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I. INTRODUCCIÓN.
En España, como en otros países europeos, Francia sobre todo, el Estado, lo que podemos
llamar, el Estado, no nació repentinamente, sino a lo largo de un proceso histórico iniciado
durante la segunda mitad del siglo XIII, y acentuado durante las dos centurias siguientes.
En las décadas centrales del siglo XIII, los Reinos Cristianos, extendieron sus fronteras
hacia el sur, terminaron, salvo el epílogo granadino, sus luchas contra los reinos
musulmanes, estabilizaron sus fronteras, y crecieron, en extensión, en población y en
riqueza.
A la vez, el reino se configuró como unidad política básica. Se era natural de un reino, y
este vínculo de naturaleza, de nación, ataba a los hombres a su reino con fuerza creciente,
al tiempo que los vinculaba como súbditos de su rey. Este vínculo de carácter político, de
dependencia con el rey, no hizo desaparecer ni las relaciones señoriales, ni las feudo-
vasalláticas, pero se superpuso a ellas. Las doctrinas y normas jurídicas, apoyadas en la
renacida tradición del derecho romano, proporcionaron a los reyes argumentos
económicos y mecanismos técnicos para fortalecer su poder.
A lo largo del siglo XV, estos elementos, provocaron la aparición de un verdadero Estado,
de una instancia superior de poder, concentrada en torno a la persona del monarca, como
titular de un poderío real absoluto, e independiente de la Iglesia y del Emperador. Este
foco de poder, actuaba, no solo a través de la persona del monarca, sino por medio de
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unas instituciones dependientes del monarca. El rey era el vértice de la construcción
estatal como titular de la soberanía.
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La viabilidad política de esta unión se demuestra al conservar su equilibrio durante
bastante tiempo, y el relativo éxito con el que enfrentó las tensiones. El rey debía dirigir
la monarquía en su conjunto, y no solo como la suma de sus componentes, pese a la
diversidad de sus componentes. Por otro lado, la amplitud y las distancias, exigieron
desarrollar formas de delegación del poder real (representantes del rey en los territorios)
para obtener información y para hacer cumplir las órdenes. El rey creó una élite, que
creara los puestos de virreyes, gobernadores generales, embajadores, jueces,
visitadores… y por supuesto el reforzamiento también requirió la colaboración de al
menos una parte de las élites dirigentes de los diversos territorios.
El calificativo católico, tiene que ver con lo universal, con un imperio extendido
por todo el orbe. El elemento nacional, está presente en la expresión monarquía hispánica.
En los siglos XVI, y XVII, se generalizó la denominación de rey de España. Una
denominación que los monarcas de esa monarquía, también emplearon pero en plural, en
sellos, monedas… No se denomina rey de España en singular, sino reyes de España, de
una serie de territorios. Esta denominación, con todos los títulos, nos habla de una
monarquía desbordaba ampliamente el marco peninsular.
Los Habsburgo españoles, demostraron que querían ser los arabices de la lucha
contra el islam. Aquí aparece el deseo de una monarquía con unas pretensiones de
universalidad, firmemente arraigadas. La monarquía está compuesta de distintas coronas,
de distintos reinos, de distintas naciones… La monarquía española, mucho más que la
francesa, era un conglomerado de diversas constituciones políticas, reunidas entre sí por
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un mismo rey, y esto era desde el punto de vista político, como del punto de vista de las
conciencias nacionales.
Este orden con el que aparecen los títulos, no es fortuito, sino que los reinos
preceden a los ducados, y estos a los condados y señoríos. Además el conjunto de los 32
territorios, tienen dos características complementarias:
Esta relación, no hace sino poner de patente, la importancia que los reinos
españoles y los castellanos en particular, tenían dentro de la monarquía. Una realidad que
era percibida también por el imaginario europeo. Desde fuera de la monarquía, al monarca
se le llamara rey de España.
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Desde sus inicios, los derechos sucesorios, la fuerza y el ejercicio de la violencia,
y la negociación actuaron conjunta, aunque en diversas medidas en la construcción y
composición de la monarquía de España.
Los Reyes Católicos, desplegaron una política matrimonial muy activa, por el
deseo de aislar a Francia. Hay que decir en que Isabel y Fernando no controlaban la
política europea, para poner en práctica unos designios semejantes. Estos matrimonios
hay que verla de la siguiente manera:
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el que tenía lugar el llamado comercio del norte, que partía de los puertos
cantábricos y cuyo motor eran las lanas castellanas, que iban a Flandes;
3. En tercer lugar, buscaba apuntalar la alianza con otros poderes emergentes, y
particularmente la Inglaterra de los Tudor, y con la casa de Borgoña, con
Maximiliano y María de Borgoña.
La respuesta que da Fernando el Católico, es que apenas muerta Isabel se casa con
Germana de Foix. Este matrimonio significa la amenaza para la continuidad de la débil
cohesión de estados. En los primeros años del siglo XVI, de nuevo el azar biológico, con
el encadenamiento de la muerte de Juan de Aragón, hijo que nace de Fernando y Germana,
donde en el Tratado de Blois, sería el heredero de Aragón. La muerte de Fernando el
Católico, en 1516, hizo aparecer el fantasma de la disgregación de la monarquía. Carlos
se convierte en heredero, a cambio de un golpe de Estado, según Joseph Pérez, pero solo
el reconocimiento de la enajenación de su madre, hicieron que el gobernara. Cuando
muere Maximiliano en 1519, hubiera recibido el legado de Borgoña, Carlos. La boda de
Felipe II, posteriormente, con su tía abuela, María Tudor.
Para la concepción política del Antiguo Régimen, había algo antinatural, con el
gobierno de territorios autónomos en la cabeza de un rey. Cada territorio tenía una
relación entre la población y su príncipe. El reconocimiento por los méritos y el ejercicio
de la justicia, ingredientes de la soberanía regia. Si el rey estaba ausente, los territorios
que no se beneficiaban de la compañía de un rey, podía haber problemas. La ausencia del
rey, podía también tener ciertas ventajas, en la medida que retardaba el despliegue del
poder regio, lo cual en el terreno fiscal, podía tener una menor gravante.
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En la Península Ibérica ya había antecedentes de gobiernos en ausentes, sobre todo
en los territorios de la Corona de Aragón, y Fernando el Católico, gobernó sus territorios
desde Castilla, lo cual disgustó mucho a catalanes, aragoneses y valencianos. También es
verdad que esta situación se veía corregida por la cercanía de estos territorios y la
celebración de cortes. La proyección mediterránea de Aragón, ofrece un ejemplo claro en
ausencia, con el reino de Sicilia. Pero particularmente es la postura adoptada en el reino
de Nápoles, por Alfonso V el Magnánimo, dejando el gobierno de estos territorios a su
hermano Juan II, y a su muerte separó Nápoles de los territorios aragonesa, asignando
como reino propio a su descendencia legítima.
La presencia real del monarca, fue requerida en los momentos en que se producía
crisis de autoridad. Por ejemplo en Aragón, en 1592, Felipe II va a Zaragoza, viajando a
Aragón y aprovecha para pasar por Navarra. El propio Felipe IV, a raíz de la revuelta
catalana, se quedará en Lérida. En 1546, tras la revuelta de los Países Bajos, se baraja la
posibilidad de que Felipe II vaya allí, y esté presente para eliminar los problemas que
surgen de la ausencia del rey. Esto lo hará también Felipe II, tras la anexión de Portugal
en las cortes de Tomar, y restaura los acuerdos que era algo establecido por Felipe II,
como hijo de una infanta portuguesa.
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imperiales sobre el milanesado. Casi cada uno de estos territorios, sobre todo
Milán y Nápoles, y en menos medida Sicilia, fueron reclamados por el rey de
Francia en uno u otro momento entre 1490 y 1510. Había una competencia con el
rey de Francia por los territorios italianos. La forma de las élites de estos territorios
para oponerse a la política agresiva de otros estados, sobre todo la representada
por el Imperio Turco, fue la de unirse e intentar implicar en su defensa a aliados
exteriores, y especialmente a la monarquía de España. Según avanzaba el siglo
XV, la posición de los Estados Italianos, estuvo gravemente comprometida ante
el avance de los turcos otomanos, por los Balcanes y por el Mediterráneo
occidental y oriental, el gran imperio otomano que ya se había asomado a las
puertas de Viena tras la derrota de Mohaes. En 1565, los turcos estaban ante las
murallas de Malta, y en 1598, la flota del sultán turco, se permitía desarrollar lo
que Brodel llamaba el Ballet Turco, en el centro del Mediterráneo.
No solo era la guerra lo que pendía en las costas del Mediterráneo, también
a lo largo del siglo XVI, se activa otra guerra, la “guerra de corso”, que se
convierte en un problema desde comienzos del siglo XVI, y que todavía seguían
siéndolo en el siglo XVII.
2. El segundo espacio es la Península Ibérica, que compartían también esta
preocupación por la seguridad del Mediterráneo occidental con el Islam. El Islam
también estaba dentro en las comunidades musulmanas y posteriormente
moriscas. En la práctica sin embargo, desde principios del siglo XVI, y tras la
conquista de Navarra en 1512, la Península Ibérica no sufriría ninguna amenaza
mayor. Los Reyes Católicos lograron controlar una posible guerra entre Castilla
y Aragón, y posteriormente con Portugal. Los temores a una ofensiva otomana
durante la guerra de las Alpujarras, los ataques franceses a Pamplona, después de
1512, y Fuenterrabía, en 1543, y los ataques ingleses a Cádiz en 1586 y 1596,
estos ataques por muy molestos que fueran, no amenazaron el orden político o la
integridad territorial de los territorios peninsulares españoles. La monarquía de
España tuvo éxito en su estrategia de exportar la guerra fuera de los reinos
ibéricos. Cuando en 1580, invocando sus derechos sucesorios, Felipe II mandó
invadir Portugal, las potencias europeas, se mostraran incapaces de apoyar al
pretendiente rival de Felipe, el prior don Antonio.
3. Esta hegemonía de las monarquías ibéricas, implicaba así mismo la coincidencia
de intereses con los Países Bajos. Las buenas relaciones entre los espacios ibéricos
y los Países Bajos solo podía existir si se evitaba la incorporación efectiva de
Artois, y del Flandes occidental al reino de Francia. Al mismo tiempo, se frenaba
la expansión territorial de la monarquía Tudor inglesa en el continente. Para que
esto fuera factible, se hacía preciso contar con los recursos y con el amparo
político que la monarquía podía ofrecer.
4. Las posesiones de los Habsburgo constituía el espacio menos espectacular. La
atracción hacia Italia, tradicional de los emperadores germánicos pronto pasó a
segundo término ante la urgencia de los asuntos balcánicos, y la presencia turco
otomana sobre el Danubio. La incorporación de la herencia Jagellón, y Fernando,
hermano de Carlos V, que estaba casado con una hermana de Luis de Hungría,
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incorpora este territorio de Hungría. De los cuatro conjuntos territoriales este era
el más lejano para la monarquía hispánica.
Era mucho más difícil justificar la guerra contra dominios cristianos, que contra
dominios musulmanes. En la Península, el gobierno personal de un rey que viene de los
Países Bajos, puso al descubierto las tensiones que se habían desarrollado desde
comienzos del siglo XVI, y fueron precisas dos guerras civiles (Comunidades y
Germanías), para restablecer el orden. La victoria del bando realista, del joven Carlos V,
en los dos casos, no fue solo la victoria del rey, sino también de la coalición de intereses
que se construyó en torno a la defensa de esos derechos regios. Hay que establecer una
distinción entre conquistas de territorios cristianos y conquistas de territorios no
cristianos. La conquista de Canarias, de las plazas Norte Africanas, de las Indias, y en
particular de Granada, fueron empresas llevadas a cabo sobre territorios no cristianos, y
en cierto modo también fueron empresas individuales, realizadas por el rey. En Canarias
y en América, el sistema de capitulaciones, fue lo habitual en la incorporación de estos
territorios a la monarquía. La misma guerra de Granada, aunque dirigida por los Reyes
Católicos, tuvo también un gran carácter territorial, ya que las huestes señoriales
participaron en la guerra. Pero lo que importa resaltar es que resultaron guerras
destructivos, que trajeron aparejadas cambios de todo tipo (culturales, sociales, jurídicos),
en particular sus formas de gobierno se adaptaron a esos territorios, acomodando esas
instituciones castellanas a las particulares condiciones de lejanía.
Todo esto, era lo que se esperaba que ocurriese de conquistas que pretendían ser,
a la vez cristianizadoras y civilizadoras de uno espacios políticos que no tenían nada que
ver con Castilla, habiendo que hacer tabla rasa. La sumisión señorial, e incluso la
esclavitud, fue el destino de aquellas sociedades más o menos a largo plazo. En Granada,
por ejemplo, las capitulaciones de rendición de 1492, no se pudieron respetar durante
mucho tiempo. La conversión forzosa a la que se fuerza a la población musulmana, que
se impone en 1502, y el exilio posterior de la población musulmana, que culminó con las
deportaciones tras la guerra de las Alpujarras, fue el destino de este territorio conquistado.
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Católico o Felipe II, aprovecharon el momento propicio para incorporar por las armas
estos territorios, a sus estados con la intención de estabilizar un flanco conflictivo, o
simplemente para incrementar su poder. En los tres reinos (Nápoles, Navarra y Portugal),
una profunda crisis interna,, en el contexto de las guerras europeas hizo posible su
conquista, que nunca se hubiera desencadenado sin tales circunstancias. La guerra de
bandos en Navarra (agramonteses, beamonteses), que sobre todo desde los años 30 del
siglo XV, y el acercamiento de los reyes de Navarra, al rey de Francia, hizo que Fernando
el Católico ocupara Navarra con una gran facilidad. A su vez la debilidad de la casa real
de Nápoles, y las ambiciones de Carlos VIII y Luis XII de Francia que también
ambicionaban este territorio, decidieron la conquista de Nápoles. Fernando apoya a los
agramonteses y en Nápoles a la facción aragonesa. Al final, Fernando optó por el riesgo
de la conquista de estos territorios buscando una solución más estable.
En los años 20 del siglo XVII, tanto el conde duque de Olivares, como el jurista
Juan de Solórzano Pereira, autor de un derecho de las indias que se publica en 1629,
tenían claro que los distintos componentes de la monarquía, se habían unido según estos
dos grandes modelos. Las Indias, lo habrían hecho accesoriamente, porque se gobernaban
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en todo por las leyes, derechos y fueros de Castilla. Los dominios americanos, serían
entidades accesorias de la corona de Castilla, y en consecuencia una especie de partes de
la misma. Los reinos de Aragón, Nápoles, Sicilia, Portugal… aunque en algunos de estos
territorios intervino la violencia, se habrían agregado según el principio “aeque
principaliter”, quedándose según Solórzano, ”en el ser que tenían cada uno”, en el ser
que tenían antes de la conquista, conservando intactas sus leyes, instituciones anteriores,
como si el rey de esa monarquía fuese señor solo de cada uno de esos territorios. Este
segundo modelo identificaba a los reinos cristianos heredados, pero el primero o modelo
accesorio, distinguía a los países conquistados a paganos (americanos, africanos), o a
musulmanes, con los que no se tenía nada en común. La distinción no es solo teórica, sino
que constituía para el futuro un trazo definitorio para los vasallos que vivían en ese
territorio. La aeque principaliter, o la unión igualitario, los reinos que se unían
conservaban su estructura institucional, incluso si una de las partes se encontraba en una
posición más débil. Esta forma de vinculación se distinguía claramente de la conquista,
en cuyo ámbito, el líder victorioso podía retirar al pueblo vencido su ordenamiento, e
instaurar unilateralmente una dominación más impositiva. La conquista, solía envolver el
uso de la violencia, distinguiéndose también de la unión principal, en el hecho de que ésta
forma de unión (aeque principaliter), no dejaba de ser una incorporación pacífica. No es
menos cierto que la conquista, siempre que se realizase en el cuadro de una guerra justa,
podía ser vista así mismo como una forma de reponer el orden legítimo y acabar con una
situación de perturbación. En el caso de Granada, cuya incorporación no ofrece dudas, y
había sido derrotado por la fuerza de las armas, en una guerra que se consideraba justa,
pero era habitual entre los cristianos, considerar que los reyes cristianos gobernaban de
hecho, pero no de derecho, es decir que desde su punto de vista, la autoridad de los
musulmanes carecía de licitud, por lo que tenía mayor legitimidad su conquista. La
conquista fue entendida como una forma de reponer una autoridad legítima en aquel
territorio.
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militar, el reino de Nápoles logró mantener un conjunto de derechos políticos mucho más
amplio que el reino de Navarra, que también fue conquistado. El ejemplo napolitano, nos
demuestra que en la definición de la modalidad de unión, y de los derechos políticos que
eran concedidos a los sometidos por el vencedor, acababa factores como el estatuto previo
de cada territorio, su valor geoestratégico, como la capacidad negociadora del grupo
dirigente del territorio conquistado. Producida la incorporación de un territorio, el cuadro
que había sido establecido inicialmente, solía ser objeto de cambios o más bien de ajustes.
En Navarra, reino conquistado, Fernando el Católico comenzó siendo bastante riguroso
con las entes locales, pero posteriormente Carlos V, fue poco a poco observando y
considerando este reino como uno más entre sus herencias, y más tarde Felipe II, ofreció
una cierta autonomía política a Navarra, más propia de un territorio unido por aeque
principaliter.
Todos los territorios que componían la monarquía eran territorios cristianos, bajo
disciplina de la Iglesia católica. Letrados de la época como Solórzano, o Juan de Palafox,
consideraron la observancia común de la religión católica en todos los dominios como un
elemento de unidad compatible con la diversidad jurídico política de la monarquía, y de
hecho el catolicismo alcanzó una situación de monopolio en todos los rincones de la
monarquía, con la única excepción de los Países Bajos del norte, donde el calvinismo
logró implantarse rápidamente. El Imperio de los Austrias, llegó así a cimentarse sobre la
unidad de la fe. Los juristas e historiadores del siglo XVI y XVII, veían en el título de los
Reyes Católicos, una especie de signo profético, y la verdad es que los reyes de esta
monarquía de España, cumplieron celosamente su misión de conservadores y defensores
de la verdadera fe, y a menudo supeditaron al cumplimiento de su objetivo su política y
sus recursos. La monarquía hispánica, era una monarquía católica, cuya preeminencia por
esta realidad católica, se imponía a todas las demás. No es fruto de casualidad con la
Institución más importante fuera la Inquisición, brazo armado de la monarquía contra la
herejía.
Al margen del papel político, podemos decir que la autoridad directa de los
monarcas españoles sobre la Iglesia, era considerable. Los monarcas españoles ostentaban
el patronato general sobre sus señoríos, es decir el derecho a nombrar obispos y
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proponerlos a las personas que considerasen oportuno, pero además los monarcas
españoles consiguieron del pontífice el vicariato general castrense, en control progresivo
de las órdenes militares, y sobre todo el patronato de todas las iglesias del reino de
Granada, una vez conquistado y de las Indias.
Consenso cultural
Otros elementos de unión, sería que todos ellos compartían, aunque con variantes,
los mismos mitos originarios hispánicos, que los unían tanto como los diferenciaban.
Portugal, Castilla y León, Aragón y Cataluña habrían surgido como comunidades
políticas, en la resistencia de los nobles montañeses y en la reconquista contra los
musulmanes.
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Diego de Bracamonte era un jesuita, natural de Granada, que ejerció en Marchena,
antes de embarcarse para Lima en 1568. De regreso a España pasó en 1571 por Italia.
Después volvería a Perú hasta su muerte en 1583.
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El Imperio español tuvo que constituirse en una gigantesca empresa de transportes
por mar y tierra, además de los grandes gastos de tropas y dineros. Un conjunto territorial
como el de la monarquía hispánica libraba muchas batallas contra las distancias. El
Imperio Español consagró a ello sus mejores fuerzas. A pesar de todo ello, no cabe duda
de que en materia de transportes, este imperio español, ha igualado e incluso sobrepasado
a los mejores imperios.
Pero podía Felipe IV, llevar a cabo el programa de unidad que le plantea Olivares.
Para Olivares, el monarca está por encima de las leyes y por encima del derecho, puede
si quiere cambiarlo y sustituir el derecho de los otros territorios por el de Castilla. Esto es
propuesto por Olivares en la navidad de 1624, pero que no será realizada hasta Felipe V,
en los Decretos de Nueva Planta, de 1707. Olivares no respeta el pactismo medieval, y
quiere una unidad, para hacer que el monarca sea el más poderoso. Olivares plantea tres
vías para conseguir su objetivo:
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2. La segunda vía podría ser suprimir los fueros, las constituciones de los reinos, por
vía de negociación, y yendo con argumento pero también con las armas.
