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los sueños, los síntomas).

Tienen la misma mecánica de


elaboración y esta mecánica de elaboración es el signi­
ficante.
Encontramos así un principio que Freud nunca aban­
dona y que por otra parte parece lo bastante importan­
te, ya que es el modelo de toda manifestación del incons­
ciente. Sería entonces un principio general de interpre­
tación, puesto que en el campo psicoanalítico uno debie­
ra estar siempre atento para interpretar según este me­
canismo, y esto sería lo peculiar del psicoanálisis. Ni in­
terpretar en el sentido de comprender al paciente, ni ha­
cer análisis de conducta para ver qué es lo que más le
conviene, con recomendaciones sobre lo que ve y lo que
no ve de lo real, sino atender a los momentos en que la
manifestación da pie a una interpretación cuyo mecanis­
mo debe ser el del chiste.
Así, no habrá campo psicoanalítico sin significante y,
por lo mismo, sin significante en el diálogo. Esto quie­
re decir que hay diálogo psicoanalítico cuando en la pa­
labra del paciente se escucha la emergencia del signifi­
cante. Para hacerlo no hay que escuchar lo que el pa­
ciente dice. Cuando se comenta, “me estoy analizando,
tengo un analista muy bueno, me escucha todo”, no se
analiza muy bien. Mucho más grave es decir “mi psico­
analista me comprende”: aquí no se ana iiza para nada.
Para ver en qué consiste la operación analítica, cómo se
constituye, demos un ejemplo: “Papá, me siento mal”. La
actitud no analítica, sería tratar de comprender qué le
sucede para ayudarle. Lo analítico sería decir: “Siénta­
te bien”. La interpretación, si ustedes quieren, por de­
cir algo, tiene que ver con el trasero, con el erotismo anal.
En este punto se ve el desvío por el doble significado de
la palabra. Aquí, un campo psicoanalítico se constituye.
Vemos entonces que el significante cumple las dos con­
diciones fundamentales. Es lo suficientemente perma­
nente y define el campo en cuestión. Pasemos entonces
a estudiar el significante, que es nuestro primer punto.
Esto nos pone ante tres textos de Freud plagados de

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ejemplos de este tipo: El chiste y su relación con lo in­
consciente, La psicopatología de la vida cotidiana y La
interpretación de los sueños. Nos decidimos a comenzar
por La interpretación de los sueños, pues el sueño tie­
ne dentro de !a sesión psicoanalítica un lugar de privi­
legio. Es un material importante.
En este texto, de 1901, encontramos resumidos cier­
tos conceptos (contenido manifiesto, ideas latentes, con­
densación, desplazamiento, sueños infantiles, etc.), pero
lo importante es la distinción que hace Freud de tres ma­
neras de analizar un sueño. Una sería la manera anti­
gua, popular, donde se interpreta el sueño globalmen­
te. (Ejemplo: Siete vacas flacas son siete años de pobre­
za.) Al todo del sueño, corresponde un todo de signifi­
cación. La segunda forma sería interpretarlo como un
todo susceptible de ser dividido en partes, pero tratan­
do a cada parte del sueño como un símbolo con signifi­
cado preestablecido. (Ejemplo: Una cajita sería el geni­
tal femenino; un gato negro, mala suerte.) Y la tercera
manera seria la del psicoanálisis, donde se trata de sec­
cionar de otra forma. De ahí la idea del cristal, que cuan­
do se rompe cada una de sus partes conserva una ar­
monía formal. Con cada parte, en lugar de conectarla con
un símbolo preestablecido, se hace asociar al paciente y
esta asociación muestra conexiones con distintos acon­
tecimientos del pasado. Se forma así un árbol de cone­
xiones donde, por ejemplo, un mismo fragmento del
sueño lleva a dos recuerdos, y un mismo recuerdo está
representado dos veces en el material manifiesto. Una
verdadera arborización de relaciones. Cada uno de es­
tos nudos conecta con otro del modo más imprevisible.
Pero cuando analiza uno de sus propios sueños, pla­
gado de asociaciones, Freud se detiene y dice que si si­
guiera adelante todo ese montón de asociaciones con­
cluiría en un solo punto (modelo en forma de paracaídas,
donde todos los puntos convergen en uno). Mas aquí se
detiene y se disculpa diciendo que ese punto no lo va a
revelar porque pertenece a su vida íntima. Nos pregun­

