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Mi Resumen 1º Parcial
Mi Resumen 1º Parcial
MONZÓN
- OPINIÓN
La historia de la OP (propiamente dicha) debe situarse en los comienzos de la Edad Moder-
na, junto al desarrollo de la imprenta, la expansión de las ideas democráticas y el nacimiento
del público político. No obstante, las primeras referencias más claras vienen de Grecia y
Roma.
Platón y Aristóteles desarrollan, desde la filosofía, el concepto de “opinión” (doxa). Para el
primero, la doxa es un conocimiento parcial e inseguro de la realidad, basado en impresiones
y ambigüedades. Aristóteles, en cambio, acepta la vía de la opinión como forma de acercarse
a la verdad, ya que entiende aquélla como un conocimiento aproximado o probable.
En la cultura romana, cuando se habla de opinión (rumor o fama) ya no se la entiende en
sentido filosófico, sino publicístico. “Opinión es sinónimo de apariencia, suposición o noto-
riedad, la buena o mala imagen que los demás tienen de uno mismo” [Monzón: 23].
A lo largo de la Edad Media, domina la concepción vertical de entender las relaciones entre
poder y pueblo; así, no existe lugar para la OP. Sin embargo, el Renacimiento trae aires de
renovación siendo “(...) Nicolás Maquiavelo quien nos introduzca en la prehistoria propia-
mente dicha de la opinión pública (...) [ya que] reconoce el poder de la opinión pública, «con
el objeto de construir una teoría del manejo de esta opinión que él sabe maleable, sensible a
la fuerza y fácil de engañar»” [Monzón: 26].
Frente al posible apoyo que puedan darle los grandes o notables del reino, el príncipe necesi-
ta siempre del aprecio, la estima o el favor popular. Maquiavelo reconoce el concepto roma-
no de opinión como la (buena o mala) imagen que los demás tienen de uno. El príncipe debe
aparecer ante los demás con la mejor imagen posible: “Procure, pues, un príncipe conservar
y mantener el Estado; los medios que emplee serán siempre considerados honrosos y alaba-
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dos por todos; porque el vulgo se deja siempre coger por las apariencias y por el acierto de la
cosa”.
Recapitulando: “(...) dos formas distintas de entender el término «opinión», que ayuda-
rán más tarde a explicar el concepto de opinión pública: la primera de ellas se sitúa en
el plano filosófico y traduce los significados de doxa y opinio como semisaber, juicio in-
cierto o conocimiento probable y, la segunda, desde un punto de vista publicístico, se
equiparará con reputación, fama o notoriedad” [Monzón: 46].
- PÚBLICO
Tanto en Grecia como en Roma quedan perfectamente diferenciadas las esferas de “privado”
(gira en torno al domicilio doméstico y la reproducción de la vida) y “público” (refiere a
aquellas actividades cívicas y comunes donde el ciudadano puede participar como ser libre).
Esta contraposición es apenas usada durante la Baja Edad Media; es más apropiado usar los
términos germánicos “común” (accesible para todo el mundo) y “particular” (propio y de uso
exclusivo para cada uno) [período de transición – pueblos romagermánicos].
“Entre las causas más importantes que contribuyen al cambio de la mentalidad medieval en
mentalidad moderna se encuentran el invento de la imprenta, el poder emergente de la bur-
guesía, la vuelta al pasado de los clásicos, el nacimiento del Estado-Nación y la ruptura reli-
giosa con la reforma protestante. La imprenta se convierte en el mejor soporte de la comuni-
cación y la publicidad y, en el espacio de dos siglos, ayudará a crear las bases necesarias para
el surgimiento de la opinión pública” [Monzón: 32].
En esta línea, los cafés, los salones de té y los clubes se erigen como incubadoras de la OP:
- los cafés entran a Inglaterra a mediados del siglo XVII y se convierten en poco tiempo en
centros populares para adquirir y comunicar noticias, para hacer debates políticos y para rea-
lizar crítica literaria
- los salones franceses se remontan al siglo XVIII. En ellos se reunían hombres y mujeres
[verdadero experimento de igualdad] distinguidos que disfrutaban de la conversación, la crí-
tica, el libre pensamiento y las ideas irreverentes.
