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Esta posición es recuperada actualmente debido al avance de los modelos de una racionalidad
técnica estratégica sobre la totalidad del ámbito de la acción humana. La vida activa del ser humano
resulta racionalmente a partir del uso de la razón práctica, pero también de la razón técnica.
La posición de Aristóteles con su propuesta ética sostiene que esta razón humana es la encargada
de hacer de nosotros, como seres humanos, seres capaces de vivir con otros seres en un estado de
bienestar, en tanto tenemos como objetivo la realización y conservación del Bien Común. Esta razón
práctica o frónesis, como facultad, es capaz de desarrollar virtudes. Entre ellas, la prudencia es la
materialización más útil y necesaria para esta realización, que propone Aristóteles para una buena
vida humana o vida feliz.
Por el contrario, la posición que denominamos ética del poder, se basa, para la realización de una
buena vida, en el desarrollo y aplicación de la racionalidad técnica. Dentro de este contexto, esta
buena vida radica en la obtención y conservación del poder que tenemos cada uno como individuo
y que radica en la fuerza vital de nuestro cuerpo.
En el orden de la filosofía política Nicolás Maquiavelo y Hobbes son autores paradigmáticos del
modelo de acción de la razón técnica aplicada a las cuestiones ético-políticas; no obstante, cabe
reconocer la existencia de otros autores antiguos → en el Renacimiento se prefigura, y en la
modernidad se impone, una asociación entre un modelo de acción humana y un orden socio-político
correspondiente, del cual nuestra sociedad es heredera. Como argentinos en democracia nos es de
utilidad intentar visualizar y comprender la existencia de modelos de acción claramente
establecidos en la sociedad. Los mismos no siempre son los mejores para promover un estado
republicano democrático constituido por ciudadanos, con todos los valores que implica esta última
categoría socio-política.
El modelo de acción → se define finalmente en la modernidad, y que posiblemente nos afecte en
nuestra contemporaneidad. Es correspondiente con la conceptuación de un orden político
monárquico y del poder absoluto.
Aunque Nicolás Maquiavelo sea reconocido como un héroe nacional italiano por su vocación
orientada al estudio de las reglas para la constitución de una Nación independiente del poder papal,
los consejos que constituyen estas reglas van dirigidos a alguien que debe ser el único con poder
para gobernar: aquél que tenía que lograr detentar el uso legítimo del poder sobre todos los otros
integrantes de la república, en aquel entonces bajo el modelo de principado. Nos estamos refiriendo
aquí a la figura del Príncipe o Monarca.
En El príncipe, entre los consejos respecto a la forma de conservar el poder establecido como orden
político, se refiere al uso de las leyes como la más adecuada a los hombres. Sin embargo,
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inmediatamente dice “pero, la experiencia nos demuestra...”. Esta expresión se repite a lo largo de
toda su obra ¿Qué implicancias tiene en su obra esta reiteración?
Este es un primer punto importante a destacar: este movimiento constante en su pensamiento y
recomendaciones del mensaje, entre cómo las cosas deberían ser y cómo son en la realidad
humana-social.
Muestra el contraste de oposición que se establece entre el orden del ser (cómo son las cosas) y el
del deber ser (cómo deberían ser las cosas).
Cómo son las cosas tiene que ver con el mundo de la realidad empírica.
Cómo deberían ser las cosas se refiere a un mundo ideal de valores inexistente, de acuerdo a este
realismo pesimista de nuestro autor renacentista.
Desde la perspectiva de este pensador, si las cosas no se experimentan como deberían ser no son
de ninguna manera reales. Este mundo ideal de valores como el bien, la paz, la justicia, la verdad, la
honestidad, la justicia, etc., no tiene posibilidad de concretarse en la acción social y en el orden de
las sociedades. Esto se debe a que la misma naturaleza humana es “perversa”. Lo que prevalece es
la existencia del más fuerte y del más apto naturalmente para conservar la vida.
