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UNIVERSIDAD TÉCNICA DE ORURO

Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y

Sociales

CARRERA DE DERECHO “SAN AGUSTÍN”

Los feudos y su fin en el

departamento de Oruro

MATERIA:

SOCIOLOGÍA

INTEGRANTES:

Univ. Gilmar Quisbert Gerónimo

Univ. Edwin Israel Fernández Rubin de Celis

PARALELO: 1V3

DOCENTE: Dr. Castillo Calle Remberto Wilson

GESTIÓN: 2022

ORURO-BOLIVIA
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CARRERA DE DERECHO “SAN AGUSTÍN”

Los feudos y su fin en el

departamento de Oruro

ANTECEDENTES HISTÓRICOS Y CONTEXTUALES.-

El advenimiento del Capitalismo está ligado a la suerte del Feudalismo, que cuando

llega al estado de descomposición, inclusive hay tratadistas que suplen que el

Capitalismo incipiente y el Feudalismo decadente perviven mancomunadamente,

porque las clases sociales imperantes no tienen una nítida diferenciación, sino por el

contrario los resabios de uno parecen darle vigor al otro, de ahí que algunos autores

manifiesten en los albores del Capitalismo todavía se mantiene el Feudalismo que da

los últimos estertores de su existencia. Al vislumbrarse una nueva economía con la

actividad agraria siempre hegemónica, la actividad gremial iba en constante

crecimiento, dando un impulso al comercio y a la pequeña industria que compiten

entre ellos, que persiguen obtener ganancias por encima de la satisfacción de sus

necesidades letales.

La obtención y concentración de capitales es el común denominador en los sitios de

producción.

Paralelamente se produce es despoblamiento de los Feudos, por la huida de los

siervos que cambian de oficio y de beneficio, rompiendo ese cordón umbilical que se

daba entre los señores Feudales y los Siervos provocando de este modo la carencia

de brazos por lo que aquellos que se ven obligados a reducir la reserva señorial,
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dando en alquiler sus tierras a campesinos libres, de contrapartida hay una

concentración poblacional en las ciudades. Los comerciantes acrecientan sus

negocios.

La crisis feudal se agrava con la hambruna que se extendió por toda Europa, fueron

7 años de hambruna, sumándose a todo esto las epidemias, como la peste, los

campesinos hambrientos comían arcilla, cortezas de árboles y asta se dice que hubo

casos de canibalismo.

Las cruzadas fueron el corolario de éstos terribles malestares.

De este modo surgieron nuevas condiciones económico sociales; Inglaterra, España

fueron los escenarios de prugnas transformaciones. Los artesanos de una

especialidad conformaron las corporaciones y los gremios. La acumulación de

capitales facilitó a la burguesía mercantil el control del Poder Político.

Bolivia se mantendrá aún feudal mucho tiempo. Hasta que no estallen grandes

movimientos de masas que la conmuevan desde sus cimientos. Hoy día, es apenas

una desdichada república de cerca de tres millones y medio de habitantes, de los

cuales una insignificante minoría sabe leer, conoce el mundo civilizado, piensa

dificultosamente y se baña. Ya hablaremos en otros capítulos de las causas de este

atraso y el desnivel que acusan ciertos países sudamericanos donde el feudalismo

está más acentuado. Por otra parte, no han existido en Bolivia grandes cerebros que

hayan marcado una época o que pudiera considerárselos como precursores de una

cultura. Los dirigentes son juristas, políticos o generales de corta visión. Aquellos

doctores de la famosa Universidad de Chuquisaca dieron su máximo grito en 1809 y

se extinguieron. En otras repúblicas de América el espíritu liberal florece con cierta

reciedumbre en las vidas y en las páginas escritas de Sarmiento, Alberdi, Cecilio

Acosta, González Prada, Montalvo, Benito Juárez, Lerdo de Tejada, Blanco


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Fombona. En Bolivia —si exceptuamos a Gabriel René Moreno, que vivió desterrado

toda su vida—, los demás escritores apenas si tienen importancia en su propia

localidad. Los de ahora, entre ellos los más ponderados, apoyan el feudalismo y lo

aplauden, sin dejar de expresar por eso cierta vaga idealidad, un “liberalismo” que se

acomode a su expresión en público Prácticamente, en su hogar y en sus

conciencias, coexisten la metafísica y el sistema feudal, trabazón coordinada de

intereses.

