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PSICOANÁLISIS FREUD I • TITULAR PROF. DR.

OSVALDO DELGADO • TEÓRICO 2006

PSICOANÁLISIS FREUD ‐ CÁTEDRA I (049)


TITULAR PROFESOR DR. OSVALDO DELGADO

TEÓRICO 19 ‐ 5 DE OCTUBRE DE 2006

Hoy vamos a comenzar con una ruptura crucial en las elaboraciones, que Freud produce
consigo mismo. Es tal el valor de la ruptura, que produjo en sus discípulos un gran
rechazo y posteriormente originó diferentes corrientes.
De un modo privilegiado, podemos decir, que todo el posfreudismo se puede leer de
acuerdo a qué posición se ha tomado respecto de este problema.
Freud en su autobiografía confiesa la angustia, las incertidumbres, los temores, los
avances y retrocesos para dar ese paso, confiesa que probablemente fue el momento
más difícil de su elaboración doctrinaria.
Piensen que Freud era un hijo de la Modernidad, y ya había agujereado el ideal de la
Modernidad al formular el inconsciente; esa herida profunda que dice de la existencia del
inconsciente, que dice que los sujetos no saben lo que dicen cuando hablan; que creen
que saben lo que dicen pero que no es así; es más, que son hablados por otros.
Todas las filosofías y las psicologías se habían quedado en el límite igualando aparato
psíquico‐conciencia; y Freud, produce una ruptura enorme porque formula que el aparato
psíquico no está gobernado por el principio de placer, que era lo que había sostenido
hasta ese momento. Que los sujetos no buscaban el bien, sino todo lo contrario, el mal;
que había una satisfacción en el dolor, en producirse dolor y en producir dolor.
Esto agujerea absolutamente los ideales de progreso de la Modernidad. Los seres
humanos en forma individual, y en forma colectiva, las sociedades atentan contra sí
mismas, sino no podría explicarse de qué modo las personas, la sociedad, soportan
incansablemente modos de organización social injustos.
Es el Freud del siglo XX, el de las dos grandes Guerras Mundiales, el que se encuentra con
las masacres de millones de personas, el que se encuentra con el despliegue del
stalinismo, del fascismo, del nazismo.

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Hay un texto maravilloso –si tengo tiempo les leo un párrafo– de Edgard Morín, se llama
Breve historia de la barbarie en occidente, muy interesante respecto a este punto.
Así, como Freud se encuentra con esto en el campo social, también se encuentra en su
clínica con este modo de satisfacción en el dolor, y con una tendencia del sujeto no hacia
el bien, no gobernado por el principio de placer. Esta concepción, no sólo modifica todo lo
que había desarrollado, sino que la clínica le exige un ordenamiento conceptual diferente.
Es fundamental la docilidad de Freud para ser permeable –como él mismo dice– a que un
elemento que se le presenta en su práctica, discordante con todo un ordenamiento
conceptual, no se trata de desecharlo porque no entra en el ordenamiento conceptual,
sino todo lo contrario, es darle la dignidad a eso que surge en la práctica clínica para
tener que hacer otro ordenamiento conceptual y tirar abajo todo lo que se había
construido, para poder dar cuenta conceptualmente de ese real de la clínica.
Vemos ahí realmente, a un pensador con coraje, con agallas, gobernado por una ética que
hacía que el más mínimo elemento que no entrara en el ordenamiento conceptual,
pudiera tirar abajo todo.
Hay que poder hacer eso, más cuando ya estaba en 1920, ya hacía muchos años que
Freud venía produciendo teóricamente y atendiendo pacientes. Se fue encontrando en la
clínica con ciertas cuestiones que trató de buscarle solución antes de dar este paso.
Algo relevante con lo que Freud se encontró, fue con los sueños punitivos. Venía diciendo
que los sueños son una realización de deseos a partir de que el aparato psíquico está
gobernado por el principio de placer. El trabajo del sueño como desfiguración, con el
desplazamiento y la condensación como operadores de la censura onírica, estaban al
servicio de expresar deseos inconscientes, que al entrar en contradicción con la
conciencia y con los ideales del sujeto, la desfiguración lo hacía posible. Pero eran
realización de deseos al servicio del principio de placer.
¿Y los sueños punitivos, de autocastigo? Freud le dedicó la “29ª conferencia” que es
sobre la “Revisión de la doctrina de los sueños”, en la que dice que tiene que formular
que los sueños no son una realización de deseos; tiene que formular que los sueños son
un intento de realización de deseos; tiene que formular que en un sueño puede
expresarse tanto un deseo reprimido, como un deseo represor.

