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ÉTICA DEL DEBER

Posición ética muy importante en nuestra cultura, considerada el fundamento moderno de los
conceptos de libertad y dignidad de las personas que sostienen los derechos humanos.

Ideas expuestas por el filósofo Inmanuel Kant → s propuesta de una ética de principios, y las
normas que rigen la acción para esta visión son producto de la ley racional humana.

Cada persona evalúa su acción no desde una comparación con lo que le exige el medio social o
cultural, sino desde la racionalidad de su propia humanidad.

Esta ética del deber es el antecedente no sólo de la Declaración de los Derechos Humanos sino
también de la ética como deontología, es decir de la ética del deber, que en el caso de las
profesiones está constituida por un código de deberes profesionales a los que hay que tomar por
ley al momento de actuar en la profesión. Es una ética del individuo, pero al mismo tiempo universal
porque se basa en lo universal que hay en cada individuo, que es su humanidad y la racionalidad
propia y específica de la misma.

FUNDAMENTACIÓN DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES

Inmanuel Kant

No es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una
buena voluntad.

El entendimiento, el gracejo, el Juicio, o como quieran llamarse los talentos del espíritu; el valor, la
decisión, la perseverancia en los propósitos, como cualidades del temperamento, son buenos y
deseables; pero también pueden llegar a ser malos y dañinos si la voluntad que ha de hacer uso de
estos dones de la naturaleza. Los dones de la fortuna. El poder, la riqueza, la honra, la salud misma
bajo el nombre de felicidad, dan valor, y tras él, a veces arrogancia, si no existe una buena voluntad
que rectifique y acomode a un fin universal el influjo de esa felicidad.

La mesura en las afecciones y pasiones, el dominio de sí mismo, la reflexión sobria, no son buenas
solamente en muchos respectos, sino que hasta parecen constituir una parte del valor interior de la
persona.

La buena voluntad es buena sólo por el querer, es decir, es buena en sí misma. Considerada por sí
misma, es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos
verificar en provecho o gracia de alguna inclinación.

En las disposiciones naturales de un ser organizado, esto es, arreglado con finalidad para la vida, no
se encuentra un instrumento, dispuesto para un fin, que no sea el más propio y adecuado para ese
fin.
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Cuanto más se preocupa una razón cultivada del propósito de gozar la vida y alcanzar la felicidad,
tanto más el hombre se aleja de la verdadera satisfacción.

El destino verdadero de la razón tiene que ser el de producir una voluntad buena, no en tal o cual
respecto, como medio, sino buena en sí misma, cosa para lo cual era la razón necesaria
absolutamente, si es así que la naturaleza en la distribución de las disposiciones ha procedido por
doquiera con un sentido de finalidad.

Esta voluntad no ha de ser todo el bien, ni el único bien; pero ha de ser el bien supremo y la
condición de cualquier otro, incluso el deseo de felicidad, en cuyo caso se puede muy bien hacer
compatible con la sabiduría de la naturaleza.

Conservar cada cual su vida es un deber, y además todos tenemos una inmediata inclinación a
hacerlo así. Mas, por eso mismo, el cuidado angustioso que la mayor parte de los hombres pone en
ello no tiene un valor interior, y la máxima que rige ese cuidado carece de un contenido moral.
Conservan su vida conformemente al deber, sí; pero no por deber.

Ser benéfico en cuanto se puede es un deber; pero, además, hay muchas almas tan llenas de
conmiseración, que encuentran un placer íntimo en distribuir la alegría en tomo suyo, sin que a ello
les impulse ningún movimiento de vanidad o de provecho propio, y que pueden regocijarse del
contento de los demás, en cuanto que es su obra.

Asegurar la felicidad propia es un deber -al menos indirecto-; pues el que no está contento con su
estado, el que se ve apremiado por muchos cuidados, sin tener satisfechas sus necesidades, pudiera
fácilmente ser víctima de la tentación de infringir sus deberes.

1- El amor, como inclinación, no puede ser mandado; pero hacer el bien por deber, aun cuando
ninguna inclinación empuje a ello y hasta se oponga una aversión natural e invencible, es amor
práctico y no patológico, amor que tiene su asiento en la voluntad y no en una tendencia de la
sensación, que se funda en principios de la acción y no en tierna compasión, y éste es el único que
puede ser ordenado.

2- Una acción hecha por deber tiene su valor moral, no en el propósito que por medio de ella se
quiere alcanzar, sino en la máxima por la cual ha sido resuelta; no depende, pues, de la realidad del
objeto de la acción, sino meramente del principio del querer, según el cual ha sucedido la acción,
prescindiendo de todos los objetos de la facultad del desear.

