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FALACIAS NO FORMALES.
CAPÍTULO III
…los pensamientos, como los hombres, a menudo son hipócritas”
PLATÓN
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III. 1. CLASIFICACIÓN DE LAS FALACIAS
Aunque la mayoría de los textos de lógica contienen un examen de las falacias, su manera de
tratarlas no es en todos la misma. No hay ninguna clasificación de las falacias universalmente
aceptada. No hay que sorprenderse ante esta situación, pues como dijo acertadamente De
Morgan, uno de los primeros lógicos modernos: “No hay nada similar a una clasificación de las
maneras en que los hombres pueden llegar a un error, y cabe dudar de que pueda haber alguna”.
Pero, cuando se apela a una autoridad en cuestiones que están fuera del ámbito de su 7
especialidad, se comete la falacia del argumentum ad verecundiam. Si en una discusión
sobre religión uno de los antagonistas apela a las opiniones de Darwin, una gran autoridad
en biología, esa apelación es falaz. De igual modo, apelar a las opiniones de un gran físico
como Einstein para dirimir una discusión sobre política o economía sería también falaz.
Podría sostenerse que una persona lo suficientemente brillante como para alcanzar la
categoría de una autoridad en campos complejos y difíciles como la biología o la física,
debe también tener opiniones correctas en otros campos que están fuera de su
especialidad. Pero la debilidad de este argumento se hace obvia cuando pensamos que, en
estos tiempos de extrema especialización, obtener un conocimiento completo en un
campo requiere tanta concentración que restringe las posibilidades de adquirir en otros
un conocimiento autorizado.
Los “testimonios” de los anunciadores son ejemplos frecuentes de esta falacia. Se nos
insta a fumar ésta o aquella marca de cigarrillos porque un campeón de natación o un as
del fútbol afirma su superioridad. Y se nos asegura que tal o cual cosmético es mejor
porque es el preferido de tal cantante de ópera o tal estrella de cine. Claro que una
propaganda de este género puede ser considerada también como una apelación al
esnobismo y rotulada como un ejemplo de argumentum ad populum. Pero, cuando se
afirma que una proposición es literalmente verdadera sobre la base de la aserción por una
“autoridad” cuya competencia se relaciona con un campo diferente, tenemos una falacia
de argumentum ad verecundiam.
8. Accidente. La falacia de accidente consiste en aplicar una regla general a un caso particular
cuyas circunstancias “accidentales” hacen inaplicable la regla. Por ejemplo, Platón, en la
República, encuentra una excepción a la regla general de que uno debe pagar sus deudas:
“Supongamos que un amigo, cuando está en su sano juicio, me ha entregado armas para
que se las tenga, y me las pide cuando no está en su sano juicio: ¿debo devolvérselas?
Nadie diría que debo hacerlo o que yo obraría bien al hacerlo…”. Lo que es verdad “en
general”, puede no serlo universalmente y sin reservas, porque las circunstancias
modifican los casos. Muchas generalizaciones de las que se sabe o se sospecha que tienen
excepciones son formuladas sin reserva, o bien porque no se conocen las condiciones
exactas que restringen su aplicabilidad o bien porque las circunstancias accidentales que
las hacen inaplicables surgen tan raramente que son prácticamente despreciables. Cuando
se apela a tal generalización al argüir acerca de un caso particular cuyas circunstancias
accidentales impiden la aplicación de la proposición general, se dice que el razonamiento
comete la falacia de accidente.
9. Accidente inverso (generalización apresurada). Al tratar de comprender y caracterizar
todos los casos de cierta especie, podemos prestar atención sólo a algunos de ellos. Pero
los casos examinados deben ser típicos, no atípicos. Si sólo consideramos casos
excepcionales y generalizamos apresuradamente una regla que se adecua a ellos
solamente, se comete la falacia de accidente inverso. Por ejemplo, al observar el valor de
los narcóticos cuando los administra un médico para aliviar los dolores de quienes están
gravemente enfermos, podemos llegar a proponer que los narcóticos estén a disposición
de cualquiera. O, al considerar el efecto del alcohol sólo sobre los que abusan de él,
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podemos concluir que todos los licores son dañinos y requerir que su venta y su uso sean
prohibidos por la ley. Tal razonamiento es erróneo y ejemplifica la falacia del accidente
inverso o la generalización apresurada.