Cuando se fundó esta república, tenía más o menos un territorio de tres millones de

kilómetros cuadrados, que lo fué perdiendo, a pedazos, porque en todo el país

jamás; hubo unidad material ni supo crearse un interés colectivo. La minoría directora

habitaba las montañas; su lema era Dios y Patria. Pero su preocupación inmediata

no estaba en las lejanas fronteras sino en someter a sus vasallos indígenas. A pesar

de todas las proclamas de la independencia, los indios permanecían en el servaje y

los grandes hacendados disponían de miles de brazos gratuitos.

“Un territorio con tejado sobre los Andes y faldeos, ríos, bosques y gomales hacia el

interior del continente —dice Rodríguez Mendoza en su América Bárbara—, es un

organismo trágicamente original, cuya historia debe ofrecer una multitud de tipos y

escenas inequivocadamente propias. Existen todos los climas y todos los productos

en este gran riñón suelto y, por consiguiente, sin orientación fija, de difícil

articulación, y en el cual, si los intereses no son contrapuestos, tampoco son

concordantes, porque se trata de regiones ligadas a salidas divergentes y extrañas a

un mismo centro cardíaco. Cada zona del territorio mira hacia un punto diverso, se

da la espalda, tiene otro ambiente físico y, por consiguiente, otros hábitos y otros

intereses” (Pág. 116).

No obstante de estas virtudes indígenas, del material humano inmejorable y de las

posibilidades que tenían en sus manos, los españoles y sus descendientes no las

comprendieron; y lejos de anudar una civilización truncada por la conquista y de


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darle expresión, creyeron que era suficiente una constitución republicana y unos

cuantos decretos para edificar la felicidad de los habitantes del Alto-Perú. Los errores

los estamos viendo hoy día, y las desgracias de Bolivia serán múltiples, puesto que

siempre se tuvo temor de ir a la raíz, de examinar los problemas hondamente y sentir

el dolor de la mayoría explotada.

Los conquistadores trajeron a América diferentes animales, que, en parte, alivianaron

el trabajo rudo del indígena. El caballo, elemento de guerra y de lujo, fué prohibido a

los nativos. No obstante, fué desparramado por los campos y confiados los rebaños

a su cuidado. Se les prohibió, igualmente, que comieran carne de oveja o de vaca,

bajo penas severísimas. Los indios debían concretarse al oficio de pastores, sin

pensar jamás en imitar a sus patrones ni adquirir sus hábitos. Además, el

conquistador, con el singular pretexto de enseñar la religión cristiana, se hizo

adjudicar grandes extensiones de tierras, comprendiendo sus pobladores. En

realidad, éstos, desde el primer instante estuvieron sometidos a su tiránica autoridad

y obligados a trabajar para el patrón.

A la caída del régimen español, los criollos vencedores, después de proclamar

solemnemente la constitución republicana, juzgaron conveniente para sus intereses

mantener el servaje de los indios. El criterio era simplista, análogo al del peninsular:

el indio necesitaba un Señor que velase por él y lo defendiese ante la ley. Los indios

no eran aún personas, no comprendían los intrincados e inicuos procedimientos de

explotación, no podían concebir principios abstractos de libertad e igualdad; por

consiguiente, se les excluía de sus derechos indefinidamente. De esa manera,

siguiendo a la letra, las indicaciones del Papa Alejandro VI, que dudó si los indios de

América eran humanos y estaban en condiciones de recibir el bautismo –buena falta

les hacía para introducirse al cielo y descansar de la explotación en la tierra–, los

criollos vencedores tallaron de un solo tajo su intrínseca personalidad. Al hacerlo se

apoyaban en la lógica de sus intereses y en los prejuicios inherentes, perpetuando


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cruelmente la creencia de que los indios eran buenas bestias de carga pero sin los

cuidados de las bestias. El criollo libertador sustituyó al peninsular, aventajándolo en

felonía.

