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¿QUÉ ES EL ESTADO?

El estado es “aquello que permanece”, refiriéndose a orden de comunidad política. Pues


a pesar de que en ciento cincuenta mil añ os de existencia las formas de Estado han variado a lo
largo de la historia, en todas las épocas se ha dado una forma de organizació n. Cada una de estas
formas ha tratado de responder a la complejidad creciente de las comunidades humanas,
necesitadas de un mecanismo para el control de sus conflictos. A día de hoy existen 193 estados
(o países) oficialmente, entre los cuales hay algunos exentos: el Vaticano, Palestina (por no
controlar su territorio). En un primer momento tuvo éxito el Viejo Continente, el cual se
traspasó a América y hoy es la forma de organizació n territorial má s extendida. El Estado
moderno que surge en la parte má s occidental de Europa a finales del siglo XV, se formaliza en el
siglo XVII (Tratado de Westfalia), triunfa como paradigma político en el siglo XIX y se
universaliza a mitad del siglo XX (descolonizació n).
Para definir al estado frente a otras formas políticas es necesario tener en cuenta el espacio
delimitado por ciertas dimensiones, entre las que el Estado se presenta en uno de los puntos con
má s autonomía institucional de la política y mayor concentració n de coacció n; de esta situació n
se desprenden cuatro rasgos esenciales:
• Es una forma de asociació n política basada en la soberanía* donde una organizació n ejerce su
poder sobre una comunidad determinada, definida en torno a una població n y territorio de un
país, sin necesidad de fuerzas externas. . En este caso conviven el Estado y la política, aunque el
estado delimita la política como un ámbito diferenciado. Tradicionalmente, la forma en la que
un Estado mantiene su soberanía, es estando en contacto diplomá tico con otros países,
poniendo de base el reconocimiédto de los derechos soberanos de cada cual.
• El ejercicio de su autoridad se produce a través de un conjunto de instituciones pú blicas
permanentes cuya funció n es elaborar decisiones colectivas y asegurar que se cumplen (puesto
a que son instituciones pú blicas, las privadas buscan el beneficio propio). El estado tiende a la
má xima institucionalizació n de la relació n política. En el estado, ya no cuentan las tradiciones,
sino las reglas marcadas. En la forma política estatal, se sitú an algunos ciudadanos en la
posició n de crear leyes y todo el conjunto, en posició n de cumplirlas. Esta institucionalizació n
equivale a la despersonalizació n del poder, conduce a los agentes políticos a profesionalizarse
en las materias a tratar: ya pueden ser políticos o funcionarios. Estos no trabajan para servir a
ninguna figura, sino que han sido reclutados para establecer su funció n respecto a las reglas
marcadas. Si el estado no puede emplear su poder coercitivo eficazmente y es incapaz de hacer
cumplir la legalidad a los ciudadanos, carece de la capacidad para gobernar y puede ser tildado
de Estado Fallido. Este tipo de estados no son capaces de proporcionar la seguridad bá sica y
cuando la autoridad estatal se desmorona, puede darse el caso de desatarse el caos.
• El Estado necesita, al menos en el medio-largo plazo, de la legitimidad; es decir, que la
població n considere su existencia necesaria para asegurar el bien colectivo y, así, sus decisiones
vinculantes sin que sea necesario el uso permanente de la fuerza. Por ello, el Estado reivindica la
exclusiva de la coacció n. Para ello se dota de un doble monopolio: la producció n del Derecho y
de la administració n de la violencia física- Derecho y coacció n.
• El Estado entiende que su capacidad de regular conflictos tiene como marco de actuació n un
territorio previamente delimitado; o sea, tiene cierta autonomía. La vinculació n política, tiene
sobre todo, una base territorial (salvo excepciones previamente explicadas). La frontera
territorial se convierte en una visualizació n de la forma política estatal. De todas formas, esta
visió n de entender el territorio como poder de coacció n es reciente, pues en épocas de
poliarquías feudales (por ejemplo); la coacció n se entendía en base a las relaciones personales
(etnia, religió n, lengua…)
*soberanía: el poder que está por encima de todo, el Estado es soberano.
La evolució n desde las formas preestatales hasta el Estado moderno: la autoridad
política y una mínima organizació n para garantizar el dominio de unos pocos sobre la mayoría
que obedece es una realidad prá cticamente indefectible a la condició n humana, por ello se
puede afirmar que todas las formas de organizaciones políticas se han ido gestando a lo largo de
un proceso en el que se han ido puliendo las características de cada estado. Por lo tanto, el
Estado moderno es una criatura histó rica muy determinada.