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Entonces, tiene que volver sobre aquel famoso sueño que abre el capítulo VII de la
“Interpretación de los sueños”, el paradigma mayor de la realización del deseo, del
principio de placer. Freud comienza el capítulo VII, con un sueño sobre el que hace un
esfuerzo teórico enorme para sostener que había una realización de deseo al servicio del
principio de placer. Es el famoso sueño “Padre, ¿entonces no ves que me abraso?”, en el
que el hijo muerto increpa al padre con esa frase produciendo el despertar. Si la función
del sueño es conservar el dormir, hay un fracaso, el sujeto despierta. A un padre se le
había muerto su hijo, el padre se va a dormir y deja al cuidado del féretro (con las velas) a
un anciano, preocupado por si ese anciano iba a poder velar, se iba a quedar despierto
para velar a su hijo. En medio de la noche se produce el sueño donde el hijo le dice
“Padre, ¿entonces, no ves que me abraso?”. El padre despierta y se encuentra con que
una de las velas se había caído sobre el ataúd y estaba prendiendo fuego la mortaja. Dice
Freud que lo despertó esa intensa luminosidad del fuego y que el deseo que había en el
padre, como realización de deseo, era que el hijo continuara viviendo.
En verdad, no lo despierta la realidad de la vela caída sobre el féretro, lo despierta la frase
misma del hijo como reproche. Quizá –dice Freud– tiene que ver con un momento en la
enfermedad del hijo, donde algo de estas palabras fueron dichas, y el hijo le reprochaba
al padre “no ves que estoy ardiendo” de fiebre. La verdad aparece en el punto más cruel
de un hombre, y es que un hijo lo increpe como padre, respecto a no haber estado a la
altura de su lugar. En verdad, es este horror lo que despierta a ese sujeto. Falla la función
del sueño, un sueño traumático en el que el desplazamiento y la condensación no pueden
operar. Despierta para poder seguir viviendo dormido ante esa otra realidad. Más allá de
la realidad psíquica misma, esa dimensión traumática en esa frase.
Freud, así como en este sueño se encuentra con sujetos que sueñan una y otra vez con lo
que llama instante traumático, repetitivamente vuelve en sueños a la escena del trauma
¿Y la realización de deseo? ¿Y el gobierno del principio de placer?
La primera respuesta de Freud, es que se trata de un intento de elaboración de lo
traumático: volver una y otra vez para elaborar aquello que fue traumático para el sujeto.
Pero esto no le alcanza y empieza por decir ¿o quizás tendríamos que pensar que existiría
una enigmática tendencia masoquista en el yo del sujeto? Más allá del intento de

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elaboración de lo traumático, se pregunta si no hay algo que se satisface volviendo a lo


traumático una y otra vez.
Entonces, ¿cómo es que el aparato está gobernado por el principio de placer, si una y otra
vez, se vuelve a la escena del trauma?
Freud se encuentra en la clínica con otra cuestión –que ya trabajamos en “Recordar,
repetir y reelaborar”–, la repetición.
Teníamos la transferencia, en su carácter de motor, al servicio del despliegue del
inconsciente, de la emergencia de las producciones del inconsciente, vía los sueños, los
lapsus, los actos fallidos; la transferencia analítica como la palestra, el escenario donde la
repetición de los representantes psíquicos, que marcaron la historia de un sujeto, se
producen como formaciones del inconsciente. Pero, también nos encontramos con el
agieren, el actuar en transferencia que es otra cara de la repetición; ya no son los
representantes psíquicos que se repiten en la producción de las formaciones del
inconsciente sino de lo que se repite en acto. Eso pone en juego, ya no la transferencia
positiva, motor; sino la transferencia negativa, los modos de la transferencia negativa
gobernados por las dimensiones eróticas o las dimensiones hostiles.
Se encuentra con que el sujeto repite en transferencia –y en relación con la persona del
analista–, fragmentos de su vida infantil que siempre fueron penosos. O busca hacerse
tratar mal, hostilmente, tratado fríamente, promueve respuestas del analista en la línea
del maltrato; o la presentificación erótica, una interrupción del decurso del trabajo
analítico como asociación con la detención de ese modo de trabajo. El análisis continúa
por otros medios, vía el agieren, vía ese repetir en la transferencia, como un actuar en
transferencia.
Lo llamativo de esto, que es algo central en la cura de la neurosis, es que lo que se repite
como actuación en transferencia –enlazando a la persona del médico–, son fragmentos
de la vida que siempre fueron penosos. O sea, no hay un conflicto: penoso para una
instancia, placentero para otra, siempre, y en todos los casos, fueron penosos. Además,
estos fragmentos, no entran en el circuito de la represión‐retorno de lo reprimido, son
contenidos que no son reprimidos, que permanecían concientes. Son, fragmentos de la
vida por fuera.