Siendo Bolivia un país montañoso, no fué introducida la rueda, elemento civilizador,

sino muy tarde. Viviendo los nativos sometidos a sus patrones en una forma absoluta

y tutelar —como los neófitos—, resultaba más barato y económico utilizar el motor

humano para cualquier trabajo y el transporte de artículos. En este sentido, Bolivia se

desarrolló muy poco. Si la minería —que fué explotada desde antaño— no hubiera

intervenido en este desarrollo, es posible que Bolivia permaneciera aún más

atrasada, todavía en la época pastoril y con una agricultura primitiva, insuficiente

para su comercio exterior y sus necesidades. Han sido las minas las que han jugado

un rol importantísimo, y jugarán en el futuro, dependiendo de las cuales, en buena

parte, el éxito de la nueva sociedad boliviana.

La mina no puede ser explotada sin la máquina. Y la máquina eleva el nivel social del

trabajador. Las minas agrupan a su alrededor millares de trabajadores, y éstos

comprenden su fuerza y la manera cómo son explotados. En la propia mina hay una

visión exacta de cuánto puede dar el trabajo físico y su aprovechamiento por el

patrón. De aquí, pues de estos centros mineros han brotado todas las inquietudes, y

de ellos surgirá más tarde el movimiento que estructure todo el altiplano.

A pesar de que las minas, durante mucho tiempo, fueron traba jadas con métodos

primitivos, la explotación, cada vez en mayor escala, impuso un ritmo diferente del

siglo pasado. En otra época el latifundista al mismo tiempo que explotaba la tierra

tenía intereses en la mina. En la época presente los intereses de los mineros ocupan

el primer rango dentro de la. economía y el patrón feudal se encuentra sometido a su

vasallaje.

Encerrada en sus montañas, la población boliviana, oprimida y miserable, no pudo

desarrollarse materialmente ni cultivarse políticamente. Las diferencias de bandería,


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alimentadas por los señores feudales de cada región, por otra parte, impidieron una

mayor vinculación de las clases. Buena parte de su historia es pueril y trágica al

mismo tiempo.

No tiene maestros ni ejemplos de calidad que imitar. Sus modelos de cultura son: o

bien los generalotes audaces y motineros, surgidos en el tumulto de las luchas

caudillistas, o los doctores deshonestos —mezcla confusa de latín y constitución

republicana—, listos a defender sus intereses particulares. Pero no hay duda: quien

venció a ambos fué el minero enriquecido, que impuso luego su influencia. El

comercio en ciernes, sin expansión propia, jamás tuvo influencia considerable,

jugando un rol de segundo orden a la cola de los mineros, a los cuales compraba

letras de crédito sobre Londres y Nueva York.

Manteniéndose el país así, dentro de las viejas normas feudales y caciquistas,

apenas conmovido por el creciente desarrollo de las minas, la explotación de los

trabajadores tenía que hacerse sin escrúpulos. La ley y la constitución —lujo de otros

países más avanzados democráticamente— se habían hecho en Bolivia para ser

violadas. No podía subsistir otra voluntad que la del rico minero o la del señor feudal,

dueño y árbitro en sus haciendas. Aquel que se atreviese a impedir la ley y la

constitución de las violaciones diarias, se exponía a perder la vida. El libro,

considerado como talismán, era un mal consejero y, además, no hacía falta. La

“sabiduría” de los doctores —al servicio del sistema feudal— resolvía todos los

problemas difíciles, aún aquellos de considerar la injusticia un bien, la explotación de

los indios un derecho, y la constitución de la república un simple mamotreto, utilizable

según los casos.

La minoría feudal que sabía leer y escribir tenía horror de pensar, y cuando lo hacía,

ausente de moralidad —o mejor dicho, con su “moralidad”—, resolvía todos los

asuntos a su favor, sintiéndose feliz de haberlos resuelto así, contando siempre con

el apoyo de la religión. “En todas las épocas existieron pobres y ricos, estaba escrito
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en el libro del Señor”. ¿Qué tenía de extraño, pues, que en Bolivia una clase íntegra

de la sociedad estuviese sometida a los más duros servicios? ¡Estaba escrito en el

libro del Señor!

