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Solís Acosta, Luis Ermel (2017). Reflexiones desde la Filosofía. Cuando la verdad es incómoda.

Lima: Fondo Editorial


de la Universidad de Ciencias y Humanidades. Fragmento del Capítulo I: Para qué Filosofía (15-28 pp.)

¿La filosofía sirve para algo?


La enseñanza de la filosofía se enfrenta y combate las momias conceptuales, es decir esas ideas rígidas, desprovistas de significado
que se transmiten usualmente en las aulas y que se acomodan en el cerebro como elefantes ocupando grandes espacios, pero sin
utilidad práctica o teórica alguna para la vida. Laurance Splitter y Ann Sharp (1996).

¿Qué es filosofía y cuál debe ser su papel en nuestro tiempo?

Para nosotros la filosofía es un saber de lo general que busca enseñar a pensar y a encontrarle
sentido a la existencia humana desde los campos de la ontología, la ética, la estética, la
gnoseología, la epistemología, la lógica, la axiología, etc. Los seres humanos tenemos el
enorme poder de aprender, comprender, pensar y transformar la realidad.

El papel de los filósofos y de todo intelectual es proponer ideas, pequeñas y grandes, que al
intentar realizarlas hagan más agradable la existencia humana. Como señalan algunos, son
utopías, no porque no se puedan realizar sino porque al proponerlas todavía no existen, pero
en la medida en que sean bien formuladas y elaboradas a partir de una visión objetiva de la
realidad y sus leyes, empiezan a existir, se tienden a realizar. Cuando no hay utopías, cuando
no hay mitos se cae en el nihilismo, eternos negadores, ninguneadores. Recordemos que el ser
humano es un ser social, cultural, en permanente construcción y reconstrucción. El hombre
hace la historia, al hacerla produce su propia historia, se construye, se perfecciona como ser
humano. Recordemos que las ideas no trasforman la realidad, pero impulsan al hombre, lo
llevan a actuar, a trasformar la realidad en su beneficio.

Para nosotros la filosofía debe estar al servicio del hombre, a fin de permitirle desentrañar la
esencia de lo existente, entender el mundo y orientar su quehacer diario; en cuanto es la única
que pregunta, indaga sobre el origen de todo lo existente y aventura explicaciones.

Nos preguntamos: ¿queremos formar historiadores de la filosofía? La respuesta es obvia,


queremos formar dando las bases de la filosofía y no formar historiadores de las teorías
filosóficas, ya que la filosofía es el único campo del conocimiento que nos vincula con la
realidad y la explica en sus fundamentos, a la vez que permite plantear las alternativas de
solución a los problemas que en ella se presentan.

El curso que se brinda a los estudiantes en la actualidad, con loables excepciones, se ha


convertido en un curso que no es más que un recuento de los pensadores más importantes y
sus ideas, pero alejados de la realidad, del contexto; entonces vemos contenidos que en nada
ayudan al estudiante, le complican su formación eliminando su espíritu crítico, reflexivo,
convirtiéndolo en un simple repetidor, memorista, como si eso fuera filosofía, craso error. ¿Por
qué repetidor?, porque no ve la esencia de lo que es hacer filosofía.

El pensador, filósofo, Fernando Savater, defensor de la “enseñanza” de la filosofía, sostiene


que los detractores de la filosofía dicen que no sirve. Señala que la falta de motivación por este
quehacer podría estar fundada en el hecho de pensar (¿y constatar?) que la filosofía no
prepara al estudiante para desarrollar una actividad lucrativa, tal como sí lo hacen otros
saberes útiles que ofrecen algunas ciencias y tecnologías. Lo inútil no sirve, tal como lo
reconoció Goethe en su Fausto, cuando afirmó que: “Lo que no presta utilidad, es un trasto
inútil; ¡solo presta servicio aquello que, cuando se necesita, se tiene!”. Uf, pragmatismo del
más irracional. Así, nuestro actual contexto, el neoliberal, con su dios “don dinero”, no sería
escenario propicio para la reflexión filosófica, para el pensar, en cuanto el vertiginoso avance
científico y tecnológico incrementa el pragmatismo que inunda lo cotidiano, pragmatismo que
solo se satisface con lo que da utilidad, con dinero.

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de la Universidad de Ciencias y Humanidades. Fragmento del Capítulo I: Para qué Filosofía (15-28 pp.)

¿Para qué filosofía?