Hechos estos planteamientos, Monzón recorre autores que, si bien no utilizan el término
«opinión pública», irán desarrollando poco a poco el concepto y sus funciones en la socie-
dad:
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Locke: destaca la importancia de la ley de opinión. Ésta remite a una “opinión” entendida
como la idea que los demás tienen de uno; “Es el poder del «qué dirán», del clima de opinión
o de la mentalidad del grupo que presiona para que nadie se desmande o se margine y perma-
nezca dentro del sistema de valores de la colectividad” [citado en Monzón: 47]. En este sen-
tido, es un control social indirecto más eficaz que la censura formal.
BÉJAR
“La opinión pública, por lo tanto, no tiene por sujeto al cuerpo de ciudadanos, sino a una parte minoritaria que llamamos
público burgués e ilustrado y que, pretendiendo representar el punto de vista de la población, no hace sino representar los intereses
de su clase” [Monzón: 67].
‘Masas’ definido como ‘mediocridad colectiva’
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En su primer Discurso, Rousseau acomete una dura crítica con la Ilustración, que tras la apa-
riencia de libertad y progreso, ha caído en un estado de hipocresía y corrupción absolutas:
“(...) la cultura es el mundo de la apariencia (...)” [Béjar: 194].
El autor critica las consecuencias de la civilización. Según explica, la cultura se opone a la
naturaleza y produce un nuevo ser humano desnaturalizado y escindido de su propia existen-
cia social. Como ser social, vive pendiente de las formas y la OP, tratando de dar una
imagen al gusto de los demás hasta el punto de prescindir de la moral si con ello gana pres-
tigio o fama → DESPERSONALIZACIÒN: “(...) desde el momento en que el individuo vive
pendiente de la mirada de los demás, ya no es él, es un ser-para-los-otros” [Béjar: 194] [ALI-
NEACIÓN].
Sin embargo, la cultura (y su portavoz la OP) no es la causa del mal; la genealogía del mal
nace de un problema social: la desigualdad, que engendra riqueza, lujo y ocio. Se hace ne-
cesario, entonces, investigar el proceso que da lugar a esta desigualdad.
Así, nos remitimos al segundo Discurso donde Rousseau hace la reconstrucción hipotética
del proceso de paso del hombre como ser natural e independiente al individuo civilizado, an-
sioso, inseguro y progresivamente dependiente.
SOCIAL (fases)
– La «segunda revolución» [aparición propiedad], que se sitúa históricamente en el Neolíti-
co, lleva a una separación radical del hombre con su espacio-entorno: los hombres empiezan
a relacionarse y surgen las formas de organización. El aumento de las necesidades inaugura
el reino de la apariencia; así, el hombre se escinde luchando internamente entre su verdadera
naturaleza y sus nuevas necesidades ficticias; cada individuo, en competencia con los demás,
debe tenerlas o simularlas en una absoluta dependencia de la OP.
Aparece la ansiedad por agradar, la necesidad de acumular bienes y fama, la urgencia por
mostrar el propio valor. En este sentido, la opinión pública está formada por ciertos indivi-
duos: aquellos que juzgan precisamente en función del poder (traducido principalmente en
propiedad) que tienen.
“(...) la opinión primitivamente pública de la comunidad se transforma en opinión privada de
los poderosos que hacen valer sus criterios al conjunto de la sociedad (...) la colectividad (...)
se siente enajenada de su voluntad y juicio por la imposición de unos criterios que, no siendo
los suyos, pretende representarla (...) [Béjar: 196].
– Consecuentemente, aparecen la desigualdad y la guerra; el espacio se llena de relaciones
sociales y económicas cada vez más complejas (división del trabajo, explotación del espacio
natural, apropiación del excedente, propiedad privada, instauración de la ley, gobierno políti-
co) hasta que este proceso de degeneración culmina con la instauración de un contrato injus-
to. El autor extrae dos conclusiones principales (de esta exposición): por un lado, la cul-
tura propicia el desarrollo del hombre y a la vez lo degenera; por otro, la moralidad del
hombre natural ha sido reemplazada por la inmoralidad que representa vivir no para
sí, sino de cara a la OP.
Ante esta crítica sólo cabe una solución: Rousseau construye un modelo de sociedad ideal en
El contrato social, que supone la instauración del estado de naturaleza en el estado social, la
renaturalización de la historia por medio del artificio político.
