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CURSO FUNDAMENTOS DE ANTROPOLOGÍA

FCE1100
Versión 1.0
Actualización 30/01/2020

Semana 1: Antropología y ética. Una invitación para pensar al ser humano

“Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada”.

Goethe

Conceptos claves: filosofía, antropología, ética, ser humano, sentido de la vida.

1. Las preguntas fundamentales de la vida

Los seres humanos tenemos la capacidad de asombro, que aparece desde nuestra
infancia, surge cuando percibimos algo que nos conmueve, que pone en movimiento
nuestra inteligencia y nos incita a preguntar el porqué de las cosas; basta con observar a los
niños quienes constantemente realizan preguntas, pues desean comprender todo aquello
que les rodea. ¿Qué experiencias te han provocado este sentimiento de admiración alguna
vez? Quizás la perfección de un atardecer, la belleza de los animales, el enamorarte u
observar el rostro inocente y tierno de un recién nacido. La belleza presente en el mundo o
en diversas vivencias, perfecciona nuestra naturaleza, pues nos invita a hacer una pausa
entre nuestros ajetreados quehaceres, para dejarnos conmover y asombrar por la realidad.
Este curso de antropología filosófica es una invitación a reflexionar la naturaleza humana,
preguntándonos por nuestras características más esenciales, para poder así comprender un
poco más la riqueza y complejidad de la persona.

La palabra filosofía proviene de dos términos griegos, filo que significa amor y sofía
que significa saber, de esta manera, la filosofía es el amor al saber, un dejarse cautivar por
la experiencia humana del asombro, para pensar la naturaleza de todo cuanto nos rodea y
de nuestra propia existencia, pues como dice Aristóteles1 : “Todos los seres humanos
desean por naturaleza saber2”. Durante nuestra vida nos realizamos preguntas filosóficas,
por ejemplo, cuando nos enamoramos y deseamos comprender qué significa el amor o
cuando sufrimos la pérdida de un ser querido y nos preguntamos: “¿Existe vida después de

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Filósofo griego nació en el 384 a.C. Discípulo de Platón, realiza estudios de anatomía, medicina, lógica,
zoología, política, ética, entre otros saberes. Su conocimiento se ha destacado en varias disciplinas, sus
estudios de ética han fundamentado numerosas investigaciones en torno a temáticas actuales como: bioética,
ética y medioambiente, bien común, política, etc.
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Aristóteles, Metafísica. Gredos, Madrid, 1994, 980 a.

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la muerte?” Así sucedió en la Antigua Grecia cuando los primeros filósofos comenzaron a
cuestionar aquello que parecía evidente, desafiaron la cultura y las creencias que reinaban
en aquellos siglos, para explicar la realidad por medio de la razón y no a través del mito.
Desde sus orígenes la filosofía ha formulado preguntas como: “cuál es el origen del
universo?”, “¿qué es el bien?”, “¿cuál es la mejor forma de gobierno?”, entre otras
interrogantes que nacen a partir del interés por comprender y otorgarle un sentido a
nuestra vida. De este modo, la filosofía es una disciplina que se hace preguntas y que busca
el conocimiento verdadero. Como forma de buscar ese saber, desde la Antigüedad ha sido
considerada una ciencia. No en el sentido de las ciencias empíricas, es decir, comprobables
a partir de la experiencia, como por ejemplo la química o la biología, sino en tanto saber
que busca responder a las preguntas fundamentales del mundo y del ser humano por medio
de argumentos lógicos y bien fundados.

Dentro de la filosofía existe una disciplina que recibe el nombre de antropología,


palabra que está compuesta de dos conceptos de origen griego. Por un lado, tenemos
anthropos, que significa “hombre, ser humano”; y por otra tenemos logos, que significa
“estudio o saber.” Esta disciplina busca comprender lo esencial del ser humano, a saber, la
naturaleza humana a través de preguntas fundamentales como: “¿Quién es el ser
humano?”, “¿quién soy yo?”, “¿cómo puedo llegar a ser feliz?”, “¿es la muerte la última
palabra?”. La antropología no es un conocimiento cualquiera, su saber no debe ser
confundido con las simples opiniones que no tienen la misma validez que un saber reflexivo
y racional. Los filósofos griegos que dieron origen a las primeras preguntas filosóficas
distinguieron con claridad entre un saber verdadero y una opinión. La opinión se caracteriza
por estar fundada en experiencias personales, factores culturales, psicológicos y
emocionales que no siempre son acertados ni describen el mundo de manera real, por
ejemplo: al observar un día lluvioso, afirmar que el clima está agradable o establecer que
una película es mala sin desarrollar argumentos técnicos, etc. Ahora bien, ¿qué pasa cuando
alguien tiene una opinión formada e informada? En ese caso deja de ser una opinión y pasa
a ser una verdad, un saber verdadero que busca describir de forma exacta la manera cómo
es el mundo y cómo funciona, con base en observaciones y reflexiones.

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A lo largo de este curso nos sumergiremos en la antropología filosófica, para


reflexionar en torno a las dimensiones esenciales de la naturaleza humana, esto es, estudiar
a la persona en su globalidad, y no de manera parcial o específica como lo realiza la
medicina, la psicología o la sociología, ya que ninguna de estas ciencias particulares aborda
al ser humano en todas sus dimensiones y características. Junto con esto, es necesario
aclarar por qué es importante estudiar antropología. Puede ser muy interesante y
enriquecedor, pero te debes estar preguntando: “¿qué aporta en mi vida de estudiante de
una carrera técnica o profesional saber y conocer estas ideas filosóficas?”. Las temáticas
que estudiaremos probablemente no estén directamente conectadas con tu carrera, pero
están conectadas con algo mucho más importante: tu vida personal. Los filósofos griegos
descubrieron una idea que ha sido influyente en toda la historia del pensamiento
occidental: la naturaleza de un objeto, es decir, sus características más esenciales, me
permiten comprender el sentido de su existencia. Así, si no conozco quién soy, difícilmente
voy a poder darle un buen sentido a mi vida y comprender mi existencia. Por ejemplo, para
elegir qué carrera estudiar, debiste pensar en tus aptitudes, debilidades, gustos y deseos,
esto es, en alguna medida conocerte a ti mismo para decidir una profesión que ejercerás a
lo largo de tu vida. Esto es lo que nos dice la antropología: en la medida en que me
comprendo como ser humano y entiendo lo que eso significa, voy a poder trazar un mejor
camino para mi vida, darle un sentido y una dirección. De esta manera, desde la
antropología estudiaremos al ser humano en la unidad y globalidad de su existir,
profundizando en el conocimiento de nuestras propias características, para poder así
orientar nuestras vidas hacia la felicidad.

2. Tomar en serio la construcción de un mundo más humano: Ética, bien y felicidad

En el apartado anterior definimos el objeto de estudio de la antropología, esto es, el


ser humano. A partir de este saber podemos reflexionar en torno a la pregunta: “¿qué es el
ser humano?”, para conocer así sus características esenciales. Sin embargo, una vez
planteada la cuestión de la naturaleza humana surge la duda en torno a su actuar: “¿qué es
razonable desear como fin último para la vida humana?”, “¿qué tipo de persona es justo
ser?”, “¿qué tipo de vida quiero vivir?”. Esta clase de preguntas guían el camino de la ética,

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un saber que se presenta como brújula para orientar nuestro actuar, para pensar en la
naturaleza de nuestros actos y encaminar así nuestra vida hacia el bien y la felicidad.
Etimológicamente, ética es una palabra que proviene del griego ethos que significa
costumbre, hábito o carácter y logos que significa estudio o saber. De este modo, la ética
es el estudio de las acciones que dan forma a nuestras costumbres, un estudio racional y
sistemático que se apoya en razones y no en opiniones subjetivas o culturales, para
ayudarnos a determinar qué es mejor hacer en cada caso, para así actuar conforme al bien.

En teoría, casi todas las personas estarían dispuestas a admitir que es preferible
tener un comportamiento éticamente bueno. Sin embargo, en el día a día se nos presentan
numerosas situaciones en las que esta convicción tiende a debilitarse. Pensemos, por
ejemplo, en los diversos casos de colusión que en los últimos años han salido a la luz pública,
en la exaltación del placer inmediato y de los bienes materiales como único camino hacia la
felicidad. Dichas características han llevado a varios pensadores modernos a calificar a la
sociedad actual como una cultura hedonista. Pero ¿Qué significa esto? El concepto
hedonismo surge en la Antigua Grecia y es una forma de entender el bien exclusivamente
en relación con el placer inmediato. Quizás más de una vez hemos actuado de forma
hedonista, al seguir nuestros impulsos para obtener un placer aparentemente bueno. Por
ejemplo, comer o tomar alcohol de forma desmedida, comprar de manera compulsiva,
llegar siempre tarde a clases con tal de dormir 5 minutos más, pasar a llevar a mis
compañeros con tal de conseguir mi propio bien, etc. El hedonismo puede llevar a buscar
el placer por el placer mismo, resaltando el goce sensible-físico- que es más inmediato,
olvidando el placer espiritual o intelectual; destacando solo la belleza física, prefiriendo la
comida en exceso, las drogas u otros vicios, en lugar de una vida en la que nos desarrollemos
integralmente.

Frente a estas características que podemos observar en nuestro día a día, resulta
necesario pensar qué deseos mueven nuestras acciones, qué cosas nos parecen buenas y
malas, para finalmente plantearnos qué entendemos por felicidad. En un primer momento,
quizás hayamos asociado la felicidad con objetos materiales, con el mejor celular, la
zapatilla más cara o los mejores lugares para “carretear”. Pero en la medida que avanzamos

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en nuestra reflexión ética y antropológica, podemos comprender que la felicidad no


depende de objetos materiales, ni es un estado de ánimo, sino un fin que envuelve toda
nuestra vida.

Hemos establecido algunas formas incorrectas de entender la felicidad, pero ¿qué


es entonces? Como afirmamos anteriormente no consiste en un fugaz placer, tampoco es
un objeto o metas futuras que cuando se consiguen solo producen una momentánea
satisfacción. Para Aristóteles la felicidad o autorrealización es parte de la vida entera y no
de episodios aislados o de esperanzas futuras, sino que es el mantenernos abiertos al
ejercicio y desarrollo de todas nuestras dimensiones personales, esto es, aspirar a una vida
completa y plena. En el transcurso de la asignatura volveremos a reflexionar en torno a la
plenitud, analizando concepciones erróneas de felicidad y pensando en cómo dirigir nuestra
voluntad hacia la elección de un verdadero bien.

Una vez aclarada la definición de ética, quizás te preguntas ¿cómo se relaciona esta
ciencia con tu futura profesión? En el transcurso de la formación recibimos una serie de
contenidos técnicos propios de cada carrera, pero también asignaturas que apuntan a una
formación integral. En efecto, para resolver ciertas situaciones, ya sean en el ámbito
personal o profesional, se requieren una serie de criterios que van más allá de lo
estrictamente técnico, pues la realidad de la persona y de la profesión exigen analizar las
problemáticas desde varias perspectivas. Por ejemplo, cuando tengas que dirigir un grupo
de profesionales y te enfrentes a la necesidad de contratar a un trabajador, no solo medirás
sus capacidades técnicas, sino también personales; no solo te interesará que sea capaz de
manipular bien un instrumento o una máquina, sino también si es responsable, honesto o
si sabe o no tomar buenas decisiones. Estos aspectos pertenecen al ámbito ético y de la
formación personal, cuestión cada vez más relevante, por ejemplo, en los procesos de
postulación a los trabajos. Pero no solo está en juego la vida profesional, sino toda la vida
de la persona. Entonces, a primera vista, aparece un desafío: ¿cómo orientar la conducta
humana y bajo qué criterios tomar buenas decisiones? Es aquí donde surge la necesidad de
la ética. Desde la antropología podemos reflexionar respecto a nuestra naturaleza, es decir,
nuestras características más esenciales, pero también resulta necesario pensar en nuestras

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acciones, para discernir si estas nos acercan o nos alejan de la felicidad. De este modo, la
ética también ejerce un papel protagónico, entendiéndola como una ciencia práctica, ya
que nos ayuda a orientar nuestras acciones hacia el bien. ¿Por qué? Porque es una
necesidad vital del ser humano, pues somos seres inteligentes. No nos gobiernan nuestros
instintos; somos libres y estamos obligados a escoger3.

En síntesis, en esta primera clase establecimos la importancia de conocerse a sí


mismo, de profundizar en nuestras características esenciales y orientar correctamente
nuestras acciones. En las próximas clases, de la mano de la antropología abordaremos
temas como: el amor, la libertad, la felicidad, el bien común, entre otras cuestiones, tan
importantes para vivir plenamente, pues en la educación es esencial la reflexión ética sobre
el ser humano.

3
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética Razonada, Palabra, Madrid, 2010, p. 13.

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Semana 2: El ser humano: una unidad


“Cuidad del cuerpo con fidelidad inalterable. El alma debe ver sólo a través de estos ojos y si

están borrosos, todo el mundo se nubla”.

Goethe

Conceptos claves: animal racional, unidad, cuerpo, alma, dignidad.

1. La complejidad de lo humano

La clase anterior definimos dos conceptos centrales que guían el camino de nuestro
curso: en primer lugar, establecimos que la antropología es el estudio del ser humano desde
una visión unitaria; mientras que, en segundo lugar, vimos que la ética es la ciencia práctica
que analiza las acciones humanas para orientarlas hacia el bien y la felicidad. Ahora,
debemos centrarnos en pensar la naturaleza humana, es decir, aquello que nos hace ser lo
que somos, ese conjunto de características que pertenece a todos los seres humanos.
Distintos pensadores a lo largo de la historia han calificado la naturaleza humana como
compleja y diversa, somos capaces de tomar elecciones libres, como por ejemplo qué
estudiar, con quienes formar una relación de amistad o amorosa, una multiplicidad de
decisiones que nos pueden ayudar a crecer y perfeccionarnos como personas. Pero
también somos seres vulnerables y dependientes desde el nacimiento hasta el fin de
nuestra existencia. Por ejemplo, durante toda nuestra vida, necesitamos el apoyo y cuidado
de nuestros seres queridos, cuestión que se hace más evidente en las vivencias dolorosas;
sin embargo, también deseamos compartir con otros nuestra felicidad.

El ser humano está formado por diversas dimensiones que componen su naturaleza.
Por ejemplo, a la hora de preparar un examen quizás te sientes cansado, pues conjugas el
trabajo con los estudios o porque el fin de semestre siempre implica una dedicación mayor.
Quizás tu primer impulso sea postergar los deberes, salir de fiesta para poder distraerte,
pero tal vez tras reflexionar, optarás por preparar con tiempo los exámenes, pues sabes que
es la última etapa antes de cerrar el semestre y llegar al esperado descanso. En este ejemplo

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cotidiano vemos cómo somos a la vez seres humanos sintientes y pensantes, que nuestra
interioridad está compuesta de deseos y pensamientos que nos mueven a actuar.

A lo largo de nuestra vida nos experimentamos como seres con inclinaciones y


tendencias, pero también como sujetos pensantes capaces de decidir libremente qué
queremos hacer. Esta experiencia se refleja en la definición que Aristóteles realiza de ser
humano, afirmando que es un animal racional. Esta definición comprende al ser humano
como una unidad de dos mundos: el mundo animal, instintivo e irracional; y el mundo de lo
racional, libre y voluntario. Si bien existen distintas corrientes filosóficas que han
profundizado en la naturaleza humana, como, por ejemplo: el materialismo, el idealismo y
el mecanicismo1, entre otras. En este curso analizaremos la definición aristotélica de ser
humano, una concepción realista de nuestra naturaleza, que afirma que somos una unidad
de dos dimensiones que no pueden entenderse de forma separada, esto es, nuestra
dimensión material y nuestra dimensión racional. El sujeto desde su dimensión corporal
posee distintas inclinaciones o tendencias que muchas veces se oponen con su razón, pero
la corporeidad y la espiritualidad impregnan totalmente el modo de nuestro ser, ambas
dimensiones se encuentran presentes, de modo unitario, en todas nuestras actividades.

En primer lugar, reflexionaremos en torno a la naturaleza de nuestra corporeidad. Por


ejemplo, podemos preguntarnos: ¿qué características esenciales posee nuestra dimensión
corporal?, ¿compartimos algunas de estas características con otros seres vivos? En general,
en la vida corporal de todos los seres vivos, observamos que existen distintos tipos de ciclos
de vida, como por ejemplo vegetativos y sensitivos. La vida vegetativa la tenemos en común
con las plantas, asimilamos nutrientes que nos permiten crecer y desarrollarnos, seguir un
ciclo natural. A su vez, la vida sensitiva parecida a la de los animales, nos permite percibir

1
A grandes rasgos, podemos decir que el materialismo sólo concede realidad a la materia,
analizando la actividad psicológica del ser humano solo desde sus procesos fisiológicos. Por
otro lado, el mecanicismo reduce lo biológico a lo físico, lo orgánico a lo mecánico. Tiene
una explicación mecánica de los seres vivos y de los procesos biológicos y psicológicos.
Mientras que, el idealismo platónico, por ejemplo, afirma que lo verdaderamente real es la
idea. Cfr. Ayllón, José Ramón. Antropología filosófica, Editorial Planeta, Barcelona, 2011,
págs. 276- 283.
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el mundo a través de los sentidos, pero esta realidad se perfecciona cuando el ser humano
por medio de su razón logra ir más allá de sus instintos y sentidos, consiguiendo la
conciencia y la libertad de su propio actuar. Pensemos en la necesidad orgánica de
alimentarnos, esto es algo que compartimos con los animales, sin embargo, por medio de
nuestra inteligencia podemos elevar este instinto biológico y satisfacerlo a través de
diversas preparaciones gastronómicas o por ejemplo podemos perfeccionar el lenguaje a
través de la belleza literaria y transformar la palabra en poesía.

