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VICERRECTORADO ACADÉMICO
FACULTAD DE HUMANIDADES
EXPERIENCIA CURRICULAR
“Doctrina Social de la Iglesia”
Módulo de Aprendizaje Nº 2:
La Iglesia aporta a la humanidad
Trujillo - Perú
Universidad Católica de Trujillo
Vicerrectorado Académico
PRESENTACIÓN
La Universidad Católica de Trujillo en su propósito de formar a los futuros profesionales e ilustrar en la
ciencias y letras, tiene a bien presentar el siguiente Módulo “La Iglesia aporta a la sociedad” que está
estructurado de la siguiente manera:
Orientaciones para el uso del Módulo: Con la claridad que se requiere para la continuidad del proceso
pedagógico.
Competencia: De acuerdo al Sílabo del Programa de estudio.
Temas: Correspondiente a la unidad de aprendizaje.
Duración: Se señala las fechas de inicio y término de la unidad correspondiente.
Desarrollo: Cuenta con la información detallada de la temática a tratar en la unidad respectiva.
Actividad: Al término de cada temática se presenta actividades a desarrollar como evidencia de la
aplicación teórica del tema tratado.
Autoevaluación: Cada estudiante se autoevalúa para verificar su nivel de avance y logro en la unidad de
aprendizaje.
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Misión
Somos una universidad católica licenciada que brinda
formación humana integral, con liderazgo basada en valores
cristianos, contribuyendo mediante la investigación, amor a la
casa común e innovación al desarrollo de la sociedad con
responsabilidad social.
Papa Francisco
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DURACIÓN
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TEMA 4
1. Lee la siguiente interrogante y responde con claridad: ¿Què entiendes por principios?
2. ¿Què valores aplicas en tu vida?
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ACTIVIDAD
El mandamiento del amor, sería, por lo tanto, el fundamento general de toda la doctrina social
de la Iglesia. No obstante, existen fundamentos específicos, que se pueden resumir en los
cuatro principios básicos de toda la doctrina social de la Iglesia, cuatro columnas sobre las
cuales se asienta todo el edificio. Estos pilares son (1) la dignidad de la persona humana, (2)
el bien común, (3) la subsidiariedad, y (4) la solidaridad.
Toda persona, creada a imagen de Dios, posee una dignidad inalienable por la cual debe ser
tratada siempre como fin y no sólo como un medio. Cuando Jesús, adoptando la imagen del
Buen Pastor, habla de la oveja descarriada, nos enseña lo que piensa Dios del valor de la
persona humana. Dios no piensa en los hombres en masa, ni en porcentajes, sino como
personas individuales. Cada persona le es preciosa, insustituible.
“Pero hay que tener presente desde ahora que lo que constituye la trama y en cierto modo la
guía de la Encíclica y, en verdad, de toda la doctrina social de la Iglesia, es la correcta
concepción de la persona humana y de su valor único, porque «el hombre... en la tierra es la
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sola criatura que Dios ha querido por sí misma». En él ha impreso su imagen y semejanza
(cfr. Gén. 1, 26), confiriéndole una dignidad incomparable...” (CA 11).
Por ello, la Iglesia no piensa en primer lugar en el estado, el partido, la tribu o en el grupo
étnico, sino que lo hace de las personas individuales. La Iglesia, como Cristo, defiende la
dignidad de las personas. Entiende el valor del estado y de la sociedad como servicio a las
personas y a las familias, y no al revés. El estado en particular tiene el deber de tutelar los
derechos de las personas, derechos que no provienen del Estado sino del Creador.
2. EL BIEN COMÚN.
2.1 Definición
El segundo principio clásico de la doctrina social de la Iglesia es justamente el principio del
bien común. De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer
lugar, el principio del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para
encontrar plenitud de sentido. Está definido por el Concilio Vaticano II como “el conjunto de
condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus
miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección” (GS 26 § 1; cfr. GS 74 §
1; CCC 1906).
