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Ética y Docencia

Segundo Lapso
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Primer Documento
Nombre: Danny Ramírez
ÉTICA KANTIANA O DEL DEBER
Desde la antigüedad hasta la época moderna, la moral del hombre occidental estuvo orientada por la
teología moral cristiana, que articuló los ideales de vida del Evangelio sobre los principales Modelos Éticos
antiguos, Aristotélico, Estoico y Neoplatónico, asumidos en forma sincretista.

Ya en pleno siglo XVIII, Kant elabora un nuevo modelo ético, que busca un fundamento diferente para la
vida moral, Las éticas anteriores tenían un fundamento heterónomo, es decir, fundamentaban sus exigencias o
principios en realidades exteriores y trascendentales al hombre mismo: Dios, la idea del bien, la naturaleza, la
felicidad.

El interés de Kant consiste en darle a la moral un fundamento autónomo: que la moralidad misma del
hombre constituya el fundamento último y la fuente original de todas las normas morales. Esto equivale a decir en
un lenguaje sencillo: no importa si el objetivo de mi acción es en sí mismo bueno o malo; lo importante es la
intención que me mueve a realizarla.

Kant llega así a determinar que el único fundamento de la norma moral es el deber. El valor moral sólo
puede radicar en la voluntad del hombre, en “querer hacer el bien”, en la buena voluntad.

La voluntad de cumplir el deber es el criterio máximo de bondad moral. “Obra siempre de tal manera que la
máxima de tu voluntad pueda valer como principio de legislación universal”. En esta fórmula el mismo Kant
sintetiza el principio práctico del obrar moral.

De este modo se construye una moral autónoma y formalista, cuyo influjo ha sido enorme en la sociedad
moderna y actual. El hombre encuentra la perfección moral en el cumplimiento del deber por el deber mismo. No
importan las consecuencias de las acciones, el beneficio o perjuicio que de ellas se siga; lo importante es haber
cumplido exactamente con el deber; y el deber me lo indican las leyes de la sociedad.

Cuando en la formación moral de los niños y jóvenes se insiste tanto en el cumplimiento del deber, en la
observancia de los reglamentos, en el orden institucional se está poniendo en práctica la ética kantiana, aunque uno
crea que está dando una educación cristiana.

TEXTO REPRESENTATIVO

KANT
Tránsito del conocimiento moral vulgar de la razón al conocimiento filosófico
(Tomado de Fundamentación de la Metafísica).

Ni el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como
bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad. El entendimiento, el gracejo, el Juicio, o como quieran

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llamarse los talentos del espíritu; el valor, la decisión, la perseverancia en los propósitos, como cualidades del
temperamento, son, sin duda, en muchos respectos, buenos y deseables; pero también pueden llegar a ser
extraordinariamente malos y dañinos a la voluntad que ha de hacer uso de estos dones de la naturaleza, y cuya
peculiar constitución se llama por eso carácter, no es buena. Lo mismo sucede con los dones de la fortuna.

El poder, la riqueza, la honra, la salud misma y la completa satisfacción y el contento del propio estado,
bajo el nombre de felicidad, dan valor, y tras él, a veces arrogancia, si no existe una buena voluntad que rectifique y
acomode a un fin universal el influjo de esa felicidad y con él el principio todo de la acción; sin contar con que un
espectador razonable e imparcial, al contemplar las ininterrumpidas bienandanzas de un ser que no ostenta el menor
rasgo de una voluntad pura y buena, no podrá nunca tener satisfacción, y así parece constituir la buena voluntad la
indispensable condición que nos hace dignos de ser felices (…).

La buena voluntad no es buena por lo que efectué o realice, no es buena por su adecuación para alcanzar
algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en si misma. Considerada por si
misma, es, sin comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos verificar en
provecho o gracia de alguna inclinación y, si se quiere, de la suma de todas las inclinaciones. Aun cuando, por
particulares enconos del azar o por la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa
voluntad la facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no pudiera llevar a cabo
nada y sólo quedase la buena voluntad -no desde luego como un mero deseo, sino como el acopio de todos los
medios que están en nuestro poder-, seria esa buena voluntad como una joya brillante por sí misma, como algo que
en sí mismo posee su pleno valor.

