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1. La ocupación napoleónica.
El rey Carlos IV subió al trono español en 1788 e inmediatamente se vio desbordado por las
consecuencias que podían derivarse de la expansión en España de los ideales de la Revolución
francesa de 1789.
La ejecución de Luis XVI en 1793 empujó a Carlos IV a unirse a la coalición militar europea en guerra
contra Francia. La derrota de las tropas españolas fue inapelable, los costes económicos resultaron
extraordinarios y la Paz de Basilea (1795) subordinó España a los intereses franceses.
La situación se deterioró aún más cuando España firmó el Tratado de Fontainebleau (1807), que
autorizaba a los ejércitos franceses a entrar en el país para atacar a Portugal.
La entrada de las tropas francesas se produjo en febrero de 1808 y fueron ocupando plazas
estratégicas. Las autoridades españolas aceptaron su presencia hasta que la familia real huyó a
Aranjuez cuando las fuerzas imperiales llegaron a Madrid, para iniciar el avance y la ocupación hacia
el Sur peninsular.
Se produjo el motín de Aranjuez (18 de marzo de 1808), impulsado por nobles y eclesiásticos y
protagonizado por soldados y sectores populares.
Al día siguiente fue proclamado rey Fernando VII, perlo la crisis de la monarquía se agravó cuando
Carlos IV solicitó la ayuda de Napoleón para recuperar el trono. Bonaparte, decidió convocar a los
monarcas en Bayona y ocupar España para anexionarla a su imperio. En la ciudad francesa, ambos
reyes aceptaron abdicar de la Corona y, con esta legitimación, Napoleón nombró a su hermano José
rey de España y convocó unas Cortes en Bayona para aprobar la Constitución.
A las Cortes acudieron 65 notables españoles que aprobaron un código constitucional (Estatuto de
Bayona), propuesto por Napoleón, de contenido reformista: Abolía los privilegios y reconocía la
igualdad de los españoles ante la ley, los impuestos y el acceso a los cargos públicos. Además, José I
fue reconocido como nuevo rey.
1.3 Revueltas populares y juntas.
La situación de las poblaciones con presencia francesa era muy tensa. La evidencia de que se trataba
de una invasión y el rumor de que Napoleón había secuestrado por la fuerza a los reyes en Bayona
provocaron motines y resistencias en las ciudades ante la pasividad de las autoridades españolas.
El levantamiento de Madrid, el 2 de mayo de 1808, y la represión de que fue objeto por el general
Murat, fueron el detonante que generalizó la revuelta.
En otoño de 1808, Napoleón entró en España y en pocas semanas ocupó Aragón, Cataluña y Madrid,
quebrando fuertes resistencias y procediendo al sitio y bombardeo de ciudades. En enero de 1809
José I regresaba a Madrid.
El dominio francés adquirió su máximo nivel a principios de 1812, cuando las tropas napoleónicas
dominaron Valencia. A partir de entonces se fue debilitando debido al inicio de la invasión de Rusia
por parte de Napoleón, que necesitó desplazar efectivos militares hacia el nuevo frente. Ello facilitó
el contraataque de las tropas británicas y españolas, comandadas por el general Wellington, que
vencieron en Arapiles, lo que supuso una inflexión irreversible en el curso de la guerra.
Su avance obligó a huir a José I y permitió recuperar Madrid (agosto, 1813). Ante la imposibilidad de
mantener dos frentes, optó por firmar el Tratado de Valençay (diciembre, 1813) por el que retiraba
sus tropas y restablecía la monarquía de Fernando VII, que cruzó la frontera de los Pirineos en marzo
de 1814.
El ejército español había quedado prácticamente desarticulado tras la batalla de Bailén. Sus
componentes se desmovilizaron, pasaron a actuar de forma subordinada el ejército británico se
integraron en la guerrilla, una nueva forma de organización que adquirió un protagonismo decisivo
por su continuo hostigamiento a los franceses.
Junto al régimen de José I se situaron numerosos españoles, los afrancesados, que sustentaron la
administración francesa y consideraron que era una oportunidad para la modernización del país.
La oposición a los franceses estaba muy unida a la defensa del regreso de Fernando VII.
