP, sin embargo, hay una precisión importantísima que hacer al respecto.
En el mismo párrafo 38 de este proyecto el aludido Comité refiere que, como el PIDC no tiene
disposición alguna relativa a su terminación, no existe la posibilidad de que los Estados lo
denuncien. Es decir, legalmente es imposible desvincularse del aludido pacto (como si puede
ocurrir en el caso de la CADH).

En consecuencia, aun cuando se siga la propuesta del congresista Modesto Figueroa


presentada en el proyecto de ley N° 2330/2017-CR de “salirse” de la CADH, el Estado peruano
se encontraría igualmente imposibilitado de restablecer la pena capital para el delito de
violación sexual de menores de edad pues también se encuentra obligado por los tratados que
ha ratificado a nivel del Sistema Universal de Protección de Derechos Humanos
(específicamente por el PIDCP del que no puede desvincularse así lo quisiera).

En conclusión, existen razones poderosas de cara a las obligaciones regionales y universales en


materia de Derechos Humanos asumidas por el Perú que hacen pues inviables las propuestas
que se han revisado en este breve artículo.[4] Por ello, la verdadera obligación legislativa,
desde mi punto de vista, es la de crear las condiciones necesarias para un fortalecimiento real
del sistema de justicia de cara a enfrentar este tipo de crímenes atroces.
(*)Elard Ricardo Bolaños Salazar Abogado por la Universidad San Martín de Porres. Especialista
en Sistema Interamericano por el Instituto Colombiano de Derechos Humanos y en Derecho
Procesal Constitucional por el Centro de Estudios Constitucionales del Tribunal Constitucional
del Perú.

[1] Cfr. Corte IDH. Opinión Consultiva OC-3/83. Restricciones a la pena de muerte (arts. 4.2 y
4.4 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos), 8 de setiembre de 1983, párr. 56.

[2] Cfr. Corte IDH. Caso Dacosta Cadogan Vs. Barbados. Excepciones Preliminares, Fondo,
Reparaciones y Costas. Sentencia de 24 de setiembre de 2009, párr. 52. “La aplicación de la
pena de muerte debe entenderse en el sentido de limitar definitivamente su aplicación su
ámbito, de modo que ésta se vaya reduciendo hasta su represión final.”

[3] Este proyecto de observación general fue aprobado en primera lectura en el 120° periodo
de sesiones (3 a 28 de julio de 2017) del referido Comité y será puesto a debate final muy
pronto.

[4] Ni siquiera la fórmula de plantear una reserva, como algunas voces sugieren, puede
provocar que el Estado peruano no se vea obligado por lo que actualmente dispone tanto la
CADH como el PIDCP ya que las reservas se hacen siempre al momento de ratificar un tratado,
nunca cuando ya éste se encuentra vigente para el Estado concernido.

Una discusión que se daba por muerta: el estéril debate sobre la aplicación de la pena de
muerte en el Perú

El autor critica la ya vieja discusión acerca de implementar la pena de muerte en el Perú.

Por Cuestión Fundamental - 8 noviembre, 20172095 0

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Por Gonzalo J. Monge Morales, abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ex
Editor General de THĒMIS-Revista de Derecho. Asociado del Estudio Echecopar, member firm
of Baker McKenzie International.

La pena de muerte ha regresado al debate. Si no son los terroristas, los sicarios, los asaltantes
que hieren de muerte o lesionan gravemente a sus víctimas, quienes gatillan la discusión sobre
la pena de muerte en el Perú son los violadores. Es comprensible que tengamos la peor de las
impresiones sobre los delincuentes antes mencionados: los crímenes que cometen son
abominables y todos exigimos que tengan una sanción ejemplar.

Esa sanción, para muchas personas, no es otra que la pena de muerte. Por alguna razón, se
piensa que es la pena «justa» para esta clase de delincuentes. No discutiré sobre su efectividad
(quizá es disuasiva para usted y para mí, pero no para un violador) ni sobre los serios y graves
problemas que tendría su ejecución (no pun intended…) por parte del Poder Judicial. Mucho
menos lo haré desde una perspectiva religiosa, pues tampoco creo que mis creencias religiosas
deban determinar mi posición a favor o en contra de una eventual medida estatal.

¿Parece que estamos tratando un tema ya agotado? ¡Por supuesto que sí! La última gran ‒e
innecesaria‒ discusión sobre este tema ocurrió durante el gobierno 2006-2011.
Concretamente, entre los años 2006-2007 y el año 2010. Desde esa fecha, poco hemos
discutido sobre prevención del delito, políticas nacionales de educación (incluyendo a la
igualdad de género), salud mental, reforma judicial, entre otras. Si bien estamos muy
interesados en ingresar a la OCDE y presentarnos como un país que abandona el «tercer
mundo», nos atascamos en qué hacer con el delincuente antes que pensar en cómo evitar que
suceda.

Si bien la discusión ya no da para más, es necesario «refrescar» algunas cosas desde una
perspectiva constitucional y convencional: a la fecha, la aplicación de la pena de muerte en el
Perú es inviable, salvo para un supuesto específico: traición a la patria en caso de guerra
externa. No obstante lo que señala actualmente el artículo 140° de la Constitución de 1993, la
pena de muerte no se puede aplicar por terrorismo ni por traición a la patria en caso de guerra
interna.

Pero, ¿sería jurídicamente viable aplicarla en el Perú? Con cargo a sonar como el Profesor
Slughorn cuando le explica a Tom Riddle (quien luego sería Voldemort) cómo hacer un
horrocrux, lo cierto es que la pena de muerte en el Perú sólo sería jurídicamente viable si
ocurre lo siguiente:
1) Perú denuncia el Pacto de San José (para retirarse de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos – CADH): La CADH, conocida también como el Pacto de San José, fue
ratificada por el Perú en 1978. Hasta ese momento, Perú no había abolido la pena de muerte.
No obstante, luego de ratificar la CADH, el artículo 235° de la Constitución de 1979 redujo su
aplicación a sólo un supuesto: «traición a la Patria en caso de guerra exterior«. Este hito es
importante, pues el artículo 4° de la CADH señala que no «se extenderá su aplicación a delitos
a los cuales no se la aplique actualmente«, precisando también que «[n]o se restablecerá la
pena de muerte en los Estados que la han abolido«. En otras palabras, si Perú redujo su
aplicación a un solo supuesto con la Constitución de 1979, sólo tenemos dos opciones: (i)
mantenerla para ese delito únicamente, pues no se puede extender a otros delitos; o, (ii)
eliminarla por completo, con lo cual no podremos reimplantarla luego.

Así, es evidente que existe un tratado internacional sobre derechos humanos, ratificado por el
Perú, que impide aplicar la pena de muerte para un supuesto distinto de la traición a la patria
en caso de guerra externa. Si por alguna razón quisiéramos aplicarla para otros delitos, sólo
nos quedaría denunciar el tratado, mediante un pre-aviso de un (01) año (de acuerdo al
artículo 78° de la CADH). En conclusión, la gracia de querer aplicar la pena de muerte implicaría
sacrificar a uno de los más grandes tratados internacionales sobre derechos humanos de los
cuales el Perú es parte.

2) Perú modifica su Constitución: Luego de denunciado el tratado, para lo cual debería pasar
cuando menos un (01) año, haber sacrificado la CADH no sería suficiente. Si se desea extender
la pena de muerte a los delitos como violación o sicariato (por mencionar algunos de los casos
que suelen «reavivar» el debate sobre la pena de muerte), sería necesario modificar, cuando
menos, los artículos 139.22° y 140° de la Constitución de 1993. El primero de ellos señala que
«el régimen penitenciario tiene por objeto la reeducación, rehabilitación y reincorporación del
penado a la sociedad«, lo cual no se condice mucho con la posibilidad de matar al condenado.
Si bien soy de la opinión que es necesario discutir ampliamente sobre estos fines de la pena,
no creo que deba ser con motivo de la pena de muerte. En cuanto al segundo de ellos, el
artículo 140° debería mencionar expresamente los delitos a los cuales sería aplicable o debería
dejar una carta abierta, señalando que serán regulados por ley. Ambas opciones tendrían sus
pros y sus contras.

3) Perú modifica su Código Penal: Haber denunciado el Pacto de San José y haber modificado
la Constitución, tampoco sería suficiente. Se haría necesario modificar el Código Penal para
regular expresamente la posibilidad de aplicar esta sanción, conforme con los principios de
legalidad, tipicidad y taxatividad que rigen en materia penal.

Señores congresistas populistas, así se fabrica(ría) un horrocrux. Si no se siguen esos 3 pasos,


cuando menos, sus propuestas y opiniones sobre la aplicación de la pena de muerte en el Perú
siguen siendo igual de estériles que hace 10 años. Es una discusión que, académicamente, ya
se daba por muerta. En lugar de enfocarse en la pena de muerte, es necesario que todas y
todos debatamos seriamente sobre cómo prevenir y combatir efectivamente los delitos más
atroces. Es una cuestión de políticas públicas que se puede hacer sin sacrificar la CADH ni
modificar nuestra Constitución ni nuestro Código Penal. ¿Vale la «pena» (de muerte) seguir
debatiendo sobre este tema? Creo que no. Enfoquémonos en los otros temas.