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El contrato es una construcción teórica que tiene principalmente dos funciones: una dimen-
sión normativa, en tanto que «entre de la razón» que armoniza naturaleza y cultura, así como
un modelo útil para juzgar la perversión actual, y una dimensión liberadora, puesto que a tra-
vés de él la historia deja de ser sufrida para ser vivida como gozosa construcción común. Se
trata de que la colectividad cree una sociedad voluntariamente.
El contrato social es un tratado sobre la legitimidad del poder, planteado como algo volunta-
rio y libre, poder capaz de unir la seguridad, perdida en el espacio social cuando la vida se
convierte en una jungla de intereses en lucha, y la libertad, perdida en el espacio natural y ja-
más reencontrada.
En la nueva sociedad, el individuo vive enteramente para la política, convertida en moral y
práctica vital en la que todos participan, cediendo su vida privada por completo a la esfera
pública que les permite realizar su destino común. La cláusula fundamental de este con-
trato es la negación conjunta de la libertad de cada uno; la entrega incondicionada al
espacio público. “(...) la construcción de este sociedad perfecta, libre y voluntaria, cimenta-
da en el apoyo claro y unánime de la colectividad, en la «voluntad general», conjunto de
sujetos que han consentido en ser borrados para acceder al ámbito de la verdad y así sal-
var la historia del hombre, en un acto de suprema redención a través del Estado (...)” [Béjar:
197].
Existe una estrecha relación entre opinión, costumbres y ley: Rousseau insiste en la opinión
pública cuyo control por medio de la censura revierte en la purificación de las costum-
bres. Así, actuando sobre el juicio moral de los hombres (por medio de la manipulación del
pensamiento o de su mera contención), se purifican las costumbres (que se mantendrán fir-
mes si las leyes también lo son). A través de la censura, que actúa como correctivo de la opi-
nión, se fuerza a los individuos a desprivatizarse y convertirse de buen grado en «voluntad
general».
Por lo tanto, haciendo coincidir el pensamiento de cada individuo y su conducta con la vo-
luntad general [unanimidad de opiniones], éste debe rendirse al Estado. La OP es dominio
total del Estado y de sus aparatos ideológicos. “Rousseau define esta opinión pública como
el juicio de la masa sobre asuntos generales, del mismo modo que la voluntad general es la
acción conjunta de la colectividad” [Béjar: 199].
* Crítica hecha por Béjar: “(...) seguiremos la hipótesis de Habermas que «descubre» que la
opinión a la que Rousseau se refiere en El contrato social no tiene nada de pública, sino todo
lo contrario (...) cabe preguntarse: ¿Dónde queda este sujeto que ha entregado al ser público
su personalidad, su libertad, su moral y se ha tachado a sí mismo en aras de una comunidad
que siente como profundamente suya en tanto que conjunto de voces, dónde queda si su jui-
cio, su criterio, su sentir tampoco van a ser suyos? (...)” [Béjar: 198].
Se elimina la discusión pública. Se obvian las contradicciones.
La crítica es considerada como traición.
TOCQUEVILLE
El principal: las costumbres (entendidas como los hábitos del corazón, las diferentes nocio-
nes que poseen los hombres, las diversas opiniones que discurren entre ellos, es decir: todo
estado moral e intelectual de un pueblo). “Son, pues, particularmente, las costumbres las que
hacen a los americanos de los Estados Unidos únicos entre todos los americanos, capaces de
soportar el imperio de la democracia (...)” [Tocqueville: 143].
Las costumbres permiten el mantenimiento de las leyes y éstas, del régimen de gobierno. El
secreto está dado en que las instituciones democráticas son introducidas prudentemente en la
sociedad, mezclándose poco a poco con los hábitos y fundiéndose con las opiniones mismas
del pueblo; de esta manera, logran subsistir.
STUART MILL
“Sobre la libertad”
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El autor boga por la libertad individual, puesto que entiende que “(...) el libre desenvolvi-
miento de la individualidad es uno de los principios esenciales del bienestar” [Stuart Mill:
127]. Así, en las cosas que no conciernen a los demás debe ser afirmada la individualidad; ya
que donde la regla de conducta son las tradiciones o costumbres, falta uno de los principales
elementos de la felicidad humana y del progreso tanto individual como social.
