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Institución Educativa: Universidad de Cundinamarca

Programa: Licenciatura en Ciencias Sociales

Asignatura: Sociedades Precapitalistas

Estudiante: Jhorman Andrey Quebrada Avilán

Docente: Richard Ducón


Sobre Hombros de Gigantes

¿Cómo surgen los imperios? ¿Cómo sobreviven al paso del tiempo, incluso

después de su ocaso? ¿Qué relevancia tienen? ¿Son males necesarios? ¿Son lo peor que

le ha podido pasar a la humanidad? Estas cuestiones no las responde directamente Perry

Anderson, pero sí ayuda a alimentar con su estudio dichos cuestionamientos que, a mi

parecer, son fundamentales para entender los grandes hitos de nuestra historia, gestados

siempre en el seno de una gran estructura social de alcance político inmenso que posibilita

la interacción cultural de saberes, técnicas, religiones, maneras de trabajar, modos de

producción, entre otros fenómenos sociales de análisis, como suelen ser los Imperios.

Por supuesto, el fin de Perry Anderson, en su libro "Transiciones de la antigüedad

al feudalismo" (1974), es otro. Dado a su enfoque histórico marxista, el cual se vale del

materialismo histórico para interpretar hechos pretéritos que nos digan, especialmente,

sobre las transformaciones de los modos de producción del hombre, y las relaciones

sociales que desembocan, hasta las maneras de producir actuales, su interés se concentra

principalmente en la base material de la infraestructura y la estructura económica. Todo

marxista ha de entender el origen del Feudalismo y su sistema de producción para

entender el Capitalismo y las evoluciones históricas que conllevan en el continente

europeo (Anderson, P., 1974, p. 9). Ciertamente la Antigüedad Clásica y la Edad Media

dicen mucho aún de nosotros. Su conocimiento da cuenta de un resultado, de un

sedimento histórico, producto de los trasiegos en el espacio sobre los lomos seculares de

las Historia. Nosotros somos pequeños retazos de cadáveres de gigantes, de osamentas

sociales que un día fueron vivas y poderosas, y hoy no son sino ese fantasma dando de a

gritos a través de nuestra existencia. La materia no se crea ni se destruye. Podemos decir

lo mismo de los imperios. ¿Cómo nacen? Difícil respuesta. Pero sabemos con certeza que
nunca mueren, porque permanecen gozosos en la prolongación de su semilla. Esta

solemnidad que manifiesto no es ajena a la consideración de Perry (1974), quizá algo

exagerada por mí, al decir que:

El esplendor y la seguridad de la temprana polis helénica y de la tardía república

romana, que asombraron a tantas épocas posteriores, representaban el cenit de un

sistema político y de una cultura urbana que nunca ha sido igualado por ningún

otro milenio. (p. 11)

Con todo, veamos primero qué nos cuenta Perry Anderson, historiador anglo-

irlandés, nacido en 1938, uno de los grandes pensadores marxistas del presente tiempo,

según elogia la Editorial Anagrama (s. f.), sobre esa interesante, esplendorosa, y

claramente oscura, transición de la Antigüedad al Feudalismo.

Grecia. Oh, aquella madre de caminos. Su historia se divide en tres etapas. La

época Arcaica (VIII-VI a.c), la época Clásica (VI-IV) y la época Helénica (IV-I). Su

majestuosidad, como hace ver el autor, está permeada por la pesada sombra de la

esclavitud. En la primera época la economía era meramente agraria. Aún el uso de

esclavos no era masivo. Las costumbres propias de la época anterior, cuando Micenas

mandaba, permanecían vivas en la Grecia de ese entonces. Después de haber retrocedido

grandemente en todos los aspectos y haber perdido hasta la escritura, Grecia vuelve a

tomar un respiro, ahora al mando de las aristocracias tribales que derrocaron a las

monarquías. No obstante, su auge no duraría mucho. Los tiranos, que hoy día son

sinónimo de amargura, destronaron a las aristocracias ancestrales con el inmenso apoyo

del pueblo. Dichos autócratas concedieron pequeñas propiedades de tierras al promedio

de la población para ganárselos y tener el derecho al poder. Las grandes extensiones de


propiedad agraria no eran de importancia en ese entonces, sino las medianas y pequeñas.

