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FCE1100
Versión 1.0
Actualización 30/01/2020
Goethe
Los seres humanos tenemos la capacidad de asombro, que aparece desde nuestra
infancia, surge cuando percibimos algo que nos conmueve, que pone en movimiento
nuestra inteligencia y nos incita a preguntar el porqué de las cosas; basta con observar a los
niños quienes constantemente realizan preguntas, pues desean comprender todo aquello
que les rodea. ¿Qué experiencias te han provocado este sentimiento de admiración alguna
vez? Quizás la perfección de un atardecer, la belleza de los animales, el enamorarte u
observar el rostro inocente y tierno de un recién nacido. La belleza presente en el mundo o
en diversas vivencias, perfecciona nuestra naturaleza, pues nos invita a hacer una pausa
entre nuestros ajetreados quehaceres, para dejarnos conmover y asombrar por la realidad.
Este curso de antropología filosófica es una invitación a reflexionar la naturaleza humana,
preguntándonos por nuestras características más esenciales, para poder así comprender un
poco más la riqueza y complejidad de la persona.
La palabra filosofía proviene de dos términos griegos, filo que significa amor y sofía
que significa saber, de esta manera, la filosofía es el amor al saber, un dejarse cautivar por
la experiencia humana del asombro, para pensar la naturaleza de todo cuanto nos rodea y
de nuestra propia existencia, pues como dice Aristóteles1 : “Todos los seres humanos
desean por naturaleza saber2”. Durante nuestra vida nos realizamos preguntas filosóficas,
por ejemplo, cuando nos enamoramos y deseamos comprender qué significa el amor o
cuando sufrimos la pérdida de un ser querido y nos preguntamos: “¿Existe vida después de
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Filósofo griego nació en el 384 a.C. Discípulo de Platón, realiza estudios de anatomía, medicina, lógica,
zoología, política, ética, entre otros saberes. Su conocimiento se ha destacado en varias disciplinas, sus
estudios de ética han fundamentado numerosas investigaciones en torno a temáticas actuales como: bioética,
ética y medioambiente, bien común, política, etc.
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Aristóteles, Metafísica. Gredos, Madrid, 1994, 980 a.
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la muerte?” Así sucedió en la Antigua Grecia cuando los primeros filósofos comenzaron a
cuestionar aquello que parecía evidente, desafiaron la cultura y las creencias que reinaban
en aquellos siglos, para explicar la realidad por medio de la razón y no a través del mito.
Desde sus orígenes la filosofía ha formulado preguntas como: “cuál es el origen del
universo?”, “¿qué es el bien?”, “¿cuál es la mejor forma de gobierno?”, entre otras
interrogantes que nacen a partir del interés por comprender y otorgarle un sentido a
nuestra vida. De este modo, la filosofía es una disciplina que se hace preguntas y que busca
el conocimiento verdadero. Como forma de buscar ese saber, desde la Antigüedad ha sido
considerada una ciencia. No en el sentido de las ciencias empíricas, es decir, comprobables
a partir de la experiencia, como por ejemplo la química o la biología, sino en tanto saber
que busca responder a las preguntas fundamentales del mundo y del ser humano por medio
de argumentos lógicos y bien fundados.
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un saber que se presenta como brújula para orientar nuestro actuar, para pensar en la
naturaleza de nuestros actos y encaminar así nuestra vida hacia el bien y la felicidad.
Etimológicamente, ética es una palabra que proviene del griego ethos que significa
costumbre, hábito o carácter y logos que significa estudio o saber. De este modo, la ética
es el estudio de las acciones que dan forma a nuestras costumbres, un estudio racional y
sistemático que se apoya en razones y no en opiniones subjetivas o culturales, para
ayudarnos a determinar qué es mejor hacer en cada caso, para así actuar conforme al bien.
En teoría, casi todas las personas estarían dispuestas a admitir que es preferible
tener un comportamiento éticamente bueno. Sin embargo, en el día a día se nos presentan
numerosas situaciones en las que esta convicción tiende a debilitarse. Pensemos, por
ejemplo, en los diversos casos de colusión que en los últimos años han salido a la luz pública,
en la exaltación del placer inmediato y de los bienes materiales como único camino hacia la
felicidad. Dichas características han llevado a varios pensadores modernos a calificar a la
sociedad actual como una cultura hedonista. Pero ¿Qué significa esto? El concepto
hedonismo surge en la Antigua Grecia y es una forma de entender el bien exclusivamente
en relación con el placer inmediato. Quizás más de una vez hemos actuado de forma
hedonista, al seguir nuestros impulsos para obtener un placer aparentemente bueno. Por
ejemplo, comer o tomar alcohol de forma desmedida, comprar de manera compulsiva,
llegar siempre tarde a clases con tal de dormir 5 minutos más, pasar a llevar a mis
compañeros con tal de conseguir mi propio bien, etc. El hedonismo puede llevar a buscar
el placer por el placer mismo, resaltando el goce sensible-físico- que es más inmediato,
olvidando el placer espiritual o intelectual; destacando solo la belleza física, prefiriendo la
comida en exceso, las drogas u otros vicios, en lugar de una vida en la que nos desarrollemos
integralmente.
Frente a estas características que podemos observar en nuestro día a día, resulta
necesario pensar qué deseos mueven nuestras acciones, qué cosas nos parecen buenas y
malas, para finalmente plantearnos qué entendemos por felicidad. En un primer momento,
quizás hayamos asociado la felicidad con objetos materiales, con el mejor celular, la
zapatilla más cara o los mejores lugares para “carretear”. Pero en la medida que avanzamos
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Una vez aclarada la definición de ética, quizás te preguntas ¿cómo se relaciona esta
ciencia con tu futura profesión? En el transcurso de la formación recibimos una serie de
contenidos técnicos propios de cada carrera, pero también asignaturas que apuntan a una
formación integral. En efecto, para resolver ciertas situaciones, ya sean en el ámbito
personal o profesional, se requieren una serie de criterios que van más allá de lo
estrictamente técnico, pues la realidad de la persona y de la profesión exigen analizar las
problemáticas desde varias perspectivas. Por ejemplo, cuando tengas que dirigir un grupo
de profesionales y te enfrentes a la necesidad de contratar a un trabajador, no solo medirás
sus capacidades técnicas, sino también personales; no solo te interesará que sea capaz de
manipular bien un instrumento o una máquina, sino también si es responsable, honesto o
si sabe o no tomar buenas decisiones. Estos aspectos pertenecen al ámbito ético y de la
formación personal, cuestión cada vez más relevante, por ejemplo, en los procesos de
postulación a los trabajos. Pero no solo está en juego la vida profesional, sino toda la vida
de la persona. Entonces, a primera vista, aparece un desafío: ¿cómo orientar la conducta
humana y bajo qué criterios tomar buenas decisiones? Es aquí donde surge la necesidad de
la ética. Desde la antropología podemos reflexionar respecto a nuestra naturaleza, es decir,
nuestras características más esenciales, pero también resulta necesario pensar en nuestras
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acciones, para discernir si estas nos acercan o nos alejan de la felicidad. De este modo, la
ética también ejerce un papel protagónico, entendiéndola como una ciencia práctica, ya
que nos ayuda a orientar nuestras acciones hacia el bien. ¿Por qué? Porque es una
necesidad vital del ser humano, pues somos seres inteligentes. No nos gobiernan nuestros
instintos; somos libres y estamos obligados a escoger3.
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Cfr. José Ramón Ayllón, Ética Razonada, Palabra, Madrid, 2010, p. 13.
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Goethe
1. La complejidad de lo humano
La clase anterior definimos dos conceptos centrales que guían el camino de nuestro
curso: en primer lugar, establecimos que la antropología es el estudio del ser humano desde
una visión unitaria; mientras que, en segundo lugar, vimos que la ética es la ciencia práctica
que analiza las acciones humanas para orientarlas hacia el bien y la felicidad. Ahora,
debemos centrarnos en pensar la naturaleza humana, es decir, aquello que nos hace ser lo
que somos, ese conjunto de características que pertenece a todos los seres humanos.
Distintos pensadores a lo largo de la historia han calificado la naturaleza humana como
compleja y diversa, somos capaces de tomar elecciones libres, como por ejemplo qué
estudiar, con quienes formar una relación de amistad o amorosa, una multiplicidad de
decisiones que nos pueden ayudar a crecer y perfeccionarnos como personas. Pero
también somos seres vulnerables y dependientes desde el nacimiento hasta el fin de
nuestra existencia. Por ejemplo, durante toda nuestra vida, necesitamos el apoyo y cuidado
de nuestros seres queridos, cuestión que se hace más evidente en las vivencias dolorosas;
sin embargo, también deseamos compartir con otros nuestra felicidad.
El ser humano está formado por diversas dimensiones que componen su naturaleza.
Por ejemplo, a la hora de preparar un examen quizás te sientes cansado, pues conjugas el
trabajo con los estudios o porque el fin de semestre siempre implica una dedicación mayor.
Quizás tu primer impulso sea postergar los deberes, salir de fiesta para poder distraerte,
pero tal vez tras reflexionar, optarás por preparar con tiempo los exámenes, pues sabes que
es la última etapa antes de cerrar el semestre y llegar al esperado descanso. En este ejemplo
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cotidiano vemos cómo somos a la vez seres humanos sintientes y pensantes, que nuestra
interioridad está compuesta de deseos y pensamientos que nos mueven a actuar.