El seguir las costumbres desarrolla caracteres ordinarios, sin práctica alguna en la facultad de
discernir, desear lo mejor, decidir, prever y determinar. No permite el ejercicio de las capa-
cidades propias y únicas de cada ser humano.
Stuart Mill considera que la sociedad actual [de su tiempo] sufre de la falta de impulsos y
preferencias personales; el espíritu se doblega a la conformidad; la singularidad de gusto o la
excentricidad de conducta se evitan como crímenes; no se tienen ideas ni sentimientos pro-
pios; en conclusión: no hay voluntad propia.
Los individuos están perdidos en la multitud. A través de la OP, la masa gobierna al mundo
ejerciendo una «tiranía de la opinión».
Frente a esto, “(...) es sólo el cultivo de la individualidad lo que produce, o puede producir,
seres humanos bien desarrollados (...)” [Stuart Mill: 136]; esto, a su vez, permitirá que cada
persona, al alcanzar un mayor valor de sí misma, es capaz de adquirir [y dar] un mayor valor
para los demás. Se da una mayor plenitud de vida en la propia existencia y cuando hay más
vida en las unidades, hay también más vida en la masa que se compone de ellas. Además,
una sociedad que estima la originalidad permite la aparición de hombres de genio: alientan
la libertad, la innovación; experimentan y dan lugar a un mejoramiento en las prácticas esta-
blecidas; introducen cosas buenas que antes no existían y además, dan vida a las ya existen-
tes.
En este tipo de sociedad DEBE PRIMAR LA INDEPENDENCIA DE LA ACCIÓN Y EL
MENOSPRECIO DE LA CONSTUMBRE.
Más individuales que los demás, tienen originalidad de pensamiento y acción.
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Es claro que Stuart Mill tiene una concepción negativa de la costumbre, ya que “es el
eterno obstáculo al desenvolvimiento humano”; está en contra del espíritu de progreso. Lle-
va a la sumisión, el acatamiento y la obediencia. Tiende a lo ordinario (circunstancias y ca-
racteres) que no permiten desarrollar el propio discernimiento, el autodominio, las potencia-
lidades. Doblega el espíritu (individual).
El despotismo de la costumbre se vale del régimen de opinión para anular la pluralidad, la di-
versidad de individuales y originar un “pueblo uniforme” regido por las mismas máximas,
reglas y pensamientos.
En este punto, su oposición con Tocqueville es clara ya que éste considera a las costum-
bres como un instrumento para frenar el avance tiránico de la mayoría en el sentido de adap-
tarla a los hábitos y leyes vigentes. Sin embargo, ambos coinciden en su caracterización de la
OP como elemento coactivo [control interno (temor) y externo]. Buscan la protección contra
la arbitrariedad de las mayorías.
Mientras Tocqueville centra su “preocupación” en un tono político-institucional, Stuart Mill
lo hace más a nivel social. LA OP ES MAYORITARIA; SE IMPONE Y ANULA LAS MI-
NORÍAS, LA OPOSICIÓN, LO DIFERENTE. Ejerce una «coacción moral» sobre estos
grupos.
DADER
Nöelle-Neumann utiliza una imagen biológica para referirse a la OP, calificándola de «piel
social», con las mismas funciones de protección hacia fuera y cohesión de todo lo interior
que tiene el tejido epidérmico en cualquier ser vivo: “Opinión pública, nuestra piel social (...)
de una parte significa que la opinión pública protege a nuestra sociedad como una piel,
manteniendo la unidad. De otra, afecta a los individuos particulares, que cuando sufren los
ataques de la opinión pública, sienten la sensibilidad de su piel social” [citado en Dader].
Esta concepción de OP, basada en un rasgo psicosocial supuestamente nuclear del com-
portamiento del hombre en sociedad, choca frontalmente con la «concepción crítica» e
idealista de Habermas. Para Nöelle-Neumann, la «opinión pública crítica» u opinión
racional sobre el bien común, surgida del debate democrático, no es más que una inven-
ción intelectual mientras que la poderosa fuerza de la «ley de la opinión o de la reputa-
ción» que condiciona a los individuos comunes es algo que puede ser observado todos
los días.
Desde este planteamiento, Nöelle-Neumann arremete contra la exclusiva dimensión po-
lítica de la OP.
