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ejemplos de este tipo: El chiste y su relación con lo in
consciente, La psicopatología de la vida cotidiana y La
interpretación de los sueños. Nos decidimos a comenzar
por La interpretación de los sueños, pues el sueño tie
ne dentro de !a sesión psicoanalítica un lugar de privi
legio. Es un material importante.
En este texto, de 1901, encontramos resumidos cier
tos conceptos (contenido manifiesto, ideas latentes, con
densación, desplazamiento, sueños infantiles, etc.), pero
lo importante es la distinción que hace Freud de tres ma
neras de analizar un sueño. Una sería la manera anti
gua, popular, donde se interpreta el sueño globalmen
te. (Ejemplo: Siete vacas flacas son siete años de pobre
za.) Al todo del sueño, corresponde un todo de signifi
cación. La segunda forma sería interpretarlo como un
todo susceptible de ser dividido en partes, pero tratan
do a cada parte del sueño como un símbolo con signifi
cado preestablecido. (Ejemplo: Una cajita sería el geni
tal femenino; un gato negro, mala suerte.) Y la tercera
manera seria la del psicoanálisis, donde se trata de sec
cionar de otra forma. De ahí la idea del cristal, que cuan
do se rompe cada una de sus partes conserva una ar
monía formal. Con cada parte, en lugar de conectarla con
un símbolo preestablecido, se hace asociar al paciente y
esta asociación muestra conexiones con distintos acon
tecimientos del pasado. Se forma así un árbol de cone
xiones donde, por ejemplo, un mismo fragmento del
sueño lleva a dos recuerdos, y un mismo recuerdo está
representado dos veces en el material manifiesto. Una
verdadera arborización de relaciones. Cada uno de es
tos nudos conecta con otro del modo más imprevisible.
Pero cuando analiza uno de sus propios sueños, pla
gado de asociaciones, Freud se detiene y dice que si si
guiera adelante todo ese montón de asociaciones con
cluiría en un solo punto (modelo en forma de paracaídas,
donde todos los puntos convergen en uno). Mas aquí se
detiene y se disculpa diciendo que ese punto no lo va a
revelar porque pertenece a su vida íntima. Nos pregun
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tamos si realmente Freud no lo quiere contar por razo
nes de índole personal o si hay alguna otra razón. Y en
tá! caso, cuál podría ser. En primer lugar, si no hubie
ra motivos de reserva personal, ¿podría ser contado? Si
Freud fuera audaz en ese momento, ¿podría contar cuál
es ese punto hacia donde convergen todos los otros?
Podríamos contestar que sí o que no, que no se puede
nombrar ese punto por alguna razón, tal vez porque ese
punto ultimo no es un acontecimiento de algo realmen
te ocurrido, sino que podría pertenecer a otro orden de
hechos —y no estoy hablando de misterios—.
Podemos comenzar a contestar que, en efecto, no es
que Freud no lo quiera contar por motivos de reserva
personal sino por un motivo metodológico, una razón
teórica, y la razón teórica podría ser que si este punto
pudiera nombrarse, tendría que haber un acontecimien
to, algo realmente ocurrido, digamos un accidente. Pero
en la medida en que ese punto ubicado aquí al final,
uniendo todos los hilos, tenga una significación, querrá
decir que en verdad tiene por sí mismo fuerza causal
como para producir todo lo demás. Y en la teoría psico-
analítica, este punto, acontecimiento real con capacidad
para causar el conjunto de los hitos fundamentales de
la vida del sujeto y determinarlos a todos, se llamó “trau
ma”. La teoría es entonces la del trauma, acontecimien
to que ha tenido en el pasado una fuerza tan tremen
da como para determinar todo lo demás.
Sabemos que Freud había adoptado la teoría del trau
ma, pero que muy pronto la abandonó. Lo que había des
cubierto era que había un trauma infantil fundamental
y pensó que determinaba todas las neurosis. Descubrió
la relación entre la neurosis y la sexualidad, y pensó que
un trauma de tipo sexual ocurrido en la infancia era de
terminante. Ese trauma era algo soportado por el niño
en relación con el adulto: una seducción sexual. Freud
había dicho que según la actividad o la pasividad en el
trauma de seducción con el adulto había neurosis obse
siva o histeria. En la neurosis obsesiva el trauma había
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sido activo y en ia histeria había sido pasi vo. Pero en
1897, en una carta a Fliess,6 le confiesa que toda su
“neurótica” (así llamaba a su teoría) se viene abajo, ya
que había descubierto que los pacientes mentían. Todos
los historiadores del psicoanálisis coinciden en ver ahí
un momento fundamental en la teoría, pues Freud no
se desilusiona, ya que a pesar de tener que destruir toda
su “neurótica” ha descubierto algo nuevo. Así estos trau
mas, aunque no fuesen reales, tenían importancia. Y
aparece entonces en la teoría el concepto de “fantasía”.