Una sociedad que, en todos sus niveles, quiere positivamente estar al servicio del ser humano
es aquella que se propone como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los
hombres y de todo el hombre.
El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad: ninguno está exento de
colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo. Todos tienen
también derecho a gozar de las condiciones de vida social que resultan de la búsqueda del
bien común.
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sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya
finalidad es hacer accesibles a las personas los bienes necesarios —materiales, culturales,
morales, espirituales— para gozar de una vida auténticamente humana.
Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes,
sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. He ahí, pues, la raíz primera del destino universal
de los bienes de la tierra. La persona, en efecto, no puede prescindir de los bienes materiales
que responden a sus necesidades primarias y constituyen las condiciones básicas para su
existencia; estos bienes le son absolutamente indispensables para alimentarse y crecer, para
comunicarse, para asociarse y para poder conseguir las más altas finalidades a que está
llamada.
El destino universal de los bienes comporta un esfuerzo común dirigido a obtener para cada
persona y para todos los pueblos las condiciones necesarias de un desarrollo integral, de
manera que todos puedan contribuir a la promoción de un mundo más humano, «donde cada
uno pueda dar y recibir, y donde el progreso de unos no sea obstáculo para el desarrollo de
otros ni un pretexto para su servidumbre»
El principio del destino universal de los bienes exige que se vele con particular solicitud por
los pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso,
por las personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado.
3. SUBSIDIARIEDAD.
El tercer principio clásico de la doctrina social es el principio de la subsidiariedad. Ha sido
explicado por primera vez por el Papa Pío XI en su carta encíclica Quadragesimo Anno (QA).
Este principio enseña que las decisiones en la sociedad deben dejarse al nivel más bajo
posible, es decir al nivel más cercano de las personas sobre las que incide la decisión.
Este principio ha sido formulado justamente a la sombra de las amenazas del totalitarismo con
su doctrina centralista de la subordinación de la persona al estado. Nos invita a buscar
soluciones a los problemas sociales primero en el sector privado antes de solicitar la
intervención del estado.
El propio Papa León XIII “varias veces sobre los necesarios límites de la intervención del
Estado y sobre su carácter instrumental, ya que el individuo, la familia y la sociedad son
anteriores a él y el Estado mismo existe para tutelar los derechos de aquél y de éstas, y no para
sofocarlos” (CA 11).
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4. SOLIDARIDAD.
El cuarto principio básico de la doctrina social de la Iglesia ha sido explicitado recientemente
por el Papa Juan Pablo II en su carta encíclica Sollicitudo rei socialis (SRS-1987). Este
principio se llama el principio de la solidaridad.
Pero agrega el Santo Padre que la solidaridad no es un mero sentimiento, sino una verdadera
“virtud” por la que nos hacemos responsables de los otros. El Santo Padre ha escrito que la
solidaridad “no es un sentimiento de vaga compasión o de ternura superficial por los males de
tantas personas, cercanas o distantes.
Todos los valores sociales son inherentes a la dignidad de la persona humana, cuyo auténtico
desarrollo favorecen; son esencialmente: la verdad, la libertad, la justicia, el amor. Su práctica
es el camino seguro y necesario para alcanzar la perfección personal y una convivencia social
más humana; constituyen la referencia imprescindible para los responsables de la vida
pública, llamados a realizar « las reformas sustanciales de las estructuras económicas,
políticas, culturales y tecnológicas, y los cambios necesarios en las instituciones ».
1. LA VERDAD
Los hombres tienen una especial obligación de tender continuamente hacia la verdad,
respetarla y atestiguarla responsablemente. Vivir en la verdad tiene un importante significado
en las relaciones sociales: la convivencia de los seres humanos dentro de una comunidad, en
efecto, es ordenada, fecunda y conforme a su dignidad de personas, cuando se funda en la
verdad. Las personas y los grupos sociales cuanto más se esfuerzan por resolver los problemas
sociales según la verdad, tanto más se alejan del arbitrio y se adecúan a las exigencias
objetivas de la moralidad.