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A grandes rasgos, podemos decir que el materialismo sólo concede realidad a la materia,
analizando la actividad psicológica del ser humano solo desde sus procesos fisiológicos. Por
otro lado, el mecanicismo reduce lo biológico a lo físico, lo orgánico a lo mecánico. Tiene
una explicación mecánica de los seres vivos y de los procesos biológicos y psicológicos.
Mientras que, el idealismo platónico, por ejemplo, afirma que lo verdaderamente real es la
idea. Cfr. Ayllón, José Ramón. Antropología filosófica, Editorial Planeta, Barcelona, 2011,
págs. 276- 283.
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el mundo a través de los sentidos, pero esta realidad se perfecciona cuando el ser humano
por medio de su razón logra ir más allá de sus instintos y sentidos, consiguiendo la
conciencia y la libertad de su propio actuar. Pensemos en la necesidad orgánica de
alimentarnos, esto es algo que compartimos con los animales, sin embargo, por medio de
nuestra inteligencia podemos elevar este instinto biológico y satisfacerlo a través de
diversas preparaciones gastronómicas o por ejemplo podemos perfeccionar el lenguaje a
través de la belleza literaria y transformar la palabra en poesía.
El cuerpo humano está hecho para que el sujeto pueda manifestar su mundo interior,
su pensamiento, su lenguaje, su conocimiento y su espiritualidad. Ese mundo interior que
posee el ser humano es único en cada individuo. Aunque se manifiesta de manera similar
en todos nosotros, cada uno vive y entiende el mundo de manera diferente. Es nuestra
interioridad la que nos hace específicamente personas. Si comprendemos, como lo hemos
mencionado, que el cuerpo humano permite la expresión del mundo interior, él adquiere
un valor particular y especial. En tanto es la única vía para manifestar exteriormente nuestra
interioridad, el cuerpo posee una dignidad única. El cuerpo, entonces, no debe ser
descartado como una dimensión bestial e instintiva. Tampoco es simplemente un
instrumento para alcanzar otras cosas. Con nuestro cuerpo nos comunicamos,
desarrollamos nuestras funciones que nos permiten seguir vivos y desplegamos nuestro
ámbito racional, como el amor y la dedicación por otras personas. Por ello, la dignidad
propia del cuerpo debe ser cuidada. Quien descuida su cuerpo o lo trata con desprecio, lo
único que consigue es dañarse a sí mismo. La actividad física, la alimentación sana, las
apropiadas horas de sueño y cualquier cuidado a nuestra dimensión corporal no se entiende
sólo como una cuestión de vanidad, sino como una comprensión profunda y acabada de
nuestra propia naturaleza humana.
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Sócrates, filósofo griego, nace en Atenas hacia el año 470 a.C. Controvertido y crítico asume en su
filosofía una máxima escrita en el templo del dios Apolo: conócete a ti mismo. Para este filósofo,
una de las cuestiones más importantes para el ser humano es saber qué hacer para alcanzar la
felicidad. Para eso, según él, debemos profundizar en la naturaleza humana, en aquellas cosas que
nos son más características y esenciales.
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corporal. De este modo, el alma humana es inmaterial, pues el origen de la vida debe estar
más allá de la materia. Una de las actividades más propias de la naturaleza humana es la
capacidad de pensar, y está ligada al alma. ¿Cuál es el resultado del acto de pensar? Es claro:
los pensamientos. ¿Has visto alguna vez un pensamiento? ¿Has podido tocarlo, sentirlo,
olerlo? Nadie lo ha hecho en la historia de la humanidad, pues los pensamientos son
inmateriales, al igual que los números y el amor. Si el resultado de la obra de pensar es
inmaterial, también debe serlo aquello que piensa, y puesto que hemos dicho que el alma
es aquello que lleva a cabo el acto de pensar, el alma ha de ser inmaterial.
La segunda nota esencial del alma humana tiene que ver con su inmortalidad, a veces
también llamada subsistencia. El alma, siendo inmaterial, no obedece a los mismos
parámetros que los cuerpos. Son los cuerpos los que tienen una vida orgánica, ya que el
alma no tiene un cuerpo, parece ilógico pensar que esta muera. Dado que la muerte es el
fin de la vida natural, en la cual el cuerpo se corrompe (deja de ser lo que es), y puesto que
el alma no puede corromperse porque no tiene materia, podemos concluir que el alma no
muere. Por su propia naturaleza, el alma trasciende la realidad corporal del ser humano y
no deja de existir cuando su vida natural acaba.
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Ezra Pound
En la clase anterior iniciamos nuestro estudio del ser humano, comprendiéndolo desde
una unidad de dos dimensiones, a saber, su dimensión material y racional. Si contemplamos
la naturaleza, nos daremos cuenta de que todos los seres vivos son capaces de adaptarse,
resolver problemas y desenvolverse ante distintas situaciones. Parecería que todos son, de
una manera u otra, inteligentes. Al observar a los animales más desarrollados, nos
percataremos que tienen habilidades admirables, y que muchas veces somos nosotros
quienes los imitamos a ellos para desarrollar nuestra tecnología o avanzar en distintos
aspectos: el vuelo de las aves, los paneles de las abejas, los sistemas de comunicación de
los mamíferos marinos, la organización de las hormigas, etc. Sin embargo, esa capacidad
que poseen, también llamada “inteligencia inconsciente”, es radicalmente distinta a la
nuestra. En primer lugar, la inteligencia de los animales nace de su instinto, no es una
facultad de la cual ellos sean conscientes (de allí su nombre); les permite sobrevivir y no
extinguirse. En segundo lugar, la inteligencia que poseen los animales es de carácter
práctica, está orientada al obrar, sin que haya detrás de ella un carácter reflexivo. Por otra
parte, nuestra inteligencia apunta a algo mucho más elevado, por encima de la mera
supervivencia, como por ejemplo al conocimiento de la verdad. ¿Qué crees tú? ¿Es posible
sostener que el ser humano puede conocer la verdad?
siguiendo la filosofía aristotélica, nos daremos cuenta que el asunto es más simple de lo que
parece.
Supongamos que en este momento te encuentras sentado leyendo este texto. Si yo digo
“el alumno se encuentra sentado leyendo el texto de Antropología” estarás de acuerdo de
que en este caso es una verdad. Todos los días, a cada minuto, decimos múltiples verdades.
Pero surge aquí una pregunta fundamental: ¿qué es la verdad? Una verdad es una
aseveración que describe adecuadamente la realidad. Si alguien dice “Duoc UC es una
institución de educación superior” está describiendo adecuadamente la realidad, por lo
tanto, esa afirmación constituye una verdad. Vemos, entonces, que conocer las verdades
de la realidad no es algo imposible, muy por el contrario, lo hacemos constantemente y
cualquiera puede llevar a cabo tal obra. Si no pudiésemos conocer verdaderamente,
habríamos desaparecido como especie hace mucho tiempo, pues nos sería imposible
distinguir, por ejemplo, los alimentos dañinos de los que son beneficiosos o comunicarnos
entre nosotros de la manera en que lo hacemos. Así, podemos afirmar que la inteligencia
tiene como obra propia el conocer y como objeto propio el conocimiento verdadero.
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A lo largo de esta clase hemos indagado en una facultad superior humana, esta es, la
inteligencia, en la próxima clase analizaremos la segunda facultad superior, a saber, la
voluntad. Además, profundizamos en algunas características de nuestro conocimiento que
nos permite reflexionar acerca de la verdad de todo cuanto nos rodea. Hemos establecido
que es propio de la naturaleza humana sentir curiosidad, que la complejidad de lo real nos
provoca asombro y que a partir de ahí buscamos entender y otorgarle un sentido a nuestra
existencia. Cuando nos maravillamos ante la perfección de un atardecer o ante la
imponente imagen de una montaña, comprendemos que nuestra vida supera por mucho el
ajetreado mundo de quehaceres que nos ocupan día a día, tenemos una capacidad reflexiva
que nos permite conocernos para procurar realizar una vida buena y plena en sociedad. En
esto radica exactamente el valor de un saber antropológico: es una invitación a crear una
pausa en nuestro acelerado ritmo de vida, a dejar de enfocarnos por un momento en la
utilidad de las cosas materiales, para poner atención a nuestra intimidad, para así, después
de comprender profundamente nuestro ser, guiar a nuestra voluntad para actuar
correctamente, eligiendo aquello que nos hace realmente bien y nos permita vivir
plenamente con los demás.
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“La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo
que somos”
Cuando el ser humano lleva a cabo cualquier acción, lo hace siempre bajo el
convencimiento que esa acción le traerá un beneficio o un bienestar, a corto o largo plazo.
A corto plazo, por ejemplo, está el comer para satisfacer el hambre, y a largo plazo tener un
título profesional, que implica invertir tiempo de estudio y preparación. Nadie actúa para
que le sucedan cosas malas. ¿Por qué entonces las personas hacen cosas malas? Esto puede
deberse a varios factores. Uno de ellos es buscar el aparente beneficio propio por sobre el
bien común de la sociedad. Así, por ejemplo, el ladrón considera superiores los beneficios
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materiales que obtendrá por sus actos criminales, que el daño que se causa a sí mismo o los
problemas que generará en las personas a quienes roba. Ahora bien, cuando la persona
desea y decide, debe hacerlo siempre en miras del bien no solo propio, sino del bien de
todos los que componen la sociedad. En unas clases más profundizaremos en esta idea
cuando hablemos de nuestra naturaleza social.