Elementos Sociales

En el extranjero se tiene una idea confusa de lo qué es Bolivia. La mayoría no se

equivoca al pensar que el pueblo del altiplano vive aún una vida feudal, aislado entre

sus montañas, sin contacto con la ola civilizadora del mar, con el extranjero inquieto

y con el libro. Bolivia es un Tibet misterioso donde es posible encontrar todavía los

rastros fehacientes de la colonia, del inkanato y de las más antiguas tradiciones

americanas. Al lado del arado de palo, está, sin embargo, el motor Diessel. Las

minas son la contradicción de la agricultura primitiva. El indio guarda una distancia,

socialmente, de tres siglos al mestizo y al blanco. La vida económica, por

consiguiente, prosigue un ritmo incoherente en la ciudad y el campo. El imperialismo

se ha incrustado en el feudalismo. En la ciudad y en los villorrios habitan el blanco y

el mestizo; en la campaña, íntegramente el indio. El mestizo y el blanco poseen una

mentalidad pseudo—republicana; el indio ignora absolutamente la república.

En realidad, coexisten tres Bolivias perfectamente definidas y marcadas por la

mentalidad de los habitantes, por sus costumbres y aún por los trajes que usan. El

mestizo y el blanco imitan servilmente a Europa, copian sus leyes y sus

constituciones, admiran la civilización occidental con todos sus vicios y virtudes;

particularmente vicios. (No puede imponerse la civilización occidental sin el alcohol,

la prostitución, el juego y la moda). El indio conserva sus costumbres patriarcales, su

amor a tierra y al trabajo agrícola. Como no frecuenta la escuela, su vida está repleta

de supersticiones. Como ignora sus derechos, es simplemente explotado sin

misericordia.

Luchas Caudillistas
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Hasta el año 1879 la guerra caudillesca revistió toda su brutalidad, y la República

Boliviana —mi país— contó en su haber más de ciento cincuenta motines de cuartel,

asonadas y desórdenes, promovidos por las facciones políticas que seguían

incondicionalmente a generales y doctores, ambiciosos de llegar al poder.

Una pequeña lista, trágica y sangrienta, ilustra mejor el comentario. El mariscal José

Antonio de Sucre, segundo presidente de Bolivia, pero virtualmente el primero

después de que el Libertador se alejó del Alto-Perú, fué herido en un brazo por sus

propios soldados colombianos al aproximarse a sofocar una asonada de cuartel. El

general Blanco muere asesinado a los tres días de ser elegido presidente. El

mariscal Santa Cruz se extingue en el destierro. El general Manuel Isidoro Belzu cae

asesinado por el brazo de Melgarejo; pero ya otra vez atentó contra su vida, y lo dejó

tendido a balazos, el general Agustín Morales, salvándose casualmente. El general

Morales, que llega a la presidencia más tarde, fué igualmente asesinado. El general

Melgarejo, que dominó a Bolivia durante seis largos años, desplómase en Lima del

balazo que le asestó su favorito y cuñado Sánchez. El general Córdoba, que ocupó

la presidencia después de Belzu, muere bárbaramente asesinado durante las

matanzas que ordena Yáñez, prefecto de La Paz. El general Hilarión Daza,

presidente durante la guerra que sostuvo Bolivia con Chile, a su regreso del exilio fué

asesinado. El anciano presidente Frías sucumbe tristemente en el destierro, olvidado

de todos, igual que el dictador Linares. El presidente Arce tiene que sofocar revueltas

frecuentes, librándose por azar del veneno y de los atentados. El general José

Manuel Pando fué encontrado despedazado en una zanja, asesinado por hombres

oscuros al servicio de políticos. El presidente Gutiérrez Guerra, derrocado en 1920,

fallece pobremente en el destierro. El tiranillo Siles se libra de la muerte escudado en

el cuerpo de una mujer, la cual paga con su vida. El ex presidente Saavedra,

actualmente vive en el destierro.

El historiador Arguedas divide los períodos de la historia boliviana y les da nombres


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pintorescos: “La época de los caudillos; los caudillos letrados; y, finalmente, los

doctores”. Arguedas examina la superestructura boliviana en su “historia

monumental”, cuyos ocho tomos están nutridos de anécdotas, de chismes e

incoherencias. Arguedas jamás se preocupó de examinar el origen de los males

bolivianos ni le interesó la economía. He aquí por que esta historia monumental, en

ocho tomos, sobre un país en formación, con todos los defectos humanos, no tiene

gran importancia, si exceptuamos la parte pintoresca y calumniosa. En otro sitio nos

ocupamos con mayor detención de su obra. Lo que nos interesa, por el instante, es

probar la influencia del industrial minero en la política, y cómo el caudillismo militar se

subordinó a él, igual que el terrateniente.