LA MARCHA DE LOS CONDENADOS I

Hoy, la Pena de Muerte ha vuelto a la agenda social y, posiblemente, a la agenda política. Es


clamor popular. Y es que, los recientes actos de violación seguido de asesinato (especialmente
de niños y mujeres), marcaje y sicariato, cada vez más execrables, han recibido la enérgica
condena social.

Todos sabemos que la pena capital en el Perú se desterró para delitos civiles hace mucho
tiempo, que solo está vigente para el delito de traición a la Patria en caso de guerra exterior,
tal como lo dice nuestra Constitución Política, tal como aparece en el artículo 140°, donde
además se lee que también se aplica al delito de terrorismo, conforme a las leyes y a los
tratados de los que el Perú es parte obligada. ¿Qué significa esto? Pues que al ser miembro el
Perú de la Convención Americana de Derechos Humanos también conocida como el Pacto de
San José, no puede aplicar la pena de muerte a ningún otro delito que no esté contemplado en
este pacto. Dicho en palabras simples...NO SE PUEDE APLICAR LA PENA DE MUERTE, NI A LOS
MARCAS, NI A LOS SICARIOS Y MUCHO MENOS A LOS VIOLADORES-ASESINOS DE NIÑOS. Para
que esto ocurra, tendría que denunciarse el Pacto y salirse de la jurisdicción de la Corte, y eso
que no se están tomando en cuenta los encendidos debates que se darán en el Congreso para
modificar el dichoso artículo constitucional. Y, aunque la polémica esté encendida y el la
población haga marchas exigiéndola, esto, al parecer, no ocurrirá.

Pero, ¿Alguna vez se aplicó la pena de muerte en nuestro país? ¿En algún momento fueron
ejecutados delincuentes los comunes además de los traidores a la Patria? La respuesta a
ambas preguntas es un rotundo SÍ.

UN POCO DE HISTORIA

La Pena Capital es un concepto legal relativamente nuevo en nuestra historia, sin embargo
siempre ha estado presente en ella. Los pobladores antiguos la aplicaban. Eso lo sabemos por
las crónicas que dejaron los españoles y cronistas indígenas como Guaman Poma de Ayala. Los
Paracas, Moche, Nasca, Wari, Chimor y, especialmente, los Incas la aplicaron, mayormente con
fines religiosos. Hay relatos de su aplicación, ya sea por lapidación, desollamiento,
desbarrancamiento, descuartizamiento, decapitación o devorados por las fieras en las
sancayhuasis, una especie de fosas llenas de animales salvajes, donde los condenados eran
arrojados. Claro que si alguien lograba sobrevivir, era porque los dioses así lo querían, por lo
tanto, se les perdonaba la pena y se les dejaba vivir. ¿Cuántos lo habrán logrado? Según
Waldemar Espinoza, un tal Chuquimis, fue el único que sobrevivió. ¿Y por qué se condenaba a
muerte? Guamán Poma da varias razones. Se aplicaba en caso de traición, atentado contra
algún miembro de la nobleza o por delitos religiosos como la profanación de templos,
destrucción de ídolos o violación de las acllas o sacerdotisas del sol. Imágenes de su aplicación
abundan en su Nueva Crónica y Buen Gobierno.

Bajo la dominación española, los caso de ejecuciones aumentaron, especialmente durante las
guerras civiles. Recordemos no más las muertes de Diego de Almagro, Francisco de Carvajal,
Diego de Almagro El Mozo y Gonzalo Pizarro, quienes fueron condenados a muerte en forma
sumaria tras perder sus respectivas rebeliones contra el poder establecido. Pero también se la
aplicaron a los habitantes de este reino como la propio Atahualpa, a Túpac Huallpa o a Túpac
Amaru, último Inca de Vilcabamba. En tiempos virreinales, la pena se aplicó de la mano con el
Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, que no le perdonaba la vida a los herejes, los
hechiceros, los protestantes, los islamizantes y especialmente, a los judaizantes. El
estrangulamiento en el garrote, la horca y la decapitación, se aplicaban a los condenados
cristianos, pero si los que van a morir no profesaban la fe Católica, la hoguera estaba reservada
para ellos. Los casos más sonados fueron los de el luterano francés Mateo Salade, quien fue
condenado por hechicero, debido a que decía que se podía comunicar con los espíritus y el
célebre proceso del 23 de enero de 1639, donde diez judaizantes portugueses y españoles,
entre ellos Luis Rodríguez da Silva y Francisco Maldonado da Silva, fueron quemados vivos.

En las postrimerías del virreinato, la pena de muerte se aplicó a todos los que osasen rebelarse
contra el poder español en búsqueda de la independencia. Los casos más conocidos son los
ocurridos tras la gran rebelión indígena del sur, liderada por el cacique cusqueño Túpac Amaru
II en los tiempos del virrey Agustín de Jáuregui. Por orden del Visitador Antonio de Areche,
enviado especial del Rey Carlos III para sofocar la rebelión, el líder indígena primero fue
torturado y sometido al suplicio para luego ser condenado al desmembramiento jalado por
cuatro caballos. Como no pudieron arrancarle los brazos y las piernas, fue descuartizado y
decapitado. Su esposa Micaela Bastidas también fue decapitada luego que no funcionara con
ella la pena del garrote. Sus hijos, sus parientes y muchos de sus seguidores también fueron
ejecutados.

Más tarde, los criollos rebeldes también perecieron bajo la pena capital, ya sea por
ahorcamiento, decapitación o fusilamiento, entre ellos los hermanos Mariano, José y Vicente
Angulo, Enrique Paillardelle, Juan José Crespo y Castillo, Gabriel Aguilar, Manuel Ubalde,
Mariano Melgar y Mateo García Pumacahua. Todos ellos, ejecutados durante el gobierno del
virrey Fernando de Abascal, en la coyuntura revolucionaria que azotó hispanoamérica a inicios
del siglo XIX, aprovechando la crisis en la que se encontraba el gobierno del Rey Fernando VII a
causa de la invasión napoleónica. Poco después, con la promulgación de la Constitución Liberal
de Cádiz de 1812, la pena de muerte es abolida en España y sus colonias, sin embargo, será
restituida tras la expulsión de los franceses y la liberación de Fernando VII.

Con la llegada de San Martín, el régimen virreinal incrementa su crisis, pues la presencia de un
ejército extranjero desestabiliza la ya endeble estructura virreinal. El Virrey Pezuela es
destituido por José de la Serna, por medio del Motín de Aznapuquio, pero su gobierno dura
poco, pues tras una serie de infructuosas negociaciones con los altos mandos del Ejército
Libertador en Miraflores primero y Punchauca después, se ve obligado a abandonar Lima,
dejándola a merced de los invasores. José de San Martín, su líder, proclama la independencia
el 28 de julio de 1821 y forma un gobierno provisional conocido como el Protectorado, donde
va a abolir la pena de muerte en todo el territorio nacional controlado por él y su ejército.
La pena de muerte en el peru 2

1. NILVER JULIO FLORES BRAVO - CONTABILIDAD LA PENA DE MUERTE EN EL PERU En el Perú


se ha dejado de aplicar la pena de muerte desde que entró en vigencia la Constitución de
1979. En el texto aprobado en 1993 se amplió su aplicación única para casos de traición a la
patria en caso de guerra al delito de terrorismo, pero nunca se reglamentó. A nivel
internacional, es inviable porque Perú firmó el Pacto de San José o Convención Americana de
Derechos Humanos. La indignación hacia los asesinos, los sicarios, los violadores de menores,
es inevitable. El proceder de los psicópatas, homicidas y pedófilos genera tal rechazo que el
ciudadano de a pie puede llegar a la conclusión de que la sociedad sería mejor si estas
personas fueran eliminadas. Sin embargo, estas emociones que pueden respaldar la pena de
muerte no justifican su implementación. Efectivamente, la pena de muerte no es un elemento
disuasivo para que los sicarios dejen de matar, para que los violadores dejen de atacar a niños
o para que el corrupto deje de lucrar con el dinero de miles de personas, coincidieron
especialistas. No hay ningún estudio que diga que esta condena pueda disuadir al delincuente.
Peor aún, quien hable de esto habla con ignorancia supina sobre cómo funciona el marco
jurídico en el Perú, dijo a El Comercio el doctor Vladimir Padilla, especialista en derecho penal
de la PUCP. El que viola a un niño y luego llega asesinarlo, se convierte en el ser más
repudiable de la sociedad, los sentimientos de los familiares y del país se centra en reclamar
justicia, pero en muchas ocasiones esta no llega como se espera, el asesino queda libre u
obtiene una pena menor de lo establecido. Este se ríe de nuestro sistema de justicia, sin
ánimos de resocializarse, por lo que surge sin duda, una necesidad, de detener y reducir las
violaciones de menores, como forma disuasoria y ejemplar, y llevados más por el
resentimiento que por la legalidad, se pide la pena de muerte. Sin duda alguna es permisible
proponerla, pero es inviable aplicarla en nuestro país. A pesar de que el Perú en 1978, se
adhirió a la Convención Americana Sobre Derechos Humanos o Pacto de San José, existe la
propuesta legislativa de modificar el artículo 140º de la Constitución y aplicar la pena de
muerte a los violadores de menores de edad que causen la muerte a sus víctimas, en virtud a
que en la Constitución de 1933 y el Decreto Ley Nº 20583 de 1974, se sancionaba con pena de
muerte a aquel que practicaba el acto sexual con un menor de siete años, por lo que se estaría
sólo reanudando la pena, pero este punto contraviene al Artículo 4° inciso 3 del Pacto de San
José, el cual menciona que no se restablecerá la pena de muerte en los Estados que la han
“abolido”. Es cierto que la Constitución de 1933 contemplaba la pena de muerte para los
delitos de traición a la

