Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Carlos IV sucedió a su padre a la edad de 40 años. Casado con su prima María Luisa de Parma, la
cual gozó de gran ascendencia sobre él, pronto se mostró como un hombre de buena voluntad, pero
carente de talento y de la energía necesaria para superar las difíciles circunstancias que le tocaron vivir.
En efecto, a los pocos meses de subir al trono, estallaba la Revolución Francesa, acontecimiento que
condicionaría totalmente la política del nuevo rey.
Por otra parte, Carlos IV heredó políticamente todas aquellas instituciones, cuando menos,
criticadas por los ilustrados, como la Mesta, la Inquisición, los señoríos, los mayorazgos, los privilegios
estamentales, etc. Todas ellas, junto a los conflictos marítimos e internacionales, llevaron al Estado al
borde la bancarrota.
Cuando accedió al cargo de secretario de Estado Godoy tenía veinticinco años y contaba con el
favor de la Reina. Su carrera había sido meteórica, inteligente pero inexperto, tuvo que afrontar serios
problemas en política exterior. Así, en 1793, cuando fue guillotinado Luis XVI, España entró en guerra
contra Francia. En el transcurso de la misma, las tropas francesas entraron en territorio español
apoderándose de Figueres, Rosas, San Sebastián y Tolosa, llegando hasta Miranda de Ebro, lo que obligó
a Godoy a pedir la paz.
En 1795 se firmaba la Paz de Basilea por la que Francia devolvía sus conquistas en España y ésta
cedía a Francia la parte española de la isla de Santo Domingo. En recompensa, Godoy recibió el título de
Príncipe de la Paz.
Simultáneamente, las agresiones de Gran Bretaña contra nuestras colonias americanas llevaron a Godoy
a restablecer la tradicional política de amistad con Francia. En 1796, ambos países firmaron el Tratado de
San Ildefonso, una especie de reproducción de los viejos Pactos de Familia. Desde 1796 hasta 1808
Godoy se convierte en un vasallo de Francia, a la que España presta ayuda con hombres, barcos y dinero
en sus guerras contra Gran Bretaña.
Las consecuencias de esta alianza fueron nefastas: en 1797, la escuadra española fue derrotada
en el cabo de San Vicente y los ingleses se apoderaron de la isla de Trinidad; en 1801, Godoy emprendía
una guerra contra Portugal sirviendo a los intereses de Napoleón, la llamada Guerra de las Naranjas; en
1805, el almirante inglés Nelson destruyó la flota hispano-francesa en la batalla de Trafalgar, acabando así
con nuestro poderío naval; finalmente, Napoleón, que planeaba la adhesión de Portugal por la fuerza
-1-
debido al bloqueo continental que había decretado contra Gran Bretaña, logró que España firmara, en
1807, el Tratado de Fontainebleau. Por el mismo, España se comprometía a enviar tropas para la
expedición contra los portugueses, quedando Portugal dividido en tres zonas de las cuales le correspondía
a Godoy la del sur, con soberanía hereditaria y título de Príncipe de los Algarves. Conforme a lo
estipulado, un cuerpo del ejército francés entraría en España para marchar sobre Lisboa; pero en realidad
no fue sino un pretexto, pues las tropas francesas comenzaron a ocupar toda la Península.
Godoy aconsejó a la Corte que se trasladara a Sevilla, por si era necesario embarcar hacia
América ante el clima de tensión provocado por la presencia de las tropas francesas. Esta noticia inquietó
al pueblo, que se amotinó en Aranjuez, en marzo de 1808, asaltando la casa del valido. Obligado por las
circunstancias, Carlos IV destituye a Godoy de todos sus cargos y, diez días más tarde, abdica en favor de
su hijo Fernando.
Napoleón aprovechó hábilmente los incidentes de Aranjuez; llamó a Bayona a los dos reyes
españoles, Carlos IV y Fernando VII, que acudieron ante el emperador para dirimir sus discordias.
Finalmente, Fernando VII renunció a la Corona y su padre abdicó en Napoleón a cambio de una pensión
anual y de unas posesiones territoriales. Este hecho es conocido como las Abdicaciones de Bayona.
Napoleón, por su parte, renunció a sus derechos en favor de su hermano José, proclamándolo así Rey de
España: la sumisión a los intereses de Francia había alcanzado su punto álgido.
La ocupación de España por las tropas francesas supuso el levantamiento, el 2 de mayo de 1808,
del pueblo de Madrid, acaudillado por Dáoiz y Velarde y, por extensión, del pueblo español, que al no
admitir la renuncia de Fernando VII se organizó en Juntas Provinciales de defensa y declaró la guerra a
Francia. Estas Juntas estuvieron dirigidas por una Junta Suprema Central, presidida por Floridablanca,
que organizó la resistencia y obtuvo ayuda de Gran Bretaña.