3. La tercera vía, aunque no es tan justo como los otros, pero el más eficaz sería
“hallándose con la fuerza que rige, ir en persona como a visitar aquel reino donde
se fuere hacer el efecto, y hacer que se ocasione algún tumulto popular grande, y
con este pretexto, meter a gente de guerra, para buscar el sosiego, y prevención de
adelante, como por nueva conquista, asentar y disponer las leyes en la
conformidad de las de Castilla, y de esta manera irlo ejecutando con los otros
reinos”.
En este contexto se sitúa Olivares. Un político que trata de servir, más que a
España y a los españoles, a la monarquía, y que trata de servirla en su dimensión más
universal. Es consciente de que para sostener la hegemonía católica, universal, la
monarquía necesita explotar nuevas fuentes de recursos militares y financieros, ya que
Castilla no va más de sí, ya que se la ha estrujado demasiado. Por ello lanza el programa
de la unión de armas, que todos los territorios colaboren como la ha hecho y lo está
haciendo Castilla. El memorial de 1624, encaja en este contexto político. Estos pretextos
se resumen muy bien en una carta que el 7 de octubre de 1639, dirige al virrey en Cataluña,
Santa Coloma. Ante la insistencia de la élite catalana de que debía respetar sus
constituciones, Olivares exclamó “yo que hablo de manera que no será mucho que digo
locuras, pero bien digo que en la hora de mi muerte diré y en la vida también que si en
las constituciones embarazan mis propósitos, que lleve el diablo las constituciones y
quien las guardare también”. A los pocos meses de esta carta, condujo a la revuelta
catalana, a la “revuelta del segadors”, pero también condujo a otros movimientos que
estallaron ese mismo año, 1640, en todo el conjunto de la monarquía, desde América a
otros territorios europeos. Estas revoluciones, revueltas, son movimientos dispares pero
con factores comunes. La independencia de Aragón y de Andalucía, no podía tener lugar,
pero el movimiento independentista portugués, sí que se llevará a cabo.
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plural estructura de la monarquía y del Estado. Esta unidad política, llamada monarquía
hispánica, se resistía a la unidad. El fracaso de los planes centralizadores de Olivares, y
las consiguientes revueltas, apuntalaron la opción tradicional. La opción de que la
diversidad de leyes e instituciones respondía a la diversidad natural querida por Dios, y
por tanto esta diversidad no debía cambiarse.
Por su parte Isabel que se casa en 1479, acumulaba los títulos de unos cuantos
reinos, unos cristianos en origen, León, Castilla, Galicia, y otros reconquistados a los
musulmanes, Toledo, Sevilla, Córdova, Murcia, Jaén, pero todos ellos e gobernaban por
las mismas leyes y por unas únicas Cortes, lo que constituía una notable diferencia con
los reinos de Aragón.
Carlos V, como emperador del Sacro Imperio, título que obtiene tras la muerte de
su abuelo Maximiliano, utilizando su derecho feudal como emperador del sacro imperio,
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vinculó a la monarquía de España territorios aislados pero de gran riqueza humana y
material, y de vital importancia estratégica. En 1540, Carlos concedió a su heredero
Felipe, la investidura del ducado de Milán, y de una serie de ciudades dependientes de
este ducado (Lodi, Pavía, como, cremona…), sobre los que había tomado posesión como
duque de Milán en 1535, tras la muerte del duque Francesco II Sforza. A partir de 1556,
el rey de España, añadirá el ducado de Milán a la lista de sus títulos, no hay un único
reino de España.
Hay que añadir que, desde 1527, y durante un siglo largo, Génova, se convirtió en
aliada de España, en estrecha alianza, con lo que buena parte de Italia, se encontraba bajo
la dependencia española. El reino de Portugal, engrandeció muy notablemente a la
monarquía, en 1580, y no tanto por el territorio peninsular, ni por el número de habitantes,
1.3 millones, sino por las colonias que Portugal había ido creando en África y en Asia.
La corona portuguesa, desde mediados del XV, había establecido factorías en las costas
de la India, en la Península de Malasia, y en las llamadas islas de las especias (Molucas,
Java), también en la costa de Brasil que le correspondía por el tratado de Tordesillas,
además de factorías en las costas africanas (Angola, costa oriental; Mozambique, en la
costa meridional).
Hacia finales del siglo XVI, parecía que incluso que en los territorios asiáticos se
había perdido toda la capacidad expansiva. Tal cosa no solo era por la aparición de rivales
europeos (ingleses, franceses y holandeses), sino también por la incapacidad de la propia
monarquía para concentrar recursos suficientes en cada uno de los frentes abiertos para
continuar la expansión.
Siendo con sus virtudes el nombre española casi inmortal, desde las regiones
más antárticas de nuestro polo, pasando las calurosas regiones de la equinoccial,
siguiendo el presto camino del sol dando vueltas a la mar y la tierra, y quebrantando
las duras cervices de los flamencos…
Diego de Villalobos
Esta estructura global se mantuvo en pie en lo esencial hasta comienzos del siglo
XVIII 1713-1714, tratados de Utrecht y Rastatt, aunque no obstante ya en el siglo XVII,
hubo episodios que supusieron otras grandes disgregaciones de territorios de ese tronco.
Ya Felipe II, hubo de enfrentarse a un movimiento de consecuencias disgregadoras en el
trascurso de su reinado, con la rebelión de los Países Bajos, que comienza en 1566, y que
dio comienzo a una guerra de 80 años. En la paz de Münster, de 1648, finaliza, se admitió
definitivamente la independencia de la República de las Provincias Unidas, aunque en
realidad estas provincias eran independientes de facto desde tiempo antes, desde antes
incluso de la tregua de los 12 años en 1509-1525. Estas provincias se habían declarado
independientes en 1581, y tras no ser capaces de recuperarlas mediante la acción militar,
Felipe II cedió la soberanía de los Países Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia, casada con
el archiduque Alberto de Austria, hijo de Maximiliano II, emperador. Esta cesión hubiera
podido favorecer la negociación de una parte sin pérdida de reputación para el monarca.
Pero esa cesión quedó condicionada a la existencia directa de herencia de la pareja, algo
que no se produjo. A la muerte del archiduque Alberto, las provincias leales se
reincorporaron a la monarquía de Felipe IV.
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La hegemonía se tenía que consolidar sobre elementos más tangibles, que el rey
católico fuera poderoso, sino que hiciera que lo pareciera. La cultura renacentista, había
potenciado dos medios a través de los cuales se podía expresar la potencia de un príncipe.
Estos medios eran por un lado la diplomacia y por otro lado la capacidad de hacer la
guerra. Podemos referirnos pues en primer término a estos dos elementos.
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Al margen del despliegue de toda una política matrimonial, la monarquía de
España, desarrolló progresivamente una tupida red de embajadas que facilitaron su acción
diplomática. Quizá la más importante de estas embajadas, era la embajada de Roma. Para
empezar, hay que decir que el papado, no era del todo ajeno a la política de alianzas
matrimoniales, como muestra por ejemplo los matrimonios de Margarita de Austria, hija
de Carlos V, con Alejandro de Médicis, sobrino del papa Clemente VII, y una vez viuda
con Octavio Farnesio, duque de Parma y nieto del papa Paulo III, del que nacería
Alejandro Farnesio, general y gobernador de los Países Bajos. Además no hay que
olvidar, que todavía en la primera mitad del siglo XVI, los Papas intentaron jugar un papel
activo en la política territorial italiana, bien para expandir los territorios pontificios, o para
dotar a sus parientes de un señorío. Sin embargo al asentarse la hegemonía española en la
Península Italiana, tras la paz de Cateau-Cambresí 1559, con Francia que pone fin a las
rivalidades, finaliza la expansión vaticana. Las fuerzas papales quedaron tan solo para la
persecución del bandolerismo, y las cruzadas que se emprendieron contra los turcos y
herejes, quedando atrás el liderazgo del papado en las guerras que enfrentaron a Carlos
V, con los Valois.
Hará un mes que volvió Jacobo Bancompaño, y trae más cuidado que solía de
satisfacer y obedecer a su santidad. Y aunque están en víspera de jubileo le ha sacado a
la capilla, porque le ha puesto después de todos los embajadores, que hasta el duque de
Urbino le precede. Yo procuro siempre de conservarle en la devoción y afición que a
mostrado al servicio de vuestra majestad, y de darle a entender que vuestra majestad le
haría merced. Creo que sería bien que vuestra majestad le mande escribir alguna vez, y
si pierdo su apoyo, convendrá hacer alguna merced a Jacobo, porque no podrá dejar
de ayudar mucho para los negocios que con su santidad se ofrecieren, y si acá se
tratare de comprar a hacienda fija allí en Italia, haré lo que pudiere por encaminar que
se compre en estados de vuestra majestad, porque sería éste, muy fuerte vínculo para
tenerle obligado.
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Juan de Zúñiga a Felipe II, 16 de diciembre de 1574
Muy Santo Padre. Aunque he escrito a vuestra santidad y por medio de Zúñiga,
la necesidad de ser socorrido, y las obligaciones de gastos crecen cada vez más, y si
vuestra santidad no me acude no me puedo pasar a delante, quiero hacer la última
diligencia que me queda, que es anteponer a vuestra santidad, el aprieto y peligro en
que todo se haya, y los grandes daños de no resistir al enemigo de ella. Para que
vuestra santidad tenga obligación por el lugar en que está, me ayude y socorra por los
medios y gracias que don Juan de Zúñiga dirá a vuestra santidad.
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Además de la embajada en Roma, se fue constituyendo una red permanente de
embajadas. Fernando el Católico, fue uno de los primeros soberanos no italianos, en
instalar en Europa una red de embajadores permanentes. La calidad de este servicio
diplomáticos notablemente eficaz para la época, constituyó una de las grandes fuerzas de
la monarquía.
En otros estados que no caían dentro de la monarquía, pero que se intentaba atraer
a la política española, cabe una distinción entre las embajadas permanentes, encargadas
de informar mediante relaciones regulares de la marcha de los acontecimientos, y las
embajadas extraordinarias, nombradas para misiones particulares o enviadas a aquellas
cortes que estaban en la red de embajadas permanentes. Por supuesto, las prioridades de
los embajadores cambiaban, haciéndolo según que embajadas y según qué tiempos,
aunque la misión del diplomático era convencer a los soberanos de los estados con los
que se mantenían relaciones para que protegieran los intereses de la monarquía, para lo
cual en ocasiones había que intentar modificar la política interior de dichos estados.
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volantes a figuras culturales de primera fila, como puedan ser pintores: Rubens o Van
Dick.
En la segunda mitad del siglo XVII, la función principal de las embajadas fue la
de complacer a los posibles aliados o enemigos de la monarquía, pasando a tener gran
relación en las Provincias Unidas, o la misma embajada ante Inglaterra.
En estos tres momentos, el modus operandi, por los embajadores fue básicamente
el mismo, y se apoyó en la concesión de pensiones y la construcción de partidos
filohispánicos, que en bastantes casos tuvieron una larga existencia, manteniéndose los
miembros de estos partidos, fieles durante generaciones. Se conoce bastante bien el
funcionamiento de algunas embajadas. Especialmente se conoce como funcionaban en
las guerras de religión (1560-1594). Hasta la muerte de Enrique VIII de Francia, el
objetivo de la embajada en Francia consistió en reforzar el partido católico, que luchaba
contra los hugonotes, y procuraba favorecer a los amigos de España dentro de Francia.
Embajada en París
Cada uno de estos embajadores disponía de un personal fijo, de entre ocho y diez
colaboradores, de entre los que había dos secretarios (lengua francesa y castellana), un
correo, dos redactores para los despachos y un especialista en clave encargado de
descifrar los documentos. Mantener esta red de embajadores era costoso, pero era menos
gravoso que las pensiones pagadas a los jefes católicos de la liga, que existía en Francia,
y sobre todo se pagaban pensiones a la gente más radical de la Liga Católica, y a los
dirigentes de esa Liga Católica que luchaban contra los hugonotes franceses.
También era preciso contar con la diplomacia secreta. Esta diplomacia secreta
estaría compuesta por espías.
No solo hay que tener presente la gran diplomacia las posibilidades de proyección
de la monarquía. Existía también a menor escala, múltiples redes de informantes, cuyo
efecto sobre la estabilidad política global fue tanto o más importante, que la de esa
diplomacia oficial o gran diplomacia. Estas redes de informantes las integraban quienes
podían tener una afinidad emotiva, religiosa, o ideológica con el rey de España, o
simplemente, que tenían un interés económico que los movía a ponerse en valor a los ojos
de los gobernantes hispánicos, ofreciendo sus servicios. Se trataba por lo general de
25
hombres, que tenían los medios de pasar las fronteras y que podían movilizar a su vez
informadores, en lugares a los que la monarquía no podía llegar de otra manera. Era
esencial, por ejemplo el papel de las comunidades de comerciantes extranjeros, que
podían poner a disposición de las autoridades locales españolas, la circulación que había
en los medios financieros.
La diplomacia es una actividad que se monta sobre el interés de lo que otro estado
hace y proyecta. Esto despierta un marcado y lógico grado de desconfianza en aquel país
o estado que recibe o acoge a los embajadores ajenos, pero como todos los países eran al
mismo tiempo emisores de embajadores propios y receptores de embajadores ajenos,
pronto surgieron unos usos cortesanos, unas normas jurídicas, que todos los estados
convinieron en aceptar como propias del derecho de gentes, tendentes a proteger la
personal inviolabilidad de los embajadores, de su cuerpo de oficiales, e incluso de sus
familiares y criados. La consolidación de la función diplomática se relación así, con el
nacimiento de un derecho entre estados, en parte construido por teólogos y juristas, pero
en parte también por los mismos diplomáticos, que abarcó diversos campos como el de
la guerra justa, relaciones comerciales, y que obviamente hubo de comenzar por amparar
a los propios diplomáticos. La base de ese amparo o protección, fue siempre las mismas,
considerados como representantes de un estado y de un príncipe independiente, y en
cuanto tales no sometidos al derecho de ese estado, y por lo tanto sometidos a una
inviolabilidad completa.
1
Bartolomé Benassar: Los cristianos de Alá. La fascinante aventuras de los renegados
26
III.2.- Hispanofilia
La hispanofilia hemos de verla como una fuerza más de la monarquía, quizá una
de las principales que nos puede ayudar a responder a esas preguntas que nos
formulábamos hace unos días ¿Por qué esta monarquía se mantuvo tanto tiempo?
William Stanley
Por ejemplo, el coronel William Stanley, era un noble católico que formaba parte
de las tropas que Isabel I de Inglaterra había enviado a las Provincias Unidas rebeldes
para oponerse a Felipe II. Pero este William Stanley, anteponiendo la causa de la
religión a la de su reina, rindió la plaza de Deventer a Alejandro Farnesio, entonces
capitán general de los Países Bajos y se incorporó a su ejército donde desarrolló una
notable carrera como oficial militar.
Jacobo II de Estuardo
27
Desde estos colegios, seminarios, se enviaban regularmente a su vez misiones para
mantener la fe, en los territorios perdidos militarmente por el catolicismo. En Frisia,
Holanda, Inglaterra…
Este envío de gentes que se habían formado aquí, venía a reforzar las redes de
espionaje de la monarquía, aunque debemos desterrar la idea de que dichas misiones
fueran unas meras marionetas en manos de un poder extranjero. Estos colegios que se
crearon en los Países Bajos o en España, un arma creada por Felipe II. El colegio de
los ingleses en Valladolid, a cargo de los jesuitas, cuya misión era formar sacerdotes
ingleses para re-catolizar ese reino creado al final del reinado de los reyes católicos,
también hubo uno de escoceses, donde se tradujo en el X1800 la primera edición de
la riqueza de las naciones de Adam Smith. Hay también en Sevilla, en Madrid y toda
su documentación de todos los colegios de los ingleses, en el de Valladolid.
La monarquía todas estos beneficios por haber servido a la monarquía. Fue en los
momentos de plena hegemonía de la monarquía, cuando más numerosas resultaron
estas comunidades de refugiados, sobre todo por motivos religiosos, en las que se
encontraban holandeses, franceses, ingleses, escoceses, irlandeses, que llegaban a los
Países Bajos, España, pero también en estas comunidades había norteafricanos que
venían a los territorios italianos de la monarquía española. Todo ello atraídos más por
la razón religiosa, más que por las pensiones, o beneficios, muchas veces mal pagados.
28
con los británicos, muy divididos entre los llamados “escoceses”, favorables a la
sucesión de Isabel I, por Jacobo VI de Escocia, que terminaría siendo Jacobo I de
Inglaterra, y los llamados “españoles”, partidarios intransigentes de una solución
militar respecto a Inglaterra, y también de la entronización de Isabel Clara Eugenia
en Inglaterra.
Ahora bien, no todos los que podemos llamar hispanófilos veían a la Monarquía
como el aliado confesional natural, estaban otros muchos que simplemente la
consideraban como un aliado político. Esto ofrecía a la Monarquía la posibilidad de
servirse de tales aliados para intentar debilitar o presionar diplomáticamente a sus rivales.
Sin duda, la capacidad financiera e militar del Rey Católico hizo que desde
distintas partes del mundo se reclamara su apoyo. En la Corte de Madrid se podían
contemplar con buenos ojos las propuestas de alianzas que desde el norte de África, Persia
o la Península Arábiga se presentaban para coordinar esfuerzos contra el poder turco.
También fue significativa la alianza con los diversos Principados de las actuales Túnez,
Argelia y Marruecos, así como la recepción de refugiados políticos de estos territorios,
muchas veces integrándose en la estructura de la Monarquía. Se veían con agrado estas
propuestas pero muchas de las empresas que se proponían eran inviables.
29
La activación general de la hispanofilia, manifestación a fin de cuentas del
prestigio político del que gozó durante mucho tiempo el Rey Católico más allá de las
fronteras de la Monarquía, la hispanofilia, fue un fenómeno global y que encauzo y
definió la hegemonía de la Monarquía Hispánica a partir de un escenario político
novedoso para el continente. Es decir, la hegemonía política de la Monarquía Hispánica
de Felipe II, no se debió únicamente a los metales preciosos americanos o a la fiscalidad
galopante que tuvieron que sufrir los súbditos, especialmente los castellanos, no fue solo
el aparato militar a su servicio, la proyección de ese poder blando de la Monarquía, su
capacidad de influir llegaba a los rincones más apartados del mundo, donde había un
sentimiento de hispanofilia, en cierto modo militante, lo que permitió la intervención y
decisión en estos territorios. Cualquier poder hegemónico trata de generar en otros países
este sentimiento, como actualmente proyecta estados unidos el modelo americano, este
sentimiento.
Diversas eran las razones por las que la Monarquía podía entrar en guerra. Ahora
bien, mientras que la lucha contra el Islam, contra el turco se legitimaba en si misma por
la tradición medieval y el espíritu de cruzada, las guerras contra Príncipes Cristianos
resultaban en principio más complejas y difíciles de justificar. Convendremos que la
acumulación de derechos feudales y de reclamaciones dinásticas sobre diversos
territorios, muy frecuentes en Europa, constituía un rico arsenal para buscar
justificaciones y desencadenar un conflicto.
Las guerras de los siglos XVI y XVII muestran algunas diferencias entre sí,
diferencias que son elocuentes en las administraciones que sostenían al ejército en liza.
Las guerras del Emperador fueron conflictos relativamente cortos y bastantes localizados
territorialmente, conflictos en los que los contendientes debían de llegar a medio plazo a
algún tipo de acuerdo por haber agotado sus posibilidades financieras. Estas guerras se
realizaron según el modelo de los ejércitos del Emperador Maximiliano I, con tropas
levantadas a hoc, para ese conflicto bélico concreto, con tropas suministradas por aliados
independientes, sumado a tropas que aportaban los nobles próximos y sobretodo, con la
30
aportación que realizaban empresarios reclutadores, de mercenarios de diversa
procedencia, en su mayoría alemanes y en menor medida suizos.
31
El siguiente periodo que cabe distinguir, encuadrado a partir de 1618-1621 y
prolongándose hasta final de siglo, es el comienzo de la Guerra de los 30 años y la
reanudación de la guerra en Flandes tras la Tregua de los 12 años, conoció el desarrollo
de una guerra prácticamente ininterrumpida. Si echamos cuenta, la guerra fue algo
continuado en los siglos XVI pero sobretodo en el XVII, siendo apenas dos años de cien
de paz en la Monarquía, y esa movilización de recursos humanos e financieros recayeron
sobre Castilla y en estas fechas se rebelaron incapaces de suministra los bienes suficientes
para hacer frentes por si solos a los rivales de la Monarquía, unos rivales que por otro
lado se multiplicaban. De ahí que Olivares, consciente de que Castilla no daba más de sí,
ideara y tratara de ponerlo en ejecución su proyecto de Unión de Armas, un proyecto que
involucraba a todos los territorios de la Monarquía para la defensa común de la misma.