El cuerpo humano está hecho para que el sujeto pueda manifestar su mundo interior,
su pensamiento, su lenguaje, su conocimiento y su espiritualidad. Ese mundo interior que
posee el ser humano es único en cada individuo. Aunque se manifiesta de manera similar
en todos nosotros, cada uno vive y entiende el mundo de manera diferente. Es nuestra
interioridad la que nos hace específicamente personas. Si comprendemos, como lo hemos
mencionado, que el cuerpo humano permite la expresión del mundo interior, él adquiere
un valor particular y especial. En tanto es la única vía para manifestar exteriormente nuestra
interioridad, el cuerpo posee una dignidad única. El cuerpo, entonces, no debe ser
descartado como una dimensión bestial e instintiva. Tampoco es simplemente un
instrumento para alcanzar otras cosas. Con nuestro cuerpo nos comunicamos,
desarrollamos nuestras funciones que nos permiten seguir vivos y desplegamos nuestro
ámbito racional, como el amor y la dedicación por otras personas. Por ello, la dignidad
propia del cuerpo debe ser cuidada. Quien descuida su cuerpo o lo trata con desprecio, lo
único que consigue es dañarse a sí mismo. La actividad física, la alimentación sana, las
apropiadas horas de sueño y cualquier cuidado a nuestra dimensión corporal no se entiende
sólo como una cuestión de vanidad, sino como una comprensión profunda y acabada de
nuestra propia naturaleza humana.

De este modo, es importante cultivar el cuidado del cuerpo y a su vez el de nuestra


interioridad. ¿Cómo crees tú qué es posible propiciar el cuidado de estas dos dimensiones?,
¿crees que en un mundo tan ocupado como el de hoy queda tiempo para estas

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problemáticas? Sócrates2 creía que el “conocerse a sí mismo” o el intentar comprender


nuestra interioridad es una condición para el cuidado de nuestro ser, ya que entendiendo
qué es lo que se va a cuidar, podemos procurar una vida buena y feliz.

El principio vital del ser humano

Una de las inquietudes fundamentales de la Antropología, a lo largo de la historia, ha


sido la pregunta por el alma. Aristóteles también se preguntó “¿qué es aquello que da
movimiento a todas las cosas vivas?”. Sabemos que hace siglos los filósofos sostuvieron que
había algo llamado alma que guardaba relación con la vida. Pero ¿cómo podemos definirla?
Una de las definiciones que nos parece importante rescatar es la del mismo Aristóteles,
quien afirma que el alma es un “principio inmaterial que vivifica el cuerpo”, mas, ¿qué
significa esto? Analicemos esta definición a continuación.

En filosofía, un “principio” es algo que constituye a una cosa. Si el alma es parte


constitutiva de un ser, se dice que es su principio. El cuerpo es también constituyente del
ser humano, por lo que el cuerpo es también un principio de la persona. De hecho, cuerpo
y alma unidos son los principios que explican nuestra constitución. No somos solo cuerpo o
solo alma, sino una unión de ambos.

Por su particularidad y complejidad, el alma humana posee ciertas características o


notas esenciales que la hacen la más especial y elevada de todas; una de ellas es su
inmaterialidad. El concepto “inmaterial” hace referencia a aquello que no posee materia,
pero que de igual forma existe. Si es aquello que da vida al cuerpo, no puede ser una parte
del cuerpo ni estar en él. Debe superar la materialidad y no depender de ella. Por ello es
que se afirma que es un principio “inmaterial”. Finalmente, se dice que “vivifica al cuerpo”,
ya que el cuerpo por sí mismo no vive ni se mueve, necesita de ese principio inmaterial para
poder vivir. Por ello el alma se considera como aquello que le da vida a la dimensión

2
Sócrates, filósofo griego, nace en Atenas hacia el año 470 a.C. Controvertido y crítico asume en su
filosofía una máxima escrita en el templo del dios Apolo: conócete a ti mismo. Para este filósofo,
una de las cuestiones más importantes para el ser humano es saber qué hacer para alcanzar la
felicidad. Para eso, según él, debemos profundizar en la naturaleza humana, en aquellas cosas que
nos son más características y esenciales.

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corporal. De este modo, el alma humana es inmaterial, pues el origen de la vida debe estar
más allá de la materia. Una de las actividades más propias de la naturaleza humana es la
capacidad de pensar, y está ligada al alma. ¿Cuál es el resultado del acto de pensar? Es claro:
los pensamientos. ¿Has visto alguna vez un pensamiento? ¿Has podido tocarlo, sentirlo,
olerlo? Nadie lo ha hecho en la historia de la humanidad, pues los pensamientos son
inmateriales, al igual que los números y el amor. Si el resultado de la obra de pensar es
inmaterial, también debe serlo aquello que piensa, y puesto que hemos dicho que el alma
es aquello que lleva a cabo el acto de pensar, el alma ha de ser inmaterial.

La segunda nota esencial del alma humana tiene que ver con su inmortalidad, a veces
también llamada subsistencia. El alma, siendo inmaterial, no obedece a los mismos
parámetros que los cuerpos. Son los cuerpos los que tienen una vida orgánica, ya que el
alma no tiene un cuerpo, parece ilógico pensar que esta muera. Dado que la muerte es el
fin de la vida natural, en la cual el cuerpo se corrompe (deja de ser lo que es), y puesto que
el alma no puede corromperse porque no tiene materia, podemos concluir que el alma no
muere. Por su propia naturaleza, el alma trasciende la realidad corporal del ser humano y
no deja de existir cuando su vida natural acaba.

En esta clase hemos reflexionado en torno a la naturaleza humana entendiéndola como


una unidad de cuerpo y alma, constitución que da cuenta de la complejidad y la riqueza de
nuestro existir.

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SEMANA 3: La inteligencia humana y el conocimiento de la verdad


“Cuando observo los curiosos hábitos del hombre, le confieso, amigo mío, que me quedo intrigado”

Ezra Pound

Conceptos claves: conocimiento humano, inteligencia, verdad

1. Las facultades superiores humanas: La inteligencia

En la clase anterior iniciamos nuestro estudio del ser humano, comprendiéndolo desde
una unidad de dos dimensiones, a saber, su dimensión material y racional. Si contemplamos
la naturaleza, nos daremos cuenta de que todos los seres vivos son capaces de adaptarse,
resolver problemas y desenvolverse ante distintas situaciones. Parecería que todos son, de
una manera u otra, inteligentes. Al observar a los animales más desarrollados, nos
percataremos que tienen habilidades admirables, y que muchas veces somos nosotros
quienes los imitamos a ellos para desarrollar nuestra tecnología o avanzar en distintos
aspectos: el vuelo de las aves, los paneles de las abejas, los sistemas de comunicación de
los mamíferos marinos, la organización de las hormigas, etc. Sin embargo, esa capacidad
que poseen, también llamada “inteligencia inconsciente”, es radicalmente distinta a la
nuestra. En primer lugar, la inteligencia de los animales nace de su instinto, no es una
facultad de la cual ellos sean conscientes (de allí su nombre); les permite sobrevivir y no
extinguirse. En segundo lugar, la inteligencia que poseen los animales es de carácter
práctica, está orientada al obrar, sin que haya detrás de ella un carácter reflexivo. Por otra
parte, nuestra inteligencia apunta a algo mucho más elevado, por encima de la mera
supervivencia, como por ejemplo al conocimiento de la verdad. ¿Qué crees tú? ¿Es posible
sostener que el ser humano puede conocer la verdad?

En la sociedad actual posee mucha fuerza e influencia el “relativismo”, pensamiento


que afirma que no existe la verdad, y que si existiese no sería posible que los seres humanos
la conocieran, ya que solo existen opiniones, sin que sea más válida una opinión que otra.
Quizás cuando hablamos de “verdad”, pensemos en grandes certezas que respondan a
algunas interrogantes de la mente humana, como, por ejemplo: el origen del universo, la
existencia de Dios, las causas profundas de un cambio en la humanidad, etc. Sin embargo,
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siguiendo la filosofía aristotélica, nos daremos cuenta que el asunto es más simple de lo que
parece.

Supongamos que en este momento te encuentras sentado leyendo este texto. Si yo digo
“el alumno se encuentra sentado leyendo el texto de Antropología” estarás de acuerdo de
que en este caso es una verdad. Todos los días, a cada minuto, decimos múltiples verdades.
Pero surge aquí una pregunta fundamental: ¿qué es la verdad? Una verdad es una
aseveración que describe adecuadamente la realidad. Si alguien dice “Duoc UC es una
institución de educación superior” está describiendo adecuadamente la realidad, por lo
tanto, esa afirmación constituye una verdad. Vemos, entonces, que conocer las verdades
de la realidad no es algo imposible, muy por el contrario, lo hacemos constantemente y
cualquiera puede llevar a cabo tal obra. Si no pudiésemos conocer verdaderamente,
habríamos desaparecido como especie hace mucho tiempo, pues nos sería imposible
distinguir, por ejemplo, los alimentos dañinos de los que son beneficiosos o comunicarnos
entre nosotros de la manera en que lo hacemos. Así, podemos afirmar que la inteligencia
tiene como obra propia el conocer y como objeto propio el conocimiento verdadero.

2. Las características del conocimiento humano

Ya hemos establecido que los seres humanos podemos alcanzar un conocimiento


verdadero, pero, ¿qué características tiene este conocimiento? ¿cómo sabemos que es
propio de la naturaleza humana buscar la verdad? Por nuestra experiencia nos damos
cuenta que en un primer momento percibimos las cosas por medio de los sentidos.
Conocemos el mundo a través de nuestras sensaciones, pero más allá de percibir una cosa
podemos preguntarnos qué es ese algo. El mundo nos produce curiosidad y aquello que
conocemos por medio de la sensación busca ser comprendido también por nuestro
intelecto. El ser humano posee en su naturaleza el requerimiento irrenunciable de conocer,
un claro ejemplo de esto es que rechazamos y nos duele ser engañados y ansiamos
encontrar la verdad y la certeza, para que el mundo se nos vuelva más amable y conocido.
Así, buscamos conocer la verdad, por ejemplo, perfeccionando lo que percibimos por la
experiencia sensible -sentidos- para formar ideas, juicios y razonamientos que nos permitan

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comprender mejor la naturaleza humana y nuestra realidad.

La antropología se pregunta por la naturaleza de nuestro conocimiento y establece que


esta facultad intelectual busca captar lo esencial y universal de las cosas. En primer lugar,
pensemos ¿qué es lo que ocurre cuando conozco algo? Cuando conocemos captamos los
rasgos más importantes o esenciales de las cosas y los guardamos en nuestra inteligencia,
esta operación recibe el nombre de abstracción. Abstraer significa “poner aparte” o
“separar”; por tanto, diremos que el conocimiento que poseen y adquieren los seres
humanos es abstracto. Cuando estoy frente a una manzana, capto con mis sentidos el color
rojo, la textura suave del exterior y el dulzor del sabor. Pero esa información que nos
entregan los sentidos queda “abstraída”, “separada” de la cosa y puedo llevar conmigo esa
información sin tener el objeto. Así, si alguien me pregunta por el sabor de las manzanas,
puedo describirlo y explicarlo sin necesidad de estar comiendo una. Esto es posible porque
el conocimiento humano es abstracto, me permite almacenar, recordar y reflexionar sobre
lo conocido. En segundo lugar, afirmamos que el conocimiento humano es inmaterial, esto
puede sonar algo extraño, pero analicémoslo. Hemos dicho anteriormente que el alma
humana es inmaterial, y que la capacidad de pensar “estando”, por así decirlo, en el alma,
es también inmaterial. Si quien conoce (el alma) es inmaterial y la capacidad que conoce (la
inteligencia) es inmaterial, es también inmaterial el resultado de dicha operación, esto es,
el conocimiento.

Finalmente, pensemos ¿cómo adquirimos un conocimiento? Este proceso comienza con


la percepción sensorial. Sigamos el ejemplo de la manzana: lo primero que sucede es que
mis sentidos captan las cualidades de la manzana: el rojo, la suavidad, la dulzura, etc. Luego,
el sensorio común (facultad humana que recibe y organiza la información que obtenemos
a partir de nuestros sentidos) unifica toda esa información que nos permite percatarnos
que estamos ante una manzana. Es en este momento que nuestra inteligencia “abstrae”
(separa) las cualidades más importantes o esenciales que me permiten formar un concepto
o idea de una manzana en mi inteligencia. Cuando comparo ese concepto o idea con la
manzana que tengo frente a mí y soy capaz de dar una definición de manzana (fruto de
color rojo con forma redondeada, de sabor suave y dulce) puedo decir con confianza que
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mi concepto o idea mental es un conocimiento verdadero. Pues bien, vemos que el


resultado del proceso de conocer es un concepto. Ese concepto, siendo una abstracción y
de carácter inmaterial es también universal. ¿Qué quiere decir esto? Los conceptos que
obtenemos de la experiencia de conocer, se aplican a todos los casos que se nos presentan
a la inteligencia. Dicho de otro modo, el concepto o idea de manzana que poseo se aplica a
todas las manzanas. Cada vez que percibo unidos el rojo, la suavidad, el dulzor y la redondez,
puedo saber con certeza verdadera que se trata de una manzana.

3. La apertura del ser humano a la verdad: atrévete a saber

A lo largo de esta clase hemos indagado en una facultad superior humana, esta es, la
inteligencia, en la próxima clase analizaremos la segunda facultad superior, a saber, la
voluntad. Además, profundizamos en algunas características de nuestro conocimiento que
nos permite reflexionar acerca de la verdad de todo cuanto nos rodea. Hemos establecido
que es propio de la naturaleza humana sentir curiosidad, que la complejidad de lo real nos
provoca asombro y que a partir de ahí buscamos entender y otorgarle un sentido a nuestra
existencia. Cuando nos maravillamos ante la perfección de un atardecer o ante la
imponente imagen de una montaña, comprendemos que nuestra vida supera por mucho el
ajetreado mundo de quehaceres que nos ocupan día a día, tenemos una capacidad reflexiva
que nos permite conocernos para procurar realizar una vida buena y plena en sociedad. En
esto radica exactamente el valor de un saber antropológico: es una invitación a crear una
pausa en nuestro acelerado ritmo de vida, a dejar de enfocarnos por un momento en la
utilidad de las cosas materiales, para poner atención a nuestra intimidad, para así, después
de comprender profundamente nuestro ser, guiar a nuestra voluntad para actuar
correctamente, eligiendo aquello que nos hace realmente bien y nos permita vivir
plenamente con los demás.

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SEMANA 4: La voluntad, la búsqueda del bien y la felicidad

“La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo
que somos”

Henry Van Dyke.

Conceptos claves: voluntad, bien, felicidad, plenitud.

1. La voluntad humana y la búsqueda del bien

En la clase pasada estudiamos una de nuestras facultades superiores, a saber, la


inteligencia. En esta clase analizaremos la segunda facultad superior que es la voluntad.
Esta capacidad se refiere a los actos libres del ser humano, al ejercicio de su facultad
deliberativa, esto es, la capacidad de elegir un bien apropiado para cada situación. Todos
nosotros deseamos continuamente cosas, deseamos acceder a la educación superior,
terminar nuestra carrera, conseguir un buen trabajo, etc. Deseamos continuamente
cuestiones que percibimos como buenas. Por tanto, podemos afirmar que nuestra voluntad
posee un objeto propio, que es el bien, y una obra propia, que es desear y elegir los medios
para alcanzar eso que desea. ¿Qué significa que el objeto propio sea el bien? El ser humano
siempre actúa conforme al bien. Esta afirmación puede parecer algo extraña, ya que
constantemente vemos personas que no hacen el bien sino el mal. Para comprender esto
debemos hacer algunas aclaraciones.

Cuando el ser humano lleva a cabo cualquier acción, lo hace siempre bajo el
convencimiento que esa acción le traerá un beneficio o un bienestar, a corto o largo plazo.
A corto plazo, por ejemplo, está el comer para satisfacer el hambre, y a largo plazo tener un
título profesional, que implica invertir tiempo de estudio y preparación. Nadie actúa para
que le sucedan cosas malas. ¿Por qué entonces las personas hacen cosas malas? Esto puede
deberse a varios factores. Uno de ellos es buscar el aparente beneficio propio por sobre el
bien común de la sociedad. Así, por ejemplo, el ladrón considera superiores los beneficios

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materiales que obtendrá por sus actos criminales, que el daño que se causa a sí mismo o los
problemas que generará en las personas a quienes roba. Ahora bien, cuando la persona
desea y decide, debe hacerlo siempre en miras del bien no solo propio, sino del bien de
todos los que componen la sociedad. En unas clases más profundizaremos en esta idea
cuando hablemos de nuestra naturaleza social.

El segundo factor tiene que ver con la ignorancia. Por ejemplo ¿Cuántas veces
escogiste algo que parecía un bien, pero luego te das cuenta que tu elección no fue la
correcta? De seguro más de una vez, porque si la inteligencia no está bien educada y no le
permite a la persona distinguir el mejor bien y los mejores medios para alcanzar ese bien,
es probable que la persona cometa una acción que le cause problemas a sí misma o a
aquellos que la rodean. Por tanto, existen dos tipos de bienes: los reales y los aparentes.
Los reales, como su nombre lo dice, son cosas deseadas por la voluntad que son realmente
buenas. Los bienes aparentes, en cambio, se nos aparecen como buenos, pero en realidad
no lo son. Una persona que tiene hambre considera como bueno comerse un berlín, y en
realidad lo es, no hay nada de malo en ello. El problema es si esa persona es diabética. En
ese caso el berlín se le aparece como algo bueno, pero en realidad no lo es. Lo mismo pasa
cuando peleamos con un amigo: probablemente sentiremos que lo mejor es ignorarlo y
distanciarnos de él (bien aparente), cuando en realidad puede ser que lo mejor sea
conversar y superar las dificultades a través del diálogo (bien real). Así, cuando una persona
confunde estos dos tipos de bienes, puede actuar de manera que produzca un mal y no un
bien. Por eso es importante que la voluntad y la inteligencia actúen juntas.

El tercer factor tiene relación con la falta de fortaleza para hacer el bien cuando se
nos presentan dificultades. Supongamos que vamos caminando detrás de alguien a quien
se le cae dinero. Fácilmente podríamos guardarlo y utilizarlo para cubrir nuestros gastos.
Devolverlo requiere que la persona, junto con descubrir el bien real y pensar en el otro,
posea la fortaleza de carácter para hacer el bien, aunque sea difícil. Esta elección entre
hacer el bien solo para mí o pensar en los demás, aunque sea dificultoso existe, porque
somos seres libres y podemos decidir cómo actuar. Estas son algunas de las razones por las

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cuales, a pesar de que nuestra voluntad busca el bien, podemos llevar a cabo acciones
malas.