El vertiginoso desarrollo del conocimiento científico y de su brazo armado (la tecnología) sería
una “realidad” aparente de que lo práctico se imponga sobre lo teórico, lo concreto sobre la
especulación. Esta “invisible” apariencia nos muestra una evidente y patética realidad:
debemos ser más pragmáticos, buscar lo práctico, lo útil, lo rentable, lo que produzca dinero,
máxime si esta es una sociedad neoliberal, cuyo dios es el todopoderoso dinero.

¿Para qué filosofía? ¿Para qué filosofar? ¿Reflexión y crítica, para qué?, preguntan algunos
enemigos del pensar, de la reflexión, de la filosofía. Si no satisfaces tus necesidades básicas
(alimento, vestido, vivienda), ¿cómo piensas?, ¿en qué piensas?, señalan otros, pero ¿acaso
quien no come no piensa, no razona? Craso error. Si damos una mirada aguda dentro de la
historia de la filosofía, encontramos que la gran mayoría de filósofos y pensadores provenían
de familias acomodadas, vinculadas al poder político, económico o religioso de su época.
Bueno, pero como señala Savater, ello es evidente, pero la filosofía satisface el “hambre de
verdad” mas no el hambre de comer. Solo quienes tienen “hambre de verdad” y se preguntan
por la dinámica real son partidarios de la filosofía.

Sabiendo que la filosofía no pertenece a las llamadas ciencias positivas, las ciencias prácticas,
aquellas que generen dinero (como profesor hay pocas oportunidades), la filosofía ha tenido,
tiene y tendrá un espacio en la vida, en particular en la educación como en cualquiera otra
materia académica. Así como en la educación de nuestro entorno se imparten otros cursos,
conocimientos (muchos de ellos poco lucrativos), la filosofía debe conservar y fortalecer su
lugar; la religión, la historia, la geografía, entre otras asignaturas, ¿son realmente lucrativas?
¡No! De ahí que hoy las estén eliminando, restringiendo de los planes de estudio, en todo
nivel. Pero el estudiante no solo debe aprender a hacer algo, ser competente, no solo debe
aprender a hacer, debe saber, comprender, humanizarse. Ello se consigue con la ayuda de la
filosofía, aprendiendo pensar, reflexionar, a filosofar. Es necesario que los detractores de la
filosofía recuerden las palabras del filósofo Francis Bacon: “No se han de estimar inútiles
aquellas ciencias que no tienen uso, siempre que agucen y disciplinen el ingenio”. Que mejor
que la filosofía para ello. ¿Acaso hay otra ciencia que le preocupe el fundamento de lo
existente? ¿Qué pregunte por el mundo, la sociedad y el pensamiento?

Muchos han llegado al extremo de “adivinar” o “profetizar” la muerte de la filosofía. Uno de


los primeros fue el francés Augusto Comte en el siglo XIX, porque lo que él llamaba la etapa
metafísica había sido superada por la etapa positiva, en la que la filosofía viene a ser
reemplazada por las ciencias positivas (como si la física, química, biología o las tecnologías
pudieran reemplazarlas). Y desde Comte se sigue “hablando” del fin de la filosofía. Sin
embargo, la filosofía sigue y seguirá muy viva. Algunas formas de filosofar, algunas filosofías, es
posible que tengan un fin en cuanto dejan de ser vigentes o pierden actualidad. De manera
que podemos hablar de un fin del platonismo, de un fin de la metafísica de la subjetividad,
pero no de un fin de la filosofía. Ello en cuanto cada filósofo es hijo de su época y sus
condiciones de vida, al cambiar el mundo los hombres y las ideas cambian.

Quienes afirman que la filosofía es inútil, que no sirve para nada, también deberían afirmar lo
mismo de la religión (por citar solo un ejemplo), a la cual las mayorías defienden (sin saber en
realidad por qué) y siguen con mucha “fe” (recordemos que la religión es fe, y ello es creer sin
saber). Si tenemos en cuenta que la religión tiene más seguidores que la filosofía, serían
muchos los que estarían bajo la influencia de algo fantasioso, y peor aún: movidos
“espiritualmente” por doctrinas y dogmas inútiles y, además, profundamente alienadoras y

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masificadoras, ya que la religión (no importa cuál) contiene esos dos elementos
deshumanizantes y alienadores.