Esta visión desalentadora se debe a que Maquiavelo tiene una concepción antropológica donde la
racionalidad en el hombre aparece investida o subsumida bajo el poder o la fuerza dominante de
los instintos animales, propios de nuestro ser biológico. La herencia cultural y la tradición
institucionalizada en Occidente y consolidada por el poder de la Iglesia sostenían la idea de que el
hombre, al tener un alma inmortal con una función especial que es la actividad racional, se posiciona
como superior al resto de los animales. Pero la idea antes mencionada es refutada por la obra de
Maquiavelo, quien destaca que esta idea no es real, porque los mismos hechos humanos, es decir,
el desarrollo de la historia de los pueblos, muestra que en la experiencia lo que prevalece es el
deseo de vivir → deseo de existencia en un medio social y humano, es posible mantenerlo a costa
del desarrollo de ciertas capacidades o virtudes.
Maquiavelo aconseja imitar las virtudes o capacidades del león y del zorro a aquellos individuos que
quieren vivir teniendo dominio sobre los otros, porque consideran que este dominio es útil ya que
es un beneficio para su propia vida.
¿Por qué esta idea? La causa radica en los atributos propios de cada uno de estos animales. Por
una parte, el león es el rey de la selva; si desplazamos esta imagen a los fines de la obra de
Maquiavelo, lo que él intenta mostrar al Príncipe (futuro gobernante de la nación italiana, que
todavía no existía como tal) es que él, como hombre, tiene que desarrollar su naturaleza animal en
sus principales atributos. Es en la fuerza del león donde se manifiesta el modelo a imitar ya que es
el más poderoso en la selva. Esta fuerza, sin embargo, hay que entenderla. El príncipe como
individuo puede ser un ser corporalmente débil, pero aquí la idea de fuerza corporal no se refiere al
cuerpo propio del individuo, del Príncipe, sino al cuerpo político social que es su poder material o
principado. Esta fuerza, dentro del proyecto político, se materializa en el poder del ejército y en el
poder de las armas o de una economía que permita tanto la compra de armas como de fuerza
corporal, es decir soldados.
La fuerza como virtud tiene que ir acompañada de la astucia, propia del zorro, que es el despliegue
de una particular actividad racional humana. Esta astucia es lo que hoy denominaríamos la
racionalidad estratégica que, tiene un origen bélico, ya que estratega significa general de ejército.
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La racionalidad estratégica → una de las formas en que nuestra razón se activa o tiene que ser
activada cuando tenemos que resolver un problema.
Se requiere tener una visión de diferentes alternativas de acción, una visión de campo. Es necesaria
para poder elegir la alternativa más apropiada, que me lleva a lograr el éxito.
Esta racionalidad (“astucia”) cuyo sentido más elemental está referido a un fin que es sostener la
existencia, conservar la vida.
Maquiavelo, como pensador naturalista, se apoya en una concepción del hombre como
esencialmente un ser animal, natural, sin que entre en este concepto de natural la existencia de un
alma como principio meta-físico del ser humano.
La razón y su actividad es esencialmente una racionalidad estratégica, que es una de las formas en
que se manifiesta nuestra razón técnica. Y esta razón tiene su fundamento en la materia orgánico-
instintiva del ser humano, en su inteligencia como actividad cerebral, no de un alma supuestamente
ligada a un más allá del cuerpo y la materia.
El éxito, dentro de este contexto de los fines que se persiguen cuando nuestra racionalidad
estratégica está activada, es el logro del poder.
Idea de poder → lograr el dominio de la circunstancia que se presenta en función, o con el objetivo,
de favorecer la propia existencia. En nuestra vida social, o en común con otros seres humanos,
estamos en una especie de guerra o enfrentamiento es clara cuando se caracteriza esta racionalidad
como estratégica, ya que solamente en un estado de guerra o de enfrentamiento es donde
razonamos en base al sentimiento de temor a perder, porque perder en estas circunstancias
significa la muerte.