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¿De qué se trata esta compulsión de repetición en la transferencia, en los sueños


traumáticos?

El otro referente que toma no es de su clínica. Es de una observación que realiza de su


pequeño nieto en un juego. Observa que su pequeño nieto realiza un juego que en la
jerga psicoanalítica se conoce como el fort Da.
La observación es la siguiente: ve que su nieto cuando se iba su madre –una de sus hijas–
jugaba con un carretel con un hilo, al que hacía desaparecer el carretel y volverlo a
aparecer. Lo escondía detrás de un mueble pronunciando “o, o, o, o”, que Freud traduce
por un fort, que en alemán significa –se fue–, como escenificando la partida de la madre;
tiraba luego del piolín, y ahí pronunciaba Da –acá está–, con júbilo.
Hasta ahí es un juego que parece algo nimio, que también puede hacer un animal
doméstico, claro que, el animal doméstico no dispone de un orden simbólico que le
permita situar una supuesta identidad, entre el carretel que desaparece y el que vuelve a
aparecer, porque el fort Da, implicara nombrar el mismo carretel.
¿Qué hace que pueda nombrarse que el mismo carretel que desapareció es el que
apareció? ¿Qué es lo que hace que haya posibilidad de identidad entre uno y otro? En
verdad, es una identificación: identifico el que aparece con el que desapareció con una
forma lógica que sería A = A, pero para poder decir eso necesito dos cosas. Primero,
disponer de la letra A y del signo =, y segundo, cometer un desvió, porque una cosa es la
primera letra A, y otra, la segunda. Es un problema lógico.
¿Qué le llama la atención a Freud? Porque dice que se trata de un juego como para
superar lo doloroso de la partida de la madre como modo de elaborar la situación
traumática, o como esa primera respuesta a los sueños traumáticos.
Pero Freud observa, primero, que el niño no mostraba ningún sentimiento de disgusto, de
dolor, ni angustia por la partida de la madre, y además que en la mayoría de las veces la
parte del juego que más repetía, era la de hacer desaparecer el carretel, que sería el
punto doloroso. ¿De qué se trata? Ya que, en el intento de reelaboración de lo traumático
al servicio del principio de placer, debería ser siempre el juego completo. ¿Qué quiere
decir que juegue a la desaparición misma, a lo que sería el punto de dolor?

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Por un lado, el juego no es sin esos dos representantes psíquicos: fort y Da. No es que
sólo juega con el carretel, sino que pronuncia estos dos significantes en alternancia, uno
tiene valor en función del otro, tienen un valor diferencial. Es lo que trabajábamos en “La
interpretación de los sueños”, que un representante psíquico no vale en sí mismo, y
tampoco vale por su referencia al objeto, sino que cada representante psíquico vale por
su relación con otro representante psíquico.
Fort Da es un juego de diferencia, de alternancia, es como una célula mínima de
inconsciente. El inconsciente como tal es un sistema de representantes psíquicos que sólo
valen en su relación con los otros ninguno vale en sí mismo. Entonces, el niño juega y no
se satisface sólo con el juego del carretel, sino con esa pronunciación fort Da.
El juego es posible porque la madre se va, no era presencia de la madre, pero es muy
importante saber, que no se trata de lo empírico de la cosa. ¿Qué quiere decir que una
madre se vaya para que un hijo pueda jugar al fort Da? Que una madre se vaya quiere
decir que esa persona que es la madre de ese niño, tenga un deseo más allá de ese niño,
un deseo más allá de él, por ejemplo, el padre del niño. Irse, es que no le esté todo el
tiempo encima como objeto absoluto de su deseo y de su goce, que el niño no la colme.
Entonces, para que haya juego, producción de los representantes psíquicos, juego de
alternancia –que es fort Da como sistema de diferencias, como operador lógico de
diferencias–, es necesario que una madre se retire en ese sentido.
Primera cuestión, tenemos al niño jugando y satisfaciéndose a nivel del fort y el Da, una
satisfacción de producir los representantes psíquicos de esta alternancia y diferencia.
Segunda cuestión, ¿qué es ese carretel? ¿Es la madre, que haciéndola pasar por él queda
manejando la escena: él lo hace desaparecer y lo vuelve a traer? ¿La madre está
representada en ese carretel? No. Es una parte de sí mismo, representa aquello que
pierde para poder ser un sujeto, es lo que le permite separarse de ese otro.
¿Qué es eso de sí mismo perdido y, al mismo tiempo, con el que el sujeto tiene un lazo,
un piolín? Es el objeto de la pulsión parcial. Decíamos que, para Freud, el neurótico está
gobernado desde dos lugares, tiene dos amos. Por un lado, está sobredeterminado por
estos representantes psíquicos en alternancia –el inconsciente– y, el otro amo, es que
está fijados a un objeto.

