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Los tres registros

Toda realidad humana, está organizada por los tres órdenes: lo simbólico, lo imaginario y lo real.
Sirven para explicar la estructuración del aparato psíquico y la experiencia subjetiva.

Lacan propone que la estructura como tal está constituida por los tres órdenes, considerado cada
uno de ellos como un redondel de cuerda, que se anudan gracias a un cuarto redondel que podrá
tener distintos nombres. Las distintas patologías dependerán, por lo tanto, de cómo los tres
órdenes se anudan entre sí.

En cualquier experiencia humana están presentes los tres registros. Se los 3 registros se hallan
intrínsecamente anudados, se los divide a los fines didácticos.

Registro Imaginario:

Terreno de las dualidades tanto a nivel de los afectos como a nivel de las ideas, también por otra
parte es el territorio en el cual el sujeto se haya constantemente a través de su discurso siempre
dirigido al semejante en la cotidianeidad.

“El Territorio del interés, del fantasma, del sueño, eso que hace a los objetos deseables, amables,
detestables, rechazables, odiosos” Guyomard (1995)

El imaginario es el orden donde el sentido es posible, gracias a los efectos del significante, aquello
que puede ser comprendido.

Todo lo que se inscribe en el registro de la identificación y del amor (mercantilista) es del orden de
lo imaginario, aquello que puede ser fantasmeado y satisfecho en palabras, el registro de lo
identificable.

Registro especular que se exige una referencia (“Yo soy doctor”, “Soy Ana”, “soy argentino”). Con
ello se intenta dar unidad, completitud a la persona (esta es la razón por la que decimos que en el
registro imaginario no hay falta). Un sujeto no se reduce a un nombre, nacionalidad, a títulos y
honores. “No hay significante que signifique al sujeto” (Desde el registro de lo imaginario se puede
lograr esta ilusión de completitud y unidad).

Jacques Lacan describe por primera vez en el congreso de Marienbad en el año 1936, lo que llamó
“Estadío del espejo”. Más adelante será incorporado y publicado en 1966 en sus “Escritos”, bajo el
nombre de: “El estadío del espejo como formador de la función del yo (“Je”) tal como se nos
revela en la experiencia analítica.

Relato de la experiencia:
Entre los 6 y 18 meses, si se coloca a un niño frente a un espejo, vemos aparecer una serie de
conductas más o menos típicas:
1. El niño ve su imagen.
2. Busca la mirada de quien lo sostiene, se da vuelta para observarlo, y vuelve su mirada hacia la
imagen propia.
3. Esta secuencia es seguida de un gran júbilo. El niño intenta erguirse (recordemos que a esa
edad, un bebé no tiene casi ningún dominio sobre su motricidad), y «juega» con su imagen.
Este niño se comporta de una manera muy distinta de la de los monos o animales domésticos.
Estos animales no experimentan sorpresa ni placer al ver reflejada su imagen. Se limitan a
comprobar si es peligrosa, y pierden todo interés en el asunto. Por el contrario, el niño frente al
espejo se reconoce a sí mismo, a las personas y las cosas, y se maravilla frente a este
reconocimiento.

