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Introducción
El fiscal Brown, tanto en los razonamientos que haga en su vida cotidiana como en los que
realice en su profesión, no solo deberá ser capaz de identificar, evaluar y construir
argumentos deductivos y no deductivos, sino que también deberá tener especial cuidado
con no cometer falacias argumentativas o ser engañado por ellas.
Desde la antigüedad, los estudios sobre razonamiento dedicaron parte de su desarrollo al
problema de identificar y explicar los razonamientos erróneos que tenían gran fuerza
persuasiva. En los últimos treinta años, se han revitalizado los estudios sobre las falacias
argumentativas, tomando en cuenta sobre todo la violación que suponen a las reglas del
discurso racional.
En la presente lectura, teniendo en cuenta los desarrollos clásicos del tema realizados por
Copi (1994) y Weston (2001), realizaremos una revisión de las principales falacias formales
y no formales.
1. Falacias formales y no formales
Una falacia, en el lenguaje corriente, parece estar vinculada con la noción de una idea
equivocada, creencia falsa o engañosa. En lógica, se la utiliza desde una óptica más
restringida, haciendo alusión a un error de razonamiento. Aquí hay una particularidad:
algunos razonamientos no son obviamente incorrectos y se usan comúnmente por ser
altamente persuasivos (principalmente, en la argumentación jurídica).
Desde la concepción de Copi (1994), las falacias serían errores de razonamiento que son,
sin embargo, psicológicamente persuasivos. Otras corrientes contemporáneas sostienen
que las falacias más bien son violaciones a las reglas que debe regir todo debate racional
y, por lo tanto, para identificar las falacias debemos identificar las reglas de esta clase del
diálogo racional.
A continuación, por razones didácticas seguiremos las falacias argumentativas desde la
óptica tradicional. Su estudio es provechoso y necesario, dado que, a medida que
adquiramos mayor familiaridad con ellas, más difícil será que nos engañen con ellas. Si eso
no pasara, podríamos incurrir en errores en cuanto a la aceptación de creencias o en las
decisiones que tomemos.
Ha sido una preocupación constante establecer una clasificación que contenga todas las
clases de falacias. Aunque no existe una que haya sido universalmente aceptada, la más
adecuada para su estudio es la que distingue entre formales y no formales:
1) Debemos analizar las falacias formales en conexión con esquemas de razonamiento
válidos, ya que son errores evidenciados desde la lógica.
2) Por su lado, las falacias no formales son razonamientos que no cumplen con las reglas
no formales (del contenido y fiabilidad de las premisas, que ya repasamos en lecturas
anteriores). Por el contrario, son errores de razonamiento en los que podemos caer por
inadvertencia o falta de atención. Estas, a su vez, se subdividen en falacias de
atingencia y ambigüedad.
Falacias de atinencia
Estas falacias tienen la particularidad de contar con premisas que carecen de atinencia
lógica con respecto a sus conclusiones. Son incapaces de establecer una verdad y se
utilizan para estimular emociones, como temor, hostilidad, piedad, entusiasmo, terror,
etcétera. Ellas son:
1) Apelación a la fuerza (ad baculum): Este razonamiento es usado para provocar la
aceptación de una conclusión cuando fracasan las pruebas o argumentos racionales.
Se amenaza con el uso de fuerza o violencia para doblegar a los opositores. Es muy
común en política. Un ejemplo de esto puede darse cuando el ministro de Economía se
dirige a un legislador y le dice: "Usted tiene que concluir conmigo que esta ley de
presupuesto es la mejor; si no, los recursos que corresponden a su provincia se verán
gravemente afectados".
Pensemos en otro ejemplo, ahora referido al caso del fiscal. Imaginemos que el fiscal
general lo llamara a su despacho y le dice: "Estuve revisando la causa del empresario
Funes. Creo que debería estar de acuerdo con que tendríamos que solicitar el
sobreseimiento: su carrera judicial quedará rota si no está de acuerdo". Aquí claramente
vemos que el fiscal general no ofreció razones adecuadas para la conclusión de que el
imputado debe ser sobreseído. Solo la funda en la amenaza de un mal para el fiscal Brown.
2) Argumento dirigido contra el hombre (ad hominem). Esta categoría se clasifica, a su
vez, en dos tipos:
Ofensivo: En este caso, en vez de refutar la verdad de lo que se dice, se ataca a
quien lo afirma. Equivaldría decir que la filosofía de Bacon es indigna porque fue
desposeído del cargo de canciller por deshonesto. Se observa su carácter falaz, ya
que lo personal carece de importancia lógica para establecer la verdad o falsedad de
un enunciado.