El segundo factor tiene que ver con la ignorancia. Por ejemplo ¿Cuántas veces
escogiste algo que parecía un bien, pero luego te das cuenta que tu elección no fue la
correcta? De seguro más de una vez, porque si la inteligencia no está bien educada y no le
permite a la persona distinguir el mejor bien y los mejores medios para alcanzar ese bien,
es probable que la persona cometa una acción que le cause problemas a sí misma o a
aquellos que la rodean. Por tanto, existen dos tipos de bienes: los reales y los aparentes.
Los reales, como su nombre lo dice, son cosas deseadas por la voluntad que son realmente
buenas. Los bienes aparentes, en cambio, se nos aparecen como buenos, pero en realidad
no lo son. Una persona que tiene hambre considera como bueno comerse un berlín, y en
realidad lo es, no hay nada de malo en ello. El problema es si esa persona es diabética. En
ese caso el berlín se le aparece como algo bueno, pero en realidad no lo es. Lo mismo pasa
cuando peleamos con un amigo: probablemente sentiremos que lo mejor es ignorarlo y
distanciarnos de él (bien aparente), cuando en realidad puede ser que lo mejor sea
conversar y superar las dificultades a través del diálogo (bien real). Así, cuando una persona
confunde estos dos tipos de bienes, puede actuar de manera que produzca un mal y no un
bien. Por eso es importante que la voluntad y la inteligencia actúen juntas.
El tercer factor tiene relación con la falta de fortaleza para hacer el bien cuando se
nos presentan dificultades. Supongamos que vamos caminando detrás de alguien a quien
se le cae dinero. Fácilmente podríamos guardarlo y utilizarlo para cubrir nuestros gastos.
Devolverlo requiere que la persona, junto con descubrir el bien real y pensar en el otro,
posea la fortaleza de carácter para hacer el bien, aunque sea difícil. Esta elección entre
hacer el bien solo para mí o pensar en los demás, aunque sea dificultoso existe, porque
somos seres libres y podemos decidir cómo actuar. Estas son algunas de las razones por las
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cuales, a pesar de que nuestra voluntad busca el bien, podemos llevar a cabo acciones
malas.
2. La felicidad o plenitud
Hemos dicho, entonces, que la voluntad tiene como obra propia el desear, y como
objeto propio lo bueno. Sin embargo, no queda claro aún bajo qué criterios debe decidir el
ser humano para poder hacer el bien. Para comprender este punto es necesario tener en
consideración que existen otros dos tipos de bienes en función de su utilidad y valor. Existen
bienes que son medios, y otros que son fines. Si pensamos en el dinero, por ejemplo,
podemos atestiguar que todos lo desean y anhelan poseerlo. Pero el dinero no es ni podrá
ser jamás un fin. El dinero es, por excelencia, un bien que funciona como medio. Nadie, en
su sano juicio, que tiene dinero lo desea por su propia existencia, como si tuviera un valor
intrínseco. Aquellos que desean dinero, lo desean por las cosas que podemos conseguir con
él. Digamos, por ejemplo, que queremos comprar una chaqueta. Los veinte mil pesos tienen
valor en cuanto me sirven para comprar la chaqueta. Y una vez que compro la chaqueta, no
la dejo guardada, sino que me doy cuenta que la chaqueta tiene valor en tanto me sirve
para abrigarme o para vestir de una manera que me represente. De esa forma, el dinero
que yo tenía era valioso como un medio para alcanzar un fin, que era el abrigo y la
supervivencia. Así, entonces, queda claro que son los fines los que le dan sentido a nuestras
decisiones y elecciones.
Aristóteles sostiene que la cadena de medios y fines no puede ser infinita, pues no
habría nada que le diera sentido a nuestras acciones. Pensemos el siguiente escenario:
cuando nos subimos a un taxi, lo primero que nos preguntan es a dónde vamos. Si no dices
nada, probablemente el conductor se inquietará, pues no sabe hacia dónde moverse. Si no
hay un destino, no hay forma de saber el recorrido que debe tomarse. En la vida de las
personas sucede lo mismo. Si no tenemos un fin en la vida, no sabremos cuáles son las
decisiones que tenemos que tomar, pues no tenemos una meta y sin meta no hay camino.
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Llegamos aquí a una pregunta fundamental en nuestro estudio: ¿cuál es el fin o meta de la
vida de los seres humanos?
Aunque la pregunta pareciera ser muy compleja y no tener respuesta, desde hace
milenios los filósofos la han respondido con una simpleza y profundidad maravillosa: el fin
de la vida humana es alcanzar la felicidad. Esto nos abre a una nueva pregunta: ¿cómo se
alcanza la felicidad? Algunos ponen su felicidad en cosas materiales; otros, en sus logros
profesionales; otros, en la estabilidad económica, etc. Los filósofos antiguos nos dicen que,
si bien tales cosas son necesarias, no constituyen la felicidad y no nos conducen,
automáticamente, a ser personas realizadas y felices. Para responder a la pregunta que nos
hemos planteado, hemos de entender un poco más el concepto de felicidad.
Otra palabra para referirse a la felicidad es la idea de plenitud. Algo está pleno
cuando está lleno, completo, desarrollado ampliamente. Así, podemos reformular la
pregunta inicial: ¿qué debemos hacer para estar completos y ser plenos? La forma de lograr
esa plenitud es desarrollando nuestra propia naturaleza humana. El ser humano se hace
más profundamente humano cuando hace aquello que le corresponde por sus cualidades y
facultades naturales. Si comprendemos las facultades superiores que estamos estudiando,
entendemos que la persona debe desarrollar su inteligencia y su voluntad, entre otras
dimensiones. Si los seres humanos buscan el conocimiento verdadero por la inteligencia y
actúan conforme a lo verdaderamente bueno por la voluntad, poco a poco se irán
desarrollando como personas y podrán alcanzar su plenitud, es decir, la completitud de su
naturaleza. De esa forma, lo que debemos hacer para ser felices es buscar la verdad y hacer
el bien, aquello es lo más propio de nuestro ser.
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tampoco puede ser reducida al placer, ya que es una satisfacción momentánea que se agota
cuando obtengo aquello que deseo. El dinero, los bienes externos, el trabajo son medios
que están a nuestro servicio para que podamos alcanzar la felicidad, pero no la constituyen.
El fin último de toda vida humana no son objetos ni experiencias que nos producen un goce
momentáneo, la felicidad es un fin accesible en el ejercicio de una vida buena, aquí radica
la importancia de nuestra inteligencia, pues esta debe guiar a nuestra voluntad para poder
elegir correctamente el bien.
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Como hemos establecido, parte de la interioridad humana está formada por las
tendencias sensibles, a partir de las cuales surgen una variedad de pasiones -estados de
ánimo- que acompañan nuestro actuar. El término pasión proviene del griego pathos, que
significa padecer, ser afectado por alguna cosa. Probablemente has escuchado términos
que están relacionados entre sí: impulsos, emociones, sentimientos o afectos. Para
continuar nuestro estudio y no crear confusión, nos referiremos al término “pasión” para
designar cualquiera de estos estados. Las pasiones son elementos básicos de nuestra
naturaleza, pues todo acto realizado por nosotros está empapado por alguna pasión; ellas
enriquecen nuestra vida y al mismo tiempo la hacen más compleja. Cada pasión, nos inclina
hacia una determinada conducta: el amor impulsa al acercamiento; el miedo nos lleva a
huir; la alegría nos anima actuar, pero la tristeza nos puede paralizar. Las pasiones son
realidades que nos ayudan a entender la conducta humana, como por ejemplo, al observar
el rostro de una persona, podemos saber si siente tristeza o alegría, ya que el cuerpo
expresa nuestro interior. Además, al identificarlas y reflexionar sobre ellas, podemos
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advertir qué es lo que nos alegra o entristece, para poder aprender a guiarlas y, a su vez,
comprender aquello que sentimos.
La antropología señala que educar las pasiones nos permite llevar una vida más
equilibrada. Por ejemplo, nuestra experiencia nos ha enseñado que algunas veces nuestros
sentimientos pueden llegar a influir más que nuestra razón, pensemos en alguna discusión
que hayamos tenido con una persona querida, sabemos que si nos dejamos dominar por la
ira es posible que dañemos a esa persona con nuestras palabras. Sin embargo, si somos
capaces de educar estos afectos, podemos reaccionar de mejor manera y así evitar dañar a
nuestros seres queridos. Es importante destacar que las pasiones no son en sí mismas ni
buenas ni malas. Por ejemplo, la ira, por sí sola no tiene valor moral, y ante las injusticias
tiene su lugar; es una reacción natural que surge ante algo que se considera injusto; por
ejemplo, ante un menosprecio. Si fuésemos insensibles a la injusticia tendríamos una
carencia en nuestra personalidad, ya que es propio de la naturaleza humana exigir y velar
por la justicia. Ahora bien, es importante orientar adecuadamente esta reacción: si nos
dejamos llevar por la ira, dejando que nuble nuestro entendimiento, actuando con violencia
contra personas o vengándonos destruyendo los bienes de otros, estas acciones se pueden
considerar moralmente malas; en cambio, si actuamos conforme al bien común y
denunciamos las injusticias, podemos hablar de acciones moralmente buenas.
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manejo de nuestras emociones. Pero ¿cómo podemos educar las pasiones? La educación
de los sentimientos consiste, entre otras cosas, en aprender a asumir los dolores, para
aprender de ellos y sacar experiencias que nos permitan madurar. Se trata también de
evitar los excesos que pueden surgir de las pasiones desordenadas. Cuando la ira se
transforma en cólera, por ejemplo, lleva a acciones violentas que llaman a la venganza y hay
que saber evitarlas, porque en esos momentos de indignación decimos y hacemos cosas de
las que después nos arrepentimos. De este modo, si intentamos reflexionar, analizando los
hechos con objetividad y distancia antes de actuar, dando a cada cosa la importancia que
tiene, probablemente las pasiones tomen el lugar que les corresponde en la vida humana.