El carácter de la guerra fue doble. Por un lado, hay que considerarla una guerra de liberación
nacional que marcará la evolución histórica posterior, no sólo por sus graves consecuencias económicas,
sino también por sus efectos sociales. Además de este carácter de lucha patriótica, determinados pasajes
de ella tuvieron un carácter liberal y reformista, y en este sentido revolucionario, porque ilustrados
españoles aprovecharon la ocasión para realizar los cambios desde hacía tiempo pretendidos.
La aparición de los guerrilleros, así llamados porque formaban partidas sueltas o guerrillas, revela
el carácter popular de la Guerra de la Independencia; éstos aprovechaban las condiciones geográficas del
territorio para dificultar los movimientos del enemigo, acechar y sorprender carruajes y destacamentos, así
como para distraer la atención de los mandos franceses. Los guerrilleros más famosos fueron Espoz y
Mina, Martín Díaz “el Empecinado” y el cura Merino. Dos ciudades inmortalizaron su nombre en la
resistencia: Zaragoza y Gerona, cuyos habitantes defendieron durante meses sus ciudades frente a los
franceses.
-2-
con relación a España fue el Tratado de Valençay, firmado en 1813, en el cual el emperador reconocía a
Fernando VII como rey de España y de las Indias.
La invasión y la guerra plantea en el país la aparición de dos poderes: por un lado el gobierno de
José I Bonaparte, basado en la cesión de los derechos al trono de España que Carlos IV, Fernando VII y
el resto de la familia real hizo a Bonaparte. Y por otro lado el de la Junta Suprema Central, y
posteriormente de las Cortes de Cádiz, que no acepta la renuncia de los Borbones, asume la soberanía
nacional y dirige el levantamiento antifrancés. Ambos centros de poder intentan llevar a cabo unas
profundas reformas político-administrativas muy limitadas por el conflicto bélico.
El fracaso del gobierno de José I se debió en gran parte a que la mayoría del país rechazo un
gobierno “intruso”, aunque un buen número de españoles, bien por convicción o bien por interés,
colaboraron con él. Los afrancesados convencidos, algunos de ellos antiguos ilustrados, aceptaron el
cambio dinástico. Estaban persuadidos de que la resistencia contra Napoleón era inútil y que los últimos
Borbones -Carlos IV y Fernando VII- habían demostrado su ineptitud para continuar el programa reformista
emprendido por Carlos III. El nuevo gobierno de José I les parecía el compromiso más adecuado para
aplicar las reformas que el país necesitaba, dentro de la concepción clásica del Despotismo Ilustrado y del
respeto a la ley a la idea de “reforma sin revolución”.
La invasión de España por las tropas francesas planteó una grave crisis política. La Junta Central,
a la que se responsabilizó del desastre, cedió sus poderes a una regencia que, afortunadamente, no
consideró desconvocar la reunión de Cortes. La presencia en Cádiz, uno de los pocos territorios españoles
que permanecían libres de la dominación francesa, de los diputados electos, forzó la reunión de las Cortes,
que abrió sus sesiones el 24 de septiembre de 1810. Cabe destacar que en todo momento las Cortes de
Cádiz reconocieron como rey legítimo de España a Fernando VII, aunque sí existieron diferencias a la hora
de qué papel otorgarle en el gobierno de la nación.
Las Cortes estaban formadas por diputados que representaban a todas las regiones españolas,
siendo en su mayoría eclesiásticos de muy diverso signo, abogados, funcionarios y profesiones liberales.
Las Cortes de Cádiz eran, ahora, en los nuevos tiempos, algo más parecido a la Asamblea Nacional
francesa que a las Cortes tradicionales de Castilla. Querían proclamar la primera constitución que
garantizase las libertades de los ciudadanos, controlara el poder real, acabara con las instituciones del
Antiguo Régimen y abriera para España un futuro de libertad y progreso.
En la sesión inaugural se formularon ya los principios del nuevo régimen: la soberanía nacional, la
división de poderes y la inviolabilidad de los diputados, sin los cuales la representación nacional habría
estado expuesta a agresiones exteriores. Este discurso, por consiguiente, se convirtió en el primero y más
revolucionario de cuantos decretos aprobaron los diputados en Cádiz.
Las Cortes de Cádiz, en un plazo de tres años, cambiaron el rostro de España, transformando sus
estructuras sociales, económicas y políticas. Para ello llevaron a cabo una obra revolucionaria, que
presentó dos dimensiones distintas pero complementarias: por una parte, procedieron a la liquidación de
-3-
los fundamentos del Antiguo Régimen; por otra parte, diseñaron un nuevo Estado, reflejado en la
Constitución de 1812.
Entre las medidas que se tomaron para acabar con el Antiguo Régimen habría que mencionar las
siguientes:
• En política se declaró la soberanía nacional y se postuló la separación de los poderes ejecutivo,
legislativo y judicial, reservándose las Cortes el máximo poder.