2. La felicidad o plenitud

Hemos dicho, entonces, que la voluntad tiene como obra propia el desear, y como
objeto propio lo bueno. Sin embargo, no queda claro aún bajo qué criterios debe decidir el
ser humano para poder hacer el bien. Para comprender este punto es necesario tener en
consideración que existen otros dos tipos de bienes en función de su utilidad y valor. Existen
bienes que son medios, y otros que son fines. Si pensamos en el dinero, por ejemplo,
podemos atestiguar que todos lo desean y anhelan poseerlo. Pero el dinero no es ni podrá
ser jamás un fin. El dinero es, por excelencia, un bien que funciona como medio. Nadie, en
su sano juicio, que tiene dinero lo desea por su propia existencia, como si tuviera un valor
intrínseco. Aquellos que desean dinero, lo desean por las cosas que podemos conseguir con
él. Digamos, por ejemplo, que queremos comprar una chaqueta. Los veinte mil pesos tienen
valor en cuanto me sirven para comprar la chaqueta. Y una vez que compro la chaqueta, no
la dejo guardada, sino que me doy cuenta que la chaqueta tiene valor en tanto me sirve
para abrigarme o para vestir de una manera que me represente. De esa forma, el dinero
que yo tenía era valioso como un medio para alcanzar un fin, que era el abrigo y la
supervivencia. Así, entonces, queda claro que son los fines los que le dan sentido a nuestras
decisiones y elecciones.

Aristóteles sostiene que la cadena de medios y fines no puede ser infinita, pues no
habría nada que le diera sentido a nuestras acciones. Pensemos el siguiente escenario:
cuando nos subimos a un taxi, lo primero que nos preguntan es a dónde vamos. Si no dices
nada, probablemente el conductor se inquietará, pues no sabe hacia dónde moverse. Si no
hay un destino, no hay forma de saber el recorrido que debe tomarse. En la vida de las
personas sucede lo mismo. Si no tenemos un fin en la vida, no sabremos cuáles son las
decisiones que tenemos que tomar, pues no tenemos una meta y sin meta no hay camino.

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Llegamos aquí a una pregunta fundamental en nuestro estudio: ¿cuál es el fin o meta de la
vida de los seres humanos?

Aunque la pregunta pareciera ser muy compleja y no tener respuesta, desde hace
milenios los filósofos la han respondido con una simpleza y profundidad maravillosa: el fin
de la vida humana es alcanzar la felicidad. Esto nos abre a una nueva pregunta: ¿cómo se
alcanza la felicidad? Algunos ponen su felicidad en cosas materiales; otros, en sus logros
profesionales; otros, en la estabilidad económica, etc. Los filósofos antiguos nos dicen que,
si bien tales cosas son necesarias, no constituyen la felicidad y no nos conducen,
automáticamente, a ser personas realizadas y felices. Para responder a la pregunta que nos
hemos planteado, hemos de entender un poco más el concepto de felicidad.

Otra palabra para referirse a la felicidad es la idea de plenitud. Algo está pleno
cuando está lleno, completo, desarrollado ampliamente. Así, podemos reformular la
pregunta inicial: ¿qué debemos hacer para estar completos y ser plenos? La forma de lograr
esa plenitud es desarrollando nuestra propia naturaleza humana. El ser humano se hace
más profundamente humano cuando hace aquello que le corresponde por sus cualidades y
facultades naturales. Si comprendemos las facultades superiores que estamos estudiando,
entendemos que la persona debe desarrollar su inteligencia y su voluntad, entre otras
dimensiones. Si los seres humanos buscan el conocimiento verdadero por la inteligencia y
actúan conforme a lo verdaderamente bueno por la voluntad, poco a poco se irán
desarrollando como personas y podrán alcanzar su plenitud, es decir, la completitud de su
naturaleza. De esa forma, lo que debemos hacer para ser felices es buscar la verdad y hacer
el bien, aquello es lo más propio de nuestro ser.

3. Concepciones erróneas de la felicidad

Hemos mencionado que algunos atribuyen su felicidad a la posesión de dinero, el


éxito laboral, el ostentar objetos lujosos, etc. Sin embargo, ninguna de estas cosas puede
llevarnos a la felicidad. Siendo la plenitud humana un rasgo fundamentalmente interior, las
cosas exteriores no nos conducen hacia la finalidad de nuestra existencia. La felicidad

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tampoco puede ser reducida al placer, ya que es una satisfacción momentánea que se agota
cuando obtengo aquello que deseo. El dinero, los bienes externos, el trabajo son medios
que están a nuestro servicio para que podamos alcanzar la felicidad, pero no la constituyen.
El fin último de toda vida humana no son objetos ni experiencias que nos producen un goce
momentáneo, la felicidad es un fin accesible en el ejercicio de una vida buena, aquí radica
la importancia de nuestra inteligencia, pues esta debe guiar a nuestra voluntad para poder
elegir correctamente el bien.

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Semana 6: Sentimientos y emociones


“Un hombre sin pasiones está tan cerca de la estupidez que sólo le falta abrir la boca para
caer en ella”
Séneca
Conceptos claves: tendencias sensibles, afectividad, pasiones, razón

1. Las tendencias sensibles

En clases anteriores establecimos que conocer es una característica esencial de los


seres humanos, y que ese conocimiento surge a partir de los sentidos. Por ejemplo, cuando
observamos una manzana por primera vez, la conocemos por medio de su olor, de la forma
y sabor que tiene; luego por medio de nuestro razonamiento o facultad intelectual
podemos perfeccionar ese conocimiento comparando, quizás, el sabor de una manzana
verde, con una manzana roja, para así diferenciarlas. Por tanto, los sentidos son la primera
fuente de nuestro conocimiento y de toda experiencia humana, nos entregan información
de las cosas que percibimos, nos permiten explorar y extraer la información que
necesitamos para vivir; por ejemplo, por el olor podemos distinguir si un alimento se
encuentra en buen estado o no. Sin embargo, el ser humano no agota su existencia en los
sentidos, ni en el conocimiento, ya que además la experiencia diaria nos demuestra que
también somos personas que constantemente sentimos deseos. Probablemente, en este
mismo momento que lees estas páginas, estás deseando comer, dormir o salir a tomar aire
fresco y distraerte. Eso es completamente humano porque somos una unidad de cuerpo y
alma, toda acción realizada por nosotros está influenciada por estas dos dimensiones.

Ahora podemos preguntarnos ¿cómo funciona nuestra capacidad de desear? La


antropología establece que al conocer algo que percibimos como bueno, ese objeto ejerce
sobre nosotros una afección, esto es, un movimiento del alma que se expresa a través de
una inclinación corporal. Así, algo nos “afecta”, es decir, nos atrae y a partir de ahí surge un
deseo o tendencia por conseguirlo; por el contrario, si percibimos algo como malo, tenemos
la tendencia a huir de aquello. Estas afecciones son las que nos motivan a actuar, la posesión

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de un bien o la huida de un mal se convierte en el fin hacia el cual dirigimos nuestras


tendencias. Por ejemplo, cuando percibo una comida sabrosa me acerco para comerla, pero
cuando siento un mal olor, me alejo de allí pues mi cuerpo me dice que eso no es bueno.
De este modo, las tendencias sensibles son inclinaciones o apetitos del cuerpo hacia un bien
concreto y particular. Esto lo vivimos y experimentamos todo el tiempo: cuando tienes
hambre y deseas comer, cuando tienes sueño y deseas dormir, cuando tienes ganas de ir al
baño y deseas satisfacer esa necesidad, etc. Los instintos son una de esas tendencias innatas
en el ser humano, como lo son el instinto de supervivencia y el de reproducción, fuerzas
que hacen más fácil la propagación de la especie y la subsistencia, y que como vimos, a
diferencia de los animales, podemos guiar mediante nuestra libertad. Pensemos el caso de
un bombero: él puede vencer la fuerza que lo impulsa a huir del peligro de un incendio, para
entrar a rescatar a las personas. O un hombre o una mujer pueden moderar su deseo sexual,
de manera que se convierta en un camino para expresar el amor y el respeto por la otra
persona.

2. La afectividad: Educación de los sentimientos y las pasiones

Como hemos establecido, parte de la interioridad humana está formada por las
tendencias sensibles, a partir de las cuales surgen una variedad de pasiones -estados de
ánimo- que acompañan nuestro actuar. El término pasión proviene del griego pathos, que
significa padecer, ser afectado por alguna cosa. Probablemente has escuchado términos
que están relacionados entre sí: impulsos, emociones, sentimientos o afectos. Para
continuar nuestro estudio y no crear confusión, nos referiremos al término “pasión” para
designar cualquiera de estos estados. Las pasiones son elementos básicos de nuestra
naturaleza, pues todo acto realizado por nosotros está empapado por alguna pasión; ellas
enriquecen nuestra vida y al mismo tiempo la hacen más compleja. Cada pasión, nos inclina
hacia una determinada conducta: el amor impulsa al acercamiento; el miedo nos lleva a
huir; la alegría nos anima actuar, pero la tristeza nos puede paralizar. Las pasiones son
realidades que nos ayudan a entender la conducta humana, como por ejemplo, al observar
el rostro de una persona, podemos saber si siente tristeza o alegría, ya que el cuerpo
expresa nuestro interior. Además, al identificarlas y reflexionar sobre ellas, podemos

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advertir qué es lo que nos alegra o entristece, para poder aprender a guiarlas y, a su vez,
comprender aquello que sentimos.

La antropología señala que educar las pasiones nos permite llevar una vida más
equilibrada. Por ejemplo, nuestra experiencia nos ha enseñado que algunas veces nuestros
sentimientos pueden llegar a influir más que nuestra razón, pensemos en alguna discusión
que hayamos tenido con una persona querida, sabemos que si nos dejamos dominar por la
ira es posible que dañemos a esa persona con nuestras palabras. Sin embargo, si somos
capaces de educar estos afectos, podemos reaccionar de mejor manera y así evitar dañar a
nuestros seres queridos. Es importante destacar que las pasiones no son en sí mismas ni
buenas ni malas. Por ejemplo, la ira, por sí sola no tiene valor moral, y ante las injusticias
tiene su lugar; es una reacción natural que surge ante algo que se considera injusto; por
ejemplo, ante un menosprecio. Si fuésemos insensibles a la injusticia tendríamos una
carencia en nuestra personalidad, ya que es propio de la naturaleza humana exigir y velar
por la justicia. Ahora bien, es importante orientar adecuadamente esta reacción: si nos
dejamos llevar por la ira, dejando que nuble nuestro entendimiento, actuando con violencia
contra personas o vengándonos destruyendo los bienes de otros, estas acciones se pueden
considerar moralmente malas; en cambio, si actuamos conforme al bien común y
denunciamos las injusticias, podemos hablar de acciones moralmente buenas.

De esta manera, los sentimientos o pasiones, nos mueven y conmueven, ellas


repercuten en toda nuestra vida, por eso la educación de las pasiones es igual de importante
que el cultivo de la inteligencia, que el desarrollo espiritual y el cuidado del cuerpo. Por
ejemplo, un profesional debe dominar los saberes propios de su campo de estudio, y
también aprender a guiar sus emociones, para poder desenvolverse en los diversos desafíos
que implica el mundo laboral. De este modo, la educación de nuestras pasiones nos abre el
camino hacia una vida más plena, nos permite comprender mejor nuestro sentir y así
mejorar nuestras relaciones laborales y afectivas.

La educación de los sentimientos es un proceso que realizamos durante toda nuestra


vida, por ejemplo, nuestros padres desde que somos pequeños tratan de educarnos en el

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manejo de nuestras emociones. Pero ¿cómo podemos educar las pasiones? La educación
de los sentimientos consiste, entre otras cosas, en aprender a asumir los dolores, para
aprender de ellos y sacar experiencias que nos permitan madurar. Se trata también de
evitar los excesos que pueden surgir de las pasiones desordenadas. Cuando la ira se
transforma en cólera, por ejemplo, lleva a acciones violentas que llaman a la venganza y hay
que saber evitarlas, porque en esos momentos de indignación decimos y hacemos cosas de
las que después nos arrepentimos. De este modo, si intentamos reflexionar, analizando los
hechos con objetividad y distancia antes de actuar, dando a cada cosa la importancia que
tiene, probablemente las pasiones tomen el lugar que les corresponde en la vida humana.
No se trata de reprimir aquello que sentimos, las pasiones no desaparecen simplemente
porque uno quiera dejar de sentirlas, cuántas veces hemos sentido miedo y quisiéramos no
sufrirlo, cuántas veces hemos sentido tristeza y quisiéramos extirparla de raíz. No podemos
erradicar las emociones de nuestra vida cotidiana, sería un error hacerlo, pues iríamos
directo al fracaso, ya que enriquecen todas nuestras experiencias; lo que debemos hacer es
lograr una armonía entre la vida emocional y la vida racional. Si exaltamos solo el uso de la
razón, podemos caer en un racionalismo; mientras que, enaltecer solamente las pasiones,
nos llevaría a un sentimentalismo. Por tanto, se trata de intentar reconocer y guiar las
pasiones. En la medida que somos capaces de adquirir hábitos buenos, las pasiones se
integran armoniosamente con nuestra racionalidad, de esta manera es posible encauzar
nuestras acciones. Si esto no ocurre, el individuo suele volcar su vida únicamente hacia
placeres desordenados: el placer pasa a ser la meta de un capricho desbordado, llevándolo
posiblemente a la pérdida de su libertad, convirtiéndolo en un esclavo de sus propios
deseos.

Lo que debemos lograr es una vida llena de tonalidades armoniosas, por ello la
educación de la afectividad no consiste en la represión de los sentimientos, sino en dirigirlos
ordenadamente hacia objetos adecuados. Para lograr esto es preciso aprender a sentir
agrado y alegría por cosas que efectivamente sean agradables y buenas, y sentir desagrado
y repulsión por aquellas cosas que realmente nos hacen daño. Las pasiones, son reacciones
naturales que, con la guía de la razón, nos permiten reaccionar ante situaciones de la vida

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Actualización 30/01/2020

de modo adecuado. Por ejemplo, la tristeza que surge por la pérdida de un ser querido es
algo esperable y necesario, porque en ese estado podemos reflexionar sobre esa pérdida y
comprender el sentido de ese dolor. Pero a medida que pasa el tiempo, es necesario superar
esa tristeza, ya que perpetuarla en el tiempo nos puede llevar a la soledad, hundiéndonos
poco a poco en un estado depresivo y dándonos una sensación de desamparo. Pero, si
intentamos reflexionar, analizando los hechos con objetividad y distancia antes de actuar,
dando a cada cosa la importancia que tiene, probablemente las pasiones tomen el lugar que
les corresponde. Para esto también debemos fortalecer nuestro autoconocimiento, es
decir, identificar nuestras debilidades y fortalezas, para así propiciar el desarrollo pleno de
nuestra naturaleza.

De esa forma, se hace cada vez más evidente, la íntima unidad entre cuerpo y alma,
razón y pasiones. Si queremos vivir una vida completa y plena, debemos comprender que
somos una armonía de estas dos dimensiones. Debemos aprender a escucharlas, formarlas
y permitir que ambas se expresen de la forma adecuada. Es propio del ser humano vivir en
plenitud toda su naturaleza, orientándola a aquello que es mejor para nosotros y para la
convivencia con otros. La educación de nuestras emociones es una tarea continua, desde
que somos niños aprendemos a escuchar y gestionar aquello que sentimos. Por ejemplo,
en los primeros años de infancia, cuando experimentamos frustración, muchas veces no
sabemos controlarla ni entenderla, por eso algunos niños realizan berrinches al sentirla. Sin
embargo, es deber del adulto contenerlo y educarlo, ayudar a que identifique qué siente y
por qué lo siente, esto ayudará a formar un adolescente capaz de entender y guiar
adecuadamente sus pasiones, un adulto que pueda formar relaciones sanas y estables, y un
profesional capaz de comunicar de manera asertiva y efectiva. De este modo, la adecuada
comprensión y educación continua de nuestras pasiones, posibilita un desarrollo más pleno
de nuestra naturaleza, y nos acerca a un buen ejercicio de nuestra libertad.

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Semana 7: Libertad y responsabilidad. Elijo y me hago cargo.

“¿Qué es, en realidad, el ser humano? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que
ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso
firme murmurando una oración”

Viktor Frankl.

Conceptos clave: libertad, autodeterminación, responsabilidad, renuncia.

1. La libertad: característica esencial de la persona

En la clase anterior analizamos nuestra dimensión afectiva, destacando la importancia


de la educación de nuestras pasiones para un desarrollo pleno e integral de nuestra
naturaleza, y a su vez, propiciar un mejor ejercicio de nuestra libertad. Pero ¿a qué nos
referimos cuando hablamos de libertad? La frase de Viktor Frankl1 que inicia esta clase,
nos indica que la libertad humana es real tan real, que es capaz de denigrar al ser humano
a lo más bajo que pueda llegar; pero al mismo tiempo, tan real que es capaz de
enaltecerlo hasta llegar al heroísmo, como aquellos que entraron a una cámara de gas con
la cabeza en alto y orando en su interior. Efectivamente, la libertad humana es posibilidad
para el bien y para el mal, pero ¿qué es la libertad?, ¿qué significa que la persona humana
sea libre?

La libertad es un elemento esencial de la naturaleza humana, que nos permite


actuar y escoger según nuestra voluntad, es decir, autodeterminarnos, elegir qué tipo de
persona deseamos ser, ya que no estamos determinados para seguir una única dirección.
De hecho, podemos orientar nuestras acciones, según nuestros propios razonamientos.
La libertad es el poder de la razón y de la voluntad que nos permite elegir entre una
multiplicidad de bienes y realizar acciones deliberadas. Ya te podrás dar cuenta que la

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Psiquiatra y filósofo austriaco, propone el método de la logoterapia o análisis existencial, para
propiciar un desarrollo integro y pleno de la persona. Reflexiona en torno al sentido de la
existencia, desde las diversas experiencias de la vida: dolor, muerte, felicidad, etc.