Por un lado, buena parte del clero y de la nobleza asociaban esta oposición al restablecimiento del
absolutismo y de la tradición, al retorno a la situación previa a 1808. Por otra, un sector de
reformistas moderados creía que el regreso del rey significaría el desarrollo de un programa de
reformas dentro del Antiguo Régimen. Los liberales deseaban un cambio profundo que permitiese
un nuevo régimen constitucional basado en la soberanía nacional, la separación de poderes y las
libertades individuales.
Fue una guerra larga, de una crueldad extrema y muy destructiva. Los contendientes y las guerrillas
se aprovisionaron sobre el terreno mediante requisas, préstamos forzosos, saqueos y robos. A ello
se sumó la mortalidad entre la población civil, y la consiguiente caída de la natalidad. La mortalidad
alcanzó en algunas zonas el 50% de la población.
En medio del conflicto bélico, la Junta Central Suprema organizó una consulta al país y, ante el
hundimiento del Estado, puso en marcha una convocatoria de Cortes. Señalaban a los gobiernos de
Carlos IV como responsables de la situación.
Los diputados fueron reemplazados por personas presentes en Cádiz. Se reunieron unos 300
diputados, se acordó que las Cortes serían unicamerales y no estamentales, y se inauguraron en
septiembre de 1810.
Los liberales consiguieron un importante triunfo al aprobarse que eran depositarias de la soberanía
nacional, acordaron la división de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) y reconocían a Fernando
VII como rey de España. Adquirían un carácter revolucionario ya que rompían con la doctrina
tradicional de la soberanía como atributo real y liquidaban los privilegios estamentales al establecer
que todos los ciudadanos eran iguales ante la ley y tenían los mismos derechos.
Durante más de tres años, las Cortes desarrollaron una intensa actividad legislativa. Aprobaron una
serie de leyes y decretos, así como la primera Constitución de la España contemporánea, lo que
permitió sentar las bases de un nuevo sistema liberal y acabar con el Antiguo Régimen. Una comisión
parlamentaria elaboró el proyecto constitucional que se promulgó el 19 de marzo de 1812. Fue un
texto de contenido muy avanzado para la época, que se convirtió en una referencia no solo en la
Península sino también en Europa y América.
En sus artículos se definían los derechos del ciudadano, las libertades civiles y la igualdad jurídica y
fiscal a través del reparto proporcional de los impuestos. Se establecía el sufragio universal
masculino para mayores de 25 años, mediante un sistema de elección indirecto, en diversas
instancias electivas. También se garantizaba la seguridad individual a través de la inviolabilidad del
domicilio, los derechos penales y procesales y la abolición de la tortura.
La estructura del Estado correspondía a una monarquía limitada, basada en la división de poderes.
El poder legislativo recaía en las Cortes, que poseían la potestad de elaborar leyes, aprobar los
presupuestos y los tratados internacionales y comandar el ejército, entre otras funciones. El
monarca era la cabeza del poder ejecutivo, por lo que poseía la dirección del gobierno e intervenía
en la elaboración de las leyes a través de la iniciativa y la sanción, y tenía veto suspensivo durante
dos años. El poder judicial era competencia de los tribunales y se establecían los principios básicos
de un Estado de derecho: códigos únicos en materia civil, criminal y comercial, inamovilidad de los
jueces, garantías de los procesos, etc.
Además del texto constitucional, las Costes de Cádiz aprobaron una serie de leyes y decretos
destinados a eliminar el Antiguo Régimen y a ordenar el Estado como un régimen liberal.
De este modo, se abolió el régimen señorial. Toda la población dejó de estar sometida a la
jurisdicción privada para pasar a depender de la autoridad pública y de la legislación del Estado. Las
tierras se mantuvieron en manos de los señores, que se transformaron en propietarios. Se intentó
iniciar una reforma agraria, mediante la expropiación de los bienes de los conventos suprimidos por
el gobierno de Napoleón, la venta o reparto de terrenos baldíos y bienes comunales y la limitación
de los mayorazgos.
La libertad de imprenta fue aprobada por 68 votos contra 32, y fue publicada como un decreto que
reconocía la “libertad de escribir, imprimir y publicar” (noviembre de 1810). Tuvo sus limitaciones,
instaló unas juntas de censura para cuidar los posibles “excesos” en lo político y otorgó a la Iglesia el
control de lo que afectaba a la religión.
La Inquisición no solo perdió una de sus atribuciones básicas, sino que fue impugnada.