Pero ese proyecto fracasa y el proyecto de fronteras militares principales también, como
pronto se pondrían patentes en los ataques franceses a Cataluña e Italia.
32
La primera de esas fronteras era la frontera del Mar Mediterráneo frente a las
incursiones corsarias y norteafricanas. Una vez que el Imperio Turco se repliega
sobre sí mismo, no por incapacidad sino por los problemas en su frontera oriental,
va a subsistir esa guerra sucia contra los corsarios, que operaban desde los puertos
de Argel, Tetuán o Salé (Atlántico), es decir, había un sistema defensivo frente a
esta guerra corsaria. Desde la década de 1510 estos ataques fueron en aumento en
conexión con núcleos moriscos en Valencia e Granada, y según su composición
variaban desde una pequeña embarcación corsaria de 13 a 15 marineros a las
grandes flotas corsarias con más de 30 o 40 galeras.
La segunda frontera se constituía tanto en América como en Filipinas o en la India.
Allí la monarquía hubo de hacer frente a dos tipos de amenazas: resistencia de las
poblaciones indígenas que se resistían a la conquista; y por otro lado tuvo que
hacer frente a la llegada de otras potencias que empezaron a rivalizar en aquellos
dominios con España. Salvo para el centro del virreinato de Nueva España, que
continúa la progresión hacia el norte, la expansión ibérica se detiene hacia 1600,
por lo que fue preciso establecer líneas defensivas más o menos estables respecto
a los araucanos en la capitanía general de Chile, o en Filipinas hacia los
musulmanes y los piratas chinos que surcaban estas áreas.
Las fuerzas que garantizaron la defensa del territorio, se dividían entre las que
aportaban las poblaciones locales, a través de su organización institucional, y aquellas
otras que el rey podía movilizar de forma profesional. Estas últimas, las más gruesas en
número, evolucionaron según las necesidades bélicas que mantenía la monarquía, pero lo
hicieron con una tendencia claramente a aumentar en número al menos hasta la segunda
mitad del siglo XVII, en que fue imposible sostener este continuado esfuerzo militar.
Dentro del ejército profesional había una clara jerarquía entre las diversas unidades que
lo componían, determinada por el origen nacional de las tropas, los soldados que
constituían ese ejército. Este ejército está constituido por soldados de diferentes naciones.
Hasta que la guerra se volvió a desarrollar en suelo peninsular ibérico, y esto ocurre en el
segundo tercio del siglo XVII, particularmente a partir de 1640, España había sido un
territorio de paz, gracias a que consiguió llevar durante un gran tiempo la guerra hacia
otros países, algo parecido a lo que harán los Estados Unidos después de la guerra de
secesión. A estas tropas peninsulares se consideró como las más aptas, seguidas por las
italianas, las irlandesas, alemanas y valonas, lo que hizo que fuesen quienes más
cobraban.
33
periodo de hegemonía política, pero no siempre se pudo cumplir, ya que hasta con el
duque de Alba, sirvieron soldados protestantes alemanes.
34
el nombre de Tercio, cada una de estas unidades mayores estaba mandada por un maestre
de campo, y tanto éste como los oficiales, eran nombrados por el rey. Los infantes
españoles, profesionales, cuyo enganche obedecía a diversas razones, fueron el principal
símbolo de la hegemonía de la monarquía, hasta la década de 1630, o incluso después,
hasta la batalla de Rocroi, en 1643, se consideró a estos infantes de los tercios, tanto por
la propia monarquía como por sus enemigos, como el más formidable activo bélico del
rey católico. Esto era más cierto aún para aquellas unidades que llevaban sirviendo varias
décadas y habían desarrollado un notable espíritu de cuerpo. Estos tercios eran los únicos
capaces de enfrentarse a los jenízaros turcos, que estaban sobre todo formados por hijos
de cautivos cristianos.2
Pese a su reducido número, estas tropas de élite, que era la infantería española,
dependían directamente de la monarquía, y como tales fueron las llamadas a formas las
puntas de lanza de los ejércitos del rey católico. Con cada campaña que emprendían, estas
pasaban de un escenario a otro, con una gran movilidad. Al principio estuvieron
restringidas a Italia, donde se ganaron su prestigio y las bases de su organización,
conseguidas gracias a los éxitos logrados gracias a Gonzalo Fernández de Córdoba (El
Gran Capitán). Cuando la hegemonía se desarrolló más allá de los Alpes, lo hizo gracias
a las picas de estos soldados, siendo la vanguardia del ejército del rey español, en la guerra
de la liga de Esmalcalda, y después en Flandes a partir de la rebelión de 1548, y también
en la batalla de Lepanto, también intervinieron en la conquista de Portugal, y tenían una
participación muy importante en la Armada Invencible, lo mismo que en las guerras
contra Francia durante mediados del siglo XVI. La movilidad de los tercios, muestra la
versatilidad y eficiencia de unos soldados que recorrían Europa de un lado a otro, pero
también demuestra los límites de los recursos de la monarquía que dependía de unos
veteranos cuyo número era limitado.
2
“El miedo en Occidente” Jean Delumeau
35
militar, fue modificando las proporciones entre armas blancas y armas de fuego. En 1540,
había cinco piqueros por cada arcabucero; en 1571, la proporción de piqueros había
disminuido a tres piqueros por un arcabucero; en 1603, la mitad de los soldados iban
armados con arcabuces. Los tercios constituían grupos móviles, que según las
necesidades del momento podían descomponerse en compañías o escuadrones más o
menos numerosos, siendo el triunfo de la movilidad. Gracias a esta movilidad la
administración militar pudo instalar en Italia las guarniciones permanentes de los cuatro
tercios de los españoles: el tercio de Lombardía; Milanesado; Nápoles; y Sicilia. En
realidad las mejores compañías de los tercios de Nápoles, Sicilia y Cerdeña, estaban
destacadas en el Milanesado. Los efectivos de los cuatro tercios, no eran más de 10.000,
de hecho ni siquiera se llegaba a esta cantidad, si se tiene en cuenta las heridas y
enfermedades, y aquellas bajas que no eran reemplazadas tan fácilmente, y aun así no se
llegaba a ese número teórico de efectivos.
Los soldados de los tercios, españoles en su mayoría no eran más que el cuerpo
de élite del ejército de la monarquía. En realidad cuando el duque de Alba entregó su
ejército a su sucesor, en la capitanía general de Flandes, Luis de Requesens, disponía de
57.000 hombres, repartidos en 239 compañías, de los que solamente, 7.900 pertenecían a
los tercios, es decir, un 13%. El 18,3%, en 1578, en las tropas de Alejando de Farnesio,
eran españoles. Pero estos tercios de españoles constituían la tropa de choque del ejército
de la monarquía, y en todos los actos militares, esa proporción se incrementaba
notablemente, porque quienes iban a esos lugares eran españoles. Tony Thomson,
discípulo de John Elliot, ha calculado que el Consejo de Guerra de la Monarquía, reclutó
por término medio entre 1580-1640, unos 9.000 soldados al año, de distintas
nacionalidades. Cómo las pérdidas de los tercios, porque eran fuerza de choque, eran más
elevadas, al menos la tercera parte de esos 9.000 nuevos soldados, y hasta 4.000, durante
el reinado de Felipe II, iban destinados a los tercios, cuyos efectivos había que procurar
mantener, con soldados españoles prácticamente.
La decadencia de los tercios, fue sin dudar a dudas menos tempranas de lo que
han creído algunos autores. G. Parker ha formulado una cuestión. Sí el llamado modelo
sueco era la nueva forma de guerra, cómo se explica que el 6 de septiembre de 1634, el
ejército sueco, comandado por ilustres caudillos, fuera aplastado en Nordlingen por las
tropas españolas. De los 25.000 soldados del ejército sueco, 15.000 murieron en el campo
de batalla, y 4.000 fueron capturados. G. Parker, ha destacado también que muchas de las
innovaciones otorgadas por M. Roberts, eran ya realizadas por la infantería y caballería
ligeras españolas. G. Parker ha destacado también la calidad de los reclutas españoles,
que a partir de 1530, no eran enviados directamente al campo de batalla sino a las
guarniciones de Italia y el norte de África, que aprendían las disciplinas de batalla durante
dos años. Estas plazas que dejaban, los que una vez aptos eran enviados al campo de
batalla, eran cubiertas por nuevos reclutas. En definitiva Parker, concluye que el sistema
militar basado en los tercios españoles, fue un sistema extraordinariamente eficaz, que
lleva a comprender la fama de los tercios, y fueron ellos los que vencieron al nuevo
modelo sueco. Sí acaso, el tercio fue víctima del fracaso de la unión de armas que quiso
36
poner en marcha el conde duque de Olivares, ya que el reino no podía seguir financiando
por sí solo el esfuerzo militar, y además la mayor parte del gasto militar, porque Castilla
pagaba a los otros soldados del ejército del rey Católico.
37
38
Número Compañía Número de hombres
s
Tercio Total Arcabucero Total Oficiale Mosquetero Arcabucero Coselete Otros
s s s s s piquero
s
Nápoles 19 3 2.67 171 281 456 962 806
6
Sicilia 11 3 1.64 99 165 543 430 405
2
Lombardí 10 2 1.58 90 150 345 563 440
a 8
Flandes 10 1 1.60 90 0 101 561 791
3
Ejército naval
39
marinera septentrional de los Países Bajos y del mar del Norte; y la tradición aragonesa
en el Mediterráneo. Durante la primera mitad del siglo XVI, se forjó un auténtico poder
naval, y ni tan siquiera el reino de Francia, fue incapaz de contraponer una oposición serie
naval a la flamenco-española. Durante el siglo XVI, solo hubo una potencia naval, que
fue el Imperio Turco, capaz de hacer frente a los españoles. El creciente poder naval del
Imperio Turco, con sus aliados berberiscos, forzó a la monarquía a destinar más y más
recursos para mantener una flota naval a lo que se estaba constituyendo como una fuerza
mayor. Las galeras fue un primer paso a la profesionalización del sistema naval español.
Las galeras, con su capacidad de tracción, los daba, pese a su limitación de artillería, una
notable ventaja sobre los grandes veleros. Eran plataformas navales en las que
embarcaban soldados, que buscaban más que el combate de cañones, el choque cuerpo a
cuerpo.
40
Los corredores militares
Felipe II, dice en una carta a su padre que el dinero es el medio fundamental para
todo, habla del crédito, la posibilidad de tenerlo al pedirlo prestado y el dinero en efectivo,
que era lo que permitía sostener la hegemonía global. Los diferentes territorios tenían que
41
contribuir, cada uno de una manera, para el mantenimiento del ejército. Los reyes de
Castilla, anteriores a los Reyes Católicos, tenían unas rentas bajas, equivalentes a las del
rey de Inglaterra. Al producirse la unión de los reinos de Castilla y de Aragón, Granada,
Nápoles, acrecentó los medios, tanto o incluso más que la aportación de Castilla, de los
que podían disponer los Reyes Católicos. Fernando e Isabel multiplicaron por más de dos
las imposiciones fiscales, aunque las necesidades crecieron todavía más. Carlos V,
acumuló además los recursos del Milanesado, Los Países Bajos, Alemania, y los estados
hereditarios de los Habsburgo, siendo con diferencia el soberano más rico del mundo. En
ese conjunto, Castilla desempeñó un papel central, por el hecho de que se trataba de una
de las raras partes de la monarquía que disponía de excedentes regulares.
42
llegaban fundamentalmente de Castilla. Ésta producía superávits que sirvieron para
financiar la defensa imperial, para el mantenimiento del ejército, constituido por tercios.
43
La financiación de la guerra en Flandes
Estas provisiones las van a hacer al principio los hombres de negocios genoveses,
pero a partir de 1627 hacen su entrada los portugueses, que son llamados por el Conde
Duque de Olivares. El Imperio portugués estaba en crisis y consagraba sus recursos para
su propia defensa aún con la anexión a la corona. Nápoles y Sicilia desde que se desvanece
la amenaza turca, pero sobretodo Castilla tiene que enviar a Flandes sumas colosales. El
tesoro americano, contribuyó también al mantenimiento del ejército. Además la guerra
moderna implicó gastos cada vez mayores, alimentar a Marte el dios de la guerra, costaba
cada vez más dinero. La monarquía hispánica consiguió aunque con dificultades hacer
frente a ese gasto. Razones económicas ligadas a la crisis que atraviesan los reinos
peninsulares en el XVII y por razones políticas, las provincias no castellanas reúsan a
colaborar con los gastos comunes, los ayuntamientos se niegan a seguir contribuyendo de
manera creciente a las arcas de la hacienda, rechazan el proyecto de olivares de unión de
armas de 1640. Antes de una derrota militar hay una derrota económica en la que la
carrera de gastos se lleva en otros países con algo más de éxito.
44
La generación de juros proviene por la venta directa de títulos, por la incautación
de los metales americanos de particulares o por la conversión de la deuda flotante en
deuda, consolidada por las suspensiones de pagos de consignaciones (bancarrotas),
durante los reinados de Felipe II, Felipe III; Felipe IV y Carlos II. Tras cada una de estas
suspensiones de consignaciones viene el medio general, la solución técnica que se da.
Están presididas estas por un hecho fundamental. El pago no se efectuará directamente
sino a través de paquetes de juros, títulos de deuda. En la tabla los intereses a pagar por
esa deuda, el tipo de interés a pagar por esa deuda, y el tipo de interés a pagar (que
desciende a lo largo del tiempo). Tanta deuda tiene efectos negativos desde muchos
puntos de vista. Se produce un desplazamiento del capital, que en lugar de ir a inversiones
creadoras de riqueza, se dirige a comprar títulos de deuda, intereses. Mucha gente, en
lugar de invertir arriesgándose compra títulos al rey, lo cual permite vivir conforme a los
cánones nobiliarios de la época, sin trabajar. Castilla pierde sustancia, año tras año, y
llegado un momento esto no se podrá seguir, y deja un auténtico desierto en cuanto a
posibilidad de crecimiento.
45
En este cuadro se ven reflejadas las rentas que enajenan los reyes de sus
patrimonios.
46
financiar el esfuerzo militar, aunque no en la medida que a veces los historiadores han
dicho.
Es evidente que la guerra moderna implicó gastos cada vez más fuertes, pero unos
países salieron mejor parados que otros. Francia y las Provincias Unidas, consiguieron
hacer frente a los problemas planteados mal que bien, aunque con dificultades, pero la
monarquía hispánica no. Esto se vio cada vez más patente a lo largo del siglo XVII, por
razones económicas debidas a la crisis después de 1580, pero también por razones
estrictamente políticas. A partir de los años 40 del siglo XVII, las provincias no
castellanas se niegan a colaborar, y en Castilla incluso los concejos, que eran los
responsables de percibir los impuestos, se negaron a seguir contribuyendo en la misma
manera en que lo habían estado haciendo, y el gobierno fue incapaz de doblegarlos, como
poner de patente el rechazo al plan del Conde Duque de Olivares, A partir de los años 40
los recursos de la monarquía española se redujeron de forma dramática, y con ellos los
efectivos del ejército. Inevitablemente la pérdida de la hegemonía se hará patente a partir
de la segunda mitad del siglo XVII, pero hasta entonces los reinos de Castilla colaboraron
hasta la extenuación para mantener con recursos ese aparato militar, y Castilla sufrirá en
el porvenir las consecuencias de tanto esfuerzo, algo de lo que podían ser conscientes los
gobernantes, empezando por el monarca y el valido correspondiente.
47
La presencia de un poder hegemónico, poder global, como el representado por la
monarquía hispánica, forzó a definirse de forma novedosa a los poderes y poblaciones
que coexistieron con ese poder en sus vecindades. La alianza con ese poder hegemónico,
la adhesión a su religión, o la identificación a él en cuando al modelo político a seguir o
a imitar, se convirtieron en elementos centrales de los debates internos en dichos
territorios. Las dinámicas que encontramos en los gobiernos de poderosos reinos como
Francia, Inglaterra o el mismo Japón tokugagua, a la hora de reforzar su discurso propio,
el catolicismo en Francia, anglicanismo o persecución del cristianismo en Japón se ve que
hay una gran influencia del modelo hispanizante. Ese potencial aliado exterior estaba
siendo requerido al mismo tiempo por líderes católicos autoridades de ortodoxas de los
Balcanes o líderes indígenas en África o América buscaban un aliado en la monarquía de
España para llevar ventaja.
Pensemos que la monarquía no era solo una unión política de diversos reinos y
territorios. La monarquía era también el aparato institucional dependiente del rey y
centralizado en torno a él. La Monarquía es el Estado, su eje y su cúspide es el rey, titular
de la soberanía. Por ello la Monarquía está compuesta en primer lugar, por el rey como
institución suprema del Estado. La naturaleza de su poder, el contenido del mismo, y las
normas concernientes a la sucesión de la Corona, son los aspectos institucionales más
destacados cuando hablamos del monarca. La monarquía, el Estado, no termina el en rey,
aunque sí tenga en él su principio y su foco emisor de poder, aunque se personifique en
el rey, el estado también es el aparato del Estado, Luis XIV no pudo decir “El Estado soy
yo” porque aunque fuera su vértice no sólo era él. Existen otras instituciones que
componen el cuerpo de la Monarquía, centralizadas, que le dan consistencia, que
48
constituyen su organización, es lo que se llama “la planta de la monarquía”, el conjunto
de instituciones que con el rey son la Monarquía y el Estado. Estas instituciones en un
sentido estricto son aquellas centralizadas en torno a la persona del rey, situadas por ello
en el lugar de residencia del rey, en la Corte, incluso en el mismo palacio real,
caracterizadas por su carácter de órganos políticos y dotadas por lo general de unas
competencias comunes sobre todos los reinos que componen la monarquía.
49
Los monarcas de España, son monarcas y señores absolutos. Ellos no tienen
superior en lo temporal, no están sometidos al emperador, ni lo han estado nunca, y por
consiguiente son titulares de la soberanía, que no procede de nadie, a la que también se
dan los nombres de: soberanidad, poder absoluto, señorío soberano, suprema autoridad o
suprema potestad, y desde luego la expresión que más se utiliza, poderío real absoluto.
La Monarquía como forma de gobierno, la forma más extensa de gobierno y la
superioridad eminente del monarca como titular de la soberanía, llevan, entrados ya en la
época moderna, a la exaltación de la persona real hasta límites casi divinos, el rey es
sagrado porque dios lo ha puesto en su lugar, el rey no es dios pero si un representante
del mismo. “Un cierto trasunto del hacedor de la naturaleza, la función del rey es igual
que el alma al cuerpo” frase del humanista español Juan Luis Vives. Se convive como
un ministerio de Dios para preparar al mundo para lo que viene.
Se asiste a una divinización del poder real, y de ahí que cualquier acto contra el monarca
sea considerado como un crimen de Lesa Majestad. Sí es grave el desacato personal contra
el rey, no puede olvidarse que el rey es como una metáfora del Estado, como una
figuración humana de la institución que como poder soberano que encarna, y todo agravio
contra él es un crimen de Estado, y está cargado de la más intensa y negativa valoración
política.
Como poder supremo, el poder del rey contiene en otros poderes singulares,
propios todos ellos de la soberanía, y por consiguiente, poderes indelegables e
inalienables. Esos poderes, en los que se concreta el poder del rey, son denominados cada
vez con mayor presencia, como regalías, largo proceso de elaboración de ideología,
preocupado por concretar el conjunto de derechos y poderes del rey. En este sentido hay
que referirse a la existencia de un largo proceso doctrinal, interesado en concretar el poder
soberano del rey e interesado en señalar en qué consistía ese poder del rey. Definir la
soberanía que comprende todos los poderes y derechos del rey. Problema ya planteado en
“La política” de Aristóteles.
Fue Juan Bodino, autor un libro de gran influencia doctrinal, “Los seis libros de
la República” (1576), quien reunió, ordenó y amplió la serie de lo que él denomina los
derechos reales propios a la majestad, es decir, las marcas y señales de la soberanía.
50
- Intervención en la guerra.
- Nombramiento.
- Suprema jurisdicción.
- Derecho de gracia.
El quinto signo o marca consiste en ejercer el derecho de gracia, sobre todo en lo penal,
pues puede impedir que sea ejecutado si había sido sentenciado. El rey debe ser gracioso
sobre sus súbditos, sobre todo si la han prestado servicios, dar mayorazgos por ejemplo o
conceder privilegios.
- Juramento de Fidelidad:
Es verdad que Bodino omite otras regalías, pero sí que alude a las más importantes, y no
alude a algunas que son específicas del rey de España. Entre las primeras, las menores, a
las que no alude Bodino, pero que tienen una cierta importancia en la monarquía
hispánica, podemos señalar la regalía de la amortización, o la llamada regalía de aposento.