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libertad está relacionada con nuestras facultades superiores, de hecho, es una


característica de los actos de la voluntad. Cuando decimos que alguien actuó
voluntariamente, afirmamos que fue un acto libre, por tanto, la libertad es la misma
voluntad en la medida que ella elige algo particular. Por ejemplo, un estudiante es
consciente que en muchos grupos de redes sociales, venden o se ofrecen servicios para
realizar los proyectos finales de diversas carreras, pero finalmente es él, quien puede
decidir no pagar por el trabajo, y realizarlo por él mismo, ese sería un buen ejercicio de su
libertad, pues piensa en las consecuencias de sus actos y comprende que realizar dicho
trabajo le permitirá formarse como un profesional integral.

En todo acto libre entran en juego nuestras facultades superiores, pues la voluntad
elige lo que antes ha sido conocido por la inteligencia. Por ejemplo, al decidir estudiar una
carrera; antes realizaste un proceso de deliberación, analizaste las posibilidades que
tenías y pudiste reflexionar sobre las ventajas y desventajas de cada una de ellas. Es
importante reconocer que también gracias a la libertad, el ser humano posee la capacidad
de autodirigirse. Esto corresponde a una soberanía individual de la persona, a la capacidad
de actuar en conformidad con los dictámenes de la razón, por ese motivo, sólo los sujetos
racionales pueden ser libres, los actos que no surgen de la inteligencia son más bien
instintivos, espontáneos, simplemente salieron sin pensarlos y a veces cuando esto ocurre
nos equivocamos, sería un error confundir libertad con espontaneidad.

Por lo tanto, claramente no da lo mismo elegir cualquier cosa. Si bien existe la


posibilidad de elegir el mal y equivocarse, la verdadera libertad consiste en elegir el bien,
pues la libertad se perfecciona sólo en la medida en que la persona se dirige hacia su fin
último, la felicidad. La elección del mal, aunque siempre es posible y real, es un fallo de la
libertad, justamente la elección del mal nos aleja de nuestro fin último y en consecuencia
nos aleja del perfeccionamiento de nuestra naturaleza humana.

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2. Autodeterminación, responsabilidad y renuncia

Existen diversas características de la libertad, ya que es una facultad humana que


implica múltiples dimensiones. Algunas de ellas son: independencia, autodeterminación,
apertura, elección, querer, voluntad, entre otras. Sin embargo, nos detendremos en los
aspectos de la libertad que nos parecen más radicales para nuestra existencia.

La primera dimensión que revisaremos es la autodeterminación. Este aspecto de


la libertad implica que cada vez que escogemos algo, ya sea bueno o malo, o elegimos a
“alguien”, de algún modo, nos elegimos a nosotros mismos de tal o cual manera. En cada
decisión vamos forjando nuestro propio modo de ser, pues no sólo elegimos cosas
externas, ya que el mismo acto de elección tiene efectos en nosotros. Por ejemplo, aquél
que elige mentir se autodetermina como mentiroso; el que opta por realizar actos de
justicia se transforma en una persona justa. Por eso es tan importante distinguir entre un
bien aparente y un bien real, porque cada vez que elegimos con un acto libre y voluntario
no sólo prefiero algo que está fuera de mí, sino que en ese mismo momento me elijo a mí
mismo. Si ante una ofensa de uno de mis hermanos hacia mí madre, elijo defenderla,
estoy optando por ser una persona recta y justa; si, en cambio, mi elección es hacer caso
omiso del hecho, con absoluta indiferencia, me configuro como alguien injusto, frío e
indiferente.

La segunda dimensión de la libertad es la responsabilidad: Si anteriormente


aprendimos que la libertad sólo es posible en los sujetos racionales y que la libertad no es
espontaneidad, entonces todo acto libre es imputable, es decir, la responsabilidad del
mismo acto se le puede atribuir a alguien. Los actos de los animales, en cambio, son
inimputables: desde el punto de vista legal y moral los animales no son responsables de
sus actos. De modo similar ocurre con un bebé, este no tiene responsabilidad moral, pues
no tiene plena conciencia de sus actos. Por ejemplo, no podemos juzgar a un niño
pequeño porque llora toda la noche, quizás lo hace porque tiene hambre o porque está
enfermo, pero no actúa con plena conciencia o por deliberación. Las personas debemos
dar cuenta de nuestras acciones si es que son realizadas con nuestro “querer”; la libertad

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y la responsabilidad son inseparables. La libertad humana está regida por la


responsabilidad y el deber, pero ¿ante quién debemos responder? Cada uno de nosotros
es responsable ante los demás de lo que hacemos. No existe acción que no tenga una
consecuencia, ya sea a corto o largo plazo, todo lo que hago repercute en mi o en los
demás. Una persona no es un individuo aislado, completamente independiente de los
demás, sino un miembro activo de una comunidad donde su vida y su libertad
continuamente se integran y se encuentran con la libertad y la vida de los demás. Por otra
parte, debemos responder también frente a nuestra conciencia, supongamos que no he
perjudicado a nadie con mi decisión, aunque eso ya es muy difícil que ocurra, al menos
esa acción tiene repercusiones en mi propio ser, y aunque nadie me observe, debo
responder a mi conciencia que pregunta incesantemente: “¿por qué lo hiciste?”. Ya
estudiaremos más adelante la importancia de educar y formar correctamente nuestra
conciencia, para así llevar una vida buena y plena.

El tercer aspecto que analizaremos es la renuncia, ya que cada decisión que


tomamos implica dejar de lado otras opciones. Ahora que has decidido leer estas páginas,
has renunciado a muchas otras posibilidades que tenías en mente. Podrías haber optado
por salir con un grupo de amigos y distraerte, pero elegiste estudiar por un bien superior y
probablemente la diversión quedará para otra oportunidad. O si decides realizar una dieta
para bajar de peso, deberás estar dispuesto a renunciar a los alimentos excesivos en
calorías, quizás a los altos en sodio, grasas saturadas y azúcares, y a los hábitos poco
saludables. Pasa lo mismo cuando decides estar en pareja. ¿Qué sucede si no estás
dispuesto o dispuesta a renunciar a otros hombres o a otras mujeres? En este caso,
renunciar demuestra el amor por la persona amada, para comprometerse con la persona
elegida y generar vínculos estables.

Esto nos recuerda algo que, de algún modo ya sabemos: no podemos elegirlo todo.
La libertad humana no es absoluta ni ilimitada, es una libertad situada, ya que en la vida
no todo es elegible. Existen ciertos elementos que vienen dados en nuestra naturaleza,
hay también limitaciones físicas y sociales que son la base sobre la cual es posible ejercer
nuestra libertad y perfeccionarla. La propia situación en la que uno vive es un límite, pero

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es contando con ella y a partir de ella que puedo ejercer mi libertad. Una libertad que no
dependiera de nada ni de nadie, una libertad total, sencillamente sería inhumana, irreal e
imposible, sólo una fantasía. En la medida en que vivo en una situación histórica, real y
concreta, en una familia, ciudad y época determinadas, en esa misma medida dependo y
soy según ellas, y ejerzo mi libertad dentro del marco que ellas me proporcionan.

Renunciar es también comprometerse con lo elegido, generar vínculos


permanentes y estables. Libertad y compromiso no se oponen, el compromiso no es un
límite. Así, a través de nuestro compromiso manifestamos nuestra plena libertad, el
compromiso es signo de inteligencia y de amor, pues sólo las personas podemos
comprometernos. Por ejemplo, el buen cuidado de los hijos implica elecciones y
renuncias, compromiso personal por el amor que les tenemos, el cual nos lleva a pasar
noches en vela cuando están enfermos, organizar nuestro tiempo para priorizar el
compartirlo con ellos, cuidar nuestras palabras y el ejemplo que les damos, corregir con
cariño cuando es necesario, y alentar siempre, aun cuando estemos cansados. De esta
forma, comprender plenamente qué es la libertad, nos permite guiar nuestros actos hacia
el verdadero bien.

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Actualización 30/01/2020

Semana 8: La grandeza del amor, quiero tu bien


“Amistad es, en efecto convivir, y desear para el amigo los mismo que para sí”
José Ramón Ayllón

Conceptos claves: entrega, reciprocidad, identidad, compromiso.

1. La naturaleza del amor.


En la clase anterior analizamos la libertad humana, dimensión que está íntimamente
relacionada con el amor. Mucho se ha escrito sobre el amor y probablemente las
manifestaciones artísticas más bellas de la humanidad han estado inspiradas en él:
poemas, canciones, pinturas y construcciones maravillosas son producto de una de las
experiencias más profundas de la persona humana. Metafóricamente podemos afirmar
que el amor es una aventura maravillosa, la más importante de nuestra vida; podríamos
decir incluso que el amor es un desafío, que determina nuestro presente y nuestro futuro;
que el amor es «la energía principal que mueve nuestra alma». La naturaleza humana, en
su esencia más profunda, consiste en amar, ya que todos necesitamos amar y ser amados
por otra persona. Si miras hacia tu pasado, probablemente adviertas que todo lo que eres
hoy se debe al amor de ciertas personas y que la felicidad que buscas está íntimamente
relacionada con el amor. Pero ¿qué es en realidad el amor?

Ahora bien, antes de llegar a definir qué es el amor, partiremos por establecer lo
que no es. Aunque te parezca extraño el amor no es un sentimiento, ¿cuál es la razón de
eso? Los sentimientos son variables, cambian constantemente y están sujetos a
realidades, gustos y estados físicos, entre otras cosas. Sin embargo, el amor implica
permanencia, estabilidad, solidez y consistencia, ya que no se trata de un “te quiero
porque eres así, mientras seas así”, pues estarás de acuerdo que si un amor termina
cuando desaparecen ciertas cualidades (belleza, juventud o éxito) quiere decir que ese
amor nunca existió; por eso podemos afirmar que el amor es un acto espiritual más

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estable que las emociones. Por ejemplo, piensa en uno de los amores más fuertes y
auténticos, el amor de los padres. Este no depende de las emociones o del estado de
ánimo, los padres aman a sus hijos para siempre, a pesar de los múltiples conflictos que
puede existir en su relación. Sostener que el amor no es un sentimiento, no significa que
no esté acompañado de ellos. Analicemos la siguiente situación: una mujer que recién ha
dado a luz a su primer hijo, probablemente al verlo por primera vez y estrecharlo junto a
su pecho se emocione y llore; llora de amor y de felicidad por su hijo, lo contempla
cautivada y maravillada. Probablemente también esa experiencia quede en su memoria
para siempre. A medida que pasan los años el amor por su hijo crece, madura, se
estabiliza y se hace aún más fuerte, pero esa madre no llora de emoción cada vez que ve a
su hijo llegar a casa después de la escuela, menos aún si antes la han llamado del colegio
diciéndole que su hijo no llegó a clases, pues probablemente en esa situación sentirá
enojo y molestia hacia su hijo, lo que no significa que deje de amarlo.

Por todo lo anterior, podemos afirmar el amor está por sobre los sentimientos,
porque consiste en un acto espiritual, que surge de la facultad de la voluntad del ser
humano, es un acto voluntario de entrega y generosidad, pues yo elijo a quien amar. El
amor es entrega hacia otro y supera las barreras del tiempo, de lugar o de circunstancias,
por ello cuando se ama se intuye que es “para siempre”. La persona que únicamente
busca sentir placer y usa a otro con ese único fin es egoísta. El egoísmo va destruyendo el
amor, la persona egoísta piensa primero en él y siempre en él, sólo le interesa satisfacer
sus propios deseos y necesidades y es incapaz de ponerse en el lugar del otro, su egoísmo
le imposibilita entregarse y comprometerse plenamente.

2. Amor entre personas

Cabe destacar, que el amor se da únicamente entre personas, ya que amar es un


encuentro entre un tú y un yo. En estricto rigor no hay encuentro entre un objeto y una
persona, porque el encuentro pide colaboración, comprensión, voluntad, empatía y
enriquecimiento mutuo. Por ello es importante reflexionar sobre las relaciones que
tenemos con las personas que nos rodean, pues es legítimo cuidar y sentir cierto afecto

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Actualización 30/01/2020

hacia algún objeto que representa para mi algo valioso, probablemente porque me
recuerda a una persona, pero no se aprecia el objeto en sí mismo. La posesión de cosas,
por más bonitas, caras o interesantes que sean, no satisfacen absolutamente al ser
humano. El amor supone ciertas condiciones que sólo pueden darse entre sujetos que
poseen la misma naturaleza, dignidad y voluntad, ya que el amor es un acto libre que
implica igualdad y reciprocidad.

Existen diferentes tipos de amores: el amor de pareja, el amor entre padres e


hijos, entre los hermanos, el amor entre los amigos. Todos ellos son clave para el
desarrollo humano, cada uno de esos amores influye en la formación de nuestra identidad
personal. Existe un tipo de amor que no exige reciprocidad, que podemos reconocer en
muchas situaciones cotidianas. Este tipo de amor se manifiesta cuando realizamos un acto
de bondad, por ejemplo, cuando ayudamos a alguien que lo necesita, cuando una persona
desea convertirse en bombero para rescatar vidas, aun cuando tiene poco tiempo, o una
madre que durante una época de dificultades económicas deja los mejores alimentos a su
familia, o en los padres que cuidan y educan a sus hijos pequeños sin recibir en ese
momento nada a cambio, alegrándose porque ellos están bien. ¿No tienen en común
todos estos ejemplos el amor desinteresado, que se entrega sin buscar algo a cambio?
Este tipo de amor busca el bien del otro de manera desinteresada, amando lo que él ama,
queriendo lo que él quiere, alegrándonos de la dicha de la que él goza, poniéndonos en su
lugar dispuestos a entregar ayuda.

3. Amor de amistad

A continuación, abordaremos de manera especial el amor de amistad, este acto


espiritual que enriquece nuestras vidas. Este tipo de amor es una expresión y una
característica esencial de nuestra naturaleza, nos saca del mundo familiar, aunque
probablemente con el tiempo, mis amigos también sean amigos de mis padres y de mis
hermanos. Es con los amigos que, junto con la familia, se forjan las primeras relaciones
sociales y por ello la amistad es tan importante. Pensemos, ahora ¿cómo surge la
amistad? Probablemente te has hecho amigo de alguien que fue tu compañero de colegio,

3
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de trabajo o de algún vecino del barrio, pero no todos tus compañeros o vecinos son tus
amigos, sólo con algunos compartes esa complicidad tan especial, con ellos convives y
compartes situaciones alegres y dolorosas. Algunos amigos comparten una visión común,
por ejemplo, a veces surgen los amigos cuando se gusta de la misma música, o cuando se
han tenido experiencias de vida similares o cuando tienen la misma fe y convicciones. Para
los pensadores antiguos, la amistad también fue considerada importante. Aristóteles, por
ejemplo, dice que la amistad es uno de los aspectos centrales en la vida del ser humano y
distingue tres tipos de amistad.

La amistad de utilidad está basada en el beneficio o uso que se puede hacer del
otro. Lo central acá es que se busca la amistad porque aporta algo beneficioso y
ventajoso, por ejemplo, me hago amigo del otro porque es hijo “de” o porque tiene tal
puesto de trabajo. Por otro lado, existe la amistad por placer, cuyo fundamento principal
es la diversión. Se ve al amigo únicamente como causa de deleite. Las dos personas
pueden preocuparse sinceramente por la otra, pero lo que las une como amigos es
principalmente el placer o los "buenos ratos" que pasan juntos. Por ello esta amistad se
diluye cuando vienen malos momentos, pues en medio de la enfermedad o de las
dificultades económicas ya no hay diversión. ¿Has experimentado alguna vez este tipo de
amistades? Es necesario aclarar, que ambas amistades no son necesariamente malas,
pero se acaban con facilidad debido a lo frágil de su fundamento. Sin embargo, existe un
tipo de amistad más completa, pues no se basa en la diversión o en el beneficio que me
aporta el otro, sino que en el apoyo mutuo y constante, esta es, la amistad virtuosa. En
ella los amigos quieren el bien del otro, ven al amigo como un bien en sí mismo y no como
un medio para otra cosa. Los amigos buscan una meta común: "la vida buena” a través de
la virtud. Probablemente te ha pasado que has cometido algún error y un buen amigo te
ha dicho que actuaste mal, pero lo ha hecho con cariño, para que te hagas mejor persona,
por tu propio bien. En esta relación de amistad, los amigos están comprometidos a buscar
algo fuera de ellos mismos, algo que va más allá de sus propios intereses y se alientan el
uno al otro para perfeccionarse día a día; comparten momentos de placer y diversión,

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buscan el beneficio mutuo, pero además se apoyan en los momentos difíciles de la vida.
No cabe duda, que esta amistad es la que más vale la pena cultivar.

4. Características del amor de amistad

El amor de amistad está fundado en la capacidad de la naturaleza humana de


abrirse a los otros, acogerlos como son y reconocerlos como dignos de ser amados por sí
mismos, deseando el desarrollo pleno del otro. Además, por el hecho mismo de amar y
entregarse, la persona se perfecciona y se realiza a sí misma. Como establecimos
anteriormente, el amor es un acto espiritual de donación, esto supone algunas
características que debemos tener presentes para distinguir si efectivamente estoy siendo
amado como merezco o si estoy amando como el otro merece. Veamos algunas de estas
características:

● El amor de amistad implica “reciprocidad”, es decir, una correspondencia y


correlación con la persona amada. Esta relación de amor entre personas implica un
intercambio de ideas, de gustos, de diálogo y de complicidad con la persona amada.
Cuántas veces has notado que cuando se ama a otro hay un conocimiento tan profundo
de él o de ella, que no se necesitan palabras para saber lo que el otro piensa o quiere,
pues un solo gesto, una sola mirada es suficiente para lograr la conexión.

● El amor incluye también “identificación” con el otro: la persona amada es


un tú que posee la misma dignidad que yo, la misma naturaleza. Es un sujeto espiritual,
inteligente y libre como yo, por el cual soy capaz de sentir empatía, en el cual puede
aprender a reconocerme. Así, podemos intercambiar ideas, conversar, proponernos
metas comunes, apoyarnos, entre otras características. Todo eso es posible porque la
otra persona está a la altura de mi ser, posee mí misma dignidad y por eso la relación con
una persona amada implica respeto mutuo.

