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‘¡Mi amor adorado, estoy muriéndome y sólo deseo verte!». ¡Ay! Aquella carta de la
pobre Concha se me extravió hace mucho tiempo. Era llena de afán y de tristeza,
perfumada de violetas y de un antiguo amor. Sin concluir de leerla, la besé. Hacía cerca
de dos años que no me escribía, y ahora me llamaba a su lado con súplicas dolorosas y
ardientes. Los tres pliegos blasonados traían la huella de sus lágrimas, y la conservaron
largo tiempo. La pobre Concha se moría retirada en el viejo Palacio de Brandeso, y me
llamaba suspirando. Aquellas manos pálidas, olorosas, ideales, las manos que yo había
amado tanto, volvían a escribirme como otras veces. Sentí que los ojos se me llenaban
de lágrimas. Yo siempre había esperado en la resurrección de nuestros amores. Era una
esperanza indecisa y nostálgica que llenaba mi vida con un aroma de fe: Era la quimera
del porvenir, la dulce quimera dormida en el fondo de los lagos azules, donde se reflejan
las estrellas del destino. ¡Triste destino el de los dos! El viejo rosal de nuestros amores
volvía a florecer para deshojarse piadoso sobre una sepultura.
¡La pobre Concha se moría!
Yo recibí su carta en Viana del Prior, donde cazaba todos los otoños. El Palacio de
Brandeso está a pocas leguas de jornada.’.
(Valle-Inclán, Sonata de otoño)
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‘Vivían como hundidos en las sombras de un sueño profundo, sin formarse idea clara de
su vida, sin aspiraciones, ni planes, ni proyectos, ni nada. Había algunos a los cuales un
par de vasos de vino les dejaba borrachos media semana; otros parecían estarlo, sin
beber, y reflejaban constantemente en su rostro el abatimiento más absoluto, del cual no
salían más que en un momento de ira o de indignación. El dinero era para ellos, la
mayoría de las veces, una desgracia. Comprendiendo instintivamente la debilidad de sus
fuerzas y de sus inclinaciones, se preparaban a hacer ánimos yendo a la taberna; allí se
exaltaban, gritaban, discutían, olvidaban las penas del momento, se sentían generosos, y
cuando, después de soltar baladronadas, se creían dispuestos para algo, se encontraban
sin un céntimo y con las energías ficticias del alcohol que se iba disipando.
Las mujeres de la casa, por lo general, trabajaban más que los hombres, y reñían casi
constantemente. De treinta años para arriba tenían todas el mismo carácter y casi el
mismo tipo: negras, desmelenadas, iracundas; gritaban y se desesperaban por cualquier
cosa.’.
(Pío Baroja, La busca)
2.- EL MODERNISMO
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cosmopolitismo (París), los temas americanos (cultivo de temas indígenas) y la
búsqueda del ‘arte por el arte’ también están presentes.
Dentro de la poesía modernista, además del nicaragüense Rubén Darío, quien ejerció
una gran influencia en los poetas españoles (sus obras más destacadas son Azul, Prosas
Profanas y Cantos de vida y esperanza), pueden enmarcarse también autores como
Manuel Machado (corriente intimista y melancólica del Modernismo), Francisco
Villaespesa y Marquina. Junto a ellos, se incluyen algunas obras de Antonio Machado
(Soledades, galerías y otros poemas) y de Juan Ramón Jiménez (Elejías, La soledad
sonora, Poemas májicos y dolientes).
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enrojecido; y las hierbas y las florecillas, encendidas y transparentes, embalsaman el
instante sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa.
Yo me quedo extasiado en el crepúsculo. Platero, granas de ocaso sus ojos negros, se
va, manso, a un charquero de aguas de carmín, de rosa, de violeta; hunde suavemente su
boca en los espejos, que parece que se hacen líquidos al tocarlos él; y hay por su enorme
garganta como un pasar profuso de umbrías aguas de sangre.
El paraje es conocido, pero el momento lo trastorna y lo hace extraño, ruinoso y
monumental. Se dijera, a cada instante, que vamos a descubrir un palacio abandonado...
La tarde se prolonga más allá de sí misma, y la hora, contagiada de eternidad, es
infinita, pacífica, insondable...