No se trata de reprimir aquello que sentimos, las pasiones no desaparecen simplemente
porque uno quiera dejar de sentirlas, cuántas veces hemos sentido miedo y quisiéramos no
sufrirlo, cuántas veces hemos sentido tristeza y quisiéramos extirparla de raíz. No podemos
erradicar las emociones de nuestra vida cotidiana, sería un error hacerlo, pues iríamos
directo al fracaso, ya que enriquecen todas nuestras experiencias; lo que debemos hacer es
lograr una armonía entre la vida emocional y la vida racional. Si exaltamos solo el uso de la
razón, podemos caer en un racionalismo; mientras que, enaltecer solamente las pasiones,
nos llevaría a un sentimentalismo. Por tanto, se trata de intentar reconocer y guiar las
pasiones. En la medida que somos capaces de adquirir hábitos buenos, las pasiones se
integran armoniosamente con nuestra racionalidad, de esta manera es posible encauzar
nuestras acciones. Si esto no ocurre, el individuo suele volcar su vida únicamente hacia
placeres desordenados: el placer pasa a ser la meta de un capricho desbordado, llevándolo
posiblemente a la pérdida de su libertad, convirtiéndolo en un esclavo de sus propios
deseos.
Lo que debemos lograr es una vida llena de tonalidades armoniosas, por ello la
educación de la afectividad no consiste en la represión de los sentimientos, sino en dirigirlos
ordenadamente hacia objetos adecuados. Para lograr esto es preciso aprender a sentir
agrado y alegría por cosas que efectivamente sean agradables y buenas, y sentir desagrado
y repulsión por aquellas cosas que realmente nos hacen daño. Las pasiones, son reacciones
naturales que, con la guía de la razón, nos permiten reaccionar ante situaciones de la vida
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de modo adecuado. Por ejemplo, la tristeza que surge por la pérdida de un ser querido es
algo esperable y necesario, porque en ese estado podemos reflexionar sobre esa pérdida y
comprender el sentido de ese dolor. Pero a medida que pasa el tiempo, es necesario superar
esa tristeza, ya que perpetuarla en el tiempo nos puede llevar a la soledad, hundiéndonos
poco a poco en un estado depresivo y dándonos una sensación de desamparo. Pero, si
intentamos reflexionar, analizando los hechos con objetividad y distancia antes de actuar,
dando a cada cosa la importancia que tiene, probablemente las pasiones tomen el lugar que
les corresponde. Para esto también debemos fortalecer nuestro autoconocimiento, es
decir, identificar nuestras debilidades y fortalezas, para así propiciar el desarrollo pleno de
nuestra naturaleza.
De esa forma, se hace cada vez más evidente, la íntima unidad entre cuerpo y alma,
razón y pasiones. Si queremos vivir una vida completa y plena, debemos comprender que
somos una armonía de estas dos dimensiones. Debemos aprender a escucharlas, formarlas
y permitir que ambas se expresen de la forma adecuada. Es propio del ser humano vivir en
plenitud toda su naturaleza, orientándola a aquello que es mejor para nosotros y para la
convivencia con otros. La educación de nuestras emociones es una tarea continua, desde
que somos niños aprendemos a escuchar y gestionar aquello que sentimos. Por ejemplo,
en los primeros años de infancia, cuando experimentamos frustración, muchas veces no
sabemos controlarla ni entenderla, por eso algunos niños realizan berrinches al sentirla. Sin
embargo, es deber del adulto contenerlo y educarlo, ayudar a que identifique qué siente y
por qué lo siente, esto ayudará a formar un adolescente capaz de entender y guiar
adecuadamente sus pasiones, un adulto que pueda formar relaciones sanas y estables, y un
profesional capaz de comunicar de manera asertiva y efectiva. De este modo, la adecuada
comprensión y educación continua de nuestras pasiones, posibilita un desarrollo más pleno
de nuestra naturaleza, y nos acerca a un buen ejercicio de nuestra libertad.
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“¿Qué es, en realidad, el ser humano? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que
ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso
firme murmurando una oración”
Viktor Frankl.
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Psiquiatra y filósofo austriaco, propone el método de la logoterapia o análisis existencial, para
propiciar un desarrollo integro y pleno de la persona. Reflexiona en torno al sentido de la
existencia, desde las diversas experiencias de la vida: dolor, muerte, felicidad, etc.
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En todo acto libre entran en juego nuestras facultades superiores, pues la voluntad
elige lo que antes ha sido conocido por la inteligencia. Por ejemplo, al decidir estudiar una
carrera; antes realizaste un proceso de deliberación, analizaste las posibilidades que
tenías y pudiste reflexionar sobre las ventajas y desventajas de cada una de ellas. Es
importante reconocer que también gracias a la libertad, el ser humano posee la capacidad
de autodirigirse. Esto corresponde a una soberanía individual de la persona, a la capacidad
de actuar en conformidad con los dictámenes de la razón, por ese motivo, sólo los sujetos
racionales pueden ser libres, los actos que no surgen de la inteligencia son más bien
instintivos, espontáneos, simplemente salieron sin pensarlos y a veces cuando esto ocurre
nos equivocamos, sería un error confundir libertad con espontaneidad.
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Esto nos recuerda algo que, de algún modo ya sabemos: no podemos elegirlo todo.
La libertad humana no es absoluta ni ilimitada, es una libertad situada, ya que en la vida
no todo es elegible. Existen ciertos elementos que vienen dados en nuestra naturaleza,
hay también limitaciones físicas y sociales que son la base sobre la cual es posible ejercer
nuestra libertad y perfeccionarla. La propia situación en la que uno vive es un límite, pero
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es contando con ella y a partir de ella que puedo ejercer mi libertad. Una libertad que no
dependiera de nada ni de nadie, una libertad total, sencillamente sería inhumana, irreal e
imposible, sólo una fantasía. En la medida en que vivo en una situación histórica, real y
concreta, en una familia, ciudad y época determinadas, en esa misma medida dependo y
soy según ellas, y ejerzo mi libertad dentro del marco que ellas me proporcionan.
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Ahora bien, antes de llegar a definir qué es el amor, partiremos por establecer lo
que no es. Aunque te parezca extraño el amor no es un sentimiento, ¿cuál es la razón de
eso? Los sentimientos son variables, cambian constantemente y están sujetos a
realidades, gustos y estados físicos, entre otras cosas. Sin embargo, el amor implica
permanencia, estabilidad, solidez y consistencia, ya que no se trata de un “te quiero
porque eres así, mientras seas así”, pues estarás de acuerdo que si un amor termina
cuando desaparecen ciertas cualidades (belleza, juventud o éxito) quiere decir que ese
amor nunca existió; por eso podemos afirmar que el amor es un acto espiritual más
1
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estable que las emociones. Por ejemplo, piensa en uno de los amores más fuertes y
auténticos, el amor de los padres. Este no depende de las emociones o del estado de
ánimo, los padres aman a sus hijos para siempre, a pesar de los múltiples conflictos que
puede existir en su relación. Sostener que el amor no es un sentimiento, no significa que
no esté acompañado de ellos. Analicemos la siguiente situación: una mujer que recién ha
dado a luz a su primer hijo, probablemente al verlo por primera vez y estrecharlo junto a
su pecho se emocione y llore; llora de amor y de felicidad por su hijo, lo contempla
cautivada y maravillada. Probablemente también esa experiencia quede en su memoria
para siempre. A medida que pasan los años el amor por su hijo crece, madura, se
estabiliza y se hace aún más fuerte, pero esa madre no llora de emoción cada vez que ve a
su hijo llegar a casa después de la escuela, menos aún si antes la han llamado del colegio
diciéndole que su hijo no llegó a clases, pues probablemente en esa situación sentirá
enojo y molestia hacia su hijo, lo que no significa que deje de amarlo.
Por todo lo anterior, podemos afirmar el amor está por sobre los sentimientos,
porque consiste en un acto espiritual, que surge de la facultad de la voluntad del ser
humano, es un acto voluntario de entrega y generosidad, pues yo elijo a quien amar. El
amor es entrega hacia otro y supera las barreras del tiempo, de lugar o de circunstancias,
por ello cuando se ama se intuye que es “para siempre”. La persona que únicamente
busca sentir placer y usa a otro con ese único fin es egoísta. El egoísmo va destruyendo el
amor, la persona egoísta piensa primero en él y siempre en él, sólo le interesa satisfacer
sus propios deseos y necesidades y es incapaz de ponerse en el lugar del otro, su egoísmo
le imposibilita entregarse y comprometerse plenamente.
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hacia algún objeto que representa para mi algo valioso, probablemente porque me
recuerda a una persona, pero no se aprecia el objeto en sí mismo. La posesión de cosas,
por más bonitas, caras o interesantes que sean, no satisfacen absolutamente al ser
humano. El amor supone ciertas condiciones que sólo pueden darse entre sujetos que
poseen la misma naturaleza, dignidad y voluntad, ya que el amor es un acto libre que
implica igualdad y reciprocidad.