La utilidad o la esterilidad no pueden ni añadir ni quitar nada a ese valor. Serian, por decirlo así, como la
montura, para poderla tener más a la mano en el comercio vulgar o llamar la atención de los poco versados; que los
peritos no necesitan de tales reclamos para determinar su valor (...).
La segunda proposición es ésta: una acción hecha por deber tiene su valor moral, no en el propósito que por medio
de ella se quiere alcanzar, sino en la máxima por la cual ha sido resuelta; no depende, pues, de la realidad del objeto
de la acción, sino meramente del principio del querer, según el cual ha sucedido la acción, prescindiendo de todos
los objetos de la facultad de desear. Por lo anteriormente dicho se ve con claridad que los propósitos que podamos
tener al realizar las acciones, y los efectos de éstas, considerados como fines y motores de la voluntad, no pueden
proporcionar a las acciones ningún valor absoluto y moral.

¿Dónde pues, puede residir este valor, ya que no debe residir en la voluntad, en la relación con efectos
esperados? No puede residir sino en el principio da la voluntad, prescindiendo de lo fines que puedan realizarse por
medio de la acción, pues la voluntad, puesta entre su principio a priori, que es formal, y su resorte a posteriori, que
es material, se encuentra, por decirlo en una encrucijada, y como ha de ser determinada por algo, tendrá que ser
determinada por el principio formal del querer en general, cuando una acción sucede por deber, puesto que todo
principio material le ha sido sustraído.

La tercera proposición, consecuencia de las dos anteriores, la formularía yo de esta manera: el deber es la
necesidad de una acción por respeto a la ley. Por el objeto, como efecto de la acción que me propongo realizar,
puedo, sí, tener inclinación, más nunca respeta, justamente porque es un efecto y no una actividad de una voluntad.
De igual modo, por una inclinación en general, ora sea mía, ora sea de cualquier otro, no puedo tener respeto: a lo
sumo, puedo, en el primer caso, aprobarla y, en el segundo, a veces incluso amarla, es decir, considerarla como
favorable a mi propio provecho.

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Pero objeto del respeto, y por ende mandato, sólo puede serlo aquello que se relacione con mi voluntad
como simple fundamento y nunca como efecto, aquello que no esté al servicio de mi inclinación, sino que la
domine, al menos la descarte por completo en el cómputo de la elección, esto es, la simple ley en sí misma.

Una acción realizada por deber tiene, empero, que excluir por completo el influjo de la inclinación, y con
ésta todo objeto de la voluntad; no queda, pues, otra cosa que pueda determinar la voluntad, si no es objetivamente,
la ley y, subjetivamente, el respeto puro a esa ley práctica, y, por tanto, la máxima de obedecer siempre a esa ley,
aun con perjuicio de todas mis inclinaciones.

Así, pues, el valor moral de la acción no reside en el efecto que de ella se espera, ni tampoco, por
consiguiente, en ningún principio de la acción que necesite tomar su fundamento determinante en ese efecto
esperado, pues todos esos efectos -el agrado del estado propio, o incluso el fomento de la felicidad ajena- pudieron
realizarse por medio de otras causas, y no hacia falta para ello la voluntad de un ser racional, que es el único en
donde puede, sin embargo, encontrarse el bien supremo y absoluto. Por tanto, no otra cosa, sino sólo la
representación de la ley en si misma —la cual desde luego no se encuentra más que en el ser racional—, en cuanto
que ella y no el efecto esperado es el fundamento determinante de la voluntad, puede constituir ese bien tan
excelente que llamamos bien moral, el cual está presente ya en la] persona misma que obra según la ley, y que no es
licito esperar de ningún efecto de la acción.

Pero ¿cuál puede ser esa ley cuya representación, aun sin referirnos al efecto que se espera de ella, tiene
que determinar la voluntad, para que ésta pueda llamarse buena en absoluto y sin restricción alguna? Como he
sustraído la voluntad de todos los afanes que pudieran apartarla del cumplimiento de una ley, no queda nada más
que la universal legalidad de las acciones generales -que debe ser el único principio de la voluntad-; es decir, yo no
debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal. Aquí es la
mera legalidad en general -sin poner por fundamento ninguna ley determinada a ciertas acciones- la que sirve de
principio a la voluntad, y tiene que servirle de principio si el deber no ha de ser por doquiera una vana ilusión y un
concepto quimérico; y con todo esto concuerda perfectamente la razón vulgar de los hombres en sus juicios
prácticos, y el principio citado no se aparta nunca de sus ojos.