2. patria y homicidio calificado, pero es con la Constitución de 1979 que se decide “abolir la
pena de muerte”, por lo que no se puede restablecer dicha pena en nuestro país. La propuesta
recogida en base a el clamor popular, justificado moralmente por cierto, sugiere someterlo
incluso a referéndum o consulta popular, siendo imposible de plano, pues según el artículo 32°
de la Constitución. Raúl Carranca y Trujillo, dice que "la pena de muerte es en México
radicalmente injusta e inmoral, porque el contingente de delincuentes que estarán
amenazados de condena judicial de muerte se compone en su gran generalidad, de hombres
económica y culturalmente interiorizados; los demás delincuentes, por su condición
económica o social superior no llegan jamás a sufrir proceso y menos llegarían a surgir la
irreparable pena; pero además el delincuente de otras clases sociales delinque contra la
propiedad y solo por raras excepciones contra la vida e integridad personales, y jamás tendrían
como consecuencia la pena de muerte. Por lo tanto, esta pena se aplicaría casi exclusivamente
a hombres humildes; delincuentes estos que son víctimas del abandono que han vivido por
parte del Estado y la sociedad, víctima de la incultura, de la desigualdad y miseria económica,
de la deformación moral de los hogares donde se desarrollaron, mal alimentados y tarados por
herencia alcohólica, y degenerados. El Estado y la sociedad entera son los principales culpables
de esto, y en lugar de la escuela de la solidaridad que los adapte a una vida social digna y
elevar el nivel económico de la población. Como el artículo señala que la pena de muerte debe
ser aplicada conforme a los tratados de los que el Perú es parte obligada, entonces para que se
condene a muerte a alguien en el Perú por delito distinto al de traición a la Patria en caso de
conflicto exterior, o bien tendremos que salir como país del Convenio de San José de Costa
Rica (cosa que no sería deseable), o bien tendremos que lograr que se modifiquen las normas
restrictivas de la aplicación de la pena de muerte que él contiene. En conclusión según los
derechos humanos, cada persona tiene derecho a la vida y ser respetado con la pena de
muerte, ¿Qué principio de justicia puede justificar la muerte humana? A nivel religioso, nadie
tiene derecho a decidir por quitarle la vida a alguien, de eso solo se encarga Dios.

3. LA PENA DE MUERTE EN EL PERU En el Perú se ha dejado de aplicar la pena de muerte desde


que entró en vigencia la Constitución de 1979. En el texto aprobado en 1993 se amplió su
aplicación única para casos de traición a la patria en caso de guerra al delito de terrorismo,
pero nunca se reglamentó. A nivel internacional, es inviable porque Perú firmó el Pacto de San
José o Convención Americana de Derechos Humanos. La indignación hacia los asesinos, los
sicarios, los violadores de menores, es inevitable. El proceder de los psicópatas, homicidas y
pedófilos genera tal rechazo que el ciudadano de a pie puede llegar a la conclusión de que la
sociedad sería mejor si estas personas fueran eliminadas. Sin embargo, estas emociones que
pueden respaldar la pena de muerte no justifican su implementación. Efectivamente, la pena
de muerte no es un elemento disuasivo para que los sicarios dejen de matar, para que los
violadores dejen de atacar a niños o para que el corrupto deje de lucrar con el dinero de miles
de personas, coincidieron especialistas. OBJETIVO No hay ningún estudio que diga que esta
condena pueda disuadir al delincuente. Peor aún, quien hable de esto habla con ignorancia
supina sobre cómo funciona el marco jurídico en el Perú, dijo a El Comercio el doctor Vladimir
Padilla, especialista en derecho penal de la PUCP. El que viola a un niño y luego llega
asesinarlo, se convierte en el ser más repudiable de la sociedad, los sentimientos de los
familiares y del país se centra en reclamar justicia, pero en muchas ocasiones esta no llega
como se espera, el asesino queda libre u obtiene una pena menor de lo establecido. Este se ríe
de nuestro sistema de justicia, sin ánimos de resocializarse, por lo que surge sin duda, una
necesidad, de detener y reducir las violaciones de menores, como forma disuasoria y ejemplar,
y llevados más por el resentimiento que por la legalidad, se pide la pena de muerte. Sin duda
alguna es permisible proponerla, pero es inviable aplicarla en nuestro país. A pesar de que el
Perú en 1978, se adhirió a la Convención Americana Sobre Derechos Humanos o Pacto de San
José, existe la propuesta legislativa de modificar el artículo 140º de la Constitución y aplicar la
pena de muerte a los violadores de menores de edad que causen la muerte a sus víctimas, en
virtud a que en la Constitución de 1933 y el Decreto Ley Nº 20583 de 1974, se sancionaba con
pena de muerte a aquel que practicaba el acto sexual con un menor de siete años, por lo que
se estaría sólo reanudando la pena, pero I N T R O D U C C I O N D E S A R R O L L O

4. este punto contraviene al Artículo 4° inciso 3 del Pacto de San José, el cual menciona que no
se restablecerá la pena de muerte en los Estados que la han “abolido”. Es cierto que la
Constitución de 1933 contemplaba la pena de muerte para los delitos de traición a la patria y
homicidio calificado, pero es con la Constitución de 1979 que se decide “abolir la pena de
muerte”, por lo que no se puede restablecer dicha pena en nuestro país. La propuesta
recogida en base a el clamor popular, justificado moralmente por cierto, sugiere someterlo
incluso a referéndum o consulta popular, siendo imposible de plano, pues según el artículo 32°
de la Constitución. ARGUMENTO DE AUTORIDAD Raúl Carranca y Trujillo, dice que "la pena de
muerte es en México radicalmente injusta e inmoral, porque el contingente de delincuentes
que estarán amenazados de condena judicial de muerte se compone en su gran generalidad,
de hombres económica y culturalmente interiorizados; los demás delincuentes, por su
condición económica o social superior no llegan jamás a sufrir proceso y menos llegarían a
surgir la irreparable pena; pero además el delincuente de otras clases sociales delinque contra
la propiedad y solo por raras excepciones contra la vida e integridad personales, y jamás
tendrían como consecuencia la pena de muerte. Por lo tanto, esta pena se aplicaría casi
exclusivamente a hombres humildes; delincuentes estos que son víctimas del abandono que
han vivido por parte del Estado y la sociedad, víctima de la incultura, de la desigualdad y
miseria económica, de la deformación moral de los hogares donde se desarrollaron, mal
alimentados y tarados por herencia alcohólica, y degenerados. El Estado y la sociedad entera
son los principales culpables de esto, y en lugar de la escuela de la solidaridad que los adapte a
una vida social digna y elevar el nivel económico de la población. ARGUMENTO DE
EJEMPLIFICACION Como el artículo señala que la pena de muerte debe ser aplicada conforme a
los tratados de los que el Perú es parte obligada, entonces para que se condene a muerte a
alguien en el Perú por delito distinto al de traición a la Patria en caso de conflicto exterior, o
bien tendremos que salir como país del Convenio de San José de Costa Rica (cosa que no sería
deseable), o bien tendremos que lograr que se modifiquen las normas restrictivas de la
aplicación de la pena de muerte que él contiene. En conclusión según los derechos humanos,
cada persona tiene derecho a la vida y ser respetado con la pena de muerte, ¿Qué principio de
justicia puede justificar la muerte humana? A nivel religioso, nadie tiene derecho a decidir por
quitarle la vida a alguien, de eso solo se encarga Dios. COMENTARIO D E S A R R O L L O C O N C
LUCION

5. En 2012 sólo se documentaron ejecuciones en 21 países del mundo: un número idéntico al


de 2011 pero inferior al de 28 países registrado un decenio antes, en 2003. En 2012 se tuvo
conocimiento de al menos 682 ejecuciones en el mundo, 2 más que en 2011. Se pudieron
confirmar al menos otras 1.722 sentencias de muerte dictadas en 58 países, en comparación
con las 1.923 dictadas en 63 países el año anterior. Pero estas cifras no incluyen los miles de
ejecuciones que Amnistía Internacional cree que se llevaron a cabo en China, que mantiene los
datos en secreto. “El retroceso observado en 2012 en algunos países es decepcionante, pero
no invierte la tendencia mundial contra el uso de la pena de muerte. En muchas partes del
mundo, las ejecuciones empiezan a ser cosa del pasado”, ha afirmado Salil Shetty, secretario
general de Amnistía Internacional. “Sólo uno de cada 10 países del mundo aplica la pena de
muerte. Sus mandatarios deberían preguntarse por qué siguen aplicando una pena cruel e
inhumana que el resto del mundo ha dejado atrás.” Una vez más, los cinco Estados que
llevaron a cabo mayor número de ejecuciones en el mundo fueron Arabia Saudí, China,
Estados Unidos, Irak e Irán.

