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¿Qué es la práctica o asesoría filosófica?

La práctica filosófica nace en varios lugares de forma simultánea a finales del s.XX y aunque lo hace
con diferentes objetivos todos comparten una preocupación por el valor social de la filosofia, tratan
de sacar la filosofia del ámbito académico, orientarla a no-filósofos y servir de alguna manera a las
inquietudes de la gente. En este sentido las prácticas filosóficas suponen que el ejercicio de la
filosofia interesa o puede ser provechoso para no filósofos, pues en caso contrario tiene poco sentido
tratar de sacarla de la academia.
Ahora bien, ¿por qué filosofar puede ser deseable o recomendable para cualquier persona? Por varias
razones (ordenadas de forma descendente según lo poderosas que las considero): 1. Porque la
alternativa a la filosofia es una mala filosofia, es decir, todos estamos condenados a practicarla
cuando nos planteamos de forma más o menos esporádica cuestiones que están más allá de nuestro
ámbito de especialidad, o incluso más allá del dominio de las ciencias, ej.: qué es el bien, la justicia,
qué sentido tiene la muerte, la vida, la existencia, etc. De modo que si todos recurrimos a filosofías
espontáneas (creo que un buen ejemplo es la religión) la alternativa a no filosofar es seguir una mala
filosofia, o al menos no tan buena como podría. 2. Porque hacer filosofia es una manera privilegiada
de llegar a conocerse a sí mismo, es una forma de autoconocimiento. Este es el enfoque típicamente
sapiencial de la filosofia, que trata de promover la sabiduría bajo la idea de que nos transforma, nos
libera o nos ayuda a relevar nuestra propia identidad (no es extraño por tanto que suela materializarse
en prácticas de corte terapéutico), y 3. Porque la filosofia promueve o promociona un pensamiento
crítico, una revisión de las propias opiniones, prejuicios, creencias, valores e ideales, lo que suele
identificarse con un ejercicio de madurez.
Hemos justificado así el valor social de la filosofia y con ello ese rasgo fundamental de las prácticas
o asesorías filosóficas que es el estar dirigidas a no filósofos. Otros aspectos que también son
importantes para caracterizar las prácticas filosóficas son lo dialógico y lo argumentativo. Ambos
suelen ser protagonistas porque las prácticas filosóficas tratan de generar un ambiente propicio para
la comunicación entre los participantes, para que todos puedan intervenir y cooperar a la hora de
argumentar en torno a una pregunta o una temática que se presume de interés general, y que además
suele abordarse desde las experiencias personales de los participantes. La práctica filosófica pasa
entonces por intercambiar pareceres, compartir opiniones, plantear preguntas, evaluar respuestas,
caracterizar problemas, clarificar y analizar conceptos, así como dar, pedir y examinar razones. Otro
aspecto a tener en cuenta es que esas opiniones que se comparten y discuten pertenecen a los
participantes, no están fijadas de antemano para ser representadas sino que lo que está en juego es la
propia concepción de los participantes. Además ese ejercicio debe tener un sentido filosófico para
quienes participan.
Todos estos aspectos que he ido señalando nos pueden ayudar a entender en qué consisten las
prácticas filosóficas pero no todos son igualmente importantes. La siguiente lista trata de resumir lo
dicho y ordenar esos rasgos en función de lo relevante que los considero (desde la más relevante
hasta la menos): 1. Proyección social, 2. Dialógico, 3. Argumentativo, 4. Sentido filosófico subjetivo,
5. Erotético, 6. Interpersonal, y 7. Experiencial. Es importante tener en cuenta que no pretende ser
una lista exhaustiva, esto es, no se trata de ofrecer los caracteres necesarios y suficientes de una
práctica filosófica, sino más bien de señalar ciertos aspectos que nos permiten reconocerlas según
parecidos de familia. Una familia que, por otro lado, se puede clasificar según ciertos criterios, por
ejemplo, en base a su finalidad podemos distinguir: terapéuticas, lúdicas, formativas o divulgativas, y
según a quien está dirigida: orientación (individuo), animación (grupo) o consultoría (institución).
Obviamente lo problemático de definir qué es una práctica filosófica radica en el adjetivo. Es obvio
que se trata de una práctica, pues son actividades estructuradas de acuerdo a un sistema de reglas que
define roles, movimientos, expectativas de conducta, etc. Por ejemplo, en toda práctica filosófica hay