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Esto, abre la vía de la tercera cuestión respecto a este juego: ¿al servicio de qué está este
juego? Freud dice que, a partir de lo que se encuentra en la clínica y en la sociedad, que
debe producir un concepto nuevo: un cambio en el modelo pulsional.
Primero, ordenó las pulsiones como pulsiones del yo o autoconservación y pulsiones
sexuales. Esto nombraba el conflicto que trabajó en “La perturbación psicógena de la
visión...”; un órgano al servicio de esos dos amos (de la autoconservación y de la pulsión
sexual), ceguera histérica.
Después, con las críticas de Jung y el campo de las psicosis, produce una modificación
reuniendo las pulsiones con relación al concepto de libido, ubicando la libido del yo y
libido de objeto. Lo que ocurrió es que la investidura primera del yo –como narcisismo
primario–, investía a los objetos, libido de objeto. En la neurosis, en tanto los objetos eran
prohibidos regresaba a los objetos en la fantasía; en la psicosis paranoica, regresión de la
libido al yo; y en la esquizofrenia, regresión de la libido al autoerotismo. Pero, se libidinizó
todo el aparato, aunque quedaba un resto libidinal que no había pasado jamás a los
objetos, que no era efecto de la regresión, sino que era algo que no había pasado jamás a
los objetos.
Acá tenía otro problema, que había situado tempranamente en “Proyecto de psicología”.
En ese texto Freud ubica no sólo la experiencia de satisfacción que marcaba el destino del
deseo en el sujeto como deseo añorante de aquello que he perdido, fundamento de la
búsqueda fallida de la identidad de percepción, fundamento de la realización alucinatoria
del deseo; sino también, la experiencia de dolor, que dejaba un resto llamado afecto,
diferente al deseo. En los primeros trabajos se encontró también con la hipótesis auxiliar
como fundamento del conjunto de las neuropsicosis: esa fuente no era una fuente
independiente de placer, sino de displacer: fuente independiente de desprendimiento de
displacer.
A su vez, se encontró con que, en la emergencia de la defensa respecto a la
representación inconciliable, había una cara de éxito de la defensa; un representante
psíquico quedaba en el grupo psíquico escindido, inconsciente, que luego retornaba
como retorno de lo reprimido. Pero, la defensa es un éxito paradójico; operaba, reprime y
eso implicaba retorno de lo reprimido, pero hay un punto en el que la defensa fracasa –ya

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no porque lo reprimido retorna desfiguradamente–, porque no puede frenar lo que es de


la dimensión compulsiva que se expresa en los ceremoniales, en los rituales obsesivos, en
la compulsión del síntoma, en la dimensión económica, cuantitativa en la que el obsesivo
por más que desplace de representante en representante, siempre hay un exceso en sus
pensamientos. Es la imposibilidad de tramitar ese exceso.
Tenemos lo exitoso: se reprime el representante psíquico que retorna desfiguradamente.
Y, el fracaso: no hay modo de que el sistema de representantes psíquicos, el conjunto de
los fort Da, pueda tramitar el problema del exceso en el aparato psíquico.
Freud, entonces, modifica la teoría pulsional, y ubica lo que llamaba libido del yo y libido
de objeto del mismo lado, nombrándolos, pulsión de vida; su referencia es el Eros
platónico, la tendencia a la unión, el dios del amor. Freud siempre toma de otros campos
para realizar una operación propia. Eros, da cuenta de una tendencia a la unión y eso
implica que las cosas no están unidas; si no, no sería necesaria esa tendencia. Da cuenta
de la versión mítica del ser esférico partido en dos por los dioses, por la que los seres
humanos se pasan la vida buscando a su otra parte, la media naranja; está destinada al
fracaso porque nombra la imposibilidad de la completud.
¿Qué querría decir que la completud fuera posible? Que tendríamos un objeto
predeterminado para la pulsión, y sabemos que no es así. Por eso hay tantas posiciones
sexuadas: heterosexuales, homosexuales, transexualismo, travestismo, etcétera, y los
diferentes objetos parciales y sus revestimientos, y todo el campo de las perversiones
(voyeurismo, exhibicionismo, etcétera).
La otra referencia freudiana es Shopenhauer –filósofo alemán– con su obra mayor El
mundo como voluntad y representación, y especialmente, lo que trabaja como voluntad;
porque para la cuestión de la representación Freud tenía suficiente con Herbart y con
Hartmann el filósofo. Shopenhauer hace entrar a la cuestión del cuerpo y dice, al modo
freudiano, que no es que los pensamientos gobiernen las pasiones sexuales, sino al revés,
que las pasiones sexuales gobiernan a los pensamientos.
Entonces, hay una pulsión –dice Freud–, más originaria –da explicaciones biológicas a
modo de metáforas–; hay una tendencia del ser vivo a volver a lo inorgánico. Todo ser
vivo busca volver a lo inorgánico, a la muerte. La pulsión de vida lo único que hace es