3. Amor de amistad
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de trabajo o de algún vecino del barrio, pero no todos tus compañeros o vecinos son tus
amigos, sólo con algunos compartes esa complicidad tan especial, con ellos convives y
compartes situaciones alegres y dolorosas. Algunos amigos comparten una visión común,
por ejemplo, a veces surgen los amigos cuando se gusta de la misma música, o cuando se
han tenido experiencias de vida similares o cuando tienen la misma fe y convicciones. Para
los pensadores antiguos, la amistad también fue considerada importante. Aristóteles, por
ejemplo, dice que la amistad es uno de los aspectos centrales en la vida del ser humano y
distingue tres tipos de amistad.
La amistad de utilidad está basada en el beneficio o uso que se puede hacer del
otro. Lo central acá es que se busca la amistad porque aporta algo beneficioso y
ventajoso, por ejemplo, me hago amigo del otro porque es hijo “de” o porque tiene tal
puesto de trabajo. Por otro lado, existe la amistad por placer, cuyo fundamento principal
es la diversión. Se ve al amigo únicamente como causa de deleite. Las dos personas
pueden preocuparse sinceramente por la otra, pero lo que las une como amigos es
principalmente el placer o los "buenos ratos" que pasan juntos. Por ello esta amistad se
diluye cuando vienen malos momentos, pues en medio de la enfermedad o de las
dificultades económicas ya no hay diversión. ¿Has experimentado alguna vez este tipo de
amistades? Es necesario aclarar, que ambas amistades no son necesariamente malas,
pero se acaban con facilidad debido a lo frágil de su fundamento. Sin embargo, existe un
tipo de amistad más completa, pues no se basa en la diversión o en el beneficio que me
aporta el otro, sino que en el apoyo mutuo y constante, esta es, la amistad virtuosa. En
ella los amigos quieren el bien del otro, ven al amigo como un bien en sí mismo y no como
un medio para otra cosa. Los amigos buscan una meta común: "la vida buena” a través de
la virtud. Probablemente te ha pasado que has cometido algún error y un buen amigo te
ha dicho que actuaste mal, pero lo ha hecho con cariño, para que te hagas mejor persona,
por tu propio bien. En esta relación de amistad, los amigos están comprometidos a buscar
algo fuera de ellos mismos, algo que va más allá de sus propios intereses y se alientan el
uno al otro para perfeccionarse día a día; comparten momentos de placer y diversión,
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buscan el beneficio mutuo, pero además se apoyan en los momentos difíciles de la vida.
No cabe duda, que esta amistad es la que más vale la pena cultivar.
● Otra cualidad del amor es la “entrega”: esto supone salir de sí mismo para
buscar también el bien del otro. El que ama de verdad comprende al otro como un bien en
sí mismo, como alguien que vale por lo que es y no por la satisfacción que puedo obtener
de él. Esto implica que jamás debemos tratar a las personas como instrumentos para
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lograr nuestros propósitos, esto se da mucho en las relaciones de trabajo, incluso en las
falsas relaciones de amistad y de pareja. La entrega en el amor exige una preocupación
activa por el crecimiento y la vida de aquellos que amamos. Es por el amor, por la
“entrega” que cuidamos a seres queridos cuando estos nos necesitan, pues queremos su
bienestar y los ayudamos a conseguirlo.
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y entrega es visto como absurdo e imposible de llevar a cabo y probablemente esto puede
explicar por qué muchas relaciones amorosas son hoy tan frágiles, ya que si solo valoro al
otro en la medida que me proporciona algún placer o utilidad, no hay bases para una
relación estable y duradera. En cuanto se acabe la experiencia de placer o de beneficios
esa persona ya no me resultará valiosa, pues ya no la necesitaré.
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Filósofo romano, nace aproximadamente en el 480 d. C, traductor de la filosofía griega, investiga diversos
temas como: astronomía, filosofía moral, teología, entre otros.
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realidades que sólo pueden existir en otro ser, en una sustancia. Hay cosas básicas, como
las piedras, otras más complejas, como los seres vivos, y estas son todas sustancias.
El concepto “individual” indica que siempre que nos referimos a una persona,
hablamos de un quién, de un nombre propio. La persona es un ser irrepetible y original, y
justamente esa particularidad la que le otorga un valor especial.
3. Racionalidad de la persona
Una persona no queda definida por su actual capacidad de pensar o querer. Para
comprender mejor esto, es necesario recurrir a la distinción entre “acto” y “potencia”2, ya
estudiada desde los pensadores griegos. Así, ser en acto se refiere a la sustancia tal como
en un momento determinado se nos presenta y la conocemos; mientras que ser en
potencia se entiende al conjunto de capacidades o posibilidades de la sustancia para llegar
a ser algo distinto de lo que actualmente “es”. Por ejemplo, una semilla podrá convertirse
en planta y, por lo tanto, es potencialmente una planta; pero no podrá nunca convertirse
en caballo, pues por su naturaleza no tiene esta capacidad. De igual manera, un niño tiene
la capacidad de ser un profesional (por ejemplo, un profesor o un diseñador), “es”, por lo
tanto, un niño en “acto”, pero un docente, un diseñador o un profesional en potencia. Es
decir, no es un adulto, o un profesional de cierta área, pero puede llegar a serlo.
Dependerá de él, de su libertad y posibilidades, actualizar o no alguna de esas
potencialidades. Aunque, en su caso, no es más o menos persona si las actualiza, es decir,
2
Para profundizar, cfr. Orrego, C. (2016). Filosofía: Conceptos Fundamentales, Ediciones UC:
Santiago, pp. 185-ss.
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su condición de persona no cambia: sigue siendo “persona” tanto cuando es niño, como
cuando es adulto y se ha desarrollado como profesional.
3
Cfr. Serani, Alejandro. El estatuto antropológico y ético del embrión humano. Persona y Bioética,
[S.l.], n. 13-14, 2009. Disponible en:
<https://personaybioetica.unisabana.edu.co/index.php/personaybioetica/article/view/812/1959>.
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En clases anteriores hemos establecido que el ser humano está formado por
diversas dimensiones que componen su naturaleza y que le permiten entre otras cosas,
sentir, amar, pensar y reflexionar el sentido de su propia existencia, para así lograr una
comprensión profunda de su ser, esto es, el conocimiento de sí mismo, favoreciendo el
cuidado de sí y construyendo una mejor convivencia con otros. La persona es capaz de, a
través del tiempo, formar una imagen de sí sobre la base de su propia reflexión. La suma
de esta reflexión y las experiencias van formando un mundo interior que se guarda a
través de la intimidad y el pudor.
El conocerse es la base para que una persona se posea, esto es, en principio saber
nuestros límites y propios alcances, amarse a sí mismo, guiar nuestras pasiones, pero
también como aprenderemos más adelante actuar con prudencia. En efecto, son muchos
los elementos que permiten a una persona poseerse, pero la clave, como veremos más
adelante será el ejercicio de la libertad a la luz de las virtudes, para así desde el
conocimiento de nuestra propia naturaleza acercarnos a la autorrealización y a la vida
buena en sociedad. Una persona que conociéndose se autoposee, es capaz de entregarse,
es decir, abrirse a una convivencia sana con otros. La persona no es un ser aislado en sí
mismo, sino un sujeto que despliega su ser con otros. Sólo la persona pueden donarse a
otra en un libre acto de amor y encontrar en ello su plenitud. Como dueño de sí con
capacidad de entrega, la persona es un fin en sí mismo. Fijémonos que las cosas tienen un
valor monetario y son desechables cuando ya han cumplido su función o no pueden
cumplirla más. Las personas no pierden su valor, no se pueden desechar, vender o regalar,
como las cosas. Como fin en sí mismo, la persona posee un valor único que es su dignidad.
Esta dignidad es inherente al ser humano, por el simple hecho de ser, de existir, en cuanto
que posee una naturaleza racional y libre. Immanuel Kant, filósofo de fines del siglo XVIII,
lo expresaba de la siguiente manera: “Hay algo que es propio, lo íntimo de cada hombre y
cada mujer, y que no puede ser utilizado como medio, como instrumento, sino que es
siempre un fin en sí mismo”4. Este filósofo nos dice, en otras palabras, que la dignidad de
la persona se funda en su “ser” persona; por lo tanto, el ser humano tiene valor por lo que
4
Cfr. Kant, Immanuel. Fundamentación de la metafisica de las costumbres.
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él mismo es, por su ser, y no en función de otra cosa; y que por lo mismo, no puede ser
usado como un medio para lograr otras cosas.
“El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es
una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia”
Chesterton.
de ésta, querámoslo o no, se da en mutua colaboración con otros. Todos estamos llamados
desde nuestra realidad y funciones específicas a ayudarnos y a colaborar con el bien de la
sociedad.
Todos aquí tenemos experiencia de haber nacido en una familia. Puede ser de
diferentes tipos: con múltiples hermanos o sólo uno, papá y mamá presente o uno de ellos
asumiendo la responsabilidad de mantener económicamente a la familia y de la educación
de los hijos, o también abuelos que ejercen el rol de padres. Independientemente de cómo
sea la propia familia, es la experiencia primera de toda persona y la que más radicalmente
nos marca: todos nacemos como hijos y es una realidad que nos acompaña toda la vida,
superando los límites de la muerte de nuestros padres, del posible desconocimiento de
nuestros orígenes, de la separación temporal o geográfica o de la formación de la propia
familia. El ser humano es un ser familiar en parte porque nace, crece y muere necesitado.
Por ejemplo, un niño, un adulto, un anciano o una persona enferma, no se valen por sí
mismos y necesitan un hogar donde vivir, amar, ser amados y cuidados, ya que es parte
natural de nuestro desarrollo afectivo y social.