51
La otra es la regalía de aposento, derecho que tiene el monarca para alojar en casas de la
corte a la misma gente de la corte como ministros o a gente que viene de otras cortes,
como los embajadores. Los propietarios de estas casas trataran de comprar este derecho
al rey, pagando por él un dinero para que en lo sucesivo esas casas no estén sujetas a esa
regalía y no tener que recibir a estas gentes. Las llamadas casas de malicia en Madrid son
las que tratan de dividirse para que no tengan las dimensiones determinadas necesarias
para este derecho y no entrar en esta regalía.
En el siglo XVI, y aún más en el siglo XVII, hay toda una literatura muy grande
que alienta y sustenta una política regia tendente a defender un número cada vez más
amplio de prerrogativas reales en materias colindantes o que pertenecen al gobierno
temporal de la Iglesia, cada vez es mayor el afán del monarca por entender en asuntos que
pertenecen al gobierno temporal de la iglesia. Esto quiere decir que hubo un regalismo de
los Austrias, la intromisión en asuntos eclesiásticos, mucho más fuerte de lo que se pensó
en un principio, precedente del posterior regalismo borbónico del siglo XVIII. La palabra
regalismo se utilizara después para entender la afirmación del rey sobre el campo
eclesiástico, condujo la defensa a ultranza del patronato real y del pase regio o execuator,
si no se le daba el paso no tenía validez el documento en los territorios españoles y la
oposición a extralimitaciones de la iglesia sobre todo de la nunciatura en Madrid. Esos
medios de defensa son los recursos de fuerza, contra la fuerza de los tribunales
eclesiásticos y la retención de bulas. Recursos de fuerza en conocer, de proceder o en
otorgar, cuando se denegaba la apelación al tribunal superior se resolvía en los propios
del rey. La retención de bulas, si afectaban a la soberanía del rey o iban en contra de sus
regalías se producía la retención de ese documento y por tanto no tenía validez. No alude
a estas regalías Bodino porque pensaba al escribirlo más en la monarquía francesa que en
la española.
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Otros derechos propios del monarca, a los que sí alude Joan Bodin, era los Iulia
Fiscalia o derechos fiscales. A este respecto conviene advertir, que mientras en los siglos
XVI y XVII se admite sin discusión todo lo concerniente al viejo derecho de batir, acuñar
o alterar la moneda, otras manifestaciones de los derechos fiscales del rey si levantaran
una dura oposición. Hubo ciertamente, teólogos y juristas que se opusieron al
reconocimiento de la facultad del rey de imponer tributos a sus súbditos por sí solos. Las
mismas Cortes de los diferentes reinos, defendieron con más o menos éxito, la necesidad
de intervenir en la aprobación de los servicios o impuestos que concedía al rey. En esto
el monarca no era tan absoluto, debían contar con el consentimiento del reino encarnado
en las cortes para imponer tributos, compartiendo el poder fiscal, aunque el papel de las
cortes está en debate, por tanto hay un menoscabo en cuanto al poder fiscal del rey.
Por otra parte, hay que señalar que las atribuciones del rey eran diferentes en cada
uno de sus territorios. Sí en la Corona de Castilla, sumaba el señorío supremo y la
superioridad feudal, y en consecuencia tenía el dominio absoluto sobre el territorio, esta
situación de ser emperador en su reino, no era universal, no se daba en todos los territorios
de la monarquía. Hay que recordar que para los territorios situados al oeste del río Escalda
(norte de Francia, sur de los Países Bajos), el rey Católico era vasallo del rey de Francia.
En el resto de los Países Bajos, en el Franco Condado, en Milán, el rey de España era
vasallo del emperador, y en Nápoles, del Papa.
Por otro lado para la formulación de la ley, en algunos territorios, el monarca debía
contar con las instituciones representativas, con las Cortes, mientras que en Castilla el
acto de legislar residía solo en el soberano. Pese a estas diferencias, desde la Corte, se fue
consolidando una fuerte imagen del poder eminente del rey, que podía parecer
voluntariamente suspendido en ocasiones, pero que le pertenecía en último término. Esta
concepción, del rey como soberano, se difundió a través de una activa propaganda, que
se difundió también por el mismo ejercicio de la función regia, y fue otorgando cada vez
más legitimidad.
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Cámara de Castilla. A este Consejo le correspondía la ayuda y consejo al rey, y de modo
sobresaliente le correspondía todo lo relativo a la gracia real.
Una de las limitaciones del monarca, del poder del rey, consistía en la no
disponibilidad de la Corona. El rey no puede disponer libremente de la Corona, sino que
ésta es un bien indisponible, y no está sujeto al libre albedrío, a la voluntad del monarca.
La Corona se transmite, no a quien libremente disponga el monarca, sino a quien le
corresponda en virtud de un orden sucesoria, previa y legalmente determinado, que el rey
no puede saltarse. Lo que ocurre, sin embargo, es que este orden legal, ni es único, ni
prevé todos los supuestos de hecho posibles, y no era único porque no había un orden
legal de sucesión en la monarquía, sino ordenes sucesorios legales en las coronas que
componían la monarquía, y a falta de éstas existían normas consuetudinarias.
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mismo que la concesión de títulos. Dispensar liberalmente la gracia, para fomentar el
servicio y la fidelidad de los súbditos, y otorgar mercedes de cualquier tipo, para
remunerar en justicia los servicios prestados, continuó siendo un asunto personal del rey,
que no delegaba en sus representantes en los distintos territorios. Estas reservas, justifican
el afianzamiento de organismos de gobierno en la corte, como los Consejos, sobre todo
los territoriales. El Consejo de Indias, o de Aragón está en la corte, porque auxiliaban al
monarca en la tarea de entregar gracias reales, representaban a los territorios y esos
consejos se ocupaban de todo lo relativo a la gestión de lo reservado al rey, permitiéndole
al rey ejercer el gobierno en la distancia.
En 1561, cuando se fija la corte en Madrid, resulta ser una fecha clave en la
construcción de la monarquía, marcada por el obligado alejamiento físico del rey, de los
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demás territorios que componían esa monarquía, donde no estaba presente. el soberano,
intentó restaurar este alejamiento haciendo uso de recursos institucionales y simbólicos:
acudiendo a las lugartenencias y revistiéndolas de elementos simbólicos que
representaran el poder del rey. Lo esencial de la lugartenencia real era el desdoblamiento
de la persona del rey mediante delegación.
Por regla general, el delegado del rey ejercía sus funciones bajo el título de
gobernador general o virrey. La denominación oficial variaba según el territorio. Se
empleó esta denominación ene los reinos de la Corona de Aragón y de Valencia, en el
principado de Cataluña, en el reino insular de Mallorca, y también se llamaban virrey a
los representantes de la Corona en Italia (Cerdeña, Sicilia y Nápoles), y esta
denominación fue exportada a las Indias, tras la creación del virreinato del Perú y de
Nueva España, y en reinos de temprana y tardía incorporación, como en Navarra, en 1512
y Portugal en 1580. En el ámbito europeo la denominación de gobernador o gobernador
general estuvo vigente en los Países Bajos y en el Estado de Milán. Dentro del ámbito
castellano también se utilizaba el término de gobernador, en Galicia, Canarias, Orán, y en
múltiples demarcaciones en América y Filipinas.
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predecesores, pero en otros casos fueron objeto de una reelaboración cuidadosa y
redefinieron las potestades del titular, delimitando sus funciones, restringiendo sus
competencias y subordinando cada vez más su actuación a las directrices marcadas desde
la corte regia de Madrid.
Aunque hubiera lugartenientes de sangre real, durante la segunda mitad del siglo
XVI, y durante el siglo XVII, los virreinatos y las gobernaciones, encomendadas a
miembros de la alta nobleza, no a familiares del rey, fueron lo habitual. Porque la
extensión de la monarquía, sus distintos territorios y la falta de príncipes y familiares
regios disponibles, impedía otra solución. Pese a su menor idoneidad, los miembros de la
aristocracia asumieron la representación del rey en la mayoría de reinos y provincias. En
este grupo selecto el campo de elección fue amplio. Por las funciones y la relevancia del
cargo, este resultaba muy atractivo para los más distinguidos linajes aristocráticos.
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Competían por ocupar una posición preeminente en el entorno real, y la obtención de un
virreinato o una gobernación representaba un hito en la carrera política de cualquier
aristócrata.
Desde muy temprano, este supremo delegado territorial del monarca convino una
doble dimensión.
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satisfacer las expectativas de los súbditos del territorio. Así, los grupos privilegiados de
los distintos territorios, contaban con un espacio propio y privativo, al corte virreinal, para
la exteriorización de su rango, la exaltación de su linaje y la sanción de su preeminencia
social y política en el seno de cada comunidad y territorio. Estas cortes virreinales eran
una transposición de la corte regia de Madrid, una corte que funcionaba como matriz de
todas las demás cortes. Conjugaban todas estas cortes de todos los territorios, el ámbito
íntimo y doméstico de la persona del gobernador, su casa, con el ámbito público de los
organismos y ministros que respaldaban su labor como gobernante. El mismo sistema de
relaciones sociales y políticas de la corte de Madrid, se reproducía a otra escala y de forma
subalterna en los diversos territorios de la monarquía. Desplegados alrededor del palacio
del virrey, esos escenarios cortesanos, actuaban como espacios centrales de poder, como
focos de atracción de las élites provinciales, que buscaban la cercanía del lugarteniente,
para obtener su favor y al mismo tiempo esos espacios eran escenarios lúdicos para la
sociabilidad nobiliaria. Los rituales cortesanos y las ceremonias palatinas, organizadas
para regocijo de los miembros de la corte provincial, afectaban al entorno más próximo
del lugarteniente del rey y se hallaban reguladas por la etiqueta y el protocolo. Todo este
ceremonial contribuía a exaltar y realzar la preeminencia dentro de la comunidad política
que gobernaba, al tiempo que establecían una rígida jerarquía entre los miembros de la
nobleza dentro de palacio, que se proyectaba fuera de sus muros.
Hay que subrayar que casa y corte, constituía el marco social y político en el que
se desarrollaba la acción del gobierno del monarca y de sus delegados territoriales. La
política de corte, convertida en fundamento del llamado arte de gobernar nunca se dejó a
un lado. Esto no se entiende sin el reforzamiento consciente de espacios cortesanos
preexistentes (Nápoles, Palermo, Milán…) o sin la creación de cortes provinciales de
nuevo puño como Lima o México. En este sentido, la monarquía de los Austrias,
caracterizada muchas veces como monarquía de las cortes, puede ser definida o
caracterizada como un espacio cortesano policéntrico, coronado por el esplendor y la
magnificencia de una corte primordial que era la corte regia de Madrid.
Se han dado muchas explicaciones sobre la figura del valido. Lo habitual hasta
hace no muchos años, era explicar la figura del valido como efecto de una sola causa, que
podía ser la falta de voluntad de los sucesores de Felipe II, o la sucesiva degradación de
la dinastía Austriaca. Se advierte en la figura del valido que no es sino un caso
sobresaliente, dentro de la figura muy generalizada en la corte de los privados. Los
puestos en la administración de palacio y en la administración de la Monarquía, se
repartían entre los que lograban destacar por la fuerza de sus talentos, o por la menos
noble fuerza de la adulación y el servilismo. Cuando un cortesano obtenía la protección
de un señor poderoso dentro de la corte, se decía que era su privado. Lo mismo sucede en
un escalón superior entre los nobles más destacados y el rey, nobles que se enfeudan al
rey. Por tanto, privados tiene el duque de Lerma, privados tiene Osuna, Olivares, y por
supuesto privados tiene el rey. De tal modo que se teje una red más espesa de los deseable
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entre los titulares de oficios cortesanos, porque cuando el rey elige entre los hombres de
su confianza, a uno, a su más íntimo amigo, a su mayor valido, se desencadena una
reacción en serio, y en la corte se instalan los privados del valido, y desplazan a otros
privados y a sus hechuras. Los más simplistas defensores del valimiento, justificaban su
existencia, alegando la licitud de que el rey eligiera sus propios privados entre sus amigos
y que eligiera más señaladamente a uno de ellos, a su predilecto y a su verdadero amigo,
como valido suyo y como primer ministro. De este modo, en la figura del valido confluyen
la tendencia por un lado a privatizar las relaciones entre quienes desempeñan las tareas
de gobierno del estado, y por otra parte, la tendencia por parte del rey, a utilizar como
criterio para elegir a su más alto colaborador, no tanto por razones de interés público, sino
los impulsos nacidos de la inclinación y confianza personal, hacia quienes componen su
más íntimo entorno.
Hay otra faceta, y es la utilidad del valido desde el punto de vista de la eficacia
administrativa. El sistema de gobierno de la monarquía, centrado en el régimen
polisinodial, era cada vez más complejo y exigía cada día un mayor esfuerzo y trabajo al
rey, tanto trabajo y tan plural que no era absurdo pensar en la conveniencia de una cierta
división del trabajo entre el rey y su valido, entre el oficio real y el oficio de primer
ministro. El auge de los validos en la monarquía hispánica, refleja en parte el incesante
aumento de las cargas administrativas que pesaban sobre los monarcas. En cualquier caso,
de lo que no cabe duda es que los validos actuaron directamente en el gobierno, llegando
a tener un control absoluto sobre los asuntos del poder, tomaron decisiones por sí mismos
y las impusieron desde el centro del Estado, a través de los órganos de ese estado que de
alguna manera les estuvieron sometidos. A menudo los validos simplificaron el proceso
de toma de decisiones actuando al margen de los canales institucionales tradicionales. Sin
embargo el reconocimiento de la plenipotencia del valido, y su equiparación al rey. Si
alguien ejerce poderes comparables a los del monarca, lo que éste de ninguna manera
puede hacer, es admitir oficialmente esta actuación y menos tomar legitimidad a estas
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facultades. Desde el momento en que lo haga, con la cédula de 1612, el rey parece
compartir la soberanía con su valido y al compartirla la enajena, lo que será motivo de
fuertes críticas por parte de los más claros escritores políticos del siglo XVII.
La figura del valido adquirió con Lerma y Olivares su más alto grado de
privatización, por actuar el valido sin título ni oficio único, solo en virtud de una
delegación de firma que lo convertía en una especie de representante del rey. Por lo miso,
el también innegable que fue entonces cuando esa figura del valido alcanzó su mayor
grado de poder, su más descarada participación y aún sustitución en las tareas específicas
de la soberanía. Olivares quería sobre todo por encima del poder, es que le dejaran todo
el tiempo libre al gobierno y dirección de la política, y reservaba para el rey lo que el
propio Olivares estimara que era más propio del ejercicio de la soberanía (reparto de
mercedes, ejercicio de la gracia, actuación a instancia de particulares y estaba al margen
del derecho). Olivares prefería llamarse ministro, pero nunca se tituló primer ministro por
lo menos a modo oficial, y falto de un título oficial y supremo dentro del cual cupiesen
sus funciones, Olivares se dedicó a reunir distintos títulos de oficios para apoyarse en el
conjunto de ellos. Aparte de conformar el mismo un estado señorial en torno a Sevilla,
siendo procedente de una rama segunda de los Guzmanes. Además acaparó títulos de
palacio, de aquellas personas que rodeaban al rey, para estar metido junto con el rey en
palacio.
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Los secretarios del rey, eran varios, y además diversos. Durante el reinado de los
Reyes Católicos, las diferentes figuras de secretarios no aparecen todavía con contornos
definidos. Hay secretarios permanentes de los reyes, con funciones variables y
heterogéneas. También hay secretarios ocasionales de ejercicio intermitente o para
funciones pasajeras y hay entre los secretarios personales y permanentes algunos que se
especializan en el estudio, tramitación y consulta con el rey, de la correspondencia
internacional. Estos últimos secretarios, serán ya desde entonces, denominados
secretarios de Estado.
En el siglo XVI, los secretarios del rey cobraron nueva importancia y se dibujan
con más claridad sus diversos tipos. Para ello, será decisiva la creación y arraigo del
sistema polisinodial o de Consejos, y por eso podemos distinguir a partir de entonces por
una parte los secretarios personales, afectos al servicio y trato constante con el monarca;
y por otro lado los secretarios insertos en cada consejo, entre los cuales destacan el
secretario del consejo de Estado, que hasta 1567-1570 es un único secretario de Estado.
Por debajo de estos secretarios, o en el trasfondo, pues no es una organización vertical y
jerarquizada, existen otros secretarios del rey de ocupaciones ocasionales o de menor
rango, e incluso secretarios nombrados solo por carácter honorífico o por recompensa por
servicios anteriores prestados.
Entre los secretarios de Estado, destacan la figura de Francisco de los Cobos, que
tanto tuvo que ver en la creación del archivo de Simancas y de Gonzalo Pérez, en los
primeros años del reinado de Carlos V. Tras la muerte de Gonzalo Pérez 1577, la
secretaría de estado se divide en secretario de España y Norte, y por otro lado la secretaría
de Italia. Entre los secretarios personales del rey destacan Alonso de Idiáñez y Francisco
de Eraso, durante el reinado de Carlos V, y Martín de Gaztelu y a Mateo Vázquez de Leca
con Felipe II.
Durante todo el siglo XVII, el título de secretario del rey, continuó siendo un título
de funcionario genérico, de oficial real, configurándose después la adscripción a las
secretarías como un destino específico. La novedad en este punto, es que el número de
secretarios del rey no hizo más que aumentar en el siglo XVII: de 12 y 39 secretarios del
rey, durante el reinado de Carlos V y Felipe II, se pasó a 45, en tiempos de Felipe III, y a
187 en tiempos de Felipe IV, para luego disminuir ese número durante el reinado de
Carlos II y quedar en la cifra de 50. Este aumento durante el siglo XVII indica varias
cosas: por un lado el exceso de papeles, la hipertrofia de la burocracia cortesana durante
el siglo XVII; y otra segunda cosa que significa es una cierta degradación del título de
secretario del rey, el cual se concederá con más frecuencia que nunca en tiempos de Felipe
IV como premio adscrito a determinadas dinastías de oficiales y como instrumento formal
con el que revestir el ejercicio de funciones diversas insertas en la burocracia inferior de
consejos.
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quienes compusieron la serie de secretarios iniciada en 1621 de los secretarios del
Despacho Universal. En la disminución de la influencia de los primeros (secretarios de
Estado) y en el nacimiento de los segundos (secretarios del Despacho Universal), incidió
la presencia junto al rey de los validos. Los validos no solo eclipsaron a los secretarios
personales del rey hasta hacerlos desaparecer, sino que postergaron a un segundo término
a los secretarios de Estado, de quienes ellos mismos se sirvieron.
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Dentro de cada consejo sus secretarios aportaban a las sesiones, diarias, los memoriales
recibidos, redactaban las consultas y las elevaban en su caso al rey. Los consejos en el
ejercicio de su función consultiva, elaboran un documento que se llama “consulta”, que
puede ser breve o pueden contener 20 o 30 folios donde se recogen las decisiones del
consejos, y los votos particulares de algunos consejeros. Consultado el rey, el rey decide
y escribe en muchas ocasiones en la misma consulta lo que ha decidido.
Tiene vuestra majestad diversos consejos en esta corte que son supremos. Unos
respecto de las provincias y reinos que gobiernan y otros respecto de algunas materias
que particularmente les están cometidas por vuestra majestad, en esta Corona de
Castilla. En ellos está representado vuestra majestad y es su cabeza, y de vuestra
majestad y de estos ministros se constituye un cuerpo.
Con estas palabras definió Olivares lo que fueron los consejos en cuanto
instituciones de la monarquía, dos tipos territoriales y por materia conferida por el
monarca, hacienda por ejemplo, acudiendo a la metáfora organicista: el rey como cabeza
dirigiendo a un cuerpo de consejos, cabeza y cuerpo forman una sola cosa, la monarquía,
el rey y el aparato del estado. Unos pocos meses antes de la navidad de 1624, un erudito
cortesano, Gil González Dávila, en su libro, Teatro de las grandezas de Madrid…, puso
casi al final de su descripción de los consejos la siguiente consideración.
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De este discurso de tantos ministros se colige los muchos méritos, artes y
servicios grandes que han de tener los que hubieren de llegar a ocupar tan señales
lugares. De cuyos consejos pende la tranquilidad de tanto mundo y Coronas.
De los consejos depende el gobierno del mundo. Son frases que expresan que
significó este sistema polisinodial, y que significó ser miembro de tales mecanismos de
poder. Los consejos no nacen en la época moderna, cada rey de la Baja Edad Media, creó
y estructuró un órgano, inicialmente solo consultivo o asesor para servirse de él a la hora
de dirigir la política del reino. Los estamentos privilegiados (nobleza y clero), controlaron
en un principio ese consejo, pero pronto fue conveniente introducir en él, a técnicos
conocedores del derecho del reino, y del derecho romano canónico (derecho común),
porque estos letrados eran las personas más capacitadas por su pericia profesional, para
resolver los asuntos cada vez más complejos, cuya decisión se centralizaba en la Casa
Real. Paulatinamente el consejo fue, no solo el órgano donde se centralizaba la adopción
de decisiones políticas de carácter general y con el cual a estos efectos consultaba el rey,
sino que también fue siendo una institución encargada de resolver cuestiones singulares.