Estadio del espejo y narcisismo freudiano. La formación del yo


«Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en un individuo una unidad
comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son
iniciales, primordiales; por tanto, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción
psíquica, para que el narcisismo se constituya. (Freud, "Introducción del narcisismo").
Freud escribe en el año 1914 el texto citado, donde explicita las bases para una introducción del
concepto de narcisismo en la teoría psicoanalítica.
Brevemente, observaremos:
1. Existe una fase en el desarrollo de la libido que Freud denomina «narcisismo», donde el yo se
constituye, correlacionando formación del yo y narcisismo. Es decir, el yo freudiano se constituye
cuando la libido inviste una imagen que pasa a funcionar como un objeto. El yo es el primer objeto
«ocupado» por la libido.
2. Para Freud, el yo es el primer objeto del sujeto, y continuará siendo un objeto privilegiado en su
economía libidinal.
Cuando decimos objeto, nos referimos a que el sujeto otorgará a su yo las siguientes
características: unidad, permanencia en el tiempo, autodominio y sustancia, con la consecuente
resistencia al cambio.
3. La constitución del yo se produce por un «nuevo acto psíquico», a saber, una identificación.
Lacan recupera una antigua descripción de la conducta del niño frente al espejo, y la transforma
en una pieza clave en la teoría del narcisismo freudiano y de la formación del yo.
Dice que el estadio del espejo consiste en una identificación, a la que define como «la
transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen». Esa será la lectura que Lacan
hace del «nuevo acto psíquico» que menciona Freud: el yo se constituye por la identificación del
niño a la imagen de sí en el espejo.
Esta imagen entonces, tiene como función velar la vivencia de fragmentación, que le es ocultada
por la identificación con la imagen que se presenta como completa y unificada. Y será siempre la
función que tendrá la imagen para el hombre: aquello que lo rescata de la incertidumbre de su ser.
La imagen unificada es lo que en psicoanálisis se denomina «yo ideal», que es la primera forma
en la que el yo se aliena, es decir, la unidad del cuerpo en la imagen. El yo ideal es el punto de
partida del yo, su tronco, donde se van a asentar las múltiples imágenes del yo del sujeto.
Permanecerá luego como exigencia ideal de perfección, como la idea de perfección narcisista para
el yo. El yo ideal es un polo de identificaciones imaginarias, y será el lugar de la hazaña narcisista,
de una imagen sin falta, de grandeza.

Esta identificación es una alienación, ya que el sujeto se identifica a imagen que es «otro», que
no deja de serle ajena. Posteriormente cualquier semejante ocupará el lugar de la imagen, lo que
determinará una peculiar relación del sujeto con ese otro, que transitará entre la fascinación y la
rivalidad.

Fascinación, porque la imagen oculta que el otro se encuentra en el mismo estado de miseria
original que el sujeto. Rivalidad, porque esta relación narcisista entre el yo y el otro estará
atravesada por una lógica de un solo lugar, una imagen para dos, o yo, o el otro.
La respuesta agresiva hacia el semejante no es sino la necesidad de fragmentar al otro para
ocupar su lugar ("te rompo la cabeza", "te corto las manos", "te voy a romper la cara").

Es necesario remarcar:
1. El ser del sujeto no se agota en el yo. El yo será el conjunto de identificaciones a partir de las
cuales el sujeto se construye un ser, se da una identidad es decir, la imagen a la que el sujeto se
aliena, no sólo en el sentido de «imagen visual», sino de las significaciones que conforman el
mundo del sujeto. Estas imágenes y estas significaciones siempre le vienen de los otros. La
"identidad" del sujeto es así sumamente paradójica, ya que siempre está en relación a una
alteridad.
2. Que el yo se constituya a partir de una imagen tiene sus consecuencias: la unidad ilusoria que el
sujeto atribuye a su «ser», el esfuerzo por la permanencia de esa imagen y la resistencia al cambio,
la ilusión de autodominio (en el ejemplo, sería como si el niño frente al espejo omitiera que esa
figura erguida con la que se identifica está sostenida por los brazos del otro).
Otra importante consecuencia será el transitivismo, es decir, la confusión permanente del yo con
la imagen del otro.
3. La imagen conservará siempre su alteridad, por lo cual el sujeto necesitará permanentemente el
reconocimiento del Otro que le diga lo que él es.
4. El yo es entonces una función de desconocimiento de aquello que lo determina. El sujeto «hace
como» si fuera esa imagen, para lo cual debe negar que esa imagen es del otro.
5. Las relaciones con el semejante, el que puede ocupar el lugar de la imagen, serían de una
inestabilidad permanente, si no fuera por la existencia de otra instancia en el psiquismo,
denominada «Ideal del yo». Por el momento, la definiremos como el conjunto de emblemas del
Otro (en el sentido de aquellas marcas que sitúan a un sujeto como perteneciendo a determinada
clase, como por ejemplo las jinetas militares). Es el lugar desde donde el sujeto es mirado, desde
donde se le dice cómo debe ser para alcanzar esa imagen de perfección narcisista que
denominamos «yo ideal».

