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estrategias útiles para el control de una enfermedad; no obstante, también traen consecuencias
sobre la salud mental.
Sin embargo, durante un brote de una enfermedad infecciosa y para variar la información
es cambiante o exagerada en los medios de comunicación, la ansiedad por la salud puede
volverse excesiva y, esto puede manifestarse como comportamientos desadaptativos, y a
un nivel social más amplio puede generar desconfianza en las autoridades públicas y
sentimientos negativos que nos lleva a la depresión y también puede estar propenso a otros
problemas.
Por último, el aislamiento social ha cambiado la forma en la que se realizan las actividades
laborales y académicas.
La educación virtual durante la pandemia puede generar sentimientos de soledad e
insatisfacción que deriven en depresión.
Como variables predictoras de las reacciones psicológicas negativas se reportaron las siguientes:
presentar una edad comprendida entre los 16-24 años, bajos niveles de educación, pertenecer al
sexo femenino, tener un solo hijo, vivir solo y la existencia de antecedentes de enfermedades
mentales.
En los estudios realizados el personal sanitario se mostró especialmente vulnerable a los elevados
niveles de agotamiento mental, irritabilidad, insomnio, dificultades de concentración, dificultades
graves en la toma de decisiones laborales y bajo rendimiento laboral.
A largo plazo, los médicos y enfermeras que se encontraban en cuarentena mostraron mayor
vulnerabilidad para desarrollar trastorno de estrés postraumático, en los 3 años posteriores al fin de
la epidemia/pandemia.
Como tendencia general, cerca del 9 % del personal de salud que prestó servicios durante la
cuarentena, durante los siguientes 3 años, mostró síntomas graves de depresión.
La Encuesta Rápida muestra que en el 37% de los hogares las personas sienten mayor ansiedad por el
contagio del COVID-19. En el 20% de los hogares se identificó que hay más enojos y discusiones: un 50%
entre adultos, 30% entre adultos e hijos e hijas y 19% entre los hijos e hijas.