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Introducción a la historia de la antigüedad

Historia del Próximo Oriente Antiguo


Raún González Salinero

Temas 4-6

INTRODUCCIÓN. Los elementos del sustrato hitórico

Marco geográfico y medio físico

El área greográfica en la que se desarrollan las civilizaciones próximo-orientales es:

Turquía-Armenia (antiguas Anatolia, Urartu, Subartu)


Siria
Líbano (Fenicia de la Época clásica)
Israel (Caanán, Palestina, Filistea)
Jordania (antigua tierra de los aminitas, moabitas , edomitas)
Irak-Kuwait (antigua Mesopotamia, Sumer, “Países del Mar”)
Irán (Antigua Persia y Elam)
Arabia Saudí (Dilmun)
Chipre (la Alashya del II milenio a.C.)
Egipto

La gente que participó en el desarrollo sociopolítico del Próximo Oriente, no pertenecía a un mismo
tronco étnico, ni hablaba la misma lengua, ni compartía un mismo sistema de escritura.

Lenguas y pueblo semíticos

Acadio. Lengua del “primer imperio semítico”, fundado en la Mesopotamia central por Sargón de
Akkad en torno al 2350 a.C. con capital en Agad. Su étimo puede indicar tanto la fase más antigua de
los pueblos sedentarios mesopotámicos (presentes en el territorio que después tomará el nombre de
Babilonia, Asiria y Subartu), como lengua mesopotámica, que, desde el III milenio a.C, pervivió en la
zona hasta la época cristiana. El antiguo acadio sobrevivió has ca. 1950 a.C, cuando la región sufrió
una perturbación de los pueblos seminómadas de los amorreos. Su escritura es cuneiforme silábica,
impresa con un punzón de base tringular sobre tablillas de arcilla y formada por líneas con progresión
tanto vertical como horizontal. El asentamiento de estos semitas favoreció un proceso de diversifica-
ción del acadio en dos dialectos: el asirio, hablado al norte por los asirios, y el babilonio, hablado por
los babilónicos de la zona central.

Amorreo. Hablado por los amorreos (tribu semi-nómada occidental) presentes en Siria y Palestina
desde la segunda mital del III al II milenio a.C., y por pobladores de la Mesopotamia central y septen-
trional. No tuvieron escritura, en cuanto se asentaron y se hicieron con el poder político de un vasto
territorio, adoptaron como lengua escrita el babilonio.

PRÓXIMO ORIENTE 1
Cananeo. Lengua del pueblo de Canaán, topónimo que en la Biblia hebrea indica la región costera del
Mediterráneo oriental delimitado al norte por Tell Sukas y por Gaza al sur.

Ugarítico. Lengua de los habitantes de Ugarit, adopta un doble sistema epigráfico, el silábico cunei-
forme y el alfabético consonántico cuneiforme. Con la destrucción de Ugarti a manos de los “Pueblos
del Mar”, desparece el primer intento de una escritura propiamente alfabética.

Fenicio. Lengua de los cananeos de la Edad del Hierro. Inventaron para el registro de su lengua una
escritura de 22 signos, el sistema alfabético consonántico, que, a través de la mediación y el com-
plemento vocal griego, constituye la base de nuestro alfabeto. Mantuvo su vigencia en el cuadrante
central y occidental del Mediterráneo gracias a la forma cursiva conocida como púnico y neopúnico
durante los siglos XIV al III a.C. De él derivan las escrituras hebraica, aramea, algunas palestinas
menores y griega.

Hebreo. Forma dialectal cananea, es la lengua asumida por los israelitas en su fase de sedentarización
y estatalización en el sur de Palestina hacia el X a.C. y mantenida hasta el exilio babilónico, momento
en el que fue sustituida, primero por el arameo, y después por el griego. Su grafía, derivada del fenicio,
consta de 22 signos y se conserva práctimente igual hasta el siglo VII a.C. La élite culta trasladada a
Babilonia conservó el hebreo como lengua litúrgica y religiosa-literaria.

Arameo. Lengua de las tribus semi-nómadas de los ahlamu-arameos que se asentaron en Siria y Meso-
potamia hacia el 1100 a.C., se desarrolló a partir del cananeo por medio de una progresiva diferencia-
ción interna. Es la lengua semítica cuyo uso se atestigua durante más tiempo de forma ininterrumpida
(sus fuentes escritas se remontan hacia el 900 a.C. y llegan hasta la actualidad). Al igual que el hebreo,
utiliza en su fase primitiva la escritura fenicia, de la que conservará sus 22 signos. Se convirtión en
idioma internacional del Imperio asirio por encima de babilonio y del persa, permaneciendo en épo-
ca romana, junto al griego, como la lengua de uso corriente en Asia anterior hasta el siglo VII d.C,
cuando fue desplazada y sustituida por el árabe, a excepción de algunas áreas dominadas por ciertas
comunidades judías y cristianas.

Árabe. Es considerado la lengua semítica meridional por excelencia y la más difícil de definir por sus
variantes en los tiempos y modos lingüísticos. Su documentación más antigua data de los siglos IX y
VI a.C. El árabe clásico se inica en el siglo VI d.C, convirtiéndose con la expansión del Islam a partir
del siglo IV d.C., en una lengua literaria de gran prestigio. De forma hablada el árabe clásico perdería
su carácter unitario en favor de numerosos dialectos personales. La escritura es alfabética, constituida
por 28 signos cuya secuencia es diversa de la fenicia, aramea, hebraica y griega.

Lenguas de pueblos no semíticos

Sumerio. Es la de mayor antigüedad atestiguada. Es una lengua de tipo aglutinante (caracterizada


por la yuxtaposición de morfemas y palabras) que hasta ahora no se ha podido vincular con ningún
grupo lingüístico reconocible. Los sumerios fueron un elemento étnico intrusivo en la Mesopotamia
calcolítica, pero no se sabe exactamente su procedencia ni la época en la que se instalaron en la región.
Se tiene constancia de su existencia en la región en la época urbana compleja en que su revolucionaria
escritura (no se sabe si de invención propia o procedente un préstamo de alguna otra civilización) les
permite entrar en la historia de Oriente Próximo e involucrar en esta forma de expresión a cuantos
pueblos estuvieron en contacto con ellos. La escritura cuneiforme.

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Hitita. Fue la lengua de uno de los pueblos más activos en el ámbito del próximo-oriente entre finales
de la Edad de Bronce Medio y Tardío, capaz en reconstruirse en pequeños estados neohititas a inicios
de la Edad de Hierro. El estrato de su población era de origen indoeuropeo. Tras su llegada a Anatolia
en sucesivas oleadas, los hitias se mezclaron con los elementos autóctonos constituidos ya en ciuda-
des-estado que hablaban el hatti, una lengua pre-hitita no indoeuropea, aglutinante, que se encuentra
actualmente en curso de desciframiento.

Elamita. Lengua de los pueblos del antiguo Elam, la región iránica suroccidental, situada entre los
afluentes de la margen izquierda del Tigris y las montañas de los Zagros meridionales, en la que des-
tacaban los dos grandes centros urbanos de Susa y Tall-iMalyan (la antigua Ansha). Diferente al su-
merio, no era ni semita ni indoeopea. La fase neo-elemita corresponde a las inscripciones cuneiformes
bilingües y trilingües de los reyes aqueménidas que adoptaron esta lengua en el ámbito administrativo
junto al persa antiguo.

Hurrita. Lengua del pueblo kurrita, uno de los protagonista más importantes de la historia política
próximo-oriental del II milenio a.C., ya presente en la alta Mesopotamia y en la Siria septentrional
hasta Anatolia oriental con formaciones estatales como Urkish o Nawar, dominadores de una gran
extensión territorial.

Cassita. Se conoce solamente a través de la onomástica. Aunque fueron semitas, los casitas hablaban
una lengua con elementos de clara connotación indo-irania. Al formar una dinastía en Babilonia,
utilizaron el babilonio como lengua oficial, relegando su lengua original a una función puramente
onomástica.

Esta pluralidad de lenguas en el Próximo-Oriente y de pueblos tan diversos, creó problemas de comu-
nicación. De las fuentes recuperadas se desprende la existencia de intérpretes, por lo menos hasta que
el acadio se convitió en lengua franca y diplomática.

PRÓXIMO ORIENTE 3
Tema 4
El Próximo Oreinte durante el III milenio a.C.
Bronce Antiguo (3000-2000 a.C).

LAS PRIMERAS CIUDADES ESTADO: SUMER

Precedentes protohistóricos

Hacia el año 5000 a.C., por motivos desconocidos, se produjo un desplazamiento de población hacia
zonas más meridionales con destino a tres lugares fundamentales: el Obeid, Uruk (actaul Warka)
y Jemdet Nasr, que con el tiempo se convertirían en civilizaciones pre-urbanas. En El-Obied se ha
encontrado cerámica pintada en negro y roja producida a mano. En Eridu se han hallado restos de
estructuras que podrían identificarse con los primeros templos. En Uruk, la cerámica coloreada era
mucho más elaborada y se hacía con el torno. También en esta época se constata la construcción de
diversos templo tanto en Uruk como en Eridu; se descubre la técnica del cilindro-sello, y sobre todo,
se introduce la escritura, destinada en principio a la fiscalización de las finanzas del “templo”.

Estas cultura se divulgaron en zonas más septentrionales, dentro de lo que posteriormente será deno-
minada región babilónica, puesto que la escritura no se difundió más allá del cercano Eliam ni llegaría
hasta Asiria o Mesopotamia central hasta la época acadia.

El Dinástico Arcaico o Protodinástico Sumerio

Su étimo deriva de Shumer, que en los textos acadios designa el área geográfica de la baja Mesopotamia
donde se inició la “Historia”.

La primeras ciudades-estado fueron Eridu (“primera ciudad creada por los dioses”), Ur, Larsa, Uruk,
Lagash (con Girsu), Umma, Shurippak, Nippur, Borsippa, Kish, Sippar y Eshnuna.

Son entidades políticas independientes, sedes de poder y culto centralizados, a menudo constitui-
das por más de un núcleo urbano, con barrios periféricos y aldeas menores, ubicadas en la cuenca
hidrográfica del Tigris (antigua Diglat) y el Éufrates (Barum en sumerio y Parattum en acadio), que
convergen hoy en el área pantanosa del Shatt-el-Arab.

Los poderes estatales se vieron obligados a emprender grandes obras de canalización frente a la aridez
del entorno geográfico más cercano y aumentar, a su vez, la extensión cultivable de la llanura aluvial.
Dichas obras fueron el resultado de un esfuerzo colectivo planificado por las autoridades del templo
y del palacio.

Templo y Palacio. Ambas instituciones estaban estrechamente vinculadas en casi todas las ciudades.
Mantienen el control sobre los asentamientos de explotación agrícola, bien directamente o bajo la
forma de arrendamiento o por medio de los impuestos. Se encargan del almacenamiento y distribu-
ción comercial de los excedentes agrícolas y la manufacturas, y se benefician de las ofrendas religiosas
y de los tributos de los aliados o de los botines de guerra.

PRÓXIMO ORIENTE 4
Con el tiempo el palacio terminaría por asu-
mir la facultad operativa que implicaba el ex-
clusivo control de las decisiones políticas,
dejando al templo la función legitimadora de
poder del monarca como una manifestación
de la voluntad divina. Muchas veces estos dos
poderes colisionaron recibiendo el soberano
la maldición de las castas sacerdotales, o el
templo se vió perjudicado por las medidas de
fueza empleadas contra sus intereses por las
autoridades palaciegas.

Arcilla. El nacimiento de la ciudad-estado se


apoyó en la arcilla, pues ésta facilitó la cons-
trucción de las primeras comunidades agrí-
colas del VII milenio a.C. Convertida en ce-
rámica y ladrillos secados al sol, permitió
la construcción de los edificios, públicos y
privados, que dieron forma física a la ciudad-
estado. En foma de tablillas de escritura, esa
arcilla registó el surgimiento del trabajo de la comunidad y de su jerarquía social, aportando, junto
con los datos arqueológicos, la primera fisonomía urbana del pueblo sumerio.

Debido a cambiantes alianzas y conquistas militares de las ciudades por defender las riquezas de la
comunidad o apropiarse de ellas, es difícil trazar un mapa político fiable. Al menos hasta el 2500 a.C.
hubo alternancia del dominio en los diversos territorios. Esta época protodinástica (ca. 2900-2350
a.C) se divide en tres subperiodos en función de los cambios producidos.

Dinastías míticas (Protodinástico I, ca. 2900-2750 a.C)

Representa la fase inicial de la creación de un po-


der político basado en una autoridad religiosa
predominante que controla desde el templo la vida
social y económica de la comunidad. La aparación
de escritura en los estratos coetáneos de la ciudad
de Ur indica una organización proto-urbana re-
lativamente compleja. Salvo Ziusudra (sacerdote
gobernante de Shuruppak), los restantes reyes de
esta época, ennumerados en la Lista Real serían los
monarcas míticos.

Dinastías mítico-heroicas (Protodinástico


II, ca. 2750-2600 a.C)

A estos reyes se les atribuye un carácter legenda-


rio. La construcción de perímetros amurallados
en importantes ciudades como Uruk podría indicar

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la existencia de una fuerte rivalidad entre los centros urbanos más poderosos de Sumer. Se puede ates-
tiguar un gran enfrentamiento entre el rey de Agga (Kish) y el de Uruk (Gilgamesh) en torno al 2650
a.C. Otros monarcas pertenecientes a la dinastía del rey-héroe Gilgamesh son evocados por haber sobre-
pasado con sus tropas los límites mesopotámicos. Como Mesilim que llegó hasta Siria, arrasando en su
camino la ciudad de Ebla hacia el 2550 a.C.

En esta época se configura el “palacio” como célula de organización económica paralela a la del
“templo”.

Dinastías históricas (Protodinástico III, ca. 2600-2350 a.C)

Lagash y Umma matuvieron un enfrentamiento bicentenario. Destaca la pugna entre Urukagina de


Lagash con Lugalzagesi de Umma (2340-2316 a.C). Este rey también se apoderó de Uruk, Ur, Larsa,
Lagash y la propia Nippur, proclamándose rey del país, lo que pude ser la primera unificación polí-
tica y territorial de Sumer.

En el plano político, tras un lento proceso de “secularización” del poder, se consolida la separación
entre templo y palacio, lo cual se percibe en la progresiva particularización de los títulos reales, que se
completan con especificaciones territoriales.

El témino en (“señor”) posee connotaciones del ámbito sagrado ligado al papel del soberano como sumo
sacerdote; ensi (“prícipe-gobernador”) se aproxima más a la condición de “lugarteniente” del dios prin-
cipal de la ciudad; el título de lugal (“hombre grande”) exalta el aspecto propiamente humano del rey,
tanto en su dimensión heroica como en la de padre protector de la comunidad.

El rey es el representante del dios tutelar de la ciudad, razón por la que puede disponer, al menos en
parte, de los bienes pertenecientes a su templo. Además es considerado el propietario de las tierras de
la urbe. El dios asigna a su institución templaria toda la riqueza ciudadana. Cada ciudad-estado tiene
su propio patrono divino, cuya competencia se restringe al ámbito puramente local, a pesar de que
algunas divinidades podían asumir eventualmente un poder más amplio como consecuencia de la rele-
vancia política conquistada por su ciudad, o de la preeminencia religiosa adquirida por su clero.

Estandarte de Ur (ca. 2600-2400 a.C.). The British Museum.

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Escribas. Constituían un grupo burocrático consolidado so-
bre el que recaía todo el funcionamiento del aparato admi-
nistrativo. Provenían de familias acomodadas y formaban una
categoría profesional privilegiada. La escritura constituía un
signo de superioridad social.

Mujer. Aunque dentro de la familia la mujer se encontraba


en un posición secundaria frente al marido, estaba protegida
como madre y, cuando su esposo fallecía, mantenía los mismos
derechos. El nombramiento como altas sacerdotisas asumido
por mujeres de la casa real en algunos santuarios, sugiere que
las mujeres de elevada condición social gozaban de enorme
prestigio dentro de la comunidad.

EL IMPERIO SIRIO DE EBLA

Hacia el 2400 a.C. este Estado ya contaba con una estructura


burocrática y administrativa muy compleja. El “Imperio de
El intendente Ebih-il. Templo de Ishtar
Ebla” estaba enclavado entre dos grandes poderes: el faraóni- en Mari (ca. 2400 a.C.).
co del Imperio Antiguo (Dinastías V y VI) y el sumerio de los Museo del Louvre
“reyes de Kish” en la baja Mesopotamia (ya existían las pirá-
mides de Giza). Ebla mantuvo una indiscutible preminencia
en la zona, pero necesitaba por razones comerciales mantener buenas relaciones con Mari (actual Tell
Hariri, en Siria), con la que selló repetidas alianzas para poder acceder a la baja Mesopotamia. Ebla se
convirtió una potente ciudad-estado que, bajo diferentes formas de dominio hegemónico, controlaba
una amplia extensión de territorios.

El modelo político

Centrado en las instituciones propiamente urbanas, el


modelo político de Ebla era de corte mesopotámico,
pero con algnunas diferencias significativas: mientras
el palacio, en tanto residencia del “rey” y cen-
tro económico redistributivo, era muy similar a los
complejos palaciegos mesopotámicos, el templo no
desempeñaba ningún papel económico ni político.

La monarquía no era vitalicia, sino temporal, no


era hereditaria ni dinástica (al menos durante va-
rias generaciones), sino electiva y renovable cada
siete años. El rey hallaba contrapeso a su poder en
el “consejo de ancianos” (abba) que representaba
a las principales familias que vivían junto a él en
el palacio. Se sabe de un enfrentamiento entre el
consejo de ancianos y el rey, en el que éste fue des-
tronado.