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tamos si realmente Freud no lo quiere contar por razo­
nes de índole personal o si hay alguna otra razón. Y en
tá! caso, cuál podría ser. En primer lugar, si no hubie­
ra motivos de reserva personal, ¿podría ser contado? Si
Freud fuera audaz en ese momento, ¿podría contar cuál
es ese punto hacia donde convergen todos los otros?
Podríamos contestar que sí o que no, que no se puede
nombrar ese punto por alguna razón, tal vez porque ese
punto ultimo no es un acontecimiento de algo realmen­
te ocurrido, sino que podría pertenecer a otro orden de
hechos —y no estoy hablando de misterios—.
Podemos comenzar a contestar que, en efecto, no es
que Freud no lo quiera contar por motivos de reserva
personal sino por un motivo metodológico, una razón
teórica, y la razón teórica podría ser que si este punto
pudiera nombrarse, tendría que haber un acontecimien­
to, algo realmente ocurrido, digamos un accidente. Pero
en la medida en que ese punto ubicado aquí al final,
uniendo todos los hilos, tenga una significación, querrá
decir que en verdad tiene por sí mismo fuerza causal
como para producir todo lo demás. Y en la teoría psico-
analítica, este punto, acontecimiento real con capacidad
para causar el conjunto de los hitos fundamentales de
la vida del sujeto y determinarlos a todos, se llamó “trau­
ma”. La teoría es entonces la del trauma, acontecimien­
to que ha tenido en el pasado una fuerza tan tremen­
da como para determinar todo lo demás.
Sabemos que Freud había adoptado la teoría del trau­
ma, pero que muy pronto la abandonó. Lo que había des­
cubierto era que había un trauma infantil fundamental
y pensó que determinaba todas las neurosis. Descubrió
la relación entre la neurosis y la sexualidad, y pensó que
un trauma de tipo sexual ocurrido en la infancia era de­
terminante. Ese trauma era algo soportado por el niño
en relación con el adulto: una seducción sexual. Freud
había dicho que según la actividad o la pasividad en el
trauma de seducción con el adulto había neurosis obse­
siva o histeria. En la neurosis obsesiva el trauma había

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sido activo y en ia histeria había sido pasi vo. Pero en
1897, en una carta a Fliess,6 le confiesa que toda su
“neurótica” (así llamaba a su teoría) se viene abajo, ya
que había descubierto que los pacientes mentían. Todos
los historiadores del psicoanálisis coinciden en ver ahí
un momento fundamental en la teoría, pues Freud no
se desilusiona, ya que a pesar de tener que destruir toda
su “neurótica” ha descubierto algo nuevo. Así estos trau­
mas, aunque no fuesen reales, tenían importancia. Y
aparece entonces en la teoría el concepto de “fantasía”.
Es decir que los traumas no habían ocurrido, habían sido
fantaseados y tenían fuerza causal en tanto que fanta­
seados.
Estas fantasías, muy antiguas en la vida del pacien­
te, muy primitivas, las llamó después “fantasías origi­
narias”. Más tarde Freud distinguió tres fantasías ori­
ginarias fundamentales, muy primitivas y absolutamen­
te constitutivas de la estructura del sujeto. Son:

— La de “seducción”, que acabamos de nombrar: ha­


ber sido seducido por un mayor, según el modelo de los
padres.
—La “escena primaria”: fantasía referida al coito de
los padres (con distintas significaciones).
—La de “castración”.

Así pues, Freud no podía contar cuál era el punto en


cuestión, en primer lugar porque el trauma no remitía
a algo que pudiera ser contado, sino a algo fantaseado.
Y en segundo lugar, porque ese algo no era una sola cosa
fantaseada, sino tres, y las relaciones entre ellas.
En este último punto, si nos preguntamos por la cau­
sa de una estructura neurótica, la teoría psicoanalítica

6. En la carta del 21*9- [897, Freud escribe: “Ya no creo en mis neuróticos".
Véase: Los orígenes del psicoanálisis en Obras Completas, Madrid, Biblioteca
Nueva, 1975, 3a. ed., tomo III, pág. 3578.
En adelante, las referencias de las obras de Freud corresponden a esta
edición.