● Otra cualidad del amor es la “entrega”: esto supone salir de sí mismo para
buscar también el bien del otro. El que ama de verdad comprende al otro como un bien en
sí mismo, como alguien que vale por lo que es y no por la satisfacción que puedo obtener
de él. Esto implica que jamás debemos tratar a las personas como instrumentos para

5
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lograr nuestros propósitos, esto se da mucho en las relaciones de trabajo, incluso en las
falsas relaciones de amistad y de pareja. La entrega en el amor exige una preocupación
activa por el crecimiento y la vida de aquellos que amamos. Es por el amor, por la
“entrega” que cuidamos a seres queridos cuando estos nos necesitan, pues queremos su
bienestar y los ayudamos a conseguirlo.

● El amor es “compromiso”: cuando se ama a alguien, hijos, esposo o esposa,


padres o amigos, soy leal a ellos. Podríamos estar molestos con un buen amigo de toda la
vida, pero si vemos que lo ofenden o corre peligro, lo defiendo y lo protejo sin pensarlo,
porque quiero a mi amigo y a pesar de los conflictos que podamos tener, mi compromiso
hacia él no se rompe, porque entre nosotros existe una promesa tácita de estar en las
buenas y en las malas. Probablemente hoy esta característica del amor es la que menos se
entiende, pues a veces vivimos en la lógica del "usar y tirar", la lógica de las relaciones
calculadas y pasajeras, donde el compromiso a largo plazo y las promesas no se
comprenden y se temen. Pero una comprensión acabada del amor nos permite entender
que las buenas relaciones se basan en la lealtad, en el compromiso y son capaces de
generar confianza y seguridad.

● Finalmente el “sacrificio”. Esta dimensión del amor refiere a los diversos


esfuerzos que somos capaces de realizar por aquellas personas que amamos, muchas
veces quien ama está dispuesto, incluso, a dar lo más preciado que tiene, su propia vida;
ese es el acto de amor más grande que puede realizar una persona. Sin embargo, el
sacrificio y el esfuerzo también aparecen en nuestro día a día, en pequeñas acciones,
como por ejemplo: cuando nos damos el tiempo de apoyar a quienes amamos a pesar de
estar cansados por el trabajo o los estudios.

Todas estas características del amor no son fáciles de comprender en un mundo


como el de hoy, pues muchas veces nuestra sociedad funciona bajo la lógica del
utilitarismo, pensamiento que considera que lo que tiene más importancia son aquellas
cosas que nos entregan placer y beneficio inmediato; por lo tanto, lo bueno es todo
aquello que nos entregue una máxima utilidad. Bajo esta lógica, lo que implique sacrificio

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y entrega es visto como absurdo e imposible de llevar a cabo y probablemente esto puede
explicar por qué muchas relaciones amorosas son hoy tan frágiles, ya que si solo valoro al
otro en la medida que me proporciona algún placer o utilidad, no hay bases para una
relación estable y duradera. En cuanto se acabe la experiencia de placer o de beneficios
esa persona ya no me resultará valiosa, pues ya no la necesitaré.

Por todo esto es importante reflexionar en torno a la naturaleza del amor,


comprender que no es un impulso o un sentimiento, sino un acto espiritual libre en el cual
ponemos en acto el escoger formar lazos de amistad con algunas personas. La capacidad
de amar es una de las dimensiones más ricas del ser humano, pues nos permite donarnos
a otros, y así en esa convivencia con nuestros seres amados, perfeccionar nuestra
naturaleza para llevar una vida buena y feliz.

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SEMANA 9: El extraordinario valor de la persona.


“Amemos al hombre, a cada hombre, mujer y a cada niño, porque son parte de la
humanidad que amamos”
San Juan Pablo II.

Conceptos claves: persona, dignidad, fin, medio.

1. El concepto de persona y su importancia antropológica


En antropología cuando pasamos de hablar de ser humano a hablar de persona,
queremos destacar su condición única e irrepetible, resaltar al yo y al tú detrás de la
noción de "ser humano", ya que somos mucho más que solo un miembro de la especie
humana, somos personas y cada uno destaca como ser irrepetible. Boecio1, autor de la
definición clásica de persona, afirma que somos una “sustancia individual de naturaleza
racional”. Nos detendremos en esta definición, pues contiene muchos elementos que es
necesario analizar por separado, para tener una comprensión global y con sentido.

2. La persona como sustancia individual

La palabra “sustancia” se ha entendido clásicamente como lo que es capaz de


existir por sí mismo. Hay otras realidades, en cambio, que no pueden existir sino como un
accidente o cualidad de una realidad. Pongamos ejemplos de esto: el color es una cualidad
de una cosa, pero el color en sí mismo no puede existir. No existe el verde, sino cosas
verdes (plantas, pinturas, paredes verdes). Lo grande o lo pequeño, que se refiere a la
cantidad, tampoco existe, sino cosas grandes o pequeñas. El “accidente” no existe por sí
mismo, es una cualidad de algo o alguien, por ejemplo: nuestro color de piel, nuestra
altura o el lugar donde nacemos. Todas estas características son “accidentes”, ya que no
son parte “esencial” de nuestra naturaleza, esto es, que dichas características no nos
definen como seres humanos. Por otro lado, cuando hablamos de sustancias nos
referimos a realidades que pueden existir por sí mismas, en cambio los “accidentes” son

1
Filósofo romano, nace aproximadamente en el 480 d. C, traductor de la filosofía griega, investiga diversos
temas como: astronomía, filosofía moral, teología, entre otros.
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realidades que sólo pueden existir en otro ser, en una sustancia. Hay cosas básicas, como
las piedras, otras más complejas, como los seres vivos, y estas son todas sustancias.

El concepto “individual” indica que siempre que nos referimos a una persona,
hablamos de un quién, de un nombre propio. La persona es un ser irrepetible y original, y
justamente esa particularidad la que le otorga un valor especial.

3. Racionalidad de la persona

Pasemos ahora al tercer componente de la definición de persona. Esta sustancia


individual es de “naturaleza racional”, esto significa que tiene inteligencia y voluntad, que
son las facultades o capacidades propias y específicas de los seres humanos, tal como lo
estudiamos en clases anteriores. Un punto importantísimo de precisar en la definición de
persona es que las facultades racionales, es decir, la inteligencia y la voluntad, pertenecen
a la dimensión operativa de la persona. Como hemos visto, la inteligencia y la voluntad
definen a la persona, pero es preciso comprender bien qué significa esto.

Una persona no queda definida por su actual capacidad de pensar o querer. Para
comprender mejor esto, es necesario recurrir a la distinción entre “acto” y “potencia”2, ya
estudiada desde los pensadores griegos. Así, ser en acto se refiere a la sustancia tal como
en un momento determinado se nos presenta y la conocemos; mientras que ser en
potencia se entiende al conjunto de capacidades o posibilidades de la sustancia para llegar
a ser algo distinto de lo que actualmente “es”. Por ejemplo, una semilla podrá convertirse
en planta y, por lo tanto, es potencialmente una planta; pero no podrá nunca convertirse
en caballo, pues por su naturaleza no tiene esta capacidad. De igual manera, un niño tiene
la capacidad de ser un profesional (por ejemplo, un profesor o un diseñador), “es”, por lo
tanto, un niño en “acto”, pero un docente, un diseñador o un profesional en potencia. Es
decir, no es un adulto, o un profesional de cierta área, pero puede llegar a serlo.
Dependerá de él, de su libertad y posibilidades, actualizar o no alguna de esas
potencialidades. Aunque, en su caso, no es más o menos persona si las actualiza, es decir,

2
Para profundizar, cfr. Orrego, C. (2016). Filosofía: Conceptos Fundamentales, Ediciones UC:
Santiago, pp. 185-ss.
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su condición de persona no cambia: sigue siendo “persona” tanto cuando es niño, como
cuando es adulto y se ha desarrollado como profesional.

De esta manera se puede entender la afirmación que hacíamos al inicio, una


persona no es definida por su actual capacidad de pensar o querer. De lo contrario,
llegaríamos a la paradójica afirmación de que no hay persona humana, cuando una
persona está durmiendo, o en su desarrollo embrionario o en el recién nacido. Ser, ser
viviente, ser racional y ser persona son, en el caso del ser humano, una misma realidad3.
No es posible hacer una separación falsa que nos lleve a no defender la condición de
persona desde la concepción del ser humano. En ella, desde un plano biológico, no hay
duda de que hablamos no sólo de un viviente, sino de un miembro vivo de la especie
humana, ya que tienen un código genético de tal especie, y que además es parte de la
base de nuestra condición de seres únicos, ya que tal código jamás se repite dos veces. La
dependencia de ese viviente de la madre es absoluta, pero ello no afecta su condición de
individuo, por lo que no puede ser considerado parte del cuerpo de la madre. Ser su
cuerpo y estar en su cuerpo son cosas distintas.

La condición de ser racional, a su vez, no se define por el conocer y querer en acto,


por el ejercicio mismo, sino en potencia, ya que ellas como facultades están ya en el alma
como principio vital. Si ello no fuera así, el viviente no sería tal cuando no ejerce sus
funciones propias, como ocurre con un enfermo o un paciente en coma, a pesar de que no
esté ejerciendo o realizando su facultad de pensar, no deja de ser en su naturaleza un ser
racional. De este modo, se entiende que somos una sustancia individual de naturaleza
racional, esto es, seres que existen por sí mismos, únicos e irrepetibles, capaces de sentir,
amar, conocer y elegir, entre otras muchas características que enriquecen nuestra
naturaleza.

4. El autoconocimiento y la entrega del ser personal

3
Cfr. Serani, Alejandro. El estatuto antropológico y ético del embrión humano. Persona y Bioética,
[S.l.], n. 13-14, 2009. Disponible en:
<https://personaybioetica.unisabana.edu.co/index.php/personaybioetica/article/view/812/1959>.
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En clases anteriores hemos establecido que el ser humano está formado por
diversas dimensiones que componen su naturaleza y que le permiten entre otras cosas,
sentir, amar, pensar y reflexionar el sentido de su propia existencia, para así lograr una
comprensión profunda de su ser, esto es, el conocimiento de sí mismo, favoreciendo el
cuidado de sí y construyendo una mejor convivencia con otros. La persona es capaz de, a
través del tiempo, formar una imagen de sí sobre la base de su propia reflexión. La suma
de esta reflexión y las experiencias van formando un mundo interior que se guarda a
través de la intimidad y el pudor.

El conocerse es la base para que una persona se posea, esto es, en principio saber
nuestros límites y propios alcances, amarse a sí mismo, guiar nuestras pasiones, pero
también como aprenderemos más adelante actuar con prudencia. En efecto, son muchos
los elementos que permiten a una persona poseerse, pero la clave, como veremos más
adelante será el ejercicio de la libertad a la luz de las virtudes, para así desde el
conocimiento de nuestra propia naturaleza acercarnos a la autorrealización y a la vida
buena en sociedad. Una persona que conociéndose se autoposee, es capaz de entregarse,
es decir, abrirse a una convivencia sana con otros. La persona no es un ser aislado en sí
mismo, sino un sujeto que despliega su ser con otros. Sólo la persona pueden donarse a
otra en un libre acto de amor y encontrar en ello su plenitud. Como dueño de sí con
capacidad de entrega, la persona es un fin en sí mismo. Fijémonos que las cosas tienen un
valor monetario y son desechables cuando ya han cumplido su función o no pueden
cumplirla más. Las personas no pierden su valor, no se pueden desechar, vender o regalar,
como las cosas. Como fin en sí mismo, la persona posee un valor único que es su dignidad.
Esta dignidad es inherente al ser humano, por el simple hecho de ser, de existir, en cuanto
que posee una naturaleza racional y libre. Immanuel Kant, filósofo de fines del siglo XVIII,
lo expresaba de la siguiente manera: “Hay algo que es propio, lo íntimo de cada hombre y
cada mujer, y que no puede ser utilizado como medio, como instrumento, sino que es
siempre un fin en sí mismo”4. Este filósofo nos dice, en otras palabras, que la dignidad de
la persona se funda en su “ser” persona; por lo tanto, el ser humano tiene valor por lo que

4
Cfr. Kant, Immanuel. Fundamentación de la metafisica de las costumbres.
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él mismo es, por su ser, y no en función de otra cosa; y que por lo mismo, no puede ser
usado como un medio para lograr otras cosas.

A lo largo de la historia han ocurrido numerosas transgresiones a la dignidad


humana, como por ejemplo diversos genocidios en guerras o las numerosas formas de
esclavitud. Lamentablemente, las violaciones a los derechos humanos y los atentados
contra la dignidad de la personas no han cesado; por ejemplo, basta pensar en las
precarias condiciones de muchos trabajadores de la industria textil en diversos países
del mundo. Muchas de estas personas ven vulnerada su dignidad, ya que no reciben
condiciones mínimas de seguridad o salubridad, ni mucho menos un salario que les
permita cubrir sus necesidades básicas. Estas prácticas a veces surgen, porque las
empresas ven a sus trabajadores como medios para abaratar costos y enriquecerse a
costa de su empobrecimiento y seguridad. La persona nunca puede ser un medio para
otros fines, ya que es digna, inviolable e infinitamente valiosa, por lo que no puede
justificarse ningún atropello a su dignidad, desde su concepción hasta su muerte natural.
Por la misma razón la persona tiene derechos inalienables, es decir, que no se le pueden
arrebatar. El derecho a la vida es el primero y el más fundamental de esos derechos y la
condición para tener todos los demás. El ser libre, la familia, la sociedad y la
trascendencia, dimensiones que veremos más adelante, están marcadas por esta verdad
de la persona humana.
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Semana 10: El ser humano como ser social

“El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es
una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia”

Chesterton.

Conceptos clave: familia, sociedad, política, bien común.

A lo largo de este curso hemos analizado algunas de las características esenciales de


nuestra naturaleza humana. A través de la antropología nos propusimos reflexionar en
torno a diversas dimensiones que nos constituyen como seres humanos, como son sentir,
pensar, amar, escoger, entre otras características. Al estudiar estas dimensiones, hemos ido
descubriendo que nuestra naturaleza siempre se desarrolla y perfecciona en la convivencia
con otros. En clases anteriores, mencionamos que el primer núcleo donde recibimos afecto
y aprendemos a relacionarnos es la familia, y que, con el tiempo, también son nuestros
amigos quienes nos brindan apoyo, contención y con quienes compartimos nuestras
alegrías y tristezas. Esta es una realidad presente en todas las culturas, desde los orígenes
más antiguos. Y así vemos cómo los primeros seres humanos, ya se agrupaban para
conseguir el alimento, cuidaban a sus familias y realizaban diversos ritos y ceremonias en
comunidad.

Aristóteles destaca esta naturaleza social, afirmando que el ser humano es un


animal político, al cual le es propio establecer lazos con los demás, construir comunidad, y
formar una polis, que en griego significa ciudad. Por tanto, es en la familia y en la sociedad
donde podemos ir perfeccionando también nuestra naturaleza humana, porque el
desarrollo de la persona y de la sociedad están mutuamente relacionados. Por ejemplo,
anteriormente mencionamos que somos personas vulnerables y dependientes, que
requerimos desde el comienzo de nuestra vida hasta convertirnos en ancianos, el cuidado
de otros, el compartir nuestra intimidad en situaciones de dolor y felicidad. Así, cada
elección que realizamos, esto es, el modo en que nuestra inteligencia guía a nuestra
voluntad para deliberar y actuar, tiene un impacto en otros y en nuestra propia identidad.
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La persona tiene la capacidad de percibir, conocer y amar, eso le lleva a abrirse no


sólo al mundo, sino también a otras personas, y en último término a la trascendencia,
dimensiones con las que aprende a vivir una vida verdaderamente humana.

Entonces ¿para qué necesitamos de la sociedad? En primer lugar, para “vivir”


(sobrevivir), es decir, para cubrir las necesidades básicas que requerimos para mantenernos
vivos. El ser humano por sí solo no es autosuficiente. Es fácil percibirlo: nacemos gracias a
la relación entre dos personas, nuestros padres; necesitamos un largo periodo de crianza y
educación para que podamos valernos por nosotros mismos; durante nuestra vida nos
encontramos con diversas personas que nos ayudan y de las cuales podemos aprender e
inspirarnos para ser mejores. Esta necesidad de vivir con otros, no responde únicamente a
los bienes materiales (vivienda, comida, autoconservación, etc.), sino principalmente a los
bienes morales. Es lo que Aristóteles llama “la vida buena”, es decir, una “vida lograda”,
verdaderamente humana, que como veremos en esta unidad se relaciona con el ejercicio
de las virtudes.

A partir del pensamiento de Aristóteles y de nuestra propia experiencia, podemos


establecer que es en la sociedad donde desarrollamos nuestra personalidad, asimilando una
lengua, unas costumbres y unos valores morales; donde aprendemos a “humanizarnos”, a
vivir la experiencia de la propia libertad, a desplegar nuestras habilidades entre otras
diversas dimensiones que componen nuestra naturaleza, para así alcanzar la felicidad y
construir también una sociedad mejor. Como aprendimos en la unidad dos, el fin último de
todo ser humano es alcanzar la autorrealización, la felicidad, y si bien esto nace desde
nuestra intimidad, para lograr la vida plena también necesitamos a los demás. Por lo tanto,
una vida buena para mí debiese garantizar también un buen vivir para mi entorno, ya que
nuestro ser personal se configura en gran medida en las relaciones interpersonales. Esto
significa que la existencia humana aislada es inviable y que por eso existe la sociedad,
entendida como un conjunto de personas cuya unidad se debe a un fin común. Somos seres
que afectivamente nos vinculamos a cosas y personas. A partir de los distintos vínculos –
una familia, una cultura, amigos, trabajo o una patria, – crecemos y nos desarrollamos de
manera integral, permitiéndonos desplegar plenamente nuestra vida humana. El desarrollo
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de ésta, querámoslo o no, se da en mutua colaboración con otros. Todos estamos llamados
desde nuestra realidad y funciones específicas a ayudarnos y a colaborar con el bien de la
sociedad.