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Las titularidades administrativas llevaban funciones inversas respecto a las mesopotámicas: el rey o
en (“señor”) ebaíta se apoya en algunos “hombres grandes” o “gobernadores” (lugal), cuyo título no
se refiere ya al poder político-militar del “rey” sobre los “príncipes” (ensi), sino a su condición de fun-
cionarios reales responsables de uno de los 14 distritos administrativos (12 en todo el territorio y 2
dentro de la ciudad) que componen el Imperio (integrado a su vez por cien aldeas). El “tesorero del
rey” (lual-sa-za) era el máximo responsable de la administración y de la gestión patrimonial palaciega.
Los dos altos dignatarios del palacio —que podrían proceder del “consejo de ancianos”— ejercían de
jueces supremos (dayannum). La reina madre tenía un importante papel protocolario del palacio tras
la muerte de su rey.

El territorio dominado por el Imperio Eblaíta era mayor que los dos estados Mesopotámicos contem-
poráneos. Se extendía entre Hama y Alepo, al norte y sur, pero sin alcanzar la zona mediterránea por
el oeste ni remontar el Éufrates por el este, donde limitaba con las tierras de Karkemish y los reinos de
Mari, en el Éufrates medio. Es posible que Ebla no ejerciese un fuerte dominio político, pero sí una
especie de control tributario sobre las ciudades vecinas que reconocieran su hegemonía. Su influen-
cia comercial sobrepasó ampliamente su territorio de dominio.

La base económica

Se basó en el sector agropecuario y el comercio, el cual fue el sector más desarrollado, sobre todo en
lo referente a los productos metalíferos y los textiles elaborados con la lana de una considerable cabaña
ovina. Dicha actividad estaba destinada principalmente al exterior.

Las rutas comerciales estaban planificadas por el propio palacio y disponían de “delegaciones permanen-
tes” (karum) en las ciudades que atravesaban, gestionadas por un dignatario eblaíta, con responsabili-
dades de carácter financiero y judicial y que era asistido por diversos funcionarios que trabajaban bajo
su autoridad.

Ámbito religioso

Fue un innovador en el ámbito religioso al conceder preponderancia al panteón local, con sus propias
divinidades y rituales, con una consolidada organización sacerdotal y mitos originales que se diferencia-
ban considerablemente de los que habían surgido en la Mesopotamia meridional. En Ebla encontramos
de forma anticipada el culto a los antepasados regios que se convertirá en un rasgo predominante de
las ciudades cananeas del Bronce Medio y Tardío, así como de la posterior edad del Hierro.

Fin del Imperio

Constantes disputas con Mari y Karkemish por el control de las zonas limítrofes fueron el mal endémico
del Imperio de Ebla. Se sabe que la dinastía real fue remplazada por los shakkanakku, una especie de
gobernadores políticamente subordinados, primero a los reyes de Akkad, y luego a los de Ur III. A finales
del Protodinástico todas las ciudades caerían ante el avance hacia el Mediterráneo de Sargón de Akkad,
el auténtico artífice del primer Imperio Mesopotámico.

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EL IMPERIO ACADIO

A mediados del III milenio a.C., grupos originarios del desierto arábigo llegaron hasta la baja Mesopo-
tamia, asimilando enseguida la cultura sumeria predominante. Beneficiándose de la rivalidad entre las
distintas ciudades-estados, algunos de estos semitas consiguieron formar parte de la administración
real y ocupar puestos de responsabilidad, reservados hasta ese entonces a personas de confianza.

Se sabe por la leyenda, que uno de estos semitas, en la ciudad de Kish, alcanzó el puesto de “copero”
del rey Ur-Zababa (ca. 2355 a.C). Con el tiempo destronó al monarca y ocupó su lugar con el nombre
de Sargón (“el rey legítimo”). Inauguró una nueva dinastía, trasladando la capital a Akkad, sentando las
bases para la configuración del primer Imperio mesopotámico, con el que llegaban a su fin las disputas
entre las distintas ciudades.

La figura histórica de Sargón I de Akkad (2335-2279 a.C.)

Llegó al trono alrededor de 2335 a.C. Al igual que sucedería con otros personajes legendarios (Moisés
o Rómulo), se revistió de un carácter redentor al que estaba destinado y del que se intuyen una serie de
rasgos compartidos por todos los que lo poseían: origen oscuro, salvación milagrosa, niñez o adolescen-
cia sombrías, destino universalista y futuro liberador de su pueblo.

En paralelismo con el estereotipo literario de la figura mítica, Sargón sería el vástago de una sacerdo-
tisa que, obligada a mantener su apariencia virginal, arrojó al niño al Éufrates dentro de una cesta de

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castañas. Lo salva el barquero Akki, que lo crió como su hijo.
Vivió unos años de niñez de apacible normalidad. Todo cambia
cuando, ya adoleste, recibe la visita de la diosa Ishtar anuncián-
dole que ponía en sus manos todo su amor y el poder sobre los
hombres.

De vuelta a la realidad, se deduce que Sargón no pertenecía a la


nobleza y que en realidad no fue “copero del rey”, pues estos
cargos recaían en personas de extrema confianza. Parece que su
llegada al trono fue el resultado de una usurpación violenta que
el mito pretendió ocultar.

El ideal caldo de cultivo de dicha usurpación tuvo que ser la


rivalidad que enfrentaba a las ciudades mesopotámicas. Lugal-
zagesi de Umma consiguió someter al área meridional, lo cual
debió generar hostilidades con el rey de Kish, Sargón, domina-
dor en ese entonces de la zona septentrional. Finalmente Sargón
se hace con todo el territorio y unifica la baja Mesopotamia
bajo la tutela del dios Enlil de Nippur.

Sus expediciones militares aparecen en las narraciones escritas,


en la glíptica y los bajo relieves con temáticas heroicas que res-
ponden coherentemente a la innovadora ideología real de carác- Cabeza de bronce fundido hallada
ter militar y triunfalista de la dinastía recién inaugurada. en la zona del templo de Ishtar en
Nínive. Posible Sargón de Akkad. Iraq
Museum (Bagdad).
La obra política de Sargón I de Akkad

Su obra política aventajó con creces a sus contemporáneos en el fortalecimiento de unas estructuras de
poder diseñadas para alcanzar una hegemonía hasta entonces nunca vista en la región mesopotámica:

— Estableció las bases del primer “Imperio centralizado” extendiendo su dominio territorial hasta re-
giones extra-mesopotámicas como Elam y Subartu.

— Consolidó el sistema monárquico culminando el proceso de secularización de ejercicio del poder


político ya iniciado durante el periodo Protodinástico.

— Reformó la composición y versatilidad del ejército, impulsando formas eficaces de estrategia militar
que requerían un desplazamiento más rápido de las tropas.

— Reformó la administración palaciega estableciendo diferentes niveles de responsabilidad entre los


“funcionarios reales” y aumentó considerablemente su número hasta llegar a 5.500.

Con Sargón la lengua de las inscripciones reales y de los textos administrativos es el acadio, lenguaje
ligado a la escuela de Kish, que se afianza en esta época aunque no llega a anular al sumerio.

Desde el punto de vista político-religioso, resulta relevante el nombramiento de su hija y de su esposa


Tashlultum, Enkheduanna (ca. 2280-2250 a.C), como gran sacerdotisa (entu) de Nana-Sin, dios-luna
de Ur. Este acto inaugura la costumbre de nombrar para este pueston a las princesas reales y que
continuará hasta los tiempo del babilónico Nabónido en el siglo VI a.C.

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El territorio del Imperio

Sargón dominó un territorio que se extendía desde el “Mar Superior” (el Mediterráneo), hasta el “Mar
Inferior” (el Golfo Pérsico) y que abarcaba el recién conquistado “Imperio” de Ebla, la costa mediterrá-
nea asiática y parte de Anatolia. Pero realmente su auténtico dominio político se limitó al “centro” del
Imperio, que comprendía el territorio situado entre la región septentrional de Sumer y las ciudades de
Mari y Assur, en los cursos medios del Éufrates y Tigris respectivamente.

En el resto de las amplias áreas mencionadas en la documentación palaciega y en las inscripciones reales
se ejerció solamente un control nominal por razones meramente comerciales, las cuales se fortalecieron
con guarniciones militares en los puntos estatégicos en los que convergían las rutas comerciales que atra-
vesaban el Imperio en varias direcciones, para asegurar a Mesopotamia el abastecimiento de las materias
primas esenciales: metales, madera, piedra y productos suntuarios procedentes de las regiones periféricas.

Este proyecto imperialista de Sargón implicaba la implantación en todos los ámbitos territoriales de
un fuerte control fiscal, y especialmente, se reclamaba la férrea lealtad, no siempre conseguida por
medios pacíficos, de los pueblos doblegados.

Después de Sargón

Las constantes tensiones políticas obligaron a los hijos y sucesores se Sargón I, Rimush (2278-2270 a.C) y
Manishtusu (2269-2255 a.C), a afrontar la rebelión de Elam y Subartu (Asiria). El imperio pudo recuperar
su fortaleza bajo el dominio del nieto de Sargón, Naram-Sin (2254-2218 a.C), gracias a una activa y eficaz
política de reconquista. Fue él quien llevó al Imperio a su máxima expansión territorial y se proclamó “rey
de las cuatro partes (del mundo)”.

Fue un autoritario e impiadoso monarca, se atribuyó algunos elementos de magnificencia sagrada en la


literatura y la iconografía.

Esta ideología, que tiene como principio esencial la sublimación religiosa


de la figura monárquica, fue vista, según la concepción mesopotámica
de las relaciones entre los hombres y los dioses, como un sacrilegio que
originó desastibilización social, ya que algunos miembros de la clase sa-
cerdotal y burocrática creyeron que por ella se harían acreedores de la ira
divina, tema presente en la conocida Maldición de Akkad, un texto demo-
ledor redactado por los escribas a principios de la época paleo-babilónica.

Durante su reinado, Sharkalisharri (2217-2193 a.C.), hijo de Naram-Sin,


se enfrentó a poderosas coaliciones de los Estados sometidos, apoyados
por nuevos pueblos infiltrados en la región: los martu o amurru, en el
oeste, y los qutu o guti, originarios de las montañas de los Zargos, en la
zona septentrional del país. Hacia el 2154 a.C., con Shu-Durul (2168-
2154 a.C), cayó el imperio de la dinastía sargónica tras casi dos siglos en
el poder.

Estela funeraria de Naram-Sin,


rey de Akkad (ca. 2250 a.C).
Museo del Louvre.

PRÓXIMO ORIENTE 12
EL RENACIMIENTO SUMERIO Y EL IMPERIO DE UR

La efímera dominación de los “qutu”

A causa del tenue poder sobre los territorios sometidos, el im-


perio acadio fue finalmente conquistado por los qutu. Su acción
destructora afectó al templo de Ishtar en Assur y al palacio de
Naram-Sim en Tell Brak, saquearon el valle del Diyala y ocupa-
ron por algún tiempo la capital. Durante casi un siglo ejercieron
un poder absoluto sobre Mesopotamia central.

Dado a que carecían de experiencia en el gobierno de amplios te-


rritorios, los invasares apenas pudieron servirse de la estructura
administrativa existente. Por lo tanto, no tuvieron un poder efec-
tivo ni general sobre la región mesopotámica, sino que disputaron
su tambaleante hegemonía con potentes ciudades sumerias como
Uruk y Lagash.

Utukhrgal (2123-2113 a.C). Rey de Uruk, expulsó de Mesopo-


tamia a los qutu. Poco antes Gudea, rey de Lagash (2144-2124
Gudea, príncipe de Lagash (ca. 2120
a.C), aprovechando el caos político provocado por los invasores
a.C). Museo del Louvre.
montañeses y el desgobierno que había en la región, emancipó su
ciudad-estado del control elamita e impulsó una exitosa política
comercial de carácter expansivo hacia Siria por el noroeste y Arme-
nia por el noreste. Se tiene información sobre las obras hidráulicas y edilicias emprendidas por Gudea, de
quien se conservan además una serie de estatuas conmemorativas. Se sabe de la completa renovación cons-
tructiva de Girsu, ciudad santa de Lagash, que fue posible gracias a los fructíferos contactos comerciales.

A la muerte de Gudea, el predominio en la baja Mesopotamia


pasó a la ciudad de Ur. Urnammu (2112-2095) fundó la III
Dinastía de Ur, asentando las bases del llamado “renacimiento
sumerio”.

III Dinastía de Ur

Durante el último siglo del III milenio a.C., los soberanos de


la III Dinastía de Ur pretendieron reconstruir el viejo imperio
de Sargón, con desigual éxito. Urnammu, gobernador (ensi)
de Ur, bajo la hegemonía de Utukhegal de Uruk, se proclamó
“rey de Sumer y Akkad”. Fue un reinado de gran prosperi-
dad económica, basada en una política centralista sostenida
por una eficaz burocracia al servicio de un correcto aprovi-
sionamiento y redistribución de los recursos, de una intensa
actividad hidráulica (ampliación de la red de canales y de las
infraestructuras portuarias), del desarrollo de la edilicia civil

PRÓXIMO ORIENTE 13
(construcción de murallas), y de la arquitectura templaria (erección del zigurat de Ur). Hubo un gran
florecimiento literario. También hay indicios de alianzas diplomáticas consolidadas con matrimonios
interdinásticos.

Su sucesor fue su hijo Shulgi (2094-2048 a.C.) que se proclamó “rey de las cuatro partes del mundo” y
se decía hermano del Gilgamesh (el héroe semidivino legendario). Los primeros 20 años de reinado los
dedicó a la consolidación y mejora del aparato administrativo del Estado.

Dentro de este nuevo programa se sitúa la promulgación del más antigio Código jurídico que ha llegado
hasta nosotros. En él se recogen normas sobre la familia y las costumbres, las ofensas físicas y morales,
así como diversas cuestiones relativas a la vida agrícola. Las reglas de justicia que contiene, pensadas para
asegurar el orden social, estaban escritas muy claramente: “si un hombre ha golpeado a otro hombre con
un arma y le ha roto un hueso, pagará una mina de plata...”

En la segunda parte de su reinado desarrolló una intensa actividad militar con la intención de consolidar
y ampliar los posibles límites territoriales de su Imperio. Al mismo tiempo afianzó relaciones diplomáticas
con el exterior. Al final de su reinado tendió a la auto-divinización, signo evidente de una cierta debilidad.

El Imperio de Ur III fue más económico que político, la paz interior del Estado favoreció la prosperidad
que se advierte en el incremento productivo y demográfico, así como en el crecimiento de sus ciudades.

Le suceden sus hijos Amar-Sin (2047-2039 a.C.)


y Shu-Sin (2038-2030 a.C.), pero la máquina es-
tatal sumeria presentaba ya signos de debilidad es-
tructural. Ambos se verán obligados a mantener la
frontera elamita a un coste elevadísimo y a defen-
derse del empuje de la tribus semi-nómadas amo-
rreas (los martu de las fuentes sumerias), con lo
que se vió comprometida la seguridad del Estado.

El útimo monarca de la dinastía fue hijo de Shul-


gi, Ibb-Sin (2029-2004 a.C.). Reinó durante 25
años, el control y extensión de sus posesiones se
fue reduciendo paulatinamente hasta llegar a los
propios límites de la ciudad de Ur. Con la pérdida
de Nippur, que era el centro de poder ideológico,

PRÓXIMO ORIENTE 14
religioso y cultural de la dinastía, su poder regio fue perdiendo fuerza entre sus súbditos y las tensiones
sociales promovidas por el clero desbarataron cualquier intento por recuperar el prestigio de la monarquía
sumeria.

El propio rey sería hecho prisionero durante la destrucción y profanación de los lugares sagrados a manos
de los elamitas. Tal hecho lo cuenta la Lamentación sobre la destrucción de Ur, texto literario sumerio que, a
su vez, evoca la Maldición de Akkad, un relato acerca del ascenso y declive del Imperio Acadio.

La religión sumeria

La religión tuvo una gran importancia en el proceso de formación de las ciudades-estado sumerias. La
característica más sobresaliente fue su sincretismo. Desde sus orígenes, los sacerdotes se mostraron
tendentes a asimilar los rasgos definitorios de las diferentes divinades tutelares de las primeras ciuda-
des mesopotámicas en función de sus mutuas semejanzas.

La cosmogonía sistematizada de los panteones de Nippur y de Uruk, fue la que terminó imponiéndose. Por
orden jerárquco:

An. Dios del cielo

Enlif. Dios de la atmósfera y gobernador del universo

Inanna. Diosa de la fecundidad

Enki. Dios de las aguas.

Nana. Dios-luna

Utu. Dios-sol

De la unión de An (cielo) y Antum (tierra) nace Enlil (atmósfera). De la unión de Enlil con Ninlin (“seño-
ra del aire”) surgen todos los demás dioses. La esposa de Enlil fue la divinidad que, por vía del sincretismo,
resultó asimilada con una mayor cantidad de diosas distintas. Todas ellas poseen un factor común: la en-
carnación, en las distintas ciudades, de la gran diosa madre.

Cuando los semitas acadios llegaron a la región de Mesopotamia, no tuvieron ningún problema en asimilar
la religión sumeria. Los dioses semíticos pronto evolucionaron, por la influencia de la política imperialista
que aspiró a una dominación universal, adquiriendo una apariencia distante y soberana. Esta evolución
condujo a la concepción de los dioses semíticos como jueces supremos, debajo de los cuales si situaría
el rey mismo, y a diferencia de éste, los dioses no podían ser engañados. De este principio nacerá la idea
semítica del “pecado” como acción sujeta a la responsabilidad individual, un concepto totalmente des-
conocido para los sumerios. A su vez, esta noción conduciría a la aparición de la moral como principio
rector de la sociedad.

PRÓXIMO ORIENTE 15
Tema 5
El Próximo Oreinte durante el II milenio a.C.
Bronce Medio (3000-2000 a.C) y Bronce Tardío (1600-1200 a.C)

Sinopsis. La Edad del Bonce Medio se caracteriza por las grandes dinastías amorreas, principalmente
Babilonia y Asiria. Con la fragmentación en pequeños reinos enfrentados entre sí tras la caída de la
III Dinastía de Ur, Babilonia logró imponer su hegemonía con su sexto rey: Hammurabi (1792-1750
a.C). Gran conquistador, enérgico monarca y hábil legislador que supo convertir a su ciudad-estado
en una gran potencia territorial y cultural.