En 1834, en plena revolución liberal, se publicó un nuevo y definitivo decreto de abolición y, un año
después, se clausuraron las Juntas de Fe. Eran incompatibles con un Estado liberal que reconocía los
derechos de los ciudadanos.
Su creciente malestar se acompañaba del impacto de la revuelta de las trece colonias americanas
contra Gran Bretaña y de la difusión de los idearios de la Revolución francesa. Cuando la crisis de la
monarquía se tradujo en vacío de poder provocado por la invasión napoleónica, los criollos formaron
juntas que mantuvieron inicialmente sus lazos con Cádiz.
Ni las reformas que impulsaron las Cortes ni la Constitución de 1812 alcanzaron a las colonias.
Las juntas de América se enfrentaron con las autoridades coloniales y emergieron como nuevos
poderes. Poco a poco, se fueron forjando tres focos independentistas: Buenos Aires, el virreinato de
Nueva Granada y Venezuela, y México.
El restablecimiento del absolutismo en España (1814) significó una política de intransigencia hacia
las colonias y se tradujo en el envío de buques y soldados para acabar con las revueltas, lo que
provocó la expansión del movimiento libertador y tuvo unos costes económicos insuperables para
Fernando VII.
La guerra colonial se extendió por todo el continente a partir de 1816 y la victoria de Bolívar en
Ayacucho (1824) hizo irreversible la independencia y la constitución de nuevas repúblicas.
+En 1809 se fundaron juntas en Buenos Aires y Caracas, y la Junta de Quito proclamó que las
autoridades españolas carecían de legitimidad y reclamó la soberanía del pueblo. En 1811, Paraguay
proclamó su independencia.
+Desde Argentina, el general San Martín dirigió una expedición, derrotó a los españoles (Chacabuco,
1817) y logró la independencia de Chile.
+En el Norte, Simón Bolívar derrotó a los españoles en Boyacá y Carabobo, y fundó la Gran Colombia
(1821), que después se dividiría en Venezuela, Ecuador y Panamá. Fernando VII vendió Florida a
Estados Unidos.
+La rebelión protagonizada por Iturbide en México logró la independencia de este país en 1821, que
fue seguida por toda América Central.
+Antonio José de Sucre derrotó a los españoles en Ayacucho (1824) y emancipó Perú y Bolivia.
+Tras la derrota de Ayacucho, España perdió todas sus colonias excepto Cuba, Filipinas y Puerto
Rico.
En marzo de 1814 Fernando VII regresó a España, no cumplió sus promesas de acatamiento del
régimen constitucional. Procedió al restablecimiento del Antiguo Régimen. Tras su llegada a Madrid
declaró nula la Constitución y los decretos de Cádiz e inició la persecución de liberales y
afrancesados, que fueron detenidos y ejecutados o huyeron al exilio.
El rey procedió a la restauración de las antiguas instituciones y del régimen señorial en un contexto
internacional de restauración del absolutismo. Rehusó emprender reformas y no se tomaron
medidas ni para reconstruir la sociedad de posguerra, ni para sanear la Hacienda y hacer frente a la
deuda. Además, el estallido de movimientos de emancipación de las colonias exigió recursos
extraordinarios para hacerles frente e interrumpió los flujos monetarios que llegaban de América.
Los gobiernos se mostraron incapaces de solucionar los problemas, si bien diversos ministros de
Hacienda plantearon reformas fiscales, la necesidad de que los privilegiados contribuyesen al fisco
pagando determinadas contribuciones. Pero el rey no las aceptó y se negó a aprobar medidas que
alterasen las normas tradicionales.
Desde 1814 se produjeron diversos pronunciamientos encabezados por mandos liberales que
fracasaron, y a los cuales la monarquía respondió con una fuerte represión.
Las nuevas Cortes se formaron con una mayoría de diputados liberales e iniciaron una importante
obra reformista.
El principal objetivo del Trienio fue consolidar la abolición del Antiguo Régimen, iniciada por las
Cortes de Cádiz y frenada tras el regreso de Fernando VII. Se tomaron las siguientes medidas:
-Aprobación de una reforma eclesiástica, que suprimía los conventos y secularizaba a los frailes. Se
llevó a cabo una desamortización de tierras del clero regular, que pasaron al Estado y fueron
vendidas a particulares en subasta pública. De esta manera se pretendía limitar el poder de la Iglesia,
conseguir recursos para la Hacienda pública y potenciar la producción agraria.