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opiniones o a alguna de ellas, sea promovida en todos los ámbitos y prevalezca por encima de
cualquier intento de relativizar sus exigencias o de ofenderla. Es una cuestión que afecta
particularmente al mundo de la comunicación pública y al de la economía
2. LA LIBERTAD
La libertad es, en el hombre, signo eminente de la imagen divina y, como consecuencia, signo
de la sublime dignidad de cada persona humana: “La libertad se ejercita en las relaciones
entre los seres humanos. Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho
natural de ser reconocida como un ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar a cada
cual el respeto al que éste tiene derecho. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia
inseparable de la dignidad de la persona humana”. No se debe restringir el significado de la
libertad, considerándola desde una perspectiva puramente individualista y reduciéndola a un
ejercicio arbitrario e incontrolado de la propia autonomía personal: « Lejos de perfeccionarse
en una total autarquía del yo y en la ausencia de relaciones, la libertad existe verdaderamente
sólo cuando los lazos recíprocos, regulados por la verdad y la justicia, unen a las personas
».La comprensión de la libertad se vuelve profunda y amplia cuando ésta es tutelada, también
a nivel social, en la totalidad de sus dimensiones.
La libertad, por otra parte, debe ejercerse también como capacidad de rechazar lo que es
moralmente negativo, cualquiera que sea la forma en que se presente,439 como capacidad de
desapego efectivo de todo lo que puede obstaculizar el crecimiento personal, familiar y social.
La plenitud de la libertad consiste en la capacidad de disponer de sí mismo con vistas al
auténtico bien, en el horizonte del bien común universal
3. LA JUSTICIA
La justicia es un valor que acompaña al ejercicio de la correspondiente virtud moral cardinal.
Según su formulación más clásica, «consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y
al prójimo lo que les es debido». Desde el punto de vista subjetivo, la justicia se traduce en la
actitud determinada por la voluntad de reconocer al otro como persona, mientras que desde el
punto de vista objetivo, constituye el criterio determinante de la moralidad en el ámbito
intersubjetivo y social.
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exigencia vinculada con la cuestión social, que hoy se manifiesta con una dimensión mundial;
concierne a los aspectos sociales, políticos y económicos y, sobre todo, a la dimensión
estructural de los problemas y las soluciones correspondientes.
4. LA VÍA DE LA CARIDAD
Entre las virtudes en su conjunto y, especialmente entre las virtudes, los valores sociales y la
caridad, existe un vínculo profundo que debe ser reconocido cada vez más profundamente. La
caridad, a menudo limitada al ámbito de las relaciones de proximidad, o circunscrita
únicamente a los aspectos meramente subjetivos de la actuación en favor del otro, debe ser
reconsiderada en su auténtico valor de criterio supremo y universal de toda la ética social. De
todas las vías, incluidas las que se buscan y recorren para afrontar las formas siempre nuevas
de la actual cuestión social, la «más excelente» (1 Co 12,31) es la vía trazada por la caridad.
No se pueden regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia: «La
experiencia del pasado y nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es
suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma... Ha
sido ni más ni menos la experiencia histórica la que entre otras cosas ha llevado a formular
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esta aserción: summum ius, summa iniuria ». La justicia, en efecto, «en todas las esferas de
las relaciones interhumanas, debe experimentar, por decirlo así, una notable “corrección” por
parte del amor que —como proclama San Pablo— “es paciente” y “benigno”, o dicho en otras
palabras, lleva en sí los caracteres del amor misericordioso, tan esenciales al evangelio y al
cristianismo».
I. Evangelización y DSI
La Iglesia es la “morada de Dios con los hombres”: por esto, el ser humano no
está só lo o perdido en su esfuerzo de humanizar el mundo.
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La DSI no ha sido pensada desde el principio: surgió como fruto de ver las
realidades terrenas desde la luz de la fe: es teología, no ideología.