El bien común
Pero, ¿qué es el bien común? Es el conjunto de condiciones necesarias para que los
individuos, las familias y las instituciones puedan lograr su mayor desarrollo o el conjunto
de condiciones de la vida social que hacen posible, a cada uno de sus miembros, el logro
más pleno y más fácil de la propia perfección. Si bien, implica los bienes materiales
(vivienda, alimentación, vestimenta, etc.), también incluyen los bienes espirituales como
por ejemplo, educación, cultura, recreación, etc.
1
La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue elaborada por representantes de todas las
regiones del mundo, y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10
de diciembre de 1948. En la Declaración se establece, por primera vez, los derechos humanos
fundamentales que deben protegerse en el mundo entero y ha sido traducida en más de 500
idiomas.
2
http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_30121987_sollicitudo-
rei-socialis.html
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De acuerdo a esta idea, el bien común no es la simple suma de los bienes particulares
de cada sujeto, sino el bien de todos y de cada uno de los miembros de la sociedad. Este
conjunto de condiciones se logra, en primer lugar, reconociendo la dignidad de toda
persona y respetando sus derechos sin distinción de raza, religión, edad o situación
económica.
A veces en la sociedad actual existen actitudes que van en contra de este principio
básico, como por ejemplo cuando actuamos de forma egoísta al escuchar música con alto
volumen y no considerar que puede molestar al vecino; al no dar el asiento en la locomoción
colectiva a aquellas personas que lo necesitan, o una situación tan extrema como conducir
un automóvil bajo los efectos del alcohol, sin tener ni la más mínima conciencia que le
podemos hacer daño a personas inocentes. En estas actitudes se manifiesta un
individualismo que muestra la falsa idea de que podemos ser autosuficientes, que no
necesitamos de los demás; pero también la falta de virtudes en las personas, como la
prudencia, la justicia, necesarias para la vida social y en las cuales profundizaremos más
adelante.
La subsidiaridad es otro principio básico que nos ayuda a conformar el bien común.
Si bien, el ser humano es el primer responsable de su propio desarrollo, pues es libre y posee
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las capacidades para hacerlo, muchas veces necesita de la ayuda de los demás para llevarlo
a cabo. Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse
en una actitud de ayuda (en latín, subsidium) —por tanto de apoyo y promoción— respecto
a las menores, para que éstas puedan desarrollar adecuadamente las funciones que les
competen, sin sustituirlas. De este modo, aunque el deber primario de educar a los hijos
corresponde a las familias, distintas organizaciones e instancias contribuyen también en
nuestra formación integral, por ejemplo: el equipo de fútbol, el coro o la banda donde
participemos, entre otros. También, el Estado colabora construyendo escuelas y ayudando
de esta manera en la educación de los ciudadanos o entregando subsidios habitacionales
para facilitar el acceso a la vivienda a quienes tienen escasos recursos.
Por último, debemos destacar que al ser personas sociables por naturaleza, nos
organizamos con otros para lograr fines comunes y el bien común. Tal como lo hemos
venido señalando, el bien común es fundamental para que el ser humano logre el desarrollo
personal y social. Por lo mismo, la política es importante, ella hace posible la conformación
de elementos que permiten que las personas desplieguen sus potencialidades. Cosas tan
sencillas como el semáforo que está en la esquina u otras más complejas como el acceso a
la educación de calidad, un buen sistema de salud al alcance de todos o pensiones dignas,
pasan por decisiones políticas. La razón de ser de las acciones políticas y de las instituciones
sociales es ayudar a las personas a que logren su plenitud, como vemos por ejemplo con los
bomberos, quienes poniendo su vida en riesgo están dispuestos a ayudar a otros. Cabe
destacar que la política en su razón de ser, es buena y digna de ejercer, pues se preocupa
por el bien común. Ahora bien, este ejercicio de la actividad política no puede estar
desligado de la ética, como toda actividad humana. La actividad política en su esencia es
parte de la ética, pues trata de lo justo y de lo injusto; y debe estar al servicio de la persona
humana y velar por su dignidad.
3
Cf. Joaquín García-Huidobro, Simpatía por la política, Centro de estudios bicentenario, Santiago, 2007, p.
42.
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Conceptos claves: ética clásica, ley natural, conciencia moral, recta razón
El tema de la felicidad es uno de los pilares en los que se apoya una teoría ética que
es comúnmente conocida como “ética de la felicidad”, “ética de la virtud” o, simplemente,
como “ética clásica”. Se la llama “clásica” por la misma razón por la que se llama “clásicos”
a los partidos entre Colo-Colo y Universidad de Chile, por la que decimos que el Volkswagen
Escarabajo es un modelo “clásico” o por la que consideramos el disco “The Wall” de Pink
Floyd como una pieza de Rock Clásico. Los planteamientos formulados por el filósofo griego
Aristóteles en el lejano siglo IV a.C. son, con toda propiedad, clásicos ya que se han
mantenido vigentes a la hora de entender y orientar nuestra conducta y, por lo mismo,
también han sido fundamento para reflexiones actuales. Naturalmente existen otros
planteamientos éticos, como por ejemplo: el relativismo, el emotivismo, el
consecuencialismo, entre otros. Todos ellos nacen de la necesidad vital del ser humano de
buscar un criterio que oriente nuestra conducta. Sin embargo, los argumentos que se
1
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Una vez establecido que la ética orienta nuestros actos al bien, surgen las siguientes
interrogantes: ¿cómo podemos definir qué es el bien?, ¿qué criterio determina qué es lo
bueno y qué es lo malo?, ¿son suficientes las leyes jurídicas para guiar nuestras acciones?
A través de la ética clásica analizaremos las respuestas a estas interrogantes.
1. ¿Existe una ley que nos guíe? Ley natural, ley positiva y relativismo
2
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alguna vez al determinar lo que deberíamos haber hecho. Por lo tanto, esto no basta: es
necesario buscar el criterio último para determinar qué acciones son buenas y cuáles malas.
Por otro lado, puede parecer que las leyes escritas que rigen nuestra vida en
sociedad son un buen candidato para convertirse en el criterio último de nuestros juicios
éticos. Sin embargo, esas mismas leyes deben redactarse a partir de un criterio, por lo que
no pueden ser ellas mismas el criterio último. Creer que algo es bueno sólo porque lo dice
la ley es lo que se conoce como legalismo, lo cual no parece ser del todo correcto.
Pensemos, por ejemplo, que muchas leyes laborales son imperfectas, pues no favorecen en
la disminución de la desigualdad salarial o no fomentan completamente la estabilidad y la
seguridad de los trabajadores.
1
Sófocles (496-406 a.C.) es uno de los más grandes poetas trágicos griegos. En sus obras –entre las que
destaca la famosa tragedia Edipo Rey– se tocan los grandes problemas que aquejan al ser humano, razón
por la cual hasta el día de hoy se sigue leyendo su obra y también se siguen representando estas ‘tragedias’
en el teatro.
2
Cfr. Santo Tomás de Aquino. Suma teológica. I-II, q.94. a2.
3
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naturales o esenciales, así como otras que son accidentales. Por ejemplo, somos
esencialmente racionales, libres y sociales, pues poseemos inteligencia y voluntad, entre
otras facultades. En cambio, accidentalmente el ser humano puede ser blanco, flaco, alto,
bajo, de Everton o de Wanderers. Ninguna de estas características accidentales nos hace
más o menos persona, por lo que sería ridículo calificar algo como naturalmente bueno o
malo a partir de ellas. Pero los rasgos naturales son comunes a todos nosotros, por lo que
debiese ser posible determinar que hay ciertos bienes que son convenientes para todos.
Por ejemplo, si la libertad es un rasgo natural de la persona, puedo concluir que la esclavitud
es una realidad censurable porque atenta contra la naturaleza humana, es decir, es “contra-
natura”. Asimismo, bienes como la vida, la familia, la amistad, el trabajo, el descanso, la
experiencia de la belleza, el conocimiento y la felicidad parecen ser realidades que
convienen al ser humano por el hecho de ser humano y, por tanto, promoverlos es algo
naturalmente bueno, y atentar contra ellos, en cambio, naturalmente malo.
Dice el filósofo alemán Immanuel Kant que “no hace falta ciencia ni filosofía alguna
para saber qué es lo que se debe hacer para ser honrado y bueno y hasta sabio y virtuoso”3.
En efecto, por el hecho de ser racionales, todos tenemos en nosotros una brújula para el
bien y un freno para el mal. Es lo que llamamos conciencia, y que el sabio chino Confucio
3
Kant. Emmanuel. Fundamentación de la metafísica de las costumbres, cap. 1.
4
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define como la “luz de la inteligencia para distinguir el bien y el mal”4. Así también se puede
definir como “la actitud y el acto de conocimiento y de discernimiento que tiene como fin
la evaluación de las acciones morales”5. Con todo, la capacidad que tenemos todos de
determinar lo que debemos hacer en cada caso, proviene fundamentalmente de que
tenemos conciencia. Y es por esa conciencia moral que, antes de actuar, sentimos un
mandato o prohibición dentro de nosotros, o, después de actuar, sentimos una satisfacción
o un remordimiento.
La segunda obligación, que puede parecer obvia pero no lo es, consiste en que
debemos obedecerla. De lo contrario, nos estaríamos traicionando a nosotros mismos.