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nos dice: es una fantasía, pero una fantasía en la que
se intrincan tres, se entrelazan tres, produciendo una es­
tructura necesaria en la constitución de todo sujeto.
Podemos contestar entonces que Freud no pudo con­
tar cuál era ese punto, ante todo porque ese punto no
era un punto, sino que era una relación entre tres: era
una estructura, una relación entre tres fantasías. Deci­
mos fantasía en el sentido de una estructura, en el sen­
tido de una relación. Y a esta estructura se le llamó “com­
plejo de Edipo”.
Por eso en ese punto, en el extremo del paracaídas,
coloqué el significante, pues a través de este modelo el
significante nos lleva a reflexionar sobre el Edipo.
En La Interpretación de los sueños encontramos las re­
laciones de los nudos entre sí, pero no la referencia que
funda la conexión entre los nudos.
Por lo tanto necesitamos encontrar el comp ejo de Edi­
po en la teoría de Freud. Y a eso vamos, sabiendo que
en Freud no hay ningún textoísalvo dos excepciones, que
no sirven para estudiarlo, ya veremos por qué) en el cual
esté tematizado explícitamente el problema del comple­
jo de Edipo.
Llegados a este punto vamos a pasar a hablar de La-
can, para poder más adelante retomar esto donde lo he­
mos dejado.
Ustedes ya saben ahora las cosas fundamentales, que
son: las partes que tiene el programa, las razones del co­
mienzo y —a partir del libro sobre los sueños— por qué
tenemos que ir a estudiar el complejo de Edipo.

26
2. EDIPO: FALO Y CASTRACION

Al tratar de buscar el complejo de Edipo en los libros


nos encontramos con la dificultad de que en los traba­
jos de Freud no se encuentra específicamente tratado;
sólo hay un texto en el que aparece explicitado: ‘La di­
solución del complejo de Edipo’', trabajo en el que, por
decirlo de algún modo, el complejo de Edipo se disuel­
ve. Alguien podría decir que esto no es del todo cierto,
puesto que existen dos textos:

• El capítulo ÍII del El yo y el ello y


• El capítulo I de El presidente Wilson.7

Pero es que tanto en un caso como en el otro vemos


que no son buenos textos para estudiar el complejo de
Edipo, por la siguiente razón: en el capítulo I de El yo
y el ello se estudia el complejo de Edipo pero en rela­
ción con el problema de las identificaciones; incluso el
tema fundamental es el de las identificaciones. Así, uno
lee el complejo de Edipo aquí —la ligazón afectuosa de
un hijo con un padre, las relaciones con el otro padre,
las identificaciones con ei uno y con el otro..., etc.— y
cree entender, pero ahí hay un problema que es preci­
samente el concepto de identificación.
Resultará difícil de entender qué es el Edipo en la

7. S. Freud-S. Bu Hit: El Presidente Thnmas Woodrow Wilson. Un estudio


psicológico (1966), edición en español en Ed. Letra Viva, 1973.

27
perspectiva de las identificaciones, si uno no tiene ya de­
sdido de antemano qué es una identificación. Y puede
>er malo aprender cosas que tienen muchos supuestos.
Lo mismo se puede decir del capítulo I del libro sobre
ú presidente Wilson, donde se define el complejo de Edi­
po sobre el fondo de las ambivalencias en que se produ­
ce; y es difícil entenderlo si uno no tiene decidido de an­
temano qué son las ambivalencias.
Por ello hemos dicho que estos dos textos no eran bue­
nos para comenzar. Y ahora surge precisamente este otro
problema: cómo comenzar a entender el Edipo. Para ha­
cerlo, establecemos una especie de código, una catego-
rización. Vamos a hablar de:

A. Edipo reducido o simple.


B. Edipo amplio.

Dentro del Edipo reducido podríamos ubicar la defi­


nición clásica del complejo de Edipo: la ligazón libidinal
amorosa con el padre del sexo opuesto y, simultáneamen­
te, la reacción hostil para con el padre del mismo sexo.
Al mismo tiempo, también podríamos poner dentro del
Edipo reducido lo que se lama el Edipo invertido o ne­
gativo. El que acabamos de describir era un Edipo he­
terosexual, mientras que la ligazón libidinal amorosa
que une al hijo con el padre de! mismo sexo, junto con
la ligazón hostil con el padre del sexo opuesto, sería un
Edipo homosexual.
Luego podríamos ubicar aquí lo que se llama el Edi­
po completo, o sea, el Edipo bisexual. Para Freud, en todo
complejo de Edipo hay un Edipo completo: ligazón amo­
rosa con el padre del mismo sexo y ligazón amorosa con
el padre de sexo opuesto, más ligazón hostil con el pa­
dre del mismo sexo y ligazón hostil con el padre del sexo
opuesto. Es decir, la suma de las dos formas.
Las tres estructuras anteriormente descritas son ubi-
nulas en el Edipo reducido por la siguiente razón: por-
ipir en estos casos sólo se tiene en cuenta la relación en-