Para Lacan entonces, el registro Imaginario tiene características propias muy definidas:
1: El Imaginario se apoya en el señuelo, en lo observable, en las imágenes, teniendo en cuenta lo
que ya anteriormente comentamos sobre éstas: que son por definición bidimensionales, sin
textura ni accidentes y que su función primordial es obturar lo hueco, lo que falta, es decir, lo que
lo Simbólico ha producido (Por esto decimos que la función del yo es el desconocimiento de la
falta. Desde lo imaginario hablamos de completitud). Esto les da su carácter de ilusorias.
2: La función de lo Imaginario entonces, es brindar una completud aparente e ilusoria.
3: Se basa en una idea de totalidad, síntesis y autonomía
4: Imaginario implica isomorfismo, semejanza y relaciones –si puede sostenerse tal cosa -
intercambiables entre el sujeto y el semejante. En este registro se habla del otro –con minúscula-
porque es el otro semejante – alter ego-, que se representa como: a-a’.
5: Supone asimismo alienación, seducción, fascinación, desconocimiento y engaño.
6: Lo Imaginario, por la agresividad que implica la relación con el semejante, conlleva rivalidad
mortal (existe un solo lugar)
7: El Imaginario supone una relación dual. Pero, está siempre recubierto y establecido por el
registro Simbólico –que es triádico- y sólo es descifrable en tanto se lo traduzca en significantes (El
registro simbólico preexiste al registro imaginario. La primera alienación es simbólica, en tanto,
somos tomados por el Otro – Gran Otro- y bañados en lenguaje. Nos hablan antes de nacer.)
8: El Imaginario integra una tríada con el Simbólico y el Real.
Registro simbólico

La primera alienación es simbólica, ya que somos tomados por el mundo de la cultura antes de
nacer. Nos hablan, nos colocan expectativas, nos alienan. Esto es debido al estado prematuro en
que nace la cría humana, necesitando de Otro para poder sobrevivir. Otro que escribiremos con
mayúscula, como Gran Otro o como A. En un primer momento, es la función materna que nos
abraza y nos permite la vida al tomarnos en su deseo. Es el deseo de Otro el que posibilita la vida.

La insistencia Significante, el campo del Otro, la estructura.

Lacan deja claro que su propia concepción del orden simbólico debe mucho a la obra
antropológica de Claude Lévi-Strauss. En particular, él toma de Lévi-Strauss la idea de que el
mundo social está estructurado según leyes que regulan interacciones como las relaciones de
parentesco y el cambio de mujeres o regalos.

Para Lacan, en cambio, lo simbólico se caracteriza precisamente por la ausencia de una relación
fija entre significante y significado. No hay complementariedad entre significante y significado,
entre sujeto y objeto.

Lo simbólico es esencialmente una dimensión lingüística, dado que la forma básica de intercambio
es la comunicación (el “intercambio de palabras”).

Por otro lado, los conceptos de ley y estructura son impensables sin el lenguaje, que modela el
pensamiento mediante un sistema de diferencias.

Pero Lacan no equipara totalmente el orden simbólico con el lenguaje; este también involucra las
dimensiones de lo imaginario y lo real. La dimensión simbólica del lenguaje, sí, es la del
significante; en ella, los elementos no tienen existencia “positiva”, sino que están constituidos
“negativamente”, por sus recíprocas diferencias (cada uno es lo que el otro no es). Los
significantes son pura diferencia, es decir, un significante nada vale por sí mismo, sino en su
articulación con otros significantes (por ello decimos que tiene un valor relacional).