3- El deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley. Por el objeto, como efecto de la acción
que me propongo realizar, puedo, sí, tener inclinación, mas nunca respeto, justamente porque es
un efecto y no una actividad de unía voluntad.

El valor moral de la acción no reside en el efecto que de ella se espera, ni tampoco, por consiguiente,
en ningún principio de la acción que necesite tomar su fundamento determinante en ese efecto
esperado. Por tanto, sólo la representación de la ley en sí misma -la cual desde luego no se encuentra
más que en el ser racional-, en cuanto que ella y no el efecto esperado es el fundamento
determinante de la voluntad, puede constituir ese bien tan excelente que llamamos bien moral, el
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cual está presente ya en la persona misma que obra según esa ley, y que no es lícito esperar de
ningún efecto de la acción.

La razón humana vulgar se ve empujada, no por necesidad alguna de especulación, sino por motivos
prácticos, a salir de su círculo y dar un paso en el campo de una filosofía práctica, para recibir aquí
enseñanza y clara advertencia acerca del origen de su principio y exacta determinación del mismo,
en contraposición con las máximas que radican en las necesidades e inclinaciones; así podrá salir de
su perplejidad sobre las pretensiones de ambas partes y no corre peligro de perder los verdaderos
principios morales por la ambigüedad en que fácilmente cae. Se va tejiendo, pues, en la razón
práctica vulgar, cuando se cultiva, una dialéctica inadvertida, que le obliga a pedir ayuda a la
filosofía, del mismo modo que sucede en el uso teórico, y ni la práctica ni la teórica encontrarán paz
y sosiego a no ser en una crítica completa de nuestra razón.

1. El fundamento de la obligación moral: el deber

“Precisamente en ello estriba el valor del carácter moral, del carácter que, sin
comparación es el supremo: en hacer el bien, no por inclinación, sino por deber”. [1]

Concepto de deber → contenido dentro de nuestra tradición ética en tanto consideramos que
actuamos bien cuando hacemos lo que debemos.
Es en la obra de Kant, filósofo de la modernidad, donde encontramos el desarrollo de los principales
conceptos que sostienen la idea de deber como fundamento de la obligación moral.

Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785)

Significado de la posición ética de Kant → Su principal interés es el estudio de las costumbres.


Las costumbres que tenemos muestran lo que consideramos bueno o malo, aquello que está
permitido o prohibido y el saber moral que tenemos.
Kant se propone en esta obra investigar qué fundamentos poseen nuestras costumbres, y
específicamente alude a fundamentos no históricos o materiales, sino en el aspecto racional,
formal, metafísico. Los fundamentos a los que se refiere Kant están dados en su propia concepción
antropológica y principalmente, gnoseológica (especifico de la teoría del conocimiento, hoy
epistemología) en su consideración de cómo conoce el hombre.

Es un primer acercamiento que nos da el filósofo a estas cuestiones planteadas. Lo inicia


oponiéndose a la tradición ética de los fines o al modelo teleológico de la acción. La idea de Bien
como fin último, constituyó el eje de la propuesta ética de Aristóteles, y también es el caso del
modelo de acción estratégica, que vimos a través de Maquiavelo y Hobbes; para Kant estas visiones
finalistas no producen acción moral. Él, por el contrario, va a mostrar cuándo una acción posee
verdadero carácter moral.
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2. La buena voluntad: resultado de un proceso racional

“Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada
que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena
voluntad. (...) y así parece ser la buena voluntad la indispensable condición que nos
hace dignos de ser felices”.[2]

De esta forma comienza enumerando los distintos objetos que podrían ser considerados bienes. Se
parte desde aquellos bienes materiales tales como la salud o la belleza, exteriores tales como la
riqueza, o bien aquellos denominados por Aristóteles bienes del alma como lo son las virtudes de
la valentía, la sabiduría, o la prudencia, por ejemplo. Finalmente, concluye sosteniendo que en
realidad ninguno de estos bienes es propiamente bueno o, dicho de otra forma, bueno en sí mismo,
ya que todos se encuentran condicionados por el fin al cuál están dirigidos, que es lograr la felicidad.

Desde esta perspectiva, estos bienes no son verdaderamente bienes en sentido absoluto, ya que
son medios para un fin superior o Bien supremo.

En tanto un bien está condicionado, no es un bien en sentido absoluto o estricto. En este sentido,
Kant sostiene que cualquier cosa que consideremos buena, en tanto la buscamos para obtenerla,
no es buena en sí misma y por ende, él no la denomina un bien.