UTILITARISMO

El Utilitarismo es sin duda el modelo ético más seguido en la actualidad. Constituye un resurgimiento del
Epicureísmo Hedonista en pleno siglo XVIII. Su principio fundamental consiste en la felicidad, que se consigue
buscando el placer y rechazando el dolor.

Bueno es lo que produce placer, malo, lo que produce dolor. Esto se deduce del criterio de utilidad, que
constituye el móvil último de todas las acciones. Es útil lo que aumenta el placer y disminuye el dolor.

Esta corriente nace del carácter pragmático anglosajón y logra sus mejores ideólogos y su máximo
desarrollo en Inglaterra. El primer utilitarista con renombre universal es Bentham, un filántropo preocupado por la
felicidad de la humanidad, a cuyo servicio elabora una aritmética moral. La conducta debe regirse sólo por el interés.
Toda la sabiduría moral consiste en un frío cálculo de intereses.

El sacrificio, el ascetismo, el desinterés son ideales falsos. La virtud es el hábito de hacer bien las cuentas
para lograr mayor placer. El altruismo predicado por él se basa en la utilidad por cuanto nada hay más útil y

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placentero que la simpatía y concordia entre los hombres. La mayor felicidad -entendida como placer- para el mayor
número de hombres, es su máxima de acción moral. Esto es lo que él denomina maximización de la felicidad. De ahí
que el interés público esté siempre por encima del interés particular.

Su discípulo Stuart Mill corrige esta doctrina dándole mayor importancia a la calidad del placer que a su
cantidad. “Vale más, llega a decir, ser un hombre descontento que un cerdo satisfecho”. Los placeres intelectuales o
del espíritu son más valiosos que los placeres sensuales. Moralmente, las personas se clasifican de acuerdos al tipo
de placeres a que aspiran.

Hay quienes desdeñan en los textos de ética el valor de esta corriente, por su simplicidad y escasa
sistematización teórica. Sin embargo, como decíamos antes, es el modelo ético generalizado en nuestra sociedad. El
hombre tiende espontánea o instintivamente a buscar lo que le produce placer; y a eso lo llama útil y bueno.

El interés marca el estilo de nuestras relaciones sociales y la jerarquía de nuestros valores. Incluso la moral
cristiana que practicamos es una moral utilitaria: busca las satisfacciones que hacen feliz al hombre, si es posible en
este mundo, y si no, al menos en el otro.

TEXTO REPRESENTATIVO
BENTHAM
El Principio de Utilidad aplicado a la Moral
(Tomado de Principios de Legislación Civil y Penal).

Vuestro objeto único es buscar el placel y evitar el dolor. Estos sentimientos eternos e irresistibles deben
ser vuestro gran estudio. El principio de utilidad lo subordina todo a estos móviles; y la utilidad es el primer eslabón
de la cadena de mi enseñanza. Mal es pena, dolor o causa de dolor. Bien es placer o causa de placer. Estas palabras,
pena y placer, las tomaréis en su significación vulgar, sin inventar significaciones arbitrarias para excluir ciertos
placeres o para negar la existencia de ciertas penas. Pena y placer es lo que todos sienten como tal, el labrador como
el príncipe, el ignorante como el filósofo y como el marrano.

La virtud no es un bien sino cuando ocasiona un placer, el vicio no es malo sino cuando ocasiona pena. Así,
si en el catálogo vulgar de las virtudes (como los mandamientos del Decálogo) halláis una que os produzca más pena
que placer, borradla y pasadla al catálogo de los vicios; y si en el catálogo de los vicios (como el de los siete pecados
capitales) encontráis alguno que inocentemente os conduzca al placer, borradlo y pasadlo al catálogo de las virtudes.

La lógica de la utilidad consiste en partir del cálculo o de la comparación de las penas y de los placeres en
todas las operaciones del juicio, y en no comprender en ellas ninguna otra idea. Los elementos del cálculo moral son
los placeres y las penas, según la clasificación y graduación por su intensidad, duración, certeza, proximidad,
fecundidad y pureza. Por esta última palabra se entiende que el placer no tenga riesgo de producir pena.