- Anda, Platero...’ (Juan Ramón Jiménez, Platero y yo)
Para poder hablar de grupo literario o generación es necesario que todos los escritores
que se incluyen en él cumplan con una serie de requisitos. A saber: los autores son
coetáneos; tienen una formación intelectual semejante y relaciones personales entre
ellos; desde el punto de vista ideológico, evolucionan desde posturas radicales de
izquierda en su juventud a posturas conservadoras; el Desastre del 98 es ese hecho en
torno al cual se reúnen estos autores al menos desde un punto de vista temático e
ideológico; estética, lenguaje y estilo común y opuestos a los de la generación anterior:
los del 98 se rebelan contra la prosa inflada y retórica de finales del siglo XIX;
reconocerán a Unamuno como guía espiritual.
El término generación del 98 es un término histórico-social que tiene una repercusión
determinante sobre un grupo de autores literarios preocupados por la marcha que
España había tomado desde unos años atrás hacia la decadencia. La decadencia de
España culmina con el desastre del 98 y esto motiva que se analice en profundidad el
problema de España. Se trata de la expresión de un pensamiento analítico y una visión
ensimismada sobre España y Castilla a través del paisaje, la historia y la literatura. A
través del tratamiento de estos tres temas reflejan estos escritores su actitud crítica.
En cuanto al paisaje, viajaron por España y la describieron, especialmente Castilla, de
este modo Castilla se erige como representante de la esencia española. La preocupación
por España en sus obras se refleja especialmente en la atracción que sienten por Castilla.
Los miembros de esta generación quedan impresionados por el paisaje castellano, duro,
árido y seco; ven en este ambiente la representación del atraso social y cultural de la
España de su tiempo. Pero también admiran en Castilla su belleza áspera y su desnudez,
que se ajusta perfectamente al estilo directo y claro de sus obras. La preocupación por
España de algunos ensayistas del 98 tiene cierta relación con la que mostraban los
regeneracionistas1. Se trataba de un conjunto de intelectuales que reflexionan sobre la
crisis de fin de siglo ocasionada por la corrupción, la abulia del pueblo, la falta de
educación o el atraso económico.
Además, el 98 manifiesta atracción por la Historia, en la que los escritores buscan
descubrir la esencia de España. No se interesan por la historia de los grandes hombres y
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Se llama Regeneracionismo al movimiento intelectual que entre los siglos XIX y XX medita objetiva y
científicamente sobre las causas de la decadencia de España como nación. Conviene, sin embargo,
diferenciarlo de la Generación del 98, con la que se le suele confundir, ya que, si bien ambos
movimientos expresan el mismo juicio pesimista sobre España, los regeneracionistas lo hacen de una
forma objetiva, documentada y científica, mientras que la Generación de 1898 lo hace en forma más
literaria, subjetiva y artística. Su principal representante fue el aragonés Joaquín Costa con su lema
"Escuela, Despensa y siete llaves al sepulcro del Cid".
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las grandes batallas, sino por la historia del pueblo, de las personas que trabajan día a
día, la de los hechos cotidianos, la del trabajo, la de las costumbres, la de ‘los millones
de hombres sin historia’, calificada por Unamuno como intrahistoria. En la combinación
de ambos temas se percibe a menudo una visión subjetiva de España. Los autores
plasman en la realidad española sus propios anhelos y angustias.
Los autores del 98 se interesan por los clásicos de nuestra literatura, como el Poema de
Mío Cid, Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita, Jorge Manrique, Fray Luis de León,
Cervantes, Góngora...
Aparte del problema de España, otros temas tratados son los existenciales (la fugacidad
de la existencia, la muerte...) y la religión.
Aunque el estilo es muy personal, podemos destacar que es sobrio y directo. Se trata de
una tendencia al lenguaje natural, preciso y claro, al servicio del pensamiento. Lo que
más importa es el contenido e intentan que éste llegue al lector de la manera más clara
posible.
ANTONIO MACHADO
En sus primeras obras, es un autor que se puede encuadrar dentro del movimiento
modernista (Soledades, galerías y otros poemas), pero a partir de la publicación de
Campos de Castilla en 1912 conecta con los intereses y los presupuestos ideológicos de
la Generación del 98. Los temas que se repiten en su obra son el paso del tiempo y la
nostalgia por la niñez y la juventud perdidas, la falta de amor y la correspondencia
emocional entre los elementos del paisaje y su estado de ánimo. Para Machado ‘la
poesía es la palabra esencial en el tiempo’; es decir, mediante el lenguaje poético se
capta lo propio de las cosas en su devenir.
Su obra comprende tres etapas. Una primera etapa está representada por su libro
Soledades ampliado posteriormente en Soledades, galerías y otros poemas. En esta obra
se combinan los motivos modernistas (la fuente, la sala familiar, el camino, el río o la
noria son algunas de las realidades que, en ocasiones, cobran una dimensión simbólica)
con un tono melancólico y una reflexión sobre cuestiones existenciales típica de la
poesía machadiana, de corte noventayochista (la sensación de angustia se deriva,
precisamente, de la conciencia del paso del tiempo y de la aproximación a la muerte).