El espledor de Babilonia, es el resultado de la frenética actividad edilicia impulsada por el soberano en


torno al complejo de templos conocido como Esagila, dedicado a Marduk, dios al que estaba vincula-
da su dinastía y se convertiría en la divinidad nacional del Imperio babilónico. Los templos siguieron
conservando sus grandes propiedades de tierra, cuyos beneficios estaban destinados frecuente-
mente a actividades financieras. La influencia del templo había disminuído en la esfera política, pero
su poder económico aumentó considerablemente con la concesión de nuevos privilegios por parte de
la institucuón monárquica.

La estratificación social quedó asentada de la siguiente manera:

Awilu - ciudadanos libres


Mushkennu - semi-libres
Wardu - esclavos

La ruina del Imperio babilónico fue aprovechada por el poderío militar asirio, representado por mo-
narcas como Salmansar I (1274-1245 a.C) y su hijo Tukulti-Ninurta I (1244-1208 a.C), que implan-
taron un régimen imperialista basado en la fuerza del ejército y en una red de estados vasallos sujetos
a una alta tributación. La sociedad asiria estaba organizada de acuerdo a las necesidades del imperio.
La nobleza copaba los principales puestos en la administración palaciega y provincial, los hupshu
formaban el grupo mayoritario de población del que se nutría el ejército y los esclavos, antiguos pri-
sioneros procedentes de las campañas militares o deudores insolventes que habían caído en desgracia,
ocupaban un lugar ínfimo entre los asirios.

De forma coetánea emergen otros pueblos en las areas periféricas del Próximo Oriente: amorreos, hu-
rritas, cassitas y arameos. Todos ellos, epecialmente el Imperio hitita, sufrieron el azote de los llama-
dos “Pueblos del Mar”, cuyas violentas incursiones a lo largo del litorial mediterráneo transformaron
redicalmente la geografía de la región sirio-palestina a finales del II milenio a.C.

UN PERIODO DE TRANSICIÓN

La paulatina desintegración del Imperio de Ur III a causa de las deslealtades del clero y de la fuerte
presión exterior, crearon un clima de inestabilidad política donde se iban haciento patentes las nue-
vas realidades territoriales de carácter autónomo.

PRÓXIMO ORIENTE 16
Tanto lo príncipes elaminas como el gobernador
de Mari, Ishbi-Erra, lograron independizarse de
Ur. Ishbi-Erra (2017-1895 a.C) fundó un nuevo
linaje amorreo en Asin, ideológicamente here-
dera del floreciente imperio neo-sumerio. Uno
de sus sucesores Lipit Ishtar (1934-1924 a.C),
promulgó un Código de leyes en lengua sumeria
(compuesto por cinco artículos, un prólogo y un
epílogo) con el que pretendió renovar la admi-
nistración conforme a las exigencias de la nueva
dinastía, que emergió de la fusión del elemento
sumerio-acadio con el propiamente amorreo.

Durante la segunda mitad del siglo XX a.C., la he-


gemonía ejercida en Mesopotamia por la dinastía
de Asin fue contrarrestada y de alguna forma sus-
tituida por el nuevo dominio político impuesto por
Gungunum (1923-1906 a.C.) quinto rey de la casa
de Larsa. Tras atacar Elam, en 1925 a.C, derrotó a
Lipit-Istar y se apoderó de la ciudad de Ur, poste-
riormente de Der, Susa, Lagash y Uruk. Se observa
un desplazamiento del centro de interés histórico
hacie el norte y este de Mesopotamia, con even-
tuales manifestaciones de poderes emergentes en
la región meridional, que condicionarían en buena
medida la evolución política del II milenio a.C.

LA HEGEMONÍA DEL IMPERIO BABILÓNICO

Época paleobabilónica

A comienzos del II milenio a.C., Mesopotamia sufrió una gran fragmentación política de pequeños
reinos enfrentados entre sí por la herencia del imperio de Ur III. Durante más de dos siglos, ninguna
de las más importantes ciudades lograría imponerse con claridad. Hubo alternancia de poder en in-
fluencia entre los reinos, pero todos ellos acabaron siento incorporados al dominio emergente de los
reyes babilónicos.

El amorreo Sumuabum (1894-1881 a.C.), instauró una dinastía independiente en la ciudad de Babilo-
nia, que fortificó con una gran muralla. El conocido topónimo de tradición griega Babilonia, se formaría
de la raíz sumeria Bab-il (“puerta del dios”), haciendo referencia a la muralla. Sus sucesores llevarían a
cabo una estrategia política de alianzas y de expansión territorial, al tiempo que se emprendería un
ambicioso proyecto de construcción de nuevos templos (como el de Esagila dedicado a Marduk, dios
dinástico de la ciudad) y edificios que serían completados bajo el reinado de Hammurabi. Este plan
constructivo transformaría Babilonia de pequeña sede provincial del Imperio neo-sumerio en centro
político, cultural y religioso, cuya influencia ideolígica sobrevivirá a la época en la que ejerción su he-
gemonía.

PRÓXIMO ORIENTE 17
El imperio de Hammurabi

Sexto rey de la dinastía babilónica, Hammurabi (1792-1750 a.C.), pasaría a la historia por su célebre
Código. Impulsó una intensa actividad política y cultural, favorecida por un largo reinado de más de
cuarenta años, que puede dividirse entre períodos bien diferenciados:

1. Abarca unos diez años. Tuvo un cáracter fundamentalmente diplomático. Consciente de que estaba
rodeado de otras grandes potencias, Hammurabi estableció relaciones de colaboración y amistad con
importantes soberanos, como los de Assur, Larsa, Eshununna o Mari, entre los que se estableció cierto
equilibrio de poder.

2. Implanta numerosas reformas internas en el ámbito religioso, económico, político y militar.

3. Arranca alrededor de 1763 a.C., y fue de carácter bélico, en la


que, roto el equilibrio anterior, se enfrentó a potencias vecinas y
a sus propios aliados, anexionando sus respectivos territorios a
su reino: Larsa, Mari Eshnunna y Assur. De este modo pudo pro-
clamarse “rey de Sumer y Akkad”, y posteriormente “rey de las
cuatro partes (del mundo”). Su dominio fue similar al de sus pre-
decesores (Sargón de Akkad y III Dinastía de Ur), pero mucho más
cohesionado y pacificado.

En este contexto es cuando ve la necesidad de promulgar un nuevo


Código jurídico que se adaptase a las condiciones sociales del Impe-
rio. El Código es un conjunto de 282 sentencias. Ofrecen una visión
real y única de la sociedad paleo-babilónica, tanto bajo una pers-
pectiva pública como privada. Está inscrita en acadio clásico o
antiguo babilonio en una estela de diorita en el templo de Shamash
(dios de la justicia de la ciudad de Sippar), que está representado
sentado en el acto de investidura de el rey en bajorrelieve que se
sitúa sobre el epígrafe.

El Código pondera las responsabilidades sociales asumidas por el


rey con el fin de corregir la brecha existente entre la situación vivida
y la deseable, única capaz de garantizar la paz y la justicia para
sus súbditos.

La famosa Ley del Talión fue quizá el aspecto más regresivo de esta Código de Hammurabi.
reforma penal, donde la pena no podía superar el daño infligido: Museo del Louvre.
fuese leve o grave el perjuicio, el castigo se aplicaría en la mismo
proporción.

Gobierno y administración del imperio de Hammurabi

En términos políticos, el Imperio de Hammurabi supuso un reforzamiento eficaz del poder y de la


capacidad de intervención del Estado, frente a la tendencia general de la época hacia la privatización
de las actividades económicas y las relaciones sociales.

PRÓXIMO ORIENTE 18
La autoridad regia logró anular cualquier tipo de iniciativa política en las diversas ciudades que se
hallaban bajo su dominio centralista.

El desarrollo arquitectónico del palacio, se presenta como un claro exponente de una realeza de
fuerte vocación imperialista en la que los procedimientos burocráticos y diplomáticos adquirieron
un enorme protagonismo. Se realizaron numeras actividades reconstructivas en la propia capital del
Imperio. Rodeada de una potente muralla, la topografía de Babilonia se amoldó a los espacios ocupa-
dos por su zigurat y su amplio complejo de templos, conocido como Esagila, dedicado a Marduk.

Por influencia amorrea, la figura del soberano se asimila a la imagen del rey “pastor” que cuida del
pueblo, su rebaño. Además de proporcionar protección y justicia, el rey se presenta en las inscrip-
ciones como fuente de vida, responsable de proveer alimentos y agua a la población. En función de
estas actividades, el monarca se distingue especialmente como constructor de canales en beneficio de
la comunidad. Siguiendo la tradición mesopotámica, su sabiduría le convierte en el sumo legislador,
juez y jefe supremo de los ejércitos, aunque era ayudado en el gobierno por una serie de dignatarios.

Al prestigio del Imperio babilónico ayudó especialmente la simbiosis cultural del elemento amenorreo
con la tradición acadia, manifestada en la asimilación generalizada del acadio clásico en las escuelas de
escribas vinculadas a la administración tanto del palacio como de los templos. Los escribas se convir-
tieron en el pilar de las instituciones religiosas y civiles del Estado. Son ellos quienes copian y mandan
grabar las inscripciones reales, quienes componen los himnos y las oraciones religiosas, y quienes pre-
servan las antiguas y aleccionadoras “lecciones” sumerias. Son quiene reelaboran y unifican en lengua
acadia la ancestral herencia literaria de sus antepasados sumerios, como la epopeya de Gilgamesh.

PRÓXIMO ORIENTE 19
La economía de la Babilonia de Hammurabi

El Estado intervenía activamente en la vida económica regulando los salarios y los precios, reserván-
dose parte de la propiedad de la tierra a través de sus institucioes (templos y palacios) e impulsando
la producción de objetos manufacturados, que junto con los excedentes de la agricultura, constituían
un volumen considerable de mercancía destinadas a la actividad comercial.

La tierras que eran propiedad del palacio eran explotadas de varias maneras:

1. mediante el arrendamiento a campesinos que aportaban su aparcería y cuyo acceso a la irrigación


estaba garantizado por ley.

2. Otra parte de estos terrenos era entregada a colonos que recibían también la aparcería necesaria a
cambio de satisfacer un impuesto en especie.

3. Otra parte era trabajada directamente por peones al servicio del Estado (issaku), a quienes se asig-
naba una pequeña parcela para que pudieran mantener a sus familias con el producto de sus cosechas.

Los templos desempeñaban un importante papel en la economía del Imperio, ya que poseían grandes
propiedades explotadas por trabajadores y esclavos, al tiempo que invertían sus recursos prestando a
elevados intereses grandes sumas de dinero, grano o ganado, tanto a comerciantes como a agricultores.

El gagum, institución asociada a un santuario en el que recidían las naditu (mujeres procedentes de la
clase alta que vivían tras los muros del recinto claustal), poseía también recursos en forma de tierras y
ganado (además de su propio aparato administrativo), con lo cual contribuía al aumento de la riqueza
del Imperio, convirtiéndose, además, en uno de los elementos de desarrollo socio-económico más carac-
terísticos de este periodo.

Los propietarios particulares podían disponer libremente de sus tierras de labranza, que solían arrendar
a terceros, estando obligados a realizar en sus campos las mejoras necesarias para mantener en correcto
funcionamiento el sistema de riego.

La vida económica en las ciudades, donde radicaba la clase integrada por comerciantes, mercaderes,
escribas, artesanos, etc, era mucho más desahogada. El comercio estaba en manos de mercaderes profe-
sionales (tamkaru), que empleban agentes comerciales o comisionados (shamallu) para realizar sus ne-
gocios. Los tamkaru eran funcionarios públicos que aprovechaban su situación privilegiada para realizar
operaciones por su cuenta dentro de un sistema de economía no mercantilista.

Estratificación social en tiempos de Hammurabi

Awilu (ciudadanos libres) disfrutaban de una situación económica acomodada. Constituían el grupo
dominante en la sociedad babilónica. Entre ellos destacaban los altos funcionarios de palacios y tem-
plos, que solían beneficiarse de su puesto para enriquecerse con actividades de índole comercial (los
tamkaru).

Mushkennu (semi-libres). Grupo social intermedio, su estructura era un tanto compleja. No se les
puede considerar como esclavos pero tampoco disfrutaban de una total libertad. Econonómicamente
se encontraban en una desfavorable situación de subordinación. Eran agriultores, pastores, pescadores
y pequeños artesanos poco cualificados que dependían para su subsistencia del palacio o del templo.

PRÓXIMO ORIENTE 20
Wardu (esclavos). Eran reconocidos jurídicamente. Sus condiciones de vida dependían del carácter
y posición de sus amos. Por lo general eran esclavos domésticos, a lo que se llegaba en primer lugar
por la miseria (los más humildes se vendían como esclavos o se entregaba a miembros de la familia a
la esclavitud); o a través de esclavitud en fianza debido a deudas contraídas, por un periodo máximo
de tres años.

Disgregación del Imperio

Seis años después de la muerte de Hammurabi, su hijo y sucesor, Samsuiluna (1749-1712 a.C.), tuvo
que hacer frente a una invasión cassita, pueblo procedente del este que penetró violentamente en el
Imperio. La confusión fue aprovechada por algunas ciudades sometidas para revindicar su indepen-
dencia con lo que el Imperio de Hammurabi se desintegró. Babilonia quedó reducida a los límites de
sus antiguos dominios. Las tablillas de Nippur confirman que durante los últimos años de su reinado,
se produjo una profunda crisis económica que golpeó con dureza la baja Mesopotamia.

La dinastía amorrea continuó gobernando Babilonia hasta 1595, pero no se pudo restaurar el esplendor
del Imperio de Hammurabi. El colapso económico afectaba principalmente a la clase de los awili, las
disposiciones jurídicas destinadas a aliviar la situación de colapso con la remisión de las duedas acumu-
ladas por préstamos no reembolsados y por impuestos impagados, no lograron salvar la siuación.

Nuevos ataques cassitas, la sublevación interna de las ciudades, una nueva dinastía en el área del Golfo,
la de los reyes de los “Países del Mar”, y la irrefenable marcha del rey hitita con el saqueo de la propia
ciudad de Babilonia en el año 1595 a.C., llevándose consigo la estatua de Marduk, acabaron de forma
implacable con el Imperio hegemónico mesopotámico.

EL IMPERIO TERRITORIAL ASIRIO

El Imperio Antiguo

La ubicación geográfica asiria, conocida por sumerios y acadios como el “país de Subartu”, se ubicaba
en el triángulo que forman el Tigris y el
río superior del río Zab en su proyec-
ción hacia la zona regada por el Khabur
y el Balikh, afluentes ambos el Éufrates.
Esta región contó con dos centros urba-
nos que desempeñaron un papel deter-
minante en el origen y desarrollo del
Imperio asirio: Nínive como principal
centro religioso, y Assur, de enorme
importancia estratégica para el control
del tráfico comercial con Anatolia, la
Siria septentrional y Kurdistán.

La ciudad de Assur ya había sido cede


provincial tanto de los reyes de Akkad
como de la III Dinastía de Ur en sus res-
pectivos Imperios.

PRÓXIMO ORIENTE 21
Los primeros 17 reyes asirios vivían en tiendas, lo cual parece indicar su pertenencían al elemento amo-
rreo semi-nómada organizado conforme a una estructura de origen tribal. Por otro lado el pueblo asirio
también tenía un componente hurrita, procedentes de las cercanas zonas montañosas. Su presencia en la
tradición cultural acadia en centro urbanos donde algunos reyes asirios adoptaron la onomástica de los
antiguos reyes acadios lo evidencia.

Para el siglo XIX a.C., se cuenta con noticias más fidedignas, cuando los mercaderes asirios comenzaron
a desarrollar actividades comerciales el kurum (puerto, muelle) de Kanosh (Kültepe), enclave asirio
situado en el área de Anatolia (conocida en las fuentes clásicas como Capadocia), la cual era un reino
independiente.

Shamshi-Adad I (1813-1781 a.C), fue el monarca amenorreo artífice del primer Imperio asirio, ge-
neralmente denominado como “Antiguo”. Procedente de Terqua, una pequeña ciudad próxima a Mari,
logró destronar al longevo Erishum II (1818-1813 a.C), rey de Assur, e inició una serie de anexiones en
la Mesopotamia central.

Desde la nueva residencia real en Shubar-Enlil (actual Tell Leilan), impulsó el proyecto político de un
imperio territorial que abarcaba toda la Mesopotamia septentrional, se extendía hasta Alepo, en Siria, por
el norte, y Sippar o Eshunna por el sur. Para lograrlo hizo uso de la fuerza militar y de las alianzas diplo-
máticas afianzadas con matrimonios interdinásticos, con lo que se autoproclamó “rey fuerte de Akkad”.

Actuaba bajo el nombre de Assur (dios nacional convertido en símbolo de la unidad de Asiria).

Con el fin de asegurar la estabilidad del régimen reformó la estructura administrativa:

— Confió el gobierno de la ciudades más conflictivas: Mari y Ekallatum, a sus hijos Iasmakhak-Adad
e Ishmedagan.

— Fortaleció el control del ejército estableciendo de forma permanente tropas de guarnición en las
ciudades ocupadas.

— Aumentó los órganos de la administración central.

— Reorganizó el Imperio en distritos regionales, al frente de los cuales situó a funcionarios reales.

Pero el “Imperio de Shamshi-Adad”, apenas sobrevivió a su propio reinado. Ishme-Dagan I (1780-1741


a.C.) tuvo que reconocerse súbdito de la potente Babilonia para conservar su trono.

Sus sucesores tuvieron que soportar la presión hurrita (pueblo de origen indoeuropeo infiltrado en Me-
sopotamia), que formaría a mediados del XVI a.C., el poderoso Estado de Mitanni.

Aunque Asiria mantuvo su dinastía durante dos siglos más, sus reyes pasaron a ser dependientes de Mi-
tanni. Fue Assur-Uballit (1365-1330 a.C.) quien cambiaría esta situación al establecer las bases de un
nuevo Imperio asirio, conocido como “Medio”.