La cuestión política, significa -por su origen y realidad en todos los tiempos- la cuestión ética: en el
ordenamiento socio-político en que siempre vivimos -ya que nunca somos seres humanos aislados
totalmente, separados sustancialmente de los otros- no es posible establecer una separación entre
lo ético y lo político, como se mostró desde la antigüedad de la historia del pensamiento.
Con Maquiavelo nos encontramos, desde la perspectiva de nuestro interés que es el modelo de
acción relativo a una valoración ética, en lo que se denomina una posición relativista (Posición
teórica científica o filosófica que sostiene que no hay valores absolutos, sino que las valoraciones
dependen del lugar de observación del sujeto) de la ética.
No hay ideas universales trascendentes a la vida humana, que no existe el Bien en sí mismo, como
una esencia inmóvil y por lo tanto que no esté sujeta a los cambios propios del movimiento de las
situaciones espacio-temporales.
Para Maquiavelo el bien o lo bueno como valor está determinado por la situación vital, para la cual
el valor supremo es la conservación de la existencia o vida. De allí que su obra contenga todas las
recomendaciones necesarias para el logro de este propósito, pero referido no solamente a la vida
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del príncipe, sino al poder político de éste, que está materializado en la conservación e
independencia, respecto de cualquier otro más poderoso, de la Nación italiana.
El Bien como la Vida del Estado independiente se presenta así como el ideal concreto, el fin último
al cual es preciso sujetar los medios o alternativas de acción.
La redacción de esta obra muestra, un marcado giro lingüístico y estilo retórico, provoca una
poderosa persuasión a los lectores: nos dice que tenemos ideas de lo que es el bien, lo honesto, el
amor, la bondad, la piedad, la felicidad, en tanto tradicionalmente o culturalmente hemos heredado
este discurso sobre el deber ser, “pero..., –nos dice a continuación– dada la naturaleza perversa de
los hombres, es preferible, ser temido a amado (...)”. Los hechos pueden más que las ideas. En esta
convicción se produce una sustitución del orden del deber ser por el orden del ser, quedando este
último, que es la constatación del valor de los hechos, convertido en el ámbito que otorga el valor
moral a nuestros actos.
Cuando el fin de la acción es el éxito, ganar, tiene su fundamento en el supremo valor de la Vida, y
cualquier medio pasa a ser bueno en tanto esté orientado hacia este fin u objetivo. ¿Por qué
cualquier medio? La razón es que no habría parámetros superiores o externos a la misma vida que
le pongan un límite de valor universal. De lo cual se deduce que si tengo que mentir para tener
poder, está bien mentir; si tengo que matar para vivir, está bien matar. Pero atendamos que no
inferimos que sea un bien matar, sino que esta valoración se da dentro de una situación concreta
que la condiciona.
De alguna forma, la educación y la cultura nos han impuesto la idea sobre los valores absolutos, o
esencias, pero esto no es así realmente. Los valores o esencias no existen como esencias
trascendentes (tiene una existencia más allá de lo que se está considerando) a la materia, al cuerpo,
a los hechos concretos e históricos, como son los resultados de nuestros actos. Solamente las
circunstancias, los hechos, son los que determinan, finalmente el valor de nuestros actos.
Maquiavelo no dice en ninguna parte de su obra que el fin justifique los medios, pero el modelo de
acción que él recomienda desde toda esta perspectiva expuesta, es que, si debemos conquistar el
poder y tenerlo –dada la naturaleza humana que es semejante a las bestias– entonces si hay que
matar, o mentir, o estafar, está bien.
Al igual que Aristóteles, Maquiavelo tiene una posición ética que se basa en el modelo teleológico
de la acción, es decir, en el análisis de que las acciones humanas, sociales e individuales, son
constantes encadenamientos de medios y fines. La diferencia radical es cómo ordenamos estos
encadenamientos, en relación al valor de bien último, supremo bien o lo debido.
Aquí es donde aparece la gran diferencia teórica entre estos pensadores modélicos de propuestas
éticas.