dos roles bastante marcados, el de los usuarios (a falta de un nombre mejor) y el del filósofo, que en
función de su grado de intervención puede tomar la forma de moderador (intervención mínima:
dirige los turnos), proveedor de contenido (intervención media: introduce autores, preguntas, aclara
conceptos, dudas, etc.) o director (intervención alta: anima el debate con contraargumentos, se
asegura de que los participantes conectan problemas, etc.). Lo que no está tan claro es en qué sentido
esas prácticas son “filosóficas”, pues a ello subyace el debate de qué es la filosofia. Un debate que
podemos resumir esquemáticamente en dos posturas: 1. Un saber sustantivo con objetos propios
como podrían ser el bien, el ser, la verdad, la propia filosofia, etc. abordados por diferentes áreas
como la ética, la ontología, la política, etc., y 2. Un procedimiento, un método, una actividad o un
hacer, es decir, la filosofia sería entonces una disciplina de segundo orden que se dedicaría a
clarificar o problematizar los conceptos con que trabajan las ciencias y solo existiría por tanto
filosofia de “x” (añada aquí el saber que guste).
Para la primera de las concepciones lo que haría filosófica una práctica sería el tema u el objeto de la
reflexión, mientras que para la segunda el modo de abordarlo. Seguramente la práctica filosófica
privilegia esta segunda concepción de la filosofia, hasta el punto de que parece incompatible con la
primera (sino con todas las prácticas al menos si con aquellas donde el filósofo no tiene un alto grado
de intervención), pues no se trata de escuchar a un experto en la materia sino más bien de moderar o
dirigir un diálogo donde los participantes sientan estar filosofando. Es decir, no se trata tanto de que
los participantes aprendan filosofía cuanto que filosofen, he ahí el privilegio concedido a entender la
filosofia como un hacer.
Para terminar me gustaría referirme brevemente a dos prácticas filosóficas entre todas las que
podemos imaginar: cafés filosóficos, talleres, consultorías, filosofia para niños, filosofia en contextos
difíciles, etc. Estoy pensando concretamente en la terapia filosófica y la divulgación.
Sobre la divulgación es bastante discutido el que pueda ser considerado o no una práctica filosófica,
pues parece que ciertos rasgos que antes he señalado como fundamentales se resienten. Estoy de
acuerdo en que un libro divulgativo sobre la doctrina de algún pensador no debe ser considerado una
práctica filosófica, pues aunque suela estar dirigido a no filósofos el carácter dialógico y experiencial
se pierde. Sin embargo, creo que pueden existir formas de divulgación que serían más difíciles de
excluir de las prácticas filosóficas, por ejemplo, divulgar en la plaza del pueblo la doctrina platónica
a plena voz y estando siempre abierto a las objeciones, dudas o preguntas del auditorio.
Por último, me interesa la terapia filosófica porque creo que se disputa con la psicología clínica el
ocupar la posición vacante del cura en la conducción de las almas (una figura que en nuestras
sociedades está perdiendo relativa relevancia). Lo que la diferencia tanto de la confesión cristiana
como de la clínica psicológica es que no maneja un criterio normativo, no divide entre santo y
pecaminoso ni entre normal y patológico, pero entonces ¿en qué sentido es terapéutico? Si no hay
patología entonces tampoco hay nada que curar y por lo tanto tampoco terapia. Más allá de este
problema terminológico creo que una orientación filosófica interesante (esquivando el mal naming)
podría consistir en hacer del orientador un experto en las técnicas de sí. Esto es, alguien que muestre
a sus clientes que el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos es contingente, que no ha
sido siempre igual a lo largo de la historia y que existe una amplia oferta de técnicas posibles. Se
trataría entonces de presentar las diferentes técnicas al cliente (meditación, diarios, etc.) para que las
practique y juzgue por sí mismo. Considero que es más fructífero entender el yo o el sí mismo como
el correlato de estas técnicas y no como algo que se oculta y que hay que revelar. La orientación
filosófica sería entonces no solo una forma de autoconocerse sino también y principalmente de
autocuidarse. Dejo de lado, por falta de espacio, el problema de si debería considerarse una práctica
filosófica, pues tal y como lo he propuesto parece que el filósofo toma demasiado protagonismo y el
diálogo podría devenir monólogo.

Adrian Rama Osante

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