Como diría Freud, por comodidad y pereza mental un gran “rebaño” prefiere creer, debido a
que no le cuesta ningún esfuerzo mental ni académico; en cambio, filosofar implica razonar,
dialogar, estudiar, buscar, observar, refutar, controvertir, analizar, cuestionar, criticar,
investigar, trabajar, dudar, curiosear, asombrarse, es decir, pensar, y pensar es difícil y a
muchos no les agradan las cosas difíciles. Vivir como el rebaño es cómodo, pensar es
incómodo. Salir del rebaño requiere “arriesgarse”. Sigmund Freud en este sentido nos dice que
la oposición al rebaño, el cual rechaza todo lo nuevo y desacostumbrado, supone la separación
de él y es, por lo tanto, temerosamente evitada. El mundo moderno está más interesado en las
respuestas, en los productos, que en los procesos de pensamientos que hay tras la respuesta,
los productos. Este estilo de vida impide al hombre percatarse de su triste condición humana,
de su falta de libertad. No puede fortalecer su conciencia crítica. ¡Eso sí, hay que reconocerlo:
la filosofía es una ciencia difícil! Requiere esfuerzos. Sentenció el filósofo José Ortega y Gasset
“Nada importante es regalado al hombre; antes bien, tiene él que hacérselo, que construirlo” .
La filosofía comienza exigiendo un esfuerzo, continúa exigiendo más esfuerzos y termina
exigiendo más esfuerzos. Donde casi todo se pone siempre en tela de juicio, donde no rige
ningún supuesto ni método tradicional, donde hay que tener siempre ante los ojos los
problemas de la ontología, de la antropología, de la gnoseología, de la axiología, de la ética,
etc., el trabajo no es ni puede ser fácil. El estudio de la filosofía requiere de un esfuerzo
continuo para analizar, interpretar y explicar lo existente.

El filósofo mexicano Leopoldo Zea invita a los hombres a que aprendan a juzgar por sí mismos
para que aspiren a la independencia del pensamiento. Quien piensa con independencia piensa
también, al mismo tiempo, del modo mejor y más útil para todos. Kant decía que todo hombre
debería saber quién es, qué debe pensar y qué debe hacer. Aprender a pensar filosóficamente
es prepararse para ver detrás de las apariencias, para llegar al fondo de todo, a su ser, a lo que
hace que sea lo que es. La filosofía debe ser un saber riguroso en procura de respuestas.
Fernando Savater dice al respecto: “Antes de proponer teorías que resuelvan nuestras
perplejidades, debe quedarse perpleja; antes de ofrecer respuestas verdaderas, debe dejar
claro por qué no le convencen las respuestas falsas. Una cosa es saber después de haber
pensado y discutido, otra muy distinta es adoptar los saberes que nadie discute para no tener
que pensar. Antes de llegar a saber, filosofar es defenderse de quienes creen saber y no hacen
sino repetir errores ajenos. De nada sirve saber mucha filosofía como puro conocimiento, si la
teoría no se aplica a la práctica de la vida, si ella no se convierte en un arte de vivir” 1.

El saber reflexivo, riguroso y sistemático (la filosofía, el filosofar) es el más práctico de todos
los saberes, debido a que todo hombre, aun el hombre de la vida cotidiana como el científico
que no hace profesión de filosofía, construye su imagen total de la vida y del mundo y de ella
vive. El hombre hace, actúa, pero piensa antes de hacer, planifica, busca explicaciones para
poder hacer, en otras palabras, primero piensa, reflexiona, hace filosofía.

En el predominante sistema neoliberal, las llamadas personas “prácticas”, los “pragmáticos”,


los utilitaristas de nuevo cuño, los positivistas, los que tienen un ideal de vida fundado en el
hacer, el tener y el consumir, no acuden a la filosofía en busca de respuestas, porque creen
que esta nada puede aportar para obtener éxito, triunfar, superarse y “conseguir dinero”.

1
Fernando Savater (1999). Las preguntas de la vida. Barcelona: Editorial Ariel.

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Guiados por esta “realidad”, muchos desdeñan la filosofía y acuden a la ciencia práctica a fin
de procurarse de “actividades útiles”, beneficiosas, rentables.

Pero es claro, la práctica lo demuestra, que la filosofía es el campo del conocimiento, la ciencia
que nos permite aprender el mundo, comprenderlo, explicarlo y plantear alternativas para
transformarlo y ponerlo al servicio del hombre.

Espíritu crítico y filosofía

La filosofía busca forjar en el estudiante el espíritu crítico, reflexivo, como condición básica
para desarrollar una personalidad con autonomía, creatividad e iniciativa; pretendiendo que, a
través de la crítica, llegue a la edad del pensamiento emancipatorio, es decir, que se asuma la
responsabilidad de pensar por sí mismo, pensar con cabeza propia. Aprender a pensar es
pensar por sí mismo y no repetir pensamientos ajenos; comprometerse con un pensamiento
personal, auténticamente propio. Pensar por sí mismo implica cuestionarse y ver las cosas
desde una nueva perspectiva. Igualmente, desarrollar una conciencia crítica que sea
“tolerante” en relación con la pluralidad de ideologías, de creencias, de dogmas, de doctrinas
de partidos políticos. Es decir, que la filosofía sea una instancia crítica de reflexión y diálogo
para asumir los saberes y prácticas cotidianas de la sociedad. El espíritu crítico evita caer en las
soluciones inmediatistas y en los reduccionismos interpretativos, al mismo tiempo que
cuestiona esa prudencia conformista que paraliza cualquier proyecto innovador. El hombre
acrítico es una sombra proyectada por la sociedad (al estilo platónico). Está perfectamente
adaptado para vivir en el “rebaño”, reflejando las rutinas, prejuicios y dogmatismos útiles para
la domesticación.