También de hacer justicia entre partes, de conocer algunos pleitos, negocios y organizar
jerárquicamente el gobierno del rey. En Castilla, el proceso de creciente centralización
del poder, es decir, la consolidación del Estado, tuvo como eje la creación y desarrollo
del Consejo Real, siendo sus fechas cruciales, la ordenación de Juan I, 1385, y otra fecha
la de los Reyes Católicos, en 1480, que reordenaron este consejo, ya hay un consejo
organizado por tanto, en la baja edad media. Replicar este Consejo, para los consejos de
la Corona de Aragón, fue el Consejo de Aragón en 1494.
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menor (Consejo de Órdenes Militares, pues el rey era el gran maestre de las ordenes
militares o Consejo de la Cruzada, encargado de la gestión de la predicación y venta de
las bulas de cruzada, uno de los ingresos de más calidad de la corona, pagado en plata
cuando lo que circula es el vellón).
El gobierno del mundo, dependía de los consejos. Ellos y los secretarios que los
comunicaban entre sí, y a cada uno de ellos con el Rey y con el Valido, formaban el
núcleo de la Monarquía. Toda actividad de gobierno, en el más amplio sentido, era
impulsada desde este corazón de la monarquía, del cual partían decisiones, consultas y
correspondencia, con los oficiales destacados en cualquier punto del tejido territorial de
la monarquía. Y a ese corazón llegaban los problemas, los memoriales, las quejas,
procedentes de cualquier punto y por cualquier razón. Este poder, les llega a partir del
único polo emisor de poder, que es el soberano, el monarca. Los consejos tienen el poder
que el monarca deposita o delega en ellos.
El principio de unidad de poder, significa en este tiempo, los siglos XVI y XVII,
no que el poder ejecutivo, legislativo o judicial, correspondieran a un titular, sino algo
más sencillo, que tales poderes no estaban todavía diferenciados, ni orgánica, ni
funcional, ni conceptualmente. Al ser uno el poder, y todo él pertenecer al monarca
soberano, es claro que, ese mismo poder es el que indiviso pero múltiple, es ejercido por
los consejos. Por ello, no puede sorprendernos que los consejos, hagan muchas cosas: que
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administren justicia entre partes por vía litigiosa; que tomen decisiones de gobierno, en
cuanto órganos jerárquicamente superiores del resto de la máquina administrativa del
estado; y no nos puede extrañar que promulguen normas legales; y tampoco nos ha de
extrañar que intervengan en aquel sector que contribuyó inicialmente su poder, que
ejerzan la función consultiva.
Por último, hay otra cuestión que hay que destacar. La presencia en los consejos,
de miembros de la nobleza y del alto clero, sobre todo en sus presidencias. Como eran
centros del poder, los estamentos privilegiados, siempre oscilantes entre la alternativa de
resistir al Estado desde sus señoríos, o intervenir en el Estado ocupando sus cuerpos
claves dentro del mismo, procuraron acaparar los puestos de los consejos, sobre todo las
presidencias, pero también los puestos de simples consejeros.
Puede ser clasificado como el primero en rango, esto es, como el supremo consejo
de todos los consejos. Aunque habitualmente se cita el año de 1526 como el de su
creación, sabemos que bajo la forma de Consejo de Estado privado del Emperador, existía
ya desde 1523. Fray Prudencio de Sandoval, que escribe una historia del reinado de Carlos
V, indica que estando en Granada de luna de miel, en 1523, “ordenó el Consejo de Estado,
para comunicar las cosas de sustancia, más importantes que tocaban a la buena
gobernación de España, Alemania y Francia”. Lo que ocurre en 1526, es que Carlos V
procede a una organización de este consejo, y es la ocasión para desalojar de él a los
consejeros flamencos y da entrada en su lugar a consejeros españoles.
Desde este periodo inicial, tuvo el Consejo de Estado, el carácter que siempre
conservó, de órgano asesor a la persona del monarca, y por ello éste siempre fue su
presidente. Del hecho de que el monarca sea su presidente, deriva una de sus supremacías
de este sistema polisinodial. Otra de las causas de la supremacía de este órgano, hay que
dárselo en los asuntos políticos que ejercía y la universalidad de éste. Por la misma
importancia política de las materias que por él pasaban, el consejo carecía de facultades
resolutivas, y tampoco gozó de precisas y explícitas atribuciones administrativas ni
judiciales. El Consejo de Estado conservó siempre un carácter netamente consultivo.
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“Los consejeros de Estado, son grandes y señores de los reinos de España, o
ilustrísimas y señaladas personas en nobleza, virtud, experiencia militar o política, que
han sido virreyes, gobernadores, capitanes generales, y embajadores en los distintos
reinos que son pláticos en mar y tierra, en paz y guerra, con noticia de la condición y
trato de otras naciones”
González Dávila
Durante el siglo XVII fue frecuente la presencia del confesor del rey en el Consejo,
y también era miembro del Consejo de Estado el presidente o gobernador del Consejo de
Hacienda. Por ser lo de guerra anejo a lo de Estado, los miembros del Consejo de Estado,
lo eran también del Consejo de Guerra, a cuyas deliberaciones tenían derecho a asistir,
tomando asiento en lugar preferente, como expresión de la superioridad del Consejo de
Estado.
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consejeros formaban la planta del Consejo un fiscal, un alguacil mayor y dos secretarios,
titulares de las secretarias de mar y tierra.
En este consejo se trataba, no la política sobre la guerra o la paz, pues ello era
específico del consejo de Estado, sino la administración y gestión de la guerra. Este
Consejo se ocupaba también de todo lo relativo a las armadas y construcción de buques;
también se ocupaba a todo lo relativo de la fabricación de armas, fortificaciones,
presidios y guarniciones militares, y por supuesto se pasaban a consulta del Consejo de
Guerra los nombramientos de ministros y oficiales que hubieran de ocuparse o en la
guerra propiamente dicha, o en otras tareas complementarias anteriormente mencionadas.
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Durante los siglos XVI y XVII, observamos que la superioridad del Consejo de
Castilla se advierte en varios hechos:
Hay que señalar que las competencias del consejo, aparte de ser muchas, eran
vistas y entendía en ellas las diferentes salas en que se dividía el Consejo. Esas salas desde
1598, fueron cuatro: una para los asuntos de gobierno y tres para asuntos de justicia.
- La Sala de Gobierno
- Sala de Provincia
Los seis restantes consejeros, hasta 16, componían por mitad las otras dos salas
que no tenían denominación específica, aunque con la práctica recibirían el nombre
de sala de Justicia y sala de Provincia. Entendía en todo lo que llegaba en apelación
de instancias inferiores en materia civil, es decir, pleitos ya vistos por alcaldes.
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guardaba todavía memoria viva. En estas reuniones o sesiones plenarias se trataba con
el rey los negocios de mayor consideración que en aquella semana se habían ofrecido,
y muy particularmente aquellos cuya resolución implicase dispensa o derogación de
ley, o la promulgación de una nueva ley. Aunque es el rey el que legisla, es el Consejo
Real el que acuerda el contenido de la nueva norma. Los autos acordados del Consejo
son estas decisiones normativas, consultadas al Rey, correspondiendo al rey la
promulgación de esa nueva norma.
También en las reuniones de los viernes trataba el consejo con el rey, previo
estudio, las peticiones elevadas por las Cortes, o cuando se crea, por la Comisión de
Millones. En el Consejo se decidía todo, pero siempre con la consulta al soberano,
que era el foco de todo poder.
También en estas reuniones de los viernes se veían asuntos de otra naturaleza. Por
ejemplo ciertas razones de los juicios de visitas o de residencia u otros negocios de
gobierno y justicia siempre que fueran de especial relevancia. También eran
sometidos a la consulta de los viernes los grandes proyectos de reforma legislativa,
como la intentada por el Conde Duque de Olivares en 1623. También se trató del
diagnóstico de la situación por la que atravesaba Castilla de recesión.
Con este impreciso nombre de Sala Quinta del Consejo se le denomina a la Sala
de Alcaldes de Casa y Corte, que tenía competencias allí donde estaba la corte. Tales
alcaldes (en el antiguo régimen los alcaldes son jueces, generalmente de lo criminal)
tenían poder en la corte y en un radio de acción de cinco leguas en torno a ellas, lo
que se conocía con el nombre de “rastro”. Estos alcaldes estaban encargados de
cuestiones de gobierno en este espacio, cuestiones de abastecimiento, y de policía,
término este que no solamente es lo relativo al orden público, sino a la humana
necesidad. Estos alcaldes en estos espacios entendían en cuestiones civiles, pero la
más elevada función de estos alcaldes de casa y corte ere la jurisdicción penal,
criminal. Dentro de este ámbito territorial, poseían la suprema jurisdicción criminal,
sin que hubiera posibilidad de apelación sino por ellos mismos. Por esta atribución de
la jurisdicción penal, se les dio el título de Sala del Consejo Real, y esta razón explica
también que los alcaldes de Casa y Corte, acudiesen con los demás consejeros de
Castilla a los actos festivos, a las funciones públicas, donde los alcaldes aparecían
junto a los consejeros de Castilla.
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actuaba sin sumisión, sin sujeción al derecho. No hay un acta de creación del Consejo de
la Cámara, y no sabemos cuándo nace. Lo que debió de ocurrir es que el Monarca
acostumbraba a nombrar de entre los de su consejo o Consejo Real, a algunos consejeros
de especial confianza para que le asesorasen en estas decisiones relacionadas con la
merced, con la gracia y la provisión de oficios eclesiásticos y de oficios públicos. De estos
consejeros reunidos con el Rey en su propia cámara, se originó el consejo de la Cámara.
Conocemos una instrucción de Felipe II en 1588, pero para entonces el consejo ya existía
y esta fecho nos habla de la consolidación del consejo.
Este Consejo tenía tres secretarías: una secretaría de gracia, otra de justicia y otra
de patronato real.
- Secretaría de Gracia
- Secretaría de Justicia
- Secretaría de Patronato
Oficios eclesiásticos, para los cuales el rey, asesorado por la Cámara, nombraba a
personas, para los arzobispados, obispados, abadías y otros beneficios
eclesiásticos.
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5.5.- Consejo de Indias
Es una hijuela del Consejo de Castilla, se trataban todas las cuestiones de gobierno
y de justicia del mundo indiano. En el siglo XVII, vinculado a este consejo, surgirá una
junta de guerra de Indias, formada por consejeros del Consejo de Guerra y de este Consejo
de Indias. También funcionaba una especie de Cámara de Indias, que consultaba al rey
cuestiones de gracia y merced relacionada con las Indias
Consejo de Italia se crea en 1556, y es una hijuela del Consejo de Aragón. Estaba
compuesto por un presidente, y seis consejeros que reciben también el nombre de
regentes: dos por el reino de Nápoles, dos por el reino de Sicilia y dos por el ducado de
Milán. Territorios a los que extendía su competencia, y estaba en la corte
El Consejo de Portugal se crea en 1582. Lo crea Felipe II, estando el propio rey
allí en Portugal. Como otros consejos territoriales este consejo cumplía la función de
enlace entre la Corte y la Corona Portuguesa. Se componía de un presidente, cuatro
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consejeros y dos secretarios. En este consejo se trataban cuestiones de Estado relativas a
las cuestiones de Portugal y sus colonias, cuestiones de guerra y de merced. Al producirse
la separación de este consejo desaparece y se consuma en el Tratado de Lisboa en 1668.
Fue creado para recaudar y administrar las llamadas tres gracias: las concesiones
pontificias al monarca español que suponían unos ingresos relativamente cuantiosas. Esas
Tres Gracias, amén de las Tercias que provenían en la época medieval, se dividían en
nueve partes. Aparte de las Tercias el monarca español recibe esas Tres Gracias, cuya
administración y gestión correspondía al consejo de cruzada: el subsidio de galeras, el
excusado y la bula de cruzada. El consejo de la cruzada administraba justicia con todo lo
que tenía que ver con él.
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una herramienta contra los herejes y relapso, y los clientes de la Inquisición eran los
moriscos, los criptojudíos, y también en principio la Inquisición pondrá sus ojos en esos
núcleos de protestantes, que en torno a 1559 aparecen en algunos núcleos de población
como Sevilla o Valladolid (“el Hereje”).
Este Consejo alcanzó en los siglos XVII un enorme poder sobre las tribunas
territoriales. El tribunal de mayor extensión dentro de la Península era el que tenía su sede
en Valladolid. El consejo de Inquisición fue ejerciendo cada vez más poder sobre las
tribunas territoriales, y se dice que curiosamente, porque hay cada vez menos causas que
atender, pero la Inquisición se impone a las tribunas territoriales, ordenando que la
ejecución de las sentencias se haga después del permiso del Consejo de la Suprema.
El Inquisidor general sin comunicarlo con los otros miembros del Consejo,
proveía todas las plazas de los tribunales de distrito y consultaba al rey, los
nombramientos de los miembros del Consejo, cuya actividad principal consistió en el
gobierno y dirección del aparato inquisitorial y también el consejo de la Suprema era
tribunal superior al que podía recurrirse en grado de apelación. Era un consejo pequeño,
el presidente, el inquisidor general, tres consejeros, y con Fernando Valdés, el número de
tres pasa a cuatro, y en el siglo XVII serán cinco los consejeros. Por debajo existía un sin
número de comisarios, calificadores, consultores, alguaciles, familiares… se reunían
todos los días por las mañanas de los días ordinarios y tres días encargados de los pleitos
públicos. A partir de 1632 estaban obligados los tribunales de distrito de enviar las
sentencias para que fueran ejecutadas que se revisaban en el tribunal de la suprema.
Desaparece en 1820 se restablece y desaparece definitivamente en 1834.
De allí salían buena parte de los ingresos. El consejo de Hacienda se creó en 1523,
y fue objeto de complejas y sucesivas reformas a lo largo del siglo XVI. De hecho, las
ordenanzas de este consejo no serían ordenadas a la categoría de ley hasta 1593.
Circunstancia esta que permite albergar ciertas dudas con la autoridad del consejo y los
consejeros. No fue, de hecho un consejo como los demás hasta 1593.
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Hacienda y Contaduría Mayor de ella, encargado de la administración, beneficio y
cobranza de al Real Hacienda, sin distinguir entre el por mayor y el por menor”.
- Tribunal de Oidores
Era un tribunal inspector e interventor, fiscalizaba las cuentas. Ante este tribunal,
rendían cuentas todos los tesoreros, receptores, arrendatarios y todos los ministros y
oficiales, desde virreyes hasta el más modesto oficial en cuyo poder hubiere entrado
hacienda del rey. En este tribunal, servían cuatro contadores y un fiscal, a cuyas
órdenes estaban los contadores de resultas y los llamados contadores entretenidos, en
un número que varío con el tiempo, y a comienzos del siglo XVII había 24 contadores
de resultas.
- Tribunal de Millones
Alude al servicio de Millones que a partir del siglo XVII, el reino junto con las
cortes concede con regularidad. Desde el momento de que la Comisión de
Millones, pasa al Consejo de Hacienda existe un Tribunal de Millones, compuesto
por cuatro consejeros del Consejo de Hacienda, y cuatro procuradores de las
Cortes, que tienen el nombre de comisarios.
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Por un decreto de 31 de enero de 1687, se creó el oficio de superintendente general
de la Real Hacienda, que viene a ser el antecedente del secretario de estado y del despacho
de Hacienda que se conocerá en el siglo XVIII, siendo el antecedente más remoto de los
ministros de hacienda actuales. En 1661, se puso al frente de cada provincia de Castilla,
un superintendente de provincia. A partir de esta fecha, el control de la Hacienda de
Castilla, pasó en gran parte, de manos del Consejo de Hacienda a las de estos nuevos
oficiales.
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TEMA 6.- LA ADMINISTRACIÓN VIRREINAL: LOS
CONSEJOS DE LOS REINOS
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Se desarrolló una administración que traducía los elementos correspondientes a la
autoridad regia, pero en todos estos territorios encontramos al menos Un tribunal superior
de justicia, un consejo de justicia, una institución encargada del consejo de hacienda, un
organismo destinado al ejercicio de la gracia, y otros dedicados a la coordinación de la
defensa y administración. Por ello, cabe hablar de otros centros de la Monarquía, haciendo
referencia a la Monarquía policéntrica.
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1.- Tribunales de Apelación en Castilla
1.1.- Chancillerías de Valladolid y Sevilla
Una etapa intermedia entre los consejos y el rey, eran los tribunales de apelación,
desarrollados sobre el territorio, fuera el consejo de justicia de Malinas, las chancillerías
y audiencias en Castilla, el Senado en Milán, las Audiencias en las Indias… Estas
instituciones, estaban integradas por profesionales con una alta cualificación en derecho.
En la Corona de Castilla, por ejemplo, funcionaron dos grandes chancillerías,
competentes al norte y al sur del río Tajo.
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alcaldes (jueces de lo civil y lo criminal), se duplicó para estabilizarse entre 10 y 20. Al
igual que en Castilla, estas audiencias veían en grado de apelación, causas sustanciadas
en tribunales inferiores. Además, las audiencias de Aragón y Cataluña eran supremas y
ofrecieron una gran autoridad, oscureciendo el papel del justicia, y erigiéndose como
intérpretes de los fueros, en su labor de crear jurisprudencia en el caso de la Audiencia de
Cataluña.
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portavoz de su distrito jurisdiccional y portavoz de las demandas de los habitantes que
vivían en ese distrito ante la corte. Por debajo del corregidor, se encontraban los alcaldes
ordinarios, con atribuciones judiciales, y entonces estos constituirían la primera instancia
judicial, y también por debajo de ellos una serie de alguaciles.
El visitador era un agente del rey provisto de una comisión que le facultaba para
visitar los tribunales y ministros que ejercían su jurisdicción en un determinado lugar o
territorio. Si la comisión se extendía por todos los tribunales existentes en el territorio de
aplicación de la comisión, se trataba de una visita general y si la actuación de ese juez se
circunscribía a una institución a magistratura, se trataba entonces de una visita particular.
De hecho, los visitadores no juzgaban, dado que no sentenciaban los procesos que
iniciaban, únicamente establecían cargos y sustanciaban la causa dejándola lista para
sentencia, una sentencia que fallaba un juez superior, generalmente los consejos de la
corte y el propio monarca. Las visitas, servían sobre todo, para controlar y disciplinar a
los oficiales, para exigirles responsabilidades por las irregularidades cometidas. Por eso,
la ejecución de una visita, no implicaba necesariamente suspensión de los jueces y
ministros visitados en el ejercicio de sus oficios.
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4.- Tribunales Señoriales
Los límites del señorío no dejan de ampliarse a lo largo de toda la etapa moderna.
Sí el señor ejerce las funciones del rey en ese espacio, está de alguna manera, socavando
el poder del rey. Se deben de considerar los señoríos como un escalón fundamental de la
proyección de la monarquía sobre el territorio. Una vez que la gran nobleza abandonó,
salvo quizás en los Países Bajos, su intento de cuestionar la autoridad regia, su inserción
en la administración real les convirtió en agentes jurisdiccionales del rey. Son sustitutos
del rey, en sus señoríos, se subrogan en el lugar del rey en sus señoríos, en materia de
jurisdicción y en otras materias. Los señores pueden nombrar oficiales de justicia,
alcaldes ordinarios e incluso alcaldes mayores, que reciben el nombre de corregidores.
Estos oficiales de justicia nombrados por el señor, permanecían subordinados a los
tribunales de apelación real, puesto que al rey corresponde la suprema jurisdicción, y se
puede apelar, no solo desde los tribunales reales inferiores sino desde los tribunales reales.
En ese ejercicio jurisdiccional hay que ver a los señores como complemento en la
jurisdicción del monarca.
La jurisdicción señorial es, por tanto, subrogada. El señor sustituye al rey en esta
manera pero está sometido a su supremacía. En todo lo relativo a la organización militar,
la nobleza desde la década de 1520, tras los episodios de las Comunidades, sabía muy
bien que la única forma de seguir desempeñando un papel social destacable era desarrollar
esta forma de colaboración con el rey y participar como hombres del rey, no solo en la
gestión de la dominación de sus propios vasallos, sino también en la administración y la
milicia, buscando de esta manera, en el favor regio, el acceso a la gracia del rey, lo que
les permitía mantener y ampliar un patronato que el que podían generar con sus propios
recursos. Esto hacía que la base feudal se completara y ampliara mediante la creación de
fidelidades por la creación a puestos públicos de sus clientes, por lo que cada vez se hizo
más necesario invertir en servicio al rey, y de esta inversión se podrían obtener
importantes beneficios, para ellos mismos y para sus clientes. Lo mismo podemos decir
de los encomenderos de América, y de la propia nobleza de origen prehispánica, que vio
reconocida su posición de cacicazgo durante gran parte del periodo colonial y gozó de
una posición preeminente gracias a que asumió la nueva religión, la hegemonía de los
españoles, la lealtad de ese rey al otro lado del océano. Esta nobleza prehispánica a la que
se va a reconocer su posición sirvió como intermediaria en la dominación en el territorio
americano donde la presencia del rey nunca fue una realidad, hacen de intermediarios.