Su segunda etapa está representada por Campos de Castilla, donde expresa de modo
reflexivo el inconformismo y el desajuste con la realidad social. Machado recoge en ella
los temas típicos de la generación del 98, especialmente el paisaje castellano y la
decadencia española, sin abandonar la reflexión filosófica. El paisaje que ahora evoca es
una ambientación real que, no obstante, no impide que le suscite reflexiones de carácter
subjetivo y simbólico. Contiene poemas descriptivos de la belleza de las tierras, pero
también denuncia de forma directa algunos de los vicios que observa en ellas y que
explican el atraso de la sociedad (el latifundismo, los señoritos ociosos y mentalidades
tradicionales y conservadoras que impiden los cambios necesarios). Incluye grupo de
composiciones, Proverbios y cantares (poesía de carácter sentencioso, en la que se
percibe las grandes preocupaciones existenciales de su poesía, que el autor cultivará
también posteriormente) y los Elogios (poemas que Machado dedica a personajes que
admira, como a Francisco Giner de los Ríos, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez o
Unamuno).
La tercera etapa, representada en Nuevas canciones, contiene un conjunto de
cancioncillas de inspiración popular y un conjunto de cantares y proverbios en los que el
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poeta se muestra más reflexivo y su pensamiento llega a lo sentencioso. En ellas
Machado expone diversas máximas filosóficas.
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Yo voy soñando caminos meditando. Suena el viento
de la tarde. ¡Las colinas en los álamos del río.
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!... La tarde más se oscurece
¿Adónde el camino irá? y el camino que serpea
Yo voy cantando, viajero y débilmente blanquea
a lo largo del sendero... se enturbia y desaparece.
-La tarde cayendo está-.
"En el corazón tenía Mi cantar vuelve a plañir:
la espina de una pasión; "Aguda espina dorada,
logré arrancármela un día, quién te pudiera sentir
ya no siento el corazón." en el corazón clavada."
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sentimiento de la maternidad frustrada en La tía Tula y la trascendencia religiosa y la
inmortalidad en San Manuel Bueno, mártir. En todas ellas se refleja la intención de
renovar el lenguaje y las técnicas narrativas… Unamuno a sus novelas las llama
“nivolas”, para diferenciarlas de las del Realismo. En las “nivolas” el lenguaje es
mucho más intelectual.
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Argumento: El protagonista es Augusto Pérez, un joven rico y profesional. Es hijo único y cuando su
madre viuda fallece, Augusto no sabe qué hacer con su vida. Por casualidad conoce a una pianista,
Eugenia Domingo del Arco, y comienza a cortejarla, pero Eugenia lo rechaza porque ya tiene novio.
Augusto entabla una amistad con Rosario, una de las sirvientas de Eugenia, y comienza a cuestionar el
sexo femenino y se pregunta si las mujeres tienen alma y si se puede confiar en ellas. Como experimento,
Augusto le pide a Eugenia que se case con él para ver cómo respondería. Eugenia, quien en ese momento
se había peleado con su novio Mauricio, decide aceptar su propuesta de matrimonio. Sin embargo, poco
antes de la boda Augusto recibe una carta de Eugenia en que ella le dice que ha decidido no casarse con él
y que se va a ir a las provincias con Mauricio a vivir de un trabajo que Augusto le había conseguido.
Tras recibir esta noticia, Augusto contempla el suicidio. Pero antes, decide ir a Salamanca a ver a Don
Miguel de Unamuno. En su visita, el escritor le dice a Augusto que no existe, que sólo es un personaje de
ficción en su libro y que está destinado a morirse, no a suicidarse. Augusto discute con Don Miguel--
quien juega el papel de Dios en la vida del personaje como autor del libro--y le suplica que no lo mate.
Augusto vuelve a su casa muy confundido y allí se muere al lado de su perro Orfeo. No se sabe si
Augusto se mató o si Don Miguel lo mató. Víctor dice en el prólogo que Augusto se suicidó. Unamuno
dice en el post-prólogo que él decretó la muerte de Augusto.