La familia, cuna de la persona y de la sociedad

Todos aquí tenemos experiencia de haber nacido en una familia. Puede ser de
diferentes tipos: con múltiples hermanos o sólo uno, papá y mamá presente o uno de ellos
asumiendo la responsabilidad de mantener económicamente a la familia y de la educación
de los hijos, o también abuelos que ejercen el rol de padres. Independientemente de cómo
sea la propia familia, es la experiencia primera de toda persona y la que más radicalmente
nos marca: todos nacemos como hijos y es una realidad que nos acompaña toda la vida,
superando los límites de la muerte de nuestros padres, del posible desconocimiento de
nuestros orígenes, de la separación temporal o geográfica o de la formación de la propia
familia. El ser humano es un ser familiar en parte porque nace, crece y muere necesitado.
Por ejemplo, un niño, un adulto, un anciano o una persona enferma, no se valen por sí
mismos y necesitan un hogar donde vivir, amar, ser amados y cuidados, ya que es parte
natural de nuestro desarrollo afectivo y social.

La familia es el ámbito natural de educación de los hijos. En ese ámbito, aprendemos


a relacionarnos los unos con los otros, podemos descubrir lo que es la gratuidad del amor,
a través de nuestros padres, hermanos o abuelos que nos aman simplemente por ser
nosotros; a competir, ganar y perder, a través de los juegos; a pedir perdón y ser
perdonados, y otros muchos valores de la vida. La familia es una escuela de vida personal y
social, en la cual aprendemos a existir según nuestra edad, pero también a cómo
relacionarnos en las demás edades. Por ejemplo, cuando somos niños aprendemos la
complementariedad de nuestros padres: distintos entre sí, pero mutuamente necesitados,
tanto físicamente, como psicológica y espiritualmente. En la familia, esa educación se
realiza en un clima de amor, comprensión y gratuidad (nos quieren sin condiciones),
educación que se diferencia de la que se puede realizar en la escuela u otras instituciones.
Por todos esos motivos, se dice que la familia es la primera “sociedad” humana: esa
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comunidad natural en donde se experimenta la sociabilidad y contribuye en modo único e


insustituible al bien de la sociedad. Esta importancia de la familia como cuna de la persona,
también la recoge la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 16, en
donde se establece: “La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene
derecho a la protección de la sociedad y del Estado”1.

El bien común

En esta clase, hemos destacado el carácter social de la naturaleza humana,


mostrando que el desarrollo de la persona, de la familia y de la sociedad están mutuamente
relacionados. Nuestro aporte a la sociedad es fundamental para alcanzar un desarrollo
verdaderamente humano, que no tiene que ver solo con la acumulación de bienes y
servicios, que algunas veces hace a los seres humanos esclavos de la posesión o de la
continua y rápida sustitución de objetos, consumismo desmedido que comporta tantos
desechos y basuras2 que dañan nuestro medio ambiente. Las características del desarrollo
pleno, “más humano”, incluyen un desarrollo que respete y promueva los derechos
humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las
Naciones y de los pueblos. Y para la ayuda mutua es un principio clave para el logro del bien
común.

Pero, ¿qué es el bien común? Es el conjunto de condiciones necesarias para que los
individuos, las familias y las instituciones puedan lograr su mayor desarrollo o el conjunto
de condiciones de la vida social que hacen posible, a cada uno de sus miembros, el logro
más pleno y más fácil de la propia perfección. Si bien, implica los bienes materiales
(vivienda, alimentación, vestimenta, etc.), también incluyen los bienes espirituales como
por ejemplo, educación, cultura, recreación, etc.

1
La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue elaborada por representantes de todas las
regiones del mundo, y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10
de diciembre de 1948. En la Declaración se establece, por primera vez, los derechos humanos
fundamentales que deben protegerse en el mundo entero y ha sido traducida en más de 500
idiomas.
2
http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_30121987_sollicitudo-
rei-socialis.html
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De acuerdo a esta idea, el bien común no es la simple suma de los bienes particulares
de cada sujeto, sino el bien de todos y de cada uno de los miembros de la sociedad. Este
conjunto de condiciones se logra, en primer lugar, reconociendo la dignidad de toda
persona y respetando sus derechos sin distinción de raza, religión, edad o situación
económica.

A veces en la sociedad actual existen actitudes que van en contra de este principio
básico, como por ejemplo cuando actuamos de forma egoísta al escuchar música con alto
volumen y no considerar que puede molestar al vecino; al no dar el asiento en la locomoción
colectiva a aquellas personas que lo necesitan, o una situación tan extrema como conducir
un automóvil bajo los efectos del alcohol, sin tener ni la más mínima conciencia que le
podemos hacer daño a personas inocentes. En estas actitudes se manifiesta un
individualismo que muestra la falsa idea de que podemos ser autosuficientes, que no
necesitamos de los demás; pero también la falta de virtudes en las personas, como la
prudencia, la justicia, necesarias para la vida social y en las cuales profundizaremos más
adelante.

Como seres sociales debemos aportar diariamente a conformar y resguardar el bien


común, promover una sociedad justa, donde se combinen adecuadamente dos principios
básicos: la solidaridad y la subsidiaridad, pues ambos aportan a conformar el bien común.
La solidaridad nos permite ver al otro –persona, pueblo, nación- no como un instrumento
cualquiera, sino como a un semejante nuestro, igual en dignidad. La solidaridad es la
obligación recíproca de los miembros para apoyarse unos a otros y ayudarse mutuamente;
surge desde la empatía, de ponerme en el lugar del otro, y de comprender que todos
tenemos intereses comunes, pues todas las personas anhelamos un buen vivir. Por
ejemplo, este principio de solidaridad es el que motiva a bomberos, que unen
voluntariamente para proteger vidas y servir al bien común, a pesar de no recibir una
gratificación económica por ello.

La subsidiaridad es otro principio básico que nos ayuda a conformar el bien común.
Si bien, el ser humano es el primer responsable de su propio desarrollo, pues es libre y posee
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las capacidades para hacerlo, muchas veces necesita de la ayuda de los demás para llevarlo
a cabo. Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse
en una actitud de ayuda (en latín, subsidium) —por tanto de apoyo y promoción— respecto
a las menores, para que éstas puedan desarrollar adecuadamente las funciones que les
competen, sin sustituirlas. De este modo, aunque el deber primario de educar a los hijos
corresponde a las familias, distintas organizaciones e instancias contribuyen también en
nuestra formación integral, por ejemplo: el equipo de fútbol, el coro o la banda donde
participemos, entre otros. También, el Estado colabora construyendo escuelas y ayudando
de esta manera en la educación de los ciudadanos o entregando subsidios habitacionales
para facilitar el acceso a la vivienda a quienes tienen escasos recursos.

Por último, debemos destacar que al ser personas sociables por naturaleza, nos
organizamos con otros para lograr fines comunes y el bien común. Tal como lo hemos
venido señalando, el bien común es fundamental para que el ser humano logre el desarrollo
personal y social. Por lo mismo, la política es importante, ella hace posible la conformación
de elementos que permiten que las personas desplieguen sus potencialidades. Cosas tan
sencillas como el semáforo que está en la esquina u otras más complejas como el acceso a
la educación de calidad, un buen sistema de salud al alcance de todos o pensiones dignas,
pasan por decisiones políticas. La razón de ser de las acciones políticas y de las instituciones
sociales es ayudar a las personas a que logren su plenitud, como vemos por ejemplo con los
bomberos, quienes poniendo su vida en riesgo están dispuestos a ayudar a otros. Cabe
destacar que la política en su razón de ser, es buena y digna de ejercer, pues se preocupa
por el bien común. Ahora bien, este ejercicio de la actividad política no puede estar
desligado de la ética, como toda actividad humana. La actividad política en su esencia es
parte de la ética, pues trata de lo justo y de lo injusto; y debe estar al servicio de la persona
humana y velar por su dignidad.

De esta manera, hemos profundizado en nuestra naturaleza social, que surge en el


primer núcleo que es la familia y que se desarrolla a lo largo de nuestra vida con nuestros
amigos y el resto de la sociedad. Como personas sociales desarrollamos nuestras
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habilidades en sociedad y estamos llamados a contribuir al bien común, desde nuestro


trabajo y a partir de todas las acciones que realizamos, ya que alcanzamos nuestra plenitud
en la vida pública3, por lo mismo Aristóteles llamó al ser humano un ser político. Se trata
entonces que todos ayudemos a la conformación del bien común, promoviendo una cultura
en donde a cada persona se le respete su dignidad, para construir una sociedad más justa y
equitativa.

3
Cf. Joaquín García-Huidobro, Simpatía por la política, Centro de estudios bicentenario, Santiago, 2007, p.
42.
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Unidad 3: La persona y la orientación de la vida

Semana 12: Ley natural y conciencia.


“Vivir en contradicción con la razón propia es el estado moral más intolerable”
Tolstoi

Conceptos claves: ética clásica, ley natural, conciencia moral, recta razón

En unidades anteriores hemos analizado parte de la naturaleza humana y cómo


estas características esenciales nos permiten desplegar nuestras potencias en favor de un
desarrollo personal y social. Desde las primeras clases, establecimos una íntima relación
entre antropología y ética, ya que una comprensión profunda de nuestra naturaleza puede
ayudarnos a elegir mejor y a realizar buenas acciones. Anteriormente, establecimos que la
ética es un saber práctico que orienta el acto humano al bien; y el bien es obrar conforme
a la verdad; y la verdad es la adecuación del intelecto con la realidad. Entonces, hay una
relación entre ética-bien-verdad y felicidad.

El tema de la felicidad es uno de los pilares en los que se apoya una teoría ética que
es comúnmente conocida como “ética de la felicidad”, “ética de la virtud” o, simplemente,
como “ética clásica”. Se la llama “clásica” por la misma razón por la que se llama “clásicos”
a los partidos entre Colo-Colo y Universidad de Chile, por la que decimos que el Volkswagen
Escarabajo es un modelo “clásico” o por la que consideramos el disco “The Wall” de Pink
Floyd como una pieza de Rock Clásico. Los planteamientos formulados por el filósofo griego
Aristóteles en el lejano siglo IV a.C. son, con toda propiedad, clásicos ya que se han
mantenido vigentes a la hora de entender y orientar nuestra conducta y, por lo mismo,
también han sido fundamento para reflexiones actuales. Naturalmente existen otros
planteamientos éticos, como por ejemplo: el relativismo, el emotivismo, el
consecuencialismo, entre otros. Todos ellos nacen de la necesidad vital del ser humano de
buscar un criterio que oriente nuestra conducta. Sin embargo, los argumentos que se

1
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exponen en este curso se insertan fundamentalmente en la línea de la Ética Clásica ya que,


por un lado, no es posible cubrir todos los planteamientos éticos en un solo semestre y, por
otro, esta tradición ética merece una atención especial por la solidez de sus fundamentos.

Una vez establecido que la ética orienta nuestros actos al bien, surgen las siguientes
interrogantes: ¿cómo podemos definir qué es el bien?, ¿qué criterio determina qué es lo
bueno y qué es lo malo?, ¿son suficientes las leyes jurídicas para guiar nuestras acciones?
A través de la ética clásica analizaremos las respuestas a estas interrogantes.

1. ¿Existe una ley que nos guíe? Ley natural, ley positiva y relativismo

Hemos vislumbrado en clases anteriores que el actuar bien nos conduce a la


felicidad, pero ¿existe algún criterio objetivo que nos permita distinguir el bien del mal? Con
frecuencia se plantea que esta es una cuestión que define cada persona, de modo que el
bien sería relativo. Esta posición recibe el nombre de relativismo, que, en su formulación
más radical, podría resumirse en la tesis “todo es relativo”. Se trata de una tesis
aparentemente atractiva, pero que implica la negación de la posibilidad de cualquier debate
ético serio o que reduce la moral a una mera convención social. De hecho, la ética,
entendida como ciencia, se origina, en buena medida, como la respuesta que los
pensadores Sócrates, Platón y Aristóteles emprendieron contra el relativismo defendido
por los sofistas de la época. El relativismo resulta difícilmente sostenible, al menos por dos
razones. En primer lugar, la mencionada tesis involucra una “contradicción en los términos”
ya que, si todo es relativo, ese “todo” involucra también la misma tesis relativista, por lo
que ya no todo sería relativo. Igualmente, si se aplicara esta tesis solo al plano moral (“el
bien y el mal son relativos”), habría que concluir que está mal que alguien me proponga un
determinado curso de acción. En segundo lugar, considerarse a uno mismo como el mejor
criterio para conocer el bien en cada caso, implica la siguiente dificultad: Para que la
proposición “si a Pedro le parece que X es bueno, entonces X es bueno (beneficioso) para
Pedro” sea correcta, habría que asumir que Pedro no se equivoca nunca. En efecto,
cualquiera que admita que su propio juicio puede estar errado, no puede considerarse a sí
mismo como el mejor criterio de moralidad. Seguramente todos nos hemos equivocado

2
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alguna vez al determinar lo que deberíamos haber hecho. Por lo tanto, esto no basta: es
necesario buscar el criterio último para determinar qué acciones son buenas y cuáles malas.

Por otro lado, puede parecer que las leyes escritas que rigen nuestra vida en
sociedad son un buen candidato para convertirse en el criterio último de nuestros juicios
éticos. Sin embargo, esas mismas leyes deben redactarse a partir de un criterio, por lo que
no pueden ser ellas mismas el criterio último. Creer que algo es bueno sólo porque lo dice
la ley es lo que se conoce como legalismo, lo cual no parece ser del todo correcto.
Pensemos, por ejemplo, que muchas leyes laborales son imperfectas, pues no favorecen en
la disminución de la desigualdad salarial o no fomentan completamente la estabilidad y la
seguridad de los trabajadores.

En la tragedia griega “Antígona”, Sófocles1 cuenta la historia del rey Creonte, de la


ciudad de Tebas, que tuvo que opacar una rebelión comandada por su sobrino Polinices, el
cual murió en la batalla. Posteriormente, Creonte decide imponer la prohibición de enterrar
el cadáver de su sobrino, ni de rendirle el más mínimo homenaje fúnebre, so pena de
muerte, como una suerte de castigo ejemplar para los posibles traidores. Sin embargo,
Antígona, hermana de Polinices, decide no hacer de la prohibición de su tío y entierra a su
hermano, pero es sorprendida y posteriormente ajusticiada. Con palabras llenas de
sabiduría, Antígona dice, en su defensa: “si bien violé la ley de los hombres, he sido fiel a la
ley de los dioses”. Con esto último, Antígona no se refiere a un conjunto de normas escritas,
sino a aquello que resulta naturalmente justo, es decir, un criterio superior que debiese
inspirar la redacción de las “leyes de los seres humanos”, lo que hoy se conoce como ley
positiva. Este criterio superior es lo que, en el contexto de la ética clásica, se conoce como
ley natural. El primer principio de la ley natural es hacer el bien y evitar el mal, esto es,
ordenar nuestros actos para la adecuada realización de aquellos bienes que nos son
propios2. Tal como hemos estudiado, el ser humano posee una serie de características

1
Sófocles (496-406 a.C.) es uno de los más grandes poetas trágicos griegos. En sus obras –entre las que
destaca la famosa tragedia Edipo Rey– se tocan los grandes problemas que aquejan al ser humano, razón
por la cual hasta el día de hoy se sigue leyendo su obra y también se siguen representando estas ‘tragedias’
en el teatro.
2
Cfr. Santo Tomás de Aquino. Suma teológica. I-II, q.94. a2.

3
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naturales o esenciales, así como otras que son accidentales. Por ejemplo, somos
esencialmente racionales, libres y sociales, pues poseemos inteligencia y voluntad, entre
otras facultades. En cambio, accidentalmente el ser humano puede ser blanco, flaco, alto,
bajo, de Everton o de Wanderers. Ninguna de estas características accidentales nos hace
más o menos persona, por lo que sería ridículo calificar algo como naturalmente bueno o
malo a partir de ellas. Pero los rasgos naturales son comunes a todos nosotros, por lo que
debiese ser posible determinar que hay ciertos bienes que son convenientes para todos.
Por ejemplo, si la libertad es un rasgo natural de la persona, puedo concluir que la esclavitud
es una realidad censurable porque atenta contra la naturaleza humana, es decir, es “contra-
natura”. Asimismo, bienes como la vida, la familia, la amistad, el trabajo, el descanso, la
experiencia de la belleza, el conocimiento y la felicidad parecen ser realidades que
convienen al ser humano por el hecho de ser humano y, por tanto, promoverlos es algo
naturalmente bueno, y atentar contra ellos, en cambio, naturalmente malo.

En síntesis, si existe la naturaleza humana, es lógico que ciertas acciones sean


naturalmente buenas y otras, naturalmente malas. Es lo que sucede en todas las especies:
el caballo, por su propia naturaleza, come pasto y no carne, lo cual no genera un problema
para él ya que sólo obedece su instinto. El problema del ser humano es que, a diferencia del
resto de los animales, puede elegir actuar conforme a su naturaleza o en contra ella. Por
eso decimos que el ser humano puede des-humanizarse, pero no decimos que el caballo
pueda “des-caballizarse”. Falta resolver cómo podemos saber qué decisiones responden a
la ley natural.

2. ¿Cómo conozco la ley natural? La conciencia moral

Dice el filósofo alemán Immanuel Kant que “no hace falta ciencia ni filosofía alguna
para saber qué es lo que se debe hacer para ser honrado y bueno y hasta sabio y virtuoso”3.
En efecto, por el hecho de ser racionales, todos tenemos en nosotros una brújula para el
bien y un freno para el mal. Es lo que llamamos conciencia, y que el sabio chino Confucio

3
Kant. Emmanuel. Fundamentación de la metafísica de las costumbres, cap. 1.

4
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define como la “luz de la inteligencia para distinguir el bien y el mal”4. Así también se puede
definir como “la actitud y el acto de conocimiento y de discernimiento que tiene como fin
la evaluación de las acciones morales”5. Con todo, la capacidad que tenemos todos de
determinar lo que debemos hacer en cada caso, proviene fundamentalmente de que
tenemos conciencia. Y es por esa conciencia moral que, antes de actuar, sentimos un
mandato o prohibición dentro de nosotros, o, después de actuar, sentimos una satisfacción
o un remordimiento.