'2H
tre tres personajes o tres roles; ya sea invertido, posi­
tivo o completo, sólo hay relaciones de tres personajes.
Por ello, dentro del Edipo ampliado tenemos que bus­
car otras cosas, que haya más de tres personajes o más
de tres cosas:
w

a) El caso en que, en la consideración del complejo de


Edipo, debamos introducir, para entender qué esta pa­
sando, al padre del padre: al abuelo.
Esto ya está introducido de hecho, por lo menos por
Freud, cuando decía que el superyó no es solamente el
padre, sino el padre del padre. Así, encontramos ya un
personaje más, que es el abuelo.
b) Cuando leamos el trabajo sobre la sexualidad feme­
nina se verá que para Freud el hijo es respecto de la mu­
jer un personaje fundamental. Ahí tenemos, pues, otro
personaje: el hijo del hijo o el hijo de la hija.

Ahora no hablaríamos ya de más personajes, sino de


aquello que mueve las relaciones entre los tres persona­
jes. O sea, lo que funda el movimiento del complejo de
Edipo: el falo. Si esto es cierto tendríamos aquí algo que
es como la base del complejo de Edipo. Y si esta base
es cierta, también aquí estaría el fundamento de la neu­
rosis, el falo como fundamento del fundamento de la neu­
rosis. De modo que tendríamos que ir a buscarlo a los
textos freudianos inmediatamente comenzando a estu­
diar el falo en la obra de Freud. Y ahora sí que pode­
mos volver a los textos, que nos hacen señas con encan­
to y, en lo que a esto se refiere, se ordenan solos.
En primer lugar, podemos ir a los textos de Freud de
una época específica y especialmente importante: textos
del año 1923 y 1931, en particular los textos sobre se­
xualidad femenina.8

8. “Sóbrela sexualidad femenina" (1931), Tomo III, pág. 3077, y lec­


ciones introductoriasal psicoanálisis (1932), Tomo III, pág. 3164, capítulo: “La
femineidad".

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Llama la atención que la temática fálica tenga espe­
cial relevancia en el desarrollo y la sexualidad de aquella
a quien casualmente le falta el pene.
En el primer texto, el de 1923, el falo tiene especial
importancia. Lo fundamental estriba en que Freud ya
había descubierto la función del falo, 9 pero aquí adquie­
re estatuto de fase. Se habla ya entonces, en 1923, de
“fase fálica”. ¿Qué quiere decir que hay una fase fálica?
Que al esquema del desarrollo que Freud había carac­
terizado por lases —que tenían para él un rigor, una ne­
cesidad, como si fuese biológica— tales como la fase oral,
anal y genital, se añade ahora una nueva fase: la fase
fálica. fas ¡ases quedan así: oral, anal, fálica, genital.
De este modo, en ese artículo de 1923 —“La organiza­
ción genital infantil”— el falo es elevado a estatuto de
fase.
Contestemos ahora a la pregunta: ¿Qué es el alo? En
primer lugar, el falo no es el pene. Esto es muy impor­
tante. ¿Qué es entonces? Para usar una frase de Freud
diríamos que el falo es la premisa universal del pene.
Esto se refiere a la creencia infantil —la premisa que
mantiene el niño— de que todo el mundo tiene pene, de
que sólo hay seres con pene. Y esto f evado al extremo,
seres en el sentido más general, es lo que induce a Jua-
nito en la primera etapa de su existencia a decir que to­
dos los animales tienen pene, e incluso que hasta los ob­
jetos lo tienen. Pasado un tiempo, Juanito dice: “No, las
mesas no tienen pene”, “los seres humanos tienen pene”.
Pero entonces les asigna el pene a todos los seres hu­
manos: a los hombres, a las mujeres, a los niños y a las
niñas.
Así, para Freud, el falo es una premisa que se da como
de antemano y cuyo origen —de dónde le viene esto al
niño— es desconocido. La cuestión es que el niño se pone
en posición de no querer conocer la evidencia de los
9. Cf, S. Freud, “Las teorías sexuales de los niños” (1908,) y “Análisis de la
fubia di- un niño de cinco años Caso Juanito” (1909). Referencias más ade­
lante
hechos. Y surge, a partir de la experiencia que demues­
tra la diferencia de los sexos, el intento de explicar por
qué en un sexo falta el pene. Y partiendo de las fantasías
primarias, según las cuales todo el mundo lo tiene, en­
tonces las niñas, que descubren que no lo tienen, querrán
¿merlo, y los niños, que lo poseen descubriendo a su vez
que hay seres a quienes les falta, temerán perderlo.
Surge así en la temática freudiana que:

• La mujer envidia a quien tiene el pene, fantasea lle­


gar a tenerlo o cree que todavía lo tiene (como en la épo­
ca fálica y de latencia).
• El hombre teme perderlo.