Fueron los caudillos Arce y Pacheco, grandes industriales y millonarios, los que

inauguraron la política de preponderancia de la mina sobre la tierra. Hasta entonces

el poder había sido disputado en el propio cuartel, y los presidentes eran ungidos por

sus propios soldados con el beneplácito de los terratenientes. Al aparecer en el

escenario público Arce y Pacheco, los caudillos militares pobres y audaces, muy a su

pesar, tuvieron que inclinarse ante ellos y servirlos, pero no ya en calidad de

primeras espadas, sino de segundones. El último militar, Narciso Campero, dió a su

gobierno un tinte liberal y cedió el poder. El ejército ya no tenía la influencia de

antaño y se encontraba en completa desorganización. Arce, caudillo civil, industrioso

y pacifista, le dió nueva estructura. Lo subordinó a su política conservadora

representó en Bolivia el mismo papel que García Moreno en el Ecuador, siendo,

desde luego, Arce hombre de negocios.

Arce y Pacheco, después del éxito económico de sus minas, formaron partidos

políticos alrededor de sus personas. Tenían nombres sugestivos: partido

constitucional y partido demócrata. Arce, hombre tenaz, inteligente y con un fuerte

carácter, agrupó a la clase feudal y la quiso transformar en burguesía progresista. Le

dió conocimiento. Fué el primero que construyó el ferrocarril boliviano al Pacífico


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para exportar el producto de sus minas. Pacheco, su rival, buscó la alianza de los

descontentos, y, sirviéndose de su dinero, repartido pródigamente, pudo competir

con Arce. Pero ambos partidos eran conservadores, remachados en las viejas y

rancias tradiciones, y sus programas se referían inciertamente a las libertades

políticas. En el hecho, ninguno de los dos, cuando subieron al poder, respetaron

esas libertades ni las canalizaron. Siguieron la regla común y torpe: anular al

adversario, persiguiéndolo sañudamente.

Arce fue el representante típico de las minas. Encarnación de una burguesía

naciente y conservadora que tuvo una influencia considerable hasta el advenimiento

del partido liberal, compuesto, éste, en su mayoría de intelectuales, de abogados, de

gente con cierta inquietud de la época, que reaccionaba contra un gobierno

autoritario, prestigioso y teocrático. Al desarrollo industrial, a las carreteras y

ferrocarriles que Arce hacía en el país, los liberales oponían su programa de

libertades, sus ideas anticlericales mal definidas, sus conceptos confusos,

entresacados de los pocos libros que llegaban de Europa. Pero cuando estos

liberales llegaron al poder, después de una larga lucha y aún batiéndose en guerra

civil, tampoco respetaron ninguna libertad ni cumplieron ningún precepto

democrático, a pesar de que se titularon enfáticamente “doctrinarios”. Eran los

mismos políticos de antaño, con los mismos vicios y complacencias. Su liberalismo

era muy peculiar: consistía en el discurso, el traje y la concesión al extranjero.

Reformaron la constitución y como el primer punto del programa era resolver su

situación personal, a la sombra del poder se enriquecieron, transaron con la Iglesia,

se burlaron de la democracia y, por último, se tornaron más conservadores que las

huestes de Arce.

Ni Montes, ni Pando, ni Gutiérrez Guerra, personajes emergidos del liberalismo,

hicieron obra liberal. Fueron a engrosar la burguesía conservadora e imitaron todos

sus métodos políticos. Se inauguró la política del “chalet”, y La Paz, asiento del
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gobierno, se llenó de calles nuevas y construcciones suizas y vascas, que eran las

residencias de los señores liberales. Todas esas casas y esos “chalets” brotaron de

la entraña presupuestívora. La época de los chanchullos y de los peculados hizo su

aparición con el gobierno liberal. Arce y Pacheco habían gobernado Bolivia gastando

su dinero, corrompiendo al pueblo con sus caudales privados; pero como los

liberales surgidos de las facultades de derecho y medicina, y, en general, de la

pequeña burguesía, no poseían otra fortuna que sus discursos demagógicos,

abrieron para sí las arcas públicas con prodigalidad y se repartieron las prebendas

hasta que fueron derrotados por los republicanos en 1920.

