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Unidad 1 / Escenario 2

Lectura fundamental

Opinión pública, medios y democracia

Contenido

1 ¿Qué es la opinión pública?

2 Opinión pública, democracia y libertad de expresión

3 Los medios de comunicación como escenario de lo público en el siglo XX

4 Consideraciones finales

Palabras clave: democracia, libertad de expresión, espacio público, lo público, lo privado.


1. ¿Qué es la opinión pública?
La definición del concepto opinión pública encuentra distintos caminos, los cuales están consolidados
desde las ciencias y las disciplinas que lo abordan. Para profundizar en ello es necesario partir de la
comprensión básica de los dos conceptos que lo componen. Encontramos que la opinión es definida
por la Real Academia de la Lengua Española (2001) como un dictamen o juicio que se forma de
algo cuestionable. Desde la filosofía, se entiende que fue Platón quien bautizó a una forma de
conocimiento empírico, que fue consolidado desde la percepción como doxa; es decir, opinión. Con
tal palabra se refería al mundo sensible (material y corporal) de las mujeres y los hombres. La "opinión"
o "doxa" es el título que da el filósofo a una de las formas de conocimiento que él califica de inferior.
Este conocimiento se fundamenta en la percepción, se refiere al mundo sensible. “La opinión se divide
a su vez en dos tipos de conocimiento: la conjetura, que es el conocimiento que tenemos de las
cosas cuando vemos sus sombras o reflejos, y las creencias, que es el conocimiento que tenemos de
las cosas cuando las percibimos directamente y nos formamos un juicio de ellas” (Platón - Filosofía
Griega - Opinión, s.f.).

De otro lado, lo público lo presenta la Real Academia Española de la Lengua (2001) como lo notorio,
patente, manifiesto, visto o sabido por todos. De manera más exacta, la profesora y filósofa Nora
Robotnikof, de la Universidad Nacional Autónoma de México, explica lo que ella ha denominado
los tres sentidos básicos asociados con lo público, a partir de la distinción entre la esfera privada y la
pública:

En primer lugar, el criterio para el trazado de la distinción es la referencia al colectivo o a la dimensión


individual. Así, público alude a lo que es de interés o utilidad común a todos, lo que atañe al colectivo,
lo que concierne a la comunidad, en oposición a lo privado, entendido como aquello que refiere a la
utilidad e interés individuales. De allí también que, en algunas definiciones, el término público aparezca
como lo "perteneciente o concerniente a todo un pueblo" y por tanto, su referencia a la autoridad
colectiva, al Estado. (…) El segundo criterio refiere a la visibilidad frente al ocultamiento, a lo que es
ostensible y manifiesto frente a lo secreto. Público designa aquí lo que es visible y se despliega a la luz
del día en oposición a lo privado, entendido como aquello que se sustrae a la mirada, a la comunicación
y al examen (…) El tercer criterio es el de la apertura-clausura. En este caso, público designa lo que es
accesible, abierto a todos, en oposición a lo privado, entendido como lo que se sustrae a la disposición
de los otros. Este tercer criterio no siempre es explícito, ya que en ocasiones aparece como una
derivación del primero, aunque para algunas reconstrucciones, este parece ser el significado original de
la distinción (1997, p.4).

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En ese orden se establece que en el transcurso del siglo XIX y del siglo XX, lo público incluye a todas
las organizaciones estatales y comprende las instituciones que componen las fuerzas armadas de un
gobierno. Lo privado encierra la propiedad privada de organizaciones económicas y las relaciones
personales y familiares establecidas de manera informal o formal. Entre estas dos esferas, John
Thompson señala organizaciones que no son propiedad del Estado ni tampoco propiedad privada, se
refiere a partidos políticos, asociaciones de sectores económicos o culturales, grupos de presión y
organizaciones económicas de tipo cooperativo.

La Real Academia de la Lengua Española plantea que la unión de los términos la opinión y lo público
da por resultado la siguiente definición: “sentir o estimación en que coincide la generalidad de las
personas acerca de asuntos determinados”. Pero en vista de que se trata de un término estudiado
desde múltiples escenarios académicos, es necesario reconocer lo que nos plantean diferentes
autores a lo largo del siglo XX, esto se resume en la tabla 1.

Tabla 1. Definiciones del concepto opinión pública.