Es demasiado importante para el estudiante despertar y cultivar su sentido crítico y la


reflexión. Con gran fundamento Danilo Cruz afirma que “La educación impartida por el sistema
imperante se orienta hacia el mantenimiento de los esquemas tradicionales de la organización
social, basados en la dominación y la dependencia, mediante el cultivo de actitudes de
sumisión y repetición de lo mismo” 2. Esta advertencia es la que debe motivarnos a interpretar,
porque una educación crítica comienza por enseñar a interpretar. Precisamente, la filosofía
constituye un discurso crítico, sistemático y prospectivo sobre las prácticas del hombre frente
a la realidad; por eso “el filósofo está llamado a constituirse en la conciencia crítica de la
sociedad. Es el custodio crítico de la razón y la libertad”. Como lo planteaba Husserl, el filósofo
es “el funcionario de la humanidad”. El filósofo, movible como un reflector, debe derramar su
luz sobre todos los problemas de la vida e iluminarlos con una penetración constante y
profunda.

La criticidad debe desinstalar la cotidianidad. Como nos dice Rodríguez Albarracín: “La virtud
central y permanente de toda auténtica educación en cualquier sistema es la formación de la
criticidad de una imagen total del hombre que impida su cosificación y manipulación” 3. La
criticidad rompe el marco de lo cotidiano. Si se rompe el marco rutinario de lo cotidiano, la
vida se vuelve problemática y revela sus propias dimensiones; así es posible cuestionar y
asumir en forma crítica nuestra vida diaria.

La actitud filosófica ¿cómo se logra?

2
Danilo Cruz Vélez (1995). El misterio del lenguaje. Colombia: Editorial Planeta.
3
Eudoro Rodríguez Albarracín (2010). Introducción al filosofar. Bogotá: Editorial Universidad Santo
Tomás

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La filosofía debe enseñar a pensar, no a imitar y copiar una forma de pensar. Nosotros
creemos que el concepto de actitud filosófica parte del supuesto que es posible enseñar a
pensar. Es necesario que tanto educadores como educandos adquieran la actitud filosófica. La
“actitud filosófica” es una postura frente al mundo, el saber, la sociedad y ante uno mismo. Es
la actitud de quien busca pensar por sí mismo, ser crítico frente a los supuestos fundamentales
de las disciplinas del saber y la sociedad. Cuando proponemos formar la actitud filosófica,
buscamos que cada curso, sin importar la disciplina de que se trate, sea un espacio de reflexión
e investigación. Formar la actitud filosófica es formar el gusto por el saber, la investigación y el
asombro.

El filósofo John Dewey, en su libro Cómo pensamos, plantea que no es suficiente enseñar las
reglas de la lógica para lograr un buen pensar, sino que es necesario formar o tener una serie
de actitudes, destacando: mentalidad abierta, entusiasmo y responsabilidad. Tener toda una
serie de actitudes es para Dewey tener una actitud científica, pero que más propiamente se
podría llamar actitud filosófica; tener capacidad de escucha, respeto a la opinión del otro,
asumir las consecuencias de sus posiciones teóricas, no ser dogmático, etc. Todas estas
actitudes se pueden sintetizar en una sola: la actitud filosófica.

Filosofar es muy importante, pero más importante es buscar filosofar correctamente. No


creamos que el mundo cambiará solo porque nos guste filosofar, recordemos que las ideas no
transforman la realidad, pero ellas pueden motivar, impulsar al hombre a realizar los cambios
necesarios; es fundamental que el filosofar tenga como fundamento la búsqueda de la verdad;
que ese filosofar incluya ideas movilizadoras, motivadoras, que no nos detenga y que sí, en
cambio, nos dé fuerzas para pensar, descubrir qué medios y modos nos hacen falta para
organizarnos y superar lo que nos oprime, aliena, explota y amarga la existencia. Por sí sola
ninguna “filosofía” cambiará al mundo. Es necesario darle vida. Y es tan importante esto de
filosofar correctamente porque tiene que ver con nuestros pensamientos y conductas, porque
tiene que ver con qué ideales y realidades, incluso confrontadas, nos impulsan a la acción
organizada, profunda y permanente. “Filosofar” no es cosa reservada a genios o a
especialistas, todos filosofamos, aunque no nos demos cuenta… insistamos, filosofar para la
acción, no para el miedo, no para la soledad, no para el silencio… filosofar para que ella
motive, impulse a la transformación del mundo con el accionar del hombre.