6. ¿A quién le damos la pena de muerte?, y ¿a quienes le dan la pena de muerte?, en otros


países del mundo en los países desarrollados y emergentes. Es un tema de hoy planteado por
el Poder Ejecutivo o por la Presidencia, aplicar la pena de muerte, se escucha hoy en todo
lugar, comentarios de todo tipo; pero también las preguntas de todo el mundo. Resolverá la
pena de muerte las violaciones de los niños, en todos los lugares del Perú; pero como viene
todo esto en la Historia del Perú…. le daríamos pena de muerte de repente a los 500 años de
colonizaciones en América, de manera desordenada , como en toda colonización o a la
intervención en todo contexto en la cultura de todos los pueblos, sin respetarlo; o le damos
pena de muerte a la época republicana en el Perú, lleno de pensadores que plantean
enfrentamientos entre peruanos; o antes, a la Santa Inquisición , donde murieron muchos
inocentes por no cumplir los requerimientos de los gobernantes y el clero religioso sobre los
mandatos de Roma, le damos pena de muerte a la práctica de todo tipo de gobiernos, a los
golpes de Estado que constantemente se practicó en Perú, le damos pena de muerte a todos
los saqueos de los tesoros de la riqueza del Perú, le damos pena de muerte al sistema de vida
que se practica en Perú, le damos pena de muerte a la forma de educación en la primaria, en la
secundaria y en las universidades del Perú, le damos pena de muerte a la pobreza, a la
ineficacia e ineficiencia en tecnología, comparado con otros países desarrollados, le damos
pena de muerte a las épocas sangrientas que se practicó en Perú. Ahora último, el llamado
terrorismo, le damos pena de muerte a la falta de trabajo, a la corrupción, a los fenómenos
críticos económicos que atraviesa el Perú, le damos pena de muerte a las tremendas
violaciones a los derechos humanos de personas inocentes que no saben por qué murieron o
porqué están ahora mutilados de alguna parte de su cuerpo, mutilaciones físicas y psicológicas,
le damos pena de muerte a los medios de comunicación y al sistema, por la forma cómo se
ingresa las tecnologías de comunicación a través del Internet, donde todos los que quieren
pueden tener acceso libre, a todo, a cualquier cosa. ¿A quiénes le damos la pena de muerte
realmente?, a todas las normas legislativas en el sistema del país. En los planteamientos, de
vida y desarrollo de cada país no se encuentra formas de pena de muerte, creemos que solo
hallaremos normas que regulan la conducta del hombre en su sociedad. ¿A quién le damos la
pena de muerte?, le damos la pena de muerte, en estos últimos 30 años que experimentó la
conciencia del peruano, violencias de todo tipo; le damos la pena de muerte a esta forma de
transición al cual pasamos a este tercer milenio. En la manera como están las familias, como
están los jóvenes, como están las mujeres, como están los niños. Hoy, después de una
experiencia de 35 años , de un duro golpe a la conciencia del peruano, se sabe lo que se
descubre pero no, lo que saben los sacerdotes y los sicólogos de las tremendas deformaciones
psicológicas en que vive el peruano, se dice que ahora tenemos más jóvenes en el Perú, los
cuales no tienen oportunidad a casi nada en lo absoluto, apenas terminan la secundaria, Los
que terminan su profesión en las universidades, terminan como cobradores de combi o de
cualquier cosa , es decir, es una frustración como muchos en estos últimos 35 años.

7. Le daremos la pena de muerte a este fenómeno, que transforma a la persona y lo convierte


en adicto o en ciudadano lleno de traumas, que pierde sus valores poco a poco y termina en
un violador, no sólo de niños sino de la ley y el orden, es decir en delincuente, que pasa a
conformar la población de presos en las cárceles donde ya no hay sitio para más gente que
están hacinados e involucrados entre todos los tipos de delitos, le damos la pena de muerte a
la corrupción eterna de la justicia en Perú, le damos la pena de muerte a la indiferencia y
desamparo de los niños que deambulan en la calles consumiendo terokal, a la falta de
seguridad en las calles, a los secuestros de todo tipo; le damos la pena de muerte a la falta de
seguridad, al tráfico de niños, de mujeres y de hombres. Al medio oriente, por un pago mísero,
donde pierden la vida, porque saben que no cuentan con un trabajo aquí; le damos pena de
muerte al racismo escondido, a la marginación de las personas, a los privilegios, a las “varitas”
en las recomendaciones de los estamentos del Estado; le damos la pena de muerte a los
partidos políticos que tantos años practicaron y acostumbraron a los ciudadanos , a una cosa
llamada “recomendaciones” que después no cumplen y los adeptos a los partidos terminan
frustrados, ¿ A QUIEN LE DAMOS LA PENA MUERTE?, a los programas que tenemos en el
Internet donde se encuentran programas pedofílicos y de pornografía al alcance de todos; a las
tremendas cadenas de tragamonedas en donJde las personas de todas las edades sobre todo
los jubilados, gastan su dinero en la miseria y adictos a la ludopatía. ¿A QUIEN LE DAMOS LA
PENA DE MUERTE? ; a los que manejan fondos con el cuento de que son para los pobres y
terminan utilizando los fondos para intereses personales, donde no se da el vaso de leche ni se
da de comer a los que verdaderamente necesitan ser alimentados, por una mala focalización,
por filtración en el Estado, es decir por una mala gestión en la dirección del gobierno y permitir
que se cree un sistema de alimentación con grandes índices de desnutrición; la pena de
muerte debe dirigirse a aquellos que reciben grandes donaciones a nombre de una religión por
muchos años y nunca llegan a las manos de los más necesitados, más del 90 por ciento en el
Perú, después de estos 30 años necesitan atención psicológica y psiquiatrita; y en los centros
hospitalarios no alcanzan los médicos de esta especialidad pese a que los particulares cuestan
mucho dinero, y la sociedad, cada vez engendrada de tanta violencia por influencia de los
medios de comunicación interviene en un alto grado , pero aún nos preguntamos ¿ A QUIEN LE
DAMOS LA PENA DE MUERTE,? SERÁ QUE ESTAMOS COSECHANDO LO QUE SE SEMBRÓ EN
ESTOS ULTIMOS AÑOS, la sociedad peruana estaría en una situación psicológica de tránsito, de
prácticas y de fenómenos de corrupción y terrorismo muy grave, es admirable como
subsistieron muchos peruanos hasta este tercer milenio, SERÁ QUE LE DAREMOS LA PENA DE
MUERTE A ESTOS ULTIMOS 35 AÑOS, para nacer de nuevo como nos dice el gran maestro,
PRINCIPE DE LA PAZ; pero como nacemos de nuevo, tendrían que ser denunciados los que
manejan la conciencia de la sociedad peruana y posiblemente manejar los asuntos religiosos, y
de moral con más sinceridad porque muchos viven como si ya estuvieran en el cielo con todas
las comodidades, asegurados hasta el final de su muerte , será que

8. le tenemos que dar la pena de muerte a esta forma de manejar la conciencia durante 500
años y a la época republicana, y estos últimos años para nacer de nuevo, nosotros desde la
organización trabajamos por la vida y por la paz, y trabajamos por que se respete los derechos
de las personas sea quien sea, no tenemos filiación política ni religiosa, y tenemos que dar una
opinión como peruanos a la inquietud de nuestros gobernantes. Nosotros trabajamos para que
se respete los derechos de todos y sus derechos están en su propia sociedad en su propio país,
y se le aplique en justicia lo que amerita su error, o su delito, respetamos la institucionalidad
de cada país, y colaboramos y contribuimos a la buena marcha y hacia el desarrollo de cada
sociedad, en Perú y en América, por falta de capacidad de visión hacia el futuro no podemos
estar de acuerdo con medidas desesperadas desde el poder es decir desde arriba hacia abajo,
creemos que se debe trabajar el nacer de nuevo, como país y sociedad, para eso planteamos
realizar una CONFERENCIA DE DERECHOS HUMANOS, una conferencia a nivel nacional con la
colaboración y la participación de las instituciones del estado que tiene que ver con la justicia y
los derechos humanos; por cuanto, nosotros , no nos consideramos mejor que nadie,
menos ,tener el complejo de ADAN. Nosotros somos una organización como muchas que
trabajan por los derechos humanos, no somos mejor ni peor que otras organizaciones, a las
cuales reconocemos su trabajo, cabe resaltar que muchos de ellos tienen años trabajando en
la defensa de la dignidad de la persona. En esa conferencia nacional de derechos humanos
desde abajo hacia arriba, tendremos la participación de muchos organizaciones e instituciones
aún con la persona común y corriente que tiene que decir algo, porque la violación a los
derechos humanos empieza desde la persona, se recogerá y se levantará desde abajo muchos
opiniones con la participación de las organizaciones internacionales que trabajan la defensa de
los derechos humanos; queremos o debemos trabajar esta conferencia con la comisión de los
derechos humanos del Congreso y el Ministerio de Justicia y el auspicio de la ONU y la OEA,
Amnistía Internacional, luego terminaremos la conferencia a nivel internacional con delegados
nombrados desde abajo, y tendremos un documento real, para la discusión en el Congreso y
los Poderes del Estado, desde allí, desde este documento el Perú tendrá un mejor nivel de
decisión con respecto a la nueva legislación de leyes que mejoren que ayuden a superar los
temas actuales, como la pena de muerte, por cuanto se trata de una acción que repercutirá en
la historia y en la conciencia del ciudadano peruano; planteamos levantar y respetar la
decisión, el fruto de un esfuerzo mancomunado de nuestra organización y las instituciones del
estado, las organizaciones nacionales e internacionales. Claro que planteamos no dejar esa
riqueza de la conferencia en los archivos, nosotros nos esforzaremos porque se trabaje y tenga
repercusión en la conciencia del peruano y en la legislación peruana y sea tema de formación
en las universidades, donde se prepara a los jóvenes, para cuidar y a aplicar las leyes y la
justicia, y los derechos humanos para el futuro. Asimismo tenga repercusión en los tratados de
derechos humanos en el Perú y en toda América, sería un baluarte en la defensa de los
derechos humanos, y no como violadores a los derechos humanos, pues nosotros creemos que
después de la conferencia de los derechos humanos a nivel nacional, éste mejorará el trabajo
del Congreso por cuanto tendrá la propuesta desde abajo con respecto a todo tema, pero
sobre todo en derechos humanos y al tema de hoy “pena de muerte”.