Hasta el siglo XV no se puede hablar de Estado en sentido estricto sino de formas preestatales:
tribus, polis, imperios, feudales,… sin embargo a partir de esa época comenzamos a hablar de los
primeros Estados. En el orden econó mico se consolida el comercio a larga distancia entre
ciudades, que amplía un marco territorial de las transacciones mercantiles. Comienzan las
expediciones con objetivos econó micos y se vuelve necesaria una seguridad para este trá fico y
disponer de una instancia eficaz para resolver los conflictos que pudieran crearse. En el á mbito
cultural e ideoló gico, el Renacimiento difunde una determinada visió n del mundo clá sico y de
sus organizaciones políticas. Contra los poderes feudales se evoca la unidad política que pueda
asegurar un poder político ú nico y concentrado en un soberano absoluto, es decir, desligado de
pactos feudales y de la tutela de la iglesia, que debe ponerse ahora al servicio de un monarca.
Poco a poco se va imponiendo una visió n monopolista; solo al estado (y al monarca que la
personifica) le corresponde el poder de crear y aplicar las leyes (si es necesario utilizando la
violencia); no corresponde a la tradició n marcar el paso de las normas, sino que le corresponde
al rey promulgarlas, interpretarlas y aplicarlas. Esta situació n facilita la aparició n de una
burocracia profesional (letrados, administradores) entregada al servicio del estado y que no se
recluta só lo entre la nobleza o el clero. En el ámbito de la violencia se da paso a de fuerza
armada temporal (que solo se utiliza para guerras y conflictos temporales) a una armada
permanente dotada con armas de fuego ligeras y pesadas. Esta nueva organizació n militar
requiere otras condiciones de financiació n. Costear todas las armas y a los militares conlleva
unos costes que solo algunos territorios (que tienen la capacidad de imponer tributos) pueden
permitirse.
La construcció n del estado equivale a un proceso de expropiació n de los medios de dominació n
política: producció n legal, administració n de justicia, recaudació n fiscal… Se trata de recursos
que en las formas políticas preestatales estaban dispersos entre diferentes agentes y que
después tendrían que ser confiscados por el gobierno y atribuidos a su personificació n: el
soberano. Este proceso de expropiació n se encuentra con muchos detractores (y con conflictos
legales, diplomá ticos y militares): el pueblo rico no estaba dispuesto a dejar de lado sus
privilegios para dá rselos al estado. Aú n así, finalmente la tendencia dominante conducirá a la
consolidació n del modelo estatal que acabará imponiendo su hegemonía.
La influencias son estatales; dependiendo del estado en el que naces, tus ideas, forma de vivir,
ropa… todo lo regula el estado, nuestra vida está controlada. Existe la necesidad de una
autoridad para la organizació n: los que mandan y los que obedecen.
¿Qué sucedió a partir del siglo XV para que se diera el nacimiento del Estado? (podemos
observar su evolució n desde el s. XV hasta el XX, Es má s, en Inglaterra desaparece el parlamento
en el s. XV y volvemos a encontrarnos con él en s. XIV) -Territorios bien definidos; el Estado es
territorial y que esté bien definido ayuda a la reafirmació n del Estado. -El tamañ o: el Estado
debe ser lo suficientemente grande como para que la economía subsista y avance pero lo
suficientemente pequeñ o como para que exista una rapidez de control. Hay que tener capacidad
de control sobre el territorio) -La existencia de guerra: la existencia de una guerra y para la
misma se necesita una organizació n, cuando la guerra termina, permanece la jerarquía. Ej.
Portugal y Castilla en los 100 añ os de guerra. (En 1945 se prohíben las guerras por la ONU)

La soberanía “El Estado es soberano”: de una manera específica, se refiere al poder


absoluto e irrestricto de una organizació n sobre una comunidad política (cuyos miembros está n
vinculados a sus decisiones y deben obedecerlas). La UE proporciona un buen ejemplo de como
ha cambiado el respeto de las soberanías y có mo ese concepto (y su situació n) ha cambiado a lo
largo de la historia. Ademá s, en un intento por hacer un impulso por fomentar el crecimiento
econó mico, buena parte de los gobiernos europeos han establecido instituciones integradas a
escala supra-nacional y se han implicado en procedimientos conjuntos de toma de decisiones,
configurando lo que se ha dado en llamar un sistema de soberanía compartida.
Legitimidad: se define en relació n con el poder que pueden tener en una comunidad
determinada las asociaciones y grupos privados que está n condicionados por una organizació n
política superior (que es, precisamente, el Estado) mientras que el Estado no responde a
ninguna instancia de poder por encima suya. Así pues, el Estado tiene derecho a utilizar la
fuerza o a autorizar que otros la utilicen. Pero, ¿Qué pasa si el Estado es considerado ilegítimo
por su pueblo? De ser así, segú n Weber, al pueblo le asiste el derecho de usar la fuerza, si no
puede derribar al gobierno de otra forma.