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retrasar y marcar las vías por donde el organismo morirá, ubicando la dimensión del
eterno retorno.
A la pulsión de muerte la llama también de destrucción, de dominio, de apoderamiento y
destrucción. Es el soporte de esa satisfacción en el dolor, propio y ajeno. La existencia de
una pulsión más originaria que la pulsión de vida, fundamenta que el aparato psíquico no
está gobernado por el principio de placer, sino que –es el título del texto– hay un “más
allá del principio de placer”, que gobierna el aparato psíquico. Por eso, el síntoma
neurótico puede llamarse satisfacción de la necesidad de castigo; por eso es que el
masoquismo es primario; por eso es que los sujetos vuelven una y otra vez a la escena del
trauma; por eso es que repiten en transferencia los fragmentos penosos; por eso es que
pueden jugar sólo al hacer desaparecer, al fort. ¿Qué es el juego, el fort Da? En la medida
en que el aparato psíquico ya no está gobernado por el principio de placer, sino por ese
más allá, que es el nombre mismo de la pulsión de muerte; ese juego, es un artefacto (el
conjunto: el juego y la fonematización del fort Da); y para poder ser neuróticos se
necesita de ese artefacto.
Los neuróticos todo el tiempo dicen fort Da, los psicóticos dicen sólo fort y necesitan
construir un delirio o algo que venga a ese lugar para que haga las veces del Da, del cual
no disponen. Es un artefacto que transforma, en términos energéticos, el más allá del
principio de placer, como lugar operatorio mismo de la pulsión de muerte; que
transforma el más allá en ganancia de placer, en un plus de placer.
Cuando se habla de displacer hay que aclarar si se refiere al más allá o a ese momento de
displacer dentro del principio de placer. Por eso Freud dice que al principio de placer
habría que llamarlo principio de placer‐displacer y fuera de él, el más allá de principio de
placer; porque el displacer dentro del artefacto no es más allá del principio de placer, es
la pulsión de muerte ligada a la pulsión de vida, y la pulsión ligada al deseo.
Ya hemos hablado de este artefacto, lo llamamos con Freud, fantasía, cuando todavía no
disponíamos del concepto pulsión de muerte. Produce una ganancia de placer, puede
implicar una situación dolorosa acotada al servicio de un modo de satisfacción dentro del
marco de ese artefacto. No es lo mismo decirle a alguien en un acto amoroso “te quiero
matar”, y que el partenaire diga “mátame”. En un caso funciona el artefacto de la

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ganancia de placer, y en el otro caso, ha caído, esa precipitación en el más allá.


Dejamos hasta la próxima.

Bibliografía
Freud, S., (1920) Más allá del principio de placer. Obras completas. Tomo XVIII. Buenos Aires.
Amorrortu. 1990.

Bibliografía citada
Freud, S., (1950 [1895]) Proyecto de psicología. Obras completas. Tomo I. Buenos Aires.
Amorrortu. 1988.
Freud, S., (1900‐1901) La Interpretación de los sueños. Capítulo VII. Obras completas. Tomo V.
Buenos Aires. Amorrortu. 1990.
Freud, S., (1910) La perturbación psicógena de la visión según el psicoanálisis. Obras completas.
Tomo XI. Buenos Aires. Amorrortu. 1988.
Freud, S., (1914) Recordar, repetir y reelaborar. Obras completas. Tomo XII. Buenos Aires.
Amorrortu. 1990.
Freud, S., (1933 [1932]) Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 29ª conferencia.
Revisión de la doctrina de los sueños. Obras completas. Tomo XXII. Buenos Aires.
Amorrortu. 1989.

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