9. Sabemos que esto de la conferencia es un trabajo duro y complejo, pero será una
conferencia de los derechos humanos por primera vez en el Perú, sembremos juntos desde
abajo vida y justicia, para que mañana cosechen las nuevas generaciones frutos de mejor
calidad.

Mohamed Mursi, el ex presidente egipcio, acaba de ser condenado a muerte por espionaje,
aunque la sentencia todavía no es firme. El líder islamista fue encontrado culpable por haber
conspirado en 2011 con la organización palestina Hamas y la libanesa Hezbolah para organizar
una fuga carcelaria masiva. La sentencia será revisada.

Dzhokhar Tsarnaev fue condenado a muerte, por su responsabilidad en el atentado del


maratón de Boston de abril de 2013, en el que murieron tres personas y resultaron heridas
más de 200. Estados Unidos considera apelaciones y solicitudes de indultos que pueden durar
años.

Todos los días recibimos noticias similares procedentes de China, Estados Unidos y el Mundo
Árabe. La pena capital está muy solicitada por los tribunales de justicia, en una humanidad que
sufre precisamente terrorismo, guerras, violencia mortal, en los cinco continentes. Corremos el
riesgo de olvidarnos que toda vida humana está hecha a imagen y semejanza de Dios.

En el Perú, el artículo 140 de la Constitución política señala que la pena de muerte sólo puede
aplicarse por el delito de traición a la patria en caso de guerra, y el de terrorismo, conforme a
las leyes y a los tratados de los que el Perú es parte obligada. Nuestra legislación constitucional
restringe la pena de muerte a casos extremos.

A favor de la pena de muerte

Ha demostrado eficacia a lo largo de la historia

A favor de la pena de muerte

DARDO LÓPEZ-DOLZ

02 DE NOVIEMBRE DEL 2017


Aún cuando me parece un estupendo distractor deliberado de los grandes temas actuales de la
política nacional, considero importante razonar antes que expresar emociones o posiciones
ideológicas respecto a la pena de muerte. Desde fines de los años setenta vengo escuchando a
los socialistas pretender dar solidez académica a sus afirmaciones, anteponiendo el estribillo
de que “existen estudios que demuestran…” . Lo cierto es que dichas estudios rara vez existen,
y los pocos que se pueden exhibir carecen de rigor científico, siendo poco más que un
compendio de afirmaciones circulares redundantes de un grupo de sacha expertos que
piensan igual. Los mismos que hoy se aplauden y condecoran entre sí.

En primer lugar, no sé de ningún ejecutado que haya reincidido o cometido otro delito.
Respecto a las dudas sobre el carácter disuasivo de la pena de muerte, cuidado, que la misma
duda puede usarse válidamente sobre el carácter disuasivo de las penas de cárcel.

El argumento de la inconstitucionalidad y la sujeción a tratados internacionales tampoco es


sólido, pues existen mecanismos claros para modificar la Constitución y denunciar (salirse de)
los tratados internacionales. Respecto al temor al cacareo internacional, valdría la pena
recordar que Estados Unidos (por el mundo libre) ni Cuba (meca del socialismo
latinoamericano) son suscriptoras de la Convención Americana sobre Derechos Humanos la (la
Venezuela adorada por Glave y su banda, se retiró el 2012), así que solvencia moral para el
cacareo no hay.

En términos absolutos, la pena de muerte ha cumplido con eficacia a lo largo de la historia con
la doble función de asepsia social de predadores bípedos irrecuperables y disuasión de
potenciales delincuentes. Pero antes de entrar en el debate acerca de los delitos para los que
debe o no aplicarse (homicidio premeditado y terrorismo encabezarían tal análisis) es
necesario analizar la realidad de la justicia peruana.

La corrupción, potenciada geométricamente por el narcotráfico, está presente en los tres


poderes del Estado. La palanca del dinero y el poder es de doble filo: puede ser utilizada, y lo
viene siendo, tanto para liberar al culpable como para encarcelar al inocente. Durante los
últimos 17 años los “periodicazos”, la insistencia de la prensa televisiva y radial, y el dictamen
de una comisión investigadora del Congreso vienen pesando más que el más riguroso análisis
legal de un fiscal sobre un caso. Así se termina con los huesos de alguien en prisión por
periodos que se extienden más allá de lo racionalmente aceptable.

A lo dicho en el párrafo anterior hay que añadir la corrupción y deficiente preparación y


equipamiento policial para la investigación, y la evidente penetración ideológica de amigos de
Sendero y el MRTA. Y también a los cómplices bolivarianos de la dictadura cubana en el
Ministerio Público y el Poder Judicial, en previsible y absoluta coherencia con la prevalencia
contemporánea del conflicto asimétrico, cuyo desconocimiento vienen pagando muy caro los
miembros de nuestras FF. AA. y PNP que enfrentaron el ataque subversivo, por no terminar de
asumir que la naturaleza del conflicto ha mutado.

Hablando en términos de gestión empresarial, para los lectores no abogados la pena es el


proceso final del proceso de justicia. Si los anteriores (prevención, policía, Fiscalía, Poder
Judicial) realizan procesos deficientes, es irracional esperar que la pena cumpla con lo que
esperamos de ella. Dardo López Dolz
Cuatro argumentos contra la pena de muerte, por Alberto de Belaunde

“Aplicar la pena de muerte acarrearía la responsabilidad internacional del Estado por incumplir
el tratado al que este mismo se obligó”.

ALBERTO DE BELAUNDE

PRESIDENTE DE LA COMISIÓN DE JUSTICIA Y DERECHOS HUMANOS DEL CONGRESO DE LA


REPÚBLICA

Alberto de Belaunde

Pena de muerte

“La pena de muerte no es disuasiva” (Ilustración: Rolando Pinillos).

Alberto de Belaunde

30.10.2017 / 01:23 pm

Comparto la indignación e impotencia que genera en la sociedad la crisis humanitaria que


implica el abuso sexual contra mujeres y menores de edad en nuestro país. Sin embargo, ello
no debe llevarnos a abrazar propuestas demagógicas e ineficaces, como la de reimplantar la
pena de muerte. Además de los argumentos morales que podemos compartir respecto al rol
punitivo del Estado, existen cuatro argumentos para oponernos a esta medida que considero
importante compartir.

1. La pena de muerte no es disuasiva. Existe la idea de que con la pena de muerte los crímenes
disminuyen, que el malhechor lo pensará dos veces antes de poner su vida en peligro. Sin
embargo, la evidencia nos demuestra lo contrario. En Japón, por ejemplo, un estudio
presentado este año con información oficial de la policía japonesa concluye que la pena de
muerte no evita que se produzcan delitos graves (Muramatsu, Johnson, Yano, 2017). Lo mismo
ocurre en Estados Unidos, el Death Penalty Information Center ha analizado data sobre la pena
de muerte desde 1987 hasta el 2015 y ha concluido que no existe evidencia alguna para
sostener ese lugar común.

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2. Nuestro sistema de justicia no es confiable. De las instituciones públicas, las que tienen
menos confianza entre los peruanos son el Poder Judicial y el Ministerio Público (solo
superados por el Congreso de la República). No se confía en ellos, ¿pero estamos dispuestos a
darle la posibilidad de acabar con la vida de las personas? De acuerdo con el Death Penalty
Information Center, en los últimos 10 años Estados Unidos –con un sistema de justicia más
institucionalizado y confiable– ha anulado 34 sentencias de pena de muerte. Los motivos para
ello son falsa acusación, inconducta de los oficiales que procesaron el caso, falsas o confusa
evidencia forense, inadecuada defensa legal, etc. ¿Se imaginan lo que podría ocurrir en
nuestro país, con un problema grave de institucionalidad y de acceso a la justicia? Recordemos
el caso de Jorge Villanueva Torres, conocido como el ‘Monstruo de Armendáriz’, condenado a
pena de muerte en 1957 por supuestamente violar y matar a un menor de edad, cuya
culpabilidad se cuestionó después de ejecutada la sanción. En dicho proceso no solo hubo una
deficiente labor probatoria, sino también un marcado prejuicio racial contra el condenado. En
los casos de pena de muerte no hay sentencia revocatoria que pueda eliminar la condena.