El hecho de que tengamos conciencia da origen, al menos, a dos obligaciones: la


primera es que debemos formarla adecuadamente. Ninguna persona está libre de error y,
por lo mismo, todos podemos, eventualmente, juzgar mal acerca de lo que debemos hacer.
Por lo mismo, hay que tener la humildad suficiente para dejarse orientar y ayudar cada vez
que lo necesitemos, y así no incurramos en errores a causa de una ignorancia evitable, o
porque, a causa de tanto desatenderla, ésta se vuelve relajada o, por último, quizá por una
formación extremadamente rigurosa, nuestra conciencia se haya hecho demasiado
estrecha o escrupulosa.

La segunda obligación, que puede parecer obvia pero no lo es, consiste en que
debemos obedecerla. De lo contrario, nos estaríamos traicionando a nosotros mismos.
Hacer caso siempre a la conciencia no es fácil y se requiere una dosis de fuerza de voluntad,
capacidad que se desarrolla mediante el cultivo de las virtudes. Esto es lo propio de una
persona íntegra, y es probable que quien se respeta a sí mismo de esa manera cometa muy
pocos errores. Somos conscientes que hoy en día existen muchos casos en que las personas
eligen actuar de manera inescrupulosa, como por ejemplo en los múltiples casos de colusión
realizada por empresarios, en malversación de fondos o en los diversos actos de violencia
que observamos día a día. Pero también, debemos observar que siempre existen personas
dispuestas a actuar de forma íntegra, por ejemplo ¿cuándo recibiste o hiciste una acción
desinteresada? Todos, alguna vez, a lo largo de nuestra vida hemos recibido la ayuda de

4
Cfr. En José Ramón Ayllón. Introducción a la ética. Historia y fundamentos.
5
Elio Sgreccia. Manual de Bioética I, BAC, Madrid, 2014, p. 192.

5
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alguien que ha decidido actuar íntegramente, y son ejemplos que vale la pena recordar,
destacar y seguir.

3. Conciencia recta

Hemos hablado bastante sobre la conciencia y de los errores de ella. Además,


establecimos que una de las primeras obligaciones no es solo actuar conforme a la
conciencia, sino formarse en una conciencia recta o verdadera6. Pues bien, cuando una
conciencia nos permite tomar buenas decisiones y actuar conforme a la ley natural y a la
verdad se le denomina recta razón. En este sentido, es la regla o el parámetro moral que
nos permite obrar conforme al bien: la razón es el punto de referencia y el criterio interno
de la constitución y distinción de lo bueno y de lo malo, de la virtud y del vicio. Así, el juicio
de la razón recta expresa no una opinión individual, sino el carácter objetivamente
razonable o no razonable de un comportamiento7. De esta forma, una persona virtuosa,
que actúa conforme al bien, es la que sigue su conciencia rectamente formada. Entonces es
lícito, desde el punto de vista ético, no realizar una acción que va en contra de la conciencia.
Pero hay que dejar claro que no es fruto de cualquier tipo de conciencia, sino de una
conciencia formada, es decir, una conciencia reflexiva que ha encontrado sus fundamentos
últimos: la ley natural y la verdad, es decir, una recta razón.

Así, un ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las


autoridades civiles si después de una seria reflexión moral llega a la conclusión de que estas
normas o leyes son contrarias a las exigencias del orden moral y a los derechos
fundamentales de las personas. Las leyes injustas colocan a la persona moralmente recta
ante dramáticos problemas de conciencia. En ese caso, cuando alguien es llamado a
colaborar en acciones moralmente ilícitas, tiene la obligación de negarse. Es lo que
llamamos objeción de conciencia. Además de ser un deber moral, este rechazo es también
un derecho humano elemental que la ley civil debe reconocer y proteger8. Cuando el

6
Ibíd.
7
Cfr. Santo Tomás de Aquino. Suma teológica. I-II, q. 55, a. 4. ad 2; II-II, q. 47, a. 6, c.; q. 123, a. 1, c.; q. 141,
1, c
8
Cfr. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 399.

6
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tribunal de Nuremberg enjuició a los seguidores de Hitler por los crímenes cometidos antes
y durante la Segunda Guerra Mundial, estos alegaron que obedecían órdenes respaldadas
por las leyes dictadas por el Tercer Reich, frente a lo cual el fiscal respondió que “a veces
llega el momento en el que un hombre ha de elegir entre su conciencia y sus jefes”. En
suma, la ética clásica, distinta a una ética legalista y relativista, propone orientar los actos
humanos mediante una conciencia recta y la ley natural.

7
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Semana 13: La formación del carácter

“¿Qué es carácter? En las condiciones más hostiles, ser capaz de dar de sí. ¿Y falta
de carácter? En las condiciones más favorables, recibir lo que se necesita y quedárselo
para sí”

Alexander Solzhenitsyn

Conceptos claves: personalidad, carácter, temperamento, virtud, prudencia.

1. La personalidad: temperamento y carácter

En clases anteriores hemos definido el concepto de ética, el papel que juega en


nuestra vida y en nuestra formación personal y llegamos a la conclusión de que vale la pena
actuar bien, pues lo que está en juego es muy grande: nuestra felicidad. La felicidad tiene
estrecha relación con los buenos hábitos que vamos incorporando en nuestra vida, que van
configurando la persona que somos, esto es, nuestra personalidad. Por ejemplo, cuando
decides participar en voluntariados o si tratas de ayudar cuando ves que otros lo necesitan,
te vas formando como una persona solidaria, ya que tus actos sostenidos en el tiempo
(hábitos) transforman y configuran tu personalidad.

La personalidad es la organización de variados aspectos psicológicos (intelectuales,


afectivos, cognitivos, entre otros,) que hacen de cada persona un individuo único y original1.
A lo largo de nuestra vida, quizás hemos experimentado, que hay aspectos de nuestra
personalidad que son positivos y otros no tanto, tal vez incluso hemos deseado ser un poco
mejores y modificar aspectos de nuestro modo de ser. ¿Estamos hablando de un sueño
imposible? Definitivamente, no. La respuesta viene dada por los factores que componen la
personalidad: temperamento y carácter. El temperamento es innato, es decir, “viene” en y
con nosotros, por factores principalmente genéticos. Por otro lado, el carácter se va
formando o modificando a través de nuestras acciones del día a día.

1
Cfr. Ayllón, José Ramón. Antropología filosófica. Ed. Planeta, Barcelona, 2011, p. 288.
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Lo que veremos a continuación es cómo ir orientando nuestros actos con el fin de


tener un carácter maduro que nos permita ser personas plenas y felices.

2.Yo soy lo que hago. Los hábitos hacen a la persona: virtud y vicio

Algo de verdad tienen los dichos populares: “lo que se hereda no se hurta” o “de tal
palo, tal astilla”. El factor genético -mencionado anteriormente como temperamento- es un
componente de la personalidad, y tiene elementos positivos y otros no tanto. Nos encanta
considerar los aspectos satisfactorios de nuestra forma de ser, pero ¿qué hacer con los
defectos? ¿nos tendremos que quedar tranquilos pensando que varios integrantes de
nuestra familia tienen defectos similares? ¿no es un poco triste pensar que no podemos
mejorar?

La respuesta es alentadora, ¡hay mucho por hacer! En efecto, ya cada uno de


nosotros hemos hecho bastante en lo que llevamos vivido. Ya hemos tomado muchas
decisiones sobre aspectos más o menos relevantes: la elección de la carrera, salir o no a una
fiesta el día anterior a un examen, ser leal a un amigo, quedarnos con el dinero de más que
nos dio el cajero en el supermercado, etc. La enumeración de éstas y otras acciones han ido
dando forma a nuestro carácter. Más allá de los aspectos básicos o innatos de la
personalidad, la hemos ido construyendo con nuestra libertad. La pregunta es ¿cultivamos
el carácter o sólo nos dejamos llevar por el temperamento? Por ejemplo, podemos tener la
tendencia a distraernos con facilidad y a perder constantemente la concentración en el
estudio, pero para superar esta dificultad del temperamento, podemos realizar acciones
que nos permitan mantenernos concentrados, tales como: apagar el celular y/o la
televisión, establecer metas y objetivos en el estudio, buscar un espacio adecuado, etc. Si
mantenemos estas buenas prácticas en el tiempo, estudiar no me resultará tan difícil, pues
se transformará en un hábito, ya que gracias a los hábitos no es necesario que comencemos
siempre desde cero2. Quizás hayas escuchado la frase: “una golondrina no hace verano”.
La dijo Aristóteles en el Libro de la Ética, refiriéndose a que realizar una sola acción no

2
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética Razonada, Palabra, Madrid, p.66.
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constituye un hábito. Sólo el conjunto de acciones sostenidas en el tiempo, es decir, no


esporádicas, pueden formar el carácter. Por tanto, los hábitos que hemos adquirido
conforman parte esencial de nuestra personalidad, ejemplo: El que tiene el hábito de la
vagancia, es un vago; el que tiene el hábito del trabajo es laborioso. En este sentido,
podemos afirmar que, de algún modo, “somos” lo que hacemos. Así, el buen carácter se
construye mediante la práctica constante de acciones libres y buenas, que se traducen en
virtudes.

La palabra virtud se conecta con la expresión griega areté que se traduce como
“excelencia”. La virtud es una acción buena permanente en el tiempo (hábito) que
perfecciona la naturaleza humana. Practicar las virtudes hace buena la acción y al que la
ejecuta, pues la acción virtuosa es buena en sí misma y hace de la persona alguien de
excelencia. Por lo tanto, “la virtud humana es un hábito que perfecciona a la persona para
obrar bien”3. Así, la virtud no es un fin en sí misma, sino un medio para alcanzar la felicidad.
Como lo hemos afirmado anteriormente, la ética está al servicio de la persona para que
alcance la plenitud. Lo anterior viene a dejar claro que la ética no está para cumplir con un
listado de normas básicas, sino para orientar nuestro acto humano hacia el mayor bien que
podamos hacer, es decir, actuar conforme a la excelencia moral.

El crecimiento personal, el cultivo y la perfección de la personalidad solo se logra


mediante la práctica libre de un conjunto de acciones buenas, no de una acción aislada, “el
que siembra actos, recoge hábitos, el que siembra hábitos cosecha su propio modo de ser”4.
En efecto, las virtudes morales fortalecen nuestra voluntad, nuestra capacidad de amar,
pues tal como lo vimos en anteriormente, el objeto de la voluntad es el amar. En cambio
los vicios, empobrecen y estropean la voluntad, y por tanto, disminuye su capacidad de
amar. Las virtudes aumentan el ejercicio de la libertad5. Ejercer bien la libertad va teniendo
un efecto multiplicador, nos hace más libres, personas más plenas en la acción y también

3
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II, cuestión 58, artículo 3.
4
José Ramón Ayllón, Op. Cit., p. 67
5
Leonardo Polo, Ética, Unión Editorial, Madrid, 1997, p. 116.
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en nuestras relaciones con los demás. Las virtudes permiten que todas las acciones buenas
sean más fáciles de realizar, pues han pasado a ser parte de nosotros.

Hay diferentes tipos de virtudes, un grupo son las cardinales y otras son las
teologales. Las virtudes teologales, pertenecen a un ámbito sobrenatural: la fe, la
esperanza y la caridad. Son un regalo de Dios que el ser humano puede acoger y practicar
libremente. Por otro lado, las virtudes cardinales son naturales, esto significa que tenemos
las capacidades (inteligencia, voluntad, libertad, entre otras) para adquirirlas, sin embargo,
para hacerlas “realidad” se requiere practicarlas. Se llaman cardinales porque son el quicio
(cardo, en latín) sobre el cual gira toda la vida moral de la persona, cumplen la misma
función de un gozne o bisagra de una puerta en la cual ésta se apoya. Se les llama también
fundamentales, pues en ellas se realizan perfectamente los cuatro modos generales del
actuar humano: la determinación práctica del bien (prudencia); su realización en la sociedad
(justicia); la firmeza para defenderlo o conquistarlo (fortaleza); y la moderación para no
confundirlo con el placer6.

Las virtudes cardinales o fundamentales son entonces: la prudencia, la fortaleza, la


templanza y la justicia. Las tres primeras son virtudes individuales, pero que de todos modos
repercuten en las demás personas. En tanto, la virtud de la justicia se caracteriza por ser
social, ya que se relaciona directamente con los demás. No hay que olvidar que las virtudes
son hábitos, en ese sentido, no basta con hacer una acción aislada o esporádica, sino que
requiere una práctica constante y que, en todos los casos, son acciones conforme a la recta
razón7. En la clase anterior, establecimos que la recta razón es el dictamen obtenido cuando
la razón procede de modo correcto, sin error de razonamiento, a la luz de la ley natural. La
primera virtud que estudiaremos es la prudencia, ya que esta posibilita el surgimiento de
todas las demás.

6
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética razonada, Palabra, Madrid, 2010, p. 71.
7
Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, II, 6, 1106 b 36.
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3. La prudencia: Hacer bien lo que se ha de hacer

Probablemente más de alguna vez habrás estado en problemas por no haber


pensado antes de actuar o por haber elegido un camino equivocado para realizar una
acción. La experiencia nos ha enseñado que no basta con tener la intención de querer actuar
bien, sino que hay que saber y aprender a hacerlo. Supongamos que estás ante una
situación en que se está faltando a la verdad y te corresponde aclarar las cosas.
Ciertamente, no bastará con que digas la verdad, sino que te convendrá evaluar muy bien
cómo decirla, en qué momento y circunstancia. En otras palabras, para poder decidir bien,
se hace fundamental ser una persona prudente, es decir, tener en cuenta la situación
concreta y todas las circunstancias8 y ser capaz de deliberar rectamente sobre lo que es
bueno9. ¿Qué significa deliberar? Consiste en analizar las distintas alternativas antes de
decidir; para que así la inteligencia práctica, a saber, la prudencia guie la voluntad
ayudándonos a elegir el mejor camino.

Además, es una virtud que se requiere no solo para situaciones particulares, sino
para toda la vida en general10. La virtud de la prudencia es la que facilita una reflexión
adecuada antes de enjuiciar cada situación y, en consecuencia, tomar una decisión acertada
de acuerdo con criterios que entrega la recta razón. De este modo, la prudencia nos ayuda
a establecer un “puente” adecuado entre lo teórico y lo práctico, pues pertenece a la
inteligencia y a la voluntad; no basta con saber qué es lo bueno, sino que además, debemos
actuar conforme a ese bien. Por tanto, la prudencia es considerada la madre de todas las
virtudes, porque nos permite saber cómo hacer el bien, eso significa que nos ayuda a saber
cómo ser fuertes, templados y justos. La prudencia nos hace capaces de repensar acciones
realizadas en el pasado con el fin de aprender de las situaciones vividas; también nos ayuda
a analizar el presente; y además a proyectar el futuro anticipándonos a ciertos hechos que
puedan ocurrir si es que tomas una u otra decisión. Además, la prudencia perfecciona el

8
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética razonada, Palabra, Madrid, 2010, p. 239.
9
Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1140a 25.
10
Cfr. Aristóteles, 1140a 30
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acto del entendimiento práctico, ya que “El sabio no es el que tiene más información o sabe
mucho sobre el mundo o la historia, sino el que sabe hacer bien el bien”.

Resumiendo lo visto hasta acá, la personalidad está formada por dos componentes
importantes: el temperamento y el carácter. El primero es involuntario e innato, mientras
que el segundo es voluntario y adquirido libremente. ¿Por dónde podemos comenzar la
tarea de ir formando un buen carácter? Por medio de las virtudes cardinales que nos
permiten perfeccionar nuestra naturaleza humana, logrando con ello la plenitud o la
felicidad, la cual todos aspiramos a tener. La primera virtud estudiada es la prudencia, o
madre de todas las virtudes, porque es la inteligencia práctica que nos ayuda a realizar el
bien posibilitando el surgimiento de la templanza, de la fortaleza y de la justicia. Así, la
persona prudente es capaz de deliberar y juzgar qué es lo mejor en cada caso, distingue y
elige el bien que propicien la vida plena y feliz.
Actualización 30/01/2020

Semana 14: La formación del buen carácter

“Es más fácil escribir diez volúmenes de principios filosóficos que poner en práctica uno
solo de sus principios”
Tolstoi
Conceptos clave: virtud, templanza, fortaleza, justicia.

La semana anterior estudiamos cuáles son los componentes de la personalidad:


temperamento (involuntario e innato) y el carácter (voluntario y libre). Establecimos que
para formar un buen carácter necesitamos realizar buenos hábitos, ejerciendo bien nuestra
libertad, esto es, practicando las virtudes cardinales, las cuales continuaremos conociendo
en esta clase. Recordemos que la primera virtud que analizamos fue la prudencia, que nos
permite pensar en las consecuencias de nuestros actos, para poder elegir aquello que
realmente nos conviene y nos acerca a la plenitud, posibilitando, a su vez, el surgimiento de
las otras tres virtudes cardinales: templanza, fortaleza y justicia.

1.El dominio de sí mismo. La templanza

Tal como estudiamos al principio de este curso, el ser humano es una unidad de
cuerpo y alma. En este sentido, la persona, por su naturaleza, piensa y siente; razona y busca
lo que desea. No existen personas que no estimen los placeres, porque tal insensibilidad no
es humana. Ciertamente sentir placer por algunas cosas no es en sí mismo malo. Pero
tampoco podríamos decir que es bueno en sí mismo, pues vemos con frecuencia cómo la
búsqueda desenfrenada del placer inmediato lleva a las personas a una verdadera
esclavitud.

La vida buena es la vida virtuosa. Educar u ordenar los placeres no significa dejar de
sentirlos, sino que deben ser mediados por la razón, de tal manera de hacer las cosas con
placer y no por placer. Ya que, lo propiamente humano es buscar la verdad y guiar nuestra
vida por medio de la razón para lograr una vida buena: “sería absurdo no elegir la vida de
uno mismo”1. Como vimos, anteriormente, el hedonismo (del griego hedoné que significa

1
Aristóteles, Ética a Nicómaco, X, 7, 1178 a 4.

1
Actualización 30/01/2020

placer) es precisamente lo contrario: hacer todo por el placer inmediato, esto es, “la buena
vida y la poca vergüenza”, dice el dicho popular. En algunos casos tenemos que luchar por
un bien que no es placentero, por ejemplo, el esfuerzo en los estudios o en el trabajo; pero
también es verdad que hay placeres que no necesariamente se identifican con el bien, como
por ejemplo dormir en forma desmedida.