“Confrontando las concepciones de Habermas y de Nöelle-Neumann merece la pena desta-
car algunos rasgos sintéticos de tal oposición. En el caso de Habermas la opinión pública se
Tal dinámica tiene asimismo algunos resortes de inversión de la tendencia, reconocidos por la autora, que permiten com-
prender el carácter cíclico de muchas modas y hábitos sociales.
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analiza prioritariamente en su vertiente y significación política, se concibe como un espacio
estructural – el Espacio Público –, donde pueden coexistir una opinión pública manipulada
y una opinión pública crítica y se expresa éticamente la necesidad de una «Opinión Públi-
ca» ideal o arquetípica, producto del debate racional y libre de todos los ciudadanos – que
constituyen el ámbito público –, para obtener una fundamentación filosófico-política del Es-
tado social o democracia social-liberal.
En el caso de Nöelle-Neumann la opinión pública se analiza prioritariamente en su vertiente
psicosociológica, aunque de tal vertiente también se hacen depender consecuencias políti-
cas prácticas (...) Se acepta la existencia de fenómenos de opinión diversos emparentados
con la opinión pública (clima de opinión, corrientes de opinión, etc) pero genuinamente se
restringe el término para identificarse con el control social anónimo de cuya existencia todo
particular tiene conciencia y acepta sus comportamientos. Por último plantea una actitud
resignada o realista que, por oposición al idealismo de denuncia de Habermas, niega la po-
sibilidad de una opinión pública racional y dialogante y se queda instalada en la contempla-
ción conservadora de este acrítico e irreflexivo control social anónimo” [Dader].
BLUMER
A partir de estos seis aspectos enumerados, Blumer se aboca al estudio de los sondeos de
opinión. Según entiende, el principal defecto de los sondeos reside en el procedimiento de
muestreo, el cual obliga a considerar al sociedad como una mera colección de individuos ais-
lados. A su vez, la OP es considerada como una distribución cuantitativa de opiniones indivi-
duales. El autor es claro al afirmar que “ni las muestras ni las respuestas de quienes figuren
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incluidos en aquéllas [a través de] los datos convencionales sobre la edad, sexo, ocupación,
status económico o de clase, conocimientos, etc [permiten revelar] una posición funcional
significativa en la formación de la opinión pública sobre el asunto en cuestión” [Blumer:
156].
En suma, (casi) nada se sabe del individuo que figura en la muestra, en cuanto a la significa -
ción que su personalidad o su criterio: no se sabe qué papel desempeña en la formación de la
OP, ni tampoco qué influencia (si es que influye de alguna manera) ejerce el razonamiento
que ha expresado. Esto es así porque, en realidad “(...) la formación y expresión de la opi-
nión pública efectiva no constituye la acción de una población de individuos aislados y
revestidos de idéntica influencia, sino que es función de una sociedad estructurada y di-
ferenciada constituida por una red de grupos y personas de diversos tipos de peso espe-
cífico e influencia, que ocupan posiciones estratégicas diferentes” [Blumer: 158].
La OP es la opinión que impacta en aquellos que toman decisiones para dar respuesta.
Se construye a través de grupos que interactúan (simbólicamente) y buscan influir.
La influencia se ejerce a través de los canales societales establecidos: los medios de comuni-
cación. Para cada tema, habrá una OP distinta puesto que cada grupo simbólico tiene intere-
ses y funciones distintos, buscando influenciar sólo en estos temas (que son los de su incum-
bencia). Los sondeos de opinión no reflejan la composición social.
HABERMAS
Hay que poder medir empíricamente a las opiniones según el grado de publicidad.
En el modelo construido, pueden contraponerse dos ámbitos de comunicación políticamente
relevantes: por un lado, el sistema de opiniones informales, personales, no públicas; por el
otro, el de las opiniones formales, institucionalizadas. Las opiniones informales se diferen-
cian según el grado de su obligatoriedad: en el plano más bajo de ese ámbito de comunica-
ción son verbalizadas las evidencias culturales; en un segundo plano son verbalizadas las ex-
periencias básicas de la propia biografía; en un tercer plano, las evidencias de la cultura in-
dustrial.
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Las opiniones formales están oficial u oficiosamente autorizadas en calidad de comunicados,
notificaciones, declaraciones, discursos, etc. De ahí que se trate primordialmente de opinio-
nes que circulan, en un plano que escapa a la masa de la población, entre círculos relativa-
mente reducidos de la gran prensa política, de la publicística raciocinante, en general, y de
los órganos consultivos, influyentes y decisorios con competencias políticas o políticamente
relevantes (gobierno, comisiones gubernamentales, entidades administrativas, comités parla-
mentarios, direcciones de partidos, etc).