3. Es jurídicamente inviable. El Perú ratificó en 1978 la Convención Americana sobre Derechos


Humanos, donde se prohíbe expresamente que los países extiendan la pena de muerte a
delitos que no estuvieran contemplados previamente en su legislación interna. Asimismo,
impide restablecerla en aquellos supuestos para los que se elimine con posterioridad.
Recordemos que la Constitución de 1979, posterior a la fecha de ratificación de la convención,
recogió la aplicación de la pena de muerte solo para casos de traición a la patria en caso de
guerra exterior. Aplicar esta sanción para supuestos adicionales acarrearía la responsabilidad
internacional del Estado por incumplir el tratado al que este mismo se obligó.

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4. Afectaría el liderazgo peruano en espacios multilaterales. Existe en el mundo una marcada


tendencia abolicionista: más de 130 países han dejado de aplicarla en los últimos 60 años. De
restituir la pena de muerte en contra de sus obligaciones internacionales, el Perú iría en contra
de dicha tendencia, lo cual afectaría nuestro prestigio internacional, que nos ha permitido
alcanzar espacios importantes en organismos internacionales, como el ser miembros del
Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

En este tipo de coyunturas, los políticos tenemos que ser especialmente cuidadosos y
responsables con las propuestas que apoyemos. Hay que guiarnos por la Constitución y la
evidencia, no por las encuestas. Para enfrentar este grave problema, debemos modificar
normas penales para tener sanciones más fuertes, sin duda. Pero no nos quedemos en la
reacción que debe tener el Estado una vez ocurrido el delito, es necesario plantear una
discusión más profunda sobre por qué ocurren estos abusos y qué hacer para que no sigan
ocurriendo. No hay “varita mágica” que solucione esta crisis, el problema es complejo y la
solución también lo será. Pensemos en el país y no en lo que resulta políticamente rentable.

Consideraciones sobre la pena de muerte en el Perú

A propósito de las recientes declaraciones del ministro de Justicia y Derechos Humanos.

POR RAÚL CANELO RABANAL -

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Hace pocos días recibimos perplejos las declaraciones del ministro de Justicia y Derechos
Humanos, Enrique Mendoza, mostrándose partidario de la pena de muerte en el Perú y
además de que las penas aplicadas a los mayores de edad se apliquen también a partir de los
16 años.

Siendo ministro y abogado, Mendoza debería saber que una vez que hemos suscrito al Pacto
de San José de Costa Rica, no podemos desentendernos de la disposición que prohíbe la
inclusión de la pena de muerte. Claro está, salvo que el Perú renuncie o se sustraiga a vivir en
una comunidad jurídica internacional. No podemos cambiar nuestra Constitución para
favorecer lineamientos que no se corresponden con los derechos humanos.
La crítica se ha asentado y con razón, importantes sectores del foro se mostraron contrarios a
lo que se ha denominado “populismo jurídico”, al punto que el propio presidente de la
República, Pedro Pablo Kuczynski, tuvo que enmendar la plana a su ministro.

Con la aplicación de las penas lo que se busca es: 1. Sancionar al infractor, que fácilmente lo
podemos entender como una retribución del daño que este ha infligido a otras personas. 2.
Con el anterior punto se pretende lograr que el sancionado aprenda de sus errores y, de esta
manera, logre su reinserción a la sociedad y finalmente, mediante la sanción o la amenaza
latente de castigo. Se busca también, 3. Intimidar a potenciales delincuentes futuros.

A nivel general, las argumentaciones a favor de la pena de muerte se basan principalmente en


el primer y el tercer objetivo: en primer lugar, se considera que el daño hecho es tan grande
que la única retribución justa consistiría en terminar con la vida del delincuente (en caso de
violación a niñas o algún otro crimen con efectos irreparables). Además, se argumenta que la
pena capital (o sea la pena de muerte) disuadiría a otras personas con las mismas intenciones.
Es decir, se configuraría inhibitoria para aquellos potenciales delincuentes que pretendan
cometer un delito.

Este primer argumento es problemático, pues nos daría a entender que la vida de una persona,
en este caso la víctima, vale la vida del victimario (ley de talión, en la que una afectación es
compensada con otra idéntica). Siguiendo dicha lógica, en el caso de violación, la pena capital
se vería excesiva, por lo que por el principio de ‘‘reciprocidad’’ de la pena se vería
evidentemente desproporcionado.

Lo dicho nos conduce al absurdo, pues la justicia se vería obligada a cometer los delitos que
ella misma prohíbe por inhumanos. Categóricamente consideramos que alcanzar la justicia no
implica de ninguna manera hacer lo mismo, retribuir un daño con otro daño, más bien se trata
de castigar recortando la libertad del delincuente con mesura, respetando ciertos parámetros
básicos que demuestran que la justicia no se rebaja al mismo nivel de la fechoría y sobre todo
que somos personas civilizadas, pues la venganza física o de sangre no se corresponde con los
tiempos actuales.

De este modo, entendemos que un auténtico castigo justo respetaría el derecho a la vida y la
integridad física y psicológica del delincuente. En las cárceles, el condenado no puede ser
torturado ni aislado eternamente de otras personas, por más atroz que haya sido su delito,
pues si lo que se busca es su reinserción a la sociedad; aislarlo y tratarlo inhumanamente no es
el camino correcto. Lamentablemente, estas condiciones no están dadas en las cárceles
superpobladas[1] del Perú, donde los delincuentes más poderosos deciden sobre los derechos
del resto.

Además en el Perú, lamentablemente, es poco probable que un delincuente que haya


cumplido su pena esté en todas sus capacidades para reinsertarse a la sociedad. Resulta, pues,
por lo menos igual de importante hablar sobre las necesarias reformas en el sistema
penitenciario, tema obviado por completo durante los gobiernos anteriores que solo se han
concentrado en medidas efectistas y demagógicas.

El segundo argumento (la pena de muerte ahuyentará a posibles futuros delincuentes) no es


tan cierto, en realidad, puesto que aún no existen estudios verdaderamente científicos que
demuestren que efectivamente en países con pena de muerte, el índice de asesinatos se
hubiese reducido a partir de su aplicación[2]. Solo a modo de ejemplo, Estado Unidos que es
uno de los países en donde aún se permite la pena de muerte, continúa siendo uno de los
países con mayor delincuencia en el mundo y por supuesto, con mayor número de reclusos en
el mundo. Su número de presos por cada cien mil habitantes es de 716 y teniendo un total de
2,29 millones de encarcelados representa casi el 10 por ciento de la población reclusa mundial,
situada en 22,96 millones, según el Centro Internacional para Estudios de Prisiones[3]. Eso,
cuando los habitantes de Estados Unidos representan el 4,5 de los de todo el planeta. La
cantidad de reclusos en el país ha aumentado un 75% en los últimos 30 años, mientras que su
población total ha crecido un 28% en el mismo periodo[4].

Otro argumento importante en contra de la pena de muerte es la imperfección humana. Todos


los seres humanos, incluyendo a la prensa, los jueces y testigos, están sujetos a cometer
errores. Por lo tanto, siempre existe la posibilidad de que una persona inocente sea condenada
a muerte, lo cual es un hecho irreversible. Aunque sólo haya un inocente entre cien culpables:
Esa muerte no se podría justificar. En vista de esta posibilidad, la pena privativa de libertad
resulta preferible, pues esta no es irreversible. En ese sentido, castigar a los violadores de
menores a cadena perpetua sin beneficio penitenciario sería una posible alternativa a la pena
de muerte. Puesto que, como hemos visto, no hay ningún estudio que diga que esta condena
pueda disuadir al delincuente. Peor aún, quien defienda tales posiciones retrógradas, hablan
con ignorancia supina[5], tal como lo hizo, Enrique Mendoza, ministro de Justicia y Derechos
Humanos del Perú.
En cuanto a su regulación, para comenzar, según el artículo 140 de la Constitución Política del
Perú de 1993, únicamente se permite la aplicación de la pena de muerte por el delito de
traición a la patria y solo en caso de que nuestro país se encuentre en guerra.

Es importante recordar que en el Perú se ha dejado de aplicar la pena de muerte desde que
entró en vigencia la Constitución de 1979. En el texto aprobado en 1993 se amplió su
aplicación única (para casos de traición a la patria en caso de guerra) al delito de terrorismo,
pero nunca llegó a reglamentarse ni mucho menos a ejecutarse. A nivel internacional, es
inviable porque Perú firmó el Pacto de San José o Convención Americana de Derechos
Humanos de 1969, que finalmente se aprobaría en 1978. Renunciar a los tratados
internacionales a los que nos hemos adherido implicaría llegar a tener tal vez la condición de
una paria en relación al respeto a los derechos humanos.