A la par de estas luchas “políticas” alrededor del presupuesto, la industria minera fué

desarrollándose en mayor escala. A la explotación de la plata sucedió la del estaño.

Aparecieron nuevos industriales como los Argandoña, los Lora, los Sainz, los

Ibanergaray, los Arteche, los Díaz y otros, que se sumaron a los partidos

constitucional y demócrata. En el fondo, los industriales dirigían la política y la vida

social, en sus diferentes aspectos, aliados a los terratenientes y abogados, con los

cuales se distribuían las prebendas y los cargos públicos. Nadie, en realidad, podía

surgir con entera independencia en esta maraña de intereses. Era preciso estar con

Arce o con Pacheco, ejes de la política, enmarcados los dos en un fondo

conservador. Las pugnas, como se comprende, no podían ser ideológicas, sino de un

puro sabor caudillista. Los partidarios de Arce se titulaban “negros”, amigos de la

constitución, entusiastas del progreso, remachados en la sacristía. ¿Cómo se

comprendía esto? Además eran pacifistas y se acercaban a Chile después de la

guerra del Pacífico. El partido demócrata de Pacheco, compuesto de gentes que se

decían liberales pero tan conservadoras como las de Arce, querían simplemente el

poder para beneficiarse largamente y con el objeto de que su caudillo Pacheco,

hombre de millones, tuviese la vanidad del mando. Entre Arce y Pacheco no había

diferencia de doctrina, puesto que no existía ninguna. Los liberales surgieron como
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reacción a esta política. Contaban con su juventud, con su audacia y sus discursos

demagógicos. Pero sin el dinero de mineros enriquecidos, tales como los Ramírez,

los Sainz y otros, jamás habrían podido abrirse paso. El general Camacho, líder

máximo del liberalismo, era pobre, igual que Pando y Montes, jefes caracterizados.

¿Qué es lo que hacía la masa popular en los tiempos de Arce y Pacheco? Desde el

comienzo de la historia boliviana la masa oscurecida y sin visión, presta su apoyo a

los caudillos de uno u otro bando. Sometida a los señores, se entusiasma por sus

querellas e intereses, y llegado el caso, da su sangre por los que saben halagar sus

pasiones y estimular sus apetitos. También se habla ocasionalmente de reformas.

Pero ellas jamás se cumplen son olvidadas al día siguiente que los caudillos llegan

poder.

Mas lo evidente es esto: desde el comienzo de la república se delinearon dos

partidos opuestos por clases, por tendencias, por fortunas. Estos partidos sin

doctrina, sin programa, tuvieron, sin embargo, una cierta intuición al explicar sus

contactos: privilegio, de una parte; de la otra, miseria.

Ya desde el tiempo del general Ballivián se notaron estas diferencias. Su partido, por

ejemplo, es de cepa aristocrática, militar. El de Belzu, su competidor y rival, tiene sus

raíces en la entraña popular. El uno es el triunfador de Ingavi; el otro, el caudillo

emergido del pueblo, oscuro soldado que se apoya en las clases humildes y en los

oficiales de baja graduación.

Belzu, nacido en el cuartel, igual que Melgarejo, Daza Morales, no puede ostentar el

prestigio del apellido. Santa Cruz, Ballivián y Linares pertenecen a familias con lustre,

enriquecidas y dirigentes. La inmensa popularidad del general Belzu antes y después

de su gobierno, es preciso buscarlo en su origen plebeyo. Más tarde, los liberales,

para derrocar a los caudillos conservadores vinculados a la tradición, volvieron al

pueblo y le hablaron un lenguaje de libertad embriagador.