El modelo aristotélico se basa en el valor de bien social cultural como una idea que trasciende al
valor de la Vida tomada como bien del individuo y aun del grupo. Ese bien social y cultural trasciende
de tal forma las circunstancias que aun en una situación concreta de guerra, este pensador no podría
aceptar que matar al enemigo sea un bien en sí, sino que es un mal elegido, querido. La razón
práctica, en oposición a la razón técnica, no puede ignorar la realidad de ideas trascendentes a la
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materia histórica concreta de los hechos actuales, es decir que la razón tiene un capital simbólico,
como lo expresaríamos hoy en día, que no puede ser ignorado o dejado de lado, ya que éste es parte
constitutiva del valor de mi propia vida actual. Este capital simbólico es el saber de las ideas y
conceptos que poseen realidad fuera de las cosas aunque en ellas se materialicen. Este mundo de
valores es experimentado en la vida activa, pero su existencia no puede estar limitada solamente a
esta experiencia ya que ésta carecería de sentido si no pudiéramos y no aceptáramos el valor de las
ideas.
Aristóteles es un pensador realista; él no piensa que las ideas posean una subsistencia en sí fuera
de las cosas, pero en tanto esencias trascienden las cosas, los actos, y se posicionan conformando
una realidad simbólico-cultural que está viva en la vida concreta de individuos, pueblos, sociedades.
La razón práctica queda desplazada o subsumida. Subsumida bajo el valor de la actividad racional
respecto a fines relativos a la necesidad de conservar la vida, que es el poder que tenemos los seres
vivos. Queda desplazada como producto heredado de un discurso filosófico que no es histórico, que
es esencialista y por lo tanto no es realista.
El realismo de la propuesta ética del modelo de acción maquiavélico, está depositado en el valor del
cuerpo que es la vida, y que otra consecuencia importante que se deriva de esta concepción, es que
su utilidad no es propicia para una sociedad democrática.
El objeto de valoración son las acciones o praxis, es decir, toda nuestra actividad que inmediata o
mediatamente posee un efecto sobre la vida de los demás seres con lo cuales compartimos nuestra
existencia. El error de la falta de ampliación de la perspectiva valorativa de los actos conduce a
constituir una forma de ser ético o moral limitada, escasa o doble moral, en la confusión que
tenemos respecto de la forma en que nos experimentamos como seres humanos, sociales.
La relación que se establece entre esta posición ética y la monarquía como organización política que
ejerce el poder absoluto, y que en nuestra época tomó la forma de los totalitarismos o las
dictaduras. Es evidente que el modelo propuesto por Maquiavelo al príncipe no podía ser otro que
el expuesto en su obra a partir de la influencia sobre este pensador del feudo o principado, como
forma política generalizada en su momento histórico. Estos principados estaban en constante
riesgo a causa del peligro del poder imperial de las nacientes naciones, del poder papal de la Iglesia,
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que también amenazaba como hegemónico, y los enfrentamientos, dentro de la misma Italia, entre
los principados.
Este pensador político surge como un reflejo del momento histórico-político social, reflejo que por
lo mismo no es contestatario de lo instituido sino una réplica reproductora de lo experimentado y
conocido por Maquiavelo. Ante las continuas revueltas civiles y las batallas entre los pequeños
reinados y feudos, ante la amenaza del ejército de los nacientes Estados ya configurados por
alianzas, y la amenaza histórica del poder papal, Maquiavelo piensa en una autonomía y soberanía
del principado de Florencia frente al peligro del enemigo externo, y considera que solamente puede
darse a partir de fortalecer el temor y la obediencia hacia adentro del reino.
El temor → considerado como una emoción elemental que lleva a los hombres a obedecer un poder
superior; y dentro de este contexto del poder soberano de un monarca o príncipe, este temor se
expresa por la obediencia debida a este monarca, que es el que crea la ley y la hace cumplir. En esta
situación de subordinación al poder del soberano, los individuos en la sociedad son súbditos, ya que
tienen toda la voluntad puesta en esta obediencia y no tienen para sí, en cuanto ser social y político,
una razón poderosa que pueda competir con la del príncipe.