Es decir que los traumas no habían ocurrido, habían sido
fantaseados y tenían fuerza causal en tanto que fanta
seados.
Estas fantasías, muy antiguas en la vida del pacien
te, muy primitivas, las llamó después “fantasías origi
narias”. Más tarde Freud distinguió tres fantasías ori
ginarias fundamentales, muy primitivas y absolutamen
te constitutivas de la estructura del sujeto. Son:
6. En la carta del 21*9- [897, Freud escribe: “Ya no creo en mis neuróticos".
Véase: Los orígenes del psicoanálisis en Obras Completas, Madrid, Biblioteca
Nueva, 1975, 3a. ed., tomo III, pág. 3578.
En adelante, las referencias de las obras de Freud corresponden a esta
edición.
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nos dice: es una fantasía, pero una fantasía en la que
se intrincan tres, se entrelazan tres, produciendo una es
tructura necesaria en la constitución de todo sujeto.
Podemos contestar entonces que Freud no pudo con
tar cuál era ese punto, ante todo porque ese punto no
era un punto, sino que era una relación entre tres: era
una estructura, una relación entre tres fantasías. Deci
mos fantasía en el sentido de una estructura, en el sen
tido de una relación. Y a esta estructura se le llamó “com
plejo de Edipo”.
Por eso en ese punto, en el extremo del paracaídas,
coloqué el significante, pues a través de este modelo el
significante nos lleva a reflexionar sobre el Edipo.
En La Interpretación de los sueños encontramos las re
laciones de los nudos entre sí, pero no la referencia que
funda la conexión entre los nudos.
Por lo tanto necesitamos encontrar el comp ejo de Edi
po en la teoría de Freud. Y a eso vamos, sabiendo que
en Freud no hay ningún textoísalvo dos excepciones, que
no sirven para estudiarlo, ya veremos por qué) en el cual
esté tematizado explícitamente el problema del comple
jo de Edipo.
Llegados a este punto vamos a pasar a hablar de La-
can, para poder más adelante retomar esto donde lo he
mos dejado.
Ustedes ya saben ahora las cosas fundamentales, que
son: las partes que tiene el programa, las razones del co
mienzo y —a partir del libro sobre los sueños— por qué
tenemos que ir a estudiar el complejo de Edipo.
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2. EDIPO: FALO Y CASTRACION
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perspectiva de las identificaciones, si uno no tiene ya de
sdido de antemano qué es una identificación. Y puede
>er malo aprender cosas que tienen muchos supuestos.
Lo mismo se puede decir del capítulo I del libro sobre
ú presidente Wilson, donde se define el complejo de Edi
po sobre el fondo de las ambivalencias en que se produ
ce; y es difícil entenderlo si uno no tiene decidido de an
temano qué son las ambivalencias.
Por ello hemos dicho que estos dos textos no eran bue
nos para comenzar. Y ahora surge precisamente este otro
problema: cómo comenzar a entender el Edipo. Para ha
cerlo, establecemos una especie de código, una catego-
rización. Vamos a hablar de:
'2H
tre tres personajes o tres roles; ya sea invertido, posi
tivo o completo, sólo hay relaciones de tres personajes.
Por ello, dentro del Edipo ampliado tenemos que bus
car otras cosas, que haya más de tres personajes o más
de tres cosas:
w
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Llama la atención que la temática fálica tenga espe
cial relevancia en el desarrollo y la sexualidad de aquella
a quien casualmente le falta el pene.
En el primer texto, el de 1923, el falo tiene especial
importancia. Lo fundamental estriba en que Freud ya
había descubierto la función del falo, 9 pero aquí adquie
re estatuto de fase. Se habla ya entonces, en 1923, de
“fase fálica”. ¿Qué quiere decir que hay una fase fálica?
Que al esquema del desarrollo que Freud había carac
terizado por lases —que tenían para él un rigor, una ne
cesidad, como si fuese biológica— tales como la fase oral,
anal y genital, se añade ahora una nueva fase: la fase
fálica. fas ¡ases quedan así: oral, anal, fálica, genital.
De este modo, en ese artículo de 1923 —“La organiza
ción genital infantil”— el falo es elevado a estatuto de
fase.
Contestemos ahora a la pregunta: ¿Qué es el alo? En
primer lugar, el falo no es el pene. Esto es muy impor
tante. ¿Qué es entonces? Para usar una frase de Freud
diríamos que el falo es la premisa universal del pene.