PRÓXIMO ORIENTE 22
El Imperio Asirio (Medio)

Con las pretensiones imperialista del rey asirio se quebraba de nuevo el equilibrio en la región entre
las grandes pontencias: Imperio hitita, Mitanni y Egipto. Tras rechazar su condición de vasallo con
la Babilionia de Burnaburiash II, Assur-Uballit I (1365-1330 a.C), entabló relaciones amistosas con
Amenhotep IV de Egipto y desafió el poder de Mitanni. El fortalecimiento de su monarquía propició
que sus sucesores Adad Nirari I, Salmanasar I y Tukulti-Ninurta I, pudieran afianzar el Imperio Medio.

Con ellos Asiria se convirtió en una gran potencia, dispuntando con los hititas el control de la zona
estratégica de Kadesh (ca. 1278 a.C.). En la batalla de Kadesh Adad Ninari (1307-1275 a.C.) apoyó
a Ramsés II (1289-1224 a.C.) contra el rey hitita Muwattallis (1310-1282 a.C.). Consiguiendo así la
consideración de “hermano” por parte del faraón y su reconocimiento de “gran rey”, lo que provocó la
queja del monarca cassita de Babilonia, sobre quien Adad Ninari pretendía establecer un protectorado.

En pocos años Adad-Ninari I se haría con el imperio babilónico en la batalla de Kar-Ishtar. Así mismo,
aprovechando la debilidad de los hititas y hurritas invadió Mitanni que pasaría a ser vasallo suyo.

Su secesor, Salmansar I (1274-1245 a.C.), prosiguió las campañas afianzándose difinitivamente el rei-
no de Mitanni. Su actividad edilicia se basó en un amplio programa de restauración de numerosos tem-
plos, así como la fundación de la ciudad de Kalakh (hoy Nimrud), la cual sería la nueva capital política
del Imperio (misma que abandonaría su hijo y sucesor nada más subir al trono).

Su fuerza se centró en lo tributos y el ejército. Configuró una red de “estados tributarios” al tiempo
que el poder del ejército se hizo tan temible como célebre la crueldad del monarca asirio con los reyes
prisioneros vencidos.

La ideología religiosa comenzó a moldearse conforme a un espítitu profundamente militar que ca-
racterizaba a la propia monarquía. El dios Assur es quien concedía, simbólicamente, la victoria de los
asirios y quien imponía a sus reyes el título de “Los que no tienen igual”.

Su hijo y sucesor Tukulti-Ninurta (1244-1208), consolida la crueldad y agresividad de su padre. Gracias


a la rapidez de los carros de guerra del ejército asirio adquirió la fama de invencible. Logró conquistar el
área septentrional de Karkemish, la región meridional de Babilonia hasta el Golfo Pérsico, trasladando
la estatua de Marduk de la Esagila
de Babilonia a la ciudad de Assur.
Se sabe que cogió numerosos pri-
sioneros hititas y funda la capita
del Kar Tulkiti-Ninurta, al lado
de la ciudad santa de Assur.

Tras una conjura de palacio que


acabó con su vida, sus sucesores
a duras penas pudieron mante-
ner el imperio frente al empuje de
otras potencias emergentes. Los
arameos, los muskhi, gsshga, qutu
y lullumi amenazaron las fronte-
ras asirias. Los soberanos asirios
se vieron obligados a emprender
periódicas y costosas campañas

PRÓXIMO ORIENTE 23
militares sobre territorios teóricamnte controlados. A comienzos del XI a.C. Tiglat-Pileser tuvo que
llevar a su ejército hasta Biblos y Sidón, en la costa sur de Fenicia. También tuvo que enfrentarse al rey
de Babilonia, Marduk-Nadin-Akhkhe (1099-1082 a.C.) que había penetrado hasta el río Zab y se había
apoderado de Ekallatum, cerca de Assur. Sus tropas se apoderaron de nuevo de gran parte de Babilonia
y tomaron al asalto la capital, la cual fue sometida, saqueada e incendiada.

En este momento algunas hambrunas azotarían Mesopotamia, los llamados “nómadas de las tiendas”,
los arameos (akhlamu) procedentes de desierto occidental, invadieron el país acuciados por el hambre
y las necesidad de tierras de cultivo. Sus sucesores no pudieron contener a estas poblaciones y Asiria
perdió todas sus conquistas anteriores.

Organización, administración y sociedad durante el Imperio Medio Asirio

Apenas hay diferencias admistrativas entre la asiria del Imperio Medio y la del Antiguo. Los principa-
les cargos públicos fueron ocupados por miembros perteneciente a la élite cercana a la familia de la
dinastía gobernante.

La propiedad de la tierra estaba repartida entre la corona, que solía ceder a particulares la explotación
de una buena parte de la misma; y la aristocracia terrateniente que controlaba el comercio exterior.

En los palacios provinciales y locales, los funcionarios llamados bel pahati, recibían en concepto de im-
puestos las entregas de corderos y de lana efectuadas por los alcaldes de los poeblos (huzuni), vigilaban
los almacenes de material necesario para los trabajos agrícolas en las tierras del rey y realizaban un censo
de las localidades de los dominios sometidos a su circunspección.

En el régimen agrario aparecieron los kudurru, estelas presentes en territorio babilónico que contienen
las cláusulas de donaciones reales a tierras.

Al igual que la babilónica, la sociedad asiria estaba dividida en tres grupos sociales:

La aristocracia, que se convirtió en una casta cerrada por medio de matrimonios endogámicos que
unían entre sí a los miembros de la grandes familias.

Los hupshu. Pequeños campesinos o artesanos, que vivían en las cercanías de las localidades y con los
que se formaba la infantería de los ejércitos.

Los esclavos. Procedentes principalmente de las campañas militares y de las deudas contraídas con la
enriquecida élite social.

PRÓXIMO ORIENTE 24
EL IMPERIO HITITA

Sustentado por la fuerza militar, el Imperio hitita basó su prosperidad en el desarrollo y control de
una potente economía. Surgido en la región de Anantolia, un lugar estratégico y puente comercial
entre Asia y Europa. Tenía autoridad e influencia sobre un territorio que iba desde las costa del Mar
Negro en el norte, hasta la región septentrional de Siria en el sur (Alepo, Kadesh), y desde Asia Menor
en el oeste, hasta la cuenca del alto Éufrates en el este. Su ejército debía ser tan fuerte como el de las
potencias vecinas (Egipto y Asiria).

La presencia de los hititas en Anatolia se remonta a la migraciones indoeropeas en torno al 2000 a.C.,
su fusión con los grupos existentes conforme su dominio avanzaba haca el sur, configuró un reino de
profunda raigambre autóctona. El país de Hatti, del que deriva el nombre “hititas” y el de su capital his-
tórica, Hattussas (cerca del actual Bogazskoy), representa la historia de un reino que, caracterizado por
una tendencia especialmente económica, poco a poco fue convirtiéndose en un gran Imperio. Esta reali-
dad sería ya evidente en el XIV a.C., época en la que accede al poder Suppiluliuma (ca. 1370-1342 a.C.).

Origen y desarrollo del pueblo hitita

Según cuenta la tradición, el reino hitita fue fundado por Labarna (o Tlabarna), ca. 1700 a.C. Rey
semi-legendario, su nombre luego se adoptaría como títilo real (“labarna”) de los soberanos del país
de Hatti. En esta pequeña época el reino se limitaba al control de un pequeño territorio en torno al
centro de la meseta de Anatolia entre el Tauro y la llanura de Konia.

Un siglo despúes Hattusili I (1650-1620 a.C), y sobre todo Mursili I (1620-1590 a.C.), consiguieron
extender su influencia hasta Cilicia y el norte de Siria. Mursili incluso conquistó y saqueó Babilonia (ca.
1595 a.C.). Su muerte originó problemas internos que debilitaron el poder y gran parte de los territo-
rios conquistados cayeron en manos de los hurritas, lo que provocó en poco tiempo el nacimiento del
Estado de Mitanni.

La crisis anterior provocó luchas internas entre las familias más poderosas de la nobleza hitita por ha-
cerse con el poder, hasta que Telepinus I (1525-1500 a.C.) consiguió el trono y promovió una ley de
sucesión que garantizaba la estabilidad politica.

La llegada al poder de Suppiluliuma (1380-1342 a.C), hijo y sucesor de Hattusili II, inauguró la época
propiamente imperialista en la que el imperio hitita, además de recuperar sus antiguas posesiones, se
convirtió en una de las tres potencias de Próximo Oriente, que, junto con Asiria y Egipto, se disputa-
rían el control de la región septentrional de Siria, de suma importancia comercial y estratégica.

Desarrolló una estrategia diplomática pactando con Mitanni y Egipto, así como con las ciudades-estado
“amigas”, como Ugarti, Amurru y Kadesh, que fueron vinculadas al poder hitita a través de tratados de
vasallaje.

La incapacidad de Egipto de reaccionar ante la interesada modificación de Mitanni de la frontera que


separaba ambos Estados como consecuencia de la profunda crisis ocasionada por la sucesión dinástica,
llevó a la corte hitita a actuar como contrapeso político en la región.

Suppiluma recibió una solicitud de la viuda de Tutankhamón para que un hijo suyo se casara con ella,
pero el joven príncipe murió cuando se dirigía a Egipto. Esto ocasionó un cambio radical en el carácter de
las relaciones polícas mantenidas con aquellos países del ámbito sirio que, aun reconociendo su subor-

PRÓXIMO ORIENTE 25
dinación al imperio hitita, habían gozado hasta
entonces de cierta autonomía. Suppiluliuma im-
plantó un férreo control político sobre toda la
región siria, nombrando a dos de sus hijos para
que ocuparan los tronos de Aleppo y Karkemi-
sh. Es en este momento de máxima extensión
territorial cuando se dejó sentir en el ámbito
internacional el peso hegemónico de Imperio
de Hatti. Su monarca, considerado como uno de
los “grandes reyes”, aparece en los archivos de
Tell el-Amarna en un mismo plano de igualdad
respecto al propio farón.

Desde un punto de vista ideológico, el rey asu-


me la denominación de “mi Sol”, expresada
de forma iconográfica con la representación
del disco solar alado sobre su cabeza, y adopta
como símbolo de su poder monárquico la figu-
ra de un león rugiente rampante.

A la muerte de Suppiluliuma por una epidemia-


de peste y un efímero reinado de su hijo herede-
ro (Arnuwanda II), el Imperio queda en manos
del más joven de sus hijos, Mursili II (ca. 1340-
1310 a.C.).

En cuanto subió al trono tuvo que hacer frente a


varias cuestiones que desetabilizaban el Imperio:

PRÓXIMO ORIENTE 26
una sublevación de algunos Estados vasallos; una crisis económica provocada por un largo periodo
de guerras. La epidemia de peste fue vinculada por algunos sacerdotes de la casta sacerdotal como un
castigo divino por la soberbia con la que el rey anterior había ejercido el poder, ignorando las tradiciones
culturales propiamente hititas.

Mursili II se mostró muy cauteloso y respetuso con los rituales ancestrales que favorecían la cohesión
social, y situó su soberanía bajo la simbólica protección de la diosa Ishtar. Una vez conseguida la paz
interna, decidió actuar de forma enérgica con los países del ámbito sirio anexionados por su padre al
reino de Hatti. Coincidiendo con este proceso de estabilización política, el farón Horemheb aprovechó
para intentar un avance militar en la frontera norte de sus dominios, pero fue firmemente rechazado.

Emprendió una profunda reforma de los gobiernos locales basada en la suscripción de acuerdos vin-
culantes con sus principales dirigentes. Este mismo sistema de tratados, con obligaciones contractuales
precisas ligadas a la corte hitita, fue también promovido en el caso de los pequeños Estados que giraban
en torno al lejano reino de Arzawa en Anatolia occidental.

Su hijo y suceso, Muwatalli (ca. 1310-1275), decidió transformar el “país alto” en una provincia estatal
unitaria sujeta al gobierno de su hermano Hattusili (conocido después como Hattusili III), quien, con la
concesión de tierras, logró asentar a los belicosos gashga y liber así de toda amenaza a los lugares santos
localizados en los territorios periféricos del Imperio. En estos momentos, su principal preocupación era
el afán expansionista de Siria y Egipto.

El enfrentamiento con los reyes asirios Adad-Ninari I y Salmanasar I supuso la pédida de Khanigalbat
(Mitanni) y el repliegue de la frontera asirio-hitita en el Éfrates. Su choque con el Egipto de Ramsés II
en la batalla de Kadesh (ca. 1278 a.C.), no alteró el equilibrio de fuerzas en la zona ni la línea divisoria
de sus respectivas áreas hegemónicas. De hecho, esta batalla le permitió a Muwatalli situar el reino de
Amurru bajo la órbita hitita.

Las alianzas entre las grandes potencias imperialistas eran variables e inestables, el apoyo que Asiria
había mostrado a Egipto en su enfrentamiento con los hititas en la batalla de Kadesh se transformó poco
después en un pacto suscrito por el hermano de Muwatalli, Hattusili III (1265-1240 a.C), con el mismo
Ramsés II, que contajo el matrimonio con una hija de Hattusili III.

PRÓXIMO ORIENTE 27
Transcurridos algunos años, la estabilidad del reino sería quebrantada por la sublevación de los Es-
tados vasallos Anatolios, los cuales ya no volverían a ser sometidos completamente. A causa de los in-
fructuosos esfuerzos por revestir esta situación, el Imperio hitita quedó muy debilitado. En las primeras
décadas de siglo XII a.C. el “Imperio” se desintegró al no resistir el ataque de los “Pueblos del Mar”.

Organización política del Imperio hitita

Tanto a la élite política, como a los altos funcionarios del Estado, se les exigía un juramento escrito
de fidelidad a la corona (los estrechos lazos entre la familia real y la más distinguida nobleza del reino,
establecidos por medio de matrimonios, no siempre aseguraron la cohesión política interna, pues en
algunas ocasiones ciertos nobles aspiraron al trono).

En palacio, los cargos más importantes eran los de “gran escriba” y “jefe de los combatientes de ca-
rros”, que se situaban inmediatamente después del del rey, la reina y el príncipe heredero.

El país de Hatti, núcleo geográfico político del Imperio, estaba organizado en provincias confiadas a
gobernantes que eran miembros de la nobleza y familiares del rey.

La responsabilidad política en las regiones periféricas fuera de Anatolia correspondía al “síndico” o


“alcalde” (hazanu), encargado de los asuntos civiles, y al “jefe de la guarnición” o “señor de la torre
vigía” (bel madgalti), cuya autoridad se circunscribía al ámbito militar.

Economía y sociedad entre los hititas

La agricultura era la actividad económica principal. La tierra estaba repartida a lo largo de todo el
territorio en granjas familiares. Las relaciones sociales venían determinadas también por el paisaje
agrícola. Frente a las gandes y abiertas extensiones cultivadas de Mesopotamia, en Anatola predomi-
naban los campos cercados por vallas y muros.

Los rebaños y ovejas realizaban una transhumancia vertical que los llevaba desde los pastos estivales
de montaña a los invernales del valle.

La auténtica riqueza del país provenía de la explotación de plata, plomo, hierro y cobre.

En general la sociedad hitita presenta rasgos notoramiente rurales. Había varios grupos de nobles en
la élite social, en consonancia con su responsabilidad al frente de la administración central, provincial
o periférica. No tenían un desarrollo de sectores propiamente urbanos como en Mesopotamia y Siria-Pa-
lestina.

Era característica una ausencia significativa de la propiedad privada. Junto a los palacios, cuyas tierras
pertenecían al rey, existían tierras comunitarias que correspondían a las aldeas y pequeños centros
urbanos.

La población que se encontraba por debajo de la élite social se dividía en individuos de condición libre,
obligados a prestar ocasionalmente servicios comunitarios (luzzi) en forma de trabajo o de incorpora-
ción temporal a las tropas del rey, y los dependientes de palacio (artesanos, militares, administradores)
que recibían para su sustento un lote de tierra junto con los colonos necesarios para su explotación.

PRÓXIMO ORIENTE 28
INFILTRACIÓN DE NUEVOS PUEBLOS EN EL PRÓXIMO ORIENTE
DURANTE EL II MILENIO A.C.

En Mesopotamia: amorreos, casitas, hurritas y Mitanni

Amorreos
A comienzos del II milenio A.C., Siria y Mesopotamia fueron regiones receptoras de grandes migracio-
nes. Los ammurru (martu en los textos sumerios), de probable origen paleo-cananeo, asimilaron muy
pronto la cultura mesopatámica y por la vía militar durante un tiempo consiguieron cierto protagonis-
mo. El propia Hammurabi descendía de una familia amorrea. La entonces pequeña Babilonia fue uno
de los destinos de asentamiento de los primeros amorreos.

Casitas
Bajo el reinado de Samsuiluna (1749-1712 a.C.), hijo y sucesor de Hammurabi, Babilonia conoció la
penetración de nuevos pueblos procedentes de las montañas iranias, a los que los textos babilónicos
aluden como Kashushu, los elamitas como Kussi y los griegos como Kosseos. El término cassitas, pa-
rece derivar del país de Kashshen, en el oeste de Irán.

Hacia el 1570 a.C. el dominio cassita se consolidó en Babilonia hasta el punto que en los textos de la
época se sustituyó su nombre por el de Karduniash. Los reyes de procedencia cassita impulsaron una
intensa política de relaciones con los estados próximo-orientales posibilitando que, bajo Kurigalzu I
(1405-1374 a.C.), Babilonia recuperada el rango de “gran potencia”. Pero durante las generaciones si-
guientes, los soberanos casitas que gobernaban Babilonia tuvieron que soportar una fuerte presión ela-
mita por el sur y de los asirios por el norte. Hacia mediados del siglo XIII a.C., Karduniash entró en la
órbita del Imperio Medio Asirio.