Sumados los placeres y sumadas las penas, se comparan, y el saldo determinará la acción que se intenta; en
la inteligencia de cada uno se debe hacer juez la utilidad, porque así debe ser; de otro modo el hombre seria un
agente irracional, y el que no es juez de lo que le conviene, es menos que un niño, es un idiota. Las reglas de este
cálculo son las mismas que las de otro cualquiera, aunque el valor de la cifra esté sujeto a subir y a bajar por el

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termómetro de nuestras inclinaciones, dándole más valor a lo que apetece y disminuyéndolo a los males resultantes
del placer que se desea. Se os dirá tal vez que el principio de utilidad no es otra cosa que la renovación del
epicureísmo y que los males que esa doctrina hizo en las costumbres fueron bien conocidos, porque ese hombre fue
de los más corrompidos.

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Desde la antigüedad hasta la época moderna, la moral del hombre


occidental estuvo orientada por la teología moral cristiana, que
articuló los ideales de vida del Evangelio sobre los principales
Modelos Éticos antiguos, Aristotélico, Estoico y Neoplatónico,
asumidos en forma sincretista.

Además.
El interés de Kant consiste en darle a la moral un
fundamento autónomo: que la moralidad misma del hombre
constituya el fundamento último y la fuente original de todas
las normas morales. Esto equivale a decir en un lenguaje
sencillo: no importa si el objetivo de mi acción es en sí mismo
bueno o malo; lo importante es la intención que me mueve a
realizarla.

TEXTO REPRESENTATIVO KANT

El poder, la riqueza, la honra, la salud misma y la completa


Ni el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es
satisfacción y el contento del propio estado, bajo el nombre de felicidad, dan
posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, valor, y tras él, a veces arrogancia, si no existe una buena voluntad que
a no ser tan sólo una buena voluntad. El entendimiento, el gracejo, el rectifique y acomode a un fin universal el influjo de esa felicidad y con él el
Juicio, o como quieran llamarse los talentos del espíritu; el valor, la principio todo de la acción; sin contar con que un espectador razonable e
decisión, la perseverancia en los propósitos, como cualidades del imparcial, al contemplar las ininterrumpidas bienandanzas de un ser que no
temperamento, son, sin duda, en muchos respectos, buenos y deseables; pero ostenta el menor rasgo de una voluntad pura y buena, no podrá nunca tener
también pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos a la voluntad satisfacción, y así parece constituir la buena voluntad la indispensable
que ha de hacer uso de estos dones de la naturaleza, y cuya peculiar condición que nos hace dignos de ser felices (…).
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constitución se llama por eso carácter, no es buena. Lo mismo sucede con los
dones de la fortuna.
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NEOPLATONISMO

El Utilitarismo es sin duda el modelo ético más seguido en la actualidad.


Constituye un resurgimiento del Epicureísmo Hedonista en pleno siglo XVIII. Su
principio fundamental consiste en la felicidad, que se consigue buscando el placer y
rechazando el dolor.

Esta corriente nace del carácter pragmático anglosajón y logra sus mejores
ideólogos y su máximo desarrollo en Inglaterra. El primer utilitarista con
renombre universal es Bentham, un filántropo preocupado por la felicidad de la
humanidad, a cuyo servicio elabora una aritmética moral. La conducta debe
regirse sólo por el interés. Toda la sabiduría moral consiste en un frío cálculo de
intereses.

TEXTO REPRESENTATIVO BENTHAM

Vuestro objeto único es buscar el placel y evitar el dolor. Estos La virtud no es un bien sino cuando ocasiona un placer, el vicio no es
sentimientos eternos e irresistibles deben ser vuestro gran estudio. El malo sino cuando ocasiona pena. Así, si en el catálogo vulgar de las
principio de utilidad lo subordina todo a estos móviles; y la utilidad es el virtudes (como los mandamientos del Decálogo) halláis una que os
primer eslabón de la cadena de mi enseñanza. Mal es pena, dolor o causa produzca más pena que placer, borradla y pasadla al catálogo de los
de dolor. Bien es placer o causa de placer. Estas palabras, pena y placer, vicios; y si en el catálogo de los vicios (como el de los siete pecados
las tomaréis en su significación vulgar, sin inventar significaciones capitales) encontráis alguno que inocentemente os conduzca al placer,
arbitrarias para excluir ciertos placeres o para negar la existencia de
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ciertas penas. Pena y placer es lo que todos sienten como tal, el labrador
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de las virtudes
como el príncipe, el ignorante como el filósofo y como el marrano.

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