Existe entre ambos ámbitos una conexión constante de los medios de comunicación de ma-
sas.
“(...) una opinión pública en el sentido estricto de la palabra sólo puede producirse en la me-
dida en que los dos ámbitos comunicativos sean mediados por el ámbito de la notoriedad pú-
blica crítica. Una tal mediación sólo es hoy posible, evidentemente, en una magnitud socio-
lógicamente relevante, por la vía de la participación de las personas privadas en una proceso
de comunicación formal conducido a través de la publicidad interna de las organizaciones”
[Habermas: 272].
En la medida en que esas organizaciones se doten de publicidad interna en todos los niveles,
existirá la posibilidad de que se establezca una correspondencia recíproca entre las opiniones
políticas de las personas privadas y aquella opinión casi pública. En la medida en que de nin-
gún modo «se da» la opinión pública como tal, sólo puede definirse comparativamente [com-
paración con el ideal].
La opinión será (verdaderamente) pública en tanto esté expandida por los medios de co-
municación de masas, entre las organizaciones sociales y las institucionales estatales. Se de-
duce que el autor define «publicístico [público]» en base a su grado de difusión. Cuanta ma-
yor difusión tenga la OP, más «pública». Y aquí Habermas está pensando en un debato sobre
cuestiones políticamente relevantes donde participe la ciudadanía a pleno y permite arribar al
consenso.
La idea de Habermas es contrastar permanentemente la situación real con lo que debería ser
[método comparativo]. En este sentido, utiliza la noción de OP como crítica a las democra-
cias liberales.
NÖELLE NEUMANN
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El individuo no vive sólo en su espacio interior; su vida también está vuelta hacia fuera, ha-
cia la colectividad. Entonces, ¿qué es eso que «expone» continuamente al individuo y le exi-
ge que atienda a la dimensión social de su medio? Es el miedo al aislamiento, a la mala
fama, a la impopularidad; es la necesidad de consenso. Esto hace que la persona desee pres-
tar atención al entorno y se vuelva así consciente del «ojo público». Los individuo siempre
saben si están expuesta a u ocultos de la visión pública, y se comportan en consecuencia.
La autora, a partir de este planteo, destaca la existencia de un individuo temeroso de la opi-
nión de sus iguales.
Con estos tres elementos, se construye una definición operativa de la OP: “ (...) opiniones
sobre temas controvertidos que pueden expresarse en público sin aislarse” [Nöelle-Neu-
mann: 88]. Y luego agrega [para completar la definición]: “(...) en el terreno de las tradicio-
nes, la moral y, sobre todo, las normas consolidadas, las opiniones y comportamientos de la
opinión pública son opiniones y comportamientos que hay que expresar o adoptar si uno no
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quiere aislarse. El orden vigente es mantenido, por una parte, por el miedo individual al ais-
lamiento; por la otra, por la exigencia pública, que tiene el peso de la sentencia de un tribu-
nal, de que nos amoldemos a las opiniones y a los comportamientos establecidos”.
> La autora retoma a John Locke y su «ley de la virtud y el vicio» (también llamada: de la
opinión o la reputación o de la moda); se remite al mismo Locke para exponer su significa-
do: “(...) Para comprenderla correctamente hay que tener en cuenta que, cuando los hombres
se unen en sociedades políticas, aunque entreguen a lo público la disposición sobre toda su
fuerza, de modo que no puedan emplearla contra ningún conciudadano más allá de lo que
permita la ley de su país, conservan sin embargo el poder de pensar bien o mal, de aprobar o
censurar las acciones de los que viven y tienen trato con ellos”. La conclusión, a la que esta
cita permite arribar, es clave: el tribunal de la OP obliga a los hombres a amoldarse por
miedo al aislamiento.
Nöelle-Neumann destaca además, la insistencia de Locke en conceptos como «reputación»,
es decir, conceptos psicosociológicos que muestran la completa dependencia de los seres
humanos respecto al medio social, a los muchos, a los otros.