Esto se refiere a la creencia infantil —la premisa que
mantiene el niño— de que todo el mundo tiene pene, de
que sólo hay seres con pene. Y esto f evado al extremo,
seres en el sentido más general, es lo que induce a Jua-
nito en la primera etapa de su existencia a decir que to
dos los animales tienen pene, e incluso que hasta los ob
jetos lo tienen. Pasado un tiempo, Juanito dice: “No, las
mesas no tienen pene”, “los seres humanos tienen pene”.
Pero entonces les asigna el pene a todos los seres hu
manos: a los hombres, a las mujeres, a los niños y a las
niñas.
Así, para Freud, el falo es una premisa que se da como
de antemano y cuyo origen —de dónde le viene esto al
niño— es desconocido. La cuestión es que el niño se pone
en posición de no querer conocer la evidencia de los
9. Cf, S. Freud, “Las teorías sexuales de los niños” (1908,) y “Análisis de la
fubia di- un niño de cinco años Caso Juanito” (1909). Referencias más ade
lante
hechos. Y surge, a partir de la experiencia que demues
tra la diferencia de los sexos, el intento de explicar por
qué en un sexo falta el pene. Y partiendo de las fantasías
primarias, según las cuales todo el mundo lo tiene, en
tonces las niñas, que descubren que no lo tienen, querrán
¿merlo, y los niños, que lo poseen descubriendo a su vez
que hay seres a quienes les falta, temerán perderlo.
Surge así en la temática freudiana que:
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3. UNA MAQUETA DEL COMPLEJO DE EDIPO
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preguntamos: ¿qué tiene el caballo de “caballo”? ¡Pues
nada!, porque otra nenita llama horse a) caballo. Así, la
palabra en sí misma, ¿qué conexión tiene? Ninguna. Es
arbitraria. Lo que por otra parte ya demostramos en
nuestra anterior definición de significante, porque vimos
que un complejo fónico como “tomar” remite tanto a uno
como a otro concepto: en un caso, darse un baño, en otro
caso, agarrar, robar.
Lo importante, entonces, es que la palabra “significan
te" viene, en la esfera de la lingüística, a significar, en
virtud de esa arbitrariedad señalada por Saussure, que
iiay una barra, un corte: no se pasa directamente al sig
nificado, no se puede pasar, en el sentido de que las pa
labras no contienen de manera necesaria una significa
ción determinada.
Saussure se pregunta de dónde proviene la capacidad
de las palabras para nombrar las cosas. Y responde que
proviene de sus diferencias con otras palabras; son las
diferencias entre palabras las que permiten señalar de
qué se trata.
Un ejemplo banal permitirá entender esto:
caballo y zapallo
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ocurrir en distintos tiempos. Esto será la causa de que
haya un sistema de los tiempos en español, un sistema
de diferencias.
Al sistema de diferencias Saussure lo llamó la lengua.
La lengua es un sistema codificado de diferencias que
permite que cada individuo particular hable. Por lo mis
mo Saussure distinguió entre lengua y habla. Lengua es
el código del sistema y habla, el acto concreto de hablar.
Este hecho concreto de hablar, que es el habla, se pro
duce porque antes existe, tenemos en común, algo social
que es la lengua, un conjunto de diferencias que todos
apreciamos en cada lengua particular.
Tenemos entonces que el significante, por sí mismo,
no remite al significado, sino que en realidad remite a
otros significantes y al sistema de las relaciones entre
ellos.
Por ejemplo, - iócomió)
( no tiene nada que se pa
ca al pasado; salvo cuando nos ubicamos en el español
y lo diferenciamos de 4a y -eré. Es un acuerdo, una con
vención de la lengua.
Lo importante, pues, es que no hay nada en el signi
ficante que remita inmediatamente al significado. Sólo
hay relaciones de diferencia.