Autor Disciplina Definición de opinión pública


Opinión pública es el conglomerado de puntos de vista, deseos y propósitos
Ferdinand Tönnies Sociólogo diversos y contradictorios. Potencia unitaria, expresión de la voluntad común
(1902).

Las imágenes que se hallan dentro de las cabezas (...) de los seres humanos, las
Walter Lippmann Periodismo imágenes de sí mismos, de los demás, de sus necesidades, propósitos y relaciones
son sus opiniones públicas (1922).

La opinión pública se constituye desde las opiniones sobre cuestiones de interés


Política y para la nación, las cuales son expresadas libre y públicamente por gentes ajenas
Hans Speier
sociología al gobierno, que pretenden tener el derecho de que sus opiniones influyan o
determinen las acciones, el personal o la estructura de su gobierno (1950).
Opinión pública significa cosas distintas según se contemple, como una instancia
crítica en relación con la notoriedad normativa pública, ‘representativa’ o
Jürgen Habermas Filosofía
manipulativamente divulgada, de personas e instituciones, de bienes de consumo y
de programa (1962).

La opinión pública es un público, o multiplicidad de públicos, cuyos difusos estados


Giovanni Sartori Política mentales (de opinión) se interrelacionan con corrientes de información referentes
al estado de la Rēs pūblica (cosa pública) (1988).

Si la opinión pública es el resultado de la interacción entre los individuos y su entorno


social (…), para no encontrarse aislado, un individuo puede renunciar a su propio
Elisabeth Política juicio. Esta es una condición de la vida en una sociedad humana; si fuera de otra
manera, la integración sería imposible. Ese temor al aislamiento (no solo el temor que
Noelle-Neumann psicosocial tiene el individuo de que lo aparten, sino también la duda sobre su propia capacidad
de juicio) forma parte integrante de todos los procesos de opinión pública. (…) hay un
vínculo estrecho entre los conceptos de opinión pública, sanción y castigo (1995).

Fuente: elaboración propia. Modificada de Noëlle, (1995)

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A pesar de las diferencias que se pueden encontrar entre los autores, también hay puntos de
encuentro que nos llevan a aclarar el concepto: opinión pública es el conjunto de ideas que se
consolidan en la sociedad sobre los temas que afectan a todos o a la mayoría; es la posibilidad de
discutir con otros eso que los involucra como ciudadanos y que, de manera simultánea, les permite
ser ciudadanos. La opinión pública que se construye a partir del acuerdo y el disenso, termina por
imponer una decisión y tiene la posibilidad de ejecutar una acción. No obstante, también puede crear
marginalidad de aquellos que sienten temor de contradecir las posiciones de la mayoría.

2. Opinión pública, democracia y libertad de expresión


Lo anterior lleva a plantear que el trasfondo de la opinión pública, desde la historia del fenómeno y a
la luz de las distintas definiciones del concepto, es la democracia. Solo en los Estados democráticos
se reconoce y valora la opinión pública. De hecho, algunos estudiosos plantean que en los Estados
antidemocráticos no es posible hablar de opinión pública. La discusión se abre para quienes alegan
que la opinión pública siempre existe, a pesar de la invalidez que le den los gobiernos, porque
constantemente la gente construye ideas sobre aquello que acontece. No obstante, la base de la
opinión pública está en la democracia, la libertad de expresión y el derecho a la información. Una
opinión secreta, que no puede ser discutida con otros en escenarios públicos (la calle, la plaza, el
café) ni que puede ser manifestada a los grupos hegemónico, incluso porque estos esconden datos
relevantes, sí puede considerarse opinión, pero no pública.

La opinión pública es la expresión más o menos articulada de grupos específicos de la sociedad, con
respecto a un suceso o conjunto de acontecimientos que afectan de alguna manera sus intereses. En
general, se percibe como un fenómeno contradictorio, confuso y transitorio, sobre todo en su etapa de
formación, cuando se alimenta principalmente del rumor. Sin embargo, cuando las tensiones sociales no
encuentran salidas mediante el consenso, diversos actores y grupos se van sumando paulatinamente a
las corrientes de opinión y construyen tendencias más visibles o identificables. En su etapa de madurez,
la expresión pública puede radicalizarse, lo que induce a los ciudadanos a definir posiciones y estrategias
de acción (Vizcarra, 2007, p.60).