Por lo dicho, queda claro que la evolución del derecho internacional ha seguido, primero, una
tendencia de afirmación del derecho a la vida, y después, una tendencia claramente
abolicionista en el mundo, todo lo cual haría aún más imposible una supuesta aplicación de la
pena de muerte en el Perú.

El otro punto en discusión es el de correr la responsabilidad penal también a los menores de


18 años y mayores de 16. Como sabemos, en el Perú y en cualquier parte del mundo la
responsabilidad penal se aplica únicamente a los mayores de edad. Incluso para los que tiene
entre 18 y 21 años de edad existe una responsabilidad restringida contemplada en el artículo
22 del Código Penal peruano[6].

Algunos países como Argentina o Ecuador han considerado que basta con tener 16 años para
obtener el derecho ciudadano al voto, pero nadie, en ninguna parte del mundo han prescrito
que, en caso de delitos graves, basta con tener 16 años para hacerse imputable a penas
mayores. Pero ello es una realidad totalmente distinta a la que defiende el ministro. Una cosa
es otorgar derechos, otra muy distinta, castigar. Por ello, suponemos que lo que tal vez está
pretendiendo el ministro es frenar, con tales medidas –bastante exageradas y absurdas–, la ola
de sicariato y violaciones que existe actualmente y que se cree está incrementando.

Debemos recordar entonces que, el Código de Niños y Adolescentes de 1992, en cuanto al


tratamiento a los niños y adolescentes cambia rotundamente, pues con el Código de 1962 ante
un menor que infringía la norma penal, por ejemplo robar, el Estado tenía un rol tuitivo, por lo
que lo enviaba a una correccional. Lo mismo ocurría al menor que asesinaba o violaba. Además
no había reglas de juego, plazos, ni proceso alguno, pues en palabras sencillas, estos quedaban
a disposición del juez. Era un Código claramente despectivo (el de 1962), puesto que el menor
era tratado como un objeto de protección. El Código de Niños y Adolescentes como dijimos,
cambió eso. Ahora el menor (niño o adolescente) era un sujeto de derechos y obligaciones. Y
uno de esos derechos es justamente el debido proceso. Tomándose lo mejor de la Convención
sobre los Derechos del Niño, las Reglas mínimas de las Naciones Unidas para la administración
de la justicia de menores (conocidas como las Reglas de Beijing), etc; ahora es también sujeto
con responsabilidad penal, pero restringida. Se le podía demandar, pero con un proceso. El
adolescente no puede ser procesado ni condenado como un mayor de edad, es imposible
castigar a ambos de la misma manera, pues ello no solo no está permitido a nivel interno, sino
que es reprochable a nivel internacional, por ello el gobierno de Honduras ha sido sancionado
por la Corte de San José.

Es sabido que la Convención de los Derechos del Niño y UNICEF, que es el organismos de las
Naciones Unidas encargado de interpretar las normas sobre la Convención, han sido claros en
manifestar que los Estados parte, que son la gran mayoría de los estados del mundo, no
pueden juzgar a los adolescentes menores de 18 años como adultos. Esto es, los que tienen
entre los 16 y 18, puede ser objeto de sanción, pero con las limitaciones correspondientes a su
condición. La forma de combatir el delito no funciona enviando a eliminar personas, sino
estaríamos retrocediendo en el tiempo. Por lo que escuchamos decir a nuestro propio
ministro, no está de más recordar que el Estado no busca la venganza con el derecho penal.

Más que endurecer las penas, lo ideal es hacer efectivas las que ya existen. Las condenas
privativas de libertad tienen como objetivo el reformar al delincuente. Sin embargo, los
psicópatas no se regeneran y pueden llegar a inducir a otros a cometer crímenes, ello agravado
por los problemas ya mencionados, como el hacinamiento y los tratos crueles e inhumanos
que muchos viven a diario. La cadena perpetua podría ser una alternativa a la pena de muerte,
otra alternativa podría ser la aplicación de medidas como la castración química[7] –en los
casos de violaciones–, que viene siendo aplicada exitosamente en países occidentales como
Francia, en donde los crímenes de violación han tenido una drástica caída en torno al 70%.

Ante todo, queda claro que castigar la violencia ya sea cometida por mayores o menores de
edad no se soluciona aplicando más violencia. Tenemos el emblemático caso de los países
nórdicos que así parecen demostrarlo. La ley penal establece además –como ya
mencionamos– que entre los 18 y 21 años existe aquello que se llama responsabilidad
restringida.

Finalmente, el reto es, una vez más, fortalecer la educación. Diversos estudios demuestran que
el delincuente se desarrolla en la adolescencia temprana, aproximadamente a partir de los 12
años. Entonces, para evitar la delincuencia hay que trabajar con los niños desde las escuelas.
La adolescencia, una etapa caracterizada por la rebeldía o el cuestionamiento del mundo,
también es fácilmente seducible por retos de cualquier índole, por ello los adolescentes que se
inician en el mundo de la delincuencia a corta edad, ven a esta como un desafío a superar.
Ahora cabe la pregunta es: ¿se trata solamente de optimizar aquella educación impartida en la
familia o la escuela? La respuesta parece obvia: no, pues un papel crucial, esencial, sin el cual
todo lo demás sería banal, es el rol de los medios de comunicación y las redes en el siglo del
Internet.

A modo de conclusión

En un Estado democrático y constitucional declaraciones como la criticada no tienen asidero,


por el respeto irrestricto a la vida. No solamente son razones jurídicas las que no permiten
ampliar la pena de muerte a otros delitos, sino que hay razones de fondo para no aceptarla. Es
inútil, excesiva e irreversible.

En cuanto a la aplicación de la pena a los menores de edad. Esto no tiene ningún tipo de
antecedente en nuestro sistema jurídico y no concuerda en lo absoluto con la convención de
las Naciones Unidas, las reglas de Beijing o el Código de Niños y Adolescentes y aun de nuestro
propio Código penal; enfrentándose con el concepto de imputabilidad restringida aplicables a
quienes cometen delitos entre los 18 y 21 años de edad. Es necesario que nuestro país cuente
con un ministro de Justicia que se encuentre debidamente preparado para ser el asesor legal
del gobierno.

[1] […] En cuando la sobrepoblación excede al 20% de la capacidad de albergue, se llama


sobrepoblación crítica, lo que el Comité Europeo para los Problemas Criminales ha entendido
como hacinamiento. El mes de enero, la diferencia entre la capacidad de albergue y la
población penal es de 44,312 internos que representa el 134% de la capacidad de albergue,
esto quiere decir que esta cantidad de internos no tendría cupo en el sistema penitenciario.
Fuente: INPE, Informe estadístico penitenciario 2016, p. 12. Disponible aquí.

[2] ‘‘Los estudios científicos realizados no han podido nunca encontrar pruebas convincentes
que demuestren que la pena capital tiene un mayor poder disuasorio frente al crimen que
otros castigos’’. Fuente: Amnistía Internacional: La pena de muerte, un fracaso de la justicia.

[3]Según el Centro Internacional para el Estudio de Prisiones, en el mundo en el año 2013


existían 22,96 millones de presos. Disponible aquí.

[4] Disponible aquí.


[5] Definida como aquella ignorancia que procede de negligencia en aprender o inquirir lo que
debe saberse, en ese sentido, el ministro de justicia, quien a su vez es evidentemente
abogado, debería saber que existen fundamentos aún mayores que los reconocidos en nuestra
constitución que proscriben la aplicación tanto de la pena de muerte como de la aplicación de
penalidades relevantes a los menores de 18 años.

[6] “Artículo 22°.- Responsabilidad restringida por la edad:

Podrá reducirse prudencialmente la pena señalada para el hecho punible cometido cuando el
agente tenga más de dieciocho y menos de veintiún años o más de sesenta y cinco años al
momento de realizar la infracción, salvo que haya incurrido en forma reiterada en los delitos
previstos en los artículos 111°, tercer párrafo, y 124°, cuarto párrafo.

Está excluido el agente integrante de una organización criminal o que haya incurrido en delito
de violación de la libertad sexual, homicidio calificado, homicidio calificado por la condición
oficial del agente, feminicidio, sicariato, conspiración para el delito de sicariato y ofrecimiento
para el delito de sicariato, extorsión, secuestro, robo agravado, tráfico ilícito de drogas,
terrorismo, terrorismo agravado, apología, genocidio, desaparición forzada, tortura, atentado
contra la seguridad nacional, traición a la Patria u otro delito sancionado con pena privativa de
libertad no menor de veinticinco años o cadena perpetua”.

[7] La castración química consiste en causar –a través de un tratamiento hormonal– la


impotencia sexual en los criminales. Esta práctica se originó en 1996 en California cuando ese
Estado puso a la castración química como requisito indispensable para que los reos por
pederastia obtuviesen la libertad condicional. Un año después la ley fue aprobada también en
Florida para los violadores reincidentes.
A FAVOR

Para hacer más entendedor este apartado iremos enumerando las diferentes ideas:

1) Razón de Justicia: esta idea se sustenta por un lado, por fundamentaciones religiosas, cuya
máxima expresión se encuentra en el Antiguo Testamento, como puede ser la Ley de Talión:
"Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente"; También cabe destacar desde
fundamentaciones religiosas, que las penas deben tener como base la necesidad de expiación.
En definitiva, el castigo supremo siempre ha estado presente en la sociedad.