86
Las formas en que se organizaban los ayuntamientos eran variadísimas, sobre todo
si prestamos atención a los distintos territorios de la monarquía, pero aunque nos fijemos
en los reinos peninsulares, las variaciones de organización política local eran grandes y
los reyes en manera alguna pretendieron modificar esas formas de organización en aras
de una pretendida uniformización que no estuvo nunca en su cabeza, conformándose con
supervisar esas formas de organización, aprovechando los recursos de los que disponían
para intervenir a fondo solo en circunstancias excepcionales, dejaron hacer y respetaron
la organización administrativa de las ciudades.
- Castilla
- Navarra
- Castilla
87
unas pocas personas que ejercía todo el poder. En los concejos andaluces recibían el
nombre de Veinticuatros, porque ese era su número. Estas regidurías, en las ciudades
medianas y grandes eran vitalicias, pero que se podían renunciar si se cumplían una
serie de requisitos en otra persona, por ello permanecían vinculadas a unas familias,
que permanecían a la oligarquía urbana. Generalmente las renuncias se hacían cuando
la persona era mayor, aunque no siempre. El renunciante debía sobrevivir a menos 20
días desde el momento de la renuncia y el renunciatario debía acudir a la corte para
que ese oficio le fuera confirmado también en un plazo de días. El mecanismo de las
renuncias, hizo que en la práctica, regidurías vitalicias, se intercambió en regidurías
perpetuas, renunciando normalmente en un hijo o en un miembro de la misma familia,
creándose así una oligarquización.
En las ciudades al Sur del Tajo, sobre todo Andalucía, junto al cabildo o
ayuntamiento de regidores, existía también un cabildo o ayuntamiento de jurados, que
durante la baja edad media mantienen una conexión con sus representados, unos
oficios que ya en el siglo XVI, dejan de ser electivos, y se patrimonializan al igual
que las regidurías y fueron ocupados también por una oligarquía, restringiéndose la
defensa de los intereses del común por estos.
- Aragón
- Otros lugares
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el destino histórico de las ciudades y villas durante los siglos medievales y modernos,
de suerte que antes de concluir el siglo XVI, las ciudades y villas no solo habrían
perdido su autonomía política y financiera, sino que se habrían convertido en un
instrumento del poder absoluto de los reyes.
90
podía haberlo, sino que además este planteamiento pone el acento en el talante
excepcionalmente conservador en lo económico, lo social y también en lo político de
las élites urbanas políticas, y también en el papel que esas minorías desempeñaron en
la construcción y articulación del sistema político del antiguo régimen. Es que más
que la resolución en un sentido u otro, de uno hipotéticos conflictos determinados por
la existencia de uno intereses contrapuestos, lo que estaba en juego en la España de
aquellos siglos, era la gobernabilidad del territorio, la estabilidad política de los
distintos reinos, la paz pública. Para alcanzar estos objetivos, que colaboraban al
centralismo del estado moderno, la monarquía precisaba, con el fin de no inclinarse
solo por la opción que le brindaban la nobleza y la Iglesia, de la colaboración de las
oligarquías locales, unas oligarquías tan celosas por preservar su autonomía municipal
y territorial, como interesadas en impedir cualquier desorden que les quitase su
privilegiada posición.
Uno de los terrenos donde más sólidamente se forjó esta articulación de intereses
entre la Corona y las oligarquías urbanas, fue sin lugar a dudas el de la fiscalidad,
pero no tanto por las atribuciones que a las Cortes correspondían en materia de
aprobación de impuestos, cuanto por una circunstancia más decisiva, cual la
capacidad recaudatoria de los impuestos estatales más importantes que las ciudades
conservaron. De hecho los esfuerzos de las ciudades a través de las Cortes se
orientaron en este terreno de la fiscalidad, más que a frenar la escalada de la presión
fiscal regia, a que ésta se adaptara en todo momento al modelo de fiscalidad que mejor
convenía a las propias oligarquías urbanas. Un sistema fiscal basado en la imposición
indirecta sobre los productos de primera necesidad, en cuya recaudación intervenía
las oligarquías urbanas, y un sistema basado en la expansión de una deuda pública
que había que proveer primero y seguir financiando después.
91
ansias de promoción social y material, de un poder urbano autónomo capaz de
aglutinar los intereses de las ciudades y presentarse como alternativa viable al
proyecto de territorialización de la monarquía. Por ello en esta etapa tampoco acuden
los regidores en los ayuntamientos. La despreocupación de los regidores por asistir a
los cabildos, nos ha de prevenir contra la tentación de conferir una especial militancia
a un grupo, el de los regidores, que por otra parte era mucho más heterogéneo y
mantenía posiciones políticas menos unánimes de las que generalmente se piensa,
tanto en los municipios como en los reinos. El devenir y el declive que experimentaron
muchas de estas ciudades a lo largo del siglo XVII, es muy posible que tuvieran
mucho que ver con estas renuncias de sus minorías rectoras a constituirse como poder
político autónomo.
Estas asambleas tenían en común que eran convocadas por el rey y eran presididas
por el mismo rey o por su delegado, y funcionaban en representación de las comunidades
políticas del país, y constituían un espacio de negociación, sobre los asuntos comunes del
rey y de las corporaciones de cada reino. Es importante que cuando se analizan estas
asambleas parlamentarias, no incurramos en anacronismos y establecer comparaciones
que no vienen a cuento con las asambleas y parlamentos del siglo XIX, XX, etc., es decir
los parlamentos liberales.
En lo primero que hay que insistir es en que rey y cortes, no eran en sentido estricto
rivales u opositores políticos. También hay que insistir en que el absolutismo monárquico
no consistía en someter o en prescindir de los parlamentos, al contrario, la
complementariedad y la colaboración, constituían el ideal para ambas partes, aunque
mantuvieran intereses y prioridades contradictorios, que les abocaran en ocasiones a la
confrontación. Las discrepancias, rey-parlamentos, eran el resultado de las
interpretaciones diferentes que se atribuían a la dominación monárquica, y nacían de
concepciones distintas del poder del rey. Hay que tener en cuenta que coexistían en el
periodo moderno, en los siglos XVI y XVII, diversas culturas políticas, en la monarquía,
entre los diversos grupos poderosos. Estas culturas políticas, se construyeron a partir de
la asunción como natural del statu quo resultante de la consolidación de la monarquía a
finales del siglo XV y comienzos del XVI. La imagen de este momento adquirió un
sentido fundacional de gobierno perfecto, un buen gobierno monárquico que implicaba
una administración que reconocía la existencia y parcelas de poder en manos de las
asambleas políticas.
92
El respeto hacia el pasado era similar en la administración regia. El rey sentía
respeto hacia ese pasado pero variaba su interpretación del mismo. Las acciones de los
reyes eran consideradas como emanadas de su propia voluntad, con la eminencia de la
voluntad del soberano, que respetaba libertades, pero que se reservaba el derecho a
interpretarlos y a respetarlos o no, ante las contingencias y necesidades de la monarquía.
En tercer lugar, los particulares y las corporaciones que por tradición o por
privilegio configuraban el reino, es decir, se reunían en estas asambleas representativas,
pretendían resolver allí sus problemas locales y personales concretos, pero no aspiraban
a desarrollar proyectos ideológicos abstractos o generales, ni mucho menos a gobernar.
Las reuniones de las asambleas combinaban en distinta proporción tres cometidos
básicos:
Los reyes se sintieron más o menos cómodos en estas asambleas según se hubiesen
desarrollado su configuración Bajo Medieval, eso sí, hoy día, no podemos contraponer
sin muchos matices la imagen de un Rey todopoderoso en las Cortes de Castilla, por
ejemplo, y absolutamente maniatado y mediatizado por las Cortes de los reinos de la
Corona de Aragón. Es decir, no podemos contraponer sin hacer muchas matizaciones,
absolutismo con pactismo. Lo que ve la monarquía es que la resistencia antifiscal de las
ciudades castellanas resultó muy vigorosa en algunos momentos, y se está viendo que los
estamentos o asambleas representativas de los Reinos de la Corona de Aragón, fueron
bastante más influenciables por el rey de lo que se creía.
Este declive del parlamentarismo no equivale sin más al triunfo del absolutismo,
que continúa haciendo progresos, sino equivale a un nuevo equilibrio de fuerzas. En los
reinos de la Corona de Aragón, prescindir de las Cortes en la segunda mitad del siglo
XVII, no significó que se interrumpiera el pacto político, simplemente que la negociación
empezó a circular por otras vías, que resultaban más interesantes para las propias élites
nacionales.
Bloque 2. La Monarquía de
Los Borbones. Siglo XVIII
1.- Introducción. El largo siglo XVIII. Quebrantos y desafíos
El largo siglo XVIII, que como tal hunde sus raíces en el reinado de Carlos II, y
se prolonga hasta la etapa vital de Carlos IV, de Fernando VII e incluso después, fue un
periodo de transformaciones y tuvo por tanto consecuencias sustanciales en la definición
de lo que habría de ser la España territorial, económica, social, política y cultural que se
habría al mundo contemporáneo. Si después de 1700, tras el testamento del último
Habsburgo una nueva dinastía reconstruyó un nuevo régimen, un siglo más tarde, al
principiar el siglo XIX, la crisis constitucional de ese orden trajo al primer plano un largo
debate que se había venido planteando en el terreno político en el transcurso del siglo
XVIII, y que en ese preciso contexto de quiebra del Antiguo Régimen se articulaba sobre
la cuestión central de la soberanía y su relación con la nación.
El siglo XVIII se abre por tanto con dos dilemas. Por un lado el dilema de España,
por otro la cuestión de la ilustración, es decir, por un lado la cuestión constitucional, la
soberanía, y por otro el modelo de aceleración del cambio institucional que dura más de
cien años y que en el occidente europeo se debió de abrir a partir de la revolución gloriosa
95
y en los del último Habsburgo en el trono español. Contemplado de esta forma el siglo
XVIII fue un siglo de desafíos.
96
más que los escenarios de tensión, de competencia y conflicto en Europa y América, entre
la monarquía hispánica y otras potencias rivales marcaran el pulso de la corona durante
el siglo XVIII, un siglo que se iniciaba con un conflicto dinástico, y la concreción, con
los acuerdos de Utrecht que encuadraron un nuevo cuadro de relaciones internaciones.
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Con este panorama no resulta extraño que ya en 1668, Luis XIV, hubiese tratado
de pactar con Leopoldo para repartirse la influencia sobre los territorios hispánicos, en
previsión de que Carlos II muriera sin descendencia. Luis XIV y Leopoldo en 1668
convienen en repartirse los territorios de la Monarquía hispánica. Ambas potencias
pactaron ya entonces la división de la herencia de Carlos II, pero realmente cada una de
ellas aspiraba por sí sola a la sucesión a la Corona Española. Por eso este llamado Pacto
de Partición, como los ulteriores tratados de reparto, no pusieron fin al problema sucesorio
ni a la mutua desconfianza entre los borbones y los Habsburgo, ni tampoco a las distintas
potencias europeas, que podían sacar ventaja de las turbulencias políticas. De hecho, los
soberanos de Inglaterra, de las Provincias Unidas, el soberano de Brandemburgo (Prusia),
y el soberano de Suecia, dejaron de lado sus escrúpulos de tipo religioso e iniciaron causa
común con los católicos monarcas de Austria y España, frente a las pretensiones de
predominio europeo de Francia y Luis XIV.
98
Sin lugar a dudas, la preocupación del rey, y de la corte de Madrid por la
preservación territorial de la compleja estructura de la Monarquía, jugó sin duda a favor
de esta opción francesa, habida cuenta de que el centro de gravedad europeo se encontraba
ahora en la órbita del rey Sol, permitiendo asegurar la integridad de la Monarquía de
España.
Por otro lado estaban quienes se habían cansado de la dinastía austriaca, que se
pensaba que había llevado al país a la decadencia, y por tanto estos, deseaban cambios.
Además el reformismo de los últimos años de Carlos II, miraba mucho en los ejemplos
franceses, en buena parte aprendidos a través de los funcionarios españoles en el gobierno
de los Países Bajos, impregnándose de lo que se estaba haciendo en Francia. El prestigio
de Francia en todos los niveles había pasado a ser de enemigo a aliado.
2.2.- La Guerra de Sucesión; bastante más que una guerra entre austracistas y
borbónicos
Francia tampoco salió mal parada en estos tratados, salvo en los aspectos
comerciales que interesaban a Inglaterra. En Norteamérica, Francia cedió a Inglaterra, la
bahía de Hudson, Terranova y Acadia. También cedió San Cristóbal, en las Antillas, y La
Guayana que pasó al Brasil portugués. En el terreno político, Francia debió retirar su
100
apoyo al pretendiente Estuardo. También hubo de aceptar Francia, que ninguno de los
herederos en Francia podían serlo al trono español, complemento de la renuncia de Felipe
V al trono de Francia.
En 1714 la monarquía de España firmó la paz con los holandeses. En 1715 también
hay una paz con Portugal. Los tratados de paz cedieron a Carlos VI, que desde 1711 es
emperador, Nápoles, Cerdeña y buena parte del Milanesado. España cedió también los
Países Bajos a Austria, y a Saboya, Sicilia. Con posterioridad en 1720, Saboya a su vez
cedió Sicilia a Austria, a cambio de Cerdeña que también había pasado a manos
austriacas. La cesión por parte de Francia, de territorios en Terranova, también afectó
negativamente a los caladeros o derechos de pesca españoles, que España tenía en
Terranova.
Por otro lado, la colonia de Sacramento que había sido fundada por los
portugueses en 1680, al norte del Río de la Plata, como enclave de la protección
comercial, tanto legal como ilícita con Potosí, que fue tomada por los españoles durante
la guerra de sucesión, pasó de nuevo a manos portuguesas, aunque en el tratado de
Utrecht, se contemplaran que los españoles podían recuperar este enclave mediante un
rescate en metálico. Y así fue en 1750, con el tratado de Límites firmado en Madrid.
Utrecht y las paces subsiguientes establecieron un nuevo orden europeo, que tuvo
su proyección en el mundo colonial americano. El Imperio Español, quedó liquidada en
su parte europea. Francia, muy debilitada al final de la guerra, perdió una preponderancia
continental que había adquirido durante el reinado de Luis XIV, y vio muy mermado su
Imperio colonial en beneficio de Inglaterra. Holanda mantuvo su independencia pero en
un segundo plano frente a Inglaterra, aunque consiguió una serie de plazas de barrera
frente a posibles ataques de Francia. Saboya y Prusia salieron de estos tratados con rango
de reinos, y tanto uno como otro darían mucho que hablar a lo largo del siglo XVIII, y
con el tiempo conseguirían la unificación de Italia y de Alemania. La presencia de Austria
en los antiguos Países Bajos españoles y en Italia, consigue un poder continental e incluso
marítimo que no tenía hasta entonces. Aunque la gran vencedora fue Gran Bretaña, que
lo era desde 1707 con la unión de Escocia a Inglaterra, consiguiendo importantes enclaves
en el Mediterráneo y América. Desde entonces sus posibilidades mercantiles crecieron,
aumentando su poder naval sin tener rivales de entidad que pudieran poner freno a esa
expansión. De Utrecht nace la hegemonía inglesa, que pese a perder las colonias
americanas con la independencia de los EE.UU, va a constituirse el gran imperio mundial,
posición que mantendrá hasta la Segunda Guerra Mundial en el siglo XX.
101
de Nueva Planta, es decir, empezó a ser una realidad con la abolición de los fueros o leyes
de los reinos de Aragón y Valencia en 1707 y la declaración de que estos reinos debían
gobernarse en lo sucesivo como los de la Corona de Castilla sin la menor diferencia en
nada. Esto se va a extender posteriormente a Cataluña y Mallorca, con la entrada del
ejército real en 1714 y en Mallorca en 1715, cesando estos territorios en su sistema de
gobierno, y dándoles una nueva organización política.
- Cambios políticos
102
se extendía ahora por los reinos de Valencia, Aragón, Cataluña y Mallorca, con el
correspondiente desmantelamiento del orden de cada uno de ellos. Esto fue un resultado
de la contienda sucesoria. De hecho, Carlos II en la cláusula 33 de su testamento
invocando el bien y defensa de sus vasallos, había advertido a la junta de regencia que
había de constituirse a su muerte, sobre la necesidad que se observase escrupulosamente
la organización de los tribunales y las instituciones, tal como estaba regulada hasta
entonces, que se conserven, ya que los monarcas tienen que conservar la monarquía tal y
como la han recibido, y además de la manera que la han recibido. Es decir, no solo quería
mantener la planta, sino que también se mantuviera la forma de gobierno, subrayando
especialmente “que se guardasen las leyes, fueron, instituciones y costumbres de los
súbditos”. A comienzos del siglo XVIII, tanto la convocatoria de Cortes en Navarra,
Cataluña y Aragón, como la edición de fueros y tratados, que cumplían una función
similar de formal reconocimiento, parecían indicar que el nuevo monarca iba a
desenvolverse con las líneas marcadas por quién le había nombrado sucesor.
En los reinos de la Corona de Aragón no ocurrió nada de esto, donde se extendió los
derechos y las instituciones de Castilla, lo que supuso privar a estos territorios de su
personalidad política. La palabra Reino, perdió su antiguo significado, para designar un
territorio que hasta los decretos de Nueva Planta había sido un reino, que pasaron a
designarse provincias. Cada reino era una provincia más en la que se introducían las leyes
y los órganos de gobierno de Castilla, con un tribunal al que finalmente se le confirió el
rango de Audiencia, y no el superior de Chancillería. Este tribunal, una vez suprimido el
Consejo de Aragón, dependía ahora del Consejo de Castilla, que se hacía cargo también
del nombramiento de corregidores y estos a su vez, nombraban a los alcaldes mayores.
103
La Nueva Planta trajo también un cambio en los municipios en la Corona de Aragón,
con la imposición del régimen castellano. Los corregidores aseguraban el poder del
monarca en la jurisdicción de ciudad cabeza de corregimiento, y en el resto del
corregimiento continuaban actuando como jueces en nombre del rey los llamados bayles,
aunque ahora nombrados por la audiencia y con una duración bianual. No obstante a los
corregidores se les reconocía una inspección y una superintendendencia general en tanto
a los pueblos comprendidos en su partido.
Sin embargo, el gobierno de las ahora provincias, quedó en manos del Comandante o
Capitán General, con amplias atribuciones políticas, económicas, amén de las inherentes
a su condición de militar. El capitán general se convirtió en la máxima autoridad
provincial, y de él dependía el gobierno político, económico y gubernativo de la
provincia, y su preeminencia puso de relieve el hecho bélico de la conquista y la necesidad
de mantener un gobierno de militares incluso bastante tiempo después del final de la
guerra. La forma que tomó este tipo militar fue una novedad en España, creando un doble
poder: el de los militares y el de los% togados jueces, que de inmediato trajo conflictos
este doble poder.
- Reforma de Hacienda
De resultas de este cambio pudo configurarse una Hacienda Real en las nuevas
provincias, cimentada, no solo sobre imposiciones reales, sino también cimentada sobre
verdaderos tributos. Los tributos o impuestos, implican una relación entre dos partes,
quién extrae renta y quién aporta renta, o entre el Rey y el Súbdito. El alcance y la
oportunidad de este cambio fue empatizado por Melchor de Macanaz, que advirtió el
alcance de la oportunidad de este cambio, pues para él, gracias al catastro o tributo de
vasallaje se conseguiría que todos reconozcan un superior en la tierra, pues no es otra
cosa que un signo de vasallaje y reconocimiento a la majestad.
106
El conjunto de los diversos Consejos, cada uno de los cuales contaba con una
burocracia propia, con sus secretarías, etc., formaba un sistema complejo, que se ampliaba
además con la existencia de otros organismos colectivos de diversa categoría, como las
llamadas Juntas. Las Juntas solían estar formadas por miembros de los diversos Consejos.
Algunas tuvieron un carácter esporádico o intermitente. Las dificultades financieras de la
Monarquía daban lugar, por ejemplo, a la formación de las Juntas de Medios. Las Juntas
se ocupaban de ámbitos determinados de la acción del Estado, por ejemplo, a temas de
naturaleza eclesiástica o religiosa. Otras se referían a nuevas esferas de competencias,
como la Junta de Sanidad. La de comercio, creada en 1679, amplió sus atribuciones con
la inclusión de los asuntos de moneda (1730) y de minas (1747). Desde 1730 estaba
presidida por el propio ministro de Hacienda, que era a la vez el presidente del Consejo
del mismo ramo.