Estos dos puntos son los que definen el complejo de


castración.
En la mujer, el complejo de castración recibe el nom­
bre de “envidia del pene”. Y en el hombre, “amenaza de
castración" o “complejo de castración".
Nos detendremos ahora —después de recomendar la
lectura concienzuda de “La organización genital infan­
til”— para pasar a Lacan.

31
3. UNA MAQUETA DEL COMPLEJO DE EDIPO

Al pasar en este punto a Lacan, volveremos a encon­


trar, de alguna manera, la temática fálica. Y cuando la
encontremos de nuevo, entraremos otra vez en los tex­
tos de Freud.
Diremos, primero, unas palabras generales sobre La-
can. Aparece como alguien que tiene fama de organizar
el psicoanálisis a partir de la lingüística. Si bien esto tie­
ne muchos matices, lo que hay que decir es que uno de
los términos más usados por Lacan es el de '‘significan­
te”1, que trataremos de definir mínimamente.
El término “significante” proviene de Saussure. Saus-
sure dice que todo “signo” tiene dos caras: significante
> significado. Para Saussure, el significante es la ima­
gen fónica de la palabra; es la palabra misma en tan­
to imagen fónica que uno tiene capturada por el oído.
Por ejemplo, “caballo” es sólo un conjunto de fonemas
que se ordenan de cierta manera, Pero lo que oímos al
decir “caballo”, la imagen fónica, ése es el significante.
El significado, lo que esa imagen fónica significa, es el
concepto “caballo”; la imagen psíquica que ahora tengo
del concepto “caballo”.
La revelación fundamental que aquí nos hace Saus­
sure es que la relación que va de la imagen fónica al con­
cepto es una relación arbitraria. Así, no existe ninguna
razón para llamar “caballo” al caballo, como se demues-
ira, en primer lugar, si comparamos dos lenguas. Nos

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preguntamos: ¿qué tiene el caballo de “caballo”? ¡Pues
nada!, porque otra nenita llama horse a) caballo. Así, la
palabra en sí misma, ¿qué conexión tiene? Ninguna. Es
arbitraria. Lo que por otra parte ya demostramos en
nuestra anterior definición de significante, porque vimos
que un complejo fónico como “tomar” remite tanto a uno
como a otro concepto: en un caso, darse un baño, en otro
caso, agarrar, robar.
Lo importante, entonces, es que la palabra “significan­
te" viene, en la esfera de la lingüística, a significar, en
virtud de esa arbitrariedad señalada por Saussure, que
iiay una barra, un corte: no se pasa directamente al sig­
nificado, no se puede pasar, en el sentido de que las pa­
labras no contienen de manera necesaria una significa­
ción determinada.
Saussure se pregunta de dónde proviene la capacidad
de las palabras para nombrar las cosas. Y responde que
proviene de sus diferencias con otras palabras; son las
diferencias entre palabras las que permiten señalar de
qué se trata.
Un ejemplo banal permitirá entender esto:

caballo y zapallo

Este ejemplo muestra que la diferencia entre “p” y “b”,


V y V permite señalar un objeto en un caso y otro ob­
jeto en otro caso. Es la diferencia lo que permite al tes­
tigo decidir. No hay ninguna propiedad: el caballo tie­
ne más V que “z”; y es la diferencia entre la “c” y la
“z” lo que en un caso me permite señalar al caballo y
en otro caso al zapallo.
Hay otros ejemplos, como el de las terminaciones ver­
bales, por ejemplo:

Com/ó Comía Comeré.

