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} Freud

El llamado de Freud nos invita a hacer de la muerte algo


propio de la realidad de la vida, en lugar de sofocarla en el
inconsciente cono hemos hecho hasta ahora. Cree que esta
presencia viva de la muerte hará del hecho de vivir algo más
soportable. Porque, y no hay que entenderlo en un sentido
moral, el deber de todo ser vivo es soportar la vida. Es decir
el instinto de preservar  la vida es lo que nos lleva a
sostenerla, a seguir vivos
Obviamente, no me resulta tan claro que el hecho de tener
presente el binomio vida-muerte lleve necesariamente a una
mayor voluntad de conservarla, ya que interfieren múltiples
elementos en las ganas de vivir que el hecho de asumir que
moriremos. Pero lo que sí, entiendo como Freud, es que la
muerte y en especial algunos tipos de muerte siguen siendo
un tabú social, porque no todos son aceptados y algunos son
enjuiciados moralmente como una huida propia de cobardes.
Así se conciben, a menudo, el suicidio y al eutanasia, tan
presentes hoy en esta sociedad que ha perdido la capacidad
simbólica de llenar la vacuidad interior, y de un mundo en el
que el desarrollo de la ciencia médica nos sostiene vivos de
manera cuestionable atendiendo a lo que es podría ser
considerado una vida digna Es de justicia, por tanto,
reconocer a Freud la osadía de desvelar el tabú de la muerte
como algo casi prohibitivo de ser dicho o pensado, hasta que
nos enfrentamos a ella de manera imprevista y sin recursos
para afrontarla. Primero la de los otros y por último  la propia.

Tanaco
En las elegías, el poeta nos enseña al respecto: 1. Que el
hombre es el único ser en el universo que tiene conciencia de
la muerte. 2. Esa conciencia de la muerte es el origen de la
angustia pero, al mismo tiempo, lo que le da sentido a la vida.
3. Que la misión del hombre en su vida es doble: «dar un
nombre» a las cosas y luego «salvarlas» de su caducidad, de la
muerte, haciéndolas «invisibles», es decir, eternizándolas.
Ahora, si la misión del hombre con respecto a las cosas es
nombrarlas y salvarlas, con respecto a sí mismo su tarea será
«preparar con tiempo la obra maestra de una muerte noble y
suprema, de una muerte en que el azar no tome parte, una
muerte consumada, feliz y entusiasta, como sólo los santos
supieron concebir…». En suma, tánatos no significa
destrucción ni tampoco es la fuente de todas nuestras
desgracias, sino que es parte esencial de la vida misma
ara Heidegger, más bien, es la revocación de la muerte, y por
lo tanto de nuestra singularidad existencial, que es
inauténtica, cuando la autenticidad aprehende esta
singularidad no como una expresión de nuestra individualidad,
sino de la misma nadidad en torno a la cual la apertura
extática está centrada. La muerte es para Heidegger
precisamente la nada como nuestra más extrema posibilidad.
Ella no puede ser imaginada; imaginarla significaría hacerla
presente en lugar de siempre-inminente, conocida antes que
inherentemente fuera de nuestro alcance. El sentido de la
trascendencia de la muerte en Heidegger es absoluta, y es
esta trascendencia absoluta la que nos permite concebir el ser
en cuanto tal como trascendencia, ya que es a través de la
finitud, y por lo tanto la apertura de la estructura extática de
la temporalidad, que estar allí, todo nuestro ser, es posible.
Rilke, por otro lado, imagina una buena e inauténtica muerte;
una muerte aceptada y promovida, así como otra temida,
evasiva o sólo sufriente.
Heidegger define entonces la muerte de esta manera:
La muerte, como posibilidad, no le presenta
Dasein ninguna cosa por realizar, ni nada que él mismo
pudiera ser en cuanto real. La muerte es la
posibilidad de todo comportamiento hacia…, de todo existir.
Martin Heidegger (1889-1976) afirmó que el ser humano no es
alguien que muera, sino que en sí mismo es un ser-para-la-muerte.
Con este concepto quiso transmitir que la muerte, más que una
situación que encontraremos al final de nuestra vida, es una línea
de meta la que estamos avocados. constante intento de dejar
huella en el mundo, el temor a perder a nuestros seres queridos o,
sencillamente, el miedo a dejar de existir son ejemplos de su
constante presencia. Eso es lo que nos convierte en seres-para-la-
muerte, el hecho de que, hagamos lo que hagamos, siempre lo
hacemos impulsados por ella. Por lo general, se trata de una
presencia incómoda: tardamos años en entender las implicaciones
de nuestra mortalidad, que nuestra vida tendrá un fin.
Encontramos incluso a quienes nunca llegan a tomar conciencia de
este hecho, aunque esté llamando a su puerta. Nos duele nuestra
finitud, nos hace sentir efímeros, vulnerables, y no lo soportamos.
Rechazamos lo que nos parece intolerable, y quizá la muerte sea
para nosotros la mayor de las injusticias. Por ello, la negamos.
Hacemos de la muerte un evento que, por mucho que se repita,
siempre parece sorprendernos. Aceptar nuestro ser-para-la-muerte
nos permitirá tener una vida más plena. Conscientes de nuestro fin,
no temeremos que llegue. Sabedores de que podría aparecer en
cualquier momento, nos entregaremos al momento presente en
cuerpo y alma.

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