Circunstancial: Refiere a la relación entre la persona y las circunstancias que lo
rodean. Por ejemplo, la réplica del cazador al que se acusa por sacrificar animales
inofensivos por diversión: "¿Por qué se alimenta de carne de ganado inocente?".
Vemos que no trata de demostrar que es correcto sacrificar vidas de animales para
el placer de los humanos, sino que le reprocha a su crítico que no sea vegetariano.
Con este argumento atacamos a la persona que nos discute, acusándola de
contradicción entre sus creencias y sus prácticas. Vale resaltar que a menudo estas
falacias logran su propósito, ya que son muy persuasivas. Esta práctica se suele
denominar "envenenar la fuente", y las razones de ello son evidentes.
Fuente: [Imagen sin título sobre caricatura de Charles Darwin]. (s. f. ). Recuperado de
https://www.quo.es/wp content/uploads/2019/10/reirse-de-darwin.jpg
Caricatura de Charles Darwin como un simio, en la revista Hornet. Se puede observar que
lo representaban con características propias de la rama de los simios, como manera de
burla a su observación acerca de la evolución del simio en el ser humano actual. Evidencia
la falacia comentada.
En general, esta falacia se da cuando se expone que el emisor del argumento no debe ser
considerado por lo siguiente:
1) Porque su tesis actual es contraria a lo que manifestó este mismo emisor en el pasado.
2) Porque su tesis actual es contraria a las acciones que este emisor realiza.
3) Porque la tesis que sostiene el emisor está relacionada con los intereses de este mismo
emisor.
En todos los casos, el error no es que no se pueda discutir sobre la coherencia del emisor
con respecto a sus creencias actuales y pasadas, o con sus acciones o sus intereses; el
problema es que no contesta los argumentos vertidos por el emisor. Simplemente,
representa un cambio de tema, evade la refutación de los argumentos esgrimidos.
Esta falacia se ve mucho en los debates políticos. En ellos es habitual ver cómo, frente a
un argumento vertido por una parte, el otro evade la cuestión y ataca al emisor por alguna
circunstancia. Para evitar caer en esta falacia, se sugiere solicitarle a quien la intenta
realizar que discuta la evaluación de la circunstancia del emisor luego de responder el
argumento principal.
3) Argumento por la ignorancia (ad ignoratiam): Sería puesto en práctica si
afirmamos, por ejemplo, que los fantasmas existen, ya que nadie ha podido
demostrar que no; o que los ovnis no existen, porque no hay pruebas de su
existencia. La primera forma de esta falacia afirma que la proposición sería
verdadera porque no se pudo demostrar su falsedad; la segunda afirma que algo es
falso porque no hay prueba de su verdad. En ambos casos, en la conclusión
estamos yendo más allá de lo que podemos inferir a partir de sus premisas. La
existencia de esta falacia es una cuestión de grado: si la afirmación se presenta
como sin condicionamiento, estamos en la falacia. Si, en cambio, dejamos explícito
que es "probablemente" cierto que la falta de prueba del hecho esté vinculada con
su inexistencia o, al revés, en nuestra consideración, no estaríamos cometiendo una
falacia, porque reconocemos la posibilidad de la falibilidad de la conclusión.
Cabe hacer una excepción en el caso del derecho, ya que allí existe un contexto especial
en donde no es falaz: la Corte de Justicia; con la presencia del principio rector que supone
la inocencia de la persona hasta que no se demuestre su culpabilidad.
Siguiendo en el marco judicial, otro caso ocurriría aquí: si una investigación no dio pruebas
de que la persona X es comunista, es erróneo concluir con que la investigación no aportó
conocimiento alguno, ya que, por el contrario, estableció que X no es comunista.
4) Llamado a la piedad (ad misericordiam): Este recurso es utilizado para conseguir
que se acepte determinada conclusión sobre la base de elementos emotivos; en
general, la piedad. Lo encontramos con frecuencia en los tribunales de justicia,
cuando un abogado defensor deja de lado los hechos específicos que atañen al
caso y pretende generar piedad en los miembros del jurado y ponerlos a su favor.
Un ejemplo algo sutil es la defensa que hizo Sócrates de sí mismo durante su juicio:
Quizá haya alguno entre vosotros que pueda experimentar resentimiento hacia mí al
recordar que él mismo, en una ocasión similar y hasta, quizá, menos grave, rogó, suplicó a
los jueces con muchas lágrimas y llevó ante el tribunal a sus hijos, para mover a
compasión... yo, en cambio, aunque corra peligro mi vida, no haré nada de eso. El
contraste puede aparecer en su mente, predisponerlo en contra de mí e instarlo a depositar
su voto de ira, debido a su disgusto conmigo por esta causa... Claro, yo soy un hombre,
una criatura de carne y sangre, y tengo familia, y tres hijos, ¡oh, atenienses! Uno casi
hombre y dos aún pequeños; sin embargo, no traeré a ninguno de ellos para que os pida
mi absolución. (Copi, 1994).