107
utilizaba la palabra ministro en sentido genérico para designar a diversos grupos de
funcionarios reales, entre ellos los integrantes de Consejos y Juntas.
108
como primer secretario. Este organismo se ha considerado el precedente del actual
Consejo de ministros, pero no sobrevivió a la caída de su creador (1792). De todas formas,
los secretarios de despacho fueron considerados miembros natos del Consejo de Estado
que logró restablecer el conde de Aranda, en un esfuerzo por limitar el poder que habían
conseguido los ministros. El poder de éstos queda manifiesto en el hecho de que muchos
de ellos, procedentes de la pequeña nobleza, obtuvieron un título en premio de sus
servicios. Tenemos los ejemplos ya citados de Villarias, de Ensenada (Zenón de
Somodevilla), de Floridablanca (José Moñino), o del secretario de Indias, José de Gálvez
(1777-1787), que llevó el título de marqués de Sonora, alusivo a las tierras mejicanas que
él había administrado como «visitador›› o inspector, antes de ocupar el ministerio. Patiño
incluso había recibido la dignidad de Grande de España poco antes de su fallecimiento
(1736).
109
confluían funciones de gobierno, justicia, guerra y también hacienda (corno
superintendentes de rentas reales). Muchos de los corregidores eran caballeros
(corregidores de capa y espada), y en este caso delegaban la dirección del tribunal real en
un teniente de corregidor jurista, llamado con mayor frecuencia alcalde mayor. Junto a
los corregidores de capa y espada los había también letrados. Desde fines del siglo XVII
también se confería el corregimiento de las principales plazas fuertes, como Cádiz, a los
comandantes militares. Ésa fue también la práctica que se siguió, de manera mayoritaria,
en Valencia y Cataluña bajo el régimen de la Nueva Planta, lo que implicaba una
militarización de la administración civil. Estos corregidores militares solían recibir la
denominación de gobernadores militares y políticos. De ordinario, el territorio de un
corregimiento se subdividía en dos alcaldías mayores, pero también, en ciudades
importantes, un corregidor contaba con dos alcaldes mayores, uno para juzgar las causas
criminales y otro para las civiles.
Las ordenanzas de corregidores de Castilla procedían del siglo XVII y hasta 1783
hubo ordenanzas distintas para los corregidores de Castilla y de Aragón. El cargo de
corregidor se vio alterado por la introducción de un nuevo funcionario, inspirado en la
administración francesa, aunque también recogía parte de las anteriores atribuciones
corregimentales castellanas. Se trataba de los intendentes de provincia, cuyo
establecimiento en la Península se inició en 1711. Sus funciones eran básicamente la de
coordinar el cobro de los distintos impuestos en cada territorio y asegurar con ellos el
mantenimiento del ejército y toda la infraestructura militar (fortificaciones, cuarteles, su-
ministros, etc.). Por esta razón se le consideraba un «ministro de Hacienda y Guerra».
También se le encomendaban funciones de «policía», palabra que en el lenguaje de la
época se refería a cuestiones de urbanismo, sanidad, comunicaciones y protección a la
economía («fomento›> en la terminología de fines de siglo).
110
de Comercio y Moneda y la presidencia de los Consulados o tribunales de comercio que
se formaron, 0 se reformaron, en los puertos autorizados a comerciar con América (1778).
No hubo intendencias en Navarra y las provincias vascas, las cuales, a efectos fiscales se
consideraban provincias exentas.
La base de la organización del Estado eran los municipios. Una parte de ellos se
encontraban bajo la jurisdicción directa de un señor, que podía ser un noble o también
una institución eclesiástica (obispos, monasterios, cabildos, etc.). Aparte de percibir
determinados ingresos económicos, los señores tenían el derecho de nombramiento o de
confirmación de las autoridades municipales (según las particularidades de cada caso),
mientras que en los municipios que dependían directamente del rey la designación de los
cargos la llevaban a cabo el Consejo de Castilla (para las poblaciones más importantes)
o las Audiencias.
111
duque de Medinaceli, o el Ferrol, en este caso para construir la base naval, pero el proceso
legal de reversión de señoríos a la Corona fue lento y no alcanzó grandes resultados.
Los municipios eran oligárquicos también en las provincias vascas, aunque las
formas institucionales fueran diversas. En Vitoria, en 1738, los comerciantes lograron
acceder al «regimiento›› o gobierno municipal, después de fuertes tensiones. En Cataluña,
a partir de 1740, se registró una conflictividad social creciente contra las oligarquías
municipales, hostilidad que se canalizaba a través de los gremios. Una parte de los
conflictos tenían su origen en la escasa transparencia de las finanzas municipales y de
los impuestos sobre el consumo. Otro motivo de desconfianza consistía en la gestión de
una deuda municipal creciente, que nunca terminaba de pagarse. Los ingresos de los
municipios procedían de dos grandes sectores: los «propios», o bienes de propiedad
municipal, y los «arbitrios», o impuestos sobre el consumo. En 1740 la Corona decidió
apropiarse temporalmente de una parte de los ingresos municipales para sus propias
necesidades financieras durante un conflicto armado («valimiento de propios››). En l760
las haciendas municipales pasaron a ser controladas por el Consejo de Castilla, por medio
de una Contaduría General de Propios y Arbitrios. Se consideraba que la autonomía
municipal en cuestiones fiscales daba origen a corrupción administrativa, en detrimento
del pueblo. Siguiendo parámetros europeos, el gobierno central comenzaba interesarse
por la reforma de los municipios, y por dar entrada en los mismos a representantes de los
distintos grupos sociales.
112
Los motines de la primavera de 1766 se dirigieron contra las oligarquías locales,
a las que se culpaba de mala administración de la Hacienda municipal, y en especial del
abasto de comestibles. El 5 de mayo el Consejo de Castilla ordenó la creación -en las
poblaciones de más de 2.000 habitantes- de dos clases de cargos electivos y temporales:
los diputados del común y el síndico personero. Los diputados, dos o cuatro, según el
número de habitantes, tenían atribuciones en cuestiones de abastos, y progresivamente las
extendieron a la Hacienda del municipio. Su mandato era de dos años. El síndico
personero del común, de nombramiento anual, podía actuar contra decisiones del
Ayuntamiento, si consideraba que eran nocivas para el pueblo (el «público», se decía
entonces). La creación de este cargo se explicaba porque el síndico procurador general
existente en muchos municipios había sido asimilado, de hecho, a la oligarquía
gobernante. La reforma municipal significó una cierta ampliación de la base social de los
Ayuntamientos, con una mayor presencia de comerciantes y artesanos, aunque fueron
frecuentes los choques con los regidores vitalicios, sobre todo en cuestiones de
ceremonial, pero también en la defensa de las atribuciones específicas de cada cargo. Las
elecciones se llevaban a cabo mediante sufragio indirecto y los diputados se renovaban
por mitad cada año.
La creación de los diputados del común estuvo acompañada por una política de
control y conocimiento de las poblaciones urbanas. Las principales ciudades fueron
divididas en «cuarteles», bajo la dirección de un magistrado de las Audiencias, y los
cuarteles fueron a su vez subdivididos en barrios, a cuyo frente se nombraba un «alcalde
de barrio», residente en el mismo. En Madrid, donde no había Audiencia, hacía sus veces
la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, que fue reorganizada y ampliada (1769). También
se procedió a la numeración de las casas, a fin de facilitar un mejor control de la
población. En Valencia se creó (parece que por iniciativa de un importante artesano,
Joaquín Manuel Fos) un cuerpo de «serenos» para la vigilancia nocturna. Esta reforma se
extendió a Barcelona en los años ochenta. La iluminación de las calles (a cargo y costas
de propietarios e inquilinos) fue uno de los motivos del motín que costó el cargo al
ministro Esquilache en 1766.
Las fuerzas armadas fueron renovadas siguiendo el modelo del ejército francés.
Las transformaciones militares se iniciaron durante los primeros años del siglo, en
Bélgica, en la última etapa de la presencia española, bajo la dirección del duque de
Bedmar. Fueron las llamadas ordenanzas de Flandes (1701-1702). El tercio, que había
sido la unidad básica del ejército de los Austrias, fue sustituido por el regimiento,
subdividido a su vez en batallones y compañías. También fueron suprimidos los grados
de mando del ejército de los Austrias y se introdujo la denominación francesa. En el caso
de los llamados «oficiales generales», estos grados eran los de brigadier, mariscal de
campo, teniente general y capitán general. Este último grado era escaso. De hecho,
muchos de los cargos de capitán general de los distintos territorios eran desempeñados
por militares con la graduación de teniente general. Todos los nombramientos eran
controlados por el rey.
113
También durante la guerra de Sucesión se desarrolló el arma de artillería de la
cual se separó la de ingenieros, a partir de 1711. Estas dos armas, junto a las de infantería
y caballería, y algunos cuerpos especiales, como el de dragones, se encontraban bajo la
autoridad de un inspector general o un director general, militares por supuesto, del cual
dependían las propuestas de nombramientos y ascensos de oficiales.
114
También después de la guerra de Sucesión, las diferentes escuadras fueron unifica-
das en la Armada Real. En 1717 se creó la Intendencia General de la Marina, confiada a
José Patiño y se fundó la Academia de Guardiamarinas en Cádiz. Ésta fue el centro de
formación de los oficiales que constituían el «cuerpo general de la marina», mientras la
administración corría a cuenta del «cuerpo del ministerio», al que pertenecían los
intendentes de Marina. En 1726, el mismo Patiño, como ministro de Marina, organizó los
tres departamentos marítimos de Cartagena, Cádiz y Ferrol.
Como hemos señalado a nivel general, Utrecht (1713) y los que siguieron, trataron
de mantener los principios básicos de la organización de las relaciones internacionales,
implantados en Westfalia en 1648.
115
consolidación en Alemania de la dualidad y rivalidad entre Austria de un lado, y de otro
el nuevo reino de Prusia, que incluía el electorado de Brandeburgo, el ascenso en Italia
del ducado en Saboya cuyo titular va a asumir el título de rey de Cerdeña a partir de 1720,
luego de que esta isla fueses cedida por Austria a cambio de Sicilia y sobre todo, Utrecht
asumió la preponderancia de Inglaterra como gran potencia marítima.
La paz de Utrecht dejo definidas de forma muy estable, las fronteras de la Europa
Occidental, poniendo fin a una larga época de constantes transferencias de territorios.
Este cuadro de generalizada estabilidad solo se vería alterado en el escenario italiano, que
sufriría algunas notables transformaciones en razón del deseo de desquite español, en
razón también de la irremediable decadencia de Toscana y de Parma y en razón de los
errores geopolíticos cometidos en el área por los negociadores de Utrecht, entre esos
errores estuvieron la ruptura de la unidad entre Mantua y Monferrato, la ruptura de
Nápoles y Sicilia, la inclusión de las dos mayores islas italianas en estados continentales
(Sicilia a Saboya, Cerdeña a Austria), la concesión a Austria de territorios muy alejados
de sus centros geográficos y políticos. EL resultado fue el enarbolamiento por España de
la bandera del irredentismo, en el Mediterráneo, que contrarrestado por la acción de la
Triple Alianza, acabaría con una solución de compromiso en 1748, la instauración en el
reino de Nápoles y Sicilia y en los ducados de Parma, Piacenza y Guastalla, de sendas
dinastías borbónicas, que habrían asentarse en el Reino de las Dos Sicilias, otras rama en
Parma, Piacenza y Guastalla, que habrían de asentarse hasta el momento de la unidad
italiana en el siglo XIX.
En cualquier caso los estados europeos bajo el mandato de los monarcas ilustrados
no dejaron de dedicarse a esa ocupación favorita que era la guerra, y motivos hubo. Una
guerra que aparece bajo los signos contradictorios de una época de transición. La guerra
territorial persiste y aunque las fronteras apenas sufren variación en Europa Occidental y
Septentrional si se producen enormes transferencias de dominios en la Europa Oriental y
en las colonias, tanto americanas como asiáticas, mientras que las motivaciones
comerciales, que habían generado importantes conflictos en el siglo XVII, se convierten
ahora en una argumento recurrente en el desencadenamiento de al contiendas y en las
posteriores negociaciones de paz. Por contrario la controversia religiosa, desaparecen del
horizonte bélico incluso en la confrontación con los otomanos, aunque a veces el
argumento religioso sí aparece en la retórica militar, lo cual denota una coincidencia en
los planteamientos iniciales, todo esto a hasta el triunfo de la Revolución Francesa que va
116
a provocar la rápida reconciliación de los enemigos anteriores y al alianza contra la
subversión de todos los estados europeos, monárquicos y republicanos para la defensa del
antiguo régimen que se presenta más cohesionado de lo que sugerían las apariencias. La
Revolución Francesa va a inaugurar una nueva era en la historia de las relaciones
internacionales.
117
La liquidación territorial y el reconocimiento de la pérdida de su hegemonía en el
Báltico se certifican en los tratados de Copenhague y Nystadt, que viene a ser un Utrecht
para esta zona septentrional de Europa. Suecia entrega gran parte de su imperio Báltico a
sus vecinos, el ducado de Schleswig pasa a Dinamarca, al elector de Hannover, convertido
en rey de Inglaterra, los obispados de Bremen y Werden. A Rusia pasan las regiones de
Ingria, Estonia, Livonia y parte de Carelia. Nystadt reconfigura la parte septentrional de
Europa.
Sea como fuere, lo cierto es que el éxito inicial de sendos ataques a Cerdeña
(agosto de 1717) y Sevilla (julio de 1718), perpetrados por una armada organizada en
Barcelona para este efecto, fue muy pírrico. De manera inmediata todas las potencias se
opusieron a España, incluida Francia que desde la muerte de Luis XIV había iniciado un
acercamiento a Inglaterra. Antes de que se formara la Cuádruple Alianza y de que se
declarara formalmente la guerra a España, la escuadra inglesa al mando del Almirante
John Byng, atacó y destrozó la escuadra española en la batalla del cabo Passaro (agosto
de 1719).
118
definitiva de Cerdeña a Saboya, la renuncia de Carlos IV al trono de España y la renuncia
de nuevo de Felipe V a Francia.
También salió de este congreso al promesa del futuro acceso de los hijos de Felipe
e Isabel de Farnesio a los ducados de Parma y Toscana y también un acuerdo matrimonial
entre Francia y España que dio como fruto el matrimonio de Luis I y Luisa Isabel de
Orleans hija del regente de Francia en esos momentos.
Una nueva renuncia al trono de España del emperador, ahora Carlos VI.
Promesa de que los hijos de ese Felipe con Isabel de Farnesio, de que esto podrían
ser los sucesores de los Ducados de Parma y Toscana.
119
contraria a esa alianza, que unía a Inglaterra y Francia, a las que en seguida se unieron
Prusia y Holanda, es decir, unas potencias que se oponían a esa alianza entre Austria y
España.
120
Estas victorias españolas no se correspondieron con la derrota de Francia, pues
esta perdió Polonia, sus opciones a que Estanislao ocupara el trono polaco, y hubo de
admitir al candidato imperial que proponía Austria, Prusia y Rusia.
Por tanto la situación para España fue de éxito parcial, pues la victoria en Nápoles
se compensaría con la perdida tras numerosas tensiones diplomáticas de Parma, Plasencia
y de Toscana. Además el nuevo reino que ahora surgía de las Dos Sicilias, no pasaría
tampoco a la monarquía de española. Habría un infante Borbón como rey pero ese reino
no se integraría de nuevo en la monarquía de España.
Este conflicto demostró que ese Primer Pacto de Familia no funcionaba bien. En
los preliminares de Viena de 1735, Lezsinski, renuncio a Polonia y es compensado con el
ducado de Lorena, que a su muerte pasaría a Francia. El duque de Lorena quedaba
desposeído de su territorio y se le prometía a cambio la herencia de Toscana. El
emperador, Carlos VI de Austria, recibía Parma y Plasencia, y conservan el Milanesado.
España no participo en estos preliminares pero no tuvo más remedio que aceptar sus
condiciones, toda vez que Francia decidió no pelear por os ducados italianos.
121
A esta alianza se sumó España, que estaba interesada en combatir a los austriacos en
Italia. Poco después las fuerzas quedaron definitivamente alineadas, Inglaterra ante esta
alianza apoya a Austria. La Guerra de Sucesión de Austria fue por tanto la ocasión de un
nuevo enfrentamiento de Inglaterra con España y Francia, una España y una Francia que
en 1743 firmaron el Segundo Pacto de Familia. Una guerra que a su vez tendrá una
proyección colonial muy importante.
Llegamos así, sin entrar en los detalles, a la Paz de Aquisgrán de 1748, por la cual
se restituyeron las conquistas de guerra en todos los casos.
Aquisgrán, 1748, supone una tregua de los contendientes, pero en realidad dejo a
estos velando a estos para un posible nuevo enfrentamiento. En realidad da partir de esta
fecha de 1748, podríamos decir que empieza una especia de guerra fría, en la que las
potencias se preparan para un nuevo enfrentamiento. A pesar de todo, en 1748 se llegaba
122
en lo que respecto a la situación de la monarquía de España, a una situación impensable
si tenemos en cuenta la situación al que se enfrentaba en torno a 1714/1715, con los
tratados de Utrecht y Rasttatd. Después de estos encuentros diplomáticos que España se
había propuesto mejorar la situación en los dos ámbitos más claros de su influencia. En
1748, y con más claridad en 1750, con la firma del Tratado de Madrid, tratado que ordena
la cuestión en América en el estuario de la Plata.
Dicho de otra manera, una de las líneas de fuerza que impulsaron la política del
primer Borbón fue la conservación de las estructuras imperial de la monarquía y a pesar
de que Utrecht no estableció puntos de equilibrio favorables para los intereses de la
monarquía, el desenlace al final del reinado de Felipe V e incluso de Fernando VI,
considerado en términos generales da la impresión de haber sido relativamente positivo.
El saldo final después de los reinados de ambos podemos considerarlo positivo siempre
y cuando tengamos en cuenta lo acontecido tras la Guerra de Sucesión. Es más si en
Europa las perdidas territoriales constituían una realidad y las posiciones seguían siendo
disputadas, en el plano colonial y a pesar de las condiciones de Utrecht, la corona dio
pasos importantes para asentar nuevos pactos y asegurar sus fronteras, tanto en el Cono
Sur como en la zona del Caribe y en la cada vez más complicada frontera norte, donde se
fijaron posiciones con relativos resultados positivos, posiciones en la Alta California y
Nuevo México, al tiempo que se hizo más frecuente el trasiego por el cabo de Hornos
ofreciendo alternativas en la ruta hacia Panamá y en la ruta trazada por el galeón de
Malinas.
123
Articular esta compleja maquinaria de vasos comunicantes que era el Imperio para
optimizar la conexión entre cada miembro que componía la monarquía fue uno de los
retos de los gobiernos ilustrados en la segunda mitad del siglo XVIII, especialmente a
partir de la llegada a la Secretaria de Indias de José de Gálvez 1785 hasta 1787, que
acomete la reforma administrativa de las colonias de América.
Hacia 1750 las cosas no iban tan mal para la monarquía de España y había
conseguido reforzar su posición colonial pese a los ataques de América y conservaría
estas colonias hasta la independencia en el siglo XIX.
Un hito importante en este momento, será es esa Guerra de los Siete Años, una
guerra que tiene como escenario a Europa, pero que sobre todo tiene su desarrollo en los
ámbitos ultramarinos de los territorios coloniales. Mientras esto ocurre en Europa, la
guerra sobre todo se libra en los espacios ultramarinos, y es sobre todo un conflicto entre
Inglaterra y Francia. Una Francia que a partir de 1761 contara con la ayuda de España,
merced a la conclusión del Tercer Pacto de Familia. Supondría el triunfo definitivo de
Inglaterra en los ámbitos extra-europeos, la Paz de Paris de 1763, no altera el mapa
europeo, ese mapa que había surgido de Utrecht y que por esas guerras se quiso poner en
cuestión. De nuevo tras la conclusión de la Guerra de los Siete Años se vuelve al existente
ya en Utrecht, pasando Silesia definitivamente a Prusia.
Las consecuencias de esta Paz de Paris apenas serian matizada por el último gran
conflicn5to del siglo XVIII, originado a partir de la proclamación de la independencia por
parte de las 13 colonias de América del Norte: La Guerra de Independencia de las
Colonias de Norteamérica. Una guerra que finaliza con el tratado de Versalles de 1783,
un tratado que no cuestión ni el Canadá ni la India Británica. In embargo Gran Bretaña si
124
devuelve algunos territorios ocupados a lo largo de la Guerra de los Siete Años, como la
Florida para España o Tobago para Francia. Además se dará el restablecimiento inmediato
de las relaciones comerciales entre la vieja metrópoli de Inglaterra y la nueva Republica
de los Estados Unidos.