-La centralidad del misterio de Cristo, por tanto, no debilita ni excluye el papel
de la razó n y por lo mismo no priva a la doctrina social de la Iglesia de
plausibilidad racional y, por tanto, de su destinació n universal: puede hallar
acogida y ser compartida por todos.
Se apoya también en los datos que aportan la Filosofía y las Ciencias humanas:
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-En cuanto parte de la enseñ anza moral de la Iglesia, la doctrina social reviste la
misma dignidad y tiene la misma autoridad de tal enseñ anza.
-Es Magisterio auténtico, que exige la aceptació n y adhesió n de los fieles…
-El peso doctrinal de las diversas enseñ anzas y el asenso que requieren depende
de su naturaleza, de su grado de independencia respecto a elementos
contingentes y variables, y de la frecuencia con la cual son invocados.
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La DSI es una enseñ anza constante en su inspiració n de fondo: no varía segú n las
culturas, ideologías u opiniones.
1. ¿Por qué se dice que siempre hubo vínculos entre Evangelización y Promoción
Humana?
2. ¿Por qué la Doctrina Social de la Iglesia no es una Ideología?
La solicitud social no ha tenido ciertamente inicio con ese documento, porque la Iglesia no se
ha desinteresado jamás de la sociedad; sin embargo, la encíclica “Rerum novarum” da inicio a
un nuevo camino: injertándose en una tradición plurisecular, marca un nuevo inicio y un
desarrollo sustancial de la enseñanza en campo social.
Ante un cuadro semejante la Iglesia advirtió la necesidad de intervenir en modo nuevo: las”res
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novae” (Cosas nuevas), constituidas por aquellos eventos, representaban un desafío para su
enseñanza y motivaban una especial solicitud pastoral hacia ingentes masas de hombres y
mujeres. Era necesario un renovado discernimiento de la situación, capaz de delinear
soluciones apropiadas a problemas inusitados e inexplorados.
La cuestión obrera es tratada de acuerdo con su amplitud real: es estudiada en todas sus
articulaciones sociales y políticas, para ser evaluada adecuadamente a la luz de los principios
doctrinales fundados en la Revelación, en la ley y en la moral natural.
Esta encíclica enumera los errores que provocan el mal social, excluye el socialismo como
remedio y expone, precisándola y actualizándola, “la doctrina social sobre el trabajo, sobre el
derecho de propiedad, sobre el principio de colaboración contrapuesto a la lucha de clases
como medio fundamental para el cambio social, sobre el derecho de los débiles, sobre la
dignidad de los pobres y sobre las obligaciones de los ricos, sobre el perfeccionamiento de la
justicia por la caridad, sobre el derecho a tener asociaciones profesionales”.
Con este texto, valiente y clarividente, el Papa León XIII confirió “a la Iglesia una especie de
“carta de ciudadanía” respecto a las realidades cambiantes de la vida pública” y «escribió
unas palabras decisivas», que se convirtieron en «un elemento permanente de la doctrina
social de la Iglesia », afirmando que los graves problemas sociales «podían ser resueltos
solamente mediante la colaboración entre todas las fuerzas» y añadiendo también que «por lo
que se refiere a la Iglesia, nunca ni bajo ningún aspecto ella regateará su esfuerzo».
A comienzos de los años Treinta, a breve distancia de la grave crisis económica de 1929, Pío
XI publica la encíclica “Quadragesimo anno” (QA), para conmemorar los cuarenta años de
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Era el período posbélico, en el que estaban afirmándose en Europa los regímenes totalitarios,
mientras se exasperaba la lucha de clases. La Encíclica advierte la falta de respeto a la libertad
de asociación y confirma los principios de solidaridad y de colaboración para superar las
antinomias sociales. Las relaciones entre capital y trabajo deben estar bajo el signo de la
cooperación.