A partir de experimentos realizados para comprobar cómo funciona la amenaza del aisla-
miento, Nöelle-Neumann explica que “(...) en cuanto las personas dejan de estar solas (...) se
transforman debido a la conciencia de que los otros se están formando una opinión sobre
ellas (...)”. Así, hay una especie de control personal interno que filtra el comportamiento an-
tes de realizarse el control social: el mero pensamiento de lo desagradable que puede ser una
situación hace que el individuo corrija sus comportamientos divergentes del consenso públi-
co antes de que la colectividad ejerza el control social exterior.
¿Existe realmente el sentido cuasiestadístico tal como lo describe la teoría de la opinión pú-
blica? ¿Puede la gente percibir el clima de opinión? La disposición a realizar una estimación
es un indicio de que la gente intenta continuamente evaluar la fuerza de las opiniones contra-
puestas sobre un tema determinado.
Pero con frecuencia las estimaciones son incorrectas. A menudo se sobrevaloran las opinio-
nes apoyadas por los medios de comunicación influyentes. Este fenómeno es lo que suele lla-
marse actualmente «ignorancia pluralista». La autora sigue a otros pensadores [como All-
port] para explicar que “(...) el individuo sólo tiene tres maneras de realizar deducciones so-
bre las opiniones y puntos de vista predominantes entre la población: la prensa, el rumor y la
«proyección social». El concepto de «proyección social» es en realidad idéntico al de «per-
cepción especular» (looking glass perception), término introducido posteriormente para ex-
plicar la «ignorancia pluralista» (...) y oponerse a la idea de un sentido cuasiestadístico (...)”.
Nöelle-Neumann destaca la existencia de grupos que “no temen al aislamiento”. Los que
pertenecen a la vanguardia están comprometidos con el futuro y por ello se encuentran
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necesariamente aislados; pero su convicción de que se hallan por delante de su época
les permite soportarlo. El «núcleo duro» sigue comprometido con el pasado, conserva
los valores antiguos mientras sufre el aislamiento presente. Es decir, estos grupos “no te-
men al aislamiento” puesto que según, se aferran a sus convicciones y opiniones, ya se en-
cuentran aislados.
¿Cómo se transforma la suma de opiniones individuales, tal como las define la investigación
de la opinión pública, en el tremendo poder político conocido como «opinión pública»? La
causa de la transformación de la suma de las opiniones individuales en esa OP es la continua
interacción entre las personas debida a su naturaleza social. La amenaza al aislamiento, el
miedo al aislamiento, la continua observación del clima de opinión y la evaluación de la
fuerza o de la debilidad relativas de los diferentes puntos de vista determina si la gente ex-
presa sus opiniones o permanece callada.
La autora define a la OP como la opinión dominante que impone una postura y una conducta
de sumisión, a la vez que amenaza con aislamiento al individuo rebelde y, al político, con
una pérdida de apoyo popular. Por esto, el papel de activo de iniciador de un proceso de la
opinión queda reservado para cualquiera que pueda resistir a la amenaza de aislamiento.
> Rol de los medios de comunicación: difunden determinadas opiniones, haciéndolas accesi-
bles para todos y permitiendo que se vuelvan mayoritarias; esto alienta la amenaza al aisla-
miento. “(...) las opiniones que se hacen públicas (...) se hacen públicas en los medios de co-
municación de masas” [Nöelle-Neumann: 88]. Podría decirse que impulsan a obrar a los in-
dividuos, incluso contra su voluntad a fin de no ser apartados socialmente.
Retomando el concepto lockeano de “ley de moda”, los medios de masas difunden estas con-
cepciones que marcan aquello considerado como agradable o desagradable, como bueno o
malo; la mayoría de la gente las utiliza como guía para mantener su buena reputación frente
a los demás, olvidando las leyes de Dios o del juez.
> Críticas:
– prescinde de aspectos normativos: es una teoría realista, del “como es” ≠ debe ser.
– trabaja únicamente sobre los aspectos psicosociales
– toma al individuo como unidad de análisis: es difícil vincular la OP con la opinión indivi-
dual. Nöelle-Neumann “salva” esta crítica a partir del argumento de que sus experimentos
preguntan sobre «¿qué cree ud. que piensan los demás sobre...?».
SARTORI
Respecto a la teoría de la democracia hay que distinguir claramente al menos tres posibles
objetos compartibles [objetos de consenso]:
a) valores fundamentales (tales como la libertad y la igualdad), que estructuran el siste-
ma de creencias;
b) reglas de juego, o procedimientos;
c) gobiernos y políticas gubernamentales específicas.