Es el turno de Atenas de imperar. Ya estamos en los umbrales de la época Clásica. Claro,

esta no llega sola, sino a fuerza de sufrir muchas luchas y gozar victorias, las cuales

proporcionaban, no sólo honor y gloria, sino también un rico botín de tierras y esclavos.

La época de la tiranía sienta las bases del auge griego, el cual va a ser después

desperdigado por el Oriente Medio en manos de Alejandro Magno, conquistador insigne.

Las fortalezas del mundo griego se fundamentaron en su modo de producción esclavista

-esclavos que eran enemigos vencidos de las innúmeras guerras y conquistas,

principalmente usados en las labores agrícolas, artesanales y en el servicio doméstico o

bélico; algunos, llamados ilotas, eran propiedad del estado- y en su principal escudo y

arma, los hoplitas, quienes provenían en su mayoría de la clase media agraria. La libertad,

la democracia, aunque con su peculiar y excluyente significado, fueron ideas base del

poderío de Atenas. El autor, no obstante, pone más énfasis en la dimensión esclavista de

la Grecia Clásica porque, aunque no lo considera el único, sí piensa que es el factor crucial

del declive griego. Tal considera a su vez con Esparta, la contraparte de Atenas en sentido

político y bélico, otra ciudad importante del periodo clásico. Ciertamente, el oro y la plata

extraído de las minerías, el control militar del mar y la tierra también fueron

imprescindibles para la prosperidad imperial de Atenas, y cuando nos referimos a ella

hablamos de todos los territorios que anexó a su poder, es decir, nos referimos a una

Grecia Ática.

A continuación, la Grecia Helenística, la Grecia de Alejandro Magno, el gran

emperador, pupilo de Aristóteles, el odiado y amado, pero siempre admirado por su

grandeza no sólo nominal sino en todos los sentidos. Con todo, mortal, aunque cueste

creerlo. A partir de su muerte, dejando un legado ingente y un imperio en construcción,


empieza el periodo de mayor expansionismo griego -ahora una Grecia Macedónica, no

Ateniense, que esta decayó tras la guerra del Peloponeso contra Esparta y debido además

por sus contradicciones internas- el cual va a marcar inexorablemente a Oriente Medio,

influenciándose a su vez la Grecia misma con tintes orientales. Viene el auge de ciudades

extranjeras partes del imperio alejandrino: Antioquía, Seleucia y Alejandría. Curioso

fenómeno. Sucede que la manera de operar de este imperio es diferente al ateniense. La

esclavitud, por ejemplo, no fue masiva, aunque no inexistente. Había interés de alianzas

conyugales y políticas con los sometidos. La riqueza no se concentraba en el núcleo del

imperio, sino en varias ciudades extrajeras de importancia y otras en general. Las

estrategias y técnicas militares cambiaron. De los hoplitas, con equipo pesado, se pasa a

las falanges, más ligeros. La organización del poder se asentó en la Monarquía y después

tomó la forma, originada en Egipto, de monarca-divinidad. No obstante, esta diferencia

no significa mayor ventura para su longevidad. El Imperio Helenístico se desvió de las

pretensiones primeras de Alejandro de conseguir una fusión étnica. Tampoco fue capaz

de afianzar administrativamente sus territorios conquistados y, además, explotaba a una

gran masa de campesinos dependientes (laoi). Todo ello generó inestabilidad en el control

de su imperio y en el 200 a.c Roma aprovechó para edificar su Ciudad Eterna en los

moribundos músculos dorados de la Hélade.

Roma, corazón del mundo. Hablamos de la Época Monárquica (VIII – VI a.c), la

Época Republicana (VI – I a.c), el Principado (I – III d.c) y el Dominado (III – V). Fechas

fáciles de identificar; arduas de explicar y comprender. Es tan vasta roma y lo que

significa que resulta inagotable su trascendencia, insuficientes todas las palabras que se

vierten por razón de su huella sobre la faz de la tierra. ¿En qué se asemeja y se diferencia

con la Grecia anterior? En su sistema esclavista, por supuesto, se entiende con ella. Pero
respecto a sus capacidades imperiales, Roma “se mostró capaz de ampliar su propio

sistema político para incluir a las ciudades italianas que subyugó en el transcurso de su

expansión peninsular” (Anderson, P. 1974, p 52-53). Su enfoque principal, Occidente.