La Encíclica rechaza el liberalismo entendido como ilimitada competencia entre las fuerzas
económicas, a la vez que reafirma el valor de la propiedad privada, insistiendo en su función
social. En una sociedad que debía reconstruirse desde su base económica, convertida toda ella
en la «cuestión» que se debía afrontar, «Pío XI sintió el deber y la responsabilidad de
promover un mayor conocimiento, una más exacta interpretación y una urgente aplicación de
la ley moral reguladora de las relaciones humanas..., con el fin de superar el conflicto de
clases y llegar a un nuevo orden social basado en la justicia y en la caridad».
Pío XI no dejó de hacer oír su voz contra los regímenes totalitarios que se afianzaron en
Europa durante su Pontificado. Ya el 29 de junio de 1931 había protestado contra los
atropellos del régimen fascista en Italia con la encíclica “Non abbiamo bisogno”. (Acerca del
Fascismo y la Acción Católica) En 1937 publicó la encíclica « Mit brennender Sorge »,
“sobre la situación de la Iglesia católica en el Reich alemán”. El texto de la « Mit brennender
Sorge » fue leído desde el púlpito de todas las iglesias católicas en Alemania, tras haber sido
difundido con la máxima reserva.
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Los Radiomensajes navideños de Pío XII, junto a otras de sus importantes intervenciones en
materia social, profundizan la reflexión magisterial sobre un nuevo orden social, gobernado
por la moral y el derecho, y centrado en la justicia y en la paz. Durante su Pontificado, Pío XII
atravesó los años terribles de la Segunda Guerra Mundial y los difíciles de la reconstrucción.
Una de las características de las intervenciones de Pío XII es el relieve dado a la relación entre
moral y derecho. El Papa insiste en la noción de derecho natural, como alma del ordenamiento
que debe instaurarse en el plano nacional e internacional.
La cuestión social se está universalizando y afecta a todos los países: junto a la cuestión
obrera y la revolución industrial, se delinean los problemas de la agricultura, de las áreas en
vías de desarrollo, del incremento demográfico y los relacionados con la necesidad de una
cooperación económica mundial. Las desigualdades, advertidas precedentemente al interno de
las Naciones, aparecen ahora en el plano internacional y manifiestan cada vez con mayor
claridad la situación dramática en que se encuentra el Tercer Mundo.
Juan XXIII, en la encíclica “Mater et magistra” (MM), « trata de actualizar los documentos
ya conocidos y dar un nuevo paso adelante en el proceso de compromiso de toda la
comunidad cristiana ». Las palabras clave de la encíclica son comunidad y socialización: la
Iglesia está llamada a colaborar con todos los hombres en la verdad, en la justicia y en el
amor, para construir una auténtica comunión. Por esta vía, el crecimiento económico no se
limitará a satisfacer las necesidades de los hombres, sino que podrá promover también su
dignidad.
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Con la encíclica “Pacem in terris” (PT), Juan XXIII pone de relieve el tema de la paz, en una
época marcada por la proliferación nuclear. La « Pacem in terris » contiene, además, la
primera reflexión a fondo de la Iglesia sobre los derechos humanos; es la encíclica de la paz y
de la dignidad de las personas. Continúa y completa el discurso de la « Mater et magistra » y,
en la dirección indicada por León XIII, subraya la importancia de la colaboración entre todos:
es la primera vez que un documento de la Iglesia se dirige también « a todos los hombres de
buena voluntad », llamados a una tarea inmensa: « la de establecer un nuevo sistema de
relaciones en la sociedad humana, bajo el magisterio y la égida de la verdad, la justicia, la
caridad y la libertad ».
La « Gaudium et spes » delinea el rostro de una Iglesia « íntima y realmente solidaria del
género humano y de su historia », que camina con toda la humanidad y está sujeta, juntamente
con el mundo, a la misma suerte terrena, pero que al mismo tiempo es « como fermento y
como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios ».
Por primera vez el Magisterio de la Iglesia, al más alto nivel, se expresa en modo tan amplio
sobre los diversos aspectos temporales de la vida cristiana. «Se debe reconocer que la
atención prestada en la Constitución a los cambios sociales, psicológicos, políticos,
económicos, morales y religiosos ha despertado cada vez más... la preocupación pastoral de la
Iglesia por los problemas de los hombres y el diálogo con el mundo».
