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LOS ESQUEMAS FREUDIANOS DEL APARATO PSIQUICO

posición científica, pero cuya dirección está indicada en los fe­


nómenos de nuestra experiencia.
Lo que nos importa es saber en qué punto tenemos que
situarnos en la relación con lo que llamamos nuestro parte-
naire. Pues bien, si algo resulta evidente es que en el fenómeno
único constituido por la relación interhumana, hay dos dimen­
siones diferentes, aunque sin cesar se aúnen: lo imaginario y lo
simbólico. En cierto modo, ambas se entrecruzan y es preciso
que sepamos siempre qué función ocupamos, en qué dimen­
sión nos situamos con respecto al sujeto, de una manera que
realice ya sea una oposición ya sea una mediación. Nos engaña­
mos si creemos que por confundirse en el fenómeno estas dos
dimensiones forman sólo una. Acabamos así en una especie de
comunicación mágica, en una analogía universal en base a la
cual muchos teorizan su experiencia. En lo concreto y lo parti­
cular esto suele ser a menudo muy rico, pero absolutamente
inelaborable y expuesto a toda clase de errores técnicos.
Todo esto es muy somero, pero lo verán precisado y repre­
sentado en el cuarto esquema, que responderá a la última etapa
del pensamiento de Freud, la de Más allá del principio del pla­
cer.

Intervenciones durante la exposición del Sr. Valabrega.

¿A qué denomina Freud sistema (p? Freud parte del es­


quema del arco reflejo en su forma más simple, que tantas espe­
ranzas ofreció de comprender las relaciones entre el ser vivo y
un medio circundante. Dicho esquema pone de manifiesto la
propiedad esencial del sistema de relaciones de un ser vivo: éste
recibe algo, una excitación, y responde algo.
N o olviden que la noción de respuesta implica siempre que

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JUEGO DE ESCRITURAS

nos hallamos ante un ser adaptado. Este esquema del arco re­
flejo surgió, por ejemplo, de las primeras experiencias con la
rana, en la época en que la electricidad —que como modelo, ya
verán, nos enseñará tantas cosas— comenzaba a hacer su apari­
ción en el mundo. Si se estimula eléctricamente a una rana, o se
le echa una gota de ácido en la pata, se rascará esa pata con la
otra: a esto se le llama respuesta. No sólo existe el par aferente-
eferente; es preciso suponer que la respuesta sirve para algo, es
decir, que el ser vivo es un ser adaptado.
Freud retoma todo esto al comienzo de su construcción.
Parece ya introducir ahí la noción de un equilibrio o, dicho de
otro modo, de un principio de inercia. Pero esto no es legí­
timo. El estímulo que Valabrega denomina, de modo prema­
turo, una información, no es nada más que un in-put, un pues-
to-dentro. Este enfoque del problema es precientífico, anterior
a la introducción de la noción energética como tal, e incluso
muy anterior a la estatua de Condillac. No hay ninguna consi­
deración de energía en este esquema de base. Sólo cuando
Freud tome en cuenta que lo que sucede en el sistema qp debe
ser eficaz en el sistema tp, intervendrá la noción de un aporte de
energía. Sólo entonces puntualizará Freud que el sistema \p tiene
que ver con las incitaciones internas, es decir, con las necesida­
des.
¿Qué son las necesidades? Las necesidades son algo efecti­
vamente vinculado al organismo y que se distingue muy bien
del deseo. Deploraba anoche Lang el que se siga confundiendo
deseo con necesidad y, en efecto, no son en absoluto lo mismo.
El need expresa de qué modo el sistema, que es un sistema
particular del organismo, entra en juego en la homeostasis total
de éste. Por lo tanto, aquí interviene necesariamente la noción
de constancia energética, que emerge ya aquí en la obra de
Freud, transversalmente. Entre t|), que experimenta algo del
interior del organismo y cp, que produce algo que tiene relación
con sus necesidades, Freud considera que hay equivalencia
energética. Esto se vuelve completamente enigmático: ignora­
mos totalmente qué puede significar la equivalencia energética

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