Lingüísticamente hablando, lo opuesto a la arbitrarie
dad sería la relación imposible, vertical, de “caballo” a
caballo; pero no hay necesidad, sino una relación arbi
traria. Lo contrario a la arbitrariedad, en lingüística, se
llama motivación; esto significaría que puedo hallar un
significante motivado por el concepto que nombra y que
no podría ser ningún otro. Eso implicaría que lo antes
afirmado de que el carácter del significado depende de
Iqs sistemas de diferencias de significante a significan
te es falso, en razón de lo que ocurre, por ejemplo, en
las onomatopeyas, como \paf\ (ruido que hace un obje
to al golpearse contra otro), o kikirikí (la copia del can
to del gallo), etc. No obstante, se podría contestar, aun
en este tipo de palabras, las onomatopeyas, y en todas
aquellas en las que el grado de motivación es muy alto,
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que la comparación entre las lenguas demuestra que la
arbitrariedad existe siempre. Porque, por ejemplo, los in
gleses o los alemanes no dicen ukikirikC,M, los últimos di
cen “kokorokó” Y así, cada lengua mantiene sus propias
onomatopeyas, tal como lo exige el sistema de la lengua:
la forma fonética de la lengua determina sus onomato
peyas. Por eso, ni aun en la onomatopeya, poseedora de
un elevado grado de motivación, puede hablarse de una
remisión directa significante-significado, sino que se ve
la fuerza que ejerce el sistema para determinar la cons
titución del significante.
Lo que aparece entonces como primera idea de Lacan
es este significante, separado de su significado y con ca
pacidad para significar a condición de estar en el siste
ma de los significantes.
Significante Significante
Significado
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sistemas. Este no es el único modelo, puesto que hay mu
chos, aunque el modelo de Trubetzkoy y Jakobson es el
que usa Lévi-Strauss.11
Así, podemos decir que si el significante está separa
do del significado, aunque tenga alguna capacidad de re
mitir al significado es por sus diferencias con otros sig
nificantes o por su relación con los mismos.
Esto, aplicado a la sesión analítica, implica que cuan
do el paciente dice lo que dice, yo no entienda lo que dice;
estoy pensando con qué otras cosas se asocia lo que ha
dicho.
“¿Me da usted una cerilla?” Si lo interpreto como: “dé
me una cerilla para encender”, estoy prescindiendo de
la barra; estoy entendiendo que él habla de lo que ha
bla. Entonces, ¿qué hacer en lugar de darle una cerilla?
Pues tendría que poner una barra entre el significante
y su significado e ir a buscar con qué asocia cerilla.
Podríamos ver, por ejemplo, qué se asocia con “cerilla”.
Me está pidiendo una cerilla: se está acordando de que
ayer su mujer lo cepilló (con todas las cosas que quít-
re decir “cepillar” en español). Aquí nos encontramos, a
raíz del significante, con la operación que habíamos de
finido como básica: desconectar, para hacer aparecer otra
cosa.
El concepto de significante aparece en Lacan muy fre
cuentemente. Más adelante, no obstante, veremos que la
definición misma de significante es muy problemática en
Lacan. Si bien toma el término de la lingüística, no lo
empleará en el mismo sentido.
Otro problema que también se nos planteará será el
de las relaciones entre la lingüística y el psicoanálisis.
Lacan, que aparentemente parece empujar el psicoanáli
sis iiacia los estudios lingüísticos, deja claro que el psi
coanálisis no depende de la lingüística, sino que tiene
su campo propio.
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La palabra “significante” está, en Lacan, absoluta
mente generalizada. Es usada a diestra y siniestra. Pero
es que, en Lacan, la generalización de este término tie
ne un papel importante en oposición a otras teorías. Si
abrimos, por ejemplo, un libro de Melanie Klein, la pa
labra que estaría absolutamente generalizada y tan
múltiplemente usada sería la palabra “objeto”. En La-
can, entonces, la palabra “significante” se opone, en su
uso generalizado, al uso que se hace de la palabra “ob
jeto” en otros contextos teóricos. Porque cuando oigo “ob
jeto”, por poco que sepa a qué me refiero, sé que me re
fiero a algo: la palabra “objeto” implica la creencia de que
sé que estoy hablando de algo. Si digo que hay objetos
buenos y objetos malos para el niño, sé que de alguna
manera el objeto señala “algo” que está ahí y que es fac
tible de ser conocido, cuyos límites coinciden con mi ges
to de señalar. En cambio, un significante es absoluta
mente distinto. Si digo: “es un significante” en primer
lugar, ya no me quedo ahí, porque en primer lugar no
sé muy bien de qué estoy hablando, puesto que tal sig
nificante no remite directamente a ningún significado.
En segundo lugar, si sé que podría llegar a significar
algo, a producir significado, primero tengo que averiguar
sus relaciones con los otros significantes.
En Lacan la extensión del uso del término significan
te viene a desalienar las teorías objetivistas, llamando
la atención sobre esa barra que separa al significante del
significado, la falta inherente a la relación sistemática
del significante con los otros significantes del sistema o
a una relación entre significantes.
Entonces, significante no significa objetos, término de
llegada del conocimiento,12 sino falta de conocimiento.
Dicho todo esto, se nos aclara en qué sentido, por ejem
plo, el padre es un significante que está ubicado en un
sistema.