Roma fue el sueño proyectado de Alejandro hecho realidad. Me refiero a que esa

pretendida unidad étnica se logró en el Imperio Romano, como hace ver Perry, pero

obviamente sin desaparecer el clasismo y la esclavitud. El derecho es otro logro que

distancia a Roma de Grecia, la cual no pudo construir un sistema de leyes tan potente y

que abarcara a la totalidad de los territorios subordinados. La esencia misma de polis

griega estaba en su centralización tanto de riquezas y urbanización como de la

aplicabilidad de las leyes igualitarias y democráticas. El Demos era exclusivo de una clase

noble y militar, concentrado meramente en la metrópolis ática. Expandir dicho orden sería

desvanecerse a sí misma, según platea el autor (p. 54). Roma consideró ciudadanos suyos

a cuantos quisieran colaborar con el imperio e implantó su política y derecho, y hasta su

religión gracias a Constantino el Grande y por orden de Teodosio I, en todos los territorios

intervenidos, con cierta debilidad de influencia y control en las partes más periféricas del

imperio, como los fue Britania. Pero en lo que respecta a Italia, primero, y luego a

Hispania y Galia, tuvieron un desarrollo grandioso a costa también de una gran

producción esclavista y se volvieron cruciales para la construcción del imperio y muy

necesarios para su edad de oro. Piénsese nomás que Trajano, Adriano, Teodosio I y

presuntamente Marco Aurelio son de origen hispano. Emperadores cuyo poder en Roma

la lleva a sus años dorados y paroxismo imperial. Me permito decirlo aunque Anderson

no esa tan enfático en ello.

El autor, como es conveniente para una interpretación marxista, nos muestra poco

a poco las clases sociales de las que se compone la superestructura de Roma. En primer
lugar, están los Patricios (clase alta), luego los Equites, los Plebeyos (campesinos,

propietarios, artesanos, comerciantes), los Clientes (plebeyos protegidos por patricios),

los libertos (esclavos o hijos de esclavos puestos en libertad) y los esclavos (unos por

deudas de trabajos, otros por derrotas bélicas). Los patricios componían en su mayoría al

Senado, la clase dirigente en la época republicana. Los plebeyos, en su minoría, también

componían parte del Senado. Lo interesante que pone a la vista Perry Anderson,

especialmente en esta época de Roma, es la dialéctica entre clases, las luchas sociales que

se gestan constantemente en el seno de los poderes vastos, lo cual genera

transformaciones en el mismo entramado social y dará a luz más adelante a la fase

imperial de Roma después de la muerte de Julio César. Pero es subrayado por el autor que

la aristocracia jamás desapareció en ninguna de las etapas históricas de Roma (p. 50).

Muchos aliados, es decir, pueblos conquistados por Roma, fueron ganando terreno

político y llegaron incluso a tomar las riendas del imperio. A su vez, el modo de

producción esclavista fue aumentando por las necesidades mismas de la expansión y la

conservación de lo dominado.

Provincias, así se les denominaba a las tierras anexadas al imperio, donde se

construían ciudades con el modelo político romano y se ponían a cargo a terratenientes

autóctonos del lugar, generando así mayor afianzamiento la Metrópolis con sus

subyugados. He aquí una de las causas de su declive. Después de la época republicana, y

de haberse declarado a Octavio como el primer emperador; después de los sucesivos

emperadores tanto de áfrica, como de la Galia, de oriente, de Hispania, de Italia y

Germania; de las sucesivas confrontaciones que relegaron la influencia del Senado;

asesinatos, traiciones, victorias, grandez hazañas y gestas; de haber soportado múltiples

vejámenes y quedar casi exánime-especialmente en el siglo III d. c- resultó siendo


destartalado por los germanos, los más romanizados, los que precisamente llegaron

incluso a apoyar su expansionismo y destensa fronteriza, teniendo que combatir

ineluctablemente contra los suyos, sus congéneres. Roma se vio desesperada. La Roma

de Occidente. Llegando al siglo V, le esperaba allí su hundimiento. Roma de Oriente se

encontró ajena a este declive. Vivió mil años más con su hermano siamés muerto a su

costado, hediendo, haciendo recordar a fuerza de putrefacción y gloria la unidad poderosa

de antaño. Oh, nostalgia, cómo debiste de haber carcomido a tantos emperadores

orientales que quisieron reunificar el imperio fenecido sin haberlo podido conseguir

debido a sus propios problemas. Roma de Occidente se ahogó también con sus mismas

manos. Problemas internos de almas explotadas. Sangre, impuestos, hierros y lágrimas.