El primer objeto o nivel de consenso – identificado como consenso básico – señala si una so-
ciedad determinada comparte en su totalidad los mismos valores y fines valorativos. Un con-
senso sobre los valores fundamentales es una condición que facilita la democracia, pero no
es una condición necesaria de la misma.
El segundo objeto o nivel de consenso puede denominarse consenso procedimental, en cuan-
to establece las llamadas reglas de juego. Estas son numerosas, pero existe una de extraordi-
naria importancia: la regla que determina cómo deben resolverse los conflictos. Si una socie-
dad política no comparte una norma de resolución de conflictos, entrará en pugna en cada
conflicto, y esto es la guerra civil. En una democracia, esta regla es la regla de la mayoría. El
consenso procedimental, y concretamente el consenso sobre la regla de solución de los con-
flictos, es la condición sine qua non de la democracia. En consecuencia, es adecuado hablar
del consenso procedimental como consenso relacionado con el régimen. Si no acepta el prin-
cipio de mayoría, o al menos se le presta conformidad, lo que no se acepta es la democracia
como régimen. El desacuerdo en el ámbito de esas reglas es lo que la democracia protege y
fomenta.
Es, pues, el tercer objeto o nivel de consenso – sobre la acción política y los gobiernos – el
que trae a colación el consenso como disenso y apoya la opinión sostenida por Barker de que
«la base y la esencia de la democracia» es «el gobierno mediante la discusión». Este es el
contexto en el que la discrepancia, el disenso y la oposición surgen como elementos caracte-
rizadores de la democracia.
Por último, el modelo de identificación con grupos de referencia. En este caso, las opinio-
nes de los individuos derivan, en gran parte, de las identificaciones con una variedad de gru-
pos concretos y / o grupos de referencia: la familia, grupos de compañeros, de trabajo, reli-
giosos, étnicos, identificaciones partidistas y de clase. Dichas identificaciones tienen poco
que ver con el hecho de estar informado y adquirir información. En efecto, las opiniones no
dimanan de una exposición a la información; se trata de individuos que tienen opiniones sin
información, y opiniones que verdaderamente pueden oponerse abiertamente a la evidencia
suministrada por la información.
> Autonomía de la OP
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Se trata de un opinión que, hasta cierto punto, el público se ha formado por sí mismo. Es una
opinión del público, en la que el público es el sujeto.
Las condiciones que permiten una OP relativamente autónoma pueden resumirse en dos: a)
un sistema educativo que no sea un sistema de adoctrinamiento; y b) una estructura global de
centros de influencia e información plural y diversa.
Una OP libre deriva de y se apoya en una estructura policéntrica de los medios de comuni-
cación y el interjuego competitivo de éstos. Nótese que el razonamiento no asume que una
estructura competitiva y policéntrica de los medios se dirija a audiencias capaces de compa-
rar las diversas fuentes y de decidir en consecuencia. Una multiplicidad de persuasores refle-
ja en sí misma una pluralidad de públicos; lo que, a su vez, se traduce en una sociedad plura-
lista. Por otro lado, la autonomía de la OP supone condiciones del tipo mercado; un sistema
de información del tipo mercado es un sistema autocontrolable y alerta, pues cada canal está
expuesto a la vigilancia de los otros.
Para entender este punto, es pertinente aclarar que Sartori está definiendo un modelo de
democracia liberal, electoral y representativa. Claramente, la democracia supone un pueblo
que no gobierna, pero elige representantes que lo gobiernen. El momento de la elección se
plantea como el momento en que el pueblo se encuentra en función de gobernante y ejerce
un control directo sobre los líderes políticos. De allí, la importancia que para Sartori revisten
las elecciones como registro de preferencias y opiniones de los votantes. Son el mecanismo
para constatar el consenso sobre los problemas de interés público.
En una línea similar a la de Habermas, Sartori distingue claramente esfera pública y esfera
privada. La «cosa pública», «lo público» es el objeto de la OP. Los ciudadanos se forman
opiniones sobre los asuntos de gobierno y temáticas que refieren al estado de esta «cosa pú-
blica», dejando fuera las cuestiones privadas [≠ Nöelle-Neumann].