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Pero nadie fue tan respetado entre los caudillos conservadores como Arce. Había

subido al poder con muchísimos millones, ganados en sus minas de plata, y quiso

tener el placer de gastarlos en empresas diversas, que nunca supo explotar bien,

arruinándose años más tarde. En su juventud fué muy pobre, trabajó como obrero

para costear sus estudios y se abrió paso demostrando un carácter de hierro y una

voluntad a prueba. De familia estimable y distinguida, aunque desestimada, Arce, a

pesar de su inmensa fortuna, fué amable y demócrata a su manera. Al descender de

la presidencia notó que había gastado toda su fortuna, enriquecido a algunos,

corrompido otros y agotado sus energías. Los liberales le acusaron implacablemente

de corruptor y tirano. Nunca le dejaron en paz y por todo el país sembraron la

conspiración y el desorden. El anciano sofrenó a todos sus adversarios, empleó

cuantos métodos de seducción tuvo a su alcance, y muchas veces su mano férrea

hizo apretar algunas gargantas. Triunfó, convirtiéndose en el único elector, dueño y

señor de sus huestes conservadoras y del país. Arce, para los liberales, no sólo era

el presidente clerical, enemigo del pensamiento libre, sino también el “amigo de

Chile” —arma que se esgrimió en contra de su gobierno con singular perfidia—,

aprovechándose de los estrechos contactos que tenía su firma minera con hombres

de negocios de aquel país. Los liberales, en la oposición, se titulaban patriotas y

puritanos, exagerando su extraordinario interés por las libertades y el bien público.

Treinta y tantos años después el partido republicano —compuesto de todos los

deshechos de los demás partidos—, para derrocar a los liberales les hacía las

mismas acusaciones que ellos le hicieron a Arce, de ser amigo de Chile. Se repitió a

las masas, el año 20, que Montes y Gutiérrez Guerra estaban vendidos a este país y

subordinados a sus intereses. Y había un pie de referencia en los negocios que

realizaba el presidente Montes y la facilidad que tenían los chilenos para explotar

minas en Bolivia.

La ingenuidad y la ignorancia de la masa boliviana ha sido aprovechada por los


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caudillos en su beneficio, engañándola groseramente en el instante de asaltar el

poder. Los artesanos, maestros de taller, en el fondo pequeños burgueses —con las

mismas aspiraciones de los burgueses y su espíritu individualista–, tuvieron siempre

una inconstancia política, prendidos a la cola de los latifundistas y patrones mineros.

No hicieron una política diferenciada ni hablaron de sus propios intereses. El

artesano creía en la heráldica de los señores y respetaba sus escudos que se

perdían en la noche de los tiempos. Se avergonzaba de ser obrero, y lo que más le

hería era el calificativo de “Cholo”. Prefirió cobijarse bajo el ala del caudillo de sus

simpatías y luchar por sus éxitos políticos. Si triunfaba él, triunfaba su pasión. Si

perdía. moría con gusto, vivando a su hombre. En la persona del caudillo estaban

significados para él la patria, el civismo, la energía y su interés. Sumiso, llegaba

hasta sus plantas, y le rendía admiración.

Alguna vez —y eso en éstos últimos tiempos— al artesano más obsecuente o al que

se distinguió por su combatividad, se le eligió concejal o se le dió un

cargo :honorífico, de tal manera que estuviese representado el “pueblo” . . . Pero

nunca, en las cámaras, llegó a sentirse un obrero genuino, fiel intérprete de su clase

y de sus aspiraciones. Ni artesanos ni indios ingresaron al parlamento: les estaba

prohibido. Y si alguna vez, por rara casualidad, emergió un hombre de la plebe,

generalmente dúctil y de poca inteligencia, los bandos caudillistas lo absorbieron en

sus filas, tallando su personalidad con el halago y la seducción. A los otros, a los que

lucían un fuerte carácter, les estaba señalado el destierro y la prisión. Iturralde,

caudillo conservador, se atrevió a decirle a un líder obrero, cierta ocasión, que su

banca de diputado –honesta y legalmente ganada, en disputa victoriosa contra los

dos partidos tradicionales–, estaba reservada para los “caballeros” . . . Se le invalidó,

por consiguiente, su acta de representantes. ¡Iturralde fué aplaudido por sus colegas!

...

Todo ha girado en Bolivia, como es natural, alrededor de intereses privados. Los


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caudillos no sólo se han servido de las masas, más o menos disculpables por su

ignorancia, sino que han utilizado a los profesionales, a los intelectuales y

periodistas. El artesano, como acabamos de ver, abundante en las ciudades y

villorrios bolivianos, no se ha independizado de la burguesía completamente. Ha

integrado sus filas sin recibir recompensa alguna, aún despreciado y miserable.