125
europeos de jugar sus cartas en el escenario internacional, dependía en este siglo XVIII
de una capacidad de acciones, administrativa y militar que estaba a su vez condicionada
por los recursos de que pudieran disponer. El problema de la hacienda, los recursos de
que se puede disponer, el recaudar más en definitiva, continuo siendo a lo largo del siglo
XVIII para esos estados europeos un problema obsesivo, que está detrás de muchas
medidas que toman esos Estados aparentemente destinada al fomento de la economía o
al bienestar de los súbditos, pero que en realidad esas medidas estaban encaminadas a
incrementar los ingresos, que siempre eran insuficientes. Este de la hacienda no era un
problema nuevo, toda la experiencia de los Construcción de los Estados, del siglo XVI al
siglo XIX está marcada por los problemas de sus haciendas respectivas. Ahora bien, la
explicación el éxito o fracaso de esas haciendas no puede obtenerse, esa explicación del
estudio aislado del sistema fiscal, del estudio de los impuestos, de su administración, sino
que es indispensable integrar ese estudio con el del crédito y de la deuda. Porque el secreto
de la eficacia de algunas haciendas, la hacienda holandesa, y la hacienda inglés o por lo
menos, el secreto de este tipo de estas haciendas, en estos sigo modernos, reside en el
buen funcionamiento de un sistema de deuda a largo plazo garantiza por el estado y
vendida libremente a los ahorradores, que permitía absorber los incrementos de gastos
que originaban las guerras sin generar altos tipos de interés.
126
del reparto de la riqueza en la Inglaterra del siglo XVIII, pero ya desde el siglo XVI,
muestra una distribución de la riqueza, la existencia de unas reforzadas clases medias
reforzadas y un reparto más equitativo de unas cargas fiscales, todo lo cual permitirá el
establecimiento de un sistema de deuda a largo plazo eficaz y capaz de sostener los gastos
de unas guerras sin elevar los tipos de interés, lo cual va a facilitar la ebullición de la
actividad económica inglesa.
Cuando recuerda que estos mismos siglos las gentes medianas estaban perdiendo
peso en la económica y en la sociedad castellana, y muchos arbitristas del siglo XVII
dirían que faltan los medianos. Cuando se recuerdan que en Francia estaban siendo
absorbidas por un sistema feudal, y pasando a formar parte de una amplia nobleza que en
1789 contaba con más de 400.000 miembros, siendo solo 10.000 de la vieja nobleza de
sangre. Cuando se piensa en fin en evolución tan dispares entre los países, cuesta admitir
que el establecimiento de un sistema nuevo de deuda, que significa tanto como una
hacienda capaz de hacerse cargo de un gasto publico mayor, haya fallado en España o en
Francia, solo porque Felipe II y sus sucesores, o Luis XV y sus antecesores, no entendían
cómo funcionaba todo eso de la deuda y sus intereses. Porque las explicaciones
evidentemente hay que buscarlas en ultimo termino en unas determinadas relaciones de
producción y unas determinadas relaciones de relación de los productivos, que nos
explican las posibilidad o no de sostener un sistema de deuda eficaz y de responder, sin
perjudicar a la economía, a los incrementos del gasto público. En definitiva hacer el
análisis económico dentro del análisis social y político.
Estos Estados que se mueven de la manera en que se mueven, que pugnan por
mantenerse y por hacerse por la hegemonía, esos otros Estados suelen designarse en la
historiografía como Estados del Despotismo Ilustrado. Una definición que caracteriza a
toda una época, el siglo XVIII, el llamado también Siglo de las Luces. ¿Pero porque se
habla de una realidad que no existe, la del Despotismo Ilustrado? Esta expresión, esta
denominación fue inventada a mediados del siglo XIX por historiadores alemanes, unos
historiadores que dado que cobraban de la monarquía Prusiana, una monarquía que
conducirá el proceso de la unificación alemana, se vieron obligados a embellecer la
imagen de esa monarquía. De este modo se propusieron atribuir una ilustración a esos
monarcas, que nadie les había dado en su tiempo. Fue en el Congreso de Ciencias
Históricas de 1933 cuando el despotismo ilustrado al resto de Europa, y gano carta de
validez en la historiografía europea y mundial. Tras los años después de la II Guerra
127
Mundial se quiso cambiar esta definición por la de Absolutismo Ilustrado, lo cual no
mejora las cosas. Peor lo que está claro es que ningún autentico ilustrado del siglo XVIII,
creyó que sus reyes eran unos reyes filósofos o eran unos déspotas ilustrados. En la propia
enciclopedia se define muy bien lo que es despotismo y lo que es ilustración, es decir,
para las gentes que hicieron la enciclopedia ambos términos en antagónicos entre sí, no
son términos que puedan asociarse en una misma expresión. El despotismo sea del tipo
que sea no tiene que ver nada de la ilustración. La moraleja deriva de cuidarnos no solo
como historiadores de usar bien los conceptos, sino también cuidémonos s de poner si
mucha ilustración de todo lo que hagamos y huir en todo lo posible de los despotismo,
incluso de aquellos intangibles pero muy sutiles que siguen existiendo y permaneces
todavía.
Lo que sigue por tanto, pretende ser una reflexión sobre la secuencia de
acontecimientos históricos ocurridos en España entre 1808 y 1814, sin ignorar en ningún
momento que al poco tiempo de haber ocurrido esa secuencia de acontecimientos, esta se
convirtió en un mito, es decir, en una gesta fundacional, en una narración legendaria sobre
los orígenes de una nación, de la nación española. Poblada esa narración como todas las
de su género, como toda narración legendaria, por héroes y mártires, personaje cargados
de simbolismo, encarnación de valores que sirvieron y que todavía sirven o se pretende
que sirvan de fundamento a una entidad política, en este caso España.
Aunque a decir verdad, más que de identidad lo que propio seria hablar, para lo
siglos modernos, de identidades, pues es obvio que en el Antiguo Régimen en los siglos
XVI, XVII y XVIII la religiones que se procesaba, el estamento al que se pertenecía, el
oficio que se desempeñaba, la comarca o el lugar de nacimiento eran factores más
128
importantes para definiría los individuos y grupos sociales que nada que se pareciera a
esa gran unidad política que más tarde se llamaría nacional. Pero algo se iba formando en
esta última dirección, y ese algo, llamado España, especialmente desde el exterior aunque
también de forma creciente en el interior, ese algo, se caracterizaba por una serie de rasgos
que conviene recordar. Ese algo, era ante todo, una monarquía o conglomerado de reinos
y señoríos, con una pluralidad de situaciones jurídicas y fiscales. No hay duda de que
especialmente en el siglo XVIII esa monarquía hispánica o católica o monarquía de
España había tendido a convertirse, especialmente en el siglo XVIII, en un reino, en el
reino de España. Pero no es este proceso el que nos interesa en este omento, como
tampoco nos interesa debatir hasta que punto subsistía o no la pluralidad o hasta qué punto
había avanzado la homogenización y la centralización. Lo que nos interesa recordar es
que la pieza de poder es el rey, que la lealtad al monarca era el principal nexo de unión
entre los súbditos.
Un tercer rasgo de ese algo, rasgo cultural también pero importancia muy inferior
a la religión en aquel momento, era el relativo a la homogeneidad lingüística de que el
conjunto humano, que era la monarquía, una relativa homogeneidad lingüística. La lengua
castellana, dominaba en la mayoría del territorio peninsular y en los territorios americanos
y en esa lengua, se entendían las elites de los distintos territorios. Podría defenderse que
129
incluso entre las elites culturales, las creaciones literarias del llamado siglo de oro, o de
los siglos de oro (XVI y XVII) había generado un orgullo de cultura superior. Pero es
muy probable que los sentimientos de superioridad procedieran más de la defensa de la
verdadera religión y de los logros militares de la monarquía. Estos intentos de
superioridad se veían mediatizados por un aislamiento cultural frente a Europa, un
aislamiento procedente de las medidas contra-reformistas de Felipe II. Estaba
mediatizado también ese sentimiento de superioridad por una conciencia de decadencia,
generada por esa serie de fracasos políticos y militares, innegables, desde la segunda
mitad el siglo XVII. Y estaba mediatizado también por una xenofobia propia de potencias
hegemónicas, en declive, convencidas de que el resto del mundo movido por la envidia
no quería reconocer sus buenas intenciones, ni aceptar su legítima superioridad. Y en
cuanto a la xenofobia los siglos modernos había sumado a la secular animadversión hacia
el mundo musulmán, hacia el moro, había sumado el aborrecimiento a la Europea
protestante, a la Inglaterra anglicana, e incluso aborrecimiento a la católica Francia, que
de rival en las guerras de los siglos XVI y XVII había pasado a ser aliada en el siglo XVIII
a través de esos Pactos de Familia, pero que era a la vez modelo de innovaciones mal
recibidas por los sectores más recibidas del país.
130
el jefe supremo de quienes luchaban contra Napoleón se llamaba Lord Wellington, y
dirigía tropas inglesas, portuguesas y españolas; y sus enemigos, los ejércitos que
apoyaban a José I, mandados por mariscales franceses y compuestos principalmente por
tropas francesas, contaban también entre sus filas a polacos, italianos, alemanes,
mamelucos egipcios y –nótese bien– españoles.
La opción que dividió a las élites españolas no consistió más que en aceptar o
rechazar la sustitución de una dinastía, francesa en su origen, por otra,
igualmente francesa. Entre los que se inclinaron por José Bonaparte, desacreditados por
sus adversarios como “afrancesados”, estaban buena parte de la aristocracia, de los altos
funcionarios, de la jerarquía eclesiástica y de los jefes militares del régimen borbónico
anterior. Abundaron los cambios de bando o transferencias de lealtades, de las que Goya
puede ser el ejemplo más célebre, pero hay otros cuantos miles.
La división entre los españoles, especialmente entre las élites políticas, procede
en parte de la previamente existente entre godoístas y fernandinos. Desde los últimos años
del siglo anterior, la única estrategia posible para los enemigos del todopoderoso primer
ministro, dueño de la voluntad de los reyes, había consistido en buscar el amparo del
heredero del trono. Esta rivalidad había llevado a la conspiración de El Escorial en octubre
de 1807, fracasada porque Godoy se adelantó a sus rivales, y meses más tarde a la nueva
conspiración de Aranjuez, que tuvo el resultado opuesto, es decir, la caída del valido; y
no sólo del valido, sino del propio monarca Carlos IV, que se vio obligado a abdicar en
el príncipe de Asturias, elevado al trono en aquel instante como Fernando VII. Para la
opinión, la contraposición Fernando/Godoy se planteó en términos más morales que
políticos: el príncipe bondadoso y sufriente (y, pronto, cautivo), maltratado por su débil
padre y su desalmada madre, se contrastaba con el arribista y lascivo valido, modelo de
la degeneración y “molicie”, vicios que en las historias del país encarnaban los últimos
reyes godos, culpables ya en su día de la “pérdida de España” ante los musulmanes;
como ahora Godoy había atraído la catástrofe napoleónica.
131
Porque en los medios populares se repudió la maniobra napoleónica de forma mucho más
unánime que entre las élites. Se impuso en ellos la imagen del buen príncipe y el mal
valido, como dominó el reflejó xenófobo, anclado en la secular galofobia antes
mencionada, remozada por la intensa propaganda de la Guerra de la Convención. Los
argumentos y el vocabulario más extendidos en estos ambientes, aparte de la proliferación
de insultos como franchutes o gabachos, se relacionaron con la defensa de la verdadera
religión, la denuncia de la usurpación del trono de Fernando por los Bonaparte o la
indignación ante el pérfido ataque –con engaño– perpetrado por las tropas francesas.
132
traidores– por afirmar su identidad contra un intento de dominación extranjera; más aún:
lo había protagonizado el rudo pero sano pueblo, guardián de las esencias identitarias en
situaciones extremas, que se había revelado mientras las minorías refinadas rendían
pleitesía al invasor. Interesantes aspectos del relato, que se mantuvieron vivos durante el
siglo XIX aunque desaparecieran en el XX, eran la relevante aportación aragonesa y
catalana, simbolizada por la resistencia de Zaragoza y Gerona, ejemplos vivos de la
pervivencia del espíritu numantino. Típico también de la imagen nacional heredada era
el dominio de un tono no exactamente triunfal, sino quejumbroso y doliente. España había
sido, sobre todo, víctima de una agresión exterior.
Pese a ello, la fuerza del mito fue formidable. En la segunda mitad del siglo XIX,
la memoria colectiva se había ajustado al patrón canónico hasta el punto de que ninguna
familia española tenía antecesores que hubieran colaborado con José I; de forma casi tan
drástica como se había hecho siglos antes con la ascendencia musulmana o judía, el
“afrancesamiento” se borró, como por ensalmo, del pasado. En 1908 se celebró el
centenario, con enorme alharaca y pugnas por exhibir la contribución que cada cual
(localidad, estamento, profesión, familia…) pretendía haber hecho a la gesta nacional.
Cuando, poco después, se publicó la Enciclopedia Espasa, sin duda la gran enciclopedia
nacional, su artículo “España” reservó cinco densas páginas de dos columnas a “la
admirable epopeya de los españoles luchando contra las tropas del capitán más grande
que han visto los siglos”, más de lo que se dedicó a ningún otro acontecimiento histórico.
Y el mito seguía vivo en 1936, como prueba su utilización por los dos bandos en la Guerra
Civil; siempre, desde luego, con la diferencia de que, para unos, el pueblo había luchado
por la libertad y para los otros por la religión y las tradiciones.
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El relato se mantuvo incólume hasta finales del franquismo, aunque se relegara a
las tinieblas la interpretación liberal; peor aún: los constitucionalistas gaditanos,
obedeciendo siniestras consignas de oscuras logias, habían traicionado los sacrificios del
pueblo creyente y patriota. A mediados de los cincuenta, sin embargo, Miguel Artola
comenzó la rectificación del esquema deshaciendo, en una obra magistral, las ofensas y
escarnios lanzadas sobre los afrancesados durante el siglo y medio anterior, para a
continuación volver a valorar el también denostado constitucionalismo gaditano. Frente
a esta interpretación se alzaron los defensores del conservadurismo nacional-católico
acaudillados por Suárez Verdaguer, pero los historiadores actuales siguen con infrecuente
unanimidad la senda de Artola. Sobre el tema de los colaboradores del rey José, todos
reconocen que aunque hubiera, por supuesto, oportunistas entre ellos, en su conjunto no
fueron traidores a la patria, sino herederos de los ilustrados o servidores del Estado que,
aparte de querer seguir alimentando a sus familias, se tomaron en serio el proyecto de
regeneración bonapartista o, al menos, intentaron mantener a las instituciones en pie. En
la rehabilitación se incluye al propio José Bonaparte, a quien nadie retrata como bebedor
ni inútil, sino como personaje conciliador, que se tomó en serio su papel de rey de España,
aunque su posición y su carácter fueran siempre más débiles que los de su imperial
hermano.
Que la religión y el trono fueran más importantes que la “nación” no quiere decir
que no surgiera en esos años la formulación moderna del sujeto de la soberanía. Por el
contrario, fue la pieza clave de la retórica liberal. Pero es cuestionable que ese discurso,
elaborado en una ciudad sitiada y mal conectada con las demás zonas en que se combatía
a los josefinos, fuera el resorte movilizador en el resto del país. Por el contrario, es
razonable suponer que los argumentos tradicionales sobre el origen divino del poder
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dominaran sobre su justificación revolucionaria. Incluso entre los llamados “liberales”,
muy interesantes estudios recientes, como los de J. M. Portillo Valdés, subrayan la
pervivencia de una herencia iusnaturalista procedente del escolasticismo que anclaba sus
teorías en una visión colectivista y orgánica de la sociedad muy alejada del individualismo
liberal. En el llamativo fenómeno del “clero liberal”, decisivo en las votaciones gaditanas,
parece detectarse más jansenismo –proyecto de creación de una iglesia regalista,
ahora nacional– que liberalismo.
Un aspecto que no debe considerarse menor y que ha sido muy estudiado en libros
recientes es el comienzo de la insurrección contra las tropas imperiales. Ante todo, la
cronología es categórica: los levantamientos no estallaron al recibirse las noticias de la
masacre madrileña del Dos de Mayo, sino tres semanas después, al conocerse las
transferencias de la Corona en Bayona. Fueron, además, en muchos casos levantamientos
organizados, e incluso pagados, por elementos anti-godoystas. Lo cual es comprensible:
pese a que el valido había caído hacía dos meses, en los niveles locales los nombrados
por él seguían en sus cargos; sus impacientes adversarios no podían desperdiciar la
ocasión de desplazarles, tildándoles de afrancesados.
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rebeliones de los virreinatos y capitanías generales americanas. Pero estas últimas
tampoco están conectadas con la expansión previa de las ideas ilustradas, ni guiadas por
los principios revolucionarios de libertad e igualdad frente a una monarquía española
absolutista y retrógrada. Fueron más bien pactos entre élites que defendieron sus espacios
de poder justamente contra esos principios, y que hicieron lo posible por restringir la
participación de quienes estaban bajo ellas (fuesen indígenas o fuesen provincias o
territorios que intentaban rebelarse contra su tradicional dependencia de la capital). El
caso de la Nueva España es especialmente aleccionador: los levantamientos de Hidalgo
y Morelos (1810 y 1815, respectivamente), con fuertes componentes populares y
subversivos, fueron aplastados por las autoridades coloniales con el asentimiento tácito o
expreso de las atemorizadas élites criollas; al finalizar el sexenio, la autoridad de
Fernando VII quedó restablecida sin grandes problemas; pero al llegar, en 1821, noticias
de nuevas medidas liberales y anticlericales emanadas de la península, las élites políticas,
militares y hasta religiosas llegaron a un fácil acuerdo para separarse de España
estableciendo nada menos que una monarquía imperial mexicana con Iturbide, el cual
será derrocado por Santa Ana que instaurará la República.
En España, esta revisión del canon recibido es vista con especial gusto por los
historiadores inclinados a apoyar tesis nacionalistas vascas, catalanas o gallegas (los
mismos que a ningún precio aceptarían revisar sus propios mitos). Hacerlo así es no
comprender que la revisión no es anti-españolista, sino anti-nacionalista en general.
Porque las naciones no eran todavía, en aquel momento histórico, los sujetos políticos. Y
aplicar la visión nacional a realidades pre-nacionales es la mayor 1distorsión que hoy
sufre nuestra interpretación histórica.
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Ninguno de los estereotipos recibidos, ni el liberal ni el católico-conservador –ni
tampoco la nueva visión positiva de los románticos sobre España, no mencionada aquí
por falta de espacio–, deben engañarnos sobre la realidad de la guerra napoleónica. Ni
pueden interpretarse aquellos hechos en términos heroicos ni pueden considerarse un
buen comienzo para la historia contemporánea española. En cuanto a sus consecuencias
materiales y humanas, aquella guerra fue catastrófica. Pese a que continúe el debate entre
los historiadores demográficos y económicos sobre la magnitud de sus efectos, hay pocas
dudas de que tres ejércitos actuando en la península y causando destrozos materiales
(puentes, caminos, edificios) y humanos (vidas perdidas, huérfanos, tullidos, embarazos
productos de violaciones) tuvieron que dejar una secuela devastadora.
Más grave aún fue el inicio de toda una nueva cultura política. Uno de sus aspectos
consistió, sin duda, en la creación de una imagen colectiva de los españoles como
luchadores en defensa de la identidad propia frente a invasores extranjeros, lo que
reforzaba una vieja tradición que articulaba la historia española alrededor de las sucesivas
resistencias contra invasiones extranjeras, evocada por nombre tales como Numancia,
Sagunto o la casi milenaria epopeya contra los musulmanes.
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Carlos III y Carlos IV, muchos de ellos josefinos, desaparecieron de la escena sin que
nadie derramara una lágrima por ellos. El Estado se hundió y hubo de ser renovado desde
los cimientos, como volvería a ocurrir con tantas otras crisis políticas del XIX y del XX
(hasta 1931 y 1939; afortunadamente, no en 1976). A cambio de carecer de normas y de
estructura político-burocrática capaz de hacerlas cumplir, surgió un fenómeno nuevo: la
tradición insurreccional. Ante una situación política que un sector de la población no
reconociera como legítima, a partir de 1808 (no antes) se sabía cómo responder: había
que echarse al monte. Se creó así la tradición juntista y guerrillera, mantenida viva a lo
largo de los repetidos levantamientos y guerras civiles del XIX. Una tradición que se
sumó, además, a un último aspecto del conflicto que no se puede dejar de mencionar: su
extremada inhumanidad. Los guerrilleros no reconocían las “leyes de la guerra” que los
militares profesionales, en principio, respetaban. Fue una guerra de exterminio, que inició
una tradición continuada hasta 1936 – 1939.
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