La templanza es un hábito que permite moderar y ordenar los placeres y dirigirlos


hacia objetos adecuados. Ser virtuosos implica educar las pasiones y los placeres mediante
acciones repetidas en el tiempo (hábitos), para propiciar una vida plena. Por ejemplo, una
persona que vive sólo para los placeres inmediatos y desmedidos, se vuelve esclava de sus
propios deseos, como puede ocurrir con el uso excesivo de video juegos o plataformas
digitales, a tal punto que interrumpen nuestras acciones cotidianas. El autoconocimiento es
el primer paso para practicar la virtud de la templanza, y el dominio de uno mismo es fruto
del esfuerzo de una persona templada y verdaderamente libre. Hemos visto en clases
anteriores, la necesidad de integrar inteligentemente el placer y la razón. Todos sabemos
qué cosas son las que nos producen más placer, por tanto, en éstas conviene poner más
atención, pues podría ser que el placer termine conduciendo nuestra voluntad si es que no
practicamos la virtud de la templanza, por ejemplo, en el uso desmedido del celular o de
alguna bebida alcohólica.

Cabe destacar, que una vida virtuosa no está acompañada solo de disgustos y
sufrimientos. A medida que se van adquiriendo las virtudes, la acción se acompaña
paulatinamente de más placer; es el placer profundo y estable que otorga el trabajo serio y
esforzado, el ponerse metas e ir lográndolas, en definitiva, el placer de tener una vida buena
y plena. Cuando se adquiere la virtud la acción es fácil, rápida y agradable. Por ejemplo,
cuando uno tiene que reconocer un error por primera vez (honestidad), puede ser difícil,
vergonzoso, etc. La persona honesta, es la que dice la verdad casi espontáneamente, no
tiene que deliberar tanto, se siente bien diciendo la verdad y tiene cargo de conciencia al
mentir. Señalamos que la virtud más importante es precisamente la prudencia; en efecto,
no puede haber templanza si no hay prudencia, pues ésta nos permite saber cómo ser
templados en una situación particular. No basta con saber qué es la templanza, sino que es

2
Actualización 30/01/2020

necesario saber cómo serlo en “esta” circunstancia particular, y esto lo que posibilita la
virtud de la prudencia.

2. Resistir a la dificultad. La fortaleza

En nuestra vida hemos tenido diversas dificultades, ya sea en nuestros estudios, en


nuestro trabajo o en la familia. Las influencias perjudiciales, el desánimo, las injusticias, las
enfermedades pueden afectarnos hasta el punto de desviarnos de nuestro fin natural: la
felicidad. Para enfrentar estas situaciones hace falta la virtud de la fortaleza: conjunto de
disposiciones estables y permanentes en el tiempo que permiten resistir y superar las
dificultades. Recordemos que una acción será más fácil de hacer si es que se ha convertido
en hábito. La virtud de la fortaleza nos permite la práctica del bien; resistir a las tentaciones
de realizar acciones malas y controlar nuestra ira. Por ejemplo, ante la posibilidad de recibir
soborno por una persona que necesita la revisión técnica de su automóvil, la virtud de la
fortaleza nos permite estar firmes ante la tentación de ceder por dinero. Haber llegado a la
enseñanza superior, sin duda, es un gran paso, pero eso no significa que esté exento de
dificultades. En este sentido, si suponemos que una de esas dificultades es la complejidad
de los estudios, habrá que tener la fortaleza para, en un primer momento resistir al
desánimo. Pero, además, en un segundo momento, habrá que superar esa dificultad, por
ejemplo, adquiriendo hábitos de estudio. Como vimos en la unidad uno, la voluntad es una
de las facultades del ser humano y una de sus finalidades es querer el bien y amar, desde
esa perspectiva, podemos afirmar que la fortaleza es el amor que soporta todo fácilmente
por aquello que ama2, por ejemplo, la fortaleza de una madre o un padre, al cuidar a su hijo
toda la noche, aun cuando al día siguiente deba trabajar o estudiar. En este sentido, el fin
de la fortaleza no es solo superar o resistir los problemas, sino que seguir amando lo que
hacemos pese a los obstáculos y las dificultades.

La fortaleza nos permite lograr objetivos y metas con valentía. Si la esencia de la


virtud de la fortaleza consiste en aceptar el riesgo de ser herido en el combate por la
realización del bien, se está dando por supuesto que el que es fuerte o valiente sabe qué es

2
Cfr. Etienne Gilson, Introducción al Estudio de san Agustín, Marietti, Génova, 1989, p.159

3
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el bien y que él es el valiente por su expresa voluntad del bien. Lo que constituye la esencia
de la fortaleza no es el exponerse de cualquier forma a cualquier riesgo, sino solo una
entrega de sí mismo que es conforme a la razón. En efecto, la virtud de la fortaleza no tiene
nada que ver con una actitud impulsiva y ciega. Para que aquello no ocurra es necesario ser
prudente. En suma, solo el prudente puede ser valiente, pues sabe afrontar libremente los
riesgos, después de haber pensado mucho lo que hay que hacer3.

3. A cada cual lo que le corresponde. La justicia

Supongamos que estás en busca de tu primer trabajo. Con esfuerzo, tus padres te
han dado la educación y están orgullosos de tener, quizás, al primer profesional de la
familia. Después de haber pasado todas las etapas del proceso de selección te encuentras
junto a otro postulante en la etapa final, pero por el solo hecho de vivir en una población
de bajos recursos y estigmatizada por la delincuencia, los dueños de la empresa deciden
seleccionar a tu competidor. Ciertamente, estamos ante una situación de injusticia.

La justicia es una virtud social, eso quiere decir que siempre afecta a los demás, en
otras palabras, está referida a las diferentes relaciones que establece la persona en su diario
vivir. En rigor, nadie puede hacer justicia con uno mismo. Por lo mismo, el objeto de la virtud
de la justicia son las demás personas, pues como hemos estudiado en clases anteriores,
somos seres sociales por naturaleza. La convivencia humana se ordena mediante actos
externos, es por eso que la justicia es parte esencial de las relaciones humanas y con todo
lo que rodea al ser humano, también con las leyes.

Es muy probable que en alguna ocasión hayamos calificado un hecho como justo o
injusto, por ejemplo, si recibimos una mala atención en un hospital o nos hacen trampa en
un negocio, con toda razón podemos decir que ahí hay una falta de justicia, pues no nos
han dado lo que nos correspondía. Por otro lado, decimos justo que un niño reciba cariño,
cuidados y una buena educación por parte de sus padres. La justicia hace que respetemos
mutuamente nuestros derechos fundamentales, y tiene dos aspectos: el exigir los propios
derechos y el deber de respetar y procurar los ajenos. Lo vemos en el diario vivir, por

3
Cfr. Tucídides, Guerra del Peloponeso, libro 2.

4
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ejemplo, exigimos que se nos pague un sueldo justo, de acuerdo a nuestro aporte a la
empresa, a nuestra preparación y situación personal. Pero, también tenemos el deber de
cumplir con el contrato de trabajo, lo que implica cumplir el horario, ser leal y trabajar con
seriedad. En este sentido, podemos decir que la virtud de la justicia nos permite derribar
los obstáculos para cultivar una sociedad en paz. Por eso no debemos confundir la justicia
con los actos de venganza, la venganza nace de la ira mal dirigida, nubla nuestras decisiones
e incluso puede hacernos olvidar que toda persona tiene derecho a un juicio justo. Así lo
declara también el Artículo 10 de los Derechos Humanos, el cual establece, entre otras
cosas, la presunción de inocencia, es decir, que toda persona es inocente hasta que se
demuestre lo contrario4.

Existen diferentes tipos de justicia y todas comparten el mismo principio: dar a cada
uno lo suyo. La justicia conmutativa consiste en dar a cada uno lo que le corresponde entre
las personas. Por ejemplo, un acto justo entre personas sería atender de manera adecuada
a un enfermo o cobrar lo que corresponde a la hora de prestar un servicio. La justicia
distributiva es dar, por parte de la sociedad, lo que le corresponde a cada persona. Por
ejemplo, la distribución proporcional de los bienes o un bono para ayudar a familias de
escasos recursos. Mientras que la justicia legal es dar lo que corresponde por parte de las
personas a la sociedad, por ejemplo, cumplir con las leyes básicas de convivencia.

Una mirada reducida de la virtud de la justicia conlleva peligros. Hay que dejar claro
que la justicia no se puede reducir a una cuestión meramente material o al simple
cumplimiento de la ley, pues ante todo es un principio moral. Reducir la justicia al
cumplimiento de la ley es lo que se llama ética legalista, este modelo ético tiene

4
En 1984, en Estados Unidos, una mujer anónima llamó a la policía porque había identificado a un
sospechoso gracias a un retrato policial. Kirk Bloodsworth fue arrestado por la violación y asesinato
de una niña de nueve años. A pesar de las escasas y contradictorias pruebas presentadas en el juicio,
Bloodsworth fue declarado culpable y sentenciado a muerte. Bloodsworth no paró de defender su
inocencia hasta que en 1993 se convirtió en la primera persona en Estados Unidos que fue liberada
del corredor de la muerte gracias a las pruebas de ADN que demostraron su inocencia. Fue liberado
después de más de nueve años en prisión, pero no fue exonerado completamente hasta 2003. Cfr.
https://news.un.org/es/story/2018/11/1446311

5
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complejidades, pues algunas veces las leyes son injustas. Por ejemplo, en algún momento
de la historia la esclavitud fue legal, pero objetivamente era una injusticia. De la misma
manera, acotar la justicia a cuestiones meramente materiales, podría tener consecuencias
peligrosas para la sociedad, pues las relaciones interpersonales se pueden ver reducidas a
lo material y todos sabemos que las cosas materiales valen lo que valen, pero a las personas
no les podemos asignar un precio.

La virtud de la justicia ante todo es un principio moral al que estamos llamados a


practicar diariamente, en nuestro trabajo, en nuestra casa, en el club deportivo, etc.
¿Reconozco los derechos de las personas con quienes me relaciono? ¿Nos informamos
respecto a nuestras obligaciones y derechos que tenemos que respetar? Para responder
esas preguntas y saber cómo y con quién ser justos, la virtud de la prudencia es vital, sin
ella es imposible de poder hacer bien la justicia. Sin prudencia, un acto que en su intención
es recto, puede terminar siendo injusto si es que no tomamos en cuenta los modos ni los
medios. En suma, solo hay virtud de la justicia si es que se ha adquirido la prudencia.

De esta manera, los hábitos modifican nuestra personalidad, el ejercicio de las


virtudes nos permite forjar un buen carácter, para aprender a elegir aquello que nos hace
realmente bien, realizar actos bondadosos y alcanzar la vida plena.

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Semana 15: El sentido de la vida y la trascendencia

“El hecho de poner sobre el tapete el problema del sentido de la vida es la verdadera
expresión del ser humano de por sí, de lo que hay de verdaderamente humano”
Viktor Frankl

Conceptos claves: dimensión espiritual, finitud, sentido de la vida, trascendencia.

1. El deseo de trascendencia

En clases anteriores hemos profundizado en las distintas dimensiones de la persona,


todas ellas dan cuenta de la complejidad y la riqueza de la naturaleza humana. Sin embargo,
aún nos falta indagar en otra dimensión esencial del ser humano, esto es, su espiritualidad.
A lo largo de la historia podemos observar diversas expresiones del hecho religioso, como
por ejemplo: las pinturas rupestres, figurillas de divinidades y ritos que dan cuenta de esta
dimensión espiritual, de su deseo de infinito. Por lo tanto, la capacidad de interrogarse del
ser humano no termina con sus deseos de entenderse a sí mismo ni a la realidad que lo
rodea, sino que también se pregunta por aquello que está más allá de lo físico, a saber, por
la trascendencia e infinitud. Esta inquietud surge, por ejemplo, a partir de la admiración por
la naturaleza, al contemplar la belleza y perfección del funcionamiento de nuestro cuerpo;
pero también al tomar conciencia de nuestra finitud. En otras palabras, experimentamos el
reconocimiento de una realidad suprema, es decir, de lo infinito al contemplar la belleza de
todo cuanto nos rodea, pero también desde un deseo de eternidad que surge desde nuestra
finitud.
Por ejemplo, la muerte de un ser querido nos muestra que en nuestro interior existe
un deseo de eternidad. Quizás, si has tenido la experiencia de perder a alguien amado, has
experimentado a la vez la fuerza del amor, que sobrevive a la ausencia, este es un
argumento de la pretensión de inmortalidad del ser humano. El ejemplo más fuerte quizás
es el de una madre, que sigue queriendo toda la vida a su que ha hijo muerto. Un filósofo

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francés, Gabriel Marcel, lo expresa de manera muy bella: “amar a una persona es sentir que
se le dice: tú no morirás”1.
El sentido de infinitud también se hace patente en nuestros deseos de perseverar o
perdurar en la existencia, por ejemplo, a través de proyectos o distintas acciones que
realizamos, buscamos dejar una “huella” en la vida. Para algunos este sentido de
trascendencia se concreta al tener hijos; mientras que, para otros quizás se alcanza
aportando al bien común. El deseo de trascendencia proviene de lo más íntimo de nuestra
alma, en parte surge porque deseamos vivir una vida que valga la pena ser vivida, esto es,
una vida plena, buena y feliz.
De este modo, lo infinito es aquello que supera nuestro conocimiento natural, y el
encuentro con esa realidad suprema y trascendente, es una dimensión de la que se hace
cargo la religión. Sin embargo, desde la antropología filosófica, podemos intentar
comprender un aspecto de lo infinito por medio de nuestra razón, pues es una de las
inquietudes propia de la naturaleza humana. El reconocimiento de esta realidad suprema,
atraviesa toda la historia de la humanidad, pues es en esa dimensión espiritual, que
buscamos una explicación total de la realidad y el sentido último de nuestra existencia.
Muchas veces buscamos explicar algunos aspectos de esta trascendencia a través de signos
y símbolos, ya que representamos el misterio o la realidad suprema mediante nuestras
propias imágenes y palabras. Desde una perspectiva muy general, podemos comprender lo
sagrado como la relación que tiene el ser humano con la realidad trascendente, pues todos
en algún momento de nuestra vida nos interrogamos por aquello que está más allá de la
realidad natural, preguntándonos por nuestro origen y lugar en el mundo.

1
G. Marcel, La mort de demain, Acto II, escena VI, en Trés pièces, Plon, Paris, 1931, p.161.

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2. El sentido de la vida

Una de las interrogantes más profundas de la antropología es la pregunta por el sentido


de la vida, que suele formularse de diversas formas, por ejemplo: “¿cuál es el sentido de la
vida?”, “¿qué sentido tiene mi existencia?”, “¿por qué y para qué estamos aquí?”, “¿por
qué sufrimos?”, “¿por qué es importante tener una vida con sentido?”. Quizás, alguna vez
te has preguntado por estas temáticas, pues es propio de la naturaleza humana buscar el
porqué de las cosas y desear encontrar un sentido a nuestras diversas experiencias. A veces
estas preguntas surgen a partir de una situación dolorosa, que nos impulsa a detener el
acelerado ritmo de nuestro día a día, para repensar el camino o dirección que le damos a
nuestra vida o el lugar que ocupa el dolor en nuestro existir.

Viktor Frankl, psiquiatra judío que sobrevivió a un campo de concentración y que


estudió el problema del dolor y del sentido de la vida, decía que el sufrimiento revela al ser
humano la hondura de su libertad, explicando que aunque nos quiten todos los bienes de
este mundo, siempre nos queda la capacidad de no sucumbir, de reconducir el dolor hacia
la felicidad, de convertir una situación trágica en una oportunidad para reconstruir un
sentido2. Para eso es importante aceptar el dolor, reconocer que las situaciones difíciles
pueden transformarse en una oportunidad de crecimiento. Por ejemplo, en este tiempo
que llevas estudiando, quizás has enfrentado diversas situaciones difíciles: cansancio por
trabajar y estudiar, o has padecido alguna enfermedad, o algún problema familiar que han
complicado tu desempeño; pero has tenido que aprender a aceptar y trascender esas
dificultades, aprendiendo de dichas experiencias.

El crecimiento y el despliegue pleno de nuestra naturaleza se relacionan con el buen


sentido que le otorguemos a las distintas experiencias de nuestra vida. Como vimos
anteriormente, la felicidad, esto es, el fin último del ser humano, no consiste en el placer
inmediato, ni en el poder; sino en la realización plena de nuestra naturaleza, esto es, la
actualización de nuestras potencias, el desarrollo de todas nuestras dimensiones

2
Cfr. Frankl, Viktor. El hombre en busca de sentido. Ed. Herder, Barcelona, págs. 90-93.

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orientando las acciones hacia el bien. Como dice el escritor Oscar Wilde “Estamos aquí para
realizar nuestra naturaleza perfectamente”3.

En esta unidad hemos establecido que el espíritu de la ética es orientar nuestros actos
hacia la felicidad, hacia la excelencia moral. Este último concepto significa hacer todo el
bien que esté a nuestro alcance, y también que a través del ejercicio de las virtudes seamos
capaces de perfeccionar nuestra naturaleza. Hoy en día a veces ponemos en el centro de
nuestra vida el éxito material, quizás más de una vez has escuchado la frase “Ganarse la
vida”, pero un mejor entendimiento de nuestras características esenciales nos puede
ayudar a encontrar un buen sentido para nuestra existencia, comprendiendo que no
podemos reducir nuestra vida a los bienes materiales, sino que tenemos facultades que
enriquecen nuestro existir, como por ejemplo amar, esa capacidad de entrega y apertura
hacia un otro. A través de la antropología y la ética hemos profundizado en la naturaleza
humana, entendiendo que dicho autoconocimiento puede orientar nuestras acciones hacia
el bien, hacia plenitud, y a la construcción un mundo más humano.

3
Wilde, Oscar. El retrato de Dorian Gray. Madrid, Biblioteca Nueva, págs. 129.

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