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Mantiene siempre un pesimismo radical sobre la naturaleza y la condición humana. Sus
obras son críticas, pero no critica a un grupo humano concreto, sino a una sociedad
global corrupta (tanto a personas como a instituciones). Desconfía de las organizaciones
sociales o religiosas, de los partidos políticos o las iniciativas colectivas porque no cree
en los buenos sentimientos del ser humano y concibe la vida como una lucha en la que
siempre pierde el débil. Sus novelas reflejan y transmiten desesperación y angustia,
trasladan al lector una visión determinista del mundo además de contener un
impresionismo descriptivo de los ambientes y psicológico de los personajes. Todo ello
envuelto en la evocación nostálgica. Crea ambientes de perfiles difusos y apenas
profundiza en la psicología de los personajes. Baroja es el novelista de la Generación
del 98 y su influencia en la novela española del siglo XX es determinante a causa de la
sobriedad de su estilo y de sus extraordinarias dotes de creador. Agrupó sus novelas en
trilogías: ‘La lucha por la vida’ (destaca La busca), ‘La tierra vasca’ (destaca Zalacaín
el aventurero) y ‘La raza’ (destaca El árbol de la ciencia). Desde la última vuelta del
camino es el título de sus memorias.
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‘—En eso estoy conforme —dijo Andrés—. La voluntad, el deseo de vivir, es tan fuerte
en el animal como en el hombre. En el hombre es mayor la comprensión. A más
comprender, corresponde menos desear. Esto es lógico, y además se comprueba en la
realidad. La apetencia por conocer se despierta en los individuos que aparecen al final
de una evolución, cuando el instinto de vivir languidece. El hombre, cuya necesidad es
conocer, es como la mariposa que rompe la crisálida para morir. El individuo sano,
vivo, fuerte, no ve las cosas como son, porque no le conviene. Está dentro de una
alucinación. Don Quijote, a quien Cervantes quiso dar un sentido negativo, es un
símbolo de la afirmación de la vida. Don Quijote vive más que todas las personas
cuerdas que le rodean, vive más y con más intensidad que los otros. El individuo o el
pueblo que quiere vivir se envuelve en nubes como los antiguos dioses cuando se
aparecían a los mortales. El instinto vital necesita de la ficción para afirmarse. La
ciencia entonces, el instinto de crítica, el instinto de averiguación, debe encontrar una
verdad: la cantidad de mentira que es necesaria para la vida. ¿Se ríe usted?
—Sí, me río, porque eso que tú expones con palabras del día, está dicho nada menos
que en la Biblia.
—¡Bah!
—Sí, en el Génesis. Tú habrás leído que en el centro del paraíso había dos árboles, el
árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El árbol de la vida era
inmenso, frondoso, y, según algunos santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la
ciencia no se dice cómo era; probablemente sería mezquino y triste. ¿Y tú sabes lo que
le dijo Dios a Adán?
—No recuerdo; la verdad’.
(Pío Baroja, El árbol de la ciencia3)
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Argumento: Relata la vida de un estudiante de Medicina, que se encuentra ante una España atrasada con
respecto a la Europa de la época. Una España que está contenta con lo que es y con lo que tiene.
Conforme van transcurriendo los años de estudios en la Universidad de Madrid, se va dando cuenta de
que la Medicina no es su vocación. Vive en una familia típica de la época. Un padre obsesionado con
aparentar, y crear relaciones con la alta sociedad del momento. Una familia en la que la madre ha muerto,
y que la hermana mayor, Margarita, es la encargada de llevar las tareas del hogar. El fracaso en su vida
profesional (no es que no sea buen médico, es que no le gusta lo que hace), el triunfo de algunos de sus
amigos en la vida, la progresiva angustia que sufre hacia la sociedad, la muerte de su hermano, las
injusticias de la vida, la pérdida de las colonias de Cuba y Filipinas, y finalmente la pérdida de su mujer,
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ANTONIO RUIZ AZORÍN
MIGUEL DE UNAMUNO
En sus escritos aborda, sobre todo, dos temas obsesivos: el problema de España y la
angustia existencial. Del problema de España trata En torno al casticismo, donde
propone la conjunción tradición y europeización como remedio a los males del país. La
verdadera tradición se halla en la intrahistoria, es decir, en la vida silenciosa y anónima
de los pueblos de España, en el alma colectiva reside la esencia de la tradición, la fuerza
que España precisa para salir de su letargo. De su conflicto existencial y religioso se
ocupan Del sentimiento trágico de la vida y La agonía del cristianismo. En estos, la
preocupación fundamental del autor es la búsqueda del sentido de la vida y su contenido
es eminentemente filosófico. Otro ensayo de temática diferente es Vida de don Quijote
y Sancho, interpretación personal sobre la obra cervantina.
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‘Y el hombre, esta cosa, ¿es una cosa? Por absurda que parezca la pregunta, hay quienes
se la han propuesto.