Ahora tomaremos el seminario de Lacan sobre “La car-
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ta robada” de Poe, seminario de 1953 que aparece, y esto
es lo importante, en un seminario sobre Más allá del
principio del placer P
Recordemos un poco el cuento de E. A. Poe:
Presenta al famoso detective Dupin (ya aparecido en
otro cuento de Poe). Viene el prefecto de policía a pedir
le a Dupin que le ayude en algo en lo que él no puede
hacer nada. Le cuenta lo que ha ocurrido, que es lo si
guiente: estando la Reina en sus cámaras reales recibe
una carta comprometedora para ella, y eso en el momen
to en que el Rey entra en la cámara. La Reina deja la
carta sobre la mesa, como por descuido, para no llamar
la atención del Rey. Pero justo en ese momento entra el
Ministro, que se da cuenta de que en esa carta hay algo
comprometedor y de que la Reina procura que el Rey no
la vea dejando la carta abandonada sobre la mesa como
si no tuviera importancia. El Ministro se acerca enton
ces a la carta y, ante los ojos asombrados de la Reina,
que no puede hacer nada, la toma y se la guarda, de
positando sobre la mesa otra carta que ha sacado pre
viamente del bolsillo. Y desde este mismo momento, el
Ministro comienza a chantajear a la Reina.
La Reina ve que, ante sus propias narices, el Minis
tro roba la carta; llama entonces al Prefecto de policía,
quien pone en marcha todos sus efectivos para recupe
rar la carta que ahora tiene el Ministro. Pero no lo con
sigue, aunque lo ha intentado todo: cada dos por tres,
policías de civil tropiezan con él en la calle y lo palpan
para ver si tiene la carta encima, pero nunca la lleva.
Cuando el Ministro se ausenta de su casa, comisiones
policiales enteras la revisan palmo a palmo: desarman
las mesas, las camas, los cajones, revisan el interior de
las maderas,... etc. Todo, absolutamente todo ha sido in
vestigado cuidadosamente y no han podido hallar la
carta.13
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El Prefecto de policía, ante esto, espera que Dupin re
suelva el problema. Dupin le pregunta cuál será su re
tribución si consigue la carta y el Prefecto le dice que
le pagará un precio muy alto, Dupin le pide un cheque
con la cantidad ofrecida, asegurándole que tendrá la car
ta al día siguiente.
Dupin va entonces a casa del Ministro. La primera vez
se cala unos lentes oscuros para poder mirar a su an
tojo. Pero le basta entrar y dar una breve ojeada para
darse cuenta de que la carta está a la vista; es decir que
el Ministro vio que la mejor manera de ocultar la car
ta era ponerla absolutamente a la vista de todos. Enton
ces, al otro día, simplemente, Dupin contrata a un tipo
para que haga alboroto en la esquina de la casa del Mi
nistro; vuelve a visitarlo pretextando que se había olvi
dado algo y cuando el Ministro, ante el estruendo que
oye en la esquina, se asoma para ver qué pasa, Dupin
cambia la carta buscada por otra que lleva consigo. Pero
lo interesante es que le deja una carta de recambio, igual
que hizo el Ministro en el momento del robo, salvo que
en el interior de la que deja Dupin hay una notita que
dice: “Destino tan funesto, si no es digno de Atreo es dig
no de Tiestes”.
Este es el cuento contado brevemente. Lacan dice que
es muy claro que en el cuento hay dos escenas y que son
semejantes.
Es necesario tener en cuenta que el análisis que hace
Lacan en este seminario, que abre los Ecrits, no preten
de ser un análisis psicoanalítico del cuento de Poe, sino
algo parecido a lo que quiso hacer Freud en su traba
jo sobre la “Gradiva” de Jensen. Lo que se proponía
Freud en este trabajo de 190714 era menos psicoanali-
zar el texto que mostrarlo, mostrar que las impresiones
del poeta y su propia teoría coincidían. Quería demos
trar que lo que Jensen había descubierto era también el
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inconsciente, es decir que ambos estaban hablando de lo
mismo. Igual hace Lacan con el cuento de Poe; no es un
psicoanálisis del texto; lo maneja para mostrar cómo el
cuento contiene estructuras semejantes a las de la teoría
psicoanalítica, estructuras que vamos a ver aparecer
ahora, en cierto sentido, en forma de una pequeña ma
queta.
En el cuento hay dos escenas. Estas dos escenas, que
se suceden en el tiempo, son homologas. En cada esce
na hay tres personajes. En la primera escena, cuando la
Reina recibe la carta comprometedora, está el Rey en la
cámara real y entra además el Ministro.
Primera escena;
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