10. La causa falsa. La falacia que llamamos de la “causa falsa” ha sido analizada de diversas
maneras en el pasado y ha recibido distintos nombres latinos, tales como non causa y post
hoc ergo propter hoc. El primero de éstos es más general e indica el error de tomar como
causa de un efecto algo que no es su causa real. El segundo designa la inferencia de que
un acontecimiento es la causa de otro simplemente sobre la base de que el primero es
anterior al segundo. Consideraremos todo razonamiento que trata de establecer una
conexión causal erróneamente como un ejemplo de falacia de la causa falsa.
No es difícil ver que el mero hecho de la coincidencia o la sucesión temporal no basta para
establecer ninguna conexión causal. Sin duda alguna, debemos rechazar la pretensión del
salvaje de que el hacer sonar sus tambores es la causa de la reaparición del sol después de
un eclipse, aun cuando pueda ofrecer como prueba el hecho de que cada vez que se
hicieron sonar los tambores durante un eclipse, el sol reapareció. Nadie se llamaría a
engaño con respecto a este argumento; sin embargo mucha gente cree en testimonios
sobre remedios, según los cuales, el señor X sufría de un fuerte resfrío, bebió tres frascos
de una cocción a base de una hierba “secreta”, ¡y en dos semanas se curó del resfrío!
11. Petitio principii (petición de principio). Al tratar de establecer la verdad de una
proposición, a menudo buscamos premisas aceptables de las cuales pueda deducirse la
proposición aludida como conclusión. Si alguien toma como premisa de su razonamiento
la misma conclusión que pretende probar, la falacia cometida es la petitio principii o
petición de principio. Si la proposición que se quiere establecer está formulada
exactamente en las mismas palabras como premisa y como conclusión, el error será tan
manifiesto que no engañará a nadie. Pero a menudo dos formulaciones pueden ser
suficientemente distantes como para oscurecer el hecho de que una y la misma
proposición aparece como premisa y como conclusión. Ejemplifica esta situación el
siguiente razonamiento citado por Whately: “Conceder a todo hombre ilimitada libertad
de expresión debe ser siempre, en conjunto, ventajoso para el Estado; pues es sumamente
benéfico para los intereses de la comunidad que todo individuo goce de una posibilidad,
absolutamente sin trabas, de manifestar sus sentimientos”. (…)
A veces se usa una cadena de varios razonamientos para establecer una conclusión. Así,
alguien puede argüir que Shakespeare es un autor más grande que Robbins porque la
gente de buen gusto literario prefiera a Shakespeare. Y si se le pregunta cómo sabemos
quién tiene buen gusto literario, tal vez se nos responda que esas personas deben estar
identificadas por su preferencia de Shakespeare a Robbins. Tal razonamiento circular
evidentemente comete la falacia de petición de principio.
12. La pregunta compleja. Todos sabemos que es un poco “cómico” hacer preguntas como:
“¿Ha abandonado usted sus malos hábitos?” (…). No son preguntas simples, a las que sea
posible responder con un directo “sí “ o “no”. Las preguntas de este tipo suponen que se
ha dado ya una respuesta definida a una pregunta anterior, que ni siquiera ha sido
formulada. Así, supone que se ha respondido “sí” a la pregunta no formulada: “¿Tenía
usted anteriormente malos hábitos?”. (…)
No solamente encontramos ejemplos de esta falacia en bromas obvias. En un
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interrogatorio, un abogado puede plantear preguntas complejas a un testigo para
confundirlo o, inclusive, para acusarlo. Puede preguntar: “¿Dónde ocultó las pruebas?”,
“¿Qué hizo con el dinero que robó?”, etc. (…)
13. Ignoratio elenchi (conclusión inatinente). La falacia de la ignoratio elenchi se comete
cuando un razonamiento que se supone dirigido a establecer una conclusión particular es
usado para probar una conclusión diferente. (…) En un juicio, al tratar de probar que el
acusado es culpable de asesinato, el fiscal acusador puede argumentar extensamente para
demostrar que el asesinato es un horrible delito y lograr, efectivamente, probar esa
conclusión. Pero, si de sus observaciones acerca de lo horrible que es el asesinato,
pretende inferir que el acusado es culpable de él, comete la falacia de ignoratio elenchi.