Esta forma de argumentar puede usarse en tono hasta ridículo si vemos el caso que nos da
Copi (1994): un joven que, luego de asesinar brutalmente a sus padres, frente a pruebas
abrumadoras que lo comprometían seriamente, hacía un pedido de piedad al jurado por
haber quedado huérfano.
5) Llamado al pueblo (ad populum): Este método puede ser utilizado para ganar
consentimiento o despertar pasiones y entusiasmo de la multitud. Es utilizado por los
políticos demagogos que pretenden mover el sentimiento del público a favor o en
contra de medidas determinadas, lo que evita la labor de reunir pruebas y
argumentos.
Si la medida provoca cambios y se está en contra, arrojará sospechas de innovaciones
arbitrarias y elogiará al "orden existente", se pronunciarán términos difamatorios, sin intento
racional de
argumentación; si está a favor de ella, hablará de progreso, oponiéndose a los "prejuicios
anticuados". Sobrados ejemplos invaden nuestra historia nacional, muchas veces
imposibilitando el sustento de una oposición fuerte y enraizada en la convicción
republicana.
La presencia de este llamado al pueblo también se suele manifestar en técnicas de
publicidad y de ventas. Aquí se produce la asociación del producto con un resultado,
efecto, sensación, situación, etcétera, que alcanzaremos si lo consumimos; es como si
"hechizaran" sus productos y nos vendieran sueños e ilusiones.
También bajo este nombre se suele incorporar la falacia que afirma que algo es cierto
porque la mayoría lo cree o realiza. El político, en su campaña electoral, argumenta que él
debe recibir nuestros votos porque "todo el mundo vota por él"; de igual manera se nos
dice cuál marca de automóviles o cigarrillos es la mejor, porque es la que más se vende en
el país. Debemos considerar que la aceptación popular de una actitud no demuestra que
esta sea razonable ni verdadera.
6) Apelación a la autoridad (ad verecundiam): La falacia de la autoridad es la
contracara del correcto argumento de autoridad. Es por ello que la violación de las
reglas de construcción de un argumento de autoridad nos hace caer en este tipo de
falacia.
La principal forma que asume esta falacia es cuando, para fundar una afirmación,
recurrimos a alguien que no es experto en el área y, por lo tanto, su opinión no tiene fuerza
para apoyar dicha afirmación en carácter de autoridad. Es habitual en el ámbito jurídico,
pero también en la cotidianidad. Por ejemplo, en los medios de comunicación generalmente
se utiliza a personas famosas por el sentimiento de respeto que generan para llegar a una
conclusión. Otro ejemplo: se podría apelar a Darwin (quien es una gran autoridad en
biología) para una discusión religiosa o a Einstein (quien es una gran autoridad en física)
para una de índole de economía política o relaciones internacionales.
7) Accidente: Incurrimos en él toda vez que aplicamos una regla general a un caso
particular, cuyas circunstancias hacen inaplicable la regla. Por ejemplo, la regla general
sostiene que una persona debe pagar sus deudas, pero puede suceder que esté en
estado de insolvencia y no pueda hacerlo. Lo que es verdad en general puede no serlo
universalmente y sin reservas, porque las circunstancias modifican los casos.
8) Accidente inverso: También denominado generalización apresurada, al comprender y
caracterizar todos los casos de una especie, se puede prestar atención solo a algunos
de ellos. Los casos deben ser típicos, no atípicos, porque estos últimos son los que nos
pueden llevar a incurrir en una falacia de esta clase. Por ejemplo, al ver el valor de los
narcóticos que son administrados por los médicos para los enfermos graves, gracias a lo
cual se alivian sus dolores, podemos proponer que los narcóticos estén a disposición de
cualquiera. Estaríamos argumentando mediante accidente inverso.
9) Causa falsa: Esta falacia ha recibido distintas denominaciones, como non causa pro
causa y post hoc ergo propter hoc" (es decir, después de esto, por lo tanto, a
consecuencia de esto). La primera es caer en el error de tomar como causa de un efecto
algo que no es su causa real, y la segunda sería la inferencia de que un acontecimiento
es causa de otro solo porque el primero es anterior al segundo. Algunos pueblos
antiguos pensaban que hacer sonar sus tambores era la causa de que el sol apareciera
luego de un eclipse; la prueba era que, cada vez que hacían sonar los tambores durante
un eclipse, el sol aparecía. Esta falacia también está relacionada con la violación de las
reglas de construcción de un argumento causal correcto, establecidas por Weston
(2001).
Figura 2: Supersticiones