Las terminaciones constituyen las diferencias que per­


miten señalar en cada caso acontecimientos que van a

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ocurrir en distintos tiempos. Esto será la causa de que
haya un sistema de los tiempos en español, un sistema
de diferencias.
Al sistema de diferencias Saussure lo llamó la lengua.
La lengua es un sistema codificado de diferencias que
permite que cada individuo particular hable. Por lo mis­
mo Saussure distinguió entre lengua y habla. Lengua es
el código del sistema y habla, el acto concreto de hablar.
Este hecho concreto de hablar, que es el habla, se pro­
duce porque antes existe, tenemos en común, algo social
que es la lengua, un conjunto de diferencias que todos
apreciamos en cada lengua particular.
Tenemos entonces que el significante, por sí mismo,
no remite al significado, sino que en realidad remite a
otros significantes y al sistema de las relaciones entre
ellos.
Por ejemplo, - iócomió)
( no tiene nada que se pa
ca al pasado; salvo cuando nos ubicamos en el español
y lo diferenciamos de 4a y -eré. Es un acuerdo, una con­
vención de la lengua.
Lo importante, pues, es que no hay nada en el signi­
ficante que remita inmediatamente al significado. Sólo
hay relaciones de diferencia.
Lingüísticamente hablando, lo opuesto a la arbitrarie­
dad sería la relación imposible, vertical, de “caballo” a
caballo; pero no hay necesidad, sino una relación arbi­
traria. Lo contrario a la arbitrariedad, en lingüística, se
llama motivación; esto significaría que puedo hallar un
significante motivado por el concepto que nombra y que
no podría ser ningún otro. Eso implicaría que lo antes
afirmado de que el carácter del significado depende de
Iqs sistemas de diferencias de significante a significan­
te es falso, en razón de lo que ocurre, por ejemplo, en
las onomatopeyas, como \paf\ (ruido que hace un obje­
to al golpearse contra otro), o kikirikí (la copia del can­
to del gallo), etc. No obstante, se podría contestar, aun
en este tipo de palabras, las onomatopeyas, y en todas
aquellas en las que el grado de motivación es muy alto,

35
que la comparación entre las lenguas demuestra que la
arbitrariedad existe siempre. Porque, por ejemplo, los in­
gleses o los alemanes no dicen ukikirikC,M, los últimos di­
cen “kokorokó” Y así, cada lengua mantiene sus propias
onomatopeyas, tal como lo exige el sistema de la lengua:
la forma fonética de la lengua determina sus onomato­
peyas. Por eso, ni aun en la onomatopeya, poseedora de
un elevado grado de motivación, puede hablarse de una
remisión directa significante-significado, sino que se ve
la fuerza que ejerce el sistema para determinar la cons­
titución del significante.
Lo que aparece entonces como primera idea de Lacan
es este significante, separado de su significado y con ca­
pacidad para significar a condición de estar en el siste­
ma de los significantes.

Significante Significante

Significado

Pero téngase en cuenta: lo que ante todo quedará muy


acentuado es la barra que hemos dibujado entre signi­
ficante y significado, barra que, en Lacan, en cierto sen­
tido, se va a identificar como la barra del inconsciente.
Esta barra remite a una relación de diferencia.
La utilización que va a hacer Lacan, en primer lugar,
del término significante, parte de esto: no puede pasar­
se directamente del significante al significado. Y remi­
te a una relación de diferencias ante todo.
Y de aquí podemos pasar ya al modelo fonológico, en
particular al primer modelo fonológico que utiliza Jakob-
son;10 es un modelo basado en diferencias binarias, en
conjuntos de fonemas opuestos que van constituyendo

10. Cí. R. Jakobson: “VI. La estructura del fonema’’, Ensayos de lingüísti­


ca general, Barcelona, Seix Barral, 1975.

36
sistemas. Este no es el único modelo, puesto que hay mu­
chos, aunque el modelo de Trubetzkoy y Jakobson es el
que usa Lévi-Strauss.11
Así, podemos decir que si el significante está separa­
do del significado, aunque tenga alguna capacidad de re­
mitir al significado es por sus diferencias con otros sig­
nificantes o por su relación con los mismos.
Esto, aplicado a la sesión analítica, implica que cuan­
do el paciente dice lo que dice, yo no entienda lo que dice;
estoy pensando con qué otras cosas se asocia lo que ha
dicho.
“¿Me da usted una cerilla?” Si lo interpreto como: “dé­
me una cerilla para encender”, estoy prescindiendo de
la barra; estoy entendiendo que él habla de lo que ha­
bla. Entonces, ¿qué hacer en lugar de darle una cerilla?
Pues tendría que poner una barra entre el significante
y su significado e ir a buscar con qué asocia cerilla.
Podríamos ver, por ejemplo, qué se asocia con “cerilla”.
Me está pidiendo una cerilla: se está acordando de que
ayer su mujer lo cepilló (con todas las cosas que quít-
re decir “cepillar” en español). Aquí nos encontramos, a
raíz del significante, con la operación que habíamos de­
finido como básica: desconectar, para hacer aparecer otra
cosa.
El concepto de significante aparece en Lacan muy fre­
cuentemente. Más adelante, no obstante, veremos que la
definición misma de significante es muy problemática en
Lacan. Si bien toma el término de la lingüística, no lo
empleará en el mismo sentido.
Otro problema que también se nos planteará será el
de las relaciones entre la lingüística y el psicoanálisis.
Lacan, que aparentemente parece empujar el psicoanáli­
sis iiacia los estudios lingüísticos, deja claro que el psi­
coanálisis no depende de la lingüística, sino que tiene
su campo propio.