Es imposible vivir sin filosofar, es imposible filosofar siempre de la misma manera y es


indispensable mantener nuestra producción filosófica vigorosa y creativa. Filosofar debe
servirnos como una ciencia para transformar el mundo. El filosofar debería ser una práctica
cotidiana del pensar y el hacernos libres. Filosofar debería servirnos (sin utilitarismos) para
poner (proponer) orden, crear orden nuevo consensuado, incluso para organizarse
(ordenarse), para terminar con el conjunto de los atrasos y las calamidades históricas más
odiosas. Filosofar debería servirnos para crear proyectos de vida nueva, mejor, con igualdad,
con justicia, respeto a las diferencias, etc.

La filosofía, el filosofar y la realidad

Uno puede filosofar de maneras muy diversas y según el método que elige, pero queda claro
que ello depende de la postura que adoptemos en filosofía, nuestra concepción del mundo.
Unas veces elegimos conscientemente y otras no. Hay también filósofos que andan errantes
sometidos a los jaloneos del mercado. Hay quienes filosofan por hobby, los hay que filosofan
por curiosidad, también hay quienes filosofan con disciplina y compromiso esporádicamente…
y, desde luego, hay quienes filosofan como militancia a la que entregan lo mejor de sí, su

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talento íntegro y la vida misma. Y no piden licencia para pensar y actuar, con la filosofía y para
la filosofía. Ellos son los que hacen de la filosofía una herramienta de lucha diaria.

Encontramos que existen “filósofos” que se encargan de hacer y divulgar la filosofía y el


filosofar, las diferencias, las controversias, las contradicciones. Existen otros “filósofos” que
son negadores de todo aquello que no esté dentro de su esquema, dentro de su forma de
pensar, dentro de los intereses que defienden, son dogmáticos a su estilo.

¿Y la filosofía… qué queremos… dónde está?

¿Ha muerto la filosofía? ¿Cómo murió? ¿De qué murió?... ¿La mató alguien? Unos dicen que
murió otros dicen que no; otros dicen que está agonizando. Aunque hay quienes disfrutan
fabricando calumnias y tergiversaciones contra la filosofía y hay enterradores oficiales del
pensamiento, es importante mantener presente que la filosofía no ha muerto ni morirá, pero
sí morirán los que quieren matarla, sin poder conseguirlo.

Recordemos que decretar la muerte de la filosofía implica decretar la inutilidad, la


muerte del pensar y del pensamiento.

La verdad que apasionadamente ha de buscar la filosofía no es una colección de tesis


dogmáticas fijas, verdades absolutas, que una vez encontradas solo haya que aprenderlas de
memoria y repetirlas como oración de iglesia. El proceso mismo del conocer por sí no tiene
sentido sin un compromiso absoluto con la verdad, la búsqueda de la verdad y hacia la
transformación definitiva de la sociedad. La filosofía no puede tener ni admitir un final, un
punto de llegada definitivo; no puede ser un calmante, el cual nos adormece y no nos permite
ver ni pensar la realidad. Debe ser una filosofía y filosofar vivo, vinculado al hombre y sus
necesidades, a la sociedad; una filosofía de lo humano. Una filosofía terrena y no extraterrena.

Necesitamos una filosofía con bases firmes, una filosofía sin dogmas prefabricados, sin
conclusiones prefabricadas. Una filosofía que nos ayude a pensar con libertad el mundo que
nos rodea y el mundo que quisiéramos tener. Una filosofía que nos ayude a mejorar nuestras
vidas, para la humanidad toda.

Necesitamos una filosofía que sea reflejo de lo contradictorio y mutable de la realidad, una
filosofía que no admite lo “definitivo, lo absoluto, lo consagrado; en todo pone de relieve lo
que tiene de perecedero y de cambiante, y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido
del devenir; un ascenso sin fin de lo inferior a lo superior; nos planteamos una filosofía de la
acción, reconociendo que el cambio es lo único absoluto que queda en pie. Ella es una filosofía
de la praxis, filosofía de y para la acción”.

La función básica del docente de filosofía es ayudar a los estudiantes a aprender por
sí mismos, pensar con cabeza propia.

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