PRÓXIMO ORIENTE 29
Hurritas y Matanni
Aprovechando el declive de la dinastía amorrea de Babilonia y la inestable situación política Asiria, el
Estado hurrita de Mitanni, formado por los descendientes de los grupos iranios que en el siglo XVIII
a.C. habían comenzado a penetrar en la Mesopotamia septentrional, irrumpió con fuerza a mediados
del siglo XVI a.C. en el escenario de los grandes Imperios próximo-orientales.

Fueron considerados como los portadores de una nueva cultura militar caracterizada por la utiliza-
ción del caballo y el carro con fines bélicos. Su uso estaba asociado a un grupo de élite, los mayannu
(del védico marya = “joven” o “guerrero”) o aristocracia guerrera de Mitanni que, en algún momento,
llegó a convertirse en una especie de “clase feudal” al servicio de la corona, de la que, en contrapartida,
recibió tierras de cultivo.

La simbiosis cultural hurrita que caracterizó al poderoso Estado de Mitanni constituyó la base de una
sociedad cohesionada en torno a una fuerte identidad. Los problemas políticos internos nacidos en el
ámbito político (principalmente usurpaciones), junto al avance de los hititas bajo Suppiluliuma I, aca-
barían con su hegemonía a mediados del XIV a.C.

Su escisión en dos reinos: uno al norte, gobernado bajo influencia hitita por Mattiwaza (1349-1333
a.C.), y otro al sur, regido posteriormente por su hijo Shattuara I (1332-1303 a.C.), si bien bajo el contro
del rey asirio, apenas pudo prolongar su supervivencia como Estado independiente.

PRÓXIMO ORIENTE 30
En Siria-Palestina: arameos

Tras la desaparición del Estado de Mitanni a mediados del XIII a.C., quedaba libre el acceso a la región
sirio-palestina, cuyo control se disputarían durante mucho tiempo las tres grandes potencias de la
época: hititas, asirios y egipcios.

El interés estratégico de esta zona atrajo a grupos semi-nómadas que, como los semitas arameos, asenta-
dos primeramente en la región de Harrán, al este del Éufrates, comenzaron a infiltrarse en aquel nuevo
territorio. Como los beduinos del desierto, los arameos fueron los responsables de la domesticación
del camello, cuya utilización sustituyó a otros animales de carga en las zonas desérticas a partir del siglo
XII a.C.

A principios de XIV a.C., el grupo originario de los arameos se había escindido ya en dos ramas:

— la de los sutu que intentaron establecerse en los centros urbanos mesopotámicos

— los akhlamu, que ocuparon el área del Jordán en torno a la bíblica región de Aram (la tierra de Jacob),
concentrándose principalmente en la zona de Damasco.

La expansión de los arameos en estas regiones frenó de alguna manera la expansión asiria hacia el oeste,
pero el carácter tribal de estos pueblos retrasó su organización en comunidades políticas independientes
hasta finales del II milenio a.C:, cuando uno de sus exponentes más evolucionados, los caldeos, penetró
en la baja Mesopotamia.

PRÓXIMO ORIENTE 31
En el litoral mediterráneo: los “Pueblos del Mar”

Con los “Pueblos del Mar”, se conoce a un grupo poco hemogéneo de pueblos que hacia el 1200 a.C.
se enfrentaron a los egipcios en el Delta del Nilo, siendo rechazados en dos ocasiones (bajo Meremp-
tha, ca. 1220 a.C. y Ramsé II en 1191 a.C) y empujados posteriormente hacia un asentamiento estable
en diversas áreas del Mediterráneo oriental.

Se piensa que estaban compuestos por aqueos, licios, sículos, sardinios, palestinos y teucros. Se cree
que eran mercenarios, y su actividad destructiva se limitó a áreas próximas al litoral mediterráneo
dentro del corredor sirio-palestino, sin que apenas afectase a zonas del interior.

Quizá el elemento común de estos “pureblos extranjeros” fue que, por diferentes circunstancias habían
abandonado sus respectivas islas de procedencia. Fueron “mercenarios”, bien al servicio de jefes libios,
o del propio faraón para contener el empuje de éstos, aunque posteriormente se sublevaran contra él
convirtiéndose en feroces enemigos. De otro modo habría sido imposible la formación de una coalición
tan heterogénea en la que se mezclaban diversos intereses comerciales, militares o regionales.

PRÓXIMO ORIENTE 32
Tema 6
El próximo oreinte durante el I milenio a.C.
La Edad de Hierro (ca. 1200-330 a.C)

SINOPSIS: Las graves destrucciones provocadas por los “Pueblos del Mar” a finales de la Edad de
Bronce, permitieron que el elemento nómada, siempre activo en los márgenes de los centro urbanos, se
convirtiera en protagonista de una nueva dimensión territorial de carácter agro-pastoril, capaz de con-
formarse en pequeños Estados en la región sirio-palestina gracias a la unión sustentada por una fuerte
solidaridad tribal. Estos pueblos se convirtieron en los principales impulsores de las transformaciones
que derivaron en un nuevo decurso histórico en regiones de Anatolia, Chipre, Siria y Palestina.

Avanzada la Edad de Hierro se recompuso la geografía política mesopotámica con el resurgimiento de


nuevas ambiciones expansionistas. Bajos sus respectivos dominio hegemónicos se llevó a cabo una re-
unififcación imperialista del territorio, dentro del cual los pequeños reinos, al parecer, disfrutaron de
cierta autonomía en su aspecto fiscal y provincial.

El nuevo Imperio asirio, con Ada-Nirari III (810-783 a.C:) y Tiglat-Pileser III (744-727 a.C.), recuperó
su antigua supremacía militar impulsando guerras de conquista que posibilitaron el control de las rutas
comerciales.

Durante el reinado de Arssubanipal (663-631 a.C.), las disensiones internas en la familia real debilitaron
el poder asirio que terminó sucumbiendo al empuje neobabilónico de Nabopolasar (625-605 a.C.) y
Nabucodonosor II (605-562 a.C.), quienes lograron mantener la hegemonía en Próximo Oriente gracias
a un sistema de gobierno basada en la diversidad del ejercicio del poder por delegación, asociando al
mismo en calidad de corregente, al príncipe heredero y creando nuevas figuras como el escriba personal,
el administrador y el secretario de Estado.

Otro pueblos como los fenicios y los hebreos, aunque privados de sólidas estructuras militares es in-
capaces de crear Estados territoriales de grande dimensiones, ejercieron una influencia duradera en las
transformacione culturales. Aunque las visicitudes políticas de los reinos de Israel y Judá fueron muy
tormentosas, impusieron una visión nueva del mundo en claro constraste con las manifestadas por otros
pueblos.

Los fenicios, instalados en el norte de Palestina se dedicaron primordialmente al comercio internacional,


fundando numerosas colonias en puntos estratégicos a lo largo de la costa mediterránea. Ellos crearon
el alfabeto fonético.

Con la ocupación Persa, la historia de Próximo Oriente termina formalmente, pero no culturalmente.
La inestabilidad política en el siglo IV a.C:, junto con una gran crisis económica facilitó la entrada de
Alejandro Magno.

PRÓXIMO ORIENTE 33
Mutaciones culturales y geopolíticas

El año 1200 a.C. represneta la fecha convencional en la que se produce la transición de la Edad de
Bronce Tardío a la Edad de Hierro. En realidad este cambio fue paulatino y comenzó en los dos últi-
mos siglos del II milenio a.C.

La llegada de los “Pueblos del Mar” precipitó la caída del Imperio hitita y transfiguró el mapa político del
Próximo Oriente. La crisis productiva ligada a la erosión del sistema económico de las grandes potencias,
el desgaste ocasionado por las guerra y la consiguiente inestabilidad social y demográfica, provocaron la
ruina del modelo diseñado por los grandes Imperios de la Edad de Bronce. Los Estados vasallos, abru-
mados por los gravosos tributos y las deportaciones, las hambrunas y las epidemias de peste, tampoco
puedieron sarvar la situación.

La degradación del sistem organizativo centrado en el palacio, generó contraproducentes cambios socia-
les y económicos. Habría que esperar a la recuperación de Asiria para volver a encontrar una artesanía
capaz de desarrollar obras de arte con las que recuperar el comercio internacional de lujo y una admi-
nistración renovada con el fortalecimiento del sistema creado por las escuelas de escribas en aras de una
mayor eficacia burocrática.

Los escribas impulsaron la creación de archivos y bibliotecas destinadas a conservar en tabletas cunei-
formes copias de la documentación oficial y de la tradición literaria tanto escrita como oral que había
sobrevivido hasta entonces.

Gracias al hallazgo de la inmensa biblioteca de Assurbanipal en Nínive, se sabe que entre los siglos X y
XIII a.C. el fenicio fue la lengua utilizada por las poblaciones neo-hititas y que adquirió carácter inter-
nacional. Su difusión geográfica daría lugar a los alfabetos arameo, hebreo, púnico y griego, entre otros.
Por la inscripción bilingüe aramea-asiria de Tell Fekheriye, se tiene constancia de que el arameo penetró
en el área de la escritura cuneiforme (Mesopotamia) hacia finales del siglo IX a.C., estableciendo las
bases para su aceptación posterior como lenguaje oral y escrito de la administración asiria.

El hierro. Fue un elemento innovador y de importancia decisiva en el desarrollo de los pueblos. Los
yacimientos de la regiones montañosas del Tauro (Siria-Anatolia) irán sustituyendo de forma paulatina
a los de cobre y estaño, que habían sido empleados tradicionalmente en los talleres palaciegos para las
aleaciones de bronce con las que se fabricaban utensilios comunes y “bellos” y armas.

El avance tecnológico del hierro ayudó al desarrollo de la agricultura, la cual ganó en extensión y pro-
ductividad. El aterrazamiento de los terrenos montañosos abrió espacios para la arboricultura, especial-
mente a los olivos. Mediante la desforestación y la mejora de las técnicas de riego de las zonas semiáridas
del norte de Arabia, Transjordania, Negev y Sinaí, se lograron recuperar algunos terrenos pobres para
pastos durante la temporada estival.

La herramientas de hierro facilitaron la excavación de pozos de aguas profundas y permitieron aumen-


tar las reservas de agua de la lluvia acumulándola en grandes depósitos.

La domesticación del camello y el dromedario ofrecía nuevas posibilidades para el tráfico comercial en
caravanas que atravesaban regiones desérticas haciendo escala en los oasis.

Todas estas innovaciones que contribuyeron al avance de la la civilización permitieron el nacimiento y


desarrollo de los Estado Nacionales que caracterizan a la Edad de Hierro, condicionando el nuevo de-
sarrollo políico de las potencias herederas de la tradición mesopotámica como Asiria y Babilonia.

PRÓXIMO ORIENTE 34
Asiria. Las incursiones de los
“Pueblos del Mar” también afec-
taron al Estado asirio, pero du-
rante casi dos siglos logró sub-
sistir y mantener su autonomía
respecto a Babilonia y al reino de
Mitanni. La pérdida de sus do-
minios septentrionales supuso la
infiltración aramea en el norte y
el avance de Elam y Babilonia en
el sur, pero la reacción a tiempo
de Tiglat-Pileser I (115-1075
a.C.) permitió a Asiria la restau-
ración momentánea del núcleo
territorial del viejo “Imperio”.
Hacia finales del X a.C. Con
Adad-Nirari II (911-891 a.C.),
Asiria perdería otra vez el control de sus posesiones periféricas, pero fue capaz de sostenerse política-
mente como Estado independiente hasta que, un siglo despúes, pudo recuperar su condición de poten-
cia económica gracias a Assur-Nasirpal II (883-859 a.C.).

Babilonia. También experimentó cambios importantes a finales del II milenio a.C. Estando más alejada
del Mediterráneo, el cambio geopolíco con la llegada de los “Pueblos del Mar” fue mucho menor. Pero
estubo amenazada por las tribus de Elam al este, reunidas y organizadas en un reino con pretensiones
imperialista, así como de los semitas caldeos, que habían fundado un reino en torno a la ciudad de Ur.
Por mantener un control sobre los territorios septentrionales, nunca dejó de estar en conflicto con Asi-
ria, cuyos impulsos expansionista hascia el sur colisionaban inevitablemente con los intereses naturales
del poder babilónico.

Al margen de estas dos potencias, la formación de otros pequeños Estados nacionales, estuvo limitada
básciamente a dos áreas periféricas: una en Palestina dominada por poblaciones cananeas; y la otra en
concentrada en la Siria central y septentrional, ocupada por trubus arameas autónomas respecto a las
que se hallaban asentadas en la baja Mesopotamia. Les resultaba imposible formar unidades políticas
independientes debido al aplastante poder ejercido por Asiria y Babilonia.

PRÓXIMO ORIENTE 35
IMPERIO NUEVO ASIRIO (883-612 A.C.)

La formación del Imperio

La recuperación del protagonismo político de Asiria comenzó


con el reinado de Assur-Nasirpal II (883-859 a.C.), quien
reanudó la tendencia expansionista de sus predecesores. Su
objetivo fue reconstruir el viejo Imperio con la implantación
de nuevas bases económicas, aprovechando su situación es-
tratégica en la rutas comerciales, reforzadas por la fuerza
militar. La guerra de conquista, cada vez más despiadada y
destructiva, se conviertió en el principal objetivo de esta mo-
narquía sustentada por el dios Assur, que, como dominador
del universo, se mostraba insaciable en la apropiación de tie-
rras y personas a las que someter a su poder.

Durante su reinado se centró en dos objetivos principales:

Assur-Narsipal II realizando una ofrenda.


— subyugar a las poblaciones sirias que controlaban el comer- Relieve en alabastro procedente del palacio de
cio en esa región. Nimrud. Fitzwilliam Museum (Cambridge).

— contener el avance de los pueblos del país de Nairi, al no-


reste, confederados en el nuevo estado de Urartu, en la región del lago de Urmia, neutralizando toda
pretensión babilónica de dominio sobre estos territorios.

En cuanto a la administración interna, su empresa más grandiosa fue la reestructuración y ampliación


de la capital Kalakh (actual Nimryd). Trasladó ahí a la corte, ofreciendo a sus sucesores un modelo
emblemático de decoración palaciega en bajorrelieve que servía como reflejo propagandístico de su
ideología del “terror”. La fuerza narrativa empleada en el estilo epigráfico cuneriforme ensalzaba a la
perfección, y con gran eficacia, las proclamadas hazañas militares del rey.

PRÓXIMO ORIENTE 36
A su muerte subuó su hijo Salmanasar III (858-824 a.C:), cuyo famoso
Obelisco Negro, erigido al final de su reinado, o tras su muerte, repre-
senta magníficamente, tanto en su relieve superior como en su inscrip-
ción monumental inferior, los tributos percibidos de al menos 28 reyes
y cerca de 90 ciudades, regiones y países, desde el litoral Mediterráneo
hasta Irán.

Con la ayuda de otras inscripciones del periodo se conocen más detrein-


ta exitosas campañas militares emprendidas por Salmanasar III. Con él
se inicia el expansionismo imperial que convertirá en esos momentos
a Asiria en la única potencia hegemónica del Próximo Oriente.

En un estado sustentado principalmente por su fuerza militar, el im-


puesto anual se convirtió en un mecanismo por medio del cual se
conseguía el sometimiento, en condición de “vasallaje”, de los “países
tributarios”.

En cuanto a Babilonia, el rey asirio tomó parte en su política interna


dando respuesta a la solicitud de ayuda de su amigo el rey Marduz-za-
kir-shumi I (854-819 a.C:), cuya autoridad fue amenazada por una
revuelta encabezada por su hermano Marduk-bel-usate, que, con el
apoyo de los arameos, había logrado apoderarse de casi la mitad del rei-
no (región de Dilaya). Esta rebelión, descrita en la Crónica sincrónica,
fue aplastada en los aós 851-850 a.C. gracias a la intervención militar
asiria, dando lugar a una nueva alianza. En la basa del trono de Ekal
Masarti, aparecen ambos monarcas dándose la mano después de haber
Obelisco Negro de Salmanasar III.
acordado la paz y fijado sus fronteras. Procedente de Nimrud. The British
Museum.

PRÓXIMO ORIENTE 37
La expansió militar enriqueció extraordinariamente a Asiria al incorporar a sus dominios extensiones
predominantemente ganaderas y agrícolas, que favorecían aún más el desarrollo de la economía comer-
cial de carácter urbano. Su sistema imperial estuvo sostenido por un fuerte ejército y por una compleja
administración formada por un grupo de funcionarios, que, a su vez, constituían una poderosa aristo-
cracia en torno al rey.

El apogeo del Imperio

La llamada Crónica Sincrónica termina con el reinado del nieto de Salmanasar III, Adad-Nirari III
(810-783 a.C.), quien retoma la política expansionista de su abuelo, penetrando y Siria, llegando
hasta el Mediterráneo con puntuales expediciones militares contra Ben-Hadad III (800-775 a.C.) de
Damasco, e imponiendo tributo del rey Joás (798-783 a.C.) de Israel.

El Imperio asirio no se percibirá con claridad hasta unos años más tarde, cuando a mediados del VIII a.C.
sube al trono el usurpador Tiglat-Pileser III (744-727 a.C.). Amplió considerablemente su hegemonía
política y estendió aun más el terror de sus ejércitos.

Tras someter a las tribus vecinas caldeos y arameos , que habían sido deportados a Babilonia por los
anteriores reyes asirios para impedir la sublevación de los pueblos conquistados, sometió a casi todo
el Próximo Oriente asiático desde las montañas de Aram en el noroeste hasta el “País del Mar” en las
inmediaciones del Golfo Pérsico, al sureste.

Las dinastías locales fueron sustituidas por gobernadores asirios nombrados directamente por el rey con
el fin de eliminar el peligro que suponía la concentración de poder en manos de reyezuelos con ansias de
rebeldía. Exigió tributos a las ciudades sirias (incluida Damasco), fenicias e israelitas.

PRÓXIMO ORIENTE 38
Llevó también su ejército hasta Gaza, territorio filisteo, y, con la ayda de Judá en su enfrentamiento con
la alianza de Israel y Damasco, el rey asirio se aseguró el control de todo el corredor sirio-palestino,
despertando la desconfianza de los egipcios, cuyos intereses en la zona nunca habían desaparecido. Los
estados neo-hititas mantenían su autonomía gracias a su sumisión fiscal. En el 729 a.C., el rey asirio
redució finalmente a Babilonia.