11, Cf, Lévi-Strauss: Antropología estructural, Barcelona, Paidós, espe­


cialmente “Lenguaje y parentesco”.

37
La palabra “significante” está, en Lacan, absoluta­
mente generalizada. Es usada a diestra y siniestra. Pero
es que, en Lacan, la generalización de este término tie­
ne un papel importante en oposición a otras teorías. Si
abrimos, por ejemplo, un libro de Melanie Klein, la pa­
labra que estaría absolutamente generalizada y tan
múltiplemente usada sería la palabra “objeto”. En La-
can, entonces, la palabra “significante” se opone, en su
uso generalizado, al uso que se hace de la palabra “ob­
jeto” en otros contextos teóricos. Porque cuando oigo “ob­
jeto”, por poco que sepa a qué me refiero, sé que me re­
fiero a algo: la palabra “objeto” implica la creencia de que
sé que estoy hablando de algo. Si digo que hay objetos
buenos y objetos malos para el niño, sé que de alguna
manera el objeto señala “algo” que está ahí y que es fac­
tible de ser conocido, cuyos límites coinciden con mi ges­
to de señalar. En cambio, un significante es absoluta­
mente distinto. Si digo: “es un significante” en primer
lugar, ya no me quedo ahí, porque en primer lugar no
sé muy bien de qué estoy hablando, puesto que tal sig­
nificante no remite directamente a ningún significado.
En segundo lugar, si sé que podría llegar a significar
algo, a producir significado, primero tengo que averiguar
sus relaciones con los otros significantes.
En Lacan la extensión del uso del término significan­
te viene a desalienar las teorías objetivistas, llamando
la atención sobre esa barra que separa al significante del
significado, la falta inherente a la relación sistemática
del significante con los otros significantes del sistema o
a una relación entre significantes.
Entonces, significante no significa objetos, término de
llegada del conocimiento,12 sino falta de conocimiento.
Dicho todo esto, se nos aclara en qué sentido, por ejem­
plo, el padre es un significante que está ubicado en un
sistema.
Ahora tomaremos el seminario de Lacan sobre “La car-

12, Se refiere a la noción de objeto en la teoría del conocimiento.

38
ta robada” de Poe, seminario de 1953 que aparece, y esto
es lo importante, en un seminario sobre Más allá del
principio del placer P
Recordemos un poco el cuento de E. A. Poe:
Presenta al famoso detective Dupin (ya aparecido en
otro cuento de Poe). Viene el prefecto de policía a pedir­
le a Dupin que le ayude en algo en lo que él no puede
hacer nada. Le cuenta lo que ha ocurrido, que es lo si­
guiente: estando la Reina en sus cámaras reales recibe
una carta comprometedora para ella, y eso en el momen­
to en que el Rey entra en la cámara. La Reina deja la
carta sobre la mesa, como por descuido, para no llamar
la atención del Rey. Pero justo en ese momento entra el
Ministro, que se da cuenta de que en esa carta hay algo
comprometedor y de que la Reina procura que el Rey no
la vea dejando la carta abandonada sobre la mesa como
si no tuviera importancia. El Ministro se acerca enton­
ces a la carta y, ante los ojos asombrados de la Reina,
que no puede hacer nada, la toma y se la guarda, de­
positando sobre la mesa otra carta que ha sacado pre­
viamente del bolsillo. Y desde este mismo momento, el
Ministro comienza a chantajear a la Reina.
La Reina ve que, ante sus propias narices, el Minis­
tro roba la carta; llama entonces al Prefecto de policía,
quien pone en marcha todos sus efectivos para recupe­
rar la carta que ahora tiene el Ministro. Pero no lo con­
sigue, aunque lo ha intentado todo: cada dos por tres,
policías de civil tropiezan con él en la calle y lo palpan
para ver si tiene la carta encima, pero nunca la lleva.
Cuando el Ministro se ausenta de su casa, comisiones
policiales enteras la revisan palmo a palmo: desarman
las mesas, las camas, los cajones, revisan el interior de
las maderas,... etc. Todo, absolutamente todo ha sido in­
vestigado cuidadosamente y no han podido hallar la
carta.13

13. J. Lacan: Seminario 2. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psi-


coanaUtica, Barcelona, Paidós.