Dentro de su pensamiento solamente es un Bien aquello que es el principio de nuestro querer, y


esto es la buena voluntad (dirigida por la razón pura). La voluntad no es en sí misma buena, dado
que puede querer algo y entonces es un medio para este fin.

“La buena voluntad no es buena por lo que efectúe, no es buena por su adecuación para alcanzar
algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en sí misma.
Considerada por sí misma es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de
ella pudiéramos verificar en provecho o gracia de alguna inclinación (ver glosario) y, si se quiere, de
la suma de todas las inclinaciones”.

“Esta voluntad no ha de ser todo el bien, ni el único bien; pero ha de ser el bien supremo y la
condición de cualquier otro, incluso del deseo de felicidad (...)”.

La idea kantiana de la buena voluntad como único bien en sentido absoluto y que está producida
por la razón humana, parte de la distinción que establece Kant con relación a nuestras acciones o
praxis: éstas pueden ser resultado de nuestra inclinación natural o de nuestra actividad racional
pura práctica, esto es, del deber.

Nos contiene: la naturaleza y la razón. El ser humano es para Kant un ser natural y un ser racional.
De acuerdo a nuestra naturaleza obramos por inclinación, por mera voluntad, es decir buscando
realizar algún fin que consideramos un bien.
Rige el movimiento teleológico de encadenamientos entre medios y fines. Pero a este mundo
natural se le opone el mundo de la razón que el ser humano tiene y construye constantemente.
Cuando la razón es pura, independiente de la experiencia y de la especulación sobre el resultado o
consecuencia de mi acción, se impone a mi voluntad como el deber.
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Cuando actuamos por inclinación, estamos movidos por el beneficio que esperamos obtener como
resultado de esta acción y, en este caso, nuestra voluntad no es buena porque no es pura. Pero no
es pura ni es buena en sentido absoluto, aunque pueda darse el caso de que hagamos algo bueno,
pero este bien no fue buscado en sí mismo, sino por algún provecho material o espiritual que
esperamos obtener de esta acción.
Cuando actuamos por deber no nos mueve el fin que pensamos obtener, ni debemos pensar en él.
En ese caso, solamente hay que pensar: ¿Qué debo hacer? Y en el “debo” se encuentra el principio
de la acción que es un fin en sí mismo. Solamente cuando nuestras acciones responden a la buena
voluntad, es decir al deber, es que poseen verdadero carácter moral (valor con relación al Bien que
es la Libertad).

“(...) una acción hecha por deber tiene su valor moral, no en el propósito que por medio de ella se
quiere alcanzar, sino en la máxima por la cual ha sido resuelta; no depende, pues, de la realidad del
objeto de la acción, sino meramente del principio del querer, según el cual ha sucedido la acción,
prescindiendo de todos los objetos de la facultad de desear.

Los propósitos que podamos tener al realizar las acciones, y los efectos de éstas, considerados como
fines y motores de la voluntad, no pueden proporcionar a las acciones ningún valor absoluto y moral.
¿Dónde, pues, puede residir este valor, ya que no debe residir en la voluntad, en la relación con
los efectos esperados? No puede residir sino en el principio de la voluntad, prescindiendo de los fines
que puedan realizarse por medio de la acción; pues la voluntad puesta entre su principio a priori
(Independientemente de la experiencia), que es formal (Producto de la actividad abstracta o mental,
sin contenidos o datos empíricos), y su resorte a posteriori, que es material (Opuesto a formal,
aquello que se constituye como ubicable espacio-temporalmente y que puede ser experimentado.
Tiene datos sensoriales), se encuentra, por decirlo así, en una encrucijada, y como ha de ser
determinada por algo, tendrá que ser determinada por el principio formal del querer en general,
cuando una acción sucede por deber, puesto que todo principio material le ha sido sustraído”

Cuando Kant se refiere al principio de la voluntad como un principio a priori significa que vamos a
obrar movidos por una idea o concepto que no proviene de la experiencia sino de la misma razón.
De allí que él diga que es formal en cuanto que su naturaleza es conceptual y abstracta. Por el
contrario, un principio material es cuando actúo movido por la evaluación de un resultado
provechoso de la acción a realizar. Es material porque está interesado en el resultado que considero
un bien.

3. Actuar por deber

¿Qué es actuar por deber o por buena voluntad?: “(...) el deber es la necesidad de una acción por
respeto a la ley”.

