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15 DE DICIEMBRE DE 1954 .
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VI
FREUD, H EG EL Y LA M AQUINA
El instinto de muerte.
Racionalismo de Freud.
Alienación del amo.
El psicoanálisis no es un humanismo.
Freud y la energía.
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del sujeto. Es una especie de reacción, cada vez que se habla del
sujeto.
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lita del otro día, lo cual estaba muy lejos de mis intenciones. No
les dije que el reflejo de la montaña en el lago era un sueño del
cosmos, pero podrían encontrar esto en Fechner.
Descarga y retorno a la posición de equilibrio: esta ley de re
gulación vale para los dos sistemas, postula Freud. Pero por eso
mismo se ve llevado a preguntarse: ¿cuál es la relación entre estos
dos sistemas? ¿Se trata simplemente de que lo que es placer en
uno es displacer en el otro, y a la inversa? Si los dos sistemas fue
ran inversos el uno del otro tendría que llegarse a una ley general
de equilibrio, y, por una vez, habría un análisis del yo que sería
el análisis del inconsciente al revés. Este es, considerado en
forma teórica, el problema que planteé hace un momento.
Aquí Freud se percata de que algo no satisface el principio
del placer. Se percata de que lo que sale de uno de los sistemas
—el del inconsciente— tiene una insistencia, ésta es la palabra
que quería introducir, muy particular. Digo insistencia porque
la palabra expresa bien, de una manera familiar, el sentido de lo
que en francés se tradujo por automatismo de repetición, Wie-
derholungszwang. La palabra automatismo nos trae los ecos de
toda una ascendencia neurológica. No es así como debe enten
dérselo. Se trata de compulsión a la repetición, y por eso creo
hacer algo concreto introduciendo la noción de insistencia.
Este sistema tiene algo que molesta. Es disimétrico, no pega.
Algo escapa en él al sistema de ecuaciones y a las evidencias per
tenecientes a las formas del pensamiento del registro de la ener
gética, instauradas a mediados del siglo diecinueve.
Anoche el profesor Lagache les soltó, quizá con cierta rapi
dez, la estatua de Condillac. Nunca insistiré suficientemente
que relean el Tratado de las sensaciones. Ante todo porque es una
lectura absolutamente encantadora, de un estilo de época inimi
table. Verán allí que mi estado primitivo de un sujeto que está en
todas partes, y que en cierto modo es la imagen visual, tiene su
ancestro. En Condillac, el aroma a rosas parece un punto de par
tida perfectamente sólido del que hay que extraer, aparente
mente sin la menor dificultad, cual conejo del sombrero, toda la
edificación psíquica.
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Es exacto.
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Creo que para Hegel todo está siempre ahí, toda la historia está
siempre actualmente presente, en vertical. De otro modo, sería un
cuento pueril. Y de lo que se trata con el saber absoluto, que efec
tivamente está ahí, desde los primeros idiotas del Neanderthal, es
que el discurso se cierre sobre sí mismo, que esté enteramente de
acuerdo consigo mismo, que todo lo que puede ser expresado en
el discurso sea coherente y justificado.
Aquí voy a hacer un alto. Marchamos paso a paso, pero para
avanzar con seguridad es mejor hacerlo con lentitud. Esto nos
conducirá a lo que buscamos: el sentido, la originalidad de lo que
aporta Freud en relación con Hegel.
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ya que después del Discurso del método tuvo que pasar mucho
tiempo para que hubiese uno verdadero, uno bueno, con pén
dulo, el de Huyghens: aludí a esto en un texto mío. Ya se
disponía de algunos que funcionaban a pesas, y que, año
bueno, año malo, con todo encarnaban la medida del tiempo.
Fue preciso sin duda haber recorrido un cierto espacio en la
historia para darnos cuenta hasta qué punto es esencial para
nuestro ser-ahí, como se dice, saber el tiempo. Por más que se
diga que este tiempo no es quizás el verdadero, se va cum
pliendo ahí, en el reloj, que lo hace solo, como una persona
mayor.
N o podría aconsejarles demasiado la lectura de un libro de
Descartes que se llama Del hombre. Lo conseguirán barato, no
es un trabajo de los más apreciados, les costará menos que el
Discurso del método, caro a los dentistas. Hojéenlo, y verifi
quen que lo que Descartes busca en el hombre, es el reloj.
Esa máquina no es lo que un vano pueblo piensa. N o es
pura y simplemente lo contrario del viviente, el simulacro del
viviente. El hecho de que se la haya fabricado para encarnar
algo que se llama tiempo y que es el misterio de los misterios,
debe ponernos en el camino. ¿Qué es lo que está en juego en la
máquina? El hecho de que para la misma época un tal Pascal se
hubiese dedicado a construir una máquina, todavía muy mo
desta, de hacer sumas, nos indica que la máquina está ligada a
funciones radicalmente humanas. No es un simple artificio,
como se podría decir de las sillas, de las mesas y de los otros
objetos, más o menos simbólicos, en medio de los cuales habi
tamos sin darnos cuenta de que son nuestro propio retrato.
Con las máquinas es diferente. Los que las hacen ni se sospe
chan hasta qué punto están del lado de lo que realmente somos.
El propio Hegel se creyó algo así como la encarnación del
Espíritu en su tiempo, y soñó que Napoleón era la Weltseele, el
alma del mundo, el otro polo, más femenino, más carnal, de la
potencia. Pues, bien, los dos se distinguieron por haber desco
nocido completamente la importancia de un fenómeno que en
su época comenzaba a despuntar: la máquina de vapor. Sin
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12 DE ENERO DE 1955.
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