Su hijo y sucesor Salmansar V (736-722 a.C.), no pudo evitar que Babilonia volviera a recuperar su
autonomía, a la vez que tuvo que afrontar la resistencia de Tiro e Israel.

Tras una arbitraria retirada de los privilegios de que gozaban las ciudades santas de Assur y Kharran,
la sublevación de una parte considerable de la aristocracia asiria, privada de sus tradicionales beneficios
fiscales, precipitó su caída.

Su seceosr y usurpador Sargón II (721-705 a.C.), se reconcilió con la poderosa nobleza asiria y restitu-
yó las antiguas prebendas que, por derecho propio, correspondían a las “ciudades santas” del Imperio.
Consolidó el sistema de la administración centralizada de las provincias a través del impulso de nuevas
campañas militares. Completó la adhesión de Israel con la toma de Samaria, para hacerse después con
Hama, reino atravesado por el río Orontes.

Las principales ciudades fenicias conservaron cierta autonomía. La expedición de Sargón contra Chi-
pre puso bajo su control, meramente nominal, el territorio colonial fenicio: les permitió a estos centros
comerciales costeros seguir ejerciendo su dominio sobre el “mar superior”.

Sargón II continuó su expansión hacia las regiones montañosas de Tauro. La narración de su enfrenta-
miento con el rey de Musasir, constituye uno de los documento históricos más significativos referidos a
estas campañas victoriasas. El escrito, altamente propangadístico se llama Carta al dios Assur y se inserta
en la tradición epistolar entre el dios y el monarca como prueba de su estrecha relación. Mientras el dios
garantizaba el orden cósmico, el rey asirio procuraba la estabilidad política y social de sus dominios
terrenales.

PRÓXIMO ORIENTE 39
En su úlitimo año tuvo que sofocar la rebelión de Babilonia que,
ayudada por Elam, recuperó con éxito la tendencia a las coalicio-
nes entre “estados vasallos” que condicionaría la política asiria de
contención territorial durante las décadas siguientes. Así les suce-
dería a Senaquerib I (705-681 a.C.) y después a Assarhadón (681-
668 a.C.), quiene intentaron por vía diplomática evitar los enfren-
tamientos bélicos con las poblaciones periféricas sometidas. Así,
la reconciliación con la casta sacerdotal de Babilonia, principal
elemento que había provocado peligrosos levantamientos contra el
poder, facilitó un nuevo clima de estabilidad política en la región
que, a su vez, permitió contrarrestar las amenazas do otros poderes
como el egipcio. Tras conseguir el apoyo de Siria, Fenicia, Chipre e
Israel, las tropas asirias toman la ciudad de Menfis en el 671 a.C.,
derrocando al faraón nubio Taharqa, penúltimo de la XXV Dinastía.

Egipto era un país lejano y difícil de controlar políticamente. Una


vez que las tropas de Assarhadón regresaron a Asia, el territorio egipcio conquistado volvió a la situación
política anterior.

Bajo el reinado de Assurbanipal (668-631 a.C.), las disensiones internas en la familia real anticiparon
un problema secesorio entre hermanos que debilitó el poder imperial y sumió a Asiria en una guerra
civil. La crisis fue aprovechada, primero, por una coalición suroriental encabezada por le rey babilónico
Nabopolasar (635-605 a.C.), y más tarde por el reino medo de Ciaxares (653-585 a.C.), que en su avance
hacia Occidente destruyó en el 614 a.C. la ciudad de Assur.

De sus ruinas surgieron dos nuevos protagonis-


tas destinados a convertirse en contendientes:
Babilonia, que controlaba toda la llanura meso-
potámica, y Persia, heredera del poder medo,
que habría de controlar el altiplano iranio y las
tierras altas de Armenia y Anatolia.

El ejército asirio

El fortalecimiento del poder asirio estuvo vinculado con la recuperación demográfica y la difusión de
la metalurgia del hierro, que facilitó el aprovisionamiento del ejército con un armamento más perfec-
cionado. Se impusieron nuevas tácticas de combate, como el empleo masivo de arqueros, la caballería
sustituyó el papel predominantemente ofesivo de los carros, y se revitalizó de la guerra de asedio.

Los reyes asirios fomentaron el prestigio de un amplísimo cuerpo social formado por combatientes
profesionales al servicio del Imperio. La composición del ejército asirio respondía a una equilibrada
estructura tripartita:

1. Tropas permanentes a disposición de los gobernantes, quienes tenían la reponsabilidad de reunir los
efectivos en el territorio que se encontraba bajo su jurisdicción. Siguiendo siempre las órdenes de su rey,

PRÓXIMO ORIENTE 40
ellos mismos podían ponerse al frente de estos contingentes en situaciones bélicas de carácter defensivo
o en campañas militares destinadas a la conquista de nuevos territorios.

2. Cuerpos y destacamentos especiales integrantes del ejército real que se encontraban apostados en
las fronteras y dispersos por todo el Imperio con el fin de reducir rápidamente al enemigo o sofocar
eventuales rebeliones.

3. Guardia real a caballo, cuerpo de élite que era utilizado para las misiones que requerían una mayor
destreza operativa.

La economía del Imperio asirio

Los recursos tributarios del Imperio estaban destinados al sostenimiento de las guerras de conquista
y del enorme aparato político y militar requerido por una potencia imperialista de este tipo.

La economía continuaba siendo básicamente agrícola, con un artesanado de lujo poco desarrollado y
dependiente de los pequeños talleres instalados en los palacios de los gobernadores y en los templos
principales.

La mayoría de las tierras seguían perteneciendo al rey, quien las cedía para su explotación a los nobles,
dignatarios palatinos, altos funcionarios y gobernadores locales. Cada vez era menor el número de pe-
queños agricultores que cultivaban sus propias parcelas. Muchos de los que trabajaban los campos, ya
fueran asirios en desgracia, arameos o deportados desde distintos lugares del imperio, permanecía vincu-
lados a la tierra (nishet), y podían ser vendidos con ella. Otros eran esclavos (urdani) y el resto, pequeños
colonos que dependían de las autoridades locales o de algún propietario absentista, eran reconocidos por
el derecho consuetudinario como “los aldeanos del palacio”.

Las más importantes rutas comerciales del Próximo Oriente cruzaban los territorios del Imperio asirio.
Muchas de las campañas militares emprendidas por ellos tenían como objetivo situar bajo su control la
llamada “ruta del estaño y del hierro”.

Los comercientes asirios (tamkuru), amparados por el poder militar desplegado por el Imperio, domi-
naban también las otras rutas importantes que llegaban al norte de Siria, a las fronteras del Asia Menor,
a las “Puertas de Cilicia” y a las regiones habitadas antiguamete por los hititas. Sobre todas destacaba la
ruta caravanera que salía de territorio asirio hacia Palmira y Damasco.

PRÓXIMO ORIENTE 41
IMPERIO NEOBABILÓNICO (612-539 A.C.)

La época del sometimiento

A comienzos de la Edad de Hierro, Babilonia se encontaba incluida dentro de la órbita del Imperio
asirio en calidad de “reino vasallo”, lo que le permitió mantener, de forma subordinada, sus propias
instituciones politicas, al frente de las cuales seguía situándose el monarca.

La principal amenaza para Babilonia procedía de las tribus arameas y caldeas establecidas desde hacía
mucho tiempo en el sur de Mesopotamia. Esta delicada situación se agudizó con la inestabilidad monár-
quica provocada por las continuas disputas internas entre los miembros de la familia real por alcanzar
el trono. Algunos usurpadores de origen arameo o caldeo aprovecharon el desorden que reinaba en la
corte babilónica para hacerse con el poder, como fueron los caso de Mardik-apla-usur (780-770 a.C.) y
de Nabu´shuma-ishkun (760-748 a.C.), último rey de la VIII Dinastía (llamada “E”) de Babilonia.

Aunque durante más de un siglo este “estado vasallo” estuvo sometido a los asirios, el sacerdocio ba-
bilónico de Marduk mantuvo, al igual que la aristocracia comercial de Assur, una posición privilegiada
reconocida por los más importantes reyes asirios.

Aprovechando las dificultades por las que


atravesaba el Imperio asirio, un dirigente
caldeo, Nabopolasar (625-605 a.C.), que
en el 626 a.C. se había proclamado rey del
País del Mar (Bit Yakini), obtuvo el dominio
de Babilonia y de otras ciudades de la región:
Sippar, Dilbar, Uruk, Nippur.

En pocos años controló con total autonomía


el antiguo imperio babilónico, llegando in-
cluso a atacar la ciudas de Assur. En 614 a.C.
relizó un pacto con Ciaxares, rey de los me-
dos, que le ayudó a consolidar su autoridad,
que, con la incorporación de los caldeos y
escitas a esta alianza, pudo apoderarse de la
ciudad santa de Nínive dos años después.
Junto al ejército medo, sus tropas, a quien
acompañana su hijo Nabucosonosor, se dirigieron al norte con la intención de ocupar los territorios de
la Anatolia oriental.

Gracias a una serie de tabillas conservadas, se conoce el proceso de la expansión imperialista de Babilo-
nia. Las actividades edilicias de carácter sagrado promovidas por la dinastía caldea (la décima de Babi-
lonia), permiten conocer los fundamentos ideológicos de la nueva realeza, que derivaban de la antigua
imagen del rey justo y pastor de su pueblo elegido por Marduk, cuyo culto era atendido por el rey de
manera preferencial.

PRÓXIMO ORIENTE 42
La configuración del nuevo Impe-
rio

Nabucodonosor asumió el mando de


las tropas del ejército de su padre, que
habrían de enfrentarse a los poderosos
egipcios por el control estratégico del co-
rredor sirio-palestino. Egipto sustituía el
poder asirio de la zona, se había hecho
presente en Karkemish con una simbó-
lica, pero amenazante guarnición militar
instalada ahí desde el 616 a.C. Tran varios
encuentro bélicos, Nabucodonosor logra
derrotar a los egipcios y se hace con el
dominio del alto Éufrates y de las Siria
septentrional hasta Hama.

La muerte de su padre al año siguiente,


interrumpió momentáneamente las cam-
pañas de sometimiento al poder babilóni-
co del resto de los teritorios, cuyo control
se completaría a lo largo del decenio si-
guiente superando la resistencia ofrecida
por Tiro y por el reino de Judá, cuyo rey, junto con su corte, la élite dirigente y los artesanos palacie-
gos, fueron deportados a Babilonia en el 597 a.C., hecho que se repetiría en el 586 a.C. con el exilio
de toda la población judía a Babilonia y la destrucción de Jerusalén a consecuencia de la negativa de
pagar el tributo impuesto al reino de Judá, pese a los consejos contrarios del profeta Jeremías.

El control efectivo de la región siro-palestina revestía una gran importancia económica, más que po-
lítica, en lo que respecta a la posesión de la madera del cedro libanés. Nabucodonosor II (605-562
a.C.), convertido en el segundo de los reyes de la décima y última dinastía de Babilonia, construyó un
“imperio” cuya capital milenaria fue embellecida con una suntuosidad que se hizo proverbial en todo el
mundo antiguo: construcciones monumentales como la famosa puerta de Ishtar, sus potentes murallas
y los numerosos templos levantados en honor a Marduk, dios-patrono de la ciudad, ofrecen una prueba
evidente de las riquezas acumuladas por el reino en pocas décadas.

Los recursos económicos de los éxitos militares sirvieron para legitimar la autoridad del rey, así como
para fortalecer el poder del “sacerdocio” de un renovado Estado, que, siguiendo la tradición milenaria,
se puso bajo la protección del todopoderoso Marduk. La institución del “templo” resurgió con fuerza,
a ella pertenecían las enormes extensiones de tierras explotadas en régimen de arrendamiento por la
población libre a cambio de un “diezmo” anual. El “templo” asumió también el monopolio de las ope-
raciones financieras derivadas del desarrollo de las actividades comerciales.

Gracias al control sobre los enclaves de la zona de la costa mediterránea, Babilonia se convirtió en el
primer centro comercial del mundo próximo-oriental, del que dependían en gran medida el abasteci-
miento ordinario de fenicios, egipcios, arameos y persas.

Tras la muerte Nabucodonosor las disputas internas por el trono regresaron con virulencia y las revual-
tas palaciegas llevaron a la muerte a sus sucesores. Su hijo Awil-Marduk, que había liberado a los reyes
deportados, entre ellos Joaquim de Judá, apenas estuvo pocos años en el poder.

PRÓXIMO ORIENTE 43
Después de un tiempo de inceridumbre política, el usurpador Nabódino (556-539 a.C), se instaló en el
trono. No tenía sangre real, pero era miembro de una destacada familia de la nobleza babilónica proce-
dente de Harran. Gracias a la inscripción funeraria de su madre, una sacerdotiza del dios lunar Sin, se
sabe su historia. Debido a su predilección, desde incios de su reinado, hacia el culto “universalista” de
Sim, común a todas las poblaciones semitas, perdió el imprescindible apoyo del poderoso saberdocio
de Marduk.

La necesidad de legitimar su autoridad regia, le indujo a reconocer el papel central reservado a en reli-
gión babilónica a la tríada divina formada por Marduk, Nabu y Nergal. Pero intrudujo en el panteón de
Babilonia a su particular tríada astral (Shamash, Sin e Ishtar), al tiempo que situaba una estatua de Sin
en el interior del templo de Marduk, lo cual le ocasionó enfrentamientos con su clero, ya descontento
con él con la progresiva centralización en el palacio de la gestión de los bienes pertenecientes a los prin-
cipales templos babilónicos.

Delegó el poder administrativo a su hijo Bel-Sha.usur (Bartasar) y se trasladó al oasis de Tema donde
permaneció retirado diez años. No se saben las razones de esta “huída”.

El paso de la hegemonía iraní de manos del rey medo Astiages o Ciro II, empujaría a Nabónido a depo-
sitar toda su confianza en el componente étnico cultural de raigambre árabe-aramea frente al de origen
caldeo, que se había mostrado especialmente hostil con el “hombre de Harran”. Este “retiro” le trajo
nefastas consecuencias cuando, a su regreso a Babilonia en el decimoséptimo año de su reinado, tal como
la narra la Crónica babilónica, tuvo que enfrentarse a los persas, que ya habían sometido a los países
situados al este del Tigris y dirigían su mirada hacia Babilonia.

La ciudad sería tomada sin apenas resistencia en el 539 a.C. La entrada triunfante de Ciro II en Babilonia
fue vista como una acto de liberación en nombre de Marduk, cuyo culto volvió a situarse en el centro
mismo de la vida institucional de la ciudad.

Gobierno y administración

La organización administativa de babilonia estaba muy influida por el modelo asirio. Al igual que los
monarcas asirios, los babilonios, apenas subían al poder, recibían el juramento (adu) de los súbditos y
dignatarios como expresión de obediencia y fidelidad. Con la asociación al trono del prícipe heredero
en calidad de corregente, se pretendía evitar los eventuales problemas de sucesión. Al igual que en
Asiria, el principio de servicio al rey designado por la divinidad constituía el fundamento sobre el
que descandaba todo el entramado del Estado.

Los monarcas gobernaban asistidos por un consejo privado en que que destacaban su escriba perso-
nal, el administrador (shatamu) y un secretario de Estado (zazakku).

La administración central dependía de los altos dignatarios del palacio: el canciller, el jefe del arsenal,
el mayordomo y el vigilante de palacio; seguidos de otros cargos subalternos como el jefe de la guardia
real y el jefe de los correos. Salvo alguna excepción, estos cargos eran ocupados por miembros de la
aristocracia caldea.

La administración provincial era compleja. Los dignatarios que ocupaban puestos de mayor responsabi-
lidad, pertenecientes también a la nobleza caldea, recibían el prestigioso título de “Grandes de Akkad”.

PRÓXIMO ORIENTE 44
Al frente se encontaba el gobernador del “País del Mar”, cuna de la dinastía gobernante. De ellos depen-
dían los “alcaldes”, asistidos a su vez por la asamblea de notables locales.

Economía y sociedad neobabilonias

Con respecto a épocas pasadas, el coste de la vida parece haber sido menor, a excepción de los esclavos
cuyo precio no dejó de incrementarse. Las tasa de interés apenas variaron respecto de los tiempos de
Hammurabiy la situación de aparente expansión económica dependía principalmente del aprovisiona-
miento de metales preciosos, aunque la normalización del comercio favoreció también una adecuada
explotación de los propios recursos.

Al tratarse de sociedades sujetas a ciclos económicos muy inestables, puede considerarse que fue un
periodo caracterizado por la expansión económica.

Organización social.

Población libre: recibía el nombre de “personas de bien”, generalmente funcionarios del palacio y
templos.

Comerciante y artesanos en la ciudades formaban un grupo influyente, cuyo consejo poseía cierta
autoridad a escala municipal.

Población rural se dividía en pequeños propietarios, unos arrendatarios sobre las propiedades de los
templos, y otros aparceros y jornaleros que trabajaban a su vez para los colonos y grandes propietarios.

Esclavos. Deudores insolventes, niños vendidos por sus padres, extranjeros comprados a los merca-
deres y prisioneros de guerra. Fundamentalmente eran empleados de los palacios, templos y grandes
propiedades pertenecientes a la nobleza. Debido a su alto valor económico, la manumisión (conceder la
libertad) era infrecuente. Podían poseer bienes e inmuebles, promover acciones legales, contraer deudas
y efectuar préstamos, e incluso tener su propia familia y casarse con una persona libre. Pero los prisione-
ros de guerra no gozaban de estatuto jurídico alguno. Su situación era más precaria que la de los escla-
vos domésticos y a menudo eran empleados bajo duras condiciones de trabajo en los grandes proyectos
de construcción promovidos por los monarcas.