Autonomía: Se puede distinguir el plano interno de la soberanía (la autoridad vinculante dentro
del Estado-comunidad la ejerce solo el Estado-organizació n) del plano externo (independencia
de los estados en las relaciones internacionales). El concepto de Autonomía del Estado se refiere
a la independencia relativa de las autoridades estatales respecto a la població n. Si el estado
tiene un gran margen de autonomía, entonces los funcionarios también tienen libertad para
adoptar las decisiones del estado. Sin embargo, si el Estado tiene poco margen de autonomía,
entonces los funcionarios tienen escaso margen para elaborar leyes. Ambos extremos son
peligrosos: la autonomía total implica dictadura y la mínima implica que los funcionarios no
tienen ningú n tipo de poder (podríamos denominarlo anarquía).
El estado se entiende como una pérdida de la libertad para pagar impuestos. Segú n los
politó logos Hobbes y Rols, las personas prefieren nacer en un estado de bienestar donde tengan
asegurada su educació n, sanidad, sistema de pensiones, etc. pues lo entienden como una
garantía y seguridad. Montesquieu presentaba al Estado como una organizació n del orden;
donde ademá s se encuentran diferentes ministerios que respaldan la seguridad en cada uno de
los ámbitos (por antigü edad): ministerio de exterior, ministerio de interior, ministerio de
justicia, ministerio de defensa, ministerio de hacienda… ministerio de economía y ministerio de
medioambiente.
La teoría del contrato social como origen del Estado: ¿Son necesarios los Estados? ¿Por
qué? ¿Qué objetivos persiguen? Estas preguntas que cuestionan la finalidad del Estado han
suscitado controversia durante añ os. Algunos teó ricos afirman que la principal funció n de esta
institució n debe ser garantizar el orden y la seguridad. Hobbes (1588.1679), uno de los “padres”
de la Teoría del Estado, elaboró una metá fora segú n la cual el pueblo que vive en un estado
violento de naturaleza, establece una suerte de contrato social con el monarca absoluto, sobre
quien recae la responsabilidad de dirigir el Estado. El propó sito principal de ese Estado al que
Hobbes denominó Leviatán, consiste en dar libertad a la humanidad para que se ocupe de
cualquier rama epistemoló gica, sin la presió n de un temor continuo y el peligro de la muerte
violenta. Locke (1632-1704), al igual que Hobbes, defendió la idea del contrato social entre el
pueblo y las autoridades del Estado, pero por motivos diferentes:Locke afirmaba en su Segundo
Tratado del Gobierno que los sere humanos nacen libres. Los individuos disfrutan de un derecho
natural de la vida como es la libertad, y al “estatus”(sus posesiones). Estos bienes en conjunto
crean las la “propiedad” de una persona. Por tanto, Locke decía que “el gran fin de los hombres
es someterse a un Estado”, de manera en que si el Estado no conseguía salvaguardar los
derechos naturales de las personas, este sería ilegítimo. Así pues el Britá nico defendía una
democracia representativa, con una asamblea legislativa electa en la que residiera la má xima
autoridad política. Locke, cuyas ideas fueron importadas de los padres fundadores de los EEUU,
puso especial énfasis en la responsabilidad del Estado en Proteger los Derechos y las libertades
de los individuos.
Jean-Jacques Rousseau (1712-78) propuso otra serie de ideas sobre los objetivos ú ltimos del
Estado: él enfatizó en los derechos y las libertades colectivas de la comunidad, como bien se
puede observar en su obra El contrato social. Pues, segú n Rousseau, para que cada individuo se
vea libre de la tiranía, la comunidad en su conjunto debe ser libre. Desde la perspectiva de este
pensador, el principal propó sito del Estado consistía en capacitar al pueblo soberano para
expresar y realizar su voluntad general. En la prá ctica, creía que esta meta debería cumplirla
una pequeñ a élite que tomara las decisiones cotidianas, mientras que los ciudadanos (varó n-
occidental-burgués) ejercían su autoridad de supervisió n reuniéndose perió dicamente en
asambleas populares. Sin embargo, la mayoría de los estados contemporá neos surgieron a
partir de la sumisió n de sus voluntades a través de la fuerza. El Estado moderno temprano fue,
en gran medida, un Estado de guerra autoritario.