Hacer caso siempre a la conciencia no es fácil y se requiere una dosis de fuerza de voluntad,
capacidad que se desarrolla mediante el cultivo de las virtudes. Esto es lo propio de una
persona íntegra, y es probable que quien se respeta a sí mismo de esa manera cometa muy
pocos errores. Somos conscientes que hoy en día existen muchos casos en que las personas
eligen actuar de manera inescrupulosa, como por ejemplo en los múltiples casos de colusión
realizada por empresarios, en malversación de fondos o en los diversos actos de violencia
que observamos día a día. Pero también, debemos observar que siempre existen personas
dispuestas a actuar de forma íntegra, por ejemplo ¿cuándo recibiste o hiciste una acción
desinteresada? Todos, alguna vez, a lo largo de nuestra vida hemos recibido la ayuda de
4
Cfr. En José Ramón Ayllón. Introducción a la ética. Historia y fundamentos.
5
Elio Sgreccia. Manual de Bioética I, BAC, Madrid, 2014, p. 192.
5
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alguien que ha decidido actuar íntegramente, y son ejemplos que vale la pena recordar,
destacar y seguir.
3. Conciencia recta
6
Ibíd.
7
Cfr. Santo Tomás de Aquino. Suma teológica. I-II, q. 55, a. 4. ad 2; II-II, q. 47, a. 6, c.; q. 123, a. 1, c.; q. 141,
1, c
8
Cfr. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 399.
6
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tribunal de Nuremberg enjuició a los seguidores de Hitler por los crímenes cometidos antes
y durante la Segunda Guerra Mundial, estos alegaron que obedecían órdenes respaldadas
por las leyes dictadas por el Tercer Reich, frente a lo cual el fiscal respondió que “a veces
llega el momento en el que un hombre ha de elegir entre su conciencia y sus jefes”. En
suma, la ética clásica, distinta a una ética legalista y relativista, propone orientar los actos
humanos mediante una conciencia recta y la ley natural.
7
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“¿Qué es carácter? En las condiciones más hostiles, ser capaz de dar de sí. ¿Y falta
de carácter? En las condiciones más favorables, recibir lo que se necesita y quedárselo
para sí”
Alexander Solzhenitsyn
1
Cfr. Ayllón, José Ramón. Antropología filosófica. Ed. Planeta, Barcelona, 2011, p. 288.
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2.Yo soy lo que hago. Los hábitos hacen a la persona: virtud y vicio
Algo de verdad tienen los dichos populares: “lo que se hereda no se hurta” o “de tal
palo, tal astilla”. El factor genético -mencionado anteriormente como temperamento- es un
componente de la personalidad, y tiene elementos positivos y otros no tanto. Nos encanta
considerar los aspectos satisfactorios de nuestra forma de ser, pero ¿qué hacer con los
defectos? ¿nos tendremos que quedar tranquilos pensando que varios integrantes de
nuestra familia tienen defectos similares? ¿no es un poco triste pensar que no podemos
mejorar?
2
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética Razonada, Palabra, Madrid, p.66.
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La palabra virtud se conecta con la expresión griega areté que se traduce como
“excelencia”. La virtud es una acción buena permanente en el tiempo (hábito) que
perfecciona la naturaleza humana. Practicar las virtudes hace buena la acción y al que la
ejecuta, pues la acción virtuosa es buena en sí misma y hace de la persona alguien de
excelencia. Por lo tanto, “la virtud humana es un hábito que perfecciona a la persona para
obrar bien”3. Así, la virtud no es un fin en sí misma, sino un medio para alcanzar la felicidad.
Como lo hemos afirmado anteriormente, la ética está al servicio de la persona para que
alcance la plenitud. Lo anterior viene a dejar claro que la ética no está para cumplir con un
listado de normas básicas, sino para orientar nuestro acto humano hacia el mayor bien que
podamos hacer, es decir, actuar conforme a la excelencia moral.
3
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II, cuestión 58, artículo 3.
4
José Ramón Ayllón, Op. Cit., p. 67
5
Leonardo Polo, Ética, Unión Editorial, Madrid, 1997, p. 116.
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en nuestras relaciones con los demás. Las virtudes permiten que todas las acciones buenas
sean más fáciles de realizar, pues han pasado a ser parte de nosotros.
Hay diferentes tipos de virtudes, un grupo son las cardinales y otras son las
teologales. Las virtudes teologales, pertenecen a un ámbito sobrenatural: la fe, la
esperanza y la caridad. Son un regalo de Dios que el ser humano puede acoger y practicar
libremente. Por otro lado, las virtudes cardinales son naturales, esto significa que tenemos
las capacidades (inteligencia, voluntad, libertad, entre otras) para adquirirlas, sin embargo,
para hacerlas “realidad” se requiere practicarlas. Se llaman cardinales porque son el quicio
(cardo, en latín) sobre el cual gira toda la vida moral de la persona, cumplen la misma
función de un gozne o bisagra de una puerta en la cual ésta se apoya. Se les llama también
fundamentales, pues en ellas se realizan perfectamente los cuatro modos generales del
actuar humano: la determinación práctica del bien (prudencia); su realización en la sociedad
(justicia); la firmeza para defenderlo o conquistarlo (fortaleza); y la moderación para no
confundirlo con el placer6.
6
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética razonada, Palabra, Madrid, 2010, p. 71.
7
Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, II, 6, 1106 b 36.
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Además, es una virtud que se requiere no solo para situaciones particulares, sino
para toda la vida en general10. La virtud de la prudencia es la que facilita una reflexión
adecuada antes de enjuiciar cada situación y, en consecuencia, tomar una decisión acertada
de acuerdo con criterios que entrega la recta razón. De este modo, la prudencia nos ayuda
a establecer un “puente” adecuado entre lo teórico y lo práctico, pues pertenece a la
inteligencia y a la voluntad; no basta con saber qué es lo bueno, sino que además, debemos
actuar conforme a ese bien. Por tanto, la prudencia es considerada la madre de todas las
virtudes, porque nos permite saber cómo hacer el bien, eso significa que nos ayuda a saber
cómo ser fuertes, templados y justos. La prudencia nos hace capaces de repensar acciones
realizadas en el pasado con el fin de aprender de las situaciones vividas; también nos ayuda
a analizar el presente; y además a proyectar el futuro anticipándonos a ciertos hechos que
puedan ocurrir si es que tomas una u otra decisión. Además, la prudencia perfecciona el
8
Cfr. José Ramón Ayllón, Ética razonada, Palabra, Madrid, 2010, p. 239.
9
Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1140a 25.
10
Cfr. Aristóteles, 1140a 30
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acto del entendimiento práctico, ya que “El sabio no es el que tiene más información o sabe
mucho sobre el mundo o la historia, sino el que sabe hacer bien el bien”.
Resumiendo lo visto hasta acá, la personalidad está formada por dos componentes
importantes: el temperamento y el carácter. El primero es involuntario e innato, mientras
que el segundo es voluntario y adquirido libremente. ¿Por dónde podemos comenzar la
tarea de ir formando un buen carácter? Por medio de las virtudes cardinales que nos
permiten perfeccionar nuestra naturaleza humana, logrando con ello la plenitud o la
felicidad, la cual todos aspiramos a tener. La primera virtud estudiada es la prudencia, o
madre de todas las virtudes, porque es la inteligencia práctica que nos ayuda a realizar el
bien posibilitando el surgimiento de la templanza, de la fortaleza y de la justicia. Así, la
persona prudente es capaz de deliberar y juzgar qué es lo mejor en cada caso, distingue y
elige el bien que propicien la vida plena y feliz.
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“Es más fácil escribir diez volúmenes de principios filosóficos que poner en práctica uno
solo de sus principios”
Tolstoi
Conceptos clave: virtud, templanza, fortaleza, justicia.
Tal como estudiamos al principio de este curso, el ser humano es una unidad de
cuerpo y alma. En este sentido, la persona, por su naturaleza, piensa y siente; razona y busca
lo que desea. No existen personas que no estimen los placeres, porque tal insensibilidad no
es humana. Ciertamente sentir placer por algunas cosas no es en sí mismo malo. Pero
tampoco podríamos decir que es bueno en sí mismo, pues vemos con frecuencia cómo la
búsqueda desenfrenada del placer inmediato lleva a las personas a una verdadera
esclavitud.
La vida buena es la vida virtuosa. Educar u ordenar los placeres no significa dejar de
sentirlos, sino que deben ser mediados por la razón, de tal manera de hacer las cosas con
placer y no por placer. Ya que, lo propiamente humano es buscar la verdad y guiar nuestra
vida por medio de la razón para lograr una vida buena: “sería absurdo no elegir la vida de
uno mismo”1. Como vimos, anteriormente, el hedonismo (del griego hedoné que significa
1
Aristóteles, Ética a Nicómaco, X, 7, 1178 a 4.
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placer) es precisamente lo contrario: hacer todo por el placer inmediato, esto es, “la buena
vida y la poca vergüenza”, dice el dicho popular. En algunos casos tenemos que luchar por
un bien que no es placentero, por ejemplo, el esfuerzo en los estudios o en el trabajo; pero
también es verdad que hay placeres que no necesariamente se identifican con el bien, como
por ejemplo dormir en forma desmedida.