PRÓXIMO ORIENTE 45
NUEVOS PUEBLOS Y REINOS DEL PRÓXIMO ORIENTE

Fenicios
Tras la destrucción causada por los “Pueblos del
Mar”, las ciudades-estado de la costa mediterrá-
nea cananea configurarán una cultura definida
por una serie de resagos comunes, como la utili-
zación de una misma lengua, el fenicio, y el desa-
rrollo de una misma actividad comercial orienta-
da hacia el tráfico marítimo.

En este mismo entonrno, surgieron de forma co-


etánea otras realidades nacionales: tanto al norte
(estados arameos y neohititas), como al sur (is-
raelitas, filisteos, amonitas, moabitas, edomitas),
dando lugar a un nuevo escenario político y cul-
tural en esta estratégica zona.

Ubicadas en una estrecha franja costera delimita-


da hacia el interior por los ríos Oronte (norte) y
Jordán (sur), las ciudades fenicias, independien-
tes entre sí y a menudo rivales, apenas disponían
de extensión territorial que les permitiera obte-
ner productos agrícolas. Desde época ancestral su
principal fuente de riqueza procedía de la explo-
tación y comercialización de la madera extraí-
da de sus abundantes bosques de cedro. Biblos
(antigua Gebel y actual Jebeil), destacaba por su
industria maderera y por la exportación a gran es-
cala a países vecinos, como Egipto.

Las ciudades fenicias estaban ubicadas en puer-


tos naturales e islotes de fácil defensa, y a la vez
accesibles a las naves. Estos puertos daban salida
a todo tipo de productos procedentes tanto de las
rutas caravaneras de Oriente, como del tráfico co-
mercial del Mediterráneo y el Egeo.

Al contar con un desarrollo económico autóno-


mo, las ciudades fenicias no necesitaban consti-
tuirse como una nación gobernada por la figura
de un rey que dominara sobre todas ellas.

Tan solo a comienzos del I Mileno a.C., cuando


los arameos y hebreos se asientan de forma defi-
nitiva en Siria y Palestina las fuentes aluden a la existencia de algunos reyes como Sidón y Tiro, aun-
que posiblemente se tratara tan solo de “príncipes” locales. Su organización pólita, estaba dirigida
por “consejos de ancianos” o eventuales grupos de presión oligárquicos.

PRÓXIMO ORIENTE 46
La principal peculiaridad de la civilización fenicia es su proyección humana, comercial y cultural ha-
cia el exterior. Llegaron hasta el extremo Occidente en sus rutas por el Mediterráneo, en un proceso
de colonización que alcanzó incluso áreas atlánticas del norte de África.

Los comerciantes fenicios crearon toda una red de centros de intercambio de mercancías que funcio-
naban como “escalas marítimas” situadas en posiciones estratégicas respecto a las rutas más transita-
das o cerca de mercados potenciales. Estos “lugares de posta” fueron gradualmente transformándose
en puertos fijos provistos de almacenes que, con el tiempo, dieron lugar a auténticas colonias.

Gadir, Cádiz, fue una fundación fenicia ca. 1100 a.C., aunque la arqueología no ha encontrado ahí
materiales fenicios anteriores al siglo VIII a.C. En el 814 a.C., un grupo de tiros huídos de su ciudad
natal fundó Qarthdast o “Villa-Nueva” (Karchedon en griego y luego Carthago en latín), que a la larga
sería la ciudad occidental en contacto más estrecho con los fenicios orientales y occidentales.

Lo más significativo de los fenicios fue el alfabeto fonético, el cual no recurría a imágenes como los
pictogramas o los jeroglíficos, sino a símbolos gráficos convencionales indicativos de un sonido de-
terminado. Los métodos utilizados por otros pueblos requerían el uso de miles de signos. Basándose
en un procedimiento más abstracto, simplificafa la escritura.

El alfabeto fenicio representaba sólo las consonantes; después los griegos lo completarían con los so-
nidos vocales. Es el alfabeto que, con transformaciones, ha llegado a nosotros.

Israel y Judá
La región siro-palestina a inicios del I milenio a.C. estaba desmembrada en una serie de ciudades-es-
tado independientes de extensión territorial muy reducida. En la costa, un grupo descendiente de los
“Pueblos del Mar” conocido por el nombre de Peleset, creó una confederación de cinco ciudades-es-
tado filisteas, y en las zonas transjordanas surgieron diversas entidades nacionales, como Ammón (al
este del curso medio del Jordán), Moab (al este del Mar Muerto) o Edom (en la parte meridional).

En las zonas montañosas de Palestina sobrevivieron pequeños reductos estatales de origen cananeo,
organizados en clanes que compartían un mismo componente étnico y lingüístico, y una fuerte ten-
dencia al culto a los antepasados y a los dioses asociados a los propios clanes. En la época formativa
de la entidad política que se conoce como “Israel”, sobresale el grupo étnico de los hebreos, conecta-
dos probablemente con los habirú, denominación cananea para las personas refugiadas que ejercían
el bandidaje en las zonas montañosas de Efraín y Judá.

La tradición bíblica sobre los patriarcas y el pueblo hebreo, constituye la expresión literaria de un
sentimiento religioso que a penas sirve como testimonio histórico fiable. Las fuentes escritas relativas
a los inicios de la presencia hebrea en Palestina son muy escasas. La “Estela de David” reviste una
especial importancia, pues en ella el faraón Merneptah (1213-1203 a.C.), menciona entre las ciuda-
des-estado conquistadas en estos territorios, una población identificada con el nombre de “Israel”,
cuyo carácter tribal, ajeno todavía al sedentarismo, era sugerido por la utilización del determinativo
“gente” en contraposición al de “región” referido al dominio de otros pueblos vencidos.

Atendiendo a la biblia, se puede vislumbrar la aparición en esta época de una incipiente ideología
dinástica vinculada a su fundador, David (ca.1010-978 a.C.), quien emerge como el artífice de una
entidad nacional, aun marginal, con centro en la ciudad de Jerusalén. Allí se localizaba el palacio y
la corte de sus funcionarios administrativos y su sacerdocio. No existen dudas sobre la existencia real

PRÓXIMO ORIENTE 47
de David y Salomón, pero la información arqueológica
ofrece pruebas irrefutables sobre la reducida extensión
e importancia de Jerusalén en los siglos X y IX a.C.

A pesar de la presencia de Damaco en los límites sep-


tentrionales del reino, con Salomón (ca. 972-931
a.C.), Israel parece despuntar con fuerza. Salomón em-
prende un programa de reformas tendientes a fortale-
cer la base institucional del reino: además de levantar
un palacio digno de su realeza (llamado “la casa del
cedro del Líbano”), construyó un templo destinado a
acoger la célebre “arca de la alianza” y a convertirse en
la morada de Yahawéh, que pasó a ser así la divinidad
dinástica por excelencia.

Siguiendo la tradición cananea, dicho templo era de-


pendiente del palacio a pesar de que en los escritos bí-
blicos se presentaba como el elemento emblemático de
la unidad cultural israelita, una función que adquirirá
en época muy posterior, cuando el resto de cultos dise-
minados por el territorio del reino fueron prohibidos.

Al morir Salomón se perdió la unidad territorial y polí-


tica del reino, dando lugar a dos realidades nacionales
diferentes que se mantuvieron separadas hasta la conquista asiria: Israel al norte (al principio sin
capital fija) y Judá al sur, con Jerusalén como capital.

En cuanto a la configuración del entorno próximo, en el oeste de Judá volvió a reproducirse la auto-
nomía de la pentápolis filistea, que progresivamente sufrió una aculturación cananea favorecedora de
una cierta continuidad cultural y lingüística; al este también recuperaron su independencia los ammo-
nitas, maobitas y edomitas, lo que significaba la pérdida de las caravanas transjordanas.

Durante los siglos IX y VIII a.C., Judá será un pequeño Estado en continua búsqueda de la protección
de las grandes potencias vecinas. Aunque económicamente Israel era mucho más rico, adolecía de una
inestabilidad política atemperada con la llegada al poder de Omri (885-874 a.C.). Designó Samaría
como capital del reino. En el palicio de esta ciudad recidía la corte y el aparato administrativo estaba
organizado según el modelo del mundo próximo-oriental. La consolidación política de Israel durante
su gobierno le permitió enfrentarse militarmente a Damasco por el control del territorio de Galaad,
y establecer alianzas con Tiro y Judá mediante matrimonios interdinásticos con el fin de afrontar la
amenaza que suponía para le región la política expansiva del imperio asirio.

Con la decadencia de la dinastía omrita y la conquista asiria del reino norteño de Israel y de Samaría,
su capital en el 720 a.C., Judá, que se había convertido en vasallo de Asiria, adquirió una posición
privilegiada que le permitió alcanzar aspiraciones de dominio sobre Israel. En tan solo una generación
Jeruslén se convirtió en la sede y centro neurálgico político y religioso de la región.

A finales del VIII a.C. Judá experimenta un crecimiento demográfico y un desarrollo económico y
político sin precedentes. A partir de entonces el reino se debate entre la guerra y la supervivencia,
siempre a la sombra de los grandes imperios.

PRÓXIMO ORIENTE 48
A partir de Ezequías (ca. 716-687 a.C.), las oscilaciones políticas de los diferentes reinados sería in-
terpretados por el círculo intelectual que dio forma al relato bíblico bajo una forma exclusivamen-
te teológica. Una vez desparecido el Imperio asirio, este círculo elitista, partidario del monoteísmo
yahwista había accedido de nuevo al poder con Josías (640-609 a.C.), circunstancia que constituyó
un episodio más dentro de la rivalidad entre grupos nacionalista y radicales contra el grupo mode-
rado pro-sirio y sincretista; pero con la particularidad de que, en esta ocasión quedó conservado el
legado ideológico de Josías y su entorno en una colección de textos hebreos que darían lugar a la
Historia Sagrada cuyos cimientos desvirtuarían la realidad histórica.

La catástrofe que sufrió Judá a manos de Nabucodonosor II (604-562 a.C.), y especialmente la des-
trucción de Jerusalén y su Templo en el 587 a.C., con la deportación de su clase dirigente a Babilonia,
obligó a impulsar un revisionismo ideológico cuyas huellas han quedado en la historia deuterono-
mista. En su segunda fase, estos textos ofrecen una interpretación de la desdicha sufrida por Judá;
daban un giro sorprendentemente teológico: se subordinó con gran inteligencia el pacto con David al
cumplimiento de la Alianza entre Dios y el pueblo de Israel en el Sinaí. Tras el regreso del exilio ba-
bilónico, el devenir histórico del pueblo elegido se interpretaría siguiendo la misma línea ideológica.
Al faltar la institución de la monarquía, el Templo (cuya reconstrucción terminó en el 516 a.C.) se
convertiría en el centro de identidad del pueblo judío.

PRÓXIMO ORIENTE 49
IMPERIO PERSA AQUEMÉNIDA (559-330 A.C.)

Preámbulo: los medos

Durante el periodo comprendido entre los siglos IX y VII A.C., la información sobre los pueblo asen-
tados en la meseta iraní procede sobre todo de Asiria. La franja suroccidental próxima a la cadena
montañosa de los Zagros fue ocupada principalmente por tribus medas. Atribuyen la creación de una
primera formación política unitaria (aunque aún descentralizada) a un mítico rey llamado Kashtaruti
(675-653 a.C.), el Fraortes de Heródoto, quien, aprovechando la ausencia del rey asirio Senaquerib,
logró apoderarse de la región de Man, expulsando de ahí a las poblaciones asirias. Tras la unión de
su pueblo con los maneos y cimerios, y el sometimiento de los persas gobernados por Teispes (rey de
Anshan), el nuevo país resultante se extendía del lago Urmia hasta Pérsidad y desde los Zagros hasta
Demavend.

Al atacar Asiria, Kashtaritu fue derrotado por Assurbanipal. Su sucesor fue Ciaxares (653-585 a.C.),
quien, tras vencer a los escitas anexiona Bactriana a su reino. La caída del imperio asirio, a la que
contribuyó por medio de una alianza con Nabopolosar (rey Babilonia), afianzó su poder en la región.

Tanto los persas de Ciro I, como los manneos y urarteros maniobraron para distanciarse del reino de
Media, pero Ciaxares los neutralizó. Un nuevo intento de emancipación persa en manos del sucesor
de Ciro I, Cambises I, fue aplastada hacia el año 600 a.C., y poco después sometería también a los
armenios y se enfrentaría al reino de Lidia.

La muerte de Ciaxares señala el fin del expansionismo medo, su hijo y sucesor, Astiages (585-550
a.C.), fuen capaz de mantener el reino mediante un sistema de alianzas matrimoniales, políticas y
comerciales que condujeron a un periodo de paz de treinta años en Oriente Próximo.

Esta situación cambiaría cuando el emergente poder persa bajo el gobierno de Ciro II, en tan solo tres
años (553-550 a.C.), se hizo con los territorios que se hallaban bajo influencia de los medos.

La formación de una gran dinastía

Parsua, “una tierra de persas”, aparece nominada por primera vez en el Obelisco Negro del asirio
Salmanasar III en memoria de su campaña del año ca. 843 a.C. En la tradición asiria los persas son
recordados en estrecha relación con los medos.

Probablemente ambos pueblos habían sido empujados por desplazamientos de pueblos escitas, coin-
cidiendo con la épca en la que el Imperio asirio estaba ya en decadencia, fenómeno que culminaría
con la destrucción de Nínive en el 612 a.C. a manos de los caldeos (con ayuda elamita) que formaría
el Imperio Neobabilónico.

En torno al 700 a.C. la tribus persas procedentes de Parshua se instalaron, con el consentimiento y
bajo la soberanía del rey escita, en las proximidades de Parsumash (Anshan, amplia zona montañosa
del actual Irán). Se admite que estas tribus fueron conducidas y organizadas por un jefe tribal llamado
Aquemenes o Hakhamanish (ca. 700-675 a.C.), antepasado de los reyes persas.

La expansión persa continuó con Teispes (675-640 a.C.), quien ocupó el noreste de Parsumash y,
aprovechando el declive elamita, también Farsa. Con Ciro I (640-66 a.C.), los persas se encuentran

PRÓXIMO ORIENTE 50
bajo poder asirio, quien juró adhesión a Asurbanipal. El sucesor de Ciro I, Cambises I, se casó con la
princesa Mandane, hija de Astiages, último soberano de Media, reino al que los persas estaban en ese
entonces sujetos.

Quien estableció las bases definitivas del Imperio persa fue Ciro II, Ciro el Grande (559-530 a.C.),
hijo de Cambises I y nieto del último rey medo. Estableció su capital en Pasargada e impulsó una
política activa de conquistas. Sometió a las dispersas tribus iranias y asiánicas que se hallaban al este,
sureste y norte de su reino, contando con el consentimiento del monarca babilónico Nabódino. Por
ello, y ante una amezante alianza entre babilonios y Ciro II, Asriges (su suegro) le hace un llamamien-
to para que siga supeditado a su poder. Negativa que produjo al enfrentamiento entre ambos en dos
batalla, de las cuales Ciro II saldría vencedor.

Ciro II marchó contra Lidia y después contra las ciudades jonias. En el 539 a.C, incorporaría Babilo-
nia a su Imperio. Esta conquista fue favorecida por el enfrentamiento que venían manteniendo desde
hacía tiempo el influyente clero de Marduk y el monarca babilónico, Nabodino. De hecho, la inter-
vención de Ciro fue acojida como una liberación y supuso ganarse la confianza de los nuevos súbditos
mostrando gran tolerancia y respeto al pueblo y a los dioses babilónicos, llegando incluso a liberar a
los judíos de su cautiverio y permitiendo la reconstrucción de Yahwéh en Jerusalén. Una inscripción
en un cilindro del rey persa muestra su política tolerante y conciliadora basada en un equilibrio polí-
tico-religioso y alimentada por la paz en Babilonia.

Los distritos del norte de Siria también fueron anexionados al Imperio, que ya contaba con enormes
dimensiones. También se hicieron incursiones contra los invasores nómadas del Asia Central, los ma-
getas, en una de las cuales parece que murió.

La política expansiva de Ciro pretendía dos objetivos: por un lado, monopolizar el rico comercio del
litoral orienta del Mediterráneo (destino natural de las caravanas asiáticas) y, por otro, asegurar la
frontera oriental del Imperio. Después de las conquistas, Ciro practicaba un política de conciliación
y tolerancia entre los pueblos sometidos.

PRÓXIMO ORIENTE 51
Después de él, Darío I, puso gran interés en ganarse la amistad de las castas sacerdotales de los países
conquistados y hacer los mínimos cambios posibles en las condiciones de gobierno.

Cambises II y la conquista de Egipto

Cambises II (530-522 a.C.) fue hijo y sucesor de Ciro II y había sido introducido en los círculos de
poder como “rey de Babilonia” durante 8 años. Se cree que asesinó a su hermano menor en secreto a
causa de una conspiración por su parte. Las fuentes griegas lo describen como un rey déspota. Parece
que intentó situar la monarquía por encima de la nobleza y eso le ganó la enemistad de sus “aliados
naturales”.

Lo más importante de su reinado fue la conquista de Egipto entre 525 y 522 a.C., cuyo faraón era
Psamético III. Egipto fue incluido en la satrapía de Mudraya con capital en Menfis. Desde Egipto pla-
neó conquistar Cartago, cosa que no fue posible por la negativa fenicia de luchar contra sus “hemanos
de raza”. En el 524 a.C. funda Meroe en Etiopía, y establece guarniciones por todo Egipto, en especial
Dafne, Menfis y Elefantina (en esta última con mercenarios judíos).

Según los griegos, en Egipto abandonó la política conciliadora de su padre, destruyendo templos y
matando al buey Apis, pero las inscripciones decubiertas en el Serapeum de Menfis desmienten estos
hechos. Probablemente esta tradición de descrédito vino por parte de los sacerdotes egipcios que se
vieron afectados por algunas medidas fiscales.

El estallido de una rebelión en Persia, a manos de un tal Guamata (que decía era el otro hijo de Ciro
II, y el supuestamente asesinado por su hermano Cambises) hizo que Cambises tuviera que abandonar
Egipto, muriendo en el camino de regreso a la capital persa en el 522 a.C.