La obediencia que genera la sujeción al estado de súbdito es la contrapartida de una ética del
poder, donde las normas poseen el valor moral en tanto son el resultado de la racionalidad
estratégica del soberano y no representan la voluntad popular o común de los ciudadanos.
Por este motivo, algunos pensadores contemporáneos sostienen que no nacemos ni humanos ni
libres, sino que tenemos que hacernos humanos y libres mediante la búsqueda de este fin, que no
está en la misma vida del cuerpo, sino que pertenece a otro ámbito que es aquél de las ideas, las
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cuales, porque existen como tal, son las que dan sentido a los hechos que, por sí mismos, son, pero
no significan.
soberanos sobre todas las voluntades individuales. Sin el estado social, estamos en un estado de
guerra de todos contra todos.
La felicidad, como bien que buscamos, es la subordinación de uno como individuo, de la libertad
natural o derecho natural de hacer lo que uno quiere, al orden socio-político, donde uno sólo es el
que dice lo que está bien o lo que es justo o injusto. En este pensador distinguimos, entonces dos
conceptos de libertad: la libertad natural de cada individuo de hacer lo que quiere, y la libertad
social, por la cual uno quiere en definitiva lo que quiere la ley que es la representación de la
Voluntad del soberano. Esta libertad civil o social no es la del cuerpo, sino la de la racionalidad
estratégica que asume delegar su libertad natural, o derecho natural, de hacer lo que quiere por
hacer lo que debe, que es hacer lo que quiere el poder absoluto.
Este modelo de contrato social se basa en una consideración pesimista del ser humano, donde la
naturaleza se presenta como esencialmente animal ya que las pasiones son las que determinan el
valor de la elección. Si no son las pasiones, es la racionalidad estratégica que al medir alternativas
de acción lo hace en la búsqueda mezquina de la realización de mi bien individual que es la
conservación de los bienes, ya sea vida o pertenencias, sin que entre en esta valoración el otro como
un nosotros, propio de una sociedad democrática.
Hobbes, como Maquiavelo, representa el modelo de acción teleológico donde, a diferencia del
pensador renacentista, el fin es lograr la constitución de una sociedad civil ya que ella es la garantía
del constante deseo de felicidad, porque no hay un fin último como sumo Bien, sino que el
constante deseo es el bien para el ser humano.
Acompaña a este deseo, la predisposición constante del ser humano a la guerra, a la lucha por
conservar los bienes, dado el temor a perder lo que posee; este es el estado natural del hombre ya
que para Hobbes somos seres atravesados por nuestras pasiones que son negativas porque la vida
humana en este estado de naturaleza es miserable.
Como en el estado natural no hay poder común entre los hombres, sino que cada uno se
experimenta como un ser individual, tampoco hay normas comunes o valores comunes como bien
o mal, justo o injusto. Esta naturaleza humana individual queda sometida –no desaparece– al
momento en que los seres humanos pactan una vida común e instituyen un poder común sobre
todos y cada uno de ellos como individuos.
La vida social, es posible de forma pacífica bajo el orden que establece el poder de uno solo, que es
el soberano, quien crea las leyes y normas para todos y es quien detenta de forma absoluta el poder
de la fuerza (el monopolio de la fuerza) para imponer las leyes.
En esta forma de pacto social que se funda en la visión pesimista del estado natural o naturaleza
humana, la vida social es posible a cambio de la renuncia al derecho natural, que es la libertad de
cada uno de hacer lo que quiere. Este poder natural es transformado en obediencia a un poder
común, la voluntad libre es delegada a uno que es el que manda a todos. Esta paz social tiene el
costo de la falta de autonomía de los individuos, ya que no están dotados naturalmente para dar
valor a positivo a la vida en común. La renuncia de la propia libertad como derecho natural es la
mutua transferencia del propio poder a otro de los miembros de un grupo social a partir de lo cual
–pacto social– adquiero el beneficio de conservar la vida en base a lazos que son palabras y acciones
que sujetan y obligan: las leyes y normas sociales.