-Reforma del sistema fiscal para aumentar los recursos del Estado y disminución del diezmo que
cobraba la Iglesia.
Se instauró la Milicia Nacional, un cuerpo de ciudadanos armados, formado por clases medias
urbanas.
Se procedió a una nueva división del territorio en provincias y a organizar los nuevos ayuntamientos
y diputaciones por medio del sufragio. Se promulgó un primer Código Penal (1822), se procedió a la
reforma del ejército (1821) y se planteó el impulso de la educación, que se organizó en tres grados
(primario, secundario y universitario).
Las reformas suscitaron rápidamente la oposición de la monarquía y de los absolutistas. Fernando VII
había aceptado el nuevo régimen forzado por las circunstancias. Paralizó las leyes que pudo
recurriendo al derecho del veto que le otorgaba la Constitución. Conspiró contra el gobierno,
buscando recuperar su poder absoluto mediante el apoyo de las potencias absolutistas.
Los antiguos señores eran ahora los nuevos propietarios y los campesinos se convertían en
arrendatarios que podían ser expulsados de las tierras si no pagaban. La nueva realidad del pago
monetario de las rentas y de los diezmos obligaban a los campesinos a vender los productos para
conseguir dinero en condiciones desfavorables. Las nuevas contribuciones estatales agravaron su
situación y los campesinos pobres se vieron indefensos ante las nuevas relaciones capitalistas y se
sumaron a la agitación antiliberal.
La nobleza tradicional y la Iglesia, perjudicadas por la supresión del diezmo y los privilegiados, y por
la venta de bienes monacales, estimularon la revuelta contra los gobernantes del Trienio.
En 1822 se alzaron partidas realistas en Cataluña, Navarra, Galicia y el Maestrazgo, que llegaron a
dominar amplias zonas del territorio y a establecer una regencia absolutista en la Seo de Urgel en
1823.
Finalmente, las tensiones se produjeron también entre los liberales, que se dividieron en dos
tendencias:
-Los moderados gobernaron hasta 1822. Eran partidarios de reformas más favorables a las élites
sociales, que no provocasen conflictos con el rey y estaban a favor de la negociación política con los
realistas, a los que persiguieron con poca determinación.
El triunfo del liberalismo en España contagió a otros territorios como Nápoles, Portugal, y alarmó a
las potencias que habían formado la Santa Alianza con el objetivo de intervenir militarmente ante
cualquier amenaza liberal. Las demandas de ayuda de Fernando VII dieron lugar a la formación de un
ejército francés, los Cien Mil Hijos de San Luis, que bajo el mando del duque de Angulema atravesó
los Pirineos en 1823 con el fin de restablecer el orden tradicional.
La resistencia del ejército liberal fue escasa. En Cataluña, las tropas al mando de Francisco Espoz y
Mina se enfrentaron a los invasores sin éxito.
Algunos ministros proponían la necesidad de una amnistía para superar la situación de violencia, una
reforma de la Hacienda y una Administración capaz de garantizar el funcionamiento de la
monarquía. La pérdida de las colonias americanas agravó la crisis.
A partir de 1825, el rey, acuciado por los problemas económicos, buscó la colaboración del sector
moderado de la burguesía y propuso un nuevo ministro de Hacienda que impulsase una reforma
fiscal para recaudar más impuestos haciendo pagar a los sectores privilegiados.
Esta actitud incrementó la desconfianza de los sectores más tradicionalistas de la Corte. En 1827 los
realistas más intransigentes impulsaron alzamientos denunciando una pretendida influencia de
revolucionarios en la Corte, que habían secuestrado al rey.
Entonces interfirió la cuestión sucesoria: Fernando VII se casó con su sobrina Mª Cristina de Borbón
(1829), y en 1830 tuvo una hija, Isabel. Para poder nombrarla su sucesora, el rey promulgó la
Pragmática Sanción, norma que autorizaba la sucesión femenina al trono, prohibida hasta entonces
por la Ley Sálica. Los más conservadores consideraron ilegal la sucesión de Isabel sosteniendo que
debía recaer en Carlos María Isidro, hermano del rey y ferviente defensor del absolutismo.