Anduvo no ha mucho por el mundo una cierta doctrina que llamábamos positivismo,
que hizo muy bien y mucho mal. Y entre otros males que hizo, fue el de traernos un
género tal de análisis que los hechos se pulverizaban con él, reduciéndose a polvo de
hechos. Los más de los que el positivismo llamaba hechos, no eran sino fragmentos de
hechos. En psicología su acción fue deletérea. Hasta hubo escolásticos metidos a
literatos -no digo filósofos metidos a poetas, porque poeta y filósofo son hermanos
gemelos, si es que no la misma cosa- que llevaron el análisis psicológico positivista a la
novela y al drama, donde hay que poner en pie hombres concretos, de carne y hueso, y
en fuerza de estados de conciencia las conciencias desaparecieron. Les sucedió lo que
dicen sucede con frecuencia al examinar y ensayar ciertos complicados compuestos
químicos orgánicos, vivos, y es que los reactivos destruyen el cuerpo mismo que se trata
de examinar, y lo que obtenemos son no más que productos de su composición.
Partiendo del hecho evidente de que por nuestra conciencia desfilan estados
contradictorios entre sí, llegaron a no ver claro la conciencia, el yo. Preguntarle a uno
Lulú, y su hijo, hace de la vida de Andrés Hurtado algo por lo que no merezca la pena seguir luchando,
por lo que decide envenenarse.
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por su yo, es como preguntarle por su cuerpo. Y cuenta que al hablar del yo, hablo del
yo concreto y personal; no del yo de Fichte, sino de Fichte mismo, del hombre Fichte.
Y lo que determina a un hombre, lo que le hace un hombre, uno y no otro, el que es y no
el que no es, es un principio de unidad y un principio de continuidad. Un principio de
unidad primero, en el espacio, merced al cuerpo, y luego en la acción y en el propósito.
Cuando andamos, no va un pie hacia adelante, el otro hacia atrás: ni cuando miramos
mira un ojo al Norte y el otro al Sur, como estemos sanos. En cada momento de nuestra
vida tenemos un propósito, y a él conspira la sinergia de nuestras acciones. Aunque al
momento siguiente cambiemos de propósito. Y es en cierto sentido un hombre tanto
más hombre, cuanto más unitaria sea su acción. Hay quien en su vida toda no persigue
sino un solo propósito, sea el que fuere.’
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida)
Hay dos temas en los que su estilo encuentra su máxima expresión: el paisaje, en
especial el de Castilla, y las glosas sobre los clásicos españoles. Azorín describe en
Castilla con técnica impresionista los paisajes de España y se fija en sus detalles; sus
colores, sonidos y olores, los pueblos casi desiertos... Por lo que respecta a sus
evocaciones de los clásicos, sus escritos se apartan de la crítica literaria tradicional en
un intento de captar la esencia, la sensibilidad y el perfil humano de los autores tratados.
En esta línea se encuentran obras como Lecturas españolas o Clásicos y modernos.
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‘No puede ver el mar la solitaria y melancólica Castilla. Está muy lejos el mar de estas
campiñas llanas, rasas, yermas, polvorientas; de estos barrancales pedregosos; de estos
terrazgos rojizos, en que los aluviones torrenciales han abierto hondas mellas; mansos
alcores y terreros, desde donde se divisa un caminito que va en zigzag hasta un
riachuelo. Las auras marinas no llegan hasta esos poblados pardos de casuchas
deleznables, que tienen un bosquecillo de chopos junto al ejido. Desde la ventana de
este sobrado, en lo alto de la casa, no se ve la extensión azul y vagarosa; se columbra
allá en una colina con los cipreses rígidos, negros, a los lados, que destacan sobre el
cielo límpido. A esta olmeda que se abre a la salida de la vieja ciudad no llega el rumor
rítmico y ronco del oleaje; llega en el silencio de la mañana, en la paz azul del
mediodía, el cacareo metálico, largo, de un gallo, el golpear sobre el yunque de una
herrería. Estos labriegos secos, de faces polvorientas, cetrinas, no contemplan el mar;
ven la llanada de las mieses, miran sin verla la largura monótona de los surcos en los
bancales. Estas viejecitas de luto, con sus manos pajizas, sarmentosas, no encienden
cuando llega el crepúsculo una luz ante la imagen de una Virgen que vela por los que
salen en las barcas; van por las callejas pinas y tortuosas a las novenas, miran al cielo en
los días borrascosos y piden, juntando sus manos, no que se aplaquen las olas, sino que
las nubes no despidan granizos asoladores.’
(Azorín, Castilla)
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