Hambre. Suciedad en las manos y frente. En la alegría agraria hecha añicos por la coerción

de un Imperio moribundo. La desesperación era tal que se le concedía la manumisión a la

minoría de esclavos -pues con la cristiandad ya se había mermado esa fuerza de trabajo y

su costo había crecido, circunstancia que debilitó las fronteras y permitió mayor ingreso

de bárbaros- para que defendieran su cadena imperial. Primera oleada, siglo III,

debilitamiento. Segunda oleada, siglo V, punto crítico. Oleadas sucesivas, golpe de

gracia. Si la esclavitud en masa fue razón de su prosperidad, el cese de alistamiento

militar obligado y de expansionismo imperial fueron, junto con la mengua de mano de

obra esclava, los factores determinantes de su derrumbamiento.

Los Germanos (godos, ostrogodos, visigodos, francos, alamanes, suevos,

burgundios, anglos, sajones, vándalos, alanos, etc) destruyeron aquello que anhelaban

poseer. Incapaces de construir un imperio tan magno, desde sus ruinas fundaron su

poderío y mantuvieron viva a la Ciudad Eterna, ya no en su estado puro, sino con la

corrupción de su propia manera de existir. Se puede hablar de una Roma Germana. Es el


auge de las provincias en manos de las monarquías nórdicas. Hablamos del nacimiento

de la Europa primigenia. Del inicio de la edad media. Hablamos del origen del feudalismo

gracias a la colisión entre romanos y germanos. Nuevo modo de producción que coge

mayor forma en tierras de Carlomagno. Vasallaje, feudo, señorío. Desligamiento

imperial. Grandes terratenientes. Aquí comienza una nueva etapa. Y la Iglesia Católica,

institución aún más eterna que Roma, se adaptó a la turbulencia de una naciente era para

gobernar y fortalecerse. Iglesia que mantuvo a su vez, en conjunto con la conversión de

los germanos, el legado del laurel y el peplo, la sabiduría latina, su lengua, su espíritu.

Hubo muchas cosas más que no mencioné, pero que son muy importantes. Por

ello recomiendo su lectura. El autor maneja una linealidad temporal amena. Sabe dirigir

armoniosamente la sinfonía de los hechos históricos, apoyado en otros autores, fuentes

secundarias. Muchos de ellos enfocados en los estudios técnicos y económicos. Perry

Anderson usa un lenguaje exquisito, nada abrumador, pese a la cantidad de datos que

brinda. No parece influenciado por la leyenda negra romana, aunque algunas de sus

afirmaciones pueden ser discutidas. Deja ver cómo las alianzas, mejoras técnicas (molino,

aperos agrícolas, armamento, caminos, etc), avances estratégicos, extracción de minas,

capacidad de dominio, bases territoriales, importantes edificaciones, control marítimo,

negocios, traiciones, choques culturales, desigualdad, arribismos, pero, sobre todo,

Mestizaje, causa de maravillas y fobias, son fenómenos propios y muy particulares en la

lógica de Imperios tales como el Griego, el Romano y el Español, con sus matices y

diferencias. Quizá se le pueda criticar su mutismo ante el factor de las enfermedades

pandémicas. La peste y la plaga también tienen que ver mucho con la caída del Imperio

Romano de Occidente. Con todo, una excelsa travesía histórica. Pluma obligada.
Referencias

Anderson, P. (1997). Transiciones de la antigüedad al feudalismo. ( J. Santos,

Trad, 20 ed.). Siglo XXI Editores. (Obra original publicada en 1974)

Anagrama. (s.f.). Perry Anderson. https://www.anagrama-ed.es/autor/anderson-

perry-50

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