Cabe destacar, que una vida virtuosa no está acompañada solo de disgustos y
sufrimientos. A medida que se van adquiriendo las virtudes, la acción se acompaña
paulatinamente de más placer; es el placer profundo y estable que otorga el trabajo serio y
esforzado, el ponerse metas e ir lográndolas, en definitiva, el placer de tener una vida buena
y plena. Cuando se adquiere la virtud la acción es fácil, rápida y agradable. Por ejemplo,
cuando uno tiene que reconocer un error por primera vez (honestidad), puede ser difícil,
vergonzoso, etc. La persona honesta, es la que dice la verdad casi espontáneamente, no
tiene que deliberar tanto, se siente bien diciendo la verdad y tiene cargo de conciencia al
mentir. Señalamos que la virtud más importante es precisamente la prudencia; en efecto,
no puede haber templanza si no hay prudencia, pues ésta nos permite saber cómo ser
templados en una situación particular. No basta con saber qué es la templanza, sino que es
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necesario saber cómo serlo en “esta” circunstancia particular, y esto lo que posibilita la
virtud de la prudencia.
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Cfr. Etienne Gilson, Introducción al Estudio de san Agustín, Marietti, Génova, 1989, p.159
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el bien y que él es el valiente por su expresa voluntad del bien. Lo que constituye la esencia
de la fortaleza no es el exponerse de cualquier forma a cualquier riesgo, sino solo una
entrega de sí mismo que es conforme a la razón. En efecto, la virtud de la fortaleza no tiene
nada que ver con una actitud impulsiva y ciega. Para que aquello no ocurra es necesario ser
prudente. En suma, solo el prudente puede ser valiente, pues sabe afrontar libremente los
riesgos, después de haber pensado mucho lo que hay que hacer3.
Supongamos que estás en busca de tu primer trabajo. Con esfuerzo, tus padres te
han dado la educación y están orgullosos de tener, quizás, al primer profesional de la
familia. Después de haber pasado todas las etapas del proceso de selección te encuentras
junto a otro postulante en la etapa final, pero por el solo hecho de vivir en una población
de bajos recursos y estigmatizada por la delincuencia, los dueños de la empresa deciden
seleccionar a tu competidor. Ciertamente, estamos ante una situación de injusticia.
La justicia es una virtud social, eso quiere decir que siempre afecta a los demás, en
otras palabras, está referida a las diferentes relaciones que establece la persona en su diario
vivir. En rigor, nadie puede hacer justicia con uno mismo. Por lo mismo, el objeto de la virtud
de la justicia son las demás personas, pues como hemos estudiado en clases anteriores,
somos seres sociales por naturaleza. La convivencia humana se ordena mediante actos
externos, es por eso que la justicia es parte esencial de las relaciones humanas y con todo
lo que rodea al ser humano, también con las leyes.
Es muy probable que en alguna ocasión hayamos calificado un hecho como justo o
injusto, por ejemplo, si recibimos una mala atención en un hospital o nos hacen trampa en
un negocio, con toda razón podemos decir que ahí hay una falta de justicia, pues no nos
han dado lo que nos correspondía. Por otro lado, decimos justo que un niño reciba cariño,
cuidados y una buena educación por parte de sus padres. La justicia hace que respetemos
mutuamente nuestros derechos fundamentales, y tiene dos aspectos: el exigir los propios
derechos y el deber de respetar y procurar los ajenos. Lo vemos en el diario vivir, por
3
Cfr. Tucídides, Guerra del Peloponeso, libro 2.
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ejemplo, exigimos que se nos pague un sueldo justo, de acuerdo a nuestro aporte a la
empresa, a nuestra preparación y situación personal. Pero, también tenemos el deber de
cumplir con el contrato de trabajo, lo que implica cumplir el horario, ser leal y trabajar con
seriedad. En este sentido, podemos decir que la virtud de la justicia nos permite derribar
los obstáculos para cultivar una sociedad en paz. Por eso no debemos confundir la justicia
con los actos de venganza, la venganza nace de la ira mal dirigida, nubla nuestras decisiones
e incluso puede hacernos olvidar que toda persona tiene derecho a un juicio justo. Así lo
declara también el Artículo 10 de los Derechos Humanos, el cual establece, entre otras
cosas, la presunción de inocencia, es decir, que toda persona es inocente hasta que se
demuestre lo contrario4.
Existen diferentes tipos de justicia y todas comparten el mismo principio: dar a cada
uno lo suyo. La justicia conmutativa consiste en dar a cada uno lo que le corresponde entre
las personas. Por ejemplo, un acto justo entre personas sería atender de manera adecuada
a un enfermo o cobrar lo que corresponde a la hora de prestar un servicio. La justicia
distributiva es dar, por parte de la sociedad, lo que le corresponde a cada persona. Por
ejemplo, la distribución proporcional de los bienes o un bono para ayudar a familias de
escasos recursos. Mientras que la justicia legal es dar lo que corresponde por parte de las
personas a la sociedad, por ejemplo, cumplir con las leyes básicas de convivencia.
Una mirada reducida de la virtud de la justicia conlleva peligros. Hay que dejar claro
que la justicia no se puede reducir a una cuestión meramente material o al simple
cumplimiento de la ley, pues ante todo es un principio moral. Reducir la justicia al
cumplimiento de la ley es lo que se llama ética legalista, este modelo ético tiene
4
En 1984, en Estados Unidos, una mujer anónima llamó a la policía porque había identificado a un
sospechoso gracias a un retrato policial. Kirk Bloodsworth fue arrestado por la violación y asesinato
de una niña de nueve años. A pesar de las escasas y contradictorias pruebas presentadas en el juicio,
Bloodsworth fue declarado culpable y sentenciado a muerte. Bloodsworth no paró de defender su
inocencia hasta que en 1993 se convirtió en la primera persona en Estados Unidos que fue liberada
del corredor de la muerte gracias a las pruebas de ADN que demostraron su inocencia. Fue liberado
después de más de nueve años en prisión, pero no fue exonerado completamente hasta 2003. Cfr.
https://news.un.org/es/story/2018/11/1446311
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complejidades, pues algunas veces las leyes son injustas. Por ejemplo, en algún momento
de la historia la esclavitud fue legal, pero objetivamente era una injusticia. De la misma
manera, acotar la justicia a cuestiones meramente materiales, podría tener consecuencias
peligrosas para la sociedad, pues las relaciones interpersonales se pueden ver reducidas a
lo material y todos sabemos que las cosas materiales valen lo que valen, pero a las personas
no les podemos asignar un precio.
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“El hecho de poner sobre el tapete el problema del sentido de la vida es la verdadera
expresión del ser humano de por sí, de lo que hay de verdaderamente humano”
Viktor Frankl
1. El deseo de trascendencia
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francés, Gabriel Marcel, lo expresa de manera muy bella: “amar a una persona es sentir que
se le dice: tú no morirás”1.
El sentido de infinitud también se hace patente en nuestros deseos de perseverar o
perdurar en la existencia, por ejemplo, a través de proyectos o distintas acciones que
realizamos, buscamos dejar una “huella” en la vida. Para algunos este sentido de
trascendencia se concreta al tener hijos; mientras que, para otros quizás se alcanza
aportando al bien común. El deseo de trascendencia proviene de lo más íntimo de nuestra
alma, en parte surge porque deseamos vivir una vida que valga la pena ser vivida, esto es,
una vida plena, buena y feliz.
De este modo, lo infinito es aquello que supera nuestro conocimiento natural, y el
encuentro con esa realidad suprema y trascendente, es una dimensión de la que se hace
cargo la religión. Sin embargo, desde la antropología filosófica, podemos intentar
comprender un aspecto de lo infinito por medio de nuestra razón, pues es una de las
inquietudes propia de la naturaleza humana. El reconocimiento de esta realidad suprema,
atraviesa toda la historia de la humanidad, pues es en esa dimensión espiritual, que
buscamos una explicación total de la realidad y el sentido último de nuestra existencia.
Muchas veces buscamos explicar algunos aspectos de esta trascendencia a través de signos
y símbolos, ya que representamos el misterio o la realidad suprema mediante nuestras
propias imágenes y palabras. Desde una perspectiva muy general, podemos comprender lo
sagrado como la relación que tiene el ser humano con la realidad trascendente, pues todos
en algún momento de nuestra vida nos interrogamos por aquello que está más allá de la
realidad natural, preguntándonos por nuestro origen y lugar en el mundo.
1
G. Marcel, La mort de demain, Acto II, escena VI, en Trés pièces, Plon, Paris, 1931, p.161.
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2. El sentido de la vida
2
Cfr. Frankl, Viktor. El hombre en busca de sentido. Ed. Herder, Barcelona, págs. 90-93.
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orientando las acciones hacia el bien. Como dice el escritor Oscar Wilde “Estamos aquí para
realizar nuestra naturaleza perfectamente”3.
En esta unidad hemos establecido que el espíritu de la ética es orientar nuestros actos
hacia la felicidad, hacia la excelencia moral. Este último concepto significa hacer todo el
bien que esté a nuestro alcance, y también que a través del ejercicio de las virtudes seamos
capaces de perfeccionar nuestra naturaleza. Hoy en día a veces ponemos en el centro de
nuestra vida el éxito material, quizás más de una vez has escuchado la frase “Ganarse la
vida”, pero un mejor entendimiento de nuestras características esenciales nos puede
ayudar a encontrar un buen sentido para nuestra existencia, comprendiendo que no
podemos reducir nuestra vida a los bienes materiales, sino que tenemos facultades que
enriquecen nuestro existir, como por ejemplo amar, esa capacidad de entrega y apertura
hacia un otro. A través de la antropología y la ética hemos profundizado en la naturaleza
humana, entendiendo que dicho autoconocimiento puede orientar nuestras acciones hacia
el bien, hacia plenitud, y a la construcción un mundo más humano.
3
Wilde, Oscar. El retrato de Dorian Gray. Madrid, Biblioteca Nueva, págs. 129.