Lo simbólico es el ámbito de la alteridad radical que Lacan menciona como Otro. El inconsciente,
que es precisamente el discurso de este Otro, pertenece al orden simbólico. El inconsciente está
estructurado como un lenguaje, y las leyes que lo rigen son la metáfora (condensación, según
Freud) y la metonimia (desplazamiento, según Freud).

Dice Lacan que solamente si trabaja en el orden simbólico el analista puede producir cambios
significativos en la posición subjetiva del paciente; seguramente, estos cambios generarán
también efectos imaginarios, pero porque lo imaginario está estructurado por lo simbólico: el
orden simbólico es el determinante de la subjetividad, y el reino imaginario de las imágenes y las
apariencias (siempre engañosas) es solo un efecto de lo simbólico.

Lo simbólico apacigua la angustia (pertenece al registro de lo Real), en tanto, da cuenta de un


límite, de una estructura tríadica. Lo simbólico posibilita poner en palabras la angustia, y de este
modo se puede aliviar. Siempre debemos tener en cuenta que es imposible decir todo, poner todo
en palabras (por ello, en el registro simbólico también hay falta).

Lo simbólico cava un surco en lo real –introduce un corte en lo real. Toma al organismo y lo aliena
al campo del Otro, al mundo de la cultura. De allí que perdemos la necesidad – necesidad
biológica, no existe biología en estado puro, y por ende, tampoco tenemos instinto-, dado que
Otro transforma nuestro grito en un llamado – pone en palabras nuestro grito, transforma la
necesidad biológica en necesidad lógica-, es decir, en demanda.

Lo simbólico no logra apresar todo, queda un resto que no es atrapado por lo simbólico.

Registro Real:

Registro en el que no hay palabras.

Objeto petit a: Das Ding. La cosa muda, un agujero, la nada. La falta estructural.

El objeto a es el objeto causa del deseo (es decir, gracias a que existe una falta estructural, nos
movilizamos en la búsqueda –metonimia- de que aquello que venga a completarnos – algo que
nunca vamos a encontrar, pero que el sujeto jamás pierde como ilusión).

Lo relacionamos con la angustia (lo real es el objeto de la angustia), con aquello que sentimos a
nivel del organismo. Es el agujero que bordean las zonas erógenas del cuerpo.

Fragmento del libro del Tao (XI) que nos aclara la importancia el agujero (hueco, falta):

Treinta radios convergen en el centro de una rueda,


pero es su vacío
lo que hace útil al carro.

Se moldea la arcilla para hacer la vasija,


pero de su vacío
depende el uso de la vasija.

Se horadan puertas y ventanas en los muros de una casa,


y es el vacío
lo que permite habitarla.

“Leyendo el seminario, nos encontramos con dos capítulos para pensar das Ding, La Cosa. No
cualquier cosa, Sache, sino la Cosa. Para entender mejor esta diferencia entre das Ding y Sache
leímos la conferencia de Heidegger llamada “La Cosa”. (Conferencias y Artículos, Martín
Heidegger). En dicha conferencia Heidegger habla de un vacío consistente; usa la metáfora de la
vasija, lo que hay dentro de la vasija es vacío. No es lo mismo “nada” como vacío, que no ser nada.
Dicho vacío señala la falta. Como dice Macedonio Fernández “La nada nada es y no es la nada, sino
sería.” Das Ding sería algo así como ese objeto añorado que nunca se tuvo, por el que se sufre, que
no estuvo jamás en ningún lado. Tal vez sólo se pueda bordearlo. Ese vacío es, nos confronta con
la falta en ser. Podemos bordear das Ding, como la vasija bordea el vacío. Lacan al principio lo
remite a la madre, luego como objeto causa, finalmente como objeto a.” (Patricia Gorocito)

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