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En consecuencia, la opinión pública es un elemento inherente al concepto de ciudadanía, a partir del
cual se categoriza, desde la Modernidad, a mujeres y hombres como sujetos políticos, con derechos.
Desde el siglo XVIII, cuando los Ilustrados plantearon la razón como centro de la vida de hombres
y mujeres, se constituye la idea de un ciudadano capaz de pensar y elegir a sus gobernantes; así
mismo, capaz de cuestionar, vigilar y actuar frente a lo que los elegidos hacen con los intereses
públicos. En suma, es un sujeto que participa en la democracia. El sujeto es actor, tiene la capacidad
de autodeterminarse y de participar en la configuración de la sociedad mediante el acuerdo que se
construye en la esfera de la opinión pública. En esta perspectiva Heidegger aseguró que “lo decisivo
no es que el hombre se haya liberado de las anteriores ataduras para encontrarse así mismo: lo
importante es que la esencia del hombre se transforma desde el momento en que el hombre se
convierte en sujeto” (1995, p.87). Esta conversión viene de la mano de la razón, único instrumento
mediante el cual el hombre se autodetermina.

Bajo esta idea Habermas planteó la necesidad de una opinión pública ilustrada, es decir, intelectual.
Las personas podrían exponer su subjetividad desde argumentos sólidos, en espacios como los cafés
y los salones, en los que se pasó de la discusión literaria a la discusión política gracias, entre otras
cosas, al desarrollo de la prensa y a la visibilidad que desde ella se le exigió a quienes gobernaban en
condiciones democráticas. Esto permite entrever que la opinión pública del siglo XVIII y XIX estaba
conformada, en la base, por quienes sabían leer y escribir. El profesor Fernando Vizcarra señala al
respecto:

En los últimos cinco siglos, diversas tendencias y acontecimientos han determinado el desarrollo de la
opinión pública en el contexto conformador de las democracias modernas. Nos referimos, en esencia,
a la introducción de un conjunto de nuevos paradigmas en el horizonte cultural de Occidente, que
transformaron la noción misma del individuo y su relación con el entorno. Entre los más importantes,
podemos mencionar la aparición de la imprenta y la consecuente socialización de la lectura y la escritura
(2005, p.58).

Hasta este momento se puede concluir que la opinión pública es un elemento inherente a la
democracia moderna, lo que implica entender la opinión pública como la discusión (que debería
tornarse intelectual) entre sujetos capaces de llegar, desde el debate, a un consenso sobre aquello que
es común, que los afecta a todos. A partir de esto, lo ideal es que la situación sea aceptada y aplaudida
por los gobernantes que, elegidos por los ciudadanos, dirigen sin perder de vista las posiciones de
la opinión pública; y viceversa, la gente no pierde de vista las decisiones y acciones de los elegidos

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para poder intervenir desde sus posiciones de ciudadanos activos en aras del progreso de todos. Por
consiguiente, no puede pensarse la participación política del pueblo si este no está conformado por
sujetos críticos, capaces de alcanzar el progreso desde fundamentadas acciones; esto implica pensar
la democracia no solo en términos de discusión sino en términos de creación.

Dominique Wolton expone, en su libro Pensar la comunicación, que la batalla por la democracia se
resume en lograr que los gobiernos y la gente reconociera el vínculo entre expresión, comunicación y
acción (2007, p.392). Por ello, no se puede hablar de política democrática si no existe la posibilidad
de expresar las opiniones en el ejercicio de la comunicación entre ciudadanos. En consecuencia,
reconoce cuatro problemáticas que se gestan en el centro de la triada, veamos:

• La libertad de expresión permite la circulación de un incontable número de opiniones. Pero


no todas responden a la opinión ilustrada. La libertad favorece más la expresión, que la opinión
razonada del siglo XIII, lo que obliga a la comunicación política a tener que tratar cada vez más
con corrientes de opiniones de valores diferentes.

• Frente a lo que se hace público hay que reconocer, en primer lugar, que no siempre es lo más
importante o interesante; es decir, lo importante no siempre es conocido. Esto implica pensar,
en segundo lugar, que el número creciente de medios no implica un número importante de
opiniones debatidas.

• En la sociedad actual hay que plantearse la pregunta: si todo el mundo se expresa ¿a quién
escuchar? Esto conlleva al problema del experto (tan usado en los medios de comunicación
actuales) que termina excluyendo a un amplio número de ciudadanos.