39
El Prefecto de policía, ante esto, espera que Dupin re­
suelva el problema. Dupin le pregunta cuál será su re­
tribución si consigue la carta y el Prefecto le dice que
le pagará un precio muy alto, Dupin le pide un cheque
con la cantidad ofrecida, asegurándole que tendrá la car­
ta al día siguiente.
Dupin va entonces a casa del Ministro. La primera vez
se cala unos lentes oscuros para poder mirar a su an­
tojo. Pero le basta entrar y dar una breve ojeada para
darse cuenta de que la carta está a la vista; es decir que
el Ministro vio que la mejor manera de ocultar la car­
ta era ponerla absolutamente a la vista de todos. Enton­
ces, al otro día, simplemente, Dupin contrata a un tipo
para que haga alboroto en la esquina de la casa del Mi­
nistro; vuelve a visitarlo pretextando que se había olvi­
dado algo y cuando el Ministro, ante el estruendo que
oye en la esquina, se asoma para ver qué pasa, Dupin
cambia la carta buscada por otra que lleva consigo. Pero
lo interesante es que le deja una carta de recambio, igual
que hizo el Ministro en el momento del robo, salvo que
en el interior de la que deja Dupin hay una notita que
dice: “Destino tan funesto, si no es digno de Atreo es dig­
no de Tiestes”.
Este es el cuento contado brevemente. Lacan dice que
es muy claro que en el cuento hay dos escenas y que son
semejantes.
Es necesario tener en cuenta que el análisis que hace
Lacan en este seminario, que abre los Ecrits, no preten­
de ser un análisis psicoanalítico del cuento de Poe, sino
algo parecido a lo que quiso hacer Freud en su traba­
jo sobre la “Gradiva” de Jensen. Lo que se proponía
Freud en este trabajo de 190714 era menos psicoanali-
zar el texto que mostrarlo, mostrar que las impresiones
del poeta y su propia teoría coincidían. Quería demos­
trar que lo que Jensen había descubierto era también el

14. S. Freud: El delirio y los sueños en la “Gradiva, de Jensen* (1906),'Tomo


II, pág. 1285.

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inconsciente, es decir que ambos estaban hablando de lo
mismo. Igual hace Lacan con el cuento de Poe; no es un
psicoanálisis del texto; lo maneja para mostrar cómo el
cuento contiene estructuras semejantes a las de la teoría
psicoanalítica, estructuras que vamos a ver aparecer
ahora, en cierto sentido, en forma de una pequeña ma­
queta.
En el cuento hay dos escenas. Estas dos escenas, que
se suceden en el tiempo, son homologas. En cada esce­
na hay tres personajes. En la primera escena, cuando la
Reina recibe la carta comprometedora, está el Rey en la
cámara real y entra además el Ministro.
Primera escena;

1. Rey (no ve nada).


2. Reina.
3. Ministro.

La estructura de esta relación consiste en que hay un


objeto comprometedor que alguien posee y tiene que
ocultárselo a otro: la Reina tiene que ocultárselo al Rey.
Para ello usa una táctica: la mejor manera de ocultar­
lo es dejarlo a la vista. Y, estando la situación así plan­
teada, entra un tercero y se da cuenta de la táctica de
la Reina.
En la primera escena hay, pues, uno que no ve nada:
el Rey. Por eso, como no ve nada, se puede dejar a la
vista lo que hay que ocultar. Hay otro personaje, la Rei­
na, que, viendo que el primero no ve nada, oculta dejan­
do a la vista. Y hay un tercero que hace fracasar el in­
tento al entrar y ver esa táctica contra uno que no ve
nada. El sí que ve.
En la segunda escena también hay uno que no ve
nada: el Prefecto. Hay otro, el Ministro, que a sabien­
das de que el primero es un tonto, deja la carta a la vis­
ta. Y hay un tercero, Dupin, que ve que el primero no
ve nada y el segundo está jugando la táctica de dejar a
la vista.

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