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Este paso no está circunscrito a las dimensiones meramente económicas y técnicas, sino que
implica, para toda persona, la adquisición de la cultura, el respeto de la dignidad de los demás,
el reconocimiento « de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin ».
Procurar el desarrollo de todos los hombres responde a una exigencia de justicia a escala
mundial, que pueda garantizar la paz planetaria y hacer posible la realización de « un
humanismo pleno », gobernado por los valores espirituales.
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Al cumplirse los noventa años de la « Rerum novarum », Juan Pablo II dedica la encíclica
“Laborem exercens”= Sobre el trabajo humano (LE), al trabajo, como bien fundamental
para la persona, factor primario de la actividad económica y clave de toda la cuestión social.
La « Laborem exercens » delinea una espiritualidad y una ética del trabajo, en el contexto de
una profunda reflexión teológica y filosófica.
El trabajo debe ser entendido no sólo en sentido objetivo y material; es necesario también
tener en cuenta su dimensión subjetiva, en cuanto actividad que es siempre expresión de la
persona. Además de ser un paradigma decisivo de la vida social, el trabajo tiene la dignidad
propia de un ámbito en el que debe realizarse la vocación natural y sobrenatural de la persona.
Con la encíclica “Sollicitudo rei sociales”= Preocupación por la cuestión social (SRS), Juan
Pablo II conmemora el vigésimo aniversario de la «Populorum progressio» y trata
nuevamente el tema del desarrollo bajo un doble aspecto: «el primero, la situación dramática
del mundo contemporáneo, bajo el perfil del desarrollo fallido del Tercer Mundo, y el
segundo, el sentido, las condiciones y las exigencias de un desarrollo digno del hombr ».
La encíclica introduce la distinción entre progreso y desarrollo, y afirma que «el verdadero
desarrollo no puede limitarse a la multiplicación de los bienes y servicios, esto es, a lo que se
posee, sino que debe contribuir a la plenitud del “ser” del hombre. De este modo, pretende
señalar con claridad el carácter moral del verdadero desarrollo».
Juan Pablo II, evocando el lema del pontificado de Pío XII, «Opus iustitiae pax», la paz como
fruto de la justicia, comenta: «Hoy se podría decir, con la misma exactitud y análoga fuerza de
inspiración bíblica (cf. Is 32,17; St 3,18), “Opus solidaritatis pax”, la paz como fruto de la
solidaridad».
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indispensable solidaridad.
Benedicto XVI (2009) con la encíclica Caritas in veritate (La Caridad en la verdad) quiere
iluminar a todos los miembros de la sociedad, en especial para los políticos, economistas,
líderes de la cultura y miembros de los grupos sociales.
Caritas in veritate propuso una meta bien alta a todos los hombres: la de alcanzar en este
mundo globalizado y competitivo un desarrollo que se auténtico; es decir, verdaderamente
humano, y que haga posible, no solo que se viva la justicia, sino que lleguemos a conformar
una genuina fraternidad.
El Papa Francisco (2015), con la encíclica Laudato si (Alabado seas), que toma el nombre de
la invocación del santo de Asís “Alabado seas mi Señor”, que nos recuerda que la tierra es
también como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella
que nos acoge entre sus brazos.
“¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están
creciendo?” (N°. 160). Esta pregunta está en el centro de Laudato si’, la Encíclica del Papa
Francisco sobre el cuidado de la casa común. Y continúa: “Esta pregunta no afecta sólo al
ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario”,
y nos conduce a interrogarnos sobre el sentido de la existencia y el valor de la vida
social: “¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué
trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra?”: si no nos planteamos estas
preguntas de fondo -dice el Pontífice – «no creo que nuestras preocupaciones ecológicas
puedan obtener resultados importantes».
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CONCLUSIONES
AUTOEVALUACIÓN
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REFERENCIAS
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