En el Estado contemporá neo, la idea del contractualismo como origen legitimador del Estado se
produce a través de las Constituciones. Con el tiempo, los Estados adquirieron propó sitos má s
acordes con los deseos de la població n o, al menos, los de sus partes políticamente má s
influyentes. Adam Smith (1723-90), filó sofo escocés considerado el padre de la economía
moderna de libre mercado, afirmó en La riqueza de las naciones que el propó sito principal del
Estado debía ser promover la empresa privada y permitir que las fuerzas del mercado operaran
por sí mismas; sin una excesiva interferencia del Estado. Para Smith, el Estado debía limitarse a
proporcionar un sistema legal diseñ ado para que el comercio fluya sin trabas. Durante los siglos
XVII-XVIII Gran Bretañ a y EEUU adoptaron filosofías de gobierno que se ajustaban a la idea de
Smith. A esta filosofía se le puede asignar el término de liberal socialdemó crata (J. Rawls), el
cual defiende el intervencionismo econó mico. Aú n así, cuando la democracia se expandió en
estos países y se crearon diferencias entre grandes segmentos de la població n, el Estado se vio
presionado para aumentar su bienestar econó mico y social.
Durante el siglo XX los Estados democrá ticos asumieron varias funciones relativas al bienestar
(educació n, sanidad…). De esa forma, los países gobernados en su día como Estados de guerra se
convertirían en Estados de Bienestar o Estados Sociales. Incluso regímenes dictatoriales como la
Alemania nazi cultivaron el apoyo de las masas a través de una amplia oferta de programas
sociales.
Los objetivos que persiguen hoy en día los Estados varían mucho; todo depende de quién defina
esos objetivos: depende de si las elites gobernantes observan los controles democrá ticos, si
imponen de forma violenta su voluntad a la població n, o si persiguen una combinació n de
procedimientos democrá ticos y dictatoriales. Añ adir que, el anarquismo (doctrina segú n la cual
el pueblo vive mejor sin un gobierno organizado) nunca ha llegado a realizarse de forma
permanente en ninguna sociedad; aunque en el siglo XIX hubo importantes movimientos
anarquistas en el sur de Españ a, nunca triunfó como opció n alternativa al Estado.
Estado y sociedad civil: en el mismo siglo xvii, la guerra civil en Inglaterra y la
independencia de los Países Bajos habían revelado ya las resistencias al estado absoluto de
algunos sectores sociales que pretendían una mayor intervenció n en las decisiones políticas. El
poder absoluto desligado de cualquier atadura era difícil de aceptar para ciertos grupos
inspirados en las convicciones religiosas de la Reforma protestante que subraya la autonomía
de la conciencia individual frente a injerencias externas. Y también lo era para los actores
sociales que no querían que sus propiedades y sus intereses econó micos estuvieran
desamparados frente a las intervenciones arbitrarias del poder político. Pero, como hemos
dicho, fueron las revoluciones norteamericana y francesa de finales del siglo xviii las que dieron
forma al estado liberal, cuyos rasgos principales presentamos a continuació n.
En el estado liberal, la relació n política principal no se establece ya entre un soberano
omnipotente y un sú bdito sumiso. Ante el poder estatal aparece ahora la figura del ciudadano,
como sujeto protegido, vigilante y dispuesto a intervenir en la vida política.
La posició n de este ciudadano no depende ni de su origen familiar, ni de los privilegios
concedidos por el soberano. Lo que en principio le protege de una intervenció n desmesurada
del poder es la existencia de unos derechos fundamentales, que el propio poder debe respetar:
derecho a la vida, a la integridad física, a la libertad de conciencia y a la propiedad. El individuo
—o, mejor, el individuo propietario— se convierte en actor político reconocido. Basados en una
determinada visió n de la naturaleza humana, los derechos fundamentales —«naturades»—, no
só lo no pueden serle arrebatados arbitrariamente por el estado, sino que deben ser defendidos
por este mismo estado cuando alguien los ataca.
A esta defensa deben dedicarse las leyes. La producció n de estas leyes sigue siendo monopolio
estatal. Pero ya no refleja la voluntad de un monarca soberano: en el estado liberal, la ley es
expresió n de la voluntad general a cuya formació n concurren los propios ciudadanos-
propietarios. La racionalidad —es decir, la mejor adecuació n de los medios a un fin colectivo—
ha de presidir la deliberació n ciudadana y ha de permitir también que todo el aparato legal
pueda ordenarse de forma sistemá tica, por escrito y con publicidad: en la constitució n y en los
có digos.
El derecho, por tanto, también obliga y compromete al poder estatal, que no es ilimitado ni
absoluto (no está desligado ) ni se sitú a por encima o al margen del derecho. El estado es ahora
«estado de derecho»: hace el derecho, pero también se somete al derecho. De esta manera, la
constitució n (como ley suprema) y las demá s leyes son autolimitaciones que se imponen, tanto
los ciudadanos como las autoridades que los representan.