Por otro lado, se fundamenta en las Teorías Absolutas de la pena, cuya máxima era la pena
justa (punitur quia peccatum est). Estas teorías se basan en la libertad e igualdad naturales de
todos los hombres. Por lo tanto, cuando un hombre comete un delito, se ha de retribuir al
autor del delito con una pena equivalente al mal que ha ocasionado.

2) Utilidad Social: A diferencia de las Teorías absolutas, que respondían al interrogante de


porqué castigar, las Teorías Relativas, responden al de para qué castigar. Precisamente, una de
las respuestas a esta pregunta, da fundamentación a la pena de muerte. Concretamente,
dentro de las Teorías relativas, se encuentran las Teorías de la Prevención General y en
concreto de la Prevención General Negativa. Éstas, se basan en la idea de crear ciertas contra
motivaciones en los transgresores potenciales. Es decir, dotan la pena de un carácter
disuasorio e intimidatoria. Sin duda alguna, si el individuo es racional, y hace un balance sobre
las ventajas y desventajas de cometer un crimen, la pena de muerte, evitaría que el crimen
tuviera beneficio alguno. Sin embargo, como veremos más adelante en las argumentaciones
en contra, esto no ha sido aún demostrado.

3) Ejercicio de la legítima Defensa: esta argumentación se basa en la idea de que el sujeto,


víctima del delito, no ha podido ejercer su Derecho a la Legítima defensa, y por lo tanto, es la
sociedad quien debe llevarla a cabo. La pena de muerte, sería pues, un asesinato en legítima
defensa. Esta idea se resume bien con la cuestión planteada por Jacques Légaré en un ejemplo
de disertación filosófica sobre la pena de muerte: "En plus, si nous acceptons la légitime
défense qui nous excuse de tuer notre agresseur, pourquoi refuserions-nous le même droit au
tribunal qui représente la société tout entière?"(Además, si aceptamos la legítima defensa la
cual nos excusa de matar a nuestro agresor ¿por qué habriamos de negarle el mismo derecho
al tribunal el cual representa al conjunto de la sociedad?).

4) Miedo a la fuga o a la reincidencia: este sentimiento de pánico y temor, conlleva, apoyar la


pena de muerte, puesto que si el sujeto delincuente consiguiera escapar del control
penitenciario, podría cometer los mismos delitos. Este tipo de argumentación fue utilizada por
las teorias positivistas, especialmente por Lombroso. Cabe recordar que en la tipología de
delincuentes de este autor, introdujo la del delincuente nato, el cual padecía de algún tipo de
patología. Ello suponía, que no era posible la resocialización de dicho delincuente, y por lo
tanto, la única política criminal viable era la eliminación del sujeto.
5) No existe riesgo de sentenciar a un inocente: la existencia de garantías jurídicas, tales como
las apelaciones, la revisión obligatoria de la sentencia de muerte, etc..., impide que sólo se
condene a los culpables reales de los hechos delictivos. No existe pues, riesgo de errores.

6) Costes económicos: Los partidarios de la pena de muerte sostienen que la pena de muerte
es, en términos económicos, más rentable, que las alternativas que se presentan a dicha
sanción.

EN CONTRA

Volveremos a estructurar este apartado como el anterior, es decir, enumerando las diferentes
ideas. Además, podemos ver que la mayoría de las argumentaciones, son las réplicas a las
anteriores.

1) Razón de Justicia: Recordábamos antes, que había dos fundamentaciones a esta


argumentación. Ahora, al igual que antes, ahora también. Por un lado, des de un punto de
vista religioso, si bien es cierto que en el Antiguo Testamento se profesan ideas tales como la
ley del Talión, como apunta Albert Camus: "Se trata de un sentimiento, particularmente
violento, no de un principio. El Talión pertenece al orden de la naturaleza y del instinto (...) Si
el crimen pertenece a la naturaleza humana, la ley no pretende imitar o reproducir tal
naturaleza. Está hecha para corregirla."; por otro lado caben confrontar otras consideraciones
dogmáticas religiosas, como el amor al prójimo, el perdón, entre otras. Sin embargo, dichas
consideraciones dogmáticas religiosas, no son suficientes para esclarecer la cuestión de la
pena de muerte. Sería necesario acudir a los datos que nos proporcionan las ciencias sociales
(criminología, sociología, psicología, etc...).

En segundo lugar, por lo que se refiere ya a argumentaciones de tipo filosófico-jurídicas, no


cabe fundamentar la pena justa. Pues como apunta Roxin, al mal del delito se le suma el mal
de la pena. Éste es uno de los ejemplos críticos a las Teorías Absolutas. Y también cabe
destacar la crítica realizada por Mir Puig, que apunta a que no es propia del estado moderno la
aspiración por la realización de la justicia absoluta sobre la tierra, puesto que el Estado
mantiene una clara distinción entre moral, religión y derecho. En definitiva que las sentencias
no se pronuncian en nombre de Dios, sino en el del pueblo.

Por último, cabe recordar también la Teoría del Intercambio de Homans, en la que el autor,
apunta: " Cuanto más golpea uno, más golpea el otro, pues resulta satisfactorio lastimar a
quien nos lastima". Quizás, bajo el supuesto de la realización de justicia, se esconda el placer,
como apunta Homans. Ello es debido al intercambio de castigos.

2) Utilidad Social: No está demostrado, que la pena cumpla una función de prevención general
negativa, o sea de intimidación a los potenciales infractores. Prueba de ello, es que si fuera así,
en primer lugar, ya no existirían delitos. Y en segundo lugar, se parte de que el delito es una
acto racional, en el que el delincuente evalúa los costes y beneficios. Esta premisa puede ser
falsa, pero en el caso de que fuera cierta, el sujeto delincuente, espera o bien que no lo
descubran, o bien, salir mejor parado del proceso judicial.
También cabe destacar la argumentación de que, en contra de obtener una prevención, se
genera una espiral de violencia. El hecho de asesinar a una persona, por parte del Estado,
puede conllevar que ese acto se copie y provoque así, la violencia que quería disminuir.

Por último, cabe destacar que, como afirman los partidarios de la pena de muerte, sea posible
que en algunos países en los que la pena de muerte ha sido abolida se haya producido un
incremento en la criminalidad registrada. Pero esta afirmación hay que matizarla, en el sentido
de que es posible que una parte de esta criminalidad fuera anteriormente oculta ( no
registrada), o bien, que este aumento sea debido a la consecución de delitos menos graves.
Por tanto, se puede afirmar que la función intimidatoria de la pena capital, está aún por
demostrar.

4) En relación con la legítima defensa o la venganza de la víctima, se le suponen unas


intenciones que no pueden ser demostradas. Puede ser posible, que si la víctima pudiera
expresarse, no pidiera su venganza, sino el perdón: "Les victimes auraient-elles toutes
souhaiter qu’on les venge? On peut le supposer à voir le pape pardonner publiquement à son
agresseur qui attenta à sa vie."

5) Irreversibilidad de la pena de muerte respecto del error judicial: Si bien cada día más, los
errores judiciales son menos frecuentes, hay riesgo de condenar a un inocente. Pero además
con el agravante de que en el caso de la pena de muerte no se puede compensar al sujeto por
el error.

6) Costes económicos: En los costes sobre la pena de muerte, no sólo hay que computar el
coste que tiene en si misma la ejecución, sino también, el coste de todo el proceso judicial, es
decir, apelaciones, jueces, y, además, los costes sociales de esta sentencia. Estos costes
sociales, deberían ser estimados, para ver si realmente, la pena de muerte es rentable o no. El
argumento de los costes económicos, lleva consigo una parte oculta, se pueden computar dos
veces los mismos costes, etc...Además, diferentes estudios realizados revelan que la pena de
muerte es menos rentable que el mantenimiento en prisión del sujeto. Las diferencias entre
los diferentes estudios cabría analizarlas, pero además se debería computar, como hemos
dicho los costes sociales.

Por ello, creemos que este tipo de argumentaciones no deberían ser tenidas en cuenta,
aunque sin duda, en la sociedad en la que vivimos actualmente, tiene, para el sistema político
y los ciudadanos un gran interés.

7) Discriminación de la pena de muerte: Los Tribunales ejercen una selección entre los autores
de los delitos, ya sea por motivos económicos o étnico-raciales. Así, por ejemplo, la diferencia
de recursos económicos que existe entre los que poseen un buen nivel adquisitivo y las clases
más desfavorecidas, provoca que frente a un mismo hecho delictivo, los primeros puedan ser
asistidos por profesionales con mayor rigor, que los otros. Este factor es especialemente
importante en EE.UU, en donde el coste de defensa es muy elevado y las clases bajas no
pueden costearlo, lo que significa, con mucha probabilidad una sentencia condenatoria. Por lo
que se refiere al factor étnico.

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