• Las reformas sociales se basaron en la abolición de todos los privilegios de la nobleza, con la
supresión de los señoríos jurisdiccionales y la abolición de la Inquisición, la Mesta y los gremios.
• Para favorecer las reformas económicas se fomentaron leyes de libertad agrícola y ganadera, así
como de la industria y del comercio. Además, se procedió a una tímida desamortización eclesiástica.
Muy pronto, en los debates mantenidos en las Cortes de Cádiz, fueron surgiendo grupos políticos
como los liberales, los “serviles”, y los americanos.
Los liberales eran partidarios de la libertad de imprenta. Al debatirse esta ley al establecerse dos
bandos, uno a favor y otro en contra, la mayor parte se declaró liberal. En poco tiempo, la palabra era
sinónima de persona amiga de las libertades individuales y enemiga del poder absoluto.
Los diputados que se oponían a los anteriores y que defendían los privilegios reales del Antiguo
Régimen recibieron el calificativo de serviles. Entre ellos había moderados, que mantenían la línea de los
ilustrados de la generación anterior, y radicales, cuya idea era devolver a Fernando VII todas las
atribuciones de monarca absoluto.
Otro grupo fue el de los americanos, diputados que provenían de las colonias españolas de
América; sus postulados defendían la independencia, aunque sus intervenciones no fueron decisivas en
los debates parlamentarios.
El 19 de marzo de 1812, día de San José, dio comienzo la ceremonia de publicación de la primera
constitución española, motivo por el que se la conoce popularmente como “la Pepa”. En ella salta a la vista
el espíritu conciliador conseguido entre liberales y absolutistas, sentando así las bases de un Estado
liberal. Éste se refleja en varios aspectos, entre los que podemos destacar los siguientes:
- Los derechos individuales. Reconocidos y protegidos por la ley, se reflejan en los 384 artículos que
componen la Constitución: igualdad jurídica, inviolabilidad del domicilio, libertad de imprenta para los libros
no religiosos, sufragio censitario y ciertas garantías penales y procesales como, por ejemplo, “no se usará
nunca del tormento ni de los apremios” o “no podrá ser allanada la casa de ningún español sino en los
casos que determine la ley para el buen orden y seguridad del Estado”.
Por el contrario, no se reconoce la libertad religiosa, sino que se consagran los derechos de la
religión católica, accediéndose a la voluntad de los absolutistas, intransigentes en este punto.
- Los poderes del rey están inspirados en la desconfianza ante un posible retorno a formas de
gobierno absolutistas. Así, el monarca no puede impedir que se celebren Cortes, ni suspenderlas, ni
disolverlas; no puede imponer contribuciones, ni conceder privilegios exclusivos, ni puede privar a ningún
individuo de la libertad. Las Cortes, por su parte, toman juramento al monarca, otorgan su consentimiento
para que contraiga matrimonio y le conceden permiso para ausentarse del reino.
No obstante, el rey conserva aún bastante poder, ya que “la potestad de hacer las leyes reside en
las Cortes con el rey”, y en él mismo reside “la potestad de hacer ejecutar las leyes”. El monarca expide
decretos, reglamentos e instrucciones para la ejecución de las leyes, aunque es necesaria la firma del
ministro correspondiente para que sea válida la decisión del rey. Éste dispone, además, del Consejo de
Estado como órgano consultivo, del que forman parte miembros nombrados por el monarca a propuesta
de las Cortes.
La constitución de Cádiz ha sido considerada por los estudiosos del constitucionalismo como un
modelo de eclecticismo y de compromiso. De hecho, contenía como elementos básicos la tesis de
Rousseau sobre la soberanía del pueblo, que encarnaba el elemento propiamente democrático y
revolucionario, y el esquema de Montesquieu sobre la división de los poderes legislativo, ejecutivo y
judicial que representaba el elemento liberal. A ambos se añadió un elemento tradicional, como el respeto
hacia la institución monárquica y al catolicismo. Por eso, empieza por una invocación religiosa y se
establece el Estado confesional mediante toda una profesión de fe católica.
Cabe destacar que nuestra constitución de 1812 no sólo fue conocida y traducida en Europa, sino
que, incluso, fue reconocida por alguna nación en guerra con Napoleón. El hecho de que en muchos
lugares de Europa se prefiriera la constitución de Cádiz a la francesa de 1791 se debió a que España se
presentaba ante los liberales europeos como nación vencedora de los enemigos de su independencia.
Por otra parte, la revolución española de 1820 convirtió la constitución gaditana de 1812 en el
paradigma liberal de la época. Muchísimos autores afirman que fue la semilla de todas constituciones de
corte liberal surgidas entre los años 1820 y 1825. Por ejemplo, para el imperio austríaco, la revolución
española con su constitución liberal fue la causa directa de las revoluciones de Nápoles y del Piamonte, y
la que expandió la amenaza contra los tronos absolutistas de la Europa de la época.
-5-