Garantía de esta limitació n es la llamada separació n de funciones estatales o divisió n de
poderes. Las principales funciones estatales ya no se concentran en manos del monarca, sino
que se atribuyen a diferentes titulares, con el fin de que se compensen y equilibren. En su
primera etapa, el estado liberal define una divisió n de poderes entre el rey —que nombra a su
gobierno— y un parlamento elegido: de ambas instituciones dependen los demá s ó rganos del
estado. El parlamento se constituye en representante de los intereses sociales. Pero esta
representació n se reserva a los propietarios —ú nicos sujetos con derecho a elegir y a ser
elegidos—, porque se les supone má s disponibles y mejor preparados para interpretar el interés
general de la comunidad.
¿Qué papel juega el estado liberal en su contexto econó mico y social? En el contexto del
capitalismo competitivo en que se sitú a se rechaza como interferencia molesta el activismo
estatal y se confina ú nicamente en la competencia libre y espontá nea del mercado para
aumentar la riqueza disponible y distribuirla de la mejor manera posible. Por tanto, el ú nico
papel reservado al estado liberal es el de actuar como un guardiá n o gendarme que hace la
ronda de vigilancia por la plaza pú blica: el «estadogendarme» só lo drbe intervenir cuando ve
amenazado el funcionamiento del mer'íado o cuando alguien incumple el contrato pactado. Pero
no interfiere para nada en las transacciones que se producen, no puede atribuir papeles
dominantes ni puede fijar precios o rentas.
Esta visió n ignora las desigualdades de hecho con que se accede al intercambio mercantil y las
consecuencias desfavorables de este intercambio para una parte de la població n. Só lo se
admiten acciones paliativas de los efectos má s negativos del sistema econó mico; pobreza,
enfermedad. Estas acciones paliativas corresponden a la caridad privada o a establecimientos
de beneficencia religiosa, que en algunos países fueron nacionalizados por el estado.
¿Sobre qué referencias ideoló gicas se construye el estado liberal? Su inspiració n se encuentra en
autores como Locke (tolerancia, derechos naturales, gobierno representativo), Montesquieu
(divisió n de poderes), Rousseau (ley como expresió n de la voluntad general) o Kant (el derecho
como garantía de la libertad y el estado como garantía del derecho). Con todo, fueron las
revoluciones liberales en Norteamérica y en Francia las que condensaron de modo má s
sistemá tico estas doctrinas. Los documentos políticos y los textos legales que surgieron en tomo
a estos dos grandes episodios (especialmente, las primeras declaraciones de derechos del
hombre y las primeras constituciones escritas) sirvieron de orientació n doctrinal al movimiento
liberal que se extendería en Europa y América a lo largo del siglo xix.
Los elementos del Estado
1. Població n: Desde las má s rudimentarias formas políticas del pasado, hasta las má s complejas
de la actualidad, no ha habido ni hay organizació n política sin comunidad humana. En las formas
políticas preestatales, el linaje o el vínculo de sangre (ya fuera real, ya fuera mítico) podía
señ alar la pertenencia a una misma entidad política. Má s adelante fue un contrato personal de
protecció n-vasallaje el que identificaba a determinados individuos como sujetos de una misma
autoridad política. En el caso del estado, ¿de qué factor depende la pertenencia de un individuo
a una particular comunidad humana?
·• A diferencia de lo que ocurre en una ciudad (en la que son ciudadanos quienes habitan en
ella), los «ciudadanos del estado» no son todos los que viven en su territorio: está n excluidos de
esta condició n los extranjeros, sin tener en cuenta los añ os que llevan en el país. Por otra parte,
hay también ciudadanos que no son habitantes, porque residen habitualmente fuera del
territorio estatal. Ello se explica porque es el estado el que establece lo que hace a un individuo
miembro de la comunidad. A veces es el nacimiento en el territorio que el estado controla. É sta
es la regla general. Pero puede derivar también de la condició n de sus padres: los hijos de un
miembro de la comunidad estatal (aunque nazcan fuera de su territorio) son generalmente
considerados como pertenecientes a la misma. En algunos casos, esta pertenencia puede
resultar de una decisió n política que otorga el ingreso en dicha comunidad a quien (si cumple
algunos requisitos) lo solicita de la autoridad estatal correspondiente.
·Los miembros de la comunidad estatal se distinguen por gozar de ciertos derechos y estar
sujetos a determinadas obligaciones. Sin embargo, en una época de fá ciles comunicaciones y
grandes migraciones esta distinció n entre ciudadanos y extranjeros va perdiendo nitidez. Los
extranjeros está n sometidos a obligaciones del estado en que residen, a veces desde hace
muchos añ os: en materia fiscal, en materia laboral, en materia penal, etc. En contrapartida y má s
lentamente, van adquiriendo también derechos antes reservados a los ciudadanos: prestaciones
sociales, educació n y sanidad gratuitas, etc. En determinados casos, han conseguido incluso
derechos políticos, como son el derecho de voto o el derecho a ser elegidos para cargos
pú blicos: así ocurre en las elecciones locales de varios países de la Unió n Europea, que ya no
establecen distinció n entre ciudadanos propios y ciudadanos de estados de la UE.