• La información es la condición de la acción a través de la cual el ciudadano comprende el


mundo, opina sobre él y, en consecuencia, actúa. Por ello, la libertad de información es la
condición del estatus del ciudadano. El problema radica en que cada día crece la brecha entre
información y acción.

Lo anterior evidencia el profundo debilitamiento en el que entra la opinión pública idealizada por
los liberales del siglo XVIII. Para autores como Habermas, a partir de la mitad del siglo XX cuando
los medios masivos de comunicación se posesionan como el nuevo espacio de lo público, la opinión
pública entra en crisis.

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3. Los medios de comunicación como escenario de lo público en el siglo
XX
Cuando se habla de opinión pública no puede desconocerse un concepto inherente a su desarrollo
social y teórico, se trata del espacio público (muchos autores también lo nombran como esfera
pública).

Habermas tomó el concepto de Kant, quien probablemente sea su autor, y popularizó su utilización en
el análisis político desde la década del setenta. La definió como la esfera intermediaria que se constituyó
históricamente en la época de la Ilustración entre la sociedad civil y el Estado. Es el lugar accesible a
todos los ciudadanos donde un público se reúne para formular una opinión pública. (Wolton, 2007,
p.392).

Es importante aclarar que ese espacio puede ser físico, como las plazas públicas, que en nuestro
país se conocen como Plaza Simón Bolívar. También constituyen ese espacio los lugares en los que
se toman decisiones políticas que afectan a la mayoría; no obstante, hoy están restringidas para las
personas del común en algunas ocasiones, tal como ocurre con el Congreso de la República. Lo
importante es reconocer que en ellas se llevan a cabo manifestaciones, posesiones presidenciales,
tomas de la ciudadanía exigiendo derechos o respaldando decisiones gubernamentales, entre otras
cosas. Era en esas plazas públicas donde antaño los políticos se reunían para transmitir sus discursos;
y sus seguidores y detractores debatían sobre las propuestas. Por lo tanto, plantean los teórico que el
espacio público es la matriz del espacio político moderno.

En la actualidad, los medios de comunicación de masas son el escenario de lo público. La casi


interacción mediática, como Jhon Thompson llama la relación de los medios masivos con la sociedad,
ha visibilizado todos los hechos y personajes que conforman la esfera pública; esfera que antes del
desarrollo de la imprenta estaba limitada a ocasiones especiales en espacios determinados, en los
que la gente asistía para ver y escuchar a sus gobernantes (reyes o emperadores) o para presenciar
actos políticos o jurídicos que eran de carácter abierto. Se trataba de encuentros cara a cara y, por lo
tanto, aquellos que no podían asistir por su condición –por ejemplo, las mujeres y esclavos en la Edad
Media– quedaban marginados de lo público.

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Para Thompson es necesario hablar de propiedad pública mediática y lo relaciona con la televisión.
Él argumenta que este medio permite a los receptores ver y escuchar simultáneamente hechos que
antes era imposible presenciar. Sin embargo, muestra con antelación que dicha propiedad se inició
con el advenimiento de la imprenta, porque la herramienta produjo un público (sin lugar) que se
enteraba de lo que sucedía en determinados espacios sin necesidad de estar presente. Bastaba leer o
escuchar lo que leían quienes sabían hacerlo para estar informado y a partir de ello empezar a debatir
lo público.

Sin embargo, con el advenimiento de la televisión, los gobernantes ya no ven a todos aquellos a
quienes gobiernan; no obstante, todos los gobernados sí ven a quienes los dirigen. Por esta razón,
Thompson refuta la figura del panóptico planteada por Michel Foucault en Vigilar y Castigar, en tanto
plantea lo contrario; es decir, que unos pocos vigilan a muchos desde un punto estratégico. Claro está
que con la televisión resulta limitante el campo de visión que tiene el receptor, debido a que no puede
captar todo lo que sí podría ver en el encuentro cara a cara, ni siquiera puede ver a otros que miran lo
mismo que él. Es decir, el panorama óptico depende de los productores, de los planos que se decidan
desde la dirección del producto audiovisual. Por lo tanto, el encuentro en el espacio físico ya no es
necesario porque las personas ubicadas en diferentes lugares pueden asistir a hechos que suceden
en escenarios lejanos, solamente con presionar un botón. Lo mismo podría decirse de la radio, en
términos auditivos.

