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2/10/2021

Juan David González Arenas


Especialización en pedagogía: modalidad a distancia
Seminario: Aportes y Corrientes Conceptuales sobre la Didáctica
Unidad III, Actividad I: taller acerca de la didáctica específica

“Tenemos profesores de filosofía, pero no filósofos” (Thoreau).

El propósito del presente documento es abrir el espacio para una reflexión primera
sobre la didáctica específica de la enseñanza de la filosofía, con todo lo que tiene de central
esta cuestión para la comprensión de lo que es la filosofía y, por tanto, los filósofos; cuál
sea el estatuto epistemológico del discurso filosófico, su lugar e importancia en el
desarrollo y estructuración de la sociedad colombiana de mi tiempo, así como en los
procesos de consolidación y transformación de la propia identidad; cuáles sean las
condiciones de su enseñabilidad y en qué medida los espacios formativos tradicionales se
ajustan pero también modifican el contenido y la forma de la filosofía son los puntos que
iré abordando, en la medida de lo posible, en este escrito. Se sobreentiende que me
distancio de una comprensión instrumental de la didáctica, por lo que no me detendré en
cuestiones metodológicas sobre estrategias que “garanticen” un aprendizaje eficaz, ágil y
eficiente. Antes bien, lo que me interesa pensar desde la didáctica es de qué manera la
filosofía es transmitida, producida y transformada una vez se encuentra inmersa en las
dinámicas propias del aula (transposición didáctica).
Algo común, creo, a todo movimiento del pensamiento filosófico, tanto en sus
inicios como en su desarrollo, es la pregunta por qué sea eso que llamamos filosofía. Sólo
basta con un acercamiento general a la historia de la filosofía, a algunos textos y autores
característicos de esta “disciplina”, para darse cuenta de la centralidad de este problema,
desde Platón, pasando por Pierre Hadot, Nietzsche, Kierkegaard, y llegando hasta
pensadores como Foucault o Deleuze (No por nada escribió éste un texto llamado ¿Qué es
la filosofía?). Yo no pretendo resolver aquí este asunto, pero sí quiero plantear dos
alternativas posibles, puede que existan muchas más, para significar aquello que es la
filosofía: 1) la filosofía como discurso; 2) la filosofía como forma de vida. El asunto no está
en que la una excluya a la otra (remito al texto de Pierre Hadot La filosofía como forma de
vida para entender esta compleja relación entre discurso y práctica filosófica), pero
dependiendo de en cuál polo de la elipsis se ponga el énfasis, si en el discurso (construcción
de sistemas o teorías sobre la constitución del mundo, de la ética, de la estética, la lógica,
etc.) o en la forma de vida (esfuerzo, disciplina, ejercicios espirituales, etc.), varía
sobremanera el modo en que se entiende la enseñanza de la filosofía, cuáles son sus
alcances y limitaciones; cuál es el lugar del maestro y del estudiante en el proceso
formativo y, a grandes rasgos, para qué se enseña filosofía.

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Pensar la enseñabilidad de la filosofía supone formular las siguientes preguntas:
¿qué es o cómo se concibe la filosofía en medio de las prácticas educativas? ¿Cuáles son
los rasgos, límites y condiciones de la concepción de filosofía que atraviesa, explícita e
implícitamente, las prácticas educativas? ¿Cuál es el rostro de la filosofía que asoma en la
interacción que tenemos con ella cuando decidimos enseñarla? ¿Qué tipo de interacción
propone, posibilita y se proyecta en medio de la relación entre filosofía y su enseñanza? Las
respuestas que podamos dar a estas preguntas varían según los contextos formativos que se
analicen, pues no todos operan de la misma manera. Sin embargo, resulta bastante claro,
por lo menos para mí, que la configuración hegemónica de los espacios formativos
contemporáneos ha reducido a la filosofía a su aspecto teórico, entendiendo la enseñanza
como mera transmisión de una tradición muerta de teorías, metáforas, sueños, perspectivas
y errores. Una enseñanza de estilo ha arrinconado a la filosofía en la academia, impidiendo
la configuración de espacios en los que la filosofía pueda volver a tener un impacto
profundo sobre las formas de vida de aquellos que la estudian e, incluso, de aquellos que la
enseñan.
Una serie de inquietudes me surgen respecto a este punto: ¿se encuentra la filosofía
en las aulas universitarias? ¿Puede ser enseñada la filosofía en las facultades universitarias
o, antes bien, sus posibilidades de acción y formación se encuentran por fuera de los límites
de la universidad? ¿Debemos buscar otros espacios de formación? ¿Qué impacto tiene
sobre la vida de un estudiante cursar una carrera de filosofía? ¿La filosofía sigue teniendo
el potencial de transformar la vida de las personas? ¿Se gradúa alguien de filósofo? ¿Ser
filósofo es una profesión? ¿Qué se requiere para enseñar filosofía? ¿Debe el docente de
filosofía ser un filósofo? Aún no me atrevo a formular una respuesta a estos problemas,
pero creo que se intuye de cierta manera mi posición al respecto.
No obstante, quiero detenerme un poco más en la cuestión de la enseñanza del
discurso filosófico y ver qué posibilidades se abren. A grandes rasgos, me da la impresión
de que la enseñanza del discurso filosófico puede ser abordada de dos maneras:1) enseñar
la Filosofía, su Historia; 2) enseñar a filosofar. La primera opción es clara, pues no es otra
que aquella que se desarrolla casi que exclusivamente en los espacios formativos en
Colombia: transmisión y repetición del Corpus filosófico, de doctrinas del pasado, pero sin
ninguna consideración del impacto que estás puedan o deban tener sobre el estudiantado y
el profesorado. Ahora bien, los problemas fuertes aparecen cuando se trata de considerar la
segunda alternativa. ¿Qué significa enseñar a filosofar? ¿Puede enseñarse a filosofar? En lo
personal, creo que no. Sin embargo, el docente sí puede convertirse en un modelo a seguir,
en una inspiración permanente para el cultivo del pensamiento libre y crítico. Sin embargo,
¿qué demanda esto de los docentes de filosofía? Aún no lo tengo claro, pero dejo la
cuestión planteada (remito al lector al precioso y preciso texto de Jaime Hoyos Vásquez,
S.J. El profesor y el “profesional de la filosofía).

Como ya habrá podido entender el lector de este texto, la cuestión de la enseñanza


de la filosofía, entendiéndola desde su aspecto discursivo, resulta bastante problemática; la

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cuestión no mejora si consideramos a la filosofía como una forma de vida. Haberme
encontrado con la obra de pensadores como Bergson, Kierkegaard, Nietzsche, Pierre Hadot,
autores que quieren hacer de la filosofía un problema vital, un asunto de esfuerzo, decisión,
formas de vida, me ayudó a sanar mi relación con la filosofía. Sin embargo, pensarme como
docente de filosofía se me ha vuelto más pesado porque ¿cómo puedo enseñarle a otro
cómo vivir? ¿Cómo conecto con la vida de los estudiantes si la filosofía debe ser pensada
como una forma de vida? ¿Estoy capacitado para enseñar de esta manera? ¿Soy acaso yo un
filósofo? ¿Puede configurase la filosofía como forma de vida en los espacios formativos
tradicionales? Nuevamente, me encuentro ante un problema que todavía no sé cómo
resolver, pero sí alcanzo a ver que la didáctica me ha abierto algunos caminos de acción y
reflexión. Eso ya es demasiado.

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