La pertenencia a un estado equivale, pues, a disfrutar de un estatuto o posició n (la ciudadanía)
que comparten todos los miembros de la comunidad política. Este estatuto de ciudadanía es
calificado a menudo como «nacionalidad», tanto en el lenguaje jurídico como en el vocabulario
vulgar. Esta relació n entre ciudadanía y nacionalidad se explica por el hecho de que (desde hace
doscientos añ os) estado y nació n aparecen como con ceptos vinculados, a veces en armonía, a
veces en conflicto. De esta vinculació n problemá tica nos ocupamos a continuació n.
2. Territorio: El Estado es una organizació n territorial, tiene una jurisdicció n soberana
geográ ficamente definida por sus fronteras. En consecuencia, a nivel internacional, cada Estado
se considera -al menos en teoría- como una entidad independiente. Mientras que ninguna forma
política ha podido prescindir de la població n, son numerosas las que durante siglos pudieron
prescindir del elemento territorial: las agrupaciones nó madas no tenían referencias espaciales y
se desplazaban segú n las necesidades de su propia supervivencia. En algunas formas imperiales
y en ciertas formas feudales eran má s determinantes la vinculació n personal entre dirigentes y
los propios pactos de protecció n y vasallaje que el á mbito territorial que ocupaban. No es de
extrañ ar este cará cter secundario del espacio, si tenemos en cuenta la imposibilidad técnica de
trazar mapas precisos: só lo las exigencias de la navegació n comercial fomentó una prá ctica
cartográ fica que se convirtió luego en un recurso político. En contraste con estas formas
políticas anteriores, el estado se ha caracterizado por delimitar claramente el espacio de su
actuació n: marca un á mbito físico —tierra, agua, espacio aéreo— mediante el trazado de
fronteras. Es en este á mbito en el que el estado se sitú a y pretende actuar con pretensiones de
exclusividad. La expansió n de la forma estatal ha llevado a que todo el planeta esté hoy dividido
en territorios estatales. No hay territorio que no esté controlado —o reivindicado— por un
estado, con una sola excepció n: el espacio de la Antá rtida, excluido del dominio estatal por el
tratado intemacional de 1959.
·Este dominio estatal afecta tanto a la superficie como al subsuelo. Comprende también las
aguas interiores (ríos, lagos), los mares limítrofes y las llamadas «plataformas marinas»
contiguas a la tierra firme. Se extiende también al espacio aéreo que sobrevuela el marco
territorial. Só lo escapan a este control las llamadas aguas internacionales y el espacio
estratosférico, que (segú n un tratado internacional firmado en 1967) queda abierto a todos los
estados para usos no militares.
·La delimitació n del espacio estatal ha sido (y es hoy todavía en muchos casos) un asunto
conflictivo. Se han justificado a menudo las fronteras en funció n de los llamados «accidentes
naturales» (una cordillera, un río, un mar, etc.) o en base a medidas geográ ficas (un meridiano,
un paralelo). Pero esta justificació n de los límites estatales oculta razones políticas.
·La importancia del factor espacio —territorial y marítimo— ha sido decisiva en la
consolidació n del sistema de estados. En las monarquías preestatales de cará cter patrimonial, el
territorio quedaba sujeto a la libre disposició n de los monarcas: lo dividían en sus testamentos,
lo intercambiaban en sus pactos o lo concedían en dote en el matrimonio de sus hijos. En
cambio, el estado —tal como se va definiendo— hace del territorio un elemento constitutivo e
inalienable: no es, en principio, susceptible de permuta, venta o cesió n como si se tratara de un
patrimonio privado. Desde el estado, se entiende que la seguridad militar y la capacidad
econó mica de la comunidad depende de un control efectivo sobre un territorio delimitado.
·Las guerras entre estados —y los tratados de paz que las terminan— han sido el agente
principal de las modificaciones territoriales: los perdedores se ven obligados a aceptar una
modificació n de sus fronteras en beneficio de los vencedores.
3. Coerció n: El tercer elemento constitutivo que caracteriza al estado es —junto a la població n y
al territorio (la capacidad exclusiva de tomar decisiones vinculantes para esta població n y en el
marco de aquel territorio). Desde el siglo XVII, esta aptitud recibe el nombre de soberanía (IL6).
La soberanía es, pues, la cualidad que dota a la entidad estatal de un poder originario, no
dependiente ni interna ni externamente de otra autoridad, confiriéndole un derecho indiscutido
a usar (si es necesario) la violencia.