Al concepto de inclinación por el cual estoy motivado bajo el influjo de mi naturaleza, Kant le
opone el concepto de respeto a la ley que proviene de mi ser racional.
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La racionalidad humana es el fundamento de las acciones realizadas por deber y éstas se presentan
como acciones movidas por el respeto a la ley. Actuar por deber es actuar por respeto a la ley, no
obstante, cabe advertir que esta ley no es una ley hecha por lo hombres, sino que es la legalidad
propia de la razón y que por lo tanto nos impone su fuerza a todos los seres racionales.

”Para saber lo que he de hacer para que mi querer sea moralmente bueno, no necesito ir a buscar
muy lejos una penetración especial. (...) bástame preguntar: ¿puedes querer que tu máxima (ver
glosario) se convierta en ley universal? Si no, es una máxima reprobable y no por algún perjuicio que
pueda ocasionarte, a ti o algún otro, sino porque no puede convenir, como principio, en una
legislación universal posible (...)”.

La ley que determina la legalidad moral de mis acciones es la ley universal de las acciones en
general o imperativo categórico (una orden no condicionada por una hipótesis) que dice así: “yo no
debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley
universal”. ¿Cómo se aplica esta fórmula universal? Kant lo expone de la siguiente manera:

“¿Podría decirme yo a mí mismo: cada cual puede hacer una promesa falsa cuando se halla en un
apuro del cual no puede salir de otro modo? Y bien, pronto me doy cuenta de que, si bien puedo
querer la mentira, no puedo querer, empero, una ley universal de mentir; pues según esta ley, no
habría propiamente ninguna promesa, porque sería vano fingir a otros mi voluntad respecto a mis
futuras acciones, pues no creerían ese mi fingimiento, o si por precipitación lo hicieren, pagaríanme
con la misma moneda; por lo tanto mi máxima, tan pronto como se tornase ley universal destruiríase
a sí misma”.

Frente a la toma de decisión tengo que preguntarme: ¿Debo o no debo (hacer determinada cosa)?
La respuesta dada en mi propia conciencia y para mí mismo aparece como una orden, es decir, por
ejemplo: “Debo mentir cuando me conviene” o “No debo mentir bajo ninguna circunstancia”.

Esta orden de mi propia conciencia es lo que Kant denomina → máxima subjetiva, es una ley para
mí mismo. Para saber si alguna de estas respuestas es verdaderamente la expresión del deber y por
lo tanto tiene valor moral, tengo que extender esta orden o mandato subjetivo (para mí mismo) a
la universalidad de todos los seres humanos, es decir, que tenga valor para toda la humanidad. En
el ejemplo dado, si yo considero que debo mentir cuando me conviene esto es verdadero
moralmente -está bien- si puedo sostener la ley universal “Todos los seres humanos deben mentir
cuando les conviene”. Pero si sostengo este último enunciado, es decir: “Todos lo hombres deben
mentir cuando les convenga”, socavo la racionalidad humana, ya que es ilógico invalidar el valor de
verdad que hace posible el conocimiento y la acción (sería como sostener que es verdadero que la
verdad no existe).

Enfasis en caracterizar el concepto de actuar por deber que es tener buena voluntad, en oposición
a actuar por inclinación o conforme al deber (que es cuando obro por inclinación, pero el resultado
está de acuerdo a lo que debía como ser honesto para conservar un prestigio, o ser honesto porque
debo serlo más allá de cualquier otro fin que no sea el deber mismo).
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Los seres humanos generalmente confundimos el actuar conforme al deber a actuar por deber, ya
que en el primer caso estamos obrando calculando el beneficio del resultado y entonces la razón
que está actuando es estratégica y no es una razón pura práctica como la que exige Kant y que
hemos caracterizado como la razón que produce la buena voluntad o el deber.

4. Libertad o autonomía en la ética del deber

La propuesta ética de Kant introduce la idea de nuestra moralidad de obrar por principios: esto
implica afirmar que tengo mis propias normas de conciencia que obran orientando mis decisiones
en la acción. Esta capacidad de determinar desde la razón el principio de los actos es propiamente
la libertad del hombre, la evidencia de su posibilidad de autonomía.

Por ser parte de los seres naturales, el ser humano está sometido a la necesidad propia de cualquier
otro ser físico, pero en cuanto somos seres de razón tenemos libertad. El reino de la libertad es el
de la razón por la cual podemos llegar a tener una vida digna, es decir, una vida que vaya más allá
de las necesidades a las cuales nos ata y nos inclina nuestra naturaleza.

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