El caudillo ha sido y es el reflejo de una época. Inútil negarlo. Su influencia perdura

en Bolivia y en muchos países sudamericanos con la vibración tan particular de este

continente. Unas veces surge de entraña conservadora y católica y defiende

ferozmente los intereses de su rango; otras, cuando se debilita la clase opresora o

sufre lesión pasajera, aparece el caudillo popular, demagógico, y toma el poder.

No hay duda que en estas luchas caudillescas el capital extranjero arroja sus cartas

al ganador. Chilenos e ingleses tuvieron fuerte influencia desde el tiempo de Arce,

como hoy día los norteamericanos, esqueleto y alma de la mínima burguesía

nacional.

Si en el pasado vemos disputarse el predominio dos caudillos enriquecidos en las

minas: Arce y Pacheco, hoy día la corriente política gira alrededor de Patiño y

Aramayo —con sus satélites—, los cuales influyen poderosamente por medio de sus

diputados, senadores y presidentes, evitándose de esta manera las

responsabilidades personales. Así, cuando es derrocado un presidente en Bolivia, los

millonarios no aparecen comprometidos. Pero inmediatamente se apresuran a

felicitar al nuevo gobernante emergido de la elección fraudulenta o del motín.

Amarrados a una serie de negocios grandes y pequeños, ninguno de los presidentes

últimos hizo una política contraria a los intereses de los millonarios. Patiño opina con

terrible insolencia sobre tal o cual candidatura presidencial, insinuando sus antipatías

o sus singulares preferencias. Aramayo hace lo mismo. ¡Bolivia es una hacienda! En

cuanto a la masa popular, continúa aún manejada por republicanos y liberales. Pero

ya desde 1920 brotó en las minas, entre los obreros, los estudiantes y los espíritus
UNIVERSIDAD TÉCNICA DE ORURO

Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales

CARRERA DE DERECHO “SAN AGUSTÍN”

más inquietos, un germen de descontento, que diaria y tenazmente ha ido creciendo,

hasta formar cierta conciencia proletaria. Es de aquí, de esta minoría, que se orienta

trabajosamente, de donde surgirá la llama que alumbre a la enorme masa explotada

en su ruda lucha de liberación.

EL FEUDALISMO EN ORURO

Es el resultado de la consecuencia que se explica anteriormente en la ciudad de

Oruro, el mismo proceso de Feudalismo con toda su teoría e historia, como

antecedentes son procesos económicos, que se hicieron los terratenientes, y van de

la mano, siempre que se encuentra terratenientes son producto de un sistema feudal,

que no hasta hace mas de 80 años desde la reforma agroambiental en Bolivia se vio

significativamente un cambio, en nuestro departamento existieron tierras feudales a

manos de terratenientes empleados de colonos españoles.

No podemos hablar solo del centro de la ciudad al hablar de feudalismo siendo que

en cada comunidad debidamente fundada existían feudales para hacer trabajar a

muchos campesinos sus tierras para sobrevivir, existiendo violencia e injusticia en

cuanto a la distribución de la comida o de las tierras. Por eso y mucho más, en la

ciudad se da un claro ejemplo y más conocido y popular de la zona norte, que un

terrateniente donó a sus trabajadores dentro del feudo es decir campesinos con sus

propias familias, dividieron la zona norte por hectáreas inmensas de tierra, que con el

tiempo fueron vendidas y una pequeña hacienda finca que habitan caballos y demás

animales demuestran la antigüedad de los tiempos del feudalismo y su impacto

geográfico, económico, en nuestra ciudad que no está bien distribuida, peor con el

tiempo que han ido loteando muchos espacios, que no permiten el desarrollo ni

correcta distribución de los recursos entre todos los Orureños.


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Porque el feudalismo sigue y permanece no en sentido literal simplemente en las

actitudes mediocres y egoístas que poseen los gobernantes y personas que

adquieren cargos públicos, que ninguna capacitación y formación reciben y por eso

ninguna solución, apoyo, o proyecto pueden brindar, creando desconfianza, y burla

en nuestra sociedad de profesionales que son más de un millón en toda Bolivia año

tras año y ninguno ni en conjunto pueden solucionar el problema del feudalismo

impuesto por unos cuantos españoles, dándonos a entender que somos

manipulables y siempre incurrimos en el error de no poder salir de un conflicto.

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