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En general se puede decir que en España la situación social y jurídica de la mujer antes
de la Segunda República era bastante deplorable (aunque ya afloraban instituciones
como la Institución Libre de Enseñanza o la Asociación para la Enseñanza de la Mujer,
que mejorarían relativamente la concepción y situación de la mujer), pues seguían
vigentes códigos civiles de orden napoleónico que infantilizaban a la mujer durante toda
su vida (tanto que necesitaba la autorización de un hombre de la familia para
prácticamente cualquier cosa). Todos los avances en materia social y jurídica que hizo
la Segunda República relativas a la situación de las mujeres (tales como el derecho al
voto, al divorcio, o la abolición de la prostitución) se vieron suspendidos durante el
franquismo. Este periodo dictatorial que se extendió 36 largos años, y pese a los
fructíferos esfuerzos acometidos durante la Transición, es sin duda otro de los factores
que han marcado en gran medida el desfase en lo que ha igualdad y justicia social se
refiere (y sobre todo en la cuestión femenina) entre España y el resto de Europa.
Es por ello que las aportaciones del feminismo español al feminismo internacional no
han sido numerosas, y aunque desde luego hay figuras españolas de suma importancia
(por nombrar algunas: Concepción Arenal, Pardo Bazán, Victoria Kent, Clara
Campoamor, Maruja Mallo, Lidia Falcón, etc.) creo que es más interesante en este
aspecto el feminismo latinoamericano, sobre todo por una cuestión antropológica o
cultural. Y es que resulta muy atractivo teóricamente problematizar cómo se ha
efectuado la dominación de la mujer en diferentes culturas, indagar si sigue o no un
mismo patrón de sometimiento, si se han asignado los mismos roles y funciones de
acuerdo al mismo eje axiológico para valorizar un género por encima de otro; cuáles
han sido sus afinidades y diferencias no solo en la dominación, tambien en los
movimientos de emancipación de la mujer, si las categorías occidentales valen para
pensar y comprender fenómenos de otras latitudes, si por el contrario no son capaces de
recoger sus experiencias, si pueden o no hablar los subalternos, si es conveniente hablar
por ellas, y un largo etcétera.
Para acabar quisiera advertir el carácter heurístico de muchos términos que he empleado
durante este trabajo (es decir, por motivos de comodidad, simplicidad, y por la
extensión tanto temporal como espacial a la que debo atenerme), principalmente el de
“feminismo latinoamericano” (pero lo mismo cabría señalar de esos supuestos
feminismos “hegemónico”, “internacional” o “español” como si se pudiera reducir toda
la trama compleja de fenómenos que agrupan a un sentido unívoco) y esto por dos
motivos principalmente: 1) Los múltiples movimientos sociales, corrientes teóricas y
prácticas que engloba, y que en algunas ocasiones están enfrentadas entre sí. Pues
Latinoamérica es una de las regiones del mundo con mayor diversidad histórica,
cultural, social y lingüística. Y 2) El hecho de que muchas mujeres nativas, indígenas,
afrodescendientes y mestizas, especialmente teóricas y activistas, no se reconocen en
esa categoría propiamente occidental llamada “feminismo”. Son conscientes de que
luchan por los derechos y la igualdad de las mujeres, pero no dejan de destacar sus
diferencias con el feminismo hegemónico (como una concepción más colectivista,
apegada a la tierra, lo natural y lo sagrado), pues saben que aceptar sin más sus
conceptos, categorías, planes y objetivos implica una subordinación cultural a
Occidente, lo que algunas de ellas han llamado colonialismo discursivo.