PRÓXIMO ORIENTE 52
La consolidación del Imperio y el intento de apertura hacia Occidente

Deseoso por apoderarse del trono, Gaumata, quien se hacía pasar por hermano de Cambises, logró ob-
tenerlo durante siete meses. Los sublevados lograron ganarse a gran parte del pueblo prometiendo la
supresión de los reclutamientos y de los impuestos durante tres años. A su vez pretendieron provocar
una reforma religiosa destruyendo los santuarios locales (ayadana).

El ejército permaneció fiel a la dinastía aqueménida y hubo varias revuletas. Una de ellas, encabezada
por el noble Darío (hijo del sátrapa Histaspe) finalizó con el ajusticiamento de Guamata y la procla-
mación de Darío I como rey.

Para justificar el nuevo orden, Darío tuvo que resaltar mediante las inscripciones reales que lo de Gua-
tama había sido un intento de usurpación, mientras que su acceso al trono estaba legitimado por su
sangre aqueménida. Tras la derrota de los rebeldes siguió una dura represión con los magos.

A principios de su mandato, en el 518 a.C., Darío visitó Egipto y atenuó tensiones suscitadas por
ciertas medidas que había impuesto su predecesor, devolviendo a algunos templos el usufructo de sus
recursos (aunque no su administración) y construyendo un gran santuario en el oasis de el-Khatgah.
Su autoridad quedó reflejada claramente en la inscripción propangadística de Naqsh-i Rustam.

PRÓXIMO ORIENTE 53
A lo largo de su reinado emprendió conquistas contra las tribus tracias, getas y escitas asentadas en el
sur de Rusia. Buscaba hacerse con las rutas comerciales del oro extraído en los Urales y Siberia, y del
tráfico de cereales en el Mar Negro. Así, llegó a tomar Tracia y cruzar el Danubio, pero la táctica de la
tierra quemada de los escitas le obligó a retirarse.

También conquistó el valle de Kabul, Gandhara y buena parte del Punjab, para conectar comercial-
mente el valle del Indo con Egipto a través de la ruta marítima índica.

Su política con los giegos no fue muy afortunada, ya que al final de su reinado experimentó un fracaso
que preludiaría la futura inseguridad del Imperio.

En los años 499-494 a.C. estalló una revuelta en las ciudades jonias, que fue sofocada con grandes
dificultades con la toma de Mileto en el 494 a.C. Acto seguido Darío I se embarcó en una invasión a
Gecia, pero fue derrotado en Maratón (490 a.C.) Los egipcios se sublevaron en el 486 a.C., año en que
Darío I muere.

Su sucesor Jerjes I (486-465 a.C.), tuvo que hacer frente a la revuelta egipcia. Despues de dominarla,
confió el gobierno de Egipto a su hermano Aquemenes. También sofocó otra rebelión en Babilonia,
donde destruyó el templo de Marduk.

Jerjes I heredó de Darío el proyecto de conquistar Grecia. Cruzó el Helosponto en el año 480 a.C. para
acabar con el poder ateniense. Tras incendiar Atenas, la invasión fue detenida en la batalla naval de
Salamina (480 a.C.). Jerjes regresa a Persia dejando encargado de las operaciones militares a Mardo-
nio en tierra helena. Con las derrotas de Platea y Micale (479 a.C.) acabaron las pretensiones persas
de conquistar Grecia. Pero ésto no ocasionó ningún periodo de declive para ellos.

Jerejes fue asesinado como resultado de una conspiración palaciega, varios de sus hijos se disputa-
ron el poder violentamente, hasta que Artajerjes I (465-424 a.C.) logró hacerse con el trono. Con
él volvieron a suscitarse problemas en Egipto: tras una sublevación, Inaros (ca. 465-454 a.C.), fue

PRÓXIMO ORIENTE 54
proclamado rey por parte de los sublevados. En esta ocasión los egipcios contaban con la ayuda de
300 trirremes (naves de guerra) de Atenas. Tras seis años de lucha los persas lograron sitiar a los
griegos en la isla de Prosopitis y dominar la situación en gran parte de Egipto, capturarona Inaros
y lo ejecutaron .

La tensión entre Persia y Atenas terminó con la Paz de Calias en el 449 a.C., lo cual constituyó un
éxito para Artajerjes I. A partir de ese momento la política exterior persa cambió radicalmente. Los
gasto de las anteriores campañas militares llevaron a Artejerjes a buscar otras tácticas, basadas prin-
cipalmente en la vía diplomática, con lo cual logró mantener seguras sus posesiones en Anatolia. En
este sentido, Persia apoyó a Esparta en la Guerra del Peloponeso, ya que ésta, al contrario que Atenas,
nunca había sentido atracción por las ciudades jónicas.

La decadencia del Imperio

Darío II (424-4040 a.C.), hijo bastardo de Artejerjes, le sucede. Con él se produjo la pérdida de Egip-
to. Además de otras sublevaciones, tuvo que hacer frente a una importante revuelta producida en el
interior de Media. Mientras el hijo mayor, Artejerjes II (404-359 a.C.) era coronado en Pasargada, su
hermano, Ciro el Joven, iniciaba una conspiración en el cual reunió tropas espartanas. En la batalla de
Cunaxa (401 a.C.), Ciro fue vencido, y los griegos que lo apoyaros sufrieron verdaderas penalidades
en su retirada.

Artajerjes II hizo un esfuerzo por recuperar Egipto. En el 373 a.C. Farnacebes, sátrapa de Siria, inva-
dió el Delta con 200.000 hombres y avanzó hasta Menfis, pero la crecida del Nilo lo obligó a retirarse.
A raíz de este fracaso, se produjeron sublevacione en Anatolia.

Con Artajerjes III (359-338 a.C.), el Imperio persa tiene su último y efímero resplandor. Se propuso
acabar con todos los sátrapas rebeldes con lo que fue muy duro con ellos. Hizo una primera tentaviva
de recuperar Egipto en el 351 a.C:, pero gracias al apoyo de Atenas y Esparta al país del Nilo, fracasó.
En una segunda campaña, obligaron al faraón Nectanemo II (360-343 a.C.) a retirarse hacia el sur.
Artajerjes III devastó el país, consiguiendo un gran botín, y dejando a Ferendares como sátrapa (343-
342 a.C.).

En el 338 a.C., el rey fue asesinado por el eunuco Bagoas, quien, tras aniquilar también a casi toda la
familia real, terminó entregando el poder a un miembro lejano de la misma dinastía, Darío III Codo-
mano (335-330 a.C.), cuyo reinado duró muy poco, pues la conquista de Alejandro Magno puso fin
al Imperio aqueménida. En abril del 330 a.C. Alejandro Magno tomaba Persépolis.

La organización del Estado persa

El monarca y su corte

El poder máximo del Imperio descansaba en el soberano o Gran Rey. A pesar de su autoridad no se
asimilaba a un dios, pero la legitimidad de su supremacía se basaba en la idea de su incuestionable pro-
cedencia divina. Solamente en él recidía la fuerza de Ahura Mazda, divinidad suprema de los iranios,
para mantener el buen orden (arta) del mundo. La misma inaccesibilidad que había caracterizado a
los reyes asirios rodeó a los reyes aqueménidas, los cuales se mostraban poco en persona ante el pue-
blo y mantenían un rígido ceremonial cortesano.

PRÓXIMO ORIENTE 55
La corte persa no siempre estuvo fija. Existieron a lo largo del tiempo cinco capitales del Imperio,
como Ecbatana, Pasargada, Persépolis... A partir de Darío I, el centro de la administración imperial fue
Susa, y Ecbatana pasó a ser la residencia de verano del monarca. Persépolis funcionó como el santua-
rio nacional donde se encontraban los archivos religiosos. Babilonia también fue un centro importante
para el gobierno aqueménida antes de la época de Jerjes I. Pasargada pasó a ser la capital símbolo de la
monarquía Persa, donde se llevaban a cabo los rituales de coronación de los sobreranos.

El aparato burocrático

Hazarapti (“comandante de un millar”), principales funcionarios del ejército fueron con el tiempo
adquiriendo algunas competencias de cierta relevancia, que se asemejarían a las funciones de un pri-
mer ministo.

Orosangas o “bienhechor” del rey.

Oídos del rey emisarios o representantes en determinadas misiones (algo así como un embajadores).

Ojos del rey, representante del gobierno central para asuntos legales (una especie de abogados del
estado).

Patyakhsh, especie de virrey o alto dignatario que controlaba a otros miembros de la administración
central.

Hamarakara, contables.

Ganzabara, tesoreros.

Las conexiones territoriales

El Estado persa aspiró a un sistema de gobierno centralizado. Tenía una estructura de comunicaciones
directa y una coordinación jerarquizada de mandos que permitió la ejecucion y transmisión puntual
y rápida de las órdenes y edictos del monarca. Crearon “caminos reales” que seguían las rutas más
importantes del Imperio que partían de la capital.

Entre estas comunicaciones destacaban vías secundarias que comunicaban las ciudades con los pun-
tos neurálgicos más importantes. Resalta la ruta que desde Ecbatana conducía a Babilonia y después al
valle del Diyala, o la que llegaba a Sardes, puerto estratégico y principal punto de control de la parte
occidental de Imperio, en estrecho contacto con el mundo griego.

Cuando el rey iba a Susa a instalarse en sus cuarteles de invierno, ordenaba realizar recaudación de
suministros a la ciudad de Ur para cubrir las necesidades de su palacio.

Según Heródoto, existía un servicio postal imperial a través del cual viajaban las noticias y las órdenes
de palacio. La lengua oficial utilizada en estos correos era el arameo.

PRÓXIMO ORIENTE 56
La administración provincial

Se basaba en circunscripciones territoriales o “satrapías”, cuyos límites se ajustaban normalmente


a las fronteras nacionales o políticas anteriores a la dominación persa. Este sistema de satrapías fue
producto de una reorganización llevada a cabo por Darío I, que divió el imperio en 23-24 satrapías.

Los sátrapas eran gobernadores nombrados por el Gran Rey. Solían ser miembros de la familia im-
perial por nacimiento o por unión matrimonial, o icluso algunos reyezuelos de esas regiones o sus
descendientes. Los sátrapas debían recidir en las satrapías que gobernaban, por lo que aquellas debían
estar bien equipadas de estructuras gubernamentales y edificios administrativos.

La primcipales funciones de los sátrapas tenían que ver con la administración de justicia y la seguridad
de la provincia, así como con la organización del reclutamiento militar requerido por el rey y la recau-
dación de los impuestos imperiales. Las satrapías debían aportar un tributo anual al rey dependiendo
de la riqueza, situación y privilegios de la provincia. Persia estaba exenta de contribución.

El ejército

Para la seguridad del Estado, tanto interna como externa, existía un ejército formado por una gran
cantidad de efectivos, culla base era la caballería y los arqueros (de la marina se encargaban los feni-
cios). Al principio el grueso del ejército estaba compuesto por contingentes persas y medos, pero no
era estable. En época de Darío el Grande es probable que fuera ya permanente y que estuviera reforza-
do con reclutamiento de los pueblos sometidos regulados por los sátrapas. En época tardía se contartó
a mercenarios (en Elefentina, por ejemplo, era judíos).

El mando de las tropas recaía en comandantes persas, reservando a los sátrapas sólo la autoridad so-
bre las milicias locales. En los primeros reinados, se retribuía a los soldados con carne, vino, grano y
similares. Además, el sátrapa debía pagar a las tropas estacionadas en sus satrapías.

PRÓXIMO ORIENTE 57
El derecho y la justicia

Al parecer la ley emanaba y podía ser modificada por el propio monarca, quien, a la vez era el juez
supremo del Imperio. La justicia se aplicaba en los tribunales, que en las provincias podía ser de dos
clases:

­ uno que atendía los juicios personales y familiares conforme a leyes locales.

— otro que se ocupaba de los juicios relacionados con el derecho imperial.

En los testimonios se admitía el juramento, y se aplicaba como prueba confirmatoria una vieja cos-
tumbre indoeuropea: la ordalía. Las penas podían ser muy duras, como el empalamiento, la mutila-
ción y el destierro perpetuo.

Sobre la institución del matrimonio, el propio rey a veces intervenía directamente en las ceremonias
dentro del círculo elitista de la nobleza. Respecto al divorcio no hay ninguna información.

La organización del Estado persa

La economía persa

La base de la riqueza del Imperio era la tierra. En un principio, pertenecía toda al rey, pero en la
práctica, éste la dividió en “feudos”. Las tierras propiamente reales incluían bienes reíces, minas y
bosques, y dependían diractamente de la corona.

Los terrenos o feudos otorgados a la aristocracia, sátrapas, o a los oficiales más destacados, eran
también controlados por el rey. Por otra parte, el asentamiento de colonias con sus correspondientes
lotes de tierra era también dirigido por el soberano, quien las promovía para ejercer un estrecho con-
trol sobre ciertas zonas del Imperio, sobre todo aquellas que habían sido conquistadas recientemente
(muchas de ellas colonias militares).

Las propiedades privadas del rey eran administradas por sus tesoreros, e incluían grandes y lujosos
parques (paradisos) donde descansaba frecuentemente el monarca.

Aunque existía la pequeña propiedad, ésta no podía compararse con los altos feudos de la aristocracia,
que eran trabajados en arriendo por la población local, que se encontraba, es estos casos, adscrita a la
tierra. De igual modo, se aplicó el sistema de ilkum (término que hace referencia a la entrega de unas
tierras a cambio de ciertos servicios personales), de larga tradición oriental, y el de qashtum (porción
de tierra para un arquero), en estos dos caso, las prestaciones debidas al esado, eran de carácter militar.

Con la apertura de mercados y el crecimiento de las más importantes ciudades, la industria artesanal
tuvo un considerable auge. Destacaron las manufacturas textiles y las de objetos de lujo para la aris-
tocracia. Tambien la industria metalúrgica y la orfebrería se desarrollaron considerablemente.

Para instalar una industria privada se necesitaba una inversión de capital que no estaba al alcance de
un pequeño artesano. Surgieron bancos público y privados para proporcionar dicho capital. La banca
pública eran los templos y los tesoreros reales. La privada corría a cargo de individuos enriquecidos
por el comercio.

PRÓXIMO ORIENTE 58
Con la consolidación del Imperio el comercio experimentó un gran desarrollo. Los intercambios ma-
rítimos llegaron hasta regiones realmente lejanas y las rutas terrestres alcanzaron el extremo Oriente,
penetrando a través de Afganistán, la India y Turkistán. El volúmen de mercancías era muy diverso,
pero estaba constituido sobre todo por productos de lujo: vidrio egipcio, ámbar nórdico, tejidos con-
rintios y púnicos, etc.

La moneda su utilizó en ciertas transacciones económicas. La potestad de emitir moneda en oro era
exclusiva del rey, pero permitió acuñaciones autónomas en plata y en cobre. El uso de la moneda es-
taba restringido a ciertas operaciones y lugares.

La sociedad persa

Nobles. Ocupaban, por su ascendencia, el escalón más alto dentro de la sociedad persa. Se centraba
en actividades no productivas, ya que su sustento estaba garantizado por los excedentes acumulados
de sus grandes propiedades. Gozaban de la capacidad de impartir justicia dentro de sus “dominios”,
de exenciones fiscales y libertad de obligaciones.

Ciudadanos libres.
Artesanos y los comercientes. Destacan, por su creciente prosperidad.
Ciudadanos adscritos a la tierra.

Esclavos. Tenían personalidad jurídica pero su estado social era ínfimo.

En cuanto a las mujeres, existen tablillas que sugieren que algunas eran dirigente de diversos grupos
de operaciones y recibían sueldos iguales o superiores a los de los varones; pero hay otras tablillas que
muestran la minusvaloración a la que estaban sometidas. Después de concebir un hijo varón, la mujer
podía recibir una ración extra dos veces mayor que la que recibía si paría a una niña.

El derrumbe socioeconómico

La inestabilidad política a partir del reinado de Artajerjes II (404-359 a.C.), provocó una irreversibe
decadencia económica. Disminuyeron los acuerdos económicos con países lejanos, así como el volu-
men de mercancías y su valor intrínseco.

La religión

El imperio persa no tuvo una religión propiamente oficial o mayoritaria. La política de tolerancia re-
ligiosa de los reyes aqueménidas hizo posible que dentro del Imperio conviviesen varios cultos, pero
no imperó un inmovilismos religioso.

En origen, los iranios tenían una religión politeísta (propia de los nómadas indoeropeos) cuyos dioses
estaban asociados a fenómenos naturales. A principios del siglo VI a.C. las enseñanzas de un “profeta
ético”, Zoroastro o Zaratustra, introdujeron profundos cambios en la tradición religiosa imperante en
la región irania.

PRÓXIMO ORIENTE 59
Se sabe casi nada de Zaratustra. Según se puede deducir del Avesta, partiendo de formas politeístas
de base animista, el zoroastrismo se convirtió en una doctrina monoteísta asentada en las ideas abs-
tractas de la integridad, la verdad y justicia. Toma como base el dualismo entre la Verdad (Arta)
y la Mentira (Druj), considerando a Ahura-Mazda el dios supremo que emanaba de la luz del bien
(simbolizado por un disco alado), el más poderoso y más mabio (mazda en antiguo persa significa
“sabiduría”). El hombre se hallaría entre la Verdad y el Bien o la Mentira y el Mal, debatiéndose de
forma permanente entre los misterios contrapuestos que envolvían a estas dos realidades antagónicas.

Las enseñanzas de Zoroastro se transmitieron a sus inmediatos discípulos y así sucesivamente. Los
principios religiosos del zoroastrismo terminaron por imponerse en el Imperio persa, modificando
algunos elementos espirituales de otras religiones. Parece que el conocimiento de la doctrina más
rigurosa del zoroastrismo estuvo reservada a los magos, y que la derrota de esta casta en la revuelta de
Bardiya pudo haber provocado una considerable pérdida de su influencia sobre los monarcas.

La realidad es que hubo un sincretismo asumido por los sacerdotes avésticos, medos, mitraicos, etc.,
es decir, que aunque Ahura-Mazda fuera el dios principal, existían otras divinidades.

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