Lo cierto es que quienes ejercen el poder, al saberse visibilizados por millones de personas que los
siguen a través de la televisión, la radio y la prensa, se han preocupado por construir su imagen y por
controlar su autopresentación en los medios, sobre todo frente a los medios audiovisuales. Se trata,
como señala Thompson, de una visibilidad compulsiva, porque la presencia del yo frente a otros no
se vuelve opción, sino un imperativo para los líderes políticos. No obstante, la visibilidad mediática es
una espada de doble filo, porque si bien sirve a los gobernantes para ser reconocidos, también les trae
conflictos que destruyen la imagen creada. Thompson (1998) presenta cuatro de estos conflictos:
indiscreción y arrebatos del político, el tiro por la culata cuando un efecto esperado produce justo
el contrario, la filtración de información secreta y el escándalo que se genera por la filtración de la
información señalada.

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4. Consideraciones finales
En este marco, la colonización de los medios masivos de comunicación en la mayoría de hogares trajo
la sensación, a algunos teóricos, de que estos instrumentos servirían a los sujetos para la consolidación
de un fuerte proyecto político, en el que todos los hombres y mujeres podrían ejercer control y
vigilancia sobre el Estado (construir opinión pública). Sin embargo, en la actualidad, y contra lo que
muchos piensan, la vigilancia que la sociedad ha mantenido sobre sus gobernantes se ha ejercido
pasivamente, incluso acríticamente desde el frente del televisor, al lado de la radio, desde el lugar en el
que se lee la prensa y desde el punto en el que se conecta a la red.

Lo anterior implica reconocer que si bien en la sociedad de la información (como se le llama a la


época en la que vivimos) se generan cantidades incalculables de datos sobre un hecho, no por ello la
reacción política de la ciudadanía se hace más fuerte. Cosas simples sirven de ejemplo: en la capital
de Colombia muchos sectores suelen quejarse de los altos costos que tienen los servicios públicos,
la gasolina y los alimentos; también se oye en las conversaciones cotidianas inconformidades sobre
decisiones del Gobierno. Pero en muy pocas oportunidades aparecen en los medios las contundentes
movilizaciones de la opinión pública para manifestar los desacuerdos y tratar de llegar a acuerdos que
favorezcan a la mayoría. Las acciones se reducen a urnas virtuales, en las que los receptores colocan
su pensamiento que, de entrada, está limitado por las posibilidades de respuesta que esta herramienta
posee: sí, no, ninguna de las anteriores. Aquí, entonces, el sujeto moderno empieza a desconfigurar su
sentido y por ende la opinión pública se desdibuja y la democracia se banaliza.

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Referencias
Heidegger, M. (1995). Caminos de bosque. Madrid: Alianza Editorial.

Noelle, E. (2003). La espiral del silencio: opinión pública, nuestra piel social. Barcelona: Paidós.

Observatorio de Medios de Comunicación - políticas - Estudios de Escuela de Ciencias de la


Comunicación - Universidad Sergio Arboleda Colombia. (s.f.). Recuperado el 24 de abril de 2017 de
http://190.85.246.40/comunicacion/observatorio-medios-politicas.htm

Rabotnikof, N. e Instituto Federal Electoral (México). (1997). El espacio público y la democracia


moderna. México: Ife.

Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española (22.a ed.). Madrid: Espasa.

Vizcarra, F. (2005). Opinión pública, medios y globalización. Un retorno a los conceptos. Universidad
Autónoma de Baja California Mexicali, México. Culturales, 1(1), 57-73.

Wolton, D. (2007). Pensar la comunicación: punto de vista para periodistas y políticos. Buenos Aires:
Prometeo Libros.

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INFORMACIÓN TÉCNICA

Módulo: Opinión pública


Unidad 1: Definición de opinión pública
Escenario 2: Opinión pública, medios y democracia

Autor: Juliana Castellanos Díaz

Asesor Pedagógico: Luisa Esperanza Rincón Jiménez


Diseñador Gráfico: Carlos Montoya
Asistente: Laura Andrea Delgado

Este material pertenece al Politécnico Grancolombiano.


Prohibida su reproducción total o parcial.

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