En su vertiente interna, se entiende que el estado es soberano (es «superior») porque, en
principio, puede y debe imponerse a cualquier otra fuente de autoridad: civil, eclesiá stica,
econó mica, etc. Este poder se traduce en el monopolio del derecho y de la violencia que el
estado se atribuye frente a otros actores, tal como vimos al examinar las características que
diferencian a la forma estatal de otras formas de organizació n política (cfr. IL6).
Al mismo tiempo, en su vertiente extema, el estado en cuanto soberano no admite el dominio de
otra autoridad ajena: el Imperio, el Papado o cualquier otra entidad política exterior. Por esta
razó n, la soberanía iguala sobre el papel a todos los estados: en sus relaciones recíprocas y en el
control de sus territorios respectivos. En principio (y de acuerdo con el derecho intemacional),
Etiopía, Ecuador, Españ a y Estados Unidos se hallan en pie de igualdad como estados soberanos.
Sin embargo, el concepto de la soberanía estatal ha sido también (como el de nació n) uno de los
má s discutidos y, segú n algú n autor, uno de los que má s confusió n ha producido en la política y
en el derecho. Son varias las razones de esta confusió n.
·En primer lugar y en su dimensió n exterior, es fá cil comprobar la existencia de restricciones
que se imponen desde fuera a la acció n del estado. Estas restricciones corrigen la idea original
de la soberanía como un poder insuperable e ilimitado. Tales límites pueden atribuirse, en
ocasiones, a una aceptació n voluntaria del propio estado, cuando se sujeta a tratados
internacionales o se incorpora a organizaciones internacionales y se somete a sus reglas. Así, un
tratado bilateral entre dos estados puede contener renuncias recíprocas al ejercicio del poder
político: por ejemplo, en materia criminal o en materia fiscal. Igualmente, el ingreso en la Unió n
Europea ha representado para sus miembros la renuncia a la capacidad estatal de regular
determinadas actividades econó micas y comerciales, llegando (en algunos casos) a la renuncia
de la moneda propia a favor del euro como moneda ú nica.
·Pero la reducció n de la soberanía se produce también de facto cuando otros poderes extremos
son capaces de modificar las políticas de un estado pretendidamente soberano, ya sea mediante
la violencia armada o su amenaza, ya sea mediante la presió n econó mica o mediá tica. La forma
má s directa de limitació n es la intervenció n que en un territorio estatal llevan a cabo otros
estados o una organizació n intemacional.
En los ú ltimos añ os, estos límites a la soberanía estatal han sido justificados con la elaboració n
del derecho a la injerencia humanitaria. Se entiende por tal la justificació n de la intervenció n de
un poder exterior (de un estado o de una organizació n interestatal) en el interior de otro estado
con objeto de asegurar el respeto a derechos fundamentales y condiciones de vida amenazados
o vulnerados por su propio gobiemo. Así ha ocurrido cuando tribunales internacionales se
ocupan de actos realizados en el territorio de un estado por ciudadanos del mismo, si dichos
actos se consideran constitutivos de delitos contra la humanidad: de este modo, se «invade» un
á mbito de la soberanía del estado, al que correspondería en principio juzgar a sus propios
ciudadanos. Pero esta injerencia humanitaria ha tomado también la forma de intervenció n
militar: la acció n militar avalada por las Naciones Unidas a instancia de los países de la OTAN en
la antigua Yugoslavia ha sido justificada con alusiones a este derecho.
El paradigma del Estado-nació n: desde finales del siglo xviii, el término nació n empezó a
ser utilizado para designar a la comunidad que forma el sustrato humano a la que el estado
pretende organizar. Este uso político del término es, pues, posterior a la aparició n del mismo
estado. Sin embargo y pese a su divulgació n, el concepto de nació n y su contenido han sido
motivo de discrepancias teó ricas y de conflictos políticos que han llegado hasta hoy. Dos son los
contenidos que —desde el origen de su uso político— se han atribuido al concepto de nació n.
·Para una tradició n de origen francés, la nació n está constituida por todos aquellos que
manifiestan —directa o indirectamente— la voluntad de convivir en una misma comunidad
política, al margen y por encima de diferencias religiosas, culturales, lingü ísticas o étnicas. Para
esta versió n —que tiene su origen en los documentos revolucionarios franceses de 1789
(Sieyés)—, existe nació n cuando existe voluntad compartida de ejercer colectivamente el poder
político. Por esta razó n, se afirma que la nació n equivale a «un plebiscito cotidiano» (Rénan) en
el que se manifiesta este deseo colectivo de vivir en comú n. La nació n tiene, pues, un
fundamento subjetivo en la voluntad política de sus miembros, que se afirman sobre todo contra
la monarquía absoluta: es la nació n que se levanta frente al rey absoluto.
·Para la tradició n de origen germá nico, la nació n tiene en cambio un fundamento sustantivo.
Incluso sin tener conciencia de ello, quienes participan de determinados rasgos —lengua, etnia,
usos jurídicos, folklore, cultura, mitología histó rica e incluso un carácter o temperamento
singular— constituirían una nació n, porque estos elementos objetivos son la expresió n de un
«espíritu o alma colectiva». Para esta visió n, la fuerza de este espíritu es tal que quienes
participan de aquellas características pueden ser nació n, casi sin saberlo ni quererlo. Herder y
Fichte está n en el origen de esta versió n germá nica que influirá en muchas reivindicaciones
nacionalistas del siglo XIX. En este caso, la delimitació n de unas señ as de identidad colectiva
permite a unas comunidades afirmarse frente a otras. Aquí no es ya la nació n frente al monarca
absoluto: es la nació n frente a «otras» naciones.
¿Có mo influyen estas dos versiones del término «nació n» en la forma política estatal? ¿Qué
relaciones se establecen entre estos dos conceptos? La influencia recíproca ha sido muy
importante, a lo largo de los siglos XDC y XX. En términos generales se distinguen dos procesos
diferentes: en el primero, el estado precede a la conciencia de nació n, mientras que en el
segundo es la nació n la que conduce hacia el estado.
· Allí donde el estado se constituyó antes de que la política echara mano del concepto de nació n
fueron los poderes estatales los que impulsaron la construcció n de la nació n como una
«comunidad imaginaria» (Anderson), a la que se adjudicaban determinados atributos
diferenciadores. Entre estos atributos se seleccionaban determinadas características étnicas,
una lengua, unos valores religiosos o laicos, unas tradiciones folcló ricas y culturales, etc. ¿A
quién ha correspondido la selecció n de estos atributos? En la prá ctica, ha sido obra del grupo
dominante en cada estado decidir estas señ as de identidad. De este modo, la nació n se va
construyendo desde el mismo estado: en esta tarea, la escuela pú blica, el servicio militar
obligatorio, la Iglesia oficial, la burocracia estatal suelen ser los mecanismos de
homogeneizació n nacional de la comunidad (lilly, Hosbawm). Así ocurrió (con éxito desigual) en
los casos de Francia o de Españ a. Y así se ha intentado en muchos países descolonizados, donde
el estado como organizació n política precedió a la conciencia popular de una identidad nacional,
que tuvo que fabricarse posteriormente desde el poder.
·En otras situaciones, en cambio, la comunidad nacional (una «comunidad de sentimientos»
(Weber)) ha precedido a la existencia del estado. La movilizació n de un colectivo en tomo a
determinadas señ as compartidas de identidad (la lengua, la religió n, la etnia, algunas prá cticas
culturales) se convierte en algú n momento en reivindicació n de personalidad política. É ste es el
sentido de los movimientos y partidos nacionalistas que en su mayoría aspiran a la construcció n
de su propio estado. Esta aspiració n se expresa en dos afirmaciones de carácter político-
jurídico: el principio de las nacionalidades (formulado por los líderes nacionalistas Mazzini
(1805-1872) y Mancini (1817-1888) durante la lucha por la unificació n italiana) y el derecho a
la autodeterminació n (proclamado por el presidente norteamericano Wilson (1856-1924)
después de la Primera Guerra Mundial). De este proceso nacieron como unidades estatales Italia
y Alemania en el ú ltimo tercio del siglo XDC y los estados centroeuropeos surgidos de la
desintegració n del Imperio austro-hú ngaro a partir de 1918.
En el primer caso —cuando el estado precede a la nació n—, la consigna implícita es que «cada
estado debe contar con su propia nació n». Predomina, por tanto, el esfuerzo por construir (o
reconstruir) la nació n (el nationbuilding) a partir de los instrumentos estatales con que cuentan
el gmpo o los grupos hegemó nicos. En el segundo caso (cuando el sentimiento nacional precede
al estado) se trata de que «cada nació n consiga su propio estado». Por ello se persigue la
constitució n de un estado propio y de sus instituciones (el state-building), a partir de la
capacidad de movilizació n que poseen los grupos dinamizadores del sentimiento de identidad
nacional. Lo importante es constatar en ambos casos que ni la nació n ni el estado son realidades
naturales o predeterminadas. No cabe contraponer una «nació n natural» a un «estado artificial».
Tanto la nació n como el estado son entidades «artificiales», es decir, construidas por la acció n
humana a lo largo de la historia. En política, como se señ aló ya, todo es creació n humana y nada
corresponde a la naturaleza física. Este carácter artificial de la nació n no le resta importancia
política, porque la conciencia de pertenencia a un gmpo sigue siendo (como vemos todos los
día) un importante recurso de movilizació n de